Perspectivas 16 motivos para la creacion del homo sapiens

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MOTIVOS PARA LA CREACIÓN DEL HOMO SAPIENS Enlil y no Ea (Enki) era el heredero del trono. Cuando Enlil fue enviado a la Tierra, le quitó el mando a Ea, el llamado Señor Tierra. Después, las cosas se complicaron aún más con la llegada a la Tierra de una oficial médico jefe, NIN.HUR.SAG («Señora de la Cima de la Montaña»), hermanastra tanto de Ea como de Enlil, que sedujo a ambos hermanos para que buscaran sus favores; pues, por las mismas reglas sucesorias, el hijo de uno de ellos con ella heredaría el trono. El arraigado resentimiento por parte de Ea, agravado por la creciente competitividad entre los hermanos, se transmitió a sus descendientes y se convirtió en la causa subyacente de muchos de los acontecimientos que siguieron. A medida que pasaban los milenios en la Tierra -aunque para los anunnaki cada 3.600 años no eran sino un año de su propio ciclo vital-, los astronautas de base comenzaron a refunfuñar y a quejarse. ¿Acaso su trabajo como astronautas suponía el tener que cavar en busca de mineral en las profundidades de unas minas oscuras, sucias y calurosas?


Ea, quizá para evitar fricciones con su hermano, pasaba cada vez más tiempo en el sudeste de África, lejos de Mesopotamia. Los anunnaki que trabajaban en las minas fueron a quejarse a él, y juntos charlaron acerca de sus insatisfacciones mutuas. Después, un día en que Enlil llegó a la zona de las minas en una visita de inspección, se dio la señal y se declaró el motín. Los anunnaki dejaron las minas, prendieron fuego a sus herramientas, marcharon sobre la residencia de Enlil y la rodearon, gritando: «¡Basta ya!» Enlil contactó con Anu y ofreció entregar el mando y volver a su planeta. Anu bajó a la Tierra. Se celebró un consejo de guerra. Enlil exigió que fuera condenado a muerte el instigador del motín, pero los anunnaki, en bloque, se negaron a divulgar su identidad. Tras escuchar las alegaciones, Anu concluyó que, ciertamente, el trabajo era demasiado duro.


¿Acaso habría que abandonar la extracción del oro en las minas? Entonces, Ea propuso una solución. Dijo que en el sudeste de África vagaba un ser que quizá podría ser entrenado para realizar parte de las tareas mineras; sólo había que implantar en él la «marca de los anunnaki». Hablaba de los hombres y mujeres simios que habían evolucionado en la Tierra, pero que aún estaban lejos del nivel evolutivo alcanzado por los habitantes del duodécimo Planeta. Tras muchas deliberaciones, se le dio luz verde a Ea: «Crea un Lulu, un trabajador primitivo -le dijeron-; que lleve él el yugo de los anunnaki.» La afirmación, registrada y transmitida por los sumerios, de que el «Hombre» fue creado por los nefilim, parece entrar en conflicto, a primera vista, tanto con la teoría de la evolución como con los dogmas judeocristianos basados en la Biblia. Pero, de hecho, la información contenida en los textos sumerios -y sólo esa información- puede afirmar tanto la validez de la teoría de la evolución como la


verdad del relato bíblico, y demostrar que, en realidad, no existe conflicto alguno entre ambas. En la epopeya «Cuando los dioses como hombres», en otros textos concretos y en referencias de pasada, los sumerios describieron al Hombre no sólo como una creación deliberada de los dioses, sino también como un eslabón en la cadena evolutiva que comenzó con los acontecimientos celestes descritos en «La Epopeya de la Creación». Sosteniendo la firme creencia de que la creación del Hombre fue precedida por una era durante la cual sólo los nefilim estaban en la Tierra, los textos sumerios registraron, caso por caso (por ejemplo, el incidente entre Enlil y Ninlil), los acontecimientos que tuvieron lugar «cuando el Hombre aún no había sido creado, cuando Nippur estaba habitado sólo por los dioses». Al mismo tiempo, los textos _ describieron la creación de la Tierra y la evolución de la vida de plantas y animales en ella, y lo hicieron en unos términos que se conforman a las actuales teorías evolucionistas. Los textos sumerios afirman que, cuando llegaron los nefilim a la Tierra, aún no se habían extendido por ésta las artes del cultivo de cereales y frutales, así como la del cuidado del ganado. Del mismo modo, el relato bíblico sitúa la creación del Hombre en el sexto «día» o fase del proceso


evolutivo. El Libro del Génesis afirma también que en un estadio evolutivo anterior: Ninguna planta de campo abierto había aún sobre la Tierra, ninguna hierba que es plantada había germinado todavía... y el Hombre no estaba todavía allí para trabajar el suelo. Todos los textos sumerios afirman que los dioses crearon a Hombre para que hiciera el trabajo de ellos. Explicado en boca de Marduk, la epopeya de la Creación da cuenta de la decisión: Engendraré un Primitivo humilde; «Hombre» será su nombre. Crearé un Trabajador Primitivo; él se hará cargo del servicio de los dioses, para que ellos puedan estar cómodos. Los términos que sumerios y acadios utilizaban para designar al «Hombre» hablan a las claras de su estatus y de su propósito: el Hombre era un lulu (primitivo), un lulu amelu (trabajador primitivo), un awi/um (obrero). Que el Hombre hubiera sido creado para servir a los dioses no resultaba en absoluto una idea chocante o extraña para los


pueblos antiguos. En los tiempos bíblicos, la divinidad era «Señor», «Soberano», «Rey», «Amo». La palabra que, normalmente, se traduce como «culto» era, en realidad, avod (trabajo). El Hombre antiguo y bíblico no daba «culto» a su dios; trabajaba para él. Pero, en cuanto la deidad bíblica (al igual que los dioses de los relatos sumerios) creó al Hombre, plantó un jardín y puso al Hombre a trabajar en él: y el Señor Dios tomó al «Hombre» y lo puso en el Jardín del Edén para que lo labrase y cuidase. Más adelante, la Biblia describe a la Divinidad, «paseando por el jardín a la hora de la brisa», ahora que el nuevo ser estaba allí para cuidar del Jardín del Edén. ¿Tan lejos se encuentra esta versión de aquello que dicen los textos sumerios acerca de que los dioses exigieron trabajadores para, así, poder ellos descansar y relajarse? En las versiones sumerias, la decisión de crear al Hombre se adoptó en la Asamblea de los dioses.


De manera significativa, el libro del Génesis, que, supuestamente, ensalza los logros de una sola Deidad, utiliza el plural Elohim (literalmente, «deidades») para denotar a «Dios», y nos hace un sorprendente comentario: Y Elohim dijo: «Hagamos al Hombre a nuestra imagen, como semejanza nuestra». ¿De quiénes está hablando no la singular, sino la plural deidad, y quiénes eran esos «nosotros» en cuya plural imagen y plural semejanza había que hacer al Hombre? El libro del Génesis no nos da la respuesta. Después, cuando Adán y Eva comieron del fruto del Árbol del Conocimiento, Elohim hace una advertencia a los mismos colegas anónimos: «He aquí que el Hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal». Dado que el relato bíblico de la Creación, al igual que otros relatos de los comienzos en el Génesis, proviene de fuentes sumerias, la respuesta es obvia. Al condensar los muchos dioses en una única Deidad Suprema, el relato bíblico no es más que una versión revisada de los informes sumerios sobre las discusiones en la Asamblea de los Dioses.


El Antiguo Testamento se esfuerza por dejar claro que el Hombre no era un dios ni era de los cielos. «Los Cielos son los Cielos del Señor, a la Humanidad la Tierra Él le ha dado». El nuevo ser fue llamado «el Adán» porque fue creado del adama, de la tierra, del suelo de la Tierra. En otras palabras, el Adán era «el Terrestre». Careciendo sólo de cierto «conocimiento», así como. de un periodo de vida divino, el Adán fue creado, en todos los demás aspectos, a imagen (selem) y semejanza (dmut) de su(s) Creador(es). El uso de ambos términos en el texto se hizo para no dejar duda de que el Hombre era similar a (los) Dios( es) tanto en lo físico como en lo emocional, en lo externo y en lo interno. En todas las antiguas representaciones artísticas de dioses y hombres la semejanza física es evidente. Aunque la advertencia bíblica en contra de la adoración de imágenes paganas diera pie a la idea de que el Dios hebreo no tenía imagen ni semejanza, el Génesis, al igual que otros informes bíblicos, atestigua todo lo contrario. El Dios de los antiguos hebreos se podía ver cara a cara, se podía luchar con él, se le podía escuchar y hablar; tenía cabeza y pies, manos y dedos, incluso cintura.


El Dios bíblico y sus emisarios parecían hombres y actuaban como hombres, porque los hombres fueron creados a semejanza de los dioses y actuaban como los dioses. Pero en esta cosa tan simple subyace un gran misterio. ¿De qué manera una nueva criatura pudo ser, física, mental y emocionalmente, una réplica virtual de los nefilim? Realmente, ¿cómo fue creado el Hombre? El mundo occidental hacía tiempo que estaba entregado a la idea de que, creado deliberadamente, el Hombre había sido puesto en la Tierra para someterla y ejercer su dominio sobre todas las demás criaturas. Después, en noviembre de 1859, un naturalista inglés llamado Charles Darwin publicó un tratado llamado On the Origin of Species by Means of Natural Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life. Resumiendo cerca de treinta años de investigación, el libro añadía, a los conceptos previos sobre la evolución natural, la idea de una selección natural como consecuencia de la lucha de todas las especies -tanto de plantas como de animales- por la existencia. El mundo cristiano ya se había llevado un golpe cuando, desde 1788 en adelante, destacados geólogos habían


comenzado a expresar su creencia de que la Tierra tenía una gran antigüedad, mucho mayor que la de los más o menos 5.500 años del calendario hebreo. Pero lo explosivo del caso no fue el concepto de evolución como tal; estudiosos anteriores ya habían observado este proceso, y los eruditos griegos del siglo IV a.C. ya habían recopilado datos sobre la evolución de la vida animal y vegetal. El terrible bombazo de Darwin consistió en la conclusión de que todos los seres vivos -incluido el Hombre- eran producto de la evolución. El Hombre, en contra de la creencia sostenida entonces, no había sido generado espontáneamente. La reacción inicial de la Iglesia fue violenta. Pero, a medida que los hechos científicos concernientes a la verdadera edad de la Tierra la evolución, la genética y otros estudios biológicos y antropológicos salían a la luz, las críticas de la Iglesia iban enmudeciendo. Parecía que, al final, las mismísimas palabras del Antiguo Testamento hacían indefendible el relato del Antiguo Testamento; pues, ¿cómo iba a decir un Dios que no tiene cuerpo y que está universalmente solo «Hagamos al Hombre a nuestra imagen, como semejanza nuestra»? Pero, realmente, ¿no somos más que «simios desnudos»?


¿Es que el mono no está más allá de la distancia de un brazo, evolutivamente hablando? ¿Es que la musaraña arborícola es un ser humano que aun no se pone de pie ni ha perdido la cola? Como ya mostramos al comienzo de este libro, los científicos modernos van a tener que cuestionarse las teorías simples. La evolución puede explicar el curso general de los acontecimientos que han hecho que la vida y las formas de vida se desarrollen en la Tierra, desde la más simple criatura unicelular hasta el Hombre. Pero la evolución no puede dar cuenta de la aparición del Homo sapiens, que tuvo lugar de la noche a la mañana, en los términos de millones de años que la evolución requiere, y sin ninguna evidencia de estadios previos que pudieran indicar un cambio gradual desde el Homo erectus. El homínido del género Homo es un producto de la evolución. Pero el Homo sapiens es el producto de un acontecimiento repentino, revolucionario. Apareció inexplicablemente hace unos 300.000 años, millones de años demasiado pronto. Los expertos no tienen explicación para esto.


Pero nosotros sí. Los textos sumerios y babilonios sí que la tienen. Y el Antiguo Testamento también. El Homo sapiens -el Hombre moderno- fue creado por los antiguos dioses. Afortunadamente, los textos mesopotámicos hacen una clara exposición del momento en que fue creado el Hombre. El relato de las fatigas y el posterior motín de los anunnaki nos dice que «durante 40 períodos sufrieron el trabajo, día y noche»; los largos años de su duro trabajo los dramatizó el poeta con la repetición de versos. Durante 10 períodos sufrieron el duro trabajo; durante 20 períodos sufrieron el duro trabajo; durante 30 períodos sufrieron el duro trabajo; durante 40 períodos sufrieron el duro trabajo. El antiguo texto usa el término ma para decir «periodo», y la mayoría de los expertos lo han traducido por «año». Pero el término connotaba «algo que se completa y, después, se repite». Para los hombres de la Tierra, un año equivale a una órbita completa de la Tierra alrededor del Sol.


Pero, como ya hemos demostrado, la órbita del planeta de los nefilim equivalía a un shar, o 3.600 años terrestres. Cuarenta shar o 144.000 años terrestres, después de su llegada, fue cuando los Anunnaki dijeron: «¡Basta!». Si los nefilim llegaron a la tierra, tal como hemos concluido, hace alrededor de 450.000 años, ¡la creación del Hombre debió tener lugar hace unos 300.000 años! Los nefilim no crearon a los mamíferos, a los primates o a los homínidos. «El Adán» de la Biblia no era el género Homo, sino el ser que es nuestro antepasado, el primer Homo sapiens. Lo que los nefilim crearon es el Hombre moderno, tal como lo conocemos. La clave para comprender este hecho crucial se encuentra en el relato en el que despiertan a Enki para informarle que los dioses han decidido formar un adamu, y que su tarea consiste en buscar la forma de hacerlo. A todo esto, responde Enki: «La criatura cuyo nombre pronunciáis ¡EXISTE!» y añade: «Sujetad sobre ella» -sobre la criatura que ya existe«la imagen de los dioses».


Aquí, por tanto, se encuentra la respuesta al enigma: los nefilim no «crearon» al Hombre de la nada; más bien, tomaron una criatura que ya existía y la manipularon para «sujetar sobre ella» la «imagen de los dioses». El Hombre es el producto de la evolución; pero el Hombre moderno, el Homo sapiens, es el producto de los «dioses». Pues, en algún momento, hace alrededor de 300.000 años, los néfilim cogieron a un hombre-simio (Homo erectus) y le implantaron su propia imagen y semejanza. No hay ningún conflicto entre la evolución y los relatos de la creación del Hombre de Oriente Próximo. Más bien, se explican y se complementan uno a otro. Pues, sin la creatividad de los nefilim, el hombre moderno se encontraría aún a millones de años de distancia en su árbol evolutivo.

Zecharia Sitchin. El Doceavo Planeta.


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