Antes de la Ley. Salvajismo y comercio sexual en Tierra del Fuego y Patagonia austral, 1884-1920 Joaquin Bascopé Julio Palabras clave: Barrio rojo, Lucas Bridges, colonización, estancias, Alejandro MacLenan, Patagonia, prostitución, Punta Arenas, salesianos, salvajismo, soberanía, Tierra del Fuego, violación, violencia. Este proceder con la mujer, es propio de la Conquista del Desierto durante la cual la mujer india, como en el caso de Tierra del Fuego, es sustituida por la mujer blanca [...] Así que, junto a la tropa marcha, obligada o voluntaria, la mujer que se encarga de realizar las tareas que se consideran femeninas [...] y al mismo tiempo complacer sexualmente al hombre-soldado. [...] Con el tiempo, después de la limpieza étnica, se levanta el fortín o cuartel [...] junto a él se organiza el burdel, prostíbulo o escuelita, como se lo llama en el sur. El burdel concentra y aísla a la mujer del resto de la sociedad civil y protege de alguna manera a la niña de familia o casadera. [...] Con el tiempo, una amplia red organizada permite la explotación y traslado-rotación de las mujeres de un lugar a otro, en el extenso territorio de la Patagonia...
Nelly Penazzo1
Presentación En el último capítulo del Libro Primero de El Capital, Marx refiere el brutal despoblamiento del campo escocés por la colonización ovejera. Esto para ejemplificar “la llamada acumulación originaria” donde el campesino expropiado era forzado a proletarizarse y sobrevivir de la venta de su fuerza de trabajo. A fines del siglo XIX, la colonización pastoril de la Tierra del Fuego estuvo, en su forma y contenido, íntimamente ligada a este proceso. En su contenido, puesto que dominó el capital británico y la mano de obra provino al comienzo de los desheredados escoceses; en su forma, ya que la producción de un desierto humano/animal (exterminio de toda forma viviente que obstruyese el flujo ovino) fue también la estrategia zoo-política aplicada en ambos casos. Sin embargo, a diferencia de las highlands, el vaciamiento de la Tierra del Fuego organizó un tipo diferente de acumulación “primitiva”, en un doble sentido. Por un lado, el exterminio de la población fueguina preexistente constituyó allí el movimiento de expropiación y muerte donde la estancia no previó la proletarización del Indio (lo que habría equivalido en ese contexto a su humanización). Pero, por otro, la guerra contra éste no afectó homogéneamente, como supone cierta antropología, su cuerpo social: en las múltiples cacerías humanas, los “machos” adultos fueron en general eliminados, conservándose las mujeres y los niños. Necesitando poca y estacionaria mano de obra, el capitalismo emergente requirió paralelamente servidumbre doméstica para su burguesía y, sobre todo, un contingente femenino para la multitud obrera masculina, los “nuevos indios” de la isla, expresamente contratados y mantenidos en soltería. De esta forma, la acumulación fueguina, puede leerse como un proceso de expropiación-sin-proletarización, cuyo
Doctorante en Sociología, École des Hautes Études en Sciences Sociales, Paris. Miembro del Laboratorio de Desclasificación Comparada (LDC). 1 Penazzo, Nelly & Penazzo, Guillermo Tercero. 1995. Wot'n. Documentos del genocidio ona, t. I. Buenos Aires: Ediciones Arlequín de San Telmo, p. 139.
remanente oculto es la gratuidad laboral infantil y el servicio sexual femenino. Una lucha entre hombres, “blancos” e “indios” enmarcado en el salvajismo colonial, tuvo lugar por el control de mujeres y niños, donde el patriarcado fueguino (mitificado por la antropología) fue substituido por el “occidental” (punto ciego para la historia). En este sentido, las numerosas “casas de tolerancia” que desde fines del siglo XIX, y junto a ovejas y proletarios, se multiplicaron en toda la Patagonia austral constituyen una reorganización de esas violencias “primitivas”. El comercio sexual redujo los secuestros y obstruyó la esclavización femenina, transformando la violación en prostitución, la gratuidad colonial en tarifa. Se estableció así una de las formas de la precariedad patagónica, abundantes en el estado de excepción jurídica que habilitó el desarrollo capitalista y las soberanías nacionales en la región. El presente trabajo pretende situar algunos hitos de este proceso, no sólo como el reverso de las épicas pioneras, sino también de los melodramas etnológicos, que gobiernan todavía la historia patagónica. La colonización ovejera A partir de 1884, con la instalación de la primera estancia en la costa norte de la Tierra del Fuego, se acelera el proceso colonizador de la isla, que hasta entonces habían sido sólo esporádicos desembarcos o tímidas expediciones de reconocimiento. Tras el arribo de las primeras ovejas a la Patagonia austral, en 1877, el territorio había cobrado interés, no tanto para los gobiernos argentino y chileno como para el capital, principalmente británico. De hecho, la política nacional consistió en medidas tendientes a la constitución de latifundios. Así, en 1893 se formó la principal sociedad ganadera, la “Explotadora de Tierra del Fuego” (SETF), que ocuparía 1 millón de hectáreas en la isla y, en menos de 20 años, 2 millones en Patagonia austral, a ambos lados de la frontera. La rápida expansión del negocio ovejero, bajo esta modalidad, implicó necesariamente el enfrentamiento con la población fueguina que se repartía entonces el territorio según espacios de caza. Las ovejas comenzaron a sustituir al guanaco, alimento principal, y de ese modo las flechas fueguinas se orientaron hacia aquéllas. El diario de William Blain, ovejero escocés que trabajó en los comienzos de la ganadería en la isla, da cuenta de la tensión que esta desencadenó. Blain desembarcó en 1891 sobre la costa norte, en la estancia Springhill (posteriormente absorbida por la SETF), cuando ésta consistía sólo en un par caballos y peones “viviendo en tiendas, cada uno provisto de un rifle y municiones en caso de emergencia”. Con las ovejas circulando libres por el campo aún sin cercar, la construcción de la estancia consistió también en “limpiar el campo de hombres, mujeres y niños”2. La génesis estanciera, tal como el relato de Blain, está atravesada por la “amenaza india” y su combate, al punto que los ovejeros figuran cumpliendo funciones de milicia privada en una batalla que pronto se extendió a toda forma de vida calificada como “salvaje”3 u obstructora del negocio. James Radbourne, “El Jimmy”, también trabajó en esos años en Springhill. Su testimonio Por esos días, Mont E. Wales, uno de los socios de la sociedad (The Paragonian Sheep farming Co.) y administrador de la estancia de Blain, le envía a éste dos hombres, “whose nicknames was the Divel and Buffalo Bill [...] so I got them mounted on to good horses with 3 days provisions, turned them adrift to clear the camp around of man, woman and child but not to shed human blood except in self-defence, Indian dogs was very numerous both wild and tame and these they were to destroy without reserve.”, Blain William, Journal of a Sheep-Farmer, 1891-1898, manuscrito inédito, disponible en www.patlibros.org 3 La vigilancia no sólo incluía “indios” : “During the summer months there was always two or sometimes three men on the outside camp keeping in touch with the Indians, laying down poison for the dogs and foxes, as the wild dogs decreased the foxes became more numerous”, Blain, W., op. cit.. 2
confirma y aún dramatiza el estado de violencia descrito por Blain 4. Participó en cacerías5 y conoció a famosos asesinos a quienes “daban víveres suficientes para quince días y esperaban que matasen tantos indios como pudieran”6. No obstante, la resistencia fueguina, que llegó a recurrir hasta al uso de trincheras 7, complicó la tarea de “limpieza”, transformándola en persecuciones, enfrentamientos, capturas y muertes, en una espiral de violencia extendida durante, al menos, veinte años (1884-1906) 8. Así la describió N. Penazzo, después de entrevistar a algunos sobrevivientes y desclasificar fuentes inéditas: El mecanismo de adaptación [de los fueguinos] requiere un tiempo para reparar-renovaradquirir una nueva estrategia. Se aumenta la movilidad, más allá de lo posible, se organizan nuevos grupos, donde el individuo lesionado o destruido, puede sustituirse por un “gran cazador” para el grupo familiar desestructurado. Así se produce la absorción de la viudahuérfano por un grupo mayor, que a su vez es más vulnerable a la acción del jinete explorador-cazador, pues el cazador guerrero dispersa su fuerza en el ataque-defensa-huida del grupo, donde es imposible proteger a mujeres-niños, que son el botín de guerra de los perseguidores. Es común encontrar escondido en el pastizal-matorral a los niños, que en general son remitidos a la misión. La mujer joven corre otra suerte, sobre todo en una época donde la mujer blanca está ausente en la población civil blanca. El hombre blanco inclina su apetencia sobre lo disponible.9
A partir de 1895, la mayoría de los sobrevivientes a las persecuciones eran deportados a la
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Childs, H. 1997 [1936]. El Jimmy, bandido de la Patagonia. Punta Arenas: UMAG, pp. 44-60. “Las cacerías de indios no eran tan románticas como se las había imaginado [...] pero eran parte del trabajo y al mismo tiempo, más excitantes que nada que hubiera hecho antes”, op.cit., p. 49. 6 “Los administradores consideraban como una prueba suficiente de la muerte de un adulto si traían su arco, ya que vivos no lo darían jamás. Estos arcos y flechas [...] eran vendidos como recuerdos en los barcos que pasaban por el Estrecho.”, Childs, H., op.cit., p. 51. Esta temprana forma de etnoturismo es confirmada por un periodista norteamericano que en 1894 pasó por Punta Arenas. Cf. Spears, John R. 1895. The Gold Diggings of Cape Horn. New York: G.P. Putnams's Sons, p. 296. Aunque El Jimmy o Childs, (quien recogió su testimonio), ofrecen datos falsos (como que tras 1896 las cacerías bajaron y los ladrones de ovejas pasaron a la justicia), hay otros que pueden confirmarse, como, por ejemplo, la identidad de los asesinos que conoció en Springhill (entonces Punta Anegada). Uno de ellos, Sam Hyslop (p. 50) figura en otras fuentes bajo las mismas acusaciones: “En los años 1892, 93 y 94 el compareciente, que residía en Bahía chilota del puerto denominado Porvenir, tuvo relaciones de amistad con un inglés llamado Samuel ó “Sam” empleado de la Estancia Punta Arenas de propiedad de don Montt. E. Wales. Este individuo le refirió en muchas ocasiones durante aquellos años que tenía el encargo especial de su patrón de ultimar indios fueguinos donde quiera que los encontrase [...] Que el pareciente nunca tuvo motivo para dudar de las relaciones que le hacía Sam y aunque no vio los cadáveres de los indios ultimados observó que en el alojamiento de Sam había un considerable número de arcos y flechas de las usadas por los indios fueguinos.”, declaración de Vicente Traslaviña en “Sumario vejámenes inferidos a indíjenas de Tierra del Fuego”, Archivo Nacional (Santiago de Chile), Fondo Judicial de Punta Arenas (FJPA), leg. 75, ff. 154 vlta-155 vlta. 7 Blain habla de excavaciones-refugio de “más o menos 18 pulgadas”. El uso de trincheras figura también en Penazzo, N. & Penazzo, G., op. cit, t. II, p. 261 y en la declaración de Manuel Lires en “Sumario...”, op. cit, f. 209 vlta. Otro tipo de trincheras –echas con cueros– es referido en Gallardo, Carlos. 1910. Tierra del Fuego. Los Onas. Buenos Aires: Cabaut y Cia, p. 315. 8 “Así en las crónicas de la misión, se prolonga hasta 1904-1905, la cita de ‘expediciones punitivas’, de parte del estanciero y las autoridades.”, Penazzo, N. & Penazzo, G., Wot'n, op. cit.t.III, p. 438. Es necesario incluir en esa espiral los diversos, y también sangrientos, enfrentamientos entre facciones fueguinas cuyas rivalidades se agudizaron con la colonización ovejera. A falta de mayores pesquisas, el último registro de enfrentamientos de este último tipo remite a principios de 1906, cf. Belza, Juan E. 1974. En la isla del fuego, Buenos Aires: Instituto de Investigaciones Históricas de Tierra del Fuego. t. III, p. 214-215. 9 Penazzo, N. & Penazzo, G., Wot'n, op. cit.t.II, p. 269. 5
isla Dawson (al oeste de Tierra del Fuego), donde los salesianos sostenían una misión 10. Otros optaban por retroceder hacia las regiones boscosas del sur de la isla, refugiándose en la estancia de los Bridges (un ex-misionero anglicano convertido en empresario ayudado por sus hijos) o en la segunda misión salesiana (fundada en 1893 en Río Grande, sobre la costa atlántica fueguina en colaboración con las Hermanas de La Candelaria). De estas zonas de excepción, donde los fueguinos encontraban garantías mínimas ante la persecución (no así ante la explotación), surgen las principales fuentes que testimonian de la violencia que rigió la Tierra del Fuego en esos años 11; de los diferentes niveles en que se organizó, de los agentes que la mediaron, de los fines que la guiaron. (Fig. 1) Domesticación de la infancia Como indica Penazzo, en las expediciones punitivas no todos corrían la misma suerte. Los hombres adultos, que encarnaban la resistencia, eran eliminados en el campo 12 o bien separados una vez hechos prisioneros 13. A niños y mujeres se les impuso otro destino. En 1897, Blain dice tener 7 indios en su establecimiento, la mayor parte jóvenes. Se los utilizaba entre otras cosas como baqueanos para nuevas capturas 14. Esta práctica no sólo era propia de estancieros sino también de los escasos agentes estatales. D. Canales, nombrado “protector de indios” por el gobernador chileno Señoret, recluta un niño en su visita a Dawson en 1896, tal como había hecho un año antes el jefe de policía argentino, R. Cortés, en otra expedición punitiva por la costa atlántica 15. Se había extendido entonces la idea de la inutilidad de los adultos: No creemos, pues, que haya otro recurso que dejarlos [a los adultos] tal como están ahora, que la raza se va extinguiendo poco a poco. Distribúyaseles algún alimento y ropa y que continúen su destino. Eso si que es digno de elogio sacarles a los niños, porque de ellos
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Según las estadísticas salesianas, la misión de Dawson alcanzó su máximo de población en 1898 cuando se contaron 550 personas. No conociendo el porcentaje que corresponde a los deportados, pues la misión también albergaba población canoera de los canales (clasificados como “yagán” y “alacalufe”), el aumento en la cifra coincide con los años de mayor violencia en Tierra del Fuego. Cf. Aliaga, F., La Misión en Isla Dawson (1889-1911), Santiago: Universidad Católica, 1984, p. 94. 11 No sólo la Crónica de la Misión, el Boletín Salesiano o las memorias de Lucas Bridges surgen de allí, sino que muchos de los reportes de viajeros o las informaciones que circulaban en la prensa provenían de lo que narraba la familia británica (ver Gusinde, Martin. 1990. Los indios de Tierra del Fuego. Tomo I. Los Selknam. Buenos Aires: Centro Argentino de Etnología Americana, p. 59) o los misioneros. 12 “Lamento que tan luego principien los indios a darnos que hacer, y aunque ahora no han tenido éxito pueden tenerlo en otra oportunidad. Supongo que si los prisioneros han sido ocho, los que han quedado en el campo sean en doble número; de otro modo no hay escarmiento posible”, carta de R. Serrano a M. Braun, 26 de junio de 1894, citada en Martinic, Mateo. 1973. “Panorama de la colonización en Tierra del Fuego entre 1881 y 1900”, Anales del Instituto de la Patagonia, vol. 4, 1-3: 5-69, p. 41. La diferente suerte de hombres y mujeres obligó incluso a construir en Dawson una casa para viudas, según un artículo de L. Navarro en El Magallanes, 25 de marzo de 1894, p.2. 13 Blain, W., Journal..., op. cit. 14 Blain no especifica las edades, aunque si su docilidad para aprender “hábitos civilizados” y su utilidad para las persecuciones: “there had been several expeditions but always failed to get in touch with the Indians, at last one of our tame boys told Mr. Wales he thought he could find them. About the first of August 1897 another expedition went in search of the Indians with the Indian boy as a guide and interpreter.” 15 El viaje de Canales figura en su informe dirigido al gobernador Señoret en Archivo Histórico Nacional (Chile), Fondo Gobernación de Magallanes, vol. 8, 22 de febrero de 1896; sobre la expedición de Cortés, ver Penazzo, N. & Penazzo, G., Wot'n, op. cit. t.II, p. 243.
algo se les puede hacer.16
La proposición de extracción de niños para su civilización tuvo su expresión más concreta cuando, en el invierno de 1895, 165 fueguinos fueron capturados en la isla y trasladados a Punta Arenas para distribuirse entre algunas familias locales como servidumbre doméstica17. Hubo una clara inclinación por niños y niñas. Los adultos, en cambio, fueron en su mayoría reenviados a la isla Dawson 18 y recibidos por los misioneros salesianos que, no obstante, también preferían a los niños 19. Para la administración de los 165 prisioneros se formó una comisión que tuvo entre sus miembros al estanciero y entonces cónsul británico R. Stubenrauch, quien utilizó a su sirvienta como intérprete. Ésta era una niña fueguina que Stubenrauch, quizás inaugurando la costumbre, se había procurado en la isla diez años atrás20: ...se impuso la “moda” de que las familias más pudientes acogieran un niño selk'nam. Principalmente se trataba de seres que, después de un asalto, eran repartidos como botín entre los blancos, o que habían sido atrapados en la isla para ser deportados al continente. Es casi imposible hacer una estimación de la cantidad21
En el mismo viaje que lo condujo a Dawson, el funcionario Canales hizo escala en la estancia Gente Grande (Tierra del Fuego) y pudo constatar esta moda. Allí encontró “una niña indígena [...] en poder de la estimable señora Hobbes, que ha sido ya inscrita en el Registro Civil con el nombre de Modesta Ona”. La misma señora “me comunicó que en otras estancias más lejanas del puerto habían 2 o 3 niños al cuidado de los empleados superiores”22. Esta práctica habría de reproducirse largo tiempo, “como si de una encomienda virreinal se tratase”, e incluso hacia 1930 “se recordaban aún numerosos casos de asignaciones de niños indios”23. 16
Navarro Avaria, L. en El Magallanes, Punta Arenas, 15 de abril de 1894. Un mes antes el mismo diario proponía una alternativa más radical: “en último caso, hágase una campaña de exterminio contra los indios adultos y déjese los niños a cargo de los salesianos [...] Hay circunstancias en que la cruz no produce efecto; adóptese, pues, la espada y el rifle, pero es preciso concluir con esto”, 13 de marzo de 1894. 17 “Es tal la escasez de servidumbre, en éste pueblo, que la mayor parte de las familias pasan solas, semanas enteras, sin que nadie, sirviente alguno, vaya á servirlas, teniendo, en consecuencia, que hacer a sí mismos, la comida y todos los demás menesteres domésticos, desde el mas encumbrado, hasta el menos pretencioso dueño de casa. [...] puede decirse que no existe una cuarta parte del número de sirvientas, amas de llaves, cuidadoras de niños, cocineras, etc., que se necesitan en la presente condición del pueblo.”, editorial de La Razón, Punta Arenas, 29 de Noviembre de 1894. 18 “Indíjenas enviados a la isla de Dawson desde Punta Arenas [:] Por Crucero Presidente Errázuriz – Febrero 8 de 1896. 21 hombres, siendo uno de 50 años, 15 de 23 a 30 i 5 de 35 a 40. 26 mujeres – 18 de 18 a 22 años 1 de 50 i 7 de 25 a 30. Por escampavía Cóndor Abril 27. 3 hombres de 20 a 25 años. 5 mujeres – 3 de 20 a 25 – 1 de 35. 3 id de 30. 4 niños hombres de 3 a 5 años. 2 niñas mujeres - 1 de 2 años 1 de 8.”, Ministerio de RR.EE, Fondo Gobernación de Magallanes, vol. 8. 19 “Los mismos jefes de esta misión nos han dicho que no esperan civilizar a los indios adultos. Lo que ellos persiguen es atraer a las familias de Dawson para que les confíen sus hijos para educarlos.”, Navarro Avaria, L., op. cit. Según el superior salesiano, la misión haría de los niños “los peones de las grandes estancias que se establezcan en el territorio y así habremos cambiado a los enemigos de la civilización en factores y ayudantes del progreso”, carta de José Fagnano al entonces presidente de Chile, Jorge Montt, 25 de abril de 1895, citado en Aliaga, F., op. cit., p. 32. 20 El Sumario citado muestra que la población local tuvo amplio conocimiento de la distribución de niños y que varios quisieron imitar los hábitos del cónsul. Una vecina afirmaba haber visto “una escena bastante triste motivada por la entrega de uno de esos niños a Doña Ángela Adrián viuda de Ballester; que ésta, acompañada de un sargento de policía apellidado Manzo, llevaba a su casa una niña indígena como de cuatro a cinco años de edad y que la madre de esta misma niña seguía tras de ellos llorando y haciendo demostraciones de dolor, tales como arrojarse al suelo y herirse las piernas”, declaración de María Engracia Oyarzún en “Sumario...,” op. cit., f. 198 vlta. 21 Gusinde, M., op. cit., p. 150. 22 Canales, Domingo, informe citado (ver supra). 23 “Bastantes años después de estos tristes acontecimientos, todavía un viejo puntarenense, Jesús Ossorio [sic], dueño de la ‘Estancia Palomares’ (Río Verde), y que falleció en 1936 a la edad de 76 años, recordará que él mismo se hizo cargo de un
Más allá de la necesidad de servicio doméstico que los niños vinieron a satisfacer 24, éstos eran vistos como un reservorio de pureza, remanentes de una raza degenerada en su adultez aunque perfectible en su infancia, y a la vez como ejemplares menos ariscos –que sus padres o que los animales– de la naturaleza fueguina. La primera perspectiva fue radicalizada por los salesianos quienes, devastado su proyecto con la desaparición de los fueguinos, se consolaron atribuyendo santidad a los niños, o más precisamente a su muerte25. La segunda, en cambio, fue practicada por los estancieros, para quienes se trataba menos de “bestias sagradas” que de bestias simplemente. Testimonio de esto es la correspondencia que entre 1897 y 1899 dirigió el presidente de la SETF al gerente general, pidiéndole especies típicas de la Tierra del Fuego. Sucesivamente solicitó guanacos, avestruces, pero también una indiecita que usted quería que se le enviase. He intentado obtener una de la Isla Dawson y Río Grande pero lamento decirle que no he podido. Si podemos capturar indios este invierno, intentaré guardar una niña para enviársela. 26
Territorio masculino La situación de las mujeres tenía otros matices y no se redujo a la necesidad de servidumbre ni al interés místico. La población extranjera que llegaba a las estancias o a las incipientes instituciones públicas, era mayoritariamente masculina y soltera 27. Las mujeres se convirtieron de este modo en el botín predilecto de los enfrentamientos. Perich ha afirmado que “si hacemos un análisis de los desaparecidos bajo diversas circunstancias llegaremos a la conclusión que el noventa por ciento de ellos eran indígenas varones mayores de edad”28. niño indio de siete años de edad, el que mantuvo hasta que cumplió 14 años y que desapareció llevándose un caballo que le había regalado el propio Ossorio... Para éste, se había fugado a la Argentina. [...] Muchos [niños] fueron devueltos al Estado, al caer enfermos o manifestar deficiencias físicas.”, Gómez Tabanera, José Manuel. 1986. “El emigrante asturiano José Menéndez (Miranda de Avilés, 1846-Buenos Aires, 1916), ‘Rey sin corona’ de Patagonia y Tierra del Fuego (Chile / Argentina) y la extinción de los indígenas”, Boletín de Estudios Asturianos, Vol. 119, p. 969. 24 En mayo de 1899, el subdelegado chileno en Tierra del Fuego señalaba al gobernador que “cuando recién me hice cargo de esta subdelegación, establecí una escuela que tuve que cerrar por la falta de alumnos, ya que las personas que tienen a su cargo los indios Ona, se negaron, en aquel tiempo, a darles educación, y su negativa la fundaron en que los tienen ocupados en los quehaceres domésticos”, Archivo Nacional, Gobernación de Magallanes, vol. 21: “Subdelegación de Tierra del Fuego 1892-1900”, Subdelegado Manuel J. Alfaro a Gobernador Carlos Bories, Porvenir, 16-5-899. 25 El padre Borgatello dedicó una obra a contar episodios de apariciones de la Virgen y otras epifanías, entre los niños de la misión al momento de su agonía, jóvenes “que supieron adornar su tierno corazón con las virtudes cristianas y merecieron ser trasplantados, en la flor de sus años, al jardín celestial”. Cf. Borgatello, Maggiorino. 1924. Florecillas silvestres. Torino: Scuola Tipografica Salesiana, p. 9. 26 Mauricio Braun (gerente) a Peter MacClelland (presidente), 2-06-1899. Archivo Museo Regional de Magallanes, Correspondencia M. Braun. En carta de 9-06-1897, MacClelland le pide una pareja de guanacos para un amigo en Nueva York, que MacClelland agradece (carta de 27-09-1897) y todavía una más en que Braun se disculpa por no poder complacer otra solicitud (carta de 27-01-1898). Los avestruces son requeridos en carta de 21-03-1899. Finalmente, cabe indicar que en carta de 11-09-1897, MacClelland agradecía el envío de otra niña: “The little Indian girl arrived all right and has been nicely trained and I presume in time will become accustomed to our ways.” 27 En 1895 se contaban 477 personas en la Tierra del Fuego argentina, de las cuales 374 eran varones (Belza, J., op. cit., t.III, p. 25). Del lado chileno, sabemos para esa mismas fecha que Porvenir, el único pueblo, tenía 92 habitantes de los cuales sólo 18 eran mujeres (Martinic, Mateo. 1981. La tierra de los fuegos. Porvenir: Municipalidad de Porvenir, p. 71), para un total de 566 personas en toda la isla (incluyendo Dawson). Sin conocer la misma proporción para la población rural (mayoritaria entonces), sabemos que el trabajo de campo era casi enteramente masculino (en un listado de trabajadores de 1902 de una de las estancias de la SETF figura sólo una mujer). 28 Perich Slater, José. 1995. Extinción indígena en la Patagonia, Punta Arenas, p. 79.
Gusinde denuncia la “violación impúdica de incontables mujeres”, donde “mineros y pastores organizaban asaltos particulares para hacerse de indias”29, violencia que, bajo otras modalidades pero con el mismo objeto (la obtención de mujeres), L. Bridges presenció también entre los “indios” que trabajaban en su estancia. Éstos tenían por “métodos más comunes para conseguir mujeres [...] la conquista y el secuestro [...] no tenían ninguna clase de ceremonia para los casamientos. El hombre se llevaba a la mujer a su casa, eso era todo.”30 Sin conocer exactamente la antigüedad de estas prácticas31, algunas descripciones de Bridges son indicativas de la situación de subordinación en que se encontraban las fueguinas 32. En algún momento de 1897, ocurre una matanza entre miembros del “grupo del cabo San Pablo” (siguiendo la clasificación de Bridges) a manos del “grupo de las montañas”. En cuanto al objeto de disputa, ...las cautivas eran bien tratadas para que no intentaran escapar; cuando se las maltrataba, escapaban en la primera oportunidad, aun a riesgo de ser duramente apaleadas o heridas en las piernas con flechas, si eran alcanzadas antes de poder llegar hasta sus clanes. Las mujeres que se negaban a hacer lo que se les mandaba eran igualmente apaleadas o atacadas a flechazos. El torpe y alocado Chalshoat, al administrar una vez ese castigo, apuntó un poquito más alto y mató a su mujer. Las otras mujeres nunca se lo perdonaron. 33
La colonización ovejera, con la drástica reducción del espacio territorial fueguino, de un lado, y su demanda de mujeres para hombres solteros, por otro, estimularon y aumentaron los secuestros femeninos así como la brutalidad asociada a ellos, ahora a manos tanto de “blancos” como de “indios”. De nuevo en la estancia Springhill, un tal Macdonald “acuchillaba a todos los que podía atrapar, viejos o jóvenes, hombres o mujeres, excepto cuando encontraba alguna joven squaw que quisiera para sí, la poseía y después la degollaba, a menos que quisiera dejarla por un par de días en el campamento”34. Pero no se trataba sólo de “historias de campo”. Hasta el miserable campamento instalado en 1895 en Punta Arenas –suerte de campo de concentración en el que se retuvo a los 165 fueguinos deportados para su “civilización”– fue teatro de abusos: Serían más o menos como las tres de la tarde del sábado pasado, cuando en compañía del guardián y de Pedro Mayorga me dirigía al campamento de los indios para hacer encajonar el cadáver de uno de ellos cuando vimos en una de las habitaciones hechas por ellos mismos que Antonio Gómez estaba violando a una de las indias35 29
Gusinde, M. op cit., p. 151. Bridges, Lucas. 2008 [1948]. El último confin de la Tierra, Buenos Aires: Sudamericana, p. 351. 31 Mientras que Bridges dedica unas pocas páginas a lo que, con distancia escéptica llama, “la trama del folklore” fueguino, Gusinde (y toda la antropología que se le acoplaría) ocupó gran parte de sus tomos sobre “los selk’nam” analizando –y deshistorizando– el mito donde las mujeres habrían dominado hasta que los hombres descubrieron “el secreto” de su poder e invirtieron la relación. Mito difícilmente aislable de la violencia que recorrió la isla y que Gusinde ni siquiera alcanzó a presenciar; sí supo, en cambio, teorizar a partir de los sobrevivientes de la masacre a los que supuso a priori una cultura incontaminada. Bridges, al contrario, habla solamente de las muchas historias “de fantasmas” que oyó y en las cuales advirtió, sin embargo, una regularidad: “estos fantasmas, con excepción de uno, sentían especial aversión por las mujeres”, op. cit. p. 400. 32 “Había visto muchas mujeres onas llenas de cicatrices, principalmente en la cabeza, causadas por sus irritados maridos, y dos o tres veces, durante los años que viví entre ellos, oí proferir gritos o dar golpes.”, op. cit., p. 301. 33 Bridges, L. op. cit., p. 220. Otra masacre similar entre facciones, aunque ahora con presencia de armas de fuego, es descrita para el invierno de 1900, p. 287 y sgtes. 34 Childs, H., op.cit., p. 52. 35 Declaración de José Contardi, en proceso “Contra Antonio Gómez por violación”, 31 de agosto de 1895, FJPA, leg. 72, n. 10, f. 2. 30
El salvajismo, atribuido al “indio” como estrategia colonial, se expandió como práctica “blanca” en gran medida ya que los representantes del Estado, que apenas sí podían distinguirse de los cazadores privados, no persiguieron éstos crímenes sino que participaron activamente en ellos. En 1898 las hermanas de la misión de La Candelaria denunciaban a “hombres civilizados” que seducían a las fueguinas de la misión, “les inculcan malicia y les enseñan a huir al monte con ellas”.36 Probablemente se refiriesen a los policías-ovejeros del vecindario. A comienzos de ese año, un escuadrón de 8 soldados, dirigido por J. Robins, administrador de la estancia Primera Argentina (límite de la misión), y “con un indio como guía”37, perseguían a un grupo de fueguinos acusados del principal acto de “resistencia” del período: el incendio de la comisaría de Río Grande 38. De las tres versiones con las que contamos, la del salesiano Borgatello –que viajó a fines de 1897 a la región– es la única que cuenta el motivo del incendio: Un pastor argentino, escapado de la cárcel de Ushuaia, vivía en un pequeño rancho, cercano al Río Grande [...] Hacía vida licenciosa con una joven india a la cual hacía pasar días amargos. Un día, lleno de rabia, le mató un niño, arrojándolo contra la pared. Otra vez le disparó un tiro en el estómago, pasándola de parte a parte, la que por milagro no murió. Cuando se sanó la condujo al vecino bosque y la impicó. No contento, le disparó un tiro en la boca y luego la cortó en pedazos. Después se fugó a Chile. El patrón de la hacienda, fingiendo que no sabía nada, cedió la casa para que la habitara el comisario y tres soldados. Pero 15 días después, cuando éstos estaban ausentes, lo salvajes quemaron la vivienda. Los soldados y el patrón, después de ver lo hecho, coléricos se armaron para la cacería de los pobres indios y ayudados por un traidor de los onas, cayeron de improviso sobre el campamento de los salvajes. [...] El comisario de Policía dice con un amigo mío que fueron muertos 14 salvajes39, pero en realidad creo que han sido más, porque tanto el comisario como el estanciero sabían que estaba y trataron de disminuir la cosa. 40
Poco tiempo después, se organizó una segunda expedición represiva, ahora en busca de ovejas robadas y nuevamente con Robins 41, aunque esta vez junto al jefe de la policía argentina, R. Cortés, y acompañados de un documentado asesino, Alejandro MacLennan 42, 36
Citado en Nicoletti, M. A., 2008, “El modelo reduccional salesiano en Tierra del Fuego: educar a los ‘infieles’”, en Ossanna, Edgardo (dir.) y Pierini, María de los Milagros (coord.). Docentes y alumnos. Protagonistas, organización y conflictos en las experiencias educativas patagónicas. T II. Buenos Aires, Universidad Nacional de la Patagonia Austral, p. 154. 37 Carta de James C. Robins a Albert H. Maryon, Río Grande, 20 de julio de 1898, citada en Martinic, Mateo. 1990. “El genocidio Selknam: nuevos antecedentes” , Anales del Instituto de la Patagonia, v. 19, p. 27. 38 Robins habla de tres casas incendiadas, mientras que Payró citando a Cortés así como la versión de Borgatello, refieren el ataque sólo de la comisaría y de un puesto. Cf. Payró, Roberto J. 1898. La Australia argentina. Buenos Aires: Imprenta de La Nación, pp. 436-439. 39 Es la misma cifra que le dio, por esos años, el patrón de la Primera Argentina a L. Bridges (op. cit., p. 263) sobre una matanza que podría coincidir con la que refiere Borgatello. 40 Carta a Don Rua, 3 de diciembre de 1897, citada (y traducida) en Penazzo, N. & Penazzo, G., op. cit., pp. 311-312. 41 Robins se incluye en la expedición. No figura así en el relato de Cortés recogido por Payró, donde sí aparecen « onas traidores » (siguiendo a Borgatello): “Me acompañaban el comisario Atanasio Navarro, el mayordomo de la Segunda Argentina, don Alejandro Mac Lennan, que se había brindado para ello, el sargento Imperiale, dos gendarmes y dos indios onas.” 42 Según L. Bridges, que lo conoció personalmente, MacLennan asesinaba fueguinos pues consideraba que “al matarlos se realizaba una acción humanitaria, siempre que se tuviera el coraje necesario. Explicaba que esa gente nunca podría convivir con blancos, y cuanto más pronto fueran exterminados, mejor, pues era una crueldad tenerlos cautivos, aunque fuera en una Misión”, op. cit., p. 263. El “humanismo” de MacLennan polemiza con el modelo humanitario tradicional, asociado a la misión, y donde las buenas intenciones evacuan la cuestión de las condiciones de una “vida en misión”, tanto más cuanto que la muerte por enfermedades era un final conocido por los fueguinos.
entonces administrador de otra estancia del mismo propietario de la Primera 43. El enfrentamiento dura dos días y su lógica merece una pausa: si “aquélla primera jornada dio por resultado la muerte de Shule [cacique], la captura de seis indios de pelea con sus arcos y flechas y el rescate de 236 ovejas”, la misión parecía estar cumplida. Pero Cortés decide “preparar una nueva batida, atacando a los indios en su toldería general, de cuya situación tuvimos noticias por los presos”. ¿Cómo justificar esta segunda ofensiva? Cortés afirma que era preciso capturar al “indio Felipe y los que le acompañaron a incendiar la comisaría y el puesto de Menéndez, y en diversos robos de hacienda”, pero en realidad de ese nuevo ataque, en el que “no tuvimos necesidad de disparar un solo tiro, pues los indios huyeron al bosque [...],” resultaron capturadas “cuatro mujeres y dos criaturas”. Se advierte entonces otro objetivo, la captura de mujeres, disimulado en la narración. Inexplicablemente Cortés despacha “a los gendarmes con las prisioneras”, retrasándose él, MacLennan y el comisario (tampoco justifica este retraso: ¿una nueva batida?). La importancia que da el enemigo a esa pérdida se confirma instantes después, cuando: ...con gritería infernal nos lanzaron una verdadera lluvia de flechas, hiriéndonos a Mac Lennan y a mí, a Mac Lennan en la espina dorsal y a mí en el lado izquierdo del cuello 44. Probablemente los indios querían rescatar sus compañeras, que por una casualidad habían partido con los gendarmes y estaban ya fuera de su alcance.45
Entre la misión de la Candelaria y las estancias de Bridges, al sur este de la isla, se concentraba la mayor parte de los sobrevivientes fueguinos y también la mayor cantidad de mujeres. Justo allí se ubicó también la comisaría de Río Grande y el destacamento policial de Río del Fuego. El científico E. Holmberg visitó ambas instalaciones en 1901 y constató que el castigo por robo de ganado atribuido a “los indios” no era la única explicación a las persecuciones policiales. Resultó que para los gendarmes “la falta de mujeres, y el deseo de poseer las del indio, fue entonces el motivo principal [de persecución]”46: Cuando nosotros llegamos, había allí [en Río del Fuego] nueve individuos de los que, cuatro tenían sus esposas, ó sea matrimonios a la fueguina, sin partida en el Registro Civil y sin bendición religiosa, lo que hace un total de trece personas adultas a las que hay que agregar cuatro criaturas.47
Holmberg viajaba con un equipo de científicos entre los que figuraba un pionero de la antropología americana, quien alcanzó a practicar un pequeño censo en la comisaría de Río Grande en el que se lee: 43
Se trata de José Menéndez, cabeza de una de las principales sociedades ganaderas y personaje clave en la masacre fueguina del lado argentino. Su posición genocida se hizo pública a raíz de los conflictos entre sus estancias y la misión salesiana, a la que acusaba de ser un “refugio de ladrones”. Buena parte de la polémica fue transcrita por Gómez Tabanera, op. cit., pp. 944-960. 44 En esta agresión coincide la versión de Robins y la de Cortés, lo que nos permite creer que se trata del mismo acontecimiento. El episodio también figura en Bridges, L., op. cit., p. 262. 45 Todo el episodio en Payró, R., op. cit., pp. 436-439, (negritas nuestras). 46 Holmberg, Eduardo A. 1906. Viaje al Interior de Tierra del Fuego. Buenos Aires: Ministerio de Agricultura, p. 55. Entre la comitiva que lo acompañan a él y otros científicos (entre los que figura R. Lehman-Nitsche), figura “Pedro Covasovich –intérprete ona y vaqueano”, p. 73 (se adjunta una foto de Covasovich). 47 “Lejos de los pueblos en que nacieron, sin más bullicio que el rumor de las olas que revientan en la playa, sin más alegrías que el grito de los chiquillos, sin más amor que el de sus compañeras indias, llevados allí –unos por el vicio y otros por la miseria– viven los gendarmes á cuyo cargo está el cuidado del territorio contra los avances de los hambrientos onas. Su jefe inmediato, es el sargento Fermín Quinto, un joven correntino, rígido y disciplinado, bien capaz de sujetar á los nenes que tiene á sus órdenes. Y podrá, quien esto lea, figurarse de qué clase son aquellos, –vencidos que la vida arrojó á tan apartado lugar, bebedores y jugadores que ya nadie soportaba y que encuentran en Río del Fuego, económico sanatorio.”, Holmberg, E., op.cit., p. 70.
1. Shéisha, 20 años, del río Mac Lennan: vive como mujer de un soldado en el destacamento de policía de Río Grande. 2. Lajel, 24 años, de cabo Peñas, vive como mujer de un soldado en el destacamento de policía de Río Grande. 3. Kiolke, 23 años, de la región que linda con Chile, vive como mujer de un soldado en el destacamento de policía de Río Grande. 4. Aliósh, 20 años, de al otra banda del río Mac Lennan, vive como mujer de un soldado, en el destacamento de Río Grande. 5. Rosalía, 24 años, de Springhill, vive como mujer de soldados en una casita cerca de la comisaría de Río Grande. 6. Rosa, de 20 años, de la estancia Sara, vive como mujer de soldados junta con la anterior en una casita cerca de la comisaría de Río Grande. 48
En las precarias comisarías fueguinas, los policías, cuyo apego a la ley ya era dudoso 49, procuraban vivir como “caciques”, disputándose con ellos sus mujeres. En la medida en que se estabilizó la violencia, se llegaron a instituir incluso fugaces acuerdos masculinos, con mujeres como objeto de cambio. Un empleado de Bridges, el “chileno Contreras”, había encargado a comienzos de 1903 una esposa a cambio de rifles para tres fueguinos del “grupo de las montañas”. En la batalla por su obtención, que los enfrentó al “grupo del norte”, murieron al menos tres hombres y hubo varios heridos. Uno de ellos cae en manos de un grupo de mujeres que se encargaron “de hacer pedazos [...] y alimentar con ellos a los perros”. Este hecho, práctica inhabitual según Bridges, enfureció a Ahnikin –uno de los líderes de las montañas y tío de la víctima– quien mató a “por lo menos” siete mujeres, castigo también excepcional y socialmente calificado como un “crimen imperdonable”50. La violencia desestructuraba las relaciones y salpicaba de excepciones sangrientas la vida fueguina 51. En efecto, las luchas entre los diferentes grupos fueguinos, ya fuesen más o menos frecuentes en otros tiempos, tenían causas también diferentes (como la acusación de 48
Lehman-Nitsche, Roberto. 1927. “Estudios antropológicos sobre los Onas (Tierra del Fuego)”, Anales del Museo de la Plata, t. II, Buenos Aires, citado en Penazzo, N. y Penazzo, G., op. cit., t. I, p., 140, (cursivas nuestras). 49 Tal fue el caso de Salvador Dálvora, guardián de la comisaría de Porvenir, que “estando de servicio en la noche del 31 de diciembre último [de 1899] se embriagó y por esta causa el Inspector ordenó se le pusiera en la barra. A la mañana siguiente Dálvora había desaparecido y se presume que la fuga sólo pudo verificarse con el conocimiento y consentimiento del cuartelero José del C. Correa”, nota del gobernador Bories al juez letrado (W. Seguel) en el proceso “Contra José del C. Correa por la fuga del reo S. Dálvora”, 9 de enero de 1900, FJPA, leg. 101, n. 22, f. 8. 50 El episodio completo en Bridges, L. op. cit., pp. 375-380. Este tipo de crímenes parecían si no excepcionales, al menos de un tipo nuevo, en la medida que “entre los onas no era considerado delito el dar muerte a un hombre de otro clan. [...] También aceptaba el sistema la eliminación de un miembro de otra tribu con el fin de apoderarse de su mujer, aunque el matador ya tuviese la suya, y la matanza de mayor número de amigos de la víctima, para debilitar el poder del clan y ponerse a cubierto de futuras represalias.” p. 289. Y más adelante agrega que “el dar muerte, por venganza, a mujeres y criaturas, aun a varones de poca edad, era costumbre desconocida en esos tiempos.”, p. 293. 51 Bridges observó el estado de excepción en que vivían sus obreros fueguinos, lo que afectaba en primer lugar su negocio pues “a los sobrevivientes de ambos clanes les era imposible trabajar en paz en el mismo vecindario”. En permanente alerta ante ataques de vecinos o de los ovejeros-policías, habían desarrollado una sensibilidad también excepcional: “la cautela con que se internaban en la espesura de los bosques y evitaban cruzar espacios abiertos, donde las largas sombras proyectadas por el sol poniente podrían ser vistas desde lejos; en la ansiedad con que observaban una bandada de pájaros que levantaban vuelo, o un guanaco que corría como si hubiera sido sorprendido. Pasaban largo tiempo boca abajo, inmóviles, sobre algún promontorio, escudriñando atentamente la extensión de muchas leguas de bosque, observando si una pequeña variación de color en el horizonte azul denunciaba el humo de algún campamento; y si llegaban a divisarlo, con qué interés discutían quiénes podrían ser los moradores y el motivo de su presencia allí. Parecía que un sexto sentido les indicara el sitio donde debían acampar, con posibilidad de escapar o de defenderse en caso de un ataque por sorpresa.”, op. cit., p. 381. Bridges, quien coordinará con los sobrevivientes un gran rito de paz a principios del siglo XX, compartió en su momento esta sensibilidad. Como iba de un grupo a otro y eso “a nadie le gustaba”, su propia vida estuvo en peligro; dormía entonces “con mi apreciado Winchester en mano”, p. 382.
hechicería). En el contexto de la colonización ovejera, estas causas convergieron y, tal como observó Holmberg entre los gendarmes, para los fueguinos también “el principal objeto de estos crímenes era la obtención de mujeres.”52 La espiral de violencia en la que se vieron envueltos, sobre todo tras la adquisición de armas de fuego 53, se focalizó en las cautivas y en ese sentido es indisociable de las prácticas de los grupos de “blancos civilizados” que, como Contreras, pululaban desde hacía varios años por la isla. Se trata de crímenes que encontramos dispersos en historias de mineros desde el comienzo de la fiebre del oro 54, así como de marineros55 e incluso de los primeros científicos que recorrieron la isla 56, y que se conectan no sólo con los crímenes que narra Bridges, sino con los que ocurrían en la misma época en Punta Arenas donde “la juventud de las víctimas” o “la violencia ejercida por el victimario” fueron elementos comunes en los casos en que se conserva registro 57. Este panorama de violencias no sólo desdibuja el radio del salvajismo, el cual, lejos de incluir el “territorio indio”, se extendía hasta las áreas “civilizadas”, sino que difícilmente puede simplificarse en “conductas desviadas y excepcionales”58. Por el contrario, el sentido de las agresiones, su simetría salvaje, se advierte en la recurrencia de mujeres como objetivo tanto de los “cazadores de indios”, de los enfrentamientos entre facciones fueguinas y de la población masculina soltera en general. Solo así se comprende que, a medida que se impuso la colonización pastoril, los hombres fueguinos, conscientes de la derrota, decidieran 52
Bridges, L., op. cit., p. 289. Sabemos que los fueguinos conocían las armas de fuego ya en tiempos de Darwin, aunque su uso se difundió con la intensificación de la violencia estanciera. La obra de L. Bridges abunda en referencias al uso que sobre todo los líderes de las facciones o los cazadores más diestros hacían de carabinas y revólveres previamente confiscados a mineros, policías o cazadores de indios. Sobre el número de armas que introdujeron las estancias sólo contamos con cifras parciales, aunque indicativas. Entre 1893 y 1895 la SETF envió a la isla, y sólo a sus estancias, 33 carabinas, 27 revólveres y 14.650 balas (“Sumario...”, op. cit., f. 174), arsenal que, según declaró el gerente de la compañía al juez, se empleaba “principalmente en la caza de guanacos y en destruir los zorros y perros salvajes”, f. 173. 54 La fiebre del oro habría alcanzado su apogeo en 1893 con 800 mineros distribuidos por el sur de la isla (Bridges, L., op.cit., p. 171): “Los mineros [...] también atacaban los campamentos indios por sus mujeres y después del usual escobillado, vivían con ellas hasta haber sacado suficiente oro y dejar la Isla o hasta que las mujeres estaban tan notoriamente embarazadas que debían ser dejadas ir [...] Una vez, todas las mujeres de un campamento minero, menos una, se escaparon y los hombres la compartieron hasta que la echaron cuando estuvo casi lista para dar a luz.”, Childs, H., op. cit., pp. 52-53. 55 “Los episodios entre indios yaganes y las embarcaciones que cruzan el estrecho y sus canales nunca tendrán otras proporciones que el ultimo de bahía Hidden; no tienen su origen en intereses o necesidades de una raza entera; se producen al acaso por una discusión por pieles o por las prisiones de una mujer indígena y triste es confesar que no siempre la provocación parte de los salvajes.”, El Magallanes, 18 de marzo de 1894. 56 Es el caso de los científicos franceses Willems y Rousson. Cf. Popper, J., 1891, citado en Gusinde, M., op. cit., pp. 150-151. También “recuérdese el caso de Polidoro Segers [parte de la expedición de Ramón Lista a T. del Fuego (1886)], primer médico de Ushuaia: cuando volvió a Buenos Aires, trajo para el servicio doméstico a un matrimonio haush, Keppenau y Háuseme, que vivieron cómodamente con su familia y en su casa de Bánfield. Pero un día, después de varias reyertas matrimoniales por un presunto cebo mágico los indios desaparecieron sin dejar huellas”, Belza, J., op. cit, t.I, p. 291, tomado de los apuntes privados del doctor Alfredo Celestino Segers, 57 Ver Díaz Bahamonde, José. 1994. Un reencuentro con "la hez de la aldea". Vida popular en Punta Arenas, 18771920. Santiago: Tesis para optar al grado de Licenciado en Historia, U. Católica de Chile, pp.155-160. 58 Díaz, J., op. cit., p. 158. Sin considerar las violaciones fueguinas de su período de estudio, el mismo Díaz afirma que “las condiciones de aislamiento, especialmente en los campos y rutas patagónicas, constituían un detonante para este tipo de fenómenos” (p. 157) y cita un caso que refuerza el argumento del salvajismo extendido: en 1893, tres hombres detuvieron a la empleada de una estancia: “por los ademanes de ellos comprendió que amenazaban al muchacho y que este no quería acceder a lo que ellos lo obligaban. Por fin, tal vez de miedo se resignó a hacerlo y la violó. En seguida el que la tenía de los pies hizo igual cosa [...] Después partió éste y el muchacho, habiendo saciado dos veces cada uno su apetito brutal”. El tercer hombre insistió en la amenaza y “estando con la boca tapada con el pañuelo y rendida ya, no pudo impedir que dicho individuo la violara habiendo repetido esto cuatro veces”, declaración de Elisa Manguin en el proceso “Contra Antonio Quilodrán y otros” por violación, 4 de marzo de 1893, FJPA, leg. 68, n. 5, f. 2, citado en Díaz Bahamonde, J., op. cit., pp. 157-158. 53
entregar sus mujeres y niños a los misioneros 59, confirmando lo que políticamente estaba en juego. En cuanto a los salesianos, que procuraron aislar la evangelización de la violencia y la inmoralidad, nunca terminaron de aclarar su propia posición en el conflicto. Décadas después, todavía podía advertirse esta confusión en un párrafo enigmático de Monseñor Giacomini: Es cierto que los alacalufes son los hombres más feos del mundo, que habitaban los lugares más hermosos de la tierra. / No faltan Alcalufas que son verdadero remedio contra las tentaciones. / Es cierto también que la Edad de la Piedra vino: a encontrarse con el Siglo de las luces: mientras el Caleuche va rondando por los canales, afilando la guadaña sobre esas razas decrépitas, degeneradas y agónicas, no ya por los siglos, sino por los vicios. 60
(Fig. 2) De la violencia a la indecencia La historia de la prostitución en Patagonia austral puede remontarse por lo menos a principios del siglo XIX. Un trabajo reciente ha presentado pruebas sobre la existencia de comercio sexual femenino entre los cazadores continentales (que la antropología ha llamado “tehuelches” o “aonikenk”) y los balleneros europeos 61. Este temprano tipo de relaciones “civilizadas”, quizás por su carácter exclusivamente comercial, contrasta con el “salvajismo” que marcaría, años después, la colonización de Tierra del Fuego. Sin embargo, es coherente con el hecho de que los cazadores patagónicos, más habituados a tratar con europeos, sortearon el enfrentamiento con los estancieros y moderaron la violencia del estigma “indígena” o “salvaje”62, al alero del cual avanzaban las ovejas. Sin embargo, mientras en el prostíbulo patagón los hombres administraban las mujeres y “reciben la gratificación en que convienen”63, tras el período de violaciones y secuestros fueguinos, que se extendió hasta los primeros años del siglo XX, se afianzó un tipo de comercio y de política sexuales donde las mujeres habrían adquirido mayor control, regentando su propio cuerpo: Cuando Jimmy desembarcó en Punta Arenas [en 1892], había sólo dos de estas elegantes 59
“El cambio conductual, se refleja ya en 1896, cuando a fin del año en la crónica los misioneros perciben que los Onas les entregan mujeres y niños, en forma voluntaria para “consuelo” de los misioneros, que procuran evangelizar y para desgracia del grupo, que acepta la inevitable situación.”, Penazzo, N. & Penazzo, G, op. cit., p. 264. 60 Giacomini, Pedro. 1946. Copitos de nieve, Punta Arenas: Academia Científica Magallánica, p. 11 (cursivas nuestras). 61 Martinic, Mateo, 2008. “El comercio sexual entre las mujeres aónikenk y los foráneos”, Magallania, , vol. 36, n.1, pp. 31-36. El autor, habiendo avanzado en una obra anterior una hipótesis sobre la “moral sexual de esos indígenas” donde sostenía que las “mujeres habían sido algo livianas”, toma por “sensacional” la noticia de un comercio sexual organizado. 62 La “humanización” de los cazadores patagónicos, en la perspectiva europea, pudo deberse a que la colonia de Punta Arenas se sostuvo largo tiempo del comercio de pieles y plumas con ellos o porque científicos y exploradores los reclutaron como baqueanos, pero sobre todo porque durante el conflicto fronterizo entre Chile y Argentina fueron agentes claves en la mediación (cf. Martinic, Mateo. 1985. “La Correspondencia del Gobernador Duble con el Jefe Tehuelche Papon”, Anales del Instituto de la Patagonia, v. 16, pp. 41-43). El ingeniero Bertrand, al visitar al cacique Papón y observar la occidentalidad de su toldería, creyó hallarse “en el rancho de un inquilino mas bien que en el toldo de un patagon”, Bertrand, Alejandro, Memoria sobre la Rejion Central de las Tierras Magallanicas presentada al Señor Ministro de Colonizacion, Santiago: Imprenta Nacional, p. 39. Otro ejemplo de la distinta consideración de patagones y fueguinos tuvo lugar en 1896 cuando El Magallanes, diario –hemos visto– abiertamente genocida, publicó una reseña del “apreciable cacique patagón Mulato” (El Magallanes, 22 de noviembre 1896, p. 3). En fin, en1893 Mulato se estableció como estanciero y recibió del gobierno chileno 10 mil hectáreas de tierra en concesión. 63 Diario inédito de Santiago Dunne (secretario de la gobernación de Magallanes), 1845, citado en Martinic, M., “El comercio sexual...”, p. 32.
casas en la ciudad y una mujer en cada una. Estas mujeres hacían mucho más dinero que cualquiera de los mineros. Una, Mary la irlandesa, se fue con una fortuna poco después del descubrimiento del oro. No pasó mucho hasta que surgieron muchas otras casas alegres y en unos pocos años el villorrio estaba salpicado de ellas.64
Un informe oficial de 1897 confirmaba que “hace tres o cuatro años atrás no existía la prostitución en Punta Arenas” y que desde entonces “han principiado a venir casi por cada vapor de Montevideo y de Buenos Aires mujeres públicas”65. Con el despegue económico asociado a las estancias y su requerimiento de mano de obra masculina, el comercio sexual creció rápidamente. Por otra parte, el liberalismo político de la región (donde, a diferencia de otras latitudes la Iglesia tenía fuertes opositores) permitió que la prostitución se asumiera como un “mal necesario”, concentrándose antes que en su amenaza moral, en los peligros higiénicos de su clandestinidad66. El gobernador chileno Señoret –el mismo que había organizado la “civilización” en la ciudad de los 165 fueguinos cazados en la isla– había promulgado en 1894 un decreto sobre prostitución y casas de tolerancia en Punta Arenas que en 1898 se transformó en Reglamento67. En 20 artículos se propuso la creación de un barrio específico para las casas de tolerancia así como la posibilidad del ejercicio individual de la prostitución68, el registro de todos los prostíbulos y prostitutas, su edad mínima para ejercer y el requerimiento de exámenes médicos para las trabajadoras. Este temprano Reglamento, y más precisamente la necesidad de un “barrio rojo” (figura entonces inédita en el país), es lo que pone en duda las escasas 44 prostitutas identificadas en el censo de 1906 69. La prensa denunciaba, sólo tres años después, el desborde de prostíbulos fuera del radio legal 70. A esto se agrega que muchos prostíbulos tenían patente de “hotel con restaurante” y que las innumerables cantinas o boliches71 podían transformarse ocasionalmente en ellos. Por otra 64
Childs, H., op. cit., p. 41-42. El periodista Spears notó en 1894 esta escasez y lo paradójico de la situación: “Punta Arenas is a town whose characteristics are absolutely astounding, even to an experienced traveller. Cowboys, shepherds, lumbermen, miners, and sailors gather there to waste their substance in riotous living, and do so waste it, but there is not one public gambling-house in town, and the one lone dance-house there has but two girls in it and a hand-organ for music.”, Spears, J. R., op. cit., p. 38. 65 Guerrero Bascuñán, Mariano. 1897. Memoria que el Delegado del Supremo Gobierno en el Territorio de Magallanes don Mariano Guerrero Bascuñán presenta al señor Ministro de Colonización. Santiago: Imprenta i Librería Ercilla, p. 202. 66 “...la prostituta es un germen vivo de infección y tanto más terrible cuanto más depravada” y “entre todas las afecciones [...] la sífilis ocupa un lugar preferente”, Maira, Octavio. 1887. La reglamentación de la prostitución desde el punto de vista de la higiene pública, Memoria presentada para graduarse de Licenciado en la Facultad de Medicina y Farmacia, Santiago: Imprenta Nacional, p. 11. 67 “Reglamento de la Prostitución en la ciudad de Punta Arenas” (19 de agosto de 1898), en Memoria del Ministerio de RR.EE, 1899, t. III, anexo D, pp. 113-116. 68 Esto posibilidad no figuraba en el “Reglamento de la prostitución” decretado por la Municipalidad de Buenos Aires en 1875 que circunscribía el comercio sexual a casas regentadas exclusivamente por mujeres. 69 De las cuales 35 eran chilenas, 4 italianas, 3 argentinas y 2 francesas. Cf. Navarro Avaria, Lautaro. 1908. Censo Jeneral de Población i Edificación, Industria, Ganadería i Minería del Territorio de Magallanes, 2 vols. Punta Arenas: Imprenta de El Magallanes, p. 179. Del lado argentino, los registros parecen ser más tardíos e igualmente engañosos: “el número de prostitutas que ejercían el oficio en Río Gallegos en el año 1924; eran veinticuatro, una por cada 125 habitantes.”, Lafuente, Horacio. 1996. La Chocolatería, Buenos Aires: Florida Blanca, p. 161. Este trabajo, que revisa ordenanzas municipales, es el único en la historiografía regional que se ha ocupado con cierta rigurosidad de la prostitución. 70 “Las casas de tolerancia en todas las calles”, El Comercio, 22 de marzo de 1909. Ese mismo día El Magallanes por su parte titulaba “¡Nos invaden! ¡Socorro!”. 71 Con la sola característica común de expender alcohol, este tipo de locales abundaron desde temprano. En 1885 habían “sesenta pulperías y ventorios, casi exclusivamente dedicados al expendio de alcohol”, Bertrand, A., op. cit., p. 126. En 1894, Spears identifica “casi cien bares con licencia en Punta Arenas”, op. cit., p. 40. En 1896 explorador Nordenskjöld vio no menos de 65 establecimientos, “una taberna, pues, cada 25 habitantes”, De Agostini, Alberto M. 2005 [1956]. Treinta años en Tierra del Fuego. Buenos Aires: Elefante Blanco, pp. 42-43.
parte, las dueñas72 tendían a ocultar a sus empleadas para impedir su revisión médica (y evitar perder así alguna en caso de diagnosticársele enfermedad 73). Para tener entonces una idea aproximada del número de casas, considerando la forma negativa en que se instituyen y sin aventurarnos con el número prostitutas, bastará saber que en 1906 se registraron 277 “hoteles con restaurante” o que en 1909 se denunciaron 24 prostíbulos fuera del “barrio rojo”74: Los abajo firmados, propietarios de las calles de Errázuriz y Valdivia, a Us. respetuosamente exponemos: Que en las calles mencionadas se han instalado desde algún tiempo a esta parte numerosas Casas de Tolerancia que bajo el nombre de cantinas para los efectos de la patente, no sólo son prostíbulos en los cuales a lo menos en el día se debiera guardar alguna decencia, sino que en realidad constituyen verdaderos focos de corrupción en donde, sin miramientos ni consideraciones de ninguna especie, a la luz del día de cometen los más repugnantes actos de inmoralidad a la vista y paciencia de los vecinos, que se ven en la dura necesidad de cerrar sus puertas y ventanas a fin de que las familias no presencien esos actos que en muchos focos del vicio se cometen a diario. Además, vecindario tiene que estar en vela hasta altas horas de la noche a causa de los desórdenes que en esas casas se cometen. [...] Por último, las Casas de Tolerancia que se hallan instaladas en la calle de Errázuriz distan poco más de una cuadra de la Gobernación Civil y se encuentran a un paso del Liceo de Hombres desde el interior del cual, los alumnos se ven obligados a presenciar las vergonzosas escenas que denunciamos. 75
Como una plaga, la indecencia parecía haber invadido, por sus puertas y ventanas, la ciudad76. Antes de confinar y oscurecer el burdel en el barrio rojo, éste aparece a la luz del día en la calle. No por casualidad su antecedente, y paralelo escandaloso, era el fantasma de la barbarie que desde algunos años generaba en Punta Arenas, quizás como excedente del capitalismo, a la vez animalidad e inmoralidad: El día diez y siete del mismo mes de agosto [de 1895] fueron los indios llevados al río de la Mano en donde se les dio por habitación casitas tan mal abrigadas que los indios prefirieron quedarse al aire libre, en donde actualmente viven. Se les pasa un solo pedazo de carne por día, dos libras mas o menos sin que nadie se hiciera cargo de ellos [...] y no 72
El Reglamento establecía que las propietarias de casas de tolerancia debían ser mujeres aunque esto no se cumplió necesariamente, existiendo la figura de la “administradora”. 73 “Ambas prostitutas nos declararon que hacía ocho meses que habían llegado del norte traídas para la casa de Lorenza Escobar y que jamás habían pasado visita médica pues eran siempre ocultadas el día del reconocimiento”, carta de los doctores L. Navarro y W. Hidalgo, marzo de 1901, Archivo Nacional (Santiago de Chile), Fondo Gobernación de Magallanes, vol. 4, s/f, citado en Díaz, J., op. cit., p. 163. 74 Cifra extraída del expediente “Infracción al reglamento sobre ubicación de casas de prostitución”, 3 de mayo de 1909, FJPA, leg. 180, n. 12. 75 Denuncia de un grupo de vecinos encabezados por el médico de ciudad, L. Navarro, a la Junta de Alcaldes, inserta en el proceso “Infracción al reglamento...”, op. cit., ff. 7 y 8 (cursivas nuestras). 76 La indecencia, no siendo exclusiva de Punta Arenas, se había extendido a otros puntos poblados. En 1915 en Puerto Natales se denunciaba el establecimiento de “un prostíbulo [...] distante menos de cincuenta metros de la casa particular del que suscribe, es decir, casi frente al Juzgado de Subdelegación. En esos alrededores vivimos varios padres de familia y no encontramos aceptable tener vecinos de esta naturaleza, debiendo comunicar además a Us. que la principal calle y el centro del pueblo está ocupado por negocios de esta naturaleza, fuera de varios clandestinos que existen diseminados en distintos punto s de la población, con peligro a la moral y salubridad pública. Éstos se establecen de una forma muy fácil, pues las que llegan asiladas a un prostíbulo al poco tiempo se retiran de él y arriendan una o dos piezas en donde se establecen y de esta forma tendremos, no lo dudo, varios más.”, informe de José Domange (Juez de la Subdelegación de Última Esperanza) al Juzgado de Punta Arenas, fechada el 21 de diciembre de 1915 e inserta en el proceso “Contra Manuel Pérez por ofensa a las buenas costumbres”, 12 de marzo de 1916, FJPA, leg. 260, n. 25, f. 15.
sólo en su paradero dieron públicas lecciones inmorales sino también en el pueblo a donde vienen todos los días a pedir limosnas [...]. Luis Zanibelli vió un día a las cinco de la tarde en la plaza un hombre civilizado con una india, fornicando. Emilio Ibáñez presenció también otro acto semejante con la excepción de que eran dos jóvenes con una india. 77
La realidad del comercio sexual en Punta Arenas, su centro neurálgico, irradiaba al resto del territorio. En Tierra del Fuego la prostitución se había desarrollado casi paralelamente y siguiendo en ocasiones una cierta regulación animal de la vida 78. Tal como se veía en Punta Arenas, aunque radicalizado con la temprana fiebre minera y el aislamiento de las estancias, la isla se pobló con –y organizó para– hombres solteros. Mientras que Río Grande o Ushuaia crecieron a partir de establecimientos misionales, policiales o carcerales, el pueblo de Porvenir se formó a partir pequeños caseríos “a manera de posadas” y “con más trazas de chincheles o ‘boliches’ que de respetables almacenes” que fueron dibujando “sin orden alguno” el futuro núcleo urbano. En este escenario, circundado por ovejas y lavaderos de oro, en este “mísero punto ‘civilizado’” donde “caían en avalanchas cada fin de semana centenares de mineros que agotaban literalmente en horas la provisión alcohólica del lugar”79, donde “el vivir cotidiano [...] se matizaba con fuertes pendencias”, donde se acostumbraba “la diversión brutal con alguna india de las que merodeaban”80 y donde la aparición misma de la autoridad (esto fue, un piquete de soldados) ocurrió para detener precisamente las violaciones 81, en este espacio “salvaje”, surgió Porvenir. En 1894, año de su fundación oficial, la prensa se alarmaba al constatar que de las cinco casas que constituían el pueblo, dos expendían licores y otra funcionaba como “templo del amor”82. Sin duda, en el contexto fueguino el negocio se vislumbraba lucrativo 83. Por otra parte, si al comienzo las tareas policiales en la isla tenían que ver con la vigilancia y persecución de “indios”, la vida prostibular demandó la presencia de la autoridad para disolver los abundantes desórdenes y riñas que se producían. En esas condiciones, el prostíbulo, aunque mitigaba los abusos sobre las mujeres, no garantizó su fin. Así, se observa en un proceso por lesiones en contra de Ramón Palmarini. Éste confesó mantener “relaciones ilícitas con Teresa Champigny”, quien a principios de 1898 “me avisó que iba a irse a Porvenir a una casa de prostitución a lo que yo no me opuse”. Luego, “[Teresa] me escribió mandándome decir que me fuese, lo que hice”. Ella sostiene que “una vez acá le exigió que fuese a trabajar y como él no lo hizo, no quiso vivir más con él”. Alegando una supuesta deuda de Teresa 77
Declaración de Magiorino Borgatello en “Sumario...”, op. cit., f. 22 y 22vlta. “...llegué a esquilar 205 diarias y llegué a ganar $3.000 en mi primera esquila, el administrador me dijo que si quería me podía quedar a trabajar [...] Recuerdo que los $3.000 los gasté en una casa de remolienda, ahí nos juntamos casi todos los que esquilamos en estancia Pantanos.”, testimonio de Antonio Kusanovic Salmunic, en Torres Mimica, Tamara. 1999. Memorias fueguinas, Porvenir: Municipalidad de Porvenir, p. 21. 79 Martinic, M. “Panorama de la colonización...”, op. cit., p. 28. 80 Ibid, p. 10. 81 “...las relaciones entre mineros y los onas de Boquerón [fueron] en extremo violentas. Muchas veces aquéllos, que disponían de armas, maltrataron a los indígenas arrebatándoles sus mujeres y ocasionándoles heridos o muertos, respondiendo los naturales con asaltos a los campamentos, situación que llegó a alarmar a la autoridad territorial que dispuso, ya antes de 1885, el acantonamiento de un pequeño destacamento de soldados en la bahía de Porvenir para poner control a las depredaciones”, Martinic, M., op. cit., pp. 10-11. 82 “En lugar de la iglesia, el chinchel, y en lugar de la escuela el otro establecimiento… ¡oh libertad, cubre tu rostro! Veneno físico, moral y económico. ¡licores ponzoñosos y mujeres perdidas! Éstos son los porteros que abren a la Tierra del Fuego la ancha puerta de la civilización, del comercio y de la industria. No es muy halagador. […] Es indispensable ofrecer alguna garantía a los pobladores pacíficos e industriales honrados, si queremos llegar a formar ahí una población útil y digna al país”, El Magallanes, 11 de noviembre de 1894. 83 Así, a principios del siglo XX, un empleado de Bridges, “cansado de este país poblado sólo por hombres, se había alejado con la intención de construir una casa cerca de Río Grande y hacer venir desde Punta Arenas unas cuantas mujeres jóvenes para que lo ayudasen en la venta de bebidas y otras delicias de la civilización.”, Bridges, L., op. cit., p. 446. 78
con él, que los testigos no confirman, Palmarini declara que tiempo después la mujer “me encontró frente a la casa de Miguel Romano y empezó a burlarse de mí, lo que me hirió en extremo ”, y entonces “obcecado me fui sobre ella y con el pequeño cortapluma que se me muestra le di un tajo” 84: Me ha dado un ímpetu de rabia y por eso la he herido, no pesándome lo que he hecho y por eso me entregué voluntariamente al Cuartel. Debo agregar que esta mujer era una hembra mía por tiempo de un año85
En esta perspectiva, la fundación de Porvenir puede concebirse como la progresiva instalación de un burdel, como primera y precaria forma de domesticación del frenesí capitalista desatado en la isla. El “burdel fueguino”, prefigurado en las violencias masculinas al comienzo de la colonización, hizo decaer, sin por ello extinguir, ese salvajismo inicial86. La posibilidad del comercio sexual debió parecer a los hombres más cómoda, y en todo caso menos riesgosa, que el secuestro de mujeres. Por otra parte, y tras años de enfrentamientos, las fueguinas empezaban a escasear tanto como los hombres que las defendían. La misión de Dawson cerró sus puertas en 1911 por falta de “misionandos” 87 y La Candelaria resistió algunos años más apenas con apenas unos cuantos fueguinos. El secuestro y la violación se redujeron y el comercio, el prostíbulo y sus tarifas, se instalaron allí donde en otro tiempo había pura gratuidad sexual. Esto a tal punto que los misioneros debieron ingeniárselas para evitar que la propia Misión, acosada por el capital y sus proletarios, deviniese un burdel: El 12 de enero de 1912 se comenzó a pagar sueldo a los pocos indios que hospedaba. 10 familias, según el trabajo que hacían . Esta medida provocó muchas discusiones internas y no por razones económicas. Los salesianos sentían terror al boliche y al alcohol. Con decir que llegaron a abrir dentro de la misma casa, por supuesto que inútilmente, un almacén sin bebidas espirituosas y con vino aguado. Y así fue como, a pesar de las alambradas, debieron redoblarse las guardias armadas nocturnas, que hasta esas fechas habían protegido el dormitorio de las mujeres principalmente de los blancos que frecuentaban el boliche de la playa.88
La prostituta al borde Conocer el “interior” del barrio rojo, el número efectivo de prostitutas o la “realidad” del comercio sexual, es también complejo por otros motivos. Primeramente, puesto que el asumirse como prostituta –identificación que el Reglamento condenaba moralmente– no parecía habitual (como refleja el censo). El oficio no se padecía como una identidad –“ser” prostituta– sino que se vivía como una circunstancia más o menos temporal –“estar” prostituyéndose: Es efectivo que a principios de este año estuvo ocupada en casa de Antonia Alvarado en 84
“Contra Ramón Palmarini por lesiones a Teresa Champigny”, 16 de abril de 1898, FJPA, leg. 85, n. 3. Extracto de la primera declaración de Palmarini, tomada poco después de cometer el crimen (subrayado nuestro). Los anteriores extractos corresponden a la segunda. 86 Díaz sostiene que delitos como la violación “fueron cada vez más raros a medida que avanzaba el siglo veinte”, op. cit., p. 157. Nuestra revisión judicial confirma esta baja y revela, en cambio, la recurrencia de delitos como la “infracción a la ley de cierre de cantinas”, lo que permite conjeturar no sólo sobre la intensa vida burdelesca de la región, sino sobre la imposición de la tarifa por sobre la violencia sexual (gratuita). 87 Según la estadística salesiana, en 22 años de misión (1889-1911) habrían muerto –principalmente por enfermedades– 862 personas. El “Cuadro resumen del número de indios que había y de los muertos en cada año” se encuentra en Aliaga, F., op. cit., p. 94. 88 Belza, J., op. cit., t. II, p. 346. 85
calidad de sirvienta. [...] En casa de esta señora fue cuando se metió con hombres no habiéndolo hecho nunca antes. Si lo hizo fue porque esta señora así se lo aconsejo y yo accedí sin saber lo que hacía. [...] En vista de la vida que llevaba en casa de la Alvarado, yo me retiré de esa casa y entré a trabajar como ayudante de costura en casa de la señora Paulina a quien ayudo también en los trabajos de la casa. 89
En segundo lugar, las medidas tomadas para terminar con la clandestinidad del comercio sexual no procuraban reconocer un nuevo oficio sino más bien promovían su marginalidad y exclusión90. El Reglamento impedía a los prostíbulos “tener rótulos o dedicatoria alguna, ni faroles de color que la distingan de las demás casas”, mientras que “las ventanas a la calle estarán cubiertas por cortinas o transparentes y sus vidrios deberán ser opacos”91. Esta opacidad total era coherente con la voluntad de controlar “los males tanto físicos, como morales, que produce la prostitución” y que tenían por consecuencia “el aniquilamiento de la raza”92. De este modo, el “barrio rojo” –o en realidad “gris”– estuvo poblado por sujetos difícilmente clasificables no tanto por su gran número o diversidad (nacional, religiosa o de clase), sino porque, al insistir en su ocultamiento y estigmatización, su estatuto ciudadano era en sí dudoso 93. Algo similar ocurría en la Patagonia argentina. En Río Gallegos, un reglamento posterior reproducía la misma opacidad del burdel así como la reclusión y el marcaje de sus trabajadoras. Sólo así se entiende la “prohibición a las pupilas de salir a la calle con excepción de los días jueves”, tras el explícito objetivo de “contener [...] el escándalo imperante” y en el marco de un moralismo que intentaba impedir que las pupilas “se mezclen con las damas de esta sociedad, como aconteció la noche de la misa del gallo.”94 Reglamentaciones, en fin, que “uno nunca sabe [...] si estaban dirigidas a proteger la “moral pública” o la identidad de los honorables clientes”95. Esta inquietud flota igualmente sobre la regulación del comercio sexual en las capitales chilena y argentina, que precedieron por algunos años al Reglamento puntarenense, y que seguramente lo inspiraron. En ellas se evidencia la situación excepcional de las prostitutas y la posición vejatoria a la que, tal como la animalidad atribuida al fueguino para cazarlo 96, se las quería reducir: No hay razón para considerar a las prostitutas con los mismos derechos que los que 89
Declaración de Clorinda Muñoz en proceso “Contra Antonia Alvarado por infracción a la ley de cierre de cantinas i reglamento de prostitución”, 8 de mayo de 1916, FJPA, leg. 260, n. 23, ff. 22 y 22vlta. 90 De hecho, pese al Reglamento la clandestinidad persistía: “A pesar de que tanto los vapores del norte (Montevideo) como los del sur (Iquique) traen constantemente prostitutas, su número, en lo que se refiere a las que visitamos semanalmente, lejos de aumentar disminuye de una manera sensible. Lo que se explica porque la prostitución clandestina se va extendiendo cada día.”, carta de los doctores L. Navarro y S. MacLean, 21 de abril de 1900, Díaz, J., op.cit, p. 163. 91 Art. 7º del “Reglamento de la Prostitución...”, op. cit. 92 “Casas de tolerancia. Reglamentación provisoria”, El Magallanes, 21 de agosto de 1898, p.2. 93 “Las naciones modernas han comprendido también que era necesario hacer de estas mujeres una especie única y colocarlas en el último término de la escala social.”, Maira, O., op. cit., p. 6. 94 Contestación de Elías Romero, Jefe de Policía, al Concejo Municipal de Río Gallegos, 30-12-1914, Archivo Histórico Municipal de Río Gallegos, citada en Lafuente, H., p. 152. 95 Lafuente, H., op. cit., p. 151. 96 “Es público que esas pupilas se exhiben, en las puertas de sus guaridas, haciendo ostentación de indumentarias que pugnan con la decencia”, Contestación de Elías Romero... op. cit., p. 152 (destacado nuestro). Lafuente refiere un poco antes la etimológica e histórica relación de la prostituta y la loba, sintetizada en el “lupanar”, sinónimo de prostíbulo. Del origen romano del término, asociado a la loba que alimentó a Rómulo y Remo, machos fundadores de la Ley, es posible entrever un origen prostibular del poder político (basta recordar al hombrelobo de Hobbes), alojado, oculto en la guarida, que por un lado acecha, como los salvajes a las ovejas (“fuerza del lobo insensible (insensible puesto que no se lo ve ni se lo siente venir)”, Derrida, J. Op. cit., p. 26), y por otro, garantiza, amamanta, satisface, la inmoralidad masculina.
corresponden a los individuos de la sociedad toda; y no sólo no hay razón, sino que sería un tremenda injusticia el querer comparar con seres tan repugnantes a las que viven de su trabajo honrado. [La prostituta] que asesina su decoro y hace un escarnio de su dignidad de mujer, debiera perder para siempre sus derecho, como aquél que va a purgar en las oscuras celdas de un calabozo sus criminales arrebatos97
La condena moral se tradujo de este modo en ambigüedad jurídica y contribuyó, en fin, a concentrar en el comercio sexual, regulado o clandestino, diversas ilegalidades –desde la venta ilícita de alcohol pasando por la misma trata de blancas 98 hasta las más variadas pendencias. La incertidumbre respecto de quiénes constituían el interior del “barrio rojo”, el adentro de la indecencia que comenzaba a invadirlo todo, fue una suerte de anonimato que reproducía por un lado la antigua vulnerabilidad 99 pero implicaba, por otra parte, una posibilidad emancipatoria respecto de esas violencias, llegando incluso a invertirlas, como en el verano de 1910 cuando Graciela Pinochet fue detenida “por dar en compañía de las asiladas de su prostíbulo, una soberana paliza a Nicasio Moreno, el cual resultó con una herida leve en la frente y contusiones por todo el cuerpo”.100 Salvajismo e indecencia en clases El discurso higienista se articuló con las clasificaciones salvajes del capitalismo colonial, toda vez que en ambos casos se trataba de lo social como cuerpo, de su eventual degeneración y, entonces, de la necesidad de su aseo y vigilancia. Sin embargo, mientras el salvaje era el resto de una humanidad extinta o por desaparecer, la prostituta, desprovista de cualquier pureza, fue imaginada como un virus interno, una “enfermedad social” o un mal necesario que era preciso remediar incorporándola en el límite de la legalidad. Lo que pareció distinguir en la Patagonia de esos años estas dos formas de precariedad, el Salvaje y la Prostituta, lo que hizo del primero un objeto “matable”, “violable” o en todo caso “abusable”, y de la segunda la más baja de las clases sociales –aunque social al menos–, fue la indecencia y corrupción con que se marcó la prostitución frente al aura virginal y hasta sagrada detrás del cual se atacó (estancieros) o defendió (misioneros) el salvajismo 101. Así lo confirmó Martín Gusinde en sus viajes a Tierra del Fuego (1919-1924). La estancias 97
Maira, O., op. cit., p. 24. De similares inspiraciones en el higienismo francés, el primer Reglamento de Casas de Tolerancia se dicto en Santiago en 1896, mientras que en Buenos Aires regía uno desde 1875. 98 En 1913 un tal Fernández escribía desde Ushuaia a Héctor Rodríguez el siguiente telegrama: “Si no puedes venir en Armando [vapor] mando por Piedrabuena dos mujeres. Pide pasaje a mi nombre.” Rodríguez es detenido por “trata de blancas” en el prostíbulo de Rosa Borjes “donde también se encuentra hospedado Simón Schart, rufián y canflinflero conocido”, proceso “Contra Héctor Rodriguez por escándalo público a las buenas costumbres”, 13 de agosto de 1913, FJPA, leg. 221, n. 2, ff. 1-2. 99 “...ayer a las 12.05 A.M en la Casa de Prostitución de Aurora Soto, Lorenzo Díaz promovió un desorden y luego dio de puñaladas a Juana Díaz [...] Encerrándose después en la casa, hirió gravemente a Carmen Chávez y mató a Aurora Soto y a Mónica González, cuyos cadáveres fueron encontrados junto con el del hechor al amanecer de hoy cuando la policía pudo penetrar a la casa. [...] [Allí] fue capturado José Bustamante, individuo de muy malos antecedentes”, parte policial de 5 de febrero de 1906, en el proceso “Muerte de Aurora Soto y otros”, 5 de febrero de 1906, FJPA, leg. 144, n. 3, ff. 1-2. 100 El Comercio, 7 de febrero de 1910, p. 2, citado en Díaz, J., op. cit., p. 170. 101 Recordemos el humanitarismo que atribuía MacLennan al exterminio de indios. Tal como a animales salvajes, debía dárseles muerte antes que condenarlos al cautiverio entre los misioneros. Estos por su parte, creían en la inminencia de la extinción y preferían darles una muerte sagrada (como reflejan las Florecillas Silvestres de Borgatello). En esta animalización-divinización se dibuja la relación entre un sujeto soberano que sin acabar de fundar la Ley, es capaz de negársela a otro y de situarse el mismo fuera de ella (impunidad del crimen sobre el otro excluido): “la bestia y el soberano parecen tener en común su estar fuera-de-la-ley”, Derrida, Jacques. 2008. Séminaire La bête et le souverain, vol I, Paris: Galilée, p. 38.
dominaban hace tiempo el paisaje fueguino y los sobrevivientes a la masacre, a partir de los cuales Gusinde modeló su antropología, le eran apenas asociables a la cultura que pretendía inmortalizar102. Buscó apoyo, como tantos otros viajeros, en L. Bridges, cuya estancia, trabajada principalmente por refugiados fueguinos, le serviría de laboratorio. Pero la proletarización de éstos, coincidente con el auge del movimiento obrero patagónico de esos años, amenazó no sólo la mera posibilidad de su empresa 103 sino que lo alejó de la pureza indígena que perseguía: La imposibilidad de continuar su vida económica indígena lleva a los individuos de edad media a las poblaciones y a las estancias de los europeos. La inmoralidad y degeneración que ven allí, tarde o temprano, tiene efectos negativos en ellos. En las cantinas les ofrecen chistes lúbricos y conversaciones obscenas . De vez en cuando, observaba en manos de algunos jóvenes revistas ilustradas y fotos de desnudos de una impudicia repugnante, que habían adquirido en un almacén; tenían vergüenza de mostrármelas. [...] Los hombres nunca llevan a la cantina a las mujeres de su familia, pero algunos muchachos jóvenes se meten con mujeres europeas de mal vivir y pierden en el trato con ellas el poco dinero que tienen. 104
La “inmoralidad y degeneración” que espantan a Gusinde deben leerse entonces como el grado mínimo de indecencia que, extinguiendo al “salvaje”, garantizó a los sobrevivientes una vida en el contexto post-exerminio. De todas formas, el salvajismo continuó siendo un instrumento de clasificación y dominación, ahora sobre la masa proletaria convocada por las estancias, la que afluyó sin cesar hasta las postrimerías de la Primera Guerra, cuando el negocio ovejero conoció su peor crisis. Para entonces las estancias no lograban absorber la abundante, aunque estacional, mano de obra que por otra parte demandaban, y una multitud desempleada se convirtió en el nuevo “indio blanco” 105. En 1919 se hablaba de una “especie de trabajador nómade” con energía suficiente “para cruzar la Isla desde un extremo a otro” y que viajaba “sin más abrigo que el indispensable para cubrir su cuerpo y sin mayor alimento que aquél que le proporciona el ganado de los caminos.”106 La estancia, en lugar de combatir la 102
“Hoy se ve el desorden más increíble en sus chozas. [...] Todo es inmundicia y abandono. A veces me causaba repugnancia la inactividad y pereza, la hueca abulia e inmóvil pesadez de hombres jóvenes y sanos. [...] Se burlaron de mí por mis tontas ideas de querer trabajar. De mala gana recuerdo el indecible esfuerzo y la paciencia de que tuve que armarme para sonsacar a esta gente indolente, desafecta a todo trabajo mental, la gran riqueza de elementos de su patrimonio cultural, difícil de obtener, y de la que hoy puedo gozar como fruto de mis investigaciones”. Gusinde, M., op. cit., pp. 160-162. Refutando esta tesis degeneracionista, Bridges mostró la compatibilidad del nomadismo fueguino con los ritmos estancieros, y de la cual obtuvo de hecho muchos beneficios. Ver Bridges, L., op.cit., pp. 471-474 y 488-491. 103 A principios de 1919 los obreros de Bridges se habían declarado en huelga (según Gusinde por influencia de trabajadores europeos que se habían incorporado tardíamente): “Bridges despidió entonces a todos los que querían irse”, y de pronto sus objetos de estudio “se habían desparramado a los cuatro vientos para las pocas semanas del verano”, Gusinde, M., op. cit., p. 92. 104 Ibid., p. 158 (cursivas nuestras). 105 “Los carreros son gente de la peor especie, roban animales cuando necesitan carne, rompen lo que encuentran por delante y que pueda ser un obstáculo á la facilidad de su transporte, pastorean sus animales por el tiempo que les place y donde les place. En una palabra son verdaderos vándalos destructores […] Los arreos de ovejas que cruzan los campos son numerosos y los arreadores son menos civilizados que los carreros, por no decir mas ladrones. [...] ¡Cuantos beneficios nos reportó a nosotros el teléfono á Tierra del Fuego cuando se daba gran vuelo á los trabajos de aquellos establecimientos y teníamos que librarnos de los malones de los indios onas. Aquí son los indios blancos que hay que sorprender y castigar y nada facilitará más esta tarea que una buena línea telefónica.”, copia de la carta de Alejandro Menéndez a Francisco Campos (director-gerente de la Sociedad Menéndez Behetey), 7 de marzo de 1914, Museo Regional de Punta Arenas, “Correspondencia Mauricio Braun”, caja 44. 106 “Al quedar desamparados en los campos, obran con maldad y, a manera de venganza concluyen con piños completos, abandonando las reses muertas en medio de los caminos. Esta vida errante y sin comodidades de ninguna especie concluye con muchas vidas proletarias y es la causante de daños enormes en el ganado lanar”, palabras del Sr. Donaldson, administrador de una estancia de la SETF, reportadas por Fuentes Rabé, Arturo. 1923. Tierra del Fuego, t. II., Valdivia: Imprenta Central E. Lampert, p. 30.
“barbarie”, pareció producirla y hasta requerirla para funcionar 107, y la violencia, comandada esta vez por los ejércitos nacionales, volvería a utilizarse para reprimir la barbarie cuando, hacia 1920, ésta tomó la forma de un poderoso movimiento sindical (el mismo que amenazó la empresa de Gusinde). Así como el salvajismo no acabó con la muerte de los fueguinos, la indecencia tampoco se redujo con el Reglamento y su barrio rojo. Al contrario, la creación de éste último pareció afirmarla, tanto más cuanto que la prostitución parecía ser un nicho tributario para la precaria fiscalidad local y hasta un vector de progreso: No podemos olvidar que para el Municipio [de Río Gallegos] el funcionamiento de los prostíbulos significaba una no despreciable fuente de ingresos, sirve como ejemplo la circunstancia de que el pago de la revisación [sic] de las pupilas [...] posibilitó la radicación de un segundo médico en el pueblo.108
Hemos visto ya parte del expediente con los reclamos que en 1909 los vecinos de Punta Arenas expusieron a la Junta de Alcaldes ante el desborde del “barrio rojo”. Con la indecencia como argumento, se solicitaba el cumplimiento del Reglamento en cuanto a restringir la prostitución al cuadrante previsto. Sin embargo, el promotor fiscal, Carlos Cerveró, el mismo que, tres años antes, consideraba que “la única ventaja que ha traído la misión salesiana” era la “casi completa extinción de las salvajes indiadas magallánicas”109, propone sobreseer la causa. En su exposición reconoce que si bien las disposiciones del Reglamento satisfacen “los motivos de higiene social” que le dieron origen, “es absurdo agrupar a todas las prostitutas de una ciudad en un mismo barrio”. Agrega que el Estado no puede reprimir la prostitución “porque es impotente para ello”, sí debe, en cambio, “reprimir la explotación sexual” y que aunque se debe legislar sobre ésta, la ley “no debe producir males mayores que los que trata de evitar”. Su liberalismo parece desconcertante, sin embargo, ¿por qué acabar con el gueto prostibular? En primer lugar, y retomando el moralismo, el promotor cree “no es posible que a las prostitutas se les degrade más aun de lo que están por su profesión misma”, sin embargo, en una inflexión inesperada reconoce que “entre ellas existen diferencias de educación, de cultura, de 107
El mismo Sr. Donaldson afirmaba sobre estos desempleados ambulantes que “lo peor del caso es que no se les puede negar hospedaje y resulta más económico recibirlos que rechazarlos.”, Fuentes Rabé, A., op. cit., p. 30. Un análisis más extenso sobre el funcionamiento de las estancias puede consultarse en Bascopé, Joaquín. 2008. “Pasajeros del poder propietario. La Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego y la biopolítica estanciera (1890-1920)”, Magallania, vol. 36, 2: 19-44. 108 Lafuente, H., op. cit., p. 153. 109 Se trata de un proceso por la “Desaparición de Antonio Teigelacke”, 22 de mayo de 1906, leg. 144, en el cual se presume “que fueron los indios que se fugaron de la cárcel de esta ciudad los que asesinaron al citado Teiguelacke” (f. 29vlta). Cerveró (promotor fiscal) considera que no se los puede juzgar, aún comprobándose el crimen, pues “son enteramente irresponsables de sus actos. Son seres que más se asemejan a los brutos que a los hombres” (f. 30). Agrega que si los menores de edad no son imputables, “con mayor razón están exentos los indios salvajes que para mengua de la civilización existen todavía en pleno siglo XX, aquí, en los últimos extremos del mundo austral.” (f. 30 vlta). La apología genocida que sigue merece citarse in extenso pues sintetiza buena parte de las ideas del presente trabajo: “Las personas que se vean perjudicadas por las depredaciones de los salvajes no les queda mas remedio que hacer uso de la fuerza en defensa de sus derechos. Naturalmente las anteriores observaciones no se refieren á los indios civilizados. Pero estos son muy pocos. Sabido es que la misión que la Congregación Salesiana mantiene en la isla Dawson ha fracasado lamentablemente. Los indios al civilizarse, o sea al adquirir la condición de seres humanos, no pueden subsistir: la tisis y otras enfermedades los diezman, la nostalgia de la vida puramente animal los desespera y los mata. En realidad, la única ventaja que ha traído la misión que esos frailes establecieron hace ya mas de quince años, guiados por un espíritu de tan levantado cuan equivocado altruismo, es la de haber contribuido poderosamente á la casi completa extinción de las salvajes indiadas magallánicas, indiadas que según la opinión de un sociólogo eminente, están formadas por los seres más ruines y miserables de la especia humana”, f. 30vlta - 31vlta.
sentimientos”. Cerveró considera enseguida que, en tanto “reglamentación exagerada”, el gueto además de favorecer la prostitución clandestina, aumenta “los crímenes y simples delitos”. Con esto presente, en una segunda inflexión pide atender a las diferencias entre los clientes, pues no es posible exigir al hombre de conducta tranquila y correcta a que necesariamente se encuentre con el ladrón, con el rufián y con el ebrio No es justo exponer innecesariamente la vida del individuo útil a la sociedad en que vive.
Por último, señala la excepcionalidad de Punta Arenas puesto que ni en Valparaíso ni en Santiago se agrupa a las prostitutas en un sólo barrio y que una disposición análoga debería ser adoptada por la Junta. De este modo, y aquí reaparecen los distintos tipos de prostitutas y clientes, “quedarían en el actual barrio destinado al efecto solamente aquellas casas de tolerancia o de prostitutas que a juicio del Presidente de la Junta no es conveniente que salgan de ese barrio”110. Distintas clases de prostitutas, deberían disponerse para distintas clases de clientes y en prostíbulos no ya concentrados en el gueto, sino también “distintos”. Cerveró proponía revertir la indecencia general que el barrio rojo, en lugar de retener, había propagado por todas las clases sociales, indiferenciándolas. Ahora se le exigía a éste reintroducir las distinciones que el mismo prostíbulo, al ser legalizado y localizado a la vez, había estado ocultando. Violar, prostituir, responsabilizar El 24 de noviembre de 1899, el diputado correntino Manuel Cabral, hablando ante la Cámara argentina, afirmó que para acabar con la barbarie “lo que debemos llevar es gente que establezca el cruzamiento con los indígenas para que se pierda por completo la raza primitiva”111. Su propuesta de civilización-por-violación, a falta de un diseño preciso, acabó practicándose de hecho en los territorios australes. Numerosos fueron los hijos de lo que se llamó matrimonios “a la fueguina”112 y mucha fue su importancia para la antropología y la historia posteriores. Luis Garibaldi, informante de Gusinde y de Penazzo y que cuando niño había sido secuestrado por Lucas Bridges, era hijo de “una india haush llamada Honte, que había vivido durante un tiempo con un italiano de la subprefectura de la bahía Thetis.”113 El mismo subprefecto es quien habría secuestrado a la mujer de Capelo, el “ona guerrillero”, y por la que éste se cobró venganza.114 Tal como el diputado, el científico Holmberg descubrió cierta armonía en estos enlaces115, atribuyendo a la naturaleza de la isla (“todo en Tierra del 110
La argumentación completa de Cerveró se encuentra en el proceso “Infracción al reglamento...”, op. cit., ff. 42-45. 111 “No quiero [...] que se establezca un crecimiento paralelo; por una parte los indígenas y por otra los argentinos [...] queremos suprimir a la gente salvaje de una generación a otra [...] Yo quiero la mezcla inmediata, con la seguridad que de una generación a otra el salvaje va a desaparecer, porque es un hecho innegable que la civilización superior destruye a la inferior [...] No necesitamos misioneros [...] lo que debemos llevar es gente que establezca el cruzamiento con los indígenas para que se pierda por completo la raza primitiva [...] Yo no sé en realidad que le habrá dicho San Pedro a Irala cuando llegó al cielo, haciéndole cargos sobre sus siete consortes, pero es evidente y notorio que los anales de la conquista del Río de la Plata figura Irala como uno de sus claros varones ¿Y qué hizo Irala? Lo mismo que debe hacer el Patronato de indios bajo una forma más o menos culta”, citado en Belza, J., op. cit., t. II, p. 323. 112 La expresión es de Holmberg, E., op. cit, p. 70 113 Bridges, L., op. cit., p. 212. 114 Belza, Juan E. 1973. “Capelo: el ona guerrillero”, Karukinka, n. 5, pp. 17-30. 115 “...los blancos eligen compañeras, y del mestizaje se obtienen ejemplares más hermosos aún; vimos en el Puerto Elena una india que tenía tres hijos: uno de italiano, otro de austriaco y el otro de español. Eran tres criaturas rubias que, lavadas y
Fuego parece inestable”) el que “los blancos se vean obligados a recurrir a las indias.”116 Casi setenta años después (1974), el historiador Belza sostenía la misma opinión, agregando –sin pruebas– que esos “hombres solos” a veces obtuvieron mujeres “de buenas maneras y produjeron un gran mestizaje”117. El antropólogo Gusinde, en cambio, creía que de esas mezclas nunca resultó nada bueno118. La violación, entendida como mecanismo de superación del salvajismo, formó parte de los proyectos civilizatorios estado-nacionales de fines del siglo XIX. Frente a las propuestas abiertamente genocidas asociadas a la presión colonial por incorporar nuevas tierras para el capital, la violación, disfrazada de mestizaje armónico, se presentaba como la alternativa “humanitaria”. Pero, hemos visto, ni genocidio ni violación acabaron con el “salvaje” ni tampoco garantizaron la “civilidad” de la nación o del capital. Así, múltiples barbaries se conectaron con los matrimonios “a la fueguina” y una de ellas fue el prostíbulo. Su asunción como “mal necesario” y su institución como gueto habían mezclado en Punta Arenas al “hombre de conducta tranquila” con “el ladrón”, “el rufián” y “el ebrio”. Para acabar con la inmoralidad así esparcida, el gueto debía superarse, como proponía Cerveró, con las “diferencias de educación, de cultura, de sentimientos”. Sin embargo, no fue necesario otro Reglamento, pues el mismo promotor fiscal confirmaba que el de 1898 ya “había caído en desuso”119. Se solicitaba, en cambio, restablecer el poder de clasificar a las prostitutas no ya según el criterio higiénico, que en realidad las homogeneizaba como degeneradas, sino según un criterio sociológico que las distinguiera según sus caracteres. “Refinadas”, “sensibles”, “maleducadas” y hasta “salvajes”, el promotor fiscal anunciaba el futuro del burdel patagónico instándolo a estrenar sus nuevas clases. Pero, así como la violación, no podía asegurarse que la inmoralidad (o el salvajismo), reaparecieran bajo nuevas formas: la policía ha incurrido en un error al estimar que ese negocio es una casa de prostitución. Se trata de un Café-Concierto en que trabajan actualmente cuatro mujeres [...] [y] no puedo hacerme responsable de lo que esas mujeres hagan fuera de mi casa 120
Considerando la doble irresponsabilidad que conecta la inconsciencia jurídica atribuida al Salvaje y la violación sin juicio practicada por la Estancia, es sin duda significativa esta referencia –por demás masculina– a la prostituta como “responsable”, es decir, como forma subjetiva que, a diferencia de las bestias o Dios, podía responder por sus actos o por su actividad. El Salvaje, padece su categoría, su identidad, instrumento de la violencia colonial que lo construye. La Prostituta, en cambio, la ejerce. Entre ambos, salvajismo padecido y prostitución activa, trabaja la diferencia, cuyos espectros jurídicos hemos querido mostrar aquí, entre violación y comercio sexual, entre gratuidad colonial y tarifa, en la prehistoria legal de la sociedad patagónica a fines del XIX. vestidas, hubieran parecido lindas entre nuestros más bellos chiquillos. También eran bonitos los hijos de los gendarmes de Río del Fuego. Nótase en ellos que, en el color y la carne, predomina el del padre.”, op. cit., p. 56. 116 Holmberg, E. op.cit., pp. 50-51. 117 Belza, J., op. cit., t. II, 315. 118 “Los niños, fruto de estas combinaciones, tuvieron, casi sin excepción, una muerte temprana. En la tribu selk'nam se cuentan muy pocos mestizos que hayan llegado a la edad adulta.”, Gusinde, M., op.cit., p. 151. 119 “...la misma Junta de Alcaldes había concedido patentes de hotel con restaurant a varias [...] casas diseminadas en distintas partes de la ciudad y que anteriormente habían, la mayor parte, residido en el barrio especialmente destinado al efecto”, escrito de C. Cerveró en “Infracción al reglamento...”, op. cit., f. 44. 120 Declaración de Iván Favre en el proceso “Infracción al reglamento...”, op. cit., ff. 25-25vlta.
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Figuras 1. Colonización de la Tierra del Fuego 1883-1904
2. Policías y mujeres en el destacamento de Río del Fuego (Fuente: Holmberg, E., op. cit., p. 71.)