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PLANTEAMIENTO

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En este apartado expondré la influencia que ha tenido sobre mi trabajo el estudio y análisis del autorretrato en sí mismo. He decidido acotar mis referentes de este modo ya que considero que el propio género ha ahondado en infinidad de contenidos: tanto temáticos, conceptuales, estéticos… entre otros. Para ello haré un breve repaso cronológico desde sus orígenes e incluiré impresiones personales en aquéllos que he considerado más relevantes.

Los primeros registros de los autorretratos se remontan al Antiguo Egipto. Aproximadamente en el año 1.300 A.C. , el escultor egipcio Bak esculpe su propia imagen en piedra. Sus motivaciones se desconocen, pero es interesante destacar que hasta ese momento únicamente la imagen de los dioses o de las personas poderosas eran las únicas dignas de perpetuarse a lo largo del tiempo. Cabe destacar que la representación humana en el arte es tan antigua como la propia naturaleza humana, sin embargo, durante siglos, la representación fue bastante estereotipada y tenía funciones religiosas, instructivas, históricas, narrativas… pero la individualidad tenía muy poca presencia, generalmente ligada a la perpetuación de la imagen del poder (faraones, mitología, reyes, figuras religiosas…). Pese a que en sus inicios no existe como género independiente propiamente dicho, sí que existen ciertos vestigios que vaticinan la necesidad imperiosa del ser humano de dejar constancia de sus propios ideales. Pongamos por ejemplo Las Confesiones de San Agustín del s. IV, en la que no expone una realidad exterior, ajena a él mismo, si no su propio desarrollo y transformación interna o el discreto autorretrato de Peter Parler en el triforio de la Catedral de Praga del s. XIV.

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En el siglo XV podemos hacer mención a la influencia de Van Eyck, que pese todavía no entrar en el autorretrato, comienza a relatar escenas de corte religioso de otra forma, dominando la complejidad psicológica de los retratados, como en la Virgen del Canciller Rolin (1435). Desde el s. XIV ya se le considera como un subgénero del retrato, aunque no será hasta el renacimiento donde comience a tener una función relevante. En el siglo XVI ya se le asocia como un medio de introspección, pero no es hasta el renacimiento cuando el artista toma conciencia de su propio papel en el mundo y empieza a sentir preocupación por cuestiones de corte humanista. Se pasa del teocentrismo medieval, en la que la religión era la base de la representación pictórica, al antropocentrismo, en el que el hombre se postula como figura preponderante y medida de referencia de todo lo que le rodea. Durante el Renacimiento, el autorretrato se desliga de las convenciones que habían estado ligadas a la figura del artista, ya no es un artesano que representa escenas religiosas, paisajes... que narran la moral impuesta de épocas anteriores. Aquí el propio artista ya aparece como temática independiente y su propia figura e identidad son planteados en sus obras, al mismo tiempo que los ideales que defienden. Dentro del Renacimiento Alemán, unos autorretratos que he admirado son los famosos de Alberto Durero. En el que se encuentra en la Alte Pinakothek, Múnich (1500) idealiza su rostro y lo triangula siguiendo el esquema de proporciones medievales, tomando la frontalidad hierática de las representaciones clásicas de Cristo. Es posible que se trate de una Imitatio Christi, aunque el cabello bellamente peinado y la rica pelliza no cuadren con el ideal de pobreza evangélica propio de su época.

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Ese gusto por la elegancia de Durero, también se manifiesta en el autorretrato del Museo del Prado (1498), en el que se representa como un dandi, ataviado a la última moda, y en el juvenil del Louvre (1493), en el que también realza sus atavíos. Todo ello se debe a que Durero, al igual que sus contemporáneos, están proclamando su condición noble de artistas. Ya no son artesanos manchados de pintura, como sus antecesores medievales, son cultos, formados en el humanismo y las artes liberales. En el s. XVI los autorretratos de Parmigianino Autorretrato en el espejo convexo (1523-24) también son destacables muestras de que el género estaba en estaba en pleno auge, aquí el autor no habla tanto de su individualidad, pero sí que nos hace partícipes de su cometido como artista al transportarnos a su estudio, creando un trampantojo a partir de un espejo convexo. La mano grande en primer término nos muestran las manos pulcras de un intelectual. Ya a finales del s. XVI aparece un tratado de la fisionomía humana “De humana physiognomonia” (1586) de Giovanni Battista della Porta2 que será de gran utilizad para todos los próximos retratistas del barroco. A través de este documento descubrimos la interesante la relación que se hace entre la fisionomía animal y la humana, no sólo en la apariencia, si no en el que se plantean relaciones psicológicas, desligando al hombre de concepciones ideales, y ahondando en su naturaleza psíquica. En el s. XVII Los avances de la ciencia hacen que la superstición y aquello comúnmente ligado al mundo de la esotérico de paso a una nueva generación de intelectuales basados en la técnica y la experiencia empírica.

El sistema feudal queda obsoleto y la relación entre artista y nobleza se estrecha, lo que permite al pintor consagrarse y tener reconocimiento y elevarse en la esfera social. Posee recursos técnicos, valor social y es intelectual. Aquí me gustaría destacar a otro de mis favoritos, Rembrandt van Rijn, que nos ha dejado una nutrida colección de su propia fisionomía registrada a lo largo de su vida. Él introdujo una visión novedosa en el tema, al plasmar su psicología en constante cambio debido a las vicisitudes de su existencia. También comienza a dar relevancia al espacio interno donde realiza su labor artística, no sólo físicamente, sino también psicológicamente. En su obra El pintor en su estudio (1626). Sus ropas, actitudes… demuestran que la pintura no es únicamente una artesanía, sino una labor intelectual. En los autorretratos de Diego Velázquez también vemos su evolución artística y social. Desde el juvenil en el que se nos muestra sobrio tanto de colores, como de formas, hasta el de Las Meninas (1656), el que vemos al orgulloso pintor del Rey, elegante, con la enseña nobiliaria en el pecho. Tanto él como Rembrandt, y Goya posteriormente en su Autorretrato ante caballete (1790-95) amplían el marco del cuadro y lo expanden hasta el espectador, que sirve como modelo. Ellos desde sus cuadros se inmortalizan y continúan influyendo sobre los espectadores a lo largo del tiempo. Saliéndose así del marco espacio-temporal. Johannes Vermeer realiza algo parecido en El arte de la pintura (1666), al presentarse de espaldas, corriendo el velo que lo separa de lo real. Acercando al espectador con el propio cometido del pintor.

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En este siglo cabe destacar también a Charles Le Brun que publicó un método3 para dibujar las pasiones, basado en los estudios del filósofo Descartes, realizando 21 categorías en cuanto a las emociones humanas. En él establece cómo las emociones producen unos cambios característicos en el rostro del ser humano, y continúa trabajando sobre la relación entre el animal y el ser humano como en el siglo anterior.

Son admirables los autorretratos de la Gallerie Uffizi en Florencia. Entre ellos encontramos los de Rafael (1504-06) en la inocente e ilusionada juventud contrapuesto al de la experiencia. El de Caravaggio (1593-94) encogido y enfermizo como correspondencia a su reciente salida del hospital. También es destacable el de Johaness Gump, (1646) en el que su posición de pintor queda subyugada por la mirada del espectador que es quien se convierte en el creador del autorretrato. Velazquez, Rubens, Rembrandt, Bernini, Delacroix, Ingres tienen su sitio en los Uffizi. Sin embargo, también cabe destacar la presencia de las pintoras Lavinia Fontena, Élisabeth Vigée Le Brun, Rosalba Carriera, Angelica Kauffman, que se autorrepresentaron como profesionales de la pintura ante el cuadro, con el pincel en la mano. O Marietta Robusti (1580-85) tocando un instrumento musical, como correspondía a una joven culta formada en las artes. Ya en el siglo XIX me gustaría también resaltar los de Jean Auguste Dominique Ingres, reflejando el cambio psicológico que se produce a lo largo de su vida.

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En un autorretrato de juventud (1804) presenta una mirada abierta, ingenua, curiosa ante el mundo y en cambio en el de su etapa de madurez (1858), él ya se ha convertido en una persona reflexiva y ha perdido la ilusión por la vida. También se oponen dos visiones, por un lado la mirada que busca en el exterior y que desea descubrir, con la mirada introspectiva que mira hacia dentro de sí mismo, debido a la experiencia. En Henri Fantin-Latour se observa algo similar, pese a que en su etapa de juventud la mirada no es clara, en su adultez se muestra como firme y seguro de sí mismo, sin miedo a ser expuesto ante los demás. Con respecto a Gustave Courbet me gustaría destacar su autorretrato realizado durante su periodo de juventud Autorretrato con perro negro (1842-44) en el que me ha llamado mucho la atención cómo se presenta en una posición de unión e igualdad junto a su perro. La mirada firme e impasible podría sugerir su disconformidad con la sociedad francesa y el reconocimiento de sus capacidades intelectuales. Esa disconformidad impulsó su incursión en el realismo y sus deseos de cambiar la realidad de su tiempo. En El hombre herido (1844-54) en el que también desarrolla la dramatización romántica a través de su imagen. La postura, el gesto, el paisaje o el cromatismo contribuyen a describir su situación de duelo tras una ruptura amorosa. Su estado de ensoñación se contrapone con el dolor, reflejado en la sangre del pecho. Podemos decir que hasta el s. XIX los artistas han expresado su interioridad en estos cuadros, pero debido a su gran formación académica, nunca sobrepasan los límites de lo correcto. Los cuadros están sometidos a sus reglas de proporción, luz y color que poco cambiaron hasta el siglo XIX.

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Es en el siglo XX cuando los pintores pierden totalmente el pudor y comienzan a tener total libertad en cuanto a la autor representación. Cada vez el artista está más desinhibido y expresa su yo interior, que los conduce a sí mismos como base del verdadero arte. En cuanto a pintores impresionistas destacaré a Paul Cézanne, En sus autorretratos de (1875-77) y (1880-81) utiliza una pincelada geométrica que le otorga un estilo inconfundible, y además, es interesante cómo él recupera la forma a través del color, sin perder en ningún momento la expresividad de su rostro. Otro gran referente fue Vincent Van Gogh, quien realizó numerosos autorretratos. En el de 1889 puede observarse un gran contraste entre el fondo y la figura gracias a un magistral uso de los colores complementarios. El propio estilo de Van Gogh, agitado, nervioso se muestra sobre su rostro, lo que amplifica su expresividad. La pincelada corta, o los patrones formales repetitivos demuestran su personalidad obsesiva. Los autorretratos de Picasso van desde su adolescencia (1896) hasta su muerte. Pero me gustaría destacar uno que realiza en su juventud en la etapa azul (1901). En ese autorretrato parece reflejar además de su imagen externa su angustia en esos primeros años de incertidumbre en París. A través de su mirada serena parece querer decirnos que es consciente de que superará esos altibajos sin lugar a dudas.

Kazimir Malevich en su autorretrato de (1910), con una frontalidad y composición típica de los signos, no duda en pintar su cara verde y amarilla también característica de la pintura rusa, pero que expresada de esa forma resulta novedosa, recuerda también al fauvismo y a La Raya Verde (1905) de Henri Mattisse.

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Ernst Ludwig Kirchner en diferentes obras (1910-15) del Kunsthalle Hamburg, nos muestra, en colores y formas expresivas, sus inclinaciones a la bebida y la prostitución. Estos autorretratos son espontáneos e intuitivos, se explota al máximo el uso de los colores complementarios, lo que otorga una gran carga expresiva, siendo así mismo un gran referente del expresionismo alemán. En el expresionismo austríaco encontramos a Egon Schiele, que a través de sus más de 100 autorretratos, fue uno de los artistas de su tiempo que dedicó a explorar su “yo”. Pese a retratarse incesantemente, no estaba orgulloso de su imagen. Esto queda constatado en representaciones en las que aparece desnudo, esquelético, demacrado, tal y cómo se sentía interiormente: pobre incomprendido, desahuciado por la sociedad.

Tamara de Lempicka, en su Autorretrato sobre Bugatti verde (1929), propone una visión de la mujer emancipada del hombre y libre. Fue un gran exponente del Art Decó. Ella incorporó elementos del cubismo, como la simplificación de las formas y el glamour de los años 20 y será una gran referente para los artistas pop. Frida Kahlo sublima su enfermedad, sus traumas, sus ilusiones con una mezcla de estilo surrealista y naíf.

En los de Alberto Giacometti de los años 60 resulta curioso cómo a la hora de representarse le da más importancia al vacío que a su propia imagen. Sartre dijo de él “Giacometti es el artista existencialista perfecto, a medio camino entre el ser y la nada”4 .

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Él se siente frustrado por ser incapaz de representar la realidad tal y como la ve interiormente por lo que decide llegar a lo esencial a través de la simplicidad. Durante su juventud realizó autorretratos más convencionales, pero será en su madurez cuando rompa con los esquemas establecidos. Pese a derivar en una visión tan personal, realizó numerosos bocetos de grandes artistas a través de catálogos que le regaló su padre. Durante esa época también es destacable la incursión del autorretrato en el arte objetual, Robert Morris en su I-Box (1962) relaciona su yo personal con el propio objeto, al introducirse en una caja de madera que pone “I” (yo en inglés). O la imagen múltiple de Andy Warhol (1964) en el que combina la fotografía con las técnicas gráficas convencionales. En 1967 Robert Rauschenberg, también realiza un curioso autorretrato realizado en serigrafía. A través de una serie de radiografías construye su propia fisionomía, que a su vez cualquier espectador podría tomar como suya. La incorporación del elemento personal de la silla, trazos de dibujo del fondo y la incorporación de los papeles donde trabaja el propio autor permiten acercarnos más a la persona que al propio individuo creador, pese a la paradoja de la imagen. En el caso de Chuck Close, son muy curiosos, ya que su obra se construye a través de efectos ópticos y se le permite al espectador que experimente sensaciones similares a las que sentiría con el modelo presente, estimulando así la percepción del espectador. Crea una imagen reconocible a cierta distancia, pero de cerca está formada exclusivamente por elementos abstractos e ilusiones ópticas. Replanteando así nuestra identidad, construida en base a lo ilusorio. Entre los que más trabajan la carga psicológica destacaría a Francis Bacon y Lucien Freud. Bacon nos ofrece una visión atormentada, deformada sobre sí mismo. Sus facciones distorsionadas, nos muestran su cruda realidad interna. Él mismo se fragmenta, remueve sus traumas y sus horrores, su retrato interior se vuelve más relevante que la propia imagen externa. La condición humana se aniquila para dar paso a otra más visceral. Lucien Freud, también nos muestra las complejidades de la psicología y los aspectos más oscuros del ser humano, sin embargo, no destruye su imagen externa. Ésta la trabaja con una pincelada vigorosa y empastada, portando toda la energía que proviene de sus adentros.

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David Hockney, en sus obras El estudiante – Homenaje a Picasso (1973) Autorretrato con guitarra azul (1977). Incluye referentes artísticos contemporáneos en el cuadro. Se muestra como una persona a la moda, jovial, tanto exteriormente como en las formas y colores. Formas esquemáticas conviven con elementos de corte más académico. Él no se adscribió a un movimiento concreto, si no que quiso a través de sus retratos y autorretratos quiso dar vida al entorno que le rodeaba… También me llama la atención su colorido y el uso de las nuevas tecnologías, ya que muchos de sus últimos autorretratos están hechos con el Ipad. Basquiat en sus autorretratos de los años 80 nos remite al primitivismo africano con sus figuras de formas esquemáticas y elementos tribales. También se aprecian en ellos su vida frenética y la influencia del expresionismo abstracto de Pollock. El mundo del grafitti, y la simplificación de las formas se ven claramente en su obra.

Anselm Kiefer debido a que realizó numerosos viajes en su vida, en sus autorretratos trata también temas como las culturas minoritarias, el fin del arte y su posición ante este porvenir. En su obra Tengo las Indias en Mis Manos (1996) se advierten sobre la propia tierra unas manchas a modo de agujeros negros y nos hace pensar en una Calavera, en la muerte misma. Podemos pensar que es como si él estuviese advirtiéndonos de la fatalidad del fin del mundo. Él, pese a estar desnudo, indefenso, martirizado (también acentuada esta idea a través del proceso xilográfico), sigue en pie, manifestando su perseverancia y lucha interior.

Como artistas comprometidas podemos destacar a Nan Goldin, que en el año 1984 con su autorretrato “Nan un mes después de haber sido golpeada”, denunciaba una lacra social cada vez más vigente desgraciadamente, como es la violencia de género, o Shirin Neshat con su “Busca del Matirio” (1995) en la que denuncia la visión denigrante de la mujer en la sociedad islámica actual. También en el ámbito más próximo, en la propia facultad de Bellas Artes, varios profesores han realizado importantes visiones de sí mismos que han servido como fuente de inspiración. Mónica Ortúzar con sus autorretratos pretende ampliar la percepción ante lo que tenemos alrededor. Sus retratos se conciben no como una mera representación de su rostro personal, sino del propio entorno que influye de manera incisiva en la identidad colectiva. Ignacio Pérez-Jofre, en sus autorretratos del año 2012 también se pone ante el espejo y se estudia con una estética cercana al pop con reminiscencias de Hockney y la pintura británica. También se preocupa por la relación entre el Interior Exterior en una serie en el que se incluye inmerso en el espacio de trabajo. Por último destacar la influencia de mi tutora que me ayudó a lo largo de todo este proceso, Rosa Elivra Caamaño, en la que a través de sus autorretratos nos muestra un alma romántica y con un toque de nostalgia-lirismo. Su pintura tiene como base una férrea formación académica pero no deja de ser también una pintura provocadora, alejada de los convencionalismos del arte contemporáneo. En sus autorretratos se puede apreciar toques de realismo mágico, la memoria, la naturaleza, o la mitología entre otros, además de un cromatismo muy intenso.

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