Comntario para resolver

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Yanis Varoufakis, el hombre sin corbata ELVIRA LINDO Nueva York 7 FEB 2015 - 00:07 CET

Aunque sólo fuera por contemplar el paseíllo del ministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis al encuentro de su homólogo británico Georges Osborne, qué caramba, la semana mereció la pena. Y aunque sólo fuera por la jocosa respuesta que a dicho paseíllo dieron los medios británicos, la semana, sí, mereció mucho la pena. La semana perteneció, informativamente hablando, a este tipo que se estrena en su ronda de visitas europeas de la siguiente manera: “Soy el ministro de finanzas de un país en bancarrota”. Pero Varoufakis no sólo reinó en los países del norte por lo que dijo sino por cómo se presentó para defender el fin de la humillación y del ahogo a su país. Todos los medios comenzaron la crónica de la visita describiendo esa poderosa presencia que sacudió por un día los cimientos del rígido protocolo británico. No hubo columnista que no comenzara destacando que el griego se presentó descorbatado, con una camisa azul azafata por fuera de los pantalones y con los dos últimos botones desabrochados, unas botas imponentes, jeans negros y un abrigo de cuero que causó tanta sensación como la falta de corbata. Simon Jenkins en The Guardian escribió que “se presentó vestido como iría Putin a una cacería de osos”, y varios hubo que le compararon con alguna estrella del rock en su espléndida madurez. Todo esto dicho sin acritud porque lo que se desprendía de las crónicas periodísticas era una incontenida simpatía por el personaje, que con su aspecto lanzó los primeros mensajes de la jornada: no pertenezco a vuestro club ni voy a cambiar mis hábitos para ser aceptado. Y se obró el milagro. Varoufakis se metió en el bote a la prensa, que defendió el aire fresco que había supuesto una presencia más cercana a la realidad del pueblo de lo que puede estar cualquier político inglés. ¿Es esto el célebre populismo o estamos verdaderamente ante el nuevo estilo de una nueva clase política? No es el ministro de Finanzas griego un hombre de poco mundo, al contrario, su imagen responde a la de un individuo de 53 años con una biografía tan rica profesionalmente como azarosa en su vida privada. Ha vivido en el Reino Unido, en Australia y, antes de incorporarse al proyecto de Syriza, en los Estados Unidos, donde fue profesor de economía en la universidad de Texas. Si no ha vestido corbata y traje no ha sido por falta de familiaridad con el protocolo establecido sino por un deseo consciente de aparecer tal cual se presenta en su país, en el que luce en muchas ocasiones camisas estampadas que le dan un aire de naviero bohemio. Cierto es que el físico de los griegos tiene algo de alarmante. Rasgos tremendos, ojos almendrados y de mirada directa, cráneos privilegiados (hablo en sentido estético). Cada cabeza es una escultura y la de Varoufakis, que no podía ser menos, parece que fue esculpida hace siglos, y aunque cuando está serio presenta una cualidad marmórea que intimida, al sonreír


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