ARCADIO RODRÍGUEZ TOCINO
(El fraude del viento)
ARCADIO RODRÍGUEZ TOCINO
EL CINEASTA (El fraude del viento)
«Somos motas de polvo en una aspiradora.» Richard Price (1949-)
«Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. Únicamente a través del amor y la amistad podemos crear la ilusión momentánea de que no estamos solos.» George Orson Welles (1915-1985)
«Será una película buena para el alma, pero no para la cartera.» Mel Gibson (1956-)
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PARTE UNO
CAPÍTULO UNO
Despedida
Para la mayoría de las personas la Navidad es una etapa de solidaridad, alegría, sueños y deseos por cumplir, reencuentros familiares y esperanza, ante todo siempre mucha esperanza. Al menos, hasta que no te falta algo en la vida que consideras indispensable. Entonces la esperanza es una mierda. Cuando se ha muerto un padre o una madre o, peor aún, has perdido un hijo, la Navidad es una porquería donde lo único que cuenta es el consumo. Para Susana Rivero, la Navidad del año 2011 suponía una meta. Una meta después del camino que había supuesto un pésimo otoño. A comienzos de la estación de las cosechas la habían operado de un maligno cáncer de pecho, extirpándole la mama izquierda como si fuera una muela podrida. Ahora, surcándole el busto, tenía una cicatriz con la forma de un horizonte inalcanzable, como inalcanzable había sido para ella la maternidad que tanto añoraba. Con más de cuarenta años ya no albergaba ninguna duda de que nunca sería madre. Si en veinte años de matrimonio, su vientre no había sido capaz de alojar un rayo de esperanza, una luz de vida, algo creado por ella misma como nadie más podría llegar a crear, menos aún lo podría alojar con la operación a la que se había sometido, y cuyo resultado era una agresiva mutilación de su preciada figura. Su marido durante esos veinte años, Emilio del Horno, se había mostrado consternado tras la intervención. No lo decía, ni una palabra al respecto, pero se le notaba en la cara y Susana podía verlo. Hay cosas que nunca se pueden ocultar. Por ello rehusaba hacer el amor con él. No quería que su cuerpo, desnudo y mutilado, fuese expuesto como una extravagante 9
atracción de circo delante de los ojos de su compañero. Emilio no comprendía la actitud de su mujer y creía que siguiéndole la corriente obraba con exactitud. Pero Susana se hundía más en una depresión que se agravó con un otoño lluvioso, y se remató al llegar el fin de año donde todo el mundo parecía mostrarse muy feliz. La Nochebuena la había pasado en compañía de su marido, muy ocupado en el montaje final de su nueva película, aunque también contaba con algo de tiempo para dedicárselo a su mujer. Pero, pasada la tarde del día veinticinco de diciembre, Emilio había regresado a su labor de tijera y encaje y su nueva película era lo más importante en su vida, como lo había sido desde hacía más de veinte años. En ese aspecto su mujer no le podía echar nada en cara. El trabajo siempre había sido lo primero desde que le había conocido. Si bien, a tres días para acabar el año, a Susana ya no le preocupaba ni la nueva película de su marido; ni su fea cicatriz de color rojizo surcando su pecho; ni la terminación de los números en el próxima sorteo de la Lotería. Estaba sola en casa. A medio volumen había puesto en la cadena de música un CD del que solo le interesaba una canción. Al tener pulsado el botón de repeat, había escuchado hasta seis veces el Nights in white satin de Moody Blues. Con los acordes finales de la canción sonando a través de los altavoces, se preparaba para una séptima escucha. En breve sonaría ese estribillo que se quedaba grabado con facilidad en la mente de cualquier oyente: Nights in white satin, never reaching the end, letters I´ve written, never meaning to send.
Mientras sonaban las mismas notas musicales, una y otra vez, había limpiado toda la casa como si tuviera una visita importante y no quisiese dejar nada al azar. Había quitado el polvo del mueble del salón, fregado la cocina, ordenado la nevera y limpiado el amplio espejo del cuarto de baño. En las habitaciones había pasado la aspiradora y el zapatero de la entrada lo había ordenado con la ilusión de quien comienza a convivir con su 10
nueva pareja, y siempre quiere agradarla. Cuando Emilio del Horno entrase por la puerta de su casa encontraría un hogar inmaculado. No había ropa que planchar, ni platos que fregar. Después de todo ese trabajo se había parado a descansar. Con una extraña calma, impropia de su activo carácter, se había sentado sobre la cama para ver el álbum de fotos del día de su boda. Tuvo que revolver en un cajón del salón, pues no recordaba exactamente dónde lo guardaba, pero finalmente lo encontró. Las tapas del álbum, de color marrón y con relieves de figuras que imitaban el firmamento, estaban ajadas por el uso y el paso del tiempo. Nada menos que veinte largos años. Tapas surcadas por grietas que conferían al álbum un aspecto solemne, envidia de cualquier anticuario, y le recordaban a su propia vida. Cada página que pasaba, le traía recuerdos de una etapa de su vida tan emocionante como ingenua. Una etapa cargada de ilusiones y proyectos. Un camino virgen para recorrer con la persona que más amas en este mundo. Observar las fotografías, con la perspectiva que dan veinte años de experiencias, era algo doloroso y triste a la vez. Dentro del álbum encontró un sobre. En su interior había algunas fotos que no recordaba que estuvieran ahí. Las sacó del sobre y las examinó. Por su juventud, debían de haberse tomado al comenzar la década de los ochenta. Había buenos momentos retratados en ellas. Eran la mayoría. Otros recuerdos, no muchos, pero sí algunos, le recordaban etapas más bajas. También tuvo un momento cómico. Pero no tenía ganas de reír. Vio dos fotografías y no se podía creer que se hubiese vestido de aquella manera tan ridícula: mocasines, pantalón vaquero y acampanado, un amplio jersey, dos tallas más grande de lo que necesitaba, de lana de color blanco y estaba peinada con dos coletas, una a cada lado. En la mesita de su lado de la cama había una botella de vodka con dos tercios del blanco licor. Había desprecintado la botella y llenado un vaso dos veces seguidas. Cuando hubiese bebido la mitad de la botella, de una copa en una copa, sin prisas, pero sin que le temblara el pulso, iría ingiriendo cada una de las pastillas que también tenía extendidas sobre la mesita, al lado de la botella. De una caja de color verde y blanco, había sacado las veinte pastillas del medicamento Enantyum de 25 miligramos. Una a una, las había 11
extraído de su funda hermética de plástico y colocado ordenadamente sobre la mesita. De otra caja, también con los colores verde y blanco dominando el envoltorio, había sacado sus treinta pastillas. Era Diazepam de solo 5 miligramos. Y no podía faltar su Lorazepam Normo, que tanto la ayudaba a conciliar el sueño, de 1 miligramo, con veinticinco comprimidos y enfundados en una sobria cajita roja. Sumó su total: setenta y cinco pastillas. Con la botella de vodka por la mitad, los Moody Blues entonando por décima o duodécima vez su Nights in white satin, y las lágrimas rondándola por los párpados cada vez que los recuerdos la atormentaban en su cabeza, comenzó a ingerir, metódicamente, cada una de esas setenta y cinco pastillas. Una a una pasaron sin interrupción por su garganta, ayudadas por un licor que la quemaba cada vez menos el paladar. Una labor que realizó con énfasis lento. Al terminar cerró el grueso álbum con las fotos del día de su boda. Iba a llevarlo hasta el salón para dejarlo donde estaba, pero, al levantarse, su cabeza se puso del revés y tuvo que sentarse de nuevo. Dejó el álbum de fotos sobre el suelo y se tumbó en la cama. Solo cerró los ojos unos segundos, o eso es lo que la pareció, pero al abrirlos el techo de la habitación comenzó a retorcerse. Empezó a contar desde el uno y llegó hasta el cincuenta. Aburrida, se incorporó. Le costó un gran esfuerzo llegar a sentarse sobre el colchón, pero cuando lo logró pudo ver la botella de vodka: aún quedaba un poco menos de un tercio de su contenido. Hizo un esfuerzo y abrió el cajón superior de la mesita. Sabía que en su interior había un último recurso. Dos cajas azules, de treinta pastillas cada una, de Trankimazin de 0,5 miligramos. Uno a uno, ordenadamente, los fue colocando dentro de su boca y tragándoselos como si fueran diminutas golosinas. Cuando se le secó la garganta, bebió un poco del líquido blanco. Una de las veces que intentó llenar el vaso, vertió algo de vodka sobre la mesita. Estaba mareada, pero aún controlaba sus extremidades. En la composición de Nights in white satin sonaba lo que le pareció un solo de guitarra. Lejos de aprenderse el tema de memoria, ya comenzaba a aborrecerlo. Terminó las sesenta pastillas de Trankimazin y las hundió en su cuerpo con un último trago de vodka. Luego se tumbó boca abajo sobre la 12
cama. Había quitado la colcha y cambiado las sábanas. El último viaje lo quería hacer con elegancia. Se había jurado no pensar más. Pensar le hacía daño. Pensar era recordar lo que podía haber sido su vida y no era. Si hubiesen tenido hijos. Si su marido hubiese estado más en casa haciéndole compañía. Si tuviese los dos pechos. Si los sueños se cumpliesen. Afortunadamente se tumbó en la cama y el vodka trabajó fiel a su fama. Las ciento treinta y cinco pequeñas pastillas que flotaban y se disolvían en su estómago, también estaban contribuyendo a que la despedida final fuese lo más indolora posible. El descenso a los infiernos no tenía porque estar rodeado de violencia. En la mesita del lado donde dormía su marido había dejado una nota. Una cuartilla de folio donde unas letras anunciaban su final. Escrita a mano y con trazo firme, algo que no sucedía con una rúbrica garabateada con prisas, se podía leer claramente:
Emilio, la casa queda limpia. Solo quiero que esto sea rápido. No quiero sufrir y no quiero que tú sufras por mí. Te perdono lo que no he podido perdonarte en vida. Te quiero.
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Índice
PARTE UNO
Capítulo 1. Despedida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Capítulo 2. Entierro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 Capítulo 3. Noticia en el periódico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27 Capítulo 4. 60 pastillas y 4 botellas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
PARTE DOS
Capítulo 1. Diez años después . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53 Capítulo 2. Grandes esperanzas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67 Capítulo 3. Garganta profunda. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85 Capítulo 4. Algo enterrado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101 Capítulo 5. La chica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109 Capítulo 6. La traición. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129 Capítulo 7. Abre la puerta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139 Capítulo 8. La competencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153 Capítulo 9. De tiendas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167 Capítulo 10. Espíritu inmundo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171 Capítulo 11. El sexo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 179
PARTE TRES
Capítulo 1. Creer en algo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189 Capítulo 2. Fíate del diablo y no corras. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .195 Capítulo 3. Un tiro de gracia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211 Capítulo 4. Café y Whopper. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225 Capítulo 5. Test de Rorschach . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
Epílogo
Una vez en casa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)» © de los textos: Arcadio Rodríguez Tocino © de la edición: EOLAS EDICIONES Diagramación: contactovisual.es ISBN: 978-84-16613-67-0 Deposito legal: LE-125-2017 Impreso en España - Printed in Spain
La tragedia de Emilio del Horno, famoso director de cine, es general: afecta a todos los seres humanos. Es la pérdida de «algo». En su caso concreto, la pérdida de su fama y, lo que es mucho peor para él, la pérdida de la persona que más le quería: su mujer. Diez años después del suicidio de su esposa, con su carrera totalmente destrozada, decide aceptar un pequeño trabajo de un benefactor privado que regenta varios clubs de alterne. El trabajo se presenta fácil, pero pronto se verá atrapado en medio de dos frentes donde nada es lo que parece y la mentira es una moneda de cambio común.