Marandu de la Patria
“Mariano Moreno” Semanario de efemérides
Posadas, Misiones, Argentina Año I - Nº 4 Abril 2011
LO IMPORTANTE DESTACADO DE LA SEMANA!
La muerte de
Juan Moreira
Batalla de San José Artigas en la Lucha de la Emancipación
PERSONALIDADES Tomas Craig Un irlandes argentino Prudencio Ortiz de Rosas
El Nacimiento del Teatro Nacional
“El Hermano” José Montes de Oca “Un niño valiente”
Resumen Nacimiento del general Antonio Donovan Atkins (1849). Nacimiento del subteniente abanderado Mariano Grandoli (1849). Fallecimiento del coronel Juan Antonio Garretón (1867). Fallecimiento del coronel Marcos Antonio Figueroa (1833). Día del Animal Fallecimiento del coronel José Montes de Oca (1852). Muerte de Juan Moreira (1874).
ESCUELA DE GOBIERNO NÉSTOR KIRCHNER www.encuentroamericano.com.ar Fuente: Revisionistas.com
25 de Abril
Batalla de San José
Batalla de San José – 25 de abril de 1811
El 25 de Mayo de 1810 el Cabildo Abierto en la ciudad de Buenos Aires decidió que el Consejo de Regencia gaditano no tenía facultades para gobernar América en ausencia del prisionero Fernando VII. Como consecuencia destituyó al Virrey del Río de la Plata Baltasar Hidalgo de Cisneros y en su lugar se constituyó la “Junta Provisoria gubernativa conservadora de los Derechos del Fernando VII”. No todos los territorios del Virreinato aceptaron esta decisión; entre ellos la Gobernación de Paraguay, el Alto Perú (hoy Bolivia) y la ciudad de Montevideo. En ésta última pesó la opinión pro Regencia, lo que constituyó un problema para el gobierno de Buenos Aires en razón de que allí se asentaba la principal guarnición del territorio y era sede del Apostadero de la Real Armada; y dada su posición geográfica se hallaba en condiciones de bloquear por río y mar a la capital. Pese a todo, las hostilidades no se iniciaron, puesto que la Junta de Buenos Aires inició campañas militares contra otras zonas rebeldes. Mientras tanto la Regencia designó para tomar posesión del Virreinato a Francisco Javier Elío (31 de Agosto de 1810), quien recibió órdenes de embarcarse para el Plata en Alicante, por hallarse Cádiz presa de una epidemia de fiebre amarilla. Embarcó en la fragata “Ifigenia”, acompañado de su ayudante Joaquín Gayón y Bustamante, y de un piquete del Regimiento de Voluntarios de Madrid, llegando a Montevideo el 12 de Enero de 1811. El 3 de Febrero, entre otras cosas, dispuso que el piquete de los Voluntarios de Madrid desembarcase y se constituyese en el plantel de una fuerza más numerosa que iba a ser reclutada localmente. A fines de Febrero se produjo en la campaña de la Banda Oriental, territorio bajo la autoridad del Virrey (hoy República Oriental del Uruguay), un levantamiento de carácter juntista, promovido desde Buenos Aires. A poco de esto la vanguardia de las tropas de la Junta cruzó el río Uruguay bajo el mando del Teniente Coronel José Artigas. Éste había sido comisionado para sublevar la campaña y los pueblos del interior contra la autoridad virreinal; operación que tuvo éxito desde que era un personaje de mucho relieve y prestigio en el territorio oriental.
Las milicias así convocadas fueron convergiendo hacia los lugares donde aun se mantenía la autoridad del Virrey, teniendo como último objetivo la toma de la ciudad fortificada de Montevideo. En estos momentos es que Elío dispuso la salida de fuerzas que ocupasen las poblaciones más cercanas a la ciudad. Una de ellas fue la villa de San José de Mayo, hacia donde marcharon –entre otras fuerzas los soldados del Voluntarios de Madrid. El 24 de Abril de 1811, Venancio Benavides, jefe de fuerzas juntistas, se aproximó con sus fuerzas a la población de San José, cuya pequeña guarnición se hallaba comandada por Joaquín Gayón quien, intimado a rendirse o plegarse a los atacantes contestó que “… no rendiré las armas que tengo el honor de mandar, hasta que la suerte me obligue a ello”. El ataque no lo realizó Benavides ese mismo día por estar ya anocheciendo y haber llegado un pequeño refuerzo a la guarnición. El mismo se efectuó la mañana del día siguiente, comenzando a las ocho de la mañana y finalizando al mediodía. Según el parte del jefe vencedor, la acción realmente decisiva duró ocho minutos, resolviéndose todo en un ataque a la bayoneta. De hecho las bajas fueron muy escasas: 3 muertos y diez heridos de los defensores y 9 heridos de los atacantes. En el combate cae herido de muerte el capitán Manuel Antonio Artigas, primo de José Gervasio de Artigas. El botín de guerra consistió en armamento, especialmente unos cañones de a 4 libras y otro de a 24, aunque por la descripción hecha de éste último en realidad parece que se trataba de una carronada de marina. Pese a todo, a las pocas horas de haberse tomado la población, se aproximaron fuerzas provenientes de Montevideo comandadas por un tal Bustamante. Las fuerzas que habían ocupado San José, salieron a atacarles a distancia de, aproximadamente, una legua; pero las tropas voluntarias de caballería se les dispersó al enfrentarse con una tropa formada en cuadra y con, por lo menos, una pieza de artillería. El sargento Esteban Rodríguez, que formaba en las fuerzas montevideanas establece en su “diario” que ellos no pasaban de 60 hombres mientras que los enemigos eran alrededor de 600. Cifras que parecen ser exageradas ambas la primera en menos y la segunda en más. Marchando lentamente y haciendo fuego terminaron los atacantes por recuperar la población de San José, que Benavides había abandonado para continuar la campaña. Ante estos acontecimientos Venancio Benavides volvió con sus fuerzas, logrando el día 26 reocupar el lugar, haciendo prisioneros a las segundas fuerzas provenientes de Montevideo. Fuente: Voluntarios de Madrid en Montevideo – Antonio Alvarez, Montevideo (Uruguay)
26 de Abril
Antonio Donovan
General Antonio Donovan (18491897)
Antonio Donovan nació en Buenos Aires, el 26 de abril de 1849, siendo sus padres el Doctor Cornelius Donovan Crowley y Doña Mary Atkins Brown. (Sus nombres en español pasarían a ser Cornelio y María). El 5 de abril de 1863 se incorporó como cadete a la 2ª. Compañía del Batallón 2º de Infantería, voluntariamente, sin presentar el consentimiento escrito de su señora madre, por haber fallecido su progenitor. Como la familia se oponía a que sirviera en el ejército de tan corta edad, el Ministro de Guerra y Marina, General Gelly y Obes, decretó su baja por aquella causa el 4 de junio de 1864. Tenaz en su empeño, Donovan obtuvo el consentimiento materno el 11 del mismo mes de junio; presentando entonces su solicitud para ingresar al arma de artillería; Siendo admitido el 2 de julio de 1864 en clase de aspirante en la 1ª compañía del 3er. Escuadrón del Regimiento de Artillería Ligera. En el mes de agosto de 1864 pasó a prestar servicios a Martín García, con su cuerpo y promovido a portaestandarte, el 4 de octubre del mismo año, regresó a la ciudad de Buenos Aires. Se halló en la toma de Corrientes, el 25 de mayo de 1865. En junio de 1865 se incorporó con su regimiento a las fuerzas en campaña en el campamento del Ayuí, y formando parte de la vanguardia, se halló en la batalla del Yatay, el 17 de agosto de aquel año, por lo que recibió la medalla de plata acordada por el Gobierno Oriental, el día 30 del mes siguiente. Asistió al sitio y rendición de Uruguayana, el 18 de septiembre de igual año, por lo que se le acordó la medalla de plata otorgada por el emperador Pedro II el día 20 del mismo mes. Acampó en las Ensenaditas de enero a abril de 1866, participando en el pasaje del río Paraná en “Paso de la Patria”, el 16 de este mes y en la toma de las fortificaciones de Itapirú, al día siguiente.
Se encontró en las siguientes acciones de guerra que fueron consecuencia inmediata de la penetración en territorio paraguayo: sorpresa del Estero Bellaco, el 2 de mayo; encuentros por la posesión del mismo Estero, el día 20 de igual mes; sangrienta batalla de Tuyu ti, el 24 del mes de referencia, por la que recibió los cordones de plata acordados por el Congreso Nacional; Combates de YataytíCorá, Boquerón y Sauce, los días 10,11,16, 17 y 18 de julio de 1866; violento asalto a las fortificaciones de Curupaytí, el 22 de septiembre del 1866, por el que recibió el escudo de plata otorgado por Ley Nacional. Ascendió a Alférez de compañía el 8 de octubre de 1866 y con fecha 18 de diciembre de igual año pasó a formar parte del Batallón “Legión Militar”, cuerpo en el cual fue promovido a Teniente 2º, el 24 de mayo de 1867. Con fecha 31 de octubre de ese mismo año se le concedió la baja y absoluta separación del ejército. Se encontró en el combate de Tuyutí, el 3 de noviembre de 1867, en la acción de YataytíCorá, en la campaña de TuyúCué, en el sitio de Humaitá, en la campaña de Azúcar y en la batalla del Paso Hondo. El 30 de junio de 1868 fue dado de alta en el Batallón 2º de Línea, con anterioridad de 10 de mayo del mismo, cuerpo que se hallaba en Corrientes en al fecha en que Donovan se incorporó en clase de Capitán Agregado, formando parte del Cuerpo de Ejército que, a las órdenes del General Emilio Mitre, marchó desde el Paraguay a aquella Provincia, a sofocar la rebelión del General Nicanor Cáceres, levantado en armas contra los poderes constituidos. Dominada la revuelta, el 2º de Línea marchó a Córdoba en enero de 1869, donde permaneció de guarnición. El 1º de mayo del mismo año se dispuso que el Capitán Donovan fuese dado de alta nuevamente en el Batallón “Legión Militar “, cuerpo que se hallaba aún en operaciones en los esteros del Paraguay. Siguiendo el curso de la campaña estuvo acampado de mayo a agosto, en GuazúVirá; septiembre, en Caraguatay; de octubre a enero de 1870, en Patiño Cué; entrando en este último mes en la ciudad de Asunción. El 24 de diciembre de 1869, Donovan que mandaba la 6ª compañía del Batallón “Legión Militar”, bajó con licencia a Buenos Aires. Promovido a Sargento Mayor graduado el 4 de abril de 1870, al estallar la rebelión de López Jordán en Entre Ríos, Donovan marchó inmediatamente a esta provincia en calidad de Ayudante del Coronel Luis María Campos, pero no habiendo hecho las comunicaciones pertinentes al batallón a que pertenecía, el Jefe de ésta reclamó y fue borrado de las listas de la “Legión Militar”. Donovan se halló con el Coronel Campos en la Batalla de Santa Rosa, contra las fuerzas Jordanistas, el 12 de octubre de 1870 y en otros encuentros menores; así como también en la batalla del “Yuquerí”, cuando después de derrotado en Ñaembé, el caudillo entrerriano volvió a invadir la provincia de su nacimiento, al frente de 8000 hombres. Al frente de las milicias del Azul, Alvear y Tapalqué, Donovan combatió contra los indios sublevados el 3 de mayo de 1871; acción en la que se tomaron más de 500 familias y se le mataron una buena cantidad de indios, entre ellos el Cacique Calfuquir, Capitanejos NahuelCil, Zavala y Crispín Muñoz, hijo del cacique Quipitur; teniendo varias bajas las fuerzas nacionales. Esta campaña que mandó en Jefe el Sargento Mayor
Donovan, tuvo lugar por la sublevación del Cacique Manuel Grande, en la Frontera del Oeste. El 2 de agosto de 1871 pasó a la Compañía Correccional de la Isla de Martín García, de donde pidió el 14 de abril de 1873 ser pasado a otro destino, pasando a la P.M.D. el 19 del mismo mes y año. El 10 de junio de igual año, por disposición del Ministro de Guerra, Coronel Gainza, pasó de 2º Jefe del Batallón 2º G.N.de Paraná; asistiendo a la segunda campaña de López Jordán. Se encontró en el sitio de Paraná, en 1875, contra los jordanistas, encontrándose en la batalla de Don Gonzalo, el 9 de diciembre de 1873. En el parte de Racedo sobre la actuación de la brigada a sus órdenes en la batalla de Don Gonzalo, elevado el 10 de diciembre de 1873, dice: “por orden expresa que recibí de vencer, como lo hice, el costado que me fue encomendado, mandé el Batallón 2º del Paraná a la izquierda, a las órdenes del Mayor Donovan, el cual obedeció y cumplió con bravura las órdenes que se le dieron. Mi brigada con sus fuegos ha conseguido derrotar completamente las fuerzas que a ella se le presentaron; ha hecho muchas bajas y tomado muchos prisioneros. Siendo esto lo ocurrido, sólo me falta recomendar el valor, entusiasmo y decisión de los jefes, oficiales y tropa, que componían la brigada a mis órdenes, etc.”. Donovan recibió la efectividad de sargento mayor el 9 de diciembre de 1873. Promovido a sargento mayor efectivo en octubre de 1873, Donovan junto con el sargento mayor Ernesto Rodríguez fue nombrado ayudante de campo del Ministro de Guerra, General Gainza, con fecha 1º de febrero de 1874, y el 19 de este mismo mes, pasó a desempeñar el cargo de Jefe del Depósito del Retiro. Al mando del 1er. Batallón del 3er. Regimiento de Guardia Nacional y formando parte del ejército del Coronel Julio Campos, hizo la campaña contra los revolucionarios de 1874, en la parte Sud de la Provincia de Buenos Aires. El 23 de febrero de 1875 fue nombrado 2º Jefe del Batallón 8º de Línea, destacado en Gualeguaychú, Entre Ríos, cuerpo en el cual ascendió a Teniente Coronel graduado en junio del mismo año, y con el que regresó a Buenos Aires en el mes de julio. El 1º de enero de 1876 pasó de guarnición al Azul y al mes siguiente a Olavarría, para pasar al Fuerte General Lavalle en el mes de marzo, y en mayo a Carhué, participando en el avance general de fronteras ordenado por el Ministro de Guerra, Doctor Adolfo Alsina. Recibió la efectividad de Teniente coronel en noviembre de 1876 y el 29 de enero del año siguiente se ponía en marcha a las 2 de la tarde para la extrema derecha de la línea, con el resto de su División, por haberse avistado algunos indios, con los que sostuvo violentos encuentros en diferentes oportunidades. De enero a mayo de 1877 permaneció destacado en Puán, y el 23 de junio del mismo año se dispuso que el Comandante Donovan sustituyese al de igual jerarquía, Eduardo G. Pico, en el Azul, como Comisario de Guerra, con mando Superior de las fuerzas asistentes en aquel punto y de la G.N. “ que haya de movilizarse”. Desde agosto de 1877 a febrero del 78, permaneció destacado en Olavaria, pasando en esta última fecha a Fuerte Argentino y el 16 de abril del mismo año mandaba la parte “Externa izquierda de la línea avanzada” de fronteras, sobre “Sauce Chico”. El 6 de agosto de 1876 libró un combate contra los indios que invadieron Olavaria en número de 1.600 lanzas, a las
órdenes de Namuncurá y Juan José Catriel; Con 35 Guardias Nacionales de Olavaria a las órdenes del Comandante Acosta, 5 soldados del Batallón Guardia Provincial al mando del capitán Daus, algunos vecinos del Azul y 21 infantes del 1º de Línea al mando del capitán López, Donovan atacó a los indios con tan escasas fuerzas y cuando el 8 de agosto se le incorporó una compañía del 6 de Línea, cuatro piezas de artillería y 56 reclutas a las ordenes del mayor Pablo Belisle, puso en completa retirada a la indiada invasora, rescatando alrededor de 50.000 cabezas de ganado vacuno. Por esta acción fue recomendado en términos conceptuosos por el Inspector General Luis María Campos, y el decreto del 17 de agosto de 1876 de Avellaneda, que se dio en la O.G. del Ejército, así lo reconocía. El Ministro Alsina por oficio del 19 de mayo de 1876 recomienda la bravura de Donovan en el rechazo de los indios el 14 de mayo. Fue también recomendado por el Coronel Maldonado y el Comandante Lavalle por su actuación en varios combates. Cuando el Coronel Maldonado batió los indios en 1876, en las “Horquetas del Sauce”, Donovan les salió a la cruzada con el 8 de Infantería –con el que operaba en La Pampa– y los derrotó completamente, tomándoles muchos prisioneros. El 14 de marzo de 1877 combate contra los indios en Fuerte General Lavalle; el 20 de mayo del mismo año, en Masallé; el 8 de agosto del mismo en Olavaria. Combate de Pigué, el 20 de abril de 1878; combate de las Mostazas, el 14 agosto de 1878, y tomó parte en la Gran Expedición al Desierto que dio por resultado el sometimiento de los indios de la tribu de Catriel. El 8 de agosto de 1876 ascendió a Teniente Coronel efectivo. Permaneció en la zona de operaciones hasta el mes de abril de 1879, en que bajó a Buenos Aires. Por su brillante comportación en el combate librado el 20 abril de 1877 en la Punta de la Sierra de Currumalán contra la indiada de Catriel, figuró en el parte de Maldonado. El 14 de junio de 1877 ascendió a Coronel graduado, y el 13 diciembre del mismo fue designado Miembro de la Comisión Inspectora del Colegio Militar. Con el 8º de Línea y como jefe de la 3ª Brigada, en la Chacarita, asistió a los combates de Puente Alsina y de los Corrales. Con fecha 9 de julio de igual año recibió la efectividad de Coronel. Desde septiembre de 1877 hasta abril 1878 fue destinado con el 8º de Infantería de Guarnición a Zárate, regresando después a Buenos Aires. El 9 de febrero de 1883 fue nombrado Jefe del Regimiento 1º de Infantería, y promovido a General de Brigada el 5 de agosto de 1886, pasó a revistar en “Lista de Oficiales Superiores” hasta el 15 de octubre de 1886, en que fue encargado accidentalmente del mando de la 1ª División de Ejército. En enero de 1887 Director del Parque de Artillería, y el 16 de mayo igual año, Jefe Interino de la 4ª División de Ejército, que se hallaba en el Chaco Austral, de cuyo territorio fue nombrado Jefe de E.M. de la 2ª Brigada de la 2ª División del 1er. Cuerpo (por situación de revista), permaneciendo en Resistencia, Chaco hasta diciembre de 1891, pasando a revistar el 1º de enero del año 1892 en la “Lista de Oficiales Superiores”, pero continuó revistando en la 2ª Brigada, 2ª División del 1er. Cuerpo, en el Chaco.
En febrero de 1894 fue designado Comandante de la Línea Militar de este Territorio, destino en el que permaneció hasta noviembre de 1895, en que regresó a Buenos Aires. Ostentó medalla por la toma de Corrientes, otra por la batalla del Yatay; cordones de plata por la batalla de Tuyutí y medalla de oro por la Expedición al Río Negro. Falleció en Villa Federal, Departamento de Concordia, Provincia de Entre Ríos, a las 9.30 horas a.m. del 14 de agosto de 1897, en el establecimiento de campo que poseía allí. El 1º de julio de 1872 contrajo enlace con Cándida Rosa Blanco, argentina de 14 años; hija de Benito Blanco y de Carolina Lebeau, naturales del país. El 2 de octubre de 1897 Cándida Rosa Blanco de Donovan obtuvo la pensión por su extinto esposo al cual se le computaron con tal motivo 45 años, 7 meses y 26 días de servicios en el Ejército. Ambos fueron padres de: Benito Cornelio Donovan Blanco María Clotilde Florencia Donovan Blanco María Amalia Donovan Blanco Elisa Donovan Blanco Antonio Alberto Donovan Blanco Julio José Donovan Blanco Eduardo Argentino Samuel Donovan Blanco María Lucia Cándida Donovan Blanco Juan María Donovan Blanco Mario Donovan Blanco María Antonia Donovan Blanco y Ricardo Enrique Donovan Blanco. Cándida Rosa Blanco de Donovan, falleció en su domicilio de la calle Aráoz Nº 2331 de la Capital Federal, a los 60 años, el 22 de diciembre de 1920. Fuente Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado. Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
26 de Abril
Mariano Grandoli
Subteniente abanderado Mariano Grandoli (18491866) , sentado, con uniforme de gala.
Nació en el Rosario de Santa Fe, el 26 de abril de 1849, siendo bautizado en la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario, el día 30 del mismo mes por el cura Miguel Obón, con los nombres de Cleto Mariano; siendo padrinos de la ceremonia, Domingo Correa y Laureana Correa (Libro 8º de Bautismos al folio 277). Era hijo legítimo del matrimonio de Mariano Grandoli con Magdalena Correa. Se educaba en su ciudad natal cuando el mariscal Solano López atacó los buques de guerra argentinos “Gualeguay” y “25 de Mayo”, apoderándose de la ciudad de Corrientes e invadiendo el territorio de esta provincia; el joven Grandoli se ofreció al Ejército en julio de 1865, siendo dado de alta como subteniente abanderado del Batallón Santafecino, cuerpo con el que inmediatamente marchó a incorporarse al ejército de operaciones, verificándolo en el Ayuí Chico, en el curso del mismo mes. Participó en la batalla de Yatay y a la toma de Uruguayana, y por méritos de guerra, en octubre de dicho año ascendió a subteniente 1º de bandera de su batallón. Permaneció en el campamento de las Ensenaditas, de enero a abril de 1866, y se encontró en el pasaje del ejército aliado por el Paso de la Patria, el 16 de este último mes y en la toma de la batería de Itapirú, al día siguiente. Participó en el rechazo de los paraguayos en el Estero Bellaco del Sud, el 2 de mayo, y en la acción librada el día 20 para cruzar el mismo estero. Fue uno de los que combatieron en la tremenda batalla de Tuyutí, el 24 de mayo. Las unidades rosarinas se destacan brillantemente. El “1ro de Santa Fe” y el “Rosario” se cubren de gloria, y sus banderas, sostenidas por los jóvenes abanderados Grandoli y Anaya, flamean en medio del combate, en tanto que las balas las acribillan poniendo en serio peligro a los que las llevan. El Coronel Avalos, cuyo Cuerpo perdiera ochenta y dos hombres, felicita al portaestandarte que demostrara no temer a la muerte en esa horrible batalla que fuera considerada por los más destacados especialistas en temas castrenses, la más grande y sangrienta de América del Sur. Grandoli fue acreedor al escudo de plata acordado por ley del Congreso posteriormente.
Tomó parte en las operaciones de YataytíCorá, en julio de 1866, y en Boquerón y Sauce. En vísperas del terrible asalto de Curupaytí, Grandoli, al contemplar las imponentes defensas, escribió a su madre: “El argentino de honor debe dejar de existir antes de ver humillada la bandera de la Patria. Yo no dudo que la vida militar es penosa, pero, ¿qué importa si uno padece defendiendo los derechos y la honra de su país? Mañana seremos diezmados, pero yo he de saber morir defendiendo la bandera que me dieron”. Y el Héroe cumplió gloriosamente su promesa, cayendo atravesado por 14 balazos el emblema que conducía Grandoli, y manchado con la sangre de éste, que cayó al pie de las trincheras paraguayas de Curupaytí, en la inmortal jornada del 22 de setiembre de 1866. La enseña manchada con la sangre del glorioso abanderado, está actualmente en el Museo Histórico Provincial Dr. Julio Marc, de Rosario, Pcia. de Santa Fe. En una placa de bronce, se transcribe la carta que el coronel Avalos le dirigió días más tarde a un vecino de Rosario: “Hecha pedazos como está y manchada con la sangre del intrépido subteniente 1ro de bandera don Mariano Grandoli, tal vez no la conozcan más las distinguidas señoritas que la trabajaron…”, y concluía pidiendo que les dijera: “No se olviden de los que quedaron en Curupaytí, que tal vez ellos ese día recordaban de ellas por el tanto arrojo que hubo”. El 13 de junio de 1872, el antiguo jefe de la 3ª División del 1er Cuerpo del Ejército Argentino, a la que pertenecía el Batallón 1º Santa Fe, coronel José Ramón Esquivel, extendió en la ciudad del Rosario, una certificación de los gloriosos servicios prestados por el abanderado Mariano Grandoli, en su corta, pero admirable carrera militar. Los restos de Grandoli no pudieron ser rescatados y quedaron en la trinchera, como los de tantos argentinos. Fuente De Marco, Miguel Angel – Banderas rosarinas en la Guerra del Paraguay, (1960). Turone, Oscar A. – Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado. Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
26 de Abril
Tomas Craig
Combate de la Vuelta de Obligado, 20 de noviembre de 1845
Nació en Irlanda en 1780. En clase de sargento 1º formó parte del cuerpo expedicionario británico, que se apoderó de Buenos Aires en junio de 1806; y después de la “capitulación” de Beresford, Craig se quedó en el Río de la Plata. Al estallar el movimiento emancipador de mayo de 1810, puso su espada al servicio independiente, incorporándose al Ejército Auxiliar del coronel Ortiz de Ocampo como sargento 1º, agregado al cuerpo de Artillería, en el que sirvió a las órdenes del coronel Pinto en 1811; asistiendo a las acciones de guerra en que tomó parte aquel Ejército. El 1º de diciembre de este último año se incorporó al regimiento de Húsares del Perú en su clase. Al mando de Díaz Vélez asistió a las batallas de Tucumán, Salta, Vilcapugio y Ayohuma; en la que fue herido, por lo que debió regresar a Buenos Aires para su curación. El 22 de octubre de 1813 ascendió a teniente de las milicias de Córdoba. Poco después, pasó al servicio de la Marina, bajo el mando del teniente coronel Guillermo Brown, participando en la campaña de 1814, en cuyas acciones navales tomó parte. También actuó en el Pacífico a las órdenes del almirante Cochrane. Permaneció en servicio hasta 1820, en que a consecuencia de los sucesos políticos de aquel año, debió emigrar a la Provincia Oriental, estableciéndose en un pueblo de campaña, donde fue comisario de policía y juez de paz. En 1825 regresó a la República Argentina para tomar parte en la campaña contra el Brasil a las órdenes del almirante Guillermo Brown. Al organizar este último, a comienzos de 1841, la escuadra con la cual iba a combatir por mar a los enemigos de la Confederación Argentina, Craig fue dado de alta el 9 de febrero de aquel año como teniente 1º, y nombrado comandante de la goleta “Libertad” (ex Aguiar), que montaba 5 cañones. Dos meses después fue nombrado comandante provisional de la corbeta “25 de Mayo” (ex Krelim), barco recién adquirido y cuya preparación se confió a la pericia de Craig. Este, en el mes de julio, después de entregar el comando de aquella corbeta al coronel Joaquín Hidalgo, pasó a ejercer igual cargo en la goleta “9 de Julio”, armada con 5 piezas. En noviembre del mismo año solicitó dejar el servicio naval, lo que le fue concedido a pedido del almirante Brown. Más tarde se reincorporó a la Marina. En clase de capitán, desempeñaba las funciones de segundo del bergantín “Republicano” (ex San Giorgio), con 6 cañones; buque mandado por Juan Bautista Thorne, a quien reemplazó Craig en el comando a mediados de julio de 1842, por haber pasado aquél a desempeñar igual cargo en el “Belgrano”. Al mando del “Republicano”
asistió al famoso combate de Costa Brava, contra Garibaldi, el 15 y 16 de agosto de aquel año. Posteriormente actuó en las operaciones que tuvieron lugar en el Río de la Plata y afluentes contra la escuadra anglofrancesa; asistiendo al combate de la Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845, y sobre su actuación en este hecho de armas, el valiente coronel Ramón Rodríguez, Jefe de los Patricios, en un informe de fecha 25 de octubre de 1852 para constatar los servicios de Craig, dice: “Se halló en el combate de Obligado al mando del bergantíngoleta “Republicano”, el que después de concluidas las municiones habiéndolo hecho volar según las órdenes que había recibido del General, atravesó el Paraná en los botes (porque la posición que ocupaba el “Republicano” era en el lado opuesto) y vino a las baterías, en las que siguió el combate a las órdenes del coronel Francisco Crespo, a cuyo lado permaneció hasta la terminación de aquél. Todo lo que me consta por haberlo presenciado”. (La posición del buque de Craig figura en la forma indicada por el coronel Rodríguez en el croquis del combate publicado en la “Historia Militar y política de las Repúblicas del Plata” por Antonio Díaz). En el mismo expediente de certificación de servicios mencionado, figura un informe del coronel Antonio Toll, fechado el 26 de octubre de 1852, en el que expresa que Craig, actuó a sus órdenes en 1841, “habiéndole confiado comisiones delicadas, las que desempeñó con el mayor celo y actividad, no habiéndose arredrado jamás frente al enemigo, habiéndose desempeñado siempre con el mayor valor y serenidad”. Al organizarse la nueva escuadra rosista, en agosto de 1850, Craig mandó la goleta “Santa Clara” (ex Adolfo), con 8 cañones. El 5 de julio de 1852 fue designado comandante del bergantíngoleta “Maipú”. En 1853 fue ascendido a sargento mayor de la escuadra de Buenos Aires. Por su avanzada edad y su mal estado de salud, solicitó y obtuvo el 1º de diciembre de 1857 su pase al Cuerpo de Inválidos. El sargento mayor Tomás Craig falleció en Buenos Aires el 26 de abril de 1863, a la edad de 83 años. Fue hijo de Tomás Craig y Antonia Sern; ambos irlandeses. Se casó en primeras nupcias con Encarnación Luján, y habiendo enviudado, volvió a contraer enlace con Juana Dónovan, (natural de Irlanda hija de Daniel Dónovan y María Crouley), en la Merced de esta Capital, el 8 de agosto de 1849. Hijo de este matrimonio fue el teniente coronel Guillermo Craig, Expedicionario al Desierto; nacido el 28 de mayo de 1852 y fallecido el 11 de marzo de 1936. Fuente Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
26 de Abril
Juan Antonio Garretón
Coronel Juan Antonio Garretón (17941867)
Nació en Concepción, Chile, el 12 de julio de 1794, siendo sus padres Luis de Garretón y Lorca, y Juana Pelloni. Fueron sus abuelos paternos: Juan Antonio de Garretón y Pibernat, natural de Zaragoza, sargento mayor de la plaza de Valdivia en 1759, gobernador y capitán general de la Provincia de Chile de 1761 al 65, coronel de los Reales Ejércitos, fallecido en Lima el 9 de setiembre de 1786; y Benigna Fernández de Lorca y Aparicio, nacida en Valdivia. Poco después de cumplir los 11 años, en el año 1805, fue dado de alta como cadete en un cuerpo de las fuerzas que guarnecían a Santiago de Chile. El 14 de junio de 1811 llegaba a Buenos Aires formando parte de la “División Penquista”, a las órdenes del coronel Andrés de Alcázar, que envió el gobierno chileno en auxilio de los patriotas argentinos. El 1º de enero de 1812 ingresó al ejército nacional en calidad de subteniente 2º de artillería, prestando servicios desde marzo del mismo año en el muelle de Buenos Aires, en las baterías defensivas allí instaladas, y en julio de igual año salió para guarnecer las baterías de Rosario, con las que sostuvo un combate de una hora, ventajosamente, cuando los marinos españoles trataron de forzar el paso que ellas defendían. Fue destinado en diciembre de 1812 a la batería instalada en Punta Gorda, sirviendo posteriormente en Santa Fe desde comienzos de 1814, después de haber estado en Buenos Aires desde el mes de octubre del año anterior. Concurrió en 1814 a la operación para tomar La Bajada, marchando Garretón desde Santa Fe con dos piezas de artillería, para auxiliar la división de coronel Mariano Díaz encargada de aquella empresa, la que tuvo éxito. El 16 de noviembre de 1814 ascendió a teniente de la 6ª Compañía del 2º Batallón del Regimiento de Artillería, y desde enero del año siguiente, formó parte nuevamente de la guarnición de esta Capital. Promovido a teniente 1º – ayudante mayor del Regimiento de “Artillería de la Patria”, el 2 de abril de 1816; recibió despachos de capitán efectivo el 23 de mayo de 1818. Desempeñó la habilitación de su regimiento desde marzo de este último año hasta el 3 de abril de 1821, en que pasó a revistar al Estado Mayor de Plaza, situación que sólo mantuvo hasta el día 13 del mismo mes y año, fecha en que
fue nombrado ayudante de reconocimientos en la Capitanía del Puerto de Buenos Aires, desempeñando también interinamente aquel cargo por ausencia del titular. Garretón revistó desde la fecha mencionada por la Marina. En noviembre del mismo año recibió orden de pasar al puerto de Las Conchas, donde desempeñó la subdelegación de marina hasta el 28 de febrero de 1822, en que obtuvo su reforma militar con el grado de capitán. El 28 de diciembre de 1820 había obtenido su baja absoluta del servicio hasta el 3 de abril del siguiente año, en que fue reincorporado. Poco antes de obtener su reforma, Garretón pasó a revistar en el Estado Mayor de Plaza. Después de pasar a la situación de reformado, volvió a la ayudantía del puerto, donde desempeñó la capitanía, mientras que el titular estaba al frente de la Comandancia de Marina y Matrículas. El 1º de diciembre de 1824 fue nombrado Oficial de Sala en comisión, para el Congreso General Constituyente que debía instalarse; designación hecha por nota al causante firmada por el Ministro de Guerra interino Dr. Manuel José García. Con motivo del estallido de la guerra con el Brasil, el 16 de enero de 1826 fue destinado a las órdenes del general Rondeau, comandante en jefe del Ejército de Observación sobre el río Uruguay, marchando el 9 de febrero a incorporarse a su puesto; pero regresó con el general Rondeau el día 28 del mismo mes, por haber quedado sin efecto su nombramiento, pasando Garretón a la P. M. G. del Ejército. El 21 de agosto del mismo año recibió orden nuevamente de marchar a incorporarse al ejército de operaciones, marchando el 19 de octubre con el general Soler, habiendo estado empleado en la Inspección y Comandancia General de Armas desde su nombramiento hasta su partida. El 28 del mismo mes de octubre se organizó el Estado Mayor del Ejército Republicano, y Garretón fue nombrado 1er adjunto de la Mesa General (3er ayudante del Estado Mayor General). Posteriormente fue agregado al Estado Mayor divisionario del 3er Cuerpo hasta la batalla de Ituzaingó. Sus despachos volviendo al servicio como capitán de artillería lleva la fecha del 21 de agosto de 1826. Por su actuación en aquella acción de guerra, fue reconocido en la Orden General del Gral. Alvear del 23 de febrero de 1827, como sargento mayor graduado; extendiéndole los despachos respectivos el 31 de mayo de aquel año, con antigüedad del 23 de febrero del mismo. A los pocos días de la batalla de Ituzaingó fue comisionado por Alvear para organizar en la Provincia Oriental la Comandancia General de Armas. El 10 de agosto de 1827 fue promovido a la clase de comandante del Escuadrón de nueva creación denominado “Ituzaingó”, que debía tener la Comandancia de Armas cerca de sí. En mayo del mismo año fue nombrado ayudante del general Soler, en Canelones, pasando dos meses después a formar parte de las fuerzas sitiadoras de Montevideo, las que estaban constituidas por el 4º Cuerpo de Ejército. En octubre bajó a Buenos Aires con licencia por razones de salud, obteniendo el 24 de enero de 1828 su separación del servicio. El 17 de junio de este último año fue dado de alta como teniente coronel y destinado al ejército de operaciones, pero poco después se dispuso pasase a ejercer la comandancia del Fuerte “25 de Mayo”, en la nueva línea de frontera en el que permaneció hasta que por Orden Superior se abandonó el 11 de enero de 1829. Garretón continuó revistando en la Plana Mayor del Ejército.
Hallándose en Buenos Aires, el general Soler lo nombró su ayudante hasta la Convención del 24 de junio, pasando a revistar en la Plana Mayor hasta el 7 de octubre de igual año, en que recibió orden de continuar sus servicios en la SubInspección de Campaña, que se estableció en la Guardia del Monte, en calidad de 2º jefe de la misma. El 24 de diciembre de 1829 fue dado de baja de la Plana Mayor del Ejército, revistando en la SubInspección de Campaña. El 11 de marzo de 1830 fue graduado coronel, recibiendo la efectividad de este empleo el 21 de enero del año siguiente, desempeñando en el curso de este último la secretaría privada de S. E. En abril de 1831 marchó hasta Pavón en calidad de secretario en campaña, para cuyo cargo había sido nombrado por decreto del 23 de marzo. Terminada la campaña, en diciembre Garretón se retiró de Pavón, siguiendo siempre empleado en la referida secretaría. En marzo de 1833 marchó a la campaña del Desierto, desempeñando en todo el curso de la misma las funciones anexas a la secretaría del General en Jefe y otras comisiones. Una vez terminada dicha campaña, el coronel Garretón regresó en marzo de 1834. El 15 de febrero de 1833 fue dado de alta como agregado de la Plana Mayor Activa del Ejército de la Provincia de Buenos Aires. Fue nombrado comandante militar de San Nicolás en diciembre de 1834; revistando en la Plana Mayor Activa como coronel de caballería con la nota: “En San Nicolás” durante todo el gobierno de Juan Manuel de Rosas, y desempeñando en 1840 la comandancia del Departamento del Norte. Desempeñaba aquel puesto cuando se produjo la invasión del ejército de Lavalle a la provincia de Buenos Aires; el general Lavalle impartió al coronel Garretón una orden el 11 de agosto de 1840 para que se presentase, so pena de ser pasado por las armas, la que fue rechazada por el causante en forma altanera. En 1845 fue puesto a las órdenes del general Lucio Norberto Mansilla, para ser empleado en la División que se organizaba en Tonelero y fue nombrado Jefe del Detall de las fuerzas del Departamento Norte. En octubre del mismo año fue nombrado por aquel General para marchar a Las Saladas y organizar una división que atendiese la Frontera Norte. En enero de 1847, por el mal estado de su salud, se retiró con licencia a San Nicolás. Posteriormente, en julio de 1849, se le encargó el mando del Batallón de “Patricios de San Nicolás” y su arreglo, y cumplido este último encargue, en el mes de noviembre lo dejó bajar a Buenos Aires, a desempeñar las funciones de edecán de Juan Manuel de Rosas, cargo para el que había sido nombrado en agosto de 1840. En enero de 1851 fue nombrado para marchar al Salado, a hacerse cargo de la batería y guarnición de aquel punto, donde permaneció hasta el mes de marzo, en que recibió orden de Rosas de abandonar el puesto, agradeciéndole la lealtad y buen servicio con que se desempeñó Permaneció desde entonces en servicio en su clase de edecán, hasta el 5 de agosto de 1852, en que pasó en comisión como coronel al Cuerpo de Inválidos. Con motivo del pronunciamiento del coronel Hilario Lagos el 1º de diciembre de este último año, el coronel Garretón se presentó, aunque enfermo, a la Inspección General, dispuesto a prestar sus servicios; a pesar de lo cual se le mandó reconocer y de orden del cirujano mayor lo verificó el Dr. Peralta. Finalmente, el 13 de setiembre de 1853 fue borrado de la lista militar en virtud de la Ley del 9 de diciembre del año anterior.
El 6 de octubre de 1857, en virtud del Art. 3º de la Ley del 6 de setiembre de 1856 fue destinado al Cuerpo de Inválidos con las 2/3 partes del sueldo de coronel de infantería, a partir del 1º de enero del mismo; pero el 4 de noviembre de 1858 le fue suspendido este haber en virtud de la Ley anterior. El 18 de junio de 1863 insistió Garretón para ser reincorporado, sin conseguirlo; reiterando su demanda el 6 de febrero de 1866, pidiendo acogerse a la Ley de Montepío, pensiones y retiros militares del 23 de setiembre del año anterior. Finalmente, el 1º de mayo de 1866, el vicepresidente en ejercicio Dr. Marcos Paz, lo reincorporó a Inválidos con la mitad del sueldo de coronel, en virtud de las leyes en vigencia. En setiembre de 1851 ocupaba una banca en la H. Sala de Representantes de Buenos Aires. El coronel Juan Antonio Garretón falleció en Buenos Aires, el 26 de abril de 1867. El 16 de abril de 1819 solicitó y obtuvo permiso para contraer enlace con Silvania Dorotea Maciel, hija de Juan Maciel y de Margarita Calderón; nacida en esta Capital el 6 de febrero de 1789, donde fue bautizada el día 9 del mismo mes. El 28 de abril de 1819 tuvo lugar el casamiento de Silvania Dorotea Maciel con el entonces capitán Garretón. Católico ferviente, donó a la iglesia un cuarto de manzana en las calles Jujuy y San Juan, donde se levantó la iglesia de San Cristóbal. Fuente Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo diccionario biográfico argentino – Buenos Aires (1971) Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
28 de Abril
Prudencio Ortiz de Rozas
Nació en Buenos Aires el 28 de abril de 1800, siendo sus padres León Ortiz de Rozas y Agustina López de Osornio, hija esta última de Clemente López de Osornio, bárbaramente sacrificado por los salvajes en tremenda lucha en el Rincón del Salado (después Rincón de López), el 13 de diciembre de 1783. Está de más recordar la nobilísima estirpe de las familias Ortiz de Rozas y López de Osornio. Con los nombres de Prudencio Domingo del Corazón de Jesús, fue bautizado en esta ciudad al día siguiente del de su nacimiento. Recibió una instrucción esmerada, como la que entonces podían permitirse los hijos de familias distinguidas. Casó muy joven, el 17 de febrero de 1823, con Catalina de Almada (hija de Tadeo de Almada y de Basilia Toscazo, dedicándose a ayudar a su padre en la atención que demandaban las vastas extensiones de tierras de que era propietario León Ortiz de Rozas. Sintiendo vocación por la carrera de las armas, Prudencio Ortiz de Rozas colgó espada al cinto y se hizo soldado y en las listas de revista existente en el Archivo General de la Nación figura como teniente del Regimiento Nº 3 de Milicia Activa de Caballería el 13 de marzo de 1826, en un destacamento que guarnece el Fuerte de la Ensenada de Barragán, y a cargo del mismo; figurando en otra lista del 12 de abril del mismo año ya como teniente 1º y desempeñando la misma función de mando hasta el 8 del mes siguiente, en que no figura en tales listas, correspondientes por supuesto a la guarnición del Fuerte de referencia. Dicho cuerpo estuvo mandado por el teniente coronel Ignacio Iñarra y tuvo intervención en el rechazo de algunos desembarcos intentados por los brasileños en las costas de la provincia de Buenos Aires; y las baterías de la Ensenada intervinieron en el combate naval del 16 y 17 de junio de 1828 para defender de la agresión de varios buques imperiales al bergantín “General Brandsen”, mandado por Jorge de Kay, que regresaba de una campaña de corso por el Atlántico Norte, y que había varado en las proximidades de Punta Lara. Tomó parte activa en la campaña contra Lavalle a comienzos de 1829, e intervino en las operaciones que tuvieron por escenario la zona Sud de la provincia de Buenos Aires y
se halló en la toma de San Miguel del Monte, el 16 de marzo de aquel año, en la que murió el sargento mayor, Manuel Romero, jefe de la defensa. También intervino en el combate de “Las Vizcacheras”, el 28 del mismo mes y año, donde hallaron la muerte los coroneles Federico Rauch y Nicolás Medina. “Después de este triunfo dice el coronel Prudencio Arnold en su hermosa obra “Un soldado argentino” no quedó enemigo nuestro en toda la campaña y marchamos hasta el arroyo de “Las Conchas”, próximo a Buenos Aires, con el fin de atacar la ciudad, lo que no se efectuó por mayoría de los jefes en junta de guerra y allí se dio el mando en jefe de todas las fuerzas al coronel Prudencio Ortiz de Rozas”. “Del general Rosas – prosigue Arnold ninguna orden habíamos recibido después de la derrota de Navarro. Sólo sabíamos que se hallaba en la provincia de Santa Fe, y que un chasque de él había sido tomado por los Húsares en las fronteras, tomándole las comunicaciones bajo cubiertas por una trenza puesta como cabo de un “rebenque viejo”. Al tener conocimiento el general Lavalle del desastre de “Las Vizcacheras”, dejó de perseguir a López y a Rosas y contramarchó en protección de Buenos Aires. El 16 de abril, el coronel Prudencio Ortiz de Rozas tomó parte en la acción de Las Pajas. “Una noche, como a las ocho o nueve prosigue el coronel Arnold recibimos orden de formar círculo a caballo. Cuando estuvo cumplida, penetró el coronel don Prudencio Rozas con un papel en la mano y nos dirigió las palabras siguientes: “El comandante general D. Juan Manuel de Rosas acaba de llegar a “La Turbia” (partido de Navarro) y me ordena marchemos a incorporarnos en ese punto”. Cuando llego aquí, toda la fuerza prorrumpió en gritos de ¡Viva Rosas, viva Rosas! ¡Marchemos, marchemos! El jefe ordenaba guardar silencio, pero sus voces eran ahogadas por aquellos vivas a Rosas. Con los vivas, pronto empezaron los tiros de carabina, que nadie pudo contener hasta la media noche en que, casi concluida la pólvora que teníamos, se nos ordenó marchar ejecutándolo hasta el arroyo de “La Choza”, donde paramos antes de amanecer. El jueves santo se reunieron a Rosas en “La Turbia”. Asistió al combate del Puente de Márquez, el 26 de abril, y a la acción de San José de Flores, al día siguiente. Participó en el corto sitio impuesto a Buenos Aires y después de la convenciones de Cañuelas y de Barracas, en setiembre de 1829 se le encuentra mandando el 3º de Campaña en la Chacra Principal de Santos Lugares, cuerpo que dos meses después pasó a denominarse 6º de Campaña, cuya jefatura ejerce Ortiz de Rosas, teniendo como 2º a Pablo Muñoz; revistando aquél como coronel en listas del 27 de enero de 1830. (1) Al asumir su hermano el gobierno de Buenos Aires, el coronel Prudencio Ortiz de Rozas pasó también a la comandancia militar de Chascomús. El 21 de febrero de 1831 el coronel Prudencio Ortiz de Rozas dirigía desde Chascomús una proclama entusiasta a los Carabineros, que formaban la base del Regimiento 6º de Milicias de Caballería de Campaña, al emprender la marcha contra las fuerzas del general Paz en el interior, formando parte del Ejército de Reserva mandado por el general Juan Ramón Balcarce. Estas fuerzas regresaron a Buenos Aires el 20de setiembre del mismo año, terminada la campaña con la captura del general Paz. En febrero de 1832 estalló un violento incendio en un depósito de aguardientes, situado en la calle de la Plata (hoy Rivadavia) a dos cuadras y media de la Plaza de la Victoria, y el coronel Ortiz de Rozas, así como también otros numerosos jefes y oficiales del ejército participaron en la ruda tarea de extinguirlo, por lo que merecieron una
recomendación especial del Jefe de Policía, la que fue publicada en la “Gaceta Mercantil” Nº 2402, del día 8 del mismo mes. También figuran en la lista de los que merecieron ser recomendados por su conducta en tal emergencia, numerosos ciudadanos de la mejor sociedad porteña. En el curso del mismo año era comandante general de la campaña, y por orden del Gobierno fue encargado de proceder al reparto de las tierras a los pobladores de Azul, de acuerdo al decreto expedido el 19 de setiembre de 1829. El 16 de junio de 1833 tuvieron lugar en Buenos Aires las elecciones de Representantes por 6 personas que debían integrar la 11ª Legislatura. Pero a la una de la tarde el Gobierno mandó suspender el acto, lo que motivó una protesta del pueblo contra la orden. “Al mismo tiempo que se lanzaban sobre los ciudadanos (dice Antonio Díaz en la página 243 de su Historia Militar y Política de las Repúblicas del Plata, Tomo II), grupos armados de puñales, acaudillados por personas de las que más habían blasonado de enemigos de la anarquía y cuando el pueblo tenía una mayoría de votos a favor de los señores Tomás Guido, Mariano Benito Rolón, Celestino Vidal, Manuel García, Juan J. Viamonte, Pedro Feliciano Cavia, Diego E. Zavaleta e Ignacio Grela”. “El Gobierno, sin embargo –prosigue Díaz destituyó al Jefe Político D. Juan Correa Morales, nombrando en su lugar al general D. Félix de Olazábal. Este jefe renunció, sucediéndole D. Epitacio del Campo, en tanto que el general Olazábal tomaba el mando de la brigada cívica, separando de este cuerpo a D. Celestino Vidal. El batallón de Olazábal pasó a las órdenes del teniente coronel D. Nicolás Martínez Fontes. También fue separado de su cuerpo el general D. Mariano Benito Rolón. La Junta de R. R. se reunía esa noche a deliberar, pero la exaltación de los ánimos, y el tumulto del pueblo que acudió a la barra, hicieron suspender la sesión. El Gobierno dio cuenta de sus actos a la Junta, agregando que los Ministros de Gobierno y el de Gracia y Justicia habían sido exonerados por negarse a firmar el decreto de las destituciones, el que se manifestó dispuesto a refrendar el general D. Enrique Martínez, Ministro de la Guerra. Los vecinos de las Parroquias de San Nicolás y de San Telmo protestaron también contra los atropellos de que habían sido víctimas en el acto eleccionario”. Conjuntamente con el general Celestino Vidal y los tenientes coroneles Manuel A. Pueyrredón y Fabián Rosas, el coronel Ortiz de Rosas presentó a la Sala de Representantes el 24 de junio de 1833, una solicitud pidiendo se elevase a los jueces del crimen una enérgica reclamación por los fraudes electorales del día 16 del mismo mes; reclamación que encarpetó la Sala, y que fue una de las causas que determinó a los federales a preparar la revolución de Octubre. Para realizar este movimiento, el coronel Prudencio Ortiz de Rozas reunió fuerzas numerosas en el Sud de la Provincia, con las que se aproximó a la Capital y que fueron uno de los núcleos principales del llamado “Ejército Restaurador de las Leyes”, cuyo comando superior ejerció el general Agustín de Pinedo, que tuvo por segundo en el comando al de igual jerarquía Mariano Benito Rolón. Como es notorio las fuerzas restauradoras iniciaron sus operaciones el 11 de octubre de 1833 y en las jornadas siguientes dieron fácil cuenta de la resistencia de los “Balcarcistas” en algunos encuentros que tuvieron lugar en los arrabales de la ciudad. Después de la renuncia de Balcarce y la elección del general Viamonte el 4 de noviembre de aquel año para reemplazarlo en el cargo de gobernador, el 5 de aquel mes, el general de Pinedo y el
coronel Ortiz de Rozas hicieron su entrada triunfal en la ciudad con una escolta; haciéndolo el resto de las fuerzas, en número de 6.000 jinetes y 1.000 infantes, el 7 de noviembre. El 18 de este mes, consolidado el nuevo gobierno, el coronel Ortiz de Rozas despachó a los Regimientos 5º y 6º de Milicias de Caballería de Campaña, de su inmediato comando, con una ardiente proclama; cuerpos que el 25 de noviembre llegaban a Chascomús, lugar de su acantonamiento. El 9 de julio de 1835, por delegación de la “Comisión de Hacendados”, el coronel Ortiz de Rosas mandó la caballería que aquéllos formaron para Guardia de Honor al Restaurador de las Leyes; el general Mansilla comandó la infantería, mientras que el general Celestino Vidal mandó ambas divisiones, ofrecidas por los hacendados y labradores de la Provincia. En las proximidades de Azul tuvo una estancia llamada “Santa Catalina”, situada a tres leguas del entonces Fuerte de aquel nombre, donde en 1830 fundó un fortín constituido por tres hileras de zanjas, de 3 varas de ancho y profundidad, más o menos, en una extensión de dos cuadras por cada costado. En una de las esquinas levantó “El Baluarte”, edificio en forma redonda. En la parte central del fuerte de “Santa Catalina” se hallaban las habitaciones construidas de ladrillo y sus techos de azotea. En “El Baluarte” se habían instalado dos cañones, que después de la batalla de Caseros fueron retirados y transportados a Azul. Tales cañones servían para dar la alarma en las invasiones de los indios y para repeler sus avances. Existía también un gran corral de zanja, donde encerraban las haciendas del establecimiento y las de la guarnición; encontrándose aquél al costado del arroyo allí existente. El fuerte de “Santa Catalina” fue levantado por Prudencio Ortiz de Rozas dos años antes de la fundación oficial del pueblo de Azul, que lo fue en 1832. (2) En enero de 1833 debió tomar medidas militares en el Fuerte de “Santa Catalina”, en combinación con el general Gervasio Espinosa que mandaba las fuerzas que guarnecían el Fuerte del Tandil, a consecuencia de una invasión de salvajes. En diciembre de 1837, Ortiz de Rosas era comandante accidental del Fuerte Azul, donde tenía a la sazón el asiento del comando de los Regimientos 5º y 6º de Caballería de Campaña; punto aquel desde el cual ejercía dicho jefe una activa y eficiente vigilancia de Fronteras. Cuando se produjo la Revolución del Sur estaba investido con el mando militar de los departamentos de aquella zona, teniendo su campamento general en “Los Remedios”, cerca de Cañuelas. El 3 de noviembre de 1839 recibía las primeras noticias del movimiento por los partes que le enviaba el coronel Vicente González, jefe del Regimiento Nº 3; novedad que Prudencio Rozas comunicó a su hermano, el general Juan Manuel de Rosas; haciéndole saber que la fuerza revolucionaria se elevaba a 2.000 hombres, a cuya cabeza se hallaban Crámer, Castelli y Rico. El coronel Ortiz de Rozas llegó a marchas forzadas el 6 de noviembre a la margen occidental del Salado, al Paso del Venado, distante 8 leguas de Chascomús. Arreando a todo individuo de armas llevar, pudo reunir 1.300 hombres, en su totalidad perfectamente armados y municionados; y desde el mencionado Paso del Venado, por donde vadeó el río Salado, al anochecer del 6 marchó con rapidez, para caer sobre los revolucionarios al amanecer del día siguiente. La batalla de Chascomús, librada el 7 de noviembre de 1839, fue un triunfo completo para las armas federales, después de tres horas de vivo fuego por efecto del cual murieron 250 hombres. En la batalla murió el
coronel Ambrosio Crámer, y en la persecución que siguió a la misma sufrió igual suerte Pedro Castelli; siendo colocadas las cabezas de ambos en una pica, que fue clavada en la plaza de Dolores, donde estuvieron mucho tiempo a la expectación pública. Cayeron 400 prisioneros que el coronel Ortiz de Rozas se apresuró a poner en libertad inmediatamente, haciéndoles saber que el gobernador de la provincia prefería creer que habían sido engañados y obligados a tomar las armas, a castigarlos como rebeldes y traidores unidos a los franceses que hostilizaban a la Nación. Los restos de las fuerzas revolucionarias, en número de 500, se embarcaron en el puerto del Tuyú a las órdenes del coronel Rico, para marchar a incorporarse al “Ejército Libertador” que organizaba el general Lavalle en el Rincón del Ombú, provincia de Corrientes, como lo verificaron el 13 de enero de 1840. (3) Por su triunfo en Chascomús, el coronel Ortiz de Rozas obtuvo despachos de Coronel Mayor de los ejércitos de la Confederación Argentina. Cuando el general Lavalle invadió la provincia de Buenos Aires por San Pedro, a comienzos de agosto de 1840, el general Ortiz de Rozas se hallaba en Chascomús al frente de los Regimientos 5º y 6º de Campaña, comando que conservó a pesar de su nueva jerarquía. Tomó el mando en jefe de todas las fuerzas del Sur de la Provincia con las que se aproximó a la Capital, para concurrir a su defensa, si era atacada por Lavalle, cuyo rápido avance así lo hacía temer. Esta concentración de fuerzas ordenadas por el general Juan Manuel de Rosas sobre la ciudad, seguramente determinaron el repliegue prematuro de Lavalle, desde Merlo, en conocimiento de que iba a encontrar numerosos enemigos en su frente y a sus flancos si proseguía su avance. El general Ortiz de Rosas permaneció mucho tiempo destacado en la Guardia del Salto, a cargo de la línea de fronteras, teniendo bajo su inmediato comando una división de ejército, cuyo núcleo principal lo constituía el 6º de Caballería de Campaña. Con la mencionada división marchó a mediados de 1845 para la provincia de Santa Fe, en apoyo del gobernador Echagüe, que había sido sorprendido y derrotado por el general Juan Pablo López. Según manifiesta el ya mencionado historiador Antonio Díaz (página 203 del tomo VII de la obra de referencia), la fuerza de Ortiz de Rozas se dispersó en parte, en su tránsito; razón por la cual regresó su jefe a la provincia de Buenos Aires. En julio de 1846 se le encuentra comandando las fuerzas del Sud de esta Provincia. Por ese motivo no estuvo presente en la batalla de Caseros. A la caída de su hermano, el general Ortiz de Rozas se trasladó a Montevideo, donde el 24 de noviembre de 1853 hizo labrar el acta de su testamento ante el escribano Ramón Jacinto García. Posteriormente se radicó en España, adquiriendo una hermosa propiedad en Sevilla, llamada “Palacio de San Vicente”; donde falleció el 1º de junio de 1857, siendo repatriados sus restos en el año 1872, los que reposan actualmente en el Cementerio de la Recoleta, en el sepulcro de sus padres. Habiendo enviudado contrajo segundas nupcias el 6 de junio de 1845 con Etelvina Romero, hija de José María Romero Carrillo y de Carlota Sáenz y Saraza; la que le sobrevivió muchos años. De su matrimonio con Catalina de Almada (del cual fueron padrinos León Ortiz de Rozas y Basilia Toscano de Almada), nacieron 8 hijos: seis mujeres y dos varones, llamándose estos últimos Prudencio Tadeo y León. Este último falleció soltero en 1871,
víctima de su abnegación durante la epidemia de fiebre amarilla que azotó tan cruelmente a los habitantes de esta ciudad. Prudencio casó con Juana Gastelú, con la que tuvo dos hijos: Prudencio Juan y Gervasio Lucio (que murió soltero en Buenos Aires el 6 de noviembre de 1888). Prudencio Ortiz de Rozas y Gastelú contrajo matrimonio con María Foley y Figueroa, cuyos descendientes viven en la actualidad. El primero falleció en Buenos Aires el 14 de agosto de 1915; y la segunda, en la misma ciudad, el 18 de agosto de 1933. Una hija del general Ortiz de Rozas, llamada Basilia, fue esposa del coronel Juan F. Czetz, directorfundador del Colegio Militar de la Nación, sepultado en la bóveda de la familia Rozas. Refer encia (1) En esta fecha el Regimiento 6º de Milicias de Caballería de Campaña, comprendía las correspondientes a los partidos de la Magdalena, Ensenada, Quilmas y San Vicente. (2) Desde 1873 aquella propiedad fue arrendada a los herederos de Prudencio Ortiz de Rozas, por Bernardo Saint Lary, el cual poco tiempo después adquirió el casco de la estancia con 200 cuadras de campo; habiéndose rematado fraccionada la propiedad, el 27 de agosto de 1874, por el martillero Bullrich. En 1880, una inundación azotó el edificio de “Santa Catalina”, y fue necesario cambiar los techos de azotea por zinc. (3) “No pude saber –dice el coronel Arnold qué causas influyeron en el ánimo del coronel D. Prudencio O. de Rozas para dejarlos embarcar, yendo a engrosar y alentar las filas del general Lavalle”. Fuente Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado Yaben, jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
29 de Abril
Marcos Antonio Figueroa
Antiguo Cabildo de Catamarca
Nació en La Rioja en 1778, siendo sus padres Manuel Figueroa y Bermúdez, súbdito español y Dolores Sosa y Luna, riojana; que celebraron su matrimonio en aquella ciudad. Marcos Antonio siguió la carrera de las armas y la política. Fue electo gobernador de la provincia de Catamarca en reemplazo del coronel Eusebio Gregorio Ruzo, el 2 de enero de 1828. Pertenecía al partido federal catamarqueño cuyos hombres prominentes eran: el Dr. Tadeo Acuña, Pedro Segura, Manuel Navarro, el coronel Felipe Figueroa, Bonifacio Cobacho, Ezequiel Figueroa, Pedro Pascual Robin, etc. Durante el año 1828 reinó paz en Catamarca, y en el gobierno del coronel Figueroa se produjeron los siguientes hechos administrativos: Ley suprimiendo el antiguo Cabildo, cuyas facultades reasumía el cuerpo legislativo; creación del juzgado de aguas; sanción de la ley de aduanas destinada a establecer los recursos de que podía disponer el fisco; ley creando un juez para cada uno de los ocho curatos, con la denominación de Alcalde Partidario de la Hermandad; sanción del reglamento de debates de la Legislatura, etc. La noticia del pronunciamiento de Lavalle y la ejecución de Dorrego, encendió en Catamarca la tea de la discordia y los unitarios se enderezaron en amenazadora actitud. El gobernador Figueroa solicitó de la Legislatura las facultades extraordinarias para asegurar la paz y tranquilidad de Catamarca, que le fueron negadas, lo que motivó la violenta disolución de aquel cuerpo por parte del Poder Ejecutivo. El coronel Figueroa organizó entonces una fuerte división de caballería, a cuyo frente se incorporó al ejército de Juan Facundo Quiroga. Asistió a las batallas de La Tablada y Oncativo, contra el general Paz. Después de la captura de éste, las fuerzas federales triunfaron en todas partes. El 27 de octubre de 1831 el general Quiroga entraba en la ciudad de Catamarca al frente de un poderoso ejército y restablecía en el mando al coronel Figueroa, que gozaba de toda su confianza; reemplazando a Miguel Díaz de la Peña, que huyó camino de Tucumán. Por iniciativa del Poder Ejecutivo, la Legislatura sancionó el 24 de febrero de 1832, una ley facultando al Gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, para ejercer las relaciones exteriores del país “hasta la constitución de la República Argentina”. Es la primera vez que esta última denominación se encuentra consignada en un documento oficial e Catamarca. Habiendo terminado su período legal de gobierno, la Legislatura designó al coronel Figueroa, el que fue reelecto para el período siguiente de gobierno que comenzaba el 16
de julio de 1832. La asamblea que le designó estaba compuesta así: Presidente, Fernando Segundo Soria; vicepresidente, Gregorio Ruzo; diputados: presbítero Pedro Alejandrino Zenteno, Pedro Castro, Manuel Navarro, Narciso Bustamante, Hilario Rivera, Juan Manuel Figueroa y como suplentes Leonor Herrera y Bonifacio Muro. En el mismo año, la Legislatura sancionó una ley, declarando que la provincia de Catamarca se adhería a la Liga Federativa de las provincias litorales aliadas. En la sesión del 7 de enero de 1833, aquel cuerpo, a petición de los gobiernos de San Juan y Mendoza, ordenó una contribución de guerra forzosa para los habitantes de la provincia de Catamarca hasta integrar la cantidad de 2.000 pesos, sin que se pudiera exigir más de 10 pesos por persona. Tal tributo estaba destinado al sostenimiento del ejército del general Juan Facundo Quiroga, a quien esas provincias le encomendaron una expedición al desierto. Como es notorio, el general Aldao mandó la División Derecha, que operó paralelamente a la Cordillera de los Andes; el general José Ruiz Huidobro tuvo a sus órdenes la División del Centro, que batió al cacique Yanquetruz en “Las Acollaradas”, el 17 de marzo de 1833; y el general Juan Manuel de Rosas comandó la División Izquierda, que llegó hasta el Río Negro, avanzando su vanguardia hasta la Confluencia del Limay con el Neuquén. Una repentina enfermedad terminó con la existencia del coronel Marcos Antonio Figueroa, que falleció en Catamarca el 29 de abril de 1833, a la edad de 55 años. En la primera época de su gobierno fue su secretario Francisco de la Mota, y en la segunda, Pedro Alejandrino Zenteno. El coronel Figueroa fue también un breve período de tiempo gobernador de La Rioja en julio de 1830, impuesto por el general Quiroga. Había formado su hogar con Magdalena de Olmedo, matrimonio del cual nació un hijo, el después brigadier general Felipe Figueroa. Fuente Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
29 de Abril
Animales en la Conquista del Desierto
Caballos criollos
El indio se hizo dueño y señor de las pampas, gracias al caballo. El hombre blanco, por lo tanto, debía contar con la cooperación del corcel criollo para poder conquistar esa inmensidad “donde la vista se pierde sin tener donde posar”. La preponderancia del caballo como medio de comunicación y transporte, así como del empleo de la caballería como principal arma de combate en la lucha de frontera, se explica perfectamente si nos atenemos a las características geográficas del escenario, las condiciones económicas del medio ambiente y el carácter de sus habitantes. No podemos olvidar que la zona por la cual luchaba el hombre blanco era un extenso territorio cubierto de praderas donde habían proliferado los caballos y vacas en estado salvaje, creando así una “industria” de la cual tomaban parte indios y criollos. El gaucho, como el indio de las pampas, era “hombre de a caballo”. Familiarizado con su uso se hizo magnífico jinete desde su infancia. El gaucho era por idiosincrasia un guerrero de caballería, su natural instinto y la aptitud de jinete adquirida en sus faenas rurales hacían de él un centauro que el ejército sabía aprovechar. El miliciano “arrancado de su rancho”, como el soldado de línea era de ese pueblo que había hecho del caballo su complemento para todo aquello que fuera transporte, trabajo y hasta distracción. Sin él se encontraba perdido. Es como un ave sin alas. Apenas se afirma sobre el recado vuelve a recuperar su perdida prestancia y ese algo especial de su personalidad de magnífico jinete. Una frase ha quedado en la historia como expresión del sentir gaucho ante la falta de su caballo. Es la que, lejos de su lar nativo, resume toda la desgracia del caudillo: “El Chacho” Peñaloza: “¡En Chile…. y a pie! Esos hombres que siguieron a San Martín, Las Heras, Lavalle, Güemes, Rauch o Rosas, lo hicieron de a caballo y se sintieron consubstanciados con los regimientos que esos hombres dirigían con la maestría de consumados jinetes. La historia registra como los regimientos de caballería se remontaban hasta con redomones recién sacados de los
corrales. Es que el gauchosoldado era además de buen jinete un domador en potencia. Martín Fierro cantaría: Yo llevé un moro de número, sobresaliente el matucho! Con él gané en Ayacucho más plata que agua bendita. Siempre el gaucho necesita un pingo pa fiarle un pucho. Y haría resaltar su regreso al hogar, a pie… sin la más preciada compañía del gaucho, como lo diría una copla popular: Mi mujer y mi caballo se han ido a Salta. Mi mujer puede quedarse, mi caballo me hace falta. Así como el indio de las pampas se convirtió en el más tenaz de los guerreros y el mayor peligro para las poblaciones civilizadas de América, debido al auxilio que para sus correrías le facilitaba el veloz y resistente caballo pampa, así las fuerzas nacionales debieron recurrir a tan eficaz medio, que les permitiría llegar hasta las propias madrigueras del salvaje, a dar el golpe y volver a su guarnición, “malón blanco” que transitaría por las mismas huellas dejadas por el indio en sus “rastrilladas”, cicatriz enorme de la pampa que mostraba el lugar donde se produjera la herida profunda que malones sucesivos habían efectuado en el corazón de esa pródiga campiña bonaerense, al llevarse miles y miles de reses para los aduares pampas o los mercados chilenos. Muchos escritores han dedicado brillantes páginas al caballo criollo y al caballo pampa del indio, verdadera joya que sabía correr en cualquier terreno y hasta boleado. No puede dejarse de recordar que en la lucha contra el indio, fue una de las preocupaciones principales de todos aquellos que debieron contar con sus ejércitos para combatirlos, el tener a mano buenas caballadas, no solamente para llegar hasta las distantes tolderías o perseguirlos, sino para el momento de la pelea, que debía realizarse en caballos entrenados para las rápidas maniobras del combate. Roca le informaba a Alsina en 1875: “…y contraerse a resolver este solo problema, sin lo cual nada se puede intentar: el medio de tener en todo tiempo buenos caballos”. (1) En los distintos acontecimientos que se desarrollaron en torno a la línea de fortines, el caballo ha constituido el principal factor de muchas victorias o derrotas. En los últimos tiempos, cuando las distancias a recorrer eran contadas por leguas, hasta el infante debió ser provisto de caballo, para poder sortear el difícil obstáculo de llanuras, lomadas, montañas, ríos y arroyos. Cuando era atacado, desmontaba y formaba en cuadro, haciendo valer la potencia de fuego de sus fusiles. Por eso el bravo milico supo escuchar esta: Plegaria del caballo de ar mas
“No. No hundas las rodajas de tus espuelas, en mis ijares sudorosos. ¿No sientes, acaso, mis tirones pidiéndote más rienda? Quiero llegar al enemigo antes que la punta del acero de tu brava lanza. Afírmate altanero en la silla, prepara el brazo y deja las riendas que yo no he de volver. Mis ollares olfatean la muerte; pero soy criollo y voy al choque desafiante con el heroico escuadrón, tengo alas en los cascos, que nunca el enemigo vio de atrás y escucha, valiente soldado expedicionario mi relincho cual grito bronco y guerrero de mi raza. Nada detiene mi ímpetu. Los caídos por la lanza traicionera que apenas hiere pero desangra, sí empañan sus pupilas con lágrimas ¡Interprétalas soldado! Como desesperación, tristeza, pena, al no haber llegado al encontronazo brutal, al crujir de huesos y dientes, a la lanza rota y al nervudo brazo rojo en sangre y al jinete que cae sobre el jinete y al grito y al insulto y al toque de carga repetido, como al mejor homenaje a ti, mi amo, a mis hermanos moribundos, que también mueren por la Patria”. (2) En cuanto a la mula, se la proveyó en cantidades, supliendo al caballo en el transporte de los elementos necesarios para la vida de frontera. Siendo Roca comandante de las de Córdoba le informa al ministro Alsina que dispone de 500 mulas para enviarle a la frontera bonaerense, lo que da un alto índice de su utilización, pues se entiende que ese número era el sobrante de sus arrias. En la zona montañosa de Neuquén su uso se hizo más regular, por la fácil adaptabilidad de este équido al terreno montuoso. En un telegrama del coronel Racedo a Roca el 13 de enero de 1879 le dice entre otras cosas: “Con 600 mulas más, mi División estará pronta para la gran expedición”. El perro fue el fiel amigo, compañero, guardián y “proveedor” en los momentos de soledad, vigilia y hambre que el soldado debía aguantar durante su permanencia en esos fortines. Durante la noche, su fino olfato y oído eran una eficaz ayuda para detectar a los invasores. Remigio Lupo recuerda que en su paso por la línea de fortines tendida por Alsina encontró en un mísero fortín a dos soldados: “…Por qué tienen ustedes aquí esta cantidad de perros? –les pregunté al ver una jauría de perros flacos que por allí andaban Ellos nos conservan la vida, señor. Hay veces que nos faltan las raciones, y entonces comemos los animales que estos nos ayudan a cazar. Desgraciadamente esta escena de dolor la he visto repetida en muchos de los demás fortines…” Las fotografías de los fortines los muestran en gran cantidad, y de que también acompañaban a su amo hasta en los ataques lo demuestra el perro que encontró, entre el bosque de caldenes de Malal, al cacique Pincén, que se había ocultado ante el ataque de las tropas de Villegas. (3)
Refer encias (1) Olascoaga, Cnl Manuel José – Estudio topográfico de la Pampa y Río Negro – Revista del Suboficial – Buenos Aires (1930). (2) Com. 6 Destacamento de Montaña – Boletín Histórico – Junín de los Andes (1960). (3 Schoo Lastra, Dionisio – El indio del desierto – Revista del Suboficial, Vol. 88, 1937. Fuente Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado Raone, Juan Mario – Fortines del desierto – Revista del Suboficial Nº 143.
30 de Abril
José Montes de Oca
Coronel José Montes de Oca (17921852)
Nació en Buenos Aires en 1792. Empezó su carrera militar con motivo de la Reconquista el 12 de agosto de 1806, en que prestó servicios en un cañón de las fuerzas de Liniers, y es fama que en lo más recio de la pelea, se desnudó para suplir con su ropa la falta de taco para cargar la pieza. Esta valiente actitud del muchacho fue notada por el enemigo, y el mayor británico Makensie, que abandonaba en aquellos instantes su puesto de lucha, herido, al ver aquel gesto de valor, lo saludó con su espada en señal de admiración. También, según la tradición, fue el niño Montes de Oca el que disparó el último cañonazo contra los invasores; rendidos éstos y agrupados en la calle frente a Santo Domingo, esperaban la orden de desarme completo; uno de los cañones de Fornagueras, cargado, dominaba el grupo, y los artilleros descuidados, conversaban en la vereda, cuando de repente se oyó un estampido y seis ingleses rodaron por tierra destrozados. El cañón había sido disparado durante el armisticio sin saberse por quién ni por qué razón, y pasada la confusión, se descubrió que el niño Montes de Oca se había acercado a él y había encendido la mecha como un acto de travesura. Era un cañón de a 24. Incorporado en clase de cadete al Cuerpo de Patricios, prestó magníficos servicios en las cálidas jornadas del 2 al 6 de julio de 1807, por lo que mereció el ascenso a subteniente del precitado cuerpo, el 26 de setiembre de igual año. Producido el movimiento emancipador, Montes de Oca pasó a formar parte del 2º Batallón del Regimiento 6 de Infantería con el empleo de teniente, incorporándose al Ejército Auxiliar mandado por el coronel Ortiz de Ocampo, que partió de Buenos Aires con destino a las provincias del Norte en la tarde del 6 de julio de 1810. Intervino en la represión del movimiento encabezado por Liniers en Córdoba. Se halló en la acción de Cotagaita, al mando Montes de Oca de una de las guerrillas destinadas a batir a los enemigos que se encontraban protegidos por trincheras, “y en esta acción – dice el coronel José León Domínguez en un informe fechado el 18 de octubre de 1825 se sostuvo con intrepidez hasta la retirada del ejército y luego se incorporó llevando
siempre con orden la tropa que mandaba. Luego siguió hasta el Desaguadero y se halló en la acción que se dio allí y se portó en ella con distinción, llevando eficazmente las órdenes a los puntos que se le ordenaban; en la retirada se mantuvo siempre al lado del Jefe, el Sr. Coronel Mayor D. Juan José Viamonte, hasta la Villa de Potosí, en donde quedó bajo las órdenes del Sr. Brigadier D. Juan Martín de Pueyrredón. Después lo vi llegar con dicho jefe escoltando los caudales que se salvaron de la Casa de Moneda de Potosí, y fue incorporado nuevamente bajo mis órdenes como encargado del mando del Regimiento Nº 6. En la sublevación que hizo la División en La Tablada de Jujuy, fue uno de los que me ayudaron a la prisión de los sublevados; esta Comisión la desempeñó con toda la entereza que en estos casos se necesita. Ultimamente me consta que este Jefe ha desempeñado toda comisión con el honor que es indispensable en la carrera de las armas, y particularmente en las funciones de guerra, ha llenado su deber completamente. Es cuanto puedo informar a V. E.” Actor, pues en la batalla de Suipacha y en el desastre de Huaqui o Yuraicoragua, su comportamiento en la retirada que siguió a este último hecho de armas no sólo está confirmado por el informe del coronel Domínguez, sino también por otro expedido por el general Juan Martín de Pueyrredón el 11 de octubre de 1825 y que dice que Montes de Oca después del desastre del Desaguadero acompañó al Ejército Auxiliar hasta Potosí, donde contribuyó a salvar los caudales de aquel Banco y Casa de Moneda, y se batió con denuedo en varios ataques que debieron sufrir los patriotas de los Potosinos y Cinteños –sublevados contra ellos “que su intrepidez lo condujo con otros tres o cuatro compañeros, a ser prisionero de los últimos (los Cinteños), por haberse empeñado en su persecución sobre el río de San Juan; pero libertado en el mismo día por una partida que mandé al intento; y que continuó prestando servicios recomendables hasta su reincorporación al ejército que se organizó en Jujuy”. El 21 de octubre de 1817 el Director Pueyrredón le extendió los despachos de teniente del Regimiento Nº 6 “con antigüedad de primero de enero de mil ochocientos once en que fue promovido a dicha clase”. Con la misma fecha, Pueyrredón le otorgó los despachos de ayudante mayor del extinguido Regimiento Nº 6 “con la antigüedad de primero de marzo de mil ochocientos once en que fue promovido a dicha clase”. El 12 de enero de 1812 asistió al combate de Nazareno, al mando de Díaz Vélez y a la batalla de Tucumán, el 24 de setiembre; así como igualmente, a la de Salta, por cuyo comportamiento fue promovido a capitán de la 3ª Compañía del 2º Batallón del Regimiento Nº 6, el 25 de mayo de 1813, otorgándosele al mismo tiempo el grado de teniente coronel, cuyos despachos están firmados por el Triunvirato: Rodríguez Peña, Alvarez Jonte y José Julián Pérez. Participó en el avance por el Alto Perú y se encontró en las acciones de Vilcapugio y Ayohuma, cayendo prisionero en la última en poder del coronel Saturnino Castro, el cual lo puso en libertad poco después previo juramento de no tomar parte en la lucha contra los realistas. En mayo de 1814 regresó a Buenos Aires, dejando de pertenecer al Ejército Auxiliar. El 25 de enero de 1815 el Director Alvear le confió una comisión para la formación de un batallón de infantería en la ciudad de San Juan. El 6 de setiembre del mismo año, San Martín le expidió en Mendoza pasaporte para regresar a esta Capital. El 3 de julio de igual año se le designó capitán de la 3ª Compañía del 1er Batallón del Regimiento 8
de Infantería, siendo ascendido a sargento mayor con el grado de teniente coronel del mencionado cuerpo el 31 de diciembre de 1815. Participó en la campaña sobre Santa Fe asistiendo a 4 acciones de guerra con el Regimiento Nº 8, bajo el superior comando del general Eustoquio Díaz Vélez, quien dice en un informe de 17 de octubre de 1825, que Montes de Oca actuó “con el mismo valor, cuya recomendable reputación le hicieron siempre acreedor al aprecio de sus jefes”. Con algunas compañías del Nº 8 formaba parte Montes de Oca de la guarnición de esta Capital cuando fue destituido el Director Balcarce el 11 de julio de 1816. El 1º de enero de 1817 fue nombrado Habilitado del Estado Mayor de Plaza, puesto que conservó hasta el 28 de febrero de 1822, en que pasó a la situación de reformado. En 1826 se le encuentra ejerciendo las funciones de Habilitado del Estado Mayor de Plaza de Buenos Aires. El 28 de noviembre de 1825 solicitó ser incorporado al Ejército Nacional en la Línea de Uruguay “bien sea en Infantería o Caballería”, decía en su solicitud. En la mitad del año se le encuentra desempeñando las funciones de comisario en San Isidro, y la de juez de paz del mismo partido. El 28 de octubre, el gobernador Viamonte le otorgó despachos de teniente coronelcomandante del 2º Escuadrón del Regimiento 1º de Milicias de Caballería. El 11 de octubre de 1833 tomó parte activa en la Revolución de los Restauradores. El 27 de mayo de 1834 se le otorgó el grado de coronel por el gobernador Viamonte, y el 17 de noviembre de 1838, Juan Manuel de Rosas le expidió despachos concediéndole la efectividad de aquella jerarquía, agregado al Regimiento Nº 1 de Campaña; cuerpo con el cual marchó de guarnición a Santos Lugares en setiembre de 1840, después de haber tomado parte en las campañas contra los revolucionarios del Sur y contra Lavalle. Asistió a la batalla de Caseros y derrocado Rosas, Montes de Oca fue destinado a la P. M. A. el 9 de abril de 1852 a contar del 1º de febrero del mismo año. Falleció en Buenos Aires el 30 de abril de 1852, a los 60 años de edad. Por su participación en la batalla de Salta recibió una medalla con el lema: “A los valientes defensores de la libertad”, con la inscripción en la circunferencia; “Al mérito en Salta”; y en su centro: “Año 1817”. Se casó en primeras nupcias con Manuela Arduz, el coronel Montes de Oca contrajo segundo matrimonio “en artículo mortis”, en el campamento de Santos Lugares, el 14 de enero de 1845, con Paula Martínez; apadrinando la ceremonia Antonino Reyes y Carmen Olivera. Montes de Oca estaba sumamente enfermo entonces. Su viuda sobrevivió hasta el 11 de julio de 1901, en que falleció en Buenos Aires. El general Benito Martínez, en un informe del 18 de octubre de 1825, dice: “Cuando en 1811 me incorporé al Ejército Auxiliar del Perú, encontré “sirviendo en el Regimiento Nº 6 al teniente coronel graduado D. José Montes de Oca, y cuando pasé en mayo de 1813 a dicho Regimiento en la clase de mayor, él era capitán: su comportación en toda circunstancia, y particularmente en las funciones de guerra, fue siempre digna de su clase, habiéndose hallado en todas las que tuvo el expresado ejército”. Fuente: Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
30 de Abril
Juan Moreira
Cierta mañana de 1884 se hallaban conversando en el vestíbulo del Politeama Argentino (Paraná y Corrientes) Frank Brown, famoso clown inglés, y Alfredo Cattaneo, representante de la empresa. La compañía de los hermanos Carlo, con quienes estaba asociado Brown, estaba finalizando una magnífica temporada de más de cien funciones y, agotado su repertorio, buscaba alguna novedad para despedirse de Buenos Aires antes de partir hacia Río de Janeiro en cumplimiento de un contrato. En ese momento apareció el conocido escritor y periodista Eduardo Gutiérrez, y Cattaneo tuvo una feliz idea. Eduardo, ¿por qué no hace usted una pantomima de su “Juan Moreira” Ese sí que resultaría un gran número, no sólo para una velada de beneficio, sino para infinidad de noches…. Gutiérrez, luego de meditar un momento las palabras de Cattaneo, contestó: Efectivamente; sería un gran número…. Pero, ¿quién va a interpretar en esta compañía de “gringos” a Moreira? Se necesitaría un hombre que sepa montar bien a caballo, tocar la guitarra, bailar, vestir el chiripá, llevar poncho y pelear…. ¡Pelear a lo gaucho! Yo tengo ese hombre –dijo Cattaneo trabaja en el Humberto Primo (situado en la esquina de las calles Moreno y Virrey Cevallos); es el payaso “Pepino 88”, José Podestá. (1) Gutiérrez conocía a los hermanos Podestá, y accedió a arreglar su obra en pantomima, con la condición de que José Podestá hiciera el papel protagónico. Los Carlo, gente que no reparaba en gastos cuando se trataba de dar una nota novedosa, hicieron inmediatamente la proposición a José Podestá, quien la declinó porque su contrato con el empresario del Humberto Primo no le permitía separarse de la empresa.
Años después, el propio Podestá diría: “Yo podría haber roto ese compromiso, porque el empresario nos adeudaba 7.000 pesos, pero eras un hombre tan bueno y tan decente que no me resolví a dejarlo en la estacada”. No obstante surgió la probabilidad de una fusión de ambos circos, y luego de largas conversaciones se llegó a un acuerdo. Al día siguiente, los diarios anunciaban la combinación circense con motivo de prepararse una gran novedad, pero sin decir en qué consistiría. Con el correr del tiempo, aquella “gran novedad” que se anunció como un simple número circense, la pantomima “Juan Moreira” se transformaría en un jalón importantísimo en la historia de nuestro teatro; en un pilar fundamental sobre el cual se afirmaría la dramaturgia nacional. Eran aquellos, tiempos de transformación y cambio que conmovían al país en todos los órdenes de su vida. Buenos Aires, lejos de ser “la gran aldea”, se transformaba en la capital de una gran nación en marcha: ferrocarriles, desarrollo de la agricultura y ganadería; el progreso irrumpe violentamente en la hasta entonces apacible vida argentina. La meta es poner al país a la altura del desarrollo económico, político y cultural de las naciones más importantes del mundo. El teatro, como todas las actividades culturales, estaba inspirado también en esta consigna, y se construyen numerosas salas en donde se ofrecen las obras más renombradas de la lírica y dramática universales, y en las cuales actúan intérpretes de la talla de Leonora Dusse, Sarah Bernhardt, Giovanni Grasso (Coquelín), Tomás Salvini, y cantantes como Gayarre, Tina de Lorenzo…. Pero paralelamente a este gran teatro, existía también el teatro chico, que consistía en representaciones ofrecidas por teatrillos y circos. Mientras que el primero era sostenido por las clases altas, éste era un género fundamentalmente popular. Sin embargo, las obras de autores argentinos no tenían cabida ni en uno ni en otro; sólo esporádicamente las crónicas recogen un estreno de autor nacional. Ricardo Rojas dijo en una ocasión, refiriéndose a la actitud que mantenía la clase más importante en aquel tiempo respecto a los espectáculos teatrales: “La burguesía porteña, al aplaudirlos y pagarlos largamente, mostraba en ello un loable refinamiento estético, pero desamparaba con injusta soberbia los ensayos locales”. J osé Podestá Los circos de aquella época fueron numerosos, y mantenían más o menos las mismas características de los que aún hoy sobreviven. Desarrollaban una vida nómade y anunciaban sus funciones con desfiles y bombas de estruendo; sus programas consistían en números con animales, juegos de trapecio, malabarismos, payasos…. Y también era frecuente asistir a trozos de óperas, payadas y pantomimas o pequeñas piezas cómicas que no se diferenciaban mucho entre sí y que se basaban en un argumento ensayado varias veces, para que luego los artistas intuitivos de gran versatilidad que suplieron su falta de instrucción con una pasión inquebrantable por el teatro. Cuando se le ofreció hacer el papel de Juan Moreira, José Podestá ya se había hecho famoso con su creación “Pepino el 88”, una especie de payaso que, además de hacer piruetas y malabarismos, cantaba picantes versos, que él mismo componía, satirizando el momento político, como por ejemplo, estos: Por causa e la lotería
perdí yo mi capital y no tengo en el bolsillo ni un centavo nacional o también: La basura que se barre No deja de ser basura… Pero “Pepino 88” no sólo buscaba la risa; a veces dejaba caer una gota de emoción, como cuando decía: Y aunque a ustedes no les cuadre, tuve padre y tuve madre, y ahora no tengo siquiera ni un centavo en la cartera, ni un perrito que me ladre… Y entonces daba un salto y caía sobre el lomo de su burrito Pancho; extendía los brazos y en esa posición recorría en una vuelta entera el círculo del picadero al compás de la música rítmica en medio de las risas y los aplausos del público. “No era el clown que se da de bofetadas con el tony, ni el saltimbanqui que dice arbitrariedades e incoherencias –dice Enrique García Velloso en sus memorias sino un extraño personaje trajeado churriguerescamente, que dialoga con el jefe de la pista sobre temas de actualidad, a veces en forma tan exageradamente grave, que de su exceso surgía la hilaridad satírica o una mordacidad de niño terrible que iba de rebote a un personaje político, en ocasiones espectador del circo, que era el primero en festejar las chuscadas del payaso…” Además de su labor como “Pepino el 88”, José Podestá se distinguía como trapecista, en combinación con sus hermanos Juan y Pablo (en aquel entonces, un chico), e intervenía en la representación de pequeños sainetes y pantomimas, como “El negro boletero”, “El maestro de escuela”, y más tarde “Los bandidos de Sierra Morena”, “Los dos sargentos” y “Garibaldi en Aspromonte”, de modo que, según el propio Podestá, “no era un novel, ni mucho menos en ese arte”. La pantomima “J uan Moreira” Tres días después del acuerdo entre ambas compañías circenses, la de los Podestá y la de los Carlo, Gutiérrez entregaba la adaptación de su obra en pantomima, y comenzaban los ensayos. No resultó fácil poner la obra en condiciones de ser representada; la mímica es un arte más difícil de lo que suele creerse, y a pesar de la experiencia con pantomimas anteriores, no era lo mismo representar el consabido tony con final a vejigazos y garrotazos, que “Juan Moreira”. Toda la acción era expresada por medio de la mímica;
solo se rompía el silencio en el gato con relaciones y en el “estilo” que cantaba Moreira en la fiesta campestre. Llegado el día del estreno, el ensayo todavía andaba a los tropezones ante la desesperación del maestro coreográfico Pratessi, que le decía a José Podestá, medio en broma medio en serio: “¡Pepe, esta noche nos matan!”. Pero en teatro es imposible vaticinar nada, y el número alcanzó un éxito extraordinario. El público, acostumbrado a las clásicas pantomimas, se encontró de pronto, frente a algo completamente nuevo, nunca visto en un circo: era la primera vez que se ponían en la arena caballos, guitarreros cantores, bailarines, y, por lo que es más importante, el tema del gaucho desplazado por la civilización, engañado por el pulpero “gringo”, y perseguido injustamente por un alcalde abusón. Todos estos elementos produjeron un impacto tremendo en el público. Podestá había previsto en cierta forma estas reacciones, y por eso, en combinación con Pratessi había puesto especial énfasis en las escenas de las peleas con la “partida” y en los cuadros netamente criollos de la fiesta campestre. Una nota pintoresca que contribuyó en buena parte al éxito final fue el ardid que tramó el propio Podestá con uno de los negros que integraban la “partida” que al final mataba a Moreira. Sin que ni siquiera se enteraran los demás artistas, Podestá le dijo al negro: Así que te mate, te caes de bruces en la mitad del puente que une la pista con el escenario y, aunque aplaudan, no te movás hasta que yo te diga. Y el moreno cumplió exactamente las indicaciones de Podestá. La escena última, en la que el sargento Chirino atraviesa a Moreira con la bayoneta en el boliche “La Estrella” resultó como se había previsto, de “una emoción indescriptible”, y cuando la obra terminó, el público se levantó al unísono en una ovación atronadora dirigida especialmente a José, a Jerónimo (magistral en su interpretación del alcalde Francisco) y a Gutiérrez, que había bajado a la arena. Mientras tanto, el negro seguía tirado en el puente como se le había ordenado, pese a los insistentes reclamos del público, y esto intrigó tanto a la concurrencia que, temiendo una desgracia, se precipitó a la arena para socorrer al presunto herido. Fue entonces que Podestá dio la voz de “¡ahora!”, y el negro se levantó ante el aplauso renovado de la concurrencia, riendo a carcajadas y mostrando sus blanquísimos dientes. Ante el éxito obtenido, la pantomima fue representada trece veces consecutivas, y habrían sido muchas más las funciones, pero la compañía de los Carlo tenía compromisos ineludibles en Río de Janeiro, y los Podestá se unieron a ellos para realizar lo que sería una gira memorable en la capital carioca. De la mímica a la palabra Nuevamente en Argentina, los Podestá se asocian con Alejandro A. Scotti, y compran en La Plata, el Pabellón Argentino, un circo con cuatro cabriadas de madera, cubierto de lona, situado en las calles 7 y 56, en el que debutan el 11 de enero de 1885 bajo el nombre “PodestáScotti”. Pero un circo de esas proporciones no puede subsistir en una ciudad todavía en cimientos como era La Plata, y se ven obligados a salir de gira por la provincia. En marzo de 1886 la compañía se instala en Arrecifes y las funciones se suceden noche a noche con la carpa llena, pero pronto la asistencia comenzó a disminuir. El circo, para renovar el interés del público, tenía un sistema: luego de las primeras funciones, que tenían la ventaja de la novedad, anunciaban tres o cuatro números nuevos por noche. De esta manera, la compañía podía alargar el tiempo de
permanencia en un mismo lugar, y de esto dependía, precisamente, el rendimiento económico del circo, en reducir al mínimo los días empleados en el viaje y en armar y desarmar el pabellón. En la primera parte del repertorio, estrictamente circense, no tenían los Podestá mayores inconvenientes, pues había una gran cantidad de números que podrían presentarse, pero la segunda, sainetes y pantomimas, comenzó a preocupar a los artistas, ya que ninguna de las obras mantenía ya la atención del público. Fue Egesipo Legris, un pintoresco emigrado político del Uruguay, que oficiaba de representante de la compañía, quien dio la solución al problema. Compadre –le dijo un día a Podestá ¿por qué no hacemos Moreira? Lo había pensado, pero desistí porque nos falta todo lo necesario para representarla…. Si usted se anima a ponerla en escena en seguida, yo me comprometo a conseguir todo lo que haga falta. Diez días después, el 16 de enero, se puso en escena “Juan Moreira” con un éxito notable. Pero lo importante en aquella oportunidad, no fue la representación, ni el suceso obtenido, sino lo que ocurrió a la mañana siguiente cuando José Podestá se encontró con León Beaupuy, el propietario del terreno en donde estaba la carpa. El francés, que era un hombre de cierta cultura y tenía gran afición por las cosas del circo, felicitó calurosamente a Podestá por el éxito de la función de la noche anterior. Al preguntarle éste qué le había parecido “Moreira”, contestó: Yo he visto muchas pantomimas en Francia, entiendo algo la expresión de la mímica, y sin embargo, anoche me he quedado en ayunas en algunos pasajes de la obra; y si esto me pasa a mí, que he visto tanto, ¿qué no les sucederá a los más negados que yo? Observe, amigo León, que junto con la mímica se produce el hecho que la hace comprensible. Convenido, pero no siempre. Por ejemplo, ¿qué dice el soldado al alcalde después de haber ido a ver quien llamaba a la puerta de calle? Nada más claro: “Allí está Moreira”. ¿Y por qué en vez de hacer mímica no dicen: “Señor, allí está Moreira que quiere hablar con usted”, no es mucho más claro y más fácil? “En el acto comprendí todo el alcance de aquellas palabras”, cuenta Podestá en sus memorias. “Pensé que la tarea sería en verdad fácil, puesto que mientras se acciona, los artistas dialogan la mímica por lo bajo, para hacer más exacta la expresión muda”. Podestá quedó preocupado por las palabras del francés, y a la mañana siguiente, muy temprano, tomó un ejemplar de la novela y extractó los diálogos adecuados para la acción de la pantomima que había compuesto Gutiérrez. Lo hizo con tal habilidad y acierto, que desde entonces se reconoce que uno de los méritos indiscutibles de Podestá estriba en la realización del paso que va de la pantomima al drama hablado. Una histórica función De Arrecifes la compañía se dirigió a Chivilcoy y fue allí donde, el 10 de abril de 1886 se representó por primera vez “Juan Moreira” hablado.
Ni bien levantaron el pabellón, comenzó enseguida una campaña publicitaria por toda la ciudad, que consistía en el consabido desfile con bombas de estruendo y en la distribución de un curioso diarioprograma editado por el circo, llamado “El Pepino”, en el cual los lectores encontraban cosas como éstas: En la sección social: “Invasión”; sabemos que varias tribus han pasado la línea de la frontera…. Con la resolución de asistir a la función de esta noche en el circo “PodestáScotti”. Más adelante decía: “Circo”; hoy se representará por la compañía acrobática PodestáScotti, y por vez primera la pantomima “Juan Moreira”, de Don Eduardo Gutiérrez. El nombre de Juan Moreira, tipo del verdadero gaucho de otros tiempos, víctima como lo han sido la mayor parte de nuestros gauchos de las iras y venganzas de los comandantes militares y jueces de paz. (Aparecido en “El Pepino”, en Rosario, el 4 de febrero de 1892). Por fin llegó la noche de la función; el público colmaba la capacidad de la carpa. Todos esperaban con interés aquella pantomima de la que se había hablado tanto en Buenos Aires, y cual no sería el asombro de los presentes cuando vieron aparecer a Moreira y oyeron las primeras palabras. Esperaban ver una pantomima y se encontraron con una obra hablada. A la sorpresa siguió el interés, y luego el entusiasmo demostrado al final con una gran ovación. Los personajes hablaban con naturalidad, y este fue uno de los factores determinante del éxito; los diálogos se decían de un modo directo y sin artificios literarios. Así, Moreira hablaba en “criollo”, Sardetti en “gringo”, etc. Además, aparte de la acción misma, los artistas habían puesto especial atención en las escenas de vida campesina que se representaban para dar tintes de mayor realidad al espectáculo: mujeres que asaban carne, costillares expuestos a las brasas; chinitas de largas trenzas; paisanos jugando al truco, bebiendo o bailando; carreras de sortijas, payadas, duelos….. Después de aquella memorable función del 10 de abril, las representaciones se sucedieron hasta el 21 de abril, fecha en que los carromatos del circo se encaminan hacia la ciudad de Mercedes. Acababa de iniciarse toda una etapa en la historia de la dramaturgia nacional argentina. La compañía de los Podestá continuó con sus giras, elevando a la ya legendaria figura del gaucho Juan Moreira a la categoría de ídolo popular, a la altura de Martín Fierro. El éxito de la obra de Gutiérrez inició un período en el que, al decir de Florencio Sánchez, “no quedó gaucho avieso, asesino y ladrón, que no fuera glorificado en nuestra arena nacional”. A la sombra de “Juan Moreira” vivieron infinidad de conjuntos teatrales que representaban obras gauchescas de un nivel mediocre para abajo, siempre con las mismas situaciones y personajes (pocas fueron las que escaparon a este denominador común), pero que, no obstante, tienen el mérito de haber iniciado el proceso por el cual se afirmaría un teatro nacional, en contraposición con las tendencias cosmopolitas de las clases cultas, y de haber servido, además, de escuela para las futuras generaciones de actores argentinos, que antes, prácticamente no existían. Sin embargo, ninguno de los que intervinieron en la historia de la pantomima tuvieron conciencia de su trascendencia para nuestra escena, sino muchos años después. León Beaupuy jamás imaginó aquella mañana que esa conversación con Podestá cambiaría el rumbo de nuestro teatro; el hotelero francés sólo vio en su consejo una finalidad práctica de mayor claridad y, por ende, mayor éxito en la representación. Asimismo, tanto los Podestá y los Scotti como Legris fueron movidos únicamente por la necesidad de asegurar el éxito de su gira cuando resolvieron representar nuevamente Moreira. Gutiérrez tuvo aún menos visión. Podestá, en una carta escrita mucho tiempo después, diría: “Eduardo Gutiérrez no tuvo la visión a que tú te refieres, a pesar del éxito
alcanzado en el Politeama Argentino con su pantomima, porque si así hubiera sido, no se habría mostrado tan indiferente cuando lo fui a invitar para que presenciase la representación de su “Moreira”, arreglado con palabras por mí. Si Gutiérrez, hombre de reconocido talento, hubiera tenido esa visión que tú tratas de concretar, habría afirmado en alguna forma pública o privada la satisfacción de nuestro triunfo, y concebido enseguida, algo más que “Moreira” para la escena; pero su apatía y desapego fueron tales, que nunca presenció su obra teatralizada…” La leyenda de J uan Moreira El verdadero protagonista en la historia de la pantomima que llevó a los Podestá a la fama es el pueblo; sólo por ser un héroe esencialmente popular, Moreira se impuso hasta el extremo de iniciar todo un género, una época dentro de la literatura argentina. La atormentada figura del personaje de Gutiérrez simboliza el conflicto del gaucho engañado por el “gringo” ladino, y perseguido injustamente por el alcalde que aprovecha la ocasión para dar rienda suelta a antiguos rencores; es el hombre de nuestra pampa que, marginado por una sociedad que no lo comprende, se ve obligado a luchar contra la “partida” para defender su libertad, porque sabe que la única justicia a la que puede confiarse es su cuchillo. El pueblo conocía en carne propia todo esto, y rompía en alaridos de entusiasmo cuando en la arena Moreira acuchillaba al pulpero Sardetti, o cuando se enfrentaba solo, en un alarde de valor indómito, a la “milicada”; y vibraba de emoción en la tierna escena en que Moreira se despide de su mujer e hijo. Tan poderoso fue el efecto del héroe en el público, que éste se identificó con él en su antipatía por la “autoridá”, y fue por eso que, con frecuencia, los representantes del orden de los pueblos adonde llegaban los Podestá con sus carromatos, ponían toda clase de obstáculos a la representación, pues veían en ella un ataque a su dignidad. Hubo, sin embargo, algunas excepciones, una de las cuales es aludida por el mismo Podestá en sus memorias: los miembros de la Municipalidad de Chivilcoy, sin poder contener su entusiasmo luego de la función, enviaron a los artistas una carta de felicitación y un billete de diez pesos “para contribuir de alguna manera al éxito de la obra”. La novela tanto como la pantomima “Juan Moreira”, significó, en ese sentido, un acontecimiento fundamental, pues se supera el vacío que en la década del 80 existía entre el pueblo y los escritores. El folletinista, desdeñado por los círculos cultos de Buenos Aires, inicia una literatura popular, y lo que impidió que este puente prosperara, no fue, como dijeron sus críticos, la falta de calidad artística de su obra, sino la inmediata ruptura posterior de esta identidad. Con “Juan Moreira”, Gutiérrez creó uno de los mitos más característicos de la literatura gauchesca, y tanto se extendió la fama de su personaje, que traspasó las fronteras del país, llegando a ser conocido en Francia, Italia y España. En París, por ejemplo, poco tiempo después de haber estado José Podestá con su compañía, se generalizó decir de alguien que se batía en lances a causa de una mujer: “¡C’est un Moreyra!”. Pero más allá de la leyenda, existe otra realidad: ¿Quién fue Juan Moreira en la vida real? La vida del célebre cuchillero carece casi por completo de datos biográficos, y es esta la razón por la cual se han levantado verdaderas polémicas acerca de la veracidad histórica de la novela. Gutiérrez ha sido, en gran parte, el causante de esta confusión al incluir en su obra párrafos aclarativos como: “Hemos hecho un viaje ex profeso a los partidos que este personaje habitó primero…”, o bien: “Hemos hablado con los empleados de policía que lo combatieron…” Pero lo cierto es que el escritor no dejó ninguna de las fuentes de que se valió para reconstruir la vida del gaucho. Son pocos
los pasajes de la novela que tienen algún fundamento histórico –las intervenciones de Moreira en las elecciones de Navarro, la amistad del gaucho con el Dr. Adolfo Alsina y el de su muerte, narrada por el capitán Francisco Bosch, jefe de la partida que intervino en la acción, quien el 1º de mayo de 1874 elevó al juez de Lobos un parte dándole cuenta de la muerte del temible bandolero. Todos los demás episodios deben atribuirse a la fantasía creadora del autor, o bien a relatos y anécdotas recogidas por éste a través de la imaginación exaltada del paisanaje, que engrandecía exageradamente las andanzas de Moreira y, a menudo, le atribuía hazañas inexistentes. Todo esto explica el porqué de esa aureola sobrenatural que acompañó al gaucho en sus últimos años y del temor religioso que se le tenía. Es evidente que si bien Gutiérrez se inspiró en un personaje real, al traspasarlo a su ficción lo idealizó: físicamente, el Moreira de la obra es hermoso, alto, larga melena negra, barba abundante; además es diestro guitarrero y cantor, eximio jinete; de natural generoso, noble y valiente hasta la temeridad, pero al mismo tiempo de tierna sensibilidad. No obstante, los datos fríos, incuestionables, que surgen en cualquiera de las numerosas declaraciones que se le tomaron en los juzgados de paz de Navarro, Dolores, Bragado y Lobos, revelan una realidad diferente. Véase la filiación levantada por el escribano Laudelino Cruz, secretario del Juzgado de Navarro, tomada el 18 de abril de 1874: “Oficio: vago y mal entretenido. Edad: 46 a 48 años. Religión: católico apostólico romano. Estatura: regular, alto, grueso. Color: blanco y picado de viruelas. Pelo: castaño. Usa poco bigote y el mentón rasurado. Nariz: aguileña. Boca: grande con una herida de bala en el labio inferior. Ojos: verdosos. Usa pantalón negro”. En una de las declaraciones que le tomaron en Lobos dice que no sabe tocar la guitarra ni cantar; que no tiene mujer ni hijos; que no se saben que hayan vivido sus padres en ninguno de los partidos teatro de sus fechorías. En cuanto al episodio de la muerte del pulpero, quien en la novela aparece como el “gringo” que engaña a Moreira y luego es muerto por éste en lucha frente a frente, las declaraciones de los testigos dan una versión muy diferente: Moreira debía al pulpero dinero de copas fiadas; éste resuelve un día no fiarle más hasta que no pague lo que debe. Moreira simula irse, pero vuelve sigilosamente por la trastienda, descarga a traición sus dos trabucos naranjeros sobre el pulpero y la concurrencia y, luego del asesinato, huye… Moreira en las luchas electorales La notoriedad alcanzada por Moreira está íntimamente ligada a su participación en las elecciones de aquella época. La primera vez que su presencia se hizo sentir fue en el año 1872, cuando en toda la provincia de Buenos Aires se debatía la candidatura de Eduardo Costa, representante del partido Nacionalista, dirigido por Mitre, y de Mariano Acosta, propuesto por los autonomistas, cuyo caudillo era Adolfo Alsina. El clima que precedía a los comicios era marcadamente violento; aún estaba muy cercana la presentación de la candidatura para la presidencia del jefe autonomista, frustrada por la categórica campaña periodística lanzada en su contra desde las columnas de “La Nación”, llegando Alsina a protestar públicamente por las acusaciones que se le hacían y a retar a duelo a José M. Gutiérrez, hermano del escritor y en ese tiempo director de “La Nación”, aunque, finalmente, el lance no se efectuó. Los rencores acumulados desde aquellos incidentes amenazaban con hacer de los comicios de 1872 uno de los más violentos de la historia, ya que los contrincantes estaban dispuestos a triunfar a toda costa, sin considerar los medios para lograrlo.
En Navarro, dos meses antes de la elección, los partidos ya se preparaban para la confrontación, y cada uno se esforzaba en tener de su lado los hombres más prestigiosos entre el paisanaje, ya que de esta forma conseguirían más votos. Contra lo que afirmó Gutiérrez, quien en la novela lo hace figurar como autonomista, Moreira era el “hombre fuerte” del partido Nacionalista, y cuando llegó el día, se enfrentó en el atrio electoral con el matón contratado por el bando contrario, un tal Leguizamón, a quien mató con su cuchillo, asegurando así el triunfo para su partido. Los votantes, en estos casos se limitaban a observar la lucha entre los matones de cada partido, y luego votaban por el del más fuerte. Aunque algunos lo hacían por miedo, la mayoría seguía al vencedor por sincera admiración a su valor y habilidad, en el instintivo “culto al coraje” individual que caracterizaba al criollo en el pasado. Estos episodios no eran de ninguna manera casos aislados en las elecciones de esa época turbulenta de la historia argentina. Era muy frecuente, especialmente en localidades del interior de las provincias, que el atrio se transformara en escenario de una verdadera batalla campal, cuyo resultado solía ser de algunos muertos y muchos heridos. Era aquél un tiempo de corrupción política, en que se ganaban las elecciones comprando los votos con dinero y haciendo votar a personas inexistentes; en que las armas de los políticos eran la prebenda, la violencia, el fraude, la taba y el asado para los “muchachos del comité”. La actuación electoral más notoria de Moreira tuvo lugar en los comicios nacionales para elección de fórmula presidencial de 1874. Ya entonces, la figura de cuchillero estaba rodeada por un aire fantástico, y su llegada a un pueblo provocaba tanto temor, que ni la policía se atrevía a cruzarse en su camino. En aquella ocasión, los nacionalistas presentaban la candidatura de Mitre, mientras que los autonomistas intentaban imponer la de Avellaneda. En Navarro, las elecciones fueron ganadas en forma aplastante por los mitristas, quienes debieron su triunfo a la sola presencia de Moreira en el atrio, y se cuenta que en Lobos, cuando los autonomistas amenazaban con superarlos, se hizo correr la voz que Moreira llegaba de Navarro, y se produjo un desbande general, ganando allí también los partidarios de Mitre. No obstante, los nacionalistas sólo consiguieron el triunfo en las provincias de Buenos Aires, Santiago del Estero y San Juan, y aquellas elecciones fueron ganadas por los alsinistas. Poco después estallaba la guerra civil, en la que Mitre y los demás revolucionarios serían vencidos en La Verde. No todo, empero, es violencia en la vida de Moreira: En 1866, Adolfo Alsina presentó su candidatura para gobernador de la provincia de Buenos Aires. También éstas era épocas de crimen y atropello, y los amigos personales del caudillo, sabiendo que su vida estaba en peligro, eligieron un hombre para que fuera su guardaespaldas. Este hombre fue Moreira. Durante el tiempo que permanecieron juntos, la fuerte personalidad de Alsina supo atraerse el aprecio del cuchillero. “Nada más fácil de conquistar que el cariño de un gaucho, cariño que llega a convertirse en una especie de religión invencible. Para esto, basta sólo comprender su corazón, lleno de nobles prendas y hablarle el lenguaje del afecto, que sus oídos no están habituados a escuchar” (Gutiérrez). A pesar de no ser más que un delincuente, Moreira llegó a sentir un cariño tal por Alsina que, según dice la leyenda, se rehusó a aceptar pago alguno por sus servicios. Fuere lo que fuere, lo cierto es que el doctor Alsina no dejó de reconocer a Moreira, y apenas el gaucho se separó de su lado, buscó el mejor caballo que pudo encontrar y se lo envió a Moreira junto con una hermosa daga. Y ese fue el overo bayo
que se hizo tan legendario como su amo, y el arma, el famoso cuchillo que usó hasta su muerte. Sin embargo, todo el aprecio que pudo sentir el gaucho hacia Alsina no fue impedimento para que años después, actuara colaborando con sus adversarios políticos. Si bien en un primer momento puede considerarse una traición, resulta en cierto modo explicable si se tiene en cuenta que la lealtad de Moreira estaba comprometida con Alsina, y no con los autonomistas, es decir: con el hombre y no con el partido, y tanto en los comicios de 1872 como en los de 1874, Alsina se abstuvo de presentar su candidatura. Empero, éste es sólo un pasaje insignificante en largos años de crímenes y bandidaje; un plumazo que no hace más que confirmar ese recóndito fondo de nobleza que llevaban nuestros gauchos por más criminales que fueran. El aprecio de Moreira por el caudillo autonomista se basaba en una especie de respeto hacia un hombre a quien reconoce superior, y que necesitando sus servicios, confía en él y lo trata de igual a igual. Lo cierto es que Juan Moreira, en violento contraste con el imaginado por Gutiérrez, fue un criminal, un vulgar matón de pulpería como tantos: pendenciero, tramposo en el juego y borracho. Ni siquiera físicamente es posible resistir la comparación: un Moreira casi rubio, de ojos verdosos y picado de viruelas. Como ya se dijo, su itinerario vital es brumoso e impreciso, pero es posible rescatar algunos hechos concretos. Acerca del lugar de su nacimiento se han recogido diversas versiones; mientras algunos afirman que fue Navarro, otros se muestran partidarios de Lobos o Morón, y no falta quienes aseguran que fue en Cañuelas donde Moreira vio la luz. Si es cierto que su apellido verdadero fue Blanco, como muchos han declarado, podría decirse que Moreira nació en San José de Flores, donde en los libros de la Parroquia figura el acta de bautismo de un tal Juan Gregorio Blanco que dice así: “El veinte y cinco de Noviembre de mil ochocientos diez y nueve, yo el actual cura vicº bautisé solemnemente puse óleo y crisma a Juan Gregº de cinco días de edad, hijo legmo. de Mateo Blanco y Ventura. Pdno. Gregº Mart. Joseph de Warnes”. Pero no hay manera de probar si este documento se refiere realmente a Moreira. También es muy difuso todo lo referente a la supuesta esposa del cuchillero, inmortalizada por la novela en la imagen de Vicente, un tierno y admirable personaje que luego se convertiría en el prototipo de la mujer criolla. Crónicas posteriores a la muerte de Moreira hablan de una tal Andrea Santillán, con la cual aquél tuvo tres hijos y a quien se ha señalado como su esposa. En realidad, si bien es cierto que el bandolero tuvo relaciones con ella, nunca llegaron a ser marido y mujer, lo que es fácilmente comprobable en el acto de bautismo de uno de sus hijos (de los otros no se ha encontrado ninguna referencia legal), en donde dice que se bautiza solemnemente a Valerio, hijo “natural” de Juan Moreira y Andrea Santillán. Lo más probable es que Andrea Santillán haya sido tan sólo uno de los tantos amoríos que tuvo Moreira en sus numerosas andanzas. La muerte de Moreira Mucho más concreta es la visión de su muerte que ha trasmitido el impresionante relato del comandante Francisco Bosch, jefe de la partida que lo ultimó. El Judas de Moreira fue un gaucho apodado “el cuerudo”, en cuyo rancho se alojaba a veces el bandolero, y que advirtió a las autoridades que éste iría a pasar unos días al piringundín “La
Estrella”, en el pueblo de Lobos. En aquella época, la impunidad política de Moreira había desaparecido, y tanto las autoridades de Lobos, como las de todas las localidades que frecuentaba se habían empeñado en reducirlo a prisión a toda costa. Apenas se tuvo noticia –por medio de “el cuerudo” de que Moreira estaría unos días en “La Estrella”, el Juez de Paz, Casimiro Villamayor dio órdenes terminantes de capturarlo al capitán de la partida, Eulogio Varela. Y, para asegurar el golpe, se dirigió al gobernador Acosta solicitándole algunos vigilantes disfrazados. A este despliegue se agregó, además, una fuerza de policía comandada por Pedro Berton, a la que pertenecía el conocido sargento Chirino, algunos voluntarios civiles y el comandante Francisco Bosch, a quien se confió el mando de la partida de plaza. Moreira llegó a las once de la mañana, acompañado de su amigo Julián Andrade, y después de un almuerzo “largamente rociado por un par de vasos de vino Carlón, del que toma el cura” se retiraron a sus respectivas habitaciones. Avisados por “el cuerudo” de que Moreira, ya estaba en “La Estrella”, las fuerzas policiales llegaron a las catorce horas, aproximadamente, y mientras algunos vigilantes quedaron apostados afuera, rodeando el edificio, el resto entró al patio. Como el dueño del establecimiento dijo ignorar dónde se encontraba Moreira, iniciaron un minucioso registro, pieza por pieza, cuidando de no poner en aviso a los gauchos con ningún ruido. Andrade fue sorprendido mientras dormía sin sospechar el peligro, y fue fácilmente apresado por los milicos quienes creyeron que era Moreira. El comandante Bosch, que conocía físicamente a Moreira dijo: Ese no es Moreira, compañeros; es Julián Andrade, otro bandido. Prosiguieron revisando todas las habitaciones hasta que se encontraron con una puerta cerrada por dentro; no cabía duda: ahí estaba Moreira. Golpearon con fuerza. ¿Quién es? –preguntó desde adentro una voz aguardentosa. Es la justicia –contestó Pedro Bertón; es inútil que se resista, amigo. Entréguese, y no se haga matar. Moreira, que entretanto había observado a través de la puerta entornada la captura de su amigo y esperaba la acometida ya vestido y con sus armas listas, aprovechó ese intervalo de tiempo para abrir levemente la puerta y echar de la habitación a Laura, su amiga preferida. ¿Y a quién he de entregarme? –volvió a preguntar. A la policía de Buenos Aires….. Me cago en la policía de Buenos Aires vociferó Moreira, y apareciendo sorpresivamente con un trabuco en cada mano, descargó una andanada hacia los flancos, donde había mayor número de policías y tan rápidamente como salió volvió a entrar en la pieza cerrando la puerta. Los milicos habían quedado tan impresionados con la aparición del cuchillero que permanecieron completamente paralizados. Berton, desesperado, gritaba “¡Fuego! ¡fuego!”, pero sólo sonaron unos pocos disparos mal dirigidos. Entréguese y no se haga matar tan sin provecho –insistió Berton ¡Entréguese a la policía de Buenos Aires! ¡Aquí no hay más policías que yo, hijos de una gran maula!
Volvió a abrir la puerta y disparó matando a un soldado y destrozando la rodilla a Eulogio Varela. Tampoco esta vez lograron herirlo los soldados, que comenzaban a ser presa del pánico; sólo Bosch atinó a disparar su pistola hiriéndole levemente en la mejilla antes que se encerrara nuevamente en la habitación. Por tercera vez la puerta se abrió, y apareció Moreira con un solo trabuco – aparentemente el otro se había descompuesto y habría matado al capitán Varela si no se le hubiese caído el fulminante. Tiró su arma inservible hacia el rostro del capitán y empuñando su daga saltó al patio. Los soldados presa del terror, se desbandaron sin hacer caso de las órdenes que vociferaban sus superiores, quedando solos, frente a Moreira, Pedro Berton y el capitán Varela, quien tenía una pierna inutilizada por el trabucazo que le acertara el gaucho. Berton intentó disparar sobre él, con un rifle abandonado por los policías en su huída, pero Moreira, más rápido, lo hirió en la muñeca de un certero balazo. Desesperado, Berton gritaba: “Fuego, fuego sobre él”, pero sus hombres se encontraban a respetable distancia y no tenían intenciones de acercarse. Entonces Varela, a pesar de su rodilla herida, se abalanzó con su espada sobre Moreira, consiguiendo hacerle un rasguño en la frente, mientras que Berton conseguía por fin que los soldados volvieran a la carga. Pero Moreira, presa de un furor salvaje, se adelantó con violentos hachazos amenazando a todos a la vez. ¡Campo! ¡Campo maulas! –gritaba, y tanto vigilantes como soldados retrocedían para ponerse fuera de su alcance. Ya comenzaba a sentir Moreira el cansancio de la lucha, y al ver que a lo lejos los soldados cargaban los Remington para hacerle una descarga, dio media vuelta y se dirigió rápidamente hacia la pared del fondo, detrás de la cual había dejado su caballo. Sujetó la daga con los dientes y se dispuso a saltar. Pero el sargento Chirino, quien en uno de los embates de Moreira se había escondido detrás del brocal del pozo de agua, salió sorpresivamente y le clavó la bayoneta por la espalda con tal fuerza, que Moreira quedó sostenido contra la pared con los pies en el aire. No obstante, en un gesto instintivo de rabia, disparó su pistola por sobre su hombro, hiriendo bajo el ojo izquierdo a Chirino, que cayó de espaldas dando un grito de dolor, Moreira, a pesar de la terrible herida, no dejó de luchar, y aún tuvo fuerzas para adelantarse hacia los policías diciendo: ¡Aún no estoy muerto maulas! –y amenazó con su daga haciendo retroceder a los que ya se aproximaban para rematarlo; en seguida se inclinó preparando una puñalada que hubiera matado a Gabriel Larsen, prestigioso alsinista de la zona que miraba a Moreira venir hacia él inmovilizado por el terror, de no ser por la intervención de Eulogio Varela, quien para parar la estocada puso su brazo en la trayectoria de la daga. Moreira amagó una nueva embestida, pero, luego de un vómito de sangre, cayó al suelo. Todos cargaron sobre él y lo remataron, y aún así, antes de lanzar su postrer suspiro, Moreira tiró una última estocada que se perdió en el aire. Era el 30 de abril de 1874. Así murió Juan Moreira. Fue un final acorde con su larga carrera de asesinatos y atropellos. Pero poco importa ya la crónica del hombre real, por sobre la verdad que revelan los procesos judiciales, está el tipo creado por Gutiérrez. El Juan Moreira que sobrevivió a través del tiempo hasta nuestros días, es aquel gaucho cuya dignidad se rebelaba ante la injusticia; es aquél que, ante la pregunta de su suegro: “¿Y lo has muerto en güena ley?” por toda respuesta levantó su chaqueta mostrando su pecho ensangrentado; es aquél que vive, al igual que Martín Fierro, como uno de los
arquetipos más representativos de nuestra tradición literaria. Y fue este mito el que exaltaba José Podestá en las noches de circo, ante un público fervoroso que junto a él, luchaba contra la partida y ajusticiaba a Sardetti. No el Moreira de los prontuarios, asesino y ladrón, sino el otro, gallardo, justiciero, criollazo, arquetipo del gaucho argentino. Y así lo recuerda, piadosamente, la posteridad. Referencia (1) García Velloso Enrique “Memorias de un Hombre de Teatro” – Ed. G. Kraft, Buenos Aires (1942). Fuente Castagnino Raúl H. El Circo Criollo – Ediciones plus ultra – Clásicos hispanoamericanos – 2a. Ed. Buenos Aires (1969) Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado Mc. Loughlin, Guillermo – Juan Moreira, de la arena a la gloria. Todo es Historia – Año II, Nº 15 , Julio de 1968.