ESA VERDAD INSISTENTE

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NÉSTOR HERNÁNDEZ ALONSO

ESA VERDAD INSISTENTE



ESA VERDAD INSISTENTE



ESA VERDAD INSISTENTE

Néstor Hernández Alonso



I. PALABRAS DE COLOR AZUL

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PALABRAS EN LAS PIEDRAS

Tarde de julio en tierras que no son las tuyas: un sol certero quemándose en la cristalera del coche, humildes olivos en las orillas, cantan las chicharras, aunque no las ves, un camino nuevo, de color gris, te conduce perezoso a la ciudad señalada en tu guía turística. “Visitaremos un pueblo con servicios, casas, murallas, cementerios, iglesias. Es necesario un poco de imaginación, yo pondré lo demás”, proclama convencida una chica azul en el inicio del recorrido. La muralla –tapial y piedra– nos recibe orgullosa, segura de su fortaleza:” No nací para la guerra, sino para vigilar la paz. De mis ciudadanos escudo, salvaguardia de juegos, pizarra de amores; 8


soy frontera infranqueable para enemigos de quienes me burlo en la lejanía”. Algunas piedras desiguales, en círculo o rectángulo, detienen nuestros pasos: “Estructuras de casas, habitaciones, baños, hornos”. Escucho voces de niños, protestas de madres, roces secos de espadas en manos de soldados. “Este es el cementerio. Hemos excavado miles de tumbas de distinta edad y condición”. Observo la distribución de los enterramientos, figuras diversas, huesos, exvotos. En cualquier cultura, y aquí hay muchas, estos homenajes aparecen siempre, hasta convertirse en el sentimiento más profundo del hombre: luchar para que la muerte –en otras épocas tan temprana– parezca que no todo lo domina; estas tumbas no esconden olvidos, sino testifican presencias. Al final, esbelta, joven, moza en plenitud, se levanta la iglesia: “Los rezos la han mantenido”, ironiza la muchacha. Admiro la belleza de sus arcos góticos, la gracia de los capiteles, la grandeza de sus columnas, el rosetón al frente, la Virgen en el altar. 9


Solo, el sol vencido, saltamontes, vuelos verticales de pájaros, desando el recorrido. En medio del silencio, escucho nuevamente palabras en las piedras, entrecortadas, pero limpias, que el viento manso de la tarde divulga: “No necesita Dios al hombre, sino el hombre a Dios; su ausencia agosta los espíritus tiernos. No eres materia, ni cuerpo, ni juventud, por eso la ermita se mantiene así diez siglos ya, para taponar las heridas del combate o vendarlas, si fueran superficiales. Bajo su sombra crecen las flores del alma, sin las cuales jamás tu vida alumbrará primaveras ni tu ánimo engendrará pasiones”. De regreso, por una carretera sin ojos, entre árboles y laderas despeinadas, insistentes, cual canción de infancia, repiquetean los mensajes de esas piedras, punzantes palabras en las ruinas de Alarcos.

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CAE LA TARDE Cae la tarde, todavía colgada de los últimos árboles. Cae la tarde, lentamente, como si no quisiera viajar en ese tren sin paradas. Cae la tarde, y estoy solo, en la casa donde tú tantas veces sonreíste. Sin embargo, te veo por la ventana: el vestido rojo, entallado; tu blusa azul, bordada. “Hasta luego”, me dijiste cerrando la puerta con rapidez. Durante algunos minutos, la frente en el cristal, clavé los ojos en tu espalda buscando respuestas, una señal; así escriben los psicólogos. Nada. Pasos ligeros, bolso pendular, tirando de ti la falda entre las piernas, hasta que la distancia devora tu imagen y un sabor agrio llena mi boca. 11


Cae la tarde, farolas amarillentas anuncian la despedida. Y estoy solo, tirado en el sofá, mientras leo Canciones para Julia. Sé que un día volverás y será una tarde apacible, suave, como la de hoy. Te estaré esperando, roca de malecón que mira las olas, aquí, en esta tu casa, la frente en la cristalera y un paño de hilo para limpiar el vapor de la espera.

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UNA CUARTILLA EN BLANCO Mañana naceré de nuevo. Un día claro, sin niebla que oculte las casas desde esta ventana con cristales. Ves niños con mochila, camino de la escuela donde les leerán cuentos, poemas con rima, teatros de guiñol, y no seré yo, porque no soy profesor; la alegría, en zapatos de tacón alto, llama insistentemente las puertas mientras las plazas se van llenando; no esconden las tardes soledades de banco verde, junto al lago, en el jardín, sino que voces, gritos, cantos le declaran la guerra y tendrán que huir, derrotadas, a su mansión originaria; tampoco las noches engendran miedos en las calles del regreso, en los hospitales, cada farola cobija una estrella, todas las fuentes comparten la misma luna. 13


En el estudio, ante una cuartilla en blanco, te preguntas: ¿y ahora de qué escribes?, porque solo sabes hacerlo del dolor, tan presente en tus textos. Alguien te comunica que ya no tienes que escribir sino vivir, no como ahora haces. Por fin escuchas las carcajadas de la vida dirigiendo tus pasos de hombre afortunado y ríes complacido. Sin embargo, el simple tictac del reloj te despierta temblando de frío.

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A UNA CASA CON HISTORIA Después de años, ayer pasé a tu lado, tras las huellas de la infancia (cada noche pisando tu sombra) y me sorprendió tu estado, casi en ruinas: el vientre de adobe y paja, hinchado, sujeta su querencia por secos maderos, obligadas muletas para sostenerse en pie; los cristales rotos, las tejas sin orden, grietas en la pared y la pesada puerta, con adornos de hierro en sus bordes, entreabierta, invitándote a examinar las entrañas enfermas. Entré con tiento, como quien visita un lugar prohibido, secreto. La vieja máquina de seleccionar grano me recibió cansada (no conseguí mover su manilla). Me acerqué a la ventana, con rejas de cárcel recordando su pasado y vi el muro gris de la iglesia mostrando su triunfo: coetáneos con desigual destino. 15


Por la escalera, que proclama su edad bajo mis pasos, ascendí al piso primero. ¡Qué humedad, armarios encogidos, estanterías, cuadernos de racionamiento, cuántos libros, retorciéndose de dolor, exigían piedad para textos, casi borrados, para dibujos, apenas con color! Sentado en una sucia silla de tijera leí un libro de la época de Felipe II; cada página era un testigo acusador en el tribunal de la historia: habéis olvidado vuestras raíces, el origen; carecéis de pasado para apoyar el futuro. Al salir, acerqué la puerta despacio, sabiendo que esta sería mi última visita; mañana otro edificio ocupará este lugar, probablemente más cómodo, incluso bonito, pero el camino de la infancia no me llevará hasta él porque ya no tendrá valor para mí: otra casa igual en pueblo distinto.

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