INESTABLES, INTERMEDIOS

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Inestables, intermedios Ildefonso RodrĂ­guez



INESTABLES, INTERMEDIOS



INESTABLES, INTERMEDIOS

Ildefonso Rodríguez



INTRODUCCIÓN

“Las voces inestables” José-Miguel Ullán

UN LUGAR

Un lugar en la ribera del río Porma, afluente del Esla, territorio de la infancia y del verano (cuando había cangrejos, truchas bravas, chicas delgadísimas en el pozo de los baños y las risas); allá voy cuando estoy pasando una temporada con mis padres, en el pueblo de Vegas del Condado; me quedo mirando, toco el saxo y lo llamo la oficina, lugar del oficio, del maestro de taller. Voy grabando, saco fotos, escribo los poemas de la oficina, cómo no. Esa es mi canción, la canción del simple al sol. El lugar que llamo la oficina del río ejerce desde hace años sobre mí una especie de hechizo. Podría contar la historia 7


hacia atrás: el pozo de las peñas, las compuertas en la presa del molino, la fuente de los prados en mi villa alejada… Y más atrás: el río de los ahogados, los dos Pedros… El caudal de la memoria se remansa ahora en ese lugar. Sin propósito, pedaleando en la bicicleta de mi hermano Héctor (la bici conoce el camino, como conocía la yegua de mis abuelos los senderos antiguos), así voy allí, sólo con las ganas. De semejante abandono –despropósito- nada espero. Ir allí tiene la garantía de lo inútil, de lo que no cuesta, material casi soñado. Sólo hablar a solas, tocar, pensar, anotar, con la rima y el ritmo del agua. Entre dos corrientes me pongo, el río y el canal de la piscifactoría. El agua canalizada, empozada, embalsada, represada: aguas cautivas en cemento y en planchas de metal y poleas, esclusas, compuertas… Aguas que me atraen (norias de la infancia), siniestras y atrayentes: lugares de una soledad que me habla, me dicen cosas esas aguas. Es un territorio de juegos, tengo huecos donde depositar ofrendas (¿a quién, a quiénes?).

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Allí, los estados intermedios, las voces inestables… En el sotillo se levanta viento y crece el ritmo melódico de las hojas. Comienza el zumbido de los insectos inteligibles. Como en el verso de Apollinaire: “Y para mí solo el pájaro azul se desgañita”. Sé que en el pueblo me espera la noche con calles espectrales, una huerta invisible, una fiesta donde yo voy oyendo cincuenta años atrás: Cartagenera morena… O una vendimia de arañazos. Y el comedor con las fotos, el cariño de mis padres. Vivo en la fluidez mientras toco, pienso, me eclipso. Embebido. El agua, el fuego, el tiempo: nadie puede pararlos, decía mi abuelo Eutimio. Hay un girasol en el cielo, en el agua un remolino, escribí hace muchos años. Se activan las almendras de la emoción, corpúsculos cerebrales. Es un lugar sanador, donde regenerar ilusiones, recuperar: el cuello herido, el saxo Rampone, el del payaso. Disipación de la melancolía dominante, lo llamé una vez. “Pensé en los lugares que hay en el mundo y que pertenecen a alguien, que ese alguien los lleva en la sangre y ninguno otro lo sabe” (Cesare Pavese). Ahora otros sabrán del lugar que llamo la oficina del río, por la publicación de este libro, casi el 9


trabajo de campo de un antropólogo aficionado (el antropólogo de sí mismo): cámara fotográfica, grabadora, libreta de anotar, entrevistas con un aborigen (él mismo)… Al llegar, siempre, la alegría: hacer bailar el estuche del saxo como el cartero Tati hacía bailar su cartera. LA ESCRITURA

Primero fueron unas pocas anotaciones que parecían venir invocadas por aquel proverbio celta: “La poesía se hace donde corre el agua” (lo fluyente, la “líquida lírica”, como ha llamado mi amigo el poeta Aldo Sanz a lo que yo escribo). No caeré en la tentación de contar los poemas, pero sí señalar que a lo largo de los últimos años han aparecido algunas series que se corresponderían con la que propiamente surgió en la oficina del río y que, para mis cuentas, fui llamando Soledades. Así, El balcón de Lastres, serie dedicada a mi compadre el poeta Miguel Suárez; o el recuerdo de otro amigo ya desaparecido que conoció muy bien esas riberas, Fernando Urdiales. También algunos poemas medio íntimos, como una cuelga de amuletos; y una constelación de naturalezas, cosas y sones que fueron circundando el lugar en sus distintos tiempos…; así ha ido creciendo el libro, en lo intermedio, en lo inestable. 10


LA MÚSICA

Tampoco voy a contar la música, pero sí esto que ahora os cuento: En vez de hacerme silbatos de palera con la navaja (en un sueño robaba silbatos), llevo al lugar saxofones, clarinetes, flautas, según el día. Los instrumentos se injertan, se hacen híbridos: clarivoz, baribajo, clarigaita, clarizaina… Toco, lo que más hago es tocar, de vez en cuando grabo, con un aparato sencillo, un Edirol de Roland, R-09. Toco (¿qué?) sobre un bajo continuo que son las aguas corrientes, su fondo orquestal (la próxima vez buscaré bordón nocturno: grillos y ranas en la noche). Me acerco, me alejo, el fondo crece y decrece. El fondo móvil del que toca y pasea. La tímbrica: metamorfosis de los instrumentos, voces animales; una atmósfera rural, evocativa, reposada. Y, de pronto, se encrespa, frenesí, tiempos al límite, grumos, ráfagas. Un tocar errático, improvisación guiada por la ocurrencia, el aguijón del momento, la tentativa. Sin premeditación (esto es lo fácil, esto es alivio). Fraseos merodeantes que llevan a lo 11


imprevisto: el falso bebop, el aullido del payaso Charlie Rivel, el silbido de un pastor, unas ráfagas de gregoriano, el anuncio del pregonero. También, el dulzainero y el tamboritero de las fiestas antiguas, ahora con su folclore imaginario, en la aldea global de Peter Kowald. Dando voz a la memoria involuntaria, lo que viene a pedir de boca, turbulencias, remansos: ahí viene una de Ornette, ahora aquella alborada que escuché una vez desde la cama y me sonó tan antigua y hermosa, modo lidio puro… Las melodías errantes. Tocar en lo abierto: pasos, hojarasca, ruidos, pájaros; una vida espectral, las notas fantasmas. Y ahora pasa por el camino un tractor. Por encima del estruendo, suena la flauta de un afilador. Y vienen a la cabeza (zabeca, en resve lunfardo) también las canciones tontas, tan necesarias, las patochadas: Al hablar no despertar al Gran Flamigo, Ay canastos, qué será, Vacilón, qué rico vacilón… Unas veces más abstracto, otras más figurativo. O así. (O, en otras mañanas, los buenos ejercicios y digitaciones que me enseñó el señor José Bandín, casi en el origen de todo esto). 12


Lo que ahora se muestra de toda aquella actividad puede estar tocado por lo grotesco, que según John Ruskin, está compuesto por dos elementos, uno ridículo, el otro atemorizante. La música no quiere ser sólo documento, pero aspiraría a dar noción del entusiasmo, el arrebato con el que se tocó, se sopló. The fool on the hill. The fool on the office. El chifleta que toca el chiflato. Señas del hombre infantil… Imágenes eidéticas, músicas en espiral: Yo no toco progresiones (de acordes), yo toco remolinos, suelo decir. (Y, de pronto, los dientes del tiempo y los muelles del mambo). AGRADECIMIENTOS

El material grabado a lo largo de años era como para asustar. El músico gallego Bernardo Martínez, colega desde hace décadas (es “el músico pensador” que entra y sale en mi libro El jazz en la boca), se ofreció con ánimo y generosidad para ayudarme en la selección, cortar, pegar, editar, masterizar. Como si dijéramos (es así): producir el cedé. Sin él no hubiera sido posible. 13


Las fotografías de aficionado, mero documento, tuvieron el toque de un profesional con talento y arte, Abel Morán. Medio desvaídas como eran, han ganado vida, visibilidad. Isabel Lucio-Villegas Uría, mi compañera, una vez más (y van ya tantas) leyó los originales, escuchó, miró, corrigió, aconsejó. El cajón con fotos, poemas, anotaciones, músicas, era eso, una nebulosa. El editor Héctor Escobar aceptó mi propuesta, me animó. Sólo a él se debe el que todo aquello tenga su orden y ahora sea un libro. La música que aquí se escucha no sería posible, obviamente y aunque sea de lejos, sin los grandes maestros del saxo. A uno en especial he tenido muy presente, John Tchicai (1936-2012). Ojalá que estas palabras les transmitan mi profundo agradecimiento. Villabalter, 17 de febrero del 2014

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Soledades



Primera señal: luz de oro brotando en la campana del saxo luz respondida desde la arcilla del monte caldeo la Quebrantada pero si la llave pequeñina vista en un sueño todavía puede abrir aquello si vienen mariposas azafranadas casi con olor y aquí sigue fluyendo el agua sola (mi oficina de las aguas solas cerrado y lejano el galpón de los amigos) segunda señal: dora la luz la campana y un ser zumbador rompe su vuelo contra el saxo la canción era… voces se oían en la corriente desde el estruendo una decía todos los ríos son hermanos 17


y grillos en el pensamiento en la médula del sonido (más soplaba yo y más era el asombro de los pescadores) había una advertencia en las señales: tal vez sea ya la hora de irlo dejando había de pronto en la hierba un olor venenoso voces oídas: canta Geeshie Wiley su blues Last kind words y una trenza de melancolía anticipada (¿era la canción aquella: melancolía en septiembre…? pero si otra decía: cuando llegue septiembre todo será maravilloso…) la trenza las últimas palabras cariñosas canta la mujer en su delta. 18


Son

En este mundo a distancia lo humano mejor no se ve el saber del cachorro ocultándose por miedo al gato macho sus ojos a más distancia y mira como el espejo que durmió frío en el lugar oscuro todo el invierno y cosas escondidas la niebla es para todos en la torre de otro verano la cigüeña navegante con su vela desplegada

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en el lugar que fluye cayó el aerolito hermético y aún así ¿qué risas se oyen? como anises huele la fiesta todavía.

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Como cantan los cuentos su cadena de causas así es la lista de cosas depositadas en el hueco (otra vez cebé el hueco: fue base del poste que sujetaba el cable que manejaba el barquero que conducía la barca que cruzaba el río) una estrella de alambre + saliva propia + una bola de papel de plata + un plástico verde + una pluma de ave rapaz pintada con purpurina alimento de la suerte (como el que pasa la vida mirando a una calle) ahí cabe todo y nada nada y todo año tras año cebando aquello cuatro plumas negras + un envoltorio de caramelo con su color al trasluz + el tallo de una hierba ahí suena suena más esa flauta en la sombra 21


«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)»

© Ildefonso Rodríguez © EOLAS EDICIONES Diagramación: contactovisual.es ISBN: 978-84-15603-49-8 Deposito legal: LE-514-2014 Impreso en España - Printed in Spain



Un cabás Abre y cierra el cabás tuyo ahí se guarda aquel azul de los cielos y los humos mío el misterio y el secreto mío: yo lo cierro.


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