Nuestros antepasados los iberos

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1 Nuestros antepasados los Íberos Introducción. En este nuevo proyecto de revista digital del I.E.S “Felipe de Borbón” de Ceutí, desde nuestro rinconcito en el Departamento de Ciencias Sociales intentaremos descubrir, a través de un paseo por la historia y la arqueología, dónde y cómo desarrollaron su existencia las gentes de una de las culturas prerromanas que dio nombre a la península más occidental del continente europeo. Nos referimos ¡cómo no! a la cultura Ibérica, a los íberos, pobladores que vivieron a lo largo del litoral mediterráneo, desde la desembocadura del río Ródano hasta Andalucía. Hemos dicho cultura, porque de eso se trató: de una serie de creencias y formas de vida que unieron a un conjunto de pueblos por lazos lingüísticos, religiosos y demás intereses en común, siendo, al parecer los griegos, quienes primero utilizaron el vocablo íbero para referirse a aquellos. La Península antes de la llegada de los romanos. A comienzos del Ier milenio a.C. la península Ibérica presentaba una gran diversidad de pueblos de muy diversa raíz cultural y étnica. Esta situación fue producto de un proceso de formación milenario, que incluyó la llegada sucesiva de nuevos contingentes de población de origen indoeuropeas, que por los Pirineos llegaron al valle del Ebro y a la Meseta después del año 1000 a.C. Éstos a su vez, formaron uno de los elementos más homogéneos: los celtas, que conocedores de la metalurgia del hierro se establecieron diseminados en tres áreas de la Península: los meseteños apostados en Soria y el Bajo Aragón, los de la conocida como cultura de los campos de urnas catalanas y los de la las citanias y castros galaicos. Otros de los pueblos establecidos en la Península fueron los Tartessos, asentados en el sur de Andalucía. A éstos hay que sumar a partir del siglo VI a. C. los colonizadores griegos de Focea y fenicios de Asia Menor. En este conjunto heterogéneo de pueblos, destacaremos por último, la presencia de los íberos, objeto de nuestro trabajo. La existencia de los pueblos anteriormente señalados, queda constatada en un buen número de fuentes grecorromanas. “Noticias” referidas a nuestra Península ya aparecen en la Asiria de la época del rey Sargón de Acad hacia el 2300 a. C. en una tablilla que se referirse “a las tierras de más allá del mar Superior (Mediterráneo)… y los países desde el nacimiento del sol hasta su ocaso”.También son célebres la citas bíblicas referidas al rey Salomón y de Iram de Tiro (ambos del 900 a. C.) cuando hablan del lejano reino de Tarschisch, identificado con Tartessos. Homero y Hesiodo (finales del siglo VIII a.C.) en la Grecia arcaica recogen leyendas y mitos referidos al “Extremo Occidente” y a las “Hespérides”. Heródoto y Estesicoro (480-430 a.C.) nos dan a conocer el mito del fabuloso rey Gerión, rey del país de Tartessos de donde Hércules sacó las vacas rojas: Cuenta que era famoso por sus riquezas. También Herodoto nos relata la historia del fabuloso rey Argantonio de Tartessos, que tras recibir al marino Colaio se comprometió con los griegos focenses a ayudarles en su


2 guerra contra los persas y a admitirlos en su reino si eran vencidos. De Argantonio dice que vivió la extraordinaria cifra de ciento veinte años y reinó ochenta. Pero quizá sea Rufo Festo Avieno la fuente más importante por su extensión y los detalles que aporta sobre un viaje marítimo de algún griego o fenicio y que conocemos como la “Oda Marítima”. El autor, demostrando gran dominio en el conocimiento de las costas, nos describe buena parte de las relaciones comerciales del estaño entre Tartessos y las Oestrimnidas (península de Bretaña), la isla de Hierne (Irlanda) y la de Albión (Gran Bretaña), así como las ciudades y gentes del recorrido: Cádiz, y enclaves de la Baja Andalucía hasta Mastia (Cartagena) y de allí hasta Massilia (Marsella) pasando por Hemeroscopion, Sicana, Ilerda, el delta del Ebro, Pirineos, etc… . En general habla de los pueblos íberos, a los que define como “rudos y expertos cazadores”. Otros relatos de este tipo, pero no tan bien conservados, son los de Hannon e Himilcon, que relatan viajes desde Cádiz, por la costa atlántica, hasta Guinea por el Sur, y hasta las islas Casitérides. Son muchos los autores griegos que citan a los pueblos que habitaban en la región de las “Columnas de Hércules” (Estrecho de Gibraltar) como Platón que habla de los íberos como grandes bebedores o Éforo que cita a Emporion (Ampurias) y Rhodes (Rosas) en la Costa Brava. En el año 348 a.C. Polibio, historiador griego que estuvo en Hispania con Escipión, también habla sobre el país, refiriéndose a sus hombres, costumbres, etc… Estrabón, el gran geógrafo griego, dedicó el libro III de su famosa Geografía, a Hispania, proporcionando datos muy reveladores sobre el estado etnográfico y territorial previos al proceso de la romanización. En otros autores, como Pompeyo Trogo, Pomponio Mela, Marcial y el romano Tito Libio, encontramos referencias a la Península en la Antigüedad. En general observamos como la península Ibérica ha sido referente para los más diversos autores que se han interesado por ella, desde los tiempos primitivos.


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Proceso de formación. ¿Quiénes fueron los íberos? La definición más comúnmente aceptada es aquella que se refiere a que “sobre sustrato autóctono del periodo del Bronce final se superpusieron influencias de tipo indoeuropeo, a las que se añadieron las colonizaciones de griegos y fenicios1”. Es decir, más que a un pueblo concreto, lo que se entiende hoy por íbero, hace referencia a un proceso de síntesis o encuentro cultural, entre un conjunto de poblaciones con caracteres semejantes, y que terminaría por expandirse por toda la franja peninsular mediterránea. Se la consideró plenamente formada a partir del siglo V a.C. y perduró hasta la romanización siglo II d.C. Ocuparon todo el Levante, valle del Ebro, Cataluña y el sur de Francia. Entre las tribus más importantes podemos destacar a los sordones del Rosellón, los indiketes del Ampurdán; los laietanos del llano de Barcelona, el Vallés y el Maresme; los ilergetas que se adentraron en el valle del Ebro; los iacetanos del Pirineo aragonés; los edetanos y contestanos de la costa valenciana; y los más meridionales que se adentraron en Andalucía, mastienos, bastetanos y turdetanos. Dentro de su unidad fundamental se han considerado tres etapas2: 1) Una primera etapa de formación o ibérico antiguo, bastante desconocida, que podemos centrarla alrededor del siglo VI a. C. Es coetánea con el mundo tartésico. 2) Una segunda denominada etapa plena a partir del siglo V. a.C. A esta corresponderían los grandes poblados como el Cigarralero de Mula o las esculturas como las damas de Elche y Baza. 3) Una tercera etapa de ibérico tardío o ibero-romano, alrededor del siglo II d.C. momentos en los que poco a poco fueron asimilados por las formas de vida romanas. La organización político-social. Una de las principales características de estos pueblos según Estrabón fue la falta de cohesión y unidad política. Aún así, la unidad político social más fuerte y permanente, parece ser que fue la que se englobó bajo el concepto de “ciudad” (oppidum), que consistía en un poblado fortificado, con un territorio y campos de cultivo y ganado que dependían de él y, cuya ubicación venía dada por razones estratégicas o defensivas, a la entrada de un valle o dominando un llano. Estas ciudades a veces se agrupaban en torno a una más importante que era el centro de todo un pueblo o tribu, caso del Tolmo de Minateda en Hellín (Albacete) que domina el paso natural entre el Sureste y la Meseta.

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GARCÍA BELLIDO, A.; Los íberos. Ed. Ayma B. Madrid, 1976. ARRIBAS, A.; Los íberos. Barcelona, 1965.


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La organización política de las ciudades se basaba en un rey o jefe militar (regulo), que actuaba ayudado por un grupo, al que en general estaba unido por lazos familiares. Es probable que fuese una sociedad estratificada, con una “aristocracia” o clase dominante de la que sobresaldría el rey (regulo). En algunas ciudades, los textos nos hablan de senados, al parecer formados por ancianos y que tenían una función consultiva y de asesoramiento al regulo. Estos poblados fortificados, como hemos visto, se situaban en una colina, estaban rodeados por una muralla con zócalo de piedra y parte superior de adobe, desde allí vigilaban los campos circundantes. Tenían una estructura urbanística bastante simple: irregular, de calles estrechas y sin un orden preestablecido; las casas, bastante uniformes, aprovechaban las curvas de nivel del terreno, generalmente en las solanas; eran de planta cuadrada, con pocas habitaciones (de una a tres) zócalo de piedra, paredes de adobe, techo de paja a una vertiente, vigas de madera, suelo de tierra aprisionada y con un hogar en el centro de una de las habitaciones3.

Su célula social básica fue la familia, al parecer monógama, hecho que se ha supuesto por el tamaño y la disposición de las viviendas, siendo la mujer una pieza clave de la vida familiar. Los íberos, como pueblos guerreros, nos han dejado una importante representación de su armamento y modos de guerrear. El arma más representativa era la falcata o espada de hoja curva con un solo filo, con la 3

RUÍZ, A.; MOLINOS, M.; Los íberos. Análisis arqueológico de un proceso histórico. Ed. Crítica. Barcelona, 1993.


5 punta aguda y fundida en hierro. La empuñadura, a veces, estaba decorada con incisiones y damasquinados, con forma animal: ave o caballo. En cuanto a su origen no está claro. Para unos puede proceder de la machaira griega; para otros puede ser de origen celta, por su parecido con ciertos cuchillos con esta procedencia, de hoja corta y empuñadura parecida a la falcata; y para otros pueden se autóctonas y proceder de unos cuchillos de finales de la edad del Bronce. En cuanto a las armas arrojadizas, las que popularmente conocemos como lanzas o jabalinas, destacaron el pilum y el soliferrum. La primera se componía de una punta de lanza de hierro, terminada en sección cuadrada en la que se engastaba un asta de madera. La segunda era también de hierro acababa en forma de dardo. Utilizaban como protección cascos y escudos que eran de bronce. Los primeros podían ser sencillos o con una cimera en la parte superior y los segundos redondos. De todos estos elementos guerreros han aparecido gran cantidad en las necrópolis del Cigarralejo en Mula y en Cabecico del Tesoro en Murcia. Los guerreros solía alistarse como mercenarios al servicio de griegos, cartagineses o romanos4.

La vida económica. La agricultura y la ganadería fueron sus fuentes principales de subsistencia. Así, los cultivos de cereales, la vid y el olivo (trilogía mediterránea) y también los higos, son una constante en las fuentes grecorromanos. La viña y el olivo parece que fueron introducidos por los griegos, no ahorrando los documentos de la época en elogios sobre la calidad de sus vinos. El esparto fue una de las plantas textiles más cultivadas, con él se fabricaban calzados, serones, cuerdas, etc. Las tierras eran trabajadas con útiles de hierro dentro de una amplia colección de instrumental agrícola, especialmente el arado ya desde el siglo IV a.C. De todas formas existían grandes extensiones boscosas, de matorral y estepa. Las tierras eran trabajadas por hombres libres o semilibres, existiendo la pequeña, mediana y gran propiedad a juzgar por los ajuares de los enterramientos, aunque las diferencias sociales no debieron ser muy marcadas5. 4 5

ARRIBAS, A.; Íbidem. GARCÍA BELLIDO, A. La cerámica ibérica. Madrid, 1969.


6 La ganadería constituyó otro soporte fundamental de la economía ibérica. Se practicó la estabulación y la trashumancia, encontrándose documentada la existencia rebaños de cabras, ovejas, cerdos, toros, burros, mulos y caballos. Este último era el animal más admirado en la Península, cazándose en estado salvaje en los bosques del interior, quedando atestiguada esta práctica, por los efectivos de la caballería ibérica que formaron parte de la cartaginesa y romana, siendo así mismo frecuentes las representaciones de jinetes en el arte y en las monedas. La caza de cerdos salvajes y jabalíes fue muy practicada, del mismo modo que la cría, como elementos básicos de subsistencia. La pesca fue variada y abundante dando lugar a una poderosa industria de salazones. Entre la fauna marina destacaban los escombros, atunes, doradas, ostras, pulpos, calamares, etc… La minería debió de ser otro de los puntales de la economía de estas gentes, destacando las extracciones de cobre, plomo, plata y estaño. A modo de ejemplo, citaremos lo que Estrabón nos dice (no sin antes subrayar la más que probable exageración del autor) que en las minas de plata que Aníbal explotaba en Cartago Nova, trabajaban 40.000 indígenas, y un solo pozo suministraba más de trescientas libras diarias de este metal. El comercio fue muy activo con fenicios, griegos y cartagineses. Exportaron minerales, esparto trabajado o crudo, etc… según nos relatan Estrabón y Plinio e, importaron objetos suntuarios y cerámicas. De estas últimas, han aparecido grandes cantidades griegas, etruscas e, incluso egipcias en santuarios y necrópolis. La vida religiosa y las creencias. ¿Cómo era su religión? ¿Cuáles eran sus creencias? ¿Cómo representaban a sus deidades? El creciente interés sobre las religiones de los pueblos primitivos peninsulares, ha permitido superar el estadio de mera conjetura. Ello junto con las noticias que recogen los autores clásicos como Avieno en su Periplo, sobre testimonios de cultos astrales, solares y lunares y numerosos emblemas de lunas y estrellas en lápidas y monedas nos lo atestiguan. Los cultos al toro, exponente de fuerza; a la paloma, relacionado con la diosa Madre de la fecundidad; al pájaro, representado por oferentes, nos llevan a la misma conclusión. Conocemos varias representaciones de diosas y dioses del Olimpo ibérico relacionados con dioses griegos y orientales como Astarté-Venus, Kronos-Moloch, Démeter, Zeus, Kronos –Saturno, Pothnio-Theron y PothniaHyppon,etc… que han aparecido en terracota, escultura, orfebrería y pintura. Esto y los relatos que nos han dejado los viajeros griegos y romanos atestiguan que eran politeístas y que adoraban a fenómenos de la Naturaleza, muchos de ellos relacionados con ritos y cultos relativos a la fecundidad y a la vida de ultratumba como las damas de Elche, Baza, que actuaban a modo de


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guardianas de tumbas6. Estos pueblos incineraban a sus difuntos y, en el caso de los guerreros, se ha comprobado en algunos casos, que eran enterrados con todo su ajuar y panoplia. Las armas eran retorcidas antes de enterrarlas y así han aparecido las falcatas, soliferras, etc… para evitar la reutilización o la profanación. Las cenizas las depositaban en urnas y estas en necrópolis cerca de los poblados7, donde incluso se han llegado a encontrar monumentos funerarios como en el Cigarralero en Mula (Murcia). Las mismas fuentes grecorromanas antes vistas, nos relatan que entre sus ritos funerarios estaban las danzas, desfiles, procesiones y combates militares (Estrabón, III.). Existían santuarios cercanos a las ciudades en los que en sus alrededores han aparecido gran cantidad de exvotos en bronce, terracota o piedra. Estos exvotos pueden ser representaciones de cuerpo entero o de diversas partes del cuerpo humano. Santuarios importantes fueron los del Llano de la Consolación en Albacete, el de la Encarnación en Caravaca, el Santuario de la Luz del Verdolay en Murcia o el del Cigarralero en Mula este último bajo la advocación de la diosa Pothnia-Theron. Manifestaciones artísticas. Para el profesor García Bellido los orígenes del arte ibérico pueden fecharse en los alrededores del siglo V a.C. gracias a la evidencia aportada por

varias necrópolis8.

Comenzaremos por la escultura de la que el citado profesor García Bellido ha dicho que “la impresión de arcaísmo que produce la escultura ibérica es muy acentuada”. Y en efecto, todas las figuras aparecen en su aspecto frontal, están faltas de animación y son rígidamente convencionales, con una influencia de la escultura griega arcaica muy acentuada. Hay representaciones 6

TARRADELL, M.; y MANGAS, J.; Primeras culturas. RBA. Barcelona, 2006. ARRIBAS, A., Íbidem. 8 GARCÍA BELLIDO, A.; "El arte ibérico" en Ars Hispaniae, vol. 1. Madrid, 1947. 7


8 humanas, zoomorfas y los ya citados exvotos. Entre las figuras humanas destaca la obra de arte de la escultura ibérica conocida como la Dama de Elche, de elegantes rasgos faciales, expresión abstraída y rasgos faciales. En ella se conjugan la belleza clásica de herencia griega y la riqueza de sus vestidos y adornos. Otras esculturas de este tipo son la Dama Sentada del Verdolay, la Dama oferente, etc… En cuanto a las representaciones

zoomórficas destaca la Bicha de Balazote, ésta manifestación escultórica posee cuerpo de toro sentado y cabeza masculina barbuda. Entre los exvotos que han aparecido en los santuarios

destacan los del Cigarralero (Mula), esculpidos en arenisca y caliza blanca, inspirados en originales griegos. Son realistas y preocupados por dar la impresión de movimiento. Representaciones humanas importantes son los relieves, como los de Osuna, de una labra muy fina, aunque falto de proporciones. Otro tipo de escultura es la “arquitectónica”, que formó parte de la decoración de monumentos esculpidos en capiteles, zapatas, fustes, dinteles y jambas. La gran mayoría son pertenecientes al estilo jónico, como es el caso de las jambas del Cigarralero de fecha anterior al siglo


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IV a.C. La cerámica9 ha sido el caballo de batalla de las discusiones acerca del origen y cronología de los pueblos ibéricos. En efecto las vasijas ibéricas aparecen relacionadas con cerámicas importadas, desde los vasos griegos a partir del siglo VI a.C., hasta la cerámica romana de después del siglo I d. C. La gran mayoría con la técnica del “barniz rojo” y otra con inscripciones como

los vasos de collar del Cigarralero. Las vasijas son de arcillas claras, amarillentas, y rosadas, de texturas porosas y, a veces, de paredes muy finas; todas están elaboradas a torno. Sus formas, imitando al arte griego o cartaginés, son, en cierto modo, muy interesantes. Existen diversos tipos como son el “kalathos” o sombrero de copa

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GARCÍA BELLIDO, A.; La cerámica ibérica. Madrid, 1952.


10 (vaso de Archena), el “oinochoe” de base plana y cuerpo cilíndrico, el cuenco

de pie bajo, el “skyphos” y otras muchas más. La particularidad de la cerámica ibérica consiste en su decoración pintada con óxidos de hierro o manganeso que, sobre fondo liso o cubierto con una capa de engobe claro o de pintura blanca, tomaba un color rojo vinoso. Aunque lo que característico es la riqueza y variedad de los temas decorativos: bandas y líneas, metopas, semicírculos y cuartos de círculo concéntrico, rombos, aves y peces muy estilizados, decoración vegetal y decoración humana. En nuestra región son característicos los temas relacionados con decoración geométrica, floral y de animales estilizados. También aparecen las figuras humanas formando escenas o guerreando, como el vaso de los Guerreros del Verdolay. Joyería. Este tipo de expresión artística está emparentada con los tesoros hallados en la zona tartésica Carambolo, Carmona (Sevilla) y sus temas y formas proceden de tradición oriental, aunque la habilidad de los joyeros íberos consistió en amalgamar las corrientes orientales y las célticas en una síntesis bastante personal10. De todas formas la zona levantina apenas presenta alguna pieza aislada con un fuerte influjo grieta de go pero con motivos ibéricos. Es el caso de la diadema de Jávea, los brazaletes de Cheste del s. III a. C. (ambos en Valencia). En la zona del Ebro aparece en Tivias una phiale con escenas religiosas, un lote de vasos de plata, pendientes en espiral o el collar de la Valleta del Valeroso de Serós en Lérida con una cabeza de león trabajada a buril del siglo II a. C. La lengua y la escritura ibéricas. La lengua íbera fue hablada en época pre-romana y sólo se conoce su existencia a través de inscripciones, ninguna anterior al siglo V a. C., por lo tanto, su comienzo es muy oscuro no habiéndose encontrado signos pictográficos ni escritura jeroglífica. Muy pocas inscripciones han sido interpretadas. Se conocen dos áreas de difusión: las meridionales y las orientales, especialmente en el área del río Ebro, como es el plomo hallado en Ullastret (Gerona) fechado en el s. IV a.C. 10

ALMAGRO GORBEA, Mª J.; “Orígenes y desarrollo de la orfebrería ibérica. Estudio y paralelos en las Damas de Baza y Elche” en, Anales de Prehistoria y Arqueología, 5-6, 1989-1990. Universidad de Murcia. 1990.


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El sistema de escritura es mixto (silábico y alfabético). Según los estudios clásicos de García Moreno sobre la escritura y lengua ibérica, cabe decir que el sentido de la escritura es de izquierda a derecha, aunque ocasionalmente puede aparecer de derecha a izquierda. Generalmente utiliza 28 signos, no así la del Zigarralejo que utiliza 16 signos griegos menos la épsilon, la erre y la ese que utilizan tipos gráficos diferentes para cada una de ellas. Consta de dos estilos: el meridional (tartésico) y el septentrional. Las inscripciones en ambos sistemas de escritura están grabadas sobre piedra, en monumentos, o en bronce y plata, también pintadas en barro o en paredes. Los orígenes, como la lengua, son muy oscuros; para unos son diferentes y para otros proceden del mismo sistema. Así la escritura tartésica puede ser variante de la líbica y es consonántica; no así la ibérica que para unos derivaría del fenicio o púnico, incluso para A. Evans procedería del griego cretense; y para otros sería una creación autóctona. De todas formas será muy difícil encontrar sus orígenes hasta no saber de donde procedía la lengua íbera. Los testimonios más importantes encontrados son: -

El plomo de Alcoy del s. IV a. C. El plomo de Pujol en Castellón. El plomo de Ullastret en Gerona del s. IV a.C. El plomo del Cigarralero. El bronce de Cotorrita (Zaragoza) del s. I a.C. Estela de santa Perpetua de Moguda.


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Bibliografía: ALMAGRO GORBEA, Mª J.; “Orígenes y desarrollo de la orfebrería ibérica. Estudio y paralelos en las Damas de Baza y Elche” en, Anales de Prehistoria y Arqueología, 5-6, 1989-1990. Universidad de Murcia. 1990. ARRIBAS, A.; Los íberos. Barcelona, 1965. GARCÍA BELLIDO, A. La cerámica ibérica. Madrid, 1969. GARCÍA BELLIDO, A.; "El arte ibérico" en Ars Hispaniae, vol. 1. Madrid, 1947. GARCÍA BELLIDO, A.; Los íberos. Ed. Ayma B. Madrid, 1976. RUÍZ, A.; MOLINOS, M.; Los íberos. Análisis arqueológico de un proceso histórico. Ed. Crítica. Barcelona, 1993. TARRADELL, M.; y MANGAS, J.; Primeras culturas. RBA. Barcelona, 2006.


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