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Keiko Kasza
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Keiko Kasza
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En
lo profundo de un silencioso bosque,
habĂa una corona de oro sobre una piedra.
Un día, tres animales descubrieron la corona. —¡Yo la encontré! —gritó el oso—. ¡Es mía! —No, señor —dijo el elefante—. Yo la vi primero. —Esperen, chicos —dijo el león—. Hay algo escrito en la piedra. Dice: "Para el más poderoso".
—Entonces —dijo el león, agarrando la corona—, obviamente es mía. —Nada de eso —dijo el oso—. Yo soy el más poderoso. —Háganse a un lado —dijo el elefante—, y entréguenme mi corona. Durante mucho tiempo los animales discutieron. De repente, muy lejos, el león vio venir a una viejecita que caminaba hacia ellos.
—Escuchen —susurró—. Arreglemos esto de una vez por todas. Cada uno tratará de asustar a esa viejecita. El que la asuste más ganará la corona. —Está bien —aceptaron los otros. Ass í q ue s e e s c o n d i e r o n d et A etrá ráss d e los lo s a r b u s t o s y e s p e r a r o n a n s i o s a m e n t e a que qu e la v i e j e c i t a se acercara. Cuando finalmente llegó a los arbustos...
...el león saltó: ¡G RRRRRRRR! —¡Santo cielo! —gritó la viejecita—. ¡Me asustaste mucho!
Entonces el oso saltó: ¡GRRRRRRRR! —¡Santo cielo! —gritó la viejecita—. ¡Me asustaste mucho!
Ent onc es le to có el turno al ele fan te Inhaló aire y . . . ¡BAARRRUUUU! —¡Santo cielo! —gritó la viejecita—. ¡Me asustaste mucho!
No había modo de saber cuál había asustado más a la v vii e j e c i t a . —Mi rugido la hizo saltar —alardeó el león. —Mi gruñido la hizo temblar —gruñó el oso. —Mi soplido la puso a volar —gritó el elefante. Tan ocupados estaban con su discusión que no se dieron cuenta de que alguien más estaba allí.
Con la corona sobre la cabeza, el gigante alzó a los tres animales al tiempo. —Para probarles que soy el más poderoso —vociferó—, los voy a dejar caer por un precipicio. —¡Auxilio! ¡Por favor, ayúdenos! —chillaron los animales. Pero, ¿quién los podría ayudar ahora? En ese momento, se oyó una aguda vocecita...
—¡JORGE! El gigante dio un salto, soltó a los tres animales y cayó al suelo. All l í , p a r a d a e n f r e n t e de A dell g i g a n t e má máss grande, más malvado y más poderoso, estaba nada más ni nada menos que... la viejecita. ¡Y había asustado mucho al gigante!
—¡Jorge! —gritó—. ¿Cuántas veces te he dicho que no molestes a los pobres, indefensos animalitos? —Mminm, muchas veces, mamá —gimoteó el gigante— No lo haré de nuevo. De verdad, mamá, te lo prometo.
—Pero —dijo la mujer—, de verdad, yo no necesito esto. Pongámosla donde la encontraron. —¿No la quiere? —le preguntaron. —Pues no —dijo la viejecita —, tengo mi sombrerito y eso es lo que necesito. Jo J o r g e y los anim an imal ales es la mi mira raro ron n con co n admiración. ¡La más poderosa no necesitaba para nada una corona!
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 Y se f u e r o n y el b o s q u e v o l v i ó a se serr s i l e n c i o s o .
La corona de oro reposaba en paz sobre la piedra, como antes. Pero no por mucho tiempo...
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