La la land

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MOVIES LA LA LAND

2024 OCTUBRE

páginas 2-3

DAMIEN 4-6 CHAZELLE


funciona como Por qué 'La La Land' es la placable, un bálsamo casi terapéutipelícula que mejor retrata a la co entre el público. En un mundo en el que aparengeneración 'millennial' temente no podemos

Que nadie espere una disculpa por parte de La La Land. En este diálogo, Mia y Sebastian conversan sobre qué cabida tiene el sueño pasado de moda de abrir un tugurio de jazz en la era de Spotify. Se trata de la única mención que hace la película a la probable reacción de los cínicos. El único instante en el que el guion mira hacia el mundo real. Durante el resto de sus minutos, La La Land explota como una piñata de la cual caen colores que habíamos olvidado que existían. El público respondió con entusiasmo. La La Land fue la película del año. Al dirigirse sin miedo ni pudor al corazón del espectador, sin pasar por la cabeza, la película no sólo gustó, sino que enamoró. ¿Qué convierte a La La Land en una experiencia tan especial?

Los medios americanos se aferraron a La La Land como a un faro cuya ilusión ilumina la confusión de la era Trump. Y lo cierto es que fue una casualidad. Su director, Damien Chazelle, llevaba cinco años tratando de sacar adelante este proyecto en el que nadie creía. La lucha por convertir su sueño en realidad se ha tornado épica, y ha convertido La La Land en una especie de milagro moderno. Si se hubiera estrenado en 2011, su felicidad entrañable habría sido analizada como una euforia fruto de la era Obama. Pero el hecho de que finalmente se estrenara tras el resultado electoral más descorazonador del siglo XXI revistió de simbolismo a la película. Y su mensaje, tan ingenuo y esperanzador como im-

tener cosas bonitas sin romperlas, La La Land transforma la sala de cine en un refugio en el que los buenos sí pueden ganar. Hay una razón por la que los nombres Escarlata y Rhett, Ilsa y Rick, Christian y Satine o Jack y Rose no necesitan apellidos. El romance lleva siendo el motor del cine desde que se inventó, por el sencillo motivo de que no todo el mundo ha estado en la guerra o ha sufrido fenómenos paranormales, pero todo el mundo reconoce qué es el amor. El amor eufórico, el amor soñado, el amor perdido. Mia y Sebastian están destinados a trascender la pantalla de cine y asentarse en la cultura popular durante décadas.


Su amor es el más quimérico de todos (y no sólo por lo ofensivamente atractivos que son) , porque nace de la pura admiración. Asfixiados por la era de Tinder y de artículos sobre por qué es mejor estar soltero, Mia y Sebastian no parpadean a la hora de enamorarse, básicamente, porque creen el uno en el otro. Se apoyan, se respetan y se estimulan para seguir luchando por sus sueños. La La Land es ante todo una historia de gente con capacidad de imaginar que se niega a renunciar a ella, pero también es una reivindicación de ese amor que te convierte en una persona mejor. Lo que toda la vida se ha llamado un amor de película.

Que nadie No es la película que queríamos, pero sí la que necesitamos

Que La La Land esté ambientada en las aceras donde nacen los sueños no impide que a la vez resulte exultantemente actual. La película funciona como si un youtuber se desmayase y despertase atrapado en Cantando bajo la lluvia. Hay codazos a la guerra declarada contra el gluten, que como tuiteó Ryan Reynolds el otro día , "la gente de Los Ángeles le tiene tanto miedo que podrías atracar una licorería apuntando con un panecillo".


La película que marcó a la generación anterior, Reality Bites, parece un ramo de flores mustias al lado de La La Land. Los personajes de aquella, desencantados con la vida adulta, se reirían de Mia y Sebastian mientras fuman sin parar tirados en el sofá escuchando Nirvana. Pero en secreto envidiarían lo bonita que es la ropa de los millenials, mucho más favorecedora que sus camisas de franela y sus vaqueros agujereados. ** La Generación X se rindió y, como Neo en Matrix, se dejó caer para que el sistema la asimilase con tal de no tener que trabajar.** Los millennials, por el contrario, se mantendrán firmes en sus ilusiones, por ingenuas que parezcan. Y si tienen que pasar por el aro, lo harán bailando. Puede que ahí fuera no pare de llover, pero dentro de La La Land hay amor, hay sueños y sí, hay canciones. Muchas canciones. Cada vez que un

musical arrasa en taquilla (y sucede muy a menudo) muchos se preguntan por qué Hollywood no se anima a producir más. La razón es sencilla, en realidad: si hubiera muchos dejarían de ser un evento, y acabarían por saturar. Lo que contribuye a que La La Land resulte tan especial es que decora una cartelera mundana, terrenal y sin coreografías. Es, por tanto, un regalo. Y si nuestro cumpleaños fuese todos los días, no resultaría tan bonito. No obstante, la película atraerá a aquellos espectadores que no creen en los musicales. Su conflicto (la frustración y la nostalgia que implica tener ilusiones) es realista e intrínseco a nuestra sociedad, y no gira en torno a los números musicales. El corazón de La La Land (y tiene mucho de eso) está más cerca de Girls que de Grease. Funciona como una sesión doble con Animales nocturnos, pues comparte

con ella la crueldad del mundo real y la huída hacia la ficción, pero para ello La La Land se monta en un tren en el que sí funcionan las luces. Más allá de su invitación a la fantasía, cuando el espectador se sienta a ver La La Land le invade la sensación de que se trata de una película que ayudará a las próximas generaciones a entender nuestras motivaciones. Es una película involuntaria y fortuitamente generacional. La escalofriantemente ñoña expresión "esta película es un lugar para quedarse a vivir" ha cobrado un nuevo sentido con La La Land. Tiene el mismo efecto que visitar a un amigo y descubrir que su salón no está amueblado por Ikea. Al terminar, hay que seguir adelante, pero nadie va a quitarnos esas dos horas de pasión y de una inocencia que, en los tiempos que corren, resulta subversiva, irreverente y contracultural.


La la land Pero como sucede con los cuentos de hadas, la gente necesita profundamente creer en ellos

Una película para la posteridad, un clásico instantáneo además de bailar pegados es bailar porque sin eso La la land dejaría de ser La la land Y de vez en cuando, podremos regresar a esa ciudad en la que los hombres saben silbar y las mujeres se niegan a bailar en tacones. En la que nadie tiene miedo a dejarse invadir por la melancolía durante un rato. En la que la polución les impide ver las estrellas, pero si se esfuerzan pueden conseguirlas mediante decorados o visitas al planetario. Los mandamientos de La La Land recuerdan a los del Maestro de Ceremonias de Cabaret,

desenfrenado y ardiente por montar un festival cada noche ante la sombra del nazismo en las calles: "dejen sus problemas fuera, ¿que la vida es decepcionante? ¡Olvídelo! Aquí no hay problemas. Aquí la vida es hermosa". Sí, ese mundo es un telón. Ese mundo no existe. Es un cuento de hadas para Instagram. Pero como sucede con los cuentos de hadas, la gente necesita profundamente creer en ellos. Si La La Land no se disculpa por ello, nosotros tampoco deberíamos hacerlo.


Su amor es el más quimérico de todos (y no sólo por lo ofensivamente atractivos que son) , porque nace de la pura admiración. Asfixiados por la era de Tinder y de artículos sobre por qué es mejor estar soltero, Mia y Sebastian no parpadean a la hora de enamorarse, básicamente, porque creen el uno en el otro. Se apoyan, se respetan y se estimulan para seguir luchando por sus sueños. La La Land es ante todo una historia de gente con capacidad de imaginar que se niega a renunciar a ella, pero también es una reivindicación de ese amor que te convierte en una persona mejor. Lo que toda la vida se ha llamado un amor de película.

Que nadie No es la película que queríamos, pero sí la que necesitamos

Que La La Land esté ambientada en las aceras donde nacen los sueños no impide que a la vez resulte exultantemente actual. La película funciona como si un youtuber se desmayase y despertase atrapado en Cantando bajo la lluvia. Hay codazos a la guerra declarada contra el gluten, que como tuiteó Ryan Reynolds el otro día , "la gente de Los Ángeles le tiene tanto miedo que podrías atracar una licorería apuntando con un panecillo".


La película que marcó a la generación anterior, Reality Bites, parece un ramo de flores mustias al lado de La La Land. Los personajes de aquella, desencantados con la vida adulta, se reirían de Mia y Sebastian mientras fuman sin parar tirados en el sofá escuchando Nirvana. Pero en secreto envidiarían lo bonita que es la ropa de los millenials, mucho más favorecedora que sus camisas de franela y sus vaqueros agujereados. ** La Generación X se rindió y, como Neo en Matrix, se dejó caer para que el sistema la asimilase con tal de no tener que trabajar.** Los millennials, por el contrario, se mantendrán firmes en sus ilusiones, por ingenuas que parezcan. Y si tienen que pasar por el aro, lo harán bailando. Puede que ahí fuera no pare de llover, pero dentro de La La Land hay amor, hay sueños y sí, hay canciones. Muchas canciones. Cada vez que un

musical arrasa en taquilla (y sucede muy a menudo) muchos se preguntan por qué Hollywood no se anima a producir más. La razón es sencilla, en realidad: si hubiera muchos dejarían de ser un evento, y acabarían por saturar. Lo que contribuye a que La La Land resulte tan especial es que decora una cartelera mundana, terrenal y sin coreografías. Es, por tanto, un regalo. Y si nuestro cumpleaños fuese todos los días, no resultaría tan bonito. No obstante, la película atraerá a aquellos espectadores que no creen en los musicales. Su conflicto (la frustración y la nostalgia que implica tener ilusiones) es realista e intrínseco a nuestra sociedad, y no gira en torno a los números musicales. El corazón de La La Land (y tiene mucho de eso) está más cerca de Girls que de Grease. Funciona como una sesión doble con Animales nocturnos, pues comparte

con ella la crueldad del mundo real y la huída hacia la ficción, pero para ello La La Land se monta en un tren en el que sí funcionan las luces. Más allá de su invitación a la fantasía, cuando el espectador se sienta a ver La La Land le invade la sensación de que se trata de una película que ayudará a las próximas generaciones a entender nuestras motivaciones. Es una película involuntaria y fortuitamente generacional. La escalofriantemente ñoña expresión "esta película es un lugar para quedarse a vivir" ha cobrado un nuevo sentido con La La Land. Tiene el mismo efecto que visitar a un amigo y descubrir que su salón no está amueblado por Ikea. Al terminar, hay que seguir adelante, pero nadie va a quitarnos esas dos horas de pasión y de una inocencia que, en los tiempos que corren, resulta subversiva, irreverente y contracultural.


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