FEMME FATALE FEMME EVA PERUCHA SÁNCHEZ
micono
Cubierta realizada: Eva Perucha Sánchez Autoría y edición: Eva Perucha Sánchez Corrección técnica: Artemis Ruipérez García Copyright by Eva Perucha Sánchez Ediciones micono 2016 Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de la titular del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamientp informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos. ISBN: 888-88-8888-888-8 1º Edición, Enero de 2016 Impresor: Arte Diez
«Me entenderás cuando te duela el alma como a mí»
ARTÍCULOS
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Carrie Fisher Música Mujeres y Violencia Sexual El Trono de Hierro
ENTREVISTAS
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Virginie Despentes Patrícia Soley-Beltran
PROLOGO PRÓLOGO Alcanzar el éxito conlleva pasar por muchas adversidades y ser capaces de vencerlas y salir triunfantes es el mayor reto de la vida. Las mujeres son un claro ejemplo de lo que significa luchar para lograr la meta. Si se caen en el camino, se levantan y siguen adelante, no se dejan ganar por las dificultades pues con su tesón y su optimismo logran sus sueños. Valoremos su arduo trabajo y reconozcamos en ellas su lucha constante.
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Carrie Fisher In memoriam
Carrie
Lo primero que vimos de ella fue un brazo desnudo. Empujaba un disco que iba a salvar a muchos Publicado por y había costado la vida a todos. Ocho segundos Bárbara Ayuso después, al final del corredor de una nave consular, se dibujaba el resto de su silueta de túnica blanca. Flexionaba las rodillas, inclinada sobre una unidad azul y plata al que hizo depositario del destino de (al menos) dos galaxias.
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En la galaxia vecina, aquello convirtió a una joven de diecinueve años en icono mundial. Aún no tenía claro si quería ser actriz cuando ya se había transformado en símbolo. Carrie, «la hija de Debbie», la chica lectora, menuda y audaz, decía que abominaba los cuentos de hadas. Porque nació en uno. Fue producto de la endogamia del Hollywood dorado, de una felicidad fotogénica de los llamados «American’s Sweetheart»: el músico Eddie Fisher y la actriz Debbie Reynolds. «Eran como los Brad Pitt y Angelina de finales de los cincuenta» diría Carrie, tiempo después. En realidad, cuando ella llegó, apenas quedaban migajas de aquella estampa idílica. Tenía tres años cuando su padre abandonó la mansión familiar para casarse con Elizabeth Taylor. Además del escándalo amarillo de la época, eso sembró en ella la tóxica duda que
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En la más lejana aquello salió mejor que bien. La única esperanza obedeció al holograma, y lo demás es historia filmada hace dos décadas y disfrutada durante cuarenta años. La princesa galáctica, carismática y lenguaraz encendió la mecha, y (revísenlo) disparó al primer stormtrooper. La rebelde de los bollos trenzados a la que es imposible decir adiós.
le asfixiaría toda su infancia: «¿Es esto la vida real?». Porque bien podría ser un pedazo de celuloide, con sus romances prohibidos, sus parejas perfectas y sus mentiras con redobles. Carrie nunca distinguió la cinematografía de la realidad. Creció atascada entre esos dos planos, esperando a los títulos de crédito. Visitando sets de rodaje, abrumada por claquetas y focos, aceptando que su padre no tenía corporeidad más allá del televisor del salón. «Mi realidad se conformó por la versión de la realidad de Hollywood. No distinguía las películas de la vida», decía. Contemplaba a su madre esperando un beso de Dick Powell en la pantalla, y creía estar espiando una escena cotidiana a través de una puerta entreabierta. Estaba segura de que Cary Grant era un amigo de la familia y que Father knows best existía. «Es como si la vida real fuera otra cosa, y estuviera siempre tratando de determinar qué estaba ocurriendo en ese distante, inaccesible e incomprensible lugar». Podría pasar por la apariencia de niña imaginativa, pero empezaba a anidar en su interior germen de algo mucho más insidioso.
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Cuando el magnate Harry Karl se mudó a su casa, parte de esas dudas se esfumaron. Eso sí era real. Y amargo. Los gritos, las peleas, las deudas y los robos. Carrie creyó que era su madre quien no acertaba a discernir lo que realmente ocurría: que aquel hombre viejo que ni siquiera podía correr, se limitaba a fumar, beber, leer el periódico, robarle todo su dinero y meter prostitutas bajo su techo. Sentada en el suelo de la cocina (el único lugar en el que podían jugar sin miedo a romper nada) le prometió a su hermano Todd que la haría entrar en razón. Encerrada en su habitación, escribió decenas de cartas para que lo abandonase. Misivas caústicas, dolorosas, empapadas en un retorcido sentido del humor. La siguiente pareja de Debbie, Bob Fallon —al que los hermanos apodaron Bob Phallus— le procuró un recuerdo mejor. Gracias a él, su abuela y ella recibieron sendos vibradores la mañana de Navidad de sus quince años. Solo Carrie disfrutó del presente. Por entonces ya actuaba junto a su madre en varios nightclub, ambicionando ser económicamente independiente como bailarina o cantante. Sabemos que no fue así. Dos años después la enviaron a estudiar al Royal Central School of Speech and Drama de Londres, para dar «respetabilidad» a la familia. Detestó la idea, pero acabó siendo el mejor momento de su vida. «Lo real» estaba, por primera vez, convenientemente delimitado. La vida era lo que ocurría entre las paredes de aquel centro. Y aproximadamente aquí las galaxias convergen. George Lucas entró en escena y empujó a Carrie Fisher a un salto mortal hasta 1952, cuando Debbie Reynolds rodó Cantando bajo la lluvia. Como su madre, la joven de inmensos ojos actúa también con diecinueve años en un taquillazo, igualmente escoltada por dos hombres. «Tal vez solo estaba buscando un sentido de la continuidad», se dice después. Ella, que se había lamentado siempre de su incapacidad de igualar la belleza de su predecesora, logró quintuplicar su éxito. Era como un blockbuster de hadas. Otra vez. La mayoría de las biografías necesitan un punto de inflexión. Ese donde-se-jodióel-Perú. Una marca visible, indeleble, para señalar el risco que da paso al preci-
picio. La de Carrie Fisher acostumbra a ubicarse aquí, al término de la trilogía de Star Wars, cuando su vida y su carrera se adentran en pasadizos oscuros. Se conviene que Leia Organa no solo fue su cumbre, sino también su jaula. Ella misma barrunta esa posibilidad en Whisful Driking, donde reconoce que la confusión entre lo real y lo imaginado de su infancia regresó con esas cuatro letras: Ele, e, i, a. Una jaula de cuatro barrotes. «¿Es esto la vida real?», volvió a cuestionarse. Pósteres con su cara. Camisetas. Muñecas articuladas de tamaño real. El maldito biquini de bailarina exótica. Figuras, gorras, la cultura de masas devorándola en cada calle. Adolescentes de todo el mundo sacudiéndosela con su imagen mercantilizada. La bonanza del merchandaising. Paparazzis. Expectativas. Luces, cámara…. y poca acción.
Una con la Fuerza
Saber cómo será tu obituario desde los diecinueve años es una putada y una fortuna. Al principio, a Carrie Fisher le resultó lo primero. Un alivio irónico: daría igual cuán descarriada fuera su existencia, el mundo iba a enterrarla como princesa Leia. Nívea, incorruptible, fresca. Inmortal. Tal y como permanecía en la memoria sentimental de un par o tres de generaciones. Aquella mujer que había aplastado las convenciones de las damiselas en apuros, la perspicaz rebelde de
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Tenía veinticuatro años cuando le pusieron nombre a ese volcán interior: trastorno bipolar. Confundir la realidad no era un síntoma de una infancia excéntrica, ni una alucinación causada por las drogas. Pero Carrie se resistió a entender. Eso no era la vida real. «Decidí que la razón por la cual el doctor me había dicho que tenía trastorno bipolar era porque quería darme la medicación en vez de tratarme realmente. Así que hice lo único racional que pude hacer frente a tal insulto: dejé de hablar con él, volé de regreso a Nueva York y me casé con Paul Simon una semana después». Las turbulencias de aquello fueron antológicas. Como lo fueron las recuperaciones, las terapias de doce pasos y las de electroshock. Los hospitales mentales. El desorden de la sobriedad intermitente. Los años de despertarse en su propio vómito, de la guerra con las dos realidades. De aceptar que no estaba loca: estaba enferma.
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El mundo que la vio refulgir contempló cómo a la rutilante estrella se apagaba con la misma velocidad. Otra historia de mala digestión de un éxito instantáneo, otra muñeca rota de Hollywood. Otra mina de talento que se malogra con las drogas y alcohol, otra repetición absurda del síndrome de niña rica. Pero no era así. Carrie no era una pizpireta criatura a la que se le atragantó un (tres) blockbuster. La popularidad la desestabilizó, pero no la rompió. El desgarro era anterior. Sus coqueteos con la droga empiezan con trece años, y cuando llega al set de rodaje su cuerpo ya toleraba cantidades de cocaína que alarmaban al mismísimo John Belushi. Después llegaron los calmantes, los estupefacientes, el ácido y cualquier cosa que atemperara al «monstruo», como lo llamaba. «Disparé mis veinte años como un hilo luminoso a través de una aguja oscura, ardiendo hacia mi destino: ninguna parte». Rechazó papeles de infarto, aceptó otros de ictus y tuvo suerte con Chevy Chase y Granujas a todo ritmo. Se enmarañó con el sexo y las sobredosis. Recibió una llamada de Cary Grant para convencerla de rehabilitarse.
los dardos dialécticos. No tenía que hacer nada más: ya sabía cómo perduraría si alguna vez pasaba a la historia. Así que se concentró en escribir. Publicó novelas autobiográficas, arregló decenas de guiones, adoptó sus propias obras al cine y esporádicamente, actuó. «¿Eres feliz?» le preguntaron en una entrevista. «Entre otras cosas», respondió. Sin darse cuenta, empieza a cederle al mundo un legado distinto, basado en dos de las virtudes que derrochaba: la honestidad y la inteligencia. La primera brutal y la segunda, feroz. Carrie Fisher es y será la mejor entrevistada de todo el star system, una auténtica fiera de la ocurrencia. Es magnética, valiente, despatarrante y afilada. Habla sin ambages de sus adicciones, de su enfermedad, de las indecencias de una industria en la que no fue capaz de encajar. De las sádicas manías de un George Lucas al que, sin embargo, admira. En sus libros (y también en el magnífico monólogo ahora rescatado por la HBO) se descubre a la mujer que imprimió carácter a Leia: mordaz hasta orinarse y rebelde hasta el final. Se erige en embajadora de su propio monstruo, y abandera la causa de la salud mental en todos los rincones. «Así que después de haber esperado toda mi vida para obtener un premio por algo, cualquier cosa (vale, no actuar por actuar pero ¿qué pasa con un pequeño premio por escribir? Nope), ahora obtengo premios todo el tiempo por ser enferma mental. Soy aparentemente muy buena en ello y me siento honrada por ello regularmente» llegó a bromear.
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Hace apenas un año que Carrie Fisher pudo, por fin, desatascar sus dos realidades. Ser una con la Fuerza. «Cuando vi a Harrison de nuevo, la princesa Leia volvió a la vida». Esta vez sin biquini metálico, sin rencor y con galones. Con aquella química intacta y aquella luz extraordinaria que los fundió en un abrazo insondable. Reconciliada con su futuro obituario y burlándose de las pintas de «empleada de gasolinera de lujo» con las que se vio en pantalla. Aconsejando a la nueva heroína que luchase por su atuendo, como una postrera ofrenda a la rebelión. Pero, como le escribió Paul Simon: She comes back to tell me she’s gone. Así que ahora, con dos galaxias de luto, no queda otra que preguntarnos: «¿Es esto la vida real?». Gracias, princesa.
Música Mujeres Violencia Sexual
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El 25 de noviembre se celebra el «Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer» (sic), fecha que observa la ONU para concienciar Publicado por sobre otra de las barbaridades que coGrace Morales metemos las personas. Aprovechando el día, los medios ofrecen su generosa ración de contenidos. Es curioso que el porcentaje de opiniones sobre la violencia contra las mujeres (desde la cultura, la economía o la política) siga siendo abrumadoramente masculina. Lejos de mi intención sugerir oportunismo o alguna otra clase de actitud discriminatoria a costa de un asunto tan delicado, pero es tanta la presencia de expertos-para-todo, que algunas creerían que los crímenes sexuales los inventaron la televisión y los portales de noticias, siempre en manos de fenomenales compañeros de la información. Pero no, la violencia del género masculino contra el femenino, del femenino contra el masculino, y de cualquier género contra otro o contra sí mismo, ya estaba antes. No se lo van a creer, antes incluso de internet.
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Música
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Mi intención en este texto se circunscribe a la música pop, y cómo viene reflejando estos temas. Los malos tratos, el abuso, la violación, el asesinato entre parejas, etc. La música es producto de las ideas y costumbres de la sociedad, por lo que siempre será llamativa la presencia o ausencia de temas sobre las relaciones violentas, que insisto, son unas cosas muy antiguas. Esto es como con los contenidos políticos: nos dice mucho de una corriente musical si esta tiene canciones concienciadas, poseur o «apolíticas». Hay estilos que han tratado y tratan de forma muy abierta esta problemática de los malos tratos, sin considerarlos como tal, ni siquiera como un problema. En otros se canta contra ellos de forma militante. También hay ejemplos de pop de trazo grueso, que como con el resto de asuntos mundanos, han hecho chistes de más o menos gusto. Unas veces, la ideología violenta aparece como algo natural a sus intérpretes; vamos, como una continuación de su vida en el arte (véase la plana mayor del hip hop, trap, reguetón…). Otras veces estas canciones sobre la violación o el abuso han sido compuestas como simple entretenimiento de hombres postmodernos, sin pensar en una valoración ética o social, como el que canta fascinado por las fechorías de un asesino en serie. O un violador con capucha. Aquí entraría la mitad del repertorio del pop español de los años ochenta, burlesco y satírico, pero este no es un asunto demasiado interesante. Si no, tendríamos que volver a las camisetas que Malcolm McLaren vendía para epatar a las modernas, impresas con la imagen del violador de Cambridge, o con fotos de niños extraídas de revistas pedófilas. Bueno, a todas no, puntualicemos que Glen Matlock se negó a ponerse la camiseta del niño desnudo por no sé qué principios y lógicamente fue expulsado de los Sex Pistols por moñas. En el caso de estilos como el folk anglosajón, el blues norteamericano y las canciones populares de Sudamérica (de norte a sur, del corrido mexicano al tango, pasando por el son, la cumbia, el bolero y cualquier variante que se nos ocurra, siempre con sus lógicas excepciones), la misoginia más extrema se ha lucido y luce de forma totalmente desprejuiciada. Es un festival de canciones groseras y salvajes sobre el poder del macho sobre la hembra, que salvo en su puntual etapa como madre, es tratada como objeto de vanidad y recipiente de placer y palos. Las antiguas murder ballads hablaban de asesinatos, incestos, violaciones y abusos de mujeres y niños. El blues no tenía ningún reparo en explicar que el protagonista se encontraba en la cárcel o se había dado a la fuga tras haber matado a la esposa o a una cualquiera, bien por infidelidad, en un arrebato promovido por el alcohol o simplemente porque le había dado la gana. Jimmie Rodgers escribió esta canción sobre los celos y el fragilísimo ego masculino, su «Blue Yodel Nº 1», en 1929, en la que dice «Me voy a comprar una pistola / tan larga como yo de alto / voy a disparar a la pobre Thelma / solo para verla saltar y caer». Rodgers se levanta y pide un café después de la interpretación. Las señoras gritan, no se sabe si de entusiasmo o de ansiedad. Rodgers, el padre del pop americano, ha sido imitado en multitud de canciones que seguían el significado de estas estrofas. Johnny Cash y los rockeros canallas del siglo XX son el estereotipo del amante del demonio devorado por las pasiones, hasta que sienta la cabeza y se convierte en amantísimo esposo y padre de familia, coincidiendo con la caída del cabello o un serio arrechucho clínico. También
He seleccionado una serie de música cantada por mujeres sobre la violencia. Para no continuar agobiando a las lectoras con las mismas canciones de los mismos grupos españoles que siempre salen en estos reportajes, he querido aportar otros enfoques del tema desde la posición femenina, que parece ser la que menos importa, aunque no sé por qué me sorprende. Hablando siempre en general, los cantantes pop masculinos ofrecen una opinión desde el machismo o desde la indiferencia paternalista. Las artistas femeninas han evolucionado para hablar desde su experiencia personal, otras han usado el mismo esquema machista, y muchas se han distanciado en perspectivas de extrañamiento y denuncia muy radicales. He aquí unos ejemplos:
«My Big Iron Skillet», Wanda Jackson La reina del rockabilly grabó en 1969 este single para Columbia donde se adelantaba a las artistas country de los últimos años, que reclaman un trato respetuoso por parte de maridos y compañeros. Por primera vez, una cantante blanca de pop echaba mano de la sartén («Mi sartén grande de hierro) para advertir al marido de que estaba harta de sus palizas. Desde los años noventa hemos escuchado grandes éxitos en un género habitualmente muy machista, como «Goodbye Earl», de
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Sin entrar en las biografías, en las que hay palizas y ataques de ambos sexos, pocos estilos tienen un repertorio tan descarnado sobre la ahora llamada violencia de género. Por ejemplo, esta canción de Ma Rainey, con Tampa Red a la guitarra, «Black Eyed Blues» (El blues del ojo morado, en el que la protagonista, a pesar de ser la víctima, es capaz de amenazar a su maltratador: «Nancy y su hombre habían tenido una pelea, él le pegó en toda la cabeza. Cuando ella se puso de pie, le dijo, “Tú, viejo lagarto arrastrado, mira que tarde o temprano te voy a pillar desprevenido…”».
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hay contraejemplos, por supuesto. Un pelotón de estrellas del rock, con mayor o menor fortuna, ha interpretado canciones sobre las mujeres maltratadas. Si John Lennon amenazaba a la chica con matarla si le dejaba por otro («Run For Your Life»), ahí están Aerosmith con su hit «Janie´s Got a Gun», sobre una adolescente que mata al padre tras violarla. Muddy Waters se ponía en la piel de un hombre maltratado en este single de 1959 para el sello Chess. En una cara, «Mean Mistreater» sobre el sufrimiento emocional, y en la otra, «Walkin Thru The Park», donde el protagonista se ve vagando por la calle porque le da miedo ir a casa, no sea que allí se encuentre con la novia y ella le raje o le dispare. Escúchenle con su increíble grupo de entonces, Otis Spann y Chris Barber incluidos. Las artistas femeninas han abordado la violencia sexual, no solo desde el papel de víctimas, sino como ejecutoras. Las intérpretes del blues clásico detallaron de forma espeluznante su situación como objeto de los abusos, pero también parodiaron los crímenes musicales que cantaban sus compañeros. La emperatriz del blues, Bessie Smith, grabó canciones como el clásico «Send Me To The Lectric Chair» (Mándeme a la silla eléctrica), en la cual explica al juez que le ha rebanado la garganta al marido tras pillarle con otra, que se ha reído a carcajadas mientras le pateaba, y que solo quiere que la ejecuten, cuanto antes mejor. Esta es una gran versión, en el mismo estilo irónico y desafiante, a cargo de Dinah Washington.
The Dixie Chicks o «Gunpowder & Lead», de Miranda Lambert. En la primera, Earl es envenenado y tiene un fin similar al del marido de la protagonista de la película Tomates verdes fritos. En la segunda, la mujer mata a su ex con una escopeta.
«Miss Otis Regrets», Kirsty McColl & The Pogues Este clásico de Cole Porter cuenta una historia de violencia sin reparar en detalles. Lo narra la criada de miss Otis, quien excusa a su señorita por no poder atender el almuerzo al que estaba citada, ya que se encontraba ocupada matando a su amante, y una multitud enfurecida la ha sacado de la cárcel y la ha ahorcado en un árbol. Tiene varias versiones, del jazz de Ella Fitzgerald al estilo Broadway de Bette Midler, pero me quedo con esta de la muy añorada McColl, acompañada por The Pogues en el disco Red, Hot and Blue, recopilación solidaria para recaudar fondos contra el sida, en un vídeo absolutamente descacharrante.
«El enemigo en casa», Nosoträsh
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Para que no digan que el pop-rock español ha sido siempre una cosa de machistas, traigo esta canción del sexteto asturiano Nosoträsh. La grabaron en 2000 para Elefant dentro de su disco Mi vida en fin de semana, colección de canciones muy por encima de los intentos de otros colegas empeñados en cantar en inglés. Un tema de pop muy delicado sobre un asunto terrible. La música pop española vivió el inicio de la concienciación con un grupo a priori tan insólito como Amistades Peligrosas. La parte femenina del dúo, Cristina del Valle, escribió esta canción atrevida, «Quítame este velo». Luego grabaría «Encadenada» en solitario. Hay otros ejemplos, como Amaral («Salir corriendo»), Aurora Beltrán («Walkirias»), Pasión Vega («María se bebe las calles»), Mónica Naranjo («Pantera en libertad»), Melody («Vete de aquí»), Clara Montes («Solo mía»), Sheila Jiménez («Dueña de tu vida»), Ana Belén («Un extraño en mi bañera») o Merche («Abre tu mente»). Siempre del lado del flamenco-pop, la música de baile y la canción melódica. Salvo excepciones, el pop-rock español de renombre nacional y las artistas que pertenecen a él no parecen querer saber nada de estos temas. Curiosamente, son los grupos de heavy (masculinos) y su rama más dura quienes sí han abordado el asunto de los malos tratos.
«The boiler», Rhoda Dakar & The Special AKA Fue una de las primeras canciones de The Bodysnatchers en 1980, sexteto femenino de vida efímera que mutaría en The Belle Stars. Una de sus integrantes, Rhoda Dakar, la grabó en single con la producción de Jerry Dammers y la música de componentes de The Specials, Rico Rodríguez incluido. Es única, por el ambiente y crescendo terroríficos, narrado en primera persona por la chica con baja estima (se considera «una tetera» olvidada en un estante) que un día de compras conoce a un
tipo quien, tras ofrecerse a pagar unos trapitos y sacarla de fiesta, la pega y viola camino de casa, porque se niega a tener sexo con él. No apta para públicos sensibles.
«Nanai», La Mala Este es un ejemplo claro de artista femenina que usa los códigos masculinos del hip hop (vestirse como una drag queen, lucir armas y cochazos en los vídeos, hacer aspavientos groseros, etc.), para reivindicar su mensaje contra el autoritarismo machista. Los versos de la rapera andaluza son audaces, irónicos y muy directos, y ella no feminiza la música en absoluto, ni creo que se le haya pasado por la cabeza. Uno de sus hits de 2007 es este himno contra la violencia y los abusos. «Por cierto, hacéis mu buena pareja, tú le pegas y ella se deja».
«Delgadina», Las hermanas Mendoza Muchos romances españoles con historias de violencia inspiradas en leyendas musulmanas terminaron exportándose a la canción popular sudamericana. Este es un ejemplo. Las hermanas Mendoza, Juanita, María y Lydia (la Alondra de la frontera, madre del corrido mexicano) popularizaron la espantosa historia de incesto, encarcelación, tortura y muerte de una muchacha a manos de su amante y celoso padre, ya transformada en corrido norteño de gran popularidad.
Las parodias no empiezan en los ochenta. Este single de 1975, composición de Carlos Montero y Moncho Alpuente, fue un enorme éxito de ventas en la voz de Massiel. Canción festiva con letra muy ácida sobre una asesina en serie a ritmo de tango, que vuelve del revés los clichés del estilo. Al año siguiente, Massiel grabó y representó, vestida con canana y pistolas, «María de los guardas», versión de Lucha Villa, un corrido burlesco de Carlos Mejía Godoy que invierte los habituales roles del protagonista de la música mexicana-nicaragüense.
«Golpe tras golpe», Desechables En los ochenta no solo escribían odas al sadomasoquismo grupos como Gabinete Caligari o Parálisis Permanente, incluso amenazas de muerte en broma a la novia como Siniestro Total. Tere Desechable escribe y canta esta letra en el primer disco del trío, de 1984, ahora absolutamente imposible de concebir (el sonido, la imagen, etc.), sobre la sumisión sexual, pero además desde el punto de vista femenino. Lo mismo pasó con la canción de las Vulpess, donde gritaban que le querían hacer algo muy feo a Lou Reed… En realidad, la responsabilidad de todo esto no la tuvo la represión, los bajos instintos ni la Iglesia, sino la dichosa canción de los Stooges, «I Wanna Be Your Dog».
«Bata Motel», Crass
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«Lady Veneno», Massiel
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El tercer elepé de Crass, Penis Envy (1981), es un disco de exclusivo contenido
feminista. Fue retirado de las tiendas y llevado a juicio por esta canción, donde sus autoras, las vocalistas Eve Libertine y Joy de Vivre, exponían la relación íntima de la violencia sexual con el consumismo, y el abuso físico justificado por el poder económico. Las compositoras, además, le devolvían el insulto a la prensa musical y parte del público y la escena que sí, todos ellos muy punks, pero calificaban a las músicos de feas, con mal tipo y fatal vestidas. Por lo tanto, indignas de estar en un escenario y grabar canciones.
«Frat Pig», Tribe 8 El grupo de San Francisco formado por mujeres pioneras del queercore peleó contra todos los esquemas tradicionales del género. Incluso contra los conceptos de lesbiana, homosexual o trans que se tenían en los años noventa. Esta canción es un ataque frontal contra las violaciones en grupo de las hermandades universitarias, que ellas representaban en directo de manera muy gráfica, cortando con un cuchillo un consolador de plástico. El movimiento Riot Grrrl hizo lo propio con grupos como Bikini Kill y canciones como «Star Bellied Boy».
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«Standing There», The Creatures Siouxsie ha escrito historias sobre el fondo más oscuro de las relaciones personales. Su poderosa imagen, aunque el criticismo masculino no lo haya entendido, por aquello de quedarse con la desnudez y los adornos S/M, supone una reacción violenta contra el sexismo y la cosificación de las mujeres en el mundo del rock, por otra parte como el de otras muchas artistas, desde Wendy O´Williams a Poly Styrene. En este número de su proyecto paralelo junto a Budgie, criticaba de forma abierta el machismo más agresivo a ritmo de flamenco-parodia.
«Shoot», Sonic Youth La conciencia de las cantantes e instrumentistas sobre su situación en el mundo de la música se ha puesto de relieve con los testimonios de figuras muy conocidas, como la bajista Kim Gordon, que lleva años detallando acontecimientos personales, como ser atacada o manoseada por extraños, fans u otros músicos en conciertos o en la carretera. Gordon ha volcado esta frustración en canciones como «Shoot» (del disco del 92, Dirty), la historia de una relación de maltrato que termina en un acto de autoafirmación de la mujer y un tiroteo del hombre.
«Delilah», The Dresden Dolls Amanda Palmer escribe de manera crítica y brutal sobre sí misma cuando era adolescente, una chica problemática que no veía cómo los hombres se aprovechaban de sus debilidades. En el segundo elepé del dúo, de 2006 (Yes, Virginia..), la cantante abre un diálogo con esa muchacha que fue para aconsejarle que abra los ojos y no permita que abusen de ella, que no tiene por qué complacer a nadie ni estar sometida al capricho de otros. Este vídeo de la canción en directo viene con subtítulos aproximativos para entender la letra.
«Whole Damn Year», Mary J. Blige La cantante refleja su experiencia como víctima de abuso y malos tratos en la infancia. En este disco de 2014 describe el proceso que le llevó superar las heridas de adulta en forma de adicciones y conducta autodestructiva. No es la única en el apartado de supervivientes. La rapera Missy Elliot sufrió el mismo calvario de niña. Ashanti reflejaba su desesperación frente a los malos tratos en la pareja en «Rain on me» (2003). Christina Aguilera ha abordado varias veces esa niñez en la que fue atacada por su padre («Oh Mother», 2006). Tori Amos describía su historia de violación en la gélida «Me and a Gun» (1991).
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Hay muchas más canciones. Están en todos los idiomas y mandan el mismo mensaje, independientemente de la fiereza con que estén interpretadas. Puede que haya quienes crean que es absurdo a estas alturas dedicar esfuerzos a parcelar la violencia por género o pedir espacio para las mujeres, si todo ya está logrado (¿?). Yo contestaría lo que cantaban Bikini Kill, pero me voy a despedir con esta balada de la cantante francesa Jeanne Cherhal, de 2014. Porque cuando es «No», es «No».
El Trono de Hierro El poder regio en Juego de Tronos desde una perspectiva medieval.
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En una cita muy célebre, el obispo Adalberón de Laon (†1030/1031) dividía la sociedad medieval en tres grupos u órdenes: los que rezan (oratores), los que luchan (bellatores) y los que trabajan (laboratores). Esa división, aunque simplificadora y destinada a justificar el orden social existente, sigue siendo la más usada para mostrar la Edad Media: un mundo dividido entre el clero, la nobleza y el campesinado. El universo creado por George R. R. Martin se inspira profundamente (aunque no exclusivamente) en la Edad Media occidental y, por tanto, los paralelismos y similitudes con acontecimientos, personajes y, en general, la sociedad medieval están a la orden del día. Si la Iglesia católica eligió la imagen de los tres órdenes para describir su sociedad, quizás la mejor manera de acercarse al mundo de Canción de hielo y fuego / Juego de tronos es través de sus dioses. En Poniente la principal (pero no la única) fe es la de los Siete. La divinidad está representada en siete dioses (o siete caras de dicha divinidad) que encarnan diversas facetas de la sociedad de los Siete Reinos. El Padre, encargado de juzgar las almas de todos los hombres, encabeza el panteón celestial de la fe de los Siete. Así, la monarquía constiPublicado por tuye la institución que mejor encarna el Fernando Arias Guillén rol del Padre en el universo de Martin.
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El Trono
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El rey constituía la cabeza de la sociedad medieval y esa metáfora antropomorfa fue usada por decenas de textos medievales para justificar el orden existente. Por ejemplo, en las Partidas de Alfonso X (r. 1252-1284) se afirmaba que «dixeron los sabios que el rrey es cabeza del rreyno, ca asi como de la cabeza nacen los sentidos por que se mandan todos los miembros del cuerpo, bien asi por el mandamiento que nace del rrey, que es sennor et cabeça de todos los del rreyno, se deuen mandar, et guiar et auer un acuerdo con el para obedesçerle». La asociación entre el rey y la figura del padre era también frecuente en la Edad Media: el filósofo Guillermo de Ockham (c. 1280/1288-1349) asociaba el gobierno regio con la figura del paterfamilias en sus Diálogos. La inmensa mayoría de los territorios del Occidente cristiano estaban regidos por un monarca (o un emperador) durante la Edad Media. Además, la monarquía constituía la forma ideal de gobierno para la inmensa mayoría de los pensadores y escritores medievales. La justificación de la monarquía tenía un origen divino, pues el rey era el representante de Dios en la tierra, y también natural, pues en el reino animal también existía esa organización. En un célebre pasaje de la Crónica de Juan I, Pedro López de Ayala (1332-1407), canciller y prolífico autor castellano, ensalzaba la monarquía como mejor forma de gobierno, y recordaba que «e aun naturalmente vemos que de las abejas uno solo es principe e regidor, e cuando muchos regidores a, la cosa non va como cumple». Al igual que el Padre, el rey también se encarga de juzgar a sus súbditos. La asociación entre la corona y la justicia está muy presente en toda la obra de Martin y, por supuesto, a lo largo de la Edad Media. La Crónica de Alfonso XI (r. 1312-1350) afirmaba que «dos cosas las mas prinçipales que Dios le encomendó [al rey] en el rreyno, la una la justiçia, e la otra la guerra contra los moros». Del mismo modo, la justicia constituye un elemento definitorio del monarca en Juego de tronos. Reinar es, sobre todo, impartir justicia. Cuando Daenerys conquista Meeren y decide permanecer allí para aprender a gobernar se observa que su principal función es ejercer la justicia, pues así se mantiene la paz. Ella se sienta en el trono a escuchar las quejas y demandas de sus súbditos todos los días. El contraste entre su actitud y la de Robert o Joffrey Baratheon representa de manera evidente la distancia entre un «buen rey» y un «mal rey». Por ejemplo, la forma de sentarse en el trono ya muestra el abismo que media entre Daenerys y Joffrey. La reina se sienta recta, hierática, en una posición que muestra respeto hacia sus súbditos y a la función que tiene que ejercer. En cambio, el joven monarca (interpretado de manera excelsa por Jack Gleeson) se recuesta sobre el trono y su cara muestra una mueca que combina el fastidio que le produce tener que atender esas cuestiones y el sadismo del personaje. Daenerys escucha a sus súbditos, respeta las leyes y toma decisiones, por dolorosas que sean, como la ejecución del consejero que se tomó la venganza contra los Hijos de la Arpía por su mano (4.2 «The House of Black and White»), acordes a ese ideal de justicia. Por el contrario, Joffrey es cruel, arbitrario y sus sentencias van dirigidas a satisfacer sus más bajas pulsiones, como el castigo al infortunado músico que compuso la canción sobre la muerte del rey Robert (1.10 «Fire and Blood»). El propio Robert también se aleja mucho del ideal de «buen rey». El monarca está más pendiente de sus fiestas y cacerías, diurnas y nocturnas, que de gobernar el reino. Por eso es Ned Stark, como Mano del Rey, quien escucha las peticiones de los súbditos e imparte justicia (1.6 «A Golden Crown»).
Los descendientes de Aegon gobernaron Poniente durante casi tres siglos de manera ininterrumpida, una cantidad de tiempo al alcance de muy pocas familias reales durante la Edad Media. La dinastía más célebre, los Capeto, reinó en Francia entre 987 y 1328, además de establecerse temporalmente en los tronos de Hungría o Sicilia. En la Península Ibérica, la casa borgoñona d’Ivrea reinó en Castilla y León entre 1126 y 1369, hasta que fue sustituida por los Trastámara; familia que también alcanzaría el trono de Aragón en 1412, tras el Compromiso de Caspe. En la mayoría de los casos, la sustitución de un linaje por otro se debía a causas biológicas, por la imposibilidad de engendrar un heredero/a que conti-
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El retorno de los Targaryen al trono supondrá la vuelta a la «normalidad» en Poniente, restableciendo la línea legítima procedente de Aegon el Conquistador. La conquista de Poniente de Aegon y sus hermanas significó la unificación de los Siete Reinos, que hasta entonces habían sido independientes. El paralelismo con la historia medieval de Inglaterra, como a lo largo de toda la obra de Martin, es evidente. En 1066, Guillermo el Conquistador, duque de Normandía, se alzó con el trono tras derrotar a Harold Godwinson (1022-1066), último rey sajón de Inglaterra, en la célebre batalla de Hastings. Aunque Athelstan (895-939) es el primer monarca considerado como rey de toda Inglaterra, al igual que Poniente, la actual Inglaterra también había estado dividida en siete reinos independientes: Essex, East Anglia, Kent, Mercia, Northumbria, Sussex y Wessex. La conquista normanda supuso, además del cambio dinástico, un cambio de las elites del reino, como atestigua el Domesday Book (1086), y la implantación de una sociedad feudal en Inglaterra. El célebre tapiz de Bayeux muestra la importancia que tuvo la caballería en el triunfo de Guillermo y quizás se podría estirar la analogía con la superioridad militar que les otorgaron a los Targaryen los dragones, pero posiblemente sea mucho imaginar.
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Resulta impensable que la justicia regia descanse en exclusiva en la figura del monarca, pues sería una tarea hercúlea. El fortalecimiento de la autoridad regia en el Occidente medieval vino aparejado a un enorme desarrollo de la administración, especialmente a partir del siglo XII. Una red de agentes (alcaldes y merinos en Castilla, los batlles en Cataluña, los sheriffs en Inglaterra, etc.) que servían a la corona se distribuían por el territorio para cumplir todo tipo de funciones, entre ellas la justicia. No obstante, la posibilidad de apelar al rey en persona siempre existió. Aunque los funcionarios de la corte eran los encargados de atender estas peticiones, nunca desapareció la idea de que el rey tenía que escuchar a sus súbditos e impartir justicia en persona. Por ejemplo, Alfonso X prometió en las Cortes de 1274 que dedicaría tres días a la semana (lunes, miércoles y viernes) a escuchar pleitos personalmente. Esa idea de justicia personal la tienen muy presente los Stark desde el principio de la serie: Ned les enseña a sus hijos que el hombre que dicta la sentencia debe empuñar la espada (1.1 «Winter Is Coming»). Robb y Jon siguieron el consejo de su padre cuando llegó el momento, e incluso el jovencísimo Brann también gobernó en persona en Invernalia durante la ausencia de su hermano (2.1 «The North Remembers»). Frente al campechano pero negligente Robert y el déspota de su «hijo», Daenerys sí encarna ese ideal regio de justicia, por lo que cuando la inevitable «Restauración Targaryen» se produzca, será una reina preparada y justa la que asumirá el papel del Padre en la tierra.
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nuase la saga. En esos casos, alguna rama secundaria de la familia subía al trono, pero aunque en la actualidad los tratemos como cambios dinásticos, en la época no se veía así. Los Trastámara nunca se consideraron una familia diferente a la de sus antecesores en el trono, como prueba que Fernando I de Aragón (1380-1416) decidiera enterrarse en el monasterio de Poblet, junto a los reyes aragoneses del pasado, para mostrar una ininterrumpida continuidad en la sucesión regia. Las razones biológicas no son el motivo que supuso la caída de los Targaryen en Poniente, (de hecho, la gran diferencia entre el mundo de Martin y la Edad Media es que la mortandad infantil es casi inexistente en el primero, por lo que todas las grandes familias han conseguido reproducirse de manera ininterrumpida durante siglos, no solo los Targaryen), sino el mal gobierno de Aerys II, el Rey Loco. Aerys II fue derrocado y asesinado debido a su despótica forma de reinar. El «rapto» de Lyanna Stark y la brutal de ejecución de Rickard y Brandon Stark constituyeron el detonante que provocó la rebelión de varias familias nobles, encabezadas por Robert Baratheon, contra el dominio de los Targaryen. Imagen: HBO. La autoridad de un rey no es ilimitada, pues un monarca debía buscar el bien común y no podía gobernar contra los intereses de sus súbditos. Joffrey afirmaba que un rey podía hacer lo que quería, a lo que Tyrion le recordó que Aerys II hizo lo que quería y por eso tuvo ese final (2.4 «Garden of Bones»). En el momento en que el último monarca Targaryen empezó a actuar de manera arbitraria, perdió la legitimidad como rey, justificando que sus súbditos se alzasen contra él. Numerosos autores reflexionaron sobre la naturaleza del poder regio a lo largo de la Edad Media y sobre el concepto de tiranía. Juan de Salisbury (c. 1120-1180), en su célebre Policraticus, fue pionero en plantear la teoría del tiranicidio. Si un príncipe actuaba de forma arbitraria y abusiva, sus súbditos no solo tenían el derecho, sino la obligación de acabar con él para restaurar un orden justo. No obstante, la aceptación del tiranicidio no fue, ni mucho menos, unánime durante la Edad Media, pues numerosos autores consideraban que el tirano representaba la forma que tenía Dios de castigar una nación y, frente a ello, solo quedaba la opción de aceptar dicho sufrimiento. En Inglaterra, Eduardo II (r. 1307-1327) o Ricardo II (r. 1377-1399) fueron depuestos (y posteriormente asesinados) por los nobles tras ser acusados de mal gobierno y tiranía. En Castilla, el último monarca de la dinastía d’Ivrea, Pedro I (r. 1350-1369), fue destronado y asesinado por su medio hermano Enrique II de Trastámara (1333-1379). Enrique II era hijo extramatrimonial de Alfonso XI y una noble andaluza, Leonor de Guzmán (1310-1351), por lo que su acceso al trono necesitó, además de una guerra civil, un intenso proceso de legitimación. La propaganda Trastámara acusó a Pedro I de projudío e inventó leyendas destinadas a cuestionar su origen y presentar el triunfo de Enrique como resultado de la voluntad divina. Sin embargo, el elemento fundamental que se esgrimió para justificar el asalto al trono fue el gobierno tiránico de Pedro I. Los textos Trastámara se referían a su enemigo como el «malo tirano que se llamaua rrey» y se argumentó la pérdida de la corona como resultado de sus crueldades («matando e desastrando los fiiosdalgo e desterrándolos e faziendolos pecheros […] ca aquel malo destruidor de los regnos e de vos por los sus pecados malos que el fizo perdió
A partir del siglo XII, las monarquías europeas empezaron a establecer matrimonios entre sí de manera habitual. Estos enlaces permitían evitar los problemas de consanguinidad sobre los que el papado tanto insistía (aunque pronto se convertiría en una práctica rutinaria el obtener dispensas) y, a su vez, reforzar el carácter exclusivo de la monarquía, al convertirse en un grupo reducido y endogámico. A lo largo de la historia de los reinos europeos, hay también ejemplos de matrimonios entre miembros de la familia real y de la nobleza del país. Estos matrimonios podían servir para apuntalar a corto plazo la autoridad regia, al ampliar base de apoyo con una sólida alianza, pero no reportaban a la corona una mejora de su prestigio. En cambio, un matrimonio internacional, aunque tuviera poca utilidad práctica, servía para reforzar el prestigio de la institución regia. El claustro de la catedral de Burgos muestra todo un programa iconográfico destinado a conmemorar el matrimonio entre Fernando III (r.1217-1252) y Beatriz de Suabia (1205-
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El primer problema que tiene la monarquía de Poniente es que, tras la caída de los Targaryen, ha perdido su carácter exclusivo. Desde la desaparición del Imperio romano en Occidente aparecieron numerosos reinos que ocuparon el vacío político resultante. Sin embargo, la autoridad pública experimentó un fuerte retroceso en torno al año 1000, provocando una enorme atomización del poder. En la sociedad feudal resultante, las monarquías tenían enormes dificultades para imponer su autoridad sobre sus vasallos, una nobleza que gozaba del monopolio militar y grandes extensiones de tierra sobre las que también ejercía un dominio señorial. Francia es el reino que mejor encarna esta situación y el lugar donde con más claridad se observa el arduo proceso que llevó a estas monarquías a fortalecer su control sobre el territorio. Hugo Capeto (r. 987-996) fue elegido por los nobles del reino para convertirse en monarca, pero desde ese mismo instante los Capeto buscaron fortalecer su autoridad al asegurarse que la monarquía se convirtiera en una institución hereditaria, no electiva. Para ello, los monarcas franceses asociaron a sus hijos primogénitos al cargo regio una vez alcanzaban la edad adulta. Además, el heredero era coronado como tal incluso en vida de su padre, para fortalecer su legitimidad a sucederlo. La ceremonia de coronación es uno de los principales elementos que utilizó la monarquía francesa (y otras) para proyectar una idea de exclusividad y superioridad frente a los grandes nobles del reino, al reforzar el carácter sacro y especial de la institución. Los matrimonios reales presentaban otro elemento de distinción simbólica.
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los regnos»). La casa de los Baratheon podía reclamar ascendencia Targaryen a través de la línea femenina, pero no parece que ese argumento tuviera peso para justificar la subida de Robert al trono. La legitimidad del primer monarca Baratheon descansaba en el derecho de rebelión frente a un rey tirano, al que sumó el derecho de conquista —el mismo que alzó a los Targaryen al trono— tras su triunfo militar. Robert mantuvo el reino en paz durante varios años hasta que la muerte de Jon Arryn desencadenó una serie de acontecimientos que provocaron la situación de guerra civil y caos actual. La incapacidad de Robert como gobernante, la ambición de los Lannister, el oportunismo de los Tyrell o la ingenuidad de los Stark insuflan un toque humano al drama que se desarrolla en Poniente. Sin embargo, junto a esas luchas personales existe también un problema de fondo estructural: la debilidad del poder regio en los Siete Reinos.
1235), nieta de los reputados Federico Barbarroja e Isaac II, emperadores del Sacro Imperio y Bizancio, respectivamente. Dicho claustro fue creado por Alfonso X para conmemorar su prestigioso origen y compararlo con otro glorioso enlace que se iba a realizar allí, el de su primogénito Fernando de la Cerda (1255-1275) con Blanca de Francia (1252-1320), hija del célebre Luis IX (r. 1226-1270).
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En ese contexto, la decisión de los Targaryen de casarse entre ellos refleja el deseo de mantener el prestigio y el carácter exclusivo de la monarquía, al no haber ninguna familia real de equiparable estatus con la que emparentar. El carácter incestuoso de estos enlaces no parece haber sido un problema durante siglos, pero resulta llamativo que lo que sí es aceptable para la dinastía reinante, es considerado monstruoso en otros casos. Por mucho que Cersei use el antecedente de los Targaryen ante Ned Stark al descubrir su secreto (1.7 « You Win or You Die»), sabe que su relación con Jaime nunca será aceptada en los Siete Reinos. Rhaegar se desvió de esa tradición, y lo pagó con la vida, pero es con la dinastía Baratheon cuando el panorama matrimonial cambia por completo. Robert se casó con Cersei para fortalecer su posición e integrar en su bando a los Lannister, que solo se sumaron a la rebelión a última hora. El proyectado matrimonio entre Joffrey y Sansa tenía el propósito de crear una sólida base de apoyo para la corona, de igual manera que el enlace entre Joffrey (y luego Tommen) con Margaery se pergeñó con el objetivo de cimentar la alianza entre las casas Lannister y Tyrell. Estas uniones permiten a la corona fortalecer su posición en el corto plazo, pero tienen un problema: el carácter exclusivo de la institución regia desaparece. La corona ya no es una institución endogámica, sino que cualquier linaje noble puede alcanzarla de manera legítima. A fin de cuentas, el rey se convierte en uno más de los nobles, un «primus inter pares», lo que alienta las ambiciones de las demás familias y, por tanto, la inestabilidad política. Martin ha reconocido en innumerables ocasiones cómo la Guerra de las Dos Rosas (1455-1487) ha inspirado su obra. Hay un evidente paralelismo entre los conflictos por el trono de Inglaterra que enfrentaron a los Lancaster y los York y la lucha de los Lannister y Stark. Aunque dejaron la rosa como símbolo a los Tyrell, estas familias de Poniente también se identificaban con los mismos colores, rojo y blanco, que sus álter ego del siglo XV. También es muy sencillo identificar a Ned, Cersei y la mayoría de personajes de Poniente con los principales protagonistas del escenario político de la Inglaterra tardomedieval. Además del drama dinástico, la historiografía ha señalado un aspecto que explica la enorme conflictividad política en Inglaterra durante esta época: el enorme poder territorial, económico y militar de algunos nobles (overmighty subjects), que incluso podía ser superior al de la propia corona. Algo similar sucede en Poniente, donde existe una nobleza muy consolidada y que controla incluso más territorio de manera directa que los ocupantes del Trono de Hierro. La relación entre nobleza y monarquía en época medieval no se puede entender a través de una simplista dicotomía entre sumisión y rebeldía, entre un rey que impone su voluntad a los nobles o una aristocracia que se levanta contra la autoridad regia. La nobleza forma parte del poder regio, pues constituye la base fundamental del mismo. Los nobles reciben rentas, posesiones y cargos de la corona
a cambio de su servicio, especialmente militar, y dicho servicio es la mejor manera de apuntalar su posición preeminente. El ascenso de la casa de Alba durante el reinado de Isabel la Católica (r. 1474-1504) es quizás el ejemplo más nítido. En ese sentido, las luchas políticas se centran en controlar la autoridad regia, ser partícipes de la misma y, por tanto, beneficiarse de ella. Una dinámica similar se observa en Poniente, donde todos los grandes linajes están implicados en el gobierno del reino. Todas las casas principales tienen derecho a un puesto en el consejo privado, desde el que pueden opinar y participar en las principales decisiones del reino, aunque este es un rol consultivo.
La Guerra de los Cinco Reyes revela cómo la institución monárquica ha perdido su exclusividad y, sobre todo, la independencia de los grandes linajes nobiliarios respecto al poder regio. En un momento en el que hay enormes dudas sobre la
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El nombramiento de Ned Stark como Mano del Rey y el acuerdo matrimonial para casar a Joffrey y Sansa obliga a los Stark a implicarse en el gobierno del reino y, muy a su pesar, viajar a la corte (1.1 «Winter is Coming»). De nuevo, el hecho de que durante años Ned haya estado al margen de los asuntos de la capital vuelve a enfatizar la enorme independencia que tienen estos nobles respecto al Trono de Hierro. Por otro lado, la decisión de Robert tiene sentido. El nombramiento serviría para fortalecer la autoridad regia, al vincular a la corona a una de las grandes casas de manera más estrecha, y podría servir para mantener un equilibrio entre las facciones nobiliarias, para así evitar que los Lannister monopolizaran el poder regio. Los acontecimientos, sin embargo, se precipitaron. Movidos por el temor a ser desplazados de su posición preeminente en el control de la corona (y el miedo a que Ned descubriera la verdadera paternidad de Joffrey y sus hermanos), los Lannister decidieron actuar y acabar con la vida de Robert, lo que dio lugar a la Guerra de los Cinco Reyes.
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El consejo es una de las obligaciones que tenía un vasallo en época medieval, y es la manera en la que se implicaba en las decisiones de su señor: ofreciéndole su opinión sobre cualquier materia. Los Martell dejaron vacante su puesto durante años hasta que Oberyn decidió ocuparlo (4.1 «Two Swords»). Asimismo, la Víbora Roja simplemente viajó a Desembarco del Rey para poder vengar la muerte de su hermana Elia, lo que muestra la escasa importancia que le confería a esa posición y la enorme independencia de las grandes casas nobles en Poniente, que no necesitan de manera imperiosa estar en la corte. Además del consejo, los nobles participan de manera más directa en el gobierno cuando son nombrados Mano del Rey. Este cargo, equiparable a los validos de época medieval y moderna («privados» se llamaban en la Castilla bajomedieval), permitía implicar a una de las grandes familias de manera más estrecha en las tareas de gobierno, pero también podía romper el equilibrio entre las facciones nobiliarias. Estos privados limitaban el acceso del resto de nobles al rey (de lo que se quejaba amargamente Ayala en su Rimado de Palacio) y eran los principales beneficiarios de las mercedes regias, por lo que sus figuras eran detestadas, como en el caso de Álvaro de Luna (c. 1390-1453). De hecho, las deposiciones de Eduardo II y Ricardo II de Inglaterra estuvieron directamente vinculadas con la animadversión que generaron los favoritos regios (royal favourites) de ambos monarcas.
legitimidad en la sucesión regia, el número de candidatos a ocupar el trono se multiplica. En este contexto los enlaces matrimoniales sirven para forjar alianzas pero también para que un mayor número de familias aspire a ocupar el trono. Por otra parte, Balon Greyjoy y Robb Stark no quieren ocupar el Trono de Hierro, sino convertirse en monarcas independientes. Las grandes casas de Poniente se remontan a la noche de los tiempos, pues ya dominaban el territorio antes de la conquista de Aegon. La corona creó los cargos de guardianes con el que distinguía a los linajes dominantes en cada área geográfica, pero parece que es un título vacío. La verdadera base del poder de estas familias viene de sus posesiones, de su red clientelar y del carisma asociado al linaje, no de la autoridad que le confiere la designación regia de guardián. Los señores recaudan impuestos y ejercen la justicia de manera autónoma en sus territorios. Además, poseen una red de vasallos que tiene la obligación de acudir a la hueste cuando el señor se lo demanda.
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Aunque Martin no lo ha detallado en su obra, parece que parte de esos impuestos se destinan a las arcas reales, pero en cualquier caso son los nobles de cada zona los que los controlan, no recaudadores regios. Del mismo modo, la ley de los Siete Reinos es común en todo el territorio (salvo algunas peculiaridades locales como en Dorne), pero son los señores locales los que tienen el monopolio de la justicia regia en sus territorios, como muestra el juicio de Tyrion en Nido de Águilas (1.6 «A Golden Crown»). Es muy revelador cómo los Bolton, a pesar de haber sido nombrados guardianes del Norte, gozan de un control muy frágil sobre el territorio y tienen que sustentar su autoridad en el terror. Además, Roose Bolton es consciente de que necesita vincularse al apellido Stark para fortalecer su posición, de ahí el matrimonio de Ramsay y Sansa/«Arya» (Danza de dragones, «El príncipe de Invernalia»). La idea de que el Norte o las Islas del Hierro se convirtieran en reinos independientes responde, por tanto, a la situación de inestabilidad política pero también es reflejo de la enorme autonomía de la que gozan estos nobles en sus territorios. La designación regia como guardián no es más que la confirmación de una realidad preexistente y aunque, en teoría, el monarca pudiera cambiar esta situación, las lealtades entretejidas durante siglos son más poderosas que la autoridad real. Si las grandes casas nobiliarias se reparten el territorio, ¿qué le queda a la corona? Ahí radica una importante debilidad del poder regio en Poniente, en la reducida extensión del realengo. Las tierras del dominio real, o realengo, son aquellas controladas directamente por la monarquía. Es decir, aquellos lugares donde el rey ejerce de manera directa la justicia y el control sobre la fiscalidad. El fortalecimiento de la autoridad regia en Francia durante los Capeto no se limitó al aspecto simbólico que antes se mencionaba, sino que también estuvo ligado a una mejora de las bases tributarias, políticas y militares en las que descansaba. En primer lugar, los agentes reales aumentaron su capacidad de acción fiscal y jurisdiccional sobre los territorios controlados por la nobleza. Más importante aún, los reyes franceses aumentaron la extensión del realengo en los siglos XII y XIII de manera espectacular. Aunque no fue, ni mucho menos, un proceso lineal o exento de conflictos, en estos siglos la monarquía francesa experimentó un notable aumento de su autoridad.
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De vuelta en Poniente, ya se ha mencionado la enorme autonomía de la que goza-
ban los grandes linajes en sus territorios y la nula injerencia de los agentes regios. El otro problema es que la corona apenas dispone de tierras propias. En comparación, el territorio de los Stark es mucho más extenso, el de los Lannister más rico, o el de los Tyrell mucho más fértil. Es decir, la tierra que la corona controla de manera directa, el realengo, se limita a Desembarco del Rey y el área circundante, lo que restringe enormemente su capacidad económica, política y militar. El trono lo ocupa una de las grandes familias del reino, por lo que los territorios patrimoniales de dicho linaje también estarían bajo el control directo de la corona, pero eso no tiene por qué ser así. Si la familia real es muy extensa (lo que es bastante frecuente porque, recordemos, la mortalidad infantil es muy excepcional en el mundo de Martin), las propiedades se repartirán entre varios parientes, imposibilitando a la corona aumentar el realengo.
El último problema que afronta el poder regio en Poniente es su dependencia militar respecto a los nobles. No hay un ejército real permanente, sino que depende de los contingentes militares de las grandes casas para conformar una hueste. Esta situación le parece primitiva a Joffrey, que no entiende por qué cada señor debe dirigir a su propio contingente (1.3 «Lord Snow»), pero es similar a la Europa medieval. Los ejércitos reales combinaban unidades que recibían un salario y otras que luchaban por la obligación feudal que les unía al monarca. A partir del siglo XIV, las tropas del segundo tipo empezaron a desaparecer, aunque con enormes diferencias regionales. Por ejemplo, el ejército castellano seguía teniendo una composición muy heterogénea durante la Guerra de Granada (1482-1492). De vuelta a Poniente, esta situación provoca que la capacidad militar de la corona dependa de la lealtad y fidelidad de los nobles, por lo que, en un contexto de guerra civil, esta se ve enormemente mermada. Para cubrir todas las necesidades
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Este mismo problema sucede con la dinastía Baratheon. Las tierras originales de la familia, en torno a Bastión de Tormentas, fueron heredadas por Renly, mientras que Stannis se quedó con Rocadragón, conquistada a los Targaryen. Ambos hermanos sirvieron fielmente a Robert, pero, a su muerte, se postularon como sucesores al trono, por lo que esos territorios escaparon del control de la corona. No obstante, es posible que ningún Baratheon sobreviva al conflicto (SPOILER: aunque Shireen sigue viva en los libros) y que algún otro linaje desaparezca de la faz de Poniente, por lo que quizás ese sea el momento idóneo para extender las tierras de realengo.
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Una vez más, el ejemplo de la Francia medieval puede resultar ilustrativo. Los reyes que tuvieron mucha descendencia crearon señoríos para los hijos menores que no iban a heredar el trono, llamados appanages. Aunque no pertenecieran al realengo propiamente dicho, esos territorios eran muy cercanos a la órbita de la corona y, circunstancialmente, podían volver a manos regias si no había herederos. No obstante, con el paso del tiempo, la vinculación familiar y política con estos territorios podía debilitarse, pues tras un par de generaciones estarían controlados por parientes ya lejanos del monarca. El ejemplo del francés ducado de Borgoña en la primera mitad del siglo XV, momento en el que incluso llegó a aliarse con Inglaterra, muestra este peligro.
militares, a los Lannister no les vale únicamente con sus tropas, por lo que tienen que recurrir a mercenarios, como el despiadado Vargo Hoat y sus «titiriteros sangrientos» (Choque de reyes, «Arya VII»). Similar situación sufre Stannis, pues al no ser reconocido por ninguna casa tiene que crear un ejército compuesto casi de manera exclusiva por tropas a sueldo, por lo que necesita enormes préstamos para financiar la guerra (4.6 «The Laws of Gods and Men»). Una cosa es segura: además de un reino devastado por la guerra (y quizás también por los caminantes blancos), el próximo monarca de los Siete Reinos heredará una enorme deuda con el Banco de Braavos.
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Todo apunta a que el drama de Martin concluirá con Daenerys sentada en el Trono de Hierro, pero ¿qué pasará tras la Restauración Targaryen? Tras un elenco de reyes tiranos y/o ineficaces en Poniente, Daenerys representa un monarca mucho más cercano al ideal de «buen rey». Además, goza de una robusta legitimidad que aúna el derecho de conquista, el derecho hereditario (SPOILER: salvo que su «sobrino» diga lo contrario, Danza de dragones, «Tyrion VI») y la presumible aceptación mayoritaria entre la élite del reino. Por encima de todo, Daenerys cuenta con dragones, como su antepasado Aegon, pero si quiere perpetuar la dinastía Targaryen necesita un heredero y fortalecer las débiles bases del poder regio. No obstante, si su deseo no es solo alcanzar el trono, sino crear una nueva sociedad («Break the wheel»; 5.8 «Hard Home»), entonces todo será diferente, y el mundo resultante será menos medieval que el actual Poniente.
ENTREVISTAS ENTREVISTAS
Virginie Despentes
«En Francia la política consistía en hacer ver que las otras razas no existían»
Virginie Publicado por Kiko Amat
Era una ciudad pequeña del este de Francia que estaba muy ligada a la minería de carbón, la fabricación de coches… Ese tipo de sitio. Ahora ha cambiado, pero en
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Cuando topo con ella en la sede barcelonesa de Random House, me sorprende su altura física, que no esperaba, y la sonrisa menos servil que he visto nunca: Despentes no sonríe por deferencia o hábito social.; le importa un bledo incomodar. Pero cuando ríe, la suya es una risa franca y abierta. Su cara es un mapa histórico que muestra cada trinchera y cada refriega, pero cuando habla no da se ñales de cercana claudicación, ni siquiera de firma de armisticio. Virginie Despentes es una heroína de la otredad, una guerrera de la rareza: la odian las feministas de toca-y-griñón, los machistas, los religiosos, los pusilánimes y los demagogos, las derechas y a menudo también las izquierdas. Virginie no habla de delfines ni de tofu, de beauty tips o «peinados que arrasan», tampoco habla de arte burgués, sonatas de Bach o cosas lindísimas; sino de rock’n’roll, cocaína, humillación, ultraderecha, desahuciados y pobreza. De una Francia de varios colores y olores que muchos quieren mantener escondida debajo de la alfombra. Virginie no va a ser la próxima portada de InStyle o Elle, no teman, y tiene los ovarios muy bien puestos.
/ ENTREVISTAS /
Virginie Despentes (Nancy, 1969) nació en la clase obrera, trabajó en una tienda de discos y un peep-show. Fue puta y punk rocker, dejó casa y estudios a los diecisiete, se peleó con sus padres, fue ingresada en un centro psiquiátrico, sufrió una violación y se metió tantas drogas como té hay en China. Nunca deseó ser famosa, pero muchos lectores se unieron a ella desde su primera novela, Fóllame (1998; convertida en filme —que dirigió ella misma— en el 2000), y no hacen más que multiplicarse (como confirman los bombazos de Teoría King Kong y la trilogía Vernon Subutex, ya por el segundo volumen). Y asimismo, pese a los parabienes y premios que han aterrizado en su regazo, Despentes no se ha convertido en poeta laureada ni vocera del poder: sigue siendo en muchos sentidos, salta a la vista, la insobornable «zorra punk» de su juventud alborotada.
los años ochenta quedaba muy lejos de París y eso significa que no teníamos conciertos y nadie venía hasta Nancy.
¿Era tu familia de clase trabajadora? Sí. Trabajaban los dos en correos, eran de clase obrera media-baja, pero en una época en la que la gente que entraba en correos podía ascender. Mis padres eran personas muy interesadas en sus trabajos y estaban muy puestos en política, en literatura no tanto, pero sí en ensayos, historia, geopolítica… En aquella época se educaban un montón a través de la política.
Muy militantes los dos, entonces. ¿En qué partido? Eran más de sindicatos que de partidos. Primero estuvieron muy ligados a los sindicatos y después mi padre se acercó al Partido Socialista de principios de los ochenta, un poco antes de Mitterrand. Pero era una generación distinta, que se autoeducaba al máximo. Mi madre era superfeminista y estaba implicada en varias luchas. Yo crecí en un ambiente de adultos hablando de política constantemente. El arte y la cultura no les interesaban demasiado, lo veían como algo relativo a la burguesía.
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En aquella época la cultura quizás no fuera un símbolo de estatus como tal para la clase obrera, pero me da la impresión de que la mayoría de la gente trabajadora conservaba una serie de aspiraciones culturales. El conocimiento como fuente de orgullo. No sé si esto ha cambiado, pero yo no lo veo del todo igual. Yo tampoco lo veo igual. Pero creo que es positivo, al menos en una parte. Pienso que la gente es mucho más abierta culturalmente, hoy en día se tienen muchos menos complejos. Incluso la literatura no pertenece tanto a la burguesía como entonces. Ahora somos lectores, vamos al cine y la gente tiene menos escrúpulos de clase. En Francia había un complejo de clase muy fuerte respecto a la cultura, por ejemplo.
¿Tú ya no lo tienes? Sí, pero mi manera de entrar de veras en el punk rock o el rock fue dejar atrás estos complejos. Para empezar, en Francia el rock and roll era una cultura de clase media, así que primero tuve que rechazar la cultura obrera de mi familia. Y el hecho de que careciese de cultura universitaria supongo que me facilitó no tener ese tipo de complejos. No desarrollé un interés particular en la cultura de la burguesía hasta que cumplí treinta y cinco años, mucho después de haber formado parte de una cultura rock and roll .
El rock and roll parecía una cultura suficientemente rica como para tirar de ella casi eternamente.
Sin duda. Porque en el rock and roll había cine, literatura, poesía… Entramos en todos esos rincones a través del rock. Nunca he sentido envidia de otras clases sociales, de otro tipo de cultura «superior». Nunca he padecido ese tipo de complejo de clase.
Siendo tus padres tan de izquierdas, ¿realizaste el ineludible rito de rebelión antipaterna? Sí eran de izquierdas, claro, pero igualmente tuvo lugar una ruptura por el choque cultural. El punk rock fue una catástrofe total para ellos. «¿Qué pasa con estos pelos rojos?». Ahora es difícil de explicar, pero en aquella época eso era algo realmente fuerte. O tu primer tatuaje… Eran cosas que no entendían para nada. Aquella fue una ruptura muy grave con mis padres. Como tantos otros de mi generación me fui de mi casa y de mi ciudad a los diecisiete porque quería respirar.
Mis padres, por ejemplo, no veían el punk rock y la subcultura como una expresión de la clase obrera; al contrario, lo veían como una traición a la clase obrera, como si dejases de militar..
No la heredé [sonríe], y para ellos aquella ética, el orgullo del trabajo bien hecho, era algo fundamental; les parecía un insulto a la clase obrera que yo no la tuviera. Ahora lo entienden mucho mejor, porque las cosas han cambiado.
En España los nacidos en los setenta somos, en cierto modo, una generación de ruptura con la cultura paterna. Los padres vivían igual que sus padres y así sucesivamente; hasta que llegamos nosotros. ¿Esto se aplica también a Francia? Sí. Mis padres tenían una vida mejor que sus padres a nivel material pero conservaban los mismos valores. Por ejemplo, en cuestiones tan sencillas como la ropa: mis padres vestían con ropa de viejos, igual que sus padres, y esa tradición ya no existe. Ahora tenemos cuarenta y continuamos con estas pintas [risas].
A los quince años estuviste internada en un psiquiátrico, si no me equivoco. ¿Se trató de un brote psicótico o algo similar?
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No heredaste su ética del trabajo, para empezar.
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Sí, en mi caso sucedió lo mismo. El simple hecho de que me pusiese prendas de ropa que no podían entender era para ellos como un insulto. «Te hemos proporcionado todas estas cosas buenas para que ahora nos escupas en la cara». Mis padres son jóvenes, me llevan veinte años, así que con el tiempo entendieron que aquel cambio no era un peligro ni una forma de despreciar lo que ellos eran. No se trataba de una traición. Pero al principio sí que pensaban: «Haces cosas que no podemos entender porque te avergüenzas de lo que somos». Lo que sí era cierto era que yo no quería trabajar en lo mismo que ellos, y para ellos era como si me avergonzara de su legado.
Fue durante la ruptura con mis padres: ellos no entendían en absoluto lo que yo trataba de hacer, pero yo quería hacerlo pasase lo que pasase, quería salir del círculo vicioso por cualquier método a mi alcance. En su momento fue un conflicto terrible, creo que a ellos realmente les asustó estar de repente tan separados de mí, y no comprendían nada: la droga, el sexo, esa música y amigos tan extraños… Desde mi punto de vista la cosa no era tan grave, pero para ellos fue como si Satán se hubiese apoderado de su hija. Y me encerraron, sí. Pienso que para ellos fue tan duro como para mí, pero para mí fue una ruptura espantosa.
Un momento: ¿Ellos te internaron? Sí, pero una vez que me tuvieron encerrada se dieron cuenta de que había sido un gravísimo error. Para ellos la psiquiatría era algo totalmente anormal, nadie que ellos conociesen había pasado por algo así, la gente de clase obrera no iba al psiquiatra como ahora, por eso pienso que sí debió ser un shock tremendo para ellos. En este momento soy más mayor de lo que eran ellos en el momento en que sucedió todo aquello, y ahora sí lo comprendo. A veces te pierdes y acudes a alguien para que te ayude, y esa persona no te ayuda en absoluto. Para mí esto de estar encerrada y no saber cuándo iba a salir fue un asunto muy importante. No se trata de una cárcel convencional, donde al menos tienes datos, una idea más o menos clara de tu pena; en el psiquiátrico quizá un día salgas o quizá no. Aquella incertidumbre fue también muy impactante.
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En algunos casos el encierro psiquiátrico (especialmente el forzoso) empeora las cosas. O, cuando menos, las convierte en más dramáticas y traumáticas. Ahora, cuando pienso que tenía solo quince años, y que me quedé más de tres meses encerrada, pues ni siquiera tenían un jardín… Tres meses. Un hospital no es un lugar en el que te vas a sentir mejor, eso para empezar, y tampoco es un lugar que fomente el diálogo, cuando te encierran. No sé si los centros psiquiátricos han evolucionado mucho; pero lo dudo.
¿Te medicaban? Sí, te medicaban cuando entrabas. Yo estaba muy metida en drogas en aquella época pero no es el mismo disfrute… [risas].
Supongo que habrás pensado mucho en ello. ¿La experiencia cambió tu forma de pensar, te empujó aún más hacia la rebelión? Sí. Más rebelión, más falta de confianza hacia el mundo adulto y hacia la autoridad. Y también un sentimiento de completa vulnerabilidad, porque una vez que has estado encerrada sabes que te puede volver a suceder. Me provocó muchísima angustia.
En una entrevista dijiste que el punk rock y la subcultura tienen una parte de «no future», pero también tienen una parte muy optimista de «do it yourself», de empoderamiento y de educación autodidacta. Teniendo en cuenta todo esto que me cuentas, ¿te acuerdas cómo veías tú el futuro a tus quince años? Sí, claro. Creo que el hecho de que yo me plantease un día escribir una novela me viene directamente del punk. «No sé hacerlo pero lo voy a hacer a mi manera». De la misma forma, una vez que publiqué mi primer libro tenía mis herramientas y sabía cómo moverme en las redes alternativas de la subcultura. Lo tenía superclaro y la idea de organización underground me ayudó un montón. Nunca estuve sola. Pero a los quince no lo sé, no me acuerdo de ningún tipo de deseo concreto sobre el futuro: el trabajo, la familia… No imaginaba para nada que el futuro sería tan guay [risas].
La adolescencia ya es suficientemente dura por sí misma, pero además sufriste una violación. ¿Te influyó también de una manera concreta?
Mucho más digno, para empezar. Sí. Mucho más digno. Los tres años en que ejercí de prostituta lo hice con una gran tranquilidad. No puedo estar del todo segura, pero creo que esto de ver la prostitución como algo seguro y donde yo tenía el control sí tiene que ver con la violación. Pienso que ayudó.
En el punk rock se hablaba mucho del ejercicio de la prostitución, era bastante común y natural. Kathleen Hanna, de Bikini Kill, siempre ha hablado de su época stripper con perfecta naturalidad. Las americanas lo hacen con mucha más naturalidad. En mi caso sucedió por-
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Resumiendo: la violación ha tenido una enorme influencia en mí, es obvio, pero mi energía para no pensar en ello era tan potente que en su momento no fui capaz de verlo. Supongo que lo de que más tarde entrase a trabajar en prostitución como una experiencia más es otro fruto de la violación; lo convirtió en algo plausible.
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Esto está menos claro porque lo que hice inmediatamente después de la violación fue ningunearla. Intentar no pensar en ello de ninguna manera. Ni siquiera lo hablé con amigos, salvo amigos realmente cercanos. Volví a pensarlo poco a poco porque en Baise-moi (Fóllame), mi primera novela, aparece una violación al principio del libro; enseguida escribí Les Chiennes Savantes (Perras sabias), donde hay otra violación, y empecé a pensar en que quizás sí me había marcado de manera profunda, pues aquello no dejaba de salir a la superficie una y otra vez. Empecé a pensar de otro modo. Después hicimos la película de Baise-moi y estuve un año entero recorriendo el mundo hablando de violación. De ahí surge Teoría KingKong, como un deseo de hablar de violación de manera directa, porque el intento de obviarla y hacer como si no hubiese pasado no funcionó como yo pensaba.
que en Francia, antes de internet, existía algo que se llamaba Minitel, que era lo mismo: una red con pantallas y usuarios. Yo, como muchas otras, trabajaba en Minitel asegurándome de que no hubiese casos de pedofilia, violencia racista y que no se ejerciese la prostitución. Pero obviamente poco a poco te dabas cuenta de que había un montón de jovencitas que ganaban un montón de dinero con la prostitución; así que un día lo intenté, para ver cómo funcionaba. Fue una sorpresa grata. Para la época, ganabas una enorme cantidad de dinero por una hora de trabajo, y yo tenía en cualquier caso un comportamiento sexual muy libre y desacomplejado, probando un montón de cosas. Así que entré. Me di cuenta de que en dos días con tres clientes me iba a sacar lo mismo que en un mes en un supermercado, y poco a poco dejé los trabajos clásicos. Esto me funcionó muy bien durante dos o tres años.
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Nunca trabajé mucho. Trabajaba yo sola con Minitel, también trabajaba sola en un salón de masajes eróticos, con happy end, y cuando iba a París trabajaba en un peep show. Lo que me pasó fue que en Lyon todo iba de maravilla, pero a París, a principios de los noventa, empezaron a llegar las rusas, que trabajaban más por menos dinero y eran guapísimas. Pensé: mierda. La prostitución tiene mucho que ver con la raza y yo era una de las únicas blancas de ojos claros, con lo que nunca me faltaban clientes. Casi tenía el monopolio del asunto. Pero la llegada de las rusas lo complicó todo. Para mí la experiencia de la prostitución resultó muy buena, quizás también porque no la ejercí durante demasiado tiempo. Tengo algunas amigas que han seguido en ello y pienso que lo duro de la prostitución llega cuando la ejerces durante diez años: ahí es cuando empiezas a acumular malas experiencias y a no querer volver al trabajo por las mañanas. Pero la verdad, de la manera en que yo la practiqué no conservo ningún trauma respecto a esta época; era únicamente dinero fácil y mucho tiempo libre.
A mucha gente le cuesta creer que este tipo de experiencias, o por ejemplo una adicción razonable a la heroína, como la de William Burroughs, no te generen un trauma. Parece como si a los «normales» les ofendiese la idea de que alguien que viva de esa manera no lleve una vida degradada y horrible. Sí. Esa, en general, es la visión de las personas que no conocen a quienes trabajan realmente en esto, porque la relación con los hombres desde el punto de vista de la prostituta que elige su trabajo es una relación mucho más agradable y digna que en muchos otros trabajos. Yo, por ejemplo, he trabajado en un montón de supermercados y los clientes te hablan mucho peor que cuando ejerces de puta. Porque la relación prostituta-cliente no es mala. Hablo exclusivamente de los noventa y quizás esto haya cambiado desde entonces, pero pienso que no. Es más, todo el mundo sabe lo que quiere, los chicos dicen exactamente lo que quieren y entiendes un poco mejor lo que piensan porque mienten menos. Con ello siempre lo he pasado bien.
Mantienes una posición de cierto poder, como decías. No es como ser telefonista o operaria de cadena de montaje.
Sí, y tú también estás contenta. El sexo es como la cocina, hay cosas que sabes hacer bien y cosas que no. Yo pienso que escucho bien, y esa es una parte crucial del trabajo, por ejemplo.
En España hay ahora mucho debate al respecto, y resulta chocante que algunas de las voces más virulentas contra la prostitución no provengan de la derecha católica sino del propio feminismo de izquierdas. ¿Crees que el feminismo tendría que ser prolegalización, o cuando menos debería tratar de comprender la situación sin una visión moralizante? Sí, porque además la prohibición no ayuda en absoluto a las chicas que trabajan. No funciona, está demostrado. A mí me parece que ese es un tipo de feminismo que se parece un poco a la Iglesia, en el sentido de que decide de forma unilateral sobre el cuerpo de la mujer, la familia y el tema de hacer niños, sin consultar a la mujer para nada. No sé aquí, pero en Francia las críticas a la prostitución vienen siempre de gente que no ha trabajado en ello y no sabe lo que es. Una vez que ves que puedes ganar mil euros trabajando durante dos horas por semana en lugar de deslomándote durante un mes, eso es una opción mucho mejor para ti, está claro. Y además hay un montón de trabajos clásicos en los que también usas tu cuerpo y que además te dañan. Pero dentro del feminismo este es un asunto brutal y yo estoy agotada de hablar de esto. Ya ni siquiera voy a este tipo de discusiones porque llega un momento en que no nos oímos las unas a las otras. Las posiciones están demasiado enfrentadas. Lo que me parece vital es escuchar de una vez a las trabajadoras, y lo que piden en general son mejores condiciones de trabajo.
Muchas de las entrevistas que te han hecho giran en torno al género y al sexo, pero en tu discurso también hay una enorme parte de clase. Hay gente que olvida que todo esto es de origen monetario. Que tu situación y las opciones a tu alcance dependen aún de haber nacido rico o pobre. [Asiente] Para mí esto es muy importante, y supongo que viene de mi educación familiar: una lectura marxista no clásica. Publico libros en París desde hace más de veinte años y eso me ha hecho cambiar de ámbito social. Y, aunque no he dejado atrás mi vida anterior, he entrado en un mundo al que normalmente la gente como yo no accede, y esa es una sensación que no me abandona. Ni tú ni ellos olvidáis que no eres de los suyos, que no formas parte de su clase social, y esto
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[Ríe] Es cierto. Pero también existe un feminismo de izquierdas que está a favor de la legalización de la prostitución. Sobre los asuntos de género en particular tenemos una confusión general dentro de la izquierda. Pienso que en poco tiempo las diversas tendencias de la izquierda tendremos que llamarnos de distinta manera porque no compartimos aspectos fundamentales. Dentro de la izquierda quizá hay una parte más reaccionaria o católica y otros que queremos cambiar cosas.
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Antes el moralismo era únicamente de derechas y la izquierda era libertaria; ahora es al revés, la izquierda esgrime el dictamen moral.
me importa mucho. Quizá aquí es diferente, pero en Francia el asunto de la raza se nota muchísimo, porque cuando entras en los libros es un mundo 100% blanco. Francia como país es una mezcla total, pero entras en el cine, en la televisión, en la literatura, la prensa… y son mundos completamente blancos. Todo esto se mezcla, pero resulta obvio que no puedes pensar el feminismo fuera de la clase social o fuera de la raza hoy en día.
Tú explicas muy bien en Vernon Subutex esa obscena paradoja colonial de «os tenéis que adaptar a Francia pero jamás seréis franceses como nosotros». Y ahora eso trae los problemas presentes, lógicamente.
¿Crees que este es un fenómeno reciente?
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Lo que es reciente es que los inmigrantes han empezado a hablar. O más bien los hijos de los inmigrantes, porque esta es la tercera o cuarta generación. Hablan por primera vez: unos a través del hip-hop, otros a través del islam y otros incluso a través del terrorismo, pero también hablan por primera vez mediante la política y no se dejan acallar y conservan su propio discurso. Es un discurso que nos choca en algunos casos, pero por primera vez hablan y no podemos ningunearlos. Ya no sirve seguir repitiendo que en Francia no somos racistas. Hasta ahora en Francia la política consistía en hacer ver que las otras razas no existían, pero sí hay distintas razas.
Jah Wobble, de Public Image Ltd., me dijo una vez que en el East End él nunca había visto problemas raciales y muchos de sus amigos eran jamaicanos o pakistanís de segunda generación, hasta que la tercera y cuarta generación de inmigrantes dejaron de ir al pub y empezaron a ir a la mezquita. ¿Cómo ves estas nuevas tendencias radicales? Es muy complejo. Para empezar, entiendo totalmente la rabia y entiendo que busques algo que te genere una identidad positiva porque no puedes únicamente definirte con un «entro en la cárcel o no entro en la cárcel», porque hasta el momento la única institución que hablaba directamente con ellos era la cárcel, y ahora tienen otros interlocutores y todo eso lo entiendo muy bien. Entiendo también que a nivel mundial parece que los musulmanes tienen un papel que no tenían antes, pero francamente y a nivel personal me hubiera gustado que vinieran con alguna otra cosa que no fuese religión [sonríe]; con un marxismo revisado, por ejemplo. Lo que espero es que en Francia consigamos encontrarnos en algún momento y entremos en diálogos un poco más fértiles. Por ejemplo, yo voy a Nuit debout en la Place de la République y allí veo a muchos tipos de gente distinta, pero sientes que los musulmanes no se sienten invitados. Este quizás sería el momento para intentar alianzas, porque ellos son tan o más precarios que nosotros.
Aquí pasó lo mismo con el 15M y la ocupación de las plazas, que en efecto era un movimiento amplio y positivo, pero en ocasiones parecía
más bien estudiantil, de clase media. Faltaba el proletariado real; el de las fábricas y los empleos alienantes. Si los chavales con chándal en el paro no están, ahí falta un elemento clave. Sí, sí, pasa exactamente lo mismo en Nuit debout. En su momento tendremos que hacer esta alianza los unos y los otros si queremos realmente crear algo nuevo.
Cada vez es más habitual que surjan voces violentamente antislámicas de gente que era más o menos de izquierdas, o como mínimo antiestablishment, o feministas. La lista es enorme: Oriana Fallaci, Houellebecq… Y de golpe se vuelven locos. [Ríe] Es verdad. Pero hay que tener en cuenta que en Francia esto satisface a la gente y ellos le dan lo que desea. Conozco un poco a Michel Houellebecq y no me parece que tenga una mentalidad tan simple como lo que deja entrever en sus últimos escritos. Pienso que hay un punto de provocación, de dar a la gente lo que quiere, de personaje. Y creo también que hay una parte de temor real de una parte de la población que ha definido unos nuevos «malos», que son los musulmanes. Hay un miedo incluso desde la masculinidad, como si tuviesen una masculinidad más potente que la nuestra. De esto no estoy segura, pero me parece que sí hay un punto de miedo respecto al tamaño de polla [risas].
No lo había pensado así. Es posible.
Yo antes de empezar a detestar ya me siento odiada. Yo como lesbiana, como feminista, como zorra, como drogadicta y como todo lo que soy, resulto un insulto a la religión ya sea judía, musulmana o católica. La diferencia estriba en que en Francia o España la Iglesia católica tiene un poder enorme, y eso hace que en oposición a ella se unan los musulmanes, el lumpemproletariado o, incluso peor, los inútiles totales, la carne de presidio, y esto te produce una pequeña simpatía. Estás un poco con ellos porque el poder los detesta. Yo me siento totalmente tranquila porque puedo decir lo que me parezca, ya que de todos modos no les voy a caer bien y no voy a encajar con un imán. Al fin y al cabo yo soy el enemigo de cualquier religión, no es que yo lo busque pero de facto lo soy. Es imposible que haya un imán que diga «qué interesante es el trabajo de Virginie Despentes». Lo que nos jode a todos es que vuelvan las religiones, en los
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Esta cuestión a las personas ateas y anticlericales nos coloca en una posición paradójica: si llevamos años ciscándonos en la Iglesia católica, ¿por qué tenemos que sentirnos obligados a aceptar la religión musulmana? Puede parecer una opción igual de mala y muy paternalista.
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Pienso que hay algo más profundo, tipo «se follan las mejores chicas, son más machos, más guerreros, van armados…». Hay un punto que no se corresponde a la realidad cuando conoces a las personas una por una, pero sí que existe esta fantasía sexual poscolonial.
ochenta no esperábamos que esto fuese a suceder. Vuelven todas, además.
Esta idea de que la gente más joven, la de veintipocos, tiene una mentalidad muy empresarial y reaccionaria aparece mucho en tu libro. Sí. A los jóvenes de hoy les atrae la religión, aunque tal vez se trate de una fase que pasará rápidamente. Lo bueno de las religiones es que son muy difíciles y normativas, y para un joven puede ser complicado lo de atenerse a todos los mandamientos. El ramadán quizá lo observas uno, dos o tres años, pero luego es probable que te canses.
Como ser straight edge, que es muy fácil cuando tienes doce años, pero a los dieciséis, cuando la cerveza deja de saber amarga, ya no queda ni uno. [Ríe] Exactamente eso.
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Una idea que me encanta de tus libros y de tu discurso es tu defensa de la rareza, de la otredad, de no tener vergüenza de ser el raro. También hablas mucho de amigos tuyos de los ochenta que se han vuelto personas totalmente convencionales. Sí, pienso que tenemos mucho miedo de ser excluidos. La fuerza del punk, por ejemplo, radicaba exactamente en eso: no quiero respetabilidad, no necesito ser aceptado, no temo mi diferencia… A mí me parece que nunca hemos tenido tanto miedo como ahora, no tememos por nuestra vida ni tenemos miedo de salir a la calle, pero sí tenemos miedo a perder el techo, el trabajo y el respeto de los demás; y esto nos lo hemos tragado. Otra cosa que también me sorprende es el hecho de que en la literatura ahora no hay ni un solo escritor francés que conozca que esté realmente orgulloso de no vender mucho. Antes esto no importaba en absoluto y, sin embargo, ahora vender mucho es el top incluso para los más raros y sofisticados, y esto es algo novedoso. Sucede con la música también: antes si eras un artista de culto estabas cien por cien orgulloso de tu situación y te sentías algo molesto si entrabas de repente en el mainstream.
Existía la sospecha interior de que te habías «vendido». Que para vender tanto tenías que haber hecho algo mal. Sí, estaba la sospecha de venderte, pero también significaba que no tenías intensidad o talento suficiente. Ahora los músicos que conozco sufren cuando no disfrutan del éxito. Pienso que hemos pagado el miedo de lo que sucede a nuestro alrededor, de perder el techo, etc. Es un miedo que no teníamos antes, y esta angustia nos ha cambiado profundamente.
Esto va a sonar a viejo: me da la sensación de que las generaciones más jóvenes esperan gratificación instantánea, y esto es algo que yo se veía antes. Uno veía el futuro con más desconfianza; el éxito no
entraba en la ecuación. Pero también lo que no existía en la época que tú y yo vivimos fue un fenómeno como Nirvana. Era impensable conseguir un éxito mundial con la música que hacíamos de manera sincera. The Stooges era lo más mayoritario, quizás también Motörhead, y aun así a ninguno de ellos les sucedió lo que a Nirvana. Esto ha cambiado, y para mal: ahora hay gente que viene de la contracultura esperando un éxito universal. Nunca pensamos que tanta gente fuese a interesarse por nuestra cultura. Esto era sincero, no era premeditado, y desde luego no era monetario.
Para mí la parte más interesante de la subcultura era precisamente su secretismo. Si llega a ser mayoritaria no me hubiera parecido tan atractiva. Los adultos no tenían ni idea. Sí, era un código secreto entre nosotros. Ibas a otra ciudad e identificabas a los miembros de tu tribu. Ahora esto no existe, existirán otros nuevos, supongo. Seguro que los que ahora se manifiestan a través de internet, hackers y demás, pueden tener la misma solidaridad instantánea, pero no veo qué tipo de cultura puede producir algo como lo que nosotros hemos producido.
En muchas ocasiones has afirmado que una de las razones del éxito de Vernon Subutex es que el protagonista es masculino, pero creo que otro de los motivos es que ese hombre está muy bien construido, eres capaz de meterte muy bien dentro de la cabeza de un hombre.
Por supuesto. Alguien así no elige hacer el mal. Nadie quiere ser malo. Lo hace porque cree que de otro modo no va a poder sobrevivir, que algo le va a pasar. Lo hace por miedo, incluso.
Como autor creo que al crear personajes desagradables se filtran allí las partes más oscuras del escritor. Hay una parte de fascinación perversa. De placer puro. Claro. Me pasaba con el personaje de Xavier, por ejemplo, y he tenido que cortar mucho sus monólogos racistas, porque una vez que te permites entrar en su mente es como un tobogán, no puedes parar de hablar así; y lo peor es que como escritor lo disfrutas un montón, porque hay algo de placer en el mal. Hay placer en la violencia y el odio.
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Fabrice, por ejemplo, un tipo que pega a su mujer, está perfectamente racionalizado, alguien que hace algo así piensa de esa manera. No le has convertido en un monstruo bidimensional.
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Aunque sea feminista radical, yo tengo algunos amigos hombres muy cercanos, y fue un placer intentar ponerme en sus zapatos. No juzgo de manera dura su manera de ser. Pero es obvio que los problemas de violencia doméstica no me parecen bien, incluso cuando vienen de tus mejores amigos.
De Xavier me gustan los monólogos mientras se mete con Jean-Luc Godard y la intelectualidad burguesa. Es un reflejo de identificación que todavía conservo. Lo que sucede es que luego pasa a hablar de «los negros». Ugh. Lo entiendo. Hay una parte de rabia antiintelectual y antiprogre en el punk inglés y lo skinhead que, si no lo controlas, te puede arrastrar a un punto derechista, pero que primero te viene de, qué sé yo, UK Subs o muchos otros grupos que nos han gustado.
Karl Ove Knausgård decía en una de sus novelas que su padre era muy de izquierdas y que él admiraba su ideario, pero le repugnaba la parte «blanda», progre, de la izquierda socialista de clase media. Esto sí es complejo, porque la violencia me atrae un montón, políticamente incluso, pero cuando la miro detenidamente, por lo que conozco del siglo XX, la veo más como un fracaso total. Le doy vueltas constantemente a lo de la acción violenta: a ratos me parece que es la única forma de hacer bien las cosas, pero a la vez soy consciente de que nunca te lleva a ningún sitio.
Bueno, la violencia revolucionaria ha funcionado dos veces, como mínimo: en la Revolución francesa y la americana. Y la rusa, si consigues olvidar a (ejem) Stalin.
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Ya, pero la evolución de todas estas revoluciones siempre ha sido un fracaso. Y en la izquierda, por ejemplo, no queremos vivir en Rusia ni en Cuba. En Francia las izquierdas siempre hemos sido muy de admirar a Action Directe o la R.A.F., y a la vez eso tampoco ha traído nada bueno.
Claro. Por mucho que te atraiga la idea de un levantamiento popular, es imposible identificarte con una élite de bandoleros como Baader-Meinhof. Ya no tienen nada que ver contigo. Sí, pero asimismo cuando ves el terrorismo actual musulmán en Francia o en el mundo árabe te das cuenta de que no son élites en absoluto, que están muy conectados con sus pueblos, e incluso así no me parece que vayan a conseguir nada bueno para sí mismos, para sus movimientos. Y para nosotros es evidente que mucho menos, porque nos dan miedo. Incluso para ellos va a servir para que los que tienen el poder lo afiancen y lo tengan de manera más fuerte. Van a ir a la cárcel de forma masiva, van a dañar a los propios musulmanes comunes… Esto me confunde, porque yo he crecido con el romanticismo de Action Directe o de los anarquistas, pero ahora pienso en qué trae de bueno políticamente todo esto. Esto es diferente en el mundo del arte o la cultura, claro, donde una perspectiva violenta y dura sí trae muchas cosas buenas; en la música que nos gusta, en la literatura, el cine… Políticamente, no. Políticamente, cada vez pienso más que parece la única respuesta, la instintiva, pero que a la vez se vuelve contra ti casi inmediatamente. Veremos con los musulmanes cómo se arregla todo esto.
¿Crees que es posible ser artista sin que exista esta violencia, este conflicto? Un artista tiene que estar alienado, en mi opinión. Yo pienso lo mismo. Estoy intentando encontrar contraejemplos y, ¿quién podría ser? Porque incluso alguien tan mayoritario, en cierto modo, como Bolaño, que nos ha golpeado un montón en Francia estos últimos años, tiene algo de confrontación muy dura. ¿Quién haría algo interesante sin una parte alienante? ¿Quién podría ser?
Aunque no sea una violencia de estilo, sí que tiene que existir una sensación de no encajar. Y hasta de que te cueste hacerlo. Tiene que existir una lucha. No conozco a ningún artista totalmente tranquilo. La mayoría escapan a lo locura total, pero por poco [sonríe]. Porque conviene escapar de la locura total. No conozco a ningún artista que me interese que no viva esa confrontación.
Tú eres autodidacta declarada y orgullosa. ¿Qué consejo les darías a aquellos que quieren escribir pero desconfían de los talleres de escritura creativa o la universidad? Si quieren escribir yo les diría que primero lean un montón. También es un consejo de vieja [ríe], pero me temo que es la verdad. Pienso que es lo más importante. Y que lean incluso cosas que les parezcan muy lejanas. Lo bueno de un libro es que nadie te puede impedir abrir lo que quieras y donde quieras, y si hay cosas que no entiendes en aquel justo momento no pasa nada; ya las entenderás. Hay que estudiar y leer con atención los libros que te gustan, y a los escritores que escriben de forma sencilla. También existen libros chulos que hablan concretamente sobre el proceso de escribir: la verdad es que Mientras escribo, de Stephen King, es supersimple una vez que lo lees bien y sabes de qué se trata. Otra buena lectura práctica son los diez consejos para escribir de Elmore Leonard.
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[Carcajada] Sí. Stephen King quizás sea la excepción porque parece muy buena persona, pero en cualquier caso en sus novelas se encarga de cosas muy duras. Supongo que aquí pasa igual, pero en Francia la industria pide cada vez más a los artistas que den los mínimos problemas posibles y esto se nota un montón en la música. «No quiero trabajar con él porque da demasiados problemas». Pero nosotros como público sí queremos sus problemas, queremos escuchar la música de Pete Doherty aunque Pete Doherty sea un tío malcarado y difícil. Si fuese el chico bueno y simpático que cumple con los horarios no haría esas letras. The Libertines fue el último grupo que realmente me transmitió algo.
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Ser una persona benigna es deseable en casi todas las áreas excepto en las artes. Los profesores de mis hijos deberían ser «buena gente», pero mis autores favoritos no.
Patrícia SoleyBeltran
«No me gusta el concepto de la tiranía de la belleza»
Patricia Publicado por Fran G. Matute
La investigadora catalana Patrícia Soley-Beltran saltó a la palestra mediática el año pasado tras ganar el Premio Anagrama con su obra ¡Divinas! Modelos, poder y mentiras, un estudio crítico sobre el cuerpo y sus representaciones, que centraba la mirada en la controvertida figura de las modelos en la sociedad contemporánea. Licenciada en Historia Cultural por la Universidad de Aberdeen y doctora en Sociología del Género por la Universidad de Edimburgo, Soley-Beltran basó parte de su investigación en su propia experiencia como maniquí durante los años ochenta, de ahí su innovadora aproximación a la cuestión, tanto académica como vivencial. Soley-Beltran nos cita en el mítico y elegante bar El Velódromo de Barcelona, al que agradecemos su generosa y paciente colaboración durante la realización de esta entrevista, ecléctica como pocas, sobre moda y sociología, pasarela y universidad.
Pregunto por ella porque en una entrevista te leí lo siguiente: «Lo que da lustre al glamour es la existencia de la pobreza». Si eso es así, ¿qué pasa entonces cuando la pobreza misma se convierte en un elemento más de las pasarelas? Porque eso es justo lo que ocurre al final de la película, que hay un desfile de modelos vestidos con bolsas de basura.
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No, lo siento. Se supone que la tengo que ver, ya lo sé, pero… Por cierto, ¿cuándo tiene tiempo la gente de ver tantas películas? No sé si te refieres a la nueva, pero da igual, no he visto ninguna de las dos. Sí que he leído muchos artículos sociológicos sobre los modelos masculinos, pero esa peli me la he perdido.
/ ENTREVISTAS /
¿Has visto Zoolander?
Bueno, eso no es nuevo. A principios de los noventa ya hubo campañas imitando el arte povera. Al fin y al cabo, llevar los tejanos rotos es la misma idea. Es la pose de que no te importa lo que llevas puesto, de que pasas de todo. Y, en cualquier caso, no es una pobreza real, ¿no?
Ya, pero ¿cualquier cosa puede ser glamurosa? Si haces bien el marketing, sí. Esa es mi perversa conclusión [risas].
¿Y no hay límites? Estoy pensando en la campaña de cosméticos de MAC sobre las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez.
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/ ENTREVISTAS / PATRICIA SOLEY-BELTRAN /
Sí, es verdad. Eso fue terrible. Sí que hay límites, sí. Pero se basan en el consenso social. Es decir, tiene que haber suficiente gente quejándose y escandalizándose. Ahora, gracias a internet, tenemos los canales suficientes y multitud de asociaciones internacionales hicieron llegar su voz. Es verdad que se cruzan muchas fronteras y muchas veces pensamos que tal o cual campaña se ha hecho así para provocar, pero no es verdad. A veces hay auténticos resbalones fashion. Y tienen que retirar la campaña y les cuesta un dineral. Yo una vez me quejé de una campaña de un reloj a la que no terminaba de verle el sentido. Bueno, más que quejarme escribí una carta preguntando, para que me la explicaran. En ella salía una chica fuerte con un bistec en el ojo, como si le hubieran pegado, y el eslogan venía a decir algo así como: «Las mujeres malas llevan esta marca de reloj». Y yo preguntaba, si es una mujer fuerte, ¿por qué llamarla mala? ¿Y quién le ha pegado? ¿Por qué ha recibido ese golpe? ¿Le han pegado por defender su terreno? No sé, en un contexto de violencia de género como en el que estamos, la campaña me pareció dudosa en su mensaje y entonces les escribí lamentando que todavía hoy se asociara el defender tus derechos con el hecho de ser mala, y la marca contestó. Y fue muy interesante lo que dijeron, fue muy McLuhan: comunicación, mensaje perdido, no hay texto sin contexto, etc . La comunicación es algo muy delicado. A mí por eso me gusta mucho escribir, porque así tengo mayor sensación de control sobre lo que digo. Y en las campañas pasa igual, con la complejidad añadida de que en ellas se interrelacionan imágenes con palabras, por lo que es muy complicado acertar.
Y luego cada destinatario es un mundo. Sí, pero ellos ya tienen un target. Si una campaña no llega a tal o cual sitio es que a lo mejor no era su objetivo. Hay que ser consciente de cuáles son las limitaciones de todo acto de comunicación. Ya sea publicidad, un documental, un programa de televisión, una columna de opinión o una entrevista en Jot Down. Todo tiene sus limitaciones.
Más allá de la existencia de una industria potentísima, ¿consideras que la moda es también un arte?
Esta es la eterna discusión, y si te soy sincera no me interesa mucho. Ayer hablé con Christian Lacroix, que ha pasado de hacer esos trajes barrocos absolutamente maravillosos e inspiradísimos en el folclore español a diseñar indumentaria para espectáculos, teatros y óperas. Y me decía que en los años ochenta, y es la misma perspectiva que tengo yo, era todo muy diferente. Las modelos entonces tenían otro aspecto, y el diseño de moda era diferente porque se podía trabajar cada traje más en detalle. Lacroix comentaba que ahora en moda las que mandan son las Kardashian. Entonces, la moda como arte es un concepto que cambia muchísimo.
Pero dentro de la moda hay ya algunos nombres clásicos indiscutibles, asociados al arte, al menos al diseño: Christian Dior, Carolina Herrera… Que los diseñadores de moda son creadores y que reciben influencias artísticas, eso seguro. Pero yo, cuando pienso en arte, pienso en alguien que está tratando de trascender, de ir más allá de lo cotidiano. Entonces, hay vestidos que sí, que están a un paso de eso, tratando de representar un sueño, una voluntad, pero están asociados a una práctica. No buscan tanto elevar el espíritu, aunque puedan hacerlo y en ocasiones nazcan con esa idea detrás. Muchas marcas de moda se asocian hoy día con el arte para ganar una pátina de legitimidad. Hacen exposiciones en los museos y tal, pero lo verdaderamente interesante sería preguntarse, más que si es arte o no, por qué nos fascina tanto la moda.
Esto también lo comentaba con Lacroix ayer. Ahora se pueden tener muchas cosas bonitas por muy poco dinero. Puedes ir a Zara y comprarte un montón de cosas. Están producidas en condiciones de explotación, sí, pero no hablo de eso de ahora. La cuestión es que antes era todo menos asequible y esa búsqueda de la belleza que tanto caracteriza al ser humano se puede lograr ahora fácilmente, al menos a un nivel estético, de diseño. Luego hay gente a la que le preocupa la indumentaria y gente a la que no, que se pone cualquier cosa y ya está. Pero siempre hay un proceso de elección para decidir qué es lo que te pones y qué no. Yo con eso de qué me pongo y con qué lo combino me divierto cantidad. No tengo ni idea de pintar, ni de dibujar, además se me da fatal, pero al elegir la ropa que te pones cada día te estás de algún modo pintando a ti misma.
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[Risas] La moda al final es algo que está tocando nuestro cuerpo, como una segunda piel, y de esa forma expresamos quiénes somos en un entorno en el que no solemos ir desnudos. Incluso cuando vamos desnudos nos ponemos tatuajes, collares y cosas así, de modo que nuestro cuerpo siempre está de alguna manera adornado para transmitir algo. Y eso es lo que me interesa, y en este sentido todos tratamos de ir un poco más allá de la pura carne.
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Vale: ¿por qué nos fascina tanto la moda?
Bueno, al final sí que parece que hay un elemento artístico en la moda, aunque sea a un nivel popular. Sí, se puede ser creativo. Pero a veces me pasa lo contrario: por ejemplo, cuando estoy en Ibiza me paso allí dos meses seguidos en bikini. Y como me guste un vestido, me lo pongo, lo lavo, y al día siguiente me lo vuelvo a poner, como si fuera un uniforme. Y disfruto tanto componiendo un conjunto bonito, combinando colores de forma creativa y tal, como no teniendo que preocuparme para nada del tema.
Ya que hablas de creatividad, ¿crees que las modelos, en su trabajo, pueden ser creativas? ¿Tienen algún margen de actuación? Ahora se han adocenado y muchas se han convertido en una especie de percha-robot, pero antes tenías que tener cierto feeling con la ropa. No éramos solo chicas jóvenes que se reclutaban, duraban un año o dos, y luego se cambiaban. Como modelo tenías que hacer una especie de interpretación, eras como una actriz muda.
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¿Siguen siendo las modelos figuras socialmente relevantes? Obviamente sí, por eso mueven millones de decisiones de consumo y hay tanta gente joven que quiere ser modelo y hombres que las desean como fetiche de poder. Quieren serlo porque creen que ganarán dinero, tendrán una vida ideal y estarán rodeadas de ese glamour. Se creen la imagen. Eso es lo que buscan. Es como querer ser futbolista o cantante. Al final son iconos de la cultura popular, nos guste o no. Pero eso no pasaba, por ejemplo, en los ochenta. Es a partir de las supermodelos que esto ocurre. Antes las modelos eran anónimas. Nos conocíamos entre las profesionales. Sabíamos quién era Pat Cleveland, que era una maniquí maravillosa, pero nadie fuera del mundo de la moda la conocía. Ni falta que hacía.
Es cierto que las supermodelos trascendieron el ámbito de la moda, y ayudaron a consolidar una determinada imagen de mujer moderna de éxito, trabajadora e independiente. En ¡Divinas! lo que argumento es que la figura de la modelo representa a una mujer que de una forma autónoma y autodeterminada se convierte en una profesional independiente que explota su capacidad de seducción e imagen, y a partir de esa autoexplotación, que es un trabajo más, consigue dinero, éxito social y actúa de modelo imitativo para otras mujeres. Cuido mi aspecto y tal, y así aumento mi valor en el mercado: en el mercado clásico de la belleza, como vía de ascensión social de las mujeres; y en el mercado literal, en el sentido de tener un caché para hacer tal o cual publicidad. Pero esto forma parte de la construcción del mito que rodea a las modelos. Que ocurra o no luego en la realidad es otra cosa.
De hecho, criticas que algunas supermodelos tengan luego una actitud en lo privado de lo más conservadora. Bueno, es que no sé hasta qué punto esa imagen de la que hablábamos antes no es también conservadora, porque la mercantilización del aspecto físico de las mujeres no deja de ser una forma anticuada de valorar el cuerpo y la belleza por encima del intelecto u otros valores de la persona. También hay en esto limitaciones, porque luego las supermodelos tienen cada una diferentes caracteres y eso forma parte de su imagen. Al fin y al cabo, estamos hablando de figuras que están ahí porque lo que se requiere de ellas es que vendan un producto. La pregunta sería, ¿por qué se convierten en un icono popular tan importante? Porque cada vez construimos más nuestra identidad a través de la imagen, de la representación social del cuerpo y del consumo, y esto es lo que me parece relevante del estudio de las modelos. Lo que hago en ¡Divinas! es analizar la figura pública de la modelo, cómo se ha construido a lo largo de siglo y medio de historia, y luego contrasto su figura con la realidad de las profesionales que encarnan ese mito. El mito, la idea, el icono, lo construye un equipo de personas: publicistas, creativos, diseñadores, fotógrafos, estilistas, peluqueros, maquilladores y la propia modelo. Parece que todo sea la chica, pero no, hay todo un equipazo detrás, más, y esto es muy importante, la mirada de deseo del espectador.
Pero el que hubieras sido modelo resulta un elemento legitimador a tu investigación, ¿no crees? Sobre todo si se tiene en cuenta lo cerrado que es el mundo de la moda. Sí, eso es verdad. ¿Ves? Ya estamos salvando a la periodista del titular [risas]. Efectivamente, yo no solo he accedido a ese mundo como observadora, sino que puedo observarme a mí misma. Es mi cuerpo el que estaba allí, en el asador. Es complejo, porque ahora te digo que en mi primer estudio sobre la historia cultural de las modelos, yo no hablaba de mí. O sea, mis observaciones estaban informa-
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Ninguno. Es que no me los tomo de una manera personal. No sé. Es que hay tantos que me costaría escoger. ¿Sabes qué me molesta? Me molesta ver en una cabecera de un periódico importante el siguiente titular: «Exmodelo gana el Premio Anagrama». Esto me molesta, porque realmente: ¿atraes así a más lectores o es todo lo contrario? Esa forma de llamar la atención… Yo estaba tan contenta con el premio que me daba igual todo, pero podría hacer un estudio sociológico sobre cómo se me ha representado a mí en la prensa como ganadora del Premio Anagrama. Por ejemplo, una de las reacciones más curiosas que vi en internet fue la de uno que dijo: «Qué bajo ha caído el Premio Anagrama». ¡Es que una cosa así puede llegar a desprestigiar un premio que tiene cuarenta y tres años de historia! Y de todo el resto, nada. Veinte años de investigación, de formación intelectual. Eso no sale en el titular. Y eso era lo importante, no que yo hubiera sido modelo.
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De todos los tópicos que se asignan a las modelos, ¿cuál te molesta más?
das por mi experiencia, pero yo no hablaba de mí ni de coña, ni me quería acordar. Fue luego que empezaron a decirme que tenía que hablar de mí, que tenía que hacer una especie de autoetnografía y eso me daba mucha pereza. Ha sido poco a poco que he ido incorporando el valor de mi experiencia a mis textos. Me ha costado mucho.
Basándote en la concepción de Walter Benjamin sobre el capitalismo como religión, concluyes que el mundo de la moda tiene también mucho de creencia religiosa. ¿Te sientes una excomulgada o más bien eres una apóstata? Ostras, qué buena pregunta… [pausa larga]. Pues ninguna de las dos cosas, no sé. Yo creo que deberías preguntarles a ellos, porque algunos sí que me han excomulgado.
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¿Se ha dado por aludida mucha gente con tu libro? Mi libro no es una crítica a la moda, es un análisis crítico, en el sentido anglosajón. Pero no es una crítica en contra. Al contrario, salvo muchas cosas, y pongo en su sitio muchas otras. O sea, sobre los ataques a las modelos, una cosa es la figura de la modelo y otra son las modelos, las profesionales. Yo creo que hay gente, y siento decir esto, que no sabe leer un texto crítico de estas características. Por más que no contenga palabras técnicas ni nada de eso, tienden a malinterpretar las ideas. Depende, claro, de la capacidad intelectual de las personas. Me he encontrado con periodistas que han dicho que yo ataco a las top models, y es más bien todo lo contrario. Para nada. Entonces, no sé, están los que me condenarían porque no me han entendido y luego los que no sé si lo han entendido o no, o no lo han leído y les ha llegado de oídas algo, pero que no escuchan.
¿Y Lidia Falcón no ha dicho nada? Porque tras publicar aquel reportaje difamatorio sobre ti… Lidia Falcón, silencio absoluto.
En ¡Divinas! afirmas: «Aprendí que enfadarme producía algún resultado». Sin embargo, la obediencia es básica en el mundo de las modelos. Yo he sido extremadamente obediente. Soy muy disciplinada, me tomo todo super en serio. Soy insoportable para mí misma, porque soy muy exigente. Soy muy obediente, lo que pasa es que mis amigas, por ejemplo, que han ido a otro tipo de escuela, consideran que yo he sido una persona muy transgresora. Entonces me doy cuenta, hablando con ellas y poniendo en contexto mi educación y mi actuación, de que sí, de que he sido transgresora, pero no porque yo fuera desobediente, sino porque a mí me han enseñado los límites de otra manera. Me han enseñado a potenciar mi creatividad, mi ser personal, a la vez que me han hecho desarrollar mucho la idea de servir a los demás. En mi familia son un poco bohemios y muy creativos. Yo me he criado en un sitio
muy especial, entre gentes del teatro y del cine. Mis padres tenían en Barcelona un restaurante muy fashion y cosmopolita llamado Petit Soley al que iban muchos artistas, literatos, políticos y aristócratas. Podías encontrarte allí una noche a Rock Hudson o Kirk Douglas, a Lola Flores con su familia e hijos al lado de divas operísticas como Renata Scotto o la Caballé, o de políticos franquistas, a Pilar Primo de Rivera o el Marqués de Villaverde, a artistas y escritores como Paco Umbral, Giuseppe Di Stefano, Miró, Tapies, etc. También, al restaurante de mis abuelos, el Soley (a la derecha del Ensanche barcelonés), iban desde la Bella Dorita hasta Renata Tebaldi, pasando por Carmen Amaya con su troupe, incluyendo al director de cine Rovira-Beleta y muchos más. A La Taberneta, un restaurante posterior más bohemio, venía Serrat, Georges Moustaki, Marina Rosell, muchos y destacados miembros de la nova cançó, poetas y actores, como Rafael Alberti, Núria Espert, Flotats… Venían todos. Y luego estudié en una escuela muy progre. Ricard Salvat, el ilustre director y profesor de teatro en la Universidad de Barcelona, era nuestro profesor de teatro en el colegio. Con diez o doce años leíamos mitología griega, representábamos a Cervantes y veíamos las películas de Eisenstein, Saura, Hitchcock, Buñuel, Erice, con análisis incluidos, ¿eh? Incluso teníamos clases de crítica política. Sabíamos lo que estaba pasando en el mundo, hacíamos comentarios de prensa.
¿De qué forma te ha influido toda esa lectura? Yo he tenido que trabajar mucho en el mundo académico para aprender a estructurar la realidad, para aprender a distinguir entre realidad y ficción, porque en mi vida se mezclaban, de todo lo que he leído. Conocí en París a Bruno Latour, sociólogo francés, y me preguntó que cómo una española como yo, continental, había acabado en un departamento de filosofía analítica anglosajona. Y creo que es porque yo necesitaba aprender esa forma de pensar sobre el lenguaje para estructurar la realidad y también, supongo, para recuperar el sentido más allá del abuso franquista de la palabra y de la confusión general.
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Para colmo he sido una lectora muy precoz y voraz, y encima con insomnio. Leía todo lo que caía en mis manos. Leía toda la noche. El otro día estuve en la entrega del Premio Cervantes y me pareció muy bonito el discurso que hizo Fernando del Paso. Explicó que en una entrevista, en Estados Unidos, le preguntaron por sus influencias literarias y se refirió a un montón de escritores ingleses, franceses y tal. Y se ve que al volver a México alguien le dijo: «No ha dicho usted ningún español». Y él respondió: «Es que esos no son influencias, forman parte de mi ADN cultural». Y a mí me ocurre lo mismo, porque yo he leído los clásicos españoles y catalanes y los llevo dentro.
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Al encontrarme con el tiempo con mis compañeros y compañeras de colegio comentamos cómo nos hemos ido dando cuenta progresivamente de que nuestro mundo había sido muy diferente. Pensábamos que éramos normales pero crecimos creyendo que podíamos, y debíamos, ser nosotros mismos. No tenía nada que ver con una escuela represiva y alienante. Fue todo lo contrario.
Por otro lado, yo siempre he escrito, pero también he tenido presente la idea de que mi esfuerzo intelectual tenía que servir para mejorar la sociedad. Y de ahí lo de las ciencias humanas y sociales. Esto creo que es herencia del idealismo de mi abuelo Patrici. En realidad, escribir ficción siempre ha sido mi sueño. Nunca me he atrevido a revelarlo, pero ahora sí, ahora pienso: «Lo voy a hacer». Tengo escritos muchos cuentos desde hace años. Gané el primer concurso de microcuentos para las relaciones de igualdad del Instituto Catalán de las Mujeres; uno se publicó en YoDona, de El Mundo; y algunas de mis columnas «Fieras Divinas», en El País, son cuentos, pues muchos de ellos tienen que ver con el cuerpo, la ropa, la identidad, y tienen este punto cómico-irónico que yo empleo. Pero la mayoría de ellos siguen inéditos. De todos modos, ahora me gustaría escribir una novela.
¿Alguna lectura especial que te haya marcado?
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Una novela que me impactó muchísimo es La plaça del Diamant, de Mercè Rodoreda, porque es triste y dura, y porque además tiene un montón de paralelismos con la familia de mi madre. A mí esa novela me previno mucho contra cierto amor romántico. Y luego hay una idea de Albert Camus que me gusta mucho. Venía en El primer hombre, que fue su último libro, su autobiografía, y está explicada con ese lenguaje transparente que tiene él, con una compasión y una humanidad que es una lección de vida. Para mí es su mejor obra, es uno de los libros que más me ha influido. Y Albert Camus decía en ese libro que la razón por la que él no era una persona rencorosa era porque había crecido bajo una luz tan maravillosa como la del Mediterráneo, y hablaba del impacto físico de la luz. Y yo sé lo que es eso, porque de Escocia me tuve que ir porque no podía vivir sin luz. Tenía un problema diagnosticado de falta de luz, que se llama Desorden Afectivo Estacional y que en inglés se escribe con las siglas SAD (Seasonal Affective Disorder): triste. Y empecé a tener trastornos físicos y psicológicos, y la cura era una luz potente que me tenía que dar cada mañana, me tenía que sentar delante de esa luz cuarenta y cinco minutos o así para que la luz me entrara por los ojos. Mi médico de cabecera escocés me decía que me volviera a España, pero yo no quería. Yo había decidido no volver a España hasta que me jubilara, pero no me quedó otra porque necesitaba la luz del Mediterráneo. Decidí también hacer aquí mi etnografía de las modelos. También me ha marcado Irène Némirovsky, que cuando la lees dices: «Qué alma». Y Clarice Lispector, Isak Dinesen y Virgina Woolf. Estas personas me hacen entender que se puede entender. Me hacen tener fe en el ser humano.
Dices sentirte lejana de algunas corrientes feministas actuales. Me refiero a alguna corriente negativa vociferante. No porque grites más se te va a escuchar mejor. Hay cosas que hay que hilar muy fino no solo para que se entienda tu argumento sino para ganarlo. Para convencer. Porque dramatizar las
Quiero decir que antes de criticar hay que contextualizar. Ver qué pieza se está haciendo y para quién y en qué contexto social. Yo creo que el programa tenía muchísimo mérito. Se dirigía a gente que no había oído hablar de la palabra «corresponsabilidad» en su vida, a gente que no sabe lo que significa la palabra «conciliación». Es el primer paso. ¿Que podría haber dado cinco pasos más? Sí, pero el primer paso va delante. Y fue un buen paso, en la dirección correcta. Y yo no es que me sienta alejada del enfado feminista. Empatizo con él perfectamente. Las mujeres están hasta el gorro, con una precariedad brutal, viendo alrededor mil cosas que están pasando. Yo estoy igual, no sé cómo decírtelo, lo que pasa es que sé que hay que valorar las conquistas por pequeñas que sean. Hay que saber que no cambia una mentalidad en dos días y que en España avanzamos quizás de forma lenta pero inexorable. Y digo esto con conocimiento de causa, por lo mucho que me ha costado, y me está costando, a mí defender mi trabajo.
Como cuando un compañero te dijo que tu aspecto restaba credibilidad a tu investigación y te recomendó que te pusieras unas gafas falsas.
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Las mujeres tienen razones para estar enfadadas. Además de la desigualdad de salario y oportunidades, ¿sabes que, según un estudio de la dra. Sonia Ruiz García sobre el trabajo, una mujer española con hijos trabaja más si su marido está en casa que si está sola? Es apabullante. No me extraña que estén enfadadas. Pero evaluando la pieza de Évole hay que entender que el target son precisamente los hombres. Es a ellos a los que hay que dirigirse. Son ellos los que no están haciendo su trabajo doméstico. Por lo tanto, con el objetivo de llamar la atención, la elección del chico ese era perfecta: era de tu edad, con carrera, con su familia feliz. ¿Quién mejor te va a explicar lo que es la corresponsabilidad? Y luego, se le veía masculino. No perdía masculinidad por ello (un temor clásico de los hombres). Todo lo contrario, decías: «Mira qué mono, qué sexy, ojalá hubiera más hombres así» [risas].
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cosas no sirve para nada. Ya son suficientemente dramáticas. Lo que sirve para ganar es una buena argumentación, con datos y presión. Veo gente joven que, quizás porque son jóvenes, están como muy… Mira, un ejemplo: Jordi Évole hizo hace tiempo un programa que me encantó, sobre la conciliación. El hilo documental del programa era la vida de un chico, creo que catalán, profesor universitario, que había emigrado a Suecia. Se había casado con una sueca, habían tenido un hijo allí y explicaba cómo era la cosa aquí y cómo era allí, en Suecia. Los únicos hombres que salían en el programa eran Évole y él, y entonces algunas mujeres se enfadan porque el protagonista es un tío, les llaman «machirulos»… A ver: primero hay que tener en cuenta que es un programa para grandes audiencias, que tiene que enganchar, debe haber una historia y esa historia era muy buena (desde que escribo divulgación en El País de esto yo soy más consciente que nunca). Y, segundo, a través del entorno familiar de ese hombre corresponsable se entendía perfectamente que en un país bien organizado como Suecia la conciliación podía darse; que nadie trabajaba menos y a la vez la gente estaba feliz, que tenían familias y eran creativos, y que el país iba para adelante.
Me lo dijo un compañero de doctorado, pero me lo dijo también mi amante también doctorando. ¡Y no se conocían entre ellos! O me decían que iba vestida de tal forma y, no sé, lo mismo pensaban que tenía que llevar un burka, porque yo iba vestida de trabajo, sin marcar, sin escotes, sin colores… Pero sí, es esa percepción. En el fondo es lo mismo que lo de «Exmodelo gana Premio Anagrama». ¿Dónde enfocamos la mirada? ¿Qué tengo que hacer? ¿Cortarme el pelo como una monja? Hay que cambiar estos modos de ver. Una lectora me escribió el otro día y me dijo que después de leer mi libro había cambiado su percepción de las cosas. Y pensé: eso es exactamente lo que quería. Que tu mirada cambie, alterar tu visión. Me hizo mucha ilusión ese comentario. Y es una batalla desigual, porque es una batalla que yo libro contra la imagen pero con palabras. Las palabras son más lentas, entran de otra manera. Leer un libro es un lujo: tienes que sentarte, dedicarle mucho tiempo…
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¿Y qué es más competitivo, el mundo de la moda o el universitario? Hay dos mundos universitarios. El que yo viví en el Reino Unido no era competitivo en el mal sentido, era todo lo contrario. Te daban aire, te enseñaban a volar, te enseñaban a caer. Yo he tenido a David Bloor, que es una referencia mundial en la sociología del conocimiento científico, sentado una hora y media en mi despacho explicándome mis dudas sobre su pensamiento, tratándome de tú a tú. Hablándome de su trabajo, que está hipercomentado por el mundo. Con esto quiero decir que yo no he vivido nada competitivo en esos ambientes, quizás exceptuando Cambridge, donde estaba mi director de tesis. Allí los doctorandos quieren brillar. Los maestros eran muy generosos. Ahora, en España es otro mundo. Es un mundo más endogámico; hay gente buena, pero existen unas estructuras de poder muy cerradas. Luego, el mundo de la moda que yo viví no era tan competitivo como el de ahora. Otra cosa es que te usen y que te tiren como un trapo, que eso ha pasado siempre. A los veinticuatro años ya eres vieja y te dicen que te ven deteriorada. ¡A los veinticuatro años! Yo a esa edad me buscaba arrugas en un espejo. Y, claro, no las encontraba. Pero me sentía vieja, vieja, vieja. Esto es terrible, que a alguien joven se le haga sentir así. Y yo porque estaba metida en ese mundo específico, pero es igual. Que una chica de treinta o de treinta y pocos se empiece a sentir mal por su edad es enfermizo… Por otro lado, no me gusta el concepto de la tiranía de la belleza. ¿Que hay presión social? Sí, mucha y también mucha labor de seducción al servicio del producto. Pero siempre hay que tener en cuenta que todos tenemos una parcela, pequeña o grande —se va viendo y cultivando— de elección. Esto es Michel Foucault puro. Yo es que vivo en Michel Foucault, ¿sabes? [risas]. Vivo en esa paradoja: soy gracias a mis fronteras. Mis limitaciones me hacen posible y a la vez me condicionan. Habito esa autoconsciencia…
Será por eso que traes a colación en tu estudio la famosa fábula de los peces de David Foster Wallace.
Es buenísima esa historia. La puse porque un día hablaba con un diseñador muy famoso que me dijo: «Todo esto que dices son obviedades». Y pensé: «Habla el gran diseñador conocido, que toda su vida ha estado ahí. Él ya lo sabe, pero para la gente de fuera esto no es ninguna obviedad». Porque la gente se cree que lo que está viendo es de verdad, que esa chica modelo tiene esa vida, que ese vídeo que sale en la MTV es una fiesta de verdad. Yo era uno de esos pececitos que empezaba a nadar contra corriente, pero cuando estás mucho tiempo dentro de la corriente llegas a asumir tanto todo lo que te rodea, que el reto es salir y poderlo explicar. Y no es tan fácil. Bueno, a mí me ha costado muchos años de investigación y cuatro de escritura.
¿Cómo llegas a la obra de Judith Butler?
Tengo entendido que tu interés por las teorías del transgénero nace de tu propia percepción como modelo, ya que muchas veces tuviste que representar lo andrógino. La verdad es que esa sesión de fotos, de la que salió la portada del libro, la disfruté mucho, me pareció buenísima. Llegué como una adolescente con el pelo largo, así como muy normal, y salí de allí hecha una fiera: vestida de tío y con el pelo corto. Y aquello me enseñó a ser capaz de mostrar mi deseo, a expresar mi capaci-
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Al final de mi tesis conocí a Judith durante una master class en la Universidad de Utrecht. Con Rosi Braidotti, la organizadora, bromeaba diciendo que quizá deberían llamarlo una mistress class. Al feminizar el término, manifestaban cómicamente un doble estándar sexista: de maestro a ama y amante. Con ella descubrí que el sentido del humor no estaba reñido con el rigor académico. ¡Fue toda una revelación! Me pidió que le enviara mi tesis, que estaba ya casi terminada, y le gustó. Así se convirtió en mi mentora. Recomendó mi primer libro Transexualidad y la matriz heterosexual. Un estudio crítico de Judith Butler, me lo presentó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, la he traducido, me ha concedido varias entrevistas y siempre que viene a Barcelona nos vamos a cenar y, alguna vez, ¡también a bailar! Judith fue una de las personas que me convenció para que hablara de mí en mi estudio sociológico ¡Divinas!
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Llegué a ella un poco asustada, la verdad. Porque yo leía todo esto del sujeto posmoderno y la fragmentación, y pensaba: «Hostia, esto suena fatal» [risas]. Luego la empecé a leer y me costó un año entender qué decía, porque antes de entenderla a ella tuve que leer primero a los doce autores que ella da por supuestos, pero lo disfruté mucho. Comprendí que trabajaba en la estela de Foucault llevándolo un paso más allá. Yo sistematicé y reconstruí sus ideas filosóficas sobre la performatividad de género en términos de la teoría performativa de las instituciones sociales, desarrollada por sociólogos del conocimiento científico británicos. Tendí un puente intelectual entre la llamada tradición filosófica continental y la analítica anglosajona. Luego, de trabajo de campo, estudié a personas transexuales en el Reino Unido y en España como informantes de los lugares comunes culturales de género que rigen a todas las personas.
dad de decir: «Quiero a este tío. Este tío me gusta y voy a por él». Poner esa mirada de: «Voy a por ti», como una presa [risas]. Es un tipo de actitud que muestran más los hombres que las mujeres, y a mí, como mujer, me gustó mucho aprender eso. Tras esa sesión aprendí que podía sacar cosas nuevas de mí. Y luego, analizando a posteriori lo que ocurrió, me di cuenta de que esa actitud de deseo no cuadraba con la actitud clásica de feminidad. Aquello coló porque yo iba vestida de tío. Era como un mixmax de androginia. Luego Richard Avedon ha hecho performances así, con chicas que van con trajes de florecitas, de lo más normal, en plan aburriditas, y de repente se sientan con las piernas abiertas, y la tía mira con cara de depredadora a un tío que pasa con pantalones, sin nada por encima. Pero eso lo hace Avedon en Vogue; o sea, se atreve uno solo. Avedon dice algo nuevo, está permitiendo algo nuevo. Es como cuando en los ochenta se puso de moda para las chicas el posar con parada fuerte. Nos hacía sentir que estábamos haciendo algo autoafirmativo. Y eso hacía que, muchas veces, cuando me vestían de chica me sintiera incómoda, porque no me identificaba con esa feminidad, hasta el punto de sentirme transexual, totalmente ajena a esa imagen. Y es una sensación muy extraña, porque tú te miras al espejo y no te reconoces nunca. Una adolescente que utilice este trabajo como vía para explorarse a sí misma puede acabar despiezada. Puede acabar fragmentada, perdida y confusa.
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Defiendes la visión del cuerpo como medio de comunicación mediante el cual mostramos obediencia o rebeldía a las normas sociales. Desde ese punto de vista, ¿estar gordo no sería hoy la mayor rebeldía? No necesariamente. Hay gente obesa porque come mucha comida basura, y es porque tienen poco poder adquisitivo. Se van a McDonald’s a comerse una hamburguesa de un euro, y eso es fatal. Yo creo que lo verdaderamente transgresor es estar contento contigo mismo. Seas lo que seas, tengas la forma que tengas, te vistas como te vistas, seas rubia o canosa, seas gitana, negra o blanca, lo verdaderamente transgresor hoy día es estar bien. Es un acto de rebeldía y autoafirmación.
En Cómo ser mujer, Caitlin Moran arremetía contra esas revistas satíricas que se basan en señalar los defectos físicos de los famosos. Esas revistas son como una especie de transgresión pautada, y tienen un poco de sadismo vengativo con eso del «Argh» [risas]. Yo lo encuentro divertido, la verdad, porque es que hay que saber reírse también. Es como lo que te decía antes de cierto sector del feminismo que está enfadado todo el rato. Hay que intentar reírse de vez en cuando, para nuestro alivio y por salud mental. No para pasar, sino todo lo contrario, para poder seguir implicada sin morir en el intento. Sin amargarte. No se puede vivir todo el rato cabreada. Te amargas la vida y solo tenemos una. Yo también quiero ser feliz a pesar de todas las injusticias. No puedo luchar si no soy un poco feliz y no tengo la sensación de que vale la pena todo esto.
¿Y la cirugía estética? ¿Qué piensas de ella como fenómeno sociocultural creciente? Sabes el chiste ese de: «¿Y usted qué opina? Yo, o pino o abeto» [risas]. Se puede hablar tanto rato de esto… La historia de la cirugía estética ya llena muchos volúmenes en los estudios sociales de la tecnología. A mí personalmente me da un miedo terrible. Me da pánico. Hay una enfermedad, que te vas como obsesionando con esto de la cirugía. Es caro, es un producto de consumo más, pero su clientela son casi siempre mujeres: el 75-78 por ciento. De nuevo, ¿ves?, la presión social sobre el cuerpo de las mujeres, porque la feminidad se identifica más con el cuerpo y la masculinidad con el intelecto. Es increíble, esta asociación simbólica de la masculinidad y la feminidad. Y claro, la cirugía estética está ahí, pero en los hombres tiene un impacto minúsculo. Por eso admiro mucho a la gente que envejece bien. Desde que tengo treinta años me fijo en mujeres de cuarenta años para arriba y veo gente muy interesante. En el club de natación al que voy veo mujeres desnudas de todas las edades, y las miro como quien va a un museo de esculturas griegas, pero en movimiento. Miro a las deportistas jóvenes y a las mayores. Me encantan los cuerpos humanos, los encuentro fascinantes.
Ya que hablas de cuerpos, ¿qué opinión te merece FEMEN?
Me veo obligado a preguntarte por la anorexia y otros trastornos alimenticios, no solo porque se consideran una lacra en la profesión sino también por lo referente a la simbología del cuerpo. Yo no he visto casos de anorexia en la profesión. Los he estudiado, porque en mi época de modelo no estábamos tan delgadas. El problema es tomar una percha, una chica que es un cuerpo percha, cuya labor es mostrar un vestido sin llenarlo,
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Mira, te voy a contar una anécdota que te va a hacer reír: cuando yo tenía veinte años o así tenía un vespino. Y un día iba con mi amiga Elsa y un tío con una megamoto, en plan chulo, nos pega una cortada brutal. Se pasó. Y yo le pité y le dije: «¡Qué haces!». Y el tío, muy chulo, nos contestó mal. Y cuando me lo encontré en el semáforo, cogí mi camiseta y me la levanté. Y yo iba sin sujetador, ¿eh? Lo hice así como diciendo: «¿Qué pasa, tío?». Yo no sabía nada de las africanas y FEMEN no existía. Mi amiga se acuerda siempre de eso. Si me preguntas por qué lo hice, pues no lo sé. Fue una cosa que me salió de manera instintiva, en plan: «¿Qué te has creído, que porque somos dos mujeres puedes hacer eso y encima chulearnos?». No sé, fue una manera de decir: «Aquí estoy yo. Flamenca». De mostrar orgullo contra su desprecio. Y un poco también: «Mira lo que no vas a tener» [risas].
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Lo de protestar a cuerpo descubierto es que es una protesta tradicional de las mujeres africanas. De todas formas, no está claro lo de este grupo, ¿no? La verdad es que las he investigado poco y eso que me preguntan bastante, porque salen mucho en los medios y llaman la atención. Pero no sé si lo suyo es tan efectivo…
como un ideal de identidad femenina. Esta «idolización» de la modelo es fruto de una deconstrucción de la identidad que vivimos a través del consumo de productos relacionados con el cuerpo. Es una cuestión socioeconómica y política. La delgadez del ideal en que se ha convertido a la modelo tiene como consecuencia un aumento de los cuadros atípicos de anorexia y bulimia, gente que se preocupa mucho de la comida, pero los cuadros típicos siguen existiendo. Esos se conjugan con algo más, pues las personas que los sufren suelen tener un carácter muy autoexigente. El ideal de la modelo de moda sí que tiene un efecto, tiene una gran incidencia. La gente de la moda tiene mucha prevención contra esta acusación. Un modo de comprender mejor esta situación es preguntarse, como hago en mi investigación, por qué esta figura del modelo ocupa un lugar simbólico tan prominente. ¿Qué factores sociales, económicos y culturales se han puesto en juego para que la modelo haya pasado de ser la profesional socialmente desprestigiada de inicios del XX a convertirse en ideal aspiracional para tantas jóvenes, objeto de deseo y fetiche de poder masculino? Estas son las preguntas a las que yo respondo con datos.
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¿Cómo valoras el crecimiento de los movimientos de reivindicación de una maternidad natural? Yo ya solo de pensar en parir me muero de miedo. Natural o no natural. Me da pánico. Creo que son muy valientes las mujeres que paren. ¿Sabes cuál es la principal causa de muerte de las mujeres en el mundo, ahora en 2016? El parto. ¿Sabes que hay una hormona para que te olvides del dolor? Conozco una mujer que parió al natural sin dolor. Esto es un caso excepcional, pero demuestra que es posible. Es una chica hippie de una familia bien. Bueno, de estos hippies que se fueron a Ibiza. Y parió en una casa payesa sin agua corriente ni luz eléctrica. Con un americano que hacía partos naturales. No sé cómo tuvo narices de atreverse a parir en esa casa. Lo que me contó fue tan bonito… Le entró un subidón, e iba diciendo: «¡Abrid las ventanas, abrid las ventanas!», y fue megaorgásmico. Y me lo creo a pies juntillas porque la conozco. Pero vamos, reconozco que esto de la maternidad es un mundo que lo siento muy ajeno.
Eres firme defensora de la moda sostenible. Te adscribes de hecho a la corriente Fashion Revolution. ¿En qué tiendas o marcas no deberíamos comprar nunca por motivos éticos? No puedo responder a esto. Se produce en condiciones injustas, con un beneficio exageradísimo. Son injustas, no dejan sindicarse a las trabajadoras, todo es insostenible, esto lo tenemos claro. Y sabemos cuáles son esas marcas, y sabemos que mucha gente o compra en esos sitios o no tiene donde vestir a sus hijos. Y no menciono las marcas porque no hay una sola y no puedo decirlas todas. Por ejemplo, Inditex subcontrata. Algunas de estas subcontratas están funcionando bien y otras no. Tendemos a pensar que lo que está ocurriendo es que están explotando a la gente para conseguir un margen de beneficios absolutamente desmesurado. Por un lado hay gente que necesita vestirse, y por otro hay gente a
la que le gusta cambiar mucho de ropa, y por otro lado hay gente que necesita trabajo. Y en medio está un tío que crea un auténtico imperio y democratiza la moda, en el sentido de que queríamos todos vestirnos con cosas bonitas y no teníamos dinero para pagarlas y ahora sí. Tengo claro que ecológicamente es insostenible, productivamente es insostenible, las condiciones de trabajo son insostenibles, pero no puedes decir este o aquel son los culpables. Si Zara vende también es porque la gente está matándose por conseguir una chaqueta amarilla que alguien pone de moda en Instagram. Entonces, creo que, además de los productores, debe señalarse la corresponsabilidad de los consumidores.
¿Cuál crees que es el origen de este consumismo brutal que padecemos? La actual sociedad del consumo empieza a gestarse a mediados del XIX. Una serie de factores económicos, sociales y políticos concurren con nuestro gusto por la novedad. ¿Qué ocurre? Que estamos rodeados de buenos diseñadores. Hacen cosas muy chulas todo el rato. Y el tener algo nuevo te hace sentir en sintonía, te da marcha, ¿sabes? Lo deseas. Y te lo pones y dices: «Molo, estoy conectada al presente». Además de entender la evolución y las razones históricas, me parece importante poner el énfasis en esta reflexión desde dentro, decirte: «A ver, ¿por qué te has vuelto a comprar tal cosa si no te hace falta?».
Mira, mi sobrino, tiene cerca de veinte años, es guapísimo. Alto, delgado y tiene el tipo de modelo de moda. Es muy bello, en serio. Está estudiando Arquitectura en Lille, al norte de Francia. ¡Divinas! está dedicado a él y a un niño etíope también bellísimo. Bien, pues mi sobrino, que ha leído mi libro, me explica que le pararon en el metro y le preguntaron si quería hacer de modelo, que tendría mucho trabajo. Y yo le pregunté: «¿Qué les has dicho?». «Que no. Porque me han dicho que vaya a la agencia para que me midan, y yo no quiero que me midan» [risas]. ¡Lo tenía claro a la primera! Sabía que lo iban a tratar como a un pollo. Así es: en la agencia te van a pesar, te van a medir y te van a criticar; te van a vender y te van a comprar y tú tienes que estar dispuesto a eso, a objetivar tu cuerpo, a ser un producto. Pero vamos, ahora en serio, si alguien de esa edad me dijera que quiere ser modelo, le diría: «Lee ¡Divinas!».
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Pues observaría su aspecto físico, vería si tiene las cosas claras y valoraría qué alternativas tiene. Si me dice que la han llamado de no sé qué agencia poderosa y que le garantizan ganar un pastón en dos años, pues le diría que fuera acompañada por alguien de confianza, que cogiera el dinero y luego corriese.
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¿Qué le dirías a una chica de, pongamos, quince o dieciséis años que decidiera abandonar sus estudios para dedicarse a ser modelo?
BIBLIOGRAFÍA BIBLIOGRAFÍA
Angulo, E. (2000). Clonación ¿se admiten apuestas? En Nueva enciclopedia del mundo: apéndice siglo XX (vol. 41, pp. 620-622). Bilbao: Instituto Lexicográfico Durvan. Argentina. Ministerio de Cultura y Educación. Biblioteca Nacional de Maestros. (1996). Base de Datos Bibliográficas [CD-ROM]. Buenos Aires: Autor. Borda, G. A. (1998). Manual de contratos (18a ed.). Buenos Aires: Perrot. Bordieu, P. (2001). Las estructuras sociales de la economía (Trad. H. Pons). Buenos Aires: Manantial. Buenos Aires (provincia). Municipalidad de Cañuelas. (1994). Aprovechamiento, tratamiento y disposición final de los residuos. Cañuelas: Autor. Casal, J. (Director). (2003). Mujeres y poder: a través del techo de cristal [DVD]. Valencia: Universidad de Valencia.