Libro final dr elmer

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ELMER ROBLES ORTIZ

CÁTEDRA ANTENOR ORREGO


TRUJILLO, PERÚ


CÁTEDRA ANTENOR ORREGO Autor - Editor © Elmer Robles Ortiz Calle Wilfredo Torres Orteaga 1197, Los Jardines Teléfono: 044-249704 Correo electrónico: ero_2502@hotmail.com Trujillo, Perú

Cuarta edición: Marzo de 2016 Tiraje: 1 200 ejemplares

Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú, Nº ??????????? ISBN N° 978-612-00-1865-1

Impreso en: Inversiones Gráficas G&M SAC - San Martín 674 Teléfono: 044-223347 - ventas@graficalittons.com - Trujillo, Perú

Diseño y diagramación: Rodolfo Aldo - ideasconvicción@gmail.com Imagen de la carátula: Monumento a Antenor Orrego (UPAO)

Derechos reservados conforme a ley. Prohibida la reproducción, almacenamiento, o trasmisión total o parcial de esta obra, por cualquier medio, ya sea electrónico, quí- mico, mecánico, óptico, de grabación, de fotocopia u otro, sin la previa y expresa autorización del autor.


ÍNDICE PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN

11

PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN

13

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

17

PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN

21

CAPÍTULO I LA EFIGIE DEL PERSONAJE

27

1. FACTORES INFLUYENTES EN EL SURGIMIENTO DEL “GRUPO NORTE” EN TRUJILLO

28

EL ANARCOSINDICALISMO

28

LA REVOLUCIÓN MEXICANA

30

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

33

LA REVOLUCIÓN RUSA

34

LA REFORMA UNIVERSITARIA

36

LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA Y TECNOLÓGICA

38

LA REALIDAD NACIONAL

39

LA REALIDAD LOCAL Y REGIONAL

43

2. EL GRUPO NORTE Y LA GENERACIÓN DEL CENTENARIO

49

DIRECCIONES INTELECTUALES DEL GRUPO NORTE

65

PRODUCCIÓN DE ESTE MOVIMIENTO INTELECTUAL

66

PRODUCCIÓN DE ORREGO

69

PERFIL DE ANTENOR ORREGO

70

ANÉCDOTA

77

ACTIVIDADES

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5


CAPÍTULO II EDUCACIÓN, LITERATURA E IDENTIDAD CULTURAL

81

1. ORREGO, EDUCADOR

82

2.IDEAS EDUCACIONALES

86

DEFINICIÓN Y FINES

86

CONTENIDOS DE APRENDIZAJE

90

AGENTES EDUCATIVOS

91

ESTRATEGIAS DEL PROCESO DE ENSEÑANZA-APRENDIZAJE

95

LA UNIVERSIDAD Y SU MISIÓN

98

UNIVERSIDAD Y PUEBLO

104

EDUCACIÓN, CULTURA Y POLÍTICA

106

3.LABOR RECTORAL

110

4.RASTACUERISMO INTELECTUAL

114

5.MENSAJE A LA JUVENTUD

119

A LAS NUEVAS GENERACIONES DEL PERÚ Y DE AMÉRICA

121

VIDA Y PELIGRO

123

6.TEXTOS LITERARIOS “MI ENCUENTRO CON CÉSAR VALLEJO”

125

PRÓLOGO A “TRILCE”

133

PRÓLOGO A “EL LIBRO DE LA NAVE DORADA”

137

7.EL SIMPOSIO DE CÓRDOBA

141

8.PERIODISMO Y LITERATURA

144

ANÉCDOTA

146

ACTIVIDADES

148

CAPÍTULO III 6

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FILOSOFÍA, ARTE Y CIENCIA

153

1. ACERCA DE LA FILOSOFÍA

154

¿QUÉ ES UNA FILOSOFÍA?

¿CUÁL ES LA FUNCIÓN DE PENSAR?

2. ACERCA DE LA ESTÉTICA

156 160

ESTÉTICA

166

3. ACERCA DE LA ÉTICA

169

ÉTICA

173

PECADO Y SANTIDAD

174

4. ACERCA DEL ARTE Y DE LA CIENCIA

177

DE LA ENFERMEDAD A LA SALUD. NECESIDAD DE UN DISTINTO EQUILIBRIO ESPIRITUAL

180

ANÉCTODA

192

ACTIVIDADES

193

CAPÍTULO IV INTEGRACIONISMO LATINOAMERICANO

195

1. AMÉRICA LATINA

196

2. INTEGRACIÓN POLÍTICA

202

3. INTEGRACIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL

212

4. INTEGRACIÓN EDUCATIVA Y CULTURAL

216

5. VIGENCIA DE LA TEORÍA DE LOS PUEBLOS-CONTINENTE:

221

PROCESOS INTEGRACIONISTAS EN EL MUNDO DE HOY

221

5.1. PROCESOS DE INTEGRACIÓN EN AMÉRICA LATINA INTEGRACIÓN CENTROAMERICANA INTEGRACIÓN DEL CARIBE

224 224 225

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7


ASOCIACIÓN LATINOAMERICANA DE INTEGRACIÓN

226

SISTEMA ECONÓMICO LATINOAMERICANO

227

PARLAMENTO LATINOAMERICANO

227

COMUNIDAD ANDINA

229

CONVENIO ANDRÉS BELLO

233

UNIÓN DE UNIVERSIDADES DE AMÉRICA LATINA

234

PARLAMENTO AMAZÓNICO

235

MERCADO COMÚN DEL SUR

235

UNIÓN DE NACIONES SURAMERICANAS

236

5.2. PROCESOS SIMILARES EN OTRAS PARTES DEL MUNDO

237

ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

237

UNIÓN EUROPEA

238

CHINA

242

INDIA

243

RUSIA

244

PAÍSES ÁRABES

245

PAÍSES AFRICANOS

245

CONSEJO ECONÓMICO DE LA CUENCA DEL PACÍFICO

246

AUSTRALIA

248

INDONESIA

248

6. PENSAMIENTO ORREGUIANO VIVO SOBRE INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA 249 EL DESGARRÓN HISTÓRICO

249

EL ESTADO MUNDIAL INDOAMERICANO

252

TEORÍA DE LOS GÉRMENES HISTÓRICOS

253

ANÉCDOTA ACTIVIDADES

257 259

CRONOLOGÍA

261

8

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EPÍLOGO

277

LA PROFECÍA DEL AMAUTA

277

BIBLIOGRAFÍA

281

CÁTEDRA ANTENOR ORREGO

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PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN En tiempo menor que las anteriores ediciones, la tercera se ago- tó antes de culminar el año 2015. Y como lo anunciáramos, en dicho año continuaron los tributos de homenaje al Grupo Norte y a Orre- go. La revista Pueblo Continente, órgano oficial de la Universidad Privada Antenor Orrego, publicó una sección especial con las po- nencias del Simposio Vigencia y Mensaje del Grupo Norte, realiza- do el 2014; la IV Feria Internacional del Libro de Trujillo (diciembre de 2015) fue concebida de modo expreso en homenaje a dicho gru- po; y programó un conversatorio sobre el mismo en el que partici- pamos: Ricardo González Vigil, Eduardo González Viaña, Teodoro Rivero Ayllón y el autor de esta obra. Asimismo, los auditorios de dicho evento fueron bautizados significativamente con nombres de Estación Primera, La Nave Dorada y Paco Yunque, en alusión a cono- cidas obras de Orrego, Spelucín y Vallejo, respectivamente. Y un periódico preparado por la comisión municipal organizadora de la feria, publicó nuestro artículo “Grupo Norte, nueva voz ante la his- toria”. Además, por nuestra parte, y según lo previsto, entregamos el libro titulado Anecdotario del Grupo Norte, editado por el Fondo Editorial UPAO, cuya presentación la hicimos, precisamente en la feria referida. Y por iniciativa de docentes y estudiantes, la citada universidad –como el año anterior- realizó concurridos foros sobre el pensamiento orreguiano en los que participaron alumnos, pro- fesionales externos y catedráticos. Por otro lado, la revista Norte, del Instituto de Estudios Vallejianos de la Universidad Nacional de Trujillo, correspondiente al mismo año 2015, también incluyó refe- rencias al centenario del grupo que tuviera por espontáneo men- tor a Antenor Orrego, tal el caso de nuestro texto “El Grupo Norte vivo: anecdotario de una generación histórica”. CÁTEDRA ANTENOR ORREGO

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Al parecer, se va tomando conciencia de los valiosos aportes surgidos desde Trujillo alrededor de su emblemático Grupo Nor-

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te, cuyos miembros comenzaron educándose y conociéndose a sí mismos para explorar su realidad local, regional y nacional, pero indesligable del ámbito planetario, y adentrarse en nuestra identidad. Desde la intrahistoria, desde la realidad telúrica y magnética, como diría Vallejo, elevaron su voz de creadores de cultura y de transformación social. Aunque unos han logrado mayor dimensión que otros, todos dejaron un mensaje colectivo. Su obra ha tramon- tado el tiempo en el que vivieron. Y su reconocimiento se abre paso. Los bienes y las glorias de la vida, o nunca vienen o nos llegan tarde, había escrito Manuel González Prada en uno de sus poemarios. Así, la gloria de la pléyade del Grupo Norte y de Antenor Orrego, en particular, irá en ascenso. Los estudios de los campos literario, filosófico, educativo y otros sobre nuestro Amauta llegan a veces de repente. El presente libro no es más que una visión panorámica y multilateral de la obra orreguiana, destinada principalmente para los jóvenes interesados en el conocimiento de la polifacética producción del autor de Pueblo-Continente. Muchas gracias a todos los lectores de estas páginas; por ellos nos sentimos incitados a continuar en esta tarea. Trujillo, 25 de febrero de 1916.


PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN Antenor Orrego se refiere en diversos escritos al Grupo Norte no solo como un conjunto de jóvenes inquietos por la creación y difusión de la cultura, sino como todo un movimiento intelectual, cuyos inicios los ubica en 1914, cuando en el departamento de José Eulogio Garrido se realizaron las primeras veladas y cuyo vocero fue entonces la revista Iris, que acogió los primeros textos de la naciente pléyade de cultores del intelecto. El núcleo germinal, todavía heterogéneo por la diferente formación literaria y la edad, pronto se seleccionó y amplió con la incorporación de diversos jóvenes es- critores y estudiantes universitarios, hasta aglutinar a la fresca pero vigorosa intelectualidad trujillana. La aparición del diario El Norte en 1923 fue un apoyo de inmenso valor, pues, este periódico fue visto por Orrego como el centro inspirador y animador de la noví- sima corriente intelectual en todo el norte del país, pronto extendi- da al Perú entero y cuyo centro fue la ciudad de Trujillo. El año pasado se han realizado en Trujillo diversos actos conmemorativos del centenario del Grupo Norte, tanto por el Instituto de Estudios Vallejianos como por la Universidad Privada Antenor Orrego que conformó una comisión ad hoc, con un plan de trabajo comprendido entre mayo de 2014 y mayo del 2015. Así, entre otros números, programó y desarrolló un interesante simposio cuyas po- nencias se publicarán junto con otros libros alusivos previstos para el año en curso. El Departamento Académico de Humanidades de dicha Universidad, por su parte, desarrolló un programa de con- ferencias a cargo de sus profesores y concursos artísticos entre los estudiantes. Pero, además, numerosos alumnos, motivados y or- ganizados por sus docentes, dieron una nota diligente e inusitada de intervención en actos académicos de específico homenaje de la juventud al Grupo CÁTEDRA ANTENOR ORREGO

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Norte. Al parecer, en el año 2015 proseguirán las actividades celebratorias en espacios académicos diversos.

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Este grupo no se constituyó a partir de un acta fundacional. Sus integrantes se nuclearon en torno a sus inquietudes intelectuales; irrumpieron en Trujillo, hacia la segunda década del siglo pasado, espontáneamente, sin ninguna convocatoria formal, sin ningún compromiso escrito, solo obedecían al llamado de su propia con- ciencia. La amistad y la fraternidad llegaron a ser lazos más fuertes y perdurables que cualquier documento destinado a registrar su inicio y sus actividades futuras. Era un grupo de amplio criterio, abierto y en expansión; se fue enriqueciendo paulatinamente, de modo que en 1915 su funcionamiento ya estaba definido; por eso algunos fijan su comienzo en dicho año. Los inmediatos años de 1916 y 1917 fueron de intensas actividades, decisivas para el futuro de los jóvenes; escribían poemas, cuentos y ensayos, sustentaban conferencias, publicaban artículos periodísticos, organizaban veladas, defendían a los trabajadores, los pintores y los músicos hacían lo suyo… Hubo toda una eclosión juvenil por el quehacer cultural. Y Orrego era el guía espontáneo. El Grupo Norte es único en todo el continente. Su mensaje trascendió las fronteras de nuestro país. Cátedra Antenor Orrego es un granito de arena que contribuye a su difusión en diversidad de espacios, comenzando por Trujillo y otras ciudades peruanas. Así, su segunda edición fue recibida con entusiasmo por colegas de Méxi- co y Venezuela el año 2013.Y nuevamente en 2014 en México, en el marco de un congreso internacional celebrado en el campus de la Universidad de Guadalajara, en Puerto Vallarta, al hacer brevísima referencia al Grupo Norte –el tema de mi ponencia era otro- mi par- ticipación motivó que algunos conocedores del libro lo recomenda- ran a estudiantes y colegas. Pero esa edición ya está agotada. Y ahora sale la tercera coincidente con la celebración del centenario del célebre Grupo Norte, sin el cual no es posible una explicación cabal de la egregia figura intelectual del maestro Antenor Orrego, mentor de juventudes de su tiempo y de posteriores generaciones, y cuya obra es cada vez más valorada por tirios y troyanos. En tal perspectiva, el 24 de


PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN

mayo de 2013, dentro de la programación conmemorativa de los 25 años de vida institucional de la UPAO, al desarrollarse el Foro “Antenor Orrego: educador, político y filósofo” -en el cual participamos cuatro profesionales- el rector de la Universidad Nacional de Trujillo y presidente de la Asamblea Nacional de Rectores, Orlando Velásquez Benites, sostuvo enfáticamente que “Orrego fue un sabio, el mejor rector de la Universidad Nacional de Trujillo en toda su historia”. Nunca antes un rector de esta universidad –y entonces autoridad máxima de las universidades peruanas- había opinado así sobre un rector de la misma institución. La mayor acogida de la obra se encuentra en el sector de estudiantes universitarios de Trujillo. Y es que fue escrita pensando en ellos, especialmente como una introducción o guía para el proceso de aprendizaje de una de sus asignaturas. Y hasta ahora, al estar por los testimonios de los jóvenes y docentes responsables de esa experiencia curricular, el libro ha respondido satisfactoriamente las expectativas de unos y otros. Para el autor es una grata complacen- cia, que la valoro y agradezco sobremanera. Igualmente es un inmenso estímulo la opinión del docente de la Universidad Nacional de Trujillo y destacado investigador de pro- blemas educativos y sociales Alberto Moya Obeso, cuando valúa esta obra: “Elmer Robles Ortiz es uno de los estudiosos más impor- tantes, en la región y el país, de la vida y obra de Antenor Orrego […] Aparte de ser un Orreguiano convicto y confeso, Robles Ortiz es un destacado Orrególogo, como lo demuestra en el libro que comentamos y otros textos de su autoría […] A lo largo del libro el autor incorpora fragmentos de textos del propio Orrego, los que permiten refrendar lo que sostiene sobre él y facilitar un encuentro de sus lectores con la propia fuente”. Sé de la calidad humana y académica del autor de estas palabras, de su seriedad y sinceridad. Su crítica la tomo con modestia y agradezco infinitamente. La crítica proveniente de los intelectuales, estudiantes y lectores en general es un termómetro que los autores debemos sopesar; permite ratificar o rectificar nuestro trabajo. En mi caso, continúo CÁTEDRA ANTENOR ORREGO 15


con los propĂłsitos de entregar, una vez mĂĄs, este libro al pĂşblico interesado en su perfeccionamiento espiritual. Trujillo, febrero de 2015.


PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN La acogida de este libro superó ampliamente las expectativas del autor. La mayor demanda estuvo en el sector académico de estudiantes y profesores universitarios. Y quienes no se hicieron de un ejemplar, llenos de generosidad, han preguntado si habría una segunda edición. Pues bien, aquí va, siempre en procura de lectores (porque sin lectores no se puede hablar de autores), interesados en el pensamiento de uno de los personajes representativos de la cultura peruana del siglo XX y en el estudio de una generación in- quieta por la gran transformación social del Perú. La figura intelectual de Antenor Orrego va en ascenso; el paso de los años lo está demostrando. Su vida y obra se estudia y discute en eventos académicos, libros y artículos, tesis universitarias… Existen trabajos en los que figura entre los grandes intérpretes de la realidad continental. El año 2011, la Universidad Privada Antenor Orrego (UPAO) realizó exitosamente un simposio sobre la vigencia y trascendencia de su obra, ubicándola en la ruta de la identidad peruana y latinoamericana; las ponencias fueron publicadas en la revista oficial de esta Universidad. En el mismo año apareció la se- gunda edición de las Obras completas del personaje, indispensable fuente de consulta e investigación. También van en aumento los trabajos sobre otros miembros del histórico Grupo Norte, del cual Orrego fuera su guía. Y seguramente, ya próximos al centenario del surgimiento de este Grupo en Trujillo, habrán de aparecer nuevas investigaciones al respecto. Son muchos los temas con los cuales Orrego adquiere dimensiones de gigante. Sus adelantadas ideas educacionales, fortalecidas con los aportes psicopedagógicos del constructivismo y de la CÁTEDRA ANTENOR ORREGO 17


escuela humana; sus aforismos pletóricos de valores éticos y estéticos; sus concepciones sociológicas y sobre filosofía del desarro-

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llo, particularmente su teoría de los pueblos-continente, practicada más en otros espacios del mundo que en América Latina; asimismo su elevada crítica literaria, como la que hiciera a la obra vallejiana, dejan pasmados a muchos. En sus escritos llama a los intelectuales, escritores y especialmente a los jóvenes, a ser originales y creativos; en diversas páginas suyas atisba lo que hoy sostienen las teorías sobre la inteligencia y el pensamiento; son sorprendentes sus jui- cios respecto a las culturas aborígenes del Perú y de América; sus conceptos sobre la “invasión” del siglo XVI, la “cultura andina” y el cruce de “todas las sangres”, largamente anteriores a los de otros autores, figuran igualmente entre los asertos orreguianos confirma- dos por el transcurrir del tiempo. Y anótese también que su obra rectoral no ha sido aún valorada en su real dimensión. Desde luego, no faltan quienes, por mezquindad y motivaciones ajenas al quehacer intelectual, lo excluyen del cuadro de pensado- res notables del Perú. Este hecho obedecería a que no fue un inte- lectual encerrado en su gabinete de trabajo. Orrego fue un hombre de pensamiento y acción. Lo que anheló para el Perú en sus escri- tos, lo tradujo en hechos. Luchó por la libertad y la democracia, la educación para el pueblo, la justicia social, el desarrollo del país… Dijo su palabra cargada de ideas y dio la cara por ellas. Siempre con docencia y decencia. Esta obra se presentó, el año 2011, primero, en la UPAO, luego en el VIII Congreso Internacional de la Sociedad de Historia de la Educación Latinoamericana, realizado en la Universidad de Caldas, en la ciudad colombiana de Manizales. Allí, pronto, quedó en manos de intelectuales y docentes universitarios de diferentes países hermanos. Y en el año 2012, fue acogida en la sede mundial de la UNESCO, en París, así como en la Universidad de París III-La Sorbona, a través del Instituto de Altos Estudios de América Latina, y en la Universidad de Alcalá de Henares, Facultad de Filosofía y Letras. También el 2012, Cátedra Antenor Orrego mereció calificar como el “Mejor Libro” en el Concurso de Premios Especiales de la UPAO.


PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Los juicios emitidos por intelectuales nacionales y del exterior, de modo general, lo consideran un libro interpretativo, con sentido didáctico, del pensamiento orreguiano en sus principales ejes te- máticos, contextualizado en su época y con proyección al presente y al futuro. La presente edición mantiene la estructura y las características de la primera. Por ende, anhelamos que el lector asuma una posición crítica acerca del perfil humano y la obra múltiple de Orrego, lejos de estigmas o prejuicios surgidos a lo largo del siglo XX sobre personajes y hechos. Trujillo (Perú), febrero de 2013.

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PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN La publicación de las Obras completas de Antenor Orrego, en 1995, promovió significativamente el estudio de sus aportes en diversi- dad de temas: filosofía, literatura, educación, sociología, política internacional y otros más. Este pensador perteneció a una genera- ción que marcó clara ruptura con sus predecesoras y fue bautizada de diversas maneras, una de ellas, Generación Vetada, porque sus miembros hasta después de muertos sufrieron marginación. Con lentitud se fue levantando ese veto que tanto daño hizo al país. Y así, la figura intelectual de muchos de ellos, se fue acrecentando. La proyección histórica y vigencia de su pensamiento, es motivo para que hoy reciban elogios por doquier. Pero no faltan formas de exclusión -unas sutiles, otras burdas- del cuadro general de nuestra cultura, particularmente, en el campo académico. La figura literaria de César Vallejo, uno de los marginados, ha crecido y seguirá cre- ciendo. Cosa semejante sucederá con Antenor Orrego, anunciador expreso de la genialidad del poeta. A diferencia de otros intelectuales que escribieron sus obras en un ambiente de serenidad y comodidad, Orrego no disfrutó de ese reposo, la mayor parte de sus páginas nacieron en un clima completamente hostil y tenso. No obstante las dificultades y peligros, defendió la libertad, la democracia, la educación del pueblo y la justicia social, de modo perseverante. Y supo afrontar con entereza las adversidades de la vida. Jamás se rindió ante las fuerzas tene- brosas que ensombrecieron el cielo de la patria, soportó estoica- mente el ensañamiento de la barbarie antes que trocar su figura enhiesta de héroe civil, su conducta inmarcesible, su docencia sin reposo, por la vida muelle que le hubiese dado la flaqueza frente a tentaciones de corrupción. CÁTEDRA ANTENOR ORREGO

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Su biografía, no escrita aún en forma orgánica, es digna de ser conocida por entero. Y si bien, eso ya es importante, lo es mucho

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más conocer su fecundo y polifacético pensamiento. Todo un rico legado inscrito en la tendencia de nuestro pueblo-continente a cumplir su misión histórica de crear una nueva cultura, un nuevo humanismo. Se anticipó a planteamientos, teorías y hechos que han ganado expectantes sitiales en el mundo de hoy, ya sea en el escu- driñamiento de la problemática social, la crítica literaria, la esfera educativa, la temática sobre creatividad e identidad, o la integra- ción de pueblos y muchos otros más. Las páginas de este libro se originan en el año 2005, cuando la Universidad Privada Antenor Orrego introdujo el estudio de la vida y obra de su mentor en dos flamantes escuelas profesionales. Me cupo el honor de iniciar el desarrollo de este trabajo académico, ahora extendiendo a las demás escuelas. Por la hondura de las ideas del personaje, hubiera sido una aventura de parte mía asumir esa responsabilidad sin una experiencia previa de lectura de sus li- bros y de haber producido algunas páginas sobre su pensamiento. Comencé a leer a este autor durante mis años de alumno univer- sitario, por la década del 60. Pueblo-Continente me dejó profunda impresión e incitó a buscar otros libros suyos. Vi a Orrego como el sembrador de inquietudes juveniles, cuyas palabras eran una cor- dial invitación a seguir un camino propio. La asignatura aludida estimula en el estudiante las capacidades de análisis y síntesis, de creatividad y crítica, así como el sentido éti- co y el compromiso con el desarrollo humano, teniendo como para- digma la vida y obra del maestro, filósofo, periodista y escritor An- tenor Orrego, ubicándolo en su contexto histórico, junto con otros intelectuales de su generación; cuestiona estereotipos y prejuicios surgidos a lo largo del siglo XX sobre hechos, personas, problemas y generaciones, y evidencia su preocupación por el desarrollo de la sociedad peruana, inseparable de la realidad latinoamericana y mundial. Asimismo, valora la influencia de ideas y sucesos prota- gonizados por hombres ilustres -como es el caso de Orrego- en el pensamiento del Perú y América Latina; y demuestra aprecio por la identidad


regional, nacional y latinoamericana, la solidaridad y la tolerancia entre los seres humanos.


PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN

Un profesional universitario no sólo se forma mediante las asig- naturas específicas de su carrera, porque sus funciones en la so- ciedad podrían ser unidimensionales, deficientes y hasta riesgosas. Lamentablemente, el criterio reduccionista o profesionalizante, existe aún en algunos ambientes académicos. Tal enfoque, ontoló- gicamente, hiere la esencia de la formación universitaria: el cultivo integral del ser humano. Sin una sólida cultura general, científica y humanística, que ofrezca una síntesis del conocimiento, es imposi- ble una verdadera formación de calidad. La investigación científica y la especialización requieren una base cultural amplia y consisten- te, que genere conocimientos previos y una actitud favorable para entender la naturaleza y la metodología de la profesión. El hombre formado en la universidad, debe ser un profesional con una cultura tal que le permita una amplia mirada en el horizon- te de la vida y de los aportes de la inteligencia humana. Debe tener una visión de las ciencias y humanidades como un marco general de su propio campo y como orientación de su existencia, no como dominio de cada una de ellas, porque eso incumbe al profesional y al investigador del área específica. Formar al hombre y al ciuda- dano cultos y luego al profesional, es tarea académica esencial si queremos egresados de las universidades con sensibilidad hacia el prójimo y capaces de mantenerse al día del incesante incremento del conocimiento científico y explicarse la problemática social de su entorno. En esta línea de cultura general se ubica la experiencia de apren- dizaje destinada al estudio de la vida y del pensamiento de Ante- nor Orrego. Y se refuerza su inclusión curricular en el hecho de que la UPAO ha establecido en su cuadro de valores uno referido a la identificación institucional, vale decir, los profesionales egresados en esta casa del saber, deberán ostentar un sello académico para singularizar su formación, con lo cual se enriquece también el con- cepto de Alma Mater. Pero desde el instante en que asumimos la responsabilidad de diseñar y desarrollar esta experiencia de aprendizaje, pensamos CÁTEDRA ANTENOR ORREGO 23


que la denominación más adecuada sería la de Cátedra Antenor Orrego. El nombre original de Actividad Formativa no aludía ni reflejaba su naturaleza y alcance. Recientemente ha sido rebautizada como Actividad Formativa IV: Pensamiento y obra de Antenor Orrego. En la práctica de trata de dicha cátedra, una experiencia curricular de formación general en cultura humanística para todas las escuelas profesionales, destinada a desarrollar el pensamiento independiente, divergente, crítico y holístico de los alumnos en tor- no a contenidos de aprendizaje relevantes inscritos en diferentes esferas del conocimiento. Todo esto acorde con las concepciones educativas contemporáneas, de las cuales el amauta Orrego fuera precursor. Diversas universidades de América y Europa, han organizado cátedras con el nombre de ilustres personalidades de sus respectivos países y también de otros. Unas están incluidas dentro de los currículos profesionales, otras son abiertas o libres –bajo cuyas denominaciones cabe organizar conferencias, exposiciones y diversos eventos académicos más, destinados a profesionales, estudiantes y público en general-; otras más son virtuales -para alcanzar un ma- yor ámbito de irradiación cultural, una ventana abierta al mundo-, y también se combinan estas modalidades. Incluso, hay cátedras internacionales. No existe oposición entre una experiencia de aprendizaje incluida en el plan de estudios con otra experiencia abierta, ya sea presencial o virtual. En tal sentido, el paso siguiente sería la organización de la Cátedra Antenor Orrego destinada a los interesados en esta temática –no sólo a los alumnos-, una tribuna donde intelec- tuales notables digan su palabra en torno a este pensador. Sería un aula sin muros, una proyección novedosa en nuestro medio. El título del libro alude, pues, tanto al contenido de la experiencia de aprendizaje que lo origina, cuanto al anhelo de lograr se organice, con este nombre categórico e inequívoco, el estudio y proyección, más allá de los lindes estrictamente curriculares, de la figura y la magna obra realizada por este defensor de los derechos


PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN

humanos, extraordinario crítico literario, adelantado en temas edu- cativos y profeta de la integración latinoamericana. Ha sido escri- to pensando en los estudiantes. Comienza con la efigie del perso- naje ubicándolo dentro del proceso histórico de su tiempo. Luego se alcanzan las principales ideas y realizaciones de Orrego en las esferas de la literatura, la educación e identidad cultural; siguen sus aportes acerca de filosofía, arte y ciencia, y termina con el inte- gracionismo del pueblo-continente latinoamericano. La cronología del amauta incluye algunos hechos no considerados hasta ahora, excepto en mi libro sobre sus ideas educacionales del año de 1992, en particular en lo atinente a su condición de alumno y rector de la Universidad Nacional de Trujillo. Es una introducción al conocimiento de Antenor Orrego de cuyo pensamiento vivo se han insertado textualmente fragmentos en di- versas partes de la obra, en procura del análisis por parte del lector. Este libro aparece al poco tiempo de haberse cumplido (2009) ochenta años de la primera edición de El monólogo eterno (1929) y setenta de Pueblo-Continente (1939), dos obras fundamentales del amauta, y luego del cincuentenario (1960-2010) de su fallecimiento. Que sea un modesto homenaje al pensador que supo abrir surcos y sembrar ideas para el futuro. Algún día –es nuestra gran esperan- za- será realidad la visión orreguiana de una sociedad que, siguien- do su propio rumbo, alcance a plenitud su destino signado por la libertad, la justicia, la cultura, el amor y la belleza. Trujillo (Perú), enero de 2011.

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CAPÍTULO I

LA EFIGIE DEL PERSONAJE

Las veladas transcurrían entre lecturas, comentarios de los nuevos libros, conferencias improvisadas, recitaciones poéticas, música clásica y, más que todo, la crepitante algazara de los mozos que incursionaban con frecuencia en los restaurantes y cafés de la ciudad. Antenor Orrego


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1. FACTORES INFLUYENTES EN EL SURGIMIENTO DEL “GRUPO NORTE” EN TRUJILLO La vida y el pensamiento de los personajes ilustres no se explican cabalmente sin el conocimiento, aunque fuese panorámico, del lugar y de la época en que vivieron. Su grandeza no sólo nace de su inteligencia y de su educación gracias a las cuales, según el caso de cada personaje, escribieron libros, crearon teorías, enuncia- ron leyes científicas, inventaron máquinas, produjeron sus obras de arte… en fin, dijeron su palabra o realizaron su acción, sino que a las cualidades personales también se unen los factores propios del espacio y tiempo que gravitaron sobre ellos. La vida familiar, las relaciones interpersonales, los sucesos del terruño, del país y del mundo influyen en todos los seres humanos, particularmente en las etapas de la infancia y juventud. Unos factores se originan dentro del país; otros, tienen causas externas o lejanas. Unos son coadyuvantes, otros decisivos. En esta perspectiva, a los jóvenes que comenzaron a destacar en Trujillo durante la segunda década del siglo XX y confluyeron en el Grupo Norte, les tocó vivir, durante los años decisivos de su forma- ción y en los inicios de su actividad intelectual, un tiempo en el cual acaecieron trascendentales hechos históricos en la ciudad, la región norte, el Perú, América Latina y el mundo entero. EL ANARCOSINDICALISMO Los trabajadores e intelectuales del Perú y de América Latina de comienzos de la centuria pasada recibieron fuerte influencia del anarquismo, corriente ideológica que, surgida en Europa a media- dos del siglo XIX, propugnaba una sociedad con irrestricta libertad y, por ello, su mayor aspiración era la desaparición del Estado y de toda forma de poder. El francés Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) fue uno de sus aban- derados más destacados, criticó severamente la propiedad 28

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CAPÍTULO I - LA EFIGIE DEL PERSONAJE

priva- da y fundó el movimiento mutualista. Mikail Bakunin (1814-1876),

CÁTEDRA ANTENOR ORREGO

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ruso, otra cabeza de esta doctrina, en su defensa de la libertad individual absoluta, rechazó al socialismo marxista. El príncipe ruso Pedro Aleseych Kropotkin (1842-1921), también figura destacada entre los ácratas, escribió libros de mucha acogida entre estudiantes y trabajadores peruanos, y fue uno de los primeros personajes notables en enrostrar públicamente a Lenin sus métodos autoritarios para imponer el comunismo. Y el italiano Enrico Malatesta (18531932), cierra la etapa de los grandes teóricos del anarquismo al que lo identificó con ideales éticos y sociales. Ellos y los anarquistas en general –no obstante sus diferencias en ciertos aspectos- coincidie- ron en rechazar toda forma de dictadura, exaltaron los valores de la fraternidad entre los hombres y la libertad individual sin límites, motivo por el cual se les llama libertarios. En el Perú, la figura in- telectual más notable que abrazó las ideas anarquistas fue Manuel González Prada (18481918), cuyas obras “Pájinas Libres” y “Horas de Lucha”, presentan la cruda realidad peruana de fines del siglo XIX y principios del XX, señalan el problema del indio y plantean la colaboración del intelectual con el obrero. Por su actitud rebelde, su firme posición moral, su política radical frente a los problemas nacionales, logró la admiración de estudiantes y obreros que lo consideraron su maestro. En la realidad social de entonces, en que las extenuantes jornadas de trabajo se extendían hasta más de doce horas diarias, con bajos salarios y condiciones de vida humillantes, el anarquismo en- contró terreno fértil entre los obreros. Sus ideas se fusionaron con el sindicalismo e impregnaron las organizaciones de los trabajadores en Lima, las principales ciudades y centros laborales del país. Los primeros gremios y huelgas fueron promovidos por los libertarios. En Trujillo, fundaron sociedades mutualistas y otras instituciones, tales como la Liga de Artesanos y Obreros del Perú (1898) que aún existe. Los trabajadores azucareros de los valles de Moche y Chi- cama abrazaron el anarcosindicalismo y organizaron gremios para defender sus derechos. Allí existía el abusivo sistema de “engan- che”, similar a la “mita” de los


tiempos coloniales, que ataba al tra- bajador con el contratista. Las huelgas fueron el medio de su lucha


reivindicatoria, pero sus reclamos eran reprimidos violentamente por la policía, puesta del lado de los hacendados. Por lo general, las paralizaciones de labores terminaban con el derramamiento de sangre de los trabajadores, como sucedió con la masacre de 1912 en Casa Grande. La historia registra los nombres de bravos luchado- res sociales de Trujillo y los valles vecinos que abrieron el camino de los derechos laborales. Los anarquistas trujillanos tenían una biblioteca que izaba cada primero de mayo una bandera roja, símbolo de su ideología. Entre los que alcanzaron notabilidad figuró Julio Reynaga. Los estudiantes de espíritu justiciero mantenían relaciones cordiales con ellos, en forma individual o mediante el Centro Universitario, y brindaban apoyo a los trabajadores a través de artículos periodísticos, como en repetidas ocasiones lo hizo Antenor Orrego. LA REVOLUCIÓN MEXICANA Uno de los acontecimientos de mayor trascendencia del siglo pasado, particularmente para América Latina, fue la Revolución mexicana, iniciada en 1910. México estaba gobernado por el general Porfirio Díaz (1830-1915) que durante largos años –desde fines del siglo XIX- imponía su férrea voluntad en el país. La constitución política era mellada; las libertadas ciudadanas, recortadas; la represión de las protestas contra su régimen opresor se acallaban con dureza. La riqueza nacional, sobre todo el petróleo, era absorbida por el capital extranjero. Y el aspecto moral del país iba hacia el precipicio. Los asesores del presidente se inscribían en la corrien- te filosófica del positivismo y se les conocía como “los científicos”, entre los cuales hubo algunos intelectuales connotados. Previos fallidos motines, la revolución estalló el 20 de noviembre de 1910, año en el que Díaz, una vez más, se impuso en las elec- ciones. Pero como el alzamiento popular avanzó, se vio obligado a dimitir en 1911. Francisco I. Madero fue el iniciador del


movimiento, en torno del cual se congregaron los luchadores por la libertad y la


justicia social. Su lema, “sufragio efectivo; no reelección”, tuvo aco- gida en las mayorías populares, que además del cambio político, exigían rumbo social, particularmente, la liquidación del latifun- dismo mediante el reparto de la propiedad de la tierra, del que fue abanderado Emiliano Zapata, representante del espíritu agrarista, cuyas palabras “Tierra y Libertad”, calaron hondamente entre los campesinos, víctimas de secular explotación por parte de los gran- des hacendados. Con avances y retrocesos, adhesiones y felonías entre sus caudi- llos militares y civiles, la Revolución mexicana fue un largo proceso que costó numerosas vidas. Movimiento espontáneo pero vigoroso, con improvisaciones y tanteos, superados por la fuerza vivificante del pueblo, no se guío por una ideología específica, comenzó sin un plan concreto, se hizo sin un programa delineado. Sin embar- go, se convirtió en la primera revolución social –no socialista- del siglo XX. De la acción contra la reelección presidencial, la falta de libertad, el avance imperialista sobre las riquezas del país, la explo- tación del indígena, y después de años de lucha armada y derra- mamiento de sangre, la revolución pasó a un cause doctrinario y se institucionalizó mediante la Constitución de Querétaro, aprobada en 1917, durante el gobierno de Venustiano Carranza. En el fragor de la contienda, surgieron, junto a los caudillos militares, espontáneos líderes populares, entre ellos, Doroteo Arango, más conocido por su sobrenombre de Pancho Villa, de firme postura agrarista y antifeudal. La defensa de la soberanía, el rechazo al imperialismo estadounidense, la postura nacionalista y al mismo tiempo latinoamericanista, la política agraria a favor del campesino y cierta posición anticlerical, estuvieron presentes en los principa- les caudillos y en decisiones de los gobiernos nacidos al calor de la revolución. El derecho de los trabajadores a sindicalizarse y defen- derse, la separación de la Iglesia y el Estado, el pregón de la unidad de América Latina, el reconocimiento de la ciudadanía continental, la defensa de la


identidad cultural, el apoyo a la creación artística y el gran impulso que mereció la educación, le dieron a México un


nuevo rumbo. Durante el gobierno de Álvaro Obregón (1920-1924), el país alcanzó notoriedad en el campo educativo gracias al dinamismo de la Secretaría (Ministerio) de Educación dirigida por el maestro José Vasconcelos. Campañas de alfabetización, “misiones culturales” dirigidas a poblaciones del campo y de las montañas, edición de libros, creación de bibliotecas, cultivo y difusión de las artes, apoyo a los pintores –cuyos murales aún se aprecian en edificios públicos-, mejoramiento de la educación universitaria…en fin, una gran obra de educación en las aulas y las masas, le dieron a México fama en todo el continente. Vasconcelos reunió a educadores y otros intelectuales de diversas áreas, mexicanos, unos, y de otros países, para realizar su labor. Entre los últimos merece nombrar a Víctor Raúl Haya de la Torre (Presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, deportado por el gobierno de Augusto B. Leguía), Gabriela Mistral (poeta chilena, futuro Premio Nobel de Literatura) y el argentino Julio R. Barcos (que llegó a destacar en el campo pedagógico). Al interior del país, los opositores a la revolución fueron los con- servadores, los terratenientes, el clero vinculado a los grandes pro- pietarios, así como los políticos de posiciones extremistas. Y en el frente externo, los sectores hegemónicos de Estados Unidos. Con sus aciertos y errores, éxitos y fracasos, la Revolución mexi- cana agitó profundamente la conciencia política de toda América Latina, de modo especial entre los jóvenes estudiantes, profesio- nales, intelectuales y trabajadores. Su definición por la libertad, la soberanía popular y nacional, la reforma agraria, la educación popular, la democracia y la justicia social, así como su posición an- tioligárquica, antifeudal y antiimperialista, y la alianza de diversos sectores ciudadanos para convertir en realidad las ideas de trans- formación, fueron estímulo y ejemplo a seguir por parte de las ju- ventudes anhelantes de mejores condiciones de vida en nuestros países, sobre todo en los cuales su economía era semejante y los campesinos sufrían cruel explotación.


LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL En el periodo comprendido entre 1914 y 1918, Europa fue escenario de la primera guerra de proyección mundial. Nunca antes de esa contienda, la humanidad fue profundamente conmovida por los terribles acontecimientos protagonizados por los países invo- lucrados. Inicialmente, de un lado estuvieron: Inglaterra, Francia y Rusia (Triple Entente); y por otro lado: Alemania, Austria-Hungría e Italia (Triple Alianza). Pero después habrá reacomodos. Las cau- sas del conflicto fueron múltiples, pero la pretensión hegemónica de Alemania en lo político y económico fue la causa esencial, a lo cual se unían las rivalidades de Austria y Rusia por la posesión de territorios en los Balcanes, el anhelo de Francia por recuperar las provincias de Alsacia y Lorena en poder de Alemania a raíz de su derrota en 1870; asimismo, las grandes rivalidades comerciales de los países más desarrollados de Europa. Estados Unidos intervino en contra de Alemania a raíz del hundimiento –con el empleo de la nueva arma submarina- del barco de pasajeros “Lusitania” en el que perdieron la vida muchos de sus ciudadanos. Los países beli- gerantes de Europa movilizaron –en conjunto- más de 50 millones de combatientes en todo el tiempo que duraron las operaciones mi- litares. Por su parte, Estados Unidos envió un millón de soldados, cuya participación fue decisiva en el desenlace de la guerra. Diversos tratados pusieron término a la conflagración, el de ma- yor importancia fue el de Versalles. Alemania terminó derrotada. Si bien las causas fueron europeas, las consecuencias recayeron en todo el planeta. Se calcula más de 15 millones de vidas humanas perdidas en los campos de batalla y en las ciudades destruidas. Cayeron diversas monarquías de Europa y dieron paso a formas republicanas de gobierno; cambió el mapa político de ese continen- te con la aparición de nuevos Estados independientes; apareció la ideología política del comunismo y entró en disputa con las formas democráticas del mundo


occidental. Estados Unidos se encumbró como primera potencia política y económica del mundo. Europa fue aquejada por una profunda crisis con repercusiones en todo el


orbe. Las batallas devastaron los campos con lo cual se redujo la producción agropecuaria. A la escasez de alimentos se unieron las enfermedades y epidemias. La paralización de las actividades económicas acarreó desocupación. Por otro lado, mejoraron las comunicaciones y el transporte, y hubo avance en las ciencias médicas. En el Perú disminuyeron las importaciones de maquinaria y equipos industriales, lo cual ocasionó alteraciones en la economía, pero aumentaron las exportaciones de algodón, azúcar, petróleo, cobre y otros minerales. La intensificación de los cultivos, produjo auge de las haciendas costeñas, el enriquecimiento de sus dueños, pero también la escasez y carestía de los alimentos. Si bien se incrementó la producción minera y agroindustrial, la mayoría de la población sufrió los efectos de la guerra. Los hechos y resultados de tan terrible beligerancia fueron, indudablemente, motivo de reflexión entre los grupos juveniles más lúcidos, que valoraron la vida humana, las relaciones pacíficas entre los hombres y pueblos, y la necesidad de exaltar la libertad y la justicia. La secuela de destrucción y muerte, los haría formar conciencia de buscar el progreso sin acudir a la violencia. Esta con- flagración les permitió descubrir los problemas de Europa, desva- necer el deslumbramiento y acometer al colonialismo mental que generaba en América Latina. LA REVOLUCIÓN RUSA El zar Nicolás II, gobernaba Rusia desde 1894, había implantado un régimen despótico; sus súbditos carecían de libertades y derechos elementales; la mayoría de la población (campesinos, obreros, artesanos y empleados) sufría explotación, vivía en la pobreza y padecía hambre, mientras los nobles poseían riquezas y gozaban de privilegios; las tierras pertenecían a pocas personas; las jorna- das de trabajo alcanzaban hasta 15 horas al día y los salarios eran bajos. Ante la indiferencia del gobierno y de la nobleza frente a esas condiciones precarias de vida, el pueblo no tuvo otra alternativa


que proclamar un trato digno y humano mediante la revolución. En 1917, se presentaron las condiciones propicias para el levantamiento. El ejército ruso fracasaba en la Primera Guerra Mundial, las principales ciudades, sobre todo Petrogrado, sufrían el flagelo de la hambruna, lo cual desató la turbulencia popular, acrecentada por las medidas represivas del gobierno. Así las cosas, los trabaja- dores se amotinaron (febrero de 1917) y miles de soldados se plega- ron al movimiento. Los mencheviques – seguidores moderados del socialismo- lideraron el descontento que, al generalizarse, condujo a la abdicación del zar (en marzo). La monarquía fue abolida y se estableció la república, el soviet o consejo revolucionario (obreros, campesinos y soldados) eligió un gobierno provisional al mando de Alejandro Kerensky. Pero no satisfizo las expectativas populares y, mediante la llamada “revolución de octubre”, fue derrocado por los bolcheviques – socialistas partidarios de la toma violenta del po- der- liderados por Vladimir Illich Ulianov (1870-1924), más conocido como Lenin. A los pocos años, Lenin conformó la Unión de Repú- blicas Socialistas Soviéticas (URSS). La Revolución rusa aportó un mensaje de redención de los opri- midos, inflamó la imaginación de las juventudes obreras y estu- diantiles, y las motivó en la lectura del marxismo. Con la caída de la monarquía zarista, pensaron que el gobierno de los pobres era posible. Las promesas de una sociedad igualitaria y la consecución de la justicia social conmovieron a los sectores anhelantes de termi- nar con la explotación del hombre por el hombre, como era el caso de la inquieta juventud de Trujillo. Pero no pasó de una ilusión. Pronto sufrieron decepción, al evolucionar la URSS hacia un Esta- do absolutista, sin libertades ni oposición política. A la muerte de Lenin, su fundador, le sucedió José Stalin (1879-1953), cuyo poder omnímodo implantó un régimen totalitario y profundizó el capita- lismo de Estado, el poderío militar y el gobierno centralizado. En verdad, la URSS no llegó a ser propiamente ni socialista ni comu- nista. Devino en una superpotencia con características imperialis- tas. Con todo ello,


practicó la explotación del hombre por el Estado. En el Perú, la juventud y el pueblo aspiraban conseguir la justicia


social pero sin sacrificar la libertad. Esa fue una nota típica de los conformantes del Grupo Norte. LA REFORMA UNIVERSITARIA A lo largo de la historia universitaria del Perú se realizaron dife- rentes reformas, pero la reforma por antonomasia es la que se inició el año de 1918 con el Grito de Córdoba, Argentina, y en el Perú en 1919. Fue un intenso y amplio movimiento estudiantil orientado a terminar con las obsoletas estrategias académicas y administrati- vas, y abrir las universidades a su contexto social. Como este, nin- gún otro movimiento alcanzó tanta importancia en la transforma- ción cultural y educacional del Perú y de América Latina durante toda la historia contemporánea, distinto a las asonadas que convul- sionaron la agitada vida política de la república. Frente a la realidad dramática de las universidades, durante las primeras décadas del siglo, los únicos que adoptaron una posición activa, firme y constante para enmendar rumbos, fueron los alumnos, no los profesores ni autoridades. Las iniciativas de cambio partieron de aquéllos, no de éstos. El movimiento reformista eliminó el predominio nepótico, plutocrático y oligárquico enquistado en cátedras y órganos de gobier- no de las universidades. Combatió la obsolescencia de los conteni- dos de aprendizaje, el trato autoritario al alumnado y auspició el estudio de la realidad nacional. Los reformistas hicieron frente al colonialismo mental e iniciaron la movilización por la búsqueda y realización de lo auténtico, de lo nuestro; la independencia cultural y la identidad nacional. La Reforma Universitaria dio inspiración, rumbo y pensamiento en el orden sociocultural. A raíz de la reforma, las universidades incrementaron su núme- ro de alumnos y de asignaturas sobre temas nacionales; renovaron su cuerpo de profesores y sus métodos de enseñanza;


se vincularon con la comunidad; adquirieron orientaci贸n social. Se inici贸 la de- mocratizaci贸n de la educaci贸n.


El movimiento tuvo en Argentina como líder principal a Gabriel del Mazo; en Colombia a Germán Arciniegas. En el Perú el abandera- do indiscutible fue Víctor Raúl Haya de la Torre; además destacaron: Jorge Guillermo Leguía, Luis Alberto Sánchez, Jorge Basadre, Raúl Porras Barrenechea, Manuel Seoane y Manuel Abastos. El primer congreso nacional de estudiantes se realizó en Cusco en 1920, organizado y presidido por Haya de la Torre. Allí se acordó fundar las universidades populares, cuya inauguración ocurrió en 1921, luego fueron bautizadas con el nombre de González Prada, y mediante ellas se hizo obra trascendente en la educación de las clases trabajadoras, no vista antes ni repetida después. El movimiento reformista propugnó una universidad democrática, autónoma, integral, dinámica, social, científica y humanista. Ha legado, en la teoría o en la práctica, diversidad de postulados, la mayoría de ellos en plena vigencia: comunidad universitaria integrada por profesores, alumnos y graduados; autonomía institucional en sus aspectos académico, normativo, administrativo y económico; libertad de cátedra; cátedra libre; asistencia libre; cátedra paralela; temporalidad de la cátedra y su provisión mediante concurso; gratuidad de la enseñanza; participación estudiantil en el gobierno universitario; aplicación de métodos activos en el proceso de enseñanza-aprendizaje; democratización de la universidad; pro- yección hacia el pueblo y preocupación por los problemas naciona- les; orientación hacia la integración latinoamericana. Los jóvenes asumieron sus responsabilidades como estudiantes y ciudadanos. Se preocuparon tanto por introducir cambios en sus instituciones académicas cuanto por acercarse a los trabajadores, cuyos proble- mas no les fueron indiferentes. Al tiempo que recibían el impacto del movimiento reformista, Orrego y muchos integrantes del Grupo Norte, igual que otros per- sonajes coetáneos, como los antes citados, fueron sus impulsores y protagonistas. Por eso, la denominación de “Generación de la Re- forma Universitaria”.


LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA Y TECNOLÓGICA Los primeros años del siglo XX no solo están marcados por los cambios políticos y sociales, sino también por el progreso científico y su manifestación tecnológica. Diversos aportes decimonónicos fueron recusados. Con el desarrollo de las ciencias matemáticas y físicas, se abrieron paso nuevos conceptos sobre materia, masa, energía, movimiento, velocidad y muchos más, cuyas repercusio- nes fueron enormes en todas las manifestaciones del conocimiento. Surge la física relativista y quántica. Los esposos Pierre Curie (1859- 1906) y Marie Sklodwska (1867-1934) descollaron en sus investiga- ciones sobre la radioactividad y descubrieron nuevos elementos químicos. Albert Einstein (1879-1955) formuló la teoría de la rela- tividad, de suma trascendencia en el avance científico. La prime- ra transmutación del átomo fue hecha (1919) por Ernest Rutherford (1871-1937). Y por su lado, Nilhs Bohr (1885-1962) aportó con sus estudios sobre la estructura del átomo. Los trabajos de Max Planck (1858-1947) desembocaron en su teoría de los quanta. Guillermo Marconi (18741937) realizó las primeras pruebas de transmisión inalámbrica mediante ondas hertzianas, perfeccionó la radio y sen- tó las bases de la televisión. La fisiología cuenta entre sus gran- des representantes a Santiago Ramón y Cajal (1852-1934). Durante la primera guerra mundial, Alexander Fleming investigaba sustancias antibacterianas que no fuesen tóxicas para el organismo humano y años después (1928) descubrió la penicilina y con ella inició la era de los antibióticos. La relación precedente, rápidamente expuesta, es solo una muestra, no agota el aporte del intelecto de principios del siglo XX al incesante proceso creador que hemos vivido y seguimos viviendo, dentro de la llamada “revolución científica y tecnológica”, cuyas posibilidades para hacer más llevadera la vida de toda la humanidad son insospechadas.


Las juventudes estudiantiles de las primeras dĂŠcadas del siglo anterior procuraron estar informadas de tan formidables avances que impactaron en sus mentes y sus actos, y despertaron una nue-


va conciencia sobre las conquistas del intelecto como vías para progresar. LA REALIDAD NACIONAL Los hechos exógenos –como los expuestos anteriormente- si bien impactaron en las generaciones jóvenes del Perú, no fueron determinantes, pero sí coadyuvaron en la gestación y en las líneas generales de la filosofía y acción del Grupo Norte. En cambio, la situación del propio país de aquellos años, en particular de Trujillo y su entorno inmediato, así como de la región norte, vale decir, los factores endógenos, tuvieron un peso de mayor gravitación. La realidad social, económica, política y cultural de entonces, vivida por una juventud con sensibilidad social, hubo de influir decisiva- mente en la formación de una nueva conciencia frente a su proble- mática y en la aspiración de transformarla. Durante los primeros decenios de la centuria pasada, socialmen- te se distinguían en el Perú tres clases. Una, la clase rica o pudiente, en parte, heredera de la nobleza colonial (aristocracia) y orgullosa de su pasada alcurnia, que pasó a la república con su mismo po- der; a ella se unieron los nuevos ricos surgidos durante el auge del guano y del salitre. La componían los grandes terratenientes y propietarios de minas, los grandes empresarios del comercio de ex- portación e importación y de la industria, asimismo los banqueros. Era la minoría de la población pero con fuerte influencia política (oligarquía) en razón de su enorme poder económico (plutocracia). Encumbrados hombres públicos (presidentes, ministros, legislado- res) salieron de su seno. También se le llama gran burguesía. Otra, la embrionaria clase media la integraban pequeños y medianos propietarios de tierras, comercios e industrias, empleados, profesionales, intelectuales, estudiantes y sectores poblacionales de mediano poder adquisitivo en el gran mercado. Allí germinó


la emociĂłn social y el interĂŠs por los problemas nacionales, la crĂ­tica contra la injusticia y el autoritarismo, el anhelo de mejora de


las grandes mayorías, lo cual se fue evidenciando con su creciente participación política, tan es así que de ella surgieron notables ideólogos, fundadores y conductores de partidos que alcanzaron adhesión popular. Y de allí en lo que corrió del siglo, salieron también las figuras más representativas de las letras, artes y ciencias del Perú contemporáneo, como fue el caso del Grupo Norte y de la Generación del Centenario en su conjunto. Y la clase popular, compuesta principalmente por campesinos, obreros y artesanos, era la mayoritaria. Por lo general, sobre ellos recaía cruel explotación, así entre los asalariados de las haciendas cañaveleras y algodoneras de la costa, como entre los campesinos, víctimas de los gamonales de las regiones altoandinas, y entre los obreros de los asientos mineros. Todos los trabajadores manuales tenían bajos ingresos y escaso poder adquisitivo de productos manufacturados. En muchísimos lugares, por su deficiente alimentación, pobre vestimenta, mala habitación, falta de medicación y su analfabetismo, vivían en condiciones infrahumanas. A ello se sumaba el consumo de coca y alcohol que minaban su salud. Entre los trabajadores más cultos, caló el anarcosindicalismo y surgieron in- quietudes de organización gremial y participación política. Con el apoyo de los estudiantes, lograron ciertos avances en la legislación social, tal el caso de la jornada de 8 horas diarias de trabajo en 1919. En el aspecto económico, cabe anotar que las grandes haciendas de caña de azúcar se iniciaron con el siglo. La concentración de la pequeña y mediana propiedad dio origen a los latifundios en manos de empresarios extranjeros: Casa Grande, la más vasta ha- cienda del país, y Laredo (Gildemeister, alemán); Cartavio y Para- monga (Grace, estadounidense). Las haciendas de Chiclín y Roma, de inmigrantes italianos (Larco), pasaron a sus descendientes pe- ruanos. Los antiguos trapiches fueron desplazados por los grandes ingenios. Los trabajadores procedían, en su mayoría, de las regio- nes altoandinas, reclutados mediante el sistema de “enganche” a cargo de contratistas, intermediarios


entre la empresa y la mano de obra. Los trabajadores vivĂ­an miserablemente, hacinados en cam-


pamentos levantados alrededor de los ingenios. Casa Grande, autorizada por el gobierno, construyó un ferrocarril hasta el puerto de Malabrigo y por él realizó su propio comercio de exportación e importación. Fue un verdadero enclave. La economía de enclave también se dio en el petróleo y la minería. En el norte se formó uno de ellos desde comienzos de la república, en los yacimientos petroleros de la Brea y Pariñas (Piura) que en 1916 pasó a manos de la International Petroleum Company. Diversas decisiones de gobierno buscaron, infructuosamente, so- lucionar el grave problema de la propiedad y del pago de impues- tos. (La solución llegó recién en la década del 60). Desde el primer lustro del siglo, la producción de cobre y petróleo desplazaron a la de oro y plata. En el centro se estableció y comenzó a operar la compañía estadounidense Cerro de Pasco Cooper Corporation. En La Libertad, la Northern Peru Mining Company explotó las minas de Quiruvilca y el procesamiento lo hizo en su planta de Shorey. Así, el Perú alcanzó notoriedad como país cuprífero, a partir de la Primera Guerra Mundial. A principios de siglo, llegaron los primeros automóviles. El Perú no tenía carreteras; solo caminos de herradura. Mediante ley del año de 1920 se implantó el servicio obligatorio de los varones comprendidos entre los 18 y 60 años para la construcción de carreteras. Por ese mismo tiempo surgieron los precursores de la aeronavegación, el trujillano Carlos Martínez de Pinillos, uno de ellos. Los ferrocarriles cubrían las rutas: Callao-La Oroya-Cerro de Pasco, Arequipa-Juliaca-Cusco, Ilo-Mquegua, Chimbote-Huaraz, Pacasmayo-Chilete, Salaverry-Ascope; éste último tenía un ramal que iba de Trujillo a Menocucho, su construcción hasta la sierra, prevista por los gobiernos del siglo XIX, quedó trunca. A lo largo de la costa, el transporte de pasajeros y carga se realizaba por vía marítima. Con el nuevo siglo, lentamente, el alumbrado eléctrico se fue extendiendo. Trujillo contó con esta energía desde 1907, para cuyo efecto se construyó una planta hidroeléctrica en Poroto. En Lima


se inició el transporte urbano mediante el tranvía eléctrico. Entre algunas ciudades, comenzó a funcionar el servicio de radiotelegrafía; posteriormente, el uso del teléfono a larga distancia. La primera emisora de radio fue inaugurada en 1925. Durante gran parte de nuestra historia republicana, los gobiernos salieron de los grupos oligárquicos y plutocráticos o fueron rodeados por ellos. A esta nota de la política peruana se une el autoritarismo y el militarismo, pues, en forma casi pendular, el país vivió periodos de democracia y de dictadura o tiranía, de gobiernos elegidos por el pueblo y otros resultantes de golpes de Estado. Como siempre, la autocracia abre paso a la megalomanía, al abuso de la fuerza, no respeta la voluntad popular, base de su antítesis, la democracia. En la democracia, la fuerza está al servicio del dere- cho; en la dictadura o tiranía, el derecho está sometido por la fuer- za. En la primera, existe libertad, el pueblo participa sin coacción en la vida política y elige a sus representantes. La segunda, niega la libertad y todos los derechos humanos e impide o dificulta la elec- ción popular entre los opositores. Contra esa tremenda opresión se ha luchado en todos los tiempos y lugares. El Perú ha pasado por periodos de autocracias y gobiernos elegidos por el pueblo que, si bien no se los pueda calificar siempre de auténticas democracias, su mandato obedecía a normas del Estado de derecho. La inestabi- lidad política y la oscilación entre ambos tipos de gobierno son tra- bas para el desarrollo. Así ocurrió a principios del siglo XX, antes y también después. La juventud siempre anheló cambiar este orden de cosas, por una democracia política, social y económica. En el campo intelectual, el siglo amaneció con la generación del novecientos, predominantemente académica y con inclinaciones conservadoras; sus principales representantes, Víctor Andrés Belaúnde (1883-1966), Francisco García Calderón (1883-1953) y José de la Riva-Agüero y Osma (1885-1944), además de su aporte en la producción intelectual como ensayistas, ejercieron notoria influencia política. Luego apareció el movimiento Colónida, llamada por Jorge Basadre generación “literatizante y bohemia”, representada


por Abraham Valdelomar (1888-1919), que motivó el renacimiento literario provinciano. Y luego nacen núcleos intelectuales en Trujillo, Grupo Norte; en Lima, Conversatorio Universitario; en Cusco, Grupo Resurgimiento; en Puno, Grupo Orkopata, y en Arequipa, Grupo Fiat y otros, e inquietudes fuera de estos grupos, y todos en conjunto, conforman la Generación del Centenario o de la Reforma Universitaria, también llamada Generación Vetada. Unos fueron poetas, narradores o ensayistas; otros, pintores o músicos; otros más, historiadores, filósofos o políticos; la mayoría, periodistas y educadores; todos dirigieron su mirada a la realidad peruana, para transformarla. Es la generación más brillante, de sus filas salieron personajes cuya fama se extendió por todo el mundo. A ella perte- neció Antenor Orrego. LA REALIDAD LOCAL Y REGIONAL Durante los primeros lustros del siglo XX, la ciudad de Trujillo transcurría su vida con la misma quietud de tiempos anteriores. Según Orrego, era una oscura ciudad, una aldea agraria pero de universitarias presunciones, de vida sosegada y mansa como los verdes cañaverales de sus alrededores. Aún conservaba su solera colonial, sus casonas señoriales con grandes portones y balcones volados de madera tallada, ventanas de fierro forjado, amplios salones y zaguanes, así como la maravillosa arquitectura de sus templos. En sus calles, anchas, unas empedradas y otras de tierra, pero limpias, se escuchaba el pregón de los vendedores de pan, leche, pescado o fruta, el trotar de caballos, el chirrido de carretas y ca- rruajes, hasta la llegada de los automóviles. A horas establecidas, las campanas de sus iglesias coloniales, llamaban a misa, desde la Catedral, del Carmen, la Merced, San Francisco, San Agustín, Santa Ana y tantas más. Su población no excedía de 16 mil habitantes. Su nota colonial era acentuada por la muralla construida para resguardarla del asalto de piratas y corsarios. Y seguían en uso sus grandes portadas: la de Huamán, al oeste, permitía salir al


pueblo prehispรกnico del mismo nombre y al mar; la de Mansiche, al norte,


en dirección de ese pueblo también de origen indígena; la de Miraflores, al noreste, cerca de la Iglesia de Santa Rosa y de la línea férrea al valle de Chicama; la de Moche, al sur daba salida a dicho antiguo lugar; y la Portada de la Sierra, al este, por donde partían los viajeros al interior. Por lo general, las familias vivían retraídas, en un ambiente de quietud conventual. Las calles cobraban vida en las primeras horas de la mañana en los alrededores del mercado de abastos, y en otros momentos en las puertas de cines y teatros. Por las noches, todo era soledad y silencio. Espejo Asturrizaga anota: “La vida se deslizaba apacible en los interiores de los hogares, sin traspasar sus dinteles, resguardados por sus añosos portones y las gruesas varillas de las rejas de sus amplias ventanas coloniales. Sociedad cerrada, orgu- llosa, egoísta, con un sentido bastante medieval de su clase, de sus abolengos, que vivía todavía dentro de un pasado aún no renova- do”. (Espejo, 1989: 35). Los colegios de entonces eran el Seminario de San Carlos y San Marcelo, fundado por el obispo trujillano Carlos Marcelo Corne (1625), San Juan, Instituto Moderno, para varones; y para mujeres: Santa Rosa y Hermanos Blanco o Belén. Además funcionan numerosas escuelas primarias, tales como el Centro Escolar Nº 241, ubicado en la plaza de armas, donde fue profesor César Vallejo. La universidad, fundada por Simón Bolívar y José Faustino Sánchez Carrión (10-05-1824), reunía alumnos de todo el norte peruano. Quienes provenían de fuera, generalmente, vivían en pequeños ho- teles y pensiones, llevaban vida sencilla de acuerdo a las mesadas de sus familiares. Las principales actividades comerciales y cívicas se realizan en torno al mercado, la plaza de armas, los jirones Progreso (hoy Pizarro), Gamarra, Bolívar, Ayacucho y del Arco (Mariscal de Orbegoso de ahora).


Calle Progreso, actual sexta cuadra de la calle Pizarro (Trujillo,1915).

Los diarios que circulaban eran “La Industria” (fundado en 1895 por Edmundo Haya Cárdenas y Teófilo Vergel), “La Reforma”, “La Razón” y “El Federal”. De Lima, llegaban periódicos y revistas una vez cada semana, en barco. Las actividades culturales eran insignificantes. La universidad se concentraba en el desarrollo de las cátedras, las colaciones de grado y, esporádicamente, alguna conferencia. Con las fiestas religiosas y familiares o del aniversario patrio, los vecinos rompían el letargo de la ciudad. Orrego vio a Trujillo como una encrucijada de caminos históricos, una vida colectiva estancada en el pasado sin poder marchar


hacia adelante. La ciudad de Chan Chan, exponente del tiempo pretérito, era un escenario fascinante donde la fantasía juvenil percibía las voces de los antiguos chimúes, modelaba sus sueños de renovación y anticipaba realidades de esperanzas que bullían indómitas de creación y de acción. La colonia parecía anclada en el tiempo y se resistía a perecer. Agrega: “Los templos eran –y lo son todavía- relicarios preciosos del virreinato y las grandes casonas y solares de las antiguas familias dispersas en las calles le daban una fisonomía que ya no se encontraba en el mundo moderno. Capri- chosos arabescos y escudos nobiliarios presidían los portones de las moradas aristocráticas y daban testimonio de su prosapia. Los salones artesonados, cubiertos de alfombras antiguas y de brocados lujosos en las puertas eran verdaderas urnas de muebles antiguos, de grandes espejos, de retratos de nobles personajes con espléndi- dos marcos dorados”. (Ibáñez, 1995: 87-88). Y la república, remedo de esta forma de gobierno, era inmadura y hechizada por el influjo colonial. Se intentaba resolver los problemas sociales y económicos con criterios feudales. Los reclamos de los trabajadores quedaban ahogados en baños de sangre. La Constitución Política democrática no era una realidad palpable. En las haciendas del valle de Moche (Laredo) y del valle de Chi- cama (Casa Grande, Cartavio, Roma, Chiclín) los trabajadores azu- careros (del campo, de los talleres y de las fábricas) eran explotados con extenuantes jornadas de 10, 12 o más horas diarias. En gran nú- mero, reclutados en la sierra por contratistas de las empresas, eran traídos a estos valles calurosos con la ilusión de encontrar mejores condiciones de vida, y aquí enfrentaban una cruda realidad. El sis- tema de “enganche” los ataba al contratista –como la mita de los tiempos coloniales- a quien siempre le debían dinero. Para regresar a su tierra o buscar trabajo en otro lugar, tenían que cancelar toda su deuda. Ante esa imposibilidad, no tenían otra alternativa que la de continuar “enganchados”. Bajo la influencia del anarcosindi- calismo, comenzaron en la segunda década a organizarse en pro- cura de


defender sus derechos. Estudiantes y jรณvenes intelectuales imbuidos de justicia social, apoyaron las nacientes organizaciones


obreras y sus luchas por mejores condiciones de vida: jornada de 8 horas diarias, salario justo, vivienda higiénica, supresión de trabajo para niños, servicio de alimentación, indemnización por accidentes o enfermedades adquiridas en el trabajo, ampliación de asistencia médica, supresión de castigos, reconocimiento de sus sindicatos… En 1912, braceros de las haciendas de los valles de Moche y Chicama protagonizaron un vibrante movimiento huelgüístico. La represión no se hizo esperar, pero fue hito influyente en la organización gremial. Los reclamos y paralizaciones de labores prosiguieron. Y en los años de 1920 y 1921 estallaron las grandes huelgas que fueron aplacadas a sangre y fuego, en masacres que costaron la vida a más de un centenar de trabajadores y cientos de heridos. Además de los trabajadores del azúcar, los del ferrocarril y de otras actividades también iniciaron su etapa organizativa y de lucha reivindicatoria. A mediados de la segunda década, los sindicatos con sus reclamos, el Centro universitario con sus labores de proyección social y de acercamiento a los obreros, y la confluencia de inusitadas inquietudes estudiantiles comenzaron a darle a Trujillo nuevo rostro. Surgió una pléyade juvenil atenta a los sucesos del mundo y preo- cupada por el estudio de la realidad peruana, comenzando por el terruño. El Colegio Seminario de San Carlos y San Marcelo, dirigido por religiosos lazaristas franceses, de ideas educativas innovadoras, así como la Universidad Nacional de Trujillo, jugaron papel importan- te en la transformación que comienza a vivir la ciudad. En el men- cionado colegio, estudiaron desde la infancia varios de los nuevos protagonistas del quehacer cultural. La calidad de su educación fue reconocida expresamente por Orrego cuando anotó: “He pensado siempre que la influencia espiritual y docente de los padres france- ses fue determinante en la vocación literaria, estética y filosófica de algunos de los jóvenes que, más adelante, constituyeron el ‘Grupo de Trujillo’ ”. (Orrego, 1995, III: 28).


Y aunque de dicho grupo salieron severas críticas a la Universidad, acusándola de obsolescencia en sus programas, desactualización de sus docentes y de brindar contenidos europeizantes, a la postre, de todos modo, contribuyó al alumbramiento de una nueva mentalidad. Así lo evidencian las palabras de Haya de la Torre: “Bajo la arquería de esta casa discurrió el amanecer de mi conciencia, y aquí vi las horas de la inquietud germinar, y aquí soñé sin duda en todas aquellas cosas grandes que sueña la ambición de la juventud que quiere realizar tantas cosas; salí de esta casa llevando el recuerdo inolvidable de viejos maestros […] llevando la memoria fraterna de amigos; pero me fui con el espaldarazo de los dos años iniciales de esta Universidad. Siempre conservé como un rastro sentimental toda aquella ancha huella que puso en mi corazón la vida de Trujillo”. (Haya de la Torre, 1947: 37).

Y según Orrego –no obstante sus drásticos juicios sobre el ámbi- to académico emitidos en sus años juveniles- la Universidad fue en Trujillo el único foco de inquietud cultural en la etapa republicana: “Allí comenzaron a resonar todas las inquietudes del pensamiento, de la acción y del arte moderno. De ese foco debía surgir el gru- po de jóvenes que constituyó el llamado “Grupo de Trujillo”, que tomó resueltamente su camino histórico y que hasta este momento –se refiere a 1959- está esforzándose por cumplirlo. Fue la primera generación con intensa emoción social”. (Ibáñez, 1995: 88). Trujillo fue dejando su apacible y rutinaria vida para ser el esce- nario donde nacerá un mensaje de identidad cultural y compromi- so de redención social. Aquí, con los pies bien puestos en su propia realidad y conectada con el acontecer mundial y nacional, se gestó una nueva generación, la generación del Grupo Norte o Bohemia Trujillana, alborada de rumbos inéditos para un Perú libre, justo y culto, cuya obra tramontó el tiempo y llega hasta nuestros días. Y desde aquí, el futuro autor de Pueblo-Continente, comenzó a decir su palabra y realizar su acción.


Ilustración de José Sabogal que representa la lucha de los trabajadores azucareros en defensa de sus derechos.

2. EL GRUPO NORTE Y LA GENERACIÓN DEL CENTENARIO A principios del siglo, siendo aún niño, Antenor Orrego se afincó en Trujillo, su ciudad adoptiva, futuro escenario de sus grandes realizaciones desde su inquieta etapa estudiantil y de espontáneo conductor de su generación. Aquí inició su multifacética y profunda obra, un verdadero monumento de la intelectualidad peruana. Perteneció a una generación histórica inconfundible. Generación innovadora que trajo su propio estilo; creencias, ideas y aspiraciones; una peculiaridad cultural distinta respecto a las generaciones


anteriores. Frente a un entorno social pasadista, regido por la tradición y el conservadurismo, la colisión generacional fue inevitable. La ciudad de Trujillo siempre ha demostrado indiscutible preeminencia cultural en el norte del Perú. Para estudiar en el Colegio Seminario de San Carlos y San Marcelo acudían, desde lejanos tiempos coloniales, jóvenes de diferente procedencia. Fenómeno similar se dio cuando entró en funcionamiento la universidad que, fundada por Bolívar y Sánchez Carrión en 1824 –aunque instalada en 1831-, fue una de las cuatro establecidas fuera de Lima hasta pasada la mitad del siglo XX y cuyas aulas acogieron jóvenes de la vasta región norteña y otros lugares del país. Cuando cursaban estudios en el mencionado plantel educativo, Antenor Orrego conoció a José Eulogio Garrido, Macedonio de la Torre, Alcides Spelucín y los hermanos Víctor Raúl y José Agustín Haya de la Torre. Años después, allí también estudiará Francisco Xandóval, y será alumno de Orrego. Por ese tiempo –primeras décadas del siglo pasado- dicho colegio estaba a cargo de sacerdotes franceses de exquisita cultura, ellos desarrollaban asignaturas tanto científicas como humanísticas, junto con profesores laicos. En su adultez, el propio Antenor reconoció –como ya queda anotadola decisiva influencia ejercida por ellos en la orientación intelectual de los futuros integrantes del Grupo Norte. La Universidad de Trujillo fue la siguiente instancia donde se encontraron varios estudiantes que, en forma sucesiva, se incorporaron a las inquietudes intelectuales, junto con otros jóvenes escritores y artistas. De este modo, tanto el Colegio Seminario como la Universidad de Trujillo fueron los focos culturales que contribuyeron a darle vida a una singular generación conformada por jóvenes nacidos entre el ocaso del siglo XIX y el amanecer del XX, oriundos ya sea de Trujillo, de otros puntos del norte, o ligados a él por razones diversas. Aquí se dieron cita, aquí confluyeron, como en ningún otro momento de nuestra historia, futuros creadores notables de cultura.


GRUPO NORTE con profesores y otros estudiantes en un almuerzo en el Restaurante Morillas de Buenos Aires. Lado derecho, el primero, Víctor Raúl Haya de la Torre, siguen Alvaro de Bracamonte, Agustín Haya de la Torre, Antenor Orrego, el sétimo es Oscar Imaña, el décimo, Carlos Manuel Cox. A la izquierda, el quinto es César Vallejo, el sexto Federico Esquerre.

Social e históricamente, las generaciones nacen al conjuro de fac- tores típicos e irrepetibles. Y no obstante las naturales diferencias entre sus miembros, es tácita la comunión de ideales y aspiraciones que imponen nota peculiar y distintiva a su palabra y acción. En esta perspectiva, la generación que Trujillo vio balbucir entre los años de 1914 y 1915 hizo frente a una enorme barrera de privilegios arraigados y pasiones implacables. Sin embargo, logró abrirse en- tre todas las dificultades, de allí que su lucha por la cultura marcara con sello indeleble su destino. Las vicisitudes de aquellos años for- maron su carácter y acicatearon sus sueños y esperanzas.


Las circunstancias adversas le exigieron pugnacidad y ésta impli- có imaginación creadora para manejar las armas del pensamiento. Esta generación se propuso exigente disciplina para entregarse al servicio de la región y del país. Con el entusiasmo, la tenacidad y vehemencia propios de la edad juvenil, tomó clara conciencia de su responsabilidad histórica y trató de compenetrarse en los proble- mas nacionales para buscar el esclarecimiento de nuestra identidad cultural. Su irrupción en la vida tranquila de Trujillo, culturalmente, sonó a rebeldía contra lo consabido, la imitación y el seudoacademis- mo y, socialmente, fue una clarinada por la reivindicación obrera; todo lo cual convulsionó el manso y muelle transcurrir citadino de la época. Pero estos jóvenes no se amilanaron, no quisieron que otros pensaran por ellos, prefirieron el camino áspero y difícil a la vida rutinaria y cómoda, aunque su actitud insólita les costara, casi siempre, nefastas incomprensiones, increíbles pretericiones, silen- ciamiento y veto de larga duración. En 1914 se constituyó el núcleo germinal, en reuniones realizadas en el departamento de José Eulogio Garrido. La revista “Iris”, dirigida por él, publicó los primeros trabajos de estos jóvenes. Al año siguiente, se amplió el grupo. Reuniones de lecturas colectivas, debate y fraternidad; excursio- nes a monumentos arqueológicos y playas; producción de poemas, dramas y ensayos, melodías y pinturas; estudio de los problemas locales, regionales y nacionales; celebraciones y ágapes; charlas con los trabajadores, originaron nuevos actores del pensamiento. Procedente de Lima, en 1916 llega de visita a Trujillo el poeta Juan Parra del Riego. Según su versión, al ser recibido en el seno del Grupo, luego de los saludos, Garrido habló así: “Ahora le debo explicar a Ud. lo que es nuestra “La Bohemia”. Todos estos


seño- res que ve usted acá, poetas, novelistas, sicólogos, algunos genios (Risas. Comencé a conocer el carácter burlón de Garrido) nos reu- nimos en esta sala de mi casa los miércoles y sábados para “hacer


dos horas de lectura”. Naturalmente, vinculados por este eslabón intelectual nos paseamos juntos, de cuando en cuando almorzamos en grupo o hacemos, también en grupo, excursiones a las ruinas de Chanchan por las tardes o en noche de luna llena a las playas veci- nas. Esta es nuestra terrible bohemia, señor Parra”. Al poco tiempo, el poeta, de regreso a Lima, confesará en un artículo periodístico, que sufrió un conato de decepción porque no encontró un grupo clásico de bohemios al estilo parisino, caracterizados por sus for- mas no convencionales de vida (desordenados, estrafalarios, de ca- bellera larga, inclinados al alcohol), sino rostros agradables de mu- chachos inteligentes y de miradas vivaces, una bohemia diferente, apacible y amable. En esa misma crónica, Parra del Riego destinó palabras especiales de elogio a Orrego calificándolo de “raro y be- llo paradigma de la modestia que aconsejaba Sócrates para las lina- judas calidades del espíritu”. (Orrego, 1995, III: 139-140). Se trataba de una bohemia intelectual, conocida al transcurrir el tiempo como “La Bohemia Trujillana”, “Grupo de Trujillo” o “Gru- po Norte”, integrada por Antenor Orrego y José Eulogio Garrido, sus animadores, César Abraham Vallejo Mendoza, Víctor Raúl Haya de la Torre, Alcides Spelucín Vega, Macedonio de la Torre, Carlos Valderra- ma, Carlos Manuel Cox, Francisco Xandóval, Juan Espejo Asturrizaga, Oscar Imaña, Federico Esquerre Cedrón, Daniel Hoyle, Eloy B. Espinoza, Manuel Vásquez Díaz, Alfonso Sánchez Urteaga, Juan José Lora, Alfredo Rebaza Acosta, Julio Esquerre, José Agustín Haya de la Torre, Leoncio Muñoz Rázuri, Néstor Martos, Francisco Dañino, Crisólogo Quezada, Julio Gálvez Orrego, Felipe Alva y Alva…cuando el Grupo se disper- saba, Ciro Alegría, Luis Valle Goicochea y Mariano Alcántara. Esta pléyade tuvo que actuar con beligerancia intelectual para abrir su auténtico camino en un ambiente negativo y hostil. Solo así pudo realizar, según palabras de Orrego escritas en 1926, “la la- bor tal vez de más dilatada envergadura espiritual y de más fuerte virtualidad cohesiva que se ha dado en los últimos años de la Re- pública”. (Orrego, 1995, III: 157). Podría decirse que tal


juicio vino de parte interesada y se emitiรณ en tiempo cercano a los hechos, pero


es certero como lo corrobora la obra realizada por cada personaje, y hasta es modesto conforme lo amerita el historiador Centurión Vallejo cuando anota: “El Grupo [Norte] realizó en el Perú el más importante movimiento intelectual, la más vital revolución ideológica, que en sus fines y objetivos, aunque distintos, es comparable a la revolución ideológica que precedió a la guerra de la independencia”. (Centurión, 1992: 34).

GRUPO NORTE. 1916. De izquierda a derecha, sentados: José Eulogio Garrido, Juvenal Chávarry, Domingo Parra del Riego, César Vallejo, Santiago Martin y Oscar Imaña.; de pie: Luis Ferrer, Federico Esquerre, Antenor Orrego, Alcides Spelucín y Gonzalo Zumarán.

En momento posterior al citado, Orrego ha dejado otros testimonios de sus imborrables recuerdos de aquellos años. Dice: “A fines de 1915 publiqué una página íntegra con los versos de Spelucín, Vallejo e Imaña en “La Reforma” […] Alrededor de ella y, poco antes, alrededor de la revista “Iris” comenzó a configurarse y canali-


zarse el movimiento literario inicial, que hubo de alcanzar su mayor brillo, difusión e influencia alrededor del diario trujillano “El Norte”, que Spelucín y yo fundamos […] “El Norte” se constituyó en el centro inspirador y animador de la novísima corriente intelectual y literaria en todo el norte de la república, que se extendió luego al país entero y que tuvo su arranque o epicentro en la ciudad de Trujillo”.

Y luego apunta: “Las veladas transcurrían entre lecturas, comentarios de los nuevos libros, conferencias improvisadas, recitaciones poéticas, música clásica y, más que todo, la crepitante algazara de los mozos que incursionaban con frecuencia en los restaurantes y cafés de la ciudad. En altas horas de la noche, las calles trujillanas, devolviendo el eco de nuestras voces, nos vieron deambular con ruidosa alegría en ocasiones innumerables. Solíamos, también, trasladarnos a las playas cercanas: Buenos Aires, Huanchaco, Las Delicias y, en muchas ocasiones, nos sorprendió el amanecer, frente al mar, recitando versos de Maetelinck, Verhaaren, Samain, Rimbaud, Paul Fort James, Mallarmé, Walt Whitmann, Darío, Herrera y Reissig, Lugones y, desde luego, el pauvre Lelián, Baudelaire y…tantos más. Algunas veces, la voz de Imaña, con no muy buena dicción francesa, por ese entonces, y recitando con entonación un tanto engolada, “Le violon de l’automme…” etc. se perdía envuelta en el bronco y profundo trémolo de las olas. Como trama invisible de fondo, palpitaban allí muchas esperanzas que forjaba la fantasía, numerosas ilusiones moceriles que habrían de quebrar la vida, pequeños dramas personales de amor y, subrayando el conjunto, con trazo firme, el poderoso ímpetu y el gallardo coraje que nos infundía la indeclinable fe en nuestro destino. Solamente esta última no nos defraudó del todo porque varios de esos mozos trajeron a la realidad histórica y viviente de la patria, entre cuitas, sacrificios y angustias heroicas, lo que la intuición juvenil iluminó en sus pechos desde esos días lejanos y generosos”. (Orrego, 1995, III: 29 y 30).

Las reuniones del Grupo crearon verdaderas oportunidades de interaprendizaje. Y según palabras del mismo Orrego, aquellas “líricas y férvidas juntas moceriles” abrieron a su fantasía viajera


caminos innumerables para la creación intelectual. “Rondas nocturnas, pensativas y de encendida cordialidad, unas; gárrulas y alborotadas, otras. Más de una vez la algarada juvenil turbó el sue- ño de la vieja ciudad provinciana. Con frecuencia los amaneceres sorprendíannos en estos trajines que tenían un adulzurado sabor romántico, apagando como de un soplo, la feérica fogata de nues- tros ensueños”. “La despreocupada irreverencia moceril –agrega con sentido irónico- que no se curaba de las eminencias universi- tarias, ni de las consagradas y oficiales sabidurías de pupitre, tuvo que provocar, como provocó, una tensa hostilidad en el ambiente”. (Orrego, 1995, III: 171).

MIEMBROS DEL GRUPO NORTE Y AMIGOS. Trujillo, 1917. Sentado, 1º de la izq., José Eulogio Garrido. De pie, de izq. a der., adelante, Antenor Orrego, inclinado, Alcides Spelucín, sigue, Eloy Espinoza, al centro y mirando de frente, Carlos Valderrama (…) Macedonio de la Torre (…) (…) (…) Federico Esquerre, José Agustín Haya de la Torre (…) (…) (…) Oscar Imaña (…) César Vallejo.


Por eso, muchos catedráticos, desactualizados en cultura literaria, se irritaron “con las audacias y zumbas de los mozos”. Entonces, los “intelectuales” más ineptos e ineficaces emprendieron una maligna campaña de ataques al inquieto grupo innovador, sobre todo contra el poeta César Vallejo. Desde luego, la respuesta no se hizo esperar. Orrego, en dos artículos periodísticos demoledores, sacó a luz la supina ignorancia de quienes pretendían ingenua- mente zaherir al vate. En una de sus notas, el filósofo sostuvo que eso era el eterno despecho de los rezagados contra los jóvenes que traen nueva cultura, mayor vigor idealista y más amplitud de alma. Y, con el mismo propósito, en 1916, Haya de la Torre escribió y lo- gró la escenificación de la comedia “Triunfa vanidad”, una defensa del nuevo mensaje cultural de los jóvenes frente a la petulancia de sus detractores. “Así comenzó –en palabras de Orrego- una heroica lucha que algunos años más tarde debía rendir tan pródigos frutos para la cultura y elevación mental de Trujillo”. (Orrego, 1995, III: 171). Insistiendo en sus recuerdos escribe (1957): “El grupo juvenil deambulaba -¡claro está!- por las calles muchas veces hasta altas horas de la noche. En esas reuniones surgían los sueños de lo que después fueron realidades, ¡hay, sangrantes realidades!...” Y después de las excursiones a Chan Chan, añade: “Veníamos sumergidos, empapados, literalmente, en ese tiempo espectral cuajado de sombras arqueológicas. Estábamos con el sueño a flor de pecho porque los espectros de ese pasado remoto espoleaban la fantasía”. (Orrego, 1995, IV: 29).


GRUPO NORTE EN CHAN CHAN. 1918. En el primer plano, el visitante Abraham Valdelomar (cubierto la cabeza). Luego, de izquierda a derecha, 2a. fila: Néstor Alegría, Juan Espejo Asturrizaga, Augusto Silva Solís, Leoncio Muñoz; 3a. fila: Luis Armas, Juan Pesantes Ganoza, Eloy B. Espinoza, Antenor Orrego (con bigote y en actitud pensante), Juan Manuel Sotero; 4a. fila: José Eulogio Garrido (vestido de blanco), Federico Esquerre y Agustín Haya de la Torre. De regreso a Lima, Valdelomar recordará en un artículo las: “Noches de luna sobre la solemne ciudad muerta de Chanchán, en Trujillo”.

Y en otro pasaje en relación con las frecuentes excursiones a la otrora capital del reino chimú dice: “Allí en Chan Chan estuvimos muchas noches de plenilunio todo el grupo de mozos, como si quisiéramos adivinar entre las ruinas fantasmales de ese pasado, toda la tremenda responsabilidad de la tarea que nos aguardaba. Sumergidos en este escenario de espectros estuvimos muchas veces conversando y proyectando nuestra faena del porvenir, César Vallejo, Víctor Raúl Haya de la Torre, Alcides Spelucín, Macedonio de la Torre, Oscar Imaña, Juan Espejo, tantos jóvenes más.


En este escenario espectral con su voz de poeta alucinado Francisco Xandóval revivía dramas y tragedias remotas, reconstruía arquitecturas que se habían roto hacía millares de siglos, resucitaba con su palabra embrujada vidas lejanas y desconocidas que habían deambulado su alegría y su desventura por estos parajes”. (Ibáñez, 1995: 87).

Indudablemente, Chan Chan fue muy apreciada por el grupo de jóvenes que en diversos momentos se refieren a ella. Garrido llegó a ser catedrático de arqueología y director del correspondiente mu- seo de la universidad local. Y escribió “Visiones de Chan Chan”, libro de prosa poética dedicada: “A esta ciudad, que es ancha sobre el suelo y abierta hacia las nubes y tiene corazón blando y azul como el mar que la hace dormir todas las noches, y soñar” (Garri- do, 1981: s-n).

Carlos Valderrama (izquierda), José Eulogio Garrido (centro) y Abraham Valdelomar (de visita). Trujillo, 1918.


Por su espíritu de iniciativa, por su amplia cultura y su calidad humana, Orrego se convirtió en el mentor o guía informal de sus compañeros de tertulia. Las reuniones las realizaban en algún restaurante o café, en la morada de Garrido, Orrego o Espejo, en la casa El Molino de Hoyle, o salían a Mansiche, Huamán, Chan Chan y otros lugares. Las damas también tuvieron participación en diversas veladas de este círculo moceril. Es muy significativo el relato dejado por Orrego: “Muchas de estas muchachas nos animaron con su adhesión y simpatía cuando llegaron las horas de la diatriba. Unas por admiración literaria, otras por devoción a lo que el grupo representaba de insólito dentro de la existencia monótona de la pequeña ciudad, las más atraídas por el amor o por la mera aventura galante y algunas por la simple curiosidad femenina o el deseo de esparcimiento dentro de un ambiente de bizarra novedad. En los hogares de algunas de ellas solíamos reunirnos en determinadas fechas, a veces se organizaban paseos campestres a los lugares cercanos. Bullía la alegría juvenil, crepitaban la música, las bromas ágiles y los donaires en los diálogos chispeantes de ingenio”. (Orrego, 1995, III: 31).

El trato entre los “bohemios” era fraternal. Sus veladas transcurrían en un ambiente de alegría. Pero no faltaban momentos de tensión que pronto controlaban y disipaban. En un clima de tal compañerismo, surgieron seudónimos, facturados en el seno de sus reuniones: “José Matías” (Garrido), “Fradique Mendes” (Orrego), “El Príncipe de la Desventura” (Haya de la Torre), “Korriscoso” (Vallejo), “El Reyecito”(Macedonio de la Torre), “Rusquín” o “El Negro” (Federico Esquerre), “Moro Tarrarura” (Xandóval), “El Benjamín” (Espinoza), “Camilo Blas” (Sánchez Urteaga) y “Esquerriloff” (Julio Esquerre). A Julio Gálvez Orrego, sobrino de Antenor, le llamaban “Julito Calabrés” o “El Chino”. Varios seudónimos procedían de personajes de novelas leídas entonces por estos jóvenes. A las damas relacionadas con ellos, también les aplicaron sobrenombres: María Rosa Sandoval fue “María Bashkirtseff”; a


Carmen Rosa Rivadeneira la llamaron “Safo”; a Zoila Rosa Cuadra,


“Mirtho”; Marina Osorio, “Salomé”; Lola Benites, “Cleopatra”; y a Isabel Machiavello la bautizaron como “Carlota Braema”. No fue un grupo invariable conformado por todos sus miembros, de principio a fin. Por diversos motivos, algunos se alejaban y otros se incorporaban. Se prolongó hasta comenzar la década de los años 30. Y no obstante su dispersión, el trato fraternal se prolon- gó hasta el final de sus vidas. Así lo evidencia la correspondencia, tanto entre los que permanecieron en el Perú (Trujillo, Lima y otras ciudades) cuanto de los que salieron del país. Escritores, poetas y artistas llegados de Lima eran recibidos con afecto por los trujillanos. Así, acogieron a Juan Parra del Riego, Abraham Valdelomar, al compositor Daniel Alomía Robles, al poeta Enrique Bustamante y Vallivián, también participaban de las representaciones de las compañías de teatro y actuaciones de baila- rinas procedentes de la capital de la república. En verdad, las lecturas, los recitales, la conversación, el debate, las caminatas por playas, sitios arqueológicos y la campiña circundante…le dieron a los miembros del Grupo Norte una expresión espontánea y original de vivificante metodología pedagógica, riquísima en interaprendizaje. La autodisciplina en el estudio y la convivencia espiritual les prodigó la cultura que el sistema educativo no les pudo dar. El grupo vivió más al día que la propia universidad respecto al avance de las diferentes manifestaciones culturales, particularmente en los campos literario, estético y filosófico. Sus miembros se educaron a sí mismos; practicaron ese concepto de la teoría educativa según el cual todos somos, al mismo tiempo, educandos y educadores. Tal vez allí tendrían origen estas reflexiones de Orrego: “No hay sabiduría infusa, sino sabiduría sufrida, conquistada y vencida”. (Orrego, 1995, I: 96). “Es perentorio que conozcas tu mensaje para enseñarlo”. “Revelas y te revelan. Enseñas y te enseñan. Eres profesor y discípulo”. (Orrego, 1995, I: 282). La generación emergente se vio ante la imperiosa obligación de combatir la rutina, trazar su camino y marchar por su propia ruta.


Los jóvenes abrieron su mente y su corazón a lo nuestro y entraron el fragor de la vida colectiva en procura de educación, justicia y libertad para el pueblo. “Un grupo fecundo y creador”, dice Rivero Ayllón, y añade: “Este Grupo Norte es y será un grupo ejemplar, paradigmático. No se ha dado en el Perú caso similar, y su trascen- dencia continental es innegable”. (RiveroAyllón, 1996: 54). Su obra dejó profunda huella, marcó la historia. Pero Orrego, igual que sus amigos, padecieron por sus ideas, a costa de sus justos y legítimos derechos y de sus propias aspiracio- nes personales y familiares. A todos, para decirlo con los versos de Vallejo, les pegaban, les daban duro con un palo y duro también con una soga. Mas, el tiempo ha sido su mejor aliado. Antes, el denuesto; hoy la gloria para ellos. Y a pesar de tan lacerante experiencia, pa- rece que aún no aprendemos bien la lección dictada por la historia. La vocación de sepulturero se impone sobre la de partero. La ten- dencia escatológica prima sobre la biológica; para el vivo espinas y vituperios, para el muerto flores y elogios. Nuestro personaje fue certero al observar este fenómeno cíclico de nuestra historia, cuando anotó de modo insuperable lo siguiente: “Según parece, la tumba ejerce sobre los peruanos un extraño sortilegio necrolátrico. Esperan que mueran sus mejores hombres, que desciendan bajo la loza funeraria, como briznas vencidas de la vida, que enmudezcan definitivamente, para celebrar su gloria póstuma. Parece que el pensamiento y las obras de los vivos eminentes suscitan, en este país, desconfianzas misteriosas. Solo cuando el cadáver del hombre ha licenciado todas sus palabras vivientes de revelación, de enseñanza o de belleza, cuando el cadáver ha quedado tenso de estupor frente al augusto enigma de la muerte, entonces, rómpese el silencio con que lo circundaban mientras vivía”.


“Entonces, también, comienzan a florecer sobre el sepulcro las jaculatorias y las apologías más desmesuradas y estridentes”. (Orrego, 1995, III: 192).


En el caso específico de Orrego, la vida fue para él un trajinar permanente por el perfeccionamiento humano y el desarrollo del país. La realidad vivida y su profunda vocación de servicio lo llevaron a ser combatiente por la transformación social. Como ciudadano y hombre público, actuó en consecuencia con sus ideas. Ni las persecuciones ni encarcelamientos lo hicieron apartarse de su ruta. Estuvo siempre al lado de muchos peruanos anhelantes de una patria iluminada por la justicia social: “Ora, envueltos en el oleaje encrespado y multitudinario del pueblo; ora, trenzados, a corazón sobrado, en el hirviente diálogo y en la resonancia trepidante de la representación nacional; ora, acezantes de esfuerzo y expectativa en el vocerío de los co- micios públicos; ora, frente a frente a dos rejas, cuyos barrotes enjaulaban nuestros pasos, tajaban de vejamen nuestros rostros y subrayaban la tré- mula entraña de nuestras cuitas”. (Orrego, 1995, III: 191). Orrego y sus amigos generacionales fueron contestatarios, inconformes, pero innovadores, aspiraron a la transformación social del país, comenzando por la revolución de los espíritus, por la edu- cación del pueblo. Trajeron cantos de esperanza, un nuevo sentido de cultura, libre de colonialismo mental. Ellos tuvieron, como se entona en “La pampa y la puna”, la virtud de abrazar “la nueva emoción” por un Perú mejor. Casi paralelamente al Grupo de Trujillo, en varias ciudades del Perú: Lima, Cusco, Puno y Arequipa, surgían otros que, del mismo modo, fijaron su mente en nuestra realidad y dedicáronse a buscar las raíces de la peruanidad para explicar el presente y columbrar el porvenir con mirada propia. El núcleo de la capital de la república constituyóse por estudiantes en torno al “Conversatorio Universi- tario”, allí los nombres ilustres de Jorge Guillermo Leguía, Raúl Po- rras Barrenechea, Luis Alberto Sánchez, Jorge Basadre, Manuel Abastos, Guillermo Luna Cartland, Ricardo Vegas García y Carlos Moreyra Paz Soldán. A ellos se sumó Haya de la Torre cuando se trasladó de la Universidad de Trujillo a la Universidad Mayor de San Marcos. Coetáneos con ellos fueron José Carlos Mariátegui y Manuel Seoane, ambos periodistas e


ideólogos, cuya influencia, como de toda aque- lla generación, llega hasta nuestros días.


En el Cusco hizo irrupción el “Grupo Resurgimiento” con Luis E. Valcárcel y José Uriel García, entre otros, mientras en Puno, los intelectuales dieron vida al “Grupo Orkopata” al que pertenecieron Gamaliel Churata o Arturo Peralta Miranda, Dante Nava, Emilio Vásquez y Alberto Cuentas Zavala. Arequipa no fue ajena a este despertar de las conciencias, allí se conformaron varios cenáculos, tales como “Los bohemios de Aquelarre” con Percy Gibson, César Atahualpa Rodríguez y otros; el “Grupo Fiat”, en el cual estuvieron Manuel Benigno Ballón Farfán, César Guillermo Corzo, Antero Peralta Vásquez, entre muchos más. Los poetas Alberto Hidalgo y Alberto Guillén son, igualmente, de esta época. Aunque al grupo de Lima, se le llamó con sentido restrictivo “Generación del Centenario”, ciertamente, en conjunto, todos los actores de la cultura de aquella época –como los mencionadosconforman la generación de ese nombre, porque su amanecer intelectual despunta a cien años de la independencia del Perú. Esta luminosa generación se dio por entero a escudriñar la realidad y a librar el más grande esfuerzo por transformar el país, pero simultá- neamente, fue objeto del más grande escarnio de nuestra historia, sufrió postergación, quedó marginada política y socialmente de las grandes decisiones nacionales. Por eso Porras Barrenechea la llamó “Generación Vetada”. Sin embargo, por su inteligencia y perseve- rancia, dejó huella, marcó la historia con su obra y pensamiento. Refiriéndose a ella, Spelucín escribe: “La generación del 20 es la primera hornada en que aparece, hecha conciencia colectiva, la genuina levadura humana de nuestro pueblo […]La generación del 20 saltó por sobre las murallas de la Colonia y gritó su grito de fraternidad a las demás juventudes del mundo […] Ella la que abrió las primeras brechas en el muro de la Universidad feudal […] Pero algo más todavía han sido y son las vanguardias del Perú nuevo: la presencia de ellas llena por completo lo que en nuestro país hay de valioso en el arte y en la ciencia, en el pensamiento y en la acción. Nuestra pintura, nuestra música y nuestra literatura dejan de ser europeas para convertirse en peruanas, en indoamericanas, con la generación del 20. Con esa generación también se inicia, por parte de


nuestros ingenieros, sociólogos, médicos, etc., el enjuiciamiento peruano de los problemas peruanos.” (Spelucín, 1969: 76, 77, 78, 80-81).

Esta generación, impetuosa pero fecunda y con un gran sentido humano, fue el anuncio de un nuevo Perú. A ella perteneció Antenor Orrego y el Grupo Norte DIRECCIONES INTELECTUALES DEL GRUPO NORTE Las direcciones, líneas, áreas, o campos intelectuales cultivados por los miembros del Grupo Norte fueron múltiples. A continuación ensayamos su clasificación.


PRODUCCIÓN DE ESTE MOVIMIENTO INTELECTUAL Los autores con sus principales obras:




PRODUCCIÓN DE ORREGO •

Notas marginales. Ideología poemática (Aforísticas). Trujillo, Tipografía Olaya, 1922.

El monólogo eterno (Aforística). Trujillo, El Norte, 1929.

Pueblo-Continente. Ensayos para una interpretación de la América Latina. Santiago de Chile, Editorial Ercilla, 1939.

Estación Primera. Lima, Talleres de Obras Gráficas, 1961.

Discriminaciones. Lima, Universidad Nacional Villarreal, 1965.

Hacia un humanismo americano. Lima, Librería-Editorial Juan Mejía Baca, 1966.

Mi encuentro con César Vallejo. Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1989.

Obras completas. Lima, Editorial Pachacútec, 1995, 5 tomos.

Además, las memorias rectorales de 1947 y 1948 (Universidad Nacional de Trujillo).

Federico


PERFIL DE ANTENOR ORREGO Para trazar, de modo panorámico, el perfil de Orrego en sus principales manifestaciones personales e intelectuales, qué mejor acudir a sus contemporáneos, amigos, familiares o discípulos, personajes afines en ideas o discrepantes con él. Para ello, hemos selec- cionado algunos fragmentos de Felipe Cossío del Pomar, Eudocio Ravínes, Teodoro Rivero-Ayllón, y Alicia Orrego Spelucín, una de las hijas del filósofo, escritos en calidad de homenaje póstumo, asi- mismo de una obra orgánica de Luis Alberto Sánchez. (Con excep- ción de éste último, dichos textos están incluidos en el tomo V de las Obras completas de Orrego). MIS RECUERDOS DE ANTENOR ORREGO Por Felipe Cossío del Pomar

Hace algún tiempo leí unos versos de Rafael Alberti, que ahora evoco al desglosar de mis cuadernos las líneas dedicadas al noble amigo ausente: “a ti, sonoro, puro, quieto, blando, incasable al mar de la paleta…” En el “mar” de mi paleta estuvo Antenor Orrego, alma de colores, desde que lo conocí en Trujillo el año 1923. Y desde que le estre- ché la mano en la puerta del diario “El Norte”, del que era Director, donde alentaba las inquietudes de la generación más inquieta del Perú del novecientos. En ese encuentro, le vi justo, sereno, bonda- doso, de una modestia y una generosidad incalculables. Aprovechaba yo mi breve estancia en la capital de La Libertad para hacer apuntes de la región, y retratos de mis nuevos amigos antes de proseguir mi viaje a Europa; entre otros, el de José Eulogio Garrido, uno de los mentores más sagaces del “grupo intelectual” y el de Macedonio de la Torre, quien daba ya pruebas de su ge- nio. Orrego me impresionó profundamente, sin duda por lo que conocía de sus escritos reveladores de la conciencia


americana, tan desconocida para la mayorĂ­a de nuestros escritores.


Por esos tiempos estaba en boga la teoría del “Nimbo”, puesta en práctica por los prerrealistas, quienes la heredaron de los primi- tivos florentinos. Sostiene esta teoría que a cada persona le corres- ponde un Nimbo, cuyos colores coinciden con su carácter y aspecto físico. Esto no era una novedad para mí. Desde hacía mucho tiem- po cultivaba el empeño de descubrir nimbos en el “motive”, como decía Cezanne. En el nimbo de Antenor Orrego me sorprendía de no encontrar negros, ni blancos, ni grises. En los colores que le co- rrespondían vibran opacos verdes de cañaverales, oro mate de ta- piales, añiles y rosas entre pardos polvorientos. Colores de Trujillo pleno de poetas, de pueblo lleno de colores heroicos, apasionados, violentos, tiernos o melancólicos. Antenor era el gran “motive” para una cabeza de estudios; cara alargada, mirada clara y lejana, pálido y profundo como un retrato del Greco. Le he seguido luego en su vida y pensamiento. Le he visto entrar y salir de las prisiones del Perú con la misma imperturbable actitud que da la fuerza del espíritu invencible. Y mientras en cada país de América oía repetir su nombre con admiración, y en cada publicación de importancia leía sus artículos fecundos siempre de enseñanzas, en la patria nuestra era evidente el empeño por igno- rar al autor de “Pueblo-Continente”, una de las obras más notables escritas sobre América Latina. (1960). ANTENOR ORREGO Por Eudocio Ravínes

Sus partidarios le llamaban “El Amauta” por su calidad de hombre sapiente y sagaz. Antenor Orrego fue primordialmente un promotor de cultura en un país de analfabetos. Y aquí residió su heroísmo y su nobleza. Antenor Orrego fue como una estrella que apareció en Trujillo. Su luz iluminó un círculo en el que se fueron reuniendo valores que habían de ser de primera magnitud. Orrego iluminó la figura


de CĂŠsar Vallejo y la obra inmortal del poeta mayor del PerĂş contem-


poráneo. Y Orrego iluminó asimismo los caminos y los primeros pasos de Víctor Raúl Haya de la Torre. Tempranamente Orrego se dejó ganar por ese “Complejo de Re- dentor” que es el cultivo del pensamiento en el Perú. Aprendió a filosofar, intentó su filosofema vernáculo, pidió la palabra y dio su mensaje, que fue un mensaje humano, profundo, noblemente humano. Nada de lo que es peruano le fue ajeno. Filosofó sobre el Perú, hizo sociología sobre el Perú, forjó literatura sobre el Perú; se hizo político y militante y combatiente y dirigente. Se dio por entero a los peruanos. Vivió en las prisiones infames destinadas a los “políticos” por los dictadores de antaño. Fue víctima de la dureza sin par con que la tiranía de Sánchez Cerro se ensañó con la intelectua- lidad del Perú. Y en las cavernas pétreas del Castillo del Real Felipe hacía filosofía para suavizar la crueldad que golpeaba inmisericor- de a los prisioneros. Su creación más valiosa fue la concepción de los “Pueblos Continente”. Las décadas han pasado después que él enunciara su teoría sociológica, y los acontecimientos y sobre todo el proceso de la realidad histórica, no han hecho sino remachar su idea otorgándole valor y dándole vitalidad de tipo científico. Más, por encima de todo esto, la virtud capital de este promotor de pensamiento, fue su calidad humana, su incansable bondad, su apasionada vocación de darse a los demás. Amó a su país con pa- sión intensa y sobre todo, permanente; soñó en su progreso; tuvo optimismo saludable ante el provenir. No imprecó: no siguió la huella amarga de González Prada; fue un leal y abnegado servi- dor de la gran obra de creación del régimen democrático, del cual estamos disfrutando. La libertad que gozamos, la paz dentro de la cual vivimos, la magnífica creación que se está gestando en el Perú, tienen con Antenor Orrego una de esas deudas que no se pueden pagar nunca.


Fue un genuino intelectual; fue un magnífico hombre de pensamiento; pero, por sobre todo, fue un firme y estoico combatiente. (23.07-1960). ORREGO Y XANDÓVAL Por Teodoro Rivero-Ayllón

En reiteradas ocasiones, desde mis días colegiales en “San Juan” había oído a don Francisco Xandóval hablar emocionadamente, con no sé qué unción y gratitud, cuando venía a nuestras frecuentes pláticas el nombre de don Antenor, de ese hombre inmensamente bueno, cuyo mejor elogio sea tal vez el que, en recuerdo de Martí, dijo Rubén Darío: “Quien se acercó a él, se retiró queriéndolo”. Un aura de simpatías, en permanente fluir, circundaba en efecto a este varón singular, en que admirábamos tanto la altura luminosa de su pensamiento cordial. Todo emoción, todo él, entrega generosa de sí mismo. Cuán tardíamente vengo a comprender ahora lo que cierta vez me dijo don Antenor en animada charla: cómo a través de la emoción había llegado a la aprehensión de ciertas verdades. ¡Qué extraño, qué velado me parecía entonces todo aquello! Digo que había oído más de una vez a don Francisco el elogio hondamente admirativo de Antenor Orrego. De ahí que cuando, más tarde, me allegué al maestro ya venía yo con predisposición para amarlo. Xandóval, niño aún, había sido su alumno en los primeros años de media en el Colegio Seminario. Más tarde hizo con él periodismo en “La Reforma” y en “El Norte”, y compartió a su lado inolvidables horas en las tertulias de Grupo del que don Ante- nor Orrego era animador principal. Con la atención admirativa con que lo había oído en sus clases del Seminario hablar una mañana sobre el milagro griego, Xandóval volvía ahora a escucharlo con renovado interés en tanto discurría –conversador diserto- sobre el origen de las viejas culturas orientales, sobre la génesis de nuestras civilizaciones aborígenes o


sobre el porvenir de la nueva América. Ora sobre algún tema eleva- do de filosofía o arte; ora en el comentario, entusiasmado y hondo, de un poema de Verlaine o de un cuento de Poe. Aún me parece ver a don Antenor, sentado en su amplio sillón tapizado de verde, sencillo, afable, paternal, dialogando animadamente. (Diario “Norte”, Trujillo, 28 de julio de 1960). EL PERFIL DE MI PADRE Por Alicia Orrego Spelucín

Tras un cuarto de siglo de su ausencia física de esta América de su pasión, Antenor Orrego, será siempre uno de los valores humanos; creador indiscutible y auténtico en el campo del pensamiento. La presencia de Antenor Orrego se destaca en nuestro horizonte literario con un perfil heroico en un tono superlativo de bondad, y de amor a todas las causas nobles. Citando frases del gran poeta Alcides Spelucín: “¡Espada bíblica y antorcha revolucionaria! He aquí sus blasones heráldicos si ahora fuera posible tenerlos”. Orrego ha sido la hipotenusa en un triángulo admirable, formado con Haya de la Torre y Mariátegui, con raíces fecundas en el pueblo peruano. Fue él quien comenzó a clamar justicia y regar la simiente, convergiendo, cada día, intelectuales y obreros hacia el centro de un mismo ideal, haciendo brotar raudales de luz en la vida de nuestro pueblo, pidiendo él mismo seguir al conductor Haya de la Torre, en esta gran cruzada que comprometía a todos los hombres libres del Perú. Pertenecía a la estirpe de los Montalvos, Martís y González Prada. Reveló e intuyó al creador más genial de la poesía hispanoame- ricana César Vallejo, aseverando –sin lugar a dudasque sería uno de los poetas más geniales de la literatura universal. Además, Ciro Alegría, Macedonio de la Torre, Alcides Spelucín, Oscar Imaña, Juan José Lora, Nicanor de la Fuente, Francisco


XandĂłval, los her- manos Abraham y Felipe Arias Larreta, el caricaturista Esquerre, etc. recibieron la sabidurĂ­a del Maestro.


Sus divagaciones filosóficas calaron profundamente sinnúmero de disciplinas, él nos enseñó lo que es verdadera ciencia, verdadero arte, verdadera política y lo que es más importante aún, nos ense- ñó a pensar sin imitaciones, como auténticos americanos, aquí en nuestro propio continente como seres pensantes de nuestra propia realidad, nos instigó a encontrar nuestro camino, nuestro propio destino, nuestro PuebloContinente. Sería muy largo, exponer en un breve artículo sus innumerables facetas de escritor, filósofo, poeta, político, educador. Sabía alentar y corregir, no había en sus voz ni en su gesto nada que contradiga la amplia y profunda luz de su espíritu que supo avizorar, por los caminos de la filosofía, el destino de América. ¿No son acaso estas ideas, enunciadas hace medio siglo, las que están tomando forma en el mundo latinoamericano de hoy? (1987) ANTENOR ORREGO Por Luis Alberto Sánchez

Orrego abrazó valerosamente la causa de la renovación integral del Perú, filosófica, estética y políticamente. Este hombrecillo menudo, de prematura calva, rostro alargado y frente fugitiva, ojos rasgados y azules, tez pecosa y ademanes suaves, tenía ideas claras, definidas, y voz tan rotunda como sus ideas. Autodidacta incansable, se forjó una sólida cultura poético-filosófica, en lo que coincidió con la tendencia neoidealista puesta en boga por los berg- sonianos de Lima. Dato curioso: en ello se movía también Iberico, otro cajamarquino, contemplador de la naturaleza y de Dios. Lo que distingue a Orrego de Iberico fue sobretodo la sensibilidad so- cial y la capacidad de entusiasmo. No cohibido por ninguna traba interna, ni siquiera la profesoral, Orrego se lanzó en apolínea danza a mover metáforas e ideas.


Así nació su primer libro, publicado mucho después, y así nació la generosa empresa del diario El Norte, que empezó a editar en 1922


[1923], en asociación con Alcides Spelucín. El Norte fue, al par que baluarte contra la penetración imperialista de la Northern Mining Company en el Departamento de La Libertad, un valeroso vocero contra el gamonalismo comarcano y un palenque de inquietudes literarias. A los treinta años Antenor Orrego publicó su primer libro: Notas marginales (Ideología Poemática) Aforísticas. (Trujillo, 1922). La forma de expresar su pensamiento acusa al frecuente lector de Nietzsche y Rodó. En este libro, Orrego señala algunos aspectos importantes de la inteligencia humana no solo por lo que le concierne a él, sino por lo que implican a su generación y a la subsiguiente, que reco- nocerán en Orrego a su maestro. Se trata, como diría Iberico, de “una filosofía estética”. En el libro El monólogo eterno (Aforística) (Trujillo, 1929) insiste sobre el tema ético y estético, y sobre la manera apodíctica de Niet- zsche. Encarcelado, perseguido, vejado, tuvo que sobreponerse a las negras vicisitudes propias de un hombre de convicciones en un Perú como el de entonces. Pueblo-Continente [Ensayos para una interpretación de la América Latina, Santiago de Chile, Ercilla, 1939] es un libro en que se canta al espíritu de América y a su unidad, por tanto es un himno al por- venir. Orrego, aparte de sus méritos de pensador, había sido el revelador y bautista de Vallejo. Hasta ahora su prólogo a Trilce (1922) permanece incólume. Su penetración no ha sido sobrepasada. El estilo de Orrego difiere del de los escritores de su generación, en lo barroco. Además, en el peculiar uso de los sustantivos abso- lutos, en las generalizaciones románticas. No obstante, lo cual, o quizá por eso mismo, es imposible hablar de Vallejo sin mencionar a Orrego, ni estudiar severamente a Haya de la Torre, a Spelucín ni


aun al propio Mariátegui, sin remitirse al autor de PuebloContinen- te, sacerdote y catecúmeno de un credo civil basado en la libertad, la justicia y el amor. (Sánchez, 1981, IV: 1344-1348).

ANÉCDOTA

JUGANDO EN EL PATIO DEL COLEGIO El propio Antenor Orrego relata la siguiente anécdota: Estamos en 1904, en el patiecito de la primaria, en el Colegio del Seminario Conciliar de San Carlos y San Marcelo. Una masa crepitante de niños deambula y juega en el pequeño ámbito escolar. Bajo el patrocinio del padre Graff, cada grupillo se entrega a su faena de gozo. Unos al rayuelo, otros al trompo, otros a la pelota vasca, otros a la plática confidencial de su quehacer o de sus cuitas infantiles. Yo estoy, desde la orilla de una circunferencia rayada con tiza sobre el suelo, arrodillado a medias, apuntando con los dedos apre- tados y con mi “tiracha” a un montículo de bolas iridiscentes, que tientan mi codicia de niño. Al frente está Macedonio de la Torre, mirando con ansiedad el resultado de mi disparo. De pronto irrumpe Víctor Raúl como una tromba. Los menudos y ágiles pies barren mi esperanza de un golpe. Las bolas se dispersan…Indignado me incorporo y correo tras el agresor. Atravesamos el patio de primaria, invadimos el aula, salvamos el patio de media, alcanzamos el patio del Rectorado en carrera desolada…El agresor se refugia en la habitación del padre Briand… Allí le sigo… La gallarda y hermosa figura del sacerdote pone las manos sobre nuestras cabezas y nos aplaca. - ¿Por qué se pegan? –nos dice con infinita bondad.


Y luego, clavando su mirada penetrante en mí, añade: - Tú serás su primer maestro, el maestro, pero él –dirigiéndose a Víctor Raúl- será el héroe de su nación y raza. No entendimos mucho lo que nos dijo entonces. Pero ahora, cuando vuelvo las hojas del tiempo hacia atrás y comienzo a “beber lo ya bebido”, como dijo Vallejo, pienso que aquél buen sacerdote tuvo mucho de profeta… (Orrego, 1995, V: 274-275).

ACTIVIDADES 1. Elaborar, en orden alfabético, un vocabulario de las palabras nuevas. 2. ¿Cuáles son las principales influencias (ideas, hechos o apor- tes) de los factores exógenos en la juventud trujillana de las primeras décadas del siglo XX? 3. ¿Cómo influyeron los factores endógenos en el nacimiento del Grupo Norte así como en la vida y obra de Antenor Orre- go? 4. ¿Qué rol cumplieron el Colegio Seminario y la Universidad Nacional de Trujillo en la gestación del Grupo Norte? 5. Elaborar un cuadro de los grupos de intelectuales surgidos durante la segunda década del siglo XX. 6. ¿A qué se debe los nombres de Generación del Centenario y Generación Vetada? 7. ¿Cómo eran las reuniones del Grupo Norte? ¿Qué hechos originó su aparición?


8. ¿Qué dice Antenor Orrego sobre el reconocimiento tardío de los personajes notables? 9. ¿Cuál fue la producción intelectual de Orrego y del mencionado Grupo? 10. Escuche “La pampa y la puna” y diga cuál es su mensaje. 11. Busque (en Internet) las obras de Macedonio de la Torre y dé su opinión sobre ellas. 12. Teniendo en cuenta la cronología del personaje, elaborar una línea de tiempo en la que figuren, por lo menos, cinco pasajes de la vida de Orrego. Y después escribir un breve comentario. 13. ¿Cuál es el perfil de Orrego? Tenga en cuenta los siguien- tes aspectos: a) personal; b) intelectual; c) político-social; d) físico y otros, según lo expresado por los cinco autores se- leccionados. (Puede utilizar un cuadro de doble entrada). Y después obtenga conclusiones. 14. Escribir un breve comentario sobre la anécdota.



CAPÍTULO II

EDUCACIÓN , LITERATURA E IDENTIDAD CULTURAL

Sólo en ti está la luz, adéntrate en tu propia intimidad, en los más oscuros senos de tu conciencia personal y de allí brotará la voz, la auténtica voz de tu eternidad. Antenor Orrego


Elmer Robles Ortiz

1. ORREGO, EDUCADOR Durante algunos años de su juventud, Antenor Orrego fue profesor de educación secundaria. Efectivamente, tan pronto egresó del Colegio Seminario de San Carlos y San Marcelo, fue designado pasante o ayudante del curso de inglés en esa institución educativa. Después asumirá el desarrollo de otros cursos. Allí uno de sus alumnos fue Francisco Xandóval, el poeta que llegará a compartir con su maestro inolvidables horas de tertulia en el grupo de los “bohemios” así como labor periodística en el diario “El Norte”. Por ese mismo tiempo, Antenor también realizaba función docente en el Colegio Instituto Moderno. Años más tarde (1946), próximo a cumplir 54 años, fue nombrado catedrático y rector de la Universidad Nacional de Trujillo. Así, fue educador formal u oficial en las tres instituciones que se acaban de nombrar. Pero su acción docente, de modo principal, fue de carácter informal o en instituciones que no estaban organizadas en grados o años de estudios, con miras a una certificación. Tal es el caso de las Universidades Populares González Prada, surgidas en 1921 al calor del movimiento de la Reforma Universitaria en di- versas ciudades, para educar obreros, campesinos, artesanos, amas de casa, empleados, trabajadores en general, mediante cursos prác- ticos y teóricos: alfabetización, higiene, manualidades, campañas contra la drogadicción y el alcoholismo; igualmente, arte, lenguaje, historia, geografía, filosofía, literatura, matemática, química, bio- logía, como también actividades deportivas y recreativas. Orrego tenía a su cargo cursos de humanidades. El ingreso a estas insti- tuciones era libre. Los profesores no recibían ninguna retribución económica. Como animador principal del Grupo Norte, ya había demostrado su vocación docente. Sus contertulios siempre lo vieron como maestro y lo escuchaban con interés sobre diversidad de temas culturales y de la problemática social. Su conversación discurría –como anota Rivero Ayllón- “sobre el origen de las viejas culturas 82

 CÁTEDRA ANTENOR ORREGO


orientales, sobre la génesis de nuestras civilizaciones aborígenes o sobre el porvenir de la nueva América. Ora sobre algún tema eleva- do de filosofía o arte; ora en el comentario, entusiasmado y hondo, de un poema de Verlaine o de un cuento de Poe”. (Orrego, 1995: V, 315). Orrego fue el orientador literario informal de Vallejo, hecho reconocido por el propio poeta en más de una ocasión. En efecto, a raíz de una reunión de ambos, el aeda le escribe al maestro: “No puedes imaginar el efecto prolífico, la resonancia creadora que ha tenido en mi espíritu nuestra última entrevista. Tus palabras han sido como un ‘fiat lux’ que arrancaran del abismo algo que se de- batía oscuramente en mi ser y que pugnaba por nacer y alcanzar la vida”. (Orrego, 1995: III, 27).Y en otra carta, a propósito de “Trilce”, le dice a su mentor: “sin tu magisterio fraternal, sin tu aliento de cada día, sin tu admirable y generosa comprensión, el libro, tal vez, nunca habría nacido. Tú sabes muy bien, que muchos de estos ver- sos han surgido en esas conversaciones inolvidables que tuvimos tantas veces”. (Orrego, 1995: III, 50). Mucho antes, cuando en el seno del grupo, proclamó genio a Vallejo, según el testimonio de Haya de la Torre, Antenor lo hizo “con aquel su tono de vaticinador, pero al mismo tiempo de maestro”. (Haya de la Torre y Sánchez, 1982: II, 140).Y en una entrevista periodística (1971), el mismo Haya de la Torre dijo: “Antenor Orrego fue para él [Vallejo] un maestro a todas horas. Yo he visto a Vallejo llorar a las tres de la mañana en París, en la Rotonda [famoso café parisino], al hablar de Antenor. Le tuvo siempre un respeto infinito y lo quiso muchísimo.” (Soto, 1983: 333). Ciertamente, su magisterio fue reconocido dentro y fuera de su grupo fraternal. En tal sentido, Spelucín también sentenciará: “Antenor Orrego fue para nosotros un MAESTRO”. (Ibáñez, 1995: 126). Y como escribió nada menos que el gran educador Luis Alberto Sánchez, su propia generación y la subsiguiente, “reconocerán en Orrego a su maes- tro”. (Sánchez, 1981: IV, 1345). Por su parte, Eduardo Quirós ano- tó: “Orrego tuvo la capacidad de aglutinar a un selecto grupo de muchachos de su generación


para emprender una campaĂąa por la transformaciĂłn de la sociedad. El Grupo de Trujillo lo tiene como su


mentor, guía y mejor crítico. Vallejo nació a su vera y se nutrió de sus sabias enseñanzas”. (Quirós, 1993: 11). Fue un educador nato, su eros pedagógico siempre estuvo de manifiesto. Se reunía con muchos jóvenes estudiantes, profesionales, dirigentes sindicales y políticos, que acudían a él en busca de su amistad, su saber y su orientación para ponerle diversos temas a su consideración; él los atendía y dialogaba con ellos, practicando el método socrático. El ambiente no fue un obstáculo para su actitud positiva frente al proceso de enseñanzaaprendizaje, pues, hasta en las cárceles, durante sus numerosas reclusiones, realizó activida- des formativas. Y ha dejado algunos testimonios de las inquietudes culturales de los ciudadanos privados de su libertad por razones políticas: “Todos estudian y todos enseñan. Apenas llega una etapa de persecución y las prisiones comienzan a colmarse de presos, automáticamente se organizan grupos pedagógicos, asociaciones de estudio, círculos de lectura, planes de conferencia, seminarios de cultura. En el Frontón, donde las condiciones de los presos eran peores que en cualquier otro presidio, conocimos a un adolescente, casi un niño, que cubierto de harapos, estudió y aprendió el inglés y el francés durante quince meses. Cito este caso, no porque sea único, sino porque es frecuente. Se dictan cursos enteros de historia, economía, literatura, filosofía”. (Orrego, 1995: I, 209).

El imperativo de prepararse se hizo natural y cotidiano entre los presos, y se dio el hecho paradójico, agrega, de que mientras la Uni- versidad de San Marcos estaba ocupada por las fuerzas del orden, durante el gobierno tiránico de Sánchez Cerro, los penales fueron los únicos centros de alta cultura en nuestro país. Diversas fueron sus vías para educar. Educó al pueblo, en la pla- za pública, directamente con su oratoria cargada de ricos conteni- dos filosóficos, históricos, literarios y políticos. De igual modo, con sus libros, artículos en periódicos y revistas, pensamiento que por estar escrito, perdura y es motivo de consulta, estudio y debate. Los textos siguen educando más allá de la vida de sus autores. No


se puede omitir la participación del maestro en su calidad de conferencista o ponente en instituciones culturales, académicas, sindicales, profesionales, o en importantes reuniones de intelectuales. En la Universidad Nacional de Trujillo sustentó conferencias desde sus años de estudiante hasta los de su rectorado. En el Ateneo Po- pular –institución del barrio La Unión- de esta misma ciudad, era escuchado con devoción. Y en Argentina, fue figura central durante el Simposio Internacional sobre la poesía de Vallejo realizado en la Universidad Nacional de Córdoba. Asimismo, conferencista en otras universidades e instituciones culturales de esa misma ciudad, así como de La Plata, Bahía Blanca y Buenos Aires. Orrego no esperó tener alumnos sentados en sus carpetas para el ejercicio de su magisterio. En este sentido, él fue principalmente un maestro sin aulas. Conforme queda anotado, educó en diversos ambientes y circunstancias, no sólo en centros formales de estudios. Sus preocupaciones en materia educativa cubren aspectos diversos, desde el terrible problema del analfabetismo, conceptuado por él como la peor de las dictaduras, hasta la formación de cuadros profesionales de alta calidad en las universidades, que él se propuso lograr en su condición de catedrático y rector. Como anota Alva Lescano: “Antenor Orrego, trató desde la cátedra con la palabra, la acción y el ejemplo los principios filosóficos que deter- minen la personalidad del hombre peruano y americano; proclamó sus ideas para salir de la mediocridad y buscar los caminos para la superación comenzando desde la universidad”. (Alva: 1993: A4). Por su notable obra educativa, y recordando el término usado en el incario para designar al maestro, sabio y filósofo, Antenor Orrego era llamado Amauta, en sectores juveniles, intelectuales, laborales y políticos. Y eso fue, no sólo un profesor, sino un gran maestro que dejó profunda huella.


2. IDEAS EDUCACIONALES Orrego no desarrolló de modo orgánico una teoría educativa, pero dejó diversos escritos sobre este campo. En mi libro Las ideas educacionales de Antenor Orrego (1992), como también en otros trabajos, he presentado reflexiones, glosas y selección de textos. En El monólogo eterno (1929) dejó un esbozo de su concepto de educación, que no desarrolló en sus obras posteriores. Tampoco amplió sus ideas expuestas en sus dos memorias rectorales (1947 y 1948). Su agitada vida –persecuciones y prisiones- le impidieron realizar esta tarea. Sus páginas sobre temas educativos están dispersas, recogi- das –la mayoría de ellas- en sus Obras completas (1995). DEFINICIÓN Y FINES Sin lugar a dudas, en su condición de humanista y educador, la formación del hombre ocupa lugar predilecto en el pensamiento de Antenor Orrego. En su concepto, el hombre vale por sus más fuertes impulsos, por sus más fuertes pasiones, no por las que se tornan negativas, sino por las que ennoblecen. Por eso piensa que: “El problema de la educación no es suprimir las pasiones que son el impulso creador del hombre. El problema consiste en enseñar la superación de las pasiones hasta la máxima nobleza y en servirse de ellas como instrumento del espíritu”. “El hombre sin pasiones es un ex-hombre, un ex-ser”. (Orrego, 1995: I, 84). Estuvo, por lo tanto, en contra del concepto común sobre la erradicación de las pasiones, lo cual conllevaría la castración moral del hombre. Alude, desde luego, a las pasiones que conducen hacia los valores, no a las que traicionan el destino del hombre y se tornan en monstruosa negación. Para él, la educación no implica modelar el alma del alumno, por cuanto éste tiene demasiado porvenir como para que el pasado


-representado por sus padres y profesores- pretenda formarlo a su arbitrio. Son suyas estas palabras: “La educaciĂłn no es inculcar y modelar; la educaciĂłn es revelar, conducir y ennoblecer. El alma hu-


mana es demasiado sagrada para que nadie tenga la pretensión de modelarla a su capricho”. (Orrego, 1995: I, 84).Y por ello pide mayor reverencia ante el educando, centro de atención del quehacer pedagógico. Sus obras Notas Marginales (1922), El monólogo eterno (1929), así como otros libros y diversos artículos, contienen ideas con las cuales Orrego se adelanta a las corrientes psicopedagógicas del construc- tivismo: Lev Vygotsky, Jean Piaget, David Ausubel y Gerome Bruner, y de la escuela humana: Carl Rogers y Abraham Maslow. Asimismo en él encontramos tempranos aportes con los cuales coincidirán después la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner y la teoría de la inteligencia emocional de Daniel Goleman. Efectivamente, Orrego piensa que el profesor no debe formar al alumno a su antojo, a su estilo, a su gusto personal, no debe imponer un contenido educativo, sino ayudarlo a revelar su personalidad, a descubrir sus potencialidades, orientarlo o conducirlo a construir su propio conocimiento, a ser protagonista del proceso cultural. Postula una educación para perfeccionar al hombre, es decir, humanizarlo, ennoblecerlo y facilitarle la expresión de sus cualidades como creador de cultura y para elevar al máximo las energías vitales de su ser. La idea de educación como revelación está relacionada con la de liberación. Según este maestro, el conoci- miento tiene sentido liberador porque contribuye al rompimiento de los obstáculos que impiden el desarrollo humano, como tam- bién a buscar la explicación de nuestra problemática y a terminar con las formulaciones ajenas a nuestra realidad. Al conocimiento, entonces, lo descubrimos y revelamos y así queda al servicio del hombre, gracias a la educación. Entiende la dinámica del conocimiento como un proceso en constante devenir, una fluencia, una construcción, no como un todo organizado de manera estática, conclusa y definitiva. Escribe en sus aforismos: “Todo está hecho por conocer y para que lo conozcas”. (Orrego, 1995: I, 266). Vale decir, al conocimiento se lo deberá buscar y producir. Pero su consecución no es simple; exige


esfuerzo personal, en tal sentido, el educador pondrá a su alumno en el camino de encontrar la verdad: “Sólo en ti está la luz, adéntra- te en tu propia intimidad, en los más oscuros senos de tu conciencia personal y de allí brotará la voz, la auténtica voz de tu eternidad”. “No hay sabiduría infusa, sino sabiduría sufrida, conquistada y vencida”. (Orrego, 1995; I, 96). En el proceso de elaboración del co- nocimiento, el hombre descubre y exhibe lo que permanecía igno- rado. Así aprende. Y si lo consigue con ayuda, después lo puede hacer sin ella. Orientamos a que otros construyan su conocimiento y, a su vez, los demás también nos facilitan aprender el nuestro. Por eso, Orrego anota: “Revelas y te revelan. Enseñas y te enseñan. Eres profesor y discípulo”. (Orrego, 1995: I, 282). Pero al mismo tiempo preconiza una educación para la transfor- mación. Precisamente, coincidiendo con Karl Manheim, considera que la educación será eficaz solo si se orienta hacia el cambio. Y en- tiende como tal una educación para comprender el proceso evolu- tivo y el sentido de la época, captarlos con mente ágil y flexible, en todos sus ángulos: social, económico, político, científico, artístico, filosófico, y así lograr eficacia en el pensar y obrar. Sostiene que la vida es un permanente discurrir, un torrente de fluencia inconteni- ble, por ello siempre es problemática; entonces, para hacerle frente no valen los patrones hechos o las recetas fijas, sino una mentalidad capaz de conducir, mediante la creatividad, a soluciones acordes con cada nueva situación. No siendo estáticas pues, ni la naturale- za ni la sociedad, tampoco lo será la educación, de manera que la escuela habrá de preparar al cerebro del estudiante para reaccio- nar creativamente ante la cambiante problemática de su entorno y del mundo entero; consiguientemente, la educación será, como la vida misma, dinámica, siempre fluyente, un caminar constante, una revelación permanente y abierta a todas las posibilidades del espíritu, un proceso de creación y difusión de cultura, una vivencia cotidiana de valores.


Los diferentes escalones del sistema educativo tienen el ineludible compromiso de poner al alumno en relaciรณn con el entorno


social mediato e inmediato. La educación no debe caer en inadvertencia frente a los grandes y graves problemas que afectan a la humanidad. Es imperativo, obligación y responsabilidad de los jóvenes comprender con agudeza el sentido de su tiempo, la crisis en los órdenes moral, jurídico, económico, político y social, si no queremos precipitarnos en una catástrofe terrible y regresiva hacia la barbarie. El hombre debe poseer un cerebro tan fino y tan poderosamente organizado que le permita explicar y rebasar estos problemas. Anota: “Un cerebro preparado para el cumplimiento de esta función primordial no puede ser sino la obra de un adecuado sistema educativo que sea eficaz para capacitar a nuestra juventud en el desempeño de su misión histórica”. (Orrego, 1948b:5). Los estudiantes y las escuelas que fijan su atención únicamente en los contenidos de las asignaturas, desconectados del inmenso palpi- tar de la humanidad, tienen una visión estrecha, reducida, están inmersos en un proceso educativo parcial, incompleto; les falta orientar su mirada hacia todos los ángulos de la problemática del país, del continente y del mundo, sin esperar necesariamente una compensación mediante el proceso evaluativo oficial. Consecuen- temente, los currículos de todos los niveles educativos deberán te- ner en cuenta esta realidad. Las experiencias del proceso de enseñanza-aprendizaje no deben ser únicamente teóricas; su relación con la realidad, con las vivencias de los alumnos, con el contexto social donde se realiza es ineludible. Dice Orrego al respecto: “La educación puramente teórica arranca al hombre de su contacto con la realidad que lo circunda haciéndole vivir en un mundo imaginario o idealizado, que más que un campo de lucha es una evasión hacia la esfera de la ilusión y del ensueño. El hombre contemporáneo debe aprender a reaccionar original y vitalmente ante el ámbito de vida que le rodea. La vida es siempre problemática porque es siempre una afluencia y un cambio continuo, en que no valen los patrones hechos, ni los lugares comunes, ni las recetas fijas que, en vez de arribar a una solución, escamotean la dificultad por ignorancia o por miedo”. (Orrego, 1948b:5).


Asimismo, postula una educación para el ejercicio de la democracia; una educación cívico-política para evitar que el pueblo sea arrastrado por caudillos ignaros e improvisados. Y una educación que recoja el veloz desarrollo científico y tecnológico. CONTENIDOS DE APRENDIZAJE El colegio universitario, creado por la ley de reforma universitaria de 1946, como nexo con la educación secundaria o antesala de la formación académica propiamente dicha, debería encarar, según Orrego, cuatro grandes aspectos o contenidos de aprendizaje: 1) el proceso histórico del hombre (historia), 2) la concepción de los fines de la vida humana (filosofía), 3) la imagen física del universo (física y química), y 4) los fundamentos de la vida orgánica (biología). Ex- cepto este caso, nuestro personaje no alcanza en forma expresa, sino indirectamente, algunos contenidos de aprendizaje sin especificar el nivel educativo correspondiente. De modo general, tales conteni- dos corresponden a ciencia, filosofía, historia, economía, literatura, política, arte y religión, que los concibe formando un corpus, un complejo orgánico en función vital, pero que nuestro cerebro los divide en disciplinas. Orrego se refirió en diversas ocasiones a la revolución científica, particularmente a la era nuclear que, inseparable de la educación, tiene repercusiones en diferentes actividades humanas. Pero consideró que no se debe sobredimensionar la cien- cia, porque el hombre requiere una formación armónica. En efecto, el desarrollo de la capacidad de pensar con lucidez es tan necesario como el desarrollo de la imaginación, base de la invención cientí- fica y de la producción artística. Entonces, la educación buscará el punto de equilibrio entre las ciencias y las humanidades; entre las matemáticas, física, química, biología y demás materias científicas, en relación con la historia, filosofía, literatura, pintura, escultura, música y demás expresiones del campo humanístico.


Los contenidos educativos, en el pensamiento de Orrego, deben permitir a los estudiantes buscar en las aulas vida espiritual intensa; dilatar, ennoblecer y enriquecer su conciencia; conocer y


comprender el sentido de su época; encausar su curiosidad y su urgencia vital; vivir dando ejemplo. Los contenidos no deben fosilizar el cerebro de los jóvenes con erudición yerta; tampoco llenarlo con datos divorciados de la realidad, ni con frases rimbombantes sobre hechos nunca vividos. Enfatizó en el aspecto valorativo, es- pecialmente de carácter ético. AGENTES EDUCATIVOS En lugar de textos europeos que, mal comprendidos y mal aplicados, desorientan y fatigan con palabras vacías nuestros cerebros, reclama maestros que enseñen a conocer y amar nuestro país y el continente, que vivan junto a la juventud y el pueblo la infinita y heroica tarea de crear cultura, de forjar un continente integrado por el intelecto, maestros brotados de las entrañas palpitantes de nuestra recóndita realidad. Y que por encima de los vaivenes políticos, tengan estabilidad porque son el factor decisivo en la educación. El pueblo debe respetar a sus maestros, que es una forma de respetarse a sí mismo, sino lo hace será un pueblo ausente de toda personalidad vigorosa. Si bien los vocablos profesor y maestro son sinónimos, en el pensamiento orreguiano denotan diferencias indudables. En verdad, el profesor ejerce su labor en razón de un título profesional, a veces sin una verdadera vocación por la carrera; el maestro es tal por la trascendencia de su mensaje, no por el aval de un diploma. El profesor puede recitar en clase el contenido de un libro y creer que cumplió su tarea; por el contrario, el maestro debe crear y vivificar la relación espiritual entablada con sus discípulos, sea en el aula o en otro ambiente. No siempre, pues, el profesor es maestro. Orrego los diferenció nítidamente en sus escritos, y trazó un paralelo que hemos arregla- do para entregarlo en formato de cuadro.


EL PROFESOR

EL MAESTRO

1. Te enseña para que puedas repetir la

1. Te enseña para que

2. Te imparte generalidades abstractas,

2. Desciende a la intimidad

lección de la cátedra.

teoriza tu propio ser y te empotra como una simple pieza standard manufacturada en serie, dentro de un esquema rígido.

3. Te esclaviza a un oficio.

puedas construir tu vida.

concreta de tu alma, aflora tu riqueza interior y se constituye en el compañero de tu pasión, de tu agonía interna y de tu drama personal. 3. Te libera hacia tu vida. 4. Con él, es preciso que asumas

4. Con él, la habilidad de tus

manos puede llegar hasta el escamoteo perfecto de la verdad.

5. Lo que te da está siempre fuera

de ti y te fija siempre un gesto.

6. Es como el agua infecunda y

dispersa que no alcanza la raíz de la planta porque no se sume en las entrañas de la tierra.

la responsabilidad de tu dolor y que desciendas hasta el hondón abismático de la vida, por sombrío, por tenebroso, por lacerante, por trágico que sea. 5. Lo que te da está siempre dentro de ti y vigoriza tus alas para el impulso. 6. Es la linfa creadora que bate el limo, que lo impregna, lo empapa y lo fecunda empujándolo hacia el estallido de luz en una floración maravillosa.

7. Se dirige a tu memoria, anaquel

de tu alma, y sus palabras resbalan sobre el recuerdo, como por sobre una losa impermeable, sin lograr infiltración alguna. A lo sumo se dirige a tu vanidad y a tu buena economía.

8. Su palabra se esfuma, se

deshace sin dejar huella sangrienta.

7. Se dirige a tu espíritu, pozo de

creación y de sabiduría y sus palabras siempre urticantes se instalan en el futuro, abolición del pasado muerto.

8. Su palabra desgarra tu entraña y

se incorpora a tu ser para trascender, como un mandato, en cada uno de tus días.

Fuente: Discriminaciones, en Obras completas, 1995: II, 320.


Pero también diferencia alumno de discípulo. Según nuestra interpretación tal diferencia depende del tipo de relación educativa establecida en el aula. Si la relación es instrumental, es decir, exclusiva y fríamente centrada alrededor del contenido educativo, se hablará de alumno ya que éste -por indicación del profesor- sólo aprende el contenido de una clase y trata de rendir satisfactoriamente las pruebas del examen. En cambio si la relación es expresiva, esto es, llena de mensajes estimulantes y compenetrada de afectividad, se hablará de discípulo -que gracias a la orientación de su maestro- busca clarificar valores y guiarse por ellos, integrar ideas y hábitos positivos en una filosofía de vida. El correlato de la categoría profesor es alumno, el de maestro es discípulo. Y como la universidad no ha sido ajena a desempeñar el papel de diablo predicador, Orrego reclama a profesores y alumnos ser consecuentes con lo que enseñan y aprenden. Pide a ambos protagonistas de la educación realizar su tarea a mayor profundidad y a estrechar su relación pedagógica. Les dice: “Catedrático que se contenta con ser simplemente un profesor y alumno que solamente aspira a alcanzar el resultado satisfactorio de sus pruebas finales, no son precisamente los factores que crean el vibrante espíritu ins- titucional de una universidad. El profesor debe ser a la vez maes- tro y el alumno debe alcanzar la categoría de discípulo”. (Orrego, 1947: 9). A los docentes les exige demostrar el espíritu de su ele- vado magisterio, y a los alumnos estudiar por vocación; a ambos estamentos, dejar el concepto utilitario como único fin, y armonizar sus intereses materiales e ideales. Su paradigma de maestro es el que está impregnado de la identidad peruana y latinoamericana, el que tiene la mente fija aquí, en esta tierra, no el que plagia todo de Europa. Por eso celebra que el movimiento de Reforma Universitaria (de los años veinte del siglo pasado) haya sido una oportunidad para que los estudiantes ejerzan influencia positiva sobre sus propios docentes, y hayan logrado mediante las ideas y la acción, un significativo cambio de roles. Anota: “Los maestros de América –los mejores- eran sola-


mente buenos maestros europeizados, pero América necesitaba más, necesitaba buenos maestros americanos. Y asistimos, entonces, a un maravilloso autodidactismo de la juventud sobre los maestros. La juventud comienza a formar maestros, comienza a americanizarlos. El maestro se ha convertido en discípulo porque necesita aprender y desarrollar su sentido histórico, su sentido americano”. (Orrego, 1995: 290). Y los estudiantes que van a la universidad no sólo para adquirir un título, sino por encima de todo para ser hombres cul- tos, se vieron obligados a desaprender lo aprendido, por no servirle para pensar ni ser mejores, e iniciaron el camino de su propia for- mación. Pero hay otro rasgo importantísimo en su paradigma de maestro. Ya en su madurez, recordando sus años de colegial, destacó el aspecto afectivo, profundamente humano, de la relación educativa, en un caso específico. Y escribió unos párrafos de homenaje a un maestro de verdad, dedicados a uno de sus maestros del colegio Se- minario de San Carlos y San Macelo: “Recuerdo, con agradecida nostalgia, que el Padre Lalande, uno de los frailes más jóvenes y cultos del profesorado, creyó adivinar en mí cierta vocación y disposiciones para la meditación filosófica. Se empeñó en darme lecciones de filosofía griega, de filosofía francesa y de filosofía general europea. Me explicó, además, en rápida síntesis, los fundamentos lógicos y racionales de la alta matemática, consagrando las últimas lecciones a la explicación de las matemáticas no-euclidianas. Durante dos años en el periodo de vacaciones todos los días y dos veces por semana durante los estudios escolares, el buen fraile me abrió un mundo fascinante para mí. Nunca puedo recordar esta época sin conmoverme. Jamás podré darme cuenta exacta de todo lo que esto significó para mi formación intelectual y moral. Descubrí la bondad de un hombre, a quien no me unía ningún lazo, que daba luz por el simple hecho de darla, con absoluto desprendimiento, robando horas innumerables de su descanso o de su esparcimiento. Esta experiencia en los albores de la vida determinó, sin duda, mi firme confianza en la bondad esencial del hombre y en los valores supremos del espíritu que jamás me abandonó y mantuvo mi fortaleza en las horas de desesperación que me trajo la adversidad. Un maestro de verdad salva siempre el sentido y


la dignidad de una vida. No son enseñanzas frías que nos da sino que nos entrega, junto con ellas, su propio corazón, nos fecunda con su ternura y nos redime para siempre de todo horrible mal… ¡Bendita sea tu memoria Padre Lalande, maestro inolvidable y humilde que abriste un surco tan hondo en mi espíritu y que tanto me diste de ti mismo en un momento decisivo de mi existencia!...” (Orrego, 1995: III, 28).

ESTRATEGIAS DEL PROCESO DE ENSEÑANZA-APRENDIZAJE La educación como revelación y para el cambio implica nuevas bases teóricas. La pedagogía que sólo tenía en cuenta al profesor, no al alumno, queda descartada. Por eso Orrego acude a los grandes teóricos paidocentristas cuyas ideas realizan un viraje radical e imprimen al proceso de enseñanza-aprendizaje un nuevo sentido: “el viraje del saber y del maestro hacia el estudiante. El maestro no debe preocuparse tan sólo de lo que enseña, es decir el conjunto de conocimientos que posee, sino también, y muy principalmente, debe preocuparse de cómo enseña, de qué es lo que debe enseñar y cuál va a ser la influencia y la repercusión de sus enseñanzas en el espíritu del alumno”. (Orrego, 1947: 9-10). Se nutre pedagógica- mente de los postulados de la escuela nueva, y no cae en los extre- mos ni del cognitivismo ni del metodologismo, buscó el equilibrio en la tarea docente. Fustiga la docencia europeizada y le reclama actuar con realismo. Anota: “Los textos europeos mal aplicados y mal comprendidos no sirven sino para desorientarnos [...] y para fatigar con gárrulas palabras nuestros cerebros y nuestra vida”. (Orrego, 1995: I, 308). Piensa que los alumnos deben someter los libros a su espíritu y no su espíritu a los libros. Por ello exige docentes de elevada capacidad creativa y una enseñanza orientada a conocer y amar el Perú y América; una enseñanza para internalizar valores, normas de vida, comportamientos durables, no circunscrita a simples actividades pasajeras como las consignadas en los programas de estudio que no pasan de la epidermis del espíritu. E invoca a la


juventud –guiada por sus maestros- a buscar ruta propia, descubrir, comprender y transformar nuestra realidad, cumpliendo así su misión histórica. Invita a la juventud a emprender la búsqueda de nuestra América, alejándose en este viaje intelectual del mágico hechizo de la imaginación exótica, para encontrar su propia y auténtica ruta, no obstante el proceso lacerante que habrá de seguir. “La sabiduría –en su concepto- no es tanto la posesión del conocimiento sino el esfuerzo y el camino al conocimiento”. (Orrego, 1995: I, 96). En tal virtud, no hay sabiduría infusa, sino lograda con sufrimiento, conquistada y vencida después de esmerado trabajo; la enseñanza basada en el viejo precepto del magister dixit, pura- mente teórica, ha fracasado en la vida moderna. Por eso anota: “El maestro debe enseñar en tal forma que el alumno tenga la impre- sión de que aquello que aprende lo extrae de su propio trabajo y de su propio afán, porque ésta es la única enseñanza que se prende profundamente en el espíritu del joven y lo cultiva fecundando el esfuerzo del estudiante”. (Orrego, 1947:11). Vale decir, preconiza una enseñanza que le permita al alumno aprender contenidos sig- nificativos que incorpora en su estructura cognitiva, impregna su intelecto y le permite seguir perfeccionándose aun cuando haya egresado de las aulas. Observa y comprende el desarrollo del conocimiento en tal magnitud, velocidad y poderío que hace imposible su aprendizaje total en la ciencia, el arte, la filosofía y la historia. Una tarea de ese tipo sería absurda. Entonces, el docente debe tener la cualidad de sintetizar los tópicos fundamentales de la disciplina a su cargo y poner en manos del alumno las herramientas metodológicas para que se agencie del conocimiento. Orrego propugna un proceso de enseñanza-aprendizaje a través de métodos dinámicos, para lo cual sitúa en el primer plano didác- tico a la investigación y al seminario. Critica duramente la enseñan- za unidireccional, rígida, yerta, memorista, encasillada en tópicos resueltos de antemano, mediante la cual no se obtienen


resultados vitales, sustantivos que el profesor y el alumno deberĂ­an perseguir


en conjunto. Dirige su atención y entusiasmo al método activo del seminario, que debe abrirse paso (especialmente en todas las carre- ras universitarias) visto como un organismo vivo que diariamente acrecienta sus experiencias, y por acumular información en sus ar- chivos es más eficaz que una biblioteca: pueden llegar a ser tan va- liosos dichos archivos que profesores y alumnos encontrarían allí datos, sugestiones, normas, actos y orientaciones necesarios para plantear un tema, desarrollarlo y alcanzar las soluciones que per- sigue un problema del contenido educativo. De esta manera, con un método dinámico: “El maestro propiamente sólo debe orientar y dirigir el trabajo de los alumnos dejándolos en plena libertad de iniciativa para el desarrollo de los temas. Cada clase, cotidiana- mente, debe constituir un verdadero problema que se plantea ante al maestro y los alumnos y que ambos deben resolverlo cada día”. (Orrego, 1947: 11). Esta dinámica metodológica permite hacer de cada disciplina no solo emisión magistral del contenido, sino fun- damentalmente un intercambio fluido de pensamiento con el cual tanto maestros como alumnos aprenden al mismo tiempo. El hecho de preguntar ya entraña enseñanza y aprendizaje, y el hecho de responder también. Durante su gestión rectoral en la Universidad Nacional de Truji- llo, la biblioteca mereció especial atención, y la revista institucional alcanzó su mejor época. Asimismo impulsó enormemente el Museo de Zoología. Y pensó que los colegios también deberían contar con esos museos para el proceso de enseñanza-aprendizaje de carácter práctico, a los cuales la universidad brindaría apoyo con su taller de taxidermia. En el campo de la botánica, se inició la formación del Herbario Regional. Enriqueció con nuevas colecciones el Mu- seo Arqueológico, y desde él promovió los estudios in situ de esa especialidad. Además dio vida a institutos y nuevas facultades. Y en su plan de ejecución de la ciudad universitaria se consignaron, entre otros, ambientes para jardín botánico, jardín zoológico, museos, gimnasio y estadio.


LA UNIVERSIDAD Y SU MISIÓN Cuando el Senado de la República debatía el proyecto del Estatuto Universitario (1946), Orrego defiende la idea de universidad conformada por profesores, alumnos y graduados, como ahora la entendemos. En aquella ocasión expresa: “El artículo primero declara que la universidad es la asociación de maestros, de alumnos y de graduados; es decir, la universidad en sus tres dimensiones integrales, como un todo o núcleo viviente que surge del presente y se proyecta como fluencia al porvenir. Este artículo rompe con el concepto antiguo de la universidad, que parecía querer reducirla al cuerpo profesoral de las aulas, como si los egresados no fueran parte sustancial de ella, como si no estuvieran bebiendo las enseñanzas de su fuente maternal y como si no estuvieran obligados a volver a su seno a enriquecerla con la cosecha de su pensamiento, de su experiencia y de su acción”. (Orrego, 1995: V, 191).

Mucho antes (1923), en el fragor del movimiento de la Reforma Universitaria, ya había sostenido en un artículo periodístico que por la falta de entendimiento entre profesores y alumnos respecto a quienes constituyen la universidad, no se podía esperar ninguna enseñanza viva, ninguna creación efectiva para la sociedad y con proyección hacia el porvenir. Por entonces, la separación entre ambos sectores llegaba hasta el rechazo mutuo que impedía todo nexo afectivo, base del proceso de enseñanza-aprendizaje fecundo. Leamos sus palabras: “El criterio de que la Universidad está cons- tituida, únicamente, por el profesorado revela un concepto petri- ficado de la enseñanza. La Universidad no se ha hecho para man- tener catedráticos, sino para ‘enseñar alumnos’. Son estos, pues, la materia viva, la materia moldeable, el cuerpo y el alma necesarios. La enseñanza debe sujetarse a sus exigencias y necesidades espiri- tuales y, por eso, son ellos, principalmente, los que deben fijar las condiciones de la docencia”. (Orrego, 1995: II, 224). Y obviamente, defiende el principio de participación de los alumnos en el gobier- no de las universidades.


Al profesor lo considera elemento responsable de prestar el servicio al estudiante, que es la sustancia viva e indispensable y merece ser atendido en todo lo necesario para su formación. Postula la conveniencia de las cátedras paralelas y cátedras libres, para una mejor selección docente según la capacidad y no por imperio de las camarillas u oligarquías académicas. Para Orrego, no basta tener infraestructura, legislación y régimen académico impecables, lo importante es que la universidad se vincule y responda a la realidad natural y social circundante. “Por perfecta que sea una universidad extranjera no puede nunca adaptarse a las realidades palpitantes, genuinas y sustanciales del pueblo en que debe vivir. La Universidad Nueva debe surgir como un árbol frondoso que ha hincado vigorosamente sus raíces en el seno de su madre, porque la universidad solamente puede hacer su auténtico camino asimilando los jugos de la tierra que la nu- tre”. (Orrego, 1947: 7). La universidad en el Perú y Latinoamérica no puede seguir el tipo de las universidades de Europa o Estados Unidos porque nuestra realidad histórica, psicológica y social es diferente. Cada universidad es el producto temporal y telúrico de un pueblo. Debemos crear una universidad que refleje nuestra pro- blemática, que sea el instrumento de investigación y el órgano que dilucide la creación de la cultura peruana y americana. Es decir, la universidad no puede transferirse o trasladarse de una realidad a otra completamente distinta; no se trata de una mer- cancía sometida al juego de la oferta y la demanda, sino de una institución creadora de cultura; cultura que nace y crece en una so- ciedad concreta, por tanto, hay que vivirla dentro de nosotros en el proceso dramático, y aún trágico, del Perú y América; cultura que surge de la vida de los conglomerados humanos en el curso de su propia e inconfundible historia y se proyecta con su mensaje hacia otros pueblos del mundo. Entonces, para Orrego la nueva universidad:


“[…] tiene la misión impostergable de recoger en su seno las experiencias, las intuiciones, las esperanzas, la fe y el pensamiento de América.


Esta misión de la Universidad Nueva debe realizarse a través de todas sus Facultades e Instituciones Docentes. Cada maestro debe esforzarse en imprimir esta orientación a sus enseñanzas, porque desde el Derecho, desde la Química, desde la Medicina, desde el Arte, desde la Filosofía, la universidad debe inquirir y definir con entera claridad qué es América como valor específico y original en las artes, en la ciencia, en la economía, en la filosofía”. (Orrego, 1947: 8).

Esta orientación de la universidad implica creatividad; abrir paso al pensamiento divergente; buscar lo auténtico sin omitir el aporte de otras culturas; combatir el colonialismo mental, la repetición simiesca e irreflexiva de textos y formulaciones del pensamiento que no se avienen con lo nuestro, con lo peruano y latinoamericano. Según el pensamiento de Orrego, la universidad no puede quedar marginada de su contexto social, por el contrario, debe cumplir rol protagónico y vital en el mismo centro del quehacer colectivo, sin aislarse cual ostra parasitaria, lejos de las aspiraciones juveniles y del grito angustioso del pueblo al cual se debe. Él concibió la uni- versidad como un organismo vivo cuyos procesos de crecimien- to y estructuración son incesantes. Se propuso por ello: “Hacer de la antigua universidad estática un proceso dinámico de evolución que sepa incorporar, paso a paso, en superación constante, la vida total de la nación”. (Orrego, 1947: 4). Pero como es un visionario en temas sociales y educacionales, se proyecta al futuro y anuncia: “[…] la realización de un proyecto integral de Universidad Nueva en armonía con la concepción moderna de que ella debe ser un foco de iluminación intelectual y moral y una antena que recogiendo las palpitaciones del Universo y de la Vida, se proyecte profundamente hacia el pasado e infinitamente hacia el futuro. Sólo así podríamos hacerla responder a la realidad de una América Nueva, al ritmo de un mundo que está realizando una acelerada transformación técnica, social y económica”. (Orrego, 1948b: 21).

Puesto que la sociedad y la educación son cambiantes, la universidad también deberá serlo, es decir, la entendió como una ins100  CÁTEDRA ANTENOR ORREGO


titución activa, ágil, en transformación, un proceso en constante superación, que potencia las supremas energías intelectuales, capaz de incorporar al debate académico el diagnóstico y la solución de los grandes problemas del país; consiguientemente, sus miembros serán emprendedores, eficaces, resolutivos, ajenos a la abulia e inmovilidad. Defiende una universidad en cuyas aulas se ofrezca cultura general y especializada, armónicamente equilibradas; la formación del hombre en todas sus dimensiones, integralmente, de modo que el profesional sepa desenvolverse con idoneidad en su campo, pero, asimismo pueda discernir ante la síntesis del conoci- miento global. Una universidad que forma expertos en la aplica- ción de una disciplina científica, pero al mismo tiempo, humanis- tas, académicos, que tengan el sentido general del mundo y de la historia, todos ellos hombres de amplia cultura y claros conceptos de los problemas sociales, morales, políticos y económicos de su época. Las universidades profesionalizantes tienden a mecanizar la función docente, olvidan que por encima de ello deben formar al hombre y al ciudadano capaces de comprender su entorno y crear la nacionalidad. No es opuesto a la especialización. Pero ésta debe tener una amplia base humanista con una visión universal del hombre y de la vida. Escribe sobre este asunto: “La Universidad no debe forjar ‘insectos’ humanos, entes con sólo una habilidad técni- ca perfecta y ciegos y torpes en todo lo demás. El mundo está can- sado de su insectificación técnica. Eso lo han logrado las hormigas, las abejas, los vermes…con una perfección que está muy lejos de haber alcanzado el hombre con toda la superlativa vanidad de su sabiduría cientificista…” Y añade: “El hombre es un ser con una dimensión espiritual y moral por sobre todas sus otras dimensio- nes…El especialista, el experto, el técnico sin una fuerte y profunda base de integración humanista, nos lleva a la bomba atómica y a su satánico poder destructivo. Pero, no nos llevará jamás al aprove- chamiento de la energía nuclear con su formidable potencia crea- tiva, empleada para la superación espiritual y moral del hombre”. (Orrego, 1995, III: 371-372).


Una universidad que realiza enseñanza a través de la investigación científica; fuente de poderosa irradiación cultural y moral, hondamente enraizada en la historia, pero también con la mirada dirigida al inagotable porvenir; centro receptor del acontecer vital del contexto humano donde funciona y de la acelerada transformación científica, tecnológica, social y económica del mundo; que responda a la realidad peruana y latinoamericana, y prepare generaciones aptas para desempeñarse en la vida y laborar en favor del desarrollo. Una universidad que no esté de espaldas de su realidad, divorciada de su contexto social, como observó en nuestro país, sino asentada en tierra firme. Así, estamos frente a una universidad dinámica, flexible e integral. En reemplazo de la antigua universidad estática, petrificada, profesionalizante y por ello unilateral, repetidora del pensamiento europeo, marginada del clamor popular, concibe y defiende una universidad dinámica, semejante a un organismo vivo, un laboratorio de renovación y creación espiritual; flexible ante un mundo cambiante por el proceso de la historia y de la ciencia, abierta a todas las energías del espíritu; integral, orientada hacia la formación plena de nuevos hombres; nacida y situada en la hondura de nuestra realidad; fuente creadora de cultura; pletórica de unionismo latinoamericanista; medio para la expresión del universalismo cultural que habrá de consumarse en el futuro; instrumento vital del desarrollo. Al hablar de universidad integral, hace la salvedad de la redundancia porque el significado originario de universidad, universitas, indica integración de elementos culturales de todos los espacios y tiempos. Estas ideas datan de 1946. Cincuenta años más tarde, coincidirá con ellas la UNESCO y diversos notables educadores, al propugnar se tenga en mente, cuando se formulare la misión de los sistemas de educación superior, la nueva misión de “la universidad dinámica” o “proactiva”. Esta noción de universidad dinámica auspiciada por la UNESCO supone –como sostenía Orrego- su adaptación creativa, por cada país, en el proceso de búsqueda de modelos y prácticas 102

 CÁTEDRA ANTENOR ORREGO


institucionales específicos en relación con el desarrollo, pero sin desconocer las influencias de un mundo rápidamente cambiante. Y cuando relaciona la universidad con su concepción latinoamericanista, escribe: “La Universidad Peruana debe contribuir a la formación de un nuevo tipo de Universidad Indoamericana y clarificar el sentido original de la cultura que está surgiendo en nuestros países en relación con las viejas culturas de Europa y Asia”. (Orrego, 1947: 8). Tal Universidad Indoamericana estará llamada a dilucidar el significado del auténtico mensaje que nuestro continente ha comenzado a aportar al mundo en todas las manifestaciones de la cultura; investigar, debatir y difundir como contenido educativo los anhelos, las ideas, las realizaciones e intuiciones del hombre de esta parte del mundo. Y tan elevada misión institucional deberá realizarla por medio de todas las facultades y cátedras sin distinción alguna, no únicamente a través de aquellas pertenecientes al campo humanístico, como podría pensarse de modo simplista; en todas las materias es posible indagar, clarificar y defi- nir nuestra realidad. En consecuencia, para viabilizar la perentoria e histórica misión asignada a la universidad, Orrego pide a cada uno de los docentes -sean químicos, médicos, artistas, filósofos, pe- dagogos, en fin responsables de todas las cátedrasdesplegar sus energías creativas desde el punto de vista del contenido educativo y de la metódica para darle al proceso de enseñanza-aprendizaje una orientación acorde con la problemática del pueblo-continen- te indoamericano, buscando nuestra identidad cultural, lejos del embeleso europeizante y de la tendencia libresca predominante en casi todas las asignaturas como rezago de la educación teórica de viejo cuño. Para que este organismo académico, dinámico, flexible e integral, se incorpore gradualmente a la vida total del pueblo, busque soluciones a los problemas locales, regionales, nacionales y se ubique en el contexto mundial, es necesario el concurso de todos sus miembros, profesores, alumnos y graduados, imbuidos de la misión latinoamericanista de la nueva universidad.


UNIVERSIDAD Y PUEBLO Para que la cultura “viva en nosotros como médula en nuestros huesos y no sólo en los libros”, son precisos, según Orrego “dos elementos primordiales: de un lado la universidad, de otro el pueblo; de un lado el trabajador manual, de otro el trabajador intelectual. Son dos elementos que no pueden caminar separados porque se complementan entre sí”. Pero si hay separación, la cultura es uti- lizada por grupos minoritarios como instrumento de dominación sobre el pueblo, que es “la sustancia permanente de la historia y de la libertad del hombre”. Justamente, en el Perú, la divergencia en- tre universidad y pueblo ha sido de mayor magnitud que en otros países. “La universidad ha tenido -escribe Orrego- una semi-cultu- ra de gabinete y de pupitre pero no ha tenido ni tiene una verdade- ra cultura vital. La cultura hay que vivirla en principio y vivirla en acción. No se puede, pongamos por caso, explicar y defender en el aula las llamadas garantías individuales y atropellarlas y negarlas en la calle y en la vida cotidiana”. (Orrego, 1995: I, 306). Mucha gente, por lo común, no actúa en consecuencia con los principios que declara. La aguda observación de Orrego contenida en las citas anteriores así como en la siguiente exhibe una dolorosa realidad. Son sus palabras: “No vale la pena que en los exámenes se declame de corrido el amor a la libertad, al derecho y a la justicia y en la vida se les befe, o por lo menos, se muestre uno diferente a sus imperativos categóricos”. (Orrego, 1995: I, 306). Las citas nos ponen frente a situaciones de pasmosa vigencia no obstante remontarse al año de 1928, aplicables en diversos campos de nuestra vida política y universitaria. Hacer cátedra, hacer universidad y hacer país implica fundamentalmente vivir la cultura, no sólo practicar la regurgitación de conceptos, hechos, datos, formulaciones filosóficas, leyes o teorías científicas. Por eso Orrego considera que la gran empresa de los universitarios es vivir la cultura. Y rechaza el eruditismo vacío, carente de sustancia, que no sirve para la mejora individual ni co-


lectiva. Postula, por el contrario, el conocimiento de nuestra problemática: “Necesitamos estudiar la calidad de nuestra América y crear nuestro propio pensamiento, nuestra propia política, nuestra propia economía, nuestra propia estética, nuestra propia historia”. (Orrego, 1995: I, 308). Según Orrego, en la tarea de hacer cultura, deben juntarse maes- tros y discípulos, en un solidario y fervoroso anhelo común, en el que todos brinden sus aportes. Sostiene que para crear una cultu- ra viva y crear una verdadera nacionalidad es menester superar el libro y la letra muerta; escudriñar nuestra realidad y desde allí elevar nuestro pensamiento. Critica a las universidades porque no han despertado ni formado al hombre en los profesionales salidos de sus aulas. Tales profesionales aparecen, entonces, como criaturas débiles que marchan por la vida agobiadas por su título, por su carrera y por su lucro, sin responsabilidad moral, que lo mismo les da vivir con sus ideas, con la justicia, con la verdad, o sin ellas y hasta en contra de ellas. De esta manera, nada podemos esperar y exigir de profesionales con tales características, que son la degradación de la actividad uni- versitaria. Formar al hombre y al ciudadano antes que al profesio- nal es, pues, tarea primordial de la universidad. Pide a las nuevas generaciones realizar el objetivo más sagrado del hombre: la responsabilidad suprema de crear una nueva vida, esto es, vivir la cultura, realizarse por medio de ella, que le es privativa y sin la cual pierde su condición humana Y para vivir la cul- tura, en su opinión, es indispensable que la universidad se proyecte al pueblo y éste se incorpore a la universidad. Sobre esta relación entre universidad y pueblo anota los siguientes términos: “Univer- sidad y pueblo son dos vasos comunicantes cuyo nivel superior o inferior lo determinan la mayor o menor mentalidad y moralidad de ambos. Son si se quiere dos factores intercambiables que presi- den todo el proceso histórico”. (Orrego, 1995: I, 310). Estos concep- tos fueron escritos en 1928; consecuente con ellos, en


1947, desde el cargo de rector de la Universidad Nacional de Trujillo sostuvo


que la universidad “tiende a satisfacer las justas aspiraciones de los hijos del pueblo porque la universidad es, y así debe ser, la institu- ción máxima de los hijos del pueblo”. (Orrego, 1947: 36). Pero no se quedó sólo en palabras, sus ideas las llevó a la acción. Y allí están sus realizaciones que han servido y siguen sirviendo a los hijos del pueblo: organismos académicos y obras materiales. La más alta misión espiritual que asigna a las universidades, aparte de la no menos alta que debe ejercer en el campo personal, es la de ser depositaria y discernidora de la experiencia histórica de un pueblo, sin la cual es imposible conseguir la consolidación y la estabilidad de las instituciones políticas. Esto conlleva la idea de una universidad dinámica, flexible e integral, puesta a tono con la vida contemporánea en todas sus manifestaciones. Por eso siente satisfacción al constatar que felizmente en el Perú, las generaciones universitarias del movimiento reformista inicia- ron el acercamiento de la universidad al pueblo y de éste a la uni- versidad, con el cual por primera vez se crea cultura opuesta al libro frío y a la letra muerta. EDUCACIÓN, CULTURA Y POLÍTICA Como la educación se inscribe en la esfera de la cultura y ambas se interrelacionan permanentemente, hacer labor de cultura, en el pensamiento de nuestro personaje, es hacer obra constructiva, edu- cadora, imperecedera; es una acción que, en medio de hondas y lacerantes desgarraduras, decanta positivamente el espíritu, y con la cual el hombre deja su huella privativa en el curso de la historia. Precisamente, la cultura –para él- debe ser una cultura histórica, viva, encarnada en hombres concretos, no muerta, tampoco una simple tentativa de los académicos. Por ende, hay que saber vivir la cultura e incorporarla dentro de las fibras de nuestra vida. No de- bemos, tampoco, confundir cultura con ilustración académica; ésta implica memoria fría e inerte de la cultura pero no la cultura misma. Así, repetir un libro es muestra de ilustración; en cambio crear


y vivificar el ambiente espiritual de una cátedra es una muestra de cultura y educación. Y Orrego fue verdaderamente un hacedor de cultura y un educador nato. La idea de cátedra implica aporte, propuesta o planteamiento; en tal sentido, Antenor Orrego desarrolló cátedra no sólo en el aula, sino por diferentes medios: el periódico, la revista, el libro, la tribu- na pública, y lo hizo en diversas esferas: filosofía, literatura, edu- cación, historia, política... Ellas forman un todo polifacético pero coherente de su pensamiento, cuyo profundo humanismo lo llevó a sostener que el supremo fin del Estado es “la exaltación del hom- bre a su máxima plenitud espiritual, única razón de su origen y de su existencia”. (Orrego, 1995: I, 47). Es decir, concibe un Estado al servicio del hombre, y éste como el centro y eje de las aspiraciones políticas surgidas en una determinada sociedad. Y como conside- ra que el hombre no puede abstraerse del quehacer político, por ser inherente a toda sociedad, bien hubiera suscrito las palabras de Georges Balandier cuyos estudios antropológicos muestran “que las sociedades humanas producen todas lo político y que todas ellas están expuestas y abiertas a las vicisitudes de la Historia”. (Balan- dier, 1969: 6). En su concepto, la política que merece llamarse tal tiene que ser vista y practicada como método o principio de gobierno, como línea coherente y permanente de acción, no como un simple anhelo pasajero nacido en vísperas de un proceso electoral. Y para que la política asuma un rango científico “es preciso que se alce sobre todos los puntos de vista particulares, y que sea capaz de coordinar una concepción global de la historia en cada situación concreta”. (Orrego, 1995: III, 252). Esto entraña que el contenido de la ciencia política reside en “comprender con claridad la necesidad del cambio o transformación social, que no es cualquier cambio arbitrario, caprichoso o utópico, sino aquel que fluye en un momento determinado de las situaciones morales, económicas, sociales y políticas de un país”. En tal sentido: “El talento o genio del gran estadista consiste en comprender y obrar en consecuencia en el sentido de


ese cambio”. (Orrego, 1995: III, 256). Precisamente, para Orrego: “Estadista significa hombre previsor, cuya mirada sea capaz de abrazar grandes perspectivas de tiempo”. (Orrego, 1995: II, 279). De esta forma, en el pensamiento orreguiano, el estadista es el personaje que encarna y despierta los valores de la libertad de un pue- blo como realidad concreta que emana de la historia, no como un conjunto de principios abstractos y, por consiguiente, es el hombre que sabe conducir a su pueblo a la posesión y goce de esa libertad; y el político es el que moviliza la opinión pública estructurando los partidos políticos, orientando y coordinando la acción táctica de la vida política de un país, en ejercicio de la libertad y eludiendo los obstáculos de las ambiciones egoístas e intereses mezquinos. Cate- góricamente, Orrego afirma: “Cuando en un solo hombre se da, a la vez, el estadista y el político, los pueblos poseen el gobernante perfecto”. (Orrego, 1995: II, 324). Y defendió ardorosamente el derecho de los ciudadanos a organizarse y orientarse mediante los partidos políticos, entidades o núcleos de la opinión ciudadana sustentados en principios y programas. Textualmente dice: “El concepto cabal de partido entraña la formulación de un programa orgánico de gobierno y de una línea coherente y constante de opinión pública para colaborar en las actividades del Estado o para alcanzar el ejercicio del poder pú- blico”. (Orrego, 1995: IV, 27). Entonces, orgánica y vigorosamente estructurados en una doctrina, los partidos políticos están llama- dos a cumplir una gran función educadora en la vida nacional, de modo que orienten a la ciudadanía en uno u otro sentido, controlen el poder, fiscalicen los actos gubernativos y, por lo tanto, el sanea- miento de la administración pública. “En verdad, éstos -se refiere a los partidos, y cito nuevamente sus palabras- deben ser canales vivos y permanentes por donde fluyan, hacia la nación, las corrien- tes de docencia política que surgen de cada núcleo de opinión”. “Sin partidos políticos auténticos, que sientan profundamente su misión docente, desde su propio campo doctrinario, no tendremos jamás una verdadera democracia”. (Orrego, 1995: IV, 41-42).


Orrego se preocupa por el liderazgo político y académico, porque sin liderazgo el país y sus instituciones carecerían de rumbo. Y al respecto pregunta: “¿Qué es pues la política? ¿Cómo debe ejer- cerla la minoría del pensamiento?”. El mismo responde así: “Pen- sando y haciendo pensar a la masa; defendiendo nuevos sentidos de libertad; incorporando en la sensibilidad y en el pensamiento colectivos la necesidad de nuevas superaciones. La política no es dar un gobierno perfecto idealmente; es hacer que el pueblo me- rezca una autoridad mejor; es procurar que la colectividad sienta la urgencia de un gobierno más perfecto”. (Orrego, 1995: I, 68). Relacionó la cultura popular y la cultura política con la cultura universitaria. En oposición a los académicos europeos que vivían en su torre de marfil, el movimiento de reforma universitaria, propagado por toda América Latina a partir de 1918 y 1919, asignó a las universidades un rol social, ahora indiscutible. La reforma universitaria fue esencialmente un movimiento académico y social que abrió las puertas de las universidades al pueblo y contribuyó a democratizar el sistema educativo en general, al tiempo que se propuso crear una auténtica cultura latinoamericana. Fue el movimiento de más amplia proyección cultural que ha dado nuestra patria continental. Y esa proyección tenía al pueblo como su destinatario. En esta perspectiva, Orrego sostuvo que la universidad no podía vivir y quedar aislada en la periferia de los pueblos, sino situarse en la médula vital de su ambiente o contorno. Y como la universidad ha vivido los vaivenes de la vida política de la repúbli- ca, en un movimiento pendular de gobiernos democráticos por su origen y de gobiernos autoritarios, él y las juventudes estudiantiles pensaron a lo largo y ancho de América Latina que la docencia en esta parte del mundo habría de caracterizarse por ser, primordial- mente, docencia ciudadana, educación civil y política. En un Estado en el cual no se respetaban los derechos humanos, la universidad no podía vivir encerrada como en un claustro colonial, ciega, sorda, muda, insensible a las angustias del pueblo y al grito redentor de las multitudes. Tenía y


tiene la ineludible obligaciĂłn de proyectarse socialmente; asumir un compromiso con la justicia social. De allĂ­


la pregunta formulada por Orrego y su correspondiente respuesta: “¿Cómo puede el hombre consagrarse a la ciencia, a las artes y al ejercicio de las disciplinas intelectuales sino hay libertad? Hay que esforzarse por conquistarla previamente. Hagámonos, primero países justos para hacernos, luego países sabios”. (Orrego, 1995: V, 118).

Retrato de Orrego. Galería de Rectores de la Universidad Nacional de Trujillo.

3. LABOR RECTORAL Elegido el 15 de mayo de 1946, asumió sus funciones rectorales de la Universidad Nacional de Trujillo el 20 del mismo mes y año. Pero su gestión fue interrumpida al ser derrocado el presidente de la república, José Luis Bustamante y Rivero, por el golpe de Estado del general Manuel A. Odría del 27 de octubre de 1948. Eduardo Quirós afirma que Orrego es superior a la mayoría de


rectores de esta universidad. “Lo sostengo –anota- porque trabajé con él du-


rante su corta estancia como Rector, desde su elección en la Asamblea (1946) hasta la tarde fatídica en que, con ropa de campaña y una balacera sin necesidad, el Gral. Víctor Rodríguez Zumarán, tomó por asalto la Universidad y llevaron a Lima a todos los miem- bros del Consejo Universitario, del cual yo era taquimecanógrafo”. (Quirós, 1993:11). En medio de la incertidumbre política de aque- llos días, Orrego encargó el rectorado al vicerrector, Ing. Manuel Carranza Márquez. Y éste a los pocos días solicitó licencia; enton- ces las funciones rectorales fueron asumidas por el Dr. Segundo F. Estrada, en su calidad de decano de la Facultad de Derecho y catedrático principal más antiguo. No obstante la brevedad de su gestión –dos años, cinco meses, siete días- Orrego realizó intensa actividad, dentro de un acelerado proceso de transformación de lo que él denominó “proyecto integral de Universidad nueva”, como se desprende de hechos tales como los siguientes: 1. Reorientación tanto del sentido general de la educación para el cultivo integral del ser humano, cuanto de la docencia universitaria que, con métodos dinámicos, como el semina- rio, pone en manos del alumno las herramientas esenciales de estudio y perfeccionamiento en su campo aun cuando haya egresado. 2. Organización del Colegio Universitario –creado por la Ley de Reforma Universitaria de 1946- entendido como centro de cultura general y antesala de la formación profesional y la investigación, cuyo funcionamiento se detuvo por el forzado alejamiento de su cargo y por la contrarreforma que luego sobrevivo. 3. Incorporación a la cátedra, en cursos de ciencias y humanidades, de investigadores y especialistas de prestigio, tanto peruanos como extranjeros. 4. Creación de la Facultad de Educación con su respecto Colegio Secundario de Aplicación, gratuito, que aún funciona.


5. Creación de la Facultad de Medicina –cuyas funciones se ini- ciaron posteriormente-, toda una obsesión de su rectorado y anhelada por él como “la mejor de América Latina”; para su organización constituyó una comisión presidida por el re- nombrado médico peruano, científico y docente universita- rio en Estados Unidos, Dr. Eleazar Guzmán Barrón. 6. Acrecentamiento del número de alumnos en las diversas ca- rreras profesionales. 7. Mejoramiento significativo de las rentas. 8. Impulso a la publicación de la Revista Universitaria, en receso desde 1943, y de la cual en el periodo 1946-1948 se editaron cuatro números, cifra proporcionalmente superior al de to- das las épocas de su existencia. 9. Adquisición de una pequeña imprenta para los trabajos de las distintas oficinas, y con miras a ser un futuro departamento de publicaciones. 10. Ampliación de los vínculos de la universidad con institucio- nes académicas del país y del exterior. 11. Creación de los Institutos de Psicopedagogía, Antropología y Literatura. 12. Ampliación e implementación de los laboratorios con nuevos ambientes, equipos y reactivos. 13. Progresivo avance de la Escuela de Ingeniería Química que, por la calidad de sus profesores peruanos y foráneos, remozamiento de laboratorios y anfiteatros, se coloca en el primer lugar entre sus pares de la república. 14. Habilitación de nuevas oficinas para los decanatos y demás dependencias.


15. Enriquecimiento de los Museos de Arqueología y Zoología, así como el inicio del Herbario Regional. 16. Envío de alumnos becarios al extranjero por cuenta de la ins- titución. Asimismo, viajaron a Estados Unidos, por cuenta de la universidad, profesionales para ser perfeccionados en docencia médica y luego incorporados como catedráticos de la Facultad de Medicina. 17. Incremento considerable de los volúmenes de la biblioteca. 18. Cuidado de la salud de alumnos, profesores y personal ad- ministrativo a través del Departamento Médico. 19. Construcción de una bóveda subterránea de concreto para el archivo de la universidad. 20. Gestión para lograr la donación, por Vicente González de Orbegoso y Moncada, con fecha 10 de setiembre de 1947, de 30 hectáreas de terreno (después ampliada a 40) para la construcción de la ciudad universitaria e inicio de los traba- jos preliminares de esa formidable obra. 21. Transferencia de sus derechos de posesión del conductor del extenso ejido municipal llamado “Grama de Mansiche” a la universidad, lo cual hizo posible la donación, por parte de la Municipalidad Provincial de Trujillo, de dicho terreno don- de ahora se levanta la Facultad de Medicina. 22. Elaboración del Plan General de Ejecución de la Ciudad Uni- versitaria, cuya primera etapa debió construirse entre 1948 y 1952, y en tres años más, la segunda. Dicho plan incluía: pabellones y ambientes de facultades, oficinas y servicios que hasta ahora no cuenta la UNT, a pesar del largo tiempo transcurrido, por ejemplo,


ambientes para: el rectorado y la administración central, las Facultades de Arquitectura, In- geniería Civil, Veterinaria; Museos, Jardín Botánico, Jardín Zoológico; almacenes y gimnasio. O pabellones de faculta-


des y escuelas que iniciaron su funcionamiento en fechas posteriores: Medicina, Ingeniería Industrial, Ingeniería Mecánica, Odontología, Ingeniería Agrónoma, Ingeniería Zootécnica. Y también pabellones construidos con el correr de los años, cuya previsión la hizo Orrego. 23. Participación de los estudiantes en el gobierno de la universidad 24. Intensa actividad de extensión universitaria mediante conferencias y diversos eventos académicos a cargo de notables intelectuales, asimismo proyección hacia su contexto social. 25. Adecuación a los alcances de las disposiciones sobre la Reforma Universitaria para lograr que la institución responda a la realidad peruana, continental y al ritmo de la acelerada transformación científica, tecnológica, social y económica del mundo.

4. RASTACUERISMO INTELECTUAL La creatividad, la identidad cultural y el sentido de pertenencia a la colectividad peruana y latinoamericana son constantes transversales en el pensamiento orreguiano. Para él, la originalidad no puede ser un objetivo o un fin, sino una aptitud. Las obras del amauta traducen su permanente preocupación por una expresión cultural original y un enfrentamiento al europeísmo y a toda forma de colonialismo mental o alienación. Lo cual no entraña el rechazo absoluto al aporte de otros pueblos, sino su asimilación, adaptación o recreación según nuestra realidad, en la permanente afirmación de las manifestaciones culturales del Perú y de América Latina. Orrego combatió la imitación simiesca de patrones culturales exó- ticos, pero no cayó en el etnocentrismo. Pensó que el intelectual no tiene una palabra de orden distinta a la de crear. Y le señaló como responsabilidad suprema crear nueva vida, y para crearla es preci- so vivir la cultura, lo cual implica la


proyección de la universidad al pueblo y la incorporación de éste a la universidad.


Fue severo con la ostentación de quienes no digieren sus lecturas e incurren en lo que él denominó “rastacuerismo intelectual”. No fue chauvinista ni jingoísta. Rechazó el nacionalismo agresivo y se proyectó hacia una dimensión continental y universal. El texto siguiente constituye una evidencia de su énfasis en las expresiones creativas. Pocos son los escritores de América Latina que no luzcan sus citas bibliográficas, como el fazendeiro brasileño, como el estanciero argentino o como el hacendado o gamonal peruanos lucen sus alhajas y sus joyas. Es regocijante abrir buena parte de las revistas o de los libros latinoamericanos para mirar la cintilación cegadora de toda suerte de chismes, artilugios y referencias eruditas. De pronto, el lector queda deslumbrado por ese resplandor de biblioteca que destaca el saber del escritor, como en un escaparate de sabiduría. Pero, a poco que se intente atrapar el pensamiento o la idea personal del autor, se da uno de bruces contra la atonía del vocablo yerto, acaso porque como esos cendales de nubes que se desgarran en las ramas que se encuentran en la ruta, el pensamiento queda prendido hecho jirones en las zarpas acuchilladas de las citas. El lector tiene que renunciar a la inquisición de lo que se quiere decir en el texto porque en lugar de una reflexión trabada y orgánica se encuentra con una antología bibliográfica. Todo ello no es sino infantilismo mental con el mismo valor sicológico del rastacuero que intenta hacer creer a los otros lo que pretende ser, pero que, en realidad, no lo es todavía. Si el uno ostenta leontinas y sor- tijas, el otro ostenta citas y referencias, ambos elementos absolutamen- te externos con que se disimula la vacuidad de la propia alma. El escri- tor latinoamericano es, por lo general, proyecto de gran escritor que se queda sin serlo. La parada mental, los gestos sibilinos, ademán docto y estirado sabe ejecutarlos con perfecta habilidad. Carece en absoluto de autenticidad humana y pocos hombres se mienten a sí mismos como a los demás. Llegan a falsificar su propio ser hasta un grado inconmen- surable. Nos encontramos frente a ellos, no con un semblante, sino con una máscara. Mimetismo casi zoológico que da la razón a Keyserling cuando afirma: que en principio no fue la verdad sino el disimulo y la mentira. No sólo ostentan sus joyas eruditas, sino, también, como el rastacuero, sus amistades célebres. Rastacuerismo social y rastacueris-


mo intelectual del hombre que no se siente seguro de sí mismo, que es incapaz de asentar a plomo los pies sobre la tierra que pisa. En medio de este eruditismo de taraceo, entre los muñones sangrantes de las citas librescas, entre los cangilones de este mosaico bibliománico en que se retacea, sádicamente, a los autores, no queda ya lugar para ningún pensamiento personal. Extensos sectores de la juventud están perdiendo toda curiosidad y autonomía mentales, toda libertad interior de pensamiento, porque bajo el agobio de un dogmatismo de nuevo cuño, el cerebro se paraliza y es imposible pensar por cuenta propia. Cuando a la iniciativa del pensamiento reemplaza la referencia autoritativa, el cerebro ya no puede hacer otra cosa que juego de palabras y frases vacías, es decir, pura, monda y lironda logomaquia. Todo ello no es más que pereza mental, miedo al esfuerzo individual y penoso. Más fácil que pensar es el escarceo o picoteo en las páginas ajenas, el taraceo abigarrado de retazos y de muñones de textos. Crear es algo doloroso y urticante, mucho más difícil y angustiador que levantar un escaparate de citas y lucirlas, luego, como el rastacuero luce sus cadenas, sus sortijas y sus diamantes. La ostentación de la llamada, de la cursiva o del asterisco se ha hecho entre nosotros una enfermedad intelectual, tanto más destructiva cuanto más congelante de nuestras potencialidades intelectuales. Si América es un continente nuevo, tenemos que mirarla con ojos nuevos y no a través de centones o de infolios. Asimilemos el pensamiento europeo -¡cómo no!- tan asimilado que se convierta en carne viva, en tejido entrañado y congénito, pero, no lo troquemos en mimo o mueca grotesca, en mera anteojera deformante de nuestro desgarrador y vernacular dramatismo. ¡Qué podremos extraer de nuestra realidad si nos empeñamos en cribarla a través de la retícula de textos ajenos! ¡Cómo vamos a ser universalmente valederos si nos empeñamos en repetirlo como tautología de citas muertas! El relleno con guijarros librescos no ha dado jamás con una veta original. Esta lección hemos debido aprenderla ya, si hemos cursado con provecho cuatro siglos de historia. La imagen del rastacuero que traigo a estas páginas, no es una imagen improcedente y baladí, porque es el remedo y el tatuaje mental que esteriliza nuestras potencialidades creadoras, que se aploman sobre nosotros y nos abruma.


Política y culturalmente no seremos libres, sino, simplemente libertos y manumitidos mentales mientras sintamos la añoranza de las palabras y de los ademanes extraños. Si sentimos el pensamiento europeo como yugo y no como sustancia nutricia y alumbradora ¿cómo habremos de alcanzar nuestra autonomía, nuestra soberanía y mayoría espirituales? La mera información libresca –mientras más abundante, más corrosiva- acaba siempre en batiburrillo o poupourri ideológico o estético. En un solo artículo sobre marxismo se hacían cierta vez doscientas citas con referencias a igual número de libros. Desde luego, el lector caminaba a trompicones porque cada cita se levantaba como un bache, y lo que quiso decir el escritor se esfumaba entre sus aristas tajantes. Como el fluido eléctrico, el pensamiento –si es que lo había- tendía a escaparse por las puntas bibliográficas. En América hemos subvertido los términos del pensamiento, como en tantas otras cosas. La información o la referencia no son un fin en sí mismos, sino vehículos y medios para pensar, contenidos y realidades inmediatas. Mucho más que para pensar, para trasmitir y hacer entender nuestro propio pensamiento, mediante el cotejo con el pensamiento ajeno. Si las desplazamos de esta función subsidiaria y humilde, función auxiliar de la que no debe abusarse, las ubicamos en el centro mismo de la meditación individual y corremos la suerte del fazendeiro brasileño que se disuelve entre sus sortijas, sus amistades y sus brillantes. Quiere decir esto, que el hombre, como tal hombre, desaparece y queda sólo el escueto mono mimetista y gesticulante. El hombre que encarna las fuerzas vivientes y creativas en su ambiente bien puede pasarse sin información, pensaba Laotsé. Lo esencial no es acumular datos, ni apilar documentación bibliográfica abundante sino pensar con profundidad, hacerse uno mismo, mediante una faena lenta, trabajosa y penosa siempre, el órgano histórico y espiritual de su pueblo. La función del escritor es una función social y tiene que encontrar su propia expresión personal, si quiere ser un valor significativo de liberación, alumbramiento y cultura colectivos. No puede transferir a los otros –y menos a los pensadores extranjeros- la faena que por natividad imperiosa, le toca cumplir inexorablemente. Las realidades concretas sólo pueden encontrar su expresión adecuada en el


hombre que las vive. Las referencias, en ciertos casos, pueden ayudar a definirlas, pero, sólo las imágenes y los símbolos que emergen en el ámbito mismo del que piensa, las trasmiten en su virtual, congénita y auténtica integridad. Buena parte de la labor universitaria de América, se congela en los textos. Rara vez surge una entonación audaz que, a su vez, promueva vocaciones originales. Naturalmente, no me refiero a esa audacia del mulo, que decía Nietzsche, que bordea el abismo porque es incapaz de sentir el vértigo, sino, a esa audacia consciente y valerosa de una vida abnegada en servicio del conocimiento. Pero, a una vida de semejante soporte espiritual, no se llega con el rodrigón de la papeleta bibliográfica. Un ratoncillo puede devorar una biblioteca –cuando es cierto que la devora- pero es incapaz de acuñar un solo pensamiento que llegue al corazón de los hombres, que lo ilumine y lo estremezca. Cuando un escritor está siempre en postura de sabiduría y en mueca cristalizada de celebridad, puede alelar a lo tontos o deslumbrar a los mentecatos, pero, con toda certeza, ahoga sus vivencias más profundas y personales. El pensamiento diáfano y creador, no surge entre los escombros de los textos, ni entre las piezas anatómicas muertas de una morgue de citas. Necesita friccionarse, encadenarse siempre dolorosa y trágicamente, con los filos abrasivos de la vida. El pensamiento más lúcido y sereno tiene a sus espaldas y a sus flancos, como montándole la guardia, un esfuerzo bronco, oscuro y agónico. De la estridencia exhibicionista no surte nada sustancial. Es, casi siempre, un signo seguro para hacer, a primera vista, un diagnóstico de la vacuidad y mediocridad de un escritor. La chispa que fulgura brota del frote áspero con la existencia humana, pero el pedernal que la enciende, queda con las aristas tajadas y rotas. Tal es el precio ineludible que hay que pagar por un fruto tan opulento. Si América ha de surgir con una significación universal, surgirá a través de sus cuitas y de sus grimas más angustiosas; jamás de los escaparates y de las ferias de sabiduría. Habrá de tajarse en las zarpas de su tragedia. Esa América sólo será de una manera tangible en el doliente drama personal de cada uno de sus pensadores, de sus poetas y de sus artistas. Porque en el proceso vital de una cultura, sólo cuenta la potencia individual y personal, como encarnación de las fuerzas


históricas y sociales. América es una de las tierras más exuberantes en incitaciones para forjar una egregia misión humana, pero, si no surgen los órganos adecuados para captarla y expresarla en toda su original grandeza y profundidad, ¿cómo podrá incorporarse en la historia y en el acontecer espiritual del mundo? El brillante que destella, como una rosa de luz, ante el resplandor del sol, sólo puede ser porque hubo una mano que descendió tremulante y transida, a las entrañas de la tierra y lo extrajo para tallarlo y bruñirlo con su decisión de sacrificio, de amor y de belleza. (Fragmento del prólogo a la 2ª. edición (1957) de Pueblo-Continente, en Obras completas, 1995: I, 119-123).

5. MENSAJE A LA JUVENTUD Orrego siempre pensó en la juventud. Su obra, como maestro y escritor, así lo demuestra. Ha dejado páginas en las cuales, ya sea de modo expreso o implícito, están presentes sus preocupaciones por los jóvenes. Pueblo-Continente, uno de sus principales libros, lo dedicó a la juventud de nuestro país y de América. Este libro fue escrito cuando su autor sufría terrible persecución por razón de sus ideas. Vivía en clandestinidad, para evitar ser apresado como en numerosas ocasiones ocurrió, por defender la libertad, la democracia, la educación del pueblo, la justicia social. Según el propio autor, la obra “nace en medio del fragor de la batalla, cuando es más agudo el estridor del choque”, por los años de 1936 y 1937 en los que, debajo de la serenidad percibida en la superficie, “como dominio de la explosividad y del vocerío jadeante del palenque bélico, subyace la permanente angustia del perseguido político, la dilaceración del ciudadano que ha sido cercenado, por la fuerza brutal, de su convivencia jurídica y civil, la agrura violenta del hombre que se ve forzado a mirar la calle por el ojo clandestino de un tragaluz”. A diferencia de los intelectuales de nuestros días, que escriben en un ambiente de serenidad y comodidad, Antenor Orrego no


dis- frutรณ de ese reposo, su obra naciรณ en un clima completamente ad-


verso, tenso, sus páginas se gestaron a salto de mata. Por la brusca irrupción de la brigada policial encargada de perseguirlo, se veía obligado a cambiar frecuentemente de refugio, con lo cual las ideas y frases quedaban bruscamente cortadas. Ante cada inminente asalto, tenía que salir presuroso con sus papeles y sus pocas cosas personales, para asilarse en otro lugar. Cuánto debió sufrir Orrego por salvar su obra, “entrañable hijo de mi espíritu – dice-, que bullía a medio nacer en mi corazón, sabedor, como lo era, de la brutalidad exasperada de mis perseguidores”. Por salvar su vida y su obra, muchas veces quedaban dispersas algunas cuartillas, hecho que lo obligaba a rehacer capítulos o páginas para insertarlos en el texto. (Orrego, 1995: I, 124). En esta obra se trata con hondura la originalidad, la identidad e integración de América Latina, ideas vigentes en nuestros días y que los estudiantes, profesionales y ciudadanos están llamados a conocer. Un profético y bello anuncio por alcanzar unidos el desarrollo de nuestros países. Por otro lado, El monólogo eterno es un pequeño libro de expresiones breves en cuyas páginas su autor le habla al lector como si lo tuviese a su lado, de modo conversacional, como si lo aconsejara. En él se encuentran sentencias aforísticas, textos cortos, proposicio- nales o doctrinales, máximas o proverbios, normas morales para ajustarlas a una forma de obrar, un ideario de conducta, sugestio- nes de comportamiento ético, reflexiones sobre estética; en pocas palabras, una serie de pensamientos que contienen valores plena- mente humanos defendidos por Orrego. Por lo general, su contenido está presentado en forma de dualis- mos: reúne dos ideas o principios diversos y contradictorios para buscar dilucidarlos: amor y concupiscencia, legalidad y moralidad, modestia y conocimiento, el “es” y el “debe ser”, dolor y responsa- bilidad, voluntad y sabiduría, palabra y espíritu, virginidad y cris- tianismo, ilusión y esperanza…Establece relaciones y destaca los valores frente a los


desvalores. AĂąos mĂĄs tarde, Abraham Maslow harĂĄ algo semejante, el contraste de las meganecesidades humanas


con las megapatologías: verdad, en vez de deshonestidad; bondad, mejor que maldad; unidad, integridad y trascendencia, en vez de división e inmediatez… Se trata de un hermoso libro que todo joven y ciudadano debería leer. Profundo, vibrante, luminoso, de vasta proyección de ideas y realizaciones, anuncia la alborada de un nuevo hombre educado para labrar un futuro pletórico de libertad, justicia, amor y belleza. En este punto se transcriben algunos textos que merecen atención de la juventud: “A las nuevas generaciones del Perú y de América” (PuebloCon- tinente) “Vida y peligro” (El monólogo eterno). A LAS NUEVAS GENERACIONES DEL PERÚ Y DE AMÉRICA Dedico este libro a las nuevas generaciones del Perú y de América que sienten el acendrado, el vivo apremio de encontrar su propia alma. A los veinte años hice la primera salida de este viaje en que estoy casi por completo de vuelta. Iba a la busca de nuestra América, de esa América que latía aún bajo los paños mortuorios de un remotísimo ayer y que no acaba todavía de romper la crisálida sepulcral para resurgir hacia un nuevo ciclo de vida. Entonces nuestras tierras estaban ancladas del todo en las aguas feéri- cas de Europa. Nuestros buzos más conspicuos y atentos habían fondeado sus escafandras en aquellos golfos donde se escuchan las voces alucinantes de las sirenas áticas, el aullido imperial y cesáreo de la loba romana, el trémolo escolástico y metafísico del Doctor Angélico, el pesimismo racio- nalista y crítico del filósofo de Koenigsberg, que nos decía, con el par- ticular acento del que ha encontrado la meta definitiva de una cultura:


ยกNon plus ultra!; ยกNon plus ultra! Era un itinerario fascinante, pero, un itinerario que no era el nuestro. La sirte procelosa no es sรณlo abismarse en


los sumideros de los maelstroms frenéticos y siniestros; es, sobre todo, la equivocación de la ruta. Se extravía y naufraga, también, el viajero, en un país de maravilla, donde el alma asolada, sin conexiones vitales con la tierra extraña no puede encontrar la sabiduría profunda de sí misma. Un paisaje dorado y riente bien puede ser un sepulcro. Se vive entonces, como un cascarón flotante, vacío de toda gravitación espiritual, cual una libélula en pos de los castillos multicolores del ensueño. ¡Estábamos deslumbrados y, por ende, estábamos, ciegos! ¡Era el agudo resplandor de la fantasía del niño ante los bengalas polícromos de la ilusión! América no era, porque no éramos, tampoco nosotros: porque habíamos sido arrebatados de nosotros mismos. Ciertamente, esta evasión excéntrica producíase como en aquellas leyendas infantiles en que la princesa resplandeciente de juventud y hermosura, tornábase, bajo el embrujamiento de un mágico hechizo, en la viejilla desmedrada y enteca de la conseja. Vosotros, también, jóvenes del Perú y de América, habéis emprendido este viaje, que es toda una aventura peligrosa, porque no hay sendas conocidas que guíen vuestros pasos. Pero, antes que la pérfida definitiva, es preciso, por lo menos, intentar la salida. Revestíos de la valerosa audacia necesaria a que el destino de vuestra progenie os empuja. La estridencia trepidante del Viejo Mundo os ha descubierto sus rajaduras irremediables, y descubriéndolas ha desvanecido vuestro deslumbramiento. Sois una pro- moción histórica privilegiada porque el desencanto de lo ajeno y de lo ex- traño ha traído la fe y la esperanza en vosotros mismos. Sé que esto sólo se alcanza a través de profundas y dolorosas desgarraduras; pero, es preciso que cada hombre y cada pueblo asuma la majestuosa responsabilidad de su lágrima y de su dolor, porque la mariposa no surge hacia la luz sino des- pués de romper y desmenuzar en cendales el sudario que la envolvía. A lo largo de mi camino, modesto pero valeroso, también he ido dejando ciertas señales para vuestro servicio. Algunas de ellas las consigno en este libro y abrigo la esperanza de que contribuirán en algo al mejor y más acrecido éxito de vuestra empresa. Por eso, desde lo más hondo de mi fe os lo dedico, porque mi fe está ansiosa del porvenir de nuestra América.


Trujillo (Perú), enero de 1937. (Pueblo-Continente, en Obras completas, 1995: I, 114-115). VIDA Y PELIGRO -Has de estar cuarenta veces al día en peligro de muerte para que tu espíritu no se ablande como la cera. Es preciso que al borde del naufragio, al borde del sumidero definitivo, te salves, también, otras cuarenta veces definitivas. -Aquel que construye su tienda y se pone al abrigo de las inclemencias y de las traiciones de la naturaleza será el victorioso del primer peligro y el vencido de las treinta y nueve restantes. Pero eso es no vivir, sino eludir el vivir. -Vivir es ser el vencedor de las cuarenta veces definitivas y, al día siguiente, recomenzar de nuevo. -El peligro es para el espíritu como el temple para el acero. Hay que sumergirnos siempre en este baño que conserva nuestra juventud eterna. -El azar es padre del peligro y el fuerte cuenta con el azar para su victoria. Existieron cierta vez dos hombres que habitaron la orilla derecha del río eterno de la vida. El torrente era caudaloso y había peligro en atravesar la corriente. Pero, en la orilla izquierda, manaba de la roca viva la fuente de la eterna juventud que estaba guardada en la noche por un dragón voraz, y era accesible solo en pleno día. Los dos hombres, después de trabajosas meditaciones obtuvieron el secreto. Hiciéronse fuertes, vigorizaron sus músculos, aceraron su voluntad y un día estuvieron en actitud de tentar la peligrosa aventura, y así lo hicieron con éxito.


Pero uno de ellos encontró que el esfuerzo diario, además de peligroso era demasiado duro y, para ahorrarse de ambos, construyó un puente para su uso exclusivo. De esta suerte pasaba fácilmente de una orilla a otra to- dos los días, mientras el otro se esforzaba y desafiaba el peligro. Mas llegó un día en que las aguas de las montañas se precipitaron hasta el valle y el torrente arrebatado descuajó el puente de la comodidad y de la vida fácil. Los dos hombres, cumpliendo su menester cotidiano, encontrábanse en la orilla izquierda. El sol se ocultaba allá tras los altos picachos fragorosos. Acercábase la hora en que el monstruo salía de su guarida. El hombre que había vivido siempre en peligro y que conservaba sus músculos ágiles y fuertes, pudo atravesar victoriosamente la corriente. El otro, debilitado por la comodidad de su puente, fue arrastrado y des- pedazado contra las rocas. Por haber eludido treinta y nueve veces defini- tivas el peligro, fue devorado definitivamente al encontrarse por segunda vez frente al azar. En verdad, los hombres han perdido la memoria del paraje en que brota la fuente de la eterna juventud. Sus linfas fluyen reflejando el azul puro del cielo y están esperando que el hombre las encuentre de nuevo. (El monólogo eterno, en Obras completas, 1995: I, 93-94).

6. TEXTOS LITERARIOS Aquí presentamos algunas páginas orreguianas de crítica litera- ria. Primero, un fragmento del libro en el cual se refiere a sus vincu- laciones con el poeta César Vallejo, luego párrafos de los prólogos a “Trilce” -segundo poemario del mismo vate- y a “El libro de la nave dorada”, de Alcides Spelucín.


“MI ENCUENTRO CON CÉSAR VALLEJO” Este es el título de un libro póstumo de Orrego. En la segunda edición de “Pueblo-Continente” en 1957, se anunció su próxima publicación, lo cual ocurrirá, después del fallecimiento de su autor, el año de 1989 en Bogotá. Se trata de una obra autobiográfica, en cierta forma, pero centrada en las relaciones con los miembros del Grupo Norte, y de modo especial con el poeta César Vallejo. Gracias a este libro se conocen muchas fa- cetas del propio autor, así como de Vallejo y de su grupo en conjunto. Los editores han incluido artículos periodísticos, cartas y fo- tografías atinentes al contenido de la obra, así como el prólogo a “Trilce”. (Tomo III, Obras completas de Orrego). Es una reivindicación del vate y una guía para los jóvenes. Vallejo tuvo muchos detractores. La crítica literaria había maltratado fuertemente al poeta de Santiago de Chuco, pero nadie en forma tan despectiva como lo hizo Clemente Palma en la revista “Variedades” de Lima. Este personaje, cuan- do comenzó a producir la nueva generación de intelectuales del país, fungía como el crí- tico mayor en temas literarios. En la citada publicación, dirigida por él, insertó un poe- ma de Vallejo (“El poeta a su amada”) acer- ca del cual descargó terribles calificativos: “tonterías poéticas más o menos desafina- das o cursis”, “adefesio”, “burradas”, “ma- marracho”, y además dijo que el autor era “la deshonra de la colectividad trujillana” y ésta debería echarle lazo y amarrarlo “en ca-


lidad de durmiente en la línea del ferrocarril a Malabrigo�.

Orrego y Vallejo, Trujillo, 1916.


El primero en saludar la producción poética vallejiana fue Orre- go. Al poco tiempo de conocerlo, en conversación personal, le dijo al vate que veía en él la posibilidad de un poeta extraordinario. Y cuan- do acogió en La Reforma el poema “Aldeana” anunció la aparición de un gran poeta. En 1916, en una reunión del Grupo Norte, vaticinó la genialidad de Vallejo. Haya de la Torre, lo recuerda así: “Antenor se puso de pie y brindó por el ‘nuevo genio de la poesía que tomará el puesto de Darío’ […] Orrego con aquel su tono de vaticinador, pero al mismo tiempo de maestro[…] dijo algo así como esto: […] Tú eres genio, yo te proclamo el genio de la poesía americana […] Te pro- clamo yo humildemente […] aquí en Trujillo […] Tú eres el poeta nuevo superando en una ruta estelar a Darío” . (Haya de la Torre y Sánchez, 1982: II, 140). Y cuando se publicó “Los heraldos negros”, primer libro de Vallejo (1919), sólo recibió el cordial saludo de un artículo del amauta Antenor Orrego en Trujillo y otro de Luis Alberto Sánchez en Lima; los demás críticos guardaron silencio. Similar actitud se produjo con “Trilce” en 1922. A continuación algunos fragmentos de “Mi encuentro con César Vallejo”. Corría el año de 1914. Había cumplido justamente 22 años. Vallejo era casi tres meses mayor que yo, pues había nacido en marzo y yo en mayo del año 1892. Por esa misma época me hice cargo de la jefatura de redacción del diario “LA REFORMA”. Su propietario, el doctor Cecilio Cox, me dio amplísima autoridad que contrastaba con mis pocos años y, de hecho, la orientación intelectual del periódico. Hacía entonces el tercer año de la Fa- cultad de Jurisprudencia y el primero de la antigua Facultad de Ciencias Políticas y Administrativas, que era, por entonces, la preparación univer- sitaria para el ejercicio de la carrera diplomática y burocrática del Estado. César Vallejo me parece que hacía el curso para el bachillerato de Letras, pues al año siguiente, para optar el grado académico, presentó su tesis sobre el “Romanticismo en la poesía castellana”. Eran sus compañeros de estudio, entre otros, el poeta Oscar


Imaña y Federico Esquerre. Trabamos amistad en los claustros trujillanos. Creo que fue Víctor Raúl Haya de la


Torre, quien me presentó al poeta, a solicitud del mismo. Conversamos muchas, muchísimas veces. Desde luego, el tópico literario surgía con fre- cuencia en las charlas juveniles. Ya por esa época publicaba yo artículos en varios periódicos y revistas del continente. Tenía, pues, cierta autoridad y prestigio literarios. Me enteró, no sin cierta timidez, que componía versos y requirió mi opinión para cuando los conociera. Accedí de buena gana, aunque un tanto desconfiado de su talento poético, pues conocía algunas composiciones pedagógicas que había publicado en “Cultura Infantil”, ór- gano del Centro Escolar de Varones, que editaba Julio Eduardo Mannucci, director de ese centro, y compañero mío de estudios universitarios. Cuando escribo estas líneas la imagen del poeta está aferrada, como estampada en mi recuerdo. Un aura de penetrante simpatía fluía de toda su persona. Paréceme verlo todavía, a una distancia de más de treinta años. Figura magra, escurrida en demasía, flexible, ligeramente dislocada al caminar, de mediana estatura. Frente vasta, alta, sin ninguna arruga, con suavísima prominencia en la parte posterior. Caía sobre ella, con gra- cia viril, desordenada en ocasiones, una bruma, copiosa y lacia cabellera. Vigoroso el entrecejo, mas sin dureza, ni acrimonia. Empero, lo caracterís- tico de su semblante eran los ojos buidos y oscuros, sumergidos a pique en dos cuencas profundas, abismales casi. Parecían taladrar, estuporados de misterio, el enigma de la vida, desde la honda sima de su alma. Y, luego, los pómulos salientes y el audaz mentón beethoveano que avanzaba, como una quilla cuadrada y resuelta, que acometiera, por anticipado, el duro destino que le aguardaba. El rostro, en conjunto, de rasgos originalísimos, daba la impresión tan honda, difícil de borrar de la memoria, mezcla de bondad y energía, a la vez. No tenía puras facciones de indio, ni tampoco de blanco. Menos aún esa hibridación fisonómica del mestizo tan frecuente en nuestro pueblo. Repito que era una efigie original, de vigorosa, armo- niosa y enérgica unidad de expresión. El pergeño, en conjunto, traía al recuerdo la imagen de un Abraham Lincoln moreno. Tenía, más bien, por sus facciones, por sus gestos y por su color amacigado, el aire de un hindú. Hablaba poco y poseía una noble seriedad en la actitud. Jamás le vi coléri- co, aunque se le adivinaba transido por angustiosas inquietudes internas. Era incapaz de herir a nadie. Magnánimo y tolerante siempre.


Cuando se producĂ­a una situaciĂłn tensa o violenta entre amigos, le afloraba el humor


a los labios. Una graciosa y amable agudeza deshacía la tempestad inminente, como por ensalmo. Ambos supimos, desde el primer instante, que íbamos a ser amigos de toda la vida. Lo supimos por esa intuición juvenil que nos alumbra, a veces, desde el futuro, panoramas enteros de nuestra propia existencia. Me dijo, mucho tiempo después, en una hora de confidencia, que la noche de nuestra primera charla, acostado ya, vio en relación conmigo, circunstan- cias concretas y precisas que, años adelante, lo sorprendieron como reali- dades soñadas. Indudablemente, poseía extrañas facultades premonitorias. -Asisto, en ciertos momentos inesperados –me expresó en una ocasión- a escenas vívidas que no me han ocurrido, como si las recordara, y que me llenan de terror porque creo estar loco. Algún tiempo después fui testigo presencial de una nueva manifestación de esta proclividad visionaria. Vallejo estaba asilado en mi rústica casa de campo –en Mansiche, pueblecillo rural cercano a Trujillo- que nuestros amigos la bautizaron con el nombre de “El Predio”. El poeta eludía, por esa época, la persecución de la justicia a consecuencia de los sucesos de Santiago de Chuco. Dormíamos ambos en el único dormitorio de la casa. Una noche despertéme sobresaltado a los gritos angustiosos de mi huésped que me llamaba desde su lecho. Cuando abrí los ojos en la penumbra, Vallejo estaba delante de mí, temblando como un azogado de la cabeza a los pies: -Acabo de verme en París –me dijo- con gentes desconocidas y, a mi lado, una mujer, también, desconocida. Mejor dicho, estaba muerto y he visto mi cadáver. Nadie lloraba por mí. La figura de mi madre, levitada en el aire, me alargaba la mano, sonriente. Y añadió: -Te aseguro que estaba despierto. He tenido la visión en plena vigilia y con caracteres tan animados como si fuera la realidad mis- ma. Siento que voy a perder el juicio. Levántate, por favor.


Inútiles fueron mis esfuerzos por calmarlo. No dormimos ya el resto de la noche. Hicimos café. El alba nos sorprendió conversando. Cada vez que recordaba esta circunstancia tenía la certeza que habían tenido su raíz en esa visión, aquellos bellísimos y admirables versos en que se siente batir un extraño aletazo de misterio y que comienzan así: Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo… Y aquellos otros en que el poeta anticipa la escena de sus propios funerales: …mi defunción se va, parte mi cuna, y, rodeada de gente, sola, suelta, mi semejanza humana dáse vuelta y despacha sus sombras, una a una… La confirmación me la dio el mismo Vallejo cuando me envió desde París, en las postrimerías de su vida casi, la copia de ambas composiciones, con una nota al pie que decía: “¿Recuerdas, Antenor, esa visión terrorífica que tuve una noche en tu casa y que me causó tan invencible pavor?” Un día de ese mismo año que finalizaba, Vallejo traspuso la puerta de mi oficina en la redacción de “LA REFORMA”. Traía debajo del brazo un abultado fajo de papeles manuscritos. Supe, de inmediato, que eran los versos. Lo eran. Conversamos un rato breve. El poeta estuvo aturdido y nervioso. No pudo serenarse. Le prometí comenzar la lectura esa misma noche y le di una cita para la semana siguiente.


Eran unas cuarenta composiciones de la más varia estructura. Habían sonetos de irreprochable factura clásica y tradicional. Versos endecasí- labos, octosílabos y eptasílabos [sic]. Asombraba el dominio técnico y la maestría de la versificación castellana en un mozo de su edad. Se veía que


conocía bien la literatura española en general y, singularmente, la del siglo de oro. Llamaban la atención unas cuantas composiciones en que imitaba a Lope, a Tirso, a Gracilazo, a Góngora. Unas pocas en que manejaba do- nosamente el castellano antiguo a la manera del Arcipreste o del marqués de Santillana. Pero, de modo especial marcábase la impronta de los poe- tas pertenecientes al grupo modernista americano: Rubén Darío, Herrera Reissig, Leopoldo Lugones. Notábase que allí estaban sus preferencias del momento. La influencia del segundo era ostensible, cuya manera, elegan- cia, refinamiento y originalidad de expresión reproducía con admirable habilidad, a tal punto que habría sido muy difícil distinguirlas de las del propio poeta uruguayo. Esta influencia persistió todavía en “Los Heraldos Negros”. Vallejo jamás buscó la originalidad por la originalidad misma y sólo llegó a ella sin proponérselo, por necesidad interna de su emoción estética que era profunda, virginal, novísima. Por esta razón puso al frente de uno de sus libros unas palabras mías, de “NOTAS MARGINALES”: “La ori- ginalidad no es un fin, es una aptitud”. Al término de la lectura, tuve la diáfana intuición de que había surgido en el Perú una de la vocaciones poéticas y literarias de más extraordinaria y preclara estirpe humana. Malgrado el predominio de la imitación en todas estas composiciones, rompía, en veces, aquí y allá, un resplandor de calidad primigenia que anunciaba la poderosa genialidad de un auténtico poeta. Pero sentí, también, dentro de mí, la tremenda repercusión y la res- ponsabilidad –casi responsabilidad sagrada- que iban a tener mis palabras para el futuro literario del poeta. Releí y medité mucho durante varios días. Marqué aquellas expresiones y pasajes que mejor revelaban su temperamento. Habían terminado los estudios universitarios del año. La mayor parte de estudiantes se disponía a regresar a sus hogares de provincias. Eran los primeros días de enero de 1915. Vallejo me visitó de nuevo conforme a nuestra cita. Le abracé ya con fraternal y admirada cordialidad y le hice sentar frente a mí.


El mozo, no obstante sus visibles esfuerzos, no podía refrenar su tremulante ansiedad. Parecía un chiquillo delante de un juez que había sorprendido el secreto recóndito de sus entrañas. ¡Nunca olvidaré ese candor traslúcido en que un alma juvenil se entrega a otra alma, sin palabras, sin gestos, con un silencio profundo y tenso, casi patético a fuerza de sim- plicidad. Esos instantes no se viven sino una sola vez y no vuelven más. Por mi parte, yo estaba, también conmovido hasta el fondo más radical de mi ser y balbuceante, con palabras tajadas por filos invisibles, rotas, por momentos, comencé a hablar. Me sentía anonadado, desarmado ante la insólita escena. Lo que le dije exactamente, no lo sé, ni puedo saberlo nunca. Pero guar- do la impresión global que intentaré traducirla, a una distancia de cuaren- ta años, en mi lenguaje de hoy: -César, he visto a través de tus versos barrenando, diré, las paredes literales de tus palabras escritas, la posibilidad de un poeta extraordinario, pero, a condición de que te esfuerces por alcanzar la fuente más auténtica de tu espíritu. Luego, debes expresar lo que allí encuentres con tu propio y más genuino estilo personal que tie- nes que crearlo, porque traes algo que es absolutamente nuevo. Si fueras cualquier otro poeta, te aconsejaría que publiques, sin pérdi- da de tiempo, un libro, que te traería prestigio y aplausos inmedia- tos. Pero, contigo debo tener la máxima exigencia, aquélla que mi responsabilidad me dicta este momento. Olvídate de estos versos y ponte a escribir otros durante los meses de vacaciones, concen- trándote resueltamente en ti mismo. Debes tener la seguridad que posees algo que nadie ha traído hasta ahora a la expresión poética de América. Y luego, escogí, de entre todo el haz de versos, aquéllos que se titulaban “ALDEANA”, y algunos otros más señalándole las expresiones que antes había subrayado con lápiz y que, a mi juicio, revelaban con más claridad, el sentimiento de su obra futura.


El poeta no me dijo nada. Lo intuí recogido sobre sí mismo y, hondamente conmovido. Me abrazó efusivo y se despidió. Esa misma semana inserté en la página literaria de “LA REFORMA” la composición antes mencionada, y que comienza así: Lejana vibración de esquilas mustias en el aire derrama la fragancia rural de sus angustias. En el patio silente sangra su despedida el sol poniente. El ámbar otoñal del panorama toma un frío matiz de gris doliente ! Al pie, puse una breve nota que decía más o menos, de esta manera: “Saludemos la aparición de un gran poeta en América. Esta pequeña y original composición es como la partida de bautismo de un creador de calidades excepcionales. Por su voz, comienza a expresarse auténticamente el continente”. La composición tuvo fortuna. “El Guante” de Guayaquil y “El Liberal” de Bogotá fueron los primeros que la transcribieron junto con la nota. Los versos dieron la vuelta a todo el continente. Casi al finalizar enero recibí de Vallejo una carta fechada en Santiago de Chuco. En uno de sus párrafos decía: “No puedes imaginar el efecto prolífico, la resonancia creadora que ha tenido en mi espíritu nuestra última entrevista. Tus palabras han sido como un “fiat lux” que arrancaran del abismo algo que se debatía oscuramente en mi ser y que pugnaba por nacer y alcanzar la vida. Cosas así no pueden agradecerse con palabras. Están más allá de todo servicio, socorro o asistencia habituales. Diré que son cosas del destino para decir algo vago sobre lo inexplicable. Ahora ya sé lo que soy sin poderlo expresar, sin embargo; se han desvane- cido todas mis vacilaciones y


marcharé seguro de mí mismo contra todas las negaciones, “contra todas las contras”.


Tiempo adelante, cada vez que el denuesto, la mofa estólida, la injuria y hasta el insulto procaz le agredían, el poeta solía repetir sonriendo ante el coro de amigos, con cierto gracioso, irónico y fraternal reproche: -“De todo esto el único culpable es Antenor”. Tres meses más tarde, a mediados de mayo de ese mismo año, retornaba el poeta de Santiago. Puso en mis manos un cuaderno de su última producción con la advertencia de que algunos versos habían sido escritos antes de esta vacación. Quedé deslumbrado. Parecióme como, si de súbito, surgiese ante mí una pasmosa revelación estética. Allí estaban algunos de los versos que después figuraron en “LOS HERALDOS NEGROS”. Y allí estaban, también, como anuncio y en potencia, la plenitud de “TRIL- CE” y de los libros que siguieron después. (Mi encuentro con César Vallejo, en Obras completas, 1995: III, 2228. Los poemas originados en el delirio que Vallejo tuviera en casa de Orrego son: “Piedra negra sobre una piedra blanca” y “París, octubre de 1936”, incluidos en “Poemas humanaos”, libro póstumo del vate). PRÓLOGO A “TRILCE” Orrego, mentor o maestro informal de Vallejo en asuntos literarios, conocía más que nadie el proceso de gestación del poeta. Por eso éste, en lo tocante a “Trilce”, le dijo en una carta: “¿Quién, pues, mejor que tú, podría hacer la ‘obertura’ prologal?”. (Orrego, 1995. III, 50). Esta nueva obra revelaba la madurez literaria de Vallejo: “Era ya el poeta que yo esperaba desde aquella memorable entre- vista de 1915 y cuyo genio comenzó a apuntar en los ‘Heraldos Negros’ […] El estudiante tremulante, casi un adolescente, que me presentó sus primeros versos y que se ignoraba a sí mismo, se ha- bía convertido en un poeta de excepcional, iluminada y poderosa conciencia estética” (Orrego, 1995: III, 49). Y así, en el prólogo, el Amauta anuncia ante América y la poste- ridad el surgimiento de un poeta genial, cuya obra es estéticamente


superior en la creación literaria del continente. Varias veces, Orrego utiliza en su texto la palabra genial (“hermano genial”, “puerilidad genial”, “genial intuición”), por ende, el poemario de un genio será un “gran libro”. Y un libro pletórico de cordialidad y humanismo, escrito con un lenguaje personal, con la espontaneidad de un niño; por eso los vocablos del prologuista para resaltar la originalidad y la potencia creadora del poeta: “prodigiosa virginidad”, “sencillez prístina”, “pueril y edénica simplicidad del verbo”. Con su arte, Vallejo expresa al hombre de todos los tiempos, al hombre eterno; desde el espacio del Perú, el aeda alcanza su más elevado rol esté- tico, llega a toda la humanidad y descubre los valores originarios de la vida. Con su expresión, esto es con su estética, el hombre se relaciona con el mundo, se humaniza. El autor de “Trilce” particulariza el lenguaje, tiene un decir personal, pero piensa y siente universalmente. El hombre que expresa el poeta con su arte no es un hombre particular –de nuestra región o ciudad- sino el hombre universal, no es un hombre aislado, sino un hombre solidario. El libro salió a luz en 1922. Orrego sabiamente anotó que del estudio de esta obra “se encargará la crítica inteligente; si no hoy, mañana”. Por cierto, en ese entonces, el libro fue incomprendido, cubierto por un silencio casi absoluto. En carta de agradecimiento, Vallejo le dijo a Orrego: “Las palabras magníficas de tu prólogo han sido las únicas palabras comprensivas, penetrantes y generosas que han acunado a “Trilce”. Con ellas basta y sobra por su calidad”. (Orrego, 1995: III, 52). Transcurridos muchos años, la crítica inteligente hizo la esperada labor iniciada por el prologuista. Pero por lo general, las ediciones posteriores han omitido, injus- tificadamente, las insuperables y proféticas palabras de apertura, hecho burdo con el cual mutilan este libro porque el cuerpo poético y el prólogo conforman un todo, cuya división afecta la cabal com- prensión del mensaje vallejiano. He aquí una selección de párrafos.


Bien quisiera yo, que estas palabras mías al frente del gran libro de César Vallejo, que marca una superación estética en la gesta literaria de América, fueran nada más que lírico grito de amor, te- nue vibración del torbellino musical que ha suscitado siempre en mí la vida y la obra de este hermano genial. Así debería ser, pero mi amor no puede eludir el conocimiento. Pienso que sólo quien comprende es el que con más veracidad ama, y que sólo quien ama es el que más entrañablemente comprende. Hay, pues, una mayor o menor veracidad en el amor, tanto o más que en el conocimiento que extrae para sí el máximun de comprensión que necesita para su autor. La América Latina –creo yo- no asistió jamás a un caso de tal virginidad poética. Es preciso ascender hasta Walt Whitman para sugerir, por comparación de actitudes vitales, la puerilidad genial del poeta peruano. De esta labor ya se encargará la crítica inteli- gente; si no hoy, mañana. Es así como César Vallejo, por una genial y, tal vez hasta ahora, inconsciente intuición, de lo que son en esencia las técnicas y los estilos, despoja su expresión poética de todo asomo de retórica, por lo menos, de lo que hasta aquí se ha entendido por retórica, para llegar a la sencillez prístina, a la pueril y edénica simplicidad del verbo. Las palabras en su boca no están preñadas de desnudo tem- blor. Sus palabras no han sido dichas, acaban de nacer. El poeta rompe a hablar, porque acaba de descubrir el verbo. Está ante la primera mañana de la creación y apenas ha tenido tiempo de re- lacionar su lenguaje con el lenguaje de los hombres. Por eso es su decir tan personal, y como prescinde de los hombres para expresar al Hombre, su arte es ecuménico, es universal. Los demás hombres vemos anatómicamente las cosas. Asistimos a la vida como estudiantes de medicina ante el anfiteatro. Nuestra labor es una labor de disección. Tenemos conocimiento de la pieza anatómica, pero no del todo vivo. Nuestro plano de perspectiva es tan inmediato que el árbol nos oculta el bosque.


Vemos los Ăłrga- nos de la vista, separados, clasificados, abstraĂ­dos, pero no vemos


el temblor vital que palpita en el conjunto. En una palabra, hacemos análisis del hombre, pero no síntesis del hombre. La pupila de este poeta percibe el panorama humano. Reconstruye lo que en nosotros se encontraba disperso. Toma a la pieza anató- mica y la encaja en su lugar funcional. Retrae hacia su origen la esencia de su ser, bastante oscurecida, chafada, desvitalizada por su carga intelectualizada de tradición. De este modo, llega su arte a expresar al hombre eterno y a la eternidad del hombre, pese a la ubicación local o nacional de su emoción. Su plano de perspectiva está colocado en tal punto que le permite tener percepción, a la vez, del árbol y del bosque. El poeta asume entonces su máximo rol de humanidad, lo que equivale a su más alto rol de expresión, lo que equivale, a su vez, a su máximo rol estético. El hombre sólo expresándose se relaciona con el mundo, se conecta con los demás hombres y es por esta condición que alcanza su humanidad; y la estética es, a la postre, expresión. El ser absolutamente inexpresivo no existe, es un ente de pura abstracción. Si existiera sería la negación de toda facultad estética, de toda condición humana. Quien conozca el sórdido ambiente espiritual de los pobladores se- rranos en el Perú, se dará cuenta cabal de la maraña tinterillesca y lugareña en que cayó la ingenuidad del poeta. El varón que había nacido con los mayores dones de sensibilidad y de pureza ética, que era simple y bondadoso, como un niño, fue acusado de los más turbios crímenes. Mientras la justicia ventilaba la causa, el acusado, con mandamiento de prisión, vivió los días más angustiosos y ásperos. Días de alarido interior y de bruno agravio. Tenía yo una minúscula casita de campo donde fue a refugiarse el perseguido. Largas noches de insomne pesadilla ante el paisaje estático y fúnebre, ante los encelados rumores del campo y ante los pávidos ojos de la noche muerta que eternizaba nuestra desesperanza. Hubieron, sin embargo, horas dulcificadas, las más de las veces, por la presencia fraternal de algunos de los muchachos que se ha nombrado antes


y que iban a visitarnos. [Se refiere a los integrantes del Grupo Norte]. Después de dos meses, el poeta comenzó a sentir temores de ser sorprendido y resolvióse a salir a otro lugar que ofrecía, al parecer, mayor seguridad. No fue como esperaba, porque al día siguiente cayó en manos de sus jueces que le condujeron a la cárcel. En este oscuro período de dicterio el espíritu del poeta crecióse superando su potencialidad creadora. Allí se estilaron con sangre de su sangre, los mejores versos de “Trilce”. Donaba ritmos y marcaba agravios. Que América y la posteridad tengan en cuenta las ciliciadas lonjas cordiales que vale este libro. (Orrego, 1995: III, 165-173). PRÓLOGO A “EL LIBRO DE LA NAVE DORADA” En este prólogo, Orrego destaca la deslumbrante sensibilidad artística y la emoción estética de Spelucín que ha hecho del mar el personaje central de su obra, cosa poco común en la poesía. El verbo del poeta ilumina, pinta y le da música al mar tropical, en forma tal que por su concepción, elaboración y riqueza metafórica, esta obra es incomparable en el continente. Ella refleja las maravillas luminosas y musicales de esta parte del mundo, y su autor logra un mensaje americanista, pero su americanismo no es superficial, falso y exhibicionista que deja de lado al hombre, como ocurre con otros escritores. El americanismo de “El libro de la nave dorada” tiene la marca de la profundidad y autenticidad, se abre al mundo, y con este libro América entra en la historia nueva con un mensaje de justicia, amor, belleza y salvación. En forma exclamativa, Orrego llama a los hombres de pensamiento luminoso, espíritus selectos erguidos hacia el cálido cielo americano, habitantes de nuestras tierras y mares para que acudan a sentir sus propios anhelos recogidos por el artista y a gustar la estupenda obra del autor que los representa. Considera que la pa-


labra del poeta es el espejo, la voz que trasmite el mensaje esperado


largo tiempo por el continente. La belleza creada por él encierra –según el prologuista- una nota de asombro frente a las maravillas de la naturaleza. Y como el autor ha surgido de nuestras pródigas tierras y ha bebido sus jugos nutricios y maternales, su verbo trasmite originalidad e identidad. El mar que canta Spelucín es el mar de Malabrigo, cercano a su natal Ascope, el mar de Huanchaco, cuyos bellos atardeceres contemplara tantas veces junto a sus compañeros de grupo, el mar de Salaverry y el cálido mar del Caribe, cuya sinfonía y colorido dejara finalmente huella indeleble en su alma de poeta. Por la belleza de su lírica, Spelucín ciertamente es el poeta del mar. Su grandiosa creación poética inició una línea cuyos continua- dores, desde la ciudad de Trujillo, dijeron sus versos, inspirados como él, en la majestuosidad del mar y del mundo que éste genera: vida humana en los puertos, barcos, aves y peces, caracoles y lobos, luces y brumas…

Orrego (traje oscuro) y Spelucín (saco blanco).


A continuación se transcriben algunos fragmentos de “Palabras Prologales” a “El Libro de la Nave Dorada”, escritas por Orrego en abril de 1926. ¡Almas tropicales, tórridas pupilas anegadas de luz, nervios tem- plados en las fraguas del sol, frentes erguidas hacia el combo cá- lido del americano cielo, pensamientos frenéticos y caniculares que anunciáis ya el galope de la raza futura, glebas enardecidas de entrañas pródigas y virginales, mares tibios, caldeados por el cotidiano beso solar, venid a sentir, por milagro del arte, el jadeo de vuestro fuego, venid a palpar la recia encarnadura luminosa y musical de vuestro Expresador. Este verbo espejea vuestra ardida maravilla; esta voz concreta, articula en su registro vuestro cós- mico mensaje, tan esperado por otras razas. Al fin, América, el provenir ha cansado a los siglos y he aquí tu hijo amasado con la ganga de tus tierras y abrigado en lo más hondo de tu axila mater- na! ¡Pon la oreja atenta a los primigenios vagidos sinfónicos de tu criatura bienamada. Esta vez el ruiseñor de la selva ha levantado su tienda trashumante en los mástiles de las barcas románticas y sobre los lomos de las olas aladinescas. Simbad el Marino, que ha fatigado a la aventura cruzando todos los caminos azules, coge la lira y devuelve en canciones todo lo que a su corazón donóle el trópico alucinado! ¡Con estos heraldos radiantes entras, América virgen, en los senos de la historia nueva, para decir, a las otras razas, tu mensaje de justicia, de amor, de belleza y de salvación! ¡El espíritu ha comenzado a hablar por boca de tu raza! El gran protagonista de esta poesía es el mar; el mar tropical; ardiente, luminoso y alucinado. Mejor dicho, el mar es la metaforización de este lirismo, deslumbrante como un saetazo de luz. En él encuentra el símil, la metáfora, la imagen y la objetivación de su estremecimiento interior y efusivo. Es el espejo y el vehículo plasmable de su fervor estético.


No conozco una idealizaciรณn mรกs rica del mar que la de este libro. El mar es y ha sido siempre el ambiente natural mรกs parco y mo-


nótono para la imagen y la metáfora. Ha sido la materia poética de composiciones aisladas y sueltas pero rara vez el personaje central de toda una obra poética tan bien organizada, trabada y rica como ésta. Es preciso verla realizada para convencerse y comprender una vez más, que la sensibilidad del artista lo es todo. En este aspecto Spelucín no tiene par en América. Esta deslumbrante sensibilidad pictórica transmuta el color y la luz en emoción estética. Luz y color inconfundiblemente tropicales. Verbo radioso que está anegado en el torrente de claridades zenitales que se proyectan al límpido cielo. El poeta no solo expresa el color objetivo, no solo transporta la realidad inmediata y táctil, no solo lo incrusta, fotográficamente, en el verso, sino que lo piensa y lo permeabiliza en el espíritu; lo siente como estados de conciencia, como acendrada entraña de su sensibilidad. ¡Pensar el color, he aquí lo que le diferencia de tanto rimador superficial y descriptivo! En Chocano el trópico se encuentra únicamente como alegoría, como enunciación verbal y epidérmica. En Spelucín se halla transfundido y simbolizado. Se diría, para emplear un símil fisio- lógico, que esta “digerido”. Es preciso insistir, sobre todo, en el significado de esta última palabra, porque es la que revela el efectivo y sutil americanismo del poeta. Como lo dije al hablar de la obra de Vallejo, nuestro americanismo ha sido antes externo, decorativo, de un sobrehaz vulgar y adocenado, y, a veces, puramente convencional, falso y de artificio oropelesco […] Americanismo de tramoya escénica del cual se había escamoteado al Espíritu, al hombre americano. Lite- ralismo fácil de escaparate, de exhibición y de feria. El americanismo del poeta [Spelucín] es otro; es el auténtico y puro en que canta y se expresa la criatura humana. Es el trasunto de una música nueva; el ritmo revelatriz de una pulsación cós- mica. Viene a expresar el misterio anímico de nuestra raza hasta hace poco completamente hermético e inarticulado para el mundo.


Hay en su entraña un pasmo religioso y sobrecogido, un estupor juvenil y viril ante la maravilla cósmica. (Orrego, 1995: III, 173- 187).

7. EL SIMPOSIO DE CÓRDOBA La Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), Argentina, por intermedio de dos Institutos: el de Literatura Argentina e Hispanoamericana, uno, y del Nuevo Mundo, el otro, organizó el simposio “César Vallejo, poeta trascendental de Hispanoamérica”, realizado entre el 12 y 15 de agosto de 1959. Asistieron notables representantes de Universidades del Perú (San Marcos), Uruguay, Chile, Bolivia, Argentina y Estados Unidos, así como del Instituto Hispánico de Nueva York y de la Sociedad de Escritores de Uruguay. Los invitados especiales fueron: Angel del Río, docente de la Universidad de Columbia (Estados Unidos); Guillermo de Torre, destacado crítico literario español; Saúl Yurkievich, profesor de la Universidad Nacional del Nordeste (Argentina); el escritor peruano Xavier Abril; Antenor Orrego, exrector de la Universidad Nacional de Trujillo (UNT), representante de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, autor del prólogo a “Trilce” y anunciador del genio poético de Vallejo, y el poeta Alcides Spelucín, docente de la Universidad Nacio- nal del Sur (Argentina), ambos, amigos de Vallejo desde sus años de jóvenes estudiantes en la UNT, integrantes del Grupo Norte. Abril también fue amigo del poeta, igualmente, otro participante en el evento, el español Juan Larrea, profesor de la Universidad Nacional de Córdoba. Junto a poetas, escritores, profesores e investigadores de la obra vallejiana, asistieron y participaron estudiantes argentinos y de otros países, interesados en la literatura y el acercamiento de nues- tros pueblos a través del aporte cultural del gran poeta peruano. En efecto, en las sesiones del evento se trataron temas sobre la vida y obra de Vallejo, así como la significación de ambas en el


campo literario y de la cultura en general. Precisamente, la ponencia sustentada por Orrego se tituló “Sentido americano y universal de la poesía de César Vallejo”, en la cual arribó a las siguientes conclusiones: PRIMERA.- Lo fundamental en la obra poética de Vallejo son sus raíces metafísicas, que retraen el ser a su esencia original. SEGUNDA.- César Vallejo es uno de los prototipos de la Nueva América que está surgiendo, con una nueva conciencia histórica de carácter universal. TERCERA.- Es el poeta en lengua española que expresa, con más estremecida profundidad, la injusticia social de la época y su sentimiento de solidaridad con el dolor humano de nuestros días. Durante la sesión final se acordó dedicar un aula del Departamento de Letras de la UNC al poeta peruano. Se realizó una transmisión especial en su homenaje por Radio Nacional de Argentina en cadena con la BBC de Londres y emisoras de Perú, Uruguay, Venezuela y Chile. En el desarrollo del simposio, fueron entrevistadas por los medios de comunicación diversas personalidades, en especial, los amigos de Vallejo. Al ser preguntado, Orrego: ¿Qué importancia le asigna Ud. a este simposium y cuál es la significación de César Vallejo para la cultura americana? respondió: “Desde que recibí la invitación para el simposium me di cuenta de la extraordinaria importancia que tenía esta reunión para pre- cisar la existencia de una cultura germinal latinoamericana. Y por esta razón, yo no dudé en expresar mi aceptación al decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades. Creo que la resonancia del mismo ya ha comenzado, desde la información transmitida a través de la prensa escrita y oral y de las noticias cablegráficas a todos los países. El simposium de Córdoba va a constituirse como un foco de irradiación, de esta nueva conciencia americana que ha comenzado a aflorar a la superficie del fenómeno cultural en


el continente. Creo, además, que la significación del poeta César Vallejo para la nueva cultura americana, que tiene carácter universal, es decisiva, porque su obra es el testimonio probatorio, casi evidente, de la existencia incipiente de esta cultura de que estamos hablando. Este testimonio consiste, a mi juicio, en las profundas raíces metafísicas que surgen desde “Los Heraldos Negros” hasta los “Poemas Humanos”. (Orrego, 1995: III, 98). La presencia de Orrego y Spelucín, compañeros de Vallejo en el Grupo Norte, fue todo un suceso académico. Sus intervenciones en el evento fueron cálidamente aplaudidas, tanto por sus cualidades de expositores cuanto por el conocimiento de la vida y obra del poeta. El autor del prólogo de “Trilce” fue ovacionado por el audi- torio, puesto de pie. Además de su participación en el simposio, Orrego sustentó conferencias sobre la poesía de Vallejo y sobre el proceso de integración cultural de América Latina, en la misma ciudad de Córdoba, como también en La Plata, Bahía Blanca y Buenos Aires.

Simposio de Córdoba, Argentina, 1959. Primer plano, sentados, de izquierda a derecha: Antenor Orrego, Uruguay González Poggi, Xavier Abril y Saúl Yurkiévich.


8. PERIODISMO Y LITERATURA Orrego fue periodista desde muy joven. A los 22 años ya era jefe de redacción del diario “La Reforma” y pronto director (19141920); después lo será de los diarios “La Libertad” (1921), “El Norte” (1923-1934) y “La Tribuna” (1957 y 1958). También dirigió la revis- ta “La Semana”. Y publicó artículos en revistas de Lima, “Amau- ta” dirigida por José Carlos Mariátegui, y “Balnearios”, asimismo colaboró con otras del extranjero. Mucho antes, había escrito en las revistas trujillanas “Cultura Infantil” (1913) e “Iris” (1914). Él vio al periódico como el instrumento más apropiado para traducir el ritmo acelerado de la vida contemporánea: “Cada día, cada hora, digamos, la realidad presenta un semblante distinto y ningún otro instrumento de expresión es capaz de reflejarlo con tanta presteza y con tal cabal integridad. Es la actividad síntesis de la época porque es la traducción más cercana, inmediata y directa de la realidad que lo circunda”. (Orrego, 1995: IV, 193). Practicó el periodismo de opinión para enfocar los hechos más importantes de las actividades humanas, defender la justicia social y las libertades públicas, analizar problemas y proponer alternativas de solución, presentar ideas nuevas. Varios de sus libros se conformaron por artículos previamente publicados en periódicos. Periodismo y literatura son compatibles. Si bien a Orrego como pensador le interesa sobremanera la exposición de ideas y la solidez de la argumentación, su prosa se nutre de estética y alcanza ciertos ribetes poéticos. Sus contemporáneos encontraron en su prosa tanto al filósofo como al poeta. Vallejo escribió (1925) que Orrego era un gran poeta en prosa y el pensador más grande y generoso de la juventud peruana. Federico Esquerre Cedrón lo vio como un poeta por su vida y obra. Y Luis Alberto Sánchez anotó que Orrego era fundamentalmente un poeta; por tanto un creador. Un autor de otra generación, Eduardo Paz escribe al respecto: “Antenor Orrego hace periodismo literario en el artículo y en el ensayo periodístico, en la reflexión sociológica y filosófica, como otros lo hacen en el reportaje y la entrevista para conseguir una


representación más vivencial de los hechos o las ideas. Es decir, cuando el tipo de texto periodístico que escribe lo permite, en su prosa se fusionan el periodismo y la literatura para dar forma a su material ideológico, con libertad de estilo, elevándolo a modos conceptuales con los que busca expresar los hilos finos de sus agu- das observaciones, en el propósito de expresar amplios sentidos y significaciones”. (Paz, 2009: 21). Tal vez muchos de sus escritos aparecidos en periódicos y revistas, por la fragilidad de los materiales de impresión y el tiempo transcurrido, se encuentren deteriorados o estén olvidados en algún rincón. Pero, de todos modos, ya se ha recuperado y publicado gran parte de su creación literaria. Así lo evidencia, por ejemplo, el texto titulado “Se acerca ella”, de prosa poética, publicado por el diario “La Reforma”, que revela al Orrego joven como un talentoso artista de la palabra: “Oigo tus pasos creadores, tus pasos amados que surgen desde la eternidad, junto con mis pensamientos al conjuro de mi corazón. Tus pasos que se deslizan hacia mi vida como las corrientes subterráneas de la linfa hacia la fuente; como los radios de un círculo hacia su centro; como los colores de la naturaleza hacia mis ojos; como los anhelos del mundo hacia la eternidad. Cuando percibo su música inédita y divina, se atropellan a mis labios mis canciones y siento que mi mocedad ha cumplido su espera”. (Orrego, 1995: I, 402). El periodismo fue su principal medio de lucha por sus ideas, pero no por eso, dejó de practicarlo con belleza y ética. El Norte, diario que fundó y dirigió, dejó huella por su calidad literaria y hondura de pensamiento. No cabe duda que Orrego no sólo fue crítico literario en su condición de prologuista de diversos poemarios (Vallejo, Spelucín, Ni- canor de la Fuente, Garrido Malaver) y autor de numerosos artícu- los sobre este campo, sino también un creador literario para cuya realización utilizó especialmente el periodismo.


ANÉCDOTA

GALLARDA Y TRAVIESA JUGARRETA EN UN CONCURSO

Con motivo del centenario del fallecimiento de José Bernardo de Torre Tagle y Portocarrero, el prócer que proclamó la independen- cia de Trujillo, el 29 de diciembre de 1820, la municipalidad de esta ciudad organizó un concurso literario. Algunos miembros del Gru- po Norte urdieron un “donoso y memorable episodio”, para fra- guar la participación de Vallejo en esa lid. El plan se acordó en casa de Orrego, ubicada en Mansiche y conocida por sus amigos como El Predio, con la participación del propio poeta, Crisólogo Quesada y Julio Gálvez Orrego, sobrino de Antenor. Producto del ardid fue el Canto a Torre Tagle. Orrego recuerda el hecho así: El canto fue escrito y presentado en cabeza ajena y obtuvo el primer premio. Fue una gallarda y traviesa jugarreta al jurado mu- nicipal de un concurso poético en Trujillo. La idea de que partici- para Vallejo en este concurso la sugirió Crisólogo Quesada y él fue también el autor de la original simulación. Se trataba de componer una poesía en que no aparecieran las características tan conocidas de la versificación del poeta, a fin de que no fueran advertidas por los miembros del jurado que pertenecían todos al Mentidero Público, desde el cual partía toda la campaña de hostilidad contra la obra literaria de Vallejo. Había pues la necesidad de solapar las caracte- rísticas a que aludo porque habría bastado la menor sospecha sobre el verdadero autor para que la composición fuera descartada. Se acordó, entre todos, que la composición fuera presentada, bajo sobre cerrado, con un seudónimo que correspondía al nombre de mi sobrino Julio Gálvez. Favorecía el éxito de la simulación el hecho de que mi sobrino había vivido siempre en Lima y su nom- bre era desconocido en la ciudad.


Resuelto todo el plan de la tramoya burlesca, el poeta necesitaba documentarse sobre los hechos y la vida de Torre Tagle. Fue entonces, tras una rebusca acuciosa por entre mis viejos libros, que encontramos un libro cuyo autor era Don Nicolás Rebaza, que había sido vocal de la corte de Trujillo. La obrilla se titulaba “Anales del Departamento de La Libertad en la época de la Independencia”. Creo que éste era el título. Esta fue la única fuente histórica que Vallejo tuvo para su información […] El plan sobre el concurso poético se ejecutó, estrictamente, como lo pensamos. Vallejo hizo gala de una elasticidad de talento en la versificación que logró eliminar de su trabajo todas aquellas expresiones y giros, que hubiéranle denunciado ante el jurado. Sin embargo, la compo- sición resultó muy fluida, elegante y con pasajes verdaderamente bellos. Terminado el trabajo me entregó para su última revisión que tuvo por finalidad hacer desaparecer las pocas huellas que podían servir para identificar al autor. Luego, sentóse a la máquina Vallejo mientras yo dictada del original. Se firmó el trabajo con el seudónimo convenido que no recuerdo cuál era y en otro papel junto con el nombre de mi sobrino, estaba el seudónimo que debía servir, luego de expedido el fallo, para sa- ber el nombre del autor. El nombre desconocido de mi sobrino hizo creer efectivamente al jurado que se trataba de algún estudiante universitario de la facultad de letras y no hubo ningún inconve- niente para adjudicarle el premio, que consistía en una suma de mil soles que en esa época era cantidad apreciable. El día de la entrega, constituyóse Julio en el gran salón de la Municipalidad y, tras de una sencilla ceremonia, recibió un cheque, girado por la suma mencionada, de manos precisamente del abo- gado propietario del Mentidero Público e incansable detractor de la poesía de Vallejo.


Al día siguiente enuncié desde “La Reforma” que en realidad el agraciado con el premio era el poeta Cesar Vallejo y que el supues- to autor no había hecho otro papel que servirle de intermediario. Hay que imaginarse, desde luego, la indignada sorpresa de los miembros del jurado al darse cuenta que habían caído, ingenuamente atrapados, en una treta hábil, diestramente confeccionada. El asunto tuvo amplia y regocijada proyección que repercutió en todo Trujillo y que sirvió para los comentarios más irónicos y sabrosos. (Orrego, 1995: III, 43-45).

ACTIVIDADES 1. Elaborar, en orden alfabético, un vocabulario de las palabras nuevas. 2. ¿Por qué a Orrego se le llama “maestro sin aulas” y “amauta”. 3. ¿Cuáles son las ideas centrales de Orrego sobre educación en general y la universidad en particular? 4. ¿Qué diferencias presenta entre profesor y maestro? Comen- tar el pasaje referente a “un maestro de verdad” 5. ¿Qué relación establece entre educación, cultura y política? 6. Comentar su obra rectoral. 7. ¿Qué sostiene sobre la creatividad y el “rastacuerismo intelectual”? 8. ¿Cuáles son las diferencias entre Pueblo-Continente y El monólogo eterno?


9. En relación a los textos intitulados “A las nuevas generacio- nes del Perú y de América”, y “Vida y peligro”: a. Seleccionar las expresiones que tienen sentido metafórico y encontrar su significado; b. Escribir un breve ensayo; ponerle un título propio a cada uno de ellos. 10. ¿Cómo se conocieron Orrego y Vallejo? 11. ¿Qué recomendaciones hizo el primero al segundo? ¿Cuál fue la reacción del vate? 12. Emita su opinión sobre cinco hechos o ideas de “Mi encuen- tro con César Vallejo”. 13. Seleccionar e interpretar las ideas principales de los prólo- gos a “Trilce” y “El libro de la nave dorada”. 14. ¿Qué participación tuvo Orrego en el Simposio de Córdoba? 15. Comentar su labor periodística. 16. Escribir un breve comentario sobre la anécdota.


Retratos de Vallejo (izquierda) y Spelucín (derecha), por Macedonio de la Torre

Víctor Raúl Haya de la Torre

José Eulogio Garrido

Retrato de Ciro Alegría, por Mariano Alcántara

Francisco Xandóval


Antenor y Macedonio en Huanchaco

Orrego (sentado), Spelucín (de lentes) y Ciro Alegría, a su lado. Trujillo, 1931.

Carlos Manuel Cox (Senador de la República, de lentes); estudiante Elmer Robles Ortiz, primero de la izquierda. distrito de Poroto, 1964.



CAPÍTULO III

FILOSOFÍA, ARTE Y CIENCIA

No sólo se piensa con el cerebro, se piensa con todas las potencias físicas y espirituales del hombre. Antenor Orrego.


Elmer Robles Ortiz

1. ACERCA DE LA FILOSOFÍA En uno de sus aforismos, Orrego dice: “Si el pensamiento no sir- ve para superar y mejorar la vida, ¡abajo el pensamiento¡” (Orrego, 1995: I, 279).Y está convencido de que el pensamiento será ocioso y superfluo, carecerá de sentido, si no sirve para encarnarse en la con- ducta de los hombres, hacerse tangible, realizarse en la vida, me- jorándola. Y como la vida se manifiesta en un proceso inseparable de pensamiento y acción, anota: “Pensar y obrar no son términos antinómicos sino correlativos y complementarios”. (Orrego, 1995: I, 129). El hombre, ciertamente, alcanza su realización mediante el pensar y el obrar, de lo contrario estaría mutilado, incompleto. Pero el pensamiento que postula debe ser creativo, autónomo, si quere- mos lograr una nueva cultura, que jamás la alcanzaremos con la repetición, copia o imitación de la obra humana de otras socieda- des. Combate el rastacuerismo intelectual, la tendencia de los pen- sadores a llenar sus textos de citas de otros autores, con lo cual sólo hacen un exhibicionismo de pedantería y falsa sabiduría, pero no expresan sus propias ideas. Invitó a los intelectuales, de modo especial a la juventud, a emprender la búsqueda del Perú y de América Latina, producir filosofía, realizar obras de arte, crear conocimiento científico, ser origi- nales en todos los campos de la actividad humana, alejándose del hechizo de la imaginación exótica, para encontrar su propia ruta, aunque lacerante, ruta auténtica, nuestra. Por consiguiente, América Latina debe responder originalmente a sus propios problemas. Las respuestas dadas durante siglos no han sido nuestras, sino extrañas, europeizantes, aprendidas de me- moria de textos nacidos fuera del continente. Así, la literatura, la filosofía, la economía, el arte, la política… aparecían frías, sin vida. Nuestro desarrollo depende de cómo reaccionemos frente a la rea- lidad circundante. Estas respuestas deberán abarcar pensamiento y acción. Y todas ellas indicarán la “voluntad de ser” y la “voluntad de poder”. Esto es pertenencia y 154

 CÁTEDRA ANTENOR ORREGO


CAPÍTULO III - FILOSOFÍA, ARTE Y CIENCIA

pertinencia, capacidad y vigor. Partiendo de nuestra identidad, de lo que realmente somos, pensar

CÁTEDRA ANTENOR ORREGO

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y obrar en pos del mejoramiento de nuestras condiciones de vida. Ubicarnos en la filosofía del desarrollo. Es reiterativo al pedir que se piense con autonomía y no esperar que otros lo hagan por nosotros. Con mayor razón en un mundo cambiante a velocidad vertiginosa, en el cual no hay lugar para el ocio de otros tiempos. Nuestro tiempo exige a todos, pensamiento divergente y acción constructiva, rumbo auténtico sin ignorar el acaecer mundial. América Latina debe reaccionar creativamente frente a su problemática; pensar y obrar en función de su especifici- dad; expresarse con originalidad en las diferentes manifestaciones culturales, con su ser inconfundible y su anhelo de lograr metas su- periores. Orrego postula, así, una ontología latinoamericanista, una filosofía del ser de nuestro pueblocontinente. Su filosofía no es un conjunto de abstracciones o una entelequia cadavérica y vacía de un contenido específico; no, su filosofía es la expresión vivificante de una realidad asimilada por el pensamiento para transformarla en beneficio de seres humanos de carne y hueso. Por eso, enfatizar o quedarnos en el conocimiento del pasado es una visión necrolátrica de la cultura, una nostalgia de sepulcro, indígena o español. El Amauta no padece dicha visión. Desde luego, no podemos olvidar el pasado, sin embargo, para alcanzar el desarrollo no es suficiente el estudio y admiración de los hechos lejanos en el tiempo. América Latina requiere mirar hacia el futuro, lo cual obliga a ser creativos, para ofrecer un mensaje nuevo a la cultura universal. Enraizados profundamente en la historia, debe- mos abrirnos a los infinitos caminos del porvenir. Aunque se advierta, en algunas de sus páginas (Notas Marginales y El monólogo eterno, por ejemplo) cierta inspiración en la filosofía dualista, de la intuición, del élan vital o de la acción de Henri Berg- son (1859-1941), los escritos de Antenor Orrego llevan huella de la originalidad. Él combatió el colonialismo mental, se opuso a todo dogmatismo, enfatizó en la creatividad, pero sin negar el aporte foráneo, porque no seremos política y


culturalmente libres si esta- mos uncidos al pensamiento ajeno y no lo asimilamos como sus-


tancia nutricia y alumbradora de nuestras propias expresiones. Son terminantes sus palabras: “El escritor americano de hoy, cualquiera que sea su categoría mental, no tiene sino una palabra de orden: crear.” (Orrego, 1995: I, 80). Lo cual, por cierto, es extensivo a todos los intelectuales. En esta línea, él y su generación, escucharon el lla- mado de su conciencia, se sintieron peruanos y latinoamericanos, se ubicaron dentro de nuestra identidad. Rechazaron la fácil como- didad de la copia, prefirieron el camino más difícil y hasta doloroso de alumbrar algo propio. Reclama, pues, pensamiento histórico o trascendente, no pensamiento fugaz o intemporal. Allí está el objeto de su filosofía. Afirma que no sólo se piensa con el cerebro sino con todas las potencias físicas y espirituales del hombre. Vale decir, se trata de un proceso holístico que incluye al organismo humano en su conjunto: sus par- tes u órganos, los sentidos y sus manifestaciones, las intuiciones, pasiones y voliciones. Por tanto, allí está el cerebro y la cabeza, con los cuales se identifica el pensamiento; allí está el corazón con el cual se identifica el sentimiento. En tal sentido, Orrego aporta ele- mentos precursores considerados actualmente por la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner y, sobre todo, por la teo- ría de la inteligencia emocional de Daniel Goleman, cuya idea central anuncia la existencia de dos mentes: la racional y la emocional, lo cual obliga a armonizar cabeza y corazón, por ende, el sentimiento es esencial para el pensamiento y éste lo es para el sentimiento. El texto siguiente es un artículo de Orrego. ¿QUÉ ES UNA FILOSOFÍA? ¿CUÁL ES LA FUNCIÓN DE PENSAR? Inmerso en la heteróclita disgregación de las todas las ideas, de todos los sistemas y de toda la estructura cultural en que se asen- taba la vida contemporánea, en medio del caos moderno el ameri- cano de hoy tiene que comenzar por el comienzo. Valga la


redun- dancia. Y tiene que revestirse del suficiente valor para comenzar.


Raza que renuncia a comenzar se condena a no llegar a ser jamás una valoración intrínseca en el devenir de la historia. Después de repetir malamente a Europa, en segunda edición desvitalizada, -no podía ser de otra manera- los americanos nos estamos convenciendo que América sólo saldrá de sí misma en la proporción del esfuerzo y del valor que tengamos para descubrirnos. Todas las grandes y pequeñas culturas han partido de esta certidumbre. Escrito está que cada nueva agrupación humana únicamente puede salir de sí misma, nutrirse de sus propias entrañas. Su conformación biológica no ha sido hecha para asimilar alimentos extraños. No ha sido ni es vano el mito de Saturno. Tenemos que responder originalmente a las interrogaciones fundamentales que se han hecho las razas y los pueblos de todos los tiempos. Hasta ahora las respuestas las hemos aprendido de bocas extrañas, a la manera como el escolar nemotecniza para el exa- men las respuestas de su programa. Hemos estado dando examen hace más de cinco siglos, desde que los invasores destruyeron las culturas autóctonas de nuestras tierras, que tuvieron sus propias respuestas. Nuestra literatura, nuestra filosofía, nuestra política, nuestra economía han sido una trabajosa y angustiante prepara- ción de exámenes, un aprendizaje de respuestas que en nosotros se tornaban yertas y se mecanizaban porque no eran las nuestras. De la manera como reaccionemos frente a estas interrogaciones fundamentales depende todo nuestro porvenir espiritual y material. Una cultura no es sino un conjunto de respuestas que una colectividad humana da en el curso de determinado ciclo histórico. América ha comenzado o va a comenzar a dar sus respuestas. Todo lo revela y lo anuncia. Respuestas en acción y respuestas en pensamiento, repuestas en arte y respuestas en política. Todo eso tiene que constituir su voluntad de ser y su voluntad de poder. La misma peripecia de Sócrates en la cultura griega, la misma pe- ripecia de los escolásticos en la Edad Media y la misma


peripecia de Descartes en la Edad Moderna tiene que repetirse en nosotros de modo inexorable. Debe repetirse porque de otra suerte no so-


mos ni seremos nada. Tenemos que responder y definirnos. Nues- tra intuición o conjunto de intuiciones tienen que revestirse de su paramento racional para expresarse. Tenemos que crear nuestras propias razones. Crear y verbalizar estas razones colectivas, extraerlas del caos de lo indefinido, expresar un determinado orden de sabiduría, definir por medio de ellas una determinada estructura o jerarquía, he aquí el objeto y la función de la filosofía. La idea es abstracta, impersonal, antivital, extraña a la sustancia carnal y a la realidad síquica del hombre, es decir, extraña a la vida. En cambio el pensamiento es algo concreto e individual, algo que está en la carne y en el alma del hombre que lo expresa. La idea para antropomorfizarse y hacerse pensamiento necesita vehiculizarse a través de la realidad y del corazón del hombre. Sólo a este precio puede hacerse acto, o lo que es lo mismo, un factor operante dentro y fuera del sujeto. No sólo se piensa con el cerebro, se piensa con todas las potencias físicas y espirituales del hombre. El pensamiento es un todo vivo, orgánico, eficiente y perfectamente estructurado. La idea carece de ritmo, de vibración y de elocuencia personales, es ahistórica, neutra, ambigua y hasta cierto punto, vaga e indefini- da. La idea carece de estilo, de colorido individual, no se ha sumer- gido en el abrevadero del hombre. Por el contrario el pensamiento resume siempre de la historia, es una definición y una distinción entre la indeterminación y el caos de la idea. El objeto esencial de una filosofía es expresar el estilo de un hombre y de una época, la manera de reaccionar de una raza frente a los enigmas del Universo. Esto equivale a decir que el objeto de la filosofía es el pensamiento. De lo contrario, es una fría armazón lógica, indefinida, enteléquica y cadavérica. Sólo el estilo es definición y orden dentro de la vaguedad caótica del Cosmos, es el mensaje de la Vida a través de cada ser y de cada forma. El estilo es el único vehículo por el que se traduce la vida, se concretiza y se hace perceptible.


La verdad sólo podemos poseerla como estilo, es decir, como ritmo y vibración personales. La verdad es la expresión plena de la reali- dad biológica, síquica y espiritual del hombre en determinada fase de su evolución histórica. No hay verdad impersonal y completa- mente abstraída del sujeto viviente y pensante. En toda filosofía hay dos elementos que no se les diferencia y que a menudo se les confunde. De un lado, una idea o un conjunto de ideas asimiladas, trasfundidas en el ser, estilizadas en el individuo pensante, que es lo que constituye el pensamiento vivo. De otro, una idea o un conjunto de ideas muertas, vagas, abstraídas, desvi- talizadas y ahistóricas. El primer elemento es el único que cuenta para la filosofía, es decir, para la vida misma. O para definir en una palabra: sólo la idea dramatizada, estilizada, que ha corrido la peripecia individual es la que puede definir o expresar una verdad que realmente sea percibida y aprovechada por el hombre. Comprendida esta distinción en todas sus consecuencias es fácil comprender, también, lo vano y lo ocioso que es discutir racionalmente la filosofía en su armazón enteléquica, de idea pura y abstracta. Lo único necesario es comprender el ritmo individual, el estilo original de una filosofía, asimilarlo en nuestro ser, incorporar en nosotros la verdad que éste expresa, carnalizar en nuestra realidad el pensamiento, la peripecia dramática que representa. Una filosofía es tanto más grande o tanto más genial, cuanto es el pensador que ha estilizado la idea o el conjunto de ideas que la constituye. El llamado caos de las filosofías, que confunde a los temperamentos no filosóficos, es el caos de las ideas abstraídas, desvitalizadas y discutibles. Un pensamiento histórico no puede ser discutido sino es comprendido y asimilado. (Estación primera, en Obras completas, 1995: I, 321-323. Artícu- lo publicado en Amauta, N° 27, Lima, 1929:1-3).


2. ACERCA DE LA ESTÉTICA Las reflexiones sobre estética y ética figuran entre las preferidas de Orrego durante sus primeros años de escritor, evidenciadas me- diante Notas marginales (1922) y El monólogo eterno (1929). Encum- bra a la estética -disciplina filosófica que trata de la belleza, por ende, del arte- como el más alto valor por el cual el hombre penetra al centro del universo, al conocimiento, y a éste lo identifica con Dios. ¿Qué significa esa penetración en el corazón del universo? En nuestra interpretación, muchas cosas como las representadas por las investigaciones para desentrañar los enigmas de la natura- leza y del propio hombre en cuanto a su cuerpo y psique. Sostiene que los seres, vivos e inertes, son impulsados, de modo ineluctable, hacia el eje de la estética, alrededor del cual gira toda eternidad, vida perpetua, lo que no tiene principio, sucesión ni fin, atributo de Dios, y todos ellos buscan su expresión. Y esa expresión es su ma- nifestación estética. Al sostener que la estética le permite al hombre llegar hasta el conocimiento, la relaciona con la ciencia. Vale decir, para él, no existe oposición entre ambas, sino inseparables lazos. Un científico en el desarrollo de sus actividades concilia la aplica- ción de las leyes de su especialidad con criterios artísticos. Y, a su vez, un artista, acude a los aportes provenientes del conocimien- to científico, para crear una obra de belleza. Ciencia y estética son compatibles en la producción de nuevo conocimiento. Es más, éste también es compatible con el amor: el investigador apasionado por su área de estudio realizará su trabajo lleno de afecto para alcanzar nuevos aportes en su especialidad.



Sostiene que tanto la materia orgánica como la inorgánica buscan su expresión, entonces es lógico que algunos hombres, los artistas, encuentren belleza no sólo en la primera sino también en la segunda, aparentemente yerta, para otros. Los artistas distinguen belleza donde otros no la ven. Ante su sensibilidad, todos los seres aparecen animados. Efectivamente, unos poetas cantan al amor y a la belleza de las mujeres y de las flores: rosas, orquídeas y muchas más, otros se inspiran en hechos cotidianos de la vida humana, como el caso de César Vallejo, o cantan al mar y a los marineros, a los puertos y a las naves, a los caracoles, a las arenas…, tal ocurre con Alcides Spelucín, y otros más descubren belleza hasta en las piedras, como sucede con Julio Garrido Malaver (de una genera- ción posterior al Grupo Norte) en poemario prologado por Orrego. Y hay poetas en prosa que transmiten su visión estética de los anti- guos y parduscos muros chimú, como lo hizo José Eulogio Garrido. Lo mismo pasa con los músicos; Carlos Valderrama le pone melo- día a su pampa costeña y a las regiones altoandinas donde suena la dulce quena de una linda ñusta del Perú, mientras Daniel Hoyle marca los ritmos regionales de marineras, valses y otras sinfonías. Y el pintor Macedonio de la Torre plasma la belleza en paisajes de costa y sierra, cargado de matices verdes, y en el arbóreo ramaje entretejido de las selvas. Todos ellos reflejan nuestra realidad, nuestra identidad. Así como en los casos mencionados, la arcilla modelada por el ceramista, o el bloque de mármol en manos del escultor también se convierte en obras a las cuales el artista les insufla vida. Y Orrego les reclama a todos cultivar su sentido de revelación: “-Artista: No pongas la naturaleza en tus ojos; pon tus ojos en la natu- raleza. Ésta es impasible y silenciosa, sólo tú eres el verbo y la embriaguez. -Artista: Tú eres uno de los infinitos causes de la divinidad que revelan los infinitos “modos” de Dios. Conduces las cosas a Dios y éste a las co- sas.” (Orrego, 1995: I, 84).


El hombre, dice nuestro filósofo, más que un ser pensante o racional, más que un ser ético, afectivo, social o de relación con su en- torno, es un ser estético. En efecto, el amor entre la mujer y el varón puede morir, y ocurre el divorcio de los esposos, o el rompimiento del compromiso entre los novios. La moral se resquebraja cuando la corrupción avanza con sus tentáculos en las instituciones públi- cas y privadas, cuyos códigos de ética pierden significado. Tam- bién, por diversas causas, pueden colapsar la capacidad racional y el sentido social. Lo último que cae y muere en el hombre es el artista, el ser expresivo, la necesidad de realizar la belleza, que es un milagro del universo, con lo cual el hombre se eleva hacia Dios. Tanto el corrupto como el que perdió el afecto, cuidan hasta el final su presentación físicamente estética. Y hasta la parafernalia con la cual los deudos, en medio de su dolor, despiden a sus difuntos de- muestra que la belleza es lo último en perderse. ¿Existirá algún ser humano que, por su propia voluntad, desee ser feo? En todas las culturas anteriores y en las actuales se han creado diversas formas de arreglo o presentación personal, así como de ornamentación de viviendas y cosas. Pero estas formas de manifestación de la belleza difieren según el espacio y el tiempo. Y en una misma época hay gustos y estilos peculiares. La estética no es única, existen varias estéticas. Ella radica en la singularidad, no en la uniformidad.


Según Orrego, el hombre necesita manifestar sus sentimientos y pensamientos producidos por el contacto con su realidad, revelar la conformación de su ser con el mundo que le rodea. Es un ser relacional, que se conoce y expresa a sí mismo, que realiza su conjunción con lo objetivo, y devuelve sus impresiones o vibraciones internas a sus semejantes. Este don de expresión, latente, vago, impreciso y rudimentario en todos los demás seres, en el hombre es de una imperiosa necesidad vital, alcanza el grado máximo de perfección. “De ahí –dice- que el ser estético por excelencia sea el hombre, porque es un ser eminentemente expresivo. Marca un es- calón superior en la Creación porque la vida ha alcanzado en él una definición integral, el máximo de su concreción; es el mayor esfuerzo especulativo del dinamismo vital”. (Orrego, 1995: I, 44). Da equivalencia al máximo rol de humanidad con el más alto rol de expresión, lo que equivale, a su vez, a su máximo rol estético. Y añade: “El hombre sólo expresándose se relaciona con el mundo, se conecta con los demás hombres y es por esta condición que alcanza su humanidad; y la estética es, a la postre, expresión. El ser abso- lutamente inexpresivo, es un ente de pura abstracción. Si existiera sería la negación de toda facultad estética, de toda condición huma- na”. (Orrego, 1995: III, 167). El hombre como ser estético percibe, aprecia y crea belleza. Precisamente, la estética es una invitación a practicar el valor de la belleza, no la vulgaridad o fealdad. De este modo, el hombre, al aspirar a su más elevada expresión individual -por su condición de ser estético- es un ser creador de cultura, cualidad distintiva frente al animal, como lo sostiene la antropología. Al enfatizar en lo estético como cualidad inherente del hombre y que éste es un ser que aspira a su máxima expresión, Orrego pone en relieve la importancia del lenguaje en sus diferentes manifesta- ciones como medio de esa expresión y vía para alcanzar el cono- cimiento. La expresividad es una facultad o potencia subjetiva e individual, se hace objetiva, universaliza y


trasciende a los demรกs mediante un conjunto de posibilidades y realidades de las cuales


surge el artista. Éste expresa y define lo que los demás no llegan a expresar; concreta y exterioriza lo que estaba en forma vaga, latente u oculta en los otros, así cada uno se encuentra en el artista, y él se explica y se encuentra en todos los hombres. Es el intérprete parti- cular que proyecta un mensaje cultural a todos los seres humanos. El artista interviene en nuestra existencia, participa de ella, aclara su sentido, la engrandece y eleva. El artista expresa parte del alma de cada uno, la define, como también define nuestra vida, la hace conciencia y la relaciona con el movimiento general del universo. Y éste se integra, sintetiza y explica en el artista. Si la estética es una facultad personal, cada uno tiene su propio estilo, su manera peculiar de entender la vida y de concretar esa potencia en infinitas posibilidades. Orrego defiende la autonomía en la creación de la belleza. No acepta parámetros en la expresión del arte; rechaza los preceptos o cartabones. El arte, como el amor, no requiere la guía de un manual de instrucciones. Nuestro filósofo, en su mirada hacia el porvenir, auguró una dimensión estética como expresión total del hombre, en forma libre y en función de las nuevas estéticas particulares; una estética accesible a la compren- sión, emoción y sensibilidad de toda la humanidad. Al tiempo que teorizó sobre estética de modo general, también lo hizo sobre manifestaciones estéticas específicas y las obras de diversos artistas. En una síntesis estupenda, anota estos conceptos: “La música es el sonido sin imagen. La escultura es la imagen sin sonido; la línea en perfecto reposo, en potencia estática. La pintura es la insinuación del movimiento, sin sonido.” “La danza realiza el sonido en la imagen, y la imagen en movimiento. Por eso es el arte más completo, porque participa de la esencia estética de las tres artes anteriores”. (Orrego, 1995: I, 419-420). Sin embargo, considera a la música como la manifestación estética por excelencia porque es la expresión pura, lo cual no ocurre con las demás artes cuyas estéticas en su más alta, depurada y prístina manifestación se resuelven en música: “La literatura, la pintura, la escultura, o sea la palabra, el color o la línea al realizarse buscan su expresión


esencialmente musical. El artista no es propiamente tal, no es propiamente grande sino hasta que ha encontrado su expresión estética suprema: la música de su arte.” “Todas las artes, en su esencia expresiva, tienen que referirse a la música”. (Orrego, 1995: I, 33).Es decir, a la armonía en todos sus elementos.

Macedonio de la Torre (izquierda) y Alcides Spelucín (derecha).

En sus escritos hizo crítica sobre expresiones específicas de la es- fera artística: plástica, música, danza, teatro, poesía. En ellos no sólo aparecen miembros del Grupo Norte, sino personajes de diferentes épocas; allí están los pintores José Sabogal (de “una excepcional potencia creadora”), Macedonio de la Torre (“de fina y polifacéti- ca sensibilidad artística”), Alfonso Sánchez Urteaga o Camilo Blas (“artista de un extraordinario sentido del color”) y el caricaturista Julio Esquerre o Esquerrilof (“el gran dibujante en que el ritmo se hace línea y la línea se hace ritmo”); Daniel Hoyle y Carlos Valde-


rrama (“dos músicos de un gran sentido nacionalista en el arte”); numerosos poetas y creadores de belleza mediante la palabra: Manuel González Prada, Abraham Valdelomar, César Vallejo, Alcides Spelucín, Nicanor de la Fuente (Nixa), José Eulogio Garrido, Ciro Alegría, Eloy Espinoza, Julio Garrido Malaver… Además en sus pá- ginas figuran artistas de otros países. Pero abramos paso a las palabras del propio Orrego sobre el tema. ESTÉTICA He aquí el más alto valor humano para llegar al corazón del universo, a la suma de todas las concreciones y de todo conocimiento, es decir al Conocimiento, es decir a Dios. Instintivamente, por predeterminación eterna, los seres y las cosas se precipitan por este sendero hacia el centro gravitatorio de toda eternidad, inde- pendiente de todo punto de referencia cósmica. La materia viva u organizada, cuyo viaje suele mostrarse, a veces, palpablemente, a nuestras groseras pupilas, y la materia inorganizada, aquella que se aparece a nosotros aparentemente yerta, cuyo viaje en distin- to plano de concreción no es percibido nunca por nuestros ojos, buscan su vértice, se afanan por cumplir los últimos fines de su expresión. Abstrayéndonos hacia un campo exclusivamente antropocéntrico, vemos que el hombre antes que un ser pensante, y antes que un ser ético o afectivo, es un ser estético, lo que vale decir, un ser que aspira a su máxima expresión individual. Cuando parece que es incapaz ya de amar, cuando ha sufrido la total relajación de su sentido moral, no le queda sino un hilillo que lo relaciona con el milagro del universo: su necesidad de realizar la belleza. Este imperativo lo eleva y lo acerca a Dios; le hace recordar constan- temente su origen divino. Lo último que muere en el hombre es siempre el artista, el ser expresivo. Claro, que cada hombre ejerce su don estético según su manera


personal de concebir la vida, según su posición singular y circuns- tancial ante el universo. Por eso, nada más absurdo que establecer cánones, pragmáticas o leyes para realizarlo. Toda preceptiva ha sido, es y será siempre el eterno enemigo de nuestro don estético, el cual no acepta más limitaciones que las del propio espíritu que tácita, espontánea e inconcientemente las encuadra dentro de sus posibilidades y potencias que se dictan sus reglas a sí mismas. La ley, pues, nunca tiene un valor absoluto, no es más que la defini- ción de una posibilidad o de un conjunto de posibilidades. Sucede en algunos casos, que esta facultad o potencia sin dejar de ser subjetiva e individual, sin perder su matiz característico y único, se objetiviza, se universaliza, trasciende a los demás por su extraordinario poder de expresión, abrazando un conjunto enor- me de posibilidades y de realidades. Se da, entonces, el artista en el más puro y propio sentido de la palabra. Expresa y define lo que los demás no llegaron a expresar; concreta y exterioriza lo que estaba latente, vago y soterrado, hasta tal punto, que cada uno se encuentra en él, y él se explica y encuentra en todos. Cada artista expresa, pues, una parte de nuestra alma, define nuestra alma, define nuestra vida, la hace conciencia y la relacio- na con el dinamismo universal. Reconocemos en él un hermano mayor. Sentimos que interviene en nuestra existencia, que parti- cipa de ella, que aclara su sentido, que la engrandece y la eleva. Es, pues, una fuerza primaria e intrínseca, y, por lo tanto, el universo se integra, se sintetiza y se explica en el artista. El hombre, desde que nace, tiende a expresarse, a definirse, a expli- carse ante los demás. Acciones, palabras, voliciones, sentimientos se dirigen a cumplir este fin, a satisfacer esta necesidad vital. “La mitad del hombre, ha dicho Emerson, es su expresión”. Yo creo que la expresión es todo el ser humano. Su mismo proceso físico no es más que un proceso de concreción, una génesis de definición. Al comienzo no es sino una célula casi


amorfa, después, por mul- tiplicación, una masa informe de células. Por una múltiple serie de definiciones se produce la figura humana.


La faz del niño cuando nace carece de contorno neto, de líneas rotundas y precisas. Sus facciones, diluidas y vagas, se encuentran como envueltas en una penumbra; anuncian apenas lo que será más tarde. Carecen de expresión, están desprovistas absolutamente de carácter, aún no se insinúa la estilización de la línea. Extremando el aserto se puede afirmar que todos los niños recién nacidos se parecen. Luego, los rasgos se precisan, las facciones se acentúan gradualmente, las líneas se tornan más enérgicas, el pergeño se afirma y se define hasta que alcanza su mayor expresión, su carácter más rotundo, diferenciado y definitivo; ha llegado a su expresión suma. Lo mismo ocurre en su proceso espiritual. Acciones, pensamientos, sentimientos se encuentran al iniciarse la vida en un estado de vaga nebulosa. La conciencia aún es incapaz de identificar las cosas. Sólo cuando empieza a determinar nexos e identidades es cuando comienza, verdaderamente, a delinearse la posición del hombre con respecto a los demás seres. Esta necesidad fatal de relacionarse con el universo es lo que le impulsa a colocarse en su lugar. La forma o manera en que reacciona con respecto al mundo objetivo es lo que constituye la esencia de su expresión, y la mane- ra singular de su expresión es su estética. Todo hombre tiene, pues, una estética; por eso toda vida, es en cierto respecto, una obra de arte. Cuando esa facultad de expresión alcanza su mayor auge, su mayor vehemencia y lucimiento; cuando abraza y compendia el mayor número de estéticas individuales; cuando llega su máximo poder de síntesis; cuando es capaz de incorporar el universo en su espíritu; cuando subjetiva y traduce su infinito dinamismo; cuando se convierte en centro o nexo de las fuerzas esenciales del mundo; cuando se recompone en él el sentido completo de la vida; cuando se restablece en su uni- dad múltiple; dase, como ya lo dije, el artista, el varón estético, por excelencia, el mago de la expresión, el hombre en su plenitud y en su universalidad. La máxima armonía es pues la


máxima belleza. De allí que la facultad estética puede definirse como la armoniza-


ción o síntesis del universo en su espíritu, o como la expresión del universo a través de un hombre. (Notas marginales, en Obras completas, 1995: I, 30-32).

Orrego en 1918

Juan José Lora. (Pintura de José Sabogal).

Oscar Imaña en 1916

3. ACERCA DE LA ÉTICA Según nuestro pensador, no existe una sola verdad, ni una sola lógica, ni una sola estética, tampoco una sola ética -disciplina filosófica cuyo objeto de estudio es la moral, vale decir, normas de conducta para hacer el bien y evitar el mal- sino multiplicidad de ellas. En efecto, tales categorías conceptuales cambian con el tiempo y de una sociedad a otra, y dentro del mismo grupo, según las actividades específicas; sus diversas formas de realización han sido y son coexistentes, simultáneas y varias a través de la historia. No se presentan de modo idéntico en todo el mundo, no son unifor- mes, varían según la cultura, psicología, grado y forma de trabajo, ambiente y otros factores de la vida de un pueblo. La verdad es la expresión de una determinada realidad en una etapa de la historia. Es cambiante, no es eterna. Muchas verdades


de tiempos pasados ya no lo son. Quedaron atrás, fueron superadas por el avance científico que demostró su falsedad. Que la tierra era plana y estática fue una verdad de larga duración. La teoría geocéntrica de Ptolomeo fue superada por Copérnico. A la teoría de éste le sucedieron otras. Y así hemos llegado a nuestro tiempo en que se habla de la provisionalidad del conocimiento científico, cuyo crecimiento tiene ahora velocidad vertiginosa. En una misma época, parte del conocimiento (verdad científica) se confirma, otra parte se recusa y queda obsoleta. Además, según Orrego, la verdad es personal, no se la puede abstraer del hombre que la piensa y por eso lleva el estilo de cada sujeto. También, la lógica tiene diversas manifestaciones. La lógica del hombre contemporáneo no es la lógica del hombre primitivo. Los grupos étnicos de la amazonia tienen una lógica diferente al de un citadino de la costa. En la mentalidad de los estudiantes de algunos países asiáticos no tiene cabida el plagio en las evaluaciones como sucede en nuestro medio; en su lógica y en su ética no existe expli- cación de tal hecho, de esa falta contra la honradez; no conciben que se cometa trampa para aprobar los exámenes. Eso es un atenta- do en contra de los valores. Y así también, cada ser humano es por sí mismo un ejemplar moral, un producto de realización ética que ha dejado atrás, por la expansión de su mundo interior, las precedentes manifestaciones de la conducta humana. El hombre actual ha recibido la enorme herencia histórica de la vida humana de todos los tiempos; su realización ética resulta de un largo proceso de superación que hace de él un tipo moral con sus características privativas. En nosotros se produce, entonces, como escribe Orrego un “rebasamiento de las anteriores expresiones de la conducta humana”. Ni la infancia ni la adultez de ahora son las mismas del siglo XVI –cuando llegaron los españoles al Perú- menos de los tiempos más lejanos. En su proceso de crecimiento, la conciencia del hombre asimila la esencia profunda de las cosas y logra una visión total del universo; de esta manera, la concepción ética de la vida también se amplía en un


proceso de liberación progresiva de los cánones o preceptos morales acuñados por el modo de vida de los pueblos. Esta ampliación de la conciencia lleva implícita la obra de la educación en sus vías formales e informales. Orrego relaciona íntimamente la ética con la estética. Y señala que la más elevada manifestación de ambas consiste en que el hom- bre sea siempre él mismo, viva armónicamente, sin limitaciones y con lealtad frente al asombroso mundo que le rodea y frente a la velocidad de los acontecimientos de cada día. Que valore su pro- pia existencia y las maravillas de la naturaleza; que se estudie a sí mismo y desentrañe los secretos y descubra las leyes que rigen al universo. Como cada hombre es un ejemplar moral, cada hombre debe vi- vir su propia moral, no adoptar la moral ajena, tampoco someterse a la camisa de fuerza de una estética, sino realizar su propia estéti- ca. Los hombres no son hechos en serie como los productos de una fábrica o moldeados siguiendo un manual de biología. Dios hizo un ejemplar de hombre, no un género, dice. Y si Dios es infinito y único, su creación, el hombre, es así, su imagen y semejanza: único, irrepetible e inconfundible. Tendrá el sello peculiar de su ética y estética. Esto no conlleva la idea de libertinaje o desorden; se ubica dentro del marco de la vida de una determinada sociedad guiada por un modelo de conducta, normas de convivencia aceptadas gru- palmente dentro de las cuales cabe el comportamiento distintivo de cada persona. Por eso, la ética de una empresa no es la ética de una orden religiosa; la primera realiza negocios (dentro de la ley) para lucrar; la segunda ejecuta obras de caridad. Tampoco descarta a las figuras paradigmáticas cuyos comportamientos merecen ser resal- tados, porque es de vital importancia situarse en elevados planos de la dimensión moral para lograr el dominio de sí mismo. Orrego aspiró a que en el futuro, el hombre viva en una nueva dimensión ética, el reemplazo de la rigidez de ciertas normas morales por la flexibilidad de una moral más amplia, la superación


de reglas de conducta presentadas en tĂŠrminos negativos por otras


de carácter afirmativo; sustituir el tan frecuente “no” por el “sí”, el “¡no hagas!” por el “haz”. Muchas frases, sobre todo dirigidas a los niños, crean actitudes de vida negativas, generan miedo y pesimismo. Así, en los pequeños se pueden provocar sentimientos subconscientes de culpabilidad, en vez de estimularlos en forma positiva para que asuman las responsabilidades de sus actos. Y el concepto de autoestima, ampliamente difundido ahora, ya estuvo en el ideario orreguiano desde sus años juveniles. La vida de Orrego es una muestra de integridad moral, ejempla- ridad ciudadana, honestidad acrisolada. Supo mantener su figura enhiesta de héroe civil, vivió con modestia, no trocó su línea ética por la vida muelle que le hubiera dado la flaqueza frente a las fuer- zas tentadoras de los antivalores. Como rector universitario, envió alumnos becarios al exterior a recoger experiencias, hacer compa- raciones con nuestra realidad y estudiar en procura de asimilar el avance del conocimiento para aplicarlo a la solución de nuestros problemas. También envió docentes a perfeccionarse al extranjero. Pero él, no obstante haber pensado en su juventud ir a Francia, no se aprovechó del cargo para viajar con dineros del tesoro público. Y cuando un candidato presidencial quiso ser favorecido, con la influencia del amauta sobre el electorado, a cambio de una eleva- da cantidad de dinero, recibió rechazo contundente de esa actitud deshonesta. No sólo escribió sobre ética, sino que actuó con ella. Dijo su palabra y realizó su acción, aunque por eso tuviera que recorrer caminos difíciles en su vida: “No hay más cobardía que no hacer tu acción o no decir tu palabra. Que esta sea tu moral”. (Orrego, 1995: I, 86). Pues bien, como intelectual, político y ciudadano, Orrego dijo e hizo lo que pensó. Fue consecuente con sus ideas. Y vivió plenamente su moral. Sobre este tema, a continuación los textos de Orrego: “Ética”, y “Pecado y santidad”.


ÉTICA Así como no hay una sola verdad, ni una sola lógica, ni una sola estética tampoco hay una sola Ética. Cada hombre es un ejemplar moral, un tipo de realización ética en sí mismo, un rebasamiento de las anteriores expresiones de la conducta humana. A medida que la conciencia del hombre se amplíe, a medida que vaya incorporando en su substancia la esencia profunda de las cosas, a me- dida que interprete más sutil y noblemente el espíritu global del Univer- so, la concepción ética de la vida va dilatándose también, va liberándose, gradualmente, de todas las morales y rompiendo la unilateral y arbitraria rigidez de los códigos y de las costumbres. La Estética y la Ética sólo pueden existir separadas por abstracción y existir contrapuestas por superficialidad o endeblez de espíritu. Ser siempre uno mismo, mantenerse en su íntegra y armónica unidad vital, expresarse y vivir, libre y lealmente, ante la estupefaciente presencia del Universo y ante la rauda carrera de los sucesos, es la máxima enunciación de la Estética y de la Ética ¿Quién osará ponerles limitaciones, reducirlas a sentencias o a normas sin rebajar y corromper su excelencia? Los hombres adoptan una Moral en vez de vivir su Moral: así como se encadenan a una Estética, en vez de realizar su Estética ¿Se puede acaso concebir un lobo que adoptara la moral de un perro? ¿Se puede concebir un comerciante adoptando la mística moral del cenobita? Más aún, ¿se puede concebir un santo adoptando la moral de otro santo? Basta que un recién nacido abra las pupilas, para cumplir una orden del Universo, para realizar una nueva traducción del gran enigma, y por consiguiente, para ensayar una nueva Estética y una nueva Ética. ¿Crees tú, acaso, que los hombres son manufacturados como los objetos de una fábrica en un mismo molde y que llevan en la espalda su etiqueta clasifica- tiva: Made in Germany, Made in England o Made in New York? El sello divino es otro, amigo mío, no indica un género, indica un ejem- plar.


Dios, según la frase bíblica, dijo al hombre: Serás a mi imagen y semejanza, y Dios es infinito y único. Le castigó después, no porque desobedeciera comiendo del fruto prohibido, sino porque al comerlo desconoció en sí mismo su condición infinita. Profundo es el símbolo del Génesis. (Notas marginales, en Obras completas, 1995: I, 44-45). PECADO Y SANTIDAD -Hermano mío, no te digo que aprendas de mis flaquezas: son ellas tan vergonzosas y mezquinas. Aprende de mis virtudes y de mis heroicidades. Sólo ellas pueden enseñarte algo de la bondad eterna de todas las horas de Dios. -Nada hay más cobarde que premunirse de los vicios de otro o de las flaquezas y deslices de un santo y de un hombre superior para justificar los propios extravíos. Si precisamente ellos cayeron para que nosotros nos sirvamos de su experiencia y no tropecemos. -Si no hubiera un aleccionamiento ético hacia la perfección ¿para qué entonces la vana experiencia moral de cada vida? ¿Para qué si no vamos a esforzarnos en no repetir la misma cadena del pecado? -No te diré que no peques porque jamás conocerás el dolor -sabio, fuerte y lúcido maestro-, y porque con el pecado se sube a la virtud iluminada; pero sí te digo que jamás trates de rebajar las vidas generosas por sus flaquezas y, menos aún, que te sirvas de ellas para justificar el mal en ti mismo. -El pecado es la escarpadura, el camino, el crisol, el calvario y la prueba. -Si no te quemas y te sangras alguna vez, ¿cómo vas a poder evitar, alma mía, el fuego y la espina? -La virtud sólo vale como virtud cuando es una larga experiencia dolorosa.


-Así como el castramiento físico no produce generación alguna, el cas- tramiento moral o espiritual no produce nunca obras eternas y buenas. -Tu virtud, por fuerza, tiene que sufrir su pecado. -¿Cuál es virtud y cuál es pecado? Nadie puede decírtelo, en verdad. Ríete de quien pretenda imponértelos, así sea un hombre, un libro, una sociedad o una religión dogmatizada. Sólo en ti está la luz, adéntrate en tu propia intimidad, en los más oscuros senos de tu conciencia personal y de allí brotará la voz, la auténtica voz de tu eternidad. -Y no vivas en cobardía. No es el temor sino el amor de Dios el que salva. -El temor sólo lo engendran los tiranos y los déspotas, y lo sufren sólo los esclavos. Pero Dios no es un tirano, y tú, hombre, no eres un esclavo. -La virtud temerosa es la moral de los publicanos y de los negociantes que esperan una recompensa por sus buenas obras. Tu llega a la virtud por el camino del amor que todo lo reviste de belleza, de dulzura y gracia. -Ámate a ti mismo, pero, ÁMATE. -El mal y el pecado no existen en verdad; sólo existen como tránsito y como puente hacia la virtud, hacia la gracia que es el conocimiento de ti mismo. -El hombre que no ha pasado por el pecado es el hombre neutro, jamás el virtuoso y el héroe. -Cada vida tiene su pecado y su mal y ¡ay! del cobarde que tema las encrucijadas, los malos pasos y los abismos. -Es preciso haber salvado abismos, encrucijadas y malos pasos para ser un hombre, es decir, criatura divinizada que sabe todos los secretos de la tierra y del Cielo, precisamente porque ha pecado y ha sufrido el mal. -Cae al abismo sólo el que teme el abismo. -Desconfiad del hombre que no ha pecado nunca, o es un hipócrita re-


domado o un monstruo en que la vida se ha negado a sí misma, en que la santidad se ha tornado neutra y negativa. -¿Comprendéis el absurdo moral de una virtud sin esfuerzo, sin venci- miento y sin victoria? -No temas el pecado, pero véncelo y aprovéchalo cuando llegue, porque sino serás la hoja seca y la veleta de todos los azares y de todos los vientos. -Virtuoso significa: guerrero, vencedor y héroe. -Y cuidado conque trates de justificar tu pecado con los recursos de tu razón. No sólo perviertes así a otras almas sino que te tornas en la celestina de tus vicios, en la comadrona de tus errores. Perviertes además, a la inteligencia usando una de sus potencias como abogado o intermediario del mal. -Que toda tu lealtad viril, que todo tu valor moral esté en gritar, arrepentido: “¡He pecado!” -¡Cómo queda de límpida y tranquila el alma después de este grito! -Acaso, todo el mal del mundo esté en el extraviado uso que hacemos de la razón. Si tuviéramos el valor de no engañarnos y de no engañar a los demás, abusando y prostituyendo la inteligencia, no habrían ya tiranos, ni sistemas, ni injusticias. -Una epopeya espantosa falta crear al ingenio humano, una epopeya infernal y satánica que explique la tragedia de la inteligencia humana des- plazándose de sus fines divinos, de sus excelsos fines de belleza y de ver- dad, haciéndose el instrumento y el vehículo pasivo de los vicios, errores, extravíos y concupiscencias del hombre. Goethe, acaso, tuvo vagamente esta intuición en el Fausto, pero le faltó pintar la tragedia de la inteligen- cia con todo su lúgubre colorido, la tragedia del hombre al deponer a los pies de Satán precisamente su más alta investidura, su oriflama o signo divino que le levanta por sobre toda la Creación. -El hombre es un Dios caído, pero caído precisamente por tener un pensamiento puro, una razón que ha enlodado en sus más bajos instintos extraviándola de sus fines supremos.


-Si no razonáramos nuestros vicios para justificarlos, asumiendo valerosamente nuestra responsabilidad, casi los habríamos vencido, pero razonamos. Porque es mentira, en un sentido absoluto, que haya pecados y vicios irreflexivos, que haya pecados y vicios injustificados!... -No toda la vida es el ejemplo. El ejemplo es después de la caída, cuando se es el conocedor del peligro y la víctima del mal. ¡Escúchalo bien juzga- dor implacable de las santidades y de las predicaciones generosas!... (El monólogo eterno, en Obras Completas, 1995: I, 89-92).

4. ACERCA DEL ARTE Y DE LA CIENCIA Para percibir el mundo, el hombre acude a diversas experiencias, entre las cuales no pueden faltar las de carácter científico y artístico. El desarrollo de la capacidad de pensar con lucidez es tan necesario como el desarrollo de la imaginación, base de la inven- ción científica y de la producción artística. Manuel Kant sostuvo que el arte es el conocimiento por medio del sentimiento. Y Maria- no Iberico Rodríguez pensó que la ciencia tiene límites en el cono- cimiento de la realidad. Por su unilateralidad, por su rigurosidad, exactitud y exclusividad de sus datos empíricos, la ciencia –decía este filósofo- produce deformación espiritual, descuida o interpreta mal las inclinaciones de la vida interior, anula las aspiraciones de la fantasía y los impulsos libres de la voluntad. Por su parte, Orrego se refirió en diversas ocasiones a la revolución científica, particularmente a la era nuclear que, inseparable de la educación, tiene repercusiones en diferentes actividades huma- nas. Valora la ciencia, sin embargo piensa que bajo la racionalidad de la cultura occidental ha sido un error someter a consideración de la ciencia toda la obra del hombre e interrogarla sobre cuestiones que no son de su incumbencia. Por ejemplo, si la ciencia es inte- rrogada acerca de un poema, ella contestará respecto a la realidad física del poema, pero jamás hallará el sentido y la esencia de ese poema. Lo mismo diremos si la ciencia


formulase preguntas sobre una obra pictĂłrica, en cuyo caso sus respuestas aludirĂ­an a las di-


mensiones y al peso del cuadro, a la composición química de los colores, a la textura del lienzo o al grosor de la cartulina y otros detalles de carácter material, mas no dirá nada sobre el mensaje plasmado por el artista. Y es que la ciencia opera sobre lo contingente, no puede agotar las diferentes y cambiantes manifestaciones de la realidad total; para lo cual también necesitamos acudir a otras esferas de la cultura, tales como el arte y la religión. Ciencia y arte, dice Orrego, tienen puntos de concordancia, se relacionan y complementan en el logro de la expresión plena de la vida humana. Un mundo guiado por la pura ciencia sería deshumanizado, se movería dentro de generalizaciones estrictas y frías. De idéntica forma, un mundo dejado solamente en manos del arte, no iría más allá de las improvisaciones intuitivas y quedaría a mer- ced de las implacables fuerzas naturales. Si bien es importante el producto científico, no pueden omitirse el entusiasmo y las dispo- siciones del espíritu suscitadas por el resultado tangible de la crea- ción estética. Necesitamos tanto de la ciencia como del arte. Ambos son formas e instrumentos de expresión de la vida. Si el hombre sólo se guiaría por la racionalidad científica con su énfasis en los hechos objetivos, en desmedro de la imaginación creadora, no alcanzaría su armonía, se produciría un desequilibrio, estaría psíquicamente enfermo. De allí las palabras de Albert Einstein: “La cosa más bella que podemos sentir es el lado misterioso de la vida. Es el sentimiento profundo que se encuentra en la cuna del arte y de la verdadera ciencia”. (Acha, 1974: 31). Pero Orrego no sólo relaciona ciencia y arte, sino también el aspecto cognitivo con el afectivo. Escribe: “Amor, es decir y hacer verdad. Es más leal quien es más veraz”. “Amor no quita conocimiento: añade conocimiento”. (Orrego, 1995: I, 87). Él piensa que sólo quien comprende es el que con más veracidad ama, y, a su vez, sólo quien ama es el que más entrañablemente comprende. De este modo, encuentra veracidad tanto en el amor como en el conocimiento. Esto explica la fervorosa vocación y dedicación del


investigador a la búsqueda de la verdad científica; un profundo sentimiento y devoción por su trabajo impulsa su tarea dedicada a crear nuevo conocimiento. Por su integralidad, el hombre buscará, pues, el punto de concordancia y equilibrio entre lo causal de la ciencia y lo imprevisible del arte. Entre las exigencias de la perfectibilidad del hombre, en el proceso permanente de humanización, juegan rol importante, de un lado, las generalizaciones del conocimiento científico, y de otro, las particularidades de la expresión artística o producción de la belleza. Esto implica que la educación debería ser el medio para entrar en comunicación con el entorno natural y social, compren- derlo y buscar su transformación para hacer más llevadera nues- tras vidas. La fórmula para no vivir psíquicamente enfermos sería: lograr armonía entre ciencia y arte, entre razón e intuición, entre pensamiento y acción. Como ciencia y arte se presuponen, al creador o ejecutante de conocimiento científico no le son ajenas las expresiones artísticas. Y el artista no puede estar al margen de la producción científica. Veamos algunos ejemplos. El médico especialista en cirugía plástica, profesional formado en el área del conocimiento científico, atiende pacientes que buscan lucir mejor su figura, es un escultor de cuer- pos humanos, sobre todo de formas femeninas. El cirujano dentista es formado en la disciplina estomatológica, pero su actuación no solamente tiene soporte científico, sino también estético cuando atiende pacientes que solicitan arreglos de la dentadura para “sen- tirse mejor” en sus comunicaciones interpersonales y con lo cual eliminará los complejos que tenía al sonreír y conversar. Arquitec- tos e ingenieros aplican conceptos matemáticos y leyes de la física para diseñar y construir ambientes acogedores, optimizando el uso del espacio. Y así, encontraremos muchos ejemplos más sobre esta relación. Por su parte, artistas plásticos y músicos utilizan en sus procesos creativos diversos productos de la ciencia aplicada: instrumentos, equipos y materiales, para combinar colores, formas, sonidos y movimientos.


Las reflexiones precedentes guardan relación con las páginas orreguianas ofrecidas a continuación. DE LA ENFERMEDAD A LA SALUD. NECESIDAD DE UN DISTINTO EQUILIBRIO ESPIRITUAL I. CONTEMPORAEIDAD UNIVERSAL Entre la ciencia y el arte hay relaciones características que es necesario discriminar con precisión para situar nuestra vida individual en su cabal medida dentro del discurrir global del mundo histórico. En la vida contemporánea, de modo especial con su laberíntica interdependencia, es urgente que establezcamos las diferencias de ambas esferas, pero, también, la dimensión común en que concuerdan. Pensamiento y acción, especulación y vida no podrán rendir en nosotros toda su significación sino somos capaces de comprenderlas en su ubicación total y en sus características singulares. El hombre culto de hoy no puede vivir dando la espalda o dejando suspensa sobre su cabeza, como una nube va- gorosa, el requerimiento de ciertos problemas o de ciertas interro- gaciones. Desde su realidad personal o desde su ángulo peculiar es fuerza que se formule a sí mismo una respuesta. Cualquiera que sea, pero, necesita una respuesta que imprima a su vida unidad panorámica y le imparta fecundidad creadora. El mundo de hoy es más universal que jamás lo fuera en ninguna época de la his- toria. En su totalidad reclama íntegramente al hombre que tiene que conectarse a las múltiples incitaciones que le salen al paso. Ese áureo aislamiento de otras épocas no es sino hoy una fábula lejana, cuyo sentido o valía íntima hemos dejado de comprender y, desde luego, de sentir, para siempre. Las murallas de la China y las ínsulas medioevales no existen ya, ni pueden existir más. Las aldeas ya no son círculos cerrados o aislados, sino pequeños focos en que repercute, intensamente, la vida del mundo. “Toda historia es historia contemporánea”, dice Cassirer. Mas, en Amé- rica hay la paradoja de que los pueblos continúan viviendo dentro de formas colectivas feudales, pero, sumergidos, por sus cuatro costados, en la dinámica vibración de la vida universal. El hombre


contemporáneo es un todo que vive intensamente en el Todo, y a esta exigencia fundamental de su ser tiene que responder con su inteligencia, con su corazón, con su voluntad, con su vida. Del inmenso cúmulo de problemas que reclaman su atención inmediata, ciertamente, el de las relaciones entre la ciencia y el arte, o mejor, el del sentido de la ciencia y del arte para nuestra existencia personal, se destaca con perentorio reclamo, sin que po- damos eludirlo por una fuga mental aislante porque a cada paso se nos plantea. Muchas de las desviaciones patológicas del alma moderna arrancan de hechos problemáticos que se plantean ante nuestra conciencia y que, luego, son evadidos, tirados al desván del inconsciente, pero, no como trastos yertos sino como fuerzas vivas que refluyen hacia fuera en formas siniestras o morbosas. No hay otra alternativa: o el hombre de hoy se condena a ser un enfermo psíquico por falta de voluntad heroica, o llega a la salud y a la armonía por la comprensión y realización de todo su ser. II. EL CASO DE AMÉRICA El hombre que no ha llegado a su armonía interior es psíquicamente un enfermo. Lo mismo ocurre con los pueblos. Si a consecuencia de las nuevas tensiones espirituales, materiales y sentimentales de la época, Europa y Asia han quebrado su equilibrio anterior, la vida de América que emerge de una catástrofe mucho más angustiosa todavía; que brota, puede decirse, de una liquida- ción cósmica y que no ha conocido históricamente ningún equi- librio interno, es problemática y trágica en su totalidad. De allí que la vida entera alcance entre nosotros un grado pavoroso de exasperación dolorosa. Si en los viejos continentes, la báscula ha roto su equilibrio, para nosotros los americanos la faena es doble porque necesitamos crear esa báscula y, luego, alcanzar un equi- librio. En realidad báscula y equilibrio van creándose a la vez, re- accionando la una sobre el otro o a la inversa, a la manera como el árbol sostiene las ramas y estas crean el árbol dentro de un mismo proceso biológico. Para nadie, como para el americano de hoy, es más urgente un


conjunto de respuestas vitales, porque ellas, a la vez deben crear su armonía psíquica, que será el cuerpo plástico


de una cultura y un espíritu nuevos. La salud no se alcanza sino tras prolongado y oneroso esfuerzo. No es un don espontáneo de la naturaleza, como generalmente se cree, sino que detrás de una armonía física, psíquica y espiritual se arrastra una larga cauda de trabajo, de iniciativa, de voluntad victoriosa, aunque gran parte de este esfuerzo no suela llegar a nuestra conciencia vigilante. En los pueblos, menos todavía, porque la conciencia colectiva sólo alcanza su claridad y reverberación plenas en determinados indi- viduos, particularmente dotados para alumbrarlas, a través de los cuales ejerce su influencia creadora en todos los demás. El americano en general es un hombre psíquicamente enfermo, porque su alma es la encrucijada psíquica del mundo, el nudo pugnaticio y discordante de fuerzas diferentes y antinómicas. Ya lo hemos apuntado en otras ocasiones. El alma americana se dispersa en múltiples y extrañas constelaciones sin haber constituido desde la Conquista un todo orgánico completo. Con la invasión europea se rompieron todos los equilibrios anteriores y se plantea- ron nuevas ecuaciones vitales, cuyas incógnitas estamos todavía despejándolas. Empero, nosotros los americanos, debemos promover por un esfuerzo heroico, si es necesario, nuestra salud y nuestra armonía internas. De nuestra vida contemporánea surge este imperativo como obstinada compulsión. Es el grito de salvación, el S. O. S. angustioso que nuestro mundo continental lanza a cada uno de nosotros, a cada uno de los hombres que constituimos este mundo. Debemos concentrarnos en nosotros mismos y ponernos a la tarea por dura y fatigosa que sea. Se trata, nada menos que de nuestra salud y de nuestra vida totales. Nuestra inteligencia y nuestra voluntad, nuestro instinto, nuestro sentimiento y nuestra intuición, deberán ponerse en concurso para responder a este llamado. Necesitamos nuestras propias respuestas que asistan y ayuden a la vida universal a eclosionar victoriosamente en nosotros.


Las fuerzas históricas representativas que buscan una expresión adecuada en nuestro ser están íntimamente conectadas y relacionadas con las fuerzas históricas representativas del mundo contemporáneo. Por más que estemos en la infancia, nuestra infancia comienza en el mundo actual. El niño, sin dejar de serlo, comienza a vivir, comienza a construir su propia personalidad dentro de la atmósfera histórica que respiran sus padres. Por más que seamos distintos de los otros continentes, no debemos olvidar que estamos sumergidos en las mismas fuerzas históricas vivientes. Ya hemos dicho otra vez que la infancia del niño primitivo y salvaje, no es la misma que la infancia del niño civilizado que recibe la ingente he- rencia histórica anterior. El hombre americano tiene que ser, para construir sus propia vida, un hombre de su época, la cual vibra en su ser a la manera como las marejadas del mar repercuten a lo largo del canal que desemboca en él. III. LA ESFERA DE LA CIENCIA La ciencia está íntegramente dentro de la causalidad, cuyas leyes sólo en una pequeña escala es capaz de dominarlas. Por esto mismo, un hecho azaroso o casual rompe la cadena científica de causa y efecto y la impele a una rectificación, cuando no a una recusa- ción completa de sus leyes o conclusiones anteriores. Es paradóji- co que el instrumento –la inteligencia en el sentido bersongneano- que el hombre posee para establecer la explicación causal, o lo que es lo mismo, racional y lógica del mundo, esté sujeta siempre a las acometidas de lo arbitrario, de lo inesperado, de lo ilógico. Y mu- cho más paradójico es que sólo la atención y el asentimiento que el sabio presta a lo que viene a romper o trastocar, muchas veces de modo catastrófico, el mundo habitual en que vive, el encadena- miento causal del saber, lo haga apto y eficiente para continuar la ciencia, para descubrir y colonizar nuevas zonas de la realidad. De esta suerte, el verdadero sabio no es tanto el que se sujeta al imperativo lógico de su ciencia, cuánto aquél que está en acecho y admite, en cierto modo, el vuelo arbitrario o la irrupción capri- chosa del azar o de lo


casual. Se puede afirmar, que los hombres no son sabios por lo que saben, sino porque son capaces de asentir, in-


teriormente, a lo fortuito, a aquello que no está engarzado dentro de la firmeza de su sabiduría. Es esta disposición interior lo que ha hecho posible siempre los grandes descubrimientos científicos, aquéllos que han sido más fecundos para la especie humana. Por eso Galileo, que supo dudar con aquella duda creadora, que es el escabel de nuevas certidumbres, es el tipo del sabio perfecto. No parece sino que el azar dijera al hombre: Sólo en la medida que me admitas y me escudriñes con devoción infatigable, podrás cons- truir esos esquemas temporalmente estables de tus leyes científi- cas que te permiten vivir y pensar con cierta seguridad, pero, que no son sino secciones o recortes de tu inteligencia sobre la trama incalculable, ingente y móvil de mi ser mismo, que es la esencia del acontecer cósmico. La ciencia –si bien en algunas personalidades superiores se eleva a la categoría de contemplación desinteresada de la verdad- es en su esencia eminentemente práctica, está hecha para la acción cotidiana del hombre sobre la naturaleza, sólo tiene en vista sus más urgentes e inmediatas necesidades biológicas y la faena que tiene que realizar para cumplirlas. Sus aplicaciones más asombrosas no son otra cosa que la proyección de nuestros sentidos, el prolongamiento de nuestra acción más allá del campo habitual de nuestras sensaciones y de nuestras percepciones sensibles. La radio y el telégrafo prolongan nuestro oído y nuestra voz; el telescopio, el microscopio, el cinematógrafo y la televisión prolongan nuestra vista; la nave, la locomotora y el aeroplano prolongan nuestro aparado motor. El hombre, piensa Bergson, es por su lado racional, un fabricante de instrumentos. Desde las edades más remotas, el hacha y la flecha son los signos de su dominio sobre el mundo. Aun cuando especula lo hace sobre el modelo de la técni- ca, que no es sino la actuación práctica del hombre según las leyes de la causalidad, dentro del eslabonamiento de causa y efecto y según orden y medida lógicos. Por eso la matemática será siempre la ciencia perfecta. A la ciencia se le pregunta sólo lo que debe preguntársele. Si la interrogamos acerca de un poema nos contestará que está com-


puesto, por ejemplo, de diez mil caracteres, que están impresos en tantas páginas, que la tinta que se ha usado es negra o de otro color, fabricada con tales o cuales materiales, que las páginas son de tal tamaño, que hay tantos párrafos y tantas mayúsculas, que tiene un determinado peso el papel que se ha empleado, que la extensión de la impresión abraza tantos centímetros, etc. Sobre la realidad física del poema ella seccionará todos los recortes lógicos, cadenas causales, causas y efectos, ordenaciones y medidas que se propongan averiguar, pero, jamás hallará el sentido y la esencia del poema. Claro, que los datos que ella nos suministra nos servi- rán tal vez en la práctica para la confección tipográfica y la impre- sión del poema en cualquier otra circunstancia, pero, para nada más. Este ejemplo simplísimo nos muestra cuán impertinente y absurdo es interrogar a la ciencia sobre las verdades metafísicas del arte, de la religión y de la fe, que sólo la intuición puede al- canzarlas. La ciencia astronómica, pongamos por caso, nos dará el peso y el tamaño de los astros, las distancias que los separan, su composición química por medio del análisis espectral, las mutuas influencias que existen entre ellos, la dirección y extensión de sus órbitas, sus movimientos particulares y universales, pero, jamás estará en condición de darnos el sentido y la esencia de la realidad y del acontecer cósmicos. Sin embargo, el error de nuestra época y, caso, el de toda la cultura occidental –eminentemente científica- ha sido interrogar a la ciencia sobre lo que no se debe ni se puede interrogarla. La cien- cia no podía respondernos o nos respondía mal. La ausencia de respuestas o las respuestas equivocadas generaron ese angustioso desequilibrio moderno que ha roto la armonía total de nuestro ser. Atenazada nuestra conciencia por sus preguntas, las ahogaba, las yugulaba, las arrojaba al inconsciente y de éste tornaban ha- cia afuera en forma de obsesiones patológicas o de neurocismos dilacerantes. Se superestimó la ciencia y, con ella, el alcance de nuestra facultad racional, usurpando nuestras valías espirituales; de la misma manera que se superestimó la teología en la Edad Media,


usurpando nuestras valĂ­as racionales y cientĂ­ficas. Hoy se pregunta a la ciencia por Dios, o se le niega; ayer se preguntĂł


a la Providencia por las leyes científicas, o se pretendía extraerlas de ella, que es como negar totalmente la ciencia. En los tiempos medioevales se escribieron tratados científicos fundados sobre la interpretación y autoridad de la Biblia. El hombre contemporáneo está pidiendo a gritos un nuevo reajustamiento, una nueva armonía, una nueva salud, que no pude encontrar sino superando sus anteriores desplazamientos: el de su razón, por un lado; el de su alma, por otro. Porque es un ser psíquicamente enfermo, las tensiones vitales en que vive reclaman polarizarse en una nueva síntesis armoniosa. IV. LA ESFERA DEL ARTE El arte, en su estricta característica, está fuera de la causalidad porque las realidades que crea son únicas y absolutas. El arte no es un recorte de la inteligencia sobre la irrupción fluyente de lo arbi- trario, no lo constituyen esquemas causales y fijos que articula el raciocinio del hombre. No es inferencia lógica, ni hipótesis expli- cativa y promisora de verdades. El arte, por sí mismo, es creación, es verdad y fluencia: está fuera de la causalidad porque el ser de la obra estética es viviente, imprevisible y se basta a sí mismo. Mientras la ciencia busca lo general sin haber logrado nunca cap- tarlo completamente porque no puede agotar la realidad en un esquema; el arte busca y crea lo único que lo capta siempre en su totalidad concreta porque es aquello que sólo se hace posible por el artista mismo que lo crea, si bien aprovechando los elementos que le ofrecen la realidad humana y la naturaleza. Y lo que se dice del arte puede decirse también de la religión y de la fe, que no son contrarias a la ciencia sino distintas. Mientras la ciencia es impotente para crear un mundo racional completo; el arte, la religión y la fe son, por si mismos, autónomos. Mientras la ciencia, moviéndose siempre dentro de la naturaleza cósmica, es esclava, en gran medida, de lo repentino y lo arbitrario, a pesar de la lógica y de la causalidad, válidas siempre dentro de un sector pequeño; el arte, la religión y la fe crean


mundos vivientes que estĂĄn fuera de las leyes causales, por consiguiente, tambiĂŠn, fuera


de lo fortuito, del azar o de lo caprichoso. Son mundos a través de los cuales podemos percibir directamente la realidad profunda del Espíritu, fuente inagotable de conocimientos y valores absolutos. El conocer de la ciencia es un conocer provisorio, válido mientras la actividad cotidiana y práctica concuerde con sus generalizacio- nes lógicas, mientras la parcela del mundo sobre el que operamos se inserte dentro de nuestros conceptos. Pero, cuando el hombre se aboca a lo repentino, -que es la lonja nueva de la realidad que se incorpora a su experiencia,- tiene que variar el cuadro de sus leyes causales y construir otros esquemas generalizadores que le permitan operar con cierta certeza y seguridad sobre el aconte- cer cósmico que en las nuevas circunstancias reclama su acción y su pensamiento. Nuestro saber científico será, pues, según el modo con que reclamemos a la realidad, según el foco de luz que nuestra atención proyecte sobre el mundo. Sólo será visible para nuestro conocimiento – que tomará la forma que esa experiencia le imprima- la pequeña zona que iluminamos, desgajándolo del todo, deformándola en cierta manera , mientras el resto –que es el inmenso predio de lo desconocido- permanecerá sumido en la penumbra o en la más densa oscuridad. Cada pueblo y cada cultura tienen sus proyectores peculiares, que no sólo alumbran distintas realidades, sino que también tiñen o coloran las realidades conocidas con luces distintas. La inteligen- cia humana no es un instrumento monocular y fijo, sino una ca- beza de innumerables pupilas, que abren y pliegan los párpados para dejar entrar en sus retinas sólo las experiencias que necesita en su actividad práctica y cotidiana. Así se explica que la física, la matemática, la biología sean diferentes según los supuestos ex- perimentales de la cultura o pueblo en que se desarrollan; ora el griego, ora el chino, ora el árabe, ora el europeo. En gran medida, nuestra ciencia y nuestra experiencia están pre- determinadas por las exigencias de nuestro conocimiento racional, por el sentido y la capacidad de nuestras


generalizaciones, es de- cir, por las coordenadas de nuestra existencia en su lado operante y externo. En otras palabras, no podemos tener otra experiencia


que aquella para la que estamos adaptados en una circunstancia dada de nuestra actuación. Por el contrario, el arte, la religión y la fe no tienen nada de presupuesto, no operan sobre planos fijos, que han sido tajados o deli- mitados sobre la influencia móvil del acontecer, sobre la duración real, que decía Bergson: desde su mirador, ellos constituyen el Todo; desde las ventanas de luz que abren, el hombre se asoma al infinito, a la fluencia misma de lo absoluto. La ciencia siempre será contingente porque opera sobre lo contin- gente, que no puede agotar jamás la realidad desde el concepto o desde la teoría. Con trozos o recortes abstractos es imposible re- construir el todo vivo y fluyente, que siempre está deviniendo con una multicoloración volátil e imprevisible. Es verdad, que el arte y la religión también, se tiñen con la sensibilidad y, por decirlo así, con el cromatismo peculiar de las culturas y de las razas, pero es una coloración que deja entera la fluencia, que no sacrifica la movilidad de la vida por la fijeza de los conceptos; que no distor- siona la integridad del ser y del existir cercenándolos en parcelas separadas. La ciencia para avanzar tiene que construir tabiques que delimitan el campo de su experiencia. Así la Anatomía tiene que seccionar los tejidos para escudriñarlos y la Astronomía di- vide el espacio en campos estelares para clasificar y estudiar las estrellas. El arte opera de distinta manera; atraviesa los tabiques que la razón construye, los ilumina y los hace transparentes para sorprender a la vida en su fluencia creadora, para constatar su presencia que siempre está adviniendo dentro de una melodía en- tera. El arte conoce por simpatía y cómo introduciéndose en el sentido interno de las cosas, a la manera como el amante conoce el amor de la amada penetrando en su alma, consubstanciándose con ella. V. EL PUNTO DE CONCORDANCIA Empero, ciencia y arte, raciocinio e intuición, acción práctica y contemplación desinteresada son nada más que formas e instrumentos por los cuales y a través de los cuales nuestra vida total alcanza o puede alcanzar su expresión última. Toda ciencia presu-


pone un arte y todo arte presupone una ciencia. En el fondo de toda vocación científica hay algo que no puede enseñarse o aprenderse, algo que reside en la visión y en la inspiración interna, un aletazo de intuición que dirige la actividad concreta del investigador, que le da sentido a su experiencia, que orienta su raciocinio, que le imprime un ritmo y una melodía vitales, que le abre una ventana a la irrupción del infinito; que crea su fe y sostiene su esfuerzo con la impregnación del espíritu. Puede afirmarse que sólo un in- vestigador que sea también, un grande artista es el único que está efectivamente capacitado para ser un verdadero sabio. De la obra de un Newton, de un Claudio Bernard, de un Einstein surge una inspiración que jamás pudo alcanzarse por puro ejercicio racional o por la mera actividad de la inteligencia discursiva. “Del juicio más agudo, dice un gran pensador, jamás puede brotar una nueva verdad”. La ciencia en sus aplicaciones concretas tiene que dejar a un lado la cadena causal de sus generalizaciones y ejercitar su percepción intuitiva. El médico cura, en verdad, no por su ciencia generalizada, sino por su “ojo clínico” que hace aplicable su saber al caso concreto y único. Después de su necesaria y esforzada ta- rea de generación científica, la medicina concluye en el apotegma de que no hay enfermedades sino enfermos. Y al “enfermo” llega el médico y comprende su caso individual, no tanto por el esquema lógico de su abstracción científica, cuanto por su capacidad intui- tiva de sim-patizar con el paciente, de lograr en sí mismo, por su penetrante imaginación creativa, el mismo padecer del enfermo. Y esta re-creación del mal patológico abraza no sólo la dimensión física sino, también las dimensiones psíquica y espiritual porque la enfermedad, además, de su visible y tangible raíz fisiológica, es una proyección de las otras dos, como ya lo reconoce la medicina moderna. Podrán perfeccionarse los instrumentos y los métodos diagnósticos hasta un grado sumo, pero, jamás estarán en condi- ciones de reemplazar a la intuición profesional, al arte con que el médico se encara ante el paciente y ante la enfermedad. Al gran cirujano no le hace su ciencia que todo el mundo puede aprender, sino el arte y


maestrĂ­a con que opera, que es un don personal que no puede aprender de nadie. Si la ciencia no fuera, tambiĂŠn, un


arte, bastaría que cualquier hombre de inteligencia mediana ingresara a la Universidad y se aplicara a sus estudios con ahínco para alcanzar las alturas del genio. De la misma suerte, todo arte presupone una ciencia. El escritor y el pensador necesitan apoderarse de sus medios de expresión: es- tudiar el lenguaje y los distintos matices del vocabulario, estudiar su gramática, las inflexiones de las palabras, saber las leyes del pensamiento, organizar su cerebro para que sea capaz de pensar con claridad, aprender la ciencia de su época para explicarse y dar un cuerpo de expresión racional a su pensamiento. El pintor ne- cesita saber los efectos químicos de los colores y su degradación en el tiempo, adquirir una técnica operatoria y ser capaz de dominar sus materiales. Y lo mismo puede decirse del escultor y del músico y, especialmente, de éste que para llegar a la expresión perfecta de su arte debe dominar la complicada ciencia del contrapunto y de la armonía, estudiar los efectos de los sonidos y las relaciones de los sonidos entre sí. Un arte no puede realizarse jamás sin una ciencia previa, cuya adquisición demanda muchas veces largos años de esfuerzo, de preparación y de estudios penosos. Por eso, ciencia y arte son dos formas de actividad vital, pero, que se completan y se integran en una unidad que es el hombre. No pueden existir y desarrollarse aisladamente sin cercenar o deformar la fluencia indivisible de la vida. Un mundo entregado a la pura ciencia, si fuera posible en absoluto, se convertiría en un mundo deshumanizado, incapaz de una obra concreta y viva porque sólo se movería dentro de fórmulas matemáticas o de esquemas geométricos, dentro de generalizaciones escuetas y frías. De idéntica suerte, un mundo abandonado al puro arte, no pasaría jamás de la esfera de las improvisaciones intuitivas y estaría a merced de las acometidas contingentes e inmisericordes de la naturaleza que pronto lo precipitarían en la destrucción y la muerte. El hombre para realizarse integralmente necesita de una cierta seguridad práctica, que se la da su conocimiento científico. Necesita, también simpatizar con las cosas,


introducirse, de cier- to modo, en el alma de ellas, poseerlas espiritualmente, como se


poseen y compenetran dos amantes, que se lo da su conocimiento intuitivo. Y la congruencia de estos dos conocimientos corresponden a dos fuerzas vitales y universales que actúan permanentemente en no- sotros. El desplazamiento de cualquiera de ellas fuera de su justo lugar y de su cabal ubicación dentro de la vida humana, engen- dra un estado patológico que arrastra incalculables y desastrosas consecuencias. Necesitamos que la báscula de nuestra vida torne a encontrar un nuevo equilibrio. El racionalismo de nuestra edad nos ha precipitado en un malestar angustioso, arrojando al des- ván del inconsciente las fuerzas creadoras de nuestra alma. Nece- sitamos simpatizar otra vez con el mundo; hacer surgir del fondo profundo de nuestro ser la euforia y el éxtasis del amante. Para América, de modo especial, se plantea esta tarea grandiosa en la época contemporánea. Se puede afirmar, sin temor de caer en un mesianismo ingenuo, que el mundo espera encontrar su salud con ella y a través de ella. El mundo viejo se precipita cada vez más dentro de una caserna guerrera, deshumanizada y erupti- va que está siempre pronto a estallar. ¿Estaremos los americanos a la altura de esta misión humana, que es también la altura en que debemos encontrar la razón y la realización más profundas de nuestro ser histórico? En los hombres y en los pueblos, por una congruencia maravillosa, su vocación esencial de servicio huma- no coincide siempre con las raíces más profundas de su ser y de su vida mismos. No parece sino que del seno más hondo de la vida emerge este mandato: NO PODRÁS SER SIN SERVIR, NO PODRÁS REALIZARTE Y VIVIR TU VIDA PLENA SINO ENTREGÁNDOTE EN HOLOCAUSTO AL MUNDO. Y la salud espiritual –y aún la salud física, si se la mira en su significación más honda de poseer para dar- es sacrificio. “Pierde tu vida, dice Jesucristo, y la ganarás”. (Hacia un humanismo americano, en Obras completas, 1995: I, 99-108).


ANÉCTODA

EL FILÓSOFO SE QUEDA SIN RENOVAR SU CALZADO

La generosidad y el espíritu fraterno que animaba a Antenor eran en esa época maravillosos, no obstante que su situación era muy estrecha. Por una suma modestísima tomó en alquiler una ca- sita de campo en el pueblo de Mansiche. Todas las mañanas hacía el viaje a pie hasta Trujillo, más o menos tres cuartos de hora a buen paso por sendas polvorientas y en muchas ocasiones anega- das y fangosas, para atender a su trabajo. Regresaba al mediodía a almorzar. Su hermano [sobrino] el “chino” [Julio] Gálvez [Orrego] le tenía preparado el almuerzo. El chino se ingeniaba en preparar variados potajes con verduras y la caza de aves que obtenía por medio de trampas que situaba en diversos lugares. Experto en sal- sas y condimentos daba de comer todo lo que caía. Sus amigos casi siempre le acompañábamos, llevando algunos comestibles, pan, bebidas, frutas, conservas, etc. Generalmente eran los sábados los más concurridos al “Predio”. Se pasaba la noche alegre entre vaive- nes de una charla grata y emotiva. Este diario trajín de Antenor repercutía especialmente en su cal- zado que rápidamente se deterioraba. El chino Gálvez que no tenía calzado (usaba zapatillas), heredaba los maltrechos que dejaba de usar Antenor. Y cuando tenía urgencia de ir a Trujillo éste le pres- taba los suyos. Un fin de mes, habiendo recibido Antenor su sueldo, fijó una cantidad para comprarse calzado y con esta idea salió de la redacción de La Reforma y se encaminaba por el jirón Progreso en busca de una zapatería, cuando se le acercó un amigo que después de los saludos de cajón, empezó a pintarle su situación de lo más aflictiva con la mujer enferma, un hijo en el hospital y sin un solo centavo, no sólo para comprar recetas sino para enviar a la plaza. Antenor conmovido y sin el menor titubeo, sacando su cartera


donde calen- titos aĂşn estaban los billetes de su sueldo le entregĂł parte de ellos.


De esta manera Antenor tuvo que continuar por muchos días más con su calzado deformado y con las suelas comidas y el chino Gálvez sin herencia. (Espejo, 1989: 73).

ACTIVIDADES 1. Elaborar, en orden alfabético, un vocabulario de las palabras nuevas. 2. ¿Cómo deben ser las respuestas de América en el campo de la cultura? 3. ¿Cuál es el objeto de la filosofía? ¿Cuáles son sus elementos? Explicarlos. 4. ¿Cuál es la relación entre estética y conocimiento? 5. ¿Cómo se presenta la estética frente a los cánones? 6. ¿Qué poder de expresión posee el artista? 7. ¿Por qué el hombre es un ser estético? 8. ¿Por qué la verdad, la lógica, la estética y la ética no son úni- cas”? 9. ¿Cuál es la máxima enunciación de la ética y de la estética? 10. ¿Qué opina Ud. sobre el comportamiento de Orrego ciudadano en relación con la ética?

como

11. Seleccionar, por lo menos, cinco pensamientos del texto “Pe- cado y santidad” e interpretarlos. 12. ¿Qué problemas afronta el mundo contemporáneo?


13. ¿Por qué el hombre de América está psíquicamente enfermo? 14. ¿Cómo debemos promover nuestra salud? 15. ¿Cómo es el verdadero sabio? 16. ¿Qué no se le debe preguntar a la ciencia? ¿Por qué? 17. ¿Cuáles son las diferencias entre ciencia y arte? ¿Cuál es la dimensión en la que concuerdan? 18. Ejemplificar los nexos entre ciencia y arte en lo atinente a su carrera profesional. 19. Escribir un breve comentario sobre la anécdota.


CAPÍTULO IV

INTEGRACIONISMO LATINOAMERICAN O

Los pueblos latinoamericanos no llegarán al encuentro profundo de sí mismos sino a través de una grande y poderosa unidad en que reside la plenitud de su futuro. Hacia allí nos impulsa, también, como a los otros pueblos, el imperativo dialéctico de la historia. Antenor Orrego


Elmer Robles Ortiz

1. AMÉRICA LATINA A la América que fuera colonia de España se le ha dado diversos nombres: Indias, Nuevo Mundo, América del Sur o América Meridional, América Española o Hispanoamérica, Iberoamérica, también Eurindia e Indoamérica. Pero el más difundido es América Latina. Indias fue, durante siglos, la denominación oficial utilizada por España. Resultó del equívoco de Cristóbal Colón cuando anunció haber arribado a la India en 1492, sin imaginar la existencia de nuestro continente, ignorado entonces por Europa. De allí también el nombre de Nuevo Mundo porque Europa se consideraba el Viejo Mundo; de este modo, nuevo sería para los recién llegados, pero antiguo para quienes lo habitaban. América del Sur o América Meridional hace referencia a la posición geográfica en este hemisferio. América Española o Hispanoamérica alude a España; Iberoamérica, a dicho país y a Portugal. Se trata de nombres incorrectos porque preconizan la prevalencia de ambos países así como, de los elementos raciales y culturales hispano-lusitanos, y excluyen, por lo tanto, a Haití que habla francés y cuya población es mayoritariamente afrodescendiente, elimina igualmente a los pueblos angloparlantes de nuestra región. Dichos vocablos y sus derivados, hispanoamericano, hispanoamerica- nismo, iberoamericano e iberoamericanismo, aplicados en relación con nuestros países, corresponden a la época colonial, tienen un sig- nificado anacrónico, implican un desconocimiento de las culturas autóctonas así como el aporte posterior a la dominación ibérica. Son criterios reduccionistas y portadores de colonialismo mental que aún afecta a la patria continental, fenómeno que la educación está llamada a combatir. Eurindia fue una propuesta del escritor y educador argentino Ricardo Rojas; fusiona el nombre de Europa con el de Indias. No tuvo éxito.

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El nombre de Indoamérica incluye todos los aportes raciales y culturales, aborígenes y foráneos o resultantes de la fusión de ambos; penetra en la trayectoria total de nuestros pueblos. Recoge los nombres de Indias y América, usados por error para designar al continente en tiempos de la dominación, pues, en este como en otros casos, somos el continente de las equivocaciones históricas. La sustentación de este nombre no olvida el vocablo Indias, usado durante tres siglos y cuyos derivados –indio, indígena, indigenista, indigenismo- siguen vigentes y se han extendido por todo el mundo con la significación de oriundo o aborigen; tampoco omite el sustantivo América, designación geográfica convencional de todo el continente, ampliamente conocida, que el lenguaje político inter- nacional la reduce, generalmente, a un país en cuyo nombre se en- cuentra esa palabra (Estados Unidos de América) y, de este modo, el gentilicio americano, es aplicado limitadamente a los ciudadanos de esa nación. Por cierto, somos el continente de grandes equivo- caciones históricas respecto al nombre, al hombre y a sus obras. Hasta ahora, muchas veces el mundo desarrollado ve la imagen de nuestra patria grande en forma distorsionada y falsa. Y en no pocas ocasiones, los propios hijos de estas tierras fomentan tal hecho y acentúan el problema de nuestra identidad. La designación de In- doamérica responde a lo que en verdad somos, implica pertenencia a una realidad, no es excluyente, sino integradora. Este término surgió en México por los años de la revolución social iniciada en 1910. Y fue utilizado por diversos personajes notables de toda la región, como un nombre amplio y más ajustado a la realidad. Uno de sus principales defensores fue Víctor Raúl Haya de la Torre. La fase genética de América Latina como idea, nombre y grupo de pueblos distintos a la América Sajona, se registra entre las décadas de 1830 y 1850. Es por aquellos años cuando aparece la idea de latinidad aplicada a la América del Sur, en escritores franceses que comienzan a diferenciar en nuestro continente las dos grandes porciones determinadas por las etnias sajona y latina, que desde


allende los mares trasplantaron sus instituciones y modos de vida a nuestras latitudes. La idea es recogida luego por intelectuales de esta parte del mundo residentes en Europa. Se piensa entonces en una América “latina” (con ele minúscula), se la adjetiva así, surge la idea, pero no el nombre de “América Latina” (con ele mayúscula). El francés Michel Chevalier (1806-1879), en la introducción de su libro “Cartas sobre la América del Norte”, publicada en 1836, usa por primera vez el adjetivo “latina” para la América Meridional. Allí está la idea de una América latina, no la denominación. Y el primer hijo de nuestra América que utiliza ese calificativo, en 1856, es el colombiano José María Torres Caicedo (1830-1889), periodista, diplomático, político y escritor, radicado en París. Al finalizar la década del 50 del siglo XIX, reconocida ya la exis- tencia de una América latina, se pasa a la denominación de América Latina para la sección del continente de habla española, portuguesa y francesa. A la adjetivación le sigue la sustantivación. Y fue el mis- mo Torres Caicedo quien convierte el adjetivo en sustantivo com- puesto a partir de 1858 en un artículo de “El Correo de Ultramar”, periódico en español editado en París. Aunque realizado en Europa, el bautismo de América Latina es obra de los propios hijos de esta tierra, no de europeos. De modo paulatino, el nombre se extiende hasta su universalización, ya en el siglo XX. Paralelamente a su génesis, y también en el propio Torres Caicedo, el nuevo nombre está asociado al anhelo de unidad de los países latinoamericanos. En diversos momentos él se refiere al unionismo como un medio de defensa frente a la hegemonía de los más fuertes. Así, el nombre también tiene sentido doctrinario. Diversos textos y hechos lo evidencian. En 1861 propone unas “Ba- ses para la formación de una Liga Latino-Americana”. Y en 1865 publica su libro “Unión Latino-Americana”. En sus obras reconoce la fortaleza de América del Norte en su unidad; la debilidad de América Latina en su división. Propone la reunión de una dieta latinoamericana (parlamento); la ciudadanía


continental; un tribu- nal supremo multinacional; un ejĂŠrcito para la defensa comĂşn; la


adopción de los mismos códigos, pesas y medidas; moneda única. Igualmente plantea un sistema uniforme de enseñanza con obligatoriedad y gratuidad de la educación primaria. No solo piensa en la integración política, sino también, aunque de modo embrionario, casi instintivo, en la integración económica y educativa. Otro caso es Francisco Bilbao (1823-1865), escritor y político chileno, también radicado en Francia, autor de obras en que expone sus ideas unionistas: “La América en peligro”, “El evangelio americano”, y sobre todo “Iniciativa de la América. Idea de un congreso federal de las repúblicas”. Él sostiene la necesidad de mantener la libertad y lograr la unión en previsión de las acechanzas foráneas. Llama a unificar el alma, el pensamiento, el corazón y la voluntad de América. Es partidario de la confederación de las repúblicas del sur, la ciudadanía americana, un tribunal internacional y la abolición de las aduanas. Bilbao usa la expresión América latina en su forma adjetiva. Y como otros autores de entonces, designa América del Sur a nuestra región, en contraposición a la América del Norte. Por los mismos años, el francés Benjamín Poucel (1807-1872), ganadero afincado en Uruguay, de regreso a su país escribe sobre temas políticos y económicos, y también acude a la idea de latinidad e invoca a Europa, en especial a Francia, el apoyo para América del Sur, a efecto de que la “raza latina” conserve aquí su posesión so- berana, frente a las fuerzas expansionistas. En 1854, aparece el libro suyo intitulado “Cartas críticas. Estudio histórico de las razas latina y anglo-sajona. Necesidad de una educación nacional en la Améri- ca del Sud”, en el cual resaltamos dos ideas: una, raza identificada o asociada con etnia y el concepto de latinidad; y la obra, educación nacional, es decir, con características peculiares, pero no de un país específico, sino de todo un conjunto de pueblos, enlazada con la etnicidad, que los identifica con un tronco cultural común. El nombre más difundido, América Latina, y con él sus derivados latinoamericano y latinoamericanismo, aluden a la cultura


de origen latino, a la lengua espaĂąola y portuguesa, reconoce la influencia renacentista y toma en cuenta el aporte de la RevoluciĂłn francesa


en la emancipación de nuestros países y en su conformación republicana. Estos vocablos incorporan a Haití. Cronológicamente corresponden al siglo XIX. Dentro de esta región se incluye a todos los países que se extien- den desde el río Bravo (entre México y Estados Unidos) hasta el sur del continente. En el origen y difusión del nombre de América Latina, siempre se vio al Caribe como parte de ella, no aparte, como sucede en los últimos tiempos en las reuniones internacionales. A esta porción del continente, Orrego la denomina indistintamente Indoamérica y América Latina. También usa la expresión “nuestra América” para referirse a ella. En verdad, en el ideario orreguiano, el centro de su pensamiento americanista es América Latina. Vale decir, su americanismo es propiamente latino o indoa- mericanismo. A la otra América, a la del norte, representada por Estados Unidos, la llama América Sajona. Y porque Europa se es- tableció allí sin resistencia cultural –a diferencia de lo ocurrido al sur, en la América Latina- afirma que esa América es un equívoco de América, Estados Unidos es un equívoco de la americanidad, un pleonasmo de Europa. Sin embargo, allí también está naciendo –como en el sur- un hombre nuevo, un pueblo del porvenir, yuxta- puesto a la América europea o sajona. Con su pensamiento puesto es nuestras tierras, con una filosofía de la identidad, escribe el Amauta: “Toda cultura, para ser ella misma, precisa entrañarse en sus ingénitas raíces vitales. Un pueblo o una raza no llega a ser órgano de expresión histórico, mientras no penetra, con ojo buido, en la intimidad secreta de su propio ser. Intimidad que, por serlo, no puede prestarse a otro y que es inalienable en absoluto”. No obstante que el conocimiento es con- sustancial a la existencia y al ser, el hombre americano, no se ha conocido a sí mismo, ha ignorado este principio ontológico. Agrega Orrego: “América –lo repetimos- ha vivido extravertida, recogien- do la resonancia periférica del Viejo Mundo, como el 200  CÁTEDRA ANTENOR ORREGO


infante que convierte en modelo a su padre. Nuestros pueblos han convertido en mueca los estilos ajenos, que buscaban un mercado de ideas y

CĂ TEDRA ANTENOR ORREGO

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una proyección narcisista en ultramar, que se convertían por ello en mero reflejo, en deformación grotesca. De allí que América haya sido una vacua gesticulación, a la manera como el eco de una voz es la gesticulación cadavérica e hiperbolizada de la palabra viva”. (1995: I, 153).

POR LA INTEGRACIÓN DE AMÉRICA LATINA

Entonces, América debe ir hacia su americanización, ser ella misma, no la copia de realidades ajenas, terminar con el espíritu extranjerizante, con el plagio y el mimo extraños a nuestro ser. Dejemos que lo diga nuestro autor: “Y esto es la americanización, el hecho inaudito que significa en la vida de un pueblo que éste llegue a discernirse a sí mismo, que alcance el fondo de su ser logrando la expresión de su alma, que salga de la “caverna” [alude a la caverna de Platón] –donde no percibe sino sombras-, a plena luz del Sol. Y esto no puede ser si no discierne entre las sombras y su ser esencial,


entre los ecos y su voz viva; si no distingue entre los espectros de los otros y su inalienable intimidad”. (Orrego, 1995: I, 154). De este pensamiento de Orrego, se desprende lógicamente, la necesidad de educar para la toma de conciencia de la americanización. Sólo mediante este proceso formativo, el pueblo será él y no otro, podrá penetrar en sus raíces vitales, en la entraña de su ser, llegar a distinguir la ficción de la realidad, señalar sus diferencias respecto a los demás, expresarse con sentido original, exteriorizar su identidad. Y como nuestro país es parte de América, la americanización lo incluye; así, en términos específicos se dirá que en el pensamiento orreguiano está presente la peruanización del Perú.

2. INTEGRACIÓN POLÍTICA El Amauta Antenor Orrego encuentra un sentimiento de unidad en estado germinativo desde los inicios de la conquista o invasión del continente, como una reacción al dominio impuesto desde el otro lado del mar. Es más, sostiene que dicho sentimiento ya existía en la conciencia americana anterior a la llegada de los europeos. El choque de Europa con las antiguas culturas del continente produ- jo la disgregación durante la colonia. La independencia recogió el mensaje de unidad, pero fue un intento fallido; sus formas políticas y jurídicas, trasplantadas de la Europa liberal, no fueron digeridas en estas tierras. Producida la victoria independentista, nuestros países perdieron la primera oportunidad de su unificación, caye- ron en la dislocación, traicionaron su intrahistoria, “desmenuzán- dose en pequeñas republiquitas independientes que reprodujeron, con algunas variantes más fraccionadas todavía, en algunos casos las demarcaciones administrativas y burocráticas que trazó la inepcia de la monarquía madrileña”. (Orrego, 1995: II, 23). Imitaron el paradigma político de Europa. Como allá había múltiples Estados, acá sería igual. Efectivamente, según su análisis, durante la edad media habían surgido en Europa culturas y gobiernos localistas. Ellos estuvieron 202

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ausentes de todo sentido de universalidad. El señor feudal poseía en forma absoluta los signos e instrumentos del dominio; en él residía el poder concreto, el poder de facto. La monarquía era una entidad abstracta en lo moral y jurídico; el soberano era, de igual modo, abstracto y débil en los aspectos políticos y militares. Este localismo constituyó, históricamente, una etapa ineludible y lógica del proceso de la cultura europea. La parroquia, la provincia o la comarca, es decir, la localidad, fue la célula política y cultural. La restricción de espacio físico tuvo su correlato lógico en la restricción del espíritu. Pero este espíritu medieval tuvo unidad y cumplió rol trascendente en la constitución del mundo contemporáneo. Una unidad de mayor amplitud sucedió a la unidad celular parroquial. Quedó atrás la monarquía abstracta y advino la monarquía concreta y el nacionalismo. Recién, entonces, en el soberano reside el poder de facto, el poder concreto en la realidad política, económica y militar. Pero el clima del feudalismo se prolongó hasta la Revolución francesa, pese a la conformación de las nacionalidades europeas en siglos anteriores. El espíritu feudal impregnó a la monarquía absolutista, de manera que dicho espíritu recién terminó en 1789. La aseveración “El Estado soy yo” de Luis XIV es reemplazada por el Estado es la Nación. Y aunque con resabio parro- quial, aparece el nacionalismo europeo. Desde fines del siglo XVIII, la cultura occidental adquiere sentido nacionalista, sin abandonar su limitación localista, cuya prolongación, con pequeñas amplia- ciones de sus fronteras, alcanzó el siglo XX. La parroquia medieval ha sido el gran obstáculo de la unidad política y económica de Europa, cuyo nacionalismo restrictivo condujo al mundo a grandes guerras. La beligerancia vivida por Europa ha obedecido a la tensión entre las fuerzas desgarradoras del pasado y las fuerzas dinámicas del porvenir, entre el patriotismo parroquial o nacionalista y el patrio- tismo unionista o paneuropeo. Después de la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, los nacionalismos disgregantes han sido superados. Y aunque Orrego otea la tendencia paneuropea, formula la siguiente pregunta:


“¿Serán capaces los pueblos europeos de abandonar la anárquica atomización política, jurídica y económica que los divide y respon- der al dramático y clamante llamado de la historia contemporá- nea, constituyéndose en el Estado-Continente de la Unión Europea?”. (Orrego, 1995: II, 156). Por cierto, con el nombre de Unión Europea, avizorado por nuestro compatriota, dichos pueblos han sido capa- ces en los tiempos actuales de acabar con su dispersión e iniciar su integración en un súper Estado. Este intelectual hace un estudio analítico del localismo y nacionalismo de Europa y América. Allá, a pocos kilómetros de distancia, se encuentran diferencias en las formas de gobierno, la lengua, la religión, las costumbres, la raza y el espíritu. Aquí, desde hace si- glos, el escenario está listo para encontrar el vehículo de unidad; así lo indican: a) el cruce de las distintas razas en su casi finales etapas de compenetración biológica; b) una lengua común, con excepción de algunas pequeñas áreas del Caribe, ya que el portugués del Bra- sil por ser una lengua gemela del castellano no constituye una barrera insalvable para la comunicación; c) una misma creencia religiosa, el cristianismo; d) una identidad en la historia y en la misión cultu- ral; e) una economía y una producción de fácil complementación y coordinación en un cuerpo solidario; f) un nuevo y profundo senti- miento común y una concepción integral ante la vida, y g) la defen- sa frente a los peligros de la dominación imperialista. En su argumentación, destaca que México y Buenos Aires, separadas por una gran distancia física, presentan una distancia psicológica menor que la existente entre París, Berlín o Londres, cuya separación en kilómetros es inferior al caso de las ciudades anterio- res. Igualmente, la extensión histórica, política y etnológica es más grande entre las ciudades europeas nombradas que entre el río Bra- vo y el cabo de Hornos. Para precisar su estudio del nacionalismo y patriotismo, compara América con Europa.


Dr. Antenor Orrego


PUEBLO, ESTADO Y NACIONALISMO EN EUROPA

EN AMÉRICA LATINA

La frontera es, hasta cierto punto, natural, porque es la resultante de una realidad orgánica y biológica.

La frontera es la expresión de un simple convencionalismo jurídico, una delimitación caprichosa; no obedece a las conveniencias y necesidades políticas, es ajena a las realidades espirituales y económicas de los Estados.

Los pueblos originan y construyen los Estados. Pueblo y Estado son casi sinónimos, hacen referencia a las mismas realidades, éste es la expresión política y jurídica de la realidad económica, física y anímica de aquél. El Estado fue una fuerza unificadora y constructiva; ejemplo, la monarquía francesa hizo de la dispersión y rivalidad de feudos un ente político y vigoroso. El nacionalismo parroquial tiene que vencer grandes obstáculos naturales, históricos y biológicos para superarse y hacerse patriotismo paneuropeo. En cierto sentido, el nacionalismo restrictivo deviene de un sistema orgánico de coordenadas históricas, raciales, económicas y geográficas. En un momento, el nacionalismo fronterizo cumplió una gran misión histórica; sus raíces están sumergidas en la savia biológica de su crecimiento. La nación, como antes el feudo, fue una realidad educadora y constructora; un estadio necesario en el proceso cultural.

El pueblo es una gran unidad; los Estados son meras circunscripciones artificiales. Pueblo y Estado tienen un sentido diferente, a veces, antagónico; una simple delimitación que no designa una parte sustancial de la realidad.

El Estado es una fuerza atomizadora y disgregante.

El nacionalismo lugareño, el patriotismo restrictivo de cada Estado, no tiene ningún obstáculo natural, tradicional o atávico para elevarse a un nivel superior. El nacionalismo restrictivo es el engendro del caos, del mundo inferior y abisal, de fuerzas ciegas y negativas, de carencia de un gran estilo político constructor y consciente de los supremos objetivos continentales. El nacionalismo parroquial es extranjero, ilógico y antinatural, una redundancia, por ende, un retroceso histórico, un paso regresivo; es el residuo impuesto por el calco irracional y servil de la vida europea.

Fuente: Pueblo-Continente, en Obras completas, 1995: I: 164-165. Elaboración: ERO.


Afirma que las diferencias entre los pueblos latinoamericanos, por ser pequeñas y tenues, no logran perfilar individualidades aisladas como en Europa. “De norte a sur –escribe- los hombres tienen el mismo pulso y la misma acentuación vitales. Constituyen, en realidad, un solo pueblo unitario de carácter típico, específico, general y ecuménico”. (Orrego, 1995: I, 164). Vale decir, el hombre de esta región del mundo, a diferencia del hombre de otros espacios, tiene un mismo patrón general de vida, una misma pulsación cósmica, un mismo destino histórico. En América Latina, si bien existen múltiples manifestaciones de su realidad, ella encierra un profundo sentido de unidad. Tal multiplicidad no implica disparidad o desconexión en sentido absoluto; la realidad exhibe concatenación de fuerzas sociales, políticas, económicas y culturales que perfilan un conjunto coherente. Orrego anuncia una de sus conclusiones así: “Somos, pues, los indoamericanos el primer PUEBLO-CONTINENTE de la historia y nuestro patriotismo y nacionalismo tienen que ser un patriotismo y un nacionalismo continentales. Todo nos impulsa, visiblemente, hasta para los ojos menos zahoríes, a constituir una cultura más universal que la europea”. (Orrego, 1995: I, 165). En su pensamiento, une el concepto geográfico “continente” a su contenido humano o concepto antropológico, sociológico y político “pueblo” que en América Latina lo encuentra con sentido coherente e inconfundible. El concepto resultante, “pueblo-continente”, indica que desde el río Bravo hasta el cabo de Hornos el pueblo es uno solo como se advierte de su contextura general, del sentido interno y profundo de su vida, el carácter unitario y ecuménico del alma colectiva, la compulsión dialéctica de su historia, sus grandes intereses políticos y económicos. Por la concurrencia de todas las progenies, por haber dado albergue a gente de todo el planeta, Lati- noamérica, continente-multitud, ha originado a partir de la multitud un gran pueblo, un pan-pueblo, un pan-mundo, un pan-universo. “El pueblo indoamericano –anota- es la agrupación humana en grande escala más homogénea que existe hoy en el globo, salvo Estados


Unidos […] y, a medida que transcurra el tiempo, lo será más aún porque el proceso de su fusión se encuentra en sus últimos estadios de compenetración biológica”. (Orrego, 1995: II, 258. Su análisis del proceso dialéctico del patriotismo europeo y lati- noamericano, distingue tres dimensiones o niveles, que se desarro- llan o expanden en forma de espiral desde la célula política parro- quial o local hasta el ámbito continental. 1. Patriotismo parroquial: Pequeña dimensión, feudo medieval europeo, unidad celular de la parroquia, provincia o localidad; prototipo, el de Juan sin Tierra (en Inglaterra). 2. Patriotismo nacionalista: Mediana dimensión, unidad de la nación, el Estado es la nación; prototipo, el de Georges Clemenceau (en Francia). 3. Patriotismo continental: Gran dimensión, patriotismo contemporáneo, unidad del pueblo-continente; prototipo, el patriotismo latinoamericano y la tendencia del patriotismo paneuropeo. Según su estudio, América Latina por impulso dialéctico va hacia su unificación, lo cual constituye un trance decisivo y vital, que la pone frente a la alternativa hamletiana del to be or not to be expresada así: “Anquilosamiento, regresión y muerte o ascensión biológica, vigencia histórica y continuación progresiva”. Sin embargo, multiplicidad de factores –como los ya anotados- la llevan a la solidaridad, la mancomunidad y la unión, y en esa ruta nos encaminamos. “Pero no a una solidaridad romántica y discursiva [...] sino a la constitución de un vasto organismo concreto y tangible, de un organismo que rija, en carne de realidad política, económica y cultural, nuestros destinos superiores”. (Orrego, 1995: I, 167). Y pronostica que los organismos nacionales están destinados, por una imperativa fuerza dialéctica, por la energía inherente a su crecimiento, a dis- currir en vastas agrupaciones continentales. Esos grandes organis- mos unitarios, concretos y tangibles tienen


su expresiรณn actual en: Asociaciรณn Integraciรณn, Comunidad Andina,

Latinoamericana

de


Mercado Común del Sur, Sistema de Integración Centroamericana, Comunidad del Caribe, Unión de Naciones Suramericanas, Conve- nio Andrés Bello y otros más. PROCESO DIALÉCTICO DEL PATRIOTISMO EUROPEO Y LATINOAMERICANO

Elaboración: ERO.

En forma de ratificación y ampliación de la alternativa transcrita líneas arriba, afirma: “En suma, podemos formular, esquemáticamente, la trayectoria futura de América Latina: nacionalismo lugareño, regresivo, antidialéctico; nacionalismo atómico y parroquial a la europea, impregnado de la pugnacidad disgregante de la Edad Media.


O nacionalismo continental, unitario, congruente, constructivo y de una más amplia pulsación cultural y humana”. (Orrego, 1995: I, 167). Según la lógica del pensamiento orreguiano, América Latina, izará las banderas del nacionalismo continental cuya concreción estará dada por los organismos de integración, con lo cual se resuelve la disyuntiva planteada. Los nacionalismos restrictivos de Europa pu- dieron afectar la conformación de Estados Unidos, disgregándolo, pero se impuso la coordinación federal, la vasta unidad económica, política, cultural y social, que es la primera agrupación continental históricamente exitosa. Los pueblos indoamericanos, por su par- te, perfilan otra agrupación continental, que surgirá en un proceso de rebosante integración universal. En América existen, pues, dos pueblos-continente, Estados Unidos, políticamente ya expresado en un estadocontinente, y el que se ubica al sur y está esperando su remate final político, jurídico y cultural en otra gran unidad, el EstadoContinente de Indoamérica. Orrego es el creador del concepto pueblo-continente, usado ahora por distintos autores, aunque no siempre citen su origen. Tal el caso de Felipe Herrera cuando se ocupa de la vigencia de los pueblos-conti- nente y escribe: “Estados Unidos, Rusia o China son prácticamente pueblos-continente, es decir el producto de la integración de vastas zonas geográficas en las que, sobre todo en los casos de Rusia y China, se aglutinan y engloban, como también en la India, varias y hasta muy diferentes naciones”. Amplía este concepto al caso de los árabes, países africanos e indostánicos así como a Indonesia. (Herrera, 1967: 22 y 23). El autor de “Pueblo-Continente” no agota su interpretación de las relaciones internacionales con la integración continental; avanza hacia el universalismo. Ciertamente, piensa que el mundo marcha hacia su unificación, por ende, le asigna a Indoamérica responsabi- lidad mundial de pensar, obrar y sentir en esa dirección. Avizoró que la humanidad camina hacia el mestizaje racial y cultural, a la integración de instituciones sociales, políticas, económicas y reli- giosas. El propio proceso


integracionista de nuestros pueblos debe tener ese norte, por eso habla del gran estado mundial indoamericano


del futuro. Ya en 1936 percibió que los sucesos importantes de cualquier parte del mundo repercutían inmediatamente en la conciencia de los seres humanos de toda la tierra. Escribió entonces: “Cada país vive en función del globo entero científica, artística, económica y políticamente”. “En rigor del término, no hay ya acontecimien- tos locales sino acontecimientos de una extensa proyección univer- sal. Cada hombre de hoy, cualquiera que sea su raza o su país, va siendo moldeado, en cierto modo, por el planeta entero”. (Orrego, 1995: I, 177). No podríamos decir que él hubiera anhelado el fenó- meno actual de la globalización económico-financiera, por injusto, incompatible con su pensamiento, pero sí pensó en una etapa de acercamiento y unificación del mundo, en términos positivos para toda la humanidad, no en el provecho de los menos y en perjuicio de los más. Vio al mundo en marcha hacia un todo más universal que en otras épocas; al hombre, también como un todo que vive en aquél conjunto mayor conectado a múltiples y nuevas incitaciones, a las que está obligado a responder plenamente con su ser: inteligencia, corazón, voluntad, su vida entera. El aislamiento pertenece al pasado, es anacrónico. Atentamente siguió el proceso internacional de los grandes bloques políticos o estados-continentes: Estados Unidos y Unión Soviética (posteriormente disuelta), así como de los países del occi- dente europeo que, a pesar de los obstáculos, marchaban hacia su unificación. Sostuvo que el proceso dialéctico de la historia avanza- ba más en América Latina, sin embargo Europa alcanzará antes la categoría de estado-continente, sin ser todavía pueblo-continente, es decir pronosticó la Unión Europea. En cambio, los latinoame- ricanos somos un pueblo-continente, desarticulado políticamente, llamado a convertirse en estadocontinente. Cuando Europa desplegaba grandes esfuerzos por su integración (1958), el escritor André Malraux, Ministro de Información de Francia se refirió a una nueva era abierta en el mundo con el naci-


miento de los estados-continentales. Nada mĂĄs ni nada menos que la idea orreguiana expuesta desde muchas dĂŠcadas anteriores.


Frente a la impotencia de los tribunales nacionales por defender los ahora llamados derechos humanos, abogó por la creación de la Corte Interamericana de Justicia con amplísima competencia en nues- tros países, independiente de los gobiernos; tribunal capaz de pro- teger los derechos fundamentales e inalienables del hombre; paso decisivo en la consolidación de la democracia, la misma que debe surgir de nuestro auténtico proceso histórico, democracia con justi- cia social y económica, y compatible con la integración.

3. INTEGRACIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL Según Orrego, América es síntesis de razas y culturas, el nudo o centro donde se han cruzado, confluido y conectado todas las sangres. América ha desempeñado la función de osario o pudridero de todas las progenies para convertirse en una macrocósmica entraña del porvenir. Aquí, primero, se ha producido la descomposición biológica del indio, del europeo, del africano y del asiático, con su vuelta al caos primordial, al humus original, y luego se fundieron en este gigantesco crisol telúrico. Valúa al mestizaje como el camino de los pueblos, mas no lo estima como un objetivo. El mestizo o criollo surgido en nuestro continente es sólo una forma transicio- nal, un puente hacia un nuevo hombre, no una forma biológica es- table. En el hombre individual se produce discontinuidad orgánica al morir y descomponerse, es decir, cuando se desintegra, lo cual no se da en los pueblos y razas. Ni en la naturaleza ni en la historia ocurren la muerte y desintegración absolutas; termina un ciclo pero sus formas de expresión encuentran un legatario y continuador en el provenir. En América, muere y se descompone el indio y el europeo para que aparezca una nueva estructuración orgánica y espiritual, el hombre americano. Si se considerase la pureza de sus razas, en América no tienen porvenir ni el indio, ni el europeo, ni el africano, ni el asiático; ellos son factores complementarios de una nueva conformación física y mental en proceso de afinación, en el cual no importa el color de la piel, sino el nuevo juego de fuerzas


que se estructuran en el continente como un todo unitario y que será el instrumento de una nueva expresión del espíritu universal.


“La ruta de la integración” llama el pensador a este proceso iniciado mediante la descomposición de razas que tornaron al limo amorfo, y continuará hasta la recomposición de sus fuerzas en un todo unitario, que producirán el nuevo tipo de hombre de América. Dice textualmente: “Este proceso de desintegración y descomposi- ción está en América, finalizando. Se encuentra en sus últimos es- tadios, y ha comenzado, también, el proceso correlativo de integra- ción, de recomposición, de síntesis”. (Orrego, 1995: I, 139). Pero esta integración no es solamente orgánica, sino también social y cultu- ral. A través de ella, el continente se aleja de su pasado autóctono y europeo, y construye su porvenir. Orrego encontró evidencias de este pronóstico en las juventudes latinoamericanas contestatarias que pugnaban creativamente por dar el fulgor de su expresión pro- pia; en estas nuevas generaciones vio realizarse la asimilación, la conjugación, la digestión telúrica y cósmica de las dos culturas que colisionaron aquí cuando se produjo el desgarrón histórico y la in- vasión por el mundo que vino con Cristóbal Colón. Esta digestión ha durado siglos, para hallar las vías adecuadas de transmitir su mensaje en un nuevo conjunto homogéneo y unitario. Los pueblos de todo el globo, arrastrados por fuerzas biológicas superiores, en obediencia a sus hondos designios de continuidad vital, se dieron cita en América, buscaron confluir en esta tierra para superarse e integrarse recíprocamente. Largo tiempo ha trascurrido desde que se inició esta caldera cósmica que está originando una nueva realidad humana en el mundo. Leamos sus palabras: “Desde hace cuatro siglos todas las razas están derritiéndose en la hoguera de América. Para ayer, necesaria fusión disgregativa; proceso de integramiento y de reconstitución, para mañana. El ojo miope y retrasado no ve sino el caos, la heterogeneidad momentánea y epidérmica, de la cual casi no puede hablarse sino en pretérito, puesto que ha comenzado el proceso de integración. El indio, el blanco, el asiático, el negro, todos han traído su aporte y se han podrido o están acabando de podrirse en esta inmensa


axila cรณsmica, para libertar sus respectivas superioridades integrantes


que harán el hombre americano, cumplido ya para el porvenir de la humanidad”. (Orrego, 1995: I, 149). Dice que no fue una casualidad que el indio peruano haya tenido el signo de la pacha-mama, la madre-tierra, fuente de vida y nutrición. Pero observa que en toda Latinoamérica, como en ninguna otra parte, el hombre se encuentra pegado a la tierra, por ello escribe: “Y el signo de la Pacha-Mama es, también, el signo del destino latinoamericano. Aquí el abrazo de todas las razas ha sido más apretado, más estremecido y más estrecho que en ninguna parte del planeta; aquí han venido todas las sangres a hundirse y abrirse en el limo fecundante de la tierra; a entremezclarse para curar la hemofilia del mundo y, aquí será, también donde la multitud, con poderosa fuerza de su gravitación, revierta la jerarquía hacia sus funciones conductoras y directoras; aquí volverá el árbol humano a nutrirse desde sus raíces hacia la copa, desde el nadir hasta el cenit”. (Orrego, 1995: I, 220). Nuestro filósofo usa el término integración en el sentido orgánico o racial, primero, y de allí se traslada al campo social y cultural; todo lo cual, en su pensamiento tiene correlato de carácter político y económico. A la integración de América Latina le antecede pues, paradójicamente, la desintegración producida en las entrañas del inmenso osario continental. En su libro PuebloContinente, Orrego -como antes José Vasconcelos- le da a la palabra integración el temprano significado que ha adquirido en las relaciones internacionales y de interdependencia del mundo de hoy. Y utiliza indistintamente los vocablos “integración” y “unificación” o “unidad”, con el mismo sentido. Los latinoamericanos –afirma- debemos elaborar una doctrina política y económica, de acuerdo con nuestras realidades y posibilidades, lejos de pensar en un mesianismo que nos conduciría al desastre, como tantas veces ha sucedido en nuestra historia.


Enton- ces, considera incuestionable la unificaciรณn de nuestros esfuerzos e


intereses económicos en un organismo que defienda e incremente nuestra producción. En tal sentido, las zonas de libre comercio serán caminos previos para estructurar la unificación en el mercado común latinoamericano, dentro de una futura unidad de mayor amplitud, política, jurídica, cultural. Estuvo al día de los pasos por el mercado común europeo, el parlamento europeo y demás procesos integracionistas de diversas áreas del planeta. Sostuvo que el mundo no puede subsistir fraccio- nado en pequeñas zonas aisladas, sino coordinando sus activida- des económicas, por eso, lograda la unidad económica de Europa, su unidad política y jurídica estará a la vista. Observó que en Asia y África, como entre los árabes, diversos países se afanaban por lograr la solidaridad de sus actividades productivas. Pensó que los pasos en América Latina, por ser todavía indecisos y vagos, la po- drían dejar rezagada, sin embargo, en ningún otro grupo de países vio más apremiante su unidad económica, con mayor razón ante el surgimiento de grandes bloques en otros espacios del orbe. Estuvo plenamente convencido de que el mundo ya no podía vivir, en lo sucesivo, circunscrito en pequeñas o grandes naciones cerradamente individuales: “La economía mundial se derrumba si no se constituyen y se coordinan los intereses y las necesidades de zonas extensas en unidades económicas poderosas. El autarquismo, que fue preconizado por los regímenes totalitarios, no solamente es un mito anticientífico, sino una falacia criminal que llevaría a los pueblos al suicidio. El signo de los tiempos es la coordinación de recursos y la convivencia de intereses de varios países de distinta índole, que lleguen a la mancomunidad regional en dilatadas áreas geográficas. La realidad cultural, territorial, antropológica y jurídica de América Latina, en una zona tan extensa que, en verdad, es un Continente, la presenta como la región más grande del globo en que puede hacerse, con éxito inmediato, un ensayo grandioso de esta naturaleza”. (Orrego, 1995: IV, 143).


Escribió que la idea del mercado común latinoamericano, le per- mitió a muchos ver claramente la urgencia de defender los intere- ses económicos de nuestros países, impulsar su desarrollo indus- trial aún incipiente y comprender que la región se constituiría en un ingente reservorio del porvenir. Su pensamiento integracionista se mantuvo firme hasta el final de su vida. Y atento a los sucesos mundiales y su repercusión en nuestro pueblo-continente, anotó en1959: “El apremio de la época nos empuja a coordinar y articular nues- tra economía y nuestros considerables recursos. La constitución del primer mercado común europeo, nuestro enorme crecimiento demográfico, la necesidad imperativa de desarrollar nuestro poder industrial y nuestra riqueza para salvar la miseria y la ignorancia en que viven las grandes masas, son factores principales de esta nueva conciencia continental. Surge la urgencia de un mercado común latinoamericano. No podemos esperar por más tiempo la coordinación de nuestros recursos y de nuestros intereses econó- micos so pena de quedar rezagados y de prolongar nuestra mise- ria”. (Orrego, 1995: IV, 387). Condenó al imperialismo y a la política entreguista de los gobier- nos al capital extranjero. Observó que los países latinoamericanos, unos más que otros, no eran países interdependientes en relación con Europa y Estados Unidos, sino económicamente dependientes del imperialismo, hecho central de nuestra economía que subsistirá mientras vivamos aislados. Se impone entonces la estructuración de un Estado antimperialista para defender a las masas producto- res y hacer posible nuestra independencia económica dentro del esquema de una América Latina integrada.

4. INTEGRACIÓN EDUCATIVA Y CULTURAL


Orrego hizo la disecciĂłn del continente, lugar o crisol de todas las razas y culturas del mundo, donde se dieron cita fraterna y se fundieron recĂ­procamente. La integraciĂłn de los pueblos y cultu-


ras, que convergieron en América, otorgan sentido cósmico al hom- bre de nuestro continente. Y este hombre, síntesis de todas las razas y culturas, es el que debe elaborar un mensaje cultural nuevo de profunda orientación humanista y ecuménica. La fusión de los ele- mentos culturales autóctonos con los europeos está tomando una nueva dimensión que hará visible en el futuro la nueva expresión cultural de América Latina en un conjunto homogéneo y unitario; cultura que no la lograremos copiando el aporte del pasado, ni tampoco imitando, como los simios, los ademanes ajenos, sino que será el alumbramiento original de nuestro propio ser. Respecto a la copia del pasado, el maestro sostiene que el mensaje de América Latina para el mundo será una expresión hacia adelante, obra de creación y no de copia regresiva. El estudio y la comprensión del pasado ha de servir únicamente como alumbramiento del porvenir, como basamento del futuro. Y en relación a la copia foránea dice: “Europa nos ha educado y tiene aún que educarnos, pero, nosotros tenemos la responsabilidad de rebasar sus limitaciones inherentes, alumbrando, clarificando y definiendo nuestra misión histórica y humana. No es por el camino de la imita- ción simiesca que la cumpliremos, sino por el camino de la diferen- ciación y de la creación original”. (Orrego, 1995: I, 165). La tarea de América consiste en producir un nuevo tipo de hombre capaz de crear sus propios medios de expresión para revelarse ante el mun- do y superar las realizaciones precedentes. América será como la partera cósmica de una cultura integral y de proyección ecuménica. Ni pasadista ni chauvinista, combate la alienación, las posturas europeizantes. Sin embargo, acepta el pensamiento europeo como fuerza alumbradora, no como cartabón. Entonces, la expresión cultural deberá ser producto de nuestra creación. Ratificando sus ideas apunta: “Nuestro pueblo-continente ya no puede repetir la lección escolar que nos venía de Europa, lo suficientemente aderezada como para impedir y paralizar la iniciativa de nuestra propia


autonomía mental”. (Orrego, 1948a: 5). Considera que las aportaciones ajenas sirven solamente como fuerzas catalíticas que pro-


vocan, facilitan y despiertan la creación propia. América Latina ha vivido y vive envenenada por el esnobismo europeo. Por no haber penetrado hasta su propia alma, su vida ha sido superficial. Continente-Reflejo, ha deformado las imágenes proyectadas de allende los mares. Sus hombres cultos han sido tales por mimetismo libres- co, no por asimilación o digestión. Piensa Orrego que en todo el continente en general y en cada individuo en particular, existe diversidad de entonaciones anímicas, cuya dilucidación es fundamental para comprender el proceso íntegro de reconstitución en un todo unitario, congruente y orgánico. Este fenómeno lo explica mediante su teoría del espectro o de la constelación horizontal antropológica, con la cual distingue tres zonas de contacto en la composición étnica, biológica y psíquica de América Latina, desde las cuales tratamos de entender el mundo que nos rodea. Una es la zona de la deflagración o del choque, donde las progenies indígena e invasora permanecen separadas y tratan de conservar sus elementos originarios. Otra es la zona sepulcral o recesiva en la cual se produce la influencia de los dos elementos, su infiltración mutua y desintegración; es la zona de mestizaje y de transición o puente entre dos mundos contradictorios. Y la zona vi- tal y orgánica es la zona de la unidad y de la síntesis, de conjugación o recomposición. La primera y la segunda zonas están destinadas a desaparecer. La tercera es la que tiene porvenir, constituye la razón de la nueva vida del continente, en ella se resuelven sus contradic- ciones históricas. Superadas las contradicciones, se habrá de producir un equilibrio articulado y desde esa zona América irá hacia su unidad cultural, hacia su reencuentro, dejando la enajenación y evasión de sí misma acaecidas desde la conquista. La nueva cultura asentará sus raíces en el humus de la desintegración, desde allí se impulsarán los gérmenes vitales con los cuales “habrá de lograrse una distinta y más completa integración de la conciencia, del pensamiento y de la acción humana”. (Orrego, 1995: II, 152).


Ciertamente, con el impacto de la invasión, se desintegraron tanto la cultura autóctona como la europea. De esa doble desintegración está apareciendo la nueva expresión, la integración cultural. Por la fusión de los gérmenes históricos nativos y foráneos, el nuevo hombre de nuestro continente hará posible el humanismo americano, una cultura diferente a las anteriores, y la integración mediante el intelecto. (Teoría de los gérmenes históricos). Lo cual supone el conocimiento mutuo de nuestros países porque no se puede unir lo desconocido, y en este empeño, la escuela a través de todos sus niveles jugará rol fundamental, y junto a ella, los medios de comunicación, los partidos políticos, los colegios profesionales, las sociedades científicas, los sindicatos de trabajadores, todas las instituciones influyentes en la opinión pública, también la familia, puesto que desde su seno es posible formar conciencia favorable al acercamiento fraterno de pueblos, en vez del distanciamiento por los nacionalismos agresivos. Si América Latina, nuestro pueblo-continente, trata de liberarse del dominio económico, político y cultural, y dejar atrás el subdesarrollo y el colonialismo mental; si busca encontrarse a sí misma, definirse en sus características propias, esenciales y permanentes, el corolario resultante nos indica que ello sólo se podrá conseguir mediante el concurso de una educación sustentada sobre la base de una filosofía de la identidad y de la originalidad creativa, estreme- cedora de las conciencias y alumbradora del camino de redención social. Los aportes orreguianos del área educativa forman parte, como un todo inseparable, del cuadro general de sus ideas filosóficas, políticas y estéticas. De su pensamiento fluye una educación para la toma de conciencia del surgimiento de un nuevo humanismo, de la singularidad cultural de América Latina, de las manifestaciones genuinas de su intelecto; una educación para que cada persona se comprenda a sí misma, a las demás y a los procesos de cambio del mundo; una educación para impulsar la integración de nuestro pueblo-continente. En este sentido, le señaló importante rol a las


universidades que deberían desarrollar sus actividades de cara a la identidad y en función de la realidad de nuestros países. Él postuló un modelo de universidad indoamericana cuya misión sería la de estudiar los problemas y buscar sus soluciones, dilucidar el aporte cultural surgido de estas latitudes y señalar derroteros en procura de mejores condiciones de vida. En su enfoque universalista, vislumbró multiplicidad de aspectos que los viviría el hombre del futuro, para lo cual América debe- ría estar preparada, se centró en cinco dimensiones o valoraciones de proyección capital: 1º) dimensión intelectual e histórica, que resolverá conflictos de siglos en una totalización unitaria; se trata del dualis- mo entre la generalización y la especialización, entre la capacidad panorámica de la inteligencia y la capacidad concreta, entre el filó- sofo y el experto, entre el estadista y el técnico, fuerzas enfrentadas que rigen la historia y la mente; 2º) dimensión fisiológica y étnica, que consiste en el abrazo y fusión de todas las razas humanas, cuyo resultado será un nuevo tipo de hombre ecuménico; 3º) dimensión política y social, expresada en vastas síntesis de pueblos, que resol- verán las antinomias de los nacionalismos aislados, negativos y atómicos del mundo; 4º) dimensión ética, que sustituirá los patrones morales rígidos, obstruccionistas de la superación espiritual, por una moral amplia, facilitadora de conductas expresadas mediante actividades flexibles; reemplazo de las morales negativas del “no hacer” y de la represión por las de carácter positivo del “obrar” y del “hacer”; 5º) dimensión estética, que se refiere a la expresión total del hombre y de la vida, en forma libre, en función de todas las estéticas particulares, de todos los temperamentos; una estética accesible a la comprensión, emoción, entendimiento y sensibilidad de todos los hombres de la tierra. De estas valoraciones –según su autor- por lo menos dos se realizan ya de modo visible e indiscutible en América, son típicamente nuestras y con ellas participamos en la corriente histórica del mun- do, abriendo una nueva etapa: la dimensión


fisiológica y étnica, y la dimensión política y social, que serán la base material y sustancial de


las otras valoraciones inmateriales e imponderables que deben sos- tenerse en ellas. Sin embargo, en todas subyacen las connotaciones culturales y educativas, que en el caso americano habrán de orien- tarse con sentido unitario. Piensa que si no se combate la ignorancia y la incomprensión de una política de estilo continental o integracionista, América Latina quedará rezagada en el proceso de agrupación y colaboración de pueblos. Es clara, pues, la tarea propia de la educación.

5. VIGENCIA DE LA TEORÍA DE LOS PUEBLOS-CONTINENTE: PROCESOS INTEGRACIONISTAS EN EL MUNDO DE HOY Los procesos integracionistas han existido desde tiempos lejanos. Unos fueron exitosos, otros no. En la antigua Grecia, los representantes de las ciudades-estado se reunían en una anfictionía o confederación para tratar asuntos de interés común. Ahora se usa el término “cumbre” para designar al evento internacional en el cual los dignatarios de diversos países abordan problemas políticos, económicos y de otra índole, incluidas las cuestiones de su unificación. En América Latina, el evento precursor de las cumbres de hoy fue el Congreso de Panamá, convocado desde Lima por el Libertador Simón Bolívar y su ministro José Faustino Sánchez Carrión, mediante el cual se intentó aglutinar a los países del continente que luchaban contra el dominio colonial de Europa. (La convocatoria hecha en 1824, se hizo efectiva en 1826). En nuestra época, la integración y la interdependencia de pueblos son megatendencias planetarias. Ocurren no sólo en América Latina sino en diversos lugares de la tierra. Y paralelamente han surgido organismos multinacionales de financiamiento, tales como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Pero el fenómeno contemporáneo de aglutinamiento de pueblos apareció antes de la llamada globalización económico-financiera.


Antenor Orrego aportó a la integración latinoamericana con una consistente fundamentación filosófica, antropológica, sociológica y política, dentro de un sólido marco histórico. Su teoría de los pueblos-continente, es el trasfondo conceptual de los procesos integracionistas en curso en América Latina y, por extensión, en todo el mundo. Y es aplicada con más éxito en otros espacios, particularmente en Europa, que en el nuestro. Aquí, en nuestra patria grande, los pasos dados hasta ahora, aunque importantes, son lentos aún, no obstante los antecedentes que corren desde el periodo autóctono, siguen durante el dominio europeo, continúan con la emancipación, cuyo proceso transcurrió en un frente único contra las mismas fuerzas opresoras de ultramar, que se intentó cimentar con el Congreso de Panamá, y le siguieron, en el desarrollo republicano decimonónico, diversos eventos continentales, hasta que alumbró el siglo XX, durante el cual, como ya había ocurrido en el anterior, se escucharon diversas voces llamando a la unidad, a lo largo y ancho de la vastedad latinoamericana. Ciertamente, Orrego no es el único precursor de este proceso; junto a él figuran preclaros pensadores de diversos países: Andrés Bello, Domingo Faustino Sarmiento, José Martí, Eugenio María de Hostos, José Enrique Rodó, José Ingenieros, Ricardo Rojas, José Vasconcelos, Gabriela Mistral, Pedro Henríquez Ureña, Gabriel del Mazo, Germán Arciniegas y muchos más. Pero la concepción latinoamericanista más sólida, coherente y políticamente estructurada salió del Perú desde la década del 20 del siglo pasado. Esta conformación doctrinaria del integracionismo latinoamericano, puesta de manifiesto en diversos proyectos u organismos con mirada hacia el futuro, es principalmente aporte de Víctor Raúl Haya de la Torre y Antenor Orrego, como lo evidencian la producción intelectual y la acción históricamente registrada de ambos personajes surgidos del Grupo Norte de Trujillo. Con tono profético, anota el autor de esta teoría: “Los pueblos latinoamericanos no llegarán al encuentro profundo de sí mismos sino a través de una grande y poderosa unidad en que reside la


plenitud de su futuro. Hacia allí nos impulsa, también, como a los otros pueblos, el imperativo dialéctico de la historia”. (Orrego, 1995: IV, 173). El destino de cada uno de los seres humanos está en función del proceso de interdependencia planetaria o mundialización de las relaciones entre países. Se marcha de la comunidad local o de base hacia la comunidad internacional. Las crisis económicofinancieras de los países más desarrollados repercuten, cual caja de resonancia, en el mundo entero. Este fenómeno de la mundialización pone de manifiesto hechos tales como el desequilibrio entre las economías de los países ricos y pobres, así como la disparidad entre los que más tienen y los socialmente excluidos al interior de cada país. En este horizonte, la conformación de bloques regionales no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar el desarrollo y la justicia social dentro de un régimen de libertad, democracia y paz.

Antenor Orrego y Víctor Raúl Haya de la Torre. Sus aportes constituyen el marco teórico de los actuales procesos de integración latinoamericana.


5.1. PROCESOS DE INTEGRACIÓN EN AMÉRICA LATINA En el espacio de América Latina actualmente se realizan procesos de integración tanto de ámbito regional cuanto de alcance subregional, unos son de índole política y económica, principalmente, y otros del área educativa y cultural. Para tales efectos, ha surgido diversidad de organismos entre los cuales es imperiosa una pronta y efectiva coordinación, a fin de acrecentar el ritmo unionista y evitar superposiciones y el burocratismo enervante. INTEGRACIÓN CENTROAMERICANA Desde su independencia de España, los países centroamericanos han experimentado sentimientos de aproximación hacia su unidad como una sola nación. Esta subregión tiene una superficie de 522.760 km2. Y su población es de 42 millones de habitantes, aproximadamente. En 1951, cinco países de América Central: Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua, suscribieron la Carta de San Salvador, acta bautismal de la Organización de Estados Centroamericanos (ODECA), con el objetivo principal de constituir una comunidad económico-política orientada a su integración. Asimismo aspiraron a la solución conjunta de sus problemas comunes y pro- mover su desarrollo económico, social y cultural en acción coordi- nada. Estos mismos países constituyeron el Mercado Común Centroame- ricano (MCC) que se rige por el Tratado de Managua (1960). Ellos han llegado a un acuerdo de libre comercio por el cual intercam- bian la mayoría de sus productos, practican la liberalización de ca- pitales y la libre movilidad de personas. Mediante la Declaración de Esquipulas (Guatemala), suscrita el 25 de mayo de 1986 se creó el Parlamento Centroamericano (PARLACEN), cuya instalación oficial ocurrió el año de 1991. Sus Estados miembros son: El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Pa-


namá y República Dominicana. Se trata de un órgano permanente de representación política y democrática del Sistema de la Integración Centroamericana. Su objetivo estratégico es promover la voluntad política, el compromiso y la participación de los actores fundamentales del proceso de integración, así como promover la paz, la democracia y los derechos humanos. Funciona en la ciudad de Guatemala. El Sistema de la Integración Centroamericana (SICA) se creó el año de 1992, como marco jurídico e institucional de la integración de sus Estados miembros: Belice, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá. Estado asociado es República Do- minicana. Y entre los observadores figura México. Al parecer, en esta parte del continente, se va concretando la exclamación de Rubén Darío: “Dios eterno y único haga que lo que es un hecho en Literatura [la unidad] pueda realizarse para Centro América en Política, por ley histórica y por necesidad de nuestra civilización”. (Sánchez, 1962: 61). INTEGRACIÓN DEL CARIBE Entre 1958 y 1962 la mayoría de países caribeños estaban afiliados a la Federación de las Indias Occidentales. En 1968 se creó la Asociación de Libre Comercio del Caribe (Caribbeam Free Trade Asociation, CARIFTA). Cinco años después (1973) surgió la Comunidad del Caribe (CARICOM), mediante tratado suscrito por Barbados, Jamaica, Guyana, y Trinidad y Tobago, cuatro países entonces independientes y al que luego se adhirieron otros países de esa área isleña. Junto a la promoción comercial, la CARICOM ha estimulado la cooperación en salud, educación, deporte, tributación y medio am- biente. Existen diversos entes promotores de la integración caribeña mediante la educación y la cultura. Uno es la Universidad de las


Indias Occidentales (UIO) cuyo funcionamiento es descentralizado pero coordinado en sus sedes de Jamaica, Trinidad y Tobago, y Barbados; además cuenta con instalaciones en todos los países que la promueven. Sus alumnos pueden iniciar los estudios en una de las sedes y proseguirlos u obtener los grados y títulos en cualquiera de las otras. Otro organismo es el Consejo de Exámenes del Caribe que realiza coordinaciones en esa materia. Además existe un pro- grama de educación a distancia que facilita el intercambio entre las sedes de la UIO y de los países carentes de ellas. ASOCIACIÓN LATINOAMERICANA DE INTEGRACIÓN En 1960 por el Tratado de Montevideo, se creó la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) cuyas funciones comenzaron en 1962, con los objetivos principales de constituir una zona de libre comercio para expandir y diversificar el intercambio, y promover la complementación económica progresiva de los países miembros, para lo cual quedaron comprometidos a eliminar gradualmente los aranceles y las restricciones aduaneras. Original- mente sus miembros fueron nueve países que compartían una de las regiones potencialmente más ricas del mundo por sus recursos naturales y producción. Se lo concibió como un medio para acelerar la industrialización y un paso para establecer el mercado común latinoamericano. Vale decir, un importante jalón histórico de integración regional. En 1980 cambió su nombre por el de Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). Este es el mayor grupo latinoamericano de integración, y lo conforman 12 países: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela, que representan en conjunto 20 millones de km2 y más de 500 millones de habitantes. Se orienta por los principios de: pluralismo político y económico, convergencia progresiva de acciones parciales hacia la formación de un mercado común latinoamericano, flexibilidad, tratamientos especiales en razón del


nivel de desarrollo de los países miembros, multiplicidad en las formas de concertación de instrumentos comerciales. Tanto en su primera etapa como en la actual, si bien sus motiva- ciones económicas han sido dominantes, también ha considerado las de carácter educativo y cultural. Efectivamente, la Declaración de Punta del Este, suscrita el año de 1961 por representantes de las repúblicas americanas para apoyar a la Alianza para el Progreso –proyecto continental del presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy- contempló, por un lado, el aceleramiento del proceso de integración latinoamericana para alcanzar el desarrollo económico y social, y por otro, incluyó el propósito común de acabar con el analfabetismo y extender la educación primaria a toda la población. Posteriormente, los países miembros también han reconocido la necesidad de fortalecer la educación para la cooperación internacional y la integración de América Latina. SISTEMA ECONÓMICO LATINOAMERICANO El Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA) es un or- ganismo regional intergubernamental, creado mediante el Conve- nio Constitutivo de Panamá en 1975, con los objetivos de promover un sistema de consulta y coordinación para concertar posiciones y estrategias comunes en materia económica ante países, grupos de naciones, foros y organismos internacionales, así como impulsar la cooperación y la integración entre países de América Latina y el Caribe. Está conformado por 28 países miembros: Argentina, Baha- mas, Barbados, Belice, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, Grenada, Guatemala, Guyana, Haití, Honduras, Jamaica, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Surinam, Trinidad y Tobago, Uruguay y Venezuela. Tiene su sede en Caracas. PARLAMENTO LATINOAMERICANO


La idea de constituir el Parlamento Latinoamericano partió de las Cámaras de Senadores y Diputados del Perú cuando el 2 de junio


de 1964 acordaron invitar a los parlamentos de los países de la región a una reunión de sus delegados, a celebrarse en Lima, con el propósito de estudiar los problemas de la integración económica latinoamericana iniciada con el Tratado de Montevideo, y la posibilidad de una coordinación política que, reforzando la posición internacional de los países de nuestra América, cooperase al aceleramiento del desarrollo económico y social de nuestros pueblos y aconsejase las formas eficaces cómo los parlamentos de América Latina contribuirían a la consecución de estos elevados objetivos de solidaridad continental. En efecto, la asamblea constitutiva se realizó en Lima entre el 7 y 11 de diciembre del mismo año con la concurrencia de 160 parlamentarios de 13 repúblicas de Latinoamérica. Las fechas de la reunión coincidieron con el centésimo cuadragésimo aniversario de la invitación al Congreso de Panamá formulada por Simón Bolívar y José Faustino Sánchez Carrión así como de la batalla final de Ayacucho. En la Declaración de Lima, aprobada el 10 de diciembre, los parla- mentarios sostuvieron, de modo terminante, que la integración de América Latina, afianzada en una antigua y esencial fraternidad, es un proceso histórico, cuya culminación resulta indispensable para asegurar la libertad de nuestros pueblos, su desarrollo eco- nómico y social, la elevación del nivel de vida de sus habitantes y la presencia, en el mundo, de una gran Comunidad de Naciones, que realice plenamente sus destinos. Y en cuanto a la integración cultural, recomendaron la homologación de los planes de enseñan- za latinoamericanos en todos sus niveles, el establecimiento de la Universidad Latinoamericana de Postgraduados, la creación de una Biblioteca Latinoamericana de Grandes Autores, el estudio de cursos de historia y geografía de América, la intensificación de la lucha contra el analfabetismo, la creación de agencias noticiosas o de prensa latinoamericanas, el estudio de los idiomas portugués y español en los países latinoamericanos y la erección de un monumento en la pampa de la Quinua.


Sus grandes propósitos, entre otros, apuntan a: fomentar el desarrollo económico y social integral de la comunidad latinoamericana y alcanzar a la brevedad posible la plena integración económica, política y cultural de sus pueblos; defender la plena vigencia de la libertad, la justicia social, la independencia económica y el ejercicio de la democracia representativa. Los países miembros son: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Surinam, Uruguay y Venezuela. Además, participan representantes de algunas islas del Caribe constituyentes del Reino de los Países Bajos (Holanda). Su sede está en Panamá. Este organismo ha sufrido los vaivenes políticos de la región. Los golpes de Estado, al disolver los parlamentos nacionales, lo afectaron puesto que del seno de aquellos provienen sus delegados. Pero su proceso se tonifica cuando los países signatarios tienen gobiernos y cuerpos legislativos elegidos por el pueblo. COMUNIDAD ANDINA Los presidentes de Colombia, Chile y Venezuela y los delegados personales de los presidentes de Perú y Ecuador, suscribieron el 16 de agosto de 1966 la Declaración de Bogotá, que expresaba la decisión de tales países de adelantar una acción conjunta a fin de lograr, dentro de la ALALC, la adopción de medios prácticos para acelerar al máximo el desarrollo armónico y equilibrado de la región, de conformidad con el espíritu del Tratado de Montevideo. La materialización de estas ideas se haría mediante la concertación de acuerdos subregionales de complementación económica. Igual- mente, la Declaración de los Presidentes de América, suscrita en Punta del Este, en 1967, recomendó propiciar la creación de acuer- dos de integración subregional. Y en 1968, los gobiernos de Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Perú y Venezuela, crearon, con esa in- tención, la Corporación Andina de Fomento, con sede en Caracas.


A partir de estos hechos y efectuadas las reuniones preliminares, el 26 de mayo de 1969, los plenipotenciarios de cinco repúblicas: Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y Perú, firmaron en Bogotá un acuerdo por el que se comprometieron a integrar sus economías. Se le dio el nombre de Acuerdo de Cartagena porque fue en esa ciudad colombiana donde se ultimaron las negociaciones. Tal el origen del Grupo o Pacto Subregional Andino. Al poco tiempo, Chile se retiró, Venezuela ingresó, pero se ha retirado para incorporarse al MER- COSUR, en tanto que el primero anhela regresar. En su primera reunión, los cancilleres de los Estados miembros suscribieron la Declaración de Lima (24 de noviembre de 1969), mediante la cual afirman que dicho Acuerdo constituye una solución propia de nuestros países para problemas que dificultan su desarrollo económico y social. Así como la cordillera de los Andes une físicamente a los países signatarios, por el Pacto decidieron buscar la unión de los esfuerzos económicos encaminados al bienestar de los habitantes de la subregión. En tal sentido, se orientaron por los objetivos siguientes: promover el desarrollo equilibrado y armónico de los países miem- bros; acelerar su crecimiento mediante la integración económica, y establecer las condiciones favorables para convertir a la ALALC en un mercado común con el propósito de lograr el mejoramiento del nivel de vida de los habitantes de la subregión. Esto implicaba, básicamente, la armonización de las políticas económicas y socia- les de los países miembros y el establecimiento de un arancel ex- terno común. Este proceso de integración incluía la formación de un mercado subregional, que debería coordinar la programación industrial; un régimen especial para el sector agropecuario; la pla- nificación de la infraestructura física y social; la armonización de las políticas cambiaria, monetaria, financiera y fiscal, incluyendo el tratamiento común a los capitales de la subregión o de fuera; la política comercial común frente a terceros países, y la cohesión de métodos y


técnicas de planificación. Los beneficiarios deberían ser las grandes mayorías de consumidores -entonces calculadas en 68


millones de habitantes- que adquirirían productos importados de cualquier país signatario sin los costos elevados en razón de los aranceles aduaneros.

Sede de la CAN, Lima. Foto, ERO, 2015.

Ahora los miembros de la CAN están buscando perfeccionar normas que contribuyan a la transparencia de sus actos y faciliten el flujo de mercaderías mediante una política arancelaria común. El grupo fue remozado en el VIII Consejo Presidencial Andino celebrado entre el 9 y 10 de marzo de 1996 y que concluyó con la fir- ma del Acta de Trujillo (Perú) mediante la cual se aprobaron varias modificaciones del Acuerdo de Cartagena para crear la Comunidad Andina (CAN) y establecer el Sistema Andino de Integración (SAI). La CAN es una organización con personería jurídica internacional constituida por Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú, y compuesta por los órganos e instituciones del SAI. En conjunto la subregión alberga aproximadamente 120 millones de habitantes, en una su- perficie de 3 781.914 k 2. Su producto bruto interno fue superior a 380 millones de dólares el año 2007. Su sede es Lima. Chile es


miembro asociado, no miembro pleno. La estructura del SAI la con- forman diversos órganos, entre ellos: Consejo Presidencial Andino, Consejo Andino de Ministros de Relaciones Exteriores, Tribunal de Justicia, Parlamento Andino, Corporación Andina de Fomento y Universidad Andina Simón Bolívar. El Parlamento Andino es el órgano deliberante del SAI; representa a los pueblos de los Estados signatarios. Fue creado el 25 de octubre de 1979. Cada país miembro acredita a cinco representantes, como resultado de elecciones directas y universales, por el voto popular. Su mandato es de cinco años. Sus acuerdos no tienen aún carácter vinculante. Su sede es Bogotá. La Universidad Andina Simón Bolívar (UASB) es el órgano académico de la CAN, creada por el Parlamento Andino en 1985, con miras a tener una sede en cada país signatario; comenzó sus funcio- nes en Sucre, y cuenta ahora con una extensión en La Paz. Se trata de una institución educativa de posgrado que investiga, enseña y presta servicios para la creación de nuevo conocimiento científico y tecnológico. Y desde luego, fomenta el espíritu de cooperación entre las universidades de la subregión y coadyuva a la realización y el fortalecimiento de los principios integracionistas de la CAN. Precisamente, se basa en la cooperación e intercambio entre uni- versidades y países andinos, su principal eje es la integración de los mismos, para cuyo efecto, además de las experiencias curriculares específicas, ha creado la Facultad de Integración. En Bolivia ofre- ce doctorados, maestrías, diplomados, especializaciones y cursos abiertos, en las modalidades de educación presencial, semipresen- cial y a distancia. Sus áreas académicas son: economía, adminis- tración e integración; derecho; salud, concurrente con la Cátedra Hipólito Unánue; ciencias sociales y políticas; educación y nuevas tecnologías; cultura y literatura. Asimismo, desarrollo; comunicación y periodismo; derechos humanos; economía y gerencia. Otra sede funciona en convenio con la Universidad Central del Ecuador, en Quito.


Y en 1971 los países miembros del Pacto Andino firmaron el Convenio Hipólito Unánue para cooperar en el campo de la salud, ayudarse en caso de desastres, aunar esfuerzos para luchar contra el tráfico ilegal de drogas, combatir la desnutrición, entre otros objetivos. También suscribieron el Convenio Simón Rodríguez para aunar esfuerzos en políticas de carácter social. CONVENIO ANDRÉS BELLO La identidad y la integridad, dos grandes desafíos de América Latina, son inseparables entre sí. Y ambos se enlazan con el mejoramiento de la calidad de vida de nuestros pueblos, y esta calidad de vida implica la promoción, el apoyo y la ejecución de esfuerzos comunes en las áreas de educación, ciencia, tecnología y cultura en general. Así lo comprendieron los países fundadores del Convenio Andrés Bello (CAB), el 31 de enero de 1970: Bolivia, Chile, Colom- bia, Ecuador, Perú y Venezuela. Rige desde el 24 de noviembre de 1970. Posteriormente se produjo la adhesión de Panamá, Cuba, Paraguay, México, República Dominicana y España. Surgida en el seno del Acuerdo de Cartagena, ya no es parte de la estructura institucional de la CAN, pero coordina y desarrolla actividades de interés común con ella. Asimismo proyecta su acción a otros procesos integracionistas, tales como el MERCOSUR y la Unión Europea, y mantiene una actitud abierta a la integración de países que solicitaren su adhesión. Mientras diferentes organismos enfatizan en la integración económica, el CAB busca la integración humana. Por eso declara que es una organización internacional intergubernamental cuya misión es la integración educativa, científica, tecnológica y cultural de los países miembros, de acuerdo con el propósito de favorecer el de- sarrollo de sus pueblos. En consecuencia, persigue los siguientes objetivos: fomentar el conocimiento recíproco y la fraternidad entre las naciones integradas; contribuir al logro de un adecuado equili-


brio en el proceso de desarrollo educativo, científico, tecnológico y cultural; realzar esfuerzos conjuntos en favor de dichas áreas para lograr el desarrollo integral de sus pueblos, y aplicar ciencia y tecnología a la elevación del nivel de vida de los países miembros. La integración internacional requiere procesos coherentes de integración interna en el seno de cada país. Vale decir, dentro de cada comunidad (nacional, regional o local) se debe conceder tratamiento de igualdad a todas las culturas que la conforman, como prerrequisito indispensable para la integración entre naciones. Por eso, el CAB se rige por un concepto amplio, integral y participativo de cultura, a fin de realizar el diálogo intercultural, indispensable para mantener o alcanzar la identidad frente al galopante proceso de difusión y penetración de modos de vida y elementos culturales deformantes de nuestra personalidad histórica, fenómeno acentua- do con la globalización en marcha. UNIÓN DE UNIVERSIDADES DE AMÉRICA LATINA Uno de los organismos integracionistas regionales más antiguo se inscribe en el campo educativo y cultural. Se trata de la Unión de Universidades de América Latina (UDUAL). No obstante su antigüe- dad e importancia, no es tan conocido como otros organismos, tal vez porque realiza sus actividades en un sereno clima académico alejado de los impasses surgidos frente a los intereses de carácter crematístico y del poder político. La UDUAL fue creada en 1949 por acuerdo del Primer Congreso Universitario Latinoamericano, celebrado en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Cuenta con más de 160 universidades afilia- das en 21 países, uno de ellos, el Perú. Entre sus objetivos, cabe citar los siguientes: promover, afirmar, fomentar y mejorar las relaciones entre las universidades latinoa- mericanas, también con otras instituciones y organismos cultura- les; promover el intercambio académico de profesores y


alumnos, de investigadores y graduados, así como la creación y divulgación


de publicaciones que faciliten la comunicación, el entendimiento y la convivencia entre las universidades afiliadas; asimismo contribuir al desarrollo de una sociedad libre, pacífica y democrática en favor de los ideales de unidad latinoamericana, de respeto a la dig- nidad humana y de justicia social; propiciar que las universidades sean un instrumento que coadyuve al desarrollo social, económico y cultural, tanto en su entorno local, como en el más amplio contex- to de América Latina, y lograr la integración cultural de esta parte del mundo. PARLAMENTO AMAZÓNICO Constituido en Lima el 18 de abril de 1989, el Parlamento Amazó- nico es el organismo encargado de velar por la ecología, biodiver- sidad, leyes ambientalistas y asuntos de derechos humanos, pue- blos y etnias de la Amazonia. Su base es el Tratado de Cooperación Amazónica (3 de julio de 1978). Sus miembros son: Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela. Persi- gue como principales objetivos: proteger y defender la soberanía nacional y la integridad territorial de los países que lo componen; promover el uso y conservación racional de los recursos natura- les amazónicos, con criterios que incorporen a las culturas nativas; fortalecer los lazos de cooperación e integración económica, social, cultural y política entre los países miembros; promover el pleno respeto de las libertades y derechos fundamentales y el apoyo con- secuente a la lucha de las comunidades nativas por su espacio geo- gráfico, así como por su libre expresión cultural; combatir el colo- nialismo en esa área; contribuir al respeto y fortalecimiento de la paz, la democracia, el orden jurídico y la seguridad internacional. Tiene por sede a la ciudad de Caracas. MERCADO COMÚN DEL SUR


El Mercado Común del Sur (MERCOSUR) fue creado mediante el Tratado de Asunción (26 de mayo de 1991). Con él, los gobiernos de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, pusieron en marcha a


partir de 1995 políticas macroeconómicas para la libre circulación de bienes, capitales y personas en un territorio de casi 12 millones de km2, donde ahora viven cerca de 280 millones de habitantes. Los Estados partes buscan alcanzar un mercado único, que genere crecimiento económico a través del aprovechamiento de la es- pecialización productiva, las economías de escala, la complemen- tación comercial y el mayor poder negociador con otros bloques o países. Ha incorporado a otros países en calidad de asociados, no de miembros plenos: Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y Perú. Venezuela es miembro pleno. UNIÓN DE NACIONES SURAMERICANAS El Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) se firmó en Brasilia el 23 de mayo de 2008. Está concebida como un espacio de integración en lo político, social, cultural, económico, financiero, ambiental y en infraestructura. Su objetivo último es favorecer el desarrollo más equitativo, armónico e integral de América del Sur. Ha fijado como sede la ciudad de Quito. Este organismo sustituyó a la Comunidad Sudamericana de Naciones creada por la III Cumbre Presidencial Andina realizada en Cusco (2004). Tiene una superficie total superior a los 17 millones de km2, y su población se acerca a los 390 millones de habitantes (2008). Es un territorio rico en hidrocarburos y minerales, posee el 27% del agua dulce del mundo, 8 millones de km2 de bosques y un tercio de la biodiversidad del planeta. Su integración física incluye la construcción de vías para unir los océanos Pacífico y Atlántico. Perú ya terminó la Carretera Interoceánica del Sur entre esa región del país hasta empalmar, en la frontera, con el lado brasileño. Esta obra permitirá incrementar la


producción, el comercio, el turismo y el empleo, por ende, el desarrollo de un corredor económico en su ámbito de influencia.

5.2. PROCESOS SIMILARES EN OTRAS PARTES DEL MUNDO La integración y cooperación de países han ocurrido en diferentes lugares y épocas históricas, aunque sin los ribetes actuales que los presentan como una característica de nuestro tiempo. Es pertinente, pues, pasar revista panorámica de sus principales procesos fuera del espacio latinoamericano. Unos casos son de pueblos-continente, otros de estados-continente, y otros de hechos semejantes. Todo lo cual revela el aserto visionario de Antenor Orrego. ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA Al emanciparse en 1776, las trece pequeñas colonias inglesas establecidas en la costa atlántica, se integraron en una república federal con el nombre oficial de Estados Unidos de América. Históricamente, esta es la primera integración, en forma de federación política contemporánea, que ha tenido éxito. Dichas colonias albergaron no sólo a ingleses, sino también a irlandeses, escoceses, alemanes, suecos, holandeses y franceses; unos abrazaban el protestantismo de diversos matices; otros, el catolicis- mo. A estos inmigrantes se agregaron, por una parte, el elemento negro en las colonias esclavistas del sur, y por otra, los españoles posesionados en California, Texas, Florida y Nuevo México. Los in- dígenas quedaron agrupados marginalmente en “reservaciones”. A la heterogeneidad social se añadía la diversidad legal puesto que cada una de las colonias tenía facultades para dictar sus propias normas, lo cual no ocurría en las posesiones españolas del sur. En conjunto, sus diferencias eran mayores en comparación con las que existían entre éstas últimas. Sin embargo, se organizaron y exis- ten como una nación, como una unidad, no lograda aún en el sur. Mientras en el norte, los habitantes del nuevo modelo político, se identificaban como “americanos”, en el sur, una vez independien-


tes, comenzaron a utilizar sus propios gentilicios: argentinos, chile- nos colombianos, mexicanos, peruanos... En el norte se integraron, en el sur se desintegraron después de haber realizado la lucha an- timperial en forma conjunta. Los primigenios trece Estados Unidos se convirtieron por expansión territorial, ya sea debido a compra o anexión, en cincuenta, incluidos Alaska y Hawaii. Su extensión es de 9 529.063 km2 y su población se acerca a 310 millones de habitantes (a fines de 2010). El inmenso poderío de este país se puso de manifiesto a raíz de la Primera Guerra Mundial. Desde allí tuvo camino ascendente como potencia política de participación decisiva en los grandes aconte- cimientos del mundo contemporáneo. Económicamente, Estados Unidos constituye por sí mismo un amplio mercado. Ha creado una sociedad opulenta con un elevado nivel de consumo. Ejerce influencia en países de diferentes grados de desarrollo. El secre- to de su fortaleza radica en su férrea unidad mantenida desde su independencia. Tal la explicación del juicio de Germán Arciniegas cuando anota: “Una de las razones que aseguraron a los Estados Unidos su independencia después de las victorias de Washington, está en haber puesto en vigor una idea que ahora están inventando los europeos: el mercado común. La base de ese mapa de Estados Unidos que en la bandera del norte representan estrellas, está en haber establecido una sola y ancha base de su estructura económica común”. (Arciniegas, 1962: 14-15). UNIÓN EUROPEA Los países europeos, desangrados durante siglos en frecuentes guerras, empujados por disputas fronterizas y odios de sus nacionalismos agresivos, ahora se tienden la mano y, superando la trage- dia de su pasado, han creado el organismo político llamado Unión Europea. Las propuestas de una Europa unida se remontan al siglo XIV y continuaron en los siguientes.


Con la Primera Guerra Mundial, los horrores del conflicto, la sangre y el dolor que envolvieron a dicho continente, hicieron pen- sar a muchos que la idea había quedado sepultada. Sin embargo, los nuevos acontecimientos políticos pusieron de manifiesto lo con- trario: renacía la vieja propuesta de una Europa unida. El conde Ricardo Coudenhove-Kalergi tomó la posta con la idea de Paneuropa. Mediante eventos políticos, libros y revistas, con la adhesión de estadistas y académicos, llamó a cuantos abogaban por las mismas ideas a inscribirse en su movimiento de la Unión Europea. Significa- tivo nombre ahora hecho realidad. En la edición príncipe de La rebelión de las masas (1929), José Orte- ga y Gasset argumentó favorablemente acerca de una súper nación europea. Y en el Prólogo para franceses (1937) de dicho libro fue más enfático al afirmar que la unidad de Europa no era un ideal, sino un hecho de muy vieja cotidianidad: la probabilidad de un Estado general europeo se imponía necesariamente.

Parlamento Europeo (Estrasburgo, Francia). Foto, ERO, 2012.


Por la década del 40, fueron creciendo las adhesiones a este pen- samiento. Winston Churchill (1946) defendió la conformación de los Estados Unidos de Europa. Y la Unión Parlamentaria Europea pi- dió (1947) el pronto nacimiento de dicho súper Estado. El año 1948, Bélgica, Holanda y Luxemburgo pusieron en marcha una unión aduanera conocida con el nombre de Benelux. Igualmente el Plan Marshall, destinado a la reconstrucción de Europa después de la Segunda guerra mundial, con el apoyo de Estados Unidos de Amé- rica, favoreció el pensamiento unionista de ese continente. El plan elaborado por Robert Schuman, ministro de Relaciones Exteriores de Francia, fue paso decisivo y avanzado para que en 1951 seis países: Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Francia, Italia y República Federal de Alemania, firmaran el Tratado de París que creó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), cuya aplicación se inició en 1952, bajo la presidencia de Jean Monnet. Aquí está el antecedente directo e inmediato del Mercado Común Europeo (MCE) o Comunidad Económica Europea (CEE), establecido por el Tratado de Roma el año de 1957, en rigor desde 1959, hecho trascendental de la historia europea contemporánea con repercusiones en gran parte del mundo. Los países miembros fueron inicialmente los mismos de la CECA, conocido como el “grupo de los seis”, a los que paulatinamente se unieron casi todos los países de Europa occidental. Los países signatarios del MCE buscaron desde el comienzo aproximar progresivamente sus políticas económicas y sociales; establecer una tarifa aduanera externa común; permitir la libre circulación de mercaderías, mano de obra y capitales dentro de su área territorial. Se trató realmente de un peldaño superior para la unificación política de los Estados participantes. En el mismo año (1957), los países miembros de la CEE, crearon la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom) para investigar y desarrollar la producción atómica con fines pacíficos.


En 1973, Gran Bretaña, Dinamarca, Irlanda y Noruega ingresan al MCE. Con diez países, éste se convirtió en un poderoso bloque


comercial integrado entonces por 257 millones de personas. El ingreso de tales países motivó de inmediato la inquietante preocupación de otro bloque de entonces, la Unión Soviética, cuyos planes destinados a evitar un reagrupamiento de Europa occidental sufrían duro golpe. En verdad, los soviéticos ponían mala cara cuando los países del otro lado de Europa daban un paso hacia su integración. Diversos intelectuales europeos consideraron que la unión de su continente suponía una revolución de orden moral, cultural y conceptual, fundada en verdaderas comunidades, en grupos reales de intereses económicos, ecológicos, sociales, culturales, en tradiciones, en ideas y proyectos compartidos. Y que para unirse tenían una base común y fundamental: la cultura greco-latina y cristiana que los formó a todos y de la que todos se consideraban herederos. Por cierto, los elevados niveles educacionales y culturales han contribuido a acentuar el proceso integracionista de Europa. A los europeos, a través de sus medios unificadores, no les interesa únicamente los aspectos económicos y políticos sino también los de carácter educativo y cultural. Diversos organismos, uno de ellos el Colegio de Europa (1949), así como universidades y medios de difusión se ocupan de la idea de Europa unida. Especial importancia le asignan a la educación permanente de quienes tendrán que desempeñar empleos diferentes durante su vida laboral y que vivirán en una comunidad multinacional. Y consideran que la ciencia y la tecnología son la clave de su prosperidad industrial, razón por la cual mancomunan sus esfuerzos para financiar diversos proyectos. Los países signatarios de la CEE han avanzado hacia planos superiores de integración con el Tratado de Maastricht (Holanda) que en 1993 creó la Unión Europea (UE), y con el Tratado de Amster- dam, firmado en 1997, en rigor desde 1999, por el cual acordaron una misma política exterior y de seguridad, así como el comienzo de una política de empleo común. El Parlamento Europeo (PE) es el poder legislativo, compartido con el Consejo de la UE (Ministros de Estado). Es plurinacional,


elegido por sufragio universal directo, desde 1979. Sus principales misiones son: examinar y adaptar la legislación europea, aprobar el presupuesto del bloque junto con el Consejo de la UE, efectuar el control democrático de las otras instituciones de la misma y dar visto bueno a acuerdos internacionales. Tiene su sede principal en Estrasburgo (Francia) y sedes adicionales en Bruselas y Luxembur- go. Los eurodiputados (736) son elegidos cada cinco años; repre- sentan a más de 500 millones de habitantes (2010). No se agrupan en bloques de naciones, sino por organizaciones políticas. El PE se conforma mediante un sistema electoral proporcional prefijado para cada uno de los países signatarios. Sus normas señalan qué tipo de decisiones tienen carácter vinculante. Además funciona el Consejo Europeo (Jefes de Estado o de Gobierno). Y el euro, su moneda común, hace sentir su presencia en todo el mundo. Europa, con una superficie total de 10 530.750 Km2 y con una población de 716 952.000 habitantes calculada para el año 2010, va camino hacia su unificación plena. Actualmente, la UE cuenta con 28 miembros, y hay una lista de otros países en espera de ser admitidos. Es asombroso ver a países antes separados por el odio, y hoy como ayer, por la lengua, la religión y la forma de gobierno, trabajen intensamente por su integración y vayan hacia la conformación de un estado-continente, aunque en verdad no sean un pueblo-con- tinente. CHINA El movimiento revolucionario liderado por Sun Yatsen, en 1912, liquidó el imperio chino y proclamó la república. Cruentas guerras civiles sucediéronse, hasta que entre 1945 y 1949 los comunistas dirigidos por Mao Tse-tung se impusieron en el país. Oficialmen- te, China continental se denominó República Popular


de China; la isla de Taiwan, reducto de Chiang Kai-shek, rival de Mao, adoptĂł el nombre de RepĂşblica China Nacionalista.


La China continental es un vasto esquema político con un área de 9 596.961 Km2 y el país más poblado de la tierra con cerca de 1 300 millones de habitantes al comenzar el siglo XXI. Sus regiones geográficas son, unas, de grandes llanuras, y otras de montañas y costas recortadas. El idioma nacional es el chino pero no es uniforme porque ofrece muchas variantes. En el periodo comunista, durante más de diez años, las relaciones entre China y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, fueron de estrecha colaboración, pero en la década del 60 iniciaron un periodo de tirantez, agudizado por la mutua acusación de disidencia ideológica. Ahora China ha abandonado su radicalismo por un modelo económico de mercado, incrementado con la reincor- poración del altamente industrializado Hong Kong, que estuvo en poder de Gran Bretaña desde 1842 hasta 1997. Por su vastedad geográfica y ciertos elementos afines de sus na- cionalidades, etnias y grupos lingüísticos, China es en sí misma un pueblo-continente, una integración política, económica y cultural. Es uno de los países de mayor crecimiento económico del mundo. INDIA Este país, conformado físicamente por la más grande y poblada de las tres penínsulas del sur de Asia, buscó su independencia casi desde el momento mismo de quedar sometida por Inglaterra durante el siglo XIX. El abanderado de su liberación fue Mahatma Gandhi, ya en el siglo XX. Por acuerdo entre los líderes indios e Inglaterra se constituyeron los Estados Unidos del Indostán (1946) cuyo consejo ejecutivo lo presidió Jawaharlal Nehru. Y en 1948, la Constitución republicana dada por su congreso le permitió formar parte de la Commonwealth o Comunidad Británica de Naciones (Reino Unido y sus ex colonias).


Según la observación de Arnold Toynbee: “La India es, en sí misma, un mundo completo; es una sociedad de la misma magnitud que nuestra sociedad occidental”. (Toynbee, 1963: 39). En efecto, tiene una superficie de 3 165.596 Km 2 y su población alcanza 1 160 millones de habitantes (2009), es decir, después de China, es el país más poblado del mundo. La integración de la India se logró por el genio político de Gand- hi y de Nehru después de vencer enormes intereses localistas. Y se mantiene no obstante las diferencias étnicas, religiosas, sociales, económicas y lingüísticas. Si bien los idiomas oficiales son el hindi y el inglés, se hablan otras numerosas lenguas y dialectos. Las dife- rencias regionales de la India son mayores comparadas con las de América Latina. Pero presenta, por sí misma, las características de un pueblo-continente. Su nombre oficial es República de la India. Y según la definición de Nehru ha tratado de mantenerse neutral, sin adhesión a ningu- no de los grandes bloques políticos durante el tiempo de la “guerra fría”. No obstante su condición de país subdesarrollado ha logrado importantes avances educativos y en la investigación científica, de lo cual deriva el hecho de ser uno de los países que hace uso de la energía atómica. RUSIA En 1917 se estableció el Estado comunista en Rusia, como resultado de la revolución liderada por Lenin. Y al poco tiempo fue cabeza de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), federación euroasiática que a partir de 1922 reunió a 15 repúblicas y se convirtió en un poderoso bloque geopolítico y económico. Después de la Segunda Guerra Mundial, en un tiempo signado por la bipo- laridad, la URSS y sus aliados fueron el contrapeso de Occidente, liderado por Estados Unidos. Disuelto el bloque en 1991, Rusia ofi- cialmente tiene el estatus político de federación y es el país más extenso del planeta con 17 075.400 Km2 y su población superaba los 140 millones de habitantes el año 2008.


Por su vasta extensión territorial y sentido unitario, es un pueblo-continente y al mismo tiempo un estado-continente. PAÍSES ÁRABES En diferentes momentos, los países árabes han evidenciado sus intenciones de agruparse en una federación. En los hechos, ellos son una extensa comunidad de pueblos esta- blecidos entre el Oeste de Asia y el Norte de África, unidos por tra- diciones y religión comunes. Los libros y periódicos editados en El Cairo, Damasco y Beirut circulan dentro de esa área geográfica; en las ceremonias religiosas se usa la lengua árabe, inclusive en países islámicos donde la lengua de la vida diaria es otra. Por eso Toynbee pregunta: “¿Es realmente necesario que el mundo de lengua árabe se desmenuce -como el antiguo imperio español en las Américas se ha desmenuzado desgraciadamenteen veinte estados nacionales, mutuamente independientes, que vivan en otros tantos compar- timentos estancos, según el modelo occidental?” En su respuesta dice que la división de la civilización occidental es “el aspecto me- nos presentable” y que “sería una lástima que los pueblos de habla árabe lo copiaran exactamente”. (Toynbee: 1963: 34). En la actualidad, como todo el mundo sabe, ante grandes problemas políticos y económicos de alcance internacional, estos países actúan en bloque, tal el caso de su encarnizada lucha contra Israel. Aunque los árabes no están oficialmente integrados, sino organizados en varios estados, por su conformación biológica, su lengua, su religión, sus manifestaciones culturales y sus hechos po- líticos, son un pueblo-continente. PAÍSES AFRICANOS Las ex-colonias africanas, conscientes de su condición de países subdesarrollados, por ende, pobres, débiles y con elevado


porcenta- je de analfabetismo, manifestaron, prรกcticamente, desde el momen-


to mismo de su liberación del colonialismo, sus ansias unionistas. Y en ese sentido, han tenido varias tentativas como la Organización de Unidad Africana (OUA), reemplazada por la Unión Africana (UA), activa desde el 2002. Esta es una organización supranacional dedicada al incremento de la integración económica y política y a reforzar la cooperación de sus estados miembros. La conforman todos los países africanos, excepto Marruecos. Uno de sus órganos es el Parlamento Panafricano, con funciones de consulta y asesoría, pero también tiene previstas cumplir funciones legislativas. Los países de este continente, no obstante su multiplicidad de etnias y lenguas, como también sus diferencias de organización política, económica y social, participan de las grandes tendencias contemporáneas para no quedar marginados de los procesos de cambio del mundo entero. Y tienen fortalezas o ventajas comparativas frente a los latinoamericanos: están más cerca de Europa y como producen casi lo mismo que nuestros países, la exportación a sus ex metrópolis tiene un menor costo; hablan lenguas europeas y muchos jóvenes estudian en universidades inglesas, alemanas, francesas, belgas o de otros países que colonizaron África. CONSEJO ECONÓMICO DE LA CUENCA DEL PACÍFICO Entre 1960 y 1970 surgió la idea de conformar una comunidad de naciones de la cuenca del océano Pacífico. Una de las organizaciones impulsoras de esta iniciativa fue la Standard Research Institute, de Estados Unidos, que con el apoyo empresarial de ese país, así como de Canadá, Australia y Japón, creó el Consejo Económico de la Cuenca del Pacífico en 1967 (Pacific Basic Economic Council, PBEC). Paralelamente, y por su lado, los japoneses, siguiendo el modelo del MCE y de la ALALC (hoy ALADI), consideraron a la mencionada cuenca en forma integral y comenzaron a visualizar un esquema de cooperación económica para toda esta área geográ- fica.


Un brevísimo repaso nos muestra que Europa fue, desde la antigüedad, y durante siglos, el centro del desarrollo económico y de la civilización; la cuenca del Mediterráneo mantuvo la actividad comercial en forma casi monopólica. Pero a partir del siglo XVII, el centro económico se desplaza a la zona europea del Atlántico norte. Ahora, en los comienzos del siglo XXI, al parecer comienza a configurarse una nueva zona económica: la cuenca del Pacífico, con países ubicados en las orillas de tres continentes: América, Asia y Oceanía, y cuyos procesos económicos exhiben diferentes niveles de desarrollo. Algunas voces anuncian que este espacio será el cen- tro del futuro poderío económico mundial. Desde 1989 se realiza, periódicamente, un foro o conferencia del Consejo Económico Asia-Pacífico (conocido por su sigla APEC, en inglés), con el objetivo de reducir las barreras comerciales en la región, crear economías eficientes e incrementar las exportaciones entre sus miembros. Dicho organismo ha incorporado a veintiún países: Australia, Brunei, Canadá, Chile, China, Corea del Sur, Es- tados Unidos, Filipinas, Hong Kong, Indonesia Japón, Malasia, Mé- xico, Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea, Perú, Rusia, Singapur, Taiwán, Tailandia y Vietnam. La mayoría de ellos son pequeños en extensión territorial y escasos en recursos naturales, como los lla- mados “tigres asiáticos” -Taiwán, Japón, Corea del Sur, Singapur y Hong Kong- sin embargo, sus economías crecieron vertiginosa- mente en los últimos tiempos gracias al fomento de sus exportacio- nes a diferentes mercados. En conjunto, los países de esta organi- zación ocupan un área superior al tercio de la superficie terrestre, concentran más del 50% de la población del globo, generan más del 50% del producto bruto mundial y además en su espacio se realiza la tercera parte del intercambio comercial total del planeta. Por su ubicación geográfica, Perú puede alcanzar dentro de la cuenca del Pacífico importantes niveles en su comercio de exporta- ción de productos agroindustriales y textiles, entre otros, así como beneficios mediante la transferencia tecnológica


procedente de los paĂ­ses mĂĄs desarrollados. Pero el mercado asiĂĄtico es muy exigente


en la calidad de productos que adquiere su cuantiosa población. Este hecho habrá de obligar a los exportadores a mejorar los niveles de productividad y los estándares de calidad mediante la forma- ción de recursos humanos -profesionales y técnicos- de alta califi- cación. No obstante las diferencias en sus procesos históricos, culturales y económicos, los países del APEC buscan hacer efectiva su inte- gración económica. Por su asimetría, las estrategias difieren según se trate de economías industrializadas o subdesarrolladas. Y apun- tan a un crecimiento equilibrado y ambientalmente sostenible. AUSTRALIA Por su extensión de 7 682. 300 km2 algunos geógrafos sostienen que esta isla es en sí misma un continente. Su población estimada en 22 millones de habitantes no guarda proporción con su vastedad territorial. Políticamente es un Estado independiente del sistema federal del cual forma parte la isla de Tasmania. Es miembro de la Commonwealth. INDONESIA Las Indias Holandesas al proclamarse independientes se constituyeron en 1949 como los Estados Unidos de Indonesia, pero mantuvieron lazos con su ex-metrópoli. Ahora bajo el nombre oficial de República de Indonesia se agrupan unas tres mil islas, tales como Sumatra, Java, Célebes, parte de Borneo, Bali, Timor, Nueva Gui- nea Occidental y el archipiélago de las Molucas. Sus habitantes, de diversas razas y lenguas, se han integrado en busca de su desarro- llo.


6. PENSAMIENTO ORREGUIANO VIVO SOBRE INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA En sus principales obras, Pueblo-Continente y Hacia un humanismo americano, Orrego estudia la integración de nuestros países, también abordado en diversos artículos.

Caricatura de Orrego por Esquerriloff (1926)

A continuación algunas páginas tomadas de dichos libros. Al tenor de su análisis, aquí, en la magna patria latinoamericana, la unidad biológica y cultural del pueblo-continente habrá de desem- bocar en la unidad política y económica de un estadocontinente. EL DESGARRÓN HISTÓRICO Desde la Conquista, América ha tenido una historia periférica y extravertida. El mundo se ha insertado en ella, como una avalancha que rompe el dique de contención y permanece extraña al área invadida. Sus acontecimientos eran acontecimientos euro-


peos, extraños, exóticos; letras de un alfabeto que pertenecían a un lenguaje distinto; signos y símbolos impuestos desde fuera y, por lo tanto, incapaces de expresar ningún estilo, ninguna intimidad entrañable y congénita. Cuando Roma somete a Grecia, la cultura griega conquista, a su vez, al invasor; pervive dentro de él y se continúa en floraciones magníficas. Más aún, la cultura griega a través de Roma se universaliza, toma un vuelo poderoso y gana el imperio del mundo. Conquistadora de su vencedor hace de él el mejor vehículo de su expansión universal. Hasta Roma, la cultura griega no fue sino una cultura provincial y circunscrita. Con Roma, el mundo se he- leniza y la abeja ática prende sus panales en Britania, en la Galia, en Germania, en Hispania, centros de donde se irradia después al porvenir. Ninguna conquista, como la romana, sirvió mejor los designios más profundos, el destino esencial de una raza “venci- da”. Roma jugó un papel decisivo para Grecia y, tal vez, sin ella, su cultura habríase extinguido sin repercusión mundial, a orillas del mar Egeo. El mundo habría tomado, entonces, otros caminos. En realidad, la conquista romana no fue para Grecia, en último extremo, una tragedia, sino un florecimiento, una expansión vi- tal, una continuidad histórica. Para América, la conquista europea fue una catástrofe, una tragedia de proporciones cósmicas, ya que ella significó no solo el hundimiento y el eclipse de una raza que había llegado a un estadio resplandeciente de civilización, sino, también, la inserción de un alma extraña que vino, a su vez, a trizarse o, cuando menos, a deformarse dentro de las poderosas fuerzas geo-biológicas que actuaban en la tierra continental como un disolvente, como una energía letal y corrosiva. De este choque salieron moribundas y cadaverizadas, como sombras espectrales, el antigua alma indíge- na y el alma invasora de Europa. En la historia del mundo, América es un gran desgarrón. El desgarrón de una raza vigorosa por obra de la conquista y la violencia de la barbarie occidental. Esta raza cumple un ciclo de vida


de cultura superior, sin el concurso ni la aportación de las otras razas. Caso único en que se abre el seno de un Continente como un hipogeo cósmico, para que vinieran a cadaverizarse y podrirse todos los pueblos de la tierra, dejando un humus humano, rico en elementos fecundantes y en posibilidades inauditas. Por eso, América ha vivido sin su propia experiencia. Toda su vida histórica, es decir, toda aquella parte de su vida que se inser- ta en el acontecer del mundo, ha sido un abismarse de Europa en ella, una fusión de todas las razas en sus tórridas entrañas. Caso en que una prehistoria es superior, es más que la historia, porque lo que conocemos del Imperio Incaico era ya, desde hacía mucho tiempo, una decadencia, y porque Europa, que en el sentido vital de la palabra, no ha creado todavía nada en América, no ha hecho sino repetirse mal, y repetirse destruyendo lo que había de vivo, orgánico y fuerte en esta parte del mundo. Y éste es el desgarrón de América. Un desgarrón que se cumple hasta en el hecho simbólico de que un navegante sale en busca de una cosa y, de súbito, se encuentra con otra. América es, pues, la aventura, el gran tropezón histórico de Colón y, por eso, en cierto sentido, la hija de lo fortuito y de lo inesperado. América constitu- ye el recomienzo de una vida nueva para la cual no sirven, en su significado concreto y particular, ni la experiencia, ni las leyes, ni las normas que ensayaron el hombre europeo y el hombre oriental a través de los siglos. América es una nueva posibilidad humana. Mientras el resto del mundo se encuentra, ya en formas cristalizadas y fijas, ya en plena fusión disgregativa, América es, todavía, un plasma móvil, un fenómeno en plena refundición vital. Mientras todas las demás culturas se hallan en su madurez o en su declinación porque han encontrado el sentido de su solución humana, América es todavía una infancia, una incógnita problemática. Y si hasta hoy ha sido un Sepulcro, es indudable que ya comienza a ser una Cuna.


(Pueblo-Continente, en Obras completas, 1995: I, 147-148).


EL ESTADO MUNDIAL INDOAMERICANO Como formando pendant o contraparte vital de los Estados Unidos norteamericanos, al sur corre otro Pueblo-Continente, desde el río Bravo hasta el cabo de Hornos, que está esperando su último remate político, jurídico y cultural en otra poderosa unidad, el Estado-Continente de Indoamérica como lo pensó y lo soñó Bolí- var en los momentos más fúlgidos de su lucha y como lo piensan ahora los estadistas y pensadores más grandes del Continente. El escenario está perfectamente preparado desde hace dos siglos: fusión de las distintas progenies casi en sus últimos estadios de compenetración biológica; una lengua común, salvo minúsculas áreas de las Antillas, ya que el portugués del Brasil es una len- gua gemela del castellano y no constituye barrera alguna para la comunicación y el entendimiento mutuos; una creencia religiosa también común, de fondo cristiano y católico; una historia y una misión cultural idénticas; una economía y una producción que puede fácilmente completarse y coordinarse en vigoroso conjunto solidario y un nuevo sentimiento y concepción integral ante la vida. La unión política de Europa choca con obstáculos formidables que parecen muy difíciles de salvar en este momento porque las fron- teras políticas, como ya lo expresé en mi libro antes aludido [se re- fiere a Pueblo-Continente], corresponden a realidades nacionales, económicas, culturales, morales y jurídicas que son connaturales con la vida íntima y espiritual de cada agrupación humana. Son fuertes lazos, de tradición, de historia, de cultura, de vida política, de convivencia secular, de hábitos y maneras de vida que tienen un poderoso lastre acumulado, consolidado y reforzado por mu- chos siglos. La diversidad de las fronteras políticas corresponde a una diversidad de realidades vivientes y activas todavía y son espontáneas, naturales y lógicas hasta cierto grado, porque los pueblos se confunden con los estados, las realidades políticas y jurídicas traducen las realidades geográficas y vitales.


En América Latina la situación es absolutamente diferente. Desde México hasta Argentina constituye un solo pueblo y las fronteras


políticas son enteramente artificiales, antinaturales y no responden a ninguna realidad sustancial y viviente. Las fronteras de los estados indoamericanos son el mimetismo, el remedo absurdo y grotesco de la atomización política de Europa que la etapa colonial nos impuso, el rezago de la división administrativa de la metró- poli española. El pueblo indoamericano es la agrupación humana en grande escala más homogénea que existe hoy en el globo, salvo Estados Unidos, no obstante su diversidad original de sangres y, a medida que transcurra el tiempo, lo será más aún porque el proceso de fu- sión se encuentra en sus últimos estadios de compenetración bio- lógica. En comparación con América Latina, Rusia, India, China son conglomeraciones imbricadas de progenies, lenguas, religio- nes, culturas y costumbres diversas que no han llegado a fusio- narse a pesar de los milenios. La tremenda potencia absorbente del Continente americano ha consumado el milagro de la unidad biológica-cultural y el escenario fundamental está preparado para el gran estado mundial indoamericano del futuro. (Hacia un humanismo americano, en Obras Completas, 1995: II: 157-158). TEORÍA DE LOS GÉRMENES HISTÓRICOS Creemos […] que el impacto que sufrió América con la invasión de Europa, significó una tremenda catástrofe para la subsistencia integral de ambas culturas en el ámbito del Nuevo Mundo. Las dos se desintegraron con el choque –la europea continúa aún desintegrándose- y de esa doble desintegración está surgiendo la nueva expresión cultural de América que, desde luego, será en su culminación futura, una expresión superior a las anteriores expresiones aisladas de sus progenitores. ¿Qué es lo que muere y se destruye con el tremendo impacto cultural de los dos mundos y qué es lo qué sobrevive y persiste en el nuevo complexo-cultural americano?


La teoría de los gérmenes históricos viene precisamente a llenar esta función iluminadora y, por lo tanto, a clarificar y precisar la respuesta que buscamos. En una cultura hay que distinguir cuidadosamente dos factores: uno, morfológico, material, palpable, temporal, que nos da el inmediato semblante, la fisonomía, digamos, visible de dicha cultura, que se evidencia en los productos culturales realizados: arquitectura, pintura, música, obras tecnológicas, filosofía, literatura, usos ceremoniales, costumbres y ritual religioso. Y otro, interno, íntimo, ingrávido, que se expresa y se revela a través del primero y que constituye el espíritu, el centro creador del conjun- to de valores estéticos, éticos, religiosos, etc., en potencia; en una palabra, la esencia invisible e imponderable del proceso cultural, su sentido espiritual último. El primero se extingue con la desaparición o desintegración de la cultura que lo creó. El segundo, es intemporal, resiste a la melladura corrosiva del tiempo una vez realizado desde cualquier circunstancia, perdura, es inmortal, cualquiera que sea el destino adverso o afortunado, de la cultura en que se encarnó, y está des- tinado a incorporarse en cualquier época o circunstancia propicia a su alumbramiento y durante el desenvolvimiento histórico del hombre. Estas esencias culturales constituyen los gérmenes históricos que fecundan y generan otras culturas diferentes. Rotas las estructuras morfológicas de las antiguas culturas: mexi- cana y andina a consecuencia del impacto, irrumpe, por la fuer- za a la superficie del Continente, la estructura morfológica de la cultura invasora. Inmediatamente, como oscilación o repercusión pendular de la extremidad opuesta, se produce, también, la inmer- sión de los gérmenes o esencias históricas de las antiguas culturas. Este fenómeno de sumergimiento se produce por la ley de represión freudiana, que elimina de la superficie de la conciencia aque- llos hechos y valores que no pueden morir porque son


inmortales, pero, que nos causan desazĂłn, temor o vergĂźenza. Se sumergen


entonces y van a depositarse en el desván profundo del inconsciente colectivo, en el abismo de la hondonada síquica. Allí están acechando su oportunidad creadora, que cuando no la logran sur- gen a la superficie como neurosis o estados patológicos, como des- equilibrios anímicos o espirituales. Esta es, también, la razón, por la que América fue durante todo el Coloniaje, un continente en desequilibrio, un territorio enajenado, una tierra que había per- dido su razón de ser auténtica y en la que sus antiguos gérmenes históricos reflotaban, se evadían, muchas veces, de su sepulcro temporal, hacia arriba, como dilaceraciones anímicas profundas porque no encontraban su oportunidad creadora. De ellos, tam- bién, ha provenido, por reacción positiva, su más enérgica incita- ción hacia el reencuentro saludable de sí misma que ha cuajado en la conciencia de la Nueva América. Para explicar este fenómeno, con toda claridad, basta considerar la insolencia despectiva con que el español y los mestizos solían mirar a la raza india y a todos los valores, modos de ser, costumbres pertenecientes a las culturas autóctonas. Aún hoy, este sentimiento desdeñoso persiste, hasta el extremo de que en ciertos lugares se tiene vergüenza de hablar los idiomas quechua y ay- mara y vestirse con los antiguos ropajes típicos de los indios, en Bolivia, Perú y Ecuador. Este fenómeno de desintegración comienza a producirse para los valores de las antiguas culturas americanas desde el primer día de la Conquista. Estos gérmenes fueron apilándose, amontonándose en los estratos abismáticos del Continente, como larvas cultura- les, acechando su hora oportuna para emerger, de nuevo, creadora –o patológicamente cuando no encontraba oportunidad propiciahacia la superficie de la sociedad. Allí, en esos estratos oscuros y abisales, se amortajaron, también, como el gusano en la crisálida, esperando que suene la hora del destino en que debían ensayar, transformados, un nuevo vuelo de impulso superior.


Este fenómeno de sumergimiento cultural de la antigua América duró, más o menos, tres siglos, hasta principios del XIX, en que


comienza el alumbramiento de una nueva conciencia de unidad continental, en que América percibió que habíase estructurado una nueva realidad y un nuevo rumbo de su destino histórico con significado y alcance universales. Los gérmenes históricos, procedentes de la cultura europea, que también se desintegró morfológicamente, durante ese tiempo, en una escala que aún no se sospecha, comenzaron, también, a sumergirse, a subsumirse en los estratos síquicos abismales del Continente. Esta nueva sumersión se debió, igualmente, a un fenómeno de represión freudiana, pero, de distinta índole. Para la nueva conciencia que iniciaba su alumbramiento en una zona que comenzó a estructurarse, también, como consecuencia de la fusión vital y dialéctica a través del mestizaje, los valores europeos impuestos por la fuerza, eran extraños a la realidad del Continente, falsos, simples remedos de algo que le era radicalmente ajeno. Bajo esta compulsión que envolvía una vigorosa repulsa síquica, emotiva y aún ideológica, comenzó la sumersión activa y en grande escala del otro extremo, como respuesta pendular a la primera. Efectivamente, el fenómeno de aparente afloramiento […] de las culturas americanas, hacia la superficie de la sociedad actual, comienza, más o menos, en 1914, con la primera guerra mundial que sirvió de “fuerza catalítica” –nada más que como fuerza cata- lítica- como ya lo afirmamos. La guerra de 1914 fue el comienzo de la crisis europea, en que el hombre europeo comienza, también a poner en tela de juicio sus valores espirituales anteriores, que eran la base de su antigua vida. Con esta crisis, que se agravó en la segunda guerra hasta asumir un clímax explosivo, los valores culturales europeos per- dieron el sortilegio que hasta entonces había ejercido sobre Améri- ca y que había alimentado el falseamiento imitativo, el esnobismo simiesco del espíritu americano por la influencia de Europa. Por esta razón, la crisis europea favoreció la eclosión de los valores


originales de la Nueva América, cuya conciencia alumbrada había llegado ya a su maduración espiritual por si sola. Efectivamente, a partir de la fecha indicada, o pocos años antes, comienza a surgir en todo el ámbito del Continente, movimientos estéticos, políticos, filosóficos, literarios, artísticos, independiza- dos del tutelaje europeo y que se esfuerzan por expresar los valores nacientes y originales de la Nueva América […]. Surgen así a la superficie lo que aparentemente son los gérmenes culturales de las antiguas sociedades mexicana y andina. Ya hemos indicado que resalta palmariamente, tal hecho en la pintura mexicana moderna en que aparecen aflorar los antiguos valores autóctonos, telúricos, vernaculares. (Hacia un humanismo americano, en Obras Completas, 1995: II: 189-195, fragmentos).

ANÉCDOTA ORREGO VA PRESO LLEVANDO SOLO UNA FRAZADITA

El maestro Antenor Orrego sufrió numerosos encarcelamientos. El presente texto se refiere a su traslado del Sexto, junto con otros presos, a los aljibes de la fortaleza del Real Felipe del Callao, de donde, a su vez, se desplazaron reclusos a la Penitenciaría de Lima. Lo tomamos de Hombres y rejas, novela escrita en 1935, cuando su autor –Juan Seoane- también padecía prisión en dicho penal. Eran duros tiempos de autoritarismo en que Orrego gestaba su libro Pueblo-Continente, un canto de esperanza por la integración latinoa- mericana. A continuación lo anunciado: Lejos, unas pisadas, como de una tropilla que viniese. Empiezan a entrechocar los hierros, a sonar las palancas. Chirrían


las chapas otra vez. La dislocada música del metal agita, calenturienta, mi imaginación que se alucina de metáforas. […].


Se abre una reja al fondo, y en la noche silente habla una voz jovial. Pasos que suben la escalera. Pasos de muchos, de muchos, que hacen eco en los puentes. Voy a la reja. Ansioso, encajo entre dos fierros un lado de mi cara por si logro ver. La luz sombría del corredor no alumbra, y en el muro frontero, la sombra de la baranda es tenue. Recios zapatos campesinos retumban ya sus golpes sobre la pasarela… Como una sombra alucinada me estremezco de pronto, cogido a los fierros […]. Viene el rezago de la Revolución, gotera roja de un Trujillo exprimido, y la mozada, oliente a pólvora, saturada aún de sangre, entra en la noche, en el presidio, silbando su marcha triunfal. Frente a mi sombra que adivina, va surgiendo el desfile. Suárez, arropado en su abrigo café, con la llave en la mano, los guía por la penumbra estrecha. Pasan como otras sombras. Desdibujados, amplios sombreros de anchas alas, alforjas en los hombros duros, paquetes. Pasan, pasan los condenados, avizores, ingenuos y som- bríos. […]. -Treinta somos. Nos traen de los aljibes. Hemos estado muchos días en un sótano. Pero ahora han pasado allá muchos presos que no cabían en el Sexto. Nos cruzamos con ellos cuando salíamos y vimos a Antenor Orrego en la fila: no llevaba sino una frazadita al hombro. Daban pena, parecían hambrientos y muertos de frío. Aguda tasajea la voz del guardia: -Cada uno a la puerta de su celda. (Juan Seoane, s/f: 196, 197 y 198).


ACTIVIDADES 1. Elaborar, en orden alfabético, un vocabulario con las palabras nuevas. 2. ¿Cuál es el proceso genético del nombre de América Latina? 3. ¿A qué llama Orrego “americanización de América”? 4. ¿Qué proceso ha seguido el patriotismo y el nacionalismo en Europa y América Latina? 5. Explicar el concepto “pueblo-continente” 6. ¿Qué es el “desgarrón histórico”? 7. Describir la teoría de los “gérmenes históricos”. 8. En el mapa político correspondiente, marcar por separado los países miembros de: a. CAN b. MERCOSUR c. UNASUR d. ALADI e. CAB f. Parlamento Amazónico g. SICA h. UE 9. ¿Cómo se manifiesta la vigencia de la teoría de los puebloscontinente? 10. Escribir un ensayo sobre integración latinoamericana, según el pensamiento orreguiano. 11. Escribir un breve comentario sobre la anécdota.



CRONOLOGÍA 1892. 22 de mayo. Nace Antenor Orrego Espinoza en la hacienda Montán, distrito de Lajas, provincia de Chota, departamento de Cajamarca. Sus padres: José Asunción Orrego Asenjo y María Victoria Espinoza Villanueva, propietarios de dicha hacienda. 1902. La familia Orrego Espinoza se establece en Trujillo, donde Antenor cursa los estudios de educación primaria y secunda- ria en el colegio Seminario de San Carlos y San Marcelo. Allí inicia sus vínculos con miembros del futuro “Grupo Norte”: José Eulogio Garrido Espinoza, Macedonio de la Torre, Alci- des Spelucín Vega, los hermanos Víctor Raúl y José Agustín Haya de la Torre. Con el correr de los años, Trujillo será su ciudad adoptiva. 1910. Ingresa a la Universidad de Trujillo para estudiar en la Facul- tad de Letras. El anarcosindicalismo se extiende entre estudiantes y trabaja- dores manuales de Trujillo y del valle de Chicama. Comienza la revolución mexicana de amplia repercusión en América Latina. 1912. Registra matrícula en primer año de la Facultad de Jurisprudencia, igualmente en la de Ciencias Políticas y Administrativas. 24 de diciembre. Por su calificación de sobresaliente en el cur- so de Derecho Constitucional de la Facultad de Ciencias Polí- ticas y Administrativas, es premiado con la obra de “Derecho Constitucional” de Grinke, en la ceremonia de clausura del año académico. 1913. Antenor Orrego y Abraham Valdelomar ganan premios en el concurso literario del diario La Nación de Lima. El ensayo de CÁTEDRA ANTENOR ORREGO

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Elmer Robles Ortiz

Orrego, “El arte moderno”, fue publicado por La Industria de Trujillo. Inicia su publicación la revista Cultura Infantil dirigida por Julio Eduardo Mannucci, que también es director del Centro Escolar Nº 241. Circuló hasta 1918. En sus páginas, aparecen los primeros poemas de César Vallejo, junto con los aportes de Alcides Spelucín, Oscar Imaña, Juan Espejo Asturrizaga, Francisco Xandóval, José Eulogio Garrido, Federico Esquerre, así como de Mannucci y Orrego. 1914. Golpe de Estado contra el presidente Guillermo Billinghurst. Gobierno militar de Oscar R. Benavides hasta 1915. 23 de setiembre. Discurso de Orrego en la Universidad por la fiesta de la primavera. Constitución del núcleo inicial de la “Bohemia de Trujillo” o “Grupo Norte”. Las primeras reuniones se realizaron en el departamento de José Eulogio Garrido. Aparece la revista Iris dirigida por José Eulogio Garrido; allí se insertan los primeros trabajos del Grupo, entre ellos, colaboraciones de Orrego. Discurso de Víctor Raúl Haya de la Torre por la fiesta de raza.

la

Orrego conoce a Vallejo por intermedio de Haya de la Torre. Comienza la primera guerra mundial. 1915. Ampliación del núcleo de la “Bohemia de Trujillo”; reuniones impulsadas por José Eulogio Garrido y Antenor Orrego. Orrego es jefe de redacción del diario La Reforma; después será director. 23 de setiembre. César Vallejo recita su poema “Primaveral” desde un balcón frente a la Plazuela O’Donnovan.


Por su composición “Canto a la Primavera”, Oscar Imaña ob- tiene la Flor Natural en los juegos florales organizados por la Universidad. 12 de octubre. José Eulogio Garrido pronuncia un discurso en la Universidad de Trujillo con motivo de la fiesta de la raza. Orrego es el guía intelectual de César Vallejo y de todo el Grupo. A fin de año, publica en La Reforma una página íntegra con versos de Vallejo, Spelucín, Xandóval, Imaña, Eloy Espinoza, así como artículos de Federico Esquerre, Agustín Haya de la Torre y Juan Manuel Sotero. Vallejo opta el grado de bachiller en letras con su tesis “El romanticismo en la poesía castellana”. 1916. Las actividades culturales se incrementan en Trujillo por parte de los jóvenes intelectuales y del Centro Universitario. Con motivo del fallecimiento de Rubén Darío, Orrego publica un emotivo artículo sobre el poeta nicaragüense en La Reforma. Aparece una nota de Orrego en la revista Balnearios, de Barranco, que asimismo le da espaldarazo a Vallejo al reproducir su poema “Aldeana”. Para viajar y participar en la ceremonia de inauguración del monumento al héroe José Gálvez Egúsquiza, en la ciudad de Cajamarca, el Centro Universitario designa cuatro representantes: Dileo Herrera, Álvaro de Bracamonte, José Eulogio Garrido y Víctor Raúl Haya de la Torre. Un grupo de estudiantes limeños visita Trujillo. El discurso de bienvenida lo pronuncia Haya de la Torre. Y Vallejo recita un poema en honor a los visitantes. En el mes de setiembre, el poeta Juan Parra del Riego llega de visita y es recibido con afecto por los intelectuales que agluti-


nan Orrego y Garrido. Después, ya en Lima, publica un artículo intitulado “La Bohemia de Trujillo”. El escritor José Félix de la Puente obtiene el primer premio en el concurso organizado por la Universidad en celebración de la fiesta de la primavera. En la ceremonia de premiación par- ticipan Juan Parra del Riego y Víctor Raúl Haya de la Torre, que en aquellos días dirige el Centro Universitario. 12 de octubre. En la ceremonia por el día de la raza, organiza- da por el Centro Universitario, el poeta César Vallejo decla- ma su poema “América Latina” que con el correr del tiempo se perdió, y ahora sólo se conoce un fragmento. 15 de diciembre. La comedia “Triunfa vanidad” escrita por Haya de la Torre, es llevada a escena por la compañía española de comedias dirigida por Amalia de Isaura, que hacía una temporada de teatro en Trujillo en medio de elogiosos comentarios, entre ellos, los de Vallejo y Orrego. Dicha obra es una defensa de Vallejo y de todo el Grupo frente a las críti- cas malsanas de intelectuales conservadores. Pronto, el poeta agradeció al autor, dedicándole un poema y éste le retribuyó con otros versos. 1917. Orrego preside el Centro Universitario, y después Oscar Imaña. Intensa actividad cultural. Los diarios publican poesías, cuentos, artículos, entrevistas. Además se realizan veladas literarias y llegan a la ciudad compañías de teatro. El Centro Universitario promueve inquietudes intelectuales. Desde La Reforma, Orrego inicia los sábados literarios que acoge la pro- ducción de los intelectuales trujillanos. “Orrego se erige en alma y nervio de esta actividad”. (Espejo, 1989: 59). Haya de la Torre viaja a Lima para proseguir sus estudios en la Universidad de San Marcos. Al cabo de unos meses regre-


sa, de visita, y ofrece conferencias en las que aboga fervorosa-


mente por los trabajadores de los valles de Moche y Chicama, víctimas de cruel explotación. Luego, Orrego, desde el diario La Libertad inicia una valiente campaña a favor de los obreros. A él se aúnan Federico Esquerre, Juan Espejo Asturrizaga, entre otros, que con su protesta, sacuden el ambiente labo- ral. Firmado por Orrego, director del mencionado periódico, y Espejo, redactor principal, apareció el manifiesto titulado “Protesta ante el país”, allí dicen: “Queremos pedir a voz en grito, puestas las manos en nuestro corazón, justicia para los millares de infelices trabajadores que son hoy las víctimas anónimas de la explotación y de la bala homicida de la fuer- za”. (Espejo, 1989: 57). 10 de junio. Macedonio de la Torre ofrece una fiesta artística en su domicilio. Los contertulios hacen música (Valderrama), poesía (Vallejo, Spelucín, Imaña) y el anfitrión exhibe sus úl- timas pinturas. 16 de julio. Vallejo sustenta una conferencia en la Universidad sobre la “Doctrina Drago”. Alcides Spelucín viaja al exterior: Guayaquil, Panamá, La Ha- bana, Nueva York… 12 de octubre. Orrego es conferencista en la Universidad, en reemplazo de su catedrático de literatura, Dr. Eleazar Boloña, quien se excusó de participar en el acto por haber asumido el cargo de alcalde de la ciudad el día anterior. Disertó sobre “España y América”. El compositor Daniel Alomía Robles visita Trujillo en compañía del poeta Enrique Bustamante y Ballivián. Los “bohemios” participaron en sus veladas y conferencias. En noviembre la danzarina Norka Rouskaya actúa en el teatro “Ideal”. Orrego elogia sus cualidades artísticas en artículo publicado en La Reforma.


Estalla la revolución rusa. Esperanza de justicia social, distorsionada pronto por regímenes totalitarios, negadores de la libertad y creadores de un poder imperial basado en el capi- talismo de estado. Orrego termina sus estudios de jurisprudencia. Vallejo viaja a Lima en diciembre para continuar estudios en la Universidad de San Marcos. 1918. Antenor Orrego dirige la revista La Semana. Junio. Se inicia la Reforma Universitaria en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, movimiento estudiantil pronto extendido por toda América Latina, particularmente en el Perú. Abraham Valdelomar visita Trujillo; se reúne con los “bohemios”. Dejó profunda impresión: “Su presencia fue para nosotros inolvidable y fecunda revelación de arte”. (Orrego, 1995, III: 35). Fallece Manuel González Prada en Lima. Termina la primera guerra mundial, con repercusio- nes en todas las actividades humanas.

grandes

1919. Golpe de Estado de Augusto B. Leguía, ganador de las elecciones de este año, contra el presidente José Pardo y Barreda. Leguía inicia el oncenio (hasta 1930). Desde Lima, Haya de la Torre lidera la Reforma Universitaria. 1920. 1º de agosto. Saqueo e incendio en Santiago de Chuco. Vallejo es involucrado. Viaja a Trujillo y es refugiado por Orrego en “El Predio”, su casita de campo, tomada en alquiler, en el pueblo de Mansiche. El poeta sufre prisión. Orrego es el pri- mero en visitarlo en la cárcel y luego encabeza el memorial en demanda de su libertad.


Aparece el poemario Fogatas de Eloy B. Espinoza, Orrego lo comenta mediante artículo publicado en La Reforma. 1921. Tras 112 días de prisión, Vallejo logra su libertad y regresa a la casita de Antenor en la campiña de Mansiche. En marzo viaja a Lima. Haya de la Torre inaugura la Universidad Popular en Lima, nacida en el proceso de la Reforma Universitaria. Diciembre. El prefecto Temístocles Molina Derteano clausura La Libertad, cuyas páginas apoyan las luchas reivindicatorias de los trabajadores del valle de Chicama, y apresa a su direc- tor. Así Orrego inicia la primera de las siete prisiones por de- fender la libertad, la justicia social, la democracia y educación para el pueblo. Por intervención del ministro Germán Leguía y Martínez, el joven filósofo sale libre, pero es desterrado de Trujillo. Obligado, viaja a Lima, donde se reencuentra con varios “bohemios” trujillanos: Haya de la Torre, Vallejo, Xandóval, Carlos Manuel Cox, Manuel Vásquez Díaz, Macedonio de la Torre, Crisólogo Quesada, que allí prosiguen sus reuniones y conocen nuevos amigos entre los intelectuales capitalinos. 1922. Publica su primer libro, Notas marginales (Ideología poemática). Aforísticas, en Trujillo. Aparece en Lima Trilce, de Vallejo, con prólogo de Orrego. Edición al cuidado de Xandóval. Spelucín regresa del exterior. Encuentro ocasional en Lima con Vallejo y Orrego. 1923. 1º de febrero. Se publica el primer número del diario El Norte, fundado por Antenor Orrego (director) y Alcides Spelucín, con apoyo financiero del empresario minero Juan Alberto Vega Rabines. Redactores: los hermanos Alcides,


Belisario y Francisco SpelucĂ­n Vega, Juan Espejo Asturrizaga, Carlos


Manuel Cox, Eloy B. Espinoza, Manuel Vásquez Díaz, Agustín Haya de la Torre, Francisco Dañino Ribatto, Pedro Lizarzaburu Chávez, Juan Manuel Sotero, entre otros. 23 de mayo. En Lima, manifestación obrero-estudiantil por la libertad de conciencia y contra las pretensiones reeleccionistas de Leguía, organizada por la Universidad Popular y liderada por Haya de la Torre. 17 de julio. César Vallejo y Julio Gálvez Orrego, sobrino de Antenor, viajan a Francia. “Pronto se agotaron los magros recursos que llevaron los viajeros. Yo pude girarles algunas pequeñas sumas de mis primeros sueldos en instantes angustiosos para ellos. Con el propósito de aliviarlos un tanto, Spelucín y yo, acordamos, violentando la economía incipiente de “El Norte”, que ya había comenzado a salir, nombrar a Vallejo como corresponsal del diario en París”. (Orrego, 1995: III, 53). Víctor Raúl es apresado el 2 de octubre y el 9 del mismo mes sale desterrado a Panamá. Luego viajará a Cuba, México y después a Europa. Octubre/noviembre. En la Universidad de Trujillo, protestas por la prisión de Haya de la Torre, y defensa de las ideas del movimiento universitario reformista, hecho que desemboca en la expulsión de alumnos, entre ellos, Carlos Manuel Cox, Manuel Vásquez Díaz y Eloy Espinoza, del Grupo Norte. 1924. 7 de mayo. Víctor Raúl Haya de la Torre funda la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) en México. Entre los primeros en adherirse figura Orrego. 1926. Mayo. Spelucín publica su poemario El libro de la nave dorada, con prólogo de Orrego. Éste inicia sus colaboraciones en la revista Amauta, dirigida por José Carlos Mariátegui, en Lima. Contrae matrimonio con doña Carmela Spelucín Vega.


Desde que viaja a Francia, Vallejo mantiene correspondencia fluida con Orrego. En 1926, éste le anuncia su preparación para viajar a Europa el año siguiente. Y le envía el libro de Spelucín antes mencionado. Desde París, César le escribe a Alcides: “Has logrado, querido hermano, realizar una obra redonda, pareja, definitiva, desbordante de infinito. Con Víc- tor Raúl la hemos leído con el amor de toda nuestra fraterni- dad y se no han llenado los ojos de lágrimas”. (Rivero-Ay- llón, 1996:125). Además de cartas, el poeta remite al filósofo sus libros Rusia en 1931 y Tungsteno, como también periódi- cos, revistas y libros franceses. 1927. Orrego invita al joven Ciro Alegría a colaborar en El Norte. Orrego es alumno destacado de la Facultad de Filosofía, His- toria y Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Mar- cos. 1928. 23 de setiembre. Nace su primogénita Alicia Carmela Orrego Spelucín. 1929. Sale a luz El monólogo eterno (Aforísticas), de Orrego, en Trujillo. Continúa su producción intelectual. Prepara su libro Panoramas, por el cual se interesa José Carlos Mariátegui, con quien mantiene intercambio epistolar. (Dicha obra se perdió). 29 de octubre. Nace su segunda hija, Liliana Orrego Spelucín. En noviembre es nuevamente apresado. 1930. 22 de agosto. Golpe militar del comandante Luis M. Sánchez Cerro contra el gobierno de Augusto B. Leguía. Orrego viaja a Lima, pero por orden de la Intendencia de esa ciudad, es obligado a retornar a Trujillo por considerársele “molesto y peligroso para el gobierno”.


Noviembre. El semanario Crítica de Chiclayo publica un número especial dedicado a Orrego, con nota de Juan José Lora y poema de Francisco Xandóval. 1931. Es elegido en cabildos populares para representar al norte en la Junta de Gobierno de David Samanez Ocampo, pero este anhelo mayoritario no se cristaliza. 13 de mayo. El periodista Manuel Seoane, al retornar de su destierro en Argentina, funda el diario La Tribuna, en Lima. 14 de mayo. Nace su hijo Antenor Orrego Spelucín. 25 de julio. Víctor Raúl regresa al Perú, tras ocho años de des- tierro. El pueblo de Trujillo le tributa emotiva recepción en la plaza de armas, con discurso de Orrego. 11 de octubre. Elecciones generales. Candidatos principales a la Presidencia de la República: Haya de la Torre y Sánchez Cerro. Según la Enciclopedia Británica, el último gana “gracias al empleo de medios fraudulentos”. 1932. 17 de febrero. Fuerzas del gobierno allanan el Congreso Constituyente. El Perú sufre una dictadura. 18 de febrero. 23 parlamentarios son desterrados, entre ellos, Carlos Manuel Cox y Alcides Spelucín, representantes por La Libertad, que habían formado parte del Grupo Norte. Tam- bién otros parlamentarios de la Generación del Centenario: Luis Alberto Sánchez y Manuel Seoane. 6 de mayo. Es apresado Haya de la Torre en Lima. Orrego es apresado en Trujillo. 9 de mayo. El gobierno tiránico clausura la Universidad de San Marcos, para silenciar las protestas estudiantiles exigien- do respeto a las libertades públicas. 7 de julio. Revolución de Trujillo. Militantes apristas se apoderan del cuartel O’Donnovan. En los días siguientes, el go-


bierno de Sánchez Cerro ordena bombardear la ciudad por tierra, mar y aire, para debelar el movimiento en proceso de expansión a otros ámbitos. Millares de ciudadanos fueron fu- silados en Chan Chan y Mansiche. 20 de julio. Mediante decreto supremo, el gobierno clausura la Universidad de Trujillo, por los sucesos de la revolución. 25 de octubre. Circula la falsa noticia del asesinato de Orrego en los aljibes de El Callao. 1933. Enero. Orrego es recluido en el Real Felipe, en el Callao, don- de con otros presos políticos sostiene una huelga de hambre de once días. 30 de abril. Sánchez Cerro es asesinado al salir del hipódromo de Santa Beatriz. El Congreso de la República designa al general Oscar R. Benavides para ejercer el gobierno por un periodo de tres años. 9 de agosto. Benavides promulga la Ley de Amnistía. Haya de la Torre, Orrego y demás presos políticos, salen en libertad. Pero al poco tiempo Orrego va una vez más a prisión. Orrego dirige transitoriamente La Tribuna. Intensifica su acti- vidad periodística en el exterior por medio de diarios y revis- tas de América y Europa. 1934. El general Benavides se consolida en el poder por medios autoritarios. Haya de la Torre y otros opositores al gobierno sufren terrible persecución. 1935. Continúa la persecución. Es apresado Carlos Manuel Cox. 1936. 11 de octubre. Triunfo electoral del Dr. Luis Antonio Eguigu- ren, candidato a la Presidencia de la República, apoyado por el Partido Aprista Peruano. El gobierno de Benavides anula las elecciones, argumentando que militantes de dicho Par- tido, impedido de presentar candidatos, habían votado por


Eguiguren. El Congreso prorroga el gobierno de Benavides por tres años más. Este hecho origina protestas en todo el país. Opositores al go- bierno sufren persecución, son apresados o salen al exilio a Chile y otros países. Orrego está en prisión. Se vive bajo un régimen dictatorial. 1937. 15 de febrero. El líder obrero y ex constituyente (1931) Manuel Arévalo, discípulo de Orrego, es torturado y asesinado por fuerzas del gobierno en el trayecto de Trujillo a Lima, en Colorado Chico, entre Huarmey y Pativilca. Profundamente conmovido, Orrego en su Ofrenda de Pueblo-Continente anota: “¡Cuánta efusión fraternal prodigó Manuel Arévalo, el her- mano mártir, al mecanografiar estas páginas que él compren- dió y amó tanto, y que –sarcasmo del destino- no vería nunca publicadas!” (Orrego, 1995: I, 113). La vida de Orrego peligra. Las “brigadas policiales” tenían consignas claras contra él. “Yo estaba en Trujillo cercado por mis perseguidores […] Una noche dispararon sobre mi lecho, desde la ventana, siete tiros de pistola, creyéndome dormido. Al día siguiente las autoridades propalaron la noticia de mi muerte. Un oleaje de terror envolvió a la ciudad norteña”. (Orrego, 1995: III, 54.55). Orrego en prisión por oponerse a la dictadura. 1938. Orrego continúa preso. 15 de abril. Fallece en París, César Vallejo. 1939. Pueblo-Continente se edita en Santiago de Chile. 8 de diciembre. Manuel Prado Ugarteche asume la Presidencia de la República, dispone amnistía y los presos políticos logran su libertad, Orrego, uno de ellos. 1941. Alcides Spelucín recluido en “El Sexto” de Lima.


1944. Orrego sufre prisión. 1945. Es elegido Senador por el departamento de La Libertad. Tam- bién son elegidos Spelucín y Cox. José Luis Bustamante y Rivero es elegido Presidente de la Re- pública. Orrego integra la Comisión Bicameral constituida para elaborar la Ley de Reforma Universitaria. 1946. 24 de abril. El Presidente de la República promulgó el Estatuto Universitario o Ley de Reforma Universitaria Nº 10555. Gracias a esta norma: “La vida universitaria renació pujante y se mantuvo con brillo inusitado hasta 1948”, anota Carlos Daniel Valcárcel. (Valcárcel: 1975: 218). Y Gabriel del Mazo, abanderado de la Reforma Universitaria argentina, escribe: “Es el documento más importante en nuestra América sobre legislación universitaria”. (Del Mazo, ¿1959?: 27). 9 de mayo. Orrego solicita ser nombrado docente del curso de Cultura Indoamericana de la Facultad de Letras de la Uni- versidad de Trujillo. Con fecha 11, el decano da cuenta de dicha solicitud a la Junta Reorganizadora. 13 de mayo. El Consejo Universitario acuerda nombrarlo catedrático del curso antes mencionado. 15 de mayo. La Asamblea Universitaria lo elige Rector, abrumadora mayoría de votos.

por

20 de mayo. La Universidad de Trujillo le confiere el grado de Doctor Honoris Causa, y de inmediato asume su cargo de Rector. 1947. 10 de setiembre. Recibe 30 hectáreas de terreno, para la Universidad, donadas por el Dr. Vicente González de Orbegoso y Moncada, destinadas a la construcción de la ciudad universitaria, gestionadas por intermedio de Haya de la Torre.


(Posteriormente la donación se amplía a 40 hectáreas). Inicia los trabajos preliminares de dicha obra. Logra la transferencia del ejido denominado “Grama de Mansiche” para la construcción de la futura Facultad de Medicina. Inicia el proceso para establecer esta Facultad, con la colaboración del notable científico peruano Dr. Eleazar Guzmán Barrón, médico y docente universitario en Estados Unidos. 1948. Zozobra política. El gobierno se encuentra en dificultades. 27 de octubre. Golpe militar del general Manuel A. Odría contra el Presidente Bustamante y Rivero. El Congreso de la República es clausurado; Orrego, despojado de sus funciones de Senador. Odría asume de facto la presidencia de la junta militar de gobierno. Por orden gubernamental, el ejército asaltó el local de la Universidad Nacional de Trujillo. Termina el rectorado de Orrego, interrumpido arbitrariamente por el nuevo gobierno autoritario. Su duración: 2 años, 5 meses, 7 días, periodo en el cual realizó encomiable labor según los principios de la Re- forma Universitaria y creó nuevos organismos académicos. 1949. Orrego dirige La Tribuna, en la clandestinidad. Es apresado. Haya de la Torre asilado en la Embajada de Colombia (Lima); allí permanecerá 5 años, 3 meses y 3 días. 1950. La junta militar de gobierno convoca a elecciones. Candidato único, el general Odría es elegido Presidente de la República. Prosigue su autoritarismo. 1951. Orrego en la clandestinidad. 1952/1953. Sufre prisión. Sale absuelto.


1955. Febrero. Aparece La dimensión de la piedra del poeta Julio Garrido Malaver, con prólogo de Orrego. 1956. Manuel Prado Ugarteche es elegido para un segundo periodo presidencial. El nuevo gobierno decreta amnistía política. Ciudadanos encarcelados por sus ideas, salen en libertad; otros regresan del exilio. Orrego, radicado en Lima, visita Trujillo. Reuniones con sus antiguos amigos del Grupo Norte: Xandóval e Imaña, y los de nuevas agrupaciones literarias: “Cuadernos Trimestrales de Poesía”, “Peña del Mar” y futuros miembros del “Grupo Trilce”. 1957. Publica la segunda edición de Pueblo-Continente, en Buenos Aires, Argentina. Dirige “La Tribuna”. Allí escribe su columna “Efigie del Tiempo”. 1958. Deja la dirección del diario antes mencionado. 1959. Agosto. Viaja, por primera vez al exterior, invitado para participar en el simposio sobre la obra de César Vallejo, organizado por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. 8 de noviembre. El Grupo Trilce le tributa homenaje en Truji- llo. El discurso de orden lo ofrece Teodoro RiveroAyllón. 1960. 10/14 de julio. Realiza su segundo viaje fuera del Perú, visita México, en el vuelo inaugural de Aerolíneas Peruanas, como representante de “La Tribuna”. 17 de julio. Fallece de una repentina afección cardiaca. En so- bre cerrado dejó un poema a su esposa, para ser colocado en el ataúd junto a su pecho:


PLEGARIA Desde todos los evos oscuros de la Eternidad, Dios está descendiendo sobre mí. Soy el vértice supremo de las fuerzas esenciales que se actualizan en mi carne. Soy el punto neutro en que el ave reposa y se apresta para el vuelo. Soy el hijo eterno del Padre Eterno. ¡Grande espíritu del mundo, acompáñame en mi camino de Dios hacia Dios! (Obras completas, 1995: V, 246)


EPÍLOGO LA PROFECÍA DEL AMAUTA Después del Grupo Norte, surgieron otros grupos de intelectua- les en Trujillo, uno de ellos, “Trilce”, significativo nombre adopta- do por nuevos creadores de cultura en poesía, narrativa, ensayo, plástica, teatro, periodismo y docencia. Y recibieron el espaldarazo nada menos que del propio amauta Antenor Orrego, cuya obra bien la conocían y, sin duda, influía en su pensamiento. Seguro tenían grabadas estas palabras suyas de 1957: “Que nuestro pueblo-conti- nente no sea un descarnado destino ciego, donde imperen estrictamente las fuerzas muertas y sepulcrales del pasado, sino, misión alumbrada y esclarecida en beneficio de todos los pueblos y de todas las razas del mun- do, depende exclusivamente del uso que hagamos de nuestra libertad. De- pende de las generaciones inmediatas que tomarán, en seguida, el timón firmemente asentado en la rosa universal de los vientos y que orientarán, en definitiva, el rumbo de la nave hacia el próximo amanecer de la historia, cuyo umbral estamos hollando ya con los pies”. (Prólogo a la segunda edición de PuebloContinente). Uno de los integrantes de “Trilce”, el novelista y docente universitario Eduardo González Viaña, es autor de un artículo en el cual aporta datos, ideas, recuerdos y anécdotas relacionados con la vida y obra de Orrego. De allí tomamos unos párrafos para cerrar nuestro libro. Fue en noviembre de 1959 en Trujillo. Éramos algo así como15 mucha- chos de edades universitarias pero de ímpetus mayores que nuestros años, y habíamos formado un grupo llamado “Trilce”. Poetas, dramaturgos, na- rradores, pintores, cada uno de nosotros era una proclama o un germen de lo que quería ser. Soñábamos mucho más de lo que éramos. Dos terceras partes de nuestra alma estaban ocupadas por los sueños como ahora lo están por el recuerdo.

CÁTEDRA ANTENOR ORREGO

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A invitación nuestra, trasmitida por Teodoro Rivero-Ayllón, el mentor y el mayor de nosotros, Antenor Orrego accedió a viajar a Trujillo a reu-

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 CÁTEDRA ANTENOR ORREGO


nirse con nosotros. El 13 de noviembre, día de mi cumpleaños, estuvo con nosotros en el Teatro Municipal. Luego, se quedó tres semanas. Ofreciéndonos magistrales pláticas en la biblioteca pública y en alguna aula universitaria o simplemente callejeando por la ciudad más bella del norte peruano, el maestro parecía haber vuelto a los años en que hiciera lo mismo al lado de Vallejo, Víctor Raúl Haya de la Torre, Spelucín y Xan- dóval, entre otros. Confieso que, a veces, no le entendí, sobre todo cuando hablaba de lo que llamaba él, los gérmenes históricos o sea el substractum que las viejas culturas dejan a las que siguen. Dijo que había que volver los ojos hacia ellas y que ése había sido el recurso, el método y la genialidad de César Vallejo. A cada uno de nosotros, le vaticinó una tarea. La mía no creo que se haya cumplido a cabalidad, pero lo intento. Tendré que persistir hasta en- contrar una narrativa que me permita contar lo que entonces nos contó, así como la vida de quienes en su época transitaron las mismas calles e historias que a nosotros nos enredaban. En toda mi vida, fue esa la más poderosa incitación a crear y a perseverar que he recibido, y debe ser por eso que, en otras latitudes del mundo donde generalmente habito, vuelvo los ojos hacia la tierra de los chancha- nes y los moches, hablo con los cerros y el mar de esas tierras, y no tengo cuándo terminar de expresar su voz portentosa. Alguna vez lo haré. Éste es Orrego, el hombre de la profecía para Vallejo, para Haya de la Torre y para todos nosotros. Éste fue el bravo guerrero en la trinchera de la revolución social. […]Durante muchos años su nombre y su prólogo han sido desglosados de “Trilce” por editores y supuestos devotos de Vallejo cuya mezquindad es colosal, pero los tiempos cambian y llega la hora del reconocimiento. De Orrego hay que decir lo que él afirmó de Víctor Raúl, que enarboló la enseña de una generación beligerante, y encarnó la esperanza, la


Elmer Robles Ortiz

resurrecciรณn y la victoria de una nacionalidad en trance de muerte, y hay que agregar que siempre estarรก vigente y serรก un mandato pendiente de


EPÍLOGO

cumplirse su profecía del cambio social mientras el amor y la raza de los hombres prevalezcan sobre la barbarie, el egoísmo y la muerte. (González Viaña, Eduardo. 2010. Retrato del hombre; en Orrego, Antenor, Pueblo-Continente, Trujillo, Universidad Privada Antenor Orrego, pp. 18-20).



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