MIGUEL PAZ CABANAS
Oraci贸n de la negra fiebre
ORACIÓN DE LA NEGRA FIEBRE
Oraci贸n de la negra fiebre
Miguel Paz Cabanas
Autumn ends, winter comes And everybody’s gone Days grow short and pull apart And now the nights are long
We winter wrens have made amends With the silence and the cold So leave us to our own device We winter wrens are fine
So, just leave us to our own device We winter wrens are fine ‘Cause there’s no mistake of the call we make When there’s no one else around
‘Cause there’s no mistake of the call we make When there’s no one else around.
(We winter wrens. Dolorean)
“Es difícil salir. Me tapian con un muro que solamente corre hacia nunca jamás; me eligen para morir la duración: me anudan a las venas de un organismo ciego que me exhala y me aspira sin cesar.
Y el corazón, en tanto, ¿en dónde el corazón, el tambor de nostalgias que convoca en tinieblas a todos los relevos?
Por no hablar de este cuerpo, de este guardián opaco que me transporta y me retiene y me arroja consigo en una náusea desde los pies a la cabeza.
Soy mi propio rehén, el pausado veneno del verdugo, el pacto con la muerte.
¿Y quién ha dicho acaso que éste fuera un lugar para mí?”
(Lamento de Jonás. Olga Orozco).
1. Templo del dolor: viento tiznado de harapos, presagio lacerante, rumor hosco de noches. No soy el único paciente: una chica con el pelo color trigo
se oprime el estómago;
un hombre con asma
solloza en silencio;
madres con niños
(los ojos de los niños
caramelos de fiebre) susurran plegarias; una monja y un anciano de comisuras tristes. Qué hago aquí, me pregunto: la sala un alud de bufandas, de sombreros, fiebre y soledad. 11
Rostros absortos de mansos y crédulos, mi nombre a
última hora de la tarde.
Doy cabezadas, no contaba con la voz recia y vibrante de la auxiliar. Agotado,
el último enfermo
exhala un suspiro. Abandono mis ropas como quien las extravía, el gusano que arroja su piel a una piedra caliente. En pie continúo, el box blanco y helado. Mi madre en el zaguán de una iglesia, su voz lívida y susurrante: me mira con ojos negros. 12
No entiendo qué hago aquí, quién me ha convocado, por qué tiemblan así
mis manos.
En la luz de la consulta, biombos como huesos, persiste, sofocada, una turbiedad de crisálidas.
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2. Enfermeras: ojos grandes y pelo sucinto, se deslizan como sacerdotisas en un lazareto de campaña. Tendido en la camilla, mis ojos en el techo, fluorescente, escama fulgurante, élitro sucio
y furioso.
Repite mis gestos, susurra la doctora, persigo sus manos, sus manos son espejo o flores marinas amasadas en ámbar. Nunca pensé que me golpearían con un martillo, le digo, codos, hombros, rodillas; estas cosas le pasan a cualquiera, responde: 14
a necios y sensatos, a crápulas y obispos, a niños y mártires. Fecha de nacimiento, cólicos, alergias, vicios, anomalías: la enfermera anota. Cierro los párpados y pienso: esta soledad proscrita que precede al dolor, esta soledad es la casa donde murieron mis padres, pérdida que me desgarra cuando la sal resplandece. Mi pulso se desboca, giro la cabeza, su mano en mi vientre, un pinchazo en el brazo,
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gotas de sangre, s谩banas, veneno. La enfermera entorna los ojos, acaricia mi brazo, me da la espalda: var贸n maduro, raza blanca, agotamiento, fiebre. La noche empuja sus muros y avanza.
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© de los textos: Miguel Paz Cabanas © de la edición: EOLAS EDICIONES Diagramación: contactovisual.es ISBN: 978-84-15603-86-3 Deposito legal: LE-262-2015 Impreso en España - Printed in Spain
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