Marcelito número 71. La piñata

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No. 71 DICIEMBRE / 2017

Año 5

PEIDA - UAZ

La piñata


2 Cuentos, fábulas, leyendas, mitos hechos por niños y niñólogos. Dile a tu papá o a tu mamá que TODAS las noches te cuenten algo de esa sección antes de dormir.

EL ZAPATERO Y EL DUENDE Hace mucho, pero mucho tiempo, vivía en un país lejano un humilde zapatero que por cuestiones del destino llegó a ser muy pobre. Tan pobre era que llegó un día en que sólo pudo reunir el dinero suficiente para comprar el cuero necesario para hacer un par de zapatos. —No sé qué va a ser de nosotros —le decía a su mujer—. Si no encuentro un buen comprador o cambia nuestra suerte no podré seguir trabajando y tampoco tendremos dinero para comer. Cortó y preparó el cuero que había comprado con la intención de terminar su trabajo al día siguiente. Después de una noche tranquila, llegó el día y el zapatero se dispuso a comenzar su trabajo cuando de repente descubrió sobre la mesa de trabajo dos preciosos zapatos terminados. Estaban cosidos con tanto esmero y con puntadas tan perfectas que el pobre hombre no podía dar crédito a sus ojos. Tan bonitos eran que apenas entró un cliente, al verlos, pagó más de su precio real por comprarlos. El zapatero no podía creerlo y fue a contárselo rápido a su mujer: —Con este dinero podremos comprar el cuero suficiente para hacer dos nuevos pares de zapatos. Como el día anterior, cortó los moldes y los dejó preparados para terminar el trabajo al día siguiente. De nuevo se repitió el milagro y por la mañana había cuatro zapatos, cosidos y terminados, sobre su banco de trabajo. Por suerte, esta vez entraron varios clientes a la zapatería y estuvieron dispuestos a pagar buenas sumas de dinero por un trabajo tan excelente y unos zapatos tan bonitos. La historia se repitió otra noche y otra más y siempre ocurría lo mismo. Pasó el tiempo, la calidad de los zapatos del zapatero se hizo famosa y nunca le faltaban clientes en su tienda,

LAS LUCES Y UN DESEO MÁS

ni monedas en su caja, ni comida en su mesa y comenzó a tener un buen pasar. Ya se acercaba la Navidad cuando comentó a su mujer: —¿Qué te parece si nos escondemos esta noche para averiguar quién nos está ayudando de esta manera? —A ella le pareció buena la idea y esperaron escondidos detrás de un mueble para descubrir quién les ayudaba. Daban doce campanadas en el reloj cuando dos pequeños duendes desnudos aparecieron de la nada y, trepando por las patas de la mesa, alcanzaron su superficie y se pusieron a coser. La aguja corría y el hilo volaba y en un santiamén terminaron todo el trabajo que el hombre había dejado preparado. De un salto desaparecieron y dejaron al zapatero y a su mujer estupefactos. —¿Te has fijado en que estos pequeños hombrecillos que vinieron estaban desnudos? Podríamos confeccionarles pequeñas ropitas para que no tengan frío —le dijo al zapatero su mujer. Dejaron colocadas las prendas sobre la mesa en lugar de los patrones de cuero y por la noche se quedaron tras el mueble para ver cómo reaccionarían los duendes. Dieron las doce campanadas y aparecieron los duendecillos. Al saltar sobre la mesa parecieron asombrados al ver los trajes y cuando comprobaron que eran de su talla, se vistieron y cantaron: “¿No somos ya dos chicos bonitos y elegantes? ¿Por qué seguir de zapateros como antes?”. Y tal como habían venido, se fueron. Saltando y dando brincos, desaparecieron. El zapatero y su mujer se sintieron muy contentos al ver a los duendes felices. Y a pesar de que, como habían anunciado, no volvieron nunca más, no los olvidaron, porque gracias a ellos habían podido estar mejor y ser muy felices.

Hermanos Grimm

Hace algún tiempo existió un pueblo llamado El Valle. Ahí vivían muchas personas amables y felices; había una escuela, un río, un pozo y muchos lugares muy bonitos. Junto al río había una casa. Ahí vivían un niño llamado Diego y su mamá. Diego era hijo único, y su papá nunca estaba. Él trabajaba lejos y muy pocas veces podía visitarlos. Cuando Diego cumplió 18 años, quería viajar y explorar otros lugares; la madre de Diego no quería dejarlo ir, pues se quedaría sola. Un día Diego y ella pelearon muy fuerte. Diego salió de la casa apresurado; eran las 2:00 am, llovía y los rayos que caían eran enormes. Lleno de coraje, corrió hasta una cueva en lo alto de la montaña. Cuando se llegaban las 3:00 am, unas extrañas luces bajaron de los cielos y le hablaron a Diego; él no entendía lo que sucedía y, sin pensarlo, pidió un deseo: “Quiero vivir lejos de mi mamá, de todos, no quiero estar con nadie”. A la mañana siguiente despertó; se sentía normal. Cuando fue por agua para lavarse la cara, se dio cuenta de algo: ya no era el mismo, era un feo y horrible monstruo, con cabello largo, dientes afilados, uñas largas y feos ojos. —¡Por Dios! ¿En qué me he convertido? —gritó. Llenó de desesperación, corrió a su casa sin entender nada.

Al llegar entró muy espantado. La madre, sentada en el sillón, esperaba a su hijo. Al despertar por tanto alboroto, vio a aquel monstruo entrar por la puerta y fue tan grande el susto que terminó por desmayarse. Diego sabía que era un monstruo y ahora no podía regresar a su casa nunca más… Diego vivió mucho tiempo encerrado en aquella cueva; estaba muy triste. Cuando a escondidas veía a los demás jóvenes de su edad que se divertían, él la pasaba triste y deprimido. Él quería tener la solución para volver a ser un muchacho normal y poder ir a la escuela, salir con sus amigos. Una noche fría y más oscura que nunca, en la que las nubes no dejaban ver la hermosa luna, empezó una tormenta como la de aquel día. Diego se quedó dormido con el sonido de la lluvia. Al dar las 3:00 am, bajaron las luces y le preguntaron: —¿Has aprendido que se necesita convivir con las personas? —Sí. Por favor, ayúdenme a regresar a casa. Quiero todo como antes —Vas a tener que prometer que nunca más vas a odiar tu vida ni tu familia —¡Lo prometo! Las luces hicieron su magia y lo regresaron a la normalidad.

María Ivonne Ruíz / 11 años / Zacatecas

LA SIRENITA MÁGICA Había una vez una sirena que tenía una varita mágica con la que cumplía todos los deseos a sus amigas sirenas. Pero un día se le perdió la varita. Cuando las sirenas fueron a pedir un deseo se molestaron y se fueron enojadas porque había perdido la varita, y ya no le volvieron a hablar. La sirena fue a la casa de las sirenas y no le abrían porque ya sabían que era ella. Pasó un rato y al fin le abrieron y le dijeron: “¿Qué

quieres?”. Ella dijo: “Ya encontré la varita mágica, amigas sirenas”. Ellas le dijeron: “No, ya no vamos a ser tus amigas porque ya no nos quieres”. La sirena contestó: “No es así; solo les dije que no podía ayudarlas porque perdí mi varita mágica, pero ya la encontré y podremos volver a pedir deseos”. Y volvieron a sonreír. Se disculparon y siguieron pidiendo buenos deseos para los demás.

Valeria Yoselín García Trancoso / 10 años / Guadalupe

Carmen Lira Saade / Dir. General Raymundo Cárdenas Vargas / Dir. La Jornada Zacatecas

Coordinación del suplemento: Magda Collazo Fuentes / Marcelito “El niño preguntón” / Martín Letechipia Alvarado / José Antonio Sandoval Jasso /

Consejo Editorial: Jael Alvarado Jáquez / Arte, lecturas y otras aventuras Verónica Santoyo García / Buzón azul Mariana Saldivar Frausto / Nehua y la salud Saúl Antonio Villalpando Dávila / Cine

Iván López / Música


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Ilustración: Jonatan Aarón Piña García

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4 TALLER DE PLÁSTICAS DE TACOALECHE


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El origen de

las piñatas ¿Alguna vez te has preguntado de dónde salieron las piñatas o quiénes fueron los primeros en hacerlas? En una primera impresión podemos pensar que tienen su origen en el pueblo mexicano. Lo que se viene a mi mente cuando pienso en una piñata son coloridas formas de animales, llenas de flecos de papel. Pues resulta que son de origen asiático.

Un poco de historia El pueblo chino fue el que primero creó y utilizó la piñata, para los festejos de año nuevo, que coincidían con el comienzo de la primavera y con los tradicionales rituales relacionados a la agricultura. Con formas de animales (vacas y bueyes), se llenaban con varios tipos de semillas y se cubrían con papeles de colores a fin de atraer buen clima para la siguiente temporada. Se cree que fue Marco Polo quien, durante sus viajes en el siglo XIV, llevó a Europa la idea de la piñata. Italianos y españoles la adaptan a la religión cristiana y se comienza a utilizar en las fiestas de la Cuaresma, haciéndola parte de celebraciones y bailes. Viaja con los colonizadores a América, donde ya existía un rito similar en las civilizaciones locales. Los siete picos de las piñatas mexicanas simbolizan los siete pecados capitales; los dulces y sorpresas simbolizan las tentaciones; el palo o barrote que se utiliza para romperla, la virtud o fe ciega (por eso se vendan también los ojos). Se golpea la piñata hasta romperla, y así se derrotan el mal y las pasiones de la vida terrenal.

La piñata y las fiestas Con el tiempo, y como sucedió con otras tradiciones originadas en festejos religiosos, la piñata pasó a formar parte de fiestas populares en México, como los cumpleaños. Hoy las piñatas son elementos decorativos y motivo de entretenimientos para los niños que participan en estos eventos.

Fuente: Lula Aldunate. <https://www.aboutespanol.com/ el-origen-de-las-pinatas-1278503>.


6 EL GIGANTE EGOÍSTA ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES

Era un Gigante egoísta… Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás. —¡Qué dichosos éramos allí! —se decían unos a otros. Cuando la primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban y los árboles se olvidaron de florecer. Solo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida. Los únicos que ahí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha. —La primavera se olvidó de este jardín —se dijeron—, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año. La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas. —¡Qué lugar más agradable! —dijo—. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también. Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo. —No entiendo por qué la primavera se demora tanto en llegar aquí —decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco—, espero que pronto cambie el tiempo. Pero la primavera no llegó nunca, ni tampoco el verano. El otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno. —Es un gigante demasiado egoísta —decían los frutales. De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles. Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era solo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas. —¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la primavera —dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana.

Oscar Wilde Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos. —¡Qué felices somos aquí! —se decían unos a otros. Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín. —¿Qué hacen aquí? —surgió con su voz retumbante. Los niños escaparon corriendo en desbandada. —Este jardín es mío. Es mi jardín propio —dijo el Gigante—; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí. Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:

¿Y qué es lo que vio? Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Solo en un rincón el invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse. —¡Sube a mí, niñito! —decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño. El Gigante sintió que el corazón se le derretía. —¡Cuán egoísta he sido! —exclamó—. Ahora sé por qué la primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños. Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho. Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en invierno otra vez. Solo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la primavera regresó al jardín. —Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos —dijo el Gigante, y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro. Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás. Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante. —Pero, ¿dónde está el más pequeñito? —preguntó el Gigante—, ¿ese niño que subí al árbol del rincón? El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso. —No lo sabemos —respondieron los niños—, se marchó solito. —Díganle que vuelva mañana —dijo el Gigante. Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigan-

te se quedó muy triste. Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él. —¡Cómo me gustaría volverlo a ver! —repetía. Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín. —Tengo muchas flores hermosas —se decía—, pero los niños son las flores más hermosas de todas. Una mañana de invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el invierno pues sabía que el invierno era simplemente la primavera dormida, y que las flores estaban descansando. Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró… Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus

ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos. Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira y dijo: —¿Quién se ha atrevido a hacerte daño? Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies. —¿Pero, quién se atrevió a herirte? —gritó el Gigante—. Dímelo, para tomar la espada y matarlo. —¡No! —respondió el niño—. Estas son las heridas del Amor. —¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? —preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo: —Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso. Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.


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cuando ocurre la primera aparición de la Navidad o algún elemento navideño como protagonista de una producción cinematográfica. En un breve cortometraje del inglés George Albert Smith se ve a Santa Claus (o papá Noel) bajar por una chimenea y dejar regalos a un par de niños, luego desaparece (por cierto, en su momento esa desaparición representó toda una innovación cinematográfica). A partir de la década de 1920 hubo varias producciones relacionadas con la Navidad, la mayoría pensadas para estrenarse en esas fechas; todas hacen hincapié en lo importante de la festividad; algunas contaron con guiones originales; otras fueron adaptaciones, de las cuales, probablemente Cuento de Navidad de Charles Dickens es la historia más llevadas

Un gigantesco y decembrino saludo para todos los que nos acompañan en este espacio dedicado al séptimo arte. El día de hoy quisiera platicar un poco de las pelis que si bien no forman parte de un género se asocian con estas fechas: me refiero a las películas navideñas. La época navideña suele ser un momento del año que se asocia con la paz, el amor, la familia y los buenos deseos, lo que ha sido así desde hace varios siglos; con la creación del cine era evidente que tarde o temprano también se asociaría. 1898 es probablemente

Los villancicos

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a la pantalla con un sin fin de adaptaciones, desde dibujos animados, cine mudo, musicales, entre otros. Hablar de cine navideño me llevaría libros completos, pues cada país se ha encargado de ampliar el acervo, que año con año aumenta: comedias románticas, animadas, algo de terror, psicológicas, suspenso, pero en todas ellas dentro de los festejos de la Navidad. No profundizaré más en el tema, a fin de cuentas creo que todos conocemos algunas. ¿Qué película navideña es tu preferida? Me despido, enviándoles un enorme abrazo navideño y esperando que 2018 les traiga muchos buenos momentos, muchas visitas al cine y disfrutar muchas películas. ¡Hasta el próximo año!

Por IvanovŠØ•

El villancico es una forma musical y poética tradicional de España, Portugal y América Latina, muy popular entre los siglos XV y XVII. Los villancicos eran originariamente canciones profanas, de origen popular, con estribillo y armonizadas a varias voces. Posteriormente comenzaron a cantarse en las iglesias y a asociarse específicamente con la Navidad. Actualmente, tras el declive de la antigua forma del villancico, el término denomina simplemente un género de canción cuya letra hace referencia a la Navidad y que se canta tradicionalmente en esas fechas.

La guarda ribera, Dios guardó del lobo a nuestra cordera. El lobo rabioso La quiso morder, Mas Dios poderoso La supo defender, Quizole hazer que No pudiesse pecar, Ni aun original Esta virgen no tuviera. La guarda ribera, Dios guarde del lobo a nuestra cordera.


8 Amigos lectores: En esta temporada decembrina, Buzón azul y los colaboradores que apoyan esta sección les deseamos mucha felicidad y muchas cosas buenas para el siguiente año, en el que esperamos seguir compartiendo historias y haciendo nuevos amigos. De regalo, les tenemos para este número la historia que inspiró a Daniela Santoyo una de las pinturas que hizo el colectivo de los niños artistas de la quintas para la Navidad del 2014. Daniela es laudera de profesión; es decir, fabrica instrumentos musicales de cuerda frotada; también es creadora de joyería, músico y empresaria. Hoy, lectora y amiga de Marcelito. Esta es su historia: El canto de Navidad Irene era una niña muy inquieta que amaba la música y pasar el rato con sus amigos. Desde los cuatro años tocaba el violín. Llevaba algunos meses preparándose, como cada año, para el gran recital navideño. Todos los días ensayaba en su casa preparando algunos villancicos en su violín, que le dedicaría al Niño Dios. Eran los primeros días de diciembre e Irene se sentía muy contenta pues ya estaba lista para el recital. Una mañana, al levantarse, se llevó una gran sorpresa cuando se asomó por la ventana: la calle estaba cubierta por una hermosa capa blanca ¡era nieve! Irene salió de prisa a jugar con sus amigos antes de que la nieve se derritiera. Jugaron a deslizarse, hicieron una guerra de bolas de nieve y, no podía faltar, su monito de nieve, al que nombraron Don Jelipe, con su gran nariz de zanahoria y ojos de botón. Fue una mañana maravillosa y llena de diversión pero la nieve se derritió e Irene y sus amigos se apuraron a regresar a sus casas a comer. Con los zapatos llenos de nieve, Irene resbaló al entrar a su casa y se golpeó en uno de sus brazos y comenzó a llorar. Al escuchar su llanto, su mamá fue con ella y notó qué se había fracturado su brazo. Cuando llegaron al hospital, el doctor le puso yeso y le dijo que estaría así durante todo un mes y que después se pondría bien, pero eso significaba que Irene no podría tocar el violín en su recital. Pasó una semana y los amigos de Irene estaban preocupados porque no quería salir de su casa y se le veía muy triste por no poder tocar su violín. La música era lo que más le gustaba a Irene y ese recital navideño era muy especial para ella. “¿Qué podemos hacer para hacer sentir mejor a Irene?”, se preguntaban sus amigos. Se los ocurrió hacer un coro entre ellos y cantar los villan En Nochebuena, Irene se encontraba acostada en su cuarto cuando oyó una tonadita que le resultó familiar; venía de la calle y era muy bella. Irene se asomó por su ventana y vio a sus amigos cantando afuera de su casa. Bajó sorprendida a abrirles la puerta y empezó a cantar con ellos; en ese momento se dio cuenta de que su canto también se lo podía dedicar al Niño Dios y que lo importante de la música era que siempre saliera del corazón. Y así, con sus amigos se fue a cantar afuera de las casas de toda la colonia para llevarles la alegría de la música y la navidad.

Arte, lecturas y otras aventuras ¿Dónde nace el Año Nuevo? Muchos de los habitantes de Zacatecas lo sabemos, porque desde niños nos lo cuentan, que el Año Nuevo nace en la Bufa. Ahí mismo muere el Año Viejo, que es un ancianito barbón y encorvado, ya algo cansado de su largo transcurrir de 365 días. En las entrañas del cerro de la Bufa, sabemos, hay una inmensa gruta cubierta de oro, plata y joyas valiosísimas. Esta cueva es custodiada por unos gnomos, quienes resguardan el tesoro más valioso de su interior: cientos de bebés, que están destinados a ser algún día el Año Nuevo.

Hace más de medio siglo el escritor, periodista e historiador Filiberto Soto Solís escribió un cuento para sus nietos en el que relata las tareas de estos gnomos y cómo eligen al bebé más fuerte y sano para que sea el Año Nuevo. Es un cuento que ha trascendido por generaciones y ha llegado a ser parte de las tradiciones zacatecanas. Hay una versión sonora, bellamente narrada y ambientada, en este sitio de Internet. Escúchalo, disfrútalo y compártelo en estas fiestas de Año Nuevo <https://www.ivoox.com/3924128>.


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