Como la tarlatana

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Carlos Mendicuti

tarlatana



Carlos Mendicuti

Como la tarlatana


De vez en cuándo la vida toma conmigo café ( Joan Manuel Serrat)


A Nuria. A Julio



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S

on las cinco de la tarde y estoy en un avión con destino a Madrid. Acabo de dejar San Francisco y no hago más que pensar en qué me voy a entretener hasta que llegue a Barajas. Si por lo menos fuese en business como Nerea, se me harían más llevaderas las doce horas que tengo por delante hasta Londres, donde tengo la escala, pero yo no estoy casado con Luis. Nerea es mi ex-mujer y volvemos de la boda de nuestro hijo. Después de quince años de tedio que siguieron a tres de pasión —controlada— decidimos, más que divorciarnos, seguir con las vidas que desarrollabamos en paralelo. Ella formalizó su relación con Luis, su jefe en la multinacional farmacéutica donde trabaja —trabajaba— y yo, a lo mio, chicas de menos de cuarenta y, a ser posible, sin graduado escolar. En la boda, un invitado me preguntó, con un poco de mala leche, qué pensaba del marido de mi ex. Me limité a decirle que me parecía bien. Lo que no iba a darle es la satisfacción de reconocer que un Director Ejecutivo —CEO los llaman ahora— de uno de los principales laboratorios de Europa, de 1,90, triatleta y, porque no decirlo, guapo, me parecía una joya. Vamos, que si no fuese por mi heterosexualidad pertinaz, me gustaría hasta para mi. Lo de mis gustos sobre lo que me suelo encontrar en mi cama, viene a cuento porque yo, que he tenido a gala no decir que no a ninguna señora —bueno tampoco vamos a exagerar que hay de todo en la viña del Señor y hay vinos que no se pueden beber— he sido «bendecido» con un hijo, mi único hijo, gay. Y lo acabo de casar: tan de blanco los dos, tan 7


empalagosos los dos y los setenta invitados. Tan de película promocional del San Francisco mas bujarrón. Yo he venido solo. Podia haber venido con Vero, Amancia la llamo yo por eso de trabajar en un Massimo Dutti doblando camisetas, pero no está el patio como para pagar otro billete de avión. Vero es muy agradable.¿ Lo mejor? ¡ me admira! Ve en mi al empresario que siempre está a punto de todo: a punto de dar el pelotazo del siglo, a punto de irme a vivir con ella....y este «a punto» me lleva a su lado oscuro, su hijo. Un preadolescente de doce años, chulesco y respondón, que está pidiendo una bofetada con urgencia. Eso si, por lo menos a éste parece que le gustan las chicas. Solemos salir con él los fines de semana que no está con su padre y no hay más que ver al padre, para saber a quién ha salido la criatura... Cuarenta años, barrio periférico de Madrid —Parla, para mas señas— Seat Ibiza tuneado, gafas de sol aunque Noé avise de un nuevo chubasco, corte de pelo tipo marine para disimular la incipiente calvicie y músculos reconvertidos en grasa, embutidos en pantalones y camisetas imposibles. No es que sea clasista, pero me jacto de vestir bastante bien. En mi trabajo —me autodenomino anticuario aunque pueda vender una cómoda estilo arrepentimiento del XX , debidamente maltratada, como una delicatessen del XVI sin que se me mueva un músculo— es muy importante la imagen. ¿Quien puede pagar 5000€ por una sillería?: el que aprecia por cuna o ha aprendido a apreciar por curiosidad o ascenso social súbito un buen traje y unos buenos zapatos hechos a medida. Lo que me regala la pobre Vero lo uso cuando estoy en casa tirado en el sofá. La verdad es que esta faceta mía ha sido muy alabada en la boda; el personal era muy crítico y exigente, pero he superado la prueba. Con nota. Para la pre-boda, en un restaurante mejicano con Mariachis que parecían salidos de una película de Almodovar, un pantalón beige, camisa de seda con rayas azules y chaqueta del mismo color. En la boda, en un campo de golf lleno de pérgolas y templetes —que no sé como puede nadie meter una pelota entre semejante entramado arquitectónico— un traje gris con camisa blanca y corbata en tonos grises, todo de una reconocida marca española que no es Massimo Dutti. Una pista: tiene una w en el nombre. Para el brunch del día después, en un parque natural lleno de domingueros, de diseño, pero domingueros, unos vaqueros, hechos a 8


medida, camisa rosa —por eso de la mimetización— de Oxford y un jersey camel con la misma w en su etiqueta. Nerea es la única hija de un matrimonio formado por un encargado de una imprenta y una ama de casa, que vivieron por y para ella. No salían a cenar los fines de semana, no se relacionaban con nada ni con nadie que supusiera un gasto extra y distrajera un duro de su finalidad en esta vida: la formación de su hija. Arañando la nómina, la llevaron a un colegio privado, el Liceo Francés, para que se relacionara con las hijas de una burguesía que celebraba sus cumpleaños en los jardines de sus bonitos chalets de Pozuelo y Aravaca y que la invitaban a ella que, cuando le tocaba —una vez al año—, tenía que citarlas en California, Zahara o cualquier otra de las cafeterías de la Gran Vía de la época dorada, para tomar tortitas con nata. La opción de ir al mini piso del distrito de Arganzuela, como es natural, no se contemplaba. Cuando acabó el bachillerato, como muchas de sus condiscípulas se matriculó en la Facultad de Farmacia, donde aconteció, después de cinco años, la separación natural y definitiva. Las «purasangres» terminaron regentando una oficina de farmacia, heredada o financiada por sus familias, y los desheredados advenedizos como ella, en la visita médica. En aquella época, se ganaba bastante dinero en este trabajo, pero las horas y horas de pasillo en consultas y hospitales esperando a que te atendiera un licenciado como tú que, por el simple hecho de hacer Medicina le hacia autodenominarse «doctor» y le permitía mirarte por encima del hombro, no estaban pagadas. Con el tiempo, se casó con el jefe y se le olvidaron los sinsabores. Fue en la Facultad donde nos conocimos. Yo estudiaba, perdón, hacía Arquitectura e iba con mis amigos —que esos sí estudiaban Ingeniería— a Farmacia por su tortilla de patatas, sus partidas de mus y ...porque allí estaban las tías mas buenas de todo Madrid. El ir con los alevines de ingeniero me facilitaba mucho las cosas: eran muy listos y lo han demostrado a lo largo de estos años ocupando las cúpulas directivas de la principales constructoras de este país, pero de ingenio y gracia iban muy justitos. Todos los días, para romper el fuego con el elemento ligable, contaban 9


el mismo chiste: ¿que es un arquitecto? alguien que no es lo suficientemente listo para ser ingeniero, ni lo suficientemente marica para ser decorador....vamos ¡ para troncharte! Cuando los gases que salieron de la burbuja que explotó con la crisis aniquilaron estas empresas, dejaron un reguero de cadáveres laborales: los obreros, que de golpe y porrazo se vieron ganando lo que no habían imaginado ni en sus sueños más locos, los administrativos que los veían con envidia pasar con sus aparatosos coches todo-caminos y... mis antiguos amigos. La mayoría de éstos entraron en una prejubilación más que digna, se dedicaron a jugar al golf y hablar con ellos con un handicap deficiente, se ha convertido en tarea imposible. A veces pienso qué sería de los campos de golf españoles sin los prejubilados. Supongo que los llenarían de pérgolas y templetes y así poder alquilarlos para celebrar bodas. Mi padre era un funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores, diplomático decía yo tirando por elevación, y mi madre se dedicaba a ella y a relacionarse con sus amigas; la denominación «ama de casa», aunque ambigua, le venía grande. Vivíamos en un piso, heredado de mi abuela materna, en el limite del barrio de Salamanca tocando con el de Chamberí. Mi padre, y yo por extensión, somos descendientes de una de las familias mas nobles y rancias, en todas las acepciones de la palabra, de Guipúzcoa, de la que mi progenitor heredó el gusto por el juego, las juergas y las putas. Que yo sepa, no recibió nada mas de su ilustre linaje. Bueno, tambien la devoción por todo lo exclusivo, el porte y las maneras aristocráticas que le valieron el sobrenombre de «Marqués» en el Ministerio y en los mejores tugurios de Madrid. Muchos de los «burlangas» compañeros de naipes, con el tiempo fueron grandes colaboradores mios; todas estas ovejas negras, hijos mal de familia bien, acudían a mi para que les diera liquidez para la siguiente partida aligerando de muebles el salón de sus casas. Fueron los primeros minimalistas. En fín, fui un niño normal educado en los Escolapios, que desde pequeño tuvo claro que era de un estatus superior al de la mayoría de la gente con la que se relacionaba. Lo que no me explicaron mis padres es el porqué de esta supremacía, pero nunca fui muy preguntón. 10


En la Complutense del Madrid de los años setenta, un día apareció una pintada Anarquista: «El conocimiento y la sabiduría me persiguen, pero yo soy mas rápido» y eso me paso a mi. Las matemáticas, la física, y el dinero rápido obtenido con las cornucopias de los devotos del Poker, me quitaron la afición y dejé colgada la carrera. En mis relaciones sociales y comerciales, cuando viene a cuento, nunca omito el dato de que estudié Arquitectura. Creo que el concepto «terminar», está sobrevalorado. ¡ La cantidad de Curricula —observad el matiz de la declinación— falseados que circulan por el mundo! Lo mas ridículo que he visto en estos casos, son los niñatos que, queriendo dar un poco de apresto a sus méritos académicos y así justificar el porqué dirigen la empresa de papá, se inventan Licenciaturas y Másteres cuando su coeficiente intelectual da para sacarse el psicotécnico del carné de conducir. Como mucho.

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Agradecimientos

En primer lugar, quisiera agradecer a Nuria Cuadrado su confianza en mí y su, a veces, sobrevaloración de mis aptitudes, algo imprescindible para el ego y la autoestima de cualquiera en determinados momentos. A Julio Fernández de Velasco, por su «involuntario empujón» que me llevó a plantear, desarrollar y realizar este libro. Por estos motivos se lo dedico a ellos. A Oscar Martín, a Maria Gambin, a Eduardo Mendicutti, por ser tan generosos a la hora de aceptar leer el manuscrito y por sus cariñosos y desproporcionados comentarios. A Eduardo Romero, por hacer un alto en su lectura habitual para reconocerse en algún pasaje del libro. A Florentino Rodriguez, por leerlo de un tirón y no darse por aludido en ningún momento. A Javier Mendicuti, que fué más allá del comentario de texto. A Luis G.P. Mendicuti, que me corrigió el nombre del parque donde vive el oso Yogui... A Carmen Martínez, a Mercedes Martín, a Rosa Cuadrado, a Charo Mendicuti, por estar conmigo en la ingrata hora de las correcciones. Por el cariño puesto en cada coma, en cada acento, por la ilusión que me han transmitido. A Google y a la Wikipedia que me solucionaron la, escasa, documentación que tiene el libro: las fechas y, la manía de éstas, de estar saltando siempre. A todos los que creísteis en mí y me animasteis en todo momento...y a los que no, y me servisteis de aliciente. Ahora tendréis que gastaros la pasta comprando el libro para poder criticarlo, con toda la razón del mundo, en toda su extensión. 175


«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)» © de los textos: Carlos Mendicuti © de la edición: EOLAS EDICIONES Diagramación y portada: Mikel Mandon - contactovisual.es ISBN: 978-84-17315-79-5 Deposito legal: LE 607-2019 Impreso en España - Printed in Spain



Una celebración en el otro extremo del mundo, un viaje que se hace eterno, dan pie para que Javier se replantee su presente, rememore su pasado y sueñe con un futuro llevadero. Sesenta y pocos años —muy pocos— revisados bajo una manta en un interminable vuelo de San Francisco a Madrid, con escala en Londres; los veraneos de la infancia en la desembocadura del Guadalquivir, la primera juventud en la convulsa Universidad Complutense de Madrid de finales de los setenta donde los españoles aprendían a enterrar a dictadores que se morían en su cama... Las primeras elecciones democráticas, un partido comunista, un Rey, un golpe de estado. Una profesión proclive a la impostura, una novia veinte años menor, una ex, un atractivo sustituto —actual marido de la ex—, un hijo gay y una boda atípica. La ciudad de San Francisco como un protagonista más. Todo contado en primera persona y con un lenguaje coloquial que nos lleva al día a día de cualquiera de nosotros. Sin necesidad de ser un prócer de esta sociedad, sin tener que haber nacido en el Siglo de Oro ni ser un héroe en Flandes. Incluso sin haber vivido una Guerra Civil.

C O L E C C I Ó N N A R R A T I V A

ISBN: 978-84-17315-79-5


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