Estrategia para el manejo de anfibios sujetos a uso en México Romel René Calderón-Mandujano
Referirse a los anfibios de México implica hablar de uno de los grupos de fauna más diversos del país. México ocupa el cuarto lugar a nivel mundial en cuanto a la diversidad de este grupo con 361 especies (Flores-Villela y Canseco-Márquez, 2004), con un alto grado de endemismo de esas especies (más de la mitad se encuentran solamente en México). Es un grupo muy diverso, tanto en sus hábitos como en sus formas y se caracteriza, en la mayoría de las especies, por presentar dos etapas durante su desarrollo, una etapa acuática (los conocidos renacuajos, cabezones o gusarapos) y otra etapa terrestre (ranas, sapos, salamandras, cecilias), (Duellman y Trueb, 1986). Sus orígenes se remontan a más de 370 millones de años; a lo largo de ese tiempo, se han venido diversificando tan ampliamente que resulta difícil agruparlos para su descripción como un solo grupo. Los anfibios se encuentran ampliamente distribuidos y se han adaptado a los diferentes ambientes o biomas de todo el mundo a pesar de su dependencia del agua. Al igual que otros grupos biológicos, los anfibios presentan una mayor diversidad en los trópicos, la cual va disminuyendo hacia latitudes mayores. Han desarrollado estructuras morfológicas y mecanismos fisiológicos que les permiten habitar desde la Tundra en el Ártico hasta los desiertos más secos (Duellman y Trueb, 1986). Se caracterizan, en general, por presentar una piel delgada y frágil cubierta de glándulas dérmicas que adicionalmente les sirve para complementar
o realizar intercambio de gases con el medio (es decir, respirar). El tamaño de los anfibios varía desde algunos milímetros hasta varios centímetros y, en algunos pocos casos, superan el metro. Su alimentación se basa principalmente en invertebrados, aunque se sabe que algunos sapos o cecilias grandes pueden ingerir pequeños roedores o lagartijas (Lee, 1996). Debido a que los anfibios no beben agua en situaciones naturales, sino que la toman del medio ya sea por la piel o por los alimentos, el medio en el que se encuentran tiene que proveerles la humedad suficiente para realizar sus funciones, una vez que están en tierra. Las modificaciones para almacenar agua son varias y van desde el almacenamiento en los sacos urinarios o linfáticos, hasta el desarrollo de estrategias de estiaje, que implican quedar envueltos en sustancias gelatinosas secretadas por ellos mismos para evitar la pérdida de agua en la temporada de secas, en la cual suelen quedarse bajo tierra (Lee, 1996). Las formas, tamaños y colores varían dependiendo del entorno en el que hayan evolucionado. Las especies arborícolas han desarrollado colores crípticos que les permiten esconderse de sus depredadores. Éstas han desarrollado también discos adhesivos que les ayudan a trepar por diferentes sustratos y, en algunos casos, estructuras corporales extremas como las membranas interdigitales ensanchadas de las ranas “voladoras” de Asia (Género Rhacophorus), que les permiten el planeo entre árboles.
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