Después de algunos garabatos adolescentes de poca consistencia, me olvidé de la poesía durante mucho tiempo. Tampoco he sido (ni soy -no lo digo con orgullo-) un gran lector de poesía.
Sin embargo, y de manera sorprendente, entre el 2000 y el 2001, un impulso extraño y severo, probablemente unido a la tópica “crisis de los 40”, me atacó de forma repentina. En cualquier momento y lugar, especialmente de madrugada, al despertar, la idea, los versos correspondientes, la cadencia, la longitud... aparecían de forma natural, adecuados, continuados, como si fuese otra persona la que los dictaba.
He escuchado a algunos artistas relatar un estado de inspiración similar y supongo que forma parte de los procesos que la mente genera con algún fin reparador. O no.
Con estos poemas reunidos en un libro que llamé (Sic), gane en 2002 el segundo premio de un pequeño certamen de poesía organizado por la Universidad de Deusto en Donostia. Fué un impulso que siempre he agradecido. Los inseguros necesitamo