EL ESTADO ABSOLUTISTA m
siglo veintiuno editores
perry anderson
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INDICE
siglo ventiuno editores, s.a. de c.v. CERRO DEL AGUA 248, DELEGACION COYOACAN. 04310 MÉXICO. D.F.
siglo veintiuno de españa editores, s.a. PRINCIPE DE VERGARA, 78 2° DCHA., MADRID. ESPAÑA
Prólogo PRIMERA PARTE EUROPA
OCCIDENTAL
1. El Estaco absolutista en Occidente 2. Clase y Estado: problemas de periodización 3. España 4. Francia 5. Inglaterra 6. Italia 7. Suecia SEGUNDA PARTE EUROPA
portada de anhelo hernández primera edición en español, 1979 decimoquinta edición en español, 1998 © siglo xxi de españa editores en coedición con © siglo xxi editores, s.a. de c.v isbn 968-23-0946-8 primera edición en inglés, 1974 © nlb título original: lineages of the absolulisl state derechos reservados conforme a la ley impreso y hecho en méxico/printed and made in mexico
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.
ORIENTAL
El absolutismo en el Este Nobleza y monarquía: la variante oriental Prusia Polonia Austria Rusia La Casa del Islam
CONCLUSIONES
DOS NOTAS
A. B.
El feudalismo japonés El «modo de producción asiático»
Indice de nombres
PROLOGO
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El objeto de esta obra es intentar un análisis comparado de la naturaleza y desarrollo del Estado absolutista en Europa. Sus límites y su carácter general como meditación acerca del pasado se explican en el prólogo del estudio que le p r e c e d e A h o r a sólo es preciso añadir algunas consideraciones específicas sobre la relación de la investigación emprendida en este volumen con el materialismo histórico. Este libro, concebido como un estudio marxista del absolutismo, se sitúa deliberadamente entre dos planos diferentes del discurso marxista que, con frecuencia, permanecen a considerable distancia el uno del otro. Ha sido un fenómeno general de las últimas décadas que los historiadores marxistas, autores de lo que es ya un impresionante corpus de investigación, no siempre se hayan interesado por las cuestiones teóricas planteadas por los resultados de sus trabajos. Al mismo tiempo, los filósofos marxistas que han intentado clarificar o resolver los problemas teóricos básicos del materialismo histórico se han situado con frecuencia muy lejos de los temas empíricos concretos formulados por los historiadores. Aquí se ha realizado un esfuerzo por explorar un nivel intermedio entre esos dos. Es posible que tal intento sólo sirva como ejemplo de lo que no debe hacerse. Pero, en cualquier caso, la finalidad de este estudio es examinar el absolutismo europeo simultáneamente «en general» y «en particular»; es decir, tanto las estructuras «puras» del Estado absoluto, que lo constituyen como una categoría histórica fundamental, como las variantes «impuras» que presentan las específicas y diversas monarquías de la Europa posmedieval. En buena parte de los escritos marxistas de hoy, estos dos órdenes de realidad están normalmente separados por una gran línea divisoria. Por una parte, se construyen, o presuponen, modelos generales «abstractos», no sólo del Estado absolutista, sino también de la revolución burguesa o del Estado capitalista, sin ninguna preocupación por sus variantes efectivas. Por otra, se exploran casos locales «concretos», sin referencia a sus implicaciones e interconexiones recíprocas. Indudablemente, la dicotomía convencional entre estos 1 Passages from Antiquity to feudalism, Londres, 1974, pp. 7-9. [Transiciones de la Antigüedad al feudalismo, Madrid, Siglo XXI, 1979, pp. 1-3.]
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procedimientos se deriva de la extendida creencia de que la necesidad inteligible sólo radica en las tendencias más amplias y generales de la historia, que operan, p o r decirlo así, por «encima» de las múltiples circunstancias empíricas de las instituciones y hechos específicos, cuyo curso o f o r m a real es en buena medida y p o r comparación, resultado de la casualidad. Las leyes científicas —en el caso en que tal concepto se acepte—, se mantienen sólo para o b t e n e r categorías universales: los o b j e t o s singulares se consideran como pertenecientes al á m b i t o de lo fortuito. La consecuencia práctica de esta división es que los conceptos generales —tales como Estado absolutista, revolución burguesa o Estado capitalista— se convierten frecuentemente en algo tan lejano de la realidad histórica que d e j a n de tener toda fuerza explicativa, m i e n t r a s que los estudios particulares —confinados a períodos o áreas delimitados— no pueden desarrollar o clarificar ninguna teoría global. La premisa de este t r a b a j o es que no existe en la explicación histórica ninguna línea divisoria entre lo necesario y lo contingente que separe entre sí dos tipos de investigación: la «larga duración» f r e n t e a la «corta duración» o lo «abstracto» f r e n t e a lo «concreto». La división se da tan sólo e n t r e lo que se conoce —verificado p o r la investigación histórica— y lo que se desconoce, pudiendo a b a r c a r esto último t a n t o los mecanismos de los hechos singulares como las leyes de f u n c i o n a m i e n t o de e s t r u c t u r a s completas. En principio, ambos son igualmente susceptibles de u n adecuado conocimiento de su causalidad. (En la práctica, los testimonios históricos que han llegado hasta nosotros pueden ser tan insuficientes o contradictorios que no p e r m i t a n f o r m u l a r juicios definitivos; pero ésta es o t r a cuestión: de documentación y no de inteligibilidad.) Uno de los principales propósitos del estudio aquí e m p r e n d i d o es, p o r tanto, i n t e n t a r mantener s i m u l t á n e a m e n t e en tensión dos planos de reflexión que, de f o r m a injustificable, han estado divorciados en los escritos marxistas, debilitando su capacidad p a r a f o r m u l a r u n a teoría racional y controlable en el campo de la historia. El v e r d a d e r o alcance del estudio que sigue se manifiesta en tres anomalías o discrepancias respecto a los t r a t a m i e n t o s ortodoxos del tema. La p r i m e r a de ellas es que aquí se concede m u c h a m á s antigüedad al absolutismo, como ya estaba implícito en la naturaleza del estudio que ha servido de prólogo a éste. En segundo lugar, y d e n t r o de los límites del continente explorado en estas páginas —Europa—, se ha realizado u n sistemático esfuerzo para d a r un t r a t o equivalente y complementario a sus zonas occidentales y orientales, tal como se hacía
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t a m b i é n en la precedente discusión sobre el feudalismo. E s t o es algo que n o puede darse sin más p o r supuesto, ya que, si bien la división e n t r e E u r o p a occidental y oriental es u n lugar c o m ú n intelectual, r a r a vez ha sido o b j e t o de u n a directa y sostenida reflexión histórica. La producción más reciente de t r a b a j o s serios sobre historia europea ha corregido hasta cierto p u n t o el tradicional desequilibrio geopolítico de la historiografía occidental, con su característico olvido de la mitad oriental del continente. Pero todavía queda un largo camino hasta alcanzar un razonable equilibrio de interés. Con todo, lo u r g e n t e no es t a n t o u n a m e r a paridad en la c o b e r t u r a de a m b a s regiones c u a n t o una explicación c o m p a r a d a de su división, u n análisis de sus diferencias y u n a estimación de la dinámica de sus interconexiones. La historia de E u r o p a oriental n o es u n a m e r a y m á s pobre copia de la de E u r o p a occidental, que podría yuxtaponerse al lado de ésta sin a f e c t a r a su estudio; el desarrollo de las regiones más «atrasadas» del continente a r r o j a u n a insólita luz sobre las regiones más «avanzadas», y con frecuencia saca a la superficie nuevos p r o b l e m a s q u e permanecían ocultos d e n t r o de ella p o r las limitaciones de u n a introspección puram e n t e occidental. Así pues, y al c o n t r a r i o de la práctica normal, la división vertical del continente e n t r e Occidente y Oriente se toma a lo largo de todo el libro como u n principio central q u e organiza los materiales de la discusión. Dentro de cada zona h a n existido siempre, p o r supuesto, grandes diferencias sociales y políticas q u e aquí se c o n t r a s t a n e investigan en su específica entidad. La finalidad de este procedimiento es sugerir u n a tipología regional q u e pueda ayudar a clarificar las divergentes trayectorias de los más i m p o r t a n t e s estados absolutistas de E u r o p a oriental y occidental. Tal tipología podría servir precisamente p a r a indicar, a u n q u e sea sólo en f o r m a de esbozo ese tipo plano conceptual intermedio que se pierde t a n t a s ve ees, y no sólo en los estudios sobre el absolutismo, sino tambiér en otros muchos temas, e n t r e las genéricas construcciones teó ricas y los particulares casos históricos. E n tercer lugar, y p o r último, la selección del objeto de este estudio —el E s t a d o absolutista— ha d e t e r m i n a d o u n a articu lación t e m p o r a l diferente a la de los géneros ortodoxos de his toriografía. Los marcos tradicionales de la producción h i s t ó r i a son países singulares o períodos cerrados. La gran mayoría di la investigación cualificada se lleva a cabo d e n t r o de los confi nes nacionales; y cuando u n t r a b a j o los sobrepasa p a r a alcanza: u n a perspectiva internacional, n o r m a l m e n t e toma c o m o f r o n t e r ; u n a época delimitada. E n a m b o s casos, el t i e m p o histórico n<
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2 Prólogo
parece p r e s e n t a r n o r m a l m e n t e ningún p r o b l e m a : t a n t o en los «anticuados» estudios narrativos c o m o en los «modernos» estudios sociológicos, los hechos y las instituciones aparecen bañados en u n a temporalidad más o menos continua y homogénea. Aunque todos los historiadores son n a t u r a l m e n t e conscientes de que el ritmo de cambio es distinto según los diversos niveles o sectores de la sociedad, la conveniencia y la c o s t u m b r e dictan f r e c u e n t e m e n t e que la f o r m a de un t r a b a j o implica o conlleva un m o n i s m o cronológico. Es decir, sus materiales se t r a t a n como si c o m p a r t i e r a n un común p u n t o dé p a r t i d a y u n a conclusión c o m ú n enlazados por un simple t r a m o de tiempo. En este estudio no hay tal medio temporal u n i f o r m e , p r e c i s a m e n t e porque los tiempos de los principales absolutismos de E u r o p a —oriental y occidental— f u e r o n e n o r m e m e n t e diversos, y esa misma diversidad es constitutiva de sus respectivas naturalezas como sistemas de Estado. El absolutismo español s u f r i ó su p r i m e r a gran d e r r o t a a finales del siglo xvi en los Países Bajos; el absolutismo inglés fue d e r r i b a d o a mediados del siglo x v n ; el absolutismo f r a n c é s d u r ó hasta el final del siglo x v i n ; el absolutismo prusiano sobrevivió hasta finales del siglo xix; el absolutismo ruso sólo f u e d e r r o c a d o en el siglo xx. Las amplias diferencias en la cronología de estas grandes estruct u r a s correspondieron inevitablemente a u n a p r o f u n d a diversidad en su composición y evolución. Y como el o b j e t o específico de este estudio es todo el espectro del absolutismo europeo, ninguna temporalidad singular p u e d e cubrirlo. La historia del absolutismo tiene m u c h o s y yuxtapuestos comienzos, y finales escalonados y dispares. Su unidad f u n d a m e n t a l es real y prof u n d a , pero no es la de un continuo lineal. La duración com ¡ pleja del absolutismo europeo, con sus múltiples r u p t u r a s y desplazamientos de u n a región a otra, condiciona la presentación del material histórico de este estudio. Por tanto, aquí se omite el ciclo completo de los procesos y sucesos que aseguraron el t r i u n f o del m o d o de producción capitalista en E u r o p a t r a s los comienzos de la época m o d e r n a . Cronológicamente, las prim e r a s revoluciones burguesas acaecieron m u c h o antes de las últimas m e t a m o r f o s i s del absolutismo; sin embargo, para los propósitos de este libro, son categorialmente posteriores, y se considerarán en un estudio subsiguiente. Así pues, aquí n o se discuten ni exploran fenómenos f u n d a m e n t a l e s como la acumulación originaria de capital, el comienzo de la r e f o r m a religiosa, la f o r m a c i ó n de las naciones, la expansión del imperialismo ult r a m a r i n o o el advenimiento de la industrialización, a u n q u e todos ellos se incluyen en el á m b i t o f o r m a l de los «períodos»
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aquí considerados, c o m o c o n t e m p o r á n e o s de las diversas fases del absolutismo en E u r o p a . Sus fechas son las m i s m a s ; sus tiempos están separados. La desconocida y desconcertante historia de las sucesivas revoluciones burguesas n o nos atañe ahora; el p r e s e n t e ensayo se limita a la naturaleza y desarrollo de los estados absolutistas que f u e r o n sus antecedentes y sus adversarios políticos. Dos estudios posteriores t r a t a r á n específica y sucesivamente de la cadena de las grandes revoluciones burguesas —desde la rebelión de los Países B a j o s h a s t a la unificación de Alemania— y de la e s t r u c t u r a de los estados capitalistas cont e m p o r á n e o s que finalmente, tras u n largo proceso de evolución ulterior, emergieron de ellas. Algunas de las implicaciones teóricas y políticas de los a r g u m e n t o s adelantados en el p r e s e n t e volumen a p a r e c e r á n con toda claridad en esos estudios. Quizá sea precisa u n a última p a l a b r a sobre la elección del Estado c o m o t e m a central de reflexión. En la actualidad, c u a n d o la «historia desde abajo» se h a convertido en u n a consigna t a n t o en los círculos marxistas c o m o en los no marxistas, y h a p r o d u c i d o considerables avances en n u e s t r a c o m p r e n s i ó n del pasado, es necesario recordar, sin embargo, u n o de los axiomas básicos del materialismo histórico: la lucha secular e n t r e las clases se resuelve en ú l t i m o t é r m i n o en el nivel político de la sociedad, y n o en el económico o cultural. En o t r a s palabras, m i e n t r a s las clases subsistan, la construcción y destrucción de los estados es lo que cierra los cambios básicos en las relaciones de producción. Una «historia desde arriba» —una historia de la i n t r i n c a d a m a q u i n a r i a de la dominación de clase— es, p o r tanto, n o m e n o s esencial que u n a «historia desde abajo». En efecto, sin aquélla ésta acabaría teniendo u n a sola cara, a u n q u e f u e r a la cara m e j o r . Marx escribió en su m a d u r e z : «La libertad consiste en convertir al E s t a d o de ó r g a n o que está p o r encima de la sociedad en u n ó r g a n o c o m p l e t a m e n t e s u b o r d i n a d o a ella, y las f o r m a s de E s t a d o siguen siendo hoy más o menos libres en la medida en que limitan la "libertad" del Estado.» Cien años después, la abolición del E s t a d o continúa siendo u n o de los objetivos del socialismo revolucionario. Pero el s u p r e m o significado que se concede a su desaparición final testimonia todo el peso de su previa presencia en la historia. El absolutismo, p r i m e r sistema estatal internacional en el m u n d o m o d e r n o , todavía n o ha agotado en m o d o alguno sus secretos o sus lecciones p a r a nosotros. El o b j e t o de este t r a b a j o es c o n t r i b u i r a u n a discusión de algunos de ellos. Sus errores, equivocaciones, carencias, solecismos e ilusiones p u e d e n d e j a r s e con toda tranquilidad a la crítica de u n debate colectivo.
PRIMERA PARTE EUROPA OCCIDENTAL
1.
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EL ESTADO ABSOLUTISTA EN OCCIDENTE
La larga crisis de la economía y la sociedad europeas d u r a n t e los siglos xiv y xv puso de manifiesto las dificultades y los límites del m o d o de producción feudal en el p o s t r e r p e r í o d o med i e v a l ¿ C u á l f u e el resultado político final de las convulsiones continentales de esta época? En el t r a n s c u r s o del siglo xvi apareció en Occidente el E s t a d o absolutista. Las m o n a r q u í a s centralizadas de Francia, Inglaterra y E s p a ñ a r e p r e s e n t a r o n u n a r u p t u r a decisiva con la soberanía piramidal y f r a g m e n t a d a de las formaciones sociales medievales, con sus sistemas de feudos y estamentos. La controversia acerca de la naturaleza histórica de estas m o n a r q u í a s persiste desde que Engels, en u n a f r a s e célebre, d e t e r m i n ó que eran el p r o d u c t o de u n equilibrio de clase entre la vieja nobleza feudal y la nueva burguesía u r b a n a : «Sin embargo, p o r excepción, hay períodos en que las clases en lucha están tan equilibradas (Gleichgewicht halten), que el p o d e r del Estado, c o m o m e d i a d o r aparente, adquiere cierta independencia m o m e n t á n e a respecto a u n a y otra. En este caso se halla la m o n a r q u í a absoluta de los siglos x v n y XVIII, q u e m a n t e n í a a nivel la balanza (gegeneinander balanciert) e n t r e la nobleza y el e s t a d o llano» 2 . Las múltiples reservas de este p a s a j e indican cierta inseguridad conceptual p o r p a r t e de Engels. Pero u n detenido examen de las sucesivas formulaciones t a n t o de Marx como de Engels revela que u n a concepción similar del absolutismo fue, de hecho, u n rasgo relativamente perm a n e n t e en sus obras. Engels repitió la m i s m a tesis básica de f o r m a m á s categórica en o t r o lugar, s u b r a y a n d o que «la condición f u n d a m e n t a l de la antigua m o n a r q u í a absoluta» era «el equilibrio (Gleichgewicht) e n t r e la nobleza t e r r a t e n i e n t e y la
' Véase su análisis en Passages from Antiquity to feudalism, Londres, 1974, que precede a este estudio. [Transiciones de la Antigüedad al feudalismo, Madrid, Siglo XXI, 1979.] ' The origin of the family, prívate property and the State, en K. Marx y F. Engels, Selected Works, Londres, 1968, p. 588 [ E l origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, en K. Marx y F. Engels, Obras escogidas, Madrid, Akal, 1975, II, p. 339); K. Marx y F. Engels, Werke, volumen 21, p. 167.
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burguesía» . Evidentemente, la clasificación del absolutismo como m e c a n i s m o de equilibrio político e n t r e la nobleza y la burguesía se desliza a m e n u d o hacia su designación implícita o explícita en lo f u n d a m e n t a l como u n tipo de E s t a d o burgués en cuanto tal. Este deslizamiento es evidente, sobre todo, en el propio Manifiesto comunista, en el que la función política de la burguesía « d u r a n t e el período de la m a n u f a c t u r a » se caracteriza sin ninguna solución de continuidad c o m o «contrapeso (Gegengewicht) de la nobleza en las m o n a r q u í a s feudales o absolutas y, en general, piedra angular (Hauptgrundlage) de las grandes m o n a r q u í a s » 4 . La equívoca transición desde «contrapeso» a «piedra angular» aparece también en otros textos. Engels p u d o referirse a la época del absolutismo como la era en que «la nobleza feudal f u e obligada a c o m p r e n d e r que el período de su dominación social y política había llegado a su fin» 5 . Marx, p o r su parte, a f i r m ó r e p e t i d a m e n t e que las e s t r u c t u r a s administrativas del nuevo E s t a d o absoluto eran un i n s t r u m e n t o específicamente burgués. «Bajo la m o n a r q u í a absoluta», escribió, «la burocracia n o era m á s que el medio p a r a p r e p a r a r la dominación de clase de la burguesía». Y en o t r o lugar a f i r m ó q u e «el p o d e r estatal centralizado, con sus órganos omnipotentes: el ejército p e r m a n e n t e , la policía, la burocracia, el clero y la m a g i s t r a t u r a —órganos creados con arreglo a u n plan de división sistemática y j e r á r q u i c a del t r a b a j o — procede de los tiempos de la m o n a r q u í a absoluta y sirvió a la naciente sociedad burguesa como u n a r m a poderosa en sus luchas c o n t r a el feudalismo» 6 . Todas estas reflexiones sobre el a b s o l u t i s m o eran m á s o menos f o r t u i t a s y alusivas: ninguno de los f u n d a d o r e s del materialismo histórico hizo j a m á s u n a teorización directa de las nuevas m o n a r q u í a s centralizadas que surgieron en la E u r o p a del Renacimiento. Su exacto significado se d e j ó al juicio de las generaciones siguientes, y, de hecho, los historiadores marxistas 5 Zur Wohnungsfrage, en Werke, vol. 18, p. 258. [Contribución al problema de la vivienda, en Obras escogidas, I, p. 636.] 4 K. Marx y F. Engels, Selected Works, p. 37 [Obras escogidas, I, p. 24]; Werke, vol. 4, p. 464. 5 Vber den Verfall des Feudalismus und das Aufkommen der Bourgeoisie, en Werke, vol. 21, p. 398. En la frase aqui citada, la dominación «política» es expresamente staatliche. 6 La primera formulación procede de The Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte, en Selected Works, p. 171 [El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, en Obras escogidas, I, p. 340]; la segunda es de The civil war in France, en Selected Works, p. 289 [La guerra civil en Francia, en Obras escogidas, vol. 1, p. 539],
h a n debatido el p r o b l e m a de la naturaleza social del absolutismo h a s t a n u e s t r o s días. Evidentemente, u n a solución correcta de este p r o b l e m a es vital p a r a n u e s t r a comprensión de la transición del feudalismo al capitalismo, y de los sistemas políticos que la caracterizaron. Las m o n a r q u í a s absolutas i n t r o d u j e r o n unos ejércitos y u n a burocracia p e r m a n e n t e s , u n sistema nacional de impuestos, u n derecho codificado y los comienzos de u n m e r c a d o unificado. Todas estas características parecen ser emin e n t e m e n t e capitalistas, y como coinciden con la desaparición de la servidumbre, institución nuclear del primitivo m o d o d e producción feudal en Europa, las descripciones hechas p o r Marx y Engels del a b s o l u t i s m o c o m o u n sistema estatal q u e representa un equilibrio e n t r e la burguesía y la nobleza, o incluso u n dominio abierto del m i s m o capital, h a n p a r e c i d o con m u c h a frecuencia plausibles. Sin embargo, u n estudio m á s detenido de las e s t r u c t u r a s del E s t a d o absolutista en Occidente niega inevitablemente la validez de tales juicios. El fin de la servid u m b r e n o significó p o r sí m i s m o la desaparición de las relaciones feudales en el campo. La identificación de a m b o s fenómenos es u n e r r o r común, p e r o es evidente q u e la coerción privada extraeconómica, la dependencia personal y la combinación del p r o d u c t o r i n m e d i a t o con los i n s t r u m e n t o s de producción, n o desaparecieron necesariamente c u a n d o el excedente r u r a l d e j ó de ser extraído en f o r m a de t r a b a j o o de entregas en especie p a r a convertirse en r e n t a en dinero: m i e n t r a s la p r o p i e d a d agraria aristocrática c e r r ó el p a s o a u n m e r c a d o libre de tierras y a la movilidad real de la m a n o de o b r a —en o t r a s palabras, m i e n t r a s el t r a b a j o n o se separó de las condiciones sociales de su existencia p a r a t r a n s f o r m a r s e en «fuerza de trabajo»—, las relaciones de producción rurales continuaron siendo feudales. En El capital, el m i s m o Marx clarificó este p r o b l e m a en su correcto análisis teórico de la r e n t a del suelo: «La t r a n s f o r m a ción de la r e n t a en t r a b a j o en la r e n t a en p r o d u c t o s n o altera en absoluto, económicamente hablando, la esencia de la r e n t a de la tierra [ . . . ] E n t e n d e m o s aquí p o r r e n t a en d i n e r o [•••] la r e n t a e m a n a d a de u n a m e r a t r a s m u t a c i ó n f o r m a l de la r e n t a en productos, del m i s m o m o d o que esta m i s m a era sólo la r e n t a en t r a b a j o t r a n s f o r m a d a [ . . . ] La b a s e de esta clase de renta, a p e s a r de acercarse a su disolución, sigue siendo la m i s m a q u e en la r e n t a en p r o d u c t o s que constituye el p u n t o de partida. El p r o d u c t o r directo sigue siendo, como antes, poseedor hereditario o, de alguna otra manera, tradicional del suelo, y quien debe tributarle al terrateniente, en c u a n t o p r o p i e t a r i o de la tierra, de su condición de t r a b a j o más esencial, u n t r a b a j o for-
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zado excedentario, es decir, t r a b a j o impago, efectuado sin equivalente, en la f o r m a de p l u s p r o d u c t o t r a n s f o r m a d o en dinero» 7 . Los señores q u e continuaron siendo propietarios de los medios de producción f u n d a m e n t a l e s en cualquier sociedad preindustrial f u e r o n , desde luego, los nobles terratenientes. Dur a n t e toda la t e m p r a n a edad m o d e r n a , la clase económica y políticamente d o m i n a n t e fue, pues, la misma que en la era medieval: la aristocracia feudal. E s t a nobleza s u f r i ó u n a p r o f u n d a m e t a m o r f o s i s d u r a n t e los siglos siguientes al fin de la E d a d Media, p e r o desde el comienzo h a s t a el final de la historia del absolutismo n u n c a f u e desalojada de su dominio del p o d e r político. Los cambios en las formas de explotación feudal que acaecieron al final de la época medieval n o f u e r o n en absoluto insignificantes; p o r el contrario, son precisamente esos cambios los q u e modifican las f o r m a s del Estado. El absolutismo f u e esencialmente eso: un aparato reorganizado y potenciado de dominación feudal, destinado a m a n t e n e r a las m a s a s campesinas en su posición social tradicional, a p e s a r y en c o n t r a de las m e j o r a s que habían c o n q u i s t a d o p o r medio de la amplia conmutación de las cargas. Dicho de otra f o r m a , el E s t a d o absolutista n u n c a f u e u n á r b i t r o e n t r e la aristocracia y la burguesía ni, m u c h o menos, u n i n s t r u m e n t o de la naciente burguesía c o n t r a la aristocracia: f u e el nuevo caparazón político de u n a nobleza amenazada. Hace veinte años, Hill r e s u m í a así el consenso de u n a generación de historiadores marxistas, ingleses y rusos: «La m o n a r q u í a absoluta f u e u n a f o r m a diferente de m o n a r q u í a feudal, distinta de la m o n a r q u í a de e s t a m e n t o s feudales que la precedió, p e r o la clase d o m i n a n t e continuó siendo la misma, exactamente igual que u n a república, u n a m o n a r q u í a constitucional y u n a dictadura fascista p u e d e n ser todas ellas f o r m a s ' El capital, Madrid, Siglo XXI, 1975-1979, libro n i , vol. 8, pp. 110, 113, 114. La exposición que hace Dobb de este problema fundamental, en su réplica a Sweezy, en el famoso debate de los años cincuenta sobre la transición del feudalismo al capitalismo, es lúcida e incisiva: Science and Society, xiv, 2, primavera de 1950, pp. 157-67, especialmente 163-4 [el conjunto del debate, con algunas aportaciones más actuales, se recoge en Rodney Aitton, comp., The transition from feudalism to capitalism, Londres, NLB, 1976; trad. cast.: La transición del capitalismo al feudalismo, Barcelona, Critica, 1977]. La importancia teórica del problema es evidente. En el caso de un país como Suecia, por ejemplo, los habituales estudios históricos todavía afirman que «no hubo feudalismo», a causa de la ausencia de una servidumbre propiamente dicha. Por supuesto, las relaciones feudales predominaron en el campo sueco, de hecho, durante toda la última era medieval.
El Estado absolutista en Occidente de dominación de la b u r g u e s í a » L a nueva f o r m a del p o d e r nobiliario estuvo determinada, a su vez, p o r el desarrollo de la producción e i n t e r c a m b i o de mercancías en las formaciones sociales de transición de la p r i m e r a época m o d e r n a . Althusser h a especificado c o r r e c t a m e n t e su c a r á c t e r en este sentido: «El régimen político de la m o n a r q u í a absoluta es tan sólo la nueva f o r m a política necesaria p a r a el m a n t e n i m i e n t o del dominio y explotación feudal en u n período de desarrollo de u n a economía de m e r c a d o » 9 . Pero las dimensiones de la t r a n s f o r m a c i ó n histórica que e n t r a ñ a el advenimiento del a b s o l u t i s m o n o deben ser minimizadas de ninguna m a n e r a . Por el contrario, es fundamental c o m p r e n d e r toda la lógica y la i m p o r t a n c i a del cambio decisivo en la e s t r u c t u r a del E s t a d o aristocrático y de la propiedad feudal que p r o d u j o el nuevo f e n ó m e n o del absolutismo. El feudalismo c o m o m o d o de producción se definía originariamente p o r u n a unidad orgánica de economía y política, paradójicamente distribuida en u n a cadena de soberanías fragmentadas a lo largo de toda la f o r m a c i ó n social. La institución de la s e r v i d u m b r e c o m o m e c a n i s m o de extracción del excedente fundía, en el nivel molecular de la aldea, la explotación económica y la coerción político-legal. El señor, a su vez, tenía q u e p r e s t a r h o m e n a j e principal y servicios de caballería a u n señor s u p r e m o que reclamaba el dominio ú l t i m o de la tierra. Con la conmutación generalizada de las cargas p o r u n a r e n t a en dinero, ' Christopher Hill, «Coment», Science and Society, xvn, 4, otoño de 1953, p. 351 [La transición del feudalismo al capitalismo, cit.]. Los términos de esta afirmación deben tratarse con mucho cuidado. El carácter general y caracterizador de una época del absolutismo hace inadecuada cualquier comparación formal entre él y los regímenes locales y excepcionales del fascismo. ' Louis Althusser, Montesquieu, la politique et l'histoire, París, 1969, página 117 [Montesquieu, la política y la historia, Madrid, Ciencia Nueva, 1968, p. 97]. Aquí se selecciona esta formulación por ser reciente y representativa. La creencia en el carácter capitalista o cuasi capitalista del absolutismo puede encontrarse todavía, sin embargo, de forma ocasional. Poulantzas comete la imprudencia de clasificarlo así en su, por otra parte, importante obra Pouvoir politique et classes sociales, París, 1968, páginas 169-80 [Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, Madrid, Siglo XXI, 1972, pp. 202-211], aunque sus términos son vagos y ambiguos. El reciente debate sobre el absolutismo ruso en las revistas históricas soviéticas revela algunos ejemplos aislados similares, aunque cronológicamente más matizados; véase, por ejemplo, A. Ya. Avrej, «Russkii absoliutizm i evo rol' v utverzhdenie kapitalizma v Rossii», Istoriya SSSR, febrero de 1968, pp. 83-104, que considera al absolutismo como «el prototipo del Estado burgués» (p. 92). Los puntos de vista de Avrej fueron criticados con dureza en el debate posterior, y no expresan la tendencia general de la discusión.
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la unidad celular de la opresión política y económica del camp e s i n a d o se vio gravemente debilitada y en peligro de disolución (el final de este camino sería el « t r a b a j o libre» y el «cont r a t o salarial»). El p o d e r de clase de los señores feudales quedó, pues, d i r e c t a m e n t e amenazado p o r la desaparición gradual de la servidumbre. El resultado f u e u n desplazamiento de la coerción política en u n sentido ascendente hacia u n a cima centralizada y militarizada: el E s t a d o absolutista. La coerción, diluida en el plano de la aldea, se concentró en el plano «nacional». El resultado de este proceso f u e u n a p a r a t o r e f o r z a d o de p o d e r real, cuya función política p e r m a n e n t e era la represión de las masas campesinas y plebeyas en la base de la j e r a r q u í a social. Esta nueva m a q u i n a r i a de Estado, sin embargo, estaba investida p o r su propia naturaleza de u n a fuerza coactiva capaz de d e s t r u i r o disciplinar a individuos y grupos dentro de la m i s m a nobleza. Como veremos, la llegada del absolutismo n u n c a fue, p a r a la propia clase dominante, u n suave proceso de evolución, sino que estuvo m a r c a d a p o r r u p t u r a s y conflictos extremadam e n t e duros en el seno de la aristocracia feudal, a cuyos intereses colectivos en ú l t i m o t é r m i n o servía. Al m i s m o tiempo, el c o m p l e m e n t o objetivo de la concentración política del p o d e r en la cúspide del o r d e n social, en u n a m o n a r q u í a centralizada, f u e la consolidación, p o r d e b a j o de ésta, de las unidades de propiedad feudal. Con el desarrollo de las relaciones mercantiles, la disolución de los lazos primarios e n t r e la explotación económica y la coerción político-legal c o n d u j o n o sólo a u n a creciente proyección de esta última sobre la cúspide m o n á r q u i c a del sistema social, sino también a u n fortalecimiento compensatorio de los títulos de propiedad que garantizaban aquella explotación. E n o t r a s palabras: con la reorganización del sist e m a político feudal en su totalidad, y la disolución del sistema original de feudos, la propiedad de la tierra tendió a hacerse progresivamente menos «condicional», al t i e m p o que la soberanía se hacía correlativamente m á s «absoluta». El debilitam i e n t o de las concepciones medievales de vasallaje se desarrolló en a m b a s direcciones: m i e n t r a s confería a la m o n a r q u í a unos poderes nuevos y extraordinarios, emancipó las propiedades de la nobleza de sus tradicionales limitaciones. En la nueva época, la propiedad agraria a d o p t ó silenciosamente u n a f o r m a alodial (para u s a r u n t é r m i n o que habría de volverse anacrónico en u n clima jurídico t r a n s f o r m a d o ) . Los m i e m b r o s individuales de la clase aristocrática, que perdieron progresivamente los derechos políticos de representación en la nueva era, registraron avances en la propiedad, como reverso del m i s m o proceso his-
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tórico. El efecto final de esta redistribución del p o d e r social de la nobleza f u e r o n la m a q u i n a r i a de E s t a d o y el o r d e n jurídico absolutistas, cuya coordinación h a b r í a de a u m e n t a r la eficacia del dominio aristocrático al reducir a u n c a m p e s i n a d o n o servil a nuevas f o r m a s de dependencia y explotación. Los estados monárquicos del Renacimiento f u e r o n , ante t o d o y sobre todo, i n s t r u m e n t o s modernizados p a r a el m a n t e n i m i e n t o del dominio nobiliario sobre las m a s a s rurales. Al m i s m o tiempo, sin embargo, la aristocracia tenía que a d a p t a r s e a u n nuevo antagonista: la burguesía mercantil que se había desarrollado en las ciudades medievales. Ya se ha visto que f u e precisamente la intromisión de esta tercera presencia lo que impidió que la nobleza occidental a j u s t a r a cuentas con el campesinado al m o d o oriental, esto es, aniquilando su resistencia y encadenándolo al señorío. La ciudad medieval p u d o desarrollarse gracias a la dispersión j e r á r q u i c a de la soberanía en el m o d o de producción feudal, que había liberado a las economías u r b a n a s de la dominación directa de u n a clase domin a n t e rural 1 0 . E n este sentido, c o m o ya hemos visto, las ciudades n u n c a f u e r o n exógenas al f e u d a l i s m o de Occidente. De 10 El famoso debate entre Sweezy y Dobb, con las contribuciones de Takahashi, Hilton y Hill, en Science and Society, 1950-53 [La transición del feudalismo al capitalismo, cit.], es hasta ahora el único tratamiento marxista sistemático de los problemas fundamentales de la transición del feudalismo al capitalismo. En un importante aspecto, sin embargo, este debate gira en torno a un problema falso. Sweezy argumentó (siguiendo a Pirenne) que el «primer motor» de la transición fue un agente «externo» de disolución, esto es, los enclaves urbanos que destruyeron la economía agraria feudal por la expansión del intercambio mercantil en las ciudades. Dobb replicó que el impulso hacia la transición debe situarse dentro de las contradicciones de la propia economía agraria, generadoras de una diferenciación social del campesinado y de la expansión del pequeño productor. En un ensayo posterior sobre el mismo tema, Vilar formuló explícitamente el problema de la transición como un problema de determinación de la correcta combinación de cambios agrarios «endógenos» y comerciales-urbanos «exógenos», a la vez que insistía por su parte en la importancia de la economía mercantil atlántica del siglo xvi: «Problems in the formation of capitalism», Past and Present, 10, noviembre de 1956, páginas 33-34. [«El problema de la formación del capitalismo», en Crecimiento y desarrollo, Barcelona, Ariel, 1974.] En un importante y reciente estudio, «Town and country in the transition to capitalism» [New Left Review, 93, septiembre-octubre de 1975; incluido también en La transición del feudalismo al capitalismo, cit.], John Merrington ha resuelto esta antinomia demostrando la verdad básica de que el feudalismo europeo —lejos de constituir una economía exclusivamente agraria— es el primer modo de producción de la historia que concede un lugar estructural autónomo a la producción y al comercio urbanos. En este sentido, el crecimiento de las ciudades en el feudalismo de Europa occidental es una evolución tan «interna» como la disolución del señorío.
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hecho, la condición f u n d a m e n t a l de su existencia f u e la «destotalización» única de la soberanía en el m a r c o del p o d e r políticoeconómico del feudalismo. De ahí la resistencia de las ciudades d e Occidente a lo largo de la p e o r crisis del siglo xiv, q u e • r r u i n ó t e m p o r a l m e n t e a t a n t a s familias patricias de las u r b e s mediterráneas. Los Bardi y Peruzzi se h u n d i e r o n en Florencia, m i e n t r a s Siena y Barcelona decaían; p e r o Augsburgo, Génová y Valencia iniciaban precisamente su ascenso. D u r a n t e la depresión feudal se desarrollaron i m p o r t a n t e s industrias u r b a n a s , tales como del hierro, el papel y los textiles. Considerada a distancia, esta vitalidad económica y social actuó como u n a interferencia objetiva y constante en la lucha de clases p o r la tierra, y bloqueó cualquier solución regresiva que p u d i e r a n darle los nobles. Es significativo, en efecto, q u e los años t r a n s c u r r i d o s e n t r e 1450 y 1500, que presenciaron los p r i m e r o s pasos de las m o n a r q u í a s absolutas unificadas de Occidente, f u e r a n t a m b i é n los años en q u e se superó la crisis larga de la economía feudal gracias a u n a nueva combinación de los factores de producción, e n t r e los que, p o r vez p r i m e r a , j u g a r o n u n papel principal los •vanees tecnológicos específicamente urbanos. El c o n j u n t o de inventos q u e coincide con el gozne situado e n t r e las épocas «medieval» y «moderna» es d e m a s i a d o bien conocido p a r a volver a discutirlo aquí. El descubrimiento del proceso seiger p a r a • e p a r a r la plata del mineral de cobre r e a b r i ó las m i n a s de E u r o p a central y provocó u n nuevo f l u j o de metales en la economía internacional; la producción m o n e t a r i a de E u r o p a central se quintuplicó e n t r e 1460 y 1530. El desarrollo de los cañones de bronce convirtió a la pólvora, p o r vez p r i m e r a , en el a r m a de guerra decisiva, y r e d u j o a p u r o a n a c r o n i s m o las defensas de los castillos señoriales. El invento de los tipos móviles p r o d u j o la llegada de la i m p r e n t a . La construcción de galeones de tres mástiles y con timón a p o p a hizo los océanos navegables p a r a las conquistas u l t r a m a r i n a s 1 1 . Todos estos inventos " Sobre cañones y galeones, véase Cario Cipolla, Guns and sails in the early phase of European expansión, 1400-1700, Londres, 1965 [Cañones A " , \ ¿ V a / ? m e r , a fase de la exP™sión europea, 1400-1700, Barcelona Ariel, 1967]. Sobre la imprenta, las reflexiones recientes más audaces aunque dañadas por la monomanía habitual en los historiadores de la tecnología son las de Elizabeth L. Eisenstein, «Some conjectures about the impact of pnnting of Western society and thought: a preliminary report», Journal of Modern History, marzo-diciembre de 1968 pp 1-56 v «The advent of printing and the problem of the Renaissancd», Past and Present, 45, noviembre de 1969, pp. 19-89. Los descubrimientos técnicos más importantes de esta época pueden considerarse, en cierto sentido como variaciones dentro de un mismo campo, el de las comunicaciones' Afectan, respectivamente, al dinero, el lenguaje, los viajes y la guerra'
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técnicos decisivos, q u e echaron los f u n d a m e n t o s del Renacim i e n t o europeo, se c o n c e n t r a r o n en la segunda m i t a d del siglo xv, y f u e entonces, hacia 1470, c u a n d o al fin cedió en Francia e I n g l a t e r r a la secular depresión agrícola. E s t a f u e p r e c i s a m e n t e la época en que acaeció, en u n país t r a s otro, u n r e p e n t i n o y simultáneo resurgimiento de la autoridad y la u n i d a d políticas. Desde lo m á s h o n d o del t r e m e n d o caos feudal y de las convulsiones de las guerras de las Rosas, de la guerra de los Cien Años y de la segunda guerra civil de Castilla, las p r i m e r a s m o n a r q u í a s «nuevas» se irguieron, prácticamente al m i s m o tiempo, d u r a n t e los reinados de Luis XI en Francia, F e r n a n d o e Isabel en España, E n r i q u e VII en Inglaterra y Maximiliano en Austria. Así, c u a n d o los estados absolutistas q u e d a r o n constituidos en Occidente, su e s t r u c t u r a estaba d e t e r m i n a d a f u n d a m e n t a l m e n t e p o r el r e a g r u p a m i e n t o feudal c o n t r a el campesinado, t r a s la disolución de la servidumbre; p e r o estaba sobredeterminada s e c u n d a r i a m e n t e p o r el auge de u n a burguesía u r b a n a que, t r a s u n a serie de avances técnicos y comerciales, estaba d e s a r r o l l a n d o ya las m a n u f a c t u r a s preindustriales en un volumen considerable. Este i m p a c t o sec u n d a r i o de la burguesía u r b a n a sobre las f o r m a s del E s t a d o absolutista f u e lo que Marx y Engels i n t e n t a r o n c a p t a r con los erróneos conceptos de «contrapeso» y «piedra angular». De hecho, Engels expresó la v e r d a d e r a relación de fuerzas con bast a n t e exactitud en m á s de u n a ocasión: al h a b l a r de los nuevos descubrimientos m a r í t i m o s y de las industrias m a n u f a c t u r e r a s del Renacimiento, Engels escribió que «a esta gran transformación de las condiciones económicas vitales de la sociedad n o siguió e m p e r o en el acto u n c a m b i o correspondiente de su articulación política. El orden estatal siguió siendo feudal m i e n t r a s la sociedad se hacía cada vez m á s burguesa» 1 2 . La que serán, en una época posterior, los grandes temas filosóficos de la Ilustración. . . _ . w 12 Anti-Dühring, Moscú, 1947, p. 126 [Anti-Duhring, en Max y Engels, Obras, vol. 35, Barcelona, Crítica, 1977, p. 108]; véanse también las páginas 186-7 [p. 169], donde se mezclan formulaciones correctas e incorrectas Hill cita estas páginas en su «Comentario» para exculpar a Engels de los errores del concepto de «equilibrio». En general, es posible encontrar textos de Marx y Engels en los que se define el absolutismo de forma más adecuada que en los textos citados anteriormente. (Por ejemplo, en el mismo Manifiesto comunista hay una referencia directa al «absolutismo feudal»: Selected Works, p. 56 [Obras escogidas, I, p. 33]; véase también el artículo de Marx «Die moralisierende Kritik und die kntisierende Moral» de 1847, en Werke, vol. 4, pp. 347, 352-3.) Difícilmente podría ser de otra forma, dado que la consecuencia lógica de bautizar a los estados absolutistas como burgueses o semiburgueses serla negar la naturaleza
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amenaza del m a l e s t a r campesino, tácitamente constitutiva del E s t a d o absolutista, se vio así a c o m p a ñ a d a siempre p o r la presión del capital mercantil o m a n u f a c t u r e r o d e n t r o del c o n j u n t o de las economías occidentales, p a r a m o l d e a r los contornos del p o d e r de la clase aristocrática en la nueva era. La f o r m a peculiar del E s t a d o absolutista en Occidente se deriva de esta doble determinación. Las f u e r z a s duales q u e p r o d u j e r o n las nuevas m o n a r q u í a s de la E u r o p a renacentista e n c o n t r a r o n u n a sola condensación jurídica. El resurgimiento del derecho romano, u n o de los grandes movimientos culturales del período, correspondía ambiguam e n t e a las necesidades de las dos clases sociales cuyo p o d e r y categoría desiguales dieron f o r m a a las e s t r u c t u r a s del E s t a d o absolutista en Occidente. En sí mismo, el conocimiento renovado de la j u r i s p r u d e n c i a r o m a n a d a t a b a ya de la B a j a E d a d Media. El e n o r m e desarrollo del derecho c o n s u e t u d i n a r i o n u n c a había s u p r i m i d o el r e c u e r d o y la práctica del derecho civil r o m a n o en la península q u e poseía su m á s larga tradición, Italia. Fue precisamente en Bolonia donde Irnevio, «antorcha del derecho», había comenzado de nuevo el estudio sistemático de las codificaciones de Justiniano, a comienzos del siglo x n . La escuela de glosadores p o r él f u n d a d a r e c o n s t r u y ó y clasificó metódicamente el legado de los j u r i s t a s r o m a n o s p a r a los cien años siguientes. Su o b r a f u e continuada, en los siglos xiv y xv, p o r los «coy la realidad de las propias revoluciones burguesas en Europa occidental Pero no hay duda de que, en medio de una confusión recurrente ei sentido principal de sus comentarios iba en la línea del concepto del «contrapeso», con el deslizamiento concomitante hacia el de la «piedra angular». No hay ninguna necesidad de ocultar este hecho. El inmenso respeto político e intelectual que debemos a Marx y a Engels es incompatible con ninguna piedad hacia ellos. Sus errores —a menudo más reveladores que las verdades de otros— no deben eludirse, sino que deben ser identificados y superados. Hay que hacer, además, otra advertencia. Durante largo tiempo ha estado de moda despreciar la contribución relativa de Engels a la creación del materialismo histórico. Para aquellos que todavía se inclinan a aceptar esta noción recibida, es necesario decir tranquila y escandalosamente: los juicios históricos de Engels son casi siempre superiores a los de Marx; poseía un conocimiento más profundo de la historia europea y una percepción más precisa de sus sucesivas y más notables estructuras. En toda la obra de Engels no hay nada que pueda compararse con las ilusiones y prejuicios de los que en ocasiones fue capaz Marx en el campo de la historia, como en la fantasmagórica Secret diplomatic history of the eighteenth century [La diplomacia secreta Madrid, Taller de Sociología, 1979], (No es necesario insistir en la supremacía de la contribución global de Marx a la teoría general del materialismo histórico.) La estatura de Engels en sus escritos históricos es, precisamente, lo Que hace oportuno llamar la atención sobre sus errores específicos.
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mentaristas», m á s p r e o c u p a d o s p o r la aplicación c o n t e m p o r á n e a de las n o r m a s legales r o m a n a s que p o r el análisis académico de sus principios teóricos, y que, en el proceso de a d a p t a r el derecho r o m a n o a las condiciones d r á s t i c a m e n t e t r a n s f o r m a d a s de su tiempo, c o r r o m p i e r o n su prístina f o r m a limpiándolo a la vez de sus contenidos particularistas B . P a r a d ó j i c a m e n t e , la mism a infidelidad de sus trasposiciones de la j u r i s p r u d e n c i a latina «unlversalizó» a ésta al s u p r i m i r las n u m e r o s a s p a r t e s del derecho civil r o m a n o que e s t a b a n e s t r i c t a m e n t e relacionadas con las condiciones históricas de la Antigüedad (por ejemplo, su exhaustivo t r a t a m i e n t o de la esclavitud) M. A p a r t i r de su prim e r r e d e s c u b r i m i e n t o en el siglo x n , los conceptos legales romanos comenzaron a extenderse g r a d u a l m e n t e hacia el exterior de Italia. A finales de la E d a d Media, ningún país i m p o r t a n t e de E u r o p a occidental e s t a b a al margen de este proceso. Pero la «recepción» decisiva del derecho r o m a n o —su t r i u n f o jurídico general— ocurrió en la era del Renacimiento, correlativam e n t e con la del absolutismo. Las razones económicas de su p r o f u n d o i m p a c t o f u e r o n dobles y r e f l e j a b a n la contradictoria naturaleza del m i s m o legado original r o m a n o . Económicamente, la recuperación e introducción del derecho civil clásico favoreció, f u n d a m e n t a l m e n t e , el desarrollo del capital libre en la ciudad y en el campo, p u e s t o que la gran nota distintiva del derecho civil r o m a n o había sido su concepción de u n a propiedad privada absoluta e incondicional. La concepción clásica de la propiedad quiritaria se había h u n d i d o prácticamente en las oscuras p r o f u n d i d a d e s del p r i m e r feudalismo. Como se h a dicho antes, el m o d o de producción feudal se definía precisamente p o r los principios jurídicos de u n a propiedad «escalonada» o condicional, que servía de c o m p l e m e n t o a su soberanía f r a g m e n t a d a . Este e s t a t u t o de la p r o p i e d a d se a d a p t a b a bien a la economía a b r u m a d o r a m e n t e n a t u r a l q u e u
Véase H. D. Hazeltine, «Román and canon law in the Middle Ages», The Cambridge Mediaeval History, v, Cambridge, 1968, pp. 737-41. El clasicismo renacentista habría de ser muy crítico, consecuentemente con la obra de los comentaristas. 14 «Pero debido a la aplicación de ese derecho a hechos jurídicos enteramente diversos, desconocidos por la Antigüedad, se planteó la^tarea de "construir el hecho jurídicamente, sin contradicción ninguna", y esa preocupación pasó casi de modo absoluto al primer plano y, con ella, apareció la concepción del derecho ahora dominante, como un complejo compacto de "normas", lógicamente exento de contradicción y de l a u nas, que debe ser "aplicado"; y esa concepción resultó ser la única decisiva para el pensamiento jurídico.» Weber, Economy and socicty, II, p. 855 [Economía y sociedad, México, FCE, 1974, I, p. 6¿5],
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emergió en la E d a d Oscura, a u n q u e n u n c a f u e c o m p l e t a m e n t e idónea p a r a el sector u r b a n o q u e se desarrolló en la economía medieval. El resurgir del d e r e c h o r o m a n o d u r a n t e la E d a d Media condujo, pues, a u n esfuerzo de los j u r i s t a s p o r «solidificar» y delimitar los conceptos de propiedad, inspirados p o r los preceptos clásicos a h o r a disponibles. Uno de estos intentos f u e el descubrimiento, a finales del siglo x n , de la distinción e n t r e dominium directum y dominium utile p a r a explicar la existencia de u n a j e r a r q u í a de vasallaje y, p o r tanto, de u n a multiplicidad de derechos sobre la m i s m a tierra 1 5 . O t r o f u e la característica noción medieval de «seisin», concepción intermedia e n t r e la «propiedad» y la «posesión» latinas, que garantizaba la protección de la p r o p i e d a d c o n t r a las apropiaciones casuales y las reclamaciones conflictivas, a la vez q u e m a n t e n í a el principio feudal de los múltiples títulos p a r a el m i s m o objeto; el derecho de «seisin» n u n c a f u e exclusivo ni perpetuo 1 6 . La reaparición plena de la idea de u n a p r o p i e d a d p r i v a d a absoluta de la tierra f u e u n p r o d u c t o de la p r i m e r a época m o d e r n a : hasta q u e la producción y el i n t e r c a m b i o de mercancías n o alcanzaron u n o s niveles s e m e j a n t e s o superiores a los de la Antigüedad — t a n t o en la agricultura c o m o en las m a n u f a c t u r a s — , los conceptos jurídicos creados p a r a codificarlos no p u d i e r o n e n c o n t r a r de nuevo su propia justificación. La m á x i m a de superficies solo cedit —propiedad de la tierra singular e incondicional— volvió a ser p o r segunda vez u n principio operativo (aunque todavía n o dominante) en la propiedad agrícola, precisamente a causa de la expansión de las relaciones mercantiles en el campo, que h a b r í a n de caracterizar la larga transición del feudalismo al capitalismo en Occidente. E n las m i s m a s ciudades, había crecido e s p o n t á n e a m e n t e d u r a n t e la E d a d Media u n derecho comercial relativamente desarrollado. En el seno de la economía u r b a n a , el i n t e r c a m b i o de mercancías había alcanzado u n considerable d i n a m i s m o en la época medieval y, en algunos aspectos i m p o r t a n t e s , sus f o r m a s de expresión legal estaban m á s avanzadas que sus mismos precedentes r o m a n o s : p o r ejemplo, en el derecho p r o t o m e r c a n t i l y en el derecho marítimo.
15 Sobre esta discusión, véase J.-P. Lévy, Histoire de la proprieté, París, 1972, pp. 44-6. Otra consecuencia irónica de los esfuerzos por encontrar una nueva claridad jurídica, inspirada por las investigaciones medievales en los códigos romanos, fue, naturalmente, la aparición de la definición de los siervos como glebae adscripti. 16 Sobre la recepción del concepto de seisin, véase P. Vinogradoff, Román law in mediaeval Europe, Londres, 1909, pp. 74-7, 86, 95-6; Lévy, Histoire de la propriété, pp. 50-2.
20 El Estado absolutista en Occidente 13 Pero n o había aquí t a m p o c o ningún m a r c o u n i f o r m e de teoría ni p r o c e d i m i e n t o legales. La superioridad del derecho r o m a n o p a r a la práctica mercantil en las ciudades radica, pues, n o sólo en sus claras nociones de propiedad absoluta, sino t a m b i é n en sus tradiciones de equidad, sus cánones racionales de p r u e b a y su hincapié en u n a j u d i c a t u r a profesional, v e n t a j a s q u e los tribunales consuetudinarios n o r m a l m e n t e n o eran capaces de p r o p o r c i o n a r 1 7 . La recepción del derecho r o m a n o en la E u r o p a renacentista fue, pues, u n signo de la expansión de las relaciones capitalistas en las ciudades y en el c a m p o : económicamente, respondía a los intereses vitales de la burguesía comercial y m a n u f a c t u r e r a . En Alemania, país en el que el i m p a c t o del derecho r o m a n o f u e m á s dramático, p o r q u e sustituyó a b r u p t a m e n t e a los tribunales locales, en el p r o p i o h o g a r del derecho consuetudinario teutónico, d u r a n t e los siglos xv y xvi, el í m p e t u inicial p a r a su adopción tuvo lugar en las ciudades del s u r y el oeste, y provino desde a b a j o a través de la presión de litigantes u r b a n o s p o r u n derecho j u r í d i c o claro y profesional 1 8 . Sin embargo, este derecho f u e a d o p t a d o m u y p r o n t o p o r los príncipes alemanes, y aplicado en sus territorios en u n a escala m u c h o m a y o r y al servicio de fines m u y diversos. Porque, políticamente, el resurgir del derecho r o m a n o correspondía a las exigencias constitucionales de los E s t a d o s feudales reorganizados de la época. De hecho, n o puede h a b e r ninguna d u d a de que, a escala europea, el d e t e r m i n a n t e principal de la adopción de la j u r i s p r u d e n c i a r o m a n a radica en el giro de los gobiernos m o n á r q u i c o s hacia el i n c r e m e n t o de los p o d e r e s " La relación del anterior derecho medieval con el romano en las ciudades todavía necesita considerable investigación. El relativo avance de las normas legales que rigen las operaciones en commenda y el comercio marítimo en la Edad Media, no es sorprendente: el mundo romano, como ya hemos visto, carecía de compañías empresariales y abarcaba a un Mediterráneo unificado. Por tanto, no había ninguna razón para desarrollar ni las unas ni las otras. Por otra parte, el temprano estudio del derecho romano en las ciudades italianas sugiere que lo que en tiempos del Renacimiento aparecía como práctica contractual «medieval» podría haberse inspirado originariamente en preceptos legales derivados de la Antigüedad. Vinogradoff no tieme ninguna duda de que el derecho contractual romano ejerció una influencia directa en los códigos de negocios de los burgueses urbanos durante la Edad Media: Román law in mediaeval Europe, pp. 79-80, 131. En la Edad Media, la propiedad inmueble urbana, con su «posesión libre», siempre estuvo más cerca de las normas romanas que la propiedad rural, como es obvio. " Wolfgang Kunkell, «The reception of román law in Germany: an interpretation», y Georg Dahm, «On the reception of Román and Italian law in Germany», en G. Strauss, comp., Pre-Reformation Germany, Londres, 1972, pp. 271, 274-6, 278, 284-92.
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centrales. Hay que r e c o r d a r que el sistema legal r o m a n o comp r e n d í a dos sectores distintos y a p a r e n t e m e n t e contrarios: el derecho civil, q u e regulaba las transacciones económicas e n t r e los ciudadanos, y el derecho público, que regía las relaciones políticas entre el E s t a d o y sus súbditos. El p r i m e r o era el jus, el segundo la lex. El c a r á c t e r j u r í d i c a m e n t e incondicional de la propiedad privada, consagrado p o r el primero, e n c o n t r ó su equivalente contradictorio en la naturaleza f o r m a l m e n t e absoluta de la soberanía impe ial ejercida p o r el segundo, al menos desde el Dominado en adelante. Los principios teóricos de este imperium político f u e r o n los que ejercieron u n a influencia y u n a atracción p r o f u n d a s sobre las nuevas m o n a r q u í a s del Renacimiento. Si la revitalización de la noción de propiedad quiritaria traducía y, simultáneamente, promovía el crecimiento general del i n t e r c a m b i o mercantil en las economías de transición de aquella época, el resurgimiento de las prerrogativas a u t o r i t a r i a s del Dominado expresaba y consolidaba la concentración del p o d e r de la clase aristocrática en u n a p a r a t o de Est a d o centralizado que era la reacción noble f r e n t e a aquél. El doble m o v i m i e n t o social inserto en las e s t r u c t u r a s del absolutismo occidental e n c o n t r ó así su concordancia jurídica en la reintroducción del derecho r o m a n o . La f a m o s a máxima de Ulpiano quod principi placuit legis habet vicem, «la voluntad del príncipe tiene fuerza de ley»— se convirtió en u n ideal constitucional en las m o n a r q u í a s renacentistas de todo el Occidente La idea c o m p l e m e n t a r i a de que los reyes y príncipes e s t a b a n ab legibus solutus, o libres de las obligaciones legales anteriores, p r o p o r c i o n ó las bases jurídicas p a r a a n u l a r los privilegios medievales, ignorar los derechos tradicionales y somet e r las libertades privadas. En o t r a s palabras, el auge de la p r o p i e d a d privada desde abajo, se vio equilibrado p o r el a u m e n t o de la a u t o r i d a d pública desde arriba, e n c a r n a d a en el p o d e r discrecional del m o n a r c a . Los estados absolutistas de Occidente apoyaron sus nuevos fines en precedentes clásicos: el derecho r o m a n o era el a r m a intelectual más poderosa que tenían a su disposición p a r a sus característicos p r o g r a m a s de integración territorial y centralism o administrativo. De hecho, n o f u e accidental que la única m o n a r q u í a medieval que lograse u n a completa emancipación de las a t a d u r a s representativas o corporativas fuese el papado, " Un ideal, pero en modo alguno el único: como veremos, la compleja práctica del absolutismo estuvo muy lejos de corresponder a la máxima de Ulpiano.
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p r i m e r sistema político de la E u r o p a feudal que utilizó en s r a n escala la j u r i s p r u d e n c i a r o m a n a con la codificación del derecho canónico en los siglos x n y X I I I . La a f i r m a c i ó n de u n a plenitudo potestatis del p a p a d e n t r o de la Iglesia estableció el precedente p a r a las pretensiones posteriores de los príncipes seculares, realizadas a m e n u d o , precisamente, c o n t r a las desorbitadas aspiraciones religiosas. Por o t r a p a r t e , y del m i s m o m o d o que los abogados canonistas del p a p a d o f u e r o n los que construyeron e hicieron f u n c i o n a r sus amplios controles administrativos sobre la Iglesia, f u e r o n los b u r ó c r a t a s semiprofesionales adiestrados en el derecho r o m a n o quienes p r o p o r c i o n a r o n los servidores ejecutivos f u n d a m e n t a l e s de los nuevos estados monárquicos. De f o r m a característica, las m o n a r q u í a s absolutas de Occidente se a s e n t a r o n en u n cualificado e s t r a t o de legistas que proveían de personal a sus m a q u i n a r i a s administrativas: los letrados en España, los maltres des requétes en Francia, los doctores en Alemania. I m b u i d o s en las doctrinas r o m a n a s de la a u t o r i d a d del príncipe p a r a d e c r e t a r y en las concepciones r o m a n a s de las n o r m a s legales unitarias, estos burócratas-juristas f u e r o n los celosos defensores del centralismo real en el crítico p r i m e r siglo de la construcción del E s t a d o absolutista. La i m p r o n t a de este c u e r p o internacional de legistas, más q u e cualquier o t r a fuerza, f u e la q u e romanizó los sistemas jurídicos de E u r o p a occidental d u r a n t e el Renacimiento. Pues la transformación del derecho r e f l e j a b a inevitablemente la distribución del p o d e r e n t r e las clases poseedoras de la época: el absolutismo, en cuanto a p a r a t o de E s t a d o reorganizado de la dominación nobiliaria, f u e el a r q u i t e c t o central de la recepción del derecho r o m a n o en E u r o p a . Incluso allí donde las ciudades a u t ó n o m a s iniciaron el movimiento, como en Alemania, f u e r o n los príncipes quienes se a p o d e r a r o n de él y lo domesticaron; y allí d o n d e el p o d e r real f u e incapaz de i m p o n e r el derecho civil, como en Inglaterra, éste n o p u d o e c h a r raíces en el m e d i o u r b a n o E n 20 El derecho romano nunca fue adoptado en Inglaterra, a causa, especialmente, de la temprana centralización del Estado anglonormando, cuya unidad administrativa hizo a la monarquía inglesa relativamente indiferente a las ventajas del derecho civil durante su difusión medieval; véanse los pertinentes comentarios de N. Cantor, Mediaeval history, Londres 1963, pp. 345-9. A comienzos de la época moderna, las dinastías Tudór y Éstuardo introdujeron nuevas instituciones jurídicas de derecho civil (Cámara estrellada, Almirantazgo, Cancillería), pero en último termino fueron incapaces de prevalecer sobre el derecho consuetudinario: tras los fuertes conflictos entre ambos a principios del siglo xvn, la revolución inglesa de 1640 selló la victoria del último. Para algunas refle-
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el proceso s o b r e d e t e r m i n a d o de r e n a c i m i e n t o de lo romano, la presión política de los E s t a d o s dinásticos tuvo la primacía: las exigencias de «claridad» m o n á r q u i c a d o m i n a r o n a las de «seguridad» mercantil 2 1 . Aunque todavía e x t r e m a d a m e n t e imperfecto e incompleto, el crecimiento en racionalidad f o r m a l de los sistemas legales de la p r i m e r a E u r o p a m o d e r n a f u e o b r a p r e p o n d e r a n t e m e n t e , del a b s o l u t i s m o aristocrático. El principal efecto de la modernización jurídica fue, pues el r e f o r z a m i e n t o del dominio de la clase feudal tradicional. La a p a r e n t e p a r a d o j a de este f e n ó m e n o q u e d ó r e f l e j a d a en toda la e s t r u c t u r a de las m o n a r q u í a s absolutas, construcciones exóticas e híbridas cuya f a c h a d a «moderna» traicionaba u n a y otra vez u n s u b t e r r á n e o arcaísmo. E s t o puede verse con toda claridad en el estudio de las innovaciones institucionales q u e anunciaron y tipificaron su llegada: ejército, burocracia, impuestos, comercio, diplomacia. Podemos p a s a r revista b r e v e m e n t e a cada u n a de ellas. Se h a señalado con frecuencia que el E s t a d o absolutista echó los cimientos del e j é r c i t o profesional, que creció i n m e n s a m e n t e en t a m a ñ o con la revolución militar introducida en J ° n S ' g l O S X V I y X V n p o r M a u r i c i o de Orange, Gustavo Adolfo y Wallenstein (instrucción y línea de i n f a n t e r í a p o r el holandéscarga de caballería y sistema de pelotones p o r el sueco; m a n d ó único vertical p o r el checo) * Los ejércitos de Felipe II contaban con unos 60.000 h o m b r e s , m i e n t r a s que los de Luis XIV cien anos después, tenían hasta 300.000. Tanto la f o r m a c o m o la función de esas t r o p a s divergía e n o r m e m e n t e de la que más adelante sería característica del m o d e r n o E s t a d o burgués No constituían n o r m a l m e n t e u n e j é r c i t o nacional obligatorio, sino u n a masa mixta en la que los mercenarios e x t r a n j e r o s desemp e ñ a b a n u n papel constante y central. Estos mercenarios se reclutaban, significativamente, en zonas que q u e d a b a n f u e r a del p e r í m e t r o de las nuevas m o n a r q u í a s centralizadas, frecuente-
xiones sobre este proceso, véase W. Holdsworth, A history law, iv, Londres, 1924, pp. 284-5.
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21 Estos son los dos términos utilizados por Weber para señalar los respectivos intereses de las dos fuerzas interesadas en la romanización «Por regla general, los funcionarios aspiran a la "claridad"; las capas burguesas a la segundad" de la aplicación del derecho.» Véase su exce-
ÍocLad8TepnpaC62W0]n " Michael Roberts
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'yPP- M7-8 [Economía «The military revolution, 1560-1660», en Essays
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Londr eS aT¡\ , ' 1 9 6 7 ' PP- 195 " 225 es un libró fundamental Gustavus Adolphus: a history of Sweden, 1611-1632, vol. n Londres 1958 páginas 169-89. Roberts quizá sobrevalora el crecimiento cuantitativo dé los ejércitos en esta época.
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mente en regiones m o n t a ñ o s a s que se especializaban en proveerlos- los suizos f u e r o n los gurkas de los p r i m e r o s tiempos de la E u r o p a m o d e r n a . Los ejércitos franceses, holandeses, est a ñ ó l e s austríacos o ingleses incluían a suabos, albaneses, suizos irlandeses, galeses, turcos, h ú n g a r o s o italianos 2 3 . La razón social más obvia del f e n ó m e n o m e r c e n a r i o fue, p o r supuesto, la n a t u r a l negativa de la clase noble a a r m a r en m a s a a sus propios campesinos. «Es p r á c t i c a m e n t e imposible a d i e s t r a r a todos los súbditos de u n a república en las a r t e s de la guerra, V al m i s m o t i e m p o conservarlos obedientes a las leyes y a los magistrados», confesaba Jean Bodin. «Esta fue, quizá, la principal razón p o r la que Francisco I disolvió los siete regimientos, cada u n o de 6.000 infantes, que había creado en este reino» 2 4 . A la inversa, podía confiarse en las t r o p a s mercenarias, desconocedoras incluso de la lengua de la población local, p a r a extirp a r la rebelión social. Los Landsknechten alemanes se enfrentaron con los levantamientos campesinos de 1549 en Inglaterra, en la zona oriental del país, m i e n t r a s los a r c a b u c e r o s italianos aseguraban la liquidación de la rebelión r u r a l en la zona occidental; la guardia suiza ayudó a r e p r i m i r las guerrillas de boloñeses y camisards de 1662 y 1702 en Francia. La i m p o r t a n c i a f u n d a m e n t a l de los mercenarios desde Gales a Polonia, cada vez m á s visible desde finales de la E d a d Media, n o f u e simplemente u n expediente provisional del a b s o l u t i s m o en el desp u n t a r de su existencia, sino que lo m a r c ó hasta el m i s m o mom e n t o de su desaparición en Occidente. A finales del siglo x v m , incluso después de la introducción de la recluta obligatoria en los principales países europeos, h a s t a dos tercios de cualquier ejército «nacional» podían e s t a r f o r m a d o s p o r soldadesca ext r a n j e r a asalariada 2 5 . El e j e m p l o del a b s o l u t i s m o p r u s i a n o —que c o m p r a b a y secuestraba su m a n o de obra f u e r a de sus f r o n t e r a s utilizando la s u b a s t a y la leva p o r la fuerza— es u n r e c u e r d o de que no había necesariamente u n a clara diferencia e n t r e ambos. Al m i s m o tiempo, sin embargo, la función de estas vastas y nuevas masas de soldados era t a m b i é n c l a r a m e n t e diferente de la función de los posteriores ejércitos capitalistas. H a s t a a h o r a " El ensayo de Victor Kiernan, «Foreing mercenaries and absolute monarchy», Past and present, 11, abril de 1957, pp. 66-86 reimpreso en T. Aston (comp.), Crisis in Europe, 1560-1660, Londres, 1965, pp. 117-40, es un estudio incomparable del fenómeno mercenario, al que poco se ha añadido después. 24 Jean Bodin, Les six livres de la République, París, 1578 p. 669. 25 Walter Dorn, Competition for empire, Nueva York, 1940, p. 83.
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n o existe ninguna teoría marxista de las cambiantes funciones sociales de Ja g u e r r a en los diferentes modos de producción. No es éste el lugar p a r a e s t u d i a r ese tema. Con todo, puede a f i r m a r s e que la guerra era, posiblemente, el m o d o más racional y m á s rápido de que disponía cualquier clase d o m i n a n t e en el feudalismo p a r a expandir la extracción de excedente. Es cierto que ni la productividad agrícola ni el volumen del comercio q u e d a r o n estancados d u r a n t e la Edad Media. Para los señores, sin embargo, crecían muy l e n t a m e n t e en comparación con las repentinas y masivas «cosechas» que producían las conquistas territoriales, de las que las invasiones n o r m a n d a s de Inglaterra o Sicilia, la toma angevina de Nápoles o la conquista castellana de Andalucía f u e r o n sólo los ejemplos más espectaculares. E r a lógico, pues, que la definición social de la clase d o m i n a n t e feudal fuese militar. La específica racionalidad económica de la guerra en esa formación social es la maximización de la riqueza, y su papel no puede c o m p a r a r s e al que desempeña en las f o r m a s desarrolladas del m o d o de producción que le sucede, d o m i n a d o p o r el ritmo básico de la acumulación del capital y p o r el «cambio incesante y universal» (Marx) de los f u n d a m e n t e s económicos de toda formación social. La nobleza f u e u n a clase t e r r a t e n i e n t e cuya profesión era la guerra: su vocación social n o era u n m e r o añadido externo, sino u n a función intrínseca a su posición económica. El medio normal de la competencia intercapitalista es económico, y su e s t r u c t u r a es típicamente aditiva: las p a r t e s rivales pueden expandirse y p r o s p e r a r —aunque de f o r m a desigual— a lo largo de u n a misma confrontación, p o r q u e la producción de mercancías m a n u f a c t u r a d a s es ilimitada p o r naturaleza. Por el contrario, el medio típico de la confrontación interfeudal era militar y su e s t r u c t u r a siempre era, potencialmente, la de un conflicto de s u m a nula en el c a m p o de batalla, p o r el que se perdían o ganaban cantidades fijas de tierras. E s t o es así p o r q u e la tierra es un monopolio n a t u r a l : sólo se puede redividir, pero no extender indefinidamente. El o b j e t o categorial de la dominación nobiliaria era el territorio, independientemente de la comunidad que lo habitase. Los perím e t r o s de su p o d e r estaban definidos p o r la tierra como tal, y no p o r el idioma. La clase d o m i n a n t e feudal era, pues, esencialm e n t e móvil en u n sentido en que .a clase d o m i n a n t e capitalista n u n c a p u d o serlo después, p o r q u e el m i s m o capital es par excellence internacionalmente móvil y p e r m i t e que sus propietarios estén fijos nacionalmente; pero la tierra es nacionalmente inmóvil y los nobles tienen que v i a j a r p a r a t o m a r posesión de ella. Cualquier b a r o n í a o dinastía podía, así, t r a n s f e r i r su resi-
El Estado absolutista en Occidente 16 , i a de u n confín a o t r o del continente sin s u f r i r p o r ello nineuna dislocación. Los linajes angevinos podían g o b e r n a r indif e r e n t e m e n t e en Hungría.. Inglaterra o Nápoles; los n o r m a n d o s en Antioquía, Sicilia o Inglaterra; los borgoñones en Portugal o Zelanda; los luxemburgueses en las tierras del Rin o en Bohemia" los flamencos en Artois o Bizancio; los H a b s b u r g o en Austria, los Países B a j o s o España. En esas variadas t i e r r a s no era preciso q u e señores y campesinos c o m p a r t i e r a n u n a lengua común. N o existía solución de continuidad e n t r e los territorios públicos y los dominios privados, y el m e d i o clásico p a r a su adquisición era la guerra, encubierta de f o r m a invariable b a j o reclamaciones de legitimidad religiosa o genealógica. La guerra n o era el «deporte» de los príncipes, sino su destino. Más allá de la limitada diversidad de caracteres e inclinaciones individuales, la guerra les atraía inexorablemente como u n a necesidad social de su estado. Para Maquiavelo, c u a n d o estudia la E u r o p a de comienzos del siglo xvi, la última n o r m a de su ser era u n a verdad tan obvia e inevitable como ta existencia del cielo p o r encima de sus cabezas: «Un príncipe, pues, n o debe tener o t r o o b j e t o ni o t r o pensamiento, ni cultivar o t r o arte m á s q u e la guerra, el o r d e n y la disciplina de los ejércitos, p o r q u e éste es el único a r t e que se espera ver ejercido p o r el que m a n d a » Los estados absolutistas r e f l e j a b a n esa racionalidad arcaica en su m á s íntima e s t r u c t u r a . E r a n m á q u i n a s construidas especialmente p a r a el c a m p o de batalla. Es significativo que el prim e r i m p u e s t o regular de á m b i t o nacional establecido en Francia, la taille royale, se r e c a u d a r a p a r a financiar las p r i m e r a s unidades militares regulares de E u r o p a , las compagnies d'ordonnance de mediados del siglo xv, cuya p r i m e r a u n i d a d estaba compuesta p o r aventureros escoceses. A mediados del siglo XVI, el 80 p o r 100 de las r e n t a s del E s t a d o español se destinaban a gastos militares. Vicens Vives p u d o escribir que: «el impulso hacia la m o n a r q u í a administrativa a la m o d e r n a se inicia en el occidente de E u r o p a con las grandes operaciones navales emprendidas p o r Carlos V c o n t r a los turcos en el Mediterráneo occidental en 1535»27. Hacia mediados del siglo x v n , los desembolsos anuales de los principados del continente, desde Suecia 24 Niccoló Machiavelli, II Principe e Discorsi, Milán, 1960, p. 62 [El Principe, Barcelona, Bruguera, 1978. p. 140], " J. Vicens Vives, «Estructura administrativa estatal en los siglos xvi y xvn», XI Congrés International des Sciences Historiques. Rapports, iv, Gotemburgo, 1960; ahora reimpreso en Vicens Vives, Coyuntura económica y reformismo burgués, Barcelona, Ariel, 1968, p. 116.
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hasta el Piamonte, se dedicaban p r e d o m i n a n t e e invariablemente, en todas partes, a la p r e p a r a c i ó n o sostenimiento de la guerra, i n m e n s a m e n t e más costosa entonces que en el Renacimiento. Un siglo después, en las pacíficas vísperas de 1789, y de a c u e r d o con Necker, dos tercios del gasto del E s t a d o f r a n c é s se dedicaban todavía a las fuerzas militares. Es evidente que esta morfología del E s t a d o no c o r r e s p o n d e a la racionalidad capitalista; r e p r e s e n t a el r e c u e r d o a m p l i a d o de las funciones medievales de la guerra. Por supuesto, los grandiosos a p a r a t o s militares del ú l t i m o E s t a d o feudal n o se m a n t u v i e r o n ociosos. La p e r m a n e n c i a virtual del conflicto internacional a r m a d o es u n a de las notas características de todo el clima del absolutismo: la paz f u e u n a meteórica excepción en los siglos de su dominación en Occidente. Se ha calculado que en todo el siglo xvi sólo h u b o veinticinco años sin operaciones militares de largo alcance en E u r o p a 2 8 ; y que en el siglo x v n sólo t r a n s c u r r i e r o n siete años sin grandes guerras entre estados 2 9 . Esta sucesión de guerras resulta a j e n a al capital, aunque, c o m o veremos, en último t é r m i n o contribuyera a ellas. La burocracia civil y el sistema de impuestos característicos del E s t a d o absolutista n o f u e r o n menos paradójicos. Parecen r e p r e s e n t a r u n a transición hacia la administración legal racional de Weber, en contraste con la jungla de dependencias particularistas de la B a j a E d a d Media. Al m i s m o tiempo, sin embargo, la burocracia del Renacimiento era t r a t a d a como u n a propiedad vendible a individuos privados: i m p o r t a n t e confusión de dos órdenes que el E s t a d o burgués siempre ha m a n t e n i d o diferenciados. Así, el m o d o de integración de la nobleza feudal en el E s t a d o absolutista que prevaleció en Occidente a d o p t ó la f o r m a de adquisición de «cargos» 3 0 . El que c o m p r a b a p r i v a d a m e n t e u n a posición en el a p a r a t o público del E s t a d o la a m o r t i z a b a p o r medio de la corrupción y los privilegios autorizados (sistema de honorarios) en lo que era u n a especie de caricatura monetarizada de la investidura de u n feudo. En efecto, el m a r q u é s del Vasto, g o b e r n a d o r español de Milán en 1544, p u d o solicitar a los poseedores italianos de cargos en esa ciudad que ofrecieran sus " R. Ehrenberg, Das Zeitalter der Fugger, Jena, 1922, i, p. 13. 29 G. N. Clark, The seventeenth century, Londres, 1947, p. 98. Ehrenberg, con una definición ligeramente distinta, ofrece una estimación algo más baja, veintiún años. 30 El mejor estudio de conjunto de este fenómeno internacional es el de K. W. Swart, Sale of offices in the seventeenth century, La Haya, 1949; el estudio nacional más amplio es el de Roland Mousnier, La venalité des offices sous Henri IV at Louis XIII, Ruán, s. f.
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fortunas a Carlos V en su h o r a de necesidad después de la derrota de Ceresole, de a c u e r d o exactamente con el modelo de las tradiciones feudales 3 1 . Esos tenedores de cargos, que prolif e r a r o n en Francia, Italia, España, Gran B r e t a ñ a u Holanda, podían e s p e r a r o b t e n e r u n beneficio de h a s t a el 300 o el 400 por 100 de su compra, y posiblemente m u c h o más. El sistema nació en el siglo xvi y se convirtió en u n soporte financiero f u n d a m e n t a l de los Estados absolutistas d u r a n t e el siglo x v n . Su c a r á c t e r g r o s e r a m e n t e p a r a s i t a r i o es evidente: en situaciones extremas (de la que es u n e j e m p l o Francia en la década de 1630) podía costar al p r e s u p u e s t o real en desembolsos (por arrendamiento de impuestos y exenciones) casi t a n t o como le proporcionaba en remuneraciones. El desarrollo de la venta de cargos fue, desde luego, u n o de los m á s llamativos s u b p r o d u c t o s del i n c r e m e n t o de monetarización de las p r i m e r a s economías modernas y del relativo ascenso, d e n t r o de éstas, de la burguesía mercantil y m a n u f a c t u r e r a . Pero la integración de esta última en el a p a r a t o del Estado, p o r medio de la c o m p r a privada y de la herencia de posiciones y honores públicos, t a m b i é n p o n e de manifiesto su posición s u b o r d i n a d a d e n t r o de u n sistema político feudal en el que la nobleza constituyó siempre, necesariamente, la cima de la j e r a r q u í a social. Los officiers de los parlam e n t o s franceses, que jugaron al republicanismo municipal y a p a d r i n a r o n las m a z a r i n a d a s en la década de 1650, se convirtieron en los m á s acérrimos defensores de la reacción nobiliaria en la de 1780. La burocracia absolutista reflejó, y al m i s m o tiempo frenó, el ascenso del capital mercantil. Si la venta de cargos f u e u n m e d i o indirecto de o b t e n e r rentas de la nobleza y de la burguesía mercantil en t é r m i n o s beneficiosos p a r a ellas, el E s t a d o absolutista gravó también, y sobre todo, n a t u r a l m e n t e , a los pobres. La transición económica de las prestaciones en t r a b a j o a las rentas en dinero vino acompañada, en Occidente, p o r la aparición de impuestos reales p a r a financiar la guerra que, en la larga crisis feudal de finales de la Edad Media, ya f u e r o n u n a de las principales causas de los desesperados levantamientos campesinos de la época. «Una cadena de rebeliones campesinas dirigidas claramente c o n t r a los impuestos estalló en toda E u r o p a [ . . . ] No había m u c h o que elegir e n t r e los saqueadores y los ejércitos amigos o enemigos: unos se llevaban tanto como los otros. Pero entonces apare51 Federico Chabod, Scritti sul Rinascimento, Turin, 1967, p. 617. Los funcionarios milaneses rechazaron la demanda de su gobernador, pero sus homólogos de otros lugares quizá no fueran tan decididos.
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cieron los r e c a u d a d o r e s de impuestos y a r r a m b l a r o n con todo lo q u e pudieron encontrar. Los señores r e c o b r a b a n en último t é r m i n o de sus h o m b r e s el i m p o r t e de la «ayuda» q u e ellos mismos e s t a b a n obligados a p r e s t a r a su soberano. Es indudable q u e de todos los males que afligían a los campesinos, los q u e s u f r í a n con más dolor y menos paciencia eran los que provenían de las cargas de la guerra y de los r e m o t o s impuestos» 32. Prácticamente en todas partes, el t r e m e n d o peso de los i m p u e s t o s —la taille y la gabelle en Francia, los servicios en E s p a ñ a cayó sobre los pobres. No existía ninguna concepción del «ciudadano» jurídico, s u j e t o al fisco p o r el m i s m o hecho de pertenecer a la nación. La clase señorial, en la práctica y en todas partes, estaba r e a l m e n t e exenta del i m p u e s t o directo. Porshnev h a bautizado con razón a las nuevas contribuciones impuestas p o r el E s t a d o absolutista con el n o m b r e de «renta feudal centralizada», p a r a oponerlas a los servicios señoriales q u e formab a n la «renta feudal local» 3 3 : este doble sistema de exacción c o n d u j o a u n a t o r m e n t o s a epidemia de rebeliones de los pobres en la Francia del siglo x v n , en las q u e los nobles provincianos c o n d u j e r o n m u c h a s veces a sus propios campesinos c o n t r a los recaudadores de impuestos c o m o m e j o r m e d i o p a r a extraerles después sus cargas locales. Los funcionarios del fisco tenían q u e ser custodiados p o r unidades de fusileros p a r a c u m p l i r su misión en el c a m p o : reencarnación en f o r m a modernizada de la u n i d a d inmediata e n t r e coerción político-legal y explotación económica constitutiva del m o d o de producción feudal en cuanto tal. Las funciones económicas del a b s o l u t i s m o n o se r e d u j e r o n , sin embargo, a su sistema de impuestos y de cargos. El mercantilismo, doctrina d o m i n a n t e en esta época, p r e s e n t a la m i s m a ambigüedad que la burocracia destinada a realizarlo, con la m i s m a regresión s u b t e r r á n e a hacia u n p r o t o t i p o anterior. Indudablemente, el mercantilismo exigía la supresión de las b a r r e r a s particularistas opuestas al comercio d e n t r o del á m b i t o nacional, esforzándose p o r crear u n m e r c a d o interno unificado p a r a la producción de mercancías. Al p r e t e n d e r a u m e n t a r el p o d e r del Estado en relación con los otros estados, el m e r c a n t i l i s m o alentaba la exportación de bienes a la vez que prohibía la de economy and " D . o « ' Rural country lije in the mediaeval West, Londres, 1968, p. 333 [Economía rural y vida campesina en el Occidente medieval, Barcelona, Península, 1973]. " B. F. Porshnev, Les soulévements populaires en France de 1623 á 1648, París, 1965, pp. 395-6 [ed. cast. abreviada: Los levantamientos populares en Francia en el siglo XVII, Madrid, Siglo XXI, 1978].
El Estado absolutista en Occidente 18 metales preciosos y de moneda, en la creencia de que existía u n a cantidad f i j a de comercio y de riqueza en el m u n d o . Por decirlo con la f a m o s a f r a s e de Hecksher: «el E s t a d o era a la vez el s u j e t o y el o b j e t o de la política económica mercantilisM t a » . Sus creaciones m á s características f u e r o n , en Francia, las m a n u f a c t u r a s reales y los gremios regulados p o r el Estado, y en Inglaterra, las compañías privilegiadas. La genealogía medieval y corporativista de los p r i m e r o s apenas necesita comentario; la reveladora fusión de los órdenes político y económico en las segundas escandalizó a Adam Smith. El m e r c a n t i l i s m o representaba exactamente las concepciones de u n a clase d o m i n a n t e feudal q u e se había a d a p t a d o a u n m e r c a d o integrado, p e r o preservando su visión esencial sobre la u n i d a d de lo que Francis Bacon llamaba «consideraciones de abundancia» y «consideraciones de poder». La clásica doctrina b u r g u e s a del laissezfaire, con su rigurosa separación f o r m a l de los sistemas políticos y económico, estaría en sus antípodas. El m e r c a n t i l i s m o era, precisamente, u n a teoría de la intervención coherente del E s t a d o político en el f u n c i o n a m i e n t o de la economía, en interés a la vez de la p r o s p e r i d a d de ésta y del p o d e r de aquél. Lógicamente, m i e n t r a s la teoría del laissez faire sería siempre «pacifista», b u s c a n d o q u e los beneficios de la paz e n t r e las naciones i n c r e m e n t a r a n u n comercio internacional m u t u a m e n t e ventajoso, la teoría mercantilista (Montchrétien, Bodin) e r a p r o f u n d a m e n t e «belicista» al h a c e r hincapié en la necesidad y rentabilidad de la guerra 3 S . A la inversa, el objetivo de u n a economía * Hecksher afirma que el objeto del mercantilismo era aumentar el «poder del Estado» antes que «la riqueza de las naciones», y que eso significaba una subordinación, según las palabras de Bacon de las «consideraciones de abundancia» a las «consideraciones de poder» (Bacon alabó a Enrique VII por haber limitado las importaciones de vino en barcos ingleses basándose en esto). Viner, en una eficaz respuesta, no tiene ninguna dificultad en mostrar que la mayoría de los escritores mercantilistas dan a ambos igual importancia y los c o n s i d e r a n compatibles. «Power versus plenty as objectives of foreign policy in the 17th and lBth centuries», World Politics, I, 1, 1948, reimpreso en D. Coleman, comp., Revisions in mercantilism, Londres, 1969, pp. 61-91. Al mismo tiempo Viner subestima claramente la diferencia entre la teoría y la práctica del mercantilismo y las del laissez-faire que le siguió. En realidad, tanto Hecksher como Viner pierden de vista, por razones diferentes, el punto esencial, que es la indistinción de economía y política en la época de transición que produjo las teorías mercantilistas. La discusión en torno a si una de ellas tenía «primacía» sobre la otra es un anacronismo porque en la práctica no existió tal separación rígida de ambas hasta la llegada del te'5» f s'^berner, ^ guerre ¿ans silcle, París, 1939, pp. 7-122.
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f u e r t e era la victoriosa prosecución de u n a política exterior de conquista. Colbert d i j o a Luis XIV que las m a n u f a c t u r a s reales eran sus regimientos económicos y los gremios sus reservas El m á s grande de los mercantilistas, que restableció las finanzas del Estado francés en diez milagrosos años de administración, lanzó a su soberano a la desgraciada invasión de Holanda en 1672 con este expresivo consejo: «Si el rey lograra p o n e r a todas las Provincias Unidas b a j o su autoridad, su comercio pasaría a ser el comercio de los súbditos de su m a j e s t a d , y entonces n o habría nada más que pedir» * Cuatro décadas de conflicto europeo iban a seguir a esta m u e s t r a de r a z o n a m i e n t o económico que capta p e r f e c t a m e n t e la lógica social de la agresión absolutista y del mercantilismo d e p r e d a d o r : el comercio de los holandeses era t r a t a d o c o m o la tierra de los anglosajones o las propiedades de los moros, como u n o b j e t o físico que podía tomarse y gozarse p o r la f u e r z a militar como m o d o n a t u r a l de apropiación, y poseerse después de f o r m a p e r m a n e n t e . El e r r o r óptico de este juicio p a r t i c u l a r n o lo hace menos representativoos estados absolutistas se m i r a b a n e n t r e sí con los m i s m o s ojos. Las teorías mercantilistas de la riqueza y de la guerra estaban, p o r supuesto, c o n c e p t u á b a n t e interconectadas: el modelo de suma nula de comercio mundial que inspiraba su proteccionism o económico se derivaba del m o d e l o de s u m a nula de política internacional, inherente a su belicismo. Naturalmente, el comercio y la guerra n o f u e r o n las únicas actividades externas del E s t a d o absolutista en Occidente Su o t r o gran esfuerzo se dirigió a la diplomacia, que f u e u n o de os grandes inventos institucionales de la época, i n a u g u r a d o en la reducida área de Italia en el siglo xv, institucionalizado en el m i s m o país con la paz de Lodi, y a d o p t a d o en España, Francia, Inglaterra, Alemania y toda E u r o p a en el siglo Xvi. La diplomacia fue, de hecho, la indeleble m a r c a de nacimiento del E s t a d o renacentista. Con sus comienzos nació en E u r o p a u n sistema internacional de estados, en el que había u n a p e r p e t u a «explorador, de los puntos débiles en el e n t o r n o de u n E s t a d o o de los peligros que podían e m a n a r contra él desde otros estados» . La E u r o p a medieval n u n c a estuvo c o m p u e s t a p o r u n págtaa^T
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París, 1966,
" B . F. Porshnev, «Les rapports politiques de l'Europe occidentale et t t ^ Z Z ^ t - á r é p ° q u e d e I a S u e r r e d e s T r e n t e Ans», XI- Congrés H i s t o r i ? Z T ° ? l d e S SCTCeS ^ s , Upsala, 1960, p. 161: incursión ex' w T ^ n . n H SP ? CU a t ¡ V a e n l a g u e r r a d e l o s Treinta Años, que es un buen ejemplo de la fuerza y la debilidad de Porshnev. Al contrario de
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r o n i u n t o c l a r a m e n t e delimitado de u n i d a d e s políticas homogees decir, p o r u n sistema internacional de estados. Su m a p a político era inextricablemente c o n f u s o y e n r e d a d o : en el pstaban geográficamente entremezcladas y estratificadas diferentes instancias jurídicas, y a b u n d a b a n las alianzas plurales, las soberanías asimétricas y los enclaves anomalos 38- D e n t r o de este intrincado laberinto n o había ninguna posibilidad de que sureiera u n sistema diplomático formal, p o r q u e no había uniformidad ni p a r i d a d de concurrentes. El concepto de cristiandad latina de la que eran m i e m b r o s todos los h o m b r e s , proporcionaba a los conflictos y las decisiones u n a matriz ideológica universalista que constituía el reverso necesario de la e x t r e m a d a heterogeneidad particularista de las unidades políticas. Asi, las «embajadas» eran simples viajes de salutación, esporádicos y n o retribuidos, que podían ser enviadas t a n t o p o r u n vasallo o subvasallo d e n t r o de d e t e r m i n a d o territorio, como e n t r e principes de diversos territorios, o e n t r e u n príncipe y su soberano. La contracción de la p i r á m i d e feudal en las nuevas m o n a r q u í a s centralizadas de la E u r o p a renacentista p r o d u j o , p o r vez primera, u n sistema f o r m a l i z a d o de presión e i n t e r c a m b i o ínterestatal, con el establecimiento de la nueva institución de las e m b a i a d a s recíprocamente asentadas en el e x t r a n j e r o , cancillerías p e r m a n e n t e s p a r a las relaciones exteriores y comunicaciones e i n f o r m e s diplomáticos secretos, protegidos p o r el nuevo concepto de «extraterritorialidad» 3 9 . El espíritu r e s u e l t a m e n t e secular del egoísmo político que inspiraría en adelante la práctica de la diplomacia f u e expresado con toda nitidez p o r b r molao B a r b a r o , el e m b a j a d o r veneciano que f u e su p r i m e r teórico. «La p r i m e r a obligación de u n e m b a j a d o r es exactamente
lo que han dicho sus colegas occidentales, su fallo niás ™ t a n t e no es un rígido «dogmatismo», sino un «ingenio» superfertil no siempre limkado adecuadamente por la disciplina de las pruebas; claro está que ese mismo rasgo es el que le convierte, en otro aspecto en un historiador original e imaginativo. Las sugerencias al final de su ensayo sobre el concepto de «un sistema internacional de estados._son i n f a n t e s . » A Engels le gustaba citar el ejemplo de Borgona: «Carlos el Calvo, por ejemplo era subdito feudal del emperador por una parte de sus tierras v del rev de Francia por otra; pero, por otra parte, el rey de Francia s u s e ñ o r feudal era al mismo tiempo subdito de Carlos el Calvo, s u p r o p i o vasallo, en algunas regiones.» Véase su importante manuscrito, « t u S postumamente Uber den Verfall des Feudalismus und das Aufkommen der Bourgeoisie, en Werke, vol. 21 p. 396. » Sobre todo este desarrollo de la nueva diplomacia en los albores de la E u r o p a moderna, véase la gran obra de Garrett Mattingly, ^atssance diplomacy, Londres, 1955, passim. La frase de Barbaro se cita en la página 109.
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la m i s m a que la de cualquier o t r o servidor del gobierno, esto es, hacer, decir, a c o n s e j a r y p e n s a r todo lo que sirva m e j o r a la conservación y engrandecimiento de su p r o p i o Estado.» Con todo, estos i n s t r u m e n t o s de la diplomacia —embajadores o secretarios de Estado— no eran todavía a r m a s de un m o d e r n o E s t a d o nacional. Las concepciones ideológicas del «nacionalismo» f u e r o n a j e n a s , como tales, a la naturaleza íntima del absolutismo. Los estados m o n á r q u i c o s de la nueva época n o desdeñaron la movilización de los sentimientos patrióticos de sus súbditos en los conflictos militares y políticos que oponían m u t u a y c o n s t a n t e m e n t e a las diversas m o n a r q u í a s de E u r o p a occidental. Pero la existencia difusa de u n protonacionalismo p o p u l a r en la I n g l a t e r r a de los Tudor, la Francia borbónica o la E s p a ñ a de los H a b s b u r g o fue, básicamente, u n signo de la presencia burguesa en la p o l í t i c a m á s q u e d e j a r s e gob e r n a r p o r ellos, los g r a n d e s y los soberanos siempre manipularon esos sentimientos. La aureola nacional del a b s o l u t i s m o en Occidente —a m e n u d o m u y a p a r e n t e m e n t e p r o n u n c i a d a (Isabel I, Luis X I V ) - era, en realidad, contingente y p r e s t a d a . Las n o r m a s directrices de aquella época radicaban en o t r o lugar: la última instancia cte legitimidad era la dinastía y n o el territorio. El E s t a d o se concebía como p a t r i m o n i o del monarca y, p o r tanto, el título de su propiedad podía a d q u i r i r s e p o r u n a unión de personas: felix Austria. El m e c a n i s m o s u p r e m o de la diplomacia era, pues, el m a t r i m o n i o , e s p e j o pacífico de la guerra, que t a n t a s veces provocó. Las m a n i o b r a s matrimoniales, menos costosas como vía de expansión territorial q u e la agresión a r m a d a , p r o p o r c i o n a b a n resultados menos inmediatos (con frecuencia sólo a la distancia de u n a generación) y estaban s u j e t a s p o r ello a impredecibles azares de m o r t a l i d a d en eí intervalo a n t e r i o r a la consumación de u n pacto nupcial y su goce político. De ahí que el largo r o d e o del m a t r i m o n i o c o n d u j e r a d i r e c t a m e n t e y tan a m e n u d o al corto c a m i n o de la guerra. La historia del absolutismo está plagada de esos conflictos, cuyos n o m b r e s dan fe de ello: guerras de sucesión de España, Austria o Baviera. N a t u r a l m e n t e , su r e s u l t a d o final podía a c e n t u a r la «flotación» de la dinastía sobre el t e r r i t o r i o que
™ r ? l e s y urbanas mostraron, por supuesto, formas espontáneas de xenofobia; pero esta tradicional reacción negativa hacia las n ? , r " ™ ? i e s a j e n a s e s m u y d i s t i n t a d e l a identificación nacional positiva A* 1. a aparecer en los medios literarios burgueses a principios Z , T , e r n a - L a / U S 1 Ó n d e a m b a s P ° d í a Producir1, en situaciones de: crisis, estallidos patrióticos populares de un carácter incontrolado y sedicioso: los comuneros en España o la Liga en Francia.
El Estado absolutista en Occidente 20 había ocasionado. París p u d o ser d e r r o t a d a en Ja ruinosa lucha militar p a r a la sucesión española; p e r o la casa de B o r b ó n heredó Madrid. El índice del p r e d o m i n i o feudal en el E s t a d o absolutista es evidente t a m b i é n en la diplomacia. I n m e n s a m e n t e engrandecido y reorganizado, el E s t a d o feudal del absolutismo estuvo, a pesar de todo, constante y p r o f u n d a m e n t e s o b r e d e t e r m i n a d o p o r el crecimiento del capitalismo en el seno de las formaciones sociales mixtas del p r i m e r p e r í o d o moderno. E s t a s formaciones eran, desde luego, u n a combinación de diferentes modos de producción b a j o el dominio —decadente— de u n o de ellos: el feudalismo. Todas las e s t r u c t u r a s del E s t a d o absolutista revelan la acción a distancia de la nueva economía que se a b r í a p a s o en el m a r c o de u n sistema m á s antiguo: a b u n d a b a n las «capitalizaciones» híbridas de las formas feudales, cuya m i s m a perversión de instituciones f u t u r a s (ejército, burocracia, diplomacia, comercio) era u n a reconversión de o b j e t o s sociales anteriores p a r a repetirlos. A p e s a r de eso, las premoniciones de u n nuevo o r d e n político contenidas d e n t r o de ellas no f u e r o n u n a falsa p r o m e s a . La burguesía de Occidente poseía ya suficiente fuerza p a r a d e j a r su b o r r o s a huella sobre el E s t a d o del absolutismo. La a p a r e n t e p a r a d o j a del a b s o l u t i s m o en Occidente f u e que r e p r e s e n t a b a f u n d a m e n t a l m e n t e u n a p a r a t o p a r a la protección de la propiedad y los privilegios aristocráticos, p e r o que, al m i s m o tiempo, los medios p o r los que se realizaba esta protección podían a s e g u r a r simultáneamente los intereses básicos de las nacientes clases mercantil y m a n u f a c t u r e r a . El E s t a d o absolutista centralizó cada vez m á s el p o d e r político y se movió hacia sistemas legales m á s u n i f o r m e s : las c a m p a ñ a s de Richelieu c o n t r a los reductos de los hugonotes en Francia f u e r o n características. El E s t a d o absolutista s u p r i m i ó u n gran n ú m e r o de b a r r e r a s comerciales internas y p a t r o c i n ó aranceles exteriores c o n t r a los competidores e x t r a n j e r o s : las medidas de Pombal en el Portugal de la Ilustración f u e r o n u n drástico ejemplo. Proporcionó al capital u s u r a r i o inversiones lucrativas, a u n q u e arriesgadas, en la hacienda pública: los b a n q u e r o s de Augsburgo en el siglo xvi y los oligarcas genoveses del siglo XVII hicieron f o r t u n a s con sus p r é s t a m o s al E s t a d o español. Movilizó la propiedad r u r a l p o r medio de la incautación de las tierras eclesiásticas: disolución de los monasterios en Inglaterra. Proporcionó sinecuras rentables en la burocracia: la paulette en Francia reglam e n t a r í a su posesión estable. Patrocinó e m p r e s a s coloniales y compañías comerciales: al m a r Blanco, a las Antillas, a la bahía de Hudson, a Luisiana. E n o t r a s palabras, el E s t a d o absolutista
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realizó algunas funciones parciales en la acumulación originaria necesaria p a r a el t r i u n f o final del m o d o de producción capitalista. Las razones p o r las que p u d o llevar a cabo esa función «dual» residen en la naturaleza específica de los capitales mercantil y m a n u f a c t u r e r o : como ninguno de ellos se b a s a b a en la producción en m a s a característica de la industria maquinizada p r o p i a m e n t e dicha, t a m p o c o exigían u n a r u p t u r a radical con el orden agrario feudal que todavía e n c e r r a b a a la vasta mayoría de la población (el f u t u r o t r a b a j o asalariado y mercado de c o n s u m o del capitalismo industrial). Dicho de o t r a forma, esos capitales podían desarrollarse d e n t r o de los límites establecidos p o r el m a r c o feudal reorganizado. E s t o n o quiere decir que siempre ocurriera así: los conflictos políticos, religiosos o económicos podían f u n d i r s e en explosiones revolucionarias contra el absolutismo, en coyunturas específicas, t r a s u n d e t e r m i n a d o p e r í o d o de maduración. En este estadio, sin embargo, había siempre u n potencial terreno de compatibilidad e n t r e la naturaleza y el p r o g r a m a del E s t a d o absolutista y las operaciones del capital mercantil y m a n u f a c t u r e r o . En la competencia internacional e n t r e clases nobles que p r o d u j o el endémico estado de guerra de esa época, la amplitud del sector mercantil d e n t r o de cada p a t r i m o n i o «nacional» tuvo siempre u n a i m p o r t a n c i a decisiva p a r a su relativa fuerza militar y política. E n la lucha c o n t r a sus rivales, todas las m o n a r q u í a s tenían, pues, u n gran interés en a c u m u l a r metales preciosos y p r o m o v e r el comercio b a j o sus propias b a n d e r a s . De ahí el c a r á c t e r «progresista» que los historiadores posteriores h a n a t r i b u i d o tan f r e c u e n t e m e n t e a las políticas oficiales del absolutismo. La centralización económica, el proteccionismo y la expansión u l t r a m a r i n a engrandecieron al ú l t i m o E s t a d o feudal a la vez que beneficiaban a la p r i m e r a burguesía. Incrementaron los ingresos fiscales del p r i m e r o al p r o p o r c i o n a r oportunidades de negocio a la segunda. Las máximas circulares del mercantilismo, p r o c l a m a d a s p o r el E s t a d o absolutista, dieron elocuente expresión a esa coincidencia provisional de intereses. E r a m u y lógico q u e el d u q u e de Choiseul declarase, en las últimas décadas del ancien régime aristocrático en Occidente: «De la a r m a d a dependen las colonias; de las colonias el comercio; del comercio la capacidad de u n E s t a d o p a r a m a n t e n e r n u m e r o s o s ejércitos, p a r a a u m e n t a r su población y p a r a h a c e r posibles las e m p r e s a s m á s gloriosas y m á s útiles» 4 1 . " Citado por Gerald Graham, The politics bridge, 1965, p. 17.
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del E s t a d o absolutista f u e la dominación de la nobleza f e u ü * en la éooca de la transición al capitalismo. Su final señalaría L crisis del p o d e r de esa clase: la llegada de las revoluciones burguesas y la aparición del E s t a d o capitalista.
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Dibujadas ya las grandes líneas del c o m p l e j o institucional del E s t a d o absolutista en Occidente, q u e d a n a h o r a p o r esbozar, muy brevemente, algunos aspectos de la trayectoria de esta f o r m a histórica que, n a t u r a l m e n t e , s u f r i ó modificaciones significativas en los tres o c u a t r o siglos de su existencia. Al m i s m o tiempo es preciso o f r e c e r alguna explicación de las relaciones e n t r e la clase noble y el absolutismo, p o r q u e n a d a p u e d e e s t a r menos justificado que d a r p o r s u p u e s t o que se t r a t a b a de u n a relación sin p r o b l e m a s y de a r m o n í a n a t u r a l desde su comienzo Puede a f i r m a r s e , p o r el contrario, que la periodización real del absolutismo en Occidente debe b u s c a r s e p r e c i s a m e n t e en la c a m b i a n t e relación e n t r e la nobleza y la m o n a r q u í a , y en los múltiples y concomitantes virajes políticos que f u e r o n su correlato. En cualquier caso, aquí se p r o p o n d r á u n a periodización provisional del E s t a d o y u n intento p a r a t r a z a r la relación de la clase d o m i n a n t e con él. Como hemos visto, las m o n a r q u í a s medievales f u e r o n u n a a m a l g a m a inestable de soberanos feudales y reyes ungidos Los extraordinarios derechos regios de esta última función eran n a t u r a l m e n t e , un contrapeso necesario f r e n t e a las debilidades y limitaciones estructurales de la p r i m e r a : la contradicción ent r e esos dos principios alternos de realeza f u e la tensión nuclear del E s t a d o feudal en la Edad Media. La función del soberano feudal en la cúspide de u n a j e r a r q u í a vasallática era, en u l t i m o término, la c o m p o n e n t e d o m i n a n t e de este modelo monárquico, c o m o h a b r í a de m o s t r a r la luz retrospectiva arrojada sobre ella p o r la e s t r u c t u r a opuesta del a b s o l u t i s m o En el p r i m e r período medieval, esta función imponía límites muy estrechos a la base económica de la m o n a r q u í a . Efectivamente el soberano feudal de esta época tenía que sacar sus rentas principalmente de sus propias tierras, en su calidad de propietario particular. Las rentas de sus tierras se le entregarían inicialm e n t e en especie, y p o s t e r i o r m e n t e en d i n e r o A p a r t e de estos t J t Z * m ° n a r q U Í a s u e c a r e c i b i ó e n especie gran parte de sus ingresos tanto cargas como impuestos, hasta bien entrada la época moderna.
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ineresos n o r m a l m e n t e gozaría de ciertos privilegios financieros sobre su señorío territorial: sobre todo, las «cargas» feudales v i a s «ayudas» especiales de sus vasallos, s u j e t o s p o r investidura a sus feudos, m á s los p e a j e s señoriales sobre mercados o rutas comerciales, m á s los impuestos procedentes de la Iglesia en situaciones de emergencia, m á s los beneficios de la justicia real en f o r m a de multas y confiscaciones. N a t u r a l m e n t e , estas f o r m a s f r a g m e n t a d a s y restringidas de r e n t a f u e r o n muy p r o n t o inadecuadas incluso p a r a las exiguas obligaciones gubernamentales características del sistema político medieval. Se podía recurrir, p o r supuesto, al crédito de m e r c a d e r e s y b a n q u e r o s residentes en las ciudades, q u e controlaban reservas relativamente amplias de capital líquido: éste f u e el p r i m e r y más extendido expediente de los m o n a r c a s feudales al e n f r e n t a r s e a una insuficiencia de sus r e n t a s p a r a la dirección de los a s u n t o s de Estado. Pero recibir p r é s t a m o s sólo servía p a r a p o s p o n e r el problema, p o r q u e los b a n q u e r o s exigían n o r m a l m e n t e contra sus p r é s t a m o s garantías seguras sobre los f u t u r o s ingresos reales. La necesidad a p r e m i a n t e y p e r m a n e n t e de o b t e n e r s u m a s sustanciales f u e r a del á m b i t o de sus r e n t a s tradicionales cond u j o p r á c t i c a m e n t e a todas las m o n a r q u í a s medievales a convocar a los «Estados» de su reino cada cierto tiempo, con o b j e t o de r e c a u d a r impuestos. Tales convocatorias se hicieron cada vez más f r e c u e n t e s y p r o m i n e n t e s en E u r o p a occidental a partir del siglo X I I I , c u a n d o las tareas del gobierno feudal se hicieron m á s complejas y el nivel de finanzas necesario p a r a ellas se volvió igualmente más exigente 2 . E n ninguna p a r t e llegaron a alcanzar u n a convocatoria regular, independiente de la voluntad del soberano, y de ahí que su periodicidad variara e n o r m e m e n t e de u n país a o t r o e incluso d e n t r o del m i s m o país. Sin embargo, estas instituciones n o deben considerarse J Se necesita con urgencia un estudio completo de los Estados medievales en Europa. Hasta ahora la única obra con alguna información internacional parece ser la de Antonio Marongiu, II Parlamento tn Italia, nel Medio Evo e nell'Etá Moderna: contributo alia storia delle instituziom parlamentan dell'Europa Occidentale, Milán, 1962, traducida recientemente al inglés con el equívoco título de Mediaeval parliaments: a comparative study Londres, 1968. De hecho, el libro de Marongiu —como indica su título' original— se refiere principalmente a Italia, la única región de Europa en la que los Estados no existieron o carecieron de importancia. Sus cortas secciones sobre otros países (Francia, Inglaterra o España) apenas pueden considerarse como una introducción satisfactoria al tema, y además se ignoran los países del norte y el este de Europa. Por otra parte, el libro es un estudio jurídico, carente de toda investigación sociológica.
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como desarrollos contingentes y extrínsecos al cuerpo político medieval. Constituyeron, p o r el contrario, u n m e c a n i s m o interm i t e n t e que era una consecuencia inevitable de la e s t r u c t u r a del p r i m e r E s t a d o feudal en cuanto tal. Y precisamente p o r q u e los órdenes político y económico estaban fundidos en una cadena de obligaciones y deberes personales, n u n c a existió ninguna base legal p a r a recaudaciones económicas generales realizadas p o r el m o n a r c a f u e r a de la j e r a r q u í a de las soberanías intermedias. De hecho, es s o r p r e n d e n t e que la m i s m a idea de u n imp u e s t o universal —tan i m p o r t a n t e p a r a todo el edificio del imperio r o m a n o — faltara p o r completo d u r a n t e la E d a d Media 3 . Así, ningún rey feudal podía decretar impuestos a voluntad. Para a u m e n t a r los impuestos, los soberanos tenían que o b t e n e r el «consentimiento» de organismos reunidos en asambleas especiales— los Estados—, b a j o la rúbrica del principio legal quod omnes tangit 4. Es significativo que la m a y o r p a r t e de los impuestos generales directos que se i n t r o d u j e r o n paulatinamente en E u r o p a occidental, s u j e t o s al asentimiento de los p a r l a m e n t o s medievales, se h u b i e r a n iniciado antes en Italia, donde la p r i m e r a síntesis feudal había e s t a d o más próxima a la herencia r o m a n a y u r b a n a . No f u e sólo la Iglesia quien estableció impuestos generales sobre todos los creyentes p a r a las cruzadas; los gobiernos municipales —sólidos consejos de patricios sin estratificación de rango ni investidura— n o tuvieron grandes dificultades p a r a establecer i m p u e s t o s sobre las poblaciones de sus propias ciudades, y m u c h o menos sobre los contados subyugados. La c o m u n a de Pisa tenía ya impuestos sobre la propiedad. En Italia se i n t r o d u j e r o n también m u c h o s impuestos indirectos: el monopolio de la sal o gabelle tuvo su origen en Sicilia. Muy p r o n t o , u n a abigarrada e s t r u c t u r a fiscal se desarrolló en los principales países de E u r o p a occidental. Los príncipes ingleses, a causa de su situación insular, contaban principalm e n t e con las rentas consuetudinarias; los franceses, con los impuestos sobre el comercio interior y con la taille, y los alem a n e s con la intensificación de los peajes. Esos impuestos n o eran, sin embargo, prestaciones regulares, sino que permanecieron como recaudaciones ocasionales hasta el final de la Edad Media, d u r a n t e la cual pocas as?.mbl-as de Estados cedieron a los m o n a r c a s el derecho de r e c a d a r impuestos generales y p e r m a n e n t e s sin el consentimiento de sus súbditos. Stephenson Mediaeval institutions, Ithaca, 1954, pp. 99-100. °">™bus debet comprobari: lo que a todos afecta, por todos debe ser aprobado.
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N a t u r a l m e n t e , la definición social de «súbditos» era predecible. Los «Estados del reino» r e p r e s e n t a b a n u s u a l m e n t e a la nobleza, al clero y a los burgueses u r b a n o s y estaban organizados bien en u n sencillo sistema de tres curias o en o t r o algo diferente de dos c á m a r a s (de magnates y no m a g n a t e s ) 5 . E s t a s asambleas f u e r o n p r á c t i c a m e n t e universales en toda E u r o p a occidental, con la excepción del n o r t e de Italia, donde la densidad u r b a n a y la ausencia de u n a soberanía feudal impidió n a t u r a l m e n t e su aparición: el Parliament en Inglaterra, los États Généraux en Francia, el Landtag en Alemania, las Cortes en Castilla o Portugal, el Riksdag en Suecia. Aparte de su función esencial como i n s t r u m e n t o fiscal del E s t a d o medieval, esos Estados cumplían otra función crucial en el sistema político feudal. E r a n las representaciones colectivas de u n o de los principios m á s p r o f u n d o s de la j e r a r q u í a feudal d e n t r o de la nobleza: el deber del vasallo de p r e s t a r n o sólo auxilium, sino también consilium a su señor feudal; en o t r a s palabras, el derecho a d a r su consejo solemne en m a t e r i a s graves que afectasen a a m b a s partes. E s t a s consultas no debilitaban necesariamente al soberano feudal; p o r el contrario, podían reforzarle en las crisis internas o externas al proporcionarle u n o p o r t u n o apoyo político. Aparte del vínculo p a r t i c u l a r de las relaciones de homen a j e individuales, la aplicación pública de esta concepción se limitaba inicialmente al p e q u e ñ o n ú m e r o de magnates baroniales q u e eran los lugartenientes del m o n a r c a , f o r m a b a n su séq u i t o y e s p e r a b a n ser consultados p o r él acerca de los a s u n t o s de E s t a d o i m p o r t a n t e s . Con el desarrollo de los Estados prop i a m e n t e dichos en el siglo x i n , a causa de las exigencias fiscales, la prerrogativa baronial de consulta en los ardua negotia regni se f u e extendiendo g r a d u a l m e n t e a estas nuevas asambleas, y llegó a f o r m a r p a r t e i m p o r t a n t e de la tradición política de la clase noble que en todas partes, n a t u r a l m e n t e , las dominaba. La «ramificación» del sistema político feudal en la B a j a E d a d Media, con el desarrollo de la institución de los Estados a p a r t i r del t r o n c o principal, n o t r a n s f o r m ó las relaciones entre la mon a r q u í a y la nobleza en ningún sentido unilateral. Esas instituciones f u e r o n llamadas a la existencia f u n d a m e n t a l m e n t e p a r a 5 Hintze trata de estos diversos modelos en «Typologie der Standischen Verfassungen des Abendlandes», Gesammelte Abhandlungen, vol. I, Leipzig, 1941, pp. 110-29, que es todavía la mejor obra sobre el fenómeno de los Estados feudales en Europa, aunque curiosamente no ofrece conclusiones definitivas en comparación con la mayor parte de los ensayos de Hintze, como si todas las implicaciones de sus hallazgos tuvieran que ser todavía elucidadas por el autor.
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extender la base fiscal de la monarquía, pero, a la vez que cumplían ese objetivo, i n c r e m e n t a r o n t a m b i é n el potencial control colectivo de la nobleza sobre la m o n a r q u í a . N o deben considerarse, pues, ni como m e r o s estorbos ni c o m o simples inst r u m e n t o s del p o d e r real; m á s bien, r e p r o d u j e r o n el equilibrio original entre el soberano feudal y sus vasallos en u n m a r c o más c o m p l e j o y eficaz. E n la práctica, los Estados c o n t i n u a r o n reuniéndose en ocasiones esporádicas y los impuestos recaudados p o r la m o n a r q u í a siguieron siendo relativamente modestos. Una i m p o r t a n t e razón p a r a ello era que todavía n o se interponía e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza u n a vasta burocracia pagada. D u r a n t e toda la E d a d Media el gobierno real descansó en buena medida sobre los servicios de la m u y amplia burocracia clerical de la Iglesia, cuyo alto personal podía dedicarse plenamente a la administración civil sin ninguna carga financiera p a r a el Estado, ya q u e recibían buenos salarios de u n a p a r a t o eclesiástico independiente. El alto clero que, siglo tras siglo, p r o p o r c i o n ó tantos s u p r e m o s a d m i n i s t r a d o r e s al gobierno feudal —desde I n g l a t e r r a a Francia o España— se reclutaba en su m a y o r parte, evidentemente, e n t r e la m i s m a nobleza, p a r a la q u e era u n i m p o r t a n t e privilegio económico y social acceder a posiciones episcopales o abaciales. La o r d e n a d a j e r a r q u í a feudal de h o m e n a j e y lealtad personal, las asambleas de los Estados corporativos ejerciendo sus derechos de votar impuestos y deliberar sobre los a s u n t o s del reino, el c a r á c t e r i n f o r m a l de u n a administración m a n t e n i d a parcialmente p o r la Iglesia —una Iglesia cuyo m á s alto personal se componía f r e c u e n t e m e n t e de magnates—, todo eso f o r m a b a u n lógico y t r a b a d o sistema político que a t a b a a la clase noble a u n E s t a d o con el cual, a pesar y en m e d i o de constantes conflictos con m o n a r c a s específicos, f o r m a b a u n todo. El contraste e n t r e ese modelo de m o n a r q u í a medieval de Estados y el de la p r i m e r a época del absolutismo resulta bast a n t e m a r c a d o p a r a los historiadores de hoy. Para los nobles que lo vivieron, el cambio n o resultó menos d r a m á t i c o : t o d o lo contrario. P o r q u e la gigantesca y silenciosa f u e r z a e s t r u c t u r a l que impulsó la completa reorganización del p o d e r de clase feudal, a sus ojos q u e d ó inevitablemente oculta. El tipo de causalidad histórica provocadora de la disolución de la u n i d a d originaria de explotación extraeconómica en la base de t o d o el sistema social — p o r m e d i o de la expansión de la producción e intercambio de mercancías—, y su nueva centralización en la cúspide, no era visible en el interior de su universo categorial. Para muchos nobles, el c a m b i o significó u n a o p o r t u n i d a d de
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fortuna y de fama, a la q u e se a f e r r a r o n con avidez; p a r a muhcs otros, significó la indignidad o la ruina, contra las q u e L rebelaron; p a r a la mayoría, e n t r a ñ ó u n largo y difícil proceso de adaptación y reconversión, a través de sucesivas generaciones, antes de que se restableciera p r e c a r i a m e n t e u n a nueva armonía e n t r e clase y Estado. En el c u r s o de este proceso, la última aristocracia feudal se vio obligada a a b a n d o n a r viejas tradiciones y a a d q u i r i r m u c h o s nuevos s a b e r e s 6 . Tuvo q u e desprenderse del ejercicio militar de la violencia privada, de los modelos sociales de lealtad vasallática, de los hábitos económicos de despreocupación hereditaria, de los derechos políticos de a u t o n o m í a representativa y de los a t r i b u t o s culturales de ignorancia indocta. Tuvo que a d a p t a r s e a las nuevas ocupaciones de oficial disciplinado, de f u n c i o n a r i o letrado, de cortesano elegante y de p r o p i e t a r i o de tierras más o menos prudente. La historia del a b s o l u t i s m o occidental es, en b u e n a medida, la historia de la lenta reconversión de la clase d o m i n a n t e poseedora de tierras a la f o r m a necesaria de su propio p o d e r político, a p e s a r y en c o n t r a de la mayoría de sus instintos y experiencias anteriores. La época del Renacimiento presenció, pues, la p r i m e r a fase de la consolidación del absolutismo, c u a n d o éste todavía e s t a b a relativamente próximo al m o d e l o m o n á r q u i c o antecedente. Hasta la m i t a d del siglo, los Estados se m a n t u v i e r o n en Francia, Castilla y Holanda, y florecieron en Inglaterra. Los ejércitos eran relativamente pequeños y se componían principalmente de fuerzas m e r c e n a r i a s con u n a capacidad de c a m p a ñ a ú n i c a m e n t e estacional. E s t a b a n dirigidos p e r s o n a l m e n t e p o r aristócratas que eran magnates de p r i m e r í s i m o rango en sus respectivos • El libro de Lawrence Stone, The crisis of Aristocracy 1558-1641, Oxford, 1965, es el estudio más profundo de un caso particular de metamorfosis de una nobleza europea en esta época [ed. cast. abreviada: La crisis de la aristocracia, 1588-1641, Madrid, Revista de Occidente, 1976]. La crítica se ha centrado en su tesis de que la posición económica de la nobleza (peerage) inglesa se deterioró claramente en el siglo analizado. Sin embargo, éste es un tema esencialmente secundario, porque la «crisis» fue mucho más amplia que la de la simple cuestión de la cantidad de feudos poseídos por los señores: fue un constante esfuerzo de adaptación. La aportación de Stone al problema del poder militar aristocrático en este contexto es particularmente valiosa (pp. 199-270). La limitación del libro radica más bien en que sólo trata de la nobleza (peerage) inglesa, una élite muy pequeña dentro de la clase dominante terrateniente. Por otra parte, como veremos después, la aristocracia inglesa fue atípica respecto al conjunto de la Europa occidental. Son muy necesarios otros estudios sobre las noblezas continentales con una riqueza de material comparable a la de Stone.
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reinos (Essex, Alba, Condé o Nassau). El gran auge secular del siglo xvi, provocado tanto p o r el r á p i d o crecimiento demográfico como p o r la llegada de los metales preciosos y el comercio americanos, facilitó el crédito a los príncipes europeos y permitió un gran i n c r e m e n t o de sus desembolsos sin u n a correspondiente y sólida expansión del sistema fiscal, a u n q u e h u b o u n a intensificación general de los impuestos: ésta f u e la edad de oro de los financieros del s u r de Alemania. La administración b u r o c r á t i c a creció rápidamente, p e r o en todas p a r t e s f u e p r e s a de la colonización de las grandes casas que competían p o r los privilegios políticos y los beneficios económicos de los cargos y controlaban clientelas parasitarias de nobles m e n o r e s que se infiltraban en el a p a r a t o del E s t a d o y f o r m a b a n redes rivales de patronazgo d e n t r o de él: versión modernizada del sistema de séquitos de la última época medieval, y de sus conflictos. Las luchas faccionales e n t r e grandes familias, cada u n a con una p a r t e de la m á q u i n a estatal a su disposición, y con u n a base regional sólida d e n t r o de un país débilmente unificado, ocupaban c o n s t a n t e m e n t e el p r i m e r plano de la escena política 7 . Las virulentas rivalidades D u d l e y / S e y m o u r y Leicester/Cecil en Inglaterra, las sanguinarias guerras trilaterales ent r e los Guisa, los Montmorency y los Borbones en Francia, y las crueles y s u b t e r r á n e a s luchas p o r el p o d e r e n t r e los Alba y los Eboli en España, f u e r o n u n signo de los tiempos. Las aristocracias occidentales habían comenzado a a d q u i r i r u n a educación universitaria y u n a fluidez cultural reservada, hasta ese m o m e n t o , a los clérigos 8 . De todas f o r m a s , n o habían desmilitarizado aún su vida privada, ni siquiera en Inglaterra, y no digamos ya en Francia, Italia o España. Los m o n a r c a s reinantes tenían que contar generalmente con sus magnates como fuerza independiente a la que había que conceder posiciones adecuadas a su rango: las huellas de u n a simétrica pirámide medieval todavía eran visibles en el e n t o r n o del soberano. Unicamente en la segunda m i t a d del siglo comenzaron los prim e r o s teóricos del absolutismo a p r o p a g a r las concepciones del derecho divino, que elevaban el p o d e r real m u y p o r encima de la lealtad limitada y recíproca de la soberanía regia medieval. Bodin f u e el p r i m e r o y el m á s riguroso de ellos. Pero el siglo xvi se cerró en los grandes países sin la realización de la 7 Un reciente tratamiento de este tema puede verse en J. H. Elliott, Europe divided, 1559-1598, Londres, 1968, pp. 73-7 [La Europa dividida 1559-1598, Madrid, Siglo XXI, 1976], ' J. H. Hexter, «The education of the aristocracy in the Renaissance», en Reappraisals in history, Londres, 1961, pp. 45-70.
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f o r m a c o n s u m a d a de absolutismo: incluso en España, Felipe II se veía impotente p a r a que sus t r o p a s c r u z a r a n las f r o n t e r a s de Aragón sin el p e r m i s o de sus señores. Efectivamente, el m i s m o t é r m i n o de «absolutismo» era incorrecto. Ninguna m o n a r q u í a occidental ha gozado nunca de u n poder absoluto sobre sus súbditos, en el sentido de u n despotismo carente de t r a b a s 9 . Todas se han visto limitadas, incluso en el cénit de sus prerrogativas, p o r ese e n t r a m a d o de concepciones designadas como derecho «divino» o «natural». La teoría de la soberanía de Bodin, que dominó el p e n s a m i e n t o político europeo d u r a n t e un siglo, encarna de f o r m a elocuente esa contradicción del absolutismo. Bodin f u e el p r i m e r p e n s a d o r que rompió sistemática y resueltamente con la concepción medieval de la a u t o r i d a d como ejercicio de la justicia tradicional f o r m u l a n d o la idea m o d e r n a del p o d e r político como capacidad soberana de crear nuevas leyes e i m p o n e r su obediencia indiscutible. «El signo principal de la m a j e s t a d soberana y del p o d e r absoluto es esencialmente el derecho de i m p o n e r leyes sobre los súbditos, generalmente sin su consentimiento [ . . . ] Hay, efectivamente, u n a distinción e n t r e justicia y ley, p o r q u e la p r i m e r a implica m e r a equidad, m i e n t r a s la segunda implica el mandato. La ley n o es m á s que el m a n d a t o de u n s o b e r a n o en el ejercicio de su poder 1 0 ». Pero m i e n t r a s enunciaba estos revolucionarios axiomas, Bodin sostenía, simultáneamente, las más conservadoras máximas feudales que limitaban los básicos derechos fiscales y económicos de los soberanos sobre sus súbditos. «No es de la competencia de ningún príncipe exigir impuestos a sus súbditos según su voluntad, o t o m a r arbitrariam e n t e los bienes de u n tercero», p o r q u e «al igual que el prín' Roland Mousnier y Fritz Hartung, «Quelques problémes concernant la monarchie absolute», X Congresso Internazionale di Scienze Storici, Relazioni, iv, Florencia, 1955, especialmente pp. 4-15, es la primera y más importante contribución al debate sobre este tema en los últimos años. Algunos escritores anteriores, entre ellos Engels, percibieron la misma verdad, aunque de forma menos sistemática: «La decadencia del feudalismo y el desarrollo de las ciudades constituyeron fuerzas deseentralizadoras, que determinaron precisamente la necesidad de la monarquía absoluta como un poder capaz de unir a las nacionalidades. La monarquía tenía que ser absoluta, precisamente a causa de la presión centrífuga de todos esos elementos. Su absolutismo, sin embargo, no debe entenderse en un sentido vulgar. Estuvo en conflicto permanente con los Estados, con los señores feudales y ciudades rebeldes: en ningún sitio abolió por completo a los Estados.» K. Marx y F. Engels, Werke, vol. 21, página 402. La última frase es, por supuesto, una exageración. 10 Jean Bodin, Les six livres de la République, París, 1578, pp. 103, 114. He traducido droit por «justice» en este caso, para resaltar la distinción a la que se ha aludido más arriba.
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cipe soberano n o tiene p o t e s t a d p a r a t r a n s g r e d i r las leyes de la naturaleza, o r d e n a d a s p o r Dios —cuya imagen en la tierra él es—, t a m p o c o puede t o m a r la p r o p i e d a d de o t r o sin u n a causa j u s t a y razonable» 1 1 . La apasionada exégesis que hace B o d m de la nueva idea de soberanía se combina así con u n a llamada a i n f u n d i r nuevo vigor al sistema feudal de servicios militares, y a u n a reafirmación del valor de los Estados: «La soberanía de u n m o n a r c a n o se altera ni disminuye en m o d o alguno p o r la existencia de los Estados; p o r el contrario, su m a j e s t a d es m á s grande e ilustre c u a n d o su pueblo le reconoce como soberano, incluso si en esas asambleas los príncipes, n o deseosos de enemistarse con sus subditos, conceden y p e r m i t e n m u c h a s cosas a las que n o h a b r í a n consentido sin las peticiones, plegarias y j u s t a s q u e j a s de su p u e b l o . . . » " . Nada revela de f o r m a m á s clara la verdadera naturaleza de la m o n a r q u í a absoluta a finales del Renacimiento que esta autorizada teorización de ella. La práctica del a b s o l u t i s m o correspondió, en efecto, a la teoría de Bodin. Ningún E s t a d o absolutista p u d o disponer nunca a placer de la libertad ni de las tierras de la nobleza, ni de la burguesía, del m o d o en que pudieron hacerlo las tiranías asiáticas coetáneas. T a m p o c o pudieron alcanzar una centralización administrativa ni u n a unificación jurídica completas; los particularismos corporativos y las heterogeneidades regionales h e r e d a d a s de la época medieval caracterizaron a los anciens régimes hasta su d e r r o c a m i e n t o final. La m o n a r q u í a absoluta de Occidente estuvo siempre, de hecho, doblemente limitada: p o r la persistencia de los organismos políticos tradicionales que e s t a b a n p o r d e b a j o de ella y p o r la presencia de la carga excesiva de una ley moral situada p o r encima de ella En o t r a s palabras, el p o d e r del absolutismo operaba, en último término, d e n t r o de los necesarios límites de la clase cuyos intereses afianzaba. E n t r e ambos h a b r í a n de estallar d u r o s conflictos c u a n d o la m o n a r q u í a procediera, en el siglo siguiente al d e s m a n t e l a m i e n t o de m u c h a s destacadas familias nobles. Pero debe recordarse que d u r a n t e todo este tiempo, y del m i s m o m o d o que el E s t a d o absolutista de Occidente nunca ejerció u n p o d e r absoluto, las luchas e n t r e esos estados y sus' aristocracias t a m p o c o pudieron ser nunca absolutas. La unidad social de a m b o s d e t e r m i n a b a el t e r r e n o y la temporalidad de las contradicciones políticas e n t r e ellos. Sin embargo, esas contradicciones h a b r í a n de tener su propia importancia histórica. " Les six livres de la République, Les six livres de la République,
pp. 102, 114 p. 103.
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Los cien años siguientes presenciaron la implantación plena abi E s t a d o absolutista en u n siglo de depresión agrícola y demográfica y de continua b a j a de los precios. Es en este m o m e n t o ruando los efectos de la «revolución militar» se d e j a n sentir decisivamente. Los ejércitos multiplican r á p i d a m e n t e su t a m a ñ o haciéndose a s t r o n ó m i c a m e n t e caros— en u n a s e n e de guerras a u e se extienden sin cesar. Las operaciones de Tilly n o f u e r o n m u c h o mayores que las de Alba, p e r o resultaban enanas comp a r a d a s con las de Turenne. El costo de estas e n o r m e s máquinas militares creó p r o f u n d a s crisis de ingresos en los E s t a d o s absolutistas. Por lo general, se intensificó la presión de los impuestos sobre las masas. S i m u l t á n e a m e n t e , la venta de cargos y honores públicos se convirtió en u n expediente financiero de capital i m p o r t a n c i a p a r a todas las m o n a r q u í a s , siendo sistematizado en u n a f o r m a desconocida en el siglo a n t e r i o r El resultado f u e la integración de u n creciente n ú m e r o de burgueses arrivistes en las filas de los funcionarios del Estado, que se profesionalizaron cada vez más, y la reorganización de los vínculos e n t r e la nobleza y el a p a r a t o de Estado. La venta de cargos n o era u n m e r o i n s t r u m e n t o económico p a r a o b t e n e r ingresos procedentes de las clases propietarias. E s t a b a t a m b i é n al servicio de u n a función política: al convertir la adquisición de posiciones b u r o c r á t i c a s en u n a transacción mercantil y al d o t a r a su propiedad de derechos hereditarios, bloqueó la formación, d e n t r o del Estado, de sistemas de clientela de los grandes, que n o dependían de impersonales contribuciones en metálico, sino de las conexiones y prestigio personales de u n gran señor y de su casa. Richelieu subrayó en su t e s t a m e n t o la i m p o r t a n t í s i m a función «esterilizadora» de la paulette al p o n e r t o d o el sistema administrativo f u e r a del alcance de tentaculares linajes aristocráticos como la casa de Guisa. Evidentemente, t o d o consistía en c a m b i a r u n parasitismo p o r otro: en lugar de patronazgo, venalidad. Pero la mediación del m e r c a d o era m á s segura p a r a la m o n a r q u í a que la de los magnates: los consorcios financieros de París, que avanzaban p r é s t a m o s al Estado, a r r e n d a b a n i m p u e s t o s y a c a p a r a b a n cargos en el siglo XVII, eran m u c h o menos peligrosos p a r a el absol u t i s m o f r a n c é s que las dinastías provinciales del siglo Xvi, q u e n o sólo tenían b a j o su dominio secciones enteras de la administración real, sino que podían movilizar sus propios ejércitos. El a u m e n t o de la burocratización de los cargos p r o d u j o , a su vez nuevos tipos de altos administradores, que se reclutaban n o r m a l m e n t e de la nobleza y e s p e r a b a n los beneficios convencionales del cargo, p e r o que e s t a b a n imbuidos de u n riguroso
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de la nobleza levantaba la b a n d e r a del s e p a r a t i s m o aristocrático y a la que se unían, en u n levantamiento general, la burguesía u r b a n a descontenta y las m u c h e d u m b r e s plebeyas La gran rebelión ú n i c a m e n t e t r i u n f ó en Inglaterra, donde el componente capitalista de la sublevación era p r e p o n d e r a n t e t a n t o en las clases propietarias rurales c o m o en las u r b a n a s . En todos los d e m á s países, en Francia, España, Italia y Austria, las insurrecciones d o m i n a d a s o contagiadas p o r el s e p a r a t i s m o nobiliario f u e r o n aplastadas, y el p o d e r absolutista q u e d ó reforzado Todo ello f u e necesariamente así p o r q u e ninguna clase d o m i n a n t e feudal podía e c h a r p o r la b o r d a los avances alcanzados p o r el absolutismo - q u e eran la expresión de p r o f u n d a s necesidades históricas que se abrían paso p o r sí m i s m a s en todo el continente— sin p o n e r en peligro su propia existencia; de h e c h o ninguna de ellas se p a s ó completa o m a y o r i t a r i a m e n t e a la causa de la rebelión. Pero el carácter parcial o regional de estas luchas n o minimiza su significado: los factores de a u t o n o m i s m o local se limitaban a condensar u n a desafección difusa, que frec u e n t e m e n t e existía en toda la nobleza, y le d a b a n una f o r m a político-militar violenta. Las p r o t e s t a s de Burdeos, Praga Nápoles, E d i m b u r g o , Barcelona o P a l e r m o tuvieron u n a amplia resonancia Su d e r r o t a final f u e u n episodio crítico en los difíciles dolores de p a r t o del c o n j u n t o de la clase d u r a n t e este siglo, a medida que se t r a n s f o r m a b a l e n t a m e n t e p a r a cumplir las nuevas e inusitadas exigencias de su p r o p i o p o d e r de E s t a d o Ninguna clase en la historia c o m p r e n d e de f o r m a i n m e d i a t a la lógica de su propia situación histórica en las épocas de transición: un largo período de desorientación y confusión puede ser necesario p a r a que a p r e n d a las reglas necesarias de su propia soberanía. La nobleza occidental de la tensa era del absolutismo del siglo x v n n o f u e u n a excepción: tuvo que r o m p e r s e en la d u r a e inesperada disciplina de sus propias condiciones de gobierno. Esta es, en lo esencial, la explicación de la a p a r e n t e p a r a d o j a de la trayectoria posterior del absolutismo en Occidente. Porque si el siglo x v n es el mediodía t u m u l t u o s o y confuso de las relaciones e n t r e clase y E s t a d o d e n t r o del sistema total de dominio político de la aristocracia, el siglo x v m es, en comparación, el a t a r d e c e r d o r a d o de su tranquilidad y reconciliación Una nueva estabilidad y a r m o n í a prevalecieron, a medida que cambiaba la coyuntura económica internacional v comenzaban cien anos de relativa p r o s p e r i d a d en la mayor p a r t e de E u r o p a m i e n t r a s la nobleza volvía a ganar confianza en su capacidad p a r a regir los destinos del Estado. En u n país t r a s o t r o tuvo
Clase y Estado: problemas de periodización íuear u n a elegante rearistocratización de la m á s alta burocracia, o cual p o r u n contraste ilusorio, hizo q u e la época a n t e r i o r Careciese plagada de parvenus. La Regencia f r a n c e s a y la oligarquía sueca de los S o m b r e r o s son los e j e m p l o s m á s llamativos de este fenómeno. Pero t a m b i é n puede observarse en la E s p a ñ a de Carlos, en la I n g l a t e r r a de Jorge o en la Holanda de P e n w i g , donde las revoluciones b u r g u e s a s ya h a b í a n convertido al E s t a d o v al m o d o de producción d o m i n a n t e al capitalismo. Los ministros de E s t a d o que simbolizan el período carecen de la energía creadora y la fuerza a u s t e r a de sus predecesores, p e r o viven en u n a paz serena con su clase. Fleury o Choiseul, E n s e n a d a o Aranda, Walpole o Newcastle, son las figuras r e p r e s e n t a t i v a s de esta época. Las realizaciones civiles del E s t a d o absolutista de Occidente en la era de la Ilustración r e f l e j a n ese modelo: hay u n exceso de adornos, u n r e f i n a m i e n t o de las técnicas, u n a i m p r o n t a m á s acusada de las influencias burguesas, a lo q u e se a ñ a d e u n a pérdida general de d i n a m i s m o y creatividad. Las distorsiones extremas generadas p o r la venta de cargos se r e d u j e r o n , y sim u l t á n e a m e n t e la b u r o c r a c i a se hizo m e n o s venal, aunque, a menudo, al precio de i n t r o d u c i r u n sistema de crédito público destinado a obtener ingresos equivalentes, sistema que, i m i t a d o de los países capitalistas m á s avanzados, tendió a anegar al E s t a d o con deudas acumuladas. Todavía se p r e d i c a b a y practicaba el mercantilismo, a u n q u e las nuevas doctrinas económicas «liberales» de los fisiócratas, defensores del comercio libre y de la inversión en la agricultura, hicieron algunos progresos en Francia, en la Toscana y en otros lugares. Pero quizá la más i m p o r t a n t e e interesante evolución de la clase t e r r a t e n i e n t e dominante en los últimos cien años antes de la revolución francesa fuese u n f e n ó m e n o que se situaba f u e r a del a p a r a t o de Estado. Se t r a t a de la expansión europea del vincohsmo, la irrupción de mecanismos aristocráticos p a r a la protección y consolidación de las grandes propiedades agrarias c o n t r a las presiones y riesgos de desintegración p o r el m e r c a d o capitalista . La nobleza inglesa posterior a 1689 f u e u n a de las p r i m e r a s en f o m e n t a r esta tendencia, con la invención del stnct settlement, que prohibía a los propietarios de t i e r r a s la e n a j e n a c i ó n de la » No hav ningún estudio que abarque todo este fenómeno. Se trata de él marginalmente en, Ínter alia, S. J. Woolf. Studi sulla nobxhtá %ZnuTneWepoca delVAssalutismo, Turin. 1963, que sitúa su expansión en el siglo anterior. También lo tocan la mayor parte de las^ c o n d i ciones al libro de A. Goodwin, comp., The European nobihty tn the 18th century, Londres, 1953.
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p r o p i e d a d familiar e investía de derechos ú n i c a m e n t e al h i j o mayor: dos m e d i d a s destinadas a congelar todo el m e r c a d o de la tierra en interés de la s u p r e m a c í a aristocrática. Uno t r a s otro, los principales países de Occidente desarrollaron o perfeccionaron m u y p r o n t o sus propias variantes de esta «vinculación» o sujeción de la tierra a sus propietarios tradicionales. El mayorazgo en España, el morgado en Portugal, el fideicommissum en Italia y Austria y el maiorat en Alemania cumplían todos la m i s m a función: p r e s e r v a r intactos los grandes bloques de p r o p i e d a d e s y los latifundios de los p o t e n t a d o s cont r a los peligros de su f r a g m e n t a c i ó n o venta en u n m e r c a d o comercial abierto 1 6 . I n d u d a b l e m e n t e , gran p a r t e de la estabilidad r e c o b r a d a p o r la nobleza en el siglo X V I I I se debió al apuntalamiento económico que le p r o p o r c i o n a r o n estos m e c a n i s m o s legales. De hecho, en esta época h u b o p r o b a b l e m e n t e menos movimiento social d e n t r o de la clase d o m i n a n t e que en las épocas precedentes, en las q u e familias y f o r t u n a s f l u c t u a r o n m u c h o m á s r á p i d a m e n t e , en m e d i o de las mayores sacudidas políticas y sociales 17'. " El mayorazgo español era con mucho el más antiguo de estos dispositivos, ya que databa de doscientos años antes; pero su número y su alcance aumentaron rápidamente, llegando a incluir finalmente incluso bienes muebles. El strict settlement inglés era, de hecho, algo menos rígido que el modelo general del fideicommissum vigente en el continente, porque formalmente era operativo por una sola generación; pero en la práctica se suponía que los sucesivos herederos lo volverían a aceptar. 17 Todo el problema de la movilidad dentro de la clase noble, desde los albores del feudalismo hasta el final del absolutismo, necesita una investigación mucho mayor. Hasta ahora sólo son posibles algunas conjeturas aproximadas para las sucesivas fases de esta larga historia. Duby muestra su sorpresa al descubrir que la convicción de Bloch acerca de una discontinuidad radical entre las aristocracias carolingia y medieval en Francia estaba equivocada; de hecho, una alta proporción de los linajes que suministraron los vassi dominici del siglo ix sobrevivieron para convertirse en los barones del siglo XII. Véase G. Duby, «Une enquéte á poursuivre: la noblesse dans la France médiévale», Revue Historique, ccxxvi, 1961, pp. 1-22 [«La nobleza en la Francia medieval: una investigación a proseguir», en Hombres y estructuras de la Edad Media, Madrid, Siglo XXI, 1977], Por otra parte, Perroy descubrió un nivel muy alto de movilidad dentro de la nobleza del condado de Forez desde el siglo X I I I en adelante: la duración media de un linaje noble era de 3 4 o, más conservadoramente, de 3-6 generaciones, a causa sobre todo de los azares de la mortalidad. Edouard Perroy, «Social mobility among the French noblesse in the later Middle Ages», Past and Present, 21, abril de 1962, pp. 25-38. En general parece que la Edad Media tardía y los comienzos del Renacimiento fueron períodos de rápida rotación en muchos países, en los que desaparecieron la mayor parte de las grandes familias medievales. Esto es cierto en Inglaterra y Francia, aunque probablemente lo sea menos en España. La reestabilización de los rangos de
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Con esta situación de fondo, se extendió p o r toda E u r o p a una c u l t u r a cosmopolita y elitista de corte y salón, tipificada por la nueva preeminencia del f r a n c é s c o m o idioma internacional del discurso diplomático y político. N a t u r a l m e n t e , d e b a j o de ese barniz esta c u l t u r a estaba m u c h o m á s p r o f u n d a m e n t e p e n e t r a d a q u e n u n c a p o r las ideas de la burguesía ascendente, que a h o r a e n c o n t r a b a n u n a t r i u n f a n t e expresión en la Ilustración. El p e s o específico del capital m e r c a n t i l y m a n u f a c t u r e r o a u m e n t ó en la mayoría de las formaciones sociales de Occidente d u r a n t e este siglo, que presenció la segunda gran ola de expansión comercial y colonial u l t r a m a r i n a . Pero esto sólo d e t e r m i n ó la política del E s t a d o allí donde h a b í a tenido lugar u n a revolución burguesa y el a b s o l u t i s m o e s t a b a derrocado, es decir, en Inglaterra y Holanda. E n los otros países n o h u b o un signo más s o r p r e n d e n t e de la continuidad e s t r u c t u r a l del ú l t i m o Estado feudal en su fase final que la persistencia de sus tradiciones militares. La fuerza real de los ejércitos, en general, se estabilizó o disminuyó en la E u r o p a occidental después del t r a t a d o de Utrecht; la materialidad del a p a r a t o bélico d e j ó de expandirse, al menos en tierra (en el m a r el p r o b l e m a es otro). Pero la frecuencia de las guerras y su i m p o r t a n c i a capital p a r a el sistema estatal internacional no c a m b i ó sustancialmente. De hecho, quizá cambiaron de manos en E u r o p a mayores extensiones geográficas de t e r r i t o r i o — o b j e t o clásico de toda lucha militar aristocrática— d u r a n t e este siglo que en los dos anteriores: Silesia, Nápoles, Lombardía, Bélgica, Cerdeña y Polonia se c o n t a r o n e n t r e las presas. La g u e r r a «funcionó» en este sentido h a s t a el fin del ancien régime. N a t u r a l m e n t e , y manteniendo u n a básica constancia, las c a m p a ñ a s del absolutismo europeo p r e s e n t a n cierta evolución tipológica. El c o m ú n determ i n a n t e de todas ellas f u e la orientación feudal-territorial de la que se h a h a b l a d o antes, cuya f o r m a característica f u e el conflicto dinástico p u r o y simple de comienzos del siglo xvi (la lucha e n t r e los H a b s b u r g o y los Valois p o r Italia). Superpuesto a esta lucha d u r a n t e cien años —de 1550 a 1650— estuvo el conflicto religioso e n t r e las potencias de la R e f o r m a y la C o n t r a r r e f o r m a , q u e n u n c a inició las rivalidades geopolíticas, p e r o f r e c u e n t e m e n t e las intensificó y las exacerbó, a la vez que les p r o p o r c i o n a b a el lenguaje ideológico de la época. La guerra de los Treinta Años f u e la mayor, y la última, de la aristocracia parece igualmente clara a finales del siglo x v n , después de que hubiera llegado a su fin la última y más violenta de todas las reconstrucciones, en la Bohemia de los Habsburgo durante la guerra de los Treinta Años. Pero seguramente este tema nos reserva nuevas sorpresas.
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estas luchas «mixtas» 1S. Fue sucedida m u y p r o n t o p o r u n tipo de conflicto militar c o m p l e t a m e n t e n u e v o en E u r o p a , e n t a b l a d o p o r diferentes motivos y e n u n elemento diferente, las guerras comerciales anglo-holandesas de los años 1650 y 1660, en las q u e p r á c t i c a m e n t e todos los e n f r e n t a m i e n t o s f u e r o n marítimos. E s t a s confrontaciones, sin embargo, se limitaron a los dos Estados europeos que h a b í a n e x p e r i m e n t a d o revoluciones burguesas y f u e r o n contiendas e s t r i c t a m e n t e capitalistas. El intento de Colbert p a r a «adoptar» sus objetivos en Francia f u e u n completo fiasco en la década de 1670. Sin embargo, a p a r t i r de la g u e r r a de la Liga de Augsburgo el comercio f u e casi siempre u n a copresencia auxiliar en las g r a n d e s luchas militares territoriales europeas, a u n q u e sólo fuese p o r la participación de Inglaterra, cuya expansión geográfica u l t r a m a r i n a tenía a h o r a u n c a r á c t e r p l e n a m e n t e comercial, y cuyo objetivo era, efectivamente, u n monopolio colonial mundial. De ahí el c a r á c t e r h í b r i d o de las últimas g u e r r a s del siglo x v m , que c o m b i n a n dos diferentes tiempos y tipos de conflicto en u n a e x t r a ñ a y singular mezcla, cuyo e j e m p l o m á s claro lo o f r e c e la g u e r r a de los Siete Años 19: la p r i m e r a de la historia en q u e se luchó de u n a p a r t e a o t r a del globo, a u n q u e sólo de f o r m a marginal p a r a la mayoría de los participantes, q u e c o n s i d e r a b a n a Manila o Montreal c o m o r e m o t a s escaramuzas c o m p a r a d a s con Leuthen o Kunersdorf. N a d a revela m e j o r la decadente visión feudal del ancien régime en Francia que su incapacidad p a r a percibir lo q u e estaba r e a l m e n t e en juego en estas guerras de naturaleza dual: h a s t a el último m o m e n t o permaneció, j u n t o a sus rivales, b á s i c a m e n t e clavado en la tradicional p u g n a territorial.
El capítulo de H. G. Koenigsberger, «The European civil war», en The Habsburgs in Europe, Ithaca, 1971, pp. 219-85, es una narración sucinta y ejemplar. , " E ' m e i ° r análisis general de la guerra de los Siete Años es todavía el de Dorn, Competition for empire, pp. 318-84.
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Este f u e el c a r á c t e r general del a b s o l u t i s m o en Occidente. Sin embargo, los E s t a d o s territoriales específicos q u e llegaron a la existencia en los diferentes países de la E u r o p a renacentista no p u e d e n asimilarse simplemente a u n t i p o p u r o singular. De hecho, m a n i f e s t a r o n grandes variaciones que h a b r í a n de tener cruciales consecuencias p a r a las historias posteriores de los países afectados, y q u e todavía hoy p u e d e n sentirse. Un análisis de estas variantes es, p o r tanto, u n c o m p l e m e n t o necesario de cualquier consideración sobre la e s t r u c t u r a general del absolutismo en Occidente. E s p a ñ a , la p r i m e r a gran potencia de la E u r o p a m o d e r n a , nos o f r e c e el p u n t o lógico de partida. El auge de la E s p a ñ a de los H a b s b u r g o n o f u e u n m e r o episodio d e n t r o de u n c o n j u n t o de experiencias c o n c u r r e n t e s y equivalentes de construcción del E s t a d o en E u r o p a occidental: f u e t a m b i é n u n d e t e r m i n a n t e auxiliar de todo el c o n j u n t o como tal. Ocupa, pues, u n a posición cualitativamente distinta en el proceso general de absolutización. El alcance y el i m p a c t o del a b s o l u t i s m o español e n t r e las o t r a s m o n a r q u í a s occidentales de esta época fue, en sentido estricto, «desmesurado». Su presión internacional actuó como específica sobredeterminación de los modelos nacionales del r e s t o del continente, a causa del p o d e r y la riqueza desproporcionados que tenía a su disposición: la concentración histórica de este p o d e r y esta riqueza en el E s t a d o español n o p u d o d e j a r de a f e c t a r en su totalidad a la f o r m a y dirección del naciente sistema occidental de Estados. La m o n a r q u í a española debió su preeminencia a la combinación de dos c o n j u n t o s de recursos q u e eran, a su vez, proyecciones inusuales de excepcional magnitud, de los componentes generales del absolutismo ascendente. Por u n a parte, su casa real se benefició m á s que ninguna o t r a famila e u r o p e a de los pactos de política m a t r i m o n i a l dinástica. Las conexiones familiares de los H a b s b u r g o p r o d u j e r o n al E s t a d o español u n volumen de t e r r i t o r i o e influencia q u e ninguna m o n a r q u í a rival p u d o igualar: s u p r e m o f r u t o de los mecanismos feudales de expansión política. Por o t r a parte, la conquista colonial del Nuevo M u n d o le s u m i n i s t r ó u n a s u p e r a b u n d a n c i a de metales preciosos que
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p u s o en sus m a n o s u n tesoro f u e r a del alcance de cualquiera de sus contrarios. Dirigido y organizado d e n t r o de unas estruct u r a s que eran todavía n o t a b l e m e n t e señoriales, el pillaje de las Américas f u e al m i s m o tiempo, y a p e s a r de eso, el acto singular m á s espectacular de la acumulación originaria de capital europeo d u r a n t e el Renacimiento. El absolutismo español derivó su fuerza, pues, t a n t o de la herencia del engrandecimiento feudal en el interior como del botín de la extracción de capital en el exterior. N a t u r a l m e n t e , n u n c a se p l a n t e ó ningún p r o b l e m a acerca de los intereses económicos y sociales a los que respondía principal y p e r m a n e n t e m e n t e el a p a r a t o político de la m o n a r q u í a española. Ningún o t r o de los grandes estados absolutistas de E u r o p a occidental h a b r í a de tener u n c a r á c t e r tan nobiliario o tan enemigo del desarrollo burgués. La m i s m a f o r t u n a de su t e m p r a n o control de las minas de América con su primitiva p e r o lucrativa economía de extracción, le e m p u j ó a n o p r o m o v e r el desarrollo de m a n u f a c t u r a s ni f o m e n t a r la expansión de e m p r e s a s mercantiles d e n t r o de su imperio europeo. E n lugar de eso, d e j ó caer su e n o r m e peso sobre las c o m u n i d a d e s comerciales más activas del continente, al m i s m o tiempo que amenazaba a las o t r a s aristocracias terratenientes en un ciclo de guerras interaristocráticas que d u r a r í a ciento cincuenta años. El poderío español ahogó la vitalidad u r b a n a de la Italia del n o r t e y aplastó las florecientes ciudades de la m i t a d de los Países Bajos, las dos zonas más avanzadas de la economía europea a comienzos del siglo xvi. Holanda escapó f i n a l m e n t e a su control en u n a larga lucha p o r la independencia burguesa. En el m i s m o período, los estados m o n á r q u i c o s del s u r de Italia y de Portugal f u e r o n absorbidos p o r E s p a ñ a Las m o n a r q u í a s de Francia e Inglaterra s u f r i e r o n los a t a q u e s hispánicos. Los principados de Alemania f u e r o n invadidos repetid a m e n t e p o r los tercios de Castilla. Mientras las flotas españolas cruzaban el Atlántico o p a t r u l l a b a n p o r el Mediterráneo los ejercitos españoles cubrían la m a y o r p a r t e de E u r o p a occidental, de Amberes a P a l e r m o y de Ratisbona a Kinsale. Sin embargo, la amenaza del dominio de los H a b s b u r g o precipitó finalmente las reacciones y fortificó las defensas de las dinastías dispuestas en orden de batalla c o n t r a ella. La prioridad española dio a la m o n a r q u í a de los H a b s b u r g o la función de establecer un sistema p a r a el c o n j u n t o del absolutismo occidental. Pero al m i s m o tiempo, c o m o veremos, limitó b á s i c a m e n t e la naturaleza del propio absolutismo español en el interior del sistema que ayudó a originar.
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pi absolutismo español nació de la unión de Castilla y Aragón, p o r el m a t r i m o n i o de Isabel I y F e r n a n d o II en 1469 Comenzó con u n a base económica a p a r e n t e m e n t e f i r m e D u r a n t e la escasez de t r a b a j o p r o d u c i d a p o r la crisis general del feudalismo occidental, n u m e r o s a s áreas de Castilla se convirtieron a u n a lucrativa economía lanera, que hizo de ella la «Australia de la E d a d Media» 1 y u n o de los grandes socios del comercio flamenco. Aragón, p o r su parte, había sido d u r a n t e mucho tiempo u n a potencia territorial y comercial en el Mediterráneo, donde controlaba Sicilia y Cerdeña. El d i n a m i s m o político y militar del nuevo E s t a d o dual se reveló muy p r o n t o de f o r m a d r a m á t i c a en u n a serie de m a j e s t u o s a s conquistas exteriores. El último r e d u c t o m o r o de G r a n a d a f u e destruido y la Reconquista quedó completada; Nápoles f u e anexionado y Navarra absorbida; y, sobre todo, f u e r o n descubiertas y subyugadas las Américas. La vinculación familiar con los Habsburgo añadió m u y p r o n t o Milán, el Franco Condado y los Países Bajos. E s t a repentina avalancha de éxitos convirtió a E s p a ñ a en p r i m e r a potencia de E u r o p a d u r a n t e t o d o el siglo XVI, y la hizo gozar de u n a posición internacional que ningún o t r o absolutismo continental sería n u n c a capaz de emular. Sin embargo, el E s t a d o que presidió este vasto imperio era en sí m i s m o u n m o n t a j e destartalado, u n i d o tan sólo, en ú l t i m o término, p o r la p e r s o n a del m o n a r c a . El absolutismo español, tan i m p o n e n t e para el p r o t e s t a n t i s m o nórdico, f u e de hecho n o t a b l e m e n t e modesto y limitado en su desarrollo interior. Sus articulaciones internas f u e r o n , quizá, las m á s débiles y heteróclitas. Sin duda, hay que b u s c a r las razones de esta p a r a d o j a f u n d a m e n t a l m e n t e en la curiosa relación triangular e n t r e el imperio americano, el imperio europeo y la p a t r i a ibérica.
ffectuada
Los reinos c o n j u n t o s de Castilla y Aragón, unidos p o r Fern a n d o e Isabel, p r e s e n t a b a n u n a base e x t r e m a d a m e n t e diversa p a r a la construcción de la nueva m o n a r q u í a española a finales del siglo xv. Castilla era tierra de u n a aristocracia con e n o r m e s posesiones y de poderosas órdenes militares; tenía también u n considerable n ú m e r o de ciudades, a u n q u e significativamente carecía aún de u n a capital fija. La nobleza castellana había t o m a d o de la m o n a r q u í a grandes extensiones de propiedad agraria dur a n t e las guerras civiles de finales de la E d a d Media. E n t r e un 2 y u n 3 p o r 100 de la población controlaba a h o r a alrededor del 97 p o r 100 del suelo. Más de la mitad de éste era propiedad, 1 La frase es de Vicens. Véase J. Vicens Vives, Manual nómica de España, Barcelona, 1959, pp. 11-12, 231.
de historia
eco-
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a su vez, de u n a s pocas familias de p o t e n t a d o s q u e se elevaban p o r encima de la n u m e r o s a p e q u e ñ a nobleza de hidalgos 2 . E n esas grandes propiedades, la agricultura cerealista cedía const a n t e m e n t e t e r r e n o a la cría de ovejas. La r á p i d a expansión de la lana, que p r o p o r c i o n ó las bases p a r a las f o r t u n a s de t a n t a s casas aristocráticas, estimuló al m i s m o t i e m p o el crecimiento u r b a n o y el comercio exterior. Las ciudades castellanas y la m a r i n a c á n t a b r a se beneficiaron de la p r o s p e r i d a d de la economía pastoril de finales de la E s p a ñ a medieval, que estaba ligada p o r u n c o m p l e j o sistema comercial a la i n d u s t r i a textil de r i a n d e s . El perfil económico y demográfico de Castilla d e n t r o de la Union era, pues, v e n t a j o s o desde el principio: con u n a poblacion calculada e n t r e cinco y siete millones y u n boyante comercio u l t r a m a r i n o con E u r o p a del norte, era sin dificultad el E s t a d o d o m i n a n t e de la península. Políticamente, su constitución era c u r i o s a m e n t e inestable. Castilla-León f u e u n o de los p r i m e r o s reinos medievales de E u r o p a que desarrolló u n sist e m a de E s t a d o s en el siglo x i n ; a mediados del siglo xv la ascendencia fáctica de la nobleza sobre la m o n a r q u í a había llegado a ser, d u r a n t e cierto tiempo, m u y grande. Pero el codicioso p o d e r de la última aristocracia medieval n o había establecido ningún molde jurídico. Las Cortes f u e r o n siempre, de hecho, u n a asamblea ocasional e indefinida; quizá a causa del caracter migratorio del reino castellano, al desplazarse hacia el s u r y a r r a s t r a r en este movimiento su m o d e l o social, n u n c a había desarrollado u n a institucionalización sólida y f i j a del sist e m a de Estados. Así, t a n t o la convocatoria como la composición de las Cortes q u e d a b a n s u j e t a s a la a r b i t r a r i a decisión de la m o n a r q u í a , con el resultado de que las sesiones f u e r a n espasmódicas y n o p u d i e r a surgir de ellas ningún sistema regular de tres curias. Por u n a parte, las Cortes carecían de poderes p a r a iniciar u n a legislatura; p o r otra, la nobleza v el clero gozab a n de i n m u n i d a d fiscal. El resultado era u n sistema de E s t a d o s en el q u e ú n i c a m e n t e las ciudades tenían que p a g a r los impuestos votados p o r las Cortes, i m p u e s t o s que, p o r otra p a r t e recaían p r á c t i c a m e n t e de f o r m a exclusiva sobre las m a s a s La aristocracia n o tenía, p o r tanto, ningún interés económico directo en su representación en los E s t a d o s castellanos, que form a b a n u n a institución relativamente débil y aislada. El corp o r a t i s m o aristocrático e n c o n t r ó u n a expresión a p a r t e en las ricas y poderosas órdenes militares —Calatrava, Alcántara y H S ain Pela - EIH°t,t' ¿mperiaI P • 1469-1716, Londres, 1970, pp. 111-13 [La España imperial, Barcelona, Vicens Vives, 1965],
España
que habían sido creadas p o r las cruzadas; pero ntiago— tas órdenes carecían, p o r naturaleza, de la autoridad colect a de un Estado nobilario p r o p i a m e n t e dicho. El carácter económico y político del reino de Aragón 3 ofrecía m f u e r t e contraste con el de Castilla. El alto Aragón del interior abrigaba el sistema señorial más represivo de la península Ibérica; la aristocracia local estaba investida con todo el repertorio de poderes feudales sobre u n c a m p o estéril en el que aún sobrevivía la servidumbre y donde u n c a m p e s i n a d o morisco esclavizado t r a b a j a b a p e n o s a m e n t e p a r a sus señores cristianos. Cataluña, p o r otra parte, había sido tradicionalmente el c e n t r o de un imperio mercantil en el Mediterráneo: Barcelona era la mayor ciudad de la E s p a ñ a medieval, y su patriciado u r b a n o la clase comercial m á s rica de la región. La p r o s p e r i d a d catalana, sin embargo, había s u f r i d o gravemente d u r a n t e la larga depresión feudal. Las epidemias del siglo xiv golpearon al principado con especial violencia, volviendo u n a y o t r a vez, después de la misma peste negra, a causar estragos en la población, que perdió alrededor de u n tercio entre 1365 y 1497 4. Las bancarrotas comerciales se mezclaron con la agresiva competencia de los genoveses en el Mediterráneo, m i e n t r a s los pequeños comerciantes y los gremios de artesanos se rebelaban c o n t r a los patricios en las ciudades. En el campo, los campesinos se levantaron para d e s t e r r a r los «malos usos» y t o m a r las tierras desiertas, en las rebeliones de los remensas del siglo xv. Finalmente, u n a guerra civil e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza, que a r r a s t r ó a los demás grupos sociales, debilitó todavía m á s la economía catalana. Sus bases exteriores en Italia, sin embargo, p e r m a n e c i e r o n intactas. La tercera provincia del reino, Valencia, se situaba socialmente e n t r e Aragón y Cataluña. La nobleza explotaba el t r a b a j o morisco; d u r a n t e el siglo xv se expandió u n a c o m u n i d a d mercantil, a medida que el dominio financiero b a j a b a de Barcelona p o r la costa. El crecimiento de Valencia, sin embargo, no compensó a d e c u a d a m e n t e el declinar de Cataluña. La disparidad económica e n t r e los dos reinos de la unión creada p o r el m a t r i m o n i o de F e r n a n d o e Isabel puede apreciarse en el hecho de que la población de las tres provincias de Aragón sumaba en su totalidad alrededor de un millón de habitantes, mientras Castilla tenía e n t r e cinco y siete millones. Por o t r a parte, el contraste político e n t r e a m b o s reinos no era menos 3 El reino de Aragón era, a su vez, la unión de tres principados: Aragón, Cataluña y Valencia. 4 Elliott, Imperial Spain, p. 37.
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s o r p r e n d e n t e . En Aragón podía encontrarse, quizá, la estruct u r a de Estados m á s compleja y defensiva que existía en E u r o p a Las tres provincias de Cataluña, Valencia y Aragón tenían sus propias Cortes independientes. Cada u n a de ellas disponía, además, de instituciones especiales de control jurídico p e r m a n e n t e y de administración económica derivadas de las Cortes. La Diputado catalana —un comité p e r m a n e n t e de las Cortes— era su ejemplo más eficaz. Por otra parte, cada u n a de las Cortes debía ser convocada e s t a t u t a r i a m e n t e a intervalos regulares y su f u n c i o n a m i e n t o estaba s u j e t o a la regla de la u n a n i m i d a d dispositivo único en toda la E u r o p a occidental. Las Cortes aragonesas tenían el r e f i n a m i e n t o suplementario de u n sistema de c u a t r o curias que r e p r e s e n t a b a n a los potentados, la pequeñ a aristocracia, el clero y los burgueses 5. In toto, este complejo de «libertades» medievales ofrecía un p a n o r a m a singularmente difícil para la construcción de un absolutismo centralizado De hecho, la asimetría de los órdenes institucionales de Castilla y Aragón h a b r í a de determinar, a p a r t i r de entonces, todo el f u t u r o de la m o n a r q u í a española. F e r n a n d o e Isabel t o m a r o n , comprensiblemente, el obvio camino de concentrarse en el establecimiento de u n p o d e r real inconmovible en Castilla, donde las condiciones p a r a ello eran m u c h o más propicias. Aragón p r e s e n t a b a obstáculos políticos m u c h o más graves p a r a la construcción de u n E s t a d o centralizado, y perspectivas m u c h o menos favorables de fiscalización economica. Castilla tenía u n a población cinco o seis veces mayor, y su s u p e r i o r riqueza n o estaba protegida p o r b a r r e r a s constitucionales comparables. Así pues, los dos m o n a r c a s pusieron en práctica un p r o g r a m a metódico de reorganización economica. Las órdenes militares f u e r o n decapitadas, y sus vastas posesiones de tierras y rentas anexionadas. Fueron demolidos castillos de baronías, d e s t e r r a d o s señores fronterizos y prohibidas las guerras privadas. La a u t o n o m í a municipal de las ciudades quedó suprimida p o r la implantación de corregidores oficiales p a r a administrarlas; la justicia real f u e reforzada y extendida. Se conquistó p a r a el E s t a d o el control de los beneficios eclesiásticos, poniendo el a p a r a t o local de la Iglesia f u e r a 5 El espíritu del constitucionalismo aragonés se expresaba en el impresionante juramento de fidelidad atribuido a su nobleza: «Nos, que vaíemos tanto como vos, juramos ante vos, que no valéis más que nos, n? e c r V K ° T / e y y ^ ^ n o señor, con tal de que observéis todas nuestras libertades y derechos; y si no, no». Esta fórmula era quizá legendaria, pero su espíritu estaba enraizado en las instituciones de
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Ae 1 alcance del papado. Las Cortes f u e r o n domesticadas prol e s i v a m e n t e p o r la omisión efectiva de la nobleza y el clero \ sus asambleas desde 1480, y como el principal propósito de L convocatoria era r e c a u d a r impuestos p a r a los gastos militares ¿sobre todo p a r a las g u e r r a s de G r a n a d a e Italia), de los q u e estaban exentos el p r i m e r y segundo estados, poca razón tenían éstos p a r a resistir esa restricción. Las recaudaciones fiscales lamentaron de f o r m a impresionante: las r e n t a s de Castilla subieron de unos 900.000 reales en 1474 a 26.000.000 en 1504 P1 Consejo Real f u e r e f o r m a d o , y la influencia de los grandes excluida de él; el personal del nuevo organismo estaba compuesto por b u r ó c r a t a s - j u r i s t a s o letrados que procedían de la pequeña aristocracia. Los secretarios profesionales t r a b a j a b a n b a j o el control directo de los soberanos en el despacho de los asuntos corrientes. La m á q u i n a de E s t a d o castellana, en o t r a s palabras, f u e racionalizada y modernizada. Pero la nueva monarquía nunca c o n t r a p u s o esta m á q u i n a al c o n j u n t o de la clase aristocrática. Las altas posiciones militares y diplomáticas siempre q u e d a r o n reservadas p a r a los magnates, que conservaron sus grandes virreinatos y gobernadurías m i e n t r a s los nobles m e n o r e s llenaban los rangos de los corregidores. Los dominios reales u s u r p a d o s desde 1454 f u e r o n recobrados p o r la monarquía, p e r o los que se habían a p r o p i a d o antes de esa fecha —la mayoría— se d e j a r o n en m a n o s de la nobleza, a cuyas posesiones se añadieron nuevas tierras de Granada, m i e n t r a s se confirmaba la inamovilidad de la propiedad r u r a l m e d i a n t e el mayorazgo. Además, se concedieron deliberadamente amplios privilegios a los intereses pastoriles de la Mesta en el campo, dominado p o r los latifundistas del sur; mientras, las medidas discriminatorias c o n t r a el cultivo de cereales t e r m i n a r o n p o r fijar los precios de venta del grano. En las ciudades se i m p u s o a la fuerza u n estrecho sistema de gremios sobre la naciente industria u r b a n a , y la persecución religiosa contra los conversos c o n d u j o al éxodo del capital judío. Todas estas políticas se llevaron a cabo en Castilla con gran energía y resolución. En Aragón, p o r otra parte, n u n c a se intentó .un p r o g r a m a político de alcance comparable. Por el contrario, lo único q u e Fernando p u d o conseguir allí f u e la pacificación social y la restauración de la última constitución medieval. A los campesinos r e m e n s a s se les concedió finalmente la remisión de sus obligaciones en 1486, p o r medio de la Sentencia de Guadalupe, 6
Sobre la obra de Fernando e Isabel en Castilla, véase Elliott, Spain, pp. 86-99.
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y el malestar rural disminuyó. El acceso a la Diputació se amplio con la introducción de un sistema de sorteo. Por lo d e m á s las decisiones de F e r n a n d o c o n f i r m a r o n sin ninguna ambigüedad la identidad específica del reino oriental: las libertades catalanas f u e r o n expresamente reconocidas en su totalidad en la Observanga de 1481, y nuevas b a r r e r a s c o n t r a posibles infracciones reales se añadieron al arsenal de a r m a s legales va existente contra cualquier f o r m a de centralización m o n á r q u i c a Fernando, que residió pocas veces en su país natal, instaló en las tres provincias virreyes, que ejercían una a u t o r i d a d delegada p o r el, y creó un Consejo de Aragón, con base principalm e n t e en Castilla, para q u e sirviera de lazo con ellos. Aragón quedo asi, de hecho, prácticamente a b a n d o n a d o a sus propios órganos; incluso los grandes intereses laneros - t o d o p o d e r o s o s allende el Ebro— fueron incapaces de o b t e n e r sanción legal para el paso de sus ovejas p o r tierras destinadas a la agricultura. Desde el m o m e n t o en que F e r n a n d o se vio obligado solemn e m e n t e a r e c o n f i r m a r todos sus espinosos privilegios contractuales, nunca se planteó la cuestión de u n a posible fusión administrativa a ningún nivel e n t r e Aragón y Castilla. Lejos de crear u n r e m o unificado, sus Católicas M a j e s t a d e s ni siquiera consiguieron establecer una m o n e d a ú n i c a ' , p o r n o h a b l a r de u n sistema fiscal o legal común d e n t r o de sus reinos. La Inquisición - c r e a c i ó n única en la E u r o p a de aquel t i e m p o - debe estudiarse en este contexto: f u e la única institución «española» unitaria en la península, y sirvió como t r e m e n d o a p a r a t o ideológico p a r a c o m p e n s a r la división y dispersión administrativa reales del Estado. La subida de Carlos V al t r o n o iba a complicar, p e r o n o a modificar sustancialmente, este modelo; en ú l t i m o t é r m i n o si algo hizo f u e acentuarlo. El resultado m á s i n m e d i a t o de la llegada de un soberano H a b s b u r g o f u e una corte nueva, llena de e x t r a n j e r o s y dominada p o r flamencos, borgoñones e italianos. Las extorsiones financieras del nuevo régimen provocaron muy p r o n t o en Castilla u n a ola de intensa xenofobia p o p u l a r La m a r c h a del m o n a r c a hacia el n o r t e de E u r o p a fue la señal para una amplia rebelión u r b a n a contra lo que se sentía como expolio e x t r a n j e r o de los recursos y las posiciones castellanas La rebelión c o m u n e r a de 1520-1521 consiguió el apoyo inicial de muchos nobles de las ciudades, apelando a u n c o n j u n t o tradi' f j ú n ' c o Paso hacia la unificación monetaria fue la acuñación de tres ^ Cataluña 6 ^ * Y Val°r ec*uivalente Castilla, Aragón
Francia
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• n a i de d e m a n d a s constitucionales. Pero su fuerza impulsora fueron las m a s a s artesanas populares de las ciudades, y su íirlerazeo d o m i n a n t e f u e la burguesía u r b a n a del n o r t e y el " ntro de Castilla, cuyos núcleos comerciales y m a n u f a c t u r e r o s habían e x p e r i m e n t a d o u n a f u e r t e alza económica en el periodo " e d e n t e 8 . El movimiento e n c o n t r ó poco o ningún eco en el r a m p o t a n t o entre el campesinado como e n t r e la aristocracia rural V n o afectó seriamente a aquellas regiones cuyas ciudades eran pocas o débiles, Galicia, Andalucía, E x t r e m a d u r a o Guadalaiara El p r o g r a m a «federal» y «protonacional» de la j u n t a revolucionaria que c r e a r o n las comunas castellanas d u r a n t e su insurrección definía con toda claridad a ésta, básicamente, como una sublevación del tercer e s t a d o 9 . Su d e r r o t a ante los ejércitos reales, a los que se había u n i d o el grueso de la aristocracia una vez q u e se hizo evidente el radicalismo potencial de la sublevación, r e p r e s e n t ó pues un m o m e n t o crítico en la consolidación del absolutismo español. El a p l a s t a m i e n t o de la rebelión comunera eliminó realmente los últimos vestigios de u n a constitución contractual en Castilla, y en adelante condeno a las Cortes —para las que habían pedido los c o m u n e r o s sesiones regulares trianuales— a la nulidad. Con todo, f u e m á s significativo el hecho de que la victoria f u n d a m e n t a l de la m o n a r q u í a española sobre u n a resistencia corporativa c o n t r a el absolutismo real en Castilla —en realidad, su única confrontación a r m a d a con u n a oposición en el r e i n o - fuese la d e r r o t a militar de las ciudades y no u n a d e r r o t a de los nobles. E n ninguna otra p a r t e de E u r o p a occidental le ocurrió lo m i s m o al naciente absolutismo: el modelo principal f u e la supresión de las rebeliones aristocráticas, no de las burguesas, incluso cuando a m b a s estaban mezcladas estrechamente. Su t r i u n f o sobre las c o m u n a s castellanas, al comienzo de su existencia, h a b r í a de a p a r t a r en adelante el curso de la m o n a r q u í a española del de sus equivalentes europeos. El desarrollo más espectacular del reinado de Carlos V rué, evidentemente, su vasta ampliación de la órbita internacional de los Habsburgo. Al p a t r i m o n i o personal de los soberanos de España se añadían ahora, en Europa, los Países Bajos, el Franco Condado y Milán, m i e n t r a s se conquistaban México y Perú en las Américas. Durante la vida del e m p e r a d o r , toda Alemania f u e u n gran t e a t r o de operaciones sobre y en t o r n o a estas • Véase J. A. Maravall, Las Comunidades de Castilla: una primera lución moderna,LasMadrid, 1963, pp. ' Maravall, Comunidades de 216-22 Castilla, pp. 44-5, 50-7, 156-7.
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posesiones hereditarias. E s t a repentina expansión territorial reforzó inevitablemente la a n t e r i o r tendencia del naciente Estado absolutista hacia u n a delegación de poderes p o r m e d i o de consejos y virreyes p a r a las diversas posesiones dinásticas. El canciller piamontés de Carlos V, Mercurino Gattinara, inspirado p o r los ideales universalistas erasmianos, se esforzó p o r conferir a la pesada m a s a del imperio de los H a b s b u r g o u n ejecutivo más sólido y eficaz, c r e a n d o algunas instituciones unitarias de tipo d e p a r t a m e n t a l —especialmente u n Consejo de Finanzas, u n Consejo de Guerra y u n Consejo de E s t a d o (este último, teóricamente, sería la cima de todo el edificio imperial)— con responsabilidades plenas de carácter transregional. Estos consejos se apoyaban en un creciente secretariado perm a n e n t e de funcionarios civiles a disposición del m o n a r c a . Pero, al m i s m o tiempo, se f u e f o r m a n d o progresivamente u n a nueva serie de consejos territoriales, el p r i m e r o de ellos establecido p o r el propio Gattinara p a r a el gobierno de las Indias. A finales de siglo había n o m e n o s de seis consejos territoriales p a r a Aragón, Castilla, las Indias, Italia, Portugal y Flandes. Si se exceptúa a Castilla, ninguno de ellos tuvo sobre el t e r r e n o un c u e r p o a d e c u a d o de funcionarios locales, y la administración se confió a virreyes, q u e q u e d a r o n s u j e t o s al control, t a n t a s veces torpe, y a la lejana dirección de los Consejos 10. A su vez, los poderes de los virreyes eran n o r m a l m e n t e m u y limitados. Sólo en América dirigieron los servicios de su propia burocracia, p e r o incluso allí estaban flanqueados p o r las audiencias, q u e les a r r e b a t a r o n la a u t o r i d a d judicial de la que gozaban en otras partes. "En E u r o p a tuvieron que llegar a u n acuerdo con las aristocracias locales —siciliana, valenciana o napolitana—, que n o r m a l m e n t e reclamaban p o r derecho propio u n monopolio virtual de los cargos públicos. El resultado de todo e s t o f u e el bloqueo de u n a v e r d a d e r a unificación del c o n j u n t o del imperio internacional y de la m i s m a p a t r i a ibérica. Las Américas q u e d a r o n j u r í d i c a m e n t e ligadas al reino de Castilla, y el s u r de Italia a la corona de Aragón. Las economías atlántica y mediterránea, r e p r e s e n t a d a s p o r cada u n o de ellos, n u n c a se fundieron en u n único sistema comercial. La división entre los dos p r i m e r o s reinos de la unión, d e n t r o de España, f u e reforzada en la práctica p o r las posesiones u l t r a m a r i n a s , que ahora se unían a ellos. A fines jurídicos, el e s t a t u t o de Cataluña podría asimilarse simplemente al de Sicilia o al de los Países Bajos.
10
J. L y n c h , Spain under the Habsburgs,
II, O x f o r d ,
[España bajo los Austrias, Barcelona, Península, 1972].
1969, p p .
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Francia
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presiones fiscales crecieron de f o r m a equivalente: los ingresos de Carlos V se habían triplicado p a r a la fecha de su abdicación en 1556 a u n q u e las deudas reales eran tan grandes que su h e r e d e r o tuvo que declarar f o r m a l m e n t e , u n a ñ o después, la b a n c a r r o t a del Estado. El imperio español del Viejo M u n d o h e r e d a d o p o r Felipe II, siempre a d m i n i s t r a t i v a m e n t e dividido se estaba haciendo económicamente insostenible a mediados de siglo; el Nuevo M u n d o h a b r í a de r e s t a u r a r su tesoro y prolongaría asi su desunión. A p a r t i r de la década de 1560, los múltiples efectos del imperio a m e r i c a n o sobre el absolutismo español d e t e r m i n a r o n de f o r m a creciente su f u t u r o , a u n q u e es preciso n o c o n f u n d i r los diferentes planos de su actuación. El descubrimiento de las minas del Potosí i n c r e m e n t ó e n o r m e m e n t e el f l u j o de metales preciosos coloniales a Sevilla. El s u m i n i s t r o de grandes cantidades de plata desde las Américas se convirtió a p a r t i r de entonces en u n a ayuda decisiva p a r a el E s t a d o español, p o r q u e proporciono al absolutismo hispánico u n a renta extraordinaria copiosa y p e r m a n e n t e que estaba f u e r a p o r completo del ámbito convencional de las r e n t a s estatales de Europa. De esta f o r m a , e absolutismo español p u d o c o n t i n u a r prescindiendo d u r a n t e largo tiempo de la lenta unificación fiscal y administrativa que f u e la condición previa del absolutismo en otros países La tenaz obstinación de Aragón se compensó con la ilimitada condescendencia de Perú. Dicho con otras p a l a b r a s as colonias pudieron a c t u a r como u n s u s t i t u t o e s t r u c t u r a l de las provincias en u n sistema político global en el que las verd a d e r a s provincias f u e r o n sustituidas p o r patrimonios a n á r q u i cos. En este sentido, n a d a es m á s s o r p r e n d e n t e que la falta absoluta de u n a contribución aragonesa, o incluso italiana al e s f u e r z o de guerra español en E u r o p a a finales del siglo xvi y d u r a n t e todo el siglo x v n . Castilla tuvo que s o p o r t a r prácticam e n t e sola la carga fiscal de las interminables c a m p a ñ a s en el e x t r a n j e r o : tras de ella estaban, precisamente, las minas de las Indias. Pero la incidencia total del t r i b u t o americano en los p r e s u p u e s t o s imperiales españoles era, desde luego, m u c h o men o r de lo que se suponía p o p u l a r m e n t e en aquel tiempo En el p u n t o culminante de las flotas p o r t a d o r a s de tesoros, los metales preciosos de las colonias r e p r e s e n t a r o n únicamente el 20 o 25 p o r 100 de sus rentas totales >\ El grueso de los r e s t a n t e s ,he Habsbur n„«t« y n , C h ' Spai" "ldír es, l, Oxford, 1965, p. 128; por supuesto, los precios habían aumentado mucho entre tanto ¡ . „ , « - f'hott, «The decline of Spain», Past and Present, 20, noviembre de 1961, reimpreso en T. Aston, comp.. Crisis in Europe, 1560-1660,
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de Felipe II lo p r o p o r c i o n a b a n las cargas domésticas castellanas: el tradicional impuesto sobre las ventas o alcabala, i o s servicios especiales impuestos a los pobres, la cruzada rec a u d a d a al clero y a los laicos con la sanción de la Iglesia y ios bonos públicos o j u r o s vendidos a las clases propietarias. Los metales americanos, sin embargo, d e s e m p e ñ a r o n t a m b i é n su papel al sostener la base impositiva metropolitana del Estado de los H a b s b u r g o : los niveles fiscales e x t r e m a d a m e n t e altos de los sucesivos reinados f u e r o n sostenidos i n d i r e c t a m e n t e por las transferencias privadas de metales preciosos a Castilla, cuyo 1volumen s u p e r a b a en m á s del doble al de la afluencia publica 5 ; el notable éxito de los j u r o s como dispositivo p a r a la obtención de f o n d o s — f u e el p r i m e r u s o que se hizo de estos bonos p o r u n a m o n a r q u í a absoluta en E u r o p a — se explica parcialmente, sin duda, p o r su capacidad p a r a explotar esta n u e v a riqueza monetaria. Por o t r a parte, el i n c r e m e n t o colonial de las rentas reales f u e a b s o l u t a m e n t e decisivo, p o r sí mismo, p a r a la dirección de la política exterior española y p a r a la naturaleza del E s t a d o español, p o r q u e llegaba en f o r m a metálica, susceptible de utilizarse d i r e c t a m e n t e p a r a f i n a n c i a r los movimientos de t r o p a s o las m a n i o b r a s diplomáticas en toda E u r o p a , y porque p r o p o r c i o n a b a excepcionales o p o r t u n i d a d e s de crédito a los m o n a r c a s H a b s b u r g o , que podían o b t e n e r en el m e r c a d o m o n e t a r i o internacional u n a s s u m a s a las que ningún o t r o principe podía aspirar 1 6 . Las grandes operaciones militares y navales de Felipe II, desde el canal de la Mancha al m a r Egeo, y desde Túnez a Amberes, f u e r o n posibles ú n i c a m e n t e a causa de la extraordinaria flexibilidad financiera debida al excedente americano.
Al m i s m o tiempo, sin embargo, el i m p a c t o de los metales americanos sobre la economía española, entendida c o m o algo diferente al Estado castellano, no f u e menos i m p o r t a n t e , a u n q u e en o t r o sentido. En la p r i m e r a m i t a d del siglo xvi, el m o d e r a d o nivel de envíos m a r í t i m o s (con un c o m p o n e n t e m á s alto de oro) estimuló las exportaciones castellanas, que respondieron rápid a m e n t e a la inflación de precios que siguió a la llegada del tesoro colonial. Debido a que el 60-70 p o r 100 de estos metales, página 189 [«La decadencia de España», en C. M. Cipolla comp., La decadencia económica de los imperios, Madrid, Alianza, 1973]; Imperta! SP
™Lynch mita muy bien este tema: Spain
^'"piel-re V ilar, Oro y moneda páginas 78, 165-8.
en la historia,
under
the Habsburgs,
l,
1450-1920, Barcelona, 1969,
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que n o iban d i r e c t a m e n t e a las arcas reales, tenían que comp r a r s e como otra mercancía cualquiera a los e m p r e s a r i o s locales de América, se desarrolló u n floreciente comercio con las colonias, principalmente en textiles, aceite y vino. El control monopolista de este m e r c a d o c e r r a d o benefició inicialmente a los p r o d u c t o r e s castellanos, que p u d i e r o n vender en él a precios inflacionarios, a u n q u e m u y p r o n t o los consumidores del interior h a b r í a n de q u e j a r s e con a m a r g u r a del coste de la vida en Castilla 17. H u b o en este proceso, sin embargo, dos movimientos fatales p a r a el c o n j u n t o de la economía castellana. En prim e r lugar, el i n c r e m e n t o de la d e m a n d a colonial provocó una m a y o r conversión hacia el vino y el olivo de tierras destinadas antes a la producción de cereal. E s t o reforzó la ya desastrosa tendencia, alentada p o r la m o n a r q u í a , hacia u n a contracción de la producción del trigo en benefico de la lana, p o r q u e la i n d u s t r i a lanera española, c o n t r a r i a m e n t e a la inglesa, n o era sedentaria, sino t r a s h u m a n t e , y, p o r tanto, e x t r e m a d a m e n t e d e s t r u c t o r a de las tierras cultivables. El resultado c o n j u n t o de estas fuerzas h a r í a de E s p a ñ a u n o de los p r i m e r o s países importadores de grano, p o r vez p r i m e r a en la década de 1570. La e s t r u c t u r a de la sociedad r u r a l castellana era ya a h o r a comp l e t a m e n t e distinta de cualquier otra de E u r o p a occidental. Los a r r e n d a t a r i o s y pequeños propietarios campesinos constituían u n a minoría. En el siglo xvi, m á s de la m i t a d de la población rural de Castilla la Nueva (quizá incluso hasta u n 60 ó 70 p o r 100) eran t r a b a j a d o r e s agrícolas o jornaleros 1 8 , cuya proporción en Andalucía era p r o b a b l e m e n t e más alta. H a b í a u n desempleo muy grande en los pueblos, y unas pesadas r e n t a s feudales sobre las tierras señoriales. Pero lo m á s s o r p r e n d e n t e de todo es que los censos españoles de 1571 y 1586 revelan la existencia de u n a sociedad en la que sólo u n tercio de la población masculina e s t a b a dedicada a la agricultura, m i e n t r a s que n o menos de sus dos quintas p a r t e s se situaban f u e r a de toda producción económica directa, «sector terciario» p r e m a t u r o e h i n c h a d o de la E s p a ñ a absolutista que p r e f i g u r a b a el f u t u r o e s t a n c a m i e n t o s e c u l a r » . Con todo, el d a ñ o final causado p o r el " Vilar, Oro y moneda, pp. 180-1. " Noel Salomon, La campagne de la Nouvelle Castille á la fin du XVI• stécle, París, 1964, pp. 257-8, 266 [La vida rural castellana en tiempos de Felipe II, Barcelona, Planeta, 1973], Sobre diezmos, servicios y rentas veanse pp. 227, 243-4, 250. " Un historiador portugués ha subrayado las consecuencias de este extraordinario modelo ocupacional, que cree también válido para Portugal: Vitorino Magalháes Godinho, A estrutura na antiga sociedade portuguesa, Lisboa, 1971, pp. 85-9. Como señala Magalháes Godinho, al ser
68 Inglaterra 118 37 nexo colonial n o se limitó a la agricultura, r a m a d o m i n a n t e ¿ e la p r o d u c c i ó n interior en aquel tiempo. El i n f l u j o de los metales preciosos procedentes del Nuevo M u n d o provocó también u n parasitismo que minó y paralizó progresivamente las m a n u f a c t u r a s de Castilla. La inflación acelerada elevó los costos de producción de la industria textil —que o p e r a b a d e n t r o de unos límites técnicos muy rígidos—, hasta tal p u n t o q u e las p r e n d a s castellanas n o pudieron c o m p e t i r f i n a l m e n t e ni en el m e r c a d o colonial ni en el metropolitano. Los comerciantes intrusos holandeses e ingleses comenzaron a llevarse el pastel de la d e m a n d a americana, m i e n t r a s que los artículos e x t r a n j e r o s más b a r a t o s invadían la m i s m a Castilla. Hacia finales de siglo, los textiles castellanos eran víctimas de la plata boliviana. El grito salió ya a la superficie: E s p a ñ a son las Indias del extranjero; E s p a ñ a se h a convertido en la América de E u r o p a , en u n terreno p a r a la competencia de bienes e x t r a n j e r o s . De esta forma, t a n t o la economía agraria como la u r b a n a q u e d a r o n heridas, en ú l t i m o término, p o r el r e s p l a n d o r del2 0tesoro americano, c o m o muchos c o n t e m p o r á n e o s l a m e n t a b a n . El m i s m o imperio que inyectaba recursos en el a p a r a t o militar del E s t a d o p a r a sus insólitas aventuras exteriores estaba a r r u i n a n d o el potencial p r o d u c t i v o de Castilla.
Pero a m b o s efectos e s t a b a n í n t i m a m e n t e ligados. Si el imperio a m e r i c a n o era la perdición de la economía española, el imperio europeo era la r u i n a del E s t a d o de los Habsburgo; el p r i m e r o hacía f i n a n c i e r a m e n t e posible la prolongada lucha p o r el segundo. Sin los e m b a r q u e s de metales preciosos a Sevilla, el colosal esfuerzo bélico de Felipe II h u b i e r a sido impensable. Y f u e p r e c i s a m e n t e este e s f u e r z o lo que h a b r í a de d e r r u m b a r la original e s t r u c t u r a del a b s o l u t i s m o español. El largo reinado del Rey Prudente, que cubrió casi toda la segunda m i t a d del siglo xvi, n o fue exactamente u n a serie u n i f o r m e de fracasos exteriores, a p e s a r del i n m e n s o gasto y de los severos contratiempos q u e s u f r i ó en la arena internacional. De hecho, su p a u t a básica no f u e diferente a la de Carlos V: éxito en el sur, d e r r o t a en el norte. E n el Mediterráneo, la expansión naval t u r c a f u e la agricultura la rama principal de la producción económica en toda sociedad preindustrial, una desviación tan grande de la mano de obra hacia otras actividades tenía como consecuencia inevitable un estancamiento a largo plazo. 20 Sobre las reacciones de los contemporáneos a comienzos del siglo xvn véase el soberbio ensayo de Vilar, «Le temps du Quichotte», Europe, xxxiv, 1956, pp. 3-16 [«El tiempo del Quijote», en Crecimiento y desarrollo, Barcelona, Ariel, 1974].
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bloqueada definitivamente en Lepanto en 1571, con u n a victoria q u e confinó p a r a siempre y de f o r m a eficaz a las flotas otomanas d e n t r o de sus propias aguas. Portugal f u e i n c o r p o r a d o suavemente al bloque Habsburgo, p o r m e d i o de u n a diplomacia dinástica y u n a invasión o p o r t u n a . Su absorción añadió a las colonias hispánicas de las Indias las n u m e r o s a s posesiones lusitanas en Asia, Africa y América. El m i s m o imperio u l t r a m a r i n o español a u m e n t ó con la conquista de las Filipinas en el Pacífico, que, desde el p u n t o de vista logístico y cultural, f u e la más a s o m b r o s a colonización del siglo. El a p a r a t o militar del E s t a d o español se elevó a u n grado m a y o r y m á s f i r m e de pericia y eficacia, y su organización y sistema logísticos se convirtieron en los m á s avanzados de E u r o p a . El tradicional deseo de los hidalgos castellanos de servir en los tercios fortaleció a sus regimientos de infantería 2 1 , m i e n t r a s que las provincias italiana y walona se m o s t r a r o n , p a r a la política internacional de los Habsburgo, como u n a fiable cantera de soldados, ya que no de impuestos. De m o d o significativo, los contingentes multinacionales de los ejércitos de los H a b s b u r g o luchaban m e j o r en t e r r e n o e x t r a n j e r o que en el nativo, y su m i s m a diversidad p e r m i t í a u n grado relativamente m e n o r de dependencia de mercenarios e x t r a n j e r o s . Por p r i m e r a vez en la E u r o p a m o d e r n a , u n amplio ejército regular se m a n t u v o con éxito a gran distancia de la patria imperial d u r a n t e u n a infinidad de décadas. A p a r t i r de la llegada de Alba, el e j é r c i t o de Flandes contó alrededor de 65.000 h o m b r e s d u r a n t e el resto de la guerra de los Ochenta Años con los holandeses, lo que f u e u n hecho sin precedentes 22. Por o t r a parte, la disposición p e r m a n e n t e de estos ejércitos en los Países B a j o s habla p o r sí sola. Los holandeses, que m o s t r a r o n ya un s o r d o descontento p o r las exacciones fiscales y las persecuciones religiosas de Carlos V, explotaron en lo que h a b r í a de convertirse en la p r i m e r a revolución b u r g u e s a de la historia, b a j o la presión del centralismo tridentino de Felipe II. La rebelión de Holanda suponía u n a amenaza directa p a r a los vitales intereses españoles, p o r q u e a m b a s economías — e s t r e c h a m e n t e ligadas desde la E d a d Media— e r a n en gran p a r t e complementarias: E s p a ñ a exportaba lana y metales preciosos a los Países B a j o s e i m p o r t a b a textiles, material de gue" El duque de Alba comentó de forma característica: «En nuestra nación no hay nada más importante que introducir a los hidalgos y otras personas de sustancia en la infantería, de forma que no todo se deje en manos de los jornaleros y lacayos». Parker, The army of Flanders and the Spamsh road, p. 41. Parker, The army of Flanders and the Spanish road, pp. 27-31.
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rra grano y pertrechos navales. Además, Flandes aseguraba el L r c o estratégico de Francia y era, pues, u n p u n t o neurálgico en la hegemonía internacional de los H a b s b u r g o . Pues bien, a pesar de sus inmensos esfuerzos, el p o d e r militar español f u e incapaz de r o m p e r la resistencia de las Provincias Unidas. Por o t r a parte, la intervención a r m a d a de Felipe II en las guerras de religión f r a n c e s a s y su a t a q u e naval a I n g l a t e r r a —dos ampliaciones fatales del teatro bélico original en Flandes— f u e r o n rechazadas: la dispersión de la Armada Invencible y el acceso al trono de E n r i q u e IV m a r c a n la d e r r o t a de su atrevida política en el norte. Con todo, el balance internacional al final de su reinado era todavía a p a r e n t e m e n t e formidable, lo q u e resultó peligroso p a r a sus sucesores, a los que legó u n sentido intacto de su e s t a t u r a continental. El s u r de los Países B a j o s había sido r e c o n q u i s t a d o y fortificado. Las flotas lusohispánicas se reconstituyeron r á p i d a m e n t e después de 1588 y rechazaron con éxito los asaltos ingleses contra las r u t a s atlánticas de metales preciosos. Y la m o n a r q u í a f r a n c e s a f u e salvada, en úlimo término, del p r o t e s t a n t i s m o . E n España, p o r o t r a parte, el legado de Felipe II al comenzar el siglo x v n era más visiblemente sombrío. Castilla tenía ahora p o r vez p r i m e r a u n a capital f i j a en Madrid, lo que facilitaba el gobierno central. El Consejo de Estado, d o m i n a d o por los grandes y que deliberaba sobre los asuntos i m p o r t a n t e s de gobierno, estaba más que c o n t r a b a l a n c e a d o p o r la acrecentada importancia del secretariado del rey, cuyos diligentes funcionarios j u r i s t a s proveían a aquel m o n a r c a , atado a su mesa de despacho, de los i n s t r u m e n t o s burocráticos de gobierno m á s adaptados a su genio. La unificación administrativa de los patrimonios dinásticos n o se prosiguió, sin embargo, con coherencia alguna. Las r e f o r m a s absolutistas se f o r z a r o n en los Países Bajos, donde c o n d u j e r o n al desastre, y en Italia, donde tuvieron u n éxito de m o d e s t a s dimensiones. E n la propia península Ibérica, p o r el contrario, n u n c a se intentó seriamente ningún progreso en esta m i s m a dirección. La a u t o n o m í a constitucional y legal p o r t u g u e s a se respetó escrupulosamente; ninguna interferencia castellana p e r t u r b ó el orden tradicional de esta nueva región occidental. E n las provincias orientales, el particularism o aragonés provocó f r o n t a l m e n t e al rey, protegiendo a su fugitivo secretario Antonio Pérez de la justicia real p o r medio de motines a r m a d o s ; u n a fuerza invasora aplastó en 1591 esta descarada sedición, pero Felipe se abstuvo de cualquier ocupación p e r m a n e n t e de Aragón o de m o d i f i c a r sustancialmente
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su constitución 2 3 . La o p o r t u n i d a d p a r a u n a solución centralista se d e j ó escapar deliberadamente. Mientras tanto, la situación económica de la m o n a r q u í a y del país se f u e d e t e r i o r a n d o omin o s a m e n t e a finales de siglo. Los envíos de plata llegaron a sus niveles m á s altos e n t r e 1590 y 1600, p e r o los costos de guerra habían crecido t a n t o que se i m p u s o en Castilla u n nuevo t r i b u t o sobre el c o n s u m o que afectaba esencialmente a los alim e n t o s —los millones— y que se convirtió en adelante en u n a carga todavía m á s p e s a d a sobre los p o b r e s de los campos y las ciudades Las r e n t a s totales de Felipe II se habían más que cuadruplicado a finales de su reinado 2 4 : a p e s a r de todo le sorprendió u n a b a n c a r r o t a oficial en 1596. Tres años m á s t a r d e a p e o r peste de la época se abatió sobre España, diezmando la poblacion de la península. La subida al t r o n o de Felipe I I I f u e seguida de la paz con Inglaterra (1604), u n a nueva b a n c a r r o t a (1607) y la reticente f i r m a de u n a tregua con Holanda (1609). El nuevo régimen estaba d o m i n a d o p o r el aristócrata valenciano Lerma u n privado frivolo y venal que había i m p u e s t o su ascendiente personal sobre el rey. La paz t r a j o consigo u n a pródiga ostentación cortesana y la multiplicación de los honores; el viejo secretan a d o perdió su influencia política, m i e n t r a s la nobleza castellana se congregaba de nuevo en t o r n o al suavizado c e n t r o del Estado. Las dos únicas y notables medidas gubernativas de Lerma f u e r o n el sistemático u s o de devaluaciones p a r a salvar las finanzas reales, i n u n d a n d o al país con el devaluado vellón de cobre, y la expulsión en m a s a de E s p a ñ a de los moriscos que ú n i c a m e n t e sirvió p a r a debilitar la economía r u r a l a r a g o nesa y valenciana: los resultados inevitables f u e r o n la inflación de precios y la escasez de fuerza de t r a b a j o . Mucho m á s grave a largo plazo, sin embargo, f u e la silenciosa t r a n s f o r m a c i ó n que estaba teniendo lugar en el c o n j u n t o de la relación comercial e n t r e E s p a ñ a y América. Aproximadamente desde 1600 en adelante, las colonias a m e r i c a n a s estaban alcanzando cada vez más la autosuficiencia en los artículos básicos que habían importado tradicionalmente de E s p a ñ a : grano, aceite y vino; se comenzaba también a p r o d u c i r ahora localmente p a ñ o basto- la construcción de barcos se desarrollaba con rapidez y el comercio e n t r e las colonias experimentó u n alza repentina. Estos cambios coincidían con el crecimiento de una aristocracia 1- n „ » e l i p e K Z rx e , l i m i " a / e < ? u c i r l o s poderes de la Diputació local (en d e la unan introdnrir í ' ™ d a d ) y ¿el cargo de justicia, y a introducir en Aragón virreyes no autóctonos Lynch, Spain under the Habsburgs, n , pp. 12-13.
Inglaterra 118 39 rriolla en las colonias, cuya riqueza provenía m á s de la agricultura que de la minería 2 5 . Las propias minas e n t r a r o n en u n a o r o f u n d a crisis desde la segunda década del siglo Xvn. En p a r t e a causa del colapso demográfico de la f u e r z a de t r a b a j o india p r o d u c i d o p o r las epidemias devastadoras y p o r la sobreexplotación en las cuadrillas s u b t e r r á n e a s — y en p a r t e p o r agotamiento del filón, la producción de plata comenzó a b a j a r . El descenso desde el p u n t o más alto del siglo a n t e r i o r f u e inicialmente gradual. Pero la composición y dirección del comercio e n t r e el Viejo y el Nuevo M u n d o estaban t r a n s f o r m á n dose irreversiblemente en d e t r i m e n t o de Castilla. El modelo de importación colonial c a m b i a b a hacia bienes m a n u f a c t u r a d o s más sofisticados, que E s p a ñ a no podía proveer, y que llevaban de c o n t r a b a n d o los comerciantes ingleses u holandeses; el capital local p r e f e r í a la inversión sobre el t e r r e n o antes que la transferencia a Sevilla, y los e m b a r q u e s nativos americanos i n c r e m e n t a r o n su participación en los fletes atlánticos. El resultado neto f u e u n descenso calamitoso del comercio español con sus posesiones americanas, cuyo tonelaje total cayó en u n 60 p o r 100 desde 1606-10 a 1646-50. E n tiempos de Lerma, las consecuencias definitivas de este proceso permanecían a ú n ocultas p a r a el f u t u r o , p e r o el relativo declinar de E s p a ñ a en los m a r e s y el auge a sus expensas de las potencias p r o t e s t a n t e s de Inglaterra y Holanda ya eran visibles. T a n t o la reconquista de la república holandesa como la invasión de Inglaterra habían f r a c a s a d o en el siglo XVI. Pero desde esa fecha, los dos enemigos m a r í t i m o s de E s p a ñ a se habían h e c h o más prósperos y poderosos, m i e n t r a s la R e f o r m a continuaba su avance en la E u r o p a central. El cese de hostilidades d u r a n t e u n a década b a j o el m a n d a t o de L e r m a convenció únicamente a la nueva generación de generales y diplomáticos imperialistas —Zúñiga, Gondomar, Osuna, B e d m a r , F u e n t e s de que E s p a ñ a n o podía permitirse el l u j o de la paz, p o r m á s que la guerra fuese cara. El acceso de Felipe IV al trono, y la subida del a u t o r i t a r i o conde-duque de Olivares al m á s alto poder en Madrid, coincidieron con u n a sublevación en las tierras de Bohemia de la r a m a austríaca de los Habsburgo. Aparecía así ahora la ocasión p a r a aplastar al p r o t e s t a n t i s m o en Alem a n i a y a j u s t a r las cuentas con Holanda, u n objetivo interrelacionado con la necesidad estratégica de dominar el corredor de Renania p a r a los movimientos de t r o p a s e n t r e Italia y Flandes. La guerra europea fue, pues, desencadenada u n a vez más, B
Lynch, Spain
under
the Habsburgs,
n , p. 11.
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p o r i n t e r m e d i o de Viena p e r o p o r iniciativa de Madrid, en la década de 1620. El t r a n s c u r s o de la guerra de los Treinta Años invirtió c u r i o s a m e n t e el modelo de las dos grandes confrontaciones de los ejércitos de los H a b s b u r g o en el siglo anterior. Mientras Carlos V y Felipe II habían conseguido victorias iniciales en el s u r de E u r o p a y s u f r i d o d e r r o t a s finales en el norte, las t r o p a s de Felipe IV alcanzaron éxitos t e m p r a n o s en el n o r t e sólo p a r a e x p e r i m e n t a r desastres definitivos en el sur. El volumen de la movilización española p a r a esta tercera y última confrontación general f u e formidable: en 1625, Felipe IV reunía a 300.000 h o m b r e s b a j o sus órdenes 2 6 . Los Estados de Bohemia f u e r o n aplastados en la batalla de la Montaña Blanca con ayuda de subsidios y veteranos hispánicos, y la causa deí p r o t e s t a n t i s m o f u e d e r r o t a d a p e r m a n e n t e m e n t e en tierras checas. Con la c a p t u r a de Breda, Spínola forzó la r e t i r a d a de los holandeses. El c o n t r a a t a q u e sueco en Alemania, tras d e r r o t a r a los ejércitos de Austria y de la Liga, f u e deshecho en Nordlingen p o r los tercios españoles al m a n d o del Cardenal-Infante. Pero f u e r o n p r e c i s a m e n t e estas victorias las que forzaron finalm e n t e la e n t r a d a de Francia en las hostilidades, inclinando decisivamente la balanza militar contra España. La reacción de París ante Nordlingen, en 1634, f u e la declaración de guerra de Richelieu en 1635. Los resultados se hicieron m u y p r o n t o evidentes. Breda f u e reconquistada p o r los holandeses en 1637. Breisach, n u d o de los caminos a Flandes, cayó u n a ñ o después. Al a ñ o siguiente, el grueso de la flota española f u e enviada al f o n d o del m a r en las Dunas, u n golpe m u c h o p e o r p a r a la m a r i n a de los H a b s b u r g o que el destino de la Armada Invencible. Por último, en 1643, el e j é r c i t o f r a n c é s acabó con la supremacía de los tercios en Rocroi. La intervención militar de la Francia borbónica se había revelado como algo m u y difer e n t e a las confrontaciones con los Valois en el siglo anterior. La nueva naturaleza y el peso del a b s o l u t i s m o f r a n c é s fueron los que h a b r í a n de provocar la caída del poderío imperial español en E u r o p a . Porque m i e n t r a s en el siglo xvi Carlos V y Felipe II se habían aprovechado de la debilidad interna del Est a d o francés, utilizando la desafección provincial p a r a invadir Francia, a h o r a los papeles se habían trastocado: u n absolutismo f r a n c é s más m a d u r o era capaz de explotar la sedición aristocrática y el s e p a r a t i s m o regional d e . l a península Ibérica p a r a invadir la propia España. En la década de 1520 los ejércitos españoles m a r c h a r o n sobre Provenza, en la de 1590 sobre el " Parker, The army of Flanders and the Spanish road, p. 6.
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Languedoc, B r e t a ñ a y la Isla de Francia, con la alianza o la complacencia de los disidentes locales. E n la década de 1640, l o S soldados y b a r c o s franceses luchaban j u n t o a los rebeldes contra los H a b s b u r g o en Cataluña, Portugal y Nápoles: el absolutismo español estaba a c o r r a l a d o en su p r o p i o terreno. Al fin, la prolongada tensión del conflicto internacional en el norte se d e j ó sentir en la propia península Ibérica. Tuvo q u e declararse u n a nueva b a n c a r r o t a de E s t a d o en 1627; el vellón fue devaluado en u n 50 p o r 100 en 1628, a lo que siguió en 1629-31 u n f u e r t e b a j ó n en el comercio transatlántico; la flota de la plata n o p u d o llegar en 164027. Los costes totales de la guerra provocaron nuevos t r i b u t o s sobre el consumo, imposición de contribuciones al clero, confiscación de los intereses de los b o n o s públicos, e m b a r g o de los t r a n s p o r t e s de metales preciosos privados, ventas ilimitadas de honores y —especialmente— de jurisdicciones señoriales a la nobleza. Todas estas medidas n o f u e r o n suficientes, sin embargo, p a r a r e c a u d a r las s u m a s necesarias p a r a la prosecución de la lucha, p o r q u e sus costos eran soportados p r á c t i c a m e n t e p o r Castilla sola. Portugal n o producía a b s o l u t a m e n t e ninguna r e n t a a Madrid, porque los subsidios locales se destinaban a fines defensivos en las colonias portuguesas. Flandes era c r ó n i c a m e n t e deficitario. Nápoles y Sicilia habían contribuido en el siglo anterior con u n a s u m a m o d e s t a p e r o respetable al tesoro central. Ahora, sin embargo, los costos de la defensa de Milán y del mantenim i e n t o de los presidios en Toscana absorbían todas sus rentas, a pesar del i n c r e m e n t o en los impuestos, la venta de cargos y las enajenaciones de tierras. Italia proveía todavía u n a valiosísima contribución h u m a n a a la guerra, p e r o ningún dinero . Navarra, Aragón y Valencia contribuían a lo s u m o con escasas y p e q u e ñ a s ayudas a la dinastía en sus m o m e n t o s de peligro. Cataluña, la región más rica del reino oriental y la provincia más parsimoniosa de todas, n o p e r m i t í a que los impuestos se gastaran ni que las t r o p a s se enviaran f u e r a de sus f r o n t e r a s . El costo histórico del f r a c a s o del E s t a d o de los H a b s b u r g o p a r a armonizar sus reinos ya era evidente al comienzo de la guerra de los Treinta Años. Olivares, que se p e r c a t ó de los graves " Elliott, Imperial Spain, p. 343. a Sobre el comportamiento financiero de las posesiones italianas, v é a « A. Domínguez Ortiz, Política y hacienda de Felipe IV Madrid, 1%0, paginas 161-4. En general, el papel de los componentes italianos del imperio español en Europa se ha estudiado poco, aunque es evidente que no sera posible ningún estudio satisfactorio del conjunto del sistema imperial hasta que esta laguna no se haya colmado.
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peligros que e n t r a ñ a b a p a r a el sistema del E s t a d o la falta de u n a integración central y de la aislada y peligrosa hegemonía de Castilla d e n t r o de ese sistema, p r o p u s o a Felipe IV u n a prof u n d a r e f o r m a de toda la e s t r u c t u r a , en u n m e m o r á n d u m secreto de 1624. Defendía Olivares la equiparación simultánea de las cargas fiscales y las responsabilidades políticas e n t r e los diferentes patrimonios dinásticos, lo que habría p e r m i t i d o el acceso regular de los nobles aragoneses, catalanes e italianos a los más altos puestos del servicio real, a c a m b i o de u n a distribución m á s equitativa de la carga impositiva y la aceptación de leyes u n i f o r m e s modeladas sobre las de Castilla 2 9 . Este anteproyecto era demasiado atrevido p a r a ser d a d o a la publicidad, p o r miedo a la reacción castellana y n o castellana. Pero Olivares elaboró también un segundo proyecto m á s limitado, la «Unión de Armas», p a r a la creación de un ejército c o m ú n de reserva de 140.000 h o m b r e s que se reclutaría y estaría mantenido p o r todas las posesiones españolas p a r a su c o m ú n defensa. Este proyecto, publicado oficialmente en 1626, f u e a t a c a d o en todas p a r t e s debido al p a r t i c u l a r i s m o tradicional. Cataluña, especialmente, se negó a tener n a d a que ver con él, y en la práctica el proyecto se quedó en letra m u e r t a . Pero a medida que t r a n s c u r r í a el conflicto y e m p e o r a b a la posición española, la presión p a r a r e c a b a r alguna asistencia catalana se hizo en Madrid cada vez m á s desesperada. Olivares decidió forzar la e n t r a d a de Cataluña en la guerra a t a c a n d o a Francia a través de su f r o n t e r a sudoriental en 1639, con lo que ponía de facto a la reticente provincia en la p r i m e r a línea de las operaciones españolas. Este juego t e m e r a r i o se volvió contra sus autores de f o r m a desastrosa La nobleza catalana, morosa y de miras estrechas, privada de oficios r e m u n e r a d o r e s y aficionada al b a n d i d a j e de monte, se enfureció a causa de los 29 La mejor exposición de este programa se encuentra en Elliott The revolt of the Catalans, Cambridge, 1963, pp. 199-204 [La rebelión de los catalanes, Madrid, Siglo XXI, 1977], Domínguez afirma que Olivares no tuyo una política interior, al estar ocupado exclusivamente en los asuntos extranjeros: La sociedad española en el siglo XVI, i, Madrid 1963 p 15 Pero tanto sus tempranas reformas interiores como el aliento de sus reC « ^ n C 1 0 n e S e n e I memorándum de 1624 desmienten esta opinión Olivares era consciente del riesgo que iba a correr: «No puede mi cabeza resistir la luz de la vela ni de una ventana [...] A mi corto juicio parece que es el de perderse todo sin remedio o el salvarse la barca Aquí va religión, rey, reino, nación, todo, y si no hubiese fuerzas morir en la demanda, que mejor es morir y más justo que entrar en otro dominio y mas de herejes que si Ies juzgo a franceses. Acábese todo o sea Castilla cabeza del mundo con ser la de la monarquía de V M » Citado en Elliott, The revolt of the Catalans, p 310
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mandos castellanos y de las pérdidas s u f r i d a s c o n t r a los franceses. El b a j o clero azuzó el fervor regionalista. El campesinado, asolado p o r los alojamientos y las requisas, se levantó contra las t r o p a s en u n a insurrección generalizada. Los jornal e r 0 s del c a m p o y los p a r a d o s que pululaban en las ciudades provocaron violentos disturbios en Barcelona y en otras poblaciones 31. La revolución catalana de 1640 f u n d i ó los agravios de todas las clases sociales, excepto u n p u ñ a d o de magnates, en una explosión imparable. El poder de los H a b s b u r g o en Cataluña se desintegró. La nobleza y el p a t r i c i a d o provocaron la ocupación f r a n c e s a con o b j e t o de a t a j a r los peligros del radicalismo p o p u l a r y bloquear u n a reconquista castellana. Cataluña se convirtió, d u r a n t e u n a década, en p r o t e c t o r a d o francés. Mientras tanto, en el o t r o lado de la península, Portugal había organizado su propia sublevación pocos meses después de la rebelión catalana. La aristocracia local, resentida p o r la pérdida de Brasil ante los holandeses, y segura de los sentimientos anticastellanos de las masas, n o tuvo ninguna dificultad en reaf i r m a r su independencia, u n a vez que Olivares cometió el e r r o r garrafal de c o n c e n t r a r los ejércitos reales en el este, muy bien defendido y donde las fuerzas franco-catalanas eran victoriosas, y no en el oeste, relativamente desmilitarizado 3 2 . Olivares cayó en 1643; c u a t r o años después, Nápoles y Sicilia se sacudieron a su vez la dominación española. El conflicto europeo había agotado la hacienda y la economía del imperio de los H a b s b u r g o en el sur, dislocando su sistema político. En el cataclismo de la década de 1640, a medida que E s p a ñ a s u c u m b í a en la guerra de los Treinta Años y la b a n c a r r o t a , la peste, el despoblamiento y la invasión se hacían presentes, f u e inevitable que la c o n f u s a unión de los p a t r i m o n i o s dinásticos se dividiera: las revueltas secesionistas de Portugal, Cataluña y Nápoles constituyeron u n juicio sobre la debilidad del absolutismo español, que se había expandido d e m a s i a d o p r o n t o y con excesiva rapidez, a causa de su f o r t u n a u l t r a m a r i n a , sin h a b e r t e r m i n a d o sus cimientos metropolitanos. Al final, el estallido de la F r o n d a salvó p a r a E s p a ñ a a Cataluña e Italia. Mazarino, p r e o c u p a d o p o r la t e m p e s t a d interior, a b a n d o n ó Cataluña, y después de que los señores napolitanos volvieron a descubrir la lealtad hacia su soberano en Italia, donde había estallado u n a a m e n a z a d o r a revuelta social de po11
Elliott, The revolt of the Catalans, pp. 460-8, 473-6, 486-7 A. Domínguez Ortiz, The golden century of Spain, 1556-1659, Londres, 1971, p. 103. 52
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bres rurales y u r b a n o s , la intervención f r a n c e s a t e r m i n ó Sin embargo, incluso tras la recuperación de la última provincia mediterránea, la guerra se a r r a s t r ó d u r a n t e otros quince años c o n t r a los holandeses, los franceses, los ingleses y los portugueses. En la década de 1650 h u b o m á s pérdidas en Flandes p e r o lo que m á s se prolongó f u e la lenta tentativa de reconq u i s t a r Portugal. Por entonces, la clase de los hidalgos castellanos había p e r d i d o todo apetito p o r el c a m p o de batalla- la desilusión militar era absoluta e n t r e todos los españoles En las ultimas c a m p a ñ a s fronterizas lucharon principalmente reclutas italianos, cuyas deficiencias eran suplidas con mercenarios irlandeses o alemanes 33. Su único resultado f u e la ruina de la m a y o r p a r t e de E x t r e m a d u r a y la reducción de las finanzas g u b e r n a m e n t a l e s a su p u n t o m á s b a j o de manipulación y déficit, fútiles. Hasta 1668 no se aceptó la paz ni la independencia portuguesa Seis años más t a r d e tuvo que cederse a Francia el Franco-Condado. El reinado paralítico de Carlos II presenció la reconquista del p o d e r político central p o r los grandes que se aseguraron la dominación directa del E s t a d o con el golpe aristocrático de 1677, cuando don J u a n José de Austria —su candidato p a r a la regencia— c o n d u j o a Madrid con todo éxito u n ejercito aragonés. Ese m i s m o reinado experimentó la más negra depresión económica del siglo, con cierre de industrias colapso de la moneda, reversión a u n intercambio de t r u e q u e ' escasez de alimentos y disturbios p o r el pan. E n t r e 1600 y 1700 la poblacion total de E s p a ñ a descendió de 8.500.000 a 7 000 000 la p e o r regresión demográfica de Occidente. El E s t a d o de los H a b s b u r g o estaba m o r i b u n d o a finales de siglo: su m u e r t e en la persona de su espectral soberano, Carlos II el Hechizado, era esperada en todas las cancillerías europeas c o m o la señal que convertiría a E s p a ñ a en el botín de E u r o p a . De hecho, el resultado de la g u e r r a de sucesión española renovó el absolutismo en Madrid, al liquidar sus ingobernables responsabilidades exteriores. Los Países B a j o s e Italia quedar o n definitivamente perdidos. Aragón y Cataluña, que habían apoyado al c a n d i d a t o austríaco, f u e r o n d e r r o t a d o s y sometidos en la guerra civil que tuvo lugar d e n t r o de la guerra internacional. Una nueva dinastía f r a n c e s a se instaló en España. La mon a r q u í a borbónica consiguió lo que los H a b s b u r g o habían sido incapaces de hacer. Los grandes - m u c h o s de los cuales se habían p a s a d o al c a m p o angloaustriaco en la guerra de sucesión— Ly pain under the TU" ü f h ' Scentury The golden of Spain, Habsburgs, pp. 39-40. n . pp. 122-3: Domineuez Domínguez Ortir urtiz.
Inglaterra 118 42 fueron sometidos y excluidos del p o d e r central. Por m e d i o de , importación de la experiencia y de las técnicas m u c h o más J n z a d a s del absolutismo francés, los funcionarios civiles exu d a d o s crearon en el siglo x v m u n E s t a d o u n i t a r i o y centralizado 3 4 Los sistemas de Estados de Aragón, Valencia y Cataluña fueron eliminados y su p a r t i c u l a r i s m o quedó suprimido, mientras se introducía el i n s t r u m e n t o f r a n c é s de los intendants reales para el gobierno u n i f o r m e de las provincias. El ejército f u e drásticamente r e f u n d i d o y profesionalizado con u n a base semirreclutad'a y un m a n d o rígidamente aristocrático. La administración colonial f u e reforzada y r e f o r m a d a : libres de sus p o s e s i o nes europeas, los Borbones m o s t r a r o n que E s p a ñ a podía gobernar su imperio a m e r i c a n o de f o r m a competente y rentable. De hecho este f u e el siglo en el que, al fin, emergió g r a d u a l m e n t e una España unida, como algo opuesto a la semiumversal monarquía española de los Habsburgo 3 5 . Con todo la o b r a de la burocracia Carolina que racionalizó el E s t a d o español n o p u d o revitalizar a la sociedad española. Era ya d e m a s i a d o t a r d e p a r a iniciar u n desarrollo c o m p a r a b l e al de Francia o Inglaterra. La o t r o r a dinámica economía castellana había recibido su golpe de gracia b a j o Felipe IV Y aunque se p r o d u j o u n a verdadera recuperación demográfica (la población se elevó de siete a once millones) y el cultivo del cereal se extendió considerablemente en E s p a ñ a , solo el 6U por 100 de la población tenía algún t r a b a j o en la agricultura, mientras que las m a n u f a c t u r a s u r b a n a s habían desaparecido p r á c t i c a m e n t e de la f o r m a c i ó n social metropolitana. Tras el colapso de las minas americanas en el siglo x v n , se p r o d u j o u n nuevo auge de la plata mexicana en el siglo XVIII, que, a falta de u n a i m p o r t a n t e industria nacional, p r o b a b l e m e n t e contribuyó más a la expansión f r a n c e s a que a la española 3 6 . El capital local se desvió, como antes, hacia las rentas públicas o la tierra. La administración del E s t a d o n o era n u m é r i c a m e n t e m u y am» Véase Henry Kamen, The War of Succession in Spain 1700-1715, Londres, 1969, pp. 84-117. El principal arquitecto de la nueva administración fue Bergeyck, un flamenco procedente de Bruselas; pp. 237-40. » Fue en esta época cuando se adoptaron la bandera y el himno nacionales. Estas frases de Domínguez son significativas: «Mas pequeña que el imperio, más grande que Castilla, España creación excelsa de nuestro siglo xvm, surgió de su nebulosa y adquinó una forma sólida y tangible [ ] Antes de la guerra de la Independencia, el ideal plástico y la imagen simbólica de la nación tal como hoy la conocemos ^ esencialmente completos.» Antonio Domínguez Or iz, La sociedad en el siglo XVIII, Madrid, 1955, pp. 41, 43; es el mejor libro sobre este período. . ...,, " Vilar, Oro y moneda, pp. 348-61, J1>1<.
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plia, p e r o estaba plagada de empleomanía, la b ú s q u e d a afanosa del cargo p o r u n a nobleza empobrecida. Los e n o r m e s latifundios del sur, cultivados p o r cuadrillas de jornaleros, proveían las f o r t u n a s de una estancada nobleza de grandes, asentada en las capitales de provincia Desde mediados del siglo en adelante h u b o un r e f l u j o de la m á s alta nobleza hacia los puestos ministeriales, m i e n t r a s las facciones «civil» y «militar» luchaban p o r el p o d e r en Madrid: el gobierno del aristócrata aragonés Aranda correspondió al p u n t o m á s alto de la influencia directa de la gran nobleza en la capital 3 8 . Sin e m b a r g o el í m p e t u político del nuevo orden estaba llegando a su fin ' E n los últimos años del siglo, la corte borbónica estaba s u m i d a en una completa decadencia —que r e c o r d a b a a la de su predec e s o r — b a j o el control negligente y c o r r u p t o de Godoy el ultimo .privado. Los límites del renacimiento del siglo X V I I I cuyo epilogo h a b r í a de ser el ignominioso colapso de la dinastía en 1808, siempre fueron evidentes en la e s t r u c t u r a administrativa de la E s p a ñ a borbónica, porque, incluso tras las reform a s Carolinas, la a u t o r i d a d del E s t a d o absolutista sobre vastas zonas del país cesaba en el plano municipal. H a s t a la invasión napoleónica, m á s de la mitad de las ciudades españolas no estaban b a j o jurisdicción monárquica, sino b a j o jurisdicción señorial o clerical. El régimen de los señoríos, u n a reliquia medieval q u e se r e m o n t a b a a los siglos XII y x m , tenía m á s importancia económica que política p a r a los nobles que controlaban aquellas jurisdicciones, p e r o no sólo les aseguraba beneficios, sino también un p o d e r local jurídico y administrativo 3 ». Estas «combinaciones de soberanía y propiedad» f u e r o n u n a reveladora supervivencia de los principios de señorío territorial en la época del absolutismo. El ancien régime conservó sus raíces feudales en E s p a ñ a h a s t a su último día.
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Hay un retrato memorable de esta clase social en Ravmond Carr
c o m p ¿ T ; ; pp. 43°5°9 "The ™bili<y "" ^ Z i c e t k " Domínguez Órtiz, La sociedad española en el siglo XVIII pp 93 178 Dommguez ofrece un amplio estudio del modelo de los señoríos en S I citada
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FRANCIA
Francia p r e s e n t a u n a evolución muy distinta a la del modelo hispánico. El absolutismo n o gozó aquí de u n a s v e n t a j a s tan t e m p r a n a s como en España, en la f o r m a de u n lucrativo imperio u l t r a m a r i n o . Por otra parte, t a m p o c o tuvo que e n f r e n t a r s e en el interior a los p e r m a n e n t e s p r o b l e m a s estructurales de unir reinos dispares, con u n o s legados políticos y culturales radicalmente opuestos. La m o n a r q u í a de los Capeto, como ya hemos visto, extendió l e n t a m e n t e d u r a n t e la E d a d Media sus derechos de soberanía hacia el exterior de su base original en la Isla de Francia, en un movimiento gradual de unificación concéntrica que abarcaría desde Flandes al Mediterráneo. Nunca tuvo que luchar con ningún o t r o reino territorial de u n rango feudal comparable d e n t r o de Francia: en tierras francesas sólo había un reino, a p a r t e del p e q u e ñ o y semi-ibérico E s t a d o de Navarra, situado en las r e m o t a s laderas de los Pirineos. Los lejanos ducados y condados de Francia siempre habían p r e s t a d o lealtad nominal a la dinastía central, incluso a u n q u e f u e r a como vasallos inicialmente m á s poderosos que su señor real, lo que p e r m i t í a u n a j e r a r q u í a jurídica que facilitaría más adelante la integración política. Las diferencias sociales y lingüísticas que s e p a r a b a n al s u r del norte, a u n q u e persistentes y pronunciadas, n u n c a f u e r o n tan grandes como las que separ a b a n al este del oeste en España. El sistema legal y el lenguaje distintos del Midi no coincidían, a f o r t u n a d a m e n t e p a r a la monarquía con la principal h e n d e d u r a militar y diplomática q u e dividía a Francia a finales de la E d a d Media: la casa de Borgoña el p o d e r rival más i m p o r t a n t e alineado contra la dinastía de los Capeto, era u n d u c a d o del norte. A pesar de todo, el p a r t i c u l a r i s m o del sur sería u n a fuerza constante y latente en la p r i m e r a época m o d e r n a , a d o p t a n d o f o r m a s encubiertas y nuevos disfraces en las crisis sucesivas. El control político real de la m o n a r q u í a f r a n c e s a n u n c a f u e t e r r i t o r i a l m e n t e u n i f o r m e : siempre f u e m e n o r en la periferia del país, disminuyendo progresivamente en las provincias recién adquiridas y m a s lejanas de París. Al m i s m o tiempo, el volumen demográfico total de Francia ponía p o r sí m i s m o algunos obstáculos f o r m i d a b l e s a
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la unificación administrativa: u n o s 20 millones de h a b i t a n t e s la hacían, p o r lo menos, dos veces m á s poblada que E s p a ñ a en el siglo xvi. La rigidez y claridad de las b a r r e r a s internas cont r a el a b s o l u t i s m o unitario en E s p a ñ a q u e d a b a n equilibradas en consecuencia, p o r la m á s densa p r o f u s i ó n y variedad de la vida regional d e n t r o del sistema político francés. Por t a n t o en la Francia medieval n o tuvo lugar ningún avance constitucio^ nal lineal después de la consolidación de los Capeto Al cont r a j o , la historia de la construcción del absolutismo f r a n c é s n a b n a de ser la de una progresión «convulsiva» hacia u n E s t a d o m o n á r q u i c o centralizado, r e p e t i d a m e n t e i n t e r r u m p i d a p o r recaídas en la desintegración y en la a n a r q u í a provincial, seguidas de una reacción intensificada hacia la concentración del p o d e r monárquico, hasta que al final se construyera u n a e s t r u c t u r a e x t r e m a d a m e n t e sólida y estable. Las tres grandes r u p t u r a s ael orden político f u e r o n , n a t u r a l m e n t e , la guerra de los Cien Anos en el siglo xv, las guerras de religión en el siglo xvi y la F r o n d a en el siglo x v n . La transición de la m o n a r q u í a medieval a la absoluta se vio paralizada en u n p r i m e r m o m e n t o y acelerada i n m e d i a t a m e n t e después p o r estas crisis, cuyo ú l t i m o resultado sería la creación de u n culto a la autoridad real, en la época de Luis XIV, sin parangón en ningún o t r o país de E u r o p a occidental. La lenta centralización concéntrica de los reyes Capeto expuesta m á s arriba, llegó a u n final a b r u p t o con la extinción de su linaje a mediados del siglo xiv, que f u e la señal p a r a el comienzo de la guerra de los Cien Años. El estallido de violentas luchas e n t r e los grandes señores d e n t r o de la m i s m a Francia, b a j o los débiles reyes Valois, c o n d u j o finalmente a u n a t a q u e c o m b i n a d o anglo-borgoñón contra la m o n a r q u í a francesa, a comienzos del siglo xv, que hizo pedazos la u n i d a d del remo. E n el p u n t o culminante de los éxitos ingleses y borgonones, en la década de 1420, p r á c t i c a m e n t e la totalidad de las posesiones tradicionales de la casa real en el norte de Francia estaban b a j o control e x t r a n j e r o , m i e n t r a s Carlos VII se veía forzado a la lucha y al exilio en el sur. La historia de la recuperación final de la m o n a r q u í a y de la expulsión de los ejércitos ingleses es bien conocida. Para lo que aquí nos interesa, el legado f u n d a m e n t a l de los largos s u f r i m i e n t o s de la guerra de los Cien Anos f u e su contribución final a la emancipación fiscal y militar de la m o n a r q u í a de los límites del a n t e r i o r sistema político medieval. En efecto, la guerra sólo p u d o ser ganada gracias al a b a n d o n o del sistema señorial de servicios de caballería —que se había m o s t r a d o d e s a s t r o s a m e n t e ineficaz c o n t r a
Frartcia106107 a r q u e r o s i n g l e s e s - , y con la creación de u n e j é r c i t o regular naeado, cuya artillería f u e el a r m a decisiva de la victoria Para noner en pie este ejército, la aristocracia f r a n c e s a concedio el n r i m e r i m p u e s t o i m p o r t a n t e de amplitud nacional r e c a u d a d o ñor la m o n a r q u í a , la taille royale de 1439, q u e se convirtió en regular con la taille des gens d'armes en la década de 1440 . La nobleza, el clero y algunas ciudades q u e d a r o n exentas de su pago y en el c u r s o del siguiente siglo la definición legal de la nobleza en Francia fue, precisamente, la exención hereditaria de la taille. Así, la m o n a r q u í a aparecía r e f o r z a d a a finales del siglo xv hasta el p u n t o de que ahora poseía u n e j é r c i t o regular embrionario en las compagnies d'ordonnance, capitaneadas p o r la aristocracia, y u n i m p u e s t o fiscal directo que n o estaba s u j e t o a ningún control representativo. 1oS
Por o t r a parte, Carlos V I I n o realizó ningún i n t e n t o p a r a reforzar la a u t o r i d a d dinástica central en las provincias del norte de Francia a medida q u e eran sucesivamente reconquistadas; antes bien, promovió asambleas de los E s t a d o s regionales y t r a n s f i r i ó poderes financieros y jurídicos a las instituciones locales. Del m i s m o m o d o que los reyes Capeto habían acomp a ñ a d o su extensión del control m o n á r q u i c o con la cesión de patrimonios principescos, t a m b i é n los p r i m e r o s reyes Valois combinaron la r e a f i r m a c i ó n de la u n i d a d m o n á r q u i c a con la delegación del p o d e r provincial en u n a aristocracia bien atrincherada. En ambos casos, la razón era idéntica: la e n o r m e dificultad administrativa de dirigir u n país tan grande como Francia con los i n s t r u m e n t o s de gobierno de que podía disponer la dinastía. El a p a r a t o coactivo y fiscal del E s t a d o central todavía era muy pequeño: las compagnies d'ordonnance de Carlos V i l nunca s u p e r a r o n los 12.000 soldados, u n a fuerza a b s o l u t a m e n t e insuficiente p a r a el control y la represión de u n a población de 15 millones 2 . La nobleza retuvo, pues, el p o d e r a u t ó n o m o local p o r la fuerza de sus propias espadas, de las que dependía, en último término, la estabilidad de toda la e s t r u c t u r a social. La creación de u n modesto ejército real había a u m e n t a d o , incluso, sus privilegios económicos, p o r q u e la i n s t i t u c i o n a l i z a r o n de la taille garantizaba a los nobles u n a completa i n m u n i d a d fiscal de la que n o habían gozado hasta entonces. La convocatoria p o r Carlos VII de los Estados Generales, u n a institución que había desaparecido de Francia d u r a n t e varios siglos, estuvo 1 :Ín a
P. S. Lewis, Later
mediaeval
France:
the polity,
Londres, 1968, pá-
' Sobre este punto, véase J. Russell Major, Representative n Renaissance France, 1421-1559, Madison, 1960, p. 9.
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inspirada p r e c i s a m e n t e p o r la necesidad de c r e a r u n m í n i m o f o r o nacional en el que inducir a las diversas ciudades y Estados provinciales a aceptar los impuestos, ratificar los t r a t a d o s y proveer consejo sobre los a s u n t o s exteriores: sus sesiones sin embargo, r a r a vez dieron adecuada satisfacción a sus demandas. Así pues, la guerra de los Cien Años legó a la monarquía f r a n c e s a impuestos y ejércitos p e r m a n e n t e s , p e r o n o u n a nueva administración civil de á m b i t o nacional. La intervención inglesa había sido eliminada del t e r r i t o r i o francés, p e r o las ambiciones borgoñonas permanecían. Luis XI, que accedió al t r o n o en 1461, a t a j ó la oposición interior y exterior al p o d e r de los Valois con u n a resolución inflexible. Su rápida recuperación de p a t r i m o n i o s provinciales tales como Anjou, el acapar a m i e n t o sistemático de los gobiernos municipales de las principales ciudades, la exacción a r b i t r a r i a de mayores i m p u e s t o s y la represión de las intrigas aristocráticas i n c r e m e n t a r o n notablemente la a u t o r i d a d real y el tesoro en Francia. Pero, sobre todo, Luis XI aseguró todo el flanco oriental de la m o n a r q u í a f r a n c e s a logrando la caída de su enemigo y rival m á s peligroso, la dinastía borgoñona. Al movilizar a los cantones suizos c o n t r a el vecino ducado, financió la p r i m e r a gran d e r r o t a europea de la caballería feudal ante u n e j é r c i t o de infantería: con la d e r r o t a de Carlos el Calvo ante los piqueros suizos en Nancy, en 1477, el E s t a d o borgoñón se d e r r u m b ó , y Luis XI se anex i o n o e l grueso del ducado. En las dos décadas siguientes, Carlos VIII y Luis X I I absorbieron B r e t a ñ a —el ú l t i m o principado i m p o r t a n t e todavía i n d e p e n d i e n t e - p o r m e d i o de sucesivos m a t r i m o n i o s con sus herederas. El reino f r a n c é s a b a r c a b a a h o r a p o r vez p r i m e r a b a j o un soberano único a todas las próvincias vasallas de la época medieval. La extinción de la m a y o r p a r t e de las grandes casas de la E d a d Media, y la reintegración de sus dominios en las tierras de la m o n a r q u í a , dieron un relieve p r o m i n e n t e al m a n i f i e s t o p r e d o m i n i o de la dinastía Valois De hecho, sin embargo, la «nueva monarquía» inaugurada p o r Luis XI no era en absoluto un E s t a d o centralizado o integrado. Francia q u e d ó dividida en unas 12 gobernadurías, cuya administración f u e confiada a príncipes reales o a destacados nobles, que ejercieron legalmente una amplia gama de derechos reales hasta el final del siglo y pudieron a c t u a r en la práctica como p o t e n t a d o s a u t ó n o m o s hasta bien e n t r a d o el siguiente 3 Por otra parte, se desarrolló t a m b i é n u n c o n j u n t o de parlements locales, o tribunales provinciales creados p o r la m o n a r q u í a con 3
Major, Representare
institutions
in Renaissance
France,
p. 6.
Frartcia106107 „ a U t o r i d a d judicial s u p r e m a en sus territorios, cuya ímpor^Ha V n ú m e r o creció sin interrupción d u r a n t e esta época, ífntre la subida al trono de Carlos VII y la m u e r t e de Luis X I I , f u n d a r o n nuevos parlements en Toulouse, Grenoble, Burd o s Dijon, Ruán y Aix. No p o r ello se vieron todavía grave^ e n í e recortadas las libertadas u r b a n a s , a u n q u e la posicion de la oligarquía patricia d e n t r o de los parlements se r e a f i r m o a costa de los gremios y de los pequeños p a t r o n o s . La razón e s e n c i a l de estas transcendentales limitaciones del E s t a d o central radicaba todavía en los insuperables p r o b l e m a s organizativos planteados p o r la imposición de u n a p a r a t o eficaz de gobierno real sobre todo el país, en el m a r c o de u n a economía sin m e r c a d o unificado ni u n m o d e r n o sistema de t r a n s p o r t e s , y en la que aún n o se había alcanzado la disolución de las relaciones p r i m a r i a s de tipo feudal en la aldea. A pesar de los notables avances registrados p o r la m o n a r q u í a , los f u n d a m e n tos sociales p a r a una centralización política vertical aun n o estaban p r e p a r a d o s . En este contexto, n o c o n t r a el renacimiento de la m o n a r q u í a , sino m e r c e d a él, f u e en el que los Estados Generales r e c o b r a r o n u n nuevo vigor t r a s la guerra de los Cien Años. En Francia, c o m o en todas partes, el impulso inicial para la convocatoria de los Estados f u e la necesidad dinástica de obtener de los súbditos del reino el apoyo p a r a la política fiscal y e x t r a n j e r a 4 . E n Francia, sin embargo, la consolidacion de los Estados Generales como u n a institución nacional permanente se vio bloqueada p o r la m i s m a diversidad que había obligado a la m o n a r q u í a a aceptar u n a amplia delegación de p o d e r político incluso en el m o m e n t o de su victoria unitaria. Y no era que los tres e s t a m e n t o s estuvieran especialmente divididos desde el p u n t o de vista social c u a n d o se reunían: la noblesse moyenne dominaba sus sesiones sin excesivo esfuerzo. Pero las asambleas regionales que elegían a sus diputados p a r a los Estados Generales siempre se negaban a concederles el m a n d a t o de votar impuestos nacionales, y como la nobleza estaba exenta del fisco, tenía pocos incentivos p a r a presionar a favor de la • Hav una exposición particularmente incisiva de la tesis de que los Estados Generales de Francia y otros países casi siempre s i r v i e r o n y no obstaculizaron, el auge del poder real e n el Renacimiento en el excelente estudio de Major: Representative institutions m Renaissance France, páginas 16 20. En realidad, Major quizá insiste demasiado unüateralmente en este hecho; desde luego, a lo largo del siglo xvi fue cada vez menos cierto - e n el caso de que alguna vez lo hubiera s i d o - que los monarcas «no temieran a las asambleas de los estados» (p. 16). Con todo este es uno de los trabajos más clarificadores que se han publicado sobre este tema.
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convocatoria de los Estados Generales 5 . El r e s u l t a d o f u e que los reyes franceses, al ser incapaces de conseguir las contribuciones financieras q u e deseaban de los Estados nacionales d e j a r o n g r a d u a l m e n t e de convocarlos p o r completo. Así p u e s ' lo que f r u s t r ó la aparición de u n P a r l a m e n t o nacional en la Francia renacentista f u e el encastillamiento regional del p o d e r señorial local antes que la dirección centralista de la m o n a r q u í a A c o r t o plazo, t o d o esto contribuyó a un completo f r a c a s o de a a u t o r i d a d real; p e r o a largo plazo, p o r supuesto, iba a facilitar la tarea del absolutismo. En la p r i m e r a m i t a d del siglo xvi, Francisco I y E n r i q u e II g o b e r n a r o n u n p r ó s p e r o reino que crecía sin cesar. La actividad representativa disminuyó progresivamente: los Estados Generales d e j a r o n o t r a vez de existir; las ciudades n o f u e r o n convocadas nunca m á s después de 1517, y la política exterior tendió a convertirse en coto exclusivo del rey. Los funcionarios jurídicos —maitres des requétes— extendieron g r a d u a l m e n t e los derechos legales de la monarquía, y los parlements f u e r o n intimidados p o r medio de la celebración de sesiones especiales —lits de justwe— en presencia del rey. El control de los nombramientos de la j e r a r q u í a eclesiástica se consiguió m e d i a n t e el concordato de Bolonia con el papado. Pero ni Francisco I ni E n r i q u e II eran todavía nada que pudiera s e m e j a r s e a unos reyes autocráticos: ambos consultaban con frecuencia a las asambleas regionales y r e s p e t a b a n escrupulosamente los tradicionales privilegios nobiliarios. La i n m u n i d a d económica de la Iglesia n o se infringió p o r el cambio del patronazgo sobre ella (situación muy distinta a la de España, donde la m o n a r q u í a impuso pesadas contribuciones al clero). Para convertirse en ley, los edictos reales necesitaban todavía en principio el registro f o r m a l de los parlements. Las rentas fiscales se duplicaron e n t r e 1517 y la década de 1540, p e r o el nivel impositivo hacia finales del reinado de Francisco I no era apreciablemente superior al de Luis XI sesenta años antes, a u n q u e los precios y las ganancias habían experimentado u n a f u e r t e alza en ese intervalo 6 ; en consecuencia, la proporción del p r o d u c t o fiscal directo en la riqueza nacional descendió. P o r ' o t r a parte, la venta de bonos públicos a los rentiers a p a r t i r de 1522 ayudó a m a n t e n e r c o n f o r t a b l e m e n t e el tesoro real. Mientras tanto, el ' V é a n s e las opiniones convergentes expresadas por Lewis y Major: Le „ ™ l s ' «The failure of the French mediaeval Estates», Past and Present 23, noviembre de 1962, pp. 3-24, y J. Russell Major, The EstatesGeneral of 1560, Princeton, 1951, pp. 75, 119, 120. ' Major, Representative
institutions in Renaissance France, pp.
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prestigio dinástico en el interior se vio favorecido p o r las constantes guerras exteriores en Italia, a las que los reyes Valois c o n d u j e r o n a su nobleza. Las guerras se convirtieron en u n a magnífica salida p a r a la p e r e n n e belicosidad nobiliaria. El prolongado esfuerzo f r a n c é s p o r conquistar el dominio de Italia, comenzado con Carlos V I I I en 1494 y finalizado con el t r a t a d o de Cateau-Cambrésis en 1559, n o tuvo éxito. La m o n a r q u í a española —política y m i l i t a r m e n t e más avanzada, poseedora de las bases estratégicas de los H a b s b u r g o en E u r o p a del norte, y superior en el c a m p o naval p o r su alianza con los genoveses— d e r r o t ó claramente a su rival f r a n c é s en la lucha p o r el control de la península transalpina. E n esta contienda, la victoria f u e p a r a el E s t a d o cuyo proceso de absolutización era m á s temp r a n o y e s t a b a m á s desarrollado. E n ú l t i m o término, sin embargo, la d e r r o t a en esta p r i m e r a a v e n t u r a e x t r a n j e r a probablemente ayudó a asegurar unos f u n d a m e n t o s m á s sólidos y compactos al absolutismo francés, que se vio forzado a encastillarse en su propio territorio. I n m e d i a t a m e n t e , p o r o t r a parte, la terminación de las guerras de Italia, c o m b i n a d a con la incert i d u m b r e de u n a crisis sucesoria, p o n d r í a de m a n i f i e s t o h a s t a q u é p u n t o era inseguro el arraigo de la m o n a r q u í a Valois en el país. La m u e r t e de E n r i q u e I I precipitó a Francia en c u a r e n t a años de aniquiladoras luchas internas. Las guerras civiles que se desencadenaron t r a s Cateau-Cambrésis f u e r o n iniciadas, desde luego, p o r los conflictos religiosos que a c o m p a ñ a r o n a la R e f o r m a . Pero esas guerras ofrecen u n a especie de radiografía del c u e r p o político a finales del siglo xvi, en la medida en que exponen las múltiples tensiones y contradicciones de la f o r m a c i ó n social f r a n c e s a en la época del Renacimiento. E n efecto, la lucha e n t r e los hugonotes y la Santa Liga p o r el control de la m o n a r q u í a , vacante políticamente en la práctica t r a s la m u e r t e de E n r i q u e I I y la regencia de Catalina de Médicis, sirvió c o m o u n crisol en el que se f u n d e n p r á c t i c a m e n t e todos los tipos de conflictos políticos internos que caracterizan la transición hacia el absolutismo. Las guer r a s de religión f u e r o n dirigidas, desde el principio h a s t a el fin, p o r los tres grandes linajes rivales, Guisa, Montmorency y Borbón, cada u n o de los cuales controlaba u n t e r r i t o r i o de su propiedad, u n a extensa clientela, u n a zona de influencia d e n t r o del a p a r a t o del Estado, u n a s t r o p a s leales y u n a s conexiones internacionales. La familia Guisa era dueña del nordeste, desde Lorena a Borgoña; la línea Montmorency-Chátillon tenía su base en las tierras hereditarias que se extendían p o r todo el c e n t r o del país; los bastiones borbónicos radicaban esencial-
Europa occidental m e n t e en el sudoeste. La lucha interfeudal entre estas casas nobiliarias se intensificó a causa de la difícil situación en toda Francia de los propietarios rurales pobres, h a b i t u a d o s previam e n t e a las correrías de pillaje p o r Italia, y a t r a p a d o s ahora p o r la inflación de los precios. Este e s t r a t o proporcionó c u a d r o s militares p r e p a r a d o s p a r a u n a guerra civil prolongada, a p a r t e de las afiliaciones religiosas que los dividían. Además, a medida que t r a n s c u r r í a la lucha, las m i s m a s ciudades se dividieron en dos campos: m u c h a s de las ciudades del s u r se adhirieron a los hugonotes, m i e n t r a s que las ciudades n o r t e ñ a s del interior se convirtieron, p r á c t i c a m e n t e sin excepción, en baluartes de la Liga. Se ha a r g u m e n t a d o que las diferentes orientaciones comerciales (hacia el m e r c a d o exterior o interior) influyeron en esta división'. Parece m á s probable, sin embargo, que la p a u t a geográfica general del p r o t e s t a n t i s m o r e f l e j a r a el tradicional separ a t i s m o regional del sur, s i e m p r e m á s a l e j a d o de las tierras capetas de la Isla de Francia, y donde los p o t e n t a d o s locales territoriales habían conservado d u r a n t e más t i e m p o su independencia. Al principio, el p r o t e s t a n t i s m o se había extendido en general desde Suiza a Francia a través de los principales sistemas fluviales del Ródano, el Loira y el Rin», lo que motivó u n a equitativa distribución regional de la fe r e f o r m a d a Pero u n a vez que cesó la tolerancia oficial, se concentró r á p i d a m e n t e en el Delñnado, el Languedoc, la Guyena, Poitou, Saintonge, tíearn y Gascuña, zonas m o n t a ñ o s a s o costeras más allá del Loira, m u c h a s de ellas ásperas y pobres, cuya característica común n o era t a n t o la vitalidad comercial c u a n t o el particularismo señorial. El p r o t e s t a n t i s m o siempre a t r a j o a los artesanos y burgueses en las ciudades, p e r o la apropiación de los diezmos p o r los notables calvinistas aseguró que el atractivo del nuevo credo fuese m u y limitado p a r a el campesinado. De hecho, socialmente los dirigentes hugonotes procedían mayorit a r i a m e n t e de la clase terrateniente, d e n t r o de la cual quizá podían contar con la m i t a d de la nobleza f r a n c e s a en 1560 m i e n t r a s que n u n c a s u p e r a r o n el 10 ó 20 p o r 100 del conjunto' ' Esta tesis se encuentra en el estimulante ensayo de Brian Pierce L e a g u e :
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d e la población». La nueva religión se retiró hacia el s u r en brazos de la disidencia aristocrática. Puede considerarse, pues, nue la presión general del conflicto confesional se limitó a dividir el tenue t e j i d o de la u n i d a d f r a n c e s a a través de su cost u r a i n t r í n s e c a m e n t e m á s débil. Sin embargo, u n a vez en m a r c h a , la lucha desencadenó conflictos sociales m á s p r o f u n d o s que los del secesionismo feudal. Cuando el s u r se p e r d i ó ante Condé y los ejércitos protestantes, una presión redoblada de i m p u e s t o s reales p a r a la guerra cayo sobre las ciudades católicas coaligadas del n o r t e . La miseria u r b a n a q u e resultó de estos hechos en la década de 1580 provocó u n a radicalización de la Santa Liga en las ciudades, complicada p o r el asesinato de Guisa p o r E n r i q u e I I I . Mientras los señores ducales del clan de los Guisa —Mayenne, Aumale, Elbeuf, Mercoeur— independizaban Lorena, Bretaña, Normandía y Borgoña en n o m b r e del catolicismo y los ejércitos españoles invadían Francia desde Flandes y Cataluña, en las ciudades del n o r t e estallaron revoluciones municipales. E n París, el p o d e r f u e t o m a d o p o r u n comité dictatorial de funcionarios y clérigos descontentos, apoyados p o r las h a m b r i e n t a s m a s a s de la plebe y u n a falange fanática de m o n j e s y p r e d i c a d o r e s 10. Orleans, Bourges, Dijon y Lyon siguieron el m i s m o camino. Al convertirse el p r o t e s t a n t e E n r i q u e de N a v a r r a en sucesor legal de la m o n a r q u í a , la ideología de estas revueltas u r b a n a s empezó a girar hacia el republicanismo. Al m i s m o tiempo, la t r e m e n d a devastación del c a m p o p o r las constantes c a m p a ñ a s militares de estas décadas e m p u j ó al c a m p e s i n a d o del centrosur, en Lemosin, Périgord, Quercy, Poitou y Saintonge, a amenazadores levantamientos n o religiosos en la década de 1590.
' J H Elliott Europe divided, 1559-1598, p. 96, que incluye, Ínter alia, una inteligente descripción de este período de la historia de Francia y su participación en las luchas políticas internacionales de la época. 10 Para una sociología política del liderazgo municipal de la Liga en París durante la crisis de las guerras de religión, véase J. H. Salmón, «The París Sixteen, 1584-1594: The social analyisis of a revolutionary movement», Journal of Modern History, vol. 44, 4 diciembre de 1972, páginas 540-76. Salmón muestra la importancia de los rangos medio y bajo de los juristas en el Consejo de los Dieciseis, e insiste en manipulación de las masas plebeyas, junto con la concesión de algunas mejoras económicas, bajo su dictadura. H. G. Koenigsberger esboza un breye análisis comparativo en «The organization of revolutionary parties in France and the Netherlands during the sixteenth century» Journal of Modern History, 27, diciembre de 1955, pp. 335-51. Pero todavía queda mucho trabajo que hacer sobre la Liga, uno de los fenómenos más complejos y enigmáticos del siglo; el movimiento que inventó las barricadas urbanas espera todavía su historiador marxista.
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E s t a doble radicalización en la ciudad y en el c a m p o f u e lo q u e f i n a l m e n t e reunificó a la clase d o m i n a n t e : la nobleza comenzó a c e r r a r filas tan p r o n t o c o m o existió u n peligro real de levant a m i e n t o desde a b a j o . E n r i q u e IV aceptó tácticamente el catolicismo, reunió a los p a t r o c i n a d o r e s aristocráticos de la Liga, aisló a los comités y s u p r i m i ó las rebeliones campesinas. Las guerras de religión t e r m i n a r o n con la r e a f i r m a c i ó n del Estad o real. A p a r t i r de este m o m e n t o , el a b s o l u t i s m o f r a n c é s llegó con relativa rapidez a su madurez, a u n q u e todavía h a b r í a de producirse u n a regresión radical antes de que se estableciera definitivamente. Sus grandes arquitectos administrativos en el siglo x v n f u e r o n , p o r supuesto, Sully, Richelieu y Colbert. Cuando comenzaron su t r a b a j o , las dimensiones y la diversidad del país a ú n permanecían a m p l i a m e n t e inconquistadas. Los príncipes reales e r a n todavía rivales celosos del monarca, y con frecuencia e s t a b a n en posesión de gobiernos hereditarios. Los parlements provinciales, compuestos p o r u n a mezcla de pequeña aristocracia r u r a l y abogados, r e p r e s e n t a b a n los bastiones del p a r t i c u l a r i s m o tradicional. E n París y en o t r a s ciudades crecía u n a burguesía comercial que controlaba el p o d e r municipal. Las m a s a s francesas se habían levantado d u r a n t e las guerras civiles del siglo anterior, en las que a m b o s lados habían b u s c a d o su apoyo en diferentes ocasiones, y conservaban el r e c u e r d o de la insurrección p o p u l a r " . El carácter específico del E s t a d o absolutista f r a n c é s q u e surge en el grand siécle está destinado a e n f r e n t a r s e y d o m i n a r a este c o n j u n t o de fuerzas. E n r i q u e IV estableció la presencia real y el p o d e r central en París p o r vez p r i m e r a , r e c o n s t r u y e n d o la ciudad y convirtiéndola en capital p e r m a n e n t e del reino. La pacificación civil f u e a c o m p a ñ a d a de u n a atención especial hacia la recuperación agrícola y la promoción del comercio de exportación. El magn e t i s m o personal del f u n d a d o r de la nueva dinastía b o r b ó n i c a r e s t a u r ó el prestigio p o p u l a r de la m o n a r q u í a . El edicto de Nantes y sus artículos complementarios contuvieron el p r o b l e m a del p r o t e s t a n t i s m o al concederle u n a a u t o n o m í a regional limitada. No se convocaron los Estados Generales, a pesar de las p r o m e s a s hechas en este sentido d u r a n t e la guerra civil. Se conservó la paz exterior y, con el' , la economír, ad r i n L t r a ' va. Sully, el canciller hugonote, duplicó los ingresos netos del Estado, principalmente p o r medio de los impuestos indirectos, la 11 J. H. Salmón insiste en este punto: «Venality of office and popular sedition in 17th century France», Past and Present, julio de 1967, pp. 41-3.
90 Inglaterra 118 48 racionalización de las contribuciones agrarias y la reducción de gastos. La evolución institucional m á s i m p o r t a n t e del reinado fue la introducción de la paulette en 1604: la venta de cargos en el a p a r a t o del Estado, que había existido d u r a n t e m á s de u n siglo, f u e estabilizada p o r el p r o c e d i m i e n t o de Paulet de hacerlos hereditarios a c a m b i o del pago de u n p e q u e ñ o p o r c e n t a j e anual sobre su valor de compra, medida destinada n o sólo a a u m e n t a r los ingresos de la m o n a r q u í a , sino también a aislar a la b u r o c r a c i a de la influencia de los potentados. B a j o el frugal régimen de Sully, la venta de cargos r e p r e s e n t ó ú n i c a m e n t e alrededor del 8 p o r 100 de los ingresos presupuestarios 1 2 , p e r o a p a r t i r de la minoría de edad de Luis X I I I esta proporción cambió r á p i d a m e n t e . Una recrudescencia del faccionalismo nobiliario y del m a l e s t a r religioso —evidente en la última e ineficaz sesión de los Estados Generales (1614-1615) celebrada antes de la revolución francesa— y la p r i m e r a intervención agresiva del Parlement de París c o n t r a u n gobierno real, c o n d u j e r o n a u n c o r t o p r e d o m i n i o del d u q u e de Luynes. Las pensiones p a r a c o m p r a r la benevolencia de los grandes nobles reticentes y la reanudación de la guerra c o n t r a los hugonotes en el sur aument a r o n considerablemente los gastos estatales. A p a r t i r de ese m o m e n t o , la burocracia y la j u d i c a t u r a se colmarían con el mayor volumen de transacciones venales conocido en E u r o p a . Francia se convirtió en la tierra clásica de la venta de cargos, a medida que la m o n a r q u í a creaba u n n ú m e r o creciente de sinecuras y p r e b e n d a s p a r a asegurar sus ingresos. E n t r e 1620 y 1624 el t r á f i c o de cargos p r o p o r c i o n ó alrededor del 38 p o r 100 de los ingresos reales 1 3 . Además, el a r r e n d a m i e n t o de impuestos se s u b a s t a b a h a b i t u a l m e n t e e n t r e los grandes financieros, cuyos sistemas de recaudación podían desviar de su camino hacia el E s t a d o h a s t a las dos terceras p a r t e s de los ingresos fiscales. Por o t r o lado, la f u e r t e alza de los costos de la política exterior e interior, en la nueva coyuntura internacional de la guerra de los Treinta Años, f u e tan grande que la m o n a r q u í a tuvo que r e c u r r i r c o n s t a n t e m e n t e a créditos concedidos con altos intereses p o r los consorcios de sus propios a r r e n d a t a r i o s de impuestos, que eran s i m u l t á n e a m e n t e officiers que h a b í a n c o m p r a d o posiciones en la sección de tesorería del a p a r a t o de Estado 1 4 . E s t e círculo vicioso de improvisación financiera exu Menna Prestwich, «From Henri III to Louis XIV», en H. TrevorRoper, comp., The age of expansión, Londres, 1968, p. 199. 13 Prestwich, «From Henri III to Louis XIV», p. 199. 14 Hay una buena exposición de este fenómeno en A. D. Lublinskaya, French absolutism: the crucial phase, 1620-1629, Cambridge, 1968, pp. 234-
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t r e m ó inevitablemente la confusión y la corrupción. La multiplicación de los cargos venales, en los que ahora se refugiaba u n a nueva noblesse de robe, imposibilitaba el control f i r m e de la dinastía sobre las instituciones de la justicia pública y las finanzas y dispersaba, t a n t o central como localmente, el p o d e r burocrático. A p e s a r de todo, f u e en esta m i s m a época cuando, curiosam e n t e entrelazada con este sistema, Richelieu y sus sucesores comenzaron a c o n s t r u i r u n a m a q u i n a r i a administrativa racionalizada, que hiciese posible p o r vez p r i m e r a el control y la intervención reales directos en toda Francia. El cardenal, que era desde 1624 el soberano de jacto del país, procedió rápidam e n t e a liquidar las fortalezas r e m a n e n t e s de los hugonotes en el sudoeste, con el sitio y c a p t u r a de La Rochelle; aplastó las sucesivas conspiraciones aristocráticas con ejecuciones sumarias; abolió las más altas dignidades militares medievales; derribó los castillos de los nobles y prohibió el duelo, y suprimió los Estados allí donde lo p e r m i t i ó la resistencia local (Normandía). Por encima de todo, Richelieu creó el eficaz sistema de intendants. Los intendants de justice, de pólice et de finances eran funcionarios enviados con poderes o m n í m o d o s a las provincias, en un p r i m e r m o m e n t o con misiones temporales y ad hoc, y que más adelante se convirtieron en delegados permanentes del gobierno central en toda Francia. N o m b r a d o s direct a m e n t e p o r la monarquía, sus cargos eran revocables y no se podían c o m p r a r : reclutados h a b i t u a l m e n t e e n t r e los antiguos maitres des requétes —y ellos mismos nobles pequeños o medios en el siglo x v n — , los intendants r e p r e s e n t a r o n el nuevo p o d e r del Estado absolutista en los rincones m á s alejados del reino. E x t r e m a d a m e n t e impopulares entre el e s t r a t o de los officiers, cuyas prerrogativas locales infringían, al principio f u e r o n utilizados con precaución y coexistieron con los gobiernos tradicionales de las provincias. Pero Richelieu rompió el carácter cuasihereditario de estos señoríos regionales, que eran desde antiguo presa p a r t i c u l a r de los más altos potentados de la aristocracia, de tal m o d o que al final de su reinado sólo la c u a r t a p a r t e de esos gobiernos estaban en las mismas manos que antes de su subida al poder. D u r a n t e este período hubo, pues, un desarrollo simultáneo y contradictorio de los grupos de officiers y commissaires d e n t r o del c o n j u n t o de la
43; sobre la parte de la taille que se apropiaban los arrendatarios de impuestos, vease la p. 308 (de los 19 millones de livres, se apropiaban 13 a mediados de la década de 1620).
Inglaterra 118 49 e s t r u c t u r a del Estado. Mientras el papel de los intendants se hacía progresivamente m á s p r o m i n e n t e y autoritario, la magist r a t u r a de los diversos parlements de la tierra, campeones del legalismo y el particularismo, se convirtió en el portavoz m á s ruidoso de la resistencia de los officiers contra los intendants, bloqueando i n t e r m i t e n t e m e n t e las iniciativas del gobierno real. Así pues, la e s t r u c t u r a de la m o n a r q u í a f r a n c e s a llegó a adquirir, t a n t o en la teoría como en la práctica, u n a extrema y florida complejidad. Kossman ha descrito sus contornos p a r a la conciencia de las clases poseedoras de aquel t i e m p o en un notable p á r r a f o : «Los c o n t e m p o r á n e o s sentían que el absolutismo n o excluía en m o d o alguno aquella tensión que les parecía inherente al Estado, y que n o alteraba ninguna de sus ideas sobre el gobierno. Para ellos, el E s t a d o era como u n a iglesia b a r r o c a en la que u n gran n ú m e r o de concepciones diferentes se mezclan, chocan y finalmente se a b s o r b e n en u n único y magnifícente sistema. Los arquitectos habían descubierto recientemente el óvalo, y en sus ingeniosas combinaciones el espacio se hizo vivo: p o r todas partes, el esplendor de las f o r m a s ovaladas, brillando desde sus curvas, proyectaba en el c o n j u n t o de la construcción la energía sutil y los r i t m o s oscilantes e inciertos acariciados p o r el nuevo estilo» 1 5 . Estos principios «estéticos» del absolutismo f r a n c é s correspondían, n o obstante, a propósitos funcionales. Como ya h e m o s visto, la relación e n t r e impuestos y cargas en la época tradicional h a sido conceptualizada c o m o u n a tensión e n t r e la r e n t a feudal «centralizada» y la «local». En cierto sentido, esta duplicación «económica» se reproducía en las e s t r u c t u r a s «políticas» del absolutismo francés. E n efecto, la m i s m a complejidad de la a r q u i t e c t u r a del E s t a d o f u e la que permitió u n a unificación lenta p e r o inint e r r u m p i d a de la propia clase noble, q u e se a d a p t ó gradualm e n t e al nuevo molde centralizado, s u j e t o al control público de los intendants, m i e n t r a s todavía ocupaba a título privado posiciones d e n t r o del sistema de officiers y gozaba de la autoridad local en los parlements provinciales. Simultáneamente, p o r o t r a parte, se conseguía la proeza de integrar a la naciente burguesía f r a n c e s a en el circuito del E s t a d o feudal, p o r q u e la c o m p r a de cargos r e p r e s e n t a b a u n a inversión tan rentable que » «O para cambiar la metáfora: si la autoridad real era un sol brillante había otro poder que reflejaba, concentraba y templaba su luz, una sombra que encerraba esa fuente de energía en la que ningún ojo humano podía descansar sin quedarse ciego. Nos referimos a los parlamentos y, sobre todo, al Parlamento de París.» Ernst Kossmann, La t ronde, Leydén, 1954, p. 23.
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el capital se desviaba c o n t i n u a m e n t e de las aventuras manuf a c t u r e r a s o mercantiles hacia u n a colusión u s u r e r a con el E s t a d o absolutista. Sinecuras y honorarios, a r r e n d a m i e n t o s de impuestos y créditos, honores y bonos desviaron la riqueza burguesa de la producción. La adquisición de títulos nobiliarios y de i n m u n i d a d fiscal se convirtió en u n objetivo empresarial n o r m a l p a r a los roturiers. La consecuencia social f u e la creación de u n a burguesía q u e tendía a asimilarse crecientemente con la aristocracia a través de las exenciones y los privilegios de los cargos. Por s u parte, el E s t a d o p a t r o c i n ó m a n u f a c t u r a s reales y sociedades públicas mercantiles que, desde Sully a Colbert, p r o p o r c i o n a r o n negocios útiles a esta clase 16. El result a d o f u e llevar a u n a vía m u e r t a la evolución política de la burguesía f r a n c e s a d u r a n t e ciento cincuenta años. El peso de todo este a p a r a t o cayó sobre los pobres. El Estado feudal reorganizado golpeó sin piedad a las m a s a s rurales y u r b a n a s . En el caso f r a n c é s puede apreciarse con u n a desl u m b r a n t e claridad la medida en q u e la conmutación local de las cargas y el crecimiento de u n a agricultura m o n e t a r i z a d a se vieron compensados p o r la extracción centralizada de excedente del campesinado. E n 1610, los agentes fiscales del E s t a d o r e c a u d a r o n 17 millones de libras procedentes de la taille. En 1644, las exacciones p o r este i m p u e s t o se h a b í a n triplicado hasta alcanzar los 44 millones de libras. La contribución total se cuadruplicó en la década posterior a 1 6 3 0 L a causa de este r e p e n t i n o y e n o r m e crecimiento de la carga fiscal fue, naturalmente, la intervención diplomática y militar de Richelieu en la guerra de los Treinta Años, la cual, realizada al principio p o r m e d i o de subvenciones a Suecia y después p o r el empleo de mercenarios alemanes, t e r m i n ó con la presencia de grandes ejércitos franceses en el c a m p o de batalla. El efecto internacional f u e decisivo. Francia selló el destino de Alemania y destrozó el predominio español. El t r a t a d o de Westfalia, f i r m a d o c u a t r o anos después de la histórica victoria f r a n c e s a en Rocroi, extendió las f r o n t e r a s de la m o n a r q u í a f r a n c e s a desde el Mosa hasta el Rin. Las nuevas e s t r u c t u r a s del absolutismo f r a n c é s recibieron su b a u t i s m o de fuego en la guerra europea. El éxito f r a n c é s en la lucha c o n t r a E s p a ñ a coincidió, efectivamente, con la consolidación interior del c o m p l e j o b u r o c r á t i c o dual " B- Fr Porshnev, Les soulévements populaires en France de 1623 á 1048, pp. 547-60. " Prestwich «From Henri III to Louis XIV», p. 203; Mousnier, Peasant iWsmgs, Londres, 1971, p. 307 [Furores campesinos, Madrid, Siglo XXI,
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e elevó al p r i m e r E s t a d o borbónico. Las emergencias militares del conflicto facilitaron la imposición de intendants en las zonas invadidas o amenazadas; al m i s m o tiempo, sus e n o r m e s gastos financieros exigieron u n a venta de cargos sin precedentes v p r o d u j e r o n f o r t u n a s espectaculares p a r a los consorcios de banqueros. Los costos reales de la guerra f u e r o n soportados por los pobres, e n t r e los q u e provocó grandes estragos sociales. Las presiones fiscales del absolutismo de guerra provocaron u n a constante m a r e j a d a de rebeliones desesperadas de las masas u r b a n a s y rurales d u r a n t e toda esta década. Se p r o d u j e r o n revueltas u r b a n a s en Dijon, Aix y Poitiers en 1630; jacqueries en los campos de Angoumois, Saintonge, Poitou, P e n g o r d y Guyena en 1636-37; u n a i m p o r t a n t e rebelión plebeya y campesina en N o r m a n d í a en 1639. Los levantamientos regionales de mayor i m p o r t a n c i a se entremezclaron con constantes estallidos menores de m a l e s t a r c o n t r a los r e c a u d a d o r e s de i m p u e s t o s en amplias zonas de Francia, estallidos f r e c u e n t e m e n t e patrocinados p o r la p e q u e ñ a nobleza local. Las t r o p a s reales participab a n h a b i t u a l m e n t e en la represión interior m i e n t r a s el conflicto internacional se libraba en el exterior.
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E n cierto sentido, la F r o n d a p u e d e considerarse c o m o la «cresta» más alta de esta larga ola de rebeliones populares , en la que d u r a n t e u n breve período algunos sectores de la alta nobleza, de la m a g i s t r a t u r a de los titulares de cargos y de la burguesía municipal utilizaron a las m a s a s descontentas p a r a sus propios fines c o n t r a el E s t a d o absolutista. Mazarmo, q u e sucedió a Richelieu en 1642, había dirigido h á b i l m e n t e la política exterior de Francia h a s t a el final de la guerra de los Treinta Años y, con ella, la adquisición de Alsacia. Sin embargo, después de la paz de Westfalia, Mazarino provocó la crisis de la F r o n d a al prolongar la guerra c o n t r a E s p a ñ a hacia el t e a t r o mediterráneo, donde pretendía, en su calidad de italiano, la conquista de Nápoles y Cataluña. La extorsión fiscal y la manipulación financiera p a r a apoyar el e s f u e r z o militar en el exterior coincidieron con las sucesivas malas cosechas de 1647, 1649 y 1651. El h a m b r e y la f u r i a populares se c o m b i n a r o n con u n a rebelión de los officiers, p r o d u c i d a p o r el hastío de la guer r a y dirigida p o r el Parlement de París c o n t r a el sistema de intendants; con el disgusto de los rentiers p o r la forzosa devaluación de los bonos del gobierno y con la envidia de los poderosos pares del reino hacia u n a v e n t u r e r o italiano que manipu" Esta es la opinión de Porshnev en Les soulévements France.
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laba a u n rey en minoría de edad. El estallido constituyó un t u m u l t o c o n f u s o y a m a r g o en el que, u n a vez más, el país pareció caer en pedazos a medida que las provincias se desvinculaban de París, los ejércitos privados llenos de indeseables erraban p o r los campos, las ciudades establecían dictaduras municipa les rebeldes, y u n a serie de intrigas y m a n i o b r a s complejas dividían y reunían a los príncipes rivales que competían p o r el control de la corte. Los gobernadores provinciales i n t e n t a r o n a j u s t a r cuentas con los parlements m i e n t r a s las autoridades municipales aprovechaban la o p o r t u n i d a d p a r a atacar a las maU La í ™5 , l o c a l e s F r o n d a r e p r o d u j o , pues, muchos Cem e n t o s de la p a u t a m a r c a d a p o r las guerras de religión. Esta vez, la insurrección u r b a n a m á s radical coincidió con u n a de las zonas rurales tradicionalmente más desafectas: la Ormée de B u r d e o s y el extremo sudoccidental f u e r o n los últimos centros que resistieron a los ejércitos de Mazarino. Pero las tomas en S o T 5 / 6 1 Burdeos y en París tuvieron lugar dema z a d o , Í / f P a r a / e c , t a r a l r e s u l t a d o ^ los conflictos entrelazados de la Fronda; el p r o t e s t a n t i s m o local permaneció, en términos generales, c a u t a m e n t e neutral en el sur, y la Ormée n o í v T w t ^ H J r ° g r a m a P ? l í t i ó ° coherente, a p a r t e de su instintiva hostilidad hacia la burguesía local b o r d e l e s a E n 1653 Mazarino y T u r e n n e habían extirpado los últimos reductos de la rebelión. Los progresos de la centralización administrativa y de la reorganización de las clases, conseguidos en el seno de las e s t r u c t u r a s mixtas de la m o n a r q u í a f r a n c e s a en el siglo Xvn m o s t r a r o n su eficacia. Aunque la presión social desde a b a j o f u e p r o b a b l e m e n t e más apremiante, la F r o n d a f u e en realidad menos peligrosa p a r a el E s t a d o m o n á r q u i c o que las guerras de religión, p o r q u e las clases propietarias estaban ahora más unidas. En efecto, a p e s a r de todas las contradicciones existentes e n t r e los sistemas de officiers y de intendants, ambos grupos procedían p r e d o m i n a n t e m e n t e de la noblesse de robe, mientras os b a n q u e r o s y a r r e n d a t a r i o s de impuestos contra quienes pron^tíf11 P a ' l e m e n t s estaban personal y e s t r e c h a m e n t e conectados con ellos. El proceso de fusión p e r m i t i d o p o r la coexistencia de los dos sistemas d e n t r o de un m i s m o E s t a d o acabó p o r asegurar u n a solidaridad m u c h o más rápida contra las masas^ La m i s m a p r o f u n d i d a d del m a l e s t a r p o p u l a r revelado p o r la F r o n d a recorto la última r u p t u r a emocional con la m o n a r q u í a protagonizada p o r la aristocracia disidente: a u n q u e todavía » Sobre este aspecto, véase Kossmann, La Fronde, Kossmann, La Fronde, pp. 204, 247, 250-2.
pp. 117-38
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á s levantamientos campesinos en el siglo x v n , ya n o se r o d u i o n u n c a más u n a confluencia de rebeliones procedentes ^ arriba y de abajo. La F r o n d a costó a Mazarino sus proyect a s conquistas en el Mediterráneo, p e r o cuando la guerra r o n t r a E s p a ñ a finalizó, con el t r a t a d o de los Pirineos se habían añadido a Francia el Rosellón y el Artois, y u n a selecta elite burocrática estaba e n t r e n a d a y p r e p a r a d a p a r a el m a j e s t u o s o nrden administrativo del p r ó x i m o reinado. En adelante, la aristocracia habría de sentar cabeza b a j o el a b s o l u t i s m o consum a d o y solar de Luis XIV. El nuevo soberano asumió el m a n d o personal de t o d o el aparato de E s t a d o en 1661. Una vez que la a u t o r i d a d real y el poder ejecutivo se reunieron en un único soberano, todo el potencial político del absolutismo f r a n c é s llegó r á p i d a m e n t e a su plenitud. Los parlements f u e r o n silenciados, y su pretensión de p r e s e n t a r p r o t e s t a s antes de registrar los edictos reales quedó anulada (1673). Los d e m á s tribunales soberanos f u e r o n reducidos a la obediencia. Los E s t a d o s provinciales ya no pudieron discutir ni negociar los impuestos: la m o n a r q u í a dicto u n a s exigencias fiscales muy precisas que los E s t a d o s se vieron obligados a aceptar. La a u t o n o m í a municipal de las bonnes villes f u e e m b r i d a d a , al ser domesticadas las alcaldías e instalarse en ellas las guarniciones militares. Los gobiernos se concedían sólo p o r tres años, y sus titulares q u e d a b a n obligados con frecuencia a residir en la corte, lo q u e los c o n v e r t í a en meram e n t e honoríficos. El m a n d o de las ciudades fortificadas en las regiones fronterizas f u e sometido a u n a cuidadosa rotación. La alta nobleza tuvo que residir en Versalles u n a vez que se t e r m i n ó el nuevo palacio (1682), y q u e d ó separada del señorío efectivo sobre sus dominios territoriales. Todas estas medidas contra el p a r t i c u l a r i s m o r e f r a c t a r i o de los grupos e instituciones tradicionales provocaron, n a t u r a l m e n t e , el resentimiento t a n t o de príncipes y p a r e s como de la p e q u e ñ a aristocracia provincial Pero no c a m b i a r o n el vínculo objetivo e n t r e la aristocracia y el Estado, m u c h o más eficaz a h o r a q u e n u n c a en la protección de los intereses básicos de la clase noble. El grado de explotación económica garantizado p o r el absolutismo francés puede apreciarse p o r este cálculo reciente: d u r a n t e el siglo x v n , la nobleza - u n 2 p o r 100 de la p o b l a c i ó n - se apropio e n t r e u n 20 y u n 30 p o r 100 de toda la r e n t a nacional 2 1 . La llho m
» Pierre Goubert, «Les problémes de la noblese au xvni* siecle» en XlIIth International Congress of Histoncal Sciences, Moscú, 1970, p. 5-
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m a q u i n a r i a central del p o d e r real fue, p o r tanto, c o n c e n t r a d a racionalizada y ampliada sin u n a seria resistencia aristocrática' Luis XIV h e r e d ó de Mazarino sus principales ministros: Le Tellier, encargado de los a s u n t o s militares; Colbert que llegó a c o m b i n a r la dirección de la hacienda, la casa y la a r m a d a reales; Lionne, que dirigía la política exterior, y Séguier que en su calidad de canciller cuidaba de la seguridad interior Estos a d m i n i s t r a d o r e s competentes y disciplinados f o r m a b a n la cima del orden burocrático, puesto ahora a disposición de la m o n a r q u í a . El rey presidía p e r s o n a l m e n t e las deliberaciones del p e q u e ñ o Conseil d'en Haut, que c o m p r e n d í a a sus servidores políticos de m a y o r confianza y excluía a todos los príncipes v los grandes Este consejo se convirtió en el s u p r e m o o r g a n i s m o ejecutivo del Estado, m i e n t r a s el Conseil des Dépéches se encargaba de los asuntos provinciales y del interior y el Conseil des t manees, de reciente creación, supervisaba la organización economica de la m o n a r q u í a . La eficacia d e p a r t a m e n t a l de este sistema relativamente tenso, ligado p o r la actividad incansable del p r o p i o Luis XIV, era m u c h o m a y o r que la de los incómodos mecanismos conciliares del absolutismo de los H a b s b u r g o en España, con su distribución semiterritorial y sus interminables deliberaciones colectivas. En u n plano inferior, la red de intendants cubría ya la totalidad de Francia (Bretaña f u e la última provincia en recibir un comisario en 1689) El país f u e dividido en 32 généralités, cuyo p o d e r s u p r e m o residía ahora en el intendant real, asistido p o r los subdélégués e investido con nuevos poderes sobre la tasación y supervisión de la taille, derechos vitales que le f u e r o n t r a n s f e r i d o s p o r el antiguo officier «tesorero» que a n t e r i o r m e n t e los controlaba. El personal total del sector civil del a p a r a t o de E s t a d o central del absolutismo f r a n c é s en el reinado de Luis XIV era todavía muy modestoquizá tan solo 1.000 funcionarios responsables, c o n t a n d o la corte y las provincias 2 3 . Pero estos funcionarios estaban apoyados en u n a impresionante m a q u i n a r i a coactiva. Para conservar el orden y r e p r i m i r las revueltas en París se creó u n a fuerza p e r m a n e n t e de policía (1667), que m á s adelante se extendió a toda Francia (1698-99). El volumen del ejército creció enormem e n t e d u r a n t e el reinado, p a s a n d o de unos 30 ó 50.000 hombres a 300.000 al final de este p e r í o d o L e Tellier y LouvoTs
" £ i e i 7 e Goubert, Louis XIV et vingt milüons de francais pp 164 166 » Goubert, LOUIS XIV et vingt millions de francais, P 72 J. Moye, Europe unfolding 1648-1688, Londres, 1969 p 223 \El dec
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i n t r o d u j e r o n la paga regular, la instrucción y los u n i f o r m e s ; Vauban m o d e r n i z ó las a r m a s militares y las fortificaciones. E crecimiento de este a p a r a t o militar significó el d e s a r m e final de la nobleza provinciana y la capacidad de a p l a s t a r las rebeliones populares con rapidez y eficacia 2 5 . Los m e r c e n a r i o s suizos q u e p r o p o r c i o n a r o n al absolutismo b o r b ó n i c o sus t r o p a s domésticas, a y u d a r o n a a c a b a r con toda rapidez con el campesinado boloñés y camisard; los nuevos dragones llevaron a cabo la expulsión masiva de los hugonotes de Francia. El incienso ideológico que r o d e a b a a la m o n a r q u í a , p r o f u s a m e n t e dispensado p o r los clérigos y escritores asalariados del regimen, envolvió la represión a r m a d a en la que éste se basaba, p e r o n o p u d o ocultarla. El a b s o l u t i s m o f r a n c é s alcanzó su apoteosis institucional en las ú l t i m a s décadas del siglo x v n . La e s t r u c t u r a del E s t a d o y la c o r r e s p o n d i e n t e c u l t u r a d o m i n a n t e perfeccionadas en el rein a d o de Luis XIV iban a convertirse en el modelo de la m a y o r p a r t e de la nobleza europea: España, Portugal, P i a m o n t e y Prusia f u e r o n tan sólo los últimos e j e m p l o s más directos de esa influencia. P e r o el rayonnement político de Versalles n o era u n fin en sí mismo. Las realizaciones organizativas del absol u t i s m o b o r b ó n i c o e s t a b a n destinadas, en la concepción de Luis XIV, p a r a servir a u n p r o p ó s i t o específico: el objetivo superior de la expansión militar. La p r i m e r a década del rein a d o desde 1661 a 1672, s u p u s o esencialmente u n a p r e p a r a c i ó n interior p a r a las f u t u r a s aventuras exteriores. Administrativa, económica y culturalmente, éstos f u e r o n los años m á s refulgentes del r e i n a d o de Luis XIV; casi todas sus o b r a s m á s duraderas d a t a n de estos años. B a j o la capaz superintendencia de p r i m e r Colbert se estabilizó la presión fiscal y se p r o m o v i ó el comercio. Los gastos del E s t a d o disminuyeron gracias a la supresión general de los nuevos cargos creados desde 1630; las depredaciones de los a r r e n d a t a r i o s de i m p u e s t o s se r e d u j e r o n drásticamente, a u n q u e la recaudación n o f u e r e a s u m i d a p o r el Estado; las tierras reales f u e r o n s i s t e m á t i c a m e n t e r e c u p e r a d a s . La taille personnelle descendió de 42 a 43 millones de libras m i e n t r a s que la taille réelle se elevó a l r e d e d o r de u n 50 p o r 100 en los pays d'états, cuyas cargas fiscales eran m á s livianas; la recaudación de impuestos indirectos se elevó en t o r n o al 60 p o r 100 p o r m e d i o de u n control cuidadoso del sistema de
• Roland Mousnier, Peasant uprisings, p. 115 insiste correctamente en este punto al comentar que las rebeliones de 1675 en Bretaña y Burdeos fueron los últimos levantamientos sociales serios del siglo.
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a r r e n d a m i e n t o . Los ingresos netos de la m o n a r q u í a se duplicaron e n t r e 1661 y 1671, y se alcanzó el superávit p r e s u p u e s t a r i o con r e g u l a r i d a d M i e n t r a s tanto, se lanzó u n ambicioso p r o g r a m a mercantilista p a r a acelerar el desarrollo m a n u f a c t u r e r o y comercial de Francia, y la expansión colonial en el exteriorlas subvenciones reales f u n d a r o n nuevas industrias (paños cristal, tapicería, o b j e t o s de hierro); se crearon compañías con privilegios reales p a r a explotar el comercio de Oriente y de las Indias Occidentales; los astilleros recibieron f u e r t e s subsidios y, p o r ultimo, se i m p u s o un sistema de aranceles a l t a m e n t e proteccionista. Fue este m i s m o mercantilismo, sin e m b a r g o el que c o n d u j o directamente a la decisión de invadir Holanda en 1672, con la intención de s u p r i m i r la competencia de su comercio —que se había m o s t r a d o fácilmente superior al francés— p o r m e d i o de la incorporación de las Provincias Unidas a los dominios franceses. La guerra holandesa f u e inicialmente u n éxito: las t r o p a s f r a n c e s a s cruzaron el Rin, se acercaron s o r p r e n d e n t e m e n t e a A m s t e r d a m y t o m a r o n Utrecht. Sin embargo, u n a coalición internacional — E s p a ñ a y Austria sobre t o d o - se f o r m ó r á p i d a m e n t e p a r a la defensa del statu quo, m i e n t r a s la dinastía Orange volvía a t o m a r el p o d e r en Holanda f o r j a n d o u n a alianza m a t r i m o n i a l con Inglaterra. Siete años de lucha t e r m i n a r o n con Francia en posesión del Franco-Cond a d o y con u n a f r o n t e r a ampliada en Artois y Flandes p e r o con las Provincias Unidas intactas y los aranceles antiholandeses de 1667 anulados: u n balance m o d e s t o en el exterior En el interior, la reducción fiscal de Colbert había q u e d a d o definitivamente a r r u i n a d a : la venta de cargos se multiplicó u n a vez mas, se a u m e n t a r o n las viejas contribuciones, se inventar o n o t r a s nuevas, se emitieron empréstitos y los subsidios comerciales f u e r o n abandonados. En adelante, la guerra iba a d o m i n a r p r á c t i c a m e n t e todos los aspectos del reinado 2 7 La miseria y el h a m b r e causadas p o r las exacciones del E s t a d o y p o r u n a s e n e de malas cosechas provocaron nuevos levantamientos del c a m p e s i n a d o en Guyena y Bretaña en 1674-75 que f u e r o n suprimidos p o r las a r m a s de f o r m a s u m a r i a : en esta * G o u b e r t . L o u i s XIV
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a r t e : y e l e c o d e l p a s ^encé nombre i a Y de Martinent ™ U y o m ! S m , ° U n p r o g r a m a - resonaba de nuevo en la monoton7a ^ e l c ? ó t toma mayestática de los interminables alejandrinos». Michael Roberts
1967 p^ / ( T
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r a s i ó n ningún señor o propietario intentó utilizarlos p a r a sus Propios fines. La nobleza, aligerada de las cargas m o n e t a r i a s que Richelieu y Mazarino habían intentado imponerle, permaneció c o m p l e t a m e n t e leal 2 8 . Sin embargo, el restablecimiento de la paz en la década de 1680 se limitó a a c e n t u a r la arrogancia del absolutismo borbonico El rey se e n c e r r ó en Versalles; el calibre de los ministros descendió a medida que la generación escogida p o r M a z a r m e cedía sus puestos a sucesores m á s o menos mediocres, elegidos por cooptación hereditaria d e n t r o del m i s m o g r u p o de familias fnterrelacionadas de la noblesse de robe; t o r p e s gestos antipapales se mezclaron con la d e s p r e o c u p a d a expulsión de los protestantes del reino; se utilizaron subterfugios legales poco solidos p a r a u n a serie de pequeñas anexiones en el nordeste. E n el interior continuó la depresión agraria, a u n q u e el comercio marítimo se recobró y alcanzó u n a repentina prosperidad, p a r a preocupación de los m e r c a d e r e s ingleses y holandeses. La der r o t a del candidato f r a n c é s al electorado de Colonia y la subida de Guillermo I I I al t r o n o inglés f u e r o n las señales p a r a la reanudación del conflicto internacional. La guerra de la Liga de Augsburgo (1689-97) alineó p r á c t i c a m e n t e a toda la E u r o p a occidental y central c o n t r a Francia: Holanda, Inglaterra, Austria, España, Saboya y la m a y o r p a r t e de Alemania. Los ejércitos franceses habían m á s que doblado su f u e r z a en la decada intermedia, hasta alcanzar los 220.000 h o m b r e s . Lo más que pudieron h a c e r f u e m a n t e n e r a la coalición en u n a s costosas tablas: los objetivos bélicos de Luis XIV q u e d a r o n f r u s t r a d o s en todas partes. La única ganancia registrada p o r Francia en el t r a t a d o de Ryswick f u e la aceptación europea de la absorción de E s t r a s b u r g o , que ya estaba asegurada antes del comienzo de la guerra; los d e m á s territorios ocupados tuvieron que ser evacuados, a la vez que la a r m a d a f r a n c e s a era desplazada de los mares. Para financiar el esfuerzo de guerra, se inventó u n a cascada de nuevos cargos que se pusieron a la venta, se s u b a s t a r o n títulos, se multiplicaron los empréstitos obligatorios y las r e n t a s públicas, se manipuló el valor de la m o n e d a y, p o r p r i m e r a vez, se i n t r o d u j o u n i m p u e s t o p o r «capi-
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sentido, sus ideales culturales: «El orden y la a T u srlaxirvCIvníl « r n e n t e ? d 0 P t a d ° S e n \OS d e s f i I e s h i t a r e s proporcionaron a Luis XIV y a sus contemporáneos el modelo al que debían conformarse
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» Los cardenales habían intentado someter a la nobleza a impuestos que de" disfrazados bajo la forma de «conmutaciones» del ban mll'tar bían los feudos. A la nobleza no le gustaron nada y fueron abandonados por Luis XIV. Véase Pierre Deyon, «A propos des rapports entre la noblesse fran?aise et la monarchie absolue pendant la premiére moitié du xvn' siécle», Revue historique, ccxxxi, 1964, pp. 355-6.
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tación» del que n o se libró ni la p r o p i a n o b l e z a » . La inflación el h a m b r e y el despoblamiento asolaron el campo. A pesar de todo, cinco años después Francia se sumergió de nuevo en un conflicto e u r o p e o p o r la sucesión española. Las b r u s c a s provocaciones y la ineptitud diplomática de Luis XIV ampliaron al m á x i m o u n a vez más la coalición c o n t r a Francia en esta decisiva contienda militar en la que a h o r a e n t r a b a : el v e n t a j o s o t e s t a m e n t o de Carlos II f u e rechazado con desprecio p o r e l h e r e d e r o francés, los ejércitos f r a n c e s e s o c u p a r o n Flandes, Esp a n a f u e dirigida p o r emisarios franceses, la t r a t a de esclavos f Z r Z ? f S a , m ™ a s f u e P u e s t a en m a n o s de m e r c a d e r e s franceses, y el exiliado E s t u a r d o que reclamaba o s t e n t o s a m e n t e el t r o n o f u e s a l u d a d o como legítimo m o n a r c a de Inglaterra La determinación borbónica de monopolizar la totalidad del" d e f v a í o h P t a n Í C ° ' r e c I r z a n d 0 c u a l £ l u i e r r e p a r t o o disminución Wr H . 1 1 1 e ? a n 0 1 ' U m Ó E v i t a b l e m e n t e a Austria, Inglay Parte de Alemania contra Al n r p S ^ ^ Francia. Al p r e t e n d e r conseguirlo todo, el a b s o l u t i s m o f r a n c é s acabó p o r n o o b t e n e r p r á c t i c a m e n t e n a d a de este esfuerzo s u p r e m o de expansión política. Los ejércitos borbónicos - q u e a h o r a contaban con 300.000 h o m b r e s , equipados con r i f l e s ^ bayone diezmados en 1 7 Blenheim, Ramillies, Turín, Oudenarde, Malplaquet. La m i s m a Francia recibió las sacudidas de la invasión, ya que la recaudación de impuestos se hundió, la m o n e d a f u e depreciada, las revueltas p o r el p a n asolaron a la capital, y las heladas y el h a m b r e paralizaron el campo. Sin embargo, a p a r t e del levantamiento local de los hugonotes en Cévennes, el campesinado p e r m a n e c i ó en calma. Por encima de él la clase d o m i n a n t e se m a n t u v o c o m p a c t a m e n t e unida en torno a la m o n a r q u í a , incluso a p e s a r de su autocrática disciplina y de los desastres exteriores que sacudían a toda la sociedad La tranquilidad sólo llegó con la d e r r o t a final en la guerra La paz f u e mitigada p o r las divisiones en la coalición victoriosa c o n t r a Luis XIV, que p e r m i t i e r o n a la joven r a m a de la dinastía borbonica conservar la m o n a r q u í a en E s p a ñ a al precio de la separación política de Francia. Por lo demás, tan ruinosos s u f r i m i e n t o s no p r o d u j e r o n ningún beneficio al absolutismo f r a n c é s ; simplemente, i n t r o d u j e r o n a Austria en los Países B a j o s y en Italia, e hicieron a I n g l a t e r r a d u e ñ a del comercio colonial en la América española. De hecho, la p a r a d o j a del absolutismo f r a n c é s f u e q u e su m a y o r brillantez interior no coincidió con su m a y o r predominio internacional. Por el con-
» G o u b e r t , Louis XIV
et vingt millions
de francais, p p . 158-62.
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f u e la e s t r u c t u r a de E s t a d o de Richelieu y M a z a n n o , todavía defectuosa e incompleta, m a r c a d a p o r anomalías institucionales y desgarrada p o r rebeliones internas, la que consiguió espectaculares éxitos en el e x t r a n j e r o , m i e n t r a s q u e la m o n a r q u í a consolidada y estabilizada de Luis XIV - c o n su autoridad y su e j é r c i t o e n o r m e m e n t e a u m e n t a d o s - f r a c a s ó estrepitosamente en su pretensión de imponerse sobre E u r o p a o conseguir avances territoriales notables. La construcción institucional y la expansión internacional estuvieron desfasadas e invertidas en el caso francés. La razón reside, evidentemente, en la aceleración de u n t i e m p o distinto al del a b s o l u t i s m o en los países m a r í t i m o s : H o l a n d a e Inglaterra. El absolutismo español conservó el dominio europeo d u r a n t e cien anos; contenido en p r i m e r lugar p o r la revolución holandesa, su p o d e r í o f u e destrozado f i n a l m e n t e p o r el absolutismo f r a n c é s a mediados del siglo x v n , con la ayuda de Holanda. Sin embargo, el absolutismo f r a n c é s n o gozó de u n período de hegemonía comparable en E u r o p a occidental. E n los veinte años que siguieron a la paz de los Pirineos, su expansión ya había sido eficazmente detenida. La d e r r o t a final de Luis XIV n o se debió a sus numerosos errores estratégicos, sino al cambio en la posicion relativa de Francia d e n t r o del sistema político e u r o p e o concomit a n t e con las revoluciones inglesas de 1640 y 1688 ». El desarrollo económico del capitalismo inglés y la consolidacion política de su E s t a d o a finales del siglo x v n s o b r e p a s a r o n al absolutismo francés, a u n q u e éste estuviera en su época de auge. Los verdaderos vencedores de la guerra de Sucesión española f u e r o n los comerciantes y los b a n q u e r o s de Londres: con ella comenzo u n imperialismo mundial británico. El ú l t i m o E s t a d o feudal español había sido d e r r i b a d o p o r su rival y e q u i v a l e n t e francés, ayudado p o r el p r i m e r E s t a d o burgués de Holanda. El u l t i m o E s t a d o feudal f r a n c é s f u e detenido en su camino p o r dos Estados capitalistas de desigual p o d e r - I n g l a t e r r a y H o l a n d a - , asistidos p o r su equivalente austríaco. I n t r í n s e c a m e n t e , el absolutismo b o r b ó n i c o f u e m u c h o más poderoso y mas u n i f i c a d o que el absolutismo español; p e r o las f u e r z a s alineadas c o n t r a » Naturalmente, Luis XIV fue incapaz de apreciar este cambio y de ahí s i s c o n t a n t e s y garrafales errores diplomáticos. La debüidad temnoral de Inglaterra en la década de 1660, cuando Carlos II era un proS o de F r a n c i a le condujo a infravalorar a la isla para siempre incluso c u a n d o su decisiva importancia política en la Europa occidental era ya F 1 f a l t o de Luis XIV al no proporcionar una ayuda preventiva a Jacobo II en 1688, antes del desembarco de Guillermo III.sería> uno de los errores más desastrosos de una carrera que ya los había cosechado en abundancia.
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él f u e r o n también, proporcionalmente, m u c h o más poderosas Los enérgicos preparativos interiores del reinado de Luis XIV p a r a conseguir el dominio exterior f u e r o n vanos. La h o r a de la supremacía de Versalles, que parecía tan cerca en la E u r o p a de 1660, n u n c a sonó. La llegada de la Regencia en 1715 anunció la reacción social ante este fracaso. La alta nobleza, liberando r e p e n t i n a m e n t e sus r e p r i m i d o s agravios c o n t r a la autocracia real, llevó a cabo u n a inmediata reaparición en escena. El regente obtuvo el acuerdo del Parlement de París para d e j a r a un lado el testam e n t o de Luis XIV a c a m b i o del restablecimiento de su tradicional derecho de protesta: el gobierno pasó a m a n o s de los pares, que t e r m i n a r o n i n m e d i a t a m e n t e con el sistema ministerial del rey d i f u n t o y asumieron directamente el p o d e r en la llamada polysynodi. Tanto la noblesse d'épée como la noblesse de robe fueron rehabilitadas institucionalmente p o r la Regencia. La nueva época iba a a c e n t u a r de hecho el carácter abiert a m e n t e clasista del absolutismo: el siglo x v m presenció u n a regresión de la influencia n o nobiliaria en el a p a r a t o de Estado, y el predominio colectivo de u n a alta aristocracia cada vez m á s unificada. La toma de la Regencia p o r los grandes n o f u e d u r a d e r a : b a j o Fleury y los dos débiles reyes que le sucedieron, el sistema de adopción de decisiones en la cima del Estado volvió al viejo modelo ministerial, que ya no estaba controlado p o r un m o n a r c a dominante. Pero en adelante la nobleza m a n t u v o u n control tenaz de los más altos cargos del gobiernode 1714 a 1789 sólo h u b o tres ministros que carecieran de título aristocrático 3 1 . Asimismo, la m a g i s t r a t u r a judicial de los parlements formaba ahora un e s t r a t o c e r r a d o de nobles —tanto en París como en las provincias— del que eran excluidos radicalmente las personas del común. A su vez, los intendants reales, que en un tiempo f u e r o n el azote de los terratenientes provinciales, se convirtieron en u n a casta prácticamente hereditaria: en el reinado de Luis XVI, 14 de ellos eran hijos de anteriores intendants«. En la Iglesia, todos los arzobispos y obispos eran de origen noble antes de la segunda mitad de siglo, y la mayor p a r t e de las abadías, prioratos y canonjías estab a n controlados p o r la m i s m a ciase En el ejército, los altos m a n d o s militares estaban sólidair_nte ocupados p o r los gran"^ert «The social structure and economic and political altitudes of the Freiich nobility in the 18th century», en Xllth International Congress of Historical Sciences, Rapports i p 361 a n i
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Inglaterra 118 55 des- la c o m p r a de compañías p o r los roturiers f u e prohibida en ía década de 1760, c u a n d o se hizo necesario tener u n a ascendencia inequívocamente nobiliaria p a r a acceder al rango de oficial. La clase aristocrática en su c o n j u n t o conservó u n riguroso e s t a t u t o feudal: constituía u n orden legalmente definido de u n a s 250.000 personas, que estaba exento del grueso de los impuestos y gozaba del monopolio de los más altos rangos de la burocracia, la j u d i c a t u r a , el clero y el ejército. Sus subdivisiones e s t a b a n ahora teóricamente definidas con t o d o detalle, y entre los títulos m á s elevados y los hobereaux rurales m á s b a j o s existía un gran abismo. Pero en la práctica, el lubricante del dinero y el m a t r i m o n i o lo t r a n s f o r m a b a n de mil m a n e r a s a los niveles más altos en u n grupo más flexible y a r t i c u l a d o que antes. La nobleza f r a n c e s a de la era de la Ilustración poseía u n a completa seguridad en su situación d e n t r o de las estruct u r a s del E s t a d o absolutista. Con todo, u n sentimiento irreductible de m a l e s t a r y fricción subsistió e n t r e a m b o s incluso en el último período de unión óptima e n t r e la nobleza y la monarquía, p o r q u e el absolutismo, p o r m u y afín que f u e r a su personal y muy atractivos sus servicios, continuaba siendo u n p o d e r inaccesible e irresponsable que gravitaba sobre las cabezas del c o n j u n t o de la nobleza. La condición de su eficacia como E s t a d o residía en su distancia e s t r u c t u r a l respecto a la clase de la que procedía y cuyos intereses defendía. El a b s o l u t i s m o n u n c a consiguió en Francia la confianza incuestionable y la aceptación de la aristocracia sobre la que descansaba: n o era responsable de sus decisiones ante el orden nobiliario que le daba vida, y esto era necesariamente así, como veremos, debido a la intrínseca naturaleza de la m i s m a clase; p e r o era t a m b i é n peligroso p o r el riesgo de acciones i m p r e m e d i t a d a s o a r b i t r a r i a s t o m a d a s p o r el ejecutivo y que, de rechazo, se volvían contra él. La plenitud del p o d e r real, incluso a u n q u e se ejerciese con suavidad, alimentaba la reserva señorial f r e n t e a él. Montesquieu —presidente del Parlement de Burdeos b a j o el acomodaticio régimen de Fleury— dio u n a expresión incontestable al nuevo tipo de oposicionismo aristocrático característico de este siglo. De hecho, la m o n a r q u í a borbónica del siglo x v m efectuó pocos movimientos de tipo «nivelador» contra los «poderes intermedios», queridos con t a n t a intensidad p o r Montesquieu y sus consortes. El ancien régime preservó en Francia su c o n f u s a jungla de jurisdicciones, divisiones e instituciones heteróclitas —pays d'états, pays d'éléctions, parlements, sénéschaussées, généralités— h a s t a el m o m e n t o de la revolución. Después de Luis XIV apenas h u b o m á s racionalización del sistema político:
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n u n c a se c r e a r o n u n a tarifa a d u a n e r a , ni u n sistema de im puestos, ni u n código legal o u n a administración local u n i f o r m e s El único intento de la m o n a r q u í a p o r i m p o n e r u n a nueva c o n f o r m i d a d sobre u n o r g a n i s m o corporativo f u e su continuado e s f u e r z o p o r a s e g u r a r la obediencia teológica en el clero p 0 r m e d i o de la persecución del jansenismo, que f u e combatido invariable y vigorosamente p o r el Parlement de París en nomb r e del galicanismo tradicional. La anacrónica lucha en torno a este t e m a ideológico se convirtió en el principal p u n t o álgido de las relaciones entre el a b s o l u t i s m o y la noblesse de robe desde la Regencia hasta la época de Choiseul, cuando los jesuítas f u e r o n expulsados f o r m a l m e n t e de Francia p o r los parlements, en u n a simbólica victoria del galicanismo. Mucho más s e n o , sin embargo, h a b r í a de ser el p u n t o m u e r t o financiero I n^UeVTV h m K n t e Í e l l f g Ó £ n t r e 1 3 m o n a r < l u í a y I a m a g i s t r a t u r a . d e j a d o a l E s t a d o car a< ^ a , n g 3 o con u n a masa de deudas; la Regencia las había reducido a la m i t a d p o r medio del sistema de Law; p e r o los costos de la política exterior, desde la guerra de Sucesión de Austria, combinados con el desp i l f a r r o de la corte, m a n t u v i e r o n a la hacienda en u n déficit constante y cada vez más p r o f u n d o . Los sucesivos intentos de r e c a u d a r nuevos impuestos, p e r f o r a n d o la i n m u n i d a d fiscal de la aristocracia, f u e r o n rechazados o saboteados en los parlements y en los Estados provinciales, que se negaron a registrar los edictos o p r e s e n t a r o n indignadas protestas. Las contradicciones objetivas del a b s o l u t i s m o se m a n i f e s t a r o n aquí en su f o r m a mas clara. La m o n a r q u í a p r e t e n d í a gravar con impuestos a riqueza de la nobleza, m i e n t r a s ésta exigía u n control sobre la política de la m o n a r q u í a : la aristocracia, efectivamente se negó a e n a j e n a r sus privilegios económicos sin o b t e n e r derechos políticos sobre la dirección del E s t a d o monárquico. E n su lucha c o n t r a los gobiernos absolutistas en t o r n o a este t e m a la oligarquía judicial de los parlements llegó a utilizar cada vez mas lenguaje radical de los philosophes: las nociones burguesas de libertad y representación comenzaron a infiltrarse en la retorica de u n a de las r a m a s de la aristocracia f r a n c e s a más inveteradamente conservadora y más parecida a u n a casta 3 3 Hacia las decadas de 1770 y 1780 se había p r o d u c i d o en Francia una curiosa contaminación de algunos sectores nobiliarios p o r el e s t a m e n t o inferior. " Sobre las actitudes de los parlements de los últimos años del AnS n ¿ t % p e V S S e J' E g r e t ' fé-révolution f r a n g e , ¡ W - 1 W , Pa-
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El siglo x v n i había presenciado, m i e n t r a s tanto, u n crecimiento rápido de las filas y las f o r t u n a s de la burguesía local. A p a r t i r de la Regencia h u b o en general u n a época de expansión económica, con u n alza secular de precios u n a relativa prosperidad agrícola (por lo menos en el p e r í o d o de 1730 a 1774) y u n a recuperación demográfica: la población de Francia ¿ a s ó de 18-19 millones en 1700 a 25-26 millones en 1789. Mientras la agricultura c o n t i n u a b a siendo la r a m a a b r u m a d o r a m e n t e dominante de la producción, las m a n u f a c t u r a s y el comercio registraron avances notables. El volumen de la i n d u s t r i a francesa a u m e n t ó en t o r n o a u n 60 p o r 100 en el c u r s o del siglo ; en el sector textil comenzaron a a p a r e c e r v e r d a d e r a s fábricas y se echaron los cimientos de las industrias del h i e r r o y el carbón. El progreso del comercio fue, sin embargo, m u c h o m a s rápido, sobre t o d o en las áreas internacional y colonial. El comercio exterior se cuadruplicó e n t r e 1716-20 y 1784-88, con u n superávit p e r m a n e n t e en la exportación. El comercio colonial alcanzó u n crecimiento m á s r á p i d o con el desarrollo de as plantaciones de azúcar, café y algodón en las Antillas: en los últimos años antes de la revolución llegó a alcanzar los dos tercios de todo el comercio exterior francés 3 5 . La expansión comercial estimuló n a t u r a l m e n t e la urbanización; se p r o d u j o u n a ola de nuevas construcciones en las ciudades, y antes del fin de siglo las capitales provinciales de Francia iban m u y p o r delante de las inglesas en n ú m e r o y t a m a ñ o , a p e s a r aei nivel de industrialización m u c h o más alto que existía en Inglat e r r a Por otra parte, con el monopolio aristocrático del apar a t o de E s t a d o había descendido la venta de c a r g o s E n el siglo XVIII, el absolutismo se inclinó cada vez m á s hacia los empréstitos públicos, que n o creaban el m i s m o grado de intimidad con el E s t a d o : los rentiers no obtenían el ennoblecimiento ni la i n m u n i d a d fiscal que habían recibido los offtcters. El grupo más rico d e n t r o de la clase capitalista f r a n c e s a era el de los financiers, cuyas inversiones especulativas cosechaban los grandes beneficios de los contratos militares, los a r r e n d a m i e n t o s de impuestos o los p r é s t a m o s reales. Pero, en general la disminución simultánea del acceso de los plebeyos al E s t a d o feudal, y el desarrollo de u n a economía comercial al margen de este, emanciparon a la burguesía de su dependencia subalterna del absolutismo. Los comerciantes, m a n u f a c t u r e r o s y navieros de M A. Soboul, La révolution frangaise, i, París, 1964, p. 45 [La revolución francesa, Madrid, Tecnos, 1966]. iq«i ná» J. Lough, An introduction to 18th century France, Londres, 1960, paginas 71-3.
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la Ilustración, y los abogados y periodistas que proliferaron j u n t o a ellos, p r o s p e r a r o n de m o d o creciente f u e r a del á m b i t o del Estado, con inevitables consecuencias para la a u t o n o m í a política del c o n j u n t o de la clase burguesa. La monarquía, p o r su parte, se m o s t r ó incapaz de proteger los intereses burgueses, incluso c u a n d o coincidían nominalmente con los del m i s m o absolutismo. Nunca f u e esto tan claro como en la política exterior del último E s t a d o borbónico. Las guerras de este siglo siguieron u n a p a u t a infaliblemente tradicional. Las pequeñas anexiones de tierra en E u r o p a siempre tuvieron en la práctica prioridad sobre la defensa o la adquisición de colonias u l t r a m a r i n a s ; el p o d e r m a r í t i m o y comercial f u e sacrificado al militarismo territorial 3 Ó . Fleury, a m a n t e de la paz, aseguró con éxito la absorción de Lorena en las breves c a m p a ñ a s p o r la sucesión polaca en la década de 1730, de las que Inglaterra se m a n t u v o alejada. Sin embargo, d u r a n t e la guerra de Sucesión austríaca, en la década de 1740, la flota británica castigó a los navios franceses desde el Caribe al océano Indico, infligiendo elevadas pérdidas comerciales a Francia, m i e n t r a s Mauricio de Sajonia conquistaba el sur de los Países B a j o s en u n a c o n s u m a d a pero fútil c a m p a ñ a por tierra: la paz restableció el statu quo ante p o r a m b a s partes, p e r o las lecciones estratégicas eran ya claras p a r a Pitt, en Inglaterra. La guerra de los Siete Años (1756-63), en la que Francia se unió al a t a q u e a u s t r í a c o sobre Prusia contra todo interés dinástico racional, f u e desastrosa p a r a el imperio colonial de los Borbones. En la guerra continental los ejércitos de Francia lucharon esta vez de f o r m a indolente en Westfalia, m i e n t r a s la guerra naval desencadenada p o r Inglaterra le a r r e b a t a b a Canadá, la India, Africa Occidental y las Indias Occidentales. La diplomacia de Choiseul r e c u p e r ó las posesiones borbónicas en las Antillas con la paz de París, pero se había p e r d i d o la posibilidad de que Francia presidiera un imperialismo comercial a escala mundial. La guerra de la Independencia n o r t e a m e r i c a n a permitió que París consiguiera una venganza política p o r pode-res sobre Londres. Pero el papel de Francia en Norteamérica, a u n q u e vital p a r a el éxito de la revolución americana, f u e esencialmente una operación en busca de botín, que no p r o d u j o ninguna ganancia positiva a Francia. Por el contrario, los costos de la intervención borbónica en la guerra de la Independencia 54 El presupuesto naval nunca ascendió a más de la mitad del de Inglaterra: Dorn. Competition for empire, p. 116. Dorn presenta un convincente balance de las deficiencias generales de las flotas francesas en esta época.
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nrteamericana f u e r o n los que provocaron la definitiva crisis t f d e l absolutismo f r a n c é s en el interior. En 1778 la deuda S E s t a d o era tan grande - e l pago de sus mtereses represen. ha cerca del 50 por 100 del gasto c o r r i e n t e - y el déficit p r e W L s t a r i o tan agudo, que los últimos ministros de Luis XVI, s u p u e s t a n o tan agí q d e c i d i e r o n imponer u n a c o n t n C a l o n n e y L o me me de Br & e l c l e r 0 . L o s parlements
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S s ^ ~ e n t e a este proyecto; J a H ó n desesperada, decretó su disolución; despues retroce ^ n d T a n f e el m m u l t o levantado por las clases poseedoras, os
de su formación feudal. La crisis fiscal q u e ™ d e t o n a d o r de la revolución de 1789 f u e P ^ o c a d a p o r su incapacidad jurídica p a r a gravar con i m p u e s t o s a la ciase que r e p r e s e n t a b a . La misma rigidez del vínculo e n t r e el E s t a d o y la nobleza precipitó, en ú l t i m o término, su c o m ú n caída.
flexibilidad c o m o
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la época medieval n u n c a f u e r o n tan n u m e r o s a s m tan fuerc como p a r a discutir ese e s t a t u t o s u b o r d i n a d o L o s señores Mesiásticos t a m p o c o dispusieron n u n c a de enclaves señoriales Solios y consolidados. La m o n a r q u í a feudal inglesa evito asi S diversos peligros p a r a el gobierno u n i t a r i o a los que se Enfrentaron los soberanos feudales de Francia, Italia o Alemania El r e s u l t a d o f u e u n a centralización concurrente del p o d e r " e a i y de la representación nobiliaria d e n t r o del sistema político medieval. En realidad, estos dos procesos n o f u e r o n opuestos, Jno complementarios. E n el m a r c o del sistema de soberanías feudales f r a g m e n t a d a s , el p o d e r m o n á r q u i c o sólo podía sostenerse f u e r a de los límites de su soberanía, gracias al consentimiento de excepcionales asambleas de vasallos, capaces de votar u n apoyo económico y político extraordinario al margen de la jerarquía mediatizada de dependencias personales. Por t a n t o como se ha señalado antes, las asambleas de Estados medievales n o pueden c o n t r a p o n e r s e p r á c t i c a m e n t e n u n c a y de f o r m a directa a la a u t o r i d a d monárquica, sino que con frecuencia son su necesaria condición previa. La administración y la a u t o r i d a d real angevina en I n g l a t e r r a n o tuvieron ningún equivalente exacto en toda la E u r o p a del siglo x n . Pero en este m i s m o proceso, al p o d e r personal del m o n a r c a le siguieron m u y p r o n t o las t e m p r a n a s instituciones colectivas de la clase dominante feudal, dotadas de u n carácter u n i t a r i o excepcional: los parliaments. La existencia de estos p a r l a m e n t o s medievales en Inglaterra a p a r t i r del siglo x m n o f u e de ningún m o d o u n a particularidad nacional. Su n o t a distintiva consistía, m á s bien en que eran a la vez instituciones «únicas» y «entremezcladas» . En otras palabras, sólo había u n a asamblea que coincidía con las f r o n t e r a s del propio país y no varias asambleas p a r a las diferentes provincias, y d e n t r o de la asamblea n o existía la c
En la Edad Media, la m o n a r q u í a feudal de Inglaterra f u e en términos generales, m á s poderosa que la francesa. Las dinas tías n o r m a n d a y angevina crearon u n Estado m o n á r q u i c o de u n a autoridad y eficacia sin comparación posible en toda la E u r o p a occidental. La fuerza de la m o n a r q u í a medieval inglesa fue, precisamente, lo que permitió sus ambiciosas aventuras territoriales en el continente, a costa de Francia. La guerra de los Lien Anos, d u r a n t e la cual varios reyes ingleses y sus respectivas aristocracias i n t e n t a r o n conquistar y d o m i n a r grandes zonas de Francia atravesando u n a peligrosa b a r r e r a m a r í t i m a r e p r e s e n t o una e m p r e s a militar única en la Edad Media y fue el signo agresivo de la superioridad organizativa del Estado insular. A p e s a r de ello, la m o n a r q u í a medieval más f u e r t e de Occidente p r o d u j o finalmente el a b s o l u t i s m o más débil y de m a s corta duración. Mientras Francia se convertía en la patria del E s t a d o absolutista m á s f o r m i d a b l e de E u r o p a occidental Inglaterra experimentó una variante del p o d e r absolutista particularmente limitada en todos los sentidos. La transición de la época medieval a los p r i m e r o s tiempos de la m o d e r n a correspondió en la historia inglesa —a p e s a r de todas las leyendas locales sobre u n a «continuidad» sin r u p t u r a s - a u n cambio p r o f u n d o y radical en la m a y o r p a r t e de los rasgos más característicos de la a n t e r i o r evolución feudal. N a t u r a l m e n t e , algunas p a u t a s medievales de gran importancia se conservaron y heredaron; precisamente, la contradictoria fusión de las fuerzas nuevas y tradicionales f u e lo que definió la peculiar r u p t u r a política que tuvo lugar en la isla d u r a n t e el Renacimiento. La p r i m e r a centralización administrativa del feudalismo n o r m a n d o , dictada p o r la originaria conquista militar y p o r la m o d e s t a extensión del país, había generado - c o m o ya hemos visto u n a clase noble muy reducida y unificada regionalmente, sin magnates territoriales semiindependientes que se pudieran c o m p a r a r a los del continente. De a c u e r d o con las tradiciones anglosajonas, las ciudades f u e r o n desde el principio p a r t e de la Heredad real y, en consecuencia, gozaron de privilegios comerciales sin la a u t o n o m í a política de las ciudades continentales
' Weber en sus análisis de las ciudades medievales inglesas, observa entre otras cosas que es significativo que nunca experimentasen revoluciones gremiales o municipales comparables a las d e l c o n t m e n t e ^ E c o n o m y and society N I pp. 1276-81 [ E c o n o m í a y sociedad, I I , pp. 982-985J. H U D O una breve confúratio insurgente en Londres, en 1263-5, sobre la que puede verse G ^ Williams, Mediaeval London: From Commune tp capital Londres 1963 pp 219-35. Pero éste fue un episodio excepcional, que t u v o lu¿ai en e f más amplio contexto de la rebelión de los barones. ' Las primeras funciones judiciales del Parlamento inglés tampoco eran corrientes- actuaba como tribunal supremo de casación, y a ello ded^cabT a mayor parte de su trabajo a mediados del siglo x m , cuando e s t a b a dominad'o principalmente por funcionarios reales. S o b r e los orígenes y evolución de los parlamentos medievales véase G O. Sayles, The medial* foundations of Englandpp. 448-57; G. A. Holmes, The later Middle Ages, Londres, 1962, pp. 83-8.
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división t r i p a r t i t a de nobles, clérigos y burgueses q u e preva lecio p o r lo general en el continente. Desde el tiempo de Eduar" do I I I en adelante, los caballeros y las ciudades estaban repre sentados en el Parlamento inglés j u n t a m e n t e con los barones y los Obispos. El sistema bicameral de Lores y Comunes fue una evolucion p o s t e n o r , que no dividió al Parlamento según una linea estamental, sino que básicamente supuso u n a distin S " t r a í 1 S t a d e n t r ° d e l a n o b l e z a - Lna m o n a r q u í a centralizada p r o d u j o una asamblea unificada. Otras dos consecuencias se siguieron de la t e m p r a n a centralización del sistema político feudal inglés. L o s p a r l a m e n t o s unitarios que se reunían en Londres no alcanzaron el 2 7 ¿ meticuloso control fiscal ni los derechos de convocatoria regu a r q u e caracterizaron más tarde a algunos de los sistemas C T " e , m a I P ; S - P e r o a u g u r a r o n una limitación n í g a d ] c i o n a ! del poder legislativo real, que habría de tener una gran importancia en la época del absolutismo: después de E d u a r d o I se aceptó que ningún monarca podía decretar nuevas leyes sin el consentimiento del ParliamentK Desde el p u n t o de vista e s t r u c t u r a l , este veto correspondía estrechamente a las exigencias objetivas del p o d e r de la clase noble. En efecto, debido a que la administración real centralizada fue, geográfica y técnicamente, más fácil desde el principio en Inglaterra que en ninguna otra parte, hubo proporcionalmente menos necesidad
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C n aUt rÍdad para dec?etos e S amn "h T ^ ° ° P r o d u c i r nuevos decretos, a u t o r i d a d que no se podía j u s t i f i c a r p o r peligros intrínsecos de separatismo regional o de a n a r q u í a ducal. Así míenras los verdaderos poderes ejecutivos de los reyes m e d e v á í e s ingleses f u e r o n n o r m a l m e n t e m u c h o mayores que los de los m o n a r c a s franceses, nunca consiguieron, p o r esa m i s m a razón, I " c l a t H a a u t o ™ m i a legislativa de la que finalmente gozaron estos últimos. Un segundo rasgo del feudalismo inglés f u e la n s ó h t a fusión e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza en el plano e n el d a d " i n T r a t Í V , ° l0CaL M k n t r a S continente el sistema judicial estaba significativamente dividido e n t r e jurisdicciones reales y señoriales separadas, en Inglaterra la super-
«DifLnce C sTeTween S En r ,lf, a h d 0 ^ s i g n i f i c a d ° , ú l t i ™ de esta limitación: ¡ Se v e n t e é " ^ " and the Netherlands, Londres, .960 pp 62-Í a S ™ / ? ' ™ señala el autor, esto provocó que cuando aparedó a p ^ c pios d e ' a época moderna, la «nueva monarquía», en Inglaterra estuvo I mitada r t e o ' n í deChl°a ^ ^ f e c h o s divino y S t
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vivencia de los tribunales populares prefeudales había prol o r c i o n a d o u n a especie de terreno c o m ú n sobre el que podía edificarse u n a mezcla de ambas. Los shenffs que presidian los tribunales de los condados eran cargos no hereditarios nombrados p o r el rey; pero procedían de la gentry local y no de una burocracia central. Los tribunales, p o r su parte, conservaban algunos vestigios de su carácter original, como asambleas jurídicas populares en las que los h o m b r e s libres de la comuS d a d rural aparecían ante sus iguales. El r e s u l t a d o f u e b oquear t a n t o el desarrollo de u n sistema comprehensivo de baüh, magistrados de u n a justicia real profesionalizada, como el de una haute justice baronial extensiva. En lugar de ello, en los condados apareció u n a autoadministración aristocrática n o pagada que más t a r d e evolucionaría hasta los Justices of the Peac'e de la p r i m e r a época m o d e r n a . En el período medieval, los tribunales de condado coexistían con los tribunales feudales y con algunas franquicias señoriales de tipo feudal ortodoxo, iguales a las que se podían e n c o n t r a r en todo el continente. Al m i s m o tiempo, la nobleza inglesa de la E d a d Media era u n a clase tan militarizada y d e p r e d a d o r a como cualquier otra en E u r o p a . Es más, se distinguía de sus equivalentes p o r la envergadura y la constancia de sus agresiones externas. Ninguna otra aristocracia feudal de la última época medieval se extendió, como tal clase, tan libremente y tan lejos de sus bases territoriales. Los repetidos pillajes de Francia d u r a n t e la guerra de los Cien Años f u e r o n las proezas más espectaculares de este militarismo, pero Escocia y Flandes, Renania y N a v a r r a Portugal y Castilla también f u e r o n recorridas en el siglo xiv p o r expediciones a r m a d a s procedentes de Inglaterra. E n esta era los caballeros ingleses combatieron en el exterior desde el F o r t h hasta el E b r o . La organización militar de estas expediciones r e f l e j a b a el desarrollo local de u n feudalismo «bastardo» monetarizado. La última orden de batalla p r o p i a m e n t e feudal, convocada sobre la base de la posesion de la tierra se dio en 1385 p a r a el ataque de Ricardo II contra Escocia. E n la guerra de los Cien Años lucharon esencialmente compañías contratadas, reclutadas p a r a la m o n a r q u í a por los g a n d e s señores sobre la base de contratos en dinero, y que debían obediencia a sus propios capitanes; las levas de los condados y los mercenarios e x t r a n j e r o s p r o p o r c i o n a r o n las fuerzas complementarias No participó en ella ningún ejército p e r m a n e n t e o profesional y el volumen de las expediciones fue n u m é r i c a m e n t e modesto: los soldados enviados a Francia n u n c a f u e r o n m u c h o s m á s de 10.000. La actitud de los nobles que dirigieron las suce-
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sivas correrías en el t e r r i t o r i o de los Valois f u e básicamente filibustera Los o b j e t o s de su ambición eran el saqueo privado el precio de los rescates y la tierra; y los capitanes que tuvieron más éxito se enriquecieron e n o r m e m e n t e con las guerras en las q u e las fuerzas inglesas resistieron r e p e t i d a m e n t e a ejércitos franceses m u c h o mayores, reunidos p a r a expulsarlos. La supen o n d a d estratégica de los agresores ingleses d u r a n t e la mayor p a r t e de este largo conflicto no residía, como podría sugerirlo una ilusión retrospectiva, en el control del poderío marítimo. Las flotas medievales de los m a r e s del norte eran poco más que improvisados t r a n s p o r t e s de tropas; compuestas sobre todo p o r barcos m e r c a n t e s t e m p o r a l m e n t e incautados, eran incapaces de p a t r u l l a r el océano con regularidad. Los verdaderos bar, i / T ™ S O l ° S e e n c o n t r a b a n todavía en su m a y o r p a r t e en el Mediterráneo, donde la galera de r e m o era el a r m a de la verdadera guerra m a r í t i m a . Por consiguiente, las batallas naS o S . n n . T V , m Í e n t 0 f r a n d e s c o n o c i d a s en las aguas del Atlántico en esta época. Los encuentros navales tenían lugar, de f o r m a característica, en bahías o estuarios poco p r o f u n d o s (Sluys o La Rochelle), donde los barcos que participaban en la contienda podían colocarse j u n t o s p a r a el c o m b a t e cuerpo a c u e r p o e n t r e los soldados que iban en ellos. En esta época n o era posible u n « m a n d o estratégico de los mares». De esta forma, las costas de a m b o s lados del Canal estaban igualmente indefensas contra los desembarcos procedentes del m a r . En 1386, Francia reunió el ejército y la flota más grandes de toda la guerra p a r a u n a invasión en gran escala de Inglaterra. Los planes de defensa de la isla n u n c a contemplaron la posibilidad de detener esta fuerza en el m a r , sino que se b a s a b a n en guard a r la flota inglesa en el Támesis, f u e r a de su alcance, y a t r a e r al enemigo tierra a d e n t r o 1 Al final, la invasión f u e suspendida pero la vulnerabilidad de Inglaterra ante los ataques m a r í t i m o s quedo a m p l i a m e n t e d e m o s t r a d a d u r a n t e la guerra, en la que las d e s t r u c t o r a s incursiones navales j u g a r o n u n papel semej a n t e al de las chevauchées militares en tierra. Las flotas francesas y castellanas, utilizando galeras de tipo meridional, con una movilidad m u c h o mayor, c a p t u r a r o n , saquearon o quemaron u n a t r e m e n d a lista de p u e r t o s ingleses, desde Devon a Essex En el t r a n s c u r s o del conflicto f u e r o n t o m a d a s o saqueadas" e n t r e otras, las ciudades de Plymouth, S o u t h a m p t o n , Port4
and
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Inglaterra gmouth,
Lewes,
Hastings,
Winchelsea,
Rye,
Gravesend
y
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El 1C p h redominio inglés d u r a n t e la m a y o r p a r t e de la guerra ¿ e los Cien Años, que d e t e r m i n ó que el t e r r i t o r i o f r a n c é s fuese ,1 p e r m a n e n t e c a m p o de batalla - c o n todas sus secuelas de Juina y d e s o l a c i ó n - , n o fue, p o r tanto, u n a consecuencia del poderío naval 5 , sino u n p r o d u c t o de la solidez y la integración política m u c h í s i m o mayores de la m o n a r q u í a feudal inglesa. La capacidad administrativa de ésta p a r a explotar su patrimonio V a g r u p a r a su nobleza fue, h a s t a el m i s m o final de la guerra, m u c h o mayor que la de la m o n a r q u í a francesa, hostigada p o r los vasallos desleales de B r e t a ñ a y Borgona, y debilitada por su t e m p r a n a incapacidad p a r a d e s a l o j a r el r e d u c t o inglés de Guyena. La lealtad de la aristocracia inglesa estaba cimentada, p o r su parte, en las victoriosas c a m p a ñ a s exteriores a las que había sido conducida p o r u n a serie de principes guerreros. La suerte n o cambió hasta que Carlos V I I n o reorganizó el sistema político feudal f r a n c é s sobre u n a nueva_ b a s e fiscal y militar. Una vez desaparecidos sus aliados borgonones, las fuerzas inglesas f u e r o n expulsadas relativamente p r o n t o por unos ejércitos f r a n c e s e s m á s amplios y m e j o r equipados. El penoso resultado del colapso final del poderío ingles en Francia f u e el estallido de las guerras de las Rosas en Inglaterra Cuando u n a victoriosa a u t o r i d a d real ya n o p u d o mantener unida a la alta nobleza, la m a q u i n a r i a de guerra bajomedieval se volvió hacia el interior, a medida q u e los usurpadores rivales se destrozaban p o r la sucesión y los grandes señores feudales d a b a n rienda suelta en el c a m p o a sus e m b r u t e c i d o s secuaces y a las b a n d a s de mercenarios. Una generación de guerra civil terminó, finalmente, con la f u n d a c i ó n de la nueva dinastía T u d o r en 1458, e n los campos de Bosworth. El r e m a d o de E n r i q u e IV p r e p a r ó g r a d u a l m e n t e la aparición de u n a «nueva m o n a r q u í a » en Inglaterra. D u r a n t e el u l t i m o régimen lancasteriano, las facciones aristocráticas habían desarrollado y m a n i p u l a d o de f o r m a p r o m i n e n t e los P a r l a m e n t o s p a r a sus propios fines, m i e n t r a s que los soberanos de la Casa de York se habían esforzado, en medio de la a n a r q u í a reinante, por c o n c e n t r a r y r e f o r z a r u n a vez m á s el p o d e r de las instituciones centrales de la m o n a r q u í a . E n r i q u e VII, que era lancas» Véanse los oportunos comentarios de O. F Richmond «The war at t K. V Fowler EVnvW comp mirra The n Hundred Years' 1971, pa sea», en u ^ war, ^ ^Londres, ^ century»,
Sobre este revelador episodio véase J T Palmar Christendom, W7-1399, Londres 1972, 'pp. ü '
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g £ o ¿ 1 7 4 ? f e b r e r o ^ d e l967, diar este tema.
PP.
4-?. Sólo ahora se comienza a estu-
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teriano p o r parentesco, desarrolló esencialmente la práctica administrativa de York. Antes de las guerras de las Rosas, los P a r l a m e n t o s eran p r á c t i c a m e n t e anuales y lo volvieron a ser d u r a n t e la p r i m e r a década de reconstrucción después de Bosworth. Pero c u a n d o a u m e n t ó la seguridad interior y se consolidó el p o d e r de los Tudor, E n r i q u e VII desechó esa institución: desde 1497 a 1509 —los últimos doce años de su reinado— sólo la volvió a r e u n i r una vez más. El gobierno m o n á r q u i c o centralizado se ejercía a través de u n a pequeña camarilla de consejeros personales y de h o m b r e s de confianza del monarca. Su objetivo principal consistía en subyugar el d e s e n f r e n a d o p o d e r señorial del período precedente, con sus séquitos unif o r m a d o s y a r m a d o s , sus sistemáticos sobornos de los j u r a d o s y sus constantes guerra privadas. Este p r o g r a m a f u e aplicado, sin embargo, con continuidad y éxito m u c h o mayores q u e en la fase de York. La s u p r e m a prerrogativa de la justicia f u e reforzada, p o r encima de la nobleza, p o r medio de la Star Chamber, tribunal conciliar que se convirtió en la principal a r m a de la m o n a r q u í a contra las revueltas y las sediciones. La turbulencia regional del n o r t e y oeste (donde los señores fronterizos reclam a b a n derechos de conquista y no el e n f e u d a m i e n t o al monarca) f u e sofocada p o r consejos especiales, delegados p a r a controlar esas áreas in situ. Los extendidos derechos de asilo y las franquicias privadas y semirregalías f u e r o n p a u l a t i n a m e n t e reducidos; las b a n d a s a r m a d a s f u e r o n prohibidas. La administración local f u e reforzada b a j o el control real p o r medio de una cuidadosa selección y supervisión de los Justices of the Peace6. En lugar de u n a policía a r m a d a se creó u n a p e q u e ñ a guardia personal. Los dominios reales se ampliaron en gran medida p o r la recuperación de tierras, y su p r o d u c t o p a r a la m o n a r q u í a se cuadruplicó d u r a n t e el reinado; los privilegios feudales y los derechos de a d u a n a s también se explotaron al máximo. Hacia el final del reinado de E n r i q u e VII, los ingresos totales de la Corona casi se habían triplicado, y el tesoro tenía u n a reserva que oscilaba e n t r e u n o y dos millones de libras 7 . La dinastía Tudor había iniciado a comienzos del siglo Xvi u n camino p r o m e t e d o r hacia la construcción de un absolutismo inglés. E n r i q u e V I I I heredó un poderoso ejecutivo y u n a hacienda p r ó s p e r a . Los p r i m e r o s veinte años del reinado de E n r i q u e V I I I apor6 El libro de T. S. Bindoff, Tudor England, Londres, 1966, pp 56-66 ofrece un buen resumen de todo este proceso. ' G. R. Elton, England under the Tudors, Londres, 1956, pp. 49, 53
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taron pocos cambios a la segura posición interna de la monarquía Tudor. B a j o Wolsey, la administración del E s t a d o n o se vio afectada p o r ningún c a m b i o institucional i m p o r t a n t e ; únicamente, el cardenal concentró poderes sin precedentes p a r a la Iglesia en su propia persona, como legado papal en Inglaterra. Tanto el rey como el ministro estuvieron p r e o c u p a d o s principalmente p o r los asuntos e x t r a n j e r o s . Las limitadas c a m p a n a s bélicas contra Francia, en 1512-14 y 1522-25, f u e r o n los principales acontecimientos de este período. P a r a hacer f r e n t e a los costos de estas operaciones militares en el continente, f u e necesario convocar dos breves sesiones del P a r l a m e n t o 8 . Un intento de i m p o n e r contribuciones arbitrarias, realizado p o r Wolsey, levantó t a n t a oposición de los propietarios que E n r i q u e V I I I tuvo que desautorizarlo. Con todo, no había ningún signo de u n a evolución d r a m á t i c a en la dirección de la política real dent r o de Inglaterra. Pero la crisis m a t r i m o n i a l de 1527-28, provocada p o r la decisión del rey de divorciarse de su esposa española, y el consiguiente p u n t o m u e r t o con el p a p a d o en u n t e m a que afectaba a la sucesión interna, t r a n s f o r m a r o n repent i n a m e n t e toda la situación política. En efecto, p a r a e n f r e n t a r s e a la obstrucción papal —inspirada p o r la hostilidad dinástica del e m p e r a d o r al nuevo proyecto de matrimonio— se necesitaba u n a legislación nueva y radical, y había que conseguir el apoyo político nacional contra Clemente VII y Carlos V. Así pues, E n r i q u e convocó lo que h a b r í a de convertirse en el P a r l a m e n t o más largo de la historia, p a r a movilizar en su favor a la clase t e r r a t e n i e n t e en su d i s p u t a con el p a p a d o y con el imperio y p a r a asegurar su aprobación de la incautación política de la Iglesia p o r el E s t a d o en Inglaterra. E s t a revitalización de u n a institución olvidada no fue, en absoluto, u n a capitulación constitucional de E n r i q u e V I I I o T h o m a s Cromwell, que f u e su planificador político en 1531; n o significó u n debilitamiento del p o d e r real, sino m á s bien u n nuevo impulso p a r a realzarlo. Los P a r l a m e n t o s de la R e f o r m a no sólo increm e n t a r o n en gran medida el patronazgo y la a u t o r i d a d de la monarquía, al transferirle el control de todo el a p a r a t o ecle' C Russell afirma terminantemente en The crisis of Parliaments, Oxford 1971 pp 41, 42, que el Parliament inglés de este periodo, con la brevedad 'de sus asambleas y la poca frecuencia de sus convocatorias, era una fuerza decadente. Por otra parte, Russell insiste correctamente en que el pacto constitucional entre la monarquía y el Parlamento descansaba en la unidad de clase de los dirigentes del país. Sobre la base social del parlamentarismo inglés, véanse las penetrantes observaciones de Penry Williams, «The Tudor State», Past and Present, 24, julio de 1963, páginas 39-58.
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siástico de la Iglesia, sino q u e además, b a j o la guía de Crom well, s u p r i m i e r o n la a u t o n o m í a de las franquicias señoriales al privar a los señores del p o d e r de designar a los Justices of the Peace; integraron a los señoríos fronterizos en los condados e i n c o r p o r a r o n a Gales legal y a d m i n i s t r a t i v a m e n t e al reino de Inglaterra. Más significativo a ú n f u e q u e el E s t a d o disolviera los monasterios y expropiara sus vastas riquezas territoriales u n 1536, la combinación g u b e r n a m e n t a l de centralización política y r e f o r m a religiosa provocó u n levantamiento potencialm e n t e peligroso en el norte, el Peregrinaje de Gracia, reacción regional particularista c o n t r a u n E s t a d o real reforzado, de tino característico en la E u r o p a occidental de esta época». Fue ránil ^ f f a P I a s t a d ° . y se estableció u n nuevo y p e r m a n e n t e Consejo del N o r t e p a r a someter las tierras situadas m á s allá del Trent. Mientras tanto, la burocracia central f u e ampliada y reorganizada p o r Cromwell, que convirtió el cargo de secretario real en el p u e s t o ministerial m á s alto y echó los cimientos de u n consejo p r i v a d o de c a r á c t e r regular'". Poco después de su caída, el Consejo Privado f u e institucionalizado f o r m a l m e n t e como organismo ejecutivo interno de la m o n a r q u í a , y desde ese m o m e n t o p a s ó a ser el centro de la m á q u i n a del E s t a d o Tudor. Un Statute of Proclamations, destinado c l a r a m e n t e a ^ m / n ^ - V l m ° n a , r C ! U Í a P ° d e r e s legislativos extraordinarios, emane pandóla en el f u t u r o de su sujeción al Parlamento, f u e neutralizado f i n a l m e n t e p o r los C o m u n e s » . Este desaire n o . ' sugestivk exposición de las implicaciones del Peregrinaje L o n S s ! a i 9 h 7 1 b l p p ^ ? ^ a l o r a d a s , en J. J. Scarisbricke, H e n r ^ V U I
2 19
La exagerada importancia concedida a la revolución administrativa en idg^3ellpDPO160Eyir'v £n £ n
r°lUtÍOn <" SovernZTcTmg W under the 180 4 Í,Í CÍH a ]• Tudors, pp. 127-37, 160-75, r lda pro rciones G L H . r r « M Hf P° más modestas, entre otros, por 24 ^ l f o d T l % f n n a T 4 a , g O V e r r e n t 3 n d St ate-craft». Past and Preslnt, zt, julio de 1963, pp. 24-35; puede verse un comentario reciente Yv renre P sentativo en Russell, The crisis of Parliaments, p. 111 En este tiempo se discutieron también proyectos para la creación I t "nHeJ rClt,°,Pr0feSl0Ilal y d e u n legalmente privilegiado s" 3S 5 6 h u b i e s e n , l e v a d hU?nria°H T , ° a l a Práctica, todo el curso de ía d e l0S S " «glos xvi y xvn en Inglaterra habría cambiado. De hecho f ninguna fue aceptab e al Parlamento, que acogió con agrado el control estatal sobre la Iglesia y la paz real en el campo, pero que era consriente de la lógica de los ejércitos profesionales y contrario a una T r a r q u a jurídica dentro de la nobleza que socialmente habría s i d T p K t ó a l para muchos de sus miembros. El esbozo de programa para un é S permanente, preparado en 1536-7 y encontrado en los archivos d¿l des pacho de Cromwell está expuesto en L. Stone, «The political programme xLv ^ r n n T ^ ^ ^ f 1 " °f th£ InStÍtUte °f Historicaf ResearTh XXIV, 1951, pp. 1-18. Sobre las propuestas de un estatuto legal privile-
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impidió a E n r i q u e VIII, n a t u r a l m e n t e , llevar a cabo p u r g a s sanguinarias de ministros y magnates, ni crear u n sistema policíaco secreto de delación y detenciones sumarias. El a p a r a t o estatal de represión a u m e n t ó sin cesar d u r a n t e t o d o el reinado: antes de su fin se habían a p r o b a d o nueve leyes diferentes contra el delito de traición La f o r m a en q u e E n r i q u e V I I I hizo uso del P a r l a m e n t o - d e l que esperó y recibió pocas molestias— f u e c o n f i a d a m e n t e legalista: era u n m e d i o necesario p a r a sus propios fines reales. En el m a r c o h e r e d a d o del sistema político feudal inglés, que había conferido p o d e r e s singulares al Parlamento, se estaba f o r m a n d o u n absolutismo nacional que, en la práctica, parecía susceptible de comparación con cualquiera de sus equivalentes continentales. El p o d e r personal de E n r i q u e V I I I d e n t r o de su reino fue, d u r a n t e toda su vida, exactamente igual al de su coetáneo Francisco I en Francia.
Sin embargo, la nueva m o n a r q u í a T u d o r o p e r a b a d e n t r o de u n a limitación f u n d a m e n t a l que la s e p a r a b a de sus equivalentes e x t r a n j e r o s : carecía de u n sólido a p a r a t o militar. P a r a comp r e n d e r p o r qué el absolutismo inglés adoptó la f o r m a específica que asumió en los siglos Xvi y x v n , es necesario m i r a r más allá de la herencia indígena de u n P a r l a m e n t o legislador y tener en cuenta t o d o el contexto internacional de la E u r o p a renacentista. Mientras el E s t a d o T u d o r se estaba c o n s t r u y e n d o con todo éxito en el interior, la posición geopolítica de Inglat e r r a en el exterior había experimentado, lenta y silenciosamente, u n cambio radical. E n la época l a n c a s t e n a n a , el p o d e r exterior inglés podía igualar o s u p e r a r al de cualquier o t r o país del continente, debido a la naturaleza avanzada de la m o n a r q u í a feudal en Inglaterra. Pero a principios del siglo xvi, el equilibrio de fuerzas e n t r e los principales E s t a d o s occidentales se había t r a n s f o r m a d o p o r completo. E s p a ñ a y Francia - v i c t i m a s de la invasión inglesa en la época a n t e r i o r - e r a n a h o r a mon a r q u í a s dinámicas y agresivas que se d i s p u t a b a n e n t r e sí la giado de la propiedad territorial para la nobleza titulada, véase Holdsworth, A history of English law, JV, pp. 450-543. « Joel Hurtsfield en «Was there a Tudor despotism after all?», TransactionsoUheRoyal Historical Society, 1967, pp. 83-108 cntica con acierto íos anacron smos apologéticos en los que todavía se debaten muchos de os « e r k o s sobre este período. Hurstfield insiste en lo que se esconde verdaderamente tras el Statute of Proclamations, las Treason Acts y la censura y propaganda oficiales del reinado. Mousnier muestra su completa disconfomfdad con la idea, antes aceptada, de que la monarquía T u d o r no era una forma de absolutismo: «Quelques prob émes concernant la monarchie absolue», pp. 21-6. La actitud de Ennque hacia el Parlamento está bien expuesta por Scarisbricke, Henry VIII, pp. 6534.
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conquista de Italia. Inglaterra había q u e d a d o r e p e n t i n a m e n t e distanciada de ellas. Las tres m o n a r q u í a s habían alcanzado una consolidación interna m u y s e m e j a n t e ; p e r o fue precisa m e n t e esto lo que permitió que las v e n t a j a s n a t u r a l e s de las dos grandes potencias continentales p a s a r a n a ser decisivas p o r vez p r i m e r a . La población de Francia era c u a t r o o cinco veces superior a la de Inglaterra. España, p o r su parte, tenía dos veces la población de Inglaterra, p o r no hablar de su imperio americano y de sus posesiones europeas. Esta superioridad demográfica y económica a u m e n t ó p o r la necesidad geográfica que a m b o s países tenían de desarrollar ejércitos de tierra modernizados, sobre una base p e r m a n e n t e , p a r a la p e r p e t u a guerra de la época. La creación de las compagnies d'ordonnance y de los tercios, la utilización de infantería m e r c e n a r i a y de artillería de c a m p a n a c o n d u j e r o n a un nuevo tipo de a p a r a t o militar real, m u c h o m a y o r y m á s costoso que todos los conocidos en el periodo medieval. La construcción de u n ejército f u e r t e era u n a condición indispensable p a r a la supervivencia de las mon a r q u í a s renacentistas del continente. El E s t a d o T u d o r quedó al margen de este imperativo, a causa de su situación insular Por u n a parte, el r á p i d o crecimiento en el t a m a ñ o y el costo de los ejercitos en la p r i m e r a época m o d e r n a , y los p r o b l e m a s logisticos del t r a n s p o r t e y aprovisionamiento de grandes núm e r o s de soldados a través del m a r , hacían cada vez más anacrónico el tipo de expedición u l t r a m a r i n a en el que Inglaterra había descollado antes. La p r e p o n d e r a n c i a militar de las nuevas potencias continentales, basada en sus recursos financieros y h u m a n o s m u c h o mayores, impedían cualquier repetición triunfal de las c a m p a ñ a s de E d u a r d o I I I o E n r i q u e V Por otra parte, este poderío continental no se t r a n s f o r m ó en u n a equivalente capacidad de ataque en el m a r . No se había p r o d u c i d o aun ninguna t r a n s f o r m a c i ó n i m p o r t a n t e de la guerra naval lo que permitía que Inglaterra p e r m a n e c i e r a relativamente a salvo del peligro de u n a invasión m a r í t i m a . La consecuencia de todo esto f u e que, en la coyuntura crítica de la transición hacia una «nueva monarquía» en Inglaterra, al E s t a d o T u d o r no le era necesario ni posible construir una m á q u i n a militar c o m p a r a b l e a la de los absolutismos f r a n c é s o español. Subjetivamente, sin embargo, E n r i q u e V I I I y su generación de la nobleza inglesa eran todavía incapaces de c o m p r e n d e r la nueva situación internacional. El orgullo marcial y las ambiciones continentales de sus últimos predecesores medievales permanecían en el recuerdo vivo de la clase d o m i n a n t e inglesa de esta época. Incluso el ultraprecavido E n r i q u e VII había revi-
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, i z a d o las pretensiones lancasterianas sobre la m o n a r q u í a luchó p a r a bloquear la absorción de B r e t a ñ a p o r los Valois y p r e p a r ó activamente u n plan p a r a conseguir la sucesión de Castilla. Wolsey, que dirigió la política exterior inglesa durante los veinte años siguientes, se situó como á r b i t r o de la concordia europea con el t r a t a d o de Londres y pretendió n a d a menos que el m i s m o p a p a d o italiano. E n r i q u e VIII, a su vez, alimentó la esperanza de llegar a ser e m p e r a d o r de Alemania. Estas aspiraciones grandiosas h a n sido d e s c a r t a d a s p o r los historiadores posteriores como fantasías irracionales; de hecho, reflejaban la falta de sensibilidad de los soberanos ingleses para a d a p t a r s e a la nueva configuración diplomática, en la que la e s t a t u r a de Inglaterra había disminuido m u c h o en t é r m i n o s reales, p r e c i s a m e n t e en el m o m e n t o en que su p r o p i o p o d e r interior a u m e n t a b a de f o r m a notable. En efecto, esta p é r d i d a de categoría internacional —invisible p a r a sus propios protagonistas— f u e precisamente la raíz de todo el e r r o r de cálculo en el divorcio real. Ni el cardenal ni el rey se p e r c a t a r o n de que el p a p a d o estaba obligado en la práctica a someterse a la presión superior de Carlos V, a causa de la p r e p o n d e r a n c i a del poderío H a b s b u r g o en E u r o p a . I n g l a t e r r a había q u e d a d o marginada p o r la lucha franco-española p o r el dominio de Italia; convertida en testigo impotente, sus intereses tenían poco peso en la curia. La sorpresa de este d e s c u b r i m i e n t o impulsó al Defensor de la Fe hacia la R e f o r m a . Con todo, las desventuras de la política exterior de E n r i q u e V I I I no se r e d u j e r o n a este calamitoso revés diplomático. La m o n a r q u í a T u d o r pretendió en tres ocasiones intervenir en las guerras Valois-Habsburgo en el n o r t e de Francia, p o r medio de expediciones m a r í t i m a s . Los ejércitos enviados en estas c a m p a ñ a s de 1512-14, 1522-25 y 154346 tuvieron necesariamente u n t a m a ñ o considerable, y estaban compuestos p o r soldados ingleses apoyados masivamente p o r mercenarios e x t r a n j e r o s : 30.000 en 1512, 40.000 en 1544. Su movilización careció de u n objetivo estratégico serio y no p r o d u j o ningún resultado significativo: la intervención inglesa desde las zonas marginales de la guerra entre E s p a ñ a y Francia se reveló costosa e inútil. Pero estas guerras «sin objeto» de E n r i q u e VIII, cuya falta de propósito coherente se ha señalado t a n t a s veces, no f u e r o n u n m e r o p r o d u c t o de su capricho personal: correspondían precisamente a u n curioso intermedio histórico, cuando la m o n a r q u í a inglesa había perdido ya su antigua importancia militar en E u r o p a pero no había e n c o n t r a d o todavía el f u t u r o papel m a r í t i m o que la esperaba.
francesa;
No p o r eso d e j a r o n de tener u n a s consecuencias f u n d a m e n -
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tales en la propia Inglaterra. El ú l t i m o acto i m p o r t a n t e H E n r i q u e V I I I su alianza con el imperio y el a t a q u e a Francif en 1543 t e n d r í a consecuencias decisivas p a r a t o d o el destín ulterior de la m o n a r q u í a inglesa. La intervención militar en í continente estuvo m u y mal dirigida; sus costos subieron enor m e m e n t e , totalizando al final u n a s diez veces los costos de 1» p r i m e r a guerra c o n t r a Francia de este reinado. Para cubrirlo! el E s t a d o n o sólo recurrió a los empréstitos obligatorios o a la desvalonzación de la moneda, sino q u e también comenzó a des hacerse, sacándola al mercado, de la e n o r m e cantidad de p p í piedad agraria q u e acababa de o b t e n e r de los monasterios v q u e posiblemente ascendía a u n c u a r t o de la tierra del rei™ La venta de las propiedades de la Iglesia p o r la m o n a r q u í a se multiplico a m e d i d a que la guerra se hacía i n t e r m i n a b l e ; cerca ya de la m u e r t e de Enrique. Cuando al fin la paz se restableció o 1 " 3 5 3 C ! ? t a e n o r m e g a n a n c i a inesperada se había p e r d i d o » ; y con ella, la única gran posibilidad q u e tuvo el absolutismo inglés de crearse u n a base económica f i r m e e independiente de la contribución p a r l a m e n t a r i a . A largo plazo, esta transferencia de propiedades n o sólo debilitó al Estado, sino que reforzo m u c h o a la gentry, principal c o m p r a d o r a de estas tierras, y cuyo n ú m e r o y riqueza creció r á p i d a m e n t e a p a r t i r de este m o m e n t o . Una de las m á s tristes e incoherentes guer r a s e x t r a n j e r a s de la historia inglesa tuvo así u n a importancia t r e m e n d a , a u n q u e entonces oculta, p a r a el equilibrio interior de fuerzas d e n t r o de la sociedad inglesa. Las dos c a r a s de este episodio final del r e i n a d o de E n r i q u e presagiaban en b u e n a medida la evolución del c o n j u n t o de la ^ t e r r a t e n i e n t e inglesa. El conflicto militar de la década de 1540 fue, en la práctica, la última guerra de agresión inglesa en el continente p a r a todo lo que q u e d a b a de siglo. Las ilusiones de Crécy y Agincourt se diluyeron, p e r o la desaparición gradual de su tradicional vocación t r a n s f o r m ó p r o f u n d a m e n t e la fisonomía de la nobleza inglesa. La ausencia de la presión compulsiva de u n a invasión siempre potencial p e r m i t i ó a la aristocracia inglesa prescindir de u n a p a r a t o modernizado de guerra en la época del Renacimiento; n o estaba d i r e c t a m e n t e amenazada p o r ninguna clase feudal enemiga exterior y era reticente — c o m o cualquier o t r a nobleza en u n estadio compa• "/V
final
si
del reinado habían sido enajenados dos tercios de las pro-
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hle de su evolución— a someterse a u n a edificación del poder «1 a eran escala en el interior, que era la consecuencia lógica Ü f u n gran ejército p e r m a n e n t e . En el contexto aislacionista t i reino insular se p r o d u j o , p o r consiguiente, u n a desmilitarización excepcionalmente p r e m a t u r a de la clase noble E n 1500 tndos los pares ingleses llevaban armas; en tiempos de Isabel Z ha calculado que sólo la m i t a d de la aristocracia tema alguna Experiencia bélica 1 4 . En vísperas de la guerra civil, en el siLLO XVII, sólo muy pocos nobles poseían u n a educación militar. Mucho antes que en cualquier o t r o país del continente, tuvo lugar en Inglaterra u n a progresiva disociación e n t r e la nobleza v la función militar básica que la había caracterizado e n el orden social medieval, lo que necesariamente repercutió de forma i m p o r t a n t e en la propia clase terrateniente. E n este específico contexto m a r í t i m o n u n c a se p r o d u j e r o n derogaciones de rango nobiliario p r o p i a m e n t e dichas - l i g a d a s siempre a u n sentimiento p r o f u n d o hacia las virtudes de la espada y codificadas c o n t r a las tentaciones del dinero. A su vez, esto permitió u n a conversión gradual de la aristocracia hacia las actividades comerciales, m u c h o antes que cualquier o t r a clase r u r a l comparable de E u r o p a . El p r e d o m i n i o de la producción de lana, que había sido el sector de crecimiento en la agricultura en el siglo xv, aceleró de f o r m a n a t u r a l esta tendencia, m i e n t r a s que la i n d u s t r i a r u r a l de paños, paralela a aquélla, proporcionaba salidas n a t u r a l e s p a r a las inversiones de la gentry. La r u t a económica que c o n d u j o de las m e t a m o r f o s i s de la r e n t a feudal en los siglos xiv y xv a la aparición de u n sector capitalista r u r a l en expansión, en el siglo x v n , q u e d a b a abierta asi. Una vez q u e se t o m ó ese camino, el carácter legalmente separ a d o de la nobleza inglesa se hizo p r á c t i c a m e n t e imposible de sostener D u r a n t e el ú l t i m o período de la E d a d Media, Inglaterra había e x p e r i m e n t a d o —como la mayoría de los d e m á s países— u n a clara tendencia hacia u n a estratificación formalizada de rangos d e n t r o de la aristocracia, con la introducción de nuevos títulos después de que la primitiva j e r a r q u í a feudal de vasallos y señores s u f r i e r a la erosión producida p o r la aparición de relaciones sociales monetarizadas y p o r la disolución del clasico sistema de feudos. Cuando decayeron las dependencias personales la nobleza sintió en todas p a r t e s la necesidad de u n a s listas nuevas y m á s a b u n d a n t e s de rangos. D u r a n t e los siglos Xiv y xv, Inglaterra a d o p t ó u n a serie de nuevos grados d e n t r o 14
Stone, The crisis
of the aristocracy,
pp. 265-6.
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de la nobleza —duques, marqueses, barones, vizcondes— q U e junto a los dispositivos p a r a asegurar la p r i m o g e n i t u r a de la herencia, s e p a r a r o n p o r vez p r i m e r a a los pares (al peerage) del resto de la clase 15. A p a r t i r de entonces, ese e s t r a t o co m prendió siempre al grupo más poderoso y opulento de la aris tocracia. Al m i s m o tiempo, se f o r m ó un College of Heralds que dio u n a definición legal de la gentry, limitándola a las familias con escudo de a r m a s , y estableciendo los procedimientos para investigar las reclamaciones de ese estatuto. Por consiguiente en Inglaterra p u d o haberse desarrollado un h e r m é t i c o orden aristocrático dual, separado legalmente por a b a j o de los roturiers, como ocurrió en los d e m á s países. Pero la creciente inclinación no militar y protocomercial de toda la nobleza —estimulada p o r la venta de tierras y la expansión agrícola de la época l u d o r — hizo imposible nada s e m e j a n t e a un tribunal de derogación « El resultado f u e que el estricto criterio del escudo de a r m a s se convirtió en algo casi inoperante. De ahí esa peculiaridad de que la aristocracia social no coincidiese en Inglaterra con la titulación de par, que era el único sector de la aristocracia con privilegios legales, y de ahí también que la gentry sin titulo y los hijos menores de los pares pudieran d o m i n a r la Camara de los Comunes. Las idiosincrasias de la clase terrateniente inglesa de la época del absolutismo tenían que estar pues, históricamente entrelazadas: era insólitamente civil por su educación, comercial por su ocupación y plebeya p o r su rango. El correlato de esta clase era un E s t a d o que tenía una p e q u e ñ a burocracia, una fiscalidad limitada y carecía de ejército p e r m a n e n t e . La tendencia intrínseca de la m o n a r q u í a Tudor f u e s o r p r e n d e n t e m e n t e igual, como ya hemos visto, a la de sus adversarias continentales (aparte de los paralelismos de personalidad, f r e c u e n t e m e n t e señalados, e n t r e E n r i q u e VII - Luis XI de de los b a r o n e s , 'j,^ ? de la Alta Edad Media a los pares de la Baja Edad Media, y la correspondiente transformación de los cabaleros en gentry, están trazadas en N. Denholm-Young, «En remontant le passe de 1 aristocratie anglaise: le Moyen Age», Aúnales, mayo de 1937 paginas 257-69. (El mismo título de «barón» adquirió un nuevo significado; a| u, U u s ° a n t e n ° r ' a f i n a l e s d e l « V , como rango especifico de la nobleza. La consolidación del sistema de pares (peerage) está MaC farla Aeesffn X i f i , ^ «The nobility in the later Middle Ages», en Xllth International Congress of Historical Sciences (Viena 1965) KaPPorts, i pp. 337-45, que insiste en su novedad y discontinuidad. Debe tenerse en cuenta que la loi de dérogeance fue en Francia una creación tardía del Renacimiento, que sólo data de 1560. Esta medida legal era innecesaria mientras la función de la nobleza fuese inequívocamente militar; como los mismos títulos de rango, fue también una reacción ante la nueva movilidad social.
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Fernando II y E n r i q u e V I I I - Francisco I - Maximiliano I), pero l o s límites de su desarrollo f u e r o n establecidos p o r el carácter de la nobleza que la rodeaba. Por o t r a parte, el inmediato legado de la última incursión de E n r i q u e V I I I en Francia f u e u n a aguda miseria popular en el campo, p u e s t o que la depreciación m o n e t a r i a y las cargas fiscales c o n d u j e r o n a la inseguridad rural y a u n a depresión comercial transitoria. La minoría de edad de E d u a r d o VI presenció, pues, u n a repentina regresión de la estabilidad política y de la a u t o r i d a d del E s t a d o Tudor, con las previsibles maniobras e n t r e los grandes señores territoriales p a r a conseguir el control de la corte, en u n a época p u n t u a d a p o r el malestar campesino y las crisis religiosas. Las rebeliones rurales de East Anglia y del sudoeste f u e r o n aplastadas con mercenarios italianos y alemanes 1 7 . Pero poco después, en 1551, estos ejércitos profesionales f u e r o n licenciados p a r a aiiviar a la hacienda: la última explosión agraria seria en casi trescientos años f u e suprimida p o r la última fuerza i m p o r t a n t e de soldadesca extranjera que estuvo a disposición interna de la m o n a r q u í a . Mientras tanto, la rivalidad e n t r e los duques de Somerset y N o r t h u m berland, con sus respectivos patronazgos de nobles menores, funcionarios y h o m b r e s de a r m a s , c o n d u j o a u n a serie de golpes y contragolpes sordos en el Consejo Privado, en medio de la tensión religiosa y la i n c e r t i d u m b r e dinástica. Toda la u n i d a d del a p a r a t o del E s t a d o T u d o r aparecía t e m p o r a l m e n t e amenazada Sin embargo, el peligro de u n a v e r d a d e r a desintegración no sólo f u e cortado en seco p o r la m u e r t e del joven soberano; sino que a d e m á s no es presumible que se hubiera desarrollado nunca hasta u n a exacta reproducción de los conflictos aristocráticos franceses, debido a la falta de ejércitos pagados a disposición de los p o t e n t a d o s contendientes. El resultado final del intervalo de dominio de Somerset y N o r t h u m b e r l a n d f u e tan sólo la radicalización de la r e f o r m a local y el fortalecimiento de la dignidad m o n á r q u i c a contra los grandes nobles. El breve reinado de María, con su subordinación dinástica a E s p a ñ a y su e f í m e r a restauración católica, dejó pocas trazas políticas. El último r e d u c t o inglés en el continente se perdió con la reconquista f r a n c e s a de Calais. El iargo reinado de Isabel en la segunda m i t a d del siglo restableció y desarrolló a m p l i a m e n t e el statu quo ante interno, " En esta crisis, el gobierno no podía contar con la lealtad de las levas de los condados: W. K. Jordán, Edward VI: the young kmg, Londres, 1968, p. 467.
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sin ninguna innovación radical. El p é n d u l o religioso osciló do nuevo hacia un p r o t e s t a n t i s m o m o d e r a d o , con el establecimiento de u n a Iglesia anglicana domesticada. Ideológicamente, la autoridad real se vio m u y realzada a m e d i d a que la popularidad personal de la reina se elevaba a nuevas cimas. Institucional mente, sin embargo, se p r o d u j e r o n m u y pocas innovaciones El Consejo Privado f u e c o n c e n t r a d o y estabilizado b a j o la larca y fan» secretaría de Burghley en la p r i m e r a p a r t e del reinado Walsingham extendió las redes de espionaje y policía, ocupadas especialmente en la supresión de la actividad católica. La acti vidad legis ativa se r e d u j o en comparación con el r e i n a d o de E n r i q u e V I I I * Las rivalidades faccionales d e n t r o de la alta nobleza t o m a r o n ahora la f o r m a de intrigas de pasillo en busca de honores y oficios cortesanos. El intento final y baldío de un golpe a r m a d o nobiliario - l a rebelión de Essex, el Guisa inglés hacia el final del r e i n a d a - f u e reducido con facilidad. Por otra p a r t e la influencia política y la p r o s p e r i d a d de la gentry - c o n la cual los T u d o r se habían aliado inicialmente p a r a c o n t r a p e s a r a los p a r e s - eran a h o r a un obstáculo evidente y creciente para las prerrogativas reales. El Parlamento, convocado en trece ocasiones d u r a n t e c u a r e n t a y cinco años, principalmente a causa de p r o b l e m a s externos, comenzó a d a r señales de crítica independiente de la política gubernamental. A lo largo del siglo ™n r a í n I O S C o m u n e s a m e n t ó de tamaño, p a s a n d o de unos 300 a 460 m i e m b r o s ; e n t r e ellos, la proporción de la nobleza r u r a l creció i n i n t e r r u m p i d a m e n t e , a medida que los puestos de los municipios eran a c a p a r a d o s p o r los propietarios rurales o p o r sus p a t r o n o s " . La dilapidación moral de la Iglesia, después del dominio secular y los vaivenes doctrinales de los cincuenta anos anteriores, permitió la expansión gradual de un p u r i t a n i s m o de oposición e n t r e los m i e m b r o s de esta clase Los últimos anos del gobierno Tudor estuvieron m a r c a d o s pues p o r u n a nueva obstinación e inquietud en el Parlamento, cuva i m p o r t u n i d a d religiosa y obstrucción fiscal obligaron a Isabel a p r o c e d e r a nuevas ventas de tierras reales con objeto de reducir su dependencia respecto a él. La m a q u i n a r i a coactiva y burocrática de la m o n a r q u í a era m u y reducida en comparación con su prestigio político y su a u t o r i d a d ejecutiva. Le faltaba " Véanse las estimaciones comparativas de Elton sobre las leves oro-
páginas M0?MM. m.
EHzabethan
House
<* Commons, Londres. 1949,
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«obre t o d o el invernadero de la guerra p o r tierra, q u e había C e l e r a d o el desarrollo del absolutismo en el continente. N a t u r a l m e n t e , las t r a n s f o r m a c i o n e s bélicas del Renacimiento n o p a s a r o n en absoluto de largo p o r la Inglaterra isabelma. El carácter de los ejércitos de E n r i q u e V I I I había sido h í b r i d o e improvisado, u n a mezcla de arcaicas levas aristocráticas rec a t a d a s en el interior y de mercenarios f l a m e n c o s borgonones italianos y «allemaynes» c o n t r a t a d o s en el e x t e r i o r » . El E s t a d o isabelino, c o n f r o n t a d o con v e r d a d e r o s y constantes peligros ext r a n j e r o s en la época de Alba y Farnesio, r e c u r r i ó a la extensión ilegal del sistema de milicia tradicional en Inglaterra, con objeto de reunir fuerzas adecuadas p a r a sus expediciones de ultram a r . Técnicamente se suponía que estos h o m b r e s h a b r í a n de servir sólo c o m o guardia interior; a l r e d e d o r de doce mil recibieron u n a p r e p a r a c i ó n especial y la m a y o r p a r t e se destinó a la defensa interior del país. El r e s t o - r e c l u t a d o f r e c u e n t e m e n t e e n t r e la población v a g a b u n d a - f u e destinado al e x t r a n j e r o . El desarrollo de este sistema n o p r o d u j o u n e j é r c i t o p e r m a n e n t e o profesional, pero proporcionó u n a corriente regular de trch pas, en u n a escala modesta, p a r a los n u m e r o s o s c o m p r o m i s o s exteriores del gobierno isabelino. Los lords-heutenan de los condados adquirieron u n a gran importancia c o m o a u t o r i d a d e s encargadas de la recluta; la organización regimental f u e i n t r o ducida l e n t a m e n t e y las a r m a s de fuego s u p e r a r o n la nativa afición al arco 2 1 . N o r m a l m e n t e , los m i s m o s contingentes de la milicia se c o m b i n a b a n con soldados mercenarios, escoceses o alemanes. Ningún e j é r c i t o enviado al continente superó n u n c a los 20.000 h o m b r e s , la m i t a d de la ú l t i m a expedición de Enrique y la m a y o r p a r t e f u e r o n considerablemente menores. Los resultados obtenidos p o r estos ejércitos en los P a í s e s B a j o s o en N o r m a n d í a f u e r o n generalmente m u y limitados. Su costo, desproporcionadamente alto en relación con su utilidad, desalentó cualquier evolución posterior en la m i s m a dirección . La inferioridad militar del absolutismo inglés continuo imposibilitando t o d o objetivo expansionista en el continente. De esta f o r m a , la política exterior isabelina se limitó a u n a s m e t a s » C. Ornan, A history of the art of war in the sixteenth ^
C
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a c i i c S n k , EluabetKs
army,
century,
Lon-
Oxford, 1966, pp. 12-13, 19-20,
^ " C r u i c k s h a n k ha sugerido que la ausencia de un soberano varón adulto cara dirigir personalmente a los e ércitos en el campo de batalla, dur a n t e cerca de sesenta años después de Enrique VIII puede haber contribuí do a que no surgiera un ejército regular en esta época: Army royal, Oxford, 1969, p. 189.
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la administración de Cromwell comenzó a i n t r o d u c i r en el Palé i n s t r u m e n t o s burocráticos de gobierno m á s regulares. Kildare f u e d e p u e s t o en 1534, y u n a rebelión protagonizada p o r su h i j o f u e aplastada. E n 1540, E n r i q u e V I I I —habiendo r e p u d i a d o y a al papado, que f u e quien invistió originariamente a la monarquía inglesa con el señorío de I r l a n d a p o r ser f e u d o de R o m a a s u m i ó el nuevo título de rey de Irlanda. En la práctica, sin embargo, la m a y o r p a r t e de la isla permaneció f u e r a del control de los Tudor, dominada bien p o r sus jefes Oíd Irish o p o r los señores Oíd English, e m p a r e n t a d o s con los p r i m e r o s y ambos fieles al catolicismo, m i e n t r a s Inglaterra se p a s a b a a la Reforma. Hasta el tiempo de Isabel sólo se f o r m a r o n dos condados f u e r a de los límites del Palé. Posteriormente estallaron rebeliones salvajes en 1559-66 (Ulster), en 1569-72 (Munster) y en 1579-83 (Leinster y Munster), a medida que la m o n a r q u í a intentaba i m p o n e r su a u t o r i d a d e instalar poblaciones New English de colonizadores p r o t e s t a n t e s p a r a r e p o b l a r el país Finalmente, d u r a n t e la larga guerra e n t r e Inglaterra y E s p a ñ a u n a insurrección que a r r a s t r ó a toda la isla contra la opresión de los T u d o r f u e desencadenada en 1595 p o r O'Neill, jefe de clan del Ulster, que llamó en su ayuda al p a p a d o y a E s p a ñ a El régimen isabelino, decidido a conseguir la solución final del p r o b l e m a irlandés, movilizó los mayores ejércitos de todo el r e i n a d o p a r a volver a o c u p a r la isla y anglicanizar al país de u n a vez p o r todas, Las tácticas guerrilleras a d o p t a d a s p o r los irlandeses f u e r o n c o n t r a r r e s t a d a s p o r u n a despiadada política de exterminio 2 5 . La guerra d u r ó nueve años, antes de que toda resistencia fuese pulverizada p o r el c o m a n d a n t e inglés M o u n t j o y Antes de la m u e r t e de Isabel, I r l a n d a había q u e d a d o militarm e n t e anexionada. Sin embargo, esta notable operación f u e el único t r i u n f o en tierra de las a r m a s de los Tudor: ganada con el m a y o r de los esfuerzos f r e n t e a u n enemigo prefeudal, n o era repetible en ningún o t r o sitio. Para el carácter de la clase t e r r a t e n i e n t e inglesa y de su Estado, la decisiva evolución estratégica de aquel tiempo se situaba en o t r a p a r t e : en el lento giro del si25 Algunas observaciones sobre las tácticas utilizadas para subyugar a los irlandeses pueden verse en C. Falls, Elizabeth's Irish Wars Lon-
h í ™ ' \ P P - 3 2 6 -?', 3 4 1 ' 3 4 \ 3 4 5 ' U f u r i a i n ^ s a en Irlanda fue probablemente tan mortal como la furia española en los Países Bajos De hecho, no hay ninguna señal de que se moderase alguna vez por consideraciones como las que, por ejemplo, impidieron a España la destrucción de los diques holandeses, medida que el gobierno de Felipe II consideró como un genocidio; sobre esta comparación, véase Parker The army of Flanders and the Spanish road, pp 134, 135.
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Elo xvi hacia el e q u i p a m i e n t o y la expansión navales. Alrededor de 1500 la tradicional división m e d i t e r r á n e a e n t r e la galera de r e m o «alargada», c o n s t r u i d a p a r a la guerra, y el b a r c o de vela «redondo», utilizado p a r a el comercio, empezó a ser sustituida en los m a r e s del n o r t e p o r la construcción de grandes b a r c o s de guerra equipados con a r m a s de fuego 2 6 . E n el nuevo t i p o de navios de guerra, las velas sustituyeron a los r e m o s y los soldados comenzaron a d e j a r su sitio a los cañones. Gracias a la creación del p r i m e r dique seco inglés en P o r t s m o u t h , en el año 1496, E n r i q u e VII construyó dos b a r c o s de este tipo, p e r o el v e r d a d e r o responsable de la expansión «sostenida y sin precedentes» del p o d e r í o naval inglés f u e E n r i q u e V I I I 2 7 , q u e d u r a n t e los p r i m e r o s cinco años de su r e i n a d o i n c o r p o r ó a la a r m a d a , p o r m e d i o de la c o m p r a o la construcción, 24 navios de guerra, con lo que cuadruplicó su- t a m a ñ o . Hacia el final del reinado, la m o n a r q u í a inglesa poseía 53 b a r c o s y tenía u n Consejo Naval p e r m a n e n t e , creado en 1546. Las grandes carracas de esta fase, con sus pesadas t o r r e s y su artillería recién instalada, e r a n todavía u n o s i n s t r u m e n t o s torpes p a r a la guerra. E n realidad, las batallas navales seguían siendo e n f r e n t a m i e n t o s c u e r p o a cuerpo, y sobre el m a r , e n t r e soldados. E n la ú l t i m a guerra de E n r i q u e V I I I , las galeras f r a n c e s a s todavía mantuvieron la iniciativa con su a t a q u e al Solent. D u r a n t e el r e i n a d o de E d u a r d o VI se construyó u n nuevo dique en Chatham, p e r o la fuerza m a r í t i m a de los T u d o r experimentó u n f u e r t e descenso en las décadas siguientes, c u a n d o los planes navales españoles y portugueses se a d e l a n t a r o n a los ingleses con la invención del galeón, m á s rápido. Sin embargo, a p a r t i r del a ñ o 1579, el Consejo Naval presidido p o r Hawkins impulsó u n a r á p i d a modernización y expansión de la flota real. Los galeones de p o c o calado f u e r o n equipados con cañones de largo alcance, situados en p l a t a f o r m a s m u y m a n e j a b l e s y destinados a h u n d i r a las embarcaciones enemigas, en u n a batalla en movimiento, desde la m a y o r distancia posible. Los comienzos de u n a guerra marítima con España, p r e p a r a d a desde m u c h o antes p o r la piratería inglesa en el Main, d e m o s t r a r o n la superioridad técnica de estos nuevos barcos. «En 1588, Isabel I era d u e ñ a de la flota m á s
» Sobre esta evolución, véanse Cipolla, Guns and sails in the early phase of European expansión, pp. 78-81; y M. Lewis, The Spanish Armada, Londres, 1960, pp. 61-80, que reivindica una prioridad inglesa, probableme
" l G . L Marcus, A naval history of England, Londres, 1961, p. 30.
I, The formative
centuries,
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poderosa que E u r o p a haya visto nunca» 2 8 . La Armada Invencible f u e atacada p o r los cañones ingleses de medio alcance y dispersada en medio de la t o r m e n t a y la niebla. La seguridad insular q u e d ó garantizada y se echaron los cimientos de u n f u t u r o imperial. Las consecuencias últimas de este nuevo dominio m a r í t i m o conseguido p o r Inglaterra f u e r o n dos. La sustitución de la guer r a t e r r e s t r e p o r la naval tendió a especializar y a l e j a r la práctica de la violencia militar, desplazándola sin peligro a u l t r a m a r . (Los barcos que la t r a n s p o r t a b a n eran, p o r supuesto, prisiones flotantes en las que se explotaba con notoria crueldad m a n o de o b r a reclutada p o r la fuerza.) Al m i s m o tiempo, el interés naval de la clase d o m i n a n t e se dirigió de f o r m a p r e e m i n e n t e hacia u n a orientación comercial. Mientras el e j é r c i t o siempre f u e u n a institución con un único objetivo, la a r m a d a era p o r naturaleza u n i n s t r u m e n t o dual, utilizable no sólo p a r a la guerra, sino p a r a el comercio 2 9 . De hecho, a lo largo del siglo xvi el grueso de las flotas inglesas lo constituyeron b a r c o s mercantes a d a p t a d o s t e m p o r a l m e n t e p a r a la batalla m e d i a n t e la introducción de cañones y capaces de volver al comercio u n a vez t e r m i n a d a la guerra. El E s t a d o promovió n a t u r a l m e n t e esta adaptabilidad favoreciendo los diseños m e r c a n t e s que se ajust a r a n a ella. La a r m a d a se convirtió así n o sólo en el «mayor» i n s t r u m e n t o del a p a r a t o coercitivo del E s t a d o inglés, sino en u n i n s t r u m e n t o «ambidextro», con p r o f u n d a s consecuencias sob r e la naturaleza de la clase gobernante 3 0 . Pues a u n q u e el costo a Garrett Mattingly, The defeat of the Spanish Armada, Londres, 1959, página 175. 29 En el siglo x v m , cuando el Almirantazgo era el departamento que más gastaba del gobierno, la Marina no sólo dependía de la City para que presionara en favor de su presupuesto, sino que tenía que negociar con ella si tendrían preferencia los intereses mercantiles o los estratégicos a la hora de determinar las rutas de sus escuadras. Véase Daniel Baugh, British naval administration in the age of Walpole, Princeton, 1965, p. 19. 30 Hintze comenta lacónicamente, y quizá con exceso de simplicidad: «Inglaterra, en su seguridad insular, no necesitaba un ejército permanente, por lo menos de la magnitud continental, sino sólo una marina que pudiera servir los intereses del comercio y los objetivos de la guerra; por consiguiente, no desarrolló un absolutismo». Y en una frase característica añade: «El poder terrestre produce una organización que domina a todo el organismo del Estado y le da una forma militar; el poder marítimo es únicamente un puño armado que se lanza al mundo exterior y que no es susceptible de ser utilizado contra un "ejército interior"». Gesammelte Abhandlungen, I, pp. 59, 72. Hintze, que fue un partidario decidido del imperialismo naval guillermino antes de la primera guerra mundial, tenía buenas razones para prestar una atención especial a la historia marítima de Inglaterra.
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p o r u n i d a d fuese mayor 3 1 , el costo total de la construcción naval y de su m a n t e n i m i e n t o eran m u c h o más b a j o s que los de u n ejército p e r m a n e n t e : en las últimas décadas del reinado de Isabel, la relación de costos era de 1 a 3. Sin embargo, el p r o d u c t o conseguido a lo largo de los siglos siguientes h a b r í a de ser m u c h o más alto: el imperio colonial b r i t á n i c o sería la s u m a de ese p r o d u c t o . Toda la cosecha de este navalismo e s t a b a todavía p o r ver. Pero, en b u e n a medida a causa de ella, la clase t e r r a t e n i e n t e p u d o desarrollarse, ya en el siglo xvi, no antagónicamente, sino al unísono, con el capital mercantil en los p u e r t o s y condados. La extinción del linaje T u d o r en 1603 y la llegada de la dinastía E s t u a r d o crearon u n a situación política f u n d a m e n t a l m e n t e nueva p a r a la m o n a r q u í a . Con la subida al t r o n o de J a c o b o I, Escocia se unió a I n g l a t e r r a p o r vez p r i m e r a a través de u n vínculo personal. Dos sistemas políticos radicalmente distintos se unían a h o r a b a j o la m i s m a casa gobernante. En los p r i m e r o s m o m e n t o s , el impacto escocés en el modelo de desarrollo inglés f u e m u y débil, precisamente a causa de la distancia histórica e n t r e a m b a s formaciones sociales; p e r o a largo plazo h a b r í a de ser decisivo p a r a el destino del absolutismo inglés. Escocia, c o m o Irlanda, se había m a n t e n i d o como u n a fortaleza celta f u e r a de las f r o n t e r a s del control r o m a n o . Tras recibir en la E d a d Oscura u n a mezcla de inmigración irlandesa, germánica y escandinava, su a b i g a r r a d o m a p a de clanes q u e d ó s u j e t o a u n a a u t o r i d a d regia central en el siglo xi, con jurisdicción sobre t o d o el país, excepto el noroeste. E n la B a j a E d a d Media, la intromisión del feudalismo a n g l o n o r m a n d o remodeló aquí t a m b i é n la f o r m a del sistema político y social indígena. Pero m i e n t r a s q u e en I r l a n d a t o m ó la f o r m a de u n a precaria conquista militar que q u e d ó m u y p r o n t o anegada p o r el r e f l u j o celta, en Escocia la nativa dinastía Canmore i m p o r t ó las instituciones y los colonos ingleses, promovió los lazos matrimoniales con la nobleza del sur y e m u l ó las e s t r u c t u r a s del m á s avanzado reino del o t r o lado de la f r o n t e r a , con sus castillos, sus sheriffs, chambelanes y jueces. El r e s u l t a d o f u e u n a feudalización m u c h o m á s p r o f u n d a y extensa de la sociedad escocesa. La a u t o i m p u e s t a «normandización» eliminó las antiguas divisiones étnicas del país y creó u n a nueva línea de demarcación lingüística y social e n t r e las Lowlands, donde la lengua 11 Los costes por hombre en el siglo siguiente fueron dos veces más altos en el mar que en tierra. Naturalmente, una marina necesitaba también una industria de suministros y mantenimiento mucho más avanzada. Véase Clark, The seventeenth century, p. 119.
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inglesa llegó a prevalecer j u n t o con los señoríos y los feudos y las Highlands, donde el gaélico p e r m a n e c i ó c o m o lenguaje de u n p a s t o r a l i s m o a t r a s a d o de clanes. C o n t r a r i a m e n t e a lo q U e ocurrió en Irlanda, el sector p u r a m e n t e celta q u e d ó reducido p a r a siempre a u n a minoría, confinada en el noroeste. Durante el último período medieval, la m o n a r q u í a escocesa f u e incapaz de consolidar la disciplina real sobre sus dominios. La contaminación m u t u a e n t r e los modelos políticos de las Lowlands y las Highlands c o n d u j o a u n a semiseñorialización de las jefat u r a s celtas de clanes, en las m o n t a ñ a s , y a u n a infección de la organización feudal escocesa p o r el sistema de clanes, en los llanos 3 2 . Sobre todo, la constante guerra fronteriza con Inglaterra sacudió r e p e t i d a m e n t e al E s t a d o monárquico. E n las condiciones anárquicas de los siglos xiv y xv, en m e d i o del incesante desorden fronterizo, los b a r o n e s t o m a r o n el control hereditario de las sheriffdoms y establecieron jurisdicciones privadas, a la vez que los p o t e n t a d o s a r r a n c a b a n «regalías» provinciales de la m o n a r q u í a y p r o l i f e r a b a n b a j o a m b o s las redes de p a r e n t e s c o vasallático. La sucesiva dinastía E s t u a r d o , a r r u i n a d a p o r las minorías inestables y los gobiernos de regencia, f u e incapaz de hacer grandes cosas c o n t r a el desorden endémico del país d u r a n t e los siguientes ciento cincuenta años, m i e n t r a s Escocia se ataba cada vez m á s a Francia p o r m e d i o de alianzas diplomáticas, en busca de protección contra la presión inglesa. A mediados del siglo xvi, la abierta dominación f r a n c e s a p o r medio de la regencia de u n Guisa provocó u n a xenobofia aristocrática y p o p u l a r que proporcionó m u c h a fuerza a los partidarios locales de la Reforma: las ciudades, los señores y los nobles se levantaron contra la administración francesa, cuyas líneas de comunicación con el continente f u e r o n cortadas p o r la flota inglesa en 1560, con lo que se aseguró el éxito del p r o t e s t a n t i s m o escocés. Pero el cambio religioso, que en adelante separó a Escocia de Irlanda, hizo m u y poco p a r a t r a n s f o r m a r la fisonomía política del país. Las Highlands gaélicas, que f u e r o n las únicas en permanecer fieles al catolicismo, se hicieron más salvajes y más turbulentas en el t r a n s c u r s o del siglo. Y m i e n t r a s en el s u r las mansiones r u r a l e s acristaladas eran el nuevo rasgo del p a i s a j e de los Tudor, en la zona fronteriza y en las Lowlands se seguían construyendo castillos sólidamente fortificados. En todo el rei-
" Sobre esté proceso, véase T. C. Smout, A history of the Scottish people, 1560-1830, Londres, 1969, pp. 44-7, que incluye un agudo análisis s<> cial de Escocia antes de la Reforma.
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no e r a n frecuentes las guerras privadas, y h a s t a que n o a s u m i ó el p o d e r el m i s m o Jacobo VI la m o n a r q u í a escocesa n o m e j o r o seriamente su posición. Jacobo, e m p l e a n d o u n a mezcla de conciliación y coacción, desarrolló u n f u e r t e Consejo Privado, apoyó y utilizó a unos nobles contra otros, creó nuevos pares, i n t r o d u j o g r a d u a l m e n t e obispos en la Iglesia, a u m e n t ó la representación de los pequeños b a r o n e s y de los burgos en el Parl a m e n t o local, subordinó a éste p o r medio de la creación de u n comité c e r r a d o de dirección (los Lords of Articles) y pacificó la f r o n t e r a 3 3 . A comienzos del siglo XVII, Escocia parecía u n país reorganizado. Con todo, su e s t r u c t u r a sociopolítica m a n t e n í a u n contraste n o t a b l e con la de la c o n t e m p o r á n e a Inglaterra. La población era escasa —alrededor de 750.000 habitantes—, y las ciudades, muy pocas y pequeñas, eran ciudades de pastores. Las grandes casas nobles c o m p r e n d í a n a u n tipo de p o t e n t a d o s territoriales desconocido en Inglaterra —los Hamilton, Huntly, Argyll, Angus—, q u e controlaban grandes zonas del país con plenos poderes reales, séquitos militares y a r r e n d a t a r i o s dependientes. Los señoríos e s t a b a n m u y extendidos e n t r e la p e q u e ñ a nobleza; los Justices of the Peace, enviados con cautela p o r el rey, h a b í a n sido reducidos a la nada. La n u m e r o s a clase de pequeños propietarios estaba a c o s t u m b r a d a a las escaramuzas a r m a d a s . El c a m p e s i n a d o pobre, liberado de la servidumbre en el siglo xiv, n u n c a había realizado u n a rebelión de importancia. La sociedad escocesa, económicamente p o b r e y cultur a l m e n t e aislada, conservaba todavía u n c a r á c t e r f u e r t e m e n t e medieval; el E s t a d o escocés n o era m u c h o m á s seguro que la m o n a r q u í a inglesa después de Bosworth. A pesar de todo, la dinastía E s t u a r d o , t r a n s p l a n t a d a a Inglaterra, persiguió los ideales de la realeza absolutista, que e r a n en este m o m e n t o las n o r m a s corrientes en todas las cortes de E u r o p a occidental. J a c o b o I, a c o s t u m b r a d o a u n país en el q u e los magnates territoriales hacían sus propias leyes y en el que el P a r l a m e n t o contaba poco, se e n c o n t r ó u n reino en el que el militarismo de los grandes había sido destruido, y n o f u e capaz de ver que el P a r l a m e n t o r e p r e s e n t a b a el núcleo central del p o d e r nobiliario. El carácter m u c h o m á s desarrollado de la sociedad inglesa le hizo creer d u r a n t e cierto tiempo, de f o r m a engañosa, que era m á s fácil de gobernar. El régimen jacobeo, despectivo y f a l t o de comprensión hacia el Parlamento, n o hizo ningún esfuerzo p a r a suavizar el creciente sentimiento de opo» G. Donaldson, Scotland; páginas 215-28, 284-90.
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sición de la gentry inglesa. Una corte ostentosa se combinaba con u n a política exterior inmovilista, basada en el acercamiento a España, dos cosas igualmente impopulares p a r a el grueso de la clase terrateniente. Las doctrinas sobre el derecho divino de la m o n a r q u í a e n c a j a b a n bien con el ritualismo religioso de a j e r a r q u í a conservadora de la Iglesia. Las prerrogativas leea les se utilizaron c o n t r a el derecho común, y la venta de m o nopolios y de cargos c o n t r a la oposición p a r l a m e n t a r i a a los impuestos. Sin embargo, esta i n o p o r t u n a dirección del gobierno real en Inglaterra n o e n c o n t r ó u n a resistencia similar en Escocia ni en Irlanda, donde las aristocracias locales f u e r o n atraídas mediante u n calculador patronazgo, p o r el rey, m i e n t r a s el Ulster era colonizado p o r inmigraciones masivas procedentes de las Lowlands, p a r a garantizar el p r e d o m i n i o p r o t e s t a n t e Pero hacia el final del reinado la posición política de la m o n a r q u í a E s t u a r d o estaba peligrosamente aislada en su reino central p o r q u e la e s t r u c t u r a social subyacente en Inglaterra se le escap a b a de las m a n o s al i n t e n t a r alcanzar los objetivos institucionales que se estaban alcanzando con éxito en casi todos los países del continente. Un siglo después de la disolución de los monasterios, mientras la población de Inglaterra se había duplicado, el volumen de la n o b eza y de la gentry se triplicó y a u m e n t ó su proporción en el r e p a r t o de la riqueza nacional, con u n salto especialmente notable a principios del siglo x v n , c u a n d o el alza de las r e n t a s s u p e r ó a la de los precios, con el consiguiente beneficio p a r a el c o n j u n t o de la clase terrateniente. E s posible que los ingresos netos de la gentry se cuadruplicaran en el siglo siguiente a 1530*. El sistema triádico c o m p u e s t o p o r el señor el a r r e n d a t a r i o y el j o r n a l e r o agrícola - f u t u r o a r q u e t i p o de c a m p o i n g l é s - , ya iba apareciendo en las p a r t e s más ricas de la Inglaterra rural. Al m i s m o tiempo, tuvo lugar en Londres u n a concentración sin precedentes de comercio y manufactur a s que llego a ser siete u ocho veces m a y o r en el reinado de Carlos I que en el de E n r i q u e VIII, lo que hizo de ella la capital m a s d o m i n a n t e de cualquier país de E u r o p a alrededor de 1630 Antes de final de siglo, Inglaterra ya contaba con algo semeíante a u n m e r c a d o interior único 3 5 . Así pues, el capitalismo
f tHe 1972 LnnSt£>ns' Sí® ¿T"u° , ?nglish revolution, 1529-1642, Londres, ' , m eEjSot ra r°ebs ruam' e an d m l r a b I e P° r su sobriedad y capacidad h e de esta época E. J. Hobsbawm, «The crisis of the seventeenth century» en Aston comp., Crisis in Europe, 1560-1660, Londres, pp. 47-9 [«La Trisis generé
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agrario y mercantil había e x p e r i m e n t a d o avances m á s rápidos a u e los de cualquier otra nación, excepto los Países Bajos, y los sectores m á s i m p o r t a n t e s de la aristocracia inglesa {peerage y gentry) se habían a d a p t a d o a ellos. El r e f o r z a m i e n t o político del E s t a d o feudal ya n o correspondía, p o r tanto, al carácter social de la mayor p a r t e de la clase social sobre la que inevitablemente tenía que apoyarse. T a m p o c o existía ningún peligro social procedente de a b a j o que obligara a r e f o r z a r los lazos e n t r e la m o n a r q u í a y la gentry. Como n o había ninguna necesidad de u n gran ejército p e r m a n e n t e , el nivel impositivo de Inglaterra permaneció n o t a b l e m e n t e b a j o , quizá u n tercio o u n c u a r t o del que había en Francia a principios del siglo x v n * . Sólo u n a pequeña p a r t e de esos impuestos recaía sobre las masas rurales, m i e n t r a s que los pobres de cada p a r r o q u i a recibían u n a caridad prudencial procedente de los fondos públicos. El resultado de esto f u e u n a paz social relativa en el c a m p o despues del m a l e s t a r agrario de mediados del siglo xvi. Por otra parte, el campesinado n o sólo estaba s u j e t o a u n a carga impositiva m u c h o más liviana que en otros países, sino que estaba intern a m e n t e más diferenciado. Con el í m p e t u comercial a c u m u l a d o en el campo, eSa estratificación hizo posible y rentable, a su vez, el a b a n d o n o virtual del cultivo directo p o r la aristocracia y la gentry, y su sustitución p o r el arriendo de la tierra. El resultado fue la consolidación de un estrato de kulaks relativam e n t e acomodados (la yeomanry) y de u n gran n ú m e r o de asalariados rurales, j u n t o a la masa campesina. La situación en las aldeas se hizo, p o r tanto, razonablemente segura p a r a la nobleza, que ya n o tenía que t e m e r ninguna otra insurrección r u r a l y, p o r consiguiente, n o tenía ningún interés en la creación de u n a f u e r t e m á q u i n a coactiva centralizada a disposición del Estado. Al m i s m o tiempo, el b a j o nivel impositivo que contribuyó a esta calma agraria imposibilitó la aparición de u n a e n o r m e b u r o c r a c i a erigida p a r a asegurar el f u n c i o n a m i e n t o del sistema fiscal. Al h a b e r a s u m i d o la aristocracia las funciones administrativas locales desde la E d a d Media, la m o n a r q u í a siempre estuvo privada de u n a p a r a t o profesional regional. La de la economía europea en el siglo x v n . en Entorno a los orígenes de la revolución industrial, Madrid, Siglo XXI, 1978 . » Christopher Hill, The century of revolution, Londres, 1961, p. 51 Lt.l siglo dé la Polución, Madrid, Ayuso, 1972], En 1628, los ingresos de Luis XIII procedentes de Normandía fueron iguales a los ingresos cales de toda Inglaterra obtenidos por Carlos I; L. Stone, en «Discussfon of Trevor-Roper's general crisis,, Past and Present, 18. noviembre de 1960, p. 32.
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tendencia de los E s t u a r d o hacia u n a b s o l u t i s m o desarrollado tropezó, pues, desde el principio, con u n a m u l t i t u d de obstáculos. En 1625, Carlos I a b o r d ó —de f o r m a consciente, a u n q u e en general inepta— la tarea de construir u n absolutismo m á s avanzado con los materiales poco p r o m e t e d o r e s q u e tenía a su disposición. La cambiante a t m ó s f e r a de las sucesivas administraciones de la corte n o ayudó a la m o n a r q u í a : la peculiar combinación de corrupción jacobea y p u r i t a n i s m o carolino —desde Buckingham hasta L a ú d - resultó especialmente enervante p a r a la m a y o r p a r t e de la gentry Los caprichos de su política e x t e n o r debilitaron también a la m o n a r q u í a desde el comienzo del remado. El f r a c a s o de la intervención inglesa en la guerra de los Treinta Anos se complicó con u n a innecesaria e inútil guerra con Francia, inspirada c o n f u s a m e n t e p o r Buckingham bin embargo, una vez t e r m i n a d o este episodio, la dirección general de la política dinástica f u e relativamente coherente. El Parlamento, que había denunciado con vigor la dirección de la guerra y al m i n i s t r o sobre el que recaía su responsabilidad f u e disuelto indefinidamente. E n la década siguiente, de «gobierno personal», la m o n a r q u í a tendió u n a vez más a acercarse a la alta nobleza, i n f u n d i e n d o nuevo vigor a la j e r a r q u í a f o r m a l de cuna y rango d e n t r o de la aristocracia p o r medio de la concesion de privilegios a los pares, una vez que había p a s a d o el peligro de u n militarismo nobiliario en Inglaterra E n las ciudades se reservaron monopolios y beneficios p a r a el e s t r a t o más alto de los comerciantes u r b a n o s que f o r m a b a n el patriciado tradicional de los municipios. El grueso de la gentry y de los nuevos intereses mercantiles f u e r o n excluidos del concierto real. E s t a s m i s m a s preocupaciones se hicieron evidentes en la reorganización episcopal de la Iglesia b a j o Carlos I, que restableció la disciplina y la moral del clero, a costa de a m p l i a r a distancia religiosa entre los ministros y los propietarios locales. Los éxitos del absolutismo de los E s t u a r d o q u e d a r o n limi-
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tados en su mayoría, sin embargo, al a p a r a t o ideológico-clencal del Estado, q u e comenzó a inculcar b a j o a m b o s soberanos el derecho divino y el ritual hierático. P e r o el a p a r a t o económicob u r o c r á t i c o permaneció s u j e t o a f u e r t e s restricciones fiscales. El P a r l a m e n t o controlaba el derecho a i m p o n e r contribuciones, y desde los p r i m e r o s años de J a c o b o I resistió todos los esfuerzos que se hicieron p a r a prescindir de él. E n Escocia, la dinastía podía i n c r e m e n t a r a voluntad los impuestos, especialmente sobre las ciudades, ya q u e los Estados carecían de u n a tradición sólida de deliberación sobre las contribuciones. E n Irlanda, la draconiana administración de S t r a f f o r d reclamó tierras y r e n t a s de la gentry a v e n t u r e r a que había llegado allí después de la conquista isabelina, y p o r vez p r i m e r a hizo de la isla u n a saneada f u e n t e de ingresos p a r a el E s t a d o » . Pero en la p r o p i a Inglaterra, donde radicaba el p r o b l e m a central, tales remedios n o e r a n posibles. Limitado p o r la a n t e r i o r prodigalidad de los T u d o r con las propiedades reales, Carlos I r e c u r r i ó a todos los posibles i n s t r u m e n t o s feudales y neofeudales en su b ú s q u e d a de ingresos impositivos capaces de sostener, f u e r a del control p a r l a m e n t a r i o , u n a extensa m a q u i n a r i a estatal: la revitalización de los derechos de tutela, los estipendios p o r t r a n s f e r e n c i a de títulos caballerescos, el u s o de prerrogativas regias, la multiplicación de los monopolios y la inflación d e honores. Fue especialmente en estos años c u a n d o la venta de cargos se convirtió p o r vez p r i m e r a en u n a f u e n t e i m p o r t a n t e de ingresos reales —del 30 al 40 p o r 100—, y, simultáneamente, la remuneración de los titulares de cargos en u n a p a r t e i m p o r t a n t e del gasto estatal 3 9 . Todos estos dispositivos se m o s t r a r o n inadecuados: su p r o f u s i ó n sólo sirvió p a r a e n e m i s t a r a la clase terrateniente, q u e en su m a y o r p a r t e estaba d o m i n a d a p o r u n a aversión p u r i t a n a hacia la nueva corte y hacia la nueva Iglesia. Significativamente, la ú l t i m a tentativa de Carlos I p a r a crear u n a b a s e fiscal seria f u e su proyecto de extender el único i m p u e s t o tradicional p a r a la defensa que existía en Inglaterra: el pago p o r los p u e r t o s de u n a contribución (o ship money) p a r a el m a n t e n i m i e n t o de la a r m a d a . E n unos pocos años, este i n t e n t o se vio s a b o t e a d o p o r la negativa de los n o r e m u n e r a d o s Justices of the Peace locales p a r a recaudarlo.
" Estos aspectos del gobierno de los Estuardo dan el clima, pero no las razones, del creciente conflicto político de principios del siglo xvn j£c°r"5°P,er.10? e v o c a c?n «ran b r í o poderoso análisis de estos años: Histortcal essays, Londres, 1952, pp. 13045. Sin embargo, es un error pensar que los problemas de la monarquía Estuardo podían solucionarse simplemente con una mayor habilidad y competencia políticas, como sugiere el autor. En la práctica, quizá ningún error de los Estuardo fuese tan fatídico como la imprevisora venta de tierras realizada por sus predecesores Tudor. Lo que impidió la consolidación del absolutismo "n carencla de personal cimientos institucionales, y no de capacidad
» El significado del régimen de Strafford en Dublín y la reacción que provocó en la clase terrateniente de los New Enghsh se discuten en T Ranger. «Strafford in Ireland: a revaluation», en Aston, comp.. Crisis w EU
»g: A [ ^ T h l k Z V s 'servants: dres, 1961, p. 248.
the civil service
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La elección de este p r o g r a m a , y su fracaso, revelaron en creux los elementos que faltaban p a r a que f u e r a posible una versión inglesa de Versalles. El absolutismo continental se había c o n s t r u i d o sobre sus ejércitos. Por u n a extraña ironía, el absolutismo insular sólo podía existir con sus débiles ingresos m i e n t r a s no tuviera necesidad de crear un ejército. En efecto, sólo el P a r l a m e n t o podía proveer los recursos necesarios, pero u n a vez convocado era seguro que comenzaría muy p r o n t o a d e s m a n t e l a r la a u t o r i d a d de los E s t u a r d o . Por idénticas razones históricas, la creciente rebelión política contra la m o n a r q u í a no poseía en Inglaterra los i n s t r u m e n t o s precisos p a r a una insurrección a r m a d a c o n t r a ella; incluso la oposición de la gentry carecía de un núcleo central p a r a un asalto constitucional c o n t r a el gobierno personal del rey m i e n t r a s n o h u b i e r a u n a convocatoria del Parlamento. El p u n t o m u e r t o e n t r e ambos antagonistas se q u e b r ó en Escocia. En 1638, el clericalismo carolino, que ya había amenazado a la nobleza escocesa con la recuperación de las tierras y los diezmos eclesiásticos secularizados, provocó finalmente u n levantamiento religioso p o r la imposición de u n a liturgia anglicanizada. Los Estados escoceses se unieron p a r a rechazarla, y su Alianza contra esa imposición adquirió u n a inmediata fuerza material p o r q u e en Escocia la aristocracia y la gentry n o estaban desmilitarizadas: la estruct u r a social m á s arcaica del reino originario de los E s t u a r d o conservaba los vínculos guerreros de u n t a r d í o sistema político medieval. La Alianza f u e capaz de poner en pie u n e j é r c i t o formidable, que p u d o e n f r e n t a r s e a Carlos en el corto espacio de unos meses. Los grandes y los propietarios reunieron a sus agricultores a r m a d o s ; los burgos proporcionaron fondos p a r a la causa; los mercenarios veteranos de la guerra de los Treinta Años a p o r t a r o n oficiales profesionales. El m a n d o de u n ejército respaldado p o r los pares f u e confiado a u n general que había vuelto del servicio en Suecia 4 0 . La m o n a r q u í a inglesa n o podía reunir u n a fuerza comparable. Existía, pues, u n a lógica subyacente en el hecho de que fuese la invasión escocesa de 1640 la que pusiera fin al gobierno personal de Carlos I. El absolutismo inglés pagó el castigo p o r su falta de fuerzas armadas. " Los coroneles del ejército eran nobles, los capitanes eran propietarios y los soldados «jóvenes y fornidos labradores» que les servían como arrendatarios: Donaldson, Scotland: James V to James VII, pp. 100-2. Alexander Leslie, comandante del ejército del Covenant, era un antiguo gobernador de los Vasa en Stralsund y Francfort del Oder; con él y sus colegas llegó a Gran Bretaña la experiencia europea de la guerra de los Treinta Años.
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Inglaterra desviación de las n o r m a s del ^ ^ ^ ^ ^ / d T d ®ó c o m o confirmación negativa de su necesidad s u
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™ « e u r o que Carlos I precipitara inconscien« Es posible, aunque no seguro q s u s n e g 0 ciaciones temente la rebelión de los Oíd ¿ ™ » £ « ¿ f c e n I r l a n d a en 1641: véase Londres, 1966, PP- 227-9.
6.
ITALIA
El Estado absolutista surgió en la era del Renacimiento. Italia preparo el terreno para muchas de sus técnicas administrativas y diplomáticas. De ahí que sea preciso preguntar: ¿por qué no alcanzó nunca la propia Italia un absolutismo nacional? Na turalmente, está claro que las instituciones medievales universalistas del papado y del imperio actuaron como un freno en el desarrollo de una monarquía territorial ortodoxa, tanto en Italia como en Alemania. En Italia, el papado resistió contra toda tentativa de conseguir la unificación territorial de la península. Sin embargo, esta resistencia por sí sola no habría bastado necesariamente para bloquear tal salida, porque el papado fue notablemente débil durante largos períodos de tiempo Un rey francés fuerte como Felipe el Hermoso no tuvo ninguna dificultad en ocuparse de él manu militari, utilizando medios simples y obvios: el secuestro en Anagni y la cautividad en Avmon. Fue la ausencia de un poder semejante en Italia lo que permitió las maniobras políticas del papado. El determinante fundamental del fracaso en producir un absolutismo nacional hay que buscarlo en otra parte. Radica, precisamente, en el desarrollo p r e m a t u r o del capital mercantil en las ciudades del norte de Italia, que impidió la aparición de un poderoso Estado feudal reorganizado en el plano nacional. La riqueza y la vitalidad de las comunas lombardas y toscanas derrotó el máis s e n o esfuerzo por establecer una monarquía feudal unificada que podría haber echado las bases de un absolutismo post e n o r , esto es, la tentativa de Federico II en el siglo x m p o r extender, desde su base en el sur, su Estado señorial relativamente avanzado. El emperador poseía muchas bazas para sus proyectos. Italia del sur era la única parte de Europa occidental en la que se combinaban una jerarquía feudal en forma de pirámide implantada por los normandos, y un fuerte legado bizantino de autocracia imperial. El reino de Sicilia se había desmoronado en la más completa confusión durante los últimos años de gobierno normando, cuando los señores locales tomaron para sí mismos los poderes provinciales y las propiedades reales Fe-
Jtalia
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derico II anunció su llegada al sur de Italia con la promulgación de las leyes de Capua de 1220, que reafirmaban un formidable control centralizado del Regno. Alguaciles reales sustituyeron a los alcaldes en las ciudades; los nobles fueron desposeídos de sus principales castillos; la herencia de los feudos quedó sujeta a la supervisión monárquica; las donaciones de tierras señoriales fueron canceladas y se restablecieron los impuestos feudales para el mantenimiento de una flota . Las leyes de Capua fueron puestas en vigor a punta de espada, y completadas una década después por las Constituciones de Melfi (1231) que codificaron el sistema legal y administrativo del reino, suprimiendo los últimos vestigios de autonomía u r b a n a y reduciendo fuertemente los señoríos clericales. Los nobles, los prelados y las ciudades fueron sometidos a la monarquía por medio de un complejo sistema burocrático que comprendía un cuerpo de jueces reales, que actuaban en las provincias a la vez como comisarios, y t r a b a j a b a n con documentos escritos. Estos cargos eran rotativos para impedir que quedaran atrapados en las redes de intereses de los señores locales 2 . Los castillos se multiplicaron para intimidar a las ciudades o a los señores rebeldes. La población musulmana de Sicilia occidental que se había mantenido en las montañas hasta convertirse e n ' u n a espina constantemente clavada en el costado del Estado normando, fue conquistada y asentada en Apulia: la colonia árabe de Lucera suministró a Federico una fuerza única de tropas islámicas profesionales para sus campañas en Italia. Económicamente, el Regno se organizó con no menor racionalidad Los peajes interiores fueron abolidos y se ínstalo un estricto servicio de aduanas exterior. El control estatal del comercio exterior de grano p r o d u j o grandes beneficios a las propiedades reales, las mayores productoras de trigo en Sicilia. Algunos monopolios importantes de artículos de consumo y un incremento regular en los impuestos sobre la tierra produjeron sustanciales ingresos fiscales; incluso llegó a acuñarse una moneda nominal de oro 3 . La solidez y prosperidad de esta fortaleza de los Hohenstaufen en el sur permitió a Federico II realizar una formidable tentativa para crear un Estado imperial unitario a lo largo de toda la península. Reclamando toda Italia como herencia suya, y reuniendo para su causa a la mayor parte de los señores feudales dispersos ' G Masson, Frederick II of Hohenstaufen, Londres 1957, pp. 77-82. Sobre los justicias, véase E. Kantorowicz, Frederick the Second, Londres, 1931, pp. 272-9. 1 Masson, Frederick II of Hohenstaufen, pp. 165-70. 2
Europa occidental del norte, el e m p e r a d o r tomó la Marca e invadió L o m b a r d í a Durante u n breve período de tiempo, sus ambiciones parecieron e s t a r a p u n t o de realizarse: en 1239-40, Federico elaboró un anteproyecto p a r a la f u t u r a administración de Italia c o m o un solo Estado real, dividido en provincias gobernadas p o r vicarios generales y capitanes generales, de a c u e r d o con el modelo de los jueces sicilianos, n o m b r a d o s p o r el e m p e r a d o r y elegidos de e n t r e su séquito de la Apulia «. La c a m b i a n t e f o r t u n a de la guer r a impidió la estabilización de esta e s t r u c t u r a , pero su lógica y coherencia eran evidentes. Incluso el revés final y la m u e r t e del e m p e r a d o r no deshicieron la causa gibelina. Su h i j o Manfredo, incluso sin nacimiento legítimo ni título imperial, fue capaz de restablecer muy p r o n t o el dominio estratégico del poder de los H o h e n s t a u f e n en la península, d e r r o t a n d o a los guelfos florentinos en Montaperti. Pocos años después sus ejércitos amenazaron con c a p t u r a r al propio S u m o Pontífice en Orvieto, en una acción que prefiguró el f u t u r o coup de main trances en Anagni. Con todo, los éxitos temporales de la dinastía se m o s t r a r í a n finalmente ilusorios: en las prolongadas guer r a s e n t r e guelfos y gibelinos el linaje de los H o h e n s t a u f e n acabo d e r r o t a d o y destruido. El p a p a d o f u e el vencedor f o r m a l de esta contienda, orquestando c l a m o r o s a m e n t e la lucha c o n t r a el «Anticristo» imperial y su progenie. Pero el papel ideológico y político de los papas sucesivos —Alejandro III, Inocencio IV y U r b a n o IV— en el a t a q u e c o n t r a el p o d e r de los H o h e n s t a u f e n en Italia nunca correspondio a la verdadera fuerza política o militar del p a p a d o Durante largo tiempo, la Santa Sede careció incluso de los modestos recursos administrativos de u n p r i n c i p a d o medieval Hasta el siglo x n , tras el conflicto de las investiduras con el imperio en Alemania, el p a p a d o no tuvo u n a corte n o r m a l comparable a la de los Estados seculares de la época con la constitución de la curia romanaMás tarde, el p o d e r papal siguió curiosamente caminos divergentes de a c u e r d o con su doble trayectoria eclesiástica y secular. Dentro de la Iglesia universal, el p a p a d o construyó p a u l a t i n a m e n t e u n a a u t o r i d a d autocratica y centralista cuyas prerrogativas s u p e r a b a n con mucho las de cualquier m o n a r q u í a temporal de la época. La «plenitud de potestad.» concedida al p a p a no estaba limitada por ninguna de las restricciones feudales normales, los Estados o los Consejos. Los beneficios clericales de toda la cristiandad 4
Kantorowicz, Frederick the Second, pp. 487-91. G. Barraclough, The mediaeval Papacy, Londres, 1958, pp. 93-100.
Suecia
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llegaron a e s t a r controlados p o r él; las transacciones legales se concentraron en sus tribunales, y un impuesto general sobre la r e n t a del clero se estableció con pleno éxito 6 . Al m i s m o tiempo, sin embargo, la posición del p a p a d o como E s t a d o italiano permaneció e x t r e m a d a m e n t e débil e ineficaz. Los papas sucesivos malgastaron e n o r m e s esfuerzos en el intento de consolidar y extender el «Patrimonio de Pedro» en la Italia central pero el p a p a d o medieval no p u d o establecer ningún control seguro o digno de confianza ni siquiera en la pequeña región que estaba b a j o su soberanía nominal. Las pequeñas ciudades de las colinas de Umbría y de la Marca resistieron vigorosam e n t e la intervención papal en su gobierno, m i e n t r a s a m i s m a ciudad de Roma era con frecuencia t u r b u l e n t a o desleal . No se creó ninguna burocracia viable p a r a a d m i n i s t r a r el E s t a d o papal, cuya situación interna, por consiguiente, fue confusa y anárquica d u r a n t e largos períodos de tiempo. Los ingresos fiscales del Patrimonio alcanzaban tan sólo al 10 por 10U de las rentas totales del papado, pero los costos de su mantenimiento y protección f u e r o n p r o b a b l e m e n t e , d u r a n t e la mayor p a r t e del tiempo, m u c h o más altos que los ingresos que producía. El servicio militar que debían p r e s t a r los súbditos del p a p a —ciudades y feudos del territorio pontificio— también era insuficiente p a r a c u b r i r sus necesidades defensivas 8 . Financiera y militarmente, el E s t a d o papal, en cuanto principado italiano, era una unidad deficitaria. Opuesto en solitario c o n t r a el Regno del sur, nada tenía que hacer. La razón básica del f r a c a s o de los H o h e n s t a u f e n en su intento p o r unificar la península radica en otra parte, esto es, en la decisiva superioridad económica y social del norte de Italia, que tenía el doble de población que el sur y la inmensa mayor p a r t e de los centros u r b a n o s p r o d u c t o r e s de comercio y manufacturas. El reino de Sicilia sólo tenía tres ciudades de mas de 20 000 habitantes, m i e n t r a s que el norte tenía mas de veinte Las exportaciones de cereales que p r o p o r c i o n a b a n la principal riqueza del sur eran, de hecho, un síntoma indirecto del predominio comercial del norte, p o r q u e las p r ó s p e r a s comunas de Lombardía, Liguria y Toscana i m p o r t a b a n el grano a causa de su avanzada división del t r a b a j o y de su concentración demo6
Barraclough, The mediaeval Papacy. pp. 120-6. D Waley The Papal State in the thirteenth century, Londres 1961 páginas 6 W describe la naturaleza y el éxito de esta resistencia de las 7
^WaTey, The Papal State in the thirteenth century, pp 273, 275, 295, 296. • G. Procacci, Storia degli italiam. I, Barí, 1969, p. 34.
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gráfica, m i e n t r a s que los excedentes del Mezzogiorno eran por el contrario, el signo de u n c a m p o débilmente poblado.' Así pues, los recursos de las c o m u n a s siempre f u e r o n m u c h o mayores q u e los que el e m p e r a d o r podía movilizar en Italia y aunque f r e c u e n t e m e n t e estuvieran divididas, su m i s m a existencia como repúblicas u r b a n a s a u t ó n o m a s se veía amenazada p o r la perspectiva de u n a m o n a r q u í a peninsular unificada. La p r i m e r a tentativa de los H o h e n s t a u f e n p o r i m p l a n t a r la soberanía impe ' V f IT 6 1 d e S C e n S O d e F e d e r i c o 1 d e s d e Alemania a través de los Alpes en el siglo x n - f u e rechazado de f o r m a r e s o n a n t e p o r la Liga Lombarda, con la gran victoria de sus milicias u r b a n a s sobre el e j é r c i t o de B a r b a r r o j a en Legnano fpn H H <ai 6 1 t r a S l a d o ° d C l E b a S e d i n á s t i c a d e l o s Hohenstau3 SÍCÍHa y la / ™ P l a n t a c i ó n de la m o n a r q u í a t centralizada de Federico I I en tierras del s u r de Italia, el peli™ absorcion m o n á r q u i c a y señorial a u m e n t ó p a r a las ™aSHde proporcional. Una vez más, las ciudades lomb a r d a s , dirigidas p o r Milán, f u e r o n las que f r u s t r a r o n esencials T í n f a V a r , d e l T P e r a d ° r h a d a e l n o r t e ' flanqueado p o r feudales de S Z . r í 1 . a b o y a y el Véneto. Después de su m u e r t e , la recuperación de las posiciones gibelinas p o r Manfredo e n c o n t r o su mayor obstáculo en Toscana. Los b a n q u e r o s guelfos de Florencia, exiliados después de Montaperti, f u e r o n los arquitectos financieros de la r u i n a final de la causa Hou n a f 9ní e nnn r S C U a n t i o s o s c r é d i t o s concedieron en total e e l X V ° U m 0 ! í - h Í d e r ° n P ° s i b l e l a conquista angevina del Regno >°; m i e n t r a s en las batallas de Benevento y Taghacozzo, f u e la caballería florentina la que dio a los ejércitos franceses su margen de victoria. En la larga lucha c o n t r a el f a n t a s m a de una m o n a r q u í a italiana unificada, el p a p a d o sum i n i s t r o con regularidad los anatemas, p e r o f u e r o n las c o m u n a s quienes p r o p o r c i o n a r o n los fondos y - h a s t a el m i s m o f i n a l la m a y o r p a r t e de las tropas. Las ciudades l o m b a r d a s y toscanas se m o s t r a r o n suficientemente f u e r t e s como p a r a ahogar cualquier r e a g r u p a m i e n t o territorial sobre u n a base rural-feu, r o t r a Parte, eran i n t r í n s e c a m e n t e incapaces de alcanzar p o r si m i s m a s la unificación peninsular: en ese tiempo, el capinL^rAant T „ t e n , í a n Í n g U n a P o s i b i ü d a d de d o m i n a r una f o r m a c i ó n social de dimensiones nacionales. Así, la Liga LomL dominati n Z T / T ? ^ ° angévine e„ Italie, París. ' .5417' 5 5 6 '. ^ Iglesia tuvo que comprometer una buena Darte de sus propiedades inmuebles en Roma como garantía para obtener de francés!C ' U e r 0 S t O S C a n ° S y r ° m a n O S l a s s u m a s necesarias'para su i i a d o
1909 n
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b a r d a p u d o d e f e n d e r el n o r t e victoriosamente c o n t r a las invasiones imperiales, p e r o n o f u e capaz de c o n q u i s t a r el s u r feudal" f u e r o n caballeros franceses quienes tuvieron que lanzar el ataque contra el reino de Sicilia. Lógicamente, quienes heredaron el s u r n o f u e r o n las ciudades toscanas o l o m b a r d a s , sino los nobles angevinos, i n s t r u m e n t o necesario de la victoria urbana, que se a p r o p i a r o n de sus f r u t o s . Poco despues, la rebelión de las Vísperas Sicilianas contra el dominio f r a n c é s t e r m i n ó con la integridad del p r o p i o Regno. Los territorios de b a r o n í a del S u r se divieron en lucha abierta e n t r e los angevinos y los aragoneses, que los reclamaban, en u n a c o n f u s a refriega, cuyo resultado final h a b r í a de a c a b a r con cualquier perspectiva fut u r a de u n dominio de Italia p o r el sur. El papado, m e r o rehén de Francia en este m o m e n t o , f u e d e p o r t a d o a Avmon, aband o n a n d o la península d u r a n t e m e d i o siglo. Las ciudades del n o r t e y del c e n t r o q u e d a r o n así libres p a r a su propio y a s o m b r o s o desarrollo político y cultural El eclipse simultáneo del imperio y del p a p a d o convirtió a Italia en e eslabón débil del feudalismo occidental: desde mediados del siglo xiv h a s t a la mitad del siglo xvi, las ciudades situadas e n t r e los Alpes y el Tíber vivieron la revolucionaria experiencia histórica que los propios afectados bautizaron c o m o «Renacimiento» el renacimiento de la civilización de la Antigüedad clasica t r a s el oscuro intervalo de la «Edad Media». La inversión radical del tiempo que implicaban estas definiciones, en contradicción con toda cronología evolucionista o religiosa, h a proporcionado desde entonces los f u n d a m e n t o s de las e s t r u c t u r a s categoriales de la historiografía europea; la edad que la posteridad h a b r í a de considerar como básica línea divisoria del pasado, levantó p o r sí m i s m a las f r o n t e r a s que la s e p a r a b a n de sus predecesoras y d e m a r c ó sus orígenes r e m o t o s de sus antecedentes inmediatos: u n a hazaña cultural única. Ningún verdadero sentido de la distancia había s e p a r a d o la E d a d Media de la Antigüedad; siempre había visto la era clásica como su p r o p i a extensión n a t u r a l hacia el pasado, hacia u n m u n d o todavía irredento, precristiano. El Renacimiento se descubrió a sí m i s m o con u n a conciencia nueva e intensa de r u p t u r a y de p é r d i d a . » «La Edad Media había dejado sin enterrar a la Antigüedad, galvanizando y exorcUando alternativamente su cadíver. El Renacimiento permaneció lloroso ante su tumba e i n t e n t ó resucitar su a l m ^ Y en ^m
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La Antigüedad quedaba en un lejano pasado, s e p a r a d a de él por toda la oscuridad del médium aevum situado e n t r e arabos v sin embargo, tan avanzada respecto a la cruda b a r b a r i e que había d o m i n a d o en los siglos que la siguieron. La apasionada l a m a d a de Petrarca, en el u m b r a l de la nueva era, proclamaba la vocacion del f u t u r o : «Este sueño del olvido no d u r a r á para siempre: después de que la oscuridad se haya disipado nuestros nietos p o d r á n regresar al p u r o r e s p l a n d o r del p a s a d o » La aguda conciencia de u n a larga r u p t u r a tras la caída de Roma se combino con la fiera determinación de alcanzar de nuevo la perfección de los antiguos. La recreación del m u n d o clásico s e n a la f o r m i d a b l e novedad y el ideal de lo moderno. El Renacimiento italiano presenció así u n a revitalización e imitación deliberadas de u n a civilización p o r otra, en todos los planos de la vida civil y cultural, sin e j e m p l o ni secuela en la historia El derecho r o m a n o y las m a g i s t r a t u r a s r o m a n a s ya habían vuelto a salir a la superficie en las últimas comunas medievales: la propiedad q u i n t a r í a había d e j a d o p o r todas p a r t e s su i m p r o n t a en las relaciones económicas de las ciudades italianas, m i e n t r a s los cónsules latinos sustituían a las a u t o r i d a d e s episcopales en la función de gobierno. Los tribunos de la plebe p r o p o r c i o n a r o n muy p r o n t o el modelo p a r a los capitanes del pueblo en las ciudades italianas. La llegada del Renacimiento p r o p i a m e n t e dicho, trayendo consigo las nuevas ciencias de la arqueología, la epigrafía y la crítica textual p a r a iluminar el pasado clasico, dio r e p e n t i n a m e n t e al r e c u e r d o y la emulación de la Antigüedad u n a escala enorme, explosiva. Arquitectura pintura, escultura, poesía, historia, filosofía, teoría política y militar rivalizaron e n t r e sí p a r a r e c u p e r a r la libertad y la belleza italiano es curiosamente limitada y aburrida, como si la misma dimenque11 se' a S nr S 0x C [man 0 r S ,, Pr r 0V0 ^ ra "" nto en los historiadores que se aproximan a el. La desproporción entre el objeto y su estudio nunca es mas evidente, por supuesto, que en el legado de Marx y Engels Indiferentes siempre a las artes visuales (o a la música), ninguno de ellos se adentro nunca con imaginación en los problemas que d Rena E~quendeMibro0 J ' T ^ V M ^ - a t e n a ' s m o hlstórlco. t i enteque de libro de Panofsky es meramente estético, y deja al mareen toda la historia económica, social y política del período Pero su Calidad y su método establecen las premisas adecuadas para el trabajo Q ue todavía queda por realizar en este campo. Sobre todo, Panofsky ha tomado mas en seno que cualquier otro investigador la relación reUospe^tiva del Renacimiento con la Antigüedad, relación a través de la cual l e concibio el Renacimiento a sí mismo; en su libro, el mundo cláJico es un polo activo de comparación real, y no una me a nomenclatura vaea mente aromatica Ante la carencia de esta dimensión, la historia poHUca y economica del Renacimiento italiano todavía está por escribirse con la misma profundidad. « u i o i n e con
Inglaterra de las o b r a s que habían caído en el olvido. Las iglesias de Alberti procedían de sus estudios de Vitrubio; Mantegna pinto e m u l a n d o a Apelles; Piero di Cosimo p i n t a b a tablas inspiradas en Ovidio; las odas de Petrarca se b a s a b a n en Horacio; Guicciardini a p r e n d i ó su ironía de Tácito; el esplritualismo de Fie m o descendía de Plotino; los discursos de Maquiavelo eran u n c o m e n t a r i o sobre Tito Livio, y sus diálogos sobre la guerra
u n a referencia a Vegetius. La civilización renacentista que apareció en Italia f u e de u n a vitalidad tan iridiscente que aún parece u n a v e r d a d e r a repetición, la única, de la Antigüedad. Su c o m ú n m a r c o histórico en los sistemas de ciudad-Estado proporcionó de f o r m a n a t u r a l la base objetiva de u n a ilusión evocadora de encarnaciones correspondientes. Los paralelismos e n t r e el florecimiento de centros u r b a n o s en la Antigüedad clásica y en la Italia renacentista son b a s t a n t e llamativos. Ambos eran originariamente p r o d u c t o de ciudades-república a u t ó n o m a s , compuestas p o r ciudadanos conscientes de los temas municipales. Ambos estaban dominados en u n principio p o r nobles, y en a m b o s la m a y o r p a r t e de los p r i m e r o s ciudadanos poseían tierras en el e n t o r n o r u r a l de la ciudad 1 2 . Ambos constituían, p o r supuesto, centros neurálgicos de intercambio mercantil. El m i s m o m a r p r o p o r c i o n a b a las principales r u t a s comerciales en cada caso 1 3 . Ambos exigían de sus ciudadanos el servicio militar en la caballería o infantería de a c u e r d o con sus títulos de propiedad. Incluso algunas de las singularidades políticas de las poleis griegas t e m a n u n cercano equivalente en las c o m u n a s italianas: la alta proporcion de ciudadanos q u e o c u p a b a n t e m p o r a l m e n t e cargos en el Esu D Waley en The Italian city-republics, Londres, 1969, p. 24 estima que en la mayoría de las ciudades de finales del siglo x m , alrededor de los dos tercios de las familias urbanas eran propietarias de tierras Debe observarse que este modelo es específicamente italiano: las ciudades germanas o flamencas de la misma época no tenían un numero comparable de propietarios rurales. Del mismo modo, en Flandes o en Renania no existía un verdadero equivalente al contado controlado por las ciudades en Lombardía y Toscana. El carácter de las ciudades del norte de Europa siempre fue más exclusivamente urbano. Un buen análisis de la incapacidad de las ciudades flamencas para anexionar su entorno rural nuede verse en D. Nicholas, «Towns and countryside: social and economics tensions in fourteenth-century Flanders», Comparativa Studies in Society and History, x, 4, 1968, pp. 458-85. U I o s costos relativos se inclinaban todavía de forma decisiva a favor del transporte marítimo. En el siglo xv, los cargamentos podían enviarse por barco desde Génova hasta Southampton por poco más de un quinto de lo que costaba recorrer por tierra la corta d.s ancia entre Genova y Asti: J Bernard, Trade and finance in the middle Ages, 900-1500, Lon dres, 1971, p. 46.
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tado, o el uso de sorteos p a r a elegir a los magistrados I4. Todas estas características comunes parecían constituir u n a especie de sobreimposición parcial de u n a f o r m a histórica sobre la o t r a En realidad, la naturaleza socioeconómica de las ciudades-Estado de la Antigüedad y del Renacimiento es p r o f u n d a m e n t e diferente. Como ya hemos visto, las ciudades medievales eran enclaves u r b a n o s d e n t r o del m o d o de producción feudal estruct u r a l m e n t e posibles p o r la f r a g m e n t a c i ó n de la soberanía' existían en lo esencial en tensión dinámica con el campo, mientras que las ciudades antiguas eran u n a continuación emblemática de éste. Las ciudades italianas comenzaron como centros mercantiles, dominados p o r la p e q u e ñ a nobleza y poblados de semicampesmos que c o m b i n a b a n f r e c u e n t e m e n t e las ocupaciones rurales y u r b a n a s , el cultivo y la artesanía. Pero asum i e r o n r á p i d a m e n t e u n modelo p r o f u n d a m e n t e distinto del de sus predecesoras clásicas. Los mercaderes, banqueros, manuf a c t u r e r o s o j u r i s t a s se convirtieron en élite patricia de las ciudades-república, m i e n t r a s la m a s a de la ciudadanía la constituyeron m u y p r o n t o los artesanos, en contraste total con las ciudades antiguas, en las que la clase d o m i n a n t e f u e siempre u n a aristocracia t e r r a t e n i e n t e y el grueso de la ciudadanía lo f o r m a b a n agricultores medios o plebeyos sin posesiones, y donde los esclavos constituían la gran subclase de p r o d u c t o r e s inmediatos excluidos de toda ciudadanía 1 5 . Las ciudades medievales n o se limitaron, n a t u r a l m e n t e , a n o utilizar t r a b a j o de esclavos en la i n d u s t r i a doméstica o en la agricultura 14 sino q u e además, y de f o r m a significativa, prohibieron toda servi» Waley, The Italian ctty-republics, pp. 83-6, 63-64, 107-9, que estima que quizá un tercio de los ciudadanos de una comuna italiana típica ocupaban algún cargo cada año. " Estas antítesis sociales fueron analizadas por vez primera de forma sistemática por Weber: Economy and society, m, pp. 1340-3 [ ¿ L n ™ y soc,edad, n pp. 1024-28] A pesar de la fluctuare comprensión^webe nana de la relación entre el campo y la ciudad en las repúblicas italianas el conjunto del apartado titulado «Democracia antigua y moderna? es todavía hoy el mejor y más original análisis de este tema. Los avances posteriores en la investigación no han ido acompañados de avances comparables en la síntesis. " Las colonias ultramarinas de Génova y Venecia en el Mediterráneo oriental emplearon trabajo de esclavos en las plantaciones de azúcar de Creta y en las minas de aluminio de Focea. En estas ciudades los servidores domésticos eran a menudo esclavos, en su mayor parte mujeres al contrario de lo que ocurría en la Antigüedad. En este sentido hubo me uso cierto r e c r e c i m i e n t o de la esclavitud; pero en el Ínter o r d e Italia ésta nunca llegó a alcanzar importancia económica. Sobre la naturaleza y los limites de este fenómeno, véase C. Verlinden, The beginnines of modern colonizatton, Ithaca, 1970, pp. 26-32.
78 Inglaterra d u m b r e d e n t r o de sus recintos. Toda la orientación económica de las dos civilizaciones u r b a n a s se contrapone, p o r tanto, en algunos aspectos decisivos. Ambas r e p r e s e n t a r o n p u n t o s focales avanzados de i n t e r c a m b i o de mercancías, p e r o las ciudades italianas eran f u n d a m e n t a l m e n t e centros de producción u r b a n a , cuya organización interna se b a s a b a en gremios de artesanos, m i e n t r a s q u e las ciudades de la Antigüedad siempre f u e r o n principalmente centros de consumo, articulados en asociaciones territoriales o de clanes 1 7 . La división del t r a b a j o y el nivel técnico de las industrias m a n u f a c t u r e r a s —textiles o metalúrgicas— en las ciudades del Renacimiento estaban, p o r consiguiente, m u c h o más desarrollados q u e los de la Antigüedad, c o m o t a m b i é n lo estaba el t r a n s p o r t e m a r í t i m o . El capital mercantil y bancario, siempre insuficiente en el m u n d o clásico debido a la carencia de las instituciones financieras necesarias p a r a garantizar la seguridad de su acumulación, se expandió ahora vigorosa y libremente con la llegada de la sociedad anónima, la letra de cambio y la contabilidad p o r p a r t i d a doble. El i n s t r u m e n t o de la deucia pública, desconocido p a r a las ciudades antiguas, a u m e n t ó los ingresos del E s t a d o y las posibilidades inversoras de los rentistas u r b a n o s . Las bases c o m p l e t a m e n t e distintas de los m o d o s de producción esclavista y feudal son evidentes, sobre todo, en las relaciones d i a m e t r a l m e n t e opuestas e n t r e la ciudad y el c a m p o en cada u n o de ellos. Las ciudades del m u n d o clásico f o r m a b a n u n a completa u n i d a d cívica y económica con su m e d i o rural. Los municipia incluían indistintamente al c e n t r o u r b a n o y a su periferia agraria, y la ciudadanía jurídica era c o m ú n a ambos. El t r a b a j o esclavo ligaba sus sistemas productivos, y n o existía u n a política económica u r b a n a específicamente tal; esencialmente, la ciudad f u n c i o n a b a como u n a simple aglomeración de consumidores del p r o d u c t o agrícola y de las r e n t a s de la tierra. Las ciudades italianas, p o r el contrario, estaban p r o f u n d a m e n t e separadas de sus campos: el contado r u r a l era, significativamente, u n territorio sometido, cuyos h a b i t a n t e s no tenían derechos de ciudadanía en el sistema político. Su n o m b r e h a b r í a de p r o p o r c i o n a r el t é r m i n o familiar y despectivo p a r a los «campesinos», los contadini. Las c o m u n a s combatieron habitualmente c o n t r a ciertas instituciones básicas del feudalismo agrario: el vasallaje f u e expresamente p r o h i b i d o d e n t r o de las ciudades en m u c h a s ocasiones, y la s e r v i d u m b r e f u e abolida en los cam" Weber, Economy II, pp. 1028-1032].
and society.
III, pp. 1343-7 [Economía y
sociedad,
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pos p o r ellas controlados. Al m i s m o tiempo, las ciudades italianas explotaban sistemáticamente a su contado p a r a la producción y el beneficio urbanos, t o m a n d o de él reclutas y grano, f i j a n d o los precios e imponiendo a la población agrícola subyugada meticulosas regulaciones y directrices sobre la cosecha 18. Esta política a n t i r r u r a l era esencial p a r a las ciudadesrepública del Renacimiento, cuyo dirigisme económico era a j e n o p o r completo a sus predecesores de la Antigüedad. El medio f u n d a m e n t a l de expansión de la ciudad clásica era la guerra. Los botines en tesoros, tierra y t r a b a j o eran los objetivos económicos que se podían perseguir d e n t r o del m o d o de producción esclavista, y la e s t r u c t u r a interna de las ciudades griegas y r o m a n a s se derivaba en b u e n a medida de esto: la vocación militar de los hoplitas o los assidui era f u n d a m e n t a l p a r a el c o n j u n t o de su constitución municipal. La agresión a r m a d a f u e constante e n t r e las comunas italianas, p e r o nunca alcanzó una primacía equivalente. El E s t a d o eludió u n a definición militar comparable, ya que la competencia en el comercio y las m a n u f a c t u r a s — a c o m p a ñ a d a y reforzada p o r medios coactivos extraeconómicos, los «costos de protección» de la época— 1 9 había llegado a ser, p o r propio derecho, el objetivo económico de las comunidades: los m e r c a d o s y los empréstitos eran más i m p o r t a n t e s que los prisioneros; el saqueo lo era menos que el crecimiento. Las ciudades del Renacimiento italiano, c o m o su destino final h a b r í a de m o s t r a r , eran complejos mecanismos industriales y comerciales, cuya capacidad como beligerantes en tierra e incluso en el m a r era relativamente limitada. Estos grandes contrastes socioeconómicos e n c u e n t r a n inevitablemente su r e f l e j o d e n t r o del florecimiento cultural y político en el que parecen converger más e s t r e c h a m e n t e las ciudades-Estado de la Antigüedad y del Renacimiento. La infraestruct u r a artesanal libre de las ciudades renacentistas, en las que el t r a b a j o m a n u a l en los gremios nunca se m a n c h ó con la degradación social de la servidumbre, p r o d u j o u n a civilización en la q u e las artes plásticas y visuales de la pintura, la escultura y la a r q u i t e c t u r a o c u p a b a n u n a posición a b s o l u t a m e n t e predomi" Waley, The Italian city-republics, pp. 93-5. " El concepto de «renta de protección» fue desarrollado por F C Lañe, en Venice and History, Baltimore, 1966, pp. 373428, para destacar las consecuencias económicas de la tan característica fusión de la guerra y los negocios en las primeras aventuras comerciales y coloniales de las ciudades-Estado italianas, tanto los saqueos y la piratería agresivas como la vigilancia y las patrullas defensivas que eran inseparables de la práctica comercial de la época.
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nante. Los escultores y pintores estaban organizados en gremios de artesanos, y gozaban inicialmente de la posición social media concedida a comercios análogos; al final, h a b r í a n de alcanzar u n h o n o r y u n prestigio i n c o n m e s u r a b l e m e n t e mayor que el de sus predecesores griegos o r o m a n o s . Las nueve m u s a s del m u n d o clásico habían omitido significativamente al c o n j u n t o de las artes visuales 2 0 . La imaginación sensual f u e el dominio s u p r e m o del Renacimiento, p r o d u c i e n d o tal riqueza artística que superó a la misma Antigüedad, de lo que eran orgullosamente conscientes los propios contemporáneos. Por otra parte, las conquistas intelectuales y teóricas de la cultura renacentista en Italia f u e r o n m u c h o más limitadas. La literatura, la filosofía y la ciencia —alineadas en orden descendente de c o n t r i b u c i ó n no p r o d u j e r o n un c o n j u n t o de obras comparable al de la civilización antigua. La base esclavista del m u n d o clásico, al divorciar el t r a b a j o manual del cerebral de u n a f o r m a más radical de lo que nunca lo hizo la civilización medieval, p r o d u j o u n a clase ociosa terrateniente, muy alejada del p a t r i c i a d o affairé de las ciudades-Estado de Italia. Las p a l a b r a s y los n ú m e r o s f u e r o n , en su abstracción, más propios del universo clásico; en su renacimiento, las imágenes t o m a r o n el p r i m e r puesto. El «humanismo» literario y filosófico, con sus investigaciones seculares y académicas, siempre estuvo limitado d u r a n t e el Renacimiento italiano a u n a élite intelectual frágil y reducida 2 1 ; y sólo después realizó la ciencia su breve y aislada aparición. La vitalidad estética de las ciudades tenía u n a s raíces sociales m u c h o m á s p r o f u n d a s y h a b r í a de sobrevivir a a m b a s : Galileo m u r i ó en la soledad y el silencio, m i e n t r a s Bernini engalanaba con brillantes colores a la ciudad y la corte que le habían expulsado. La evolución política de las ciudades del Renacimiento diverge todavía m á s de la de sus antiguos p r o t o t i p o s que su con" Sólo se admitió entre ellas a la música y la poesía, cuya función principal, por otra parte, era la de adornar lo que hoy son «ciencias» o «humanidades». Véase un notable análisis del orden y la definición cambiante de las artes en P. O. Kristeller, Renaissance thought, II, Nueva York, 1965, pp. 168-89. 21 «Los dos alemanes que llevaron la imprenta a Italia en 1465, y a Roma dos años después, acabaron en la bancarrota en 1471, simplemente porque no existía un mercado para sus ediciones de los clásicos latinos [...] Incluso cuando en el apogeo del Renacimiento, sus ideales sólo fueron inteligibles y apreciables para una minoría muy pequeña.» R. Weiss, The Renaissance discovery of Antiquity, Oxford, 1969, pp. 205-206. Gramsci, por supuesto, se veía profundamente afectado por este defecto del pasado cultural de su país; pero, al igual que Marx y Engels, tenía poca sensibilidad plástica y se inclinaba a ver el Renacimiento principal o simplemente como una ilustración espiritual enrarecida.
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figuración política. E n t r e a m b a s existieron, hasta cierto p u n t o notables analogías formales. Tras el desplazamiento del gobiern o episcopal —una prehistoria q u e podría compararse a l a caída del gobierno m o n á r q u i c o en la Antigüedad—, las ciudades italianas f u e r o n dominadas p o r u n a aristocracia terrateniente Los regímenes consulares resultantes d e j a r o n paso muy p r o n t o a gobiernos oligárquicos con u n sistema exterior de podestá asaltado i n m e d i a t a m e n t e p o r los m á s prósperos gremios plebeyos, q u e c r e a r o n sus p r o p i a s contrainstituciones cívicas. Finalmente, el e s t r a t o más alto de m a e s t r o s de los gremios notarios y m e r c a d e r e s dirigentes de la lucha del popolo, se fundieron, p o r encima de éste, con la nobleza urbana, para f o r m a r u n único bloque municipal de privilegio y poder, reprimiendo o m a n i p u l a n d o a la m a s a de a r t e s a n o s que quedaba d e b a j o de ellos. La f o r m a y composición exactas de estas luchas variaban de u n a ciudad a otra, y la evolución política de las diferentes ciudades podía abreviar o alargar su duración. En Venecia, el patriciado mercantil se a p r o p i ó m u y p r o n t o de los f r u t o s de u n a rebelión de los artesanos contra la vieja aristocracia, y bloqueó todo desarrollo político posterior p o r medio de u n rígido cierre de sus filas: la serrata de 1297 impidió la aparición de u n popolo. E n Florencia, p o r otra parte, los asalariados hambrientos, u n p r o l e t a r i a d o miserable situado p o r d e b a j o de la clase artesana, se rebeló a su vez c o n t r a u n gobierno gremial neoconservador en 1378, antes de ser definitivamente aplastados. Pero en la m a y o r p a r t e de las ciudades aparecieron repúblicas u r b a n a s con u n amplio s u f r a g i o formal, y gobernadas de hecho p o r g r u p o s restringidos de b a n q u e r o s , m a n u f a c t u r e r o s , m e r c a d e r e s y terratenientes, cuyo d e n o m i n a d o r común ya n o era el nacimiento, sino la riqueza, la posesión de un capital móvil o fijo. La secuencia italiana del obispado al consulado y de la podesteria al popolo, y los sistemas constitucionales «mixtos» que f u e r o n su resultado, r e c u e r d a de alguna manera, obviamente, la trayectoria desde la m o n a r q u í a a la aristocracia y de la oligarquía a la democracia o al tribunado, y sus complejos resultados, en el m u n d o clásico. Pero había u n a clara y crítica diferencia e n t r e a m b o s órdenes de sucesión. E n la Antigüedad, e n t r e las constitucion es aristocráticas y las populares habían sobrevenido las tiranías c o m o sistemas transitorios p a r a a m p l i a r las bases sociales del sistema político; eran el preludio de u n a s libertades m á s amplias y u n ágora m á s libre. En el Renacimiento, p o r el contrario, las tiranías cerrar o n el desfile de f o r m a s cívicas: las signorie f u e r o n el ú l t i m o
Inglaterra episodio en la evolución de las ciudades-república y significaron su caída final en u n a u t o r i t a r i s m o aristocrático. El destino final de las ciudades-Estado de la Antigüedad y del Renacimiento revela, de hecho, y m e j o r quizá que cualquier o t r o rasgo de su historia, el p r o f u n d o a b i s m o que existía e n t r e ambas. Las repúblicas municipales de la época clásica pudieron d a r origen a imperios universales, sin ninguna rupt u r a básica de su continuidad social, debido a que el expansionismo territorial era u n a prolongación n a t u r a l de su inclinación agraria y militar. El c a m p o era siempre el eje incontestable de su existencia; p o r tanto, estaban p e r f e c t a m e n t e adaptadas, en principio, a anexiones de tierra cada vez mayores, ya que su crecimiento económico descansaba en la conducción victoriosa de la guerra, que siempre f u e u n a m e t a cívica de capital importancia. La conquista militar se m o s t r ó así como u n camino relativamente recto que llevaba de la república al E s t a d o imperial, que a su vez podía llegar a a p a r e c e r algo así como u n final predestinado. Por el contrario, las ciudades del Renacimiento siempre estuvieron f u n d a m e n t a l m e n t e en desacuerdo con el campo; sus leyes de movimiento se c o n c e n t r a b a n en la propia economía u r b a n a , cuya relación con su e n t o r n o rural era de antagonismo e s t r u c t u r a l . La llegada de las signorie —dictaduras principescas con u n f o n d o p r o f u n d a m e n t e agrario— n o abrió, pues, ningún o t r o ciclo de crecimiento político o económico, sino que, p o r el contrario, acabó con el f u t u r o de las ciudades italianas. Las repúblicas del Renacimiento n o tenían ninguna posibilidad de u n f u t u r o de unificación y conquista imperial; precisamente debido a que eran u r b a n a s en su quintaesencia, n u n c a podrían reunir y dirigir al c o n j u n t o de la f o r m a c i ó n social feudal, sólidamente dominada todavía p o r el campo. No había p a r a ellas ninguna vía económica hacia el engrandecimiento político en u n plano peninsular. Por otra parte, sus fuerzas militares eran radicalmente inadecuadas p a r a esa tarea. La aparición de la signoria como u n a f o r m a institucional f u e u n presagio de su f u t u r a parálisis. El norte y el centro de Italia f o r m a b a n u n a zona excepcional d e n t r o de la economía europea de finales de la Edad Media; como ya hemos visto, era la región más avanzada y p r ó s p e r a de Occidente. El apogeo de las c o m u n a s en el siglo X I I I f u e u n a era de f u e r t e expansión u r b a n a y de crecimiento demográfico. E s t e t e m p r a n o protagonismo dio a Italia u n a posición peculiar en el f u t u r o desarrollo económico del continente. Como los d e m á s países de E u r o p a occidental, Italia quedó asolada p o r el despoblamiento y la depresión del siglo xiv: la regresión
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comercial y las quiebras de bancos r e d u j e r o n la producción m a n u f a c t u r e r a y estimularon p r o b a b l e m e n t e las inversiones e n la construcción, desviando el capital hacia gastos s u n t u a r i o s y bienes raíces. La trayectoria de la economía italiana en el siglo xv es más oscura 2 2 . La drástica caída en la producción de textiles de lana f u e c o n t r a r r e s t a d a p o r u n c a m b i o hacia l a producción de sedas, a u n q u e es difícil d e t e r m i n a r la extensión de sus efectos compensatorios. Un crecimiento renovado en la población y en la producción puede h a b e r d e j a d o todavía los niveles globales de actividad económica p o r d e b a j o de su p u n t o m á s alto en el siglo x m . De todas f o r m a s , parece p r o b a b l e que las ciudades-Estado capearan la crisis general del feudalismo e u r o p e o m e j o r q u e cualquier otra zona de Occidente. El poder de recuperación del sector u r b a n o y la relativa m o d e r n i d a d del sector agrario, al menos en Lombardía, quizá p e r m i t i e r a n a la Italia del n o r t e r e c u p e r a r el í m p e t u económico hacia 1400 medio siglo antes que el resto de E u r o p a occidental. Sin e m b a r g o el avance demográfico m á s r á p i d o parece e s t a r localizado ahora en el c a m p o a n t e s que en las ciudades, y las inversiones de capital tienden a orientarse cada vez m á s hacia la t i e r r a 2 3 La calidad de las m a n u f a c t u r a s se hizo m á s sofisticada, con cierta inclinación hacia los bienes p a r a la élite; en esta época, las industrias de la seda y el vidrio estuvieron e n t r e los sectores m a s dinámicos de la producción u r b a n a . Además, la revitalización de la d e m a n d a europea m a n t u v o las exportaciones italianas 22 La opinión de los investigadores sobre el problema del balance global económico del siglo xv en Italia está profundamente dividida. López apoyado por Miskimin, afirma que el Renacimiento fue esencialmente " n a J f ? c a d e depresión: entre otros datos, el capital de la banca de los Médicis en la Florencia del siglo xv era sólo la mitad del de los Feruzzi cien anos antes, mientras que los derechos portuarios de Génova a principios del siglo xvi estaban todavía por debajo de los percibidos en la ultima decada del siglo x m . Cipolla ha cuestionado la validez de las conclusiones de carácter general deducidas de estas pruebas, y sugiere que la producción percapita quizá aumentara en Italia junto con la división internacional del trabajo. Sobre este debate, véanse: R. López «Hard times and investment in culture», reimpreso en A. Molho, comp.; Social and economic foundations of the Renaissance, Nueva York 1969 páginas 95-116; R. López y H. Miskimin, «The economic depression óf the Renaissance» Economic History Review, xiv, 3, abril de 1962, pp. 408-26C. Cipolla, «Economic depression of the Renaissance?», Economic History Review, xvi, 3 abril de 1964, pp. 519-24, con las respuestas dé López y Miskimin, pp. 525-9. Un análisis más reciente, que abarca la última parte del siglo xv y la primera del xvi, presenta una visión generalmente opt* mista del comercio las finanzas y las manufacturas italianas: P. Laven Renaissance Italy, 1464-1534, Londres, 1966 pp 35-108
" f ' J 1 Cipolla, «The trends in Italian economic history in the later Middle Ages», Economic History Review, n, 2, 1949, pp. 181-4.
Inglaterra de l u j o a niveles m u y altos d u r a n t e otros cien años. A p e s a r de todo, n o t a r d a r í a n en a p a r e c e r los límites de la p r o s p e r i d a d comercial e industrial de las ciudades. E n efecto, la organización gremial que distinguía a las ciudades renacentistas de las clásicas implicaba, a su vez, ciertos límites internos al desarrollo de la i n d u s t r i a capitalista en Italia. Las corporaciones de artesanos b l o q u e a r o n la completa separación, d e n t r o de la economía u r b a n a , entre los p r o d u c t o r e s directos y los medios de producción, que es la condición previa del m o d o de producción capitalista en cuanto tal. E s t a s corporaciones se definían p o r la persistente u n i d a d del a r t e s a n o y sus h e r r a m i e n t a s , que n o podía r o m p e r s e d e n t r o de ese marco. La industria textil de la lana, en algunos centros avanzados como Florencia, alcanzó h a s t a cierto p u n t o u n a organización protofabril, b a s a d a en el t r a b a j o asalariado; p e r o en las manuf a c t u r a s de paños siempre se m a n t u v o la n o r m a del t r a b a j o p o r encargo a domicilio b a j o el control del capital mercantil. En u n sector t r a s otro, los artesanos, sólidamente agrupados en los gremios, regularon sus m é t o d o s y r i t m o s de t r a b a j o de acuerdo con las c o s t u m b r e s y tradiciones corporativistas, que p r e s e n t a b a n f o r m i d a b l e s obstáculos al p r o g r e s o de la técnica y la explotación. Venecia desarrolló la última y m á s competitiva i n d u s t r i a italiana de paños de lana, en el siglo xvi, c u a n d o se hizo con los mercados de Florencia y Milán, lo que posiblemente constituyó el éxito comercial m á s notable de la época. Pues bien, incluso en Venecia las corporaciones de artesanos f u e r o n , en ú l t i m o término, u n a b a r r e r a insuperable p a r a el progreso técnico: t a m b i é n aquí «puede decirse que todo el c u e r p o de la legislación gremial estaba destinado a i m p e d i r cualquier tipo de innovación» 2 4 . El capital m a n u f a c t u r e r o se m a t u v o asi dent r o de u n espacio reducido, con pocas probabilidades de reproducción ampliada. La competencia de las industrias e x t r a n j e r a s , m á s libres y situadas en el campo, con pocos costos de producción, acabaría arruinándolo. El capital mercantil floreció d u r a n t e m á s tiempo p o r q u e n o estaba sometido a esas trabas, p e r o finalmente también tuvo que pagar el castigo de u n a rela» C M Cipolla, «The decline of Italy», Economic History Review, v, 2 1952 p 183 [versión revisada y ampliada: «La decadencia económica de Italia», en C. M. Cipolla, comp.. La decadencia económica de los imperios, Madrid, Alianza, 1973], Los gremios de las industrias exportadoras de paños mantuvieron altos niveles de calidad y se resistieron a las reducciones de salarios: sus fábricas nunca fueron modificadas para adaptarse a la moda cambiante. La consecuencia fue que los panos Galianos costosos y anticuados, alcanzaron finalmente precios tan elevados que no podían competir en el mercado.
Europa occidental tiva inercia técnica, cuando el dominio m a r í t i m o pasó de i a , flotas m e d i t e r r á n e a s a las atlánticas con la llegada de las formas de t r a n s p o r t e m a r í t i m o m á s rápidas y b a r a t a s desarrolla' das p o r los holandeses y los i n g l e s e s E l capital financiero m a n t u v o sus niveles de beneficio d u r a n t e más tiempo que nin gun otro, p o r q u e estaba más alejado de los procesos materiales de producción. Pero su dependencia parasitaria de los ejércitos y las cortes internacionales le hizo especialmente vulnerable a sus vicisitudes. Las c a r r e r a s de Florencia, Venecia y Génova —victimas de los paños ingleses o franceses, de las marinas portuguesa o angloholandesa y de las b a n c a r r o t a s e s p a ñ o l a s ilustran estas sucesivas contingencias. El p r o t a g o n i s m o económico de las ciudades del Renacimiento italiano se m o s t r ó precario. Al m i s m o tiempo, la estabilización política de las oligarquías republicanas que habían surgido de las luchas e n t r e los patriciados y los gremios, f u e a m e n u d o muy difícil: los resentimientos sociales de las m a s a s de artesanos y de los pobres u r b a n o s siempre permanecieron b a j o la superficie de la vida municipal, dispuestos a explotar en nuevas crisis cada vez que el circulo establecido de los poderosos se dividiera en facciones 26. Finalmente, el gran crecimiento en la escala y la intensidad de la guerra, con la aparición de la artillería de c a m p a ñ a y la infantería de pica profesional, hizo cada vez más anticuadas las modestas posibilidades defensivas de las pequeñas ciudadesEstado. Las repúblicas italianas se hicieron m i l i t a r m e n t e más vulnerables a medida que el t a m a ñ o y la capacidad de fuego de los ejércitos europeos se desarrollaba en la p r i m e r a época m o d e r n a . El c o n j u n t o de estas tensiones, visibles en diferente grado según las diferentes épocas en las ciudades del norte y del centro, constituyó el m a r c o p a r a el auge de las signorie. El telón de f o n d o social de estos nuevos señoríos sobre las ciudades radica en la permanencia de espacios feudales en el campo. La red de comunas n u n c a había cubierto p o r completo el n o r t e y el centro de la península; e n t r e ellas habían persistido siempre grandes intersticios rurales, dominados p o r notare" de \%a' ppD¡ 466 t" 0 "*' J°Urnal of Economic History, xxiv, 4, diciem" La multiplicación de las rivalidades y contactos políticos interurbanos jugo también en esta época un importante papel en la aparición de las signorie: «Todas las signorie del norte de Italia, sin excepción nacieron con ayuda directa o indirecta de fuerzas extrañas a la ciudad' que es el teatro del nuevo señorío». E. Sestan, «Le origini delle sisnorié cittadine: un problema storico esaurito?», Bolletino delVIstituto Storico Italiano per ü Medio Evo, 73, 1961, p. 57. Sobre el ejemplo de Florencia ui vease más adelante. '
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bles señoriales. E s t a s zonas habían s u m i n i s t r a d o la mayor p a r t e del apoyo aristocrático a las c a m p a ñ a s de los H o h e n s t a u f e n c o n t r a las ciudades güelfas, y el origen de las signorie puede r e m o n t a r s e h a s t a los aliados o lugartenientes nobles de Federico II en las regiones menos u r b a n i z a d a s de Saluzzo o Veneto 2 7 E n la Romaña, la m i s m a expansión de las c o m u n a s en el c a m p o p o r m e d i o de la creación de u n contado sometido, cond u j o a la conquista de las ciudades p o r los señores rurales cuyos territorios se habían i n c o r p o r a d o a ellas 2 8 . La m a y o r p a r t e de los p r i m e r o s tiranos del n o r t e f u e r o n feudatarios o condottieri, que t o m a r o n el p o d e r valiéndose de su posesion de la podesteria o la capitaneria de las ciudades; en m u c h o s casos, gozaron de u n a m o m e n t á n e a simpatía p o p u l a r debido a que s u p r i m i e r o n las odiadas oligarquías municipales, o a q u e restablecieron el orden cívico tras los estallidos endémicos de violencia faccional e n t r e las anteriores familias gobernantes. Casi siempre t r a j e r o n o crearon u n a p a r a t o militar m a s grande y m e j o r a d a p t a d o a las necesidades m o d e r n a s de la guerra. Sus conquistas provinciales tendieron a a u m e n t a r p o r sí m i s m a s el peso del 2c9 o m p o n e n t e r u r a l de las ciudades-Estado que a h o r a gobernaban .
El vínculo de las signorie con la tierra de la que t o m a b a n sus t r o p a s y sus ingresos se m a n t u v o m u y estrecho, c o m o testimonia el modelo seguido en su expansión. El p o d e r principesco, originario de las «alas» más a t r a s a d a s del n o r t e de Italia, paso a través de los Alpes hacia el oeste y hacia el delta del Po p o r el este dirigiéndose al c e n t r o principal de la escena política con l a ' c a p t u r a de Milán —que había sido el alma c o m u n e r a de la Liga L o m b a r d a — p o r Visconti a finales del siglo X I I I . Desde ese m o m e n t o , Milán r e p r e s e n t ó siempre el principado » Jordán, Les origines de la domination angévine, I pp. 68-72 274. » J Lamer The lords of the Romagna, Londres, 1965, pp. 14-17, Ib. » A este respecto, es particularmente llamativo el contraste entre las ciudades italianas y alemanas en el siglo xv. Como veremos, las ciudades de Renania y Suabia nunca poseyeron la periferia rural que caracterizó a sus equivalentes de Lombardía o Toscana. Por otra parte, su entorno económico contenía un complejo minero - p l a t a , cobre, estaño zinc y h i e r r o - de un tipo completamente ausente de Italia y que produjo una industria metalúrgica mucho más dinámica que todas las existentes al «nr de los Alpes Así, mientras en las ciudades italianas florecía la creación artística^ las ciudades alemanas de esta época eran elg teatro del mavor conjunto de invenciones técnicas de Europa: la imprenta el refinado de menas la fundición, los cañones, la fabricación de relojes, ,Vtn es nrácücamente todos los avances tecnológicos decisivos de esta é p ¿ a f u e r e n adSaníados o perfeccionados en el ámbito de las ciudades alemanas.
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más estable y p o d e r o s o de las grandes ciudades italianas debido a la específica composición interna del Estado. Milán no era ni un p u e r t o m a r í t i m o ni u n i m p o r t a n t e c e n t r o m a n u f a c turero, ya que sus industrias, a u n q u e n u m e r o s a s y p r ó s p e r a s eran también pequeñas y f r a g m e n t a d a s ; p o r otra parte, poseía la zona agrícola m á s avanzada de Italia - c o n las vegas irrigadas de la llanura l o m b a r d a - y la que h a b r í a de resistir la depresión agrícola del siglo xiv p r o b a b l e m e n t e m e j o r que ninguna o t r a región de E u r o p a . Milán, la de m a y o r riqueza r u r a l e n t r e las grandes ciudades italianas, f u e el trampolín n a t u r a l p a r a la p r i m e r a signaría del n o r t e con trascendencia internacional. Hacia finales del siglo x m , la m a y o r p a r t e de la Italia situada m a s alia de los Apeninos había caído en m a n o s de pequeños señores o de aventureros militares. Toscana resistió d u r a n t e otros cien años, pero en el curso del siglo xv sucumbió también a las d o r a d a s tiranías. Florencia, el m a y o r c e n t r o manuf a c t u r e r o y financiero de la península, se deslizó finalmente hacia el suave p u ñ o hereditario de los Médici, a u n q u e n o sin reincidentes episodios republicanos: la protección diplomática y militar de los Sforza de M i l á n * , y , m á s t a r d e , i a presión de los p a p a s Medici en Roma, f u e r o n necesarias p a r a asegurar la victoria final de u n régimen principesco en Florencia. En la m i s m a Roma, el gobierno del p a p a Della Rovere, Julio II a principios del siglo xvi, impulsó p o r p r i m e r a vez la e s t r u c t u r a política y militar del E s t a d o papal hacia u n a f o r m a cercana a la de los poderes rivales situados m á s allá del Tíber. Como era lógico, solo las dos repúblicas m a r í t i m a s , Venecia y Génova resistieron a la aparición del nuevo tipo de corte y de príncipe' salvaguardadas p o r la relativa falta de cinturones rurales en su entorno. La serrata veneciana p r o d u j o , sin embargo, u n a minúscula camarilla hereditaria de gobernantes, que congeló p a r a siempre el desarrollo político de la ciudad y se m o s t r ó incapaz de i n t e g r a r en un E s t a d o m o d e r n o o u n i t a r i o las posesiones territoriales que la República había a d q u i r i d o « El patriciado genoves, m e r c e n a r i o y asocial, sobrevivió en el c a r r o del impe30 La suave discreción del domir.io de Cósimo de Médicis sohre Fir>. rencia, establecido indirectamente a través de la m L ^ u l a c ón electorLT
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rialismo hispánico. E n los d e m á s sitios, la m a y o r p a r t e de las ciudades-república desaparecieron. Culturalmente, p o r supuesto, el Renacimiento alcanzó su apogeo en este acto final de la civilización u r b a n a italiana, antes de que llegara lo que p u e d e considerarse c o m o nuevas invasiones «bárbaras» desde el o t r o lado de los Alpes y del Mediterráneo. El p a t r o n a z g o principesco y clerical de las nuevas y brillantes cortes invirtió sin r e p a r o alguno en las artes y e n las letras: la a r q u i t e c t u r a , la escultura, la p i n t u r a , la filología y la historia f u e r o n las beneficiarías, d e n t r o del calido invern a d e r o de u n clima a b i e r t a m e n t e aristocrático de erudición y etiqueta. Económicamente, el progresivo e s t a n c a m i e n t o de la técnica y de la e m p r e s a q u e d ó e n c u b i e r t o p o r la expansión en E u r o p a occidental, q u e continuó a u m e n t a n d o la d e m a n d a de bienes de l u j o italianos después de que las m a n u f a c t u r a s intern a s hubiesen d e j a d o de innovar, garantizando así la riqueza ostentosa de las signorie. Pero políticamente el potencial de estos estados subregios era m u y limitado. El mosaico de c o m u n a s del n o r t e y el c e n t r o había d e j a d o lugar a u n n ú m e r o m e n o r de tiranías u r b a n a s consolidadas, q u e se enzarzaron en intrigas y guerras constantes p a r a obtener el p r e d o m i n i o sobre Italia. P e r o n i n g u n o de los cinco E s t a d o s m á s i m p o r t a n t e s de la península —Milán, Florencia, Venecia, R o m a y Nápoles— tenia la f u e r z a suficiente p a r a s u p e r a r a los otros, y ni siquiera p a r a a b s o r b e r a los n u m e r o s o s principados y ciudades menores, fci cerco al que se vio sometido Gian Galeazzo Visconti en Lomb a r d í a p o r la presión c o m b i n a d a de sus enemigos, a principios del siglo xv, señaló el final de la m á s i m p o r t a n t e tentativa p o r conseguir la supremacía. La incesante rivalidad política y milit a r e n t r e estados de m e d i a n a potencia alcanzó f i n a l m e n t e u n equilibrio precario con el t r a t a d o de Lodi, de 1451. P a r a esa fecha las ciudades del Renacimiento ya habían desarrollado los i n s t r u m e n t o s básicos del a r t e del gobierno y de la agresión que h a b r í a n de legar al absolutismo europeo, u n a herencia cuya e n o r m e i m p o r t a n c i a ya hemos visto. Las imposiciones fiscales la d e u d a consolidada, la venta de cargos, las e m b a j a d a s en el e x t r a n j e r o surgieron p o r vez p r i m e r a en las ciudades-Estado italianas, en u n a especie de ensayo general a p e q u e ñ a escala del gran sistema internacional de estados y de sus f u t u r o s conflictos 32. El régimen de las signorie n o podía cambiar, sin embargo, los p a r á m e t r o s básicos del callejón sin salida en el que se » Véase Mattingly, Renaissance
diplomacy,
pp. 58-60.
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e n c o n t r a b a el desarrollo político italiano t r a s la d e r r o t a del proyecto de u n a m o n a r q u í a imperial unitaria en la época de los H o h e n s t a u f e n . Las c o m u n a s habían sido e s t r u c t u r a l m e n t e incapaces de conseguir la unificación de la península, a causa de la m i s m a precocidad de su desarrollo urbano-comercial. Las signorie r e p r e s e n t a b a n u n a reafirmación del a m b i e n t e circundante, r u r a l y señorial, en el que siempre habían estado insertas. Pero en la Italia del n o r t e y del c e n t r o n u n c a f u e posible u n a verdadera victoria social del c a m p o sobre las ciudades: la fuerza de atracción de las ciudades era demasiado grande, m i e n t r a s que la clase t e r r a t e n i e n t e local n u n c a f o r m ó u n a sólida nobleza feudal, con u n a tradición ancestral o u n esprit de corps. Los señores que u s u r p a r o n el p o d e r en las repúblicas eran con frecuencia mercenarios, arribistas o aventureros, y o t r a s veces b a n q u e r o s o m e r c a d e r e s de elevada posición. Por consiguiente la soberanía de las signorie f u e siempre ilegítima en un sentido p r o f u n d o 3 3 : se basaba en la fuerza reciente y en el f r a u d e personal, sin tener d e t r á s ninguna sanción social colectiva en la j e r a r q u í a o los deberes aristocráticos. Los nuevos principados habían extinguido la vitalidad cívica de las ciudades republicanas, p e r o n o podían c o n t a r con la lealtad ni la disciplina de un c a m p o señorializado. Así pues, a p e s a r de su m o d e r n i s m o a p a r e n t e m e n t e outré de medios y técnicas, de su f a m o s a inauguración de la p u r a «política del poder» en c u a n t o tal, las signorie f u e r o n , de hecho, intrínsecamente incapaces de generar la form a de E s t a d o característica de la p r i m e r a época m o d e r n a , el absolutismo m o n á r q u i c o unitario. La confusa experiencia histórica de estos señoríos p r o d u j o la teoría política de Maquiavelo. Presentada convencionalmente como una cima de la Realpolitik m o d e r n a , que p r e f i g u r a b a la práctica de las m o n a r q u í a s seculares de la E u r o p a absolutista esa teoría era de hecho el p r o g r a m a idealizado de u n a signoria panitaliana, o quizá m e r a m e n t e centroitaliana, en vísperas de la sustitución histórica de esta f o r m a política La inteligencia alerta de Maquiavelo era consciente de la distancia que había e n t r e los estados dinásticos de E s p a ñ a o Francia y las tiranías
Inglaterra11884 provinciales de Italia. Maquiavelo observó que la m o n a r q u í a f r a n c e s a estaba rodeada p o r u n a poderosa aristocracia y apoyada en u n a venerada legitimidad: sus rasgos distintivos eran la preeminencia de los «nobles» a u t ó n o m o s y de las «leyes» tradicionales. « [ . . . ] El rey de Francia está situado en medio de u n a multitud de señores de antiguas familias, reconocidos a su vez en el E s t a d o p o r sus súbditos y a m a d o s por ellos: tienen sus preeminencias, y el rey no puede quitárselas sin peligrar él m i s m o [ . . . ] El reino de Francia está regulado p o r leyes más que ningún o t r o de los que hoy tenemos conocimiento» B . Pero Maquiavelo no podía c o m p r e n d e r que la f u e r z a de las nuevas m o n a r q u í a s territoriales radicaba, precisamente, en esta combinación de nobleza feudal y legalidad constitucional; creía que los parlements franceses eran u n a m e r a f a c h a d a real p a r a la intimidación de la aristocracia y el apaciguamiento de las masas 3 é . La aversión de Maquiavelo hacia la aristocracia era tan intensa y generalizada que declaraba a la nobleza terrateniente incompatible con cualquier orden político estable o viable: «Aquellos estados cuya vida política p e r m a n e c e íncor r o m p i d a n o p e r m i t e n que ninguno de sus ciudadanos se haga noble o que viva según las c o s t u m b r e s de la nobleza [ . . . ] P a r a aclarar este término, diré que p o r "nobles" se entienden aquellos que viven ociosamente de las a b u n d a n t e s r e n t a s que producen sus propiedades, sin jugar ningún papel en la agricultura o en cualquier o t r a t a r e a necesaria p a r a la vida. Esos h o m b r e s son perniciosos en cualquier república y en cualquier provincia; p e r o son todavía más maléficos aquellos que, a d e m á s de l a s ' r e n t a s de sus propiedades, controlan castillos y m a n d a n en súbditos que les obedecen [•••] Los h o m b r e s de esta clase son enemigos absolutos de toda f o r m a de gobierno cívico» 37 . Mir a n d o con melancolía hacia las ciudades alemanas, que carecían de u n a periferia señorial 3 8 , Maquiavelo conservaba cierto repu-
» Niccoló Machiavelli, II Principe e Discorsi sopra ¡a prima decade Tito Livio (introducción de Giuliano Procacci), Milán, 1960, pp. ¿b íbl, es la mejor de las ediciones recientes [El Príncipe, Barcelona, Bruguera, M ¡i principe e Discorsi, pp. 77, 78 [El Príncipe, pp. 156-157], En realidad la comprensión de Maquiavelo de la naturaleza y función de la nobleza francesa es, en último término, insegura y confusa. En su Kttratto di cose di Francia, describe a la aristocracia francesa como «muy complaciente» (ossequentissimi) con la monarquía, en completa .contradicción con sus observaciones postenores citadas antes. Véase Arte delta guerra e scritti politici minori, Milán, 1961, p. 164. 17 II Principe e Discorsi, P- 256. M Ibid., pp. 2.S5-6. 19?
" E l grado y el tipo de esta ilegitimidad variaban, por supuesto- en la Romana, los tiranos locales habían adquirido paulatinamente cierta SÜCa páginas 7ff "" d S Í g ' ° XV= L a r n e r ' T H e l ° r d S ° f t h e R o m a & ™ . 34 Chabod, la más lúcida autoridad, piensa que Maquiavelo consideraba únicamente esta ultima posibilidad, un principado fuerte de la Italia qUC Un Estad0 ío« ' Penins"lar: Scritti su Machiavelli, Turín
iyoo, pp. 64-6/.
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blicanismo nostálgico, a l i m e n t a d o p o r el r e c u e r d o evanescente de la república de Soderini, a la que había servido, y p o r u n a vieja reverencia hacia la edad heroica de Roma, r e c o r d a d a p o r Tito Livio. Pero el republicanismo de Maquiavelo en los Discursos es, en el fondo, sentimental y circunstancial, p o r q u e todos los regímenes políticos están dominados p o r u n p e q u e ñ o círculo de poder: «En todos los estados, sea cual fuese su tipo de gobierno, los verdaderos dirigentes n u n c a son m á s de c u a r e n t a o cincuenta ciudadanos» *>. La gran m a s a de la población situada p o r d e b a j o de esa élite se p r e o c u p a sólo de su propia seguridad: «la inmensa mayoría de quienes piden libertad, desean m e r a m e n t e vivir con seguridad». Un gobierno con éxito siempre p u e d e s u p r i m i r las libertades tradicionales si deja intactas la propiedad y la familia de sus súbditos; en t o d o caso, t e n d r á q u e p r o m o v e r sus actividades económicas, ya que éstas contrib u i r á n a sus propios recursos. El príncipe «puede m u y bien conseguir ser temido y n o odiado; esto lo conseguirá siempre si se abstiene de r o b a r la hacienda de sus ciudadanos y súbditos, y de r o b a r sus m u j e r e s » 40. E s t a s máximas son ciertas con independencia del sistema político, p r i n c i p a d o o república. Las constituciones republicanas, sin embargo, están a d a p t a d a s únic a m e n t e p a r a p e r d u r a r : pueden p r e s e r v a r el sistema político existente, p e r o n o i n a u g u r a r u n o nuevo 4 1 . Para edificar u n Estado italiano capaz de resistir a los invasores b á r b a r o s de Francia, Suiza y España, es necesaria la voluntad c o n c e n t r a d a y la energía implacable de u n único príncipe. La v e r d a d e r a pasión de Maquiavelo radica aquí. Sus consejos se dirigen esencialm e n t e al f u t u r o a r q u i t e c t o de u n señorío peninsular, necesariam e n t e parvenú. El Príncipe declara a su comienzo que examin a r á los dos tipos de principados, «hereditarios» y «nuevos», y n u n c a pierde de vista esta distinción. Pero la palpitante preocupación del tratado, que domina t o d o su contenido, es f u n d a m e n t a l m e n t e la creación de u n nuevo principado, tarea que Maquiavelo señala como la m a y o r hazaña que puede realizar cualquier gobernante: «Las cosas mencionadas, observadas p r u d e n t e m e n t e , hacen parecer a u n príncipe nuevo, antiguo, y lo aseguran y a f i r m a n más r á p i d a m e n t e en el E s t a d o que sí hubiera sido antiguo. Porque u n príncipe nuevo es m u c h o m á s observado en sus acciones q u e o t r o hereditario; y c u a n d o las
59 Ibid., p. 176. " Ibid., p. 70 [El Principe, p. 149], 41 Ibid., p. 265.
164 Inglaterra11885 juzgamos grandes, a t r a e n m u c h o m á s a los h o m b r e s y se los apegan m u c h o m á s q u e la propia antigüedad de la sangre [ . . . ] Así t e n d r á u n a doble gloria» 4 2 . Este encubierto desequilibrio en el e n f o q u e es evidente a lo largo de todo el libro. Así, Maquiavelo a f i r m a que los dos fund a m e n t o s m á s i m p o r t a n t e s del gobierno son las «buenas leyes» y las «buenas armas»; p e r o a ñ a d e i n m e d i a t a m e n t e que, como la coacción crea la legalidad, y n o viceversa, considerará sólo la coacción. «Los principales f u n d a m e n t o s que p u e d e n t e n e r todos los Estados, t a n t o los nuevos c o m o los antiguos o mixtos, son las b u e n a s leyes y las buenas a r m a s . Y c o m o n o p u e d e h a b e r b u e n a s leyes donde no haya b u e n a s a r m a s , y d o n d e hay b u e n a s a r m a s conviene que haya b u e n a s leyes, d e j a r é p a r a o t r a ocasión el razonar sobre las leyes y h a b l a r é de las armas» 4 3 . En el p a s a j e quizá m á s f a m o s o de El Príncipe, Maquiavelo repite el m i s m o y revelador deslizamiento conceptual. La ley y la fuerza son los modos respectivos de regir a los h o m b r e s y a los animales, y el Príncipe debe ser u n «centauro», u n a mezcla de ambos. Pero en la práctica la «combinación» principesca de la que se ocupa Maquiavelo n o es la del centauro, medio h o m b r e y medio animal, sino —a causa de u n inmediato deslizamiento— la de dos animales, el «león» y la «zorra», la f u e r z a y el f r a u d e . «[...] Hay dos m a n e r a s de c o m b a t i r : u n a con las leyes y otra con la fuerza; la p r i m e r a es propia del hombre, la segunda lo es de los animales; p e r o c o m o m u c h a s veces la p r i m e r a no basta, conviene r e c u r r i r a la segunda. Por tanto, a u n príncipe le es necesario saber h a c e r b u e n u s o de u n a y o t r a . E s t o es lo que con palabras encubiertas enseñaron a los príncipes los antiguos autores, los cuales escribieron q u e Aquiles y m u c h o s otros príncipes de la Antigüedad f u e r o n confiados en su niñez al c e n t a u r o Quirón, p a r a que los custodiara b a j o su disciplina. Tener p o r p r e c e p t o r a u n m a e s t r o m i t a d bestia y m i t a d h o m b r e no quiere decir otra cosa sino que u n príncipe necesita saber u s a r u n a y otra naturaleza, y q u e la u n a sin la o t r a n o es d u r a d e r a . Así pues, viéndose u n príncipe en la necesidad de saber o b r a r c o m p e t e n t e m e n t e según la naturaleza de 42 II Principe e Discorsi, p. 97 [£í Príncipe, p. 176]. Compárese este tono con el de Bodin: «Aquel que por su propia autoridad se hace a sí mismo príncipe soberano, sin elección, derecho hereditario o sorteo, sino únicamente por la guerra o por una llamada divina especial, es un tirano». Un gobernante de este tipo «conculca las leyes de la naturaleza». Les six livres de la République, pp. 218, 211. « II Principe e Discorsi, p. 53 [El Príncipe, p. 131].
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los animales, debe e n t r e ellos i m i t a r a la zorra y al león [ ]» 44 El t e m o r de sus súbditos es preferible siempre a su afectop a r a controlarlos, la violencia y el engaño son superiores a lá legalidad. «Porque de los h o m b r e s en general se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores y disimulados q u e huyen de los peligros y están ansiosos de ganancias [ ] el a m o r se retiene p o r el vínculo de la gratitud, el cual, debido a la perversidad de los h o m b r e s , es r o t o en toda ocasión de propia utilidad; p e r o el t e m o r se m a n t i e n e con un miedo al castigo que no a b a n d o n a a los h o m b r e s nunca» 4 5 . Estos preceptos sumarios eran, en efecto, las recetas caseras de las pequeñas tiranías italianas; estaban m u y lejos de las realidades de las e s t r u c t u r a s ideológicas y políticas m u c h o más complejas del p o d e r de clase de las nuevas m o n a r q u í a s de Europa occidental. Maquiavelo n o entendió la inmensa fuerza histórica de la legitimidad dinástica, en la que estaba a f i n c a d o el nuevo absolutismo. Su m u n d o era el de los aventureros fugaces y el de los tiranos arribistas de las signorie italianassu modelo, César Borgia. El resultado del e s t u d i a d o «ilegitimismo» del e n f o q u e de Maquiavelo f u e su f a m o s o «tecnicismo», la defensa de los medios sin sanción de carácter moral p a r a la obtención de los fines políticos convencionales, disociados de imperativos o límites éticos. La conducta del príncipe sólo puede ser un catálogo de perfidia y crimen, u n a vez que se h a n disuelto todas las bases sociales y jurídicas estables del p o d e r que han desaparecido la solidaridad y la lealtad aristocráticas.' Para las épocas posteriores, esta separación e n t r e la ideología feudal o religiosa y el ejercicio práctico del poder, aparecía como el secreto, y la grandeza, de la m o d e r n i d a d de Maquiavelo 46 . Pero, de hecho, su teoría política, a p a r e n t e m e n t e tan m o d e r n a en su intención de racionalidad clínica, carecía significativamente de un concepto seguro y objetivo del Estado. En sus escritos hay u n a constante vacilación de vocabulario, en el que se alternan con indecisión los t é r m i n o s de cittá, governo, república o stato, p e r o en el que todos tienden a subordinarse al concepto que da n o m b r e a su obra central: el «príncipe», que puede ser señor t a n t o de una «república» como de un «prin'cipa" II Principe e Discorsi, p. 72 [El Príncipe, p. 151]. II Principe e Discorsi, pp. 69, 70 [El Príncipe, pp. 148 1491 Por supuesto, esto es exacto. Precisamente el hecho de oue Maquiavelo no estuviera arraigado en la principal corriente de su nrooia época histórica fue lo que produjo una obra política de importancia más general y perenne, después de que aquella hubiera pasado
166 Inglaterra do» 47 . Maquiavelo n u n c a distinguió p o r completo e n t r e el sob e r a n o personal, que en principio se podía situar en cualquier p a r t e a voluntad (César Borgia y sus equivalentes), y la estruct u r a4 8 impersonal de u n orden político con estabilidad territorial . La interconexión funcional entre a m b o s en la época del absolutismo era b a s t a n t e real, p e r o Maquiavelo, al no c a p t a r el vínculo social necesario e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza que constituía su mediación, tendió a reducir la noción de E s t a d o a la de propiedad pasiva de u n príncipe individual, o r n a m e n t o accesorio de su poder. La consecuencia de este voluntarismo es la curiosa p a r a d o j a central de la o b r a de Maquiavelo: su constante denuncia de los mercenarios y su enérgica defensa de u n a milicia u r b a n a c o m o única organización militar capaz de e j e c u t a r los proyectos de u n príncipe fuerte, que p u d i e r a ser el creador de u n a nueva Italia. Este es el t e m a de la vibrante llamada final de su o b r a más célebre, dirigida a los Médici: «Los mercenarios y las t r o p a s auxiliares son inútiles y peligrosos [ . . . ] c o n d u j e r o n a Italia a la esclavitud y al envilecimiento [ . . . ] Si quiere, pues, Vuestra Ilustre Casa imitar a los insignes varones que libraron sus provincias, es necesario, antes que cualquier cosa, como v e r d a d e r 4o9 f u n d a m e n t o de toda empresa, proveerse de ejércitos propios» . Maquiavelo dedicaría después El arte de la guerra a d e f e n d e r u n a vez m á s su r a z o n a m i e n t o militar a favor de la formación de u n e j é r c i t o de ciudadanos, r a z o n a m i e n t o a d o b a d o con todos los ejemplos de la Antigüedad.
Maquiavelo creía que los mercenarios eran la causa de la debilidad política italiana, y en su calidad de secretario de la república había intentado a r m a r a los campesinos locales p a r a la defensa de Florencia. N a t u r a l m e n t e , los mercenarios f u e r o n « Pueden verse algunos ejemplos en II Principe e Discorsi. pp. 129-31, 309-11 355-7 Véanse los comentarios de Chabod en «Alcum questiom di terminología: Stato, nazione, patria nel linguaggio del cinquecento», L idea di nazione, Bari, 1967, pp. 145-53. " Hay unos pocos y breves pasajes en Maquiavelo que indican una conciencia de los límites de su concepción dominante del Estado: «[ ] los estados que surgen de repente, como todas las demás cosas de la naturaleza que nacen y crecen con prontitud, no pueden tener las raíces y ramificaciones necesarias, de modo que el primer choque de la adversidad los arruina». II Principe e Discorsi, p. 34 [El Principe, p . 1 1 0 ] Procacci, en su valiosa introducción, insiste mucho en los términos barbe e correspondente (raíces y ramificaciones) como prueba de Que Maquiavelo tenía un concepto objetivo del Estado del príncipe («Introduzione» páginas L ss.). Pero lo que realmente llama más la atención acerca de estos términos relacionados es que carecen de consecuencias o de ecos en la totalidad de El Príncipe. „ „ . „ . . _ , _ . . m m 1841 « II Principe e Discorsi, pp. 53, 58, 104 [El Principe, pp. 131, 136, .84],
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la condición previa de los nuevos ejércitos reales m á s allá de los Alpes, mientras que sus milicias neocomunales f u e r o n derrotadas p o r tropas regulares con la m a y o r facilidad 5 0 . La razón de su e r r o r militar procedía, sin embargo, del núcleo de su p e n s a m i e n t o político. En efecto, Maquiavelo c o n f u n d í a el sist e m a e u r o p e o de mercenarios con el sistema italiano de condottieri; la diferencia consistía precisamente en q u e los condottieri italianos poseían sus propios soldados, subastándolos o llevándolos de un sitio a o t r o en las guerras locales, m i e n t r a s que los m o n a r c a s de más allá de los Alpes f o r m a b a n o contrat a b a n a los cuerpos mercenarios directamente b a j o su propio control, p a r a constituir la vanguardia de ejércitos p e r m a n e n t e s y profesionales. La mezcla del concepto de E s t a d o de Maquiavelo, como propiedad adventicia del Príncipe, con su aceptación de los aventureros como príncipes, f u e lo que le c o n d u j o al e r r o r de pensar que los volátiles condottieri eran característicos de la guerra mercenaria en E u r o p a . Lo que Maquiavelo no s u p o apreciar f u e el p o d e r de la a u t o r i d a d dinástica, enraizada en u n a nobleza feudal, que convertía el u s o de t r o p a s mercenarias reales no sólo en algo más seguro, sino superior a cualquier o t r o sistema militar entonces posible. La incongruencia lógica de u n a milicia ciudadana b a j o u n a tiranía u s u r p a d o r a , c o m o f ó r m u l a p a r a la liberación de Italia, es ú n i c a m e n t e el sign o desesperado de la imposibilidad histórica de u n a signoria peninsular. Aparte de eso, sólo q u e d a b a n las recetas banales de engaño y ferocidad a las que se ha llegado a d a r el n o m b r e de maquiavelismo 5 1 . Esos consejos del secretario f l o r e n t i n o eran tan sólo una teoría de la debilidad política: su tecnicismo e r a u n e m p i r i s m o inconsciente, incapaz de d e s c u b r i r las causas sociales más p r o f u n d a s de los hechos que n a r r a b a , y confinado a su vana, superficial, mefistofélica y utópica manipulación. Así pues, la obra de Maquiavelo refleja f u n d a m e n t a l m e n t e , en su e s t r u c t u r a interna, el callejón sin salida de las ciudadesE s t a d o italianas en vísperas de su absorción. Es la m e j o r guía hacia su definitivo final. Como veremos, en Rusia y en Prusia " Sobre este episodio, véase Omán, A history of war in the sixteenth century, pp. 96, 97. 51 En general, este aspecto de la obra ; e Maquiavelo, que dio origen a su sensacional «leyenda» durante Ir siglos posteriores, lo pasan por alto sus comentaristas más serios de hoy, que le conceden poco interés intelectual. De hecho, es conceptualmente inseparable de la estructura teórica de su obra, y no puede ser objeto de una cortés ignorancia- es el residuo necesario y lógico de su pensamiento. Véase el mejor y más poderoso análisis del verdadero significado del «maquiavelismo» en Georges Mounin, Machiavel, París, 1966, pp 202-12.
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aparecía u n s u p e r a b s o l u t i s m o sobre u n vacío de ciudades. E n Italia y en la Alemania situada al oeste del Elba, la densidad de ciudades p r o d u j o u n a especie de «microabsolutismo», u n a proliferación de pequeños principados que cristalizó las divisiones del país. Estos estados en m i n i a t u r a n o e s t a b a n en condiciones de resistir a las vecinas m o n a r q u í a s feudales, y muy p r o n t o la península se vio obligada p o r los conquistadores ext r a n j e r o s a a d o p t a r las n o r m a s europeas. Francia y E s p a ñ a se pusieron de a c u e r d o p a r a su control, en las p r i m e r a s décadas de su respectiva integración política, a finales del siglo xv. Italia, incapaz de p r o d u c i r u n absolutismo nacional desde dentro, se vio condenada a s u f r i r u n o e x t r a n j e r o desde f u e r a . E n el medio siglo que va desde la m a r c h a de Carlos V I I I sobre Nápoles, en 1494, h a s t a la d e r r o t a de E n r i q u e II en San Quintín, en 1557, los Valois f u e r o n tenidos a raya p o r los Habsburgo, y el p r e m i o recayó en España. El dominio español, anclado en Sicilia, Nápoles y Milán, coordinó a la península y domesticó al p a p a d o b a j o la b a n d e r a de la C o n t r a r r e f o r m a . Paradójicamente, el avance económico del n o r t e de Italia la condenó después a u n largo ciclo de a t r a s o político. El r e s u l t a d o final, u n a vez consolidado el p o d e r de los Habsburgo, f u e el retroceso económico: la ruralización de los patriciados u r b a n o s , que en su decadencia a b a n d o n a r o n las finanzas y las m a n u f a c t u r a s p o r las inversiones en tierras. De ahí las «cien ciudades del silencio» a las que Gramsci se refiere u n a y o t r a vez 52 . Por u n a B
Quaderni del carcere, Turín, 1975, pp. 774, 1560, 2035-2036. La frase está tomada del poema de D'Annunzio. Los análisis de Gramsci sobre el problema de la unidad italiana en el Renacimiento —por el que estaba profundamente preocupado— se resienten del punto de partida implícito de que las nuevas monarquías europeas que estaban unificando a Francia Inglaterra y España tenían un carácter burgués (o al menos representaban un equilibrio entre la burguesía y la aristocracia). Así, Gramsci tiende a mezclar de forma ilegítima los dos problemas históricos diferentes de la ausencia de un absolutismo unitario en el Renacimiento y el de la posterior carencia de una revolución democrática radical en el Risorgimento. Ambos se convierten así en la prueba del fracaso de la burguesía italiana; el primero, debido al corporativismo y la involución de las comunas a finales de la época medieval y a comienzos de la moderna- el segundo, a causa de la confabulación de los moderados y los latifundistas del sur en el siglo xix. Sin embargo, como ya hemos visto lo cierto es precisamente lo contrario. La ausencia de una nobleza feudal dominante fue lo que impidió la aparición de un absolutismo peninsular, y de ahí la de un Estado unitario, contemporáneo de los de Francia o España! y la presencia regional de esa nobleza en el Piamonte fue lo que permitió la creación de un Estado que proporcionaría el trampolín para vocación velo como la unificación de prisma Gramscicentral tardía reflejaen a entravés labuena era del del medida cual capitalismo consideró su d e p e industrial. n d eel n c . Renacimiento, a de La Maqu equia-
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curiosa compresión de épocas históricas, sería f i n a l m e n t e la monarquía piamontesa la que conseguiría la unificación nacional en la era de las revoluciones burguesas en Occidente. De hecho, Piamonte aportó la base lógica p a r a esta unificación p o r q u e solo allí había aparecido un a b s o l u t i s m o riguroso y autóctono, directamente basado sobre u n a nobleza feudal en u n a formación social dominada p o r la servidumbre. El E s t a d o construido p o r Manuel Filiberto y Carlos Manuel en Saboya era económicamente rudimentario en comparación con Venecia o Milán, p e r o precisamente p o r esta razón sería el único núcleo territorial capaz de un posterior avance político. Su posición geográfica a caballo de los Alpes f u e decisiva para este destino excepcional. Esa posición significó, en efecto, que Saboya p u d o m a n t e n e r su a u t o n o m í a y a m p l i a r sus fronteras durante tres siglos, aliándose con las dos grandes potencias del continente en la lucha con las otras; p r i m e r o con Francia contra España, y después con Austria contra Francia. En 1460, en vísperas de las invasiones e x t r a n j e r a s que c e r r a r o n el Renacimiento, Piamonte era el único E s t a d o independiente de Italia con un influyente sistema de Estados 5 3 , n a t u r a l m e n t e a causa de que era quizá la formación social m á s feudal de la península. Los Estados estaban organizados en u n sistema tricurial convencional, d o m i n a d o p o r la nobleza. Las rentas de los duques dirigentes e r a n pequeñas, y su a u t o r i d a d limitada, aunque el clero —que poseía u n tercio de la tierra— era normalm e n t e su aliado. Los Estados se negaron a conceder subsidios para un ejército p e r m a n e n t e . Así, en la década de 1530 las tropas francesas y españolas ocuparon las zonas occidental y oriental de Piamonte, respectivamente. En la zona francesa, los Estados se mantuvieron como états provinciales del reino Valois, mientras que en la española f u e r o n suprimidos desde 1555. La administración f r a n c e s a reorganizó y modernizó el arcaico sistema político local; el beneficiario de su obra f u e
y su creencia de que Maquiavelo representaba un «jacobinismo precoz» (vease especialmente Note sul Machiavelli, pp. 6-7, 14-16). Maquiavelo en su propia época, confundió dos tiempos históricos diferentes al imaginar que un príncipe italiano podía crear un poderoso Estado autocrático por medio de la resurrección de las milicias ciudadanas típicas de las ^comunas del siglo xn, muertas desde hacía ya mucho tiempo. Junto con Sicilia, que presumiblemente era la otra región con un poderoso sistema estamental, pero que ya era parte del reino de Aragón: H. G. Koenigsberger, «The parliament of Piedmont during the Renaissance, 1640-1560» Studies presented to the International Commission Re r • tHe"ÁSt0ry°J P esentative and Parliamentary Institutions, ix, Lovama, 1952, p. 70.
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el d u q u e Manuel Filiberto. E d u c a d o en E s p a ñ a y combatiente en Flandes, este aliado de los H a b s b u r g o y vencedor en San Quintín r e c u p e r ó todo su p a t r i m o n i o con el t r a t a d o de CateauCambrésis. El enérgico y autoritario d u q u e —Testa di Ferro p a r a sus contemporáneos— convocó p o r última vez los Estados en 1560, obtuvo u n amplio subsidio p a r a u n e j é r c i t o p e r m a n e n t e de 24.000 h o m b r e s , e i n m e d i a t a m e n t e los disolvió p a r a siempre. A p a r t i r de entonces se conservaron y desarrollaron las innovaciones institucionales de los treinta años de dominio Valois: Consejo de E s t a d o ejecutivo, p a r l a m e n t o s judiciales, lettere di giussione reales (esto es, lits de justice), código legal único, m o n e d a única y reorganización de las finanzas, legislación suntuaria. Manuel Filiberto, que quintuplicó sus ingresos, creó u n a corte nobiliaria, nueva y leal, p o r medio de u n a hábil distribución de títulos y cargos. B a j o el gobierno de u n d u q u e que f u e u n o de los p r i m e r o s soberanos de E u r o p a en p r o c l a m a r s e libre de todas las restricciones legislativas —Noi, come principi, siamo da ogni legge sciolti e liberi—M, Piamonte se dirigió r á p i d a m e n t e hacia u n a t e m p r a n a centralización principesca. E n adelante, la dinastía piamontesa tendió siempre a apropiarse los mecanismos y las f o r m a s políticas del absolutismo francés, a u n q u e resistiendo su absorción territorial en éste. El siglo x v n presenció, sin embargo, recaídas prolongadas en anárquicas guerras civiles y luchas nobiliarias —graves y largos ecos de la Fronda— b a j o varios gobernantes débiles. Los múltiples enclaves y las f r o n t e r a s inciertas del E s t a d o en u n a zona tapón de E u r o p a impidieron u n control ducal f i r m e de las mesetas alpinas. El avance hacia u n absolutismo centralizado f u e r e a n u d a d o decisivamente p o r Víctor Manuel II a principios del siglo x v i n . Un hábil cambio de alianzas en la guerra de sucesión española, de Francia a Austria, aseguró a Piamonte el cond a d o de M o n t f e r r a t y la isla de Cerdeña, y el reconocimiento europeo de su elevación de ducado a m o n a r q u í a . Víctor Manuel, sinuoso en la guerra, aprovechó la paz p a r a instalar u n a administración rígida, según el modelo de Colbert, completada con un sistema de consejos y de intendants. Además, eliminó el carácter feudal de amplias áreas de tierra nobiliaria p o r medio de u n nuevo registro catastral —la perequazione de 1731—, 54 «Nos, como príncipe, estamos exentos y libres de toda ley»: la pretensión ducal era, por supuesto, una traducción directa de la famosa máxima romana. Para un balance de las reformas de Manuel Filiberto en el Piamonte véase Vittorio de Caprariis, «L'Italia nell'Eta della Controriforma», en Niño Valen, comp., Storia d'Italia, II, Turín, 1965, páginas 526-30.
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a u m e n t a n d o así los ingresos fiscales, ya q u e las propiedades alodiales e s t a b a n s u j e t a s a contribución 5 5 ; construyó u n a gran e s t r u c t u r a militar y diplomática en la que se integró la aristocracia; eliminó las i n m u n i d a d e s clericales y sometió a la Iglesia; en fin, llevó a cabo un enérgico mercantilismo proteccionista, que incluía el desarrollo de c a r r e t e r a s y canales, la promoción de m a n u f a c t u r a s p a r a la exportación y la construcción de u n a capital m a y o r en Turín. Su sucesor, Carlos Manuel III, se alió h á b i l m e n t e con Francia c o n t r a Austria en la guerra de sucesión polaca, p a r a conseguir u n a p a r t e de la llanura lombarda, y, p o s t e r i o r m e n t e , con Austria c o n t r a Francia en la guerra de sucesión austríaca, p a r a conservarla. El absolutismo piamontés fue, p o r tanto, u n o de los m á s coherentes y afort u n a d o s de esta época. Como los o t r o s dos experimentos de u n absolutismo f u e r t e y modernizado que tuvieron lugar en el s u r —los regímenes de Tanucci en Nápoles y de Pombal en Portugal— estaba cronológicamente r e t r a s a d o : su cima creadora llegó en el siglo x v m y n o en el x v n . Pero, p o r lo d e m á s su modelo f u e m u y similar a los de sus m á s i m p o r t a n t e s mentores. Efectivamente, en la época de su apogeo el absolutismo piamontés gastaba p r o p o r c i o n a l m e n t e m á s en su ejército — u n c u e r p o profesional bien entrenado— que cualquier o t r o E s t a d o de. E u r o p a occidental 5 6 . Este a p a r a t o militar aristocrático le sería de u n valor inestimable en el f u t u r o .
La perequazione se analiza en S. J. Woolf, Studi sulla nobiltá piemóntese nell época delVassolutismo, Turín, 1963, pp. 69-75. El significado de este hecho para la historia general del absolutismo es claro. En un sistema político medieval, donde no existía un sistema impositivo central el interés económico de un señor consistía en multiplicar el número de feudos - q u e le debían servicios militares y prestacions f e u d a l e s - v en reducir el numero de propiedades alodiales, con su titularidad incondicional y, por tanto, su carencia de obligaciones hacia un superior feudal. Con la llegada de un sistema fiscal centralizado, la situación cambió por completo: los feudos quedaban fuera de las tasaciones de impuestos, porque prestaban unos servicios militares que ahora ya eran meramente simbólicos, mientras que las propiedades alodiales eran susceptibles de tributación como lo eran las propiedades urbanas o campesinas Prácticamente al mismo tiempo, en 1717, Federico Guillermo I introdujo en Prusia una reforma similar para «conmutar» el servicio de caballería por un impuesto, por medio de la conversión de la propiedad feudal en alodial, y terminando así en realidad con la inmunidad fiscal de la nobleza. La medida levantó entre los junkers una tormenta de indignación C L f in '* °™e Piemonte nella prima metd del settecento, M , , " Módena, 1957, pp. 103-6. Quazza piensa que posiblemente sólo Prusia igualó o superó al Piamonte en gastos militares durante este siglo.
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El repentino ascenso de u n absolutismo sueco en los p r i m e r o s años del siglo xvi, p a s a n d o p r á c t i c a m e n t e sin transición del p r i m e r tipo «medieval» al p r i m e r tipo «moderno» de E s t a d o feudal, no tuvo ningún equivalente en E u r o p a occidental. La aparición del nuevo E s t a d o f u e precipitada desde el exterior. E n 1520, el nuevo rey danés, Cristián II, m a r c h ó con un ejército sobre Suecia p a r a i m p o n e r allí su autoridad, d e r r o t a n d o y ejec u t a n d o a la facción oligárquica de los Stura, que habían gob e r n a d o de jacto al país como u n a regencia local d u r a n t e los últimos años de la Unión de Kalmar. La perspectiva de u n a f u e r t e m o n a r q u í a e x t r a n j e r a imponiéndose sobre Suecia unió a la aristocracia local y a algunos sectores del campesinado independiente t r a s u n noble u s u r p a d o r , Gustavo Vasa, que se levantó c o n t r a el dominio danés y estableció su propio gobierno sobre el país tres años después, con ayuda de Lübeck, enemigo y rival hanseático de Dinamarca. Gustavo, u n a vez instalado en el poder, procedió rápida y enérgicamente a echar las b a s e s de u n f i r m e E s t a d o m o n á r q u i c o en Suecia, Su p r i m e r y decisivo movimiento f u e p o n e r en m a r c h a la expropiación de la Iglesia, b a j o la o p o r t u n a b a n d e r a de la Ref o r m a . E s t e proceso, iniciado en 1527, f u e c o m p l e t a d o eficazm e n t e en 1544, c u a n d o Suecia se convirtió oficialmente en un país luterano. La R e f o r m a de Vasa fue, sin d u d a alguna, la mej o r operación económica de su clase realizada p o r ninguna dinastía en E u r o p a . Porque, en contraste con los desperdiciados resultados de la confiscación de los monasterios p o r los T u d o r o de la secularización de las tierras eclesiásticas por los príncipes germanos, p r á c t i c a m e n t e todo el aluvión de propiedades eclesiásticas pasó en bloc a la m o n a r q u í a sueca. Gracias a estas confiscaciones, Gustavo quintuplicó las tierras reales, a d e m á s de anexionarse dos tercios de los diezmos previamente i m p u e s t o s p o r los obispos a la población, y de a p o d e r a r s e de inmensos tesoros de plata procedentes de iglesias y monaster i o s P o r m e d i o de la explotación de las minas de plata, del ' Michael Roberts, The early Vasas. Cambridge, 1968, pp. 178-9. El de fengua inglesa tiene la fortuna de disponer de la amplia y dis-
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f o m e n t o de las exportaciones de h i e r r o y de la supervisión minuciosa de las r e n t a s e ingresos de su reino, Gustavo acumuló antes de su m u e r t e u n inmenso excedente, sin u n increm e n t o similar d e los impuestos. Simultáneamente, amplió el a p a r a t o a d m i n i s t r a t i v o real p a r a la dirección del país, triplicando el n ú m e r o de f u n c i o n a r i o s y poniendo a p r u e b a u n a burocracia central d i s e ñ a d a p a r a él p o r consejeros alemanes. Las a u t o n o m í a s regionales de los t u r b u l e n t o s distritos mineros de Dalarna f u e r o n s u p r i m i d a s , y en Estocolmo se estableció una guarnición p e r m a n e n t e . La nobleza, cuya rivalidad económica con el clero se h a b í a utilizado p a r a asociarla a la expropiación de las tierras de la Iglesia, recibió cada vez menos el simple f e u d o de caballero, el viejo lan pá tjanst, y se le confirió cada vez más el nuevo fórlaning, u n a especie de beneficio semiministerial de alcance m á s limitado, que se reducía a la asignación de r e n t a s reales específicas p a r a específicos n o m b r a m i e n t o s administrativos. E s t a medida centralizadora n o enemistó a la aristocracia, q u e m o s t r ó u n a solidaridad de f o n d o con el régim e n a lo largo de todo el gobierno de Gustavo, intensificada con la d e r r o t a de las rebeliones campesinas en Dalarna (1527) y Smáland (1543-44), y con la humillación militar de Lübeck. El tradicional rád de los magnates se m a n t u v o en función de consejo p a r a a s u n t o s de importancia política, pero quedó excluido de la a d m i n i s t r a c i ó n diaria. La innovación f u n d a m e n t a l de la m a q u i n a r i a política de los Vasa f u e el uso constante, en la p r i m e r a p a r t e del reinado de Gustavo, de la Asamblea de Estados o Riksdag, q u e f u e convocada r e p e t i d a m e n t e p a r a legit i m a r los actos d e la nueva dinastía, d a n d o u n sello de aprobación p o p u l a r a la política de la m o n a r q u í a . A este respecto, la hazaña más i m p o r t a n t e de Gustavo fue asegurar en 1544 la aceptación p o r los E s t a d o s reunidos en Vásterás del principio de que la m o n a r q u í a ya n o podía ser electiva p o r más tiempo, sino q u e h a b r í a de ser hereditaria en la casa de los V a s a 2 . Los hijos de Gustavo I, Erik XIV y Juan, heredaron, pues, u n E s t a d o firme, a u n q u e algo primitivo, que había m a n t e n i d o relaciones cordiales con la aristocracia, imponiéndole pocas cartinguida oeuvre de este historiador del primer período de la era moderna en Suecia. 1 La dura personalidad de Gustavo Vasa recuerda inevitablemente la sucesión de dirigentes que construyeron, inmediatamente antes que él, los estados de Europa occidental: Enrique VII, Luis XI y Fernando II, del mismo modo que su extravagante hijo mayor Erik XIV tiene cierto parecido con la llamativa inestabilidad de Enrique VIII y Francisco I. Un estudio sobrio de estos grupos y cambios generacionales quizá tendría más interés que las biografías convencionales.
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n o d a ñ a n d o sus privilegios. E r i k X I V , que sucedió, * G t » 1560 r e f o r m ó v amplió el e j é r c i t o , intensificando las T ü J d o i e s de servicio" militar de la nobleza. Creó también ° n n u e r a sistema de títulos, confiriendo a los magnates los rande c o n d e y barón, e invistiéndolos con los feudos hereditarios clásicos E n el exterior, su r e i n a d o inauguró el expannrúsmo sueco en el n o r t e del Báltico. Con el inminente colapso de la S r d e n de !os Caballeros de Livonia ante el ataque ruso y í ntervención de Polonia p a r a a s e g u r a r su herencia, Suecia o c u p Í R e v a l a, o t r o lado del golfo de Finlandia. A esto siguió una lucha c o n f u s a e intrincada e n t r e las potencias del Báltico ñor controlar Livonia. En 1568, Erik XIV - v í c t i m a de sospec h L P o l e n t a s por p a r t e de los principales denuesto p o r desequilibrado. Su h e r m a n o J u a n I I I , que le s S S prosiguió la guerra de Livonia con mayor éxito gracias a un cambio de alianzas a favor de Polonia contra Rusia^ A finales ^ e la década de 1570, las f u e r z a s polacas e m p u j a r o n a os eiérritos de Iván IV hasta Pskov, m i e n t r a s las t r o p a s suecas c o n q u i s t a b a n Estonia: las bases de u n imperio exterior suec o e s t Z n echadas. En el interior se p r o d u c í a mientras anto una c a r r e r a acelerada tras los beneficios forlaningar, que la m o n a r q u í a confiaba cada vez más a hasta el p u n t o de que en 1590 solo u n tercio H n r p < ¡ arribistas de elloT e s t a b a en m a n o s e e la nobleza> Así(pues y; a pesar de los éxitos de los Vasa en la guerra de Livonia, las fricciones e n t r e la m o n a r q u í a y la aristocracia crecían a ojos vistas hacia fina le s d e s i g l o La subida al trono del h i j o católico de J u a n I I I Segismundo, en 1592, precipitó i n m e d i a t a m e n t e un p e n o d o de conflictos religiosos y políticos agudos, q u e a m e n a z a r o n la esteS a d del E s t a d o real. Segismundo, p a r t i d a r i o devoto dé la C o n t r a r r e f o r m a , había sido elegido - y de Polonia cinco anos antes, a causa, en parte, de los lazos ¿ m á s icos de los Va a p o r m a t r i m o n i o s con la ya extinta lmea de los Jagellón Obli S d o por la nobleza sueca, como condición p a r a ser aceptado a r e s p e t a r el luteranismo en Suecia y a abstenerse de toda unificación administrativa de sus dos reinos, Segismundo res d ó d u r a n t e diez años en Polonia, como m o n a r c a a u s e n t e ^ E n este oeríodo gobernaron Suecia su tío Carlos, d u q u e de Soder m a n l a n d y el rád de los magnates. Segismundo f u e m a n t e n i d o lefos de su reino del norte p o r u n a c u e r d o e n t r e el d u q u e y a n o b l e z a E poder concentrado p o r Carlos, cada vez m á s arbit r a r i o Te enemistó finalmente con la alta aristocracia, que se
eas y g
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unió a Segismundo c u a n d o éste volvió en 1604 p a r a r e c u p e r a r su p a t r i m o n i o de la usurpación de su tío. La confrontación a r m a d a resultante terminó con la victoria del duque, muy favorecido p o r la p r o p a g a n d a antipapal contra Segismundo, a quien se p r e s e n t ó como una amenaza de recatolización de Suecia. La toma del poder p o r el d u q u e —convertido a h o r a en Carlos IX— q u e d ó sellada con la m a t a n z a legal de los magnates constitucionalistas del rád que se habían puesto del lado del contendiente vencido en el conflicto dinástico. La represión y la neutralización del rád por Carlos IX f u e a c o m p a ñ a d a , significativamente, p o r frenéticas convocatorias del Riksdag, que se m o s t r ó una vez más como un i n s t r u m e n t o dócil y manipulable del absolutismo sueco. La nobleza f u e m a n t e n i d a a distancia de la administración central, a la vez que se a u m e n t a b a n sus obligaciones militares. Para calmar el disgusto y el desprecio aristocrático p o r su usurpación, el rey distribuyó a los nobles las tierras confiscadas a los magnates de la oposición que habían a b a n d o n a d o el país con Segismundo, y les concedió u n a más amplia participación en los forláningar4. Pero a su m u e r t e , en 1611, el grado de tensión y de recelo e n t r e la dinastía y la aristocracia, que había crecido a lo largo de los años, se reveló con toda claridad. La nobleza aprovechó i n m e d i a t a m e n t e la o p o r t u n i d a d de una minoría real p a r a imponer en 1612 u n a Carta que condenaba f o r m a l m e n t e las ilegalidades del pasado reino, restablecía el p o d e r del rád sobre los impuestos y los a s u n t o s de Estado, garantizaba la primacía nobiliaria en los n o m b r a m i e n t o s p a r a la burocracia y aseguraba la posesión del cargo y de salarios fijos a los funcionarios del Estado. El reinado de Gustavo Adolfo comenzó, pues, con un pacto constitucional, c u i d a d o s a m e n t e destinado a impedir la repetición de la tiranía de su padre. De hecho, Gustavo Adolfo no m o s t r ó ninguna inclinación de volver a u n a cruda autocracia real. Su gobierno, p o r el contrario, presenció la reconciliación e integración de la m o n a r q u í a y la nobleza: el a p a r a t o de E s t a d o d e j ó de ser un r u d i m e n t a r i o p a t r i m o n i o dinástico, a medida que la aristocracia se alistaba colectivamente en la administración y el ejército, m o d e r n o s y poderosos, construidos ahora en Suecia. El gran canciller de Gustavo Adolfo, Oxenstierna, reorganizó todo el sistema ejecutivo en cinco colegios centrales, dirigidos por b u r ó c r a t a s de la nobleza. El rád se convirtió en u n Consejo Privado de carácter regular p a r a deliberar sobre la política pública. Los procedimientos legislativos y la composición del 4
Roberts, The early Vasas,
p. 440.
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Riksdag se codificaron en 1617; u n a ordenanza dividió legalm e n t e a la aristocracia en tres grados y le concedió u n a c á m a r a especial o Riddarhus, en 1626, que en adelante pasó a ser el foco d o m i n a n t e de la asamblea de los Estados. El país se dividió en 24 unidades provinciales (llamadas f o r m a l m e n t e lan), a cuyo f r e n t e se instaló u n landhóvding o g o b e r n a d o r escogido e n t r e la nobleza 5 . Se impulsó u n sistema educativo modernizado, a la vez que la ideología oficial exaltaba la ascendencia étnica de la clase dirigente sueca, cuyos a n t e p a s a d o s «godos» habían dom i n a d o en o t r o tiempo E u r o p a . Mientras tanto, los gastos de la flota se multiplicaron p o r seis d u r a n t e el reinado de Gustavo Adolfo, y el n ú m e r o de soldados nativos se cuadruplicó 6 . E s t a p r o f u n d a racionalización y este nuevo vigor del absolutism o sueco en el interior p r o p o r c i o n a r o n la p l a t a f o r m a p a r a la expansión militar de Gustavo Adolfo en el exterior. Librándose de la d e s a f o r t u n a d a guerra con Dinamarca, que había h e r e d a d o de Carlos IX, p o r la f i r m a de u n a paz costosa al comienzo de su reinado, el rey concentró sus objetivos iniciales en el t e a t r o del Báltico norte, donde Rusia estaba aún sacudida p o r el «período de trastornos», y su h e r m a n o Carlos Felipe casi se había instalado como zar con el apoyo de los boyardos y de los cosacos. P r o n t o obtuvo ganancias territoriales a expensas de los rusos. Por el t r a t a d o de Stolbova, en 1617, Suecia adquirió Ingria y Karelia, lo que le daba el dominio absoluto del golfo de Finlandia. Cuatro años m á s tarde, Gustavo Adolfo a r r e b a t ó Riga a Polonia. En 1625-26, los ejércitos suecos arrollaron a las fuerzas polacas en Livonia, c o n q u i s t a n d o toda la región. La operación siguiente f u e u n a t a q u e anfibio sobre la m i s m a Polonia, de la que todavía era soberano Segismundo. Fueron t o m a d o s los enclaves estratégicos de acceso a la Prusia oriental, con la anexión de Memel, Pillau y Elbing, y a p a r t i r de entonces se impusieron f u e r t e s p e a j e s sobre el comercio de gran o del Báltico sur. La conclusión de la c a m p a ñ a polaca en 1629 f u e seguida i n m e d i a t a m e n t e por la e n t r a d a sueca en P o m e r a n i a en 1630, con lo que se inauguró la trascendental intervención de Gustavo Adolfo en la lucha p o r Alemania d u r a n t e la guerra de los Treinta Años. En ese m o m e n t o , la fuerza total del apar a t o militar sueco c o m p r e n d í a unos 72.000 h o m b r e s , de los que algo más de la m i t a d eran soldados nativos. Los planes bélicos p a r a 1630 c o n t e m p l a b a n el despliegue de 46.000 hom! Michael Roberts, Gustavus Adolphus; a history of 1632, i, Londres, 1953, pp. 265-78, 293-7, 319-24. 6 Pierre Jeannin, L'Europe du nord-ouest et du nord XVIII' siécles, París, 1969, p. 130.
Sweden, aux
A Vil
1611et
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b r e s p a r a la expedición a Alemania, pero nunca se alcanzó esta m e t a 7 . A pesar de ello, Gustavo Adolfo c o n d u j o victoriosamente a sus ejércitos, en dos cortos años, d i b u j a n d o un gran arco desde B r a n d e m b u r g o hasta Baviera a través de Renania, con lo que hizo saltar las posiciones de los H a b s b u r g o en el imperio. A la m u e r t e del rey, en 1632, en el victorioso campo de batalla de Lutzen, Suecia era el á r b i t r o de Alemania y la potencia d o m i n a n t e en todo el norte de Europa. ¿Qué hizo posible esta subida meteórica del absolutismo sueco? Para e n t e n d e r su naturaleza y su dinámica es necesario volver la m i r a d a hacia los rasgos distintivos de la Escandinavia medieval, más a r r i b a esbozados. La particularidad fundamental de la formación social sueca en vísperas de la época Vasa era la feudalización notablemente incompleta de las relaciones de producción de su economía rural. A principios del siglo xvi ocupaba todavía la mitad de la tierra cultivada u n campesinado de pequeños a r r e n d a t a r i o s de tipo prefeudal. Esto no significa, sin embargo, que Suecia «nunca conoció el feudalismo», como se a f i r m a con f r e c u e n c i a 8 , p o r q u e la otra mitad de la agricultura sueca era un c o m p l e j o real-clerical-nobiliario, en el que se extraía excedente p o r medios feudales convencionales de u n campesinado dependiente. Aunque los a r r e n d a t a r i o s de este sector nunca estuvieron sometidos jurídicamente a la servidumbre, mediante coacción extraeconómica se obtenían de ellos rentas y servicios según los m é t o d o s usuales en toda Europa occidental d u r a n t e este período. El sector predominante en la economía sueca a lo largo de esta época era, pues, la agricultura específicamente feudal, p o r q u e si bien había u n a igualdad aproximada de tierras cultivadas e n t r e los dos sectores, puede darse p o r supuesto con seguridad que la productividad y el p r o d u c t o total eran en general mayores en las grandes propiedades reales y nobiliarias, como ocurría en E u r o p a occidental. Por otra parte, el a t r a s o extremo del c o n j u n t o de la economía era, a p r i m e r a vista, su característica más significativa en u n a perspectiva comparativa. Menos de la mitad del suelo era susceptible de cultivo con arado. La cebada constituía la a b r u m a d o r a mayor p a r t e de la cosecha de grano. La conso' R o b e r t s , Gustavus Adolphus: a history of Sweden, 1611-1632, n ,
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dres, 1958, pp. 414-5, 444. En realidad el rey comenzó sus campañas alemanas con unos 26.000 soldados. • Véase, por ejemplo, E. Hecksher, An economic historv of Sweden, Cambridge (Massachusetts), 1954, pp. 36-8; M. Roberts, «Introduction» á Ingvar Andersson, A history of Sweden, Londres, 1956, p. 5 (la contradicción con el libro al que sirve de introducción, véanse las pp. 43-4).
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lidación de las reservas señoriales era muy limitada: a mediados del siglo x v n sólo u n 8 p o r 100 de las fincas eran unidades señoriales 9 . Además, la e n o r m e extensión de la pequeña producción en las aldeas significaba que el índice de comercialización en la agricultura era p r o b a b l e m e n t e el más b a j o de todo el continente. Una economía n a t u r a l prevalecía en vastas zonas del país, hasta tal p u n t o q u e en fecha tan tardía como 1570 sólo el 6 p o r 100 de los ingresos reales —impuestos y rentas— se pagaban en moneda, y la mayor p a r t e de los cargos estatales se r e m u n e r a b a n igualmente en especie 10. En estas condiciones, con la t e m p e r a t u r a del intercambio m o n e t a r i o todavía b a j o cero, n o había posibilidad de un florecimiento de la economía u r b a n a . Las ciudades suecas eran pocas y débiles, en su mayor p a r t e f u n d a d a s y pobladas p o r alemanes; el comercio extranj e r o era prácticamente un monopolio de los m e r c a d e r e s hanseáticos. Prima facie, esta configuración parece n o t a b l e m e n t e inapropiada p a r a la repentina y t r i u n f a n t e aparición de u n absolutismo moderno. ¿Cuál es la explicación del éxito histórico del E s t a d o Vasa? La respuesta a esta p r e g u n t a nos lleva al núcleo del carácter específico del absolutismo sueco. La centralización del p o d e r real en los siglos xvi y x v n no f u e u n a respuesta a la crisis de la servidumbre ni a la desintegración del sistema señorial provocadas por el intercambio de mercancías y la diferenciación social en las aldeas. Tampoco f u e u n reflejo indirecto del crecimiento de u n capital mercantil local, ni de u n a economía u r b a n a . Su impulso inicial le llegó desde f u e r a : la amenaza de un riguroso dominio danés f u e lo que movilizó a la nobleza sueca tras Gustavo I, y el capital de Lübeck f u e quien financió su esfuerzo bélico contra Cristián II. Pero la coyuntura de la década de 1520 no constituye la matriz f u n d a m e n t a l del absolutismo sueco, que debe b u s c a r s e en la relación triangular de las fuerzas de clase d e n t r o del propio país. El modelo social básico y d e t e r m i n a n t e que existe t r a s esa relación puede resumirse, para n u e s t r o propósito, en una breve f ó r m u l a : la constelación occidental típica en la p r i m e r a época m o d e r n a f u e un absolutismo aristocrático, edificado sobre los f u n d a m e n t o s sociales de u n campesinado no servil y de unas ciudades ascendentes; la constelación típica en el Este f u e un absolutismo aristocrático erigido sobre los f u n d a m e n t o s de u n campesinado servil y de unas ciudades subyugadas. El absolutismo sueco, p o r el con' R o b e r t s , Gustavus Adolphus, II, p. 152. 10 R o b e r t s , Gustavus Adolphus, II, p. 44.
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trario, se c o n s t r u y ó sobre una base única p o r q u e —a causa de las razones más a r r i b a señaladas— combinó un campesinado libre con unas ciudades insignificantes. En otras palabras, un c o n j u n t o de dos variables «contradictorias», que se cruzan sob r e la principal división del continente. En las sociedades abrum a d o r a m e n t e r u r a l e s de la época, el p r i m e r t é r m i n o de la peculiar constelación sueca —un campesinado p e r s o n a l m e n t e libre— era «dominante», y aseguraba la convergencia fundam e n t a l de la historia sueca, desde un p u n t o de p a r t i d a muy diferente, con la de la E u r o p a occidental y n o con la de la oriental. Pero su segundo t é r m i n o —la insignificancia de las ciudades, corolario a su vez de la pervivencia de un amplio sector campesino n u n c a explotado p o r medio de los mecanismos feudales ortodoxos de extracción de excedente— era suficiente p a r a d a r a la naciente e s t r u c t u r a estatal de la m o n a r q u í a sueca su f o r m a distintiva. En efecto, a u n q u e en cierto sentido la nobleza fuese m u c h o menos p r e p o t e n t e en el c a m p o q u e sus equivalentes de los otros países de E u r o p a occidental, también estaba m u c h o m e n o s limitada o b j e t i v a m e n t e p o r la presencia de u n a burguesía u r b a n a . Había pocas posibilidades de u n a inversión radical de la posición del campesinado, p o r q u e el equilibrio de fuerzas sociales en la economía r u r a l se inclinaba con demasiada f u e r z a c o n t r a la posibilidad de u n a implantación violenta de la servidumbre. Las p r o f u n d a s raíces y la amplia expansión de la propiedad campesina independiente la hacían imposible, especialmente p o r q u e la m i s m a extensión de este sector reducía s i m u l t á n e a m e n t e el n ú m e r o de nobles a u n nivel excepcionalmente b a j o . Debe r e c o r d a r s e que la aristocracia sueca, a lo largo de todo el p r i m e r siglo de la soberanía de los Vasa, era una clase social muy pequeña en comparación con las europeas. En 1611 contaba alrededor de u n a s 400 ó 500 familias sobre u n a población de 1.300.000 habitantes, pero al menos entre la m i t a d y los dos tercios de éstas correspondían a rústicos modestos y bucólicos, o knapar, cuyos ingresos diferían muy poco de los de los campesinos prósperos. Cuando Gustavo Adolfo estableció u n a Riddarhusordning p a r a f i j a r legalmente los límites de todo el estamento, sólo 126 familias cumplieron en el año 1626 los requisitos p a r a ser a d m i t i d a s en é l E n t r e 25 y 30 de estas familias constituían el g r u p o interior de magnates del que salían tradicionalmente los consejeros del rád. La masa
11 Roberts, Gustavus Adolphus, II, p. 57. La población total indicada más arriba incluye a Finlandia; Suecia tenia alrededor de 900.000 habitantes en este período.
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f u n d a m e n t a l de la aristocracia sueca de esta época f u e siempre e s t r u c t u r a l m e n t e inadecuada p a r a u n asalto f r o n t a l c o n t r a el campesinado. Al m i s m o tiempo, n o existía ninguna amenaza burguesa c o n t r a su monopolio del p o d e r político. El o r d e n social sueco fue, pues, insólitamente estable m i e n t r a s no se ejercieron sobre él presiones exteriores. Fueron p r e c i s a m e n t e estas presiones, como ya se ha dicho, las que precipitaron la llegada inicial del régimen de los Vasa. En este m o m e n t o comenzó a ser i m p o r t a n t e u n a nueva característica de la situación sueca. D u r a n t e la E d a d Media nunca había existido u n a j e r a r q u í a feudal articulada d e n t r o de la nobleza, con u n a segmentación completa de la soberanía o cadenas de subinfeudación. El m i s m o sistema de feudos f u e tardío e imperfecto. Nunca se desarrolló, p o r tanto, un s e p a r a t i s m o feudal o de p o t e n t a d o s territoriales del tipo occidental. Y debido precisamente a que el sistema de vasallaje era reciente y poco p r o f u n d o , n u n c a p r o d u j o divisiones regionales f u e r t e s e n t r e la escasa nobleza sueca. La p r i m e r a aparición, v e r d a d e r a de u n p o d e r provincial fue, en realidad, u n a creación posterior de la propia m o n a r q u í a unitaria, y no un obstáculo anterior a ésta: las heredades ducales de Finlandia, Ostergótland y Sodermanland d e j a d a s p o r Gustavo Vasa en su t e s t a m e n t o a sus hijos pequeños, y que desaparecieron en el siglo siguiente 12. La consecuencia de todo lo anterior f u e que m i e n t r a s la necesidad interna de u n a b s o l u t i s m o centralizado no era grande —debido a q u e la presión sobre el c a m p e s i n a d o era imposible y el control de las ciudades n o era difícil—, los obstáculos con q u e tropezó d e n t r o de la clase d o m i n a n t e t e r r a t e n i e n t e t a m p o c o lo f u e r o n . Una nobleza p e q u e ñ a y c o m p a c t a se podía a d a p t a r con relativa facilidad a u n a m o n a r q u í a centralizada. La b a j a presión característica de la e s t r u c t u r a de clase básica q u e subyace al absolutismo sueco y d e t e r m i n a su f o r m a y su evolución, se hizo evidente en el singular papel del sistema de Estados. Por u n a parte, el Riksdag era políticamente único al incluir a u n específico e s t a m e n t o campesino d e n t r o de su sistema de c u a t r o curias, lo q u e carecía de paralelo en cualquier o t r o país de " La división de su país por Gustavo Vasa en su lecho de muerte, por medio de la creación de estos peligrosos infantazgos, después de dedicar toda su vida a la centralización monárquica, revela un rasgo típicamente feudal de muchos pioneros del absolutismo europeo. Puede compararse con las instrucciones testamentarias para el desmembramiento de los dominios de los Hohenzollern, más drásticas, incluso, dictadas por el Gran Elector, arquitecto supremo del Estado prusiano unitario. Para estos soberanos, un patrimonio dinástico siempre era potencialmente divisible.
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E u r o p a . Por otra parte, el Riksdag y, sobre todo, los delegados campesinos, f o r m a r o n un o r g a n i s m o curiosamente pasivo a lo largo de esta época, desprovisto de iniciativa legislativa, y respondiendo complacientemente a todas las peticiones reales. Así, los Vasa r e c u r r i e r o n con tanta frecuencia al Riksdag, que su gobierno se ha descrito sin p a r a d o j a como u n compendio del «absolutismo parlamentario», p o r q u e p r á c t i c a m e n t e todos los incrementos i m p o r t a n t e s del p o d e r real, desde la confiscación de las tierras de la Iglesia p o r Gustavo I en 1527 hasta la proclamación del derecho divino p o r Carlos XI en 1680, f u e r o n legitimados solemnemente por u n a asamblea leal. La resistencia aristocrática a la m o n a r q u í a se c o n c e n t r a b a casi siempre en el rád —descendiente directo de la curia regis medieval— y no en el Riksdag, donde el soberano reinante podía m a n i p u l a r n o r m a l m e n t e a los e s t a m e n t o s no nobiliarios contra la nobleza, en el caso de que surgiese e n t r e a m b o s algún conflicto 1 3 . El Riksdag, que era, a p r i m e r a vista, u n a institución muy audaz p a r a su tiempo, resultó de hecho n o t a b l e m e n t e inocuo. En este período, la m o n a r q u í a nunca tuvo ninguna dificultad p a r a utilizarlo en favor de sus propios objetivos políticos. Otro reflejo c o m p l e m e n t a r i o de la misma situación social básica de docilidad de los Estados p u e d e encontrarse en el ejército, porque, precis a m e n t e a causa de la existencia de un campesinado independiente, sólo el E s t a d o sueco podía m a n t e n e r en la E u r o p a renacentista un ejército con servicio obligatorio. El decreto p o r el que Gustavo Vasa creó el sistema utskrivning de reclutamiento r u r a l en 1544 nunca provocó el riesgo de una posible jacquerie, p o r q u e los soldados así reclutados nunca habían sido siervos; su condición legal y material era compatible con la lealtad en el campo de batalla. Pero aún queda el p r o b l e m a de saber cómo adquirió el absolutismo sueco no sólo los i n s t r u m e n t o s político-ideológicos, sino también los recursos militares necesarios p a r a su proyección europea, con una población que a principios del siglo x v n no pasaba de los 900.000 habitantes. En este punto, no puede eludirse la ley general de que un absolutismo viable p r e s u p o n e un nivel sustancial de monetarización, que u n a economía rural y n a t u r a l parece excluir. En Suecia, sin embargo, existía un enclave crucial de producción mercantil, cuyos beneficios desproporcionados c o m p e n s a r o n la deficiente comercialización de la 11 Toda la tradición y función del rád se examina en el ensayo de Roberts, «On aristocratic constitucionalism in Swedish history, 1520-1720» Essays in Swedish history, pp. 14-55.
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agricultura y s u m i n i s t r a r o n la f o r t u n a del E s t a d o de los Vasa en su fase de expansión exterior. Este enclave lo constituían la riqueza de mineral de hierro y los depósitos cupríferos de Bergslagen. La minería ocupó siempre u n a posición especial en las economías de transición en los albores de la E u r o p a moderna, no sólo p o r q u e representó d u r a n t e largo tiempo la mayor concentración de t r a b a j a d o r e s en u n a sola f o r m a de empresa, sino p o r q u e f u e siempre el p u n t o de apoyo de la economía monetaria p o r su producción de metales preciosos, a u n q u e no implicara p o r sí m i s m a necesariamente u n nivel avanzado del proceso m a n u f a c t u r e r o o de la d e m a n d a del mercado. Por otra parte, la tradición de los derechos regios sobre el subsuelo en la E u r o p a feudal significaba que, a menudo, pertenecían al príncipe de u n a u otra f o r m a . El cobre y el mineral de hierro suecos pueden compararse, p o r tanto, con la plata y el oro españoles p o r su impacto sobre el absolutismo local. Ambos permitieron la combinación de u n E s t a d o poderoso y agresivo con u n a f o r m a social carente de u n a gran riqueza agraria y de dinam i s m o mercantil. N a t u r a l m e n t e , Suecia estaba m á s desprovista de a m b o s que España. La cima de la expansión del cobre en Suecia estuvo directamente ligada al colapso de la m o n e d a de plata en Castilla, p o r q u e la emisión del nuevo vellón de cobre por Lerma, en la devaluación de 1599, f u e lo que creó u n a altísima d e m a n d a internacional de la producción de la K o p p a r b e r g de Falún. Gustavo Adolfo impuso f u e r t e s p e a j e s sobre las minas de cobre, organizó u n a compañía real p a r a la exportación con o b j e t o de a c a p a r a r el suministro y f i j a r los niveles de precios, y obtuvo amplios créditos holandeses p a r a sus guerras, concedidos contra sus activos mineros. Aunque el vellón f u e suprimido en 1626, Suecia continuó poseyendo u n monopolio virtual del cobre en toda E u r o p a . Mientras tanto, la industria del hierro progresó rápidamente, quintuplicando su producción hacia finales del siglo XVII, en que alcanzó la mitad de todas las exportaciones 14. Por otra parte, t a n t o el cobre como el hierro no eran tan sólo f u e n t e s directas de ingresos monetarios para el Estado absolutista; eran también los materiales indispensables p a r a su industria de a r m a s . Los cañones de b r o n c e eran el a r m a de artillería decisiva en esta época, y todos los demás tipos de a r m a m e n t o exigían u n hierro de alta calidad. Con la llegada del legendario e m p r e s a r i o valón Louis de Geer en la década de 1620, Suecia poseyó muy p r o n t o u n o de los mayores complejos de fabricación de a r m a s de E u r o p a . Las minas sumi14
Stewart Oakley, The story
of Sweden,
Londres, 1966, p. 125.
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n i s t r a r o n o p o r t u n a m e n t e al absolutismo sueco las infraestruct u r a s financiera y militar necesarias p a r a su irrupción en el Báltico. Los p e a j e s prusianos, el botín alemán y los subsidios franceses completaron su p r e s u p u e s t o de guerra d u r a n t e toda la guerra de los Treinta Años, e hicieron posible la contratación de u n gran n ú m e r o de mercenarios que f i n a l m e n t e llegaron a s u p e r a r a los m i s m o s ejércitos expedicionarios suecos » Al c o n t r a r i o de lo q u e ocurrió con las posesiones españolas en E u r o p a , el imperio así conquistado se m o s t r ó razonablemente rentable. Las provincias bálticas, especialmente, con sus emb a r q u e s de grano hacia Suecia, p r o d u j e r o n siempre unos notables ingresos fiscales, con un gran superávit neto u n a vez deducidos los gastos locales. La p a r t e que les correspondió en el total de ingresos reales f u e superior a u n tercio en el presupuesto de 1699 «. Además, la nobleza adquirió grandes extensiones de tierras en la conquistada Livonia, donde la agricult u r a estaba m u c h o más cerca del modelo señorial que en la propia Suecia. Las r a m a s exteriores de la aristocracia jugaron, a su vez, u n i m p o r t a n t e papel al o c u p a r los cargos de la costosa m á q u i n a militar de la expansión imperial sueca: a principios del siglo X V I I I , u n o de cada tres oficiales de Carlos X I I en sus c a m p a ñ a s polacas y r u s a s provenía de las provincias bálticas. El absolutismo sueco siempre funcionó con m á s suavidad d u r a n t e las fases de su agresiva expansión en el exterior: la a r m o n í a e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza f u e siempre mayor d u r a n t e los reinados de los generalísimos regios, Gustavo Adolf o y Carlos X, y en los p r i m e r o s años de Carlos XII. Pero el éxito exterior del absolutismo sueco n u n c a liquidó p o r completo sus limitaciones internas: s u f r í a u n a infradeterminación f u n d a m e n t a l a causa de su configuración de clase comparativam e n t e inactiva d e n t r o de la propia Suecia. De esta f o r m a , p a r a la clase noble siempre f u e u n a f o r m a «optativa» de gobierno. En condiciones sociales de apatía, el absolutismo tendía a carecer de la presión que se deriva de las necesidades vitales de u n a clase social. De ahí la curiosa trayectoria p e n d u l a r del absolutismo sueco, sin comparación con ninguna otra de Eu-
11 Gustavo Adolfo comenzó sus campañas en Alemania con un ejército del que sólo una mitad se había reclutado en Suecia. En la época de Breitenfeld, la participación sueca había descendido a un cuarto y en Lutzen a menos de una décima parte (13.000 de los 140.000 hombres) Roberts, Gustavus Adolphus, II, pp. 206-7. El reclutamiento interior no fue suficiente, por tanto, para eximir al absolutismo sueco de las leyes generales del militarismo europeo de esta época. " Jeannin, L'Europe du nord-ouest el du nord, p. 330.
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ropa. E n lugar de u n avance a p a r t i r de graves contradicciones iniciales, hasta la estabilización final y la pacífica integración de la nobleza —que f u e la evolución n o r m a l en los d e m á s países, c o m o ya hemos visto—, en Suecia la m o n a r q u í a absoluta s u f r i r í a retrocesos r e c u r r e n t e s cada vez que se p r o d u j e r a u n a minoría real, y más t a r d e volvería a ganar el t e r r e n o perdido de f o r m a no menos r e c u r r e n t e : las Cartas aristocráticas de 1611, 1632 y 1720, que limitaban el p o d e r real, f u e r o n seguidas p o r u n recrudecimiento del p o d e r absolutista en las décadas de 1620 y 1680 y en el período 1772-89 17. Lo que llama la atención en estas oscilaciones es la relativa facilidad con la que la aristocracia se a d a p t a b a a a m b a s f o r m a s de Estado, «real» o «representativa». D u r a n t e los tres siglos de su existencia, el absolutismo sueco s u f r i ó f r e c u e n t e s recaídas institucionales, p e r o n u n c a u n v e r d a d e r o levantamiento político de la nobleza, c o m p a r a b l e a los de España, Francia o Inglaterra. Precisamente p o r q u e en el interior era, hasta cierto punto, u n E s t a d o optativo p a r a la clase dominante, la aristocracia podía acercarse o alej a r s e de él sin excesiva emoción ni malestar. La historia de Suecia desde la m u e r t e de Gustavo Adolfo en 1632 h a s t a el golpe de E s t a d o de Gustavo I I I en 1789 es, en b u e n a medida, la historia de estos sucesivos r e a j u s t e s . N a t u r a l m e n t e , las divisiones y los conflictos d e n t r o de la m i s m a nobleza f u e r o n u n o de los reguladores f u n d a m e n t a l e s de esta serie de cambios. Así, la f o r m a de gobierno impuesta p o r Oxenstierna siguiendo a Lützen codificó el dominio de los magnates en el rád (lleno ahora con sus propios parientes) d u r a n t e la regencia de 1632-44. El canciller tuvo que e n f r e n t a r s e muy p r o n t o con u n a d e r r o t a estratégica en Alemania: a la victoria imperial de Nordlingen en 1634 siguió la defección de la mayoría de los príncipes p r o t e s t a n t e s en 1635, m i e n t r a s expiraban p o r t r a t a d o los lucrativos p e a j e s de Prusia, f u n d a m e n t a l e s p a r a el esfuerzo bélico de Suecia. Los ingresos fiscales suecos alcanzaban sólo p a r a m a n t e n e r la flota del Báltico —triplicada p o r Gustavo Adolfo hasta llegar a los 90 barcos— y p a r a la defensa interior. Los subsidios franceses se hicieron necesarios p a r a la prosecución de la lucha p o r Estocolmo: en 1641 llegaron a u n tercio del ingreso interior del E s t a d o Las c a m p a ñ a s en Ale" Roberts señala que el constitucionalismo aristocrático nunca consiguió ninguna victoria sobre un rey en su mayoría de edad. La relativa frecuencia de las minorías de edad fue lo que le ofreció posibilidades periódicas de reafirmarse: Essays in Swedish history, p. 33. Roberts, «Sweden and the Baltic, 1611-1654», en The New Cambridge Modern History, IV, p. 401.
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m a m a d u r a n t e la segunda m i t a d de la guerra de los Treinta Anos —en la que lucharon ejércitos m u c h o m á s pequeños que las e n o r m e s huestes reunidas en Breitenfeld o Lützen— f u e r o n financiadas con subvenciones e x t r a n j e r a s o con empréstitos v extorsiones locales implacables, realizadas p o r los c o m a n d a n t e s en el exterior. En 1643, Oxenstierna envió contra Dinamarca a l o r s t e n s s o n - e l m e j o r general s u e c o - , en u n a c a m p a ñ a marginal. El resultado de esta acción fue satisfactorio: conquistas provinciales a lo largo de la f r o n t e r a noruega y establecimiento de bases isleñas en el Báltico que t e r m i n a r o n con el control danés de ambos lados del Sund. En el conflicto principal los ejércitos suecos habían alcanzado Praga cuando se restableció la paz en 1648. El tratado de Westfalia consagró la e s t a t u r a internacional de Suecia como covencedor j u n t o con Francia en la larga contienda con Alemania. El E s t a d o Vasa adquirió la Pomerania occidental y B r e m e n en la propia Alemania continental, y el control de las d e s e m b o c a d u r a s del Elba, el Oder y el Weser, los tres grandes ríos del norte de Alemania Mientras tanto, la subida de Cristina al trono en 1644 había conducido f o r m a l m e n t e a una reafirmación política del p o d e r real, p e r o éste f u e utilizado p o r la irreflexiva reina p a r a derram a r títulos y tierras sobre el estrato superior de la aristocracia y la multitud de aventureros militares-burócratas atraídos al servicio de Suecia en la guerra de los Treinta Años. Cristina sextuplicó el n ú m e r o de condes y b a r o n e s en el rango más alto de la Riddarhus y duplicó el volumen de los dos rangos inferiores. Por vez p r i m e r a , la nobleza sueca adquirió una fuerza numérica apreciable, que en su mayor p a r t e procedía de f u e r a : hacia 1700, más de la mitad de la aristocracia era de origen ext r a n j e r o '». Además, impulsada p o r Oxenstierna, que defendía la conmutación de las tradicionales rentas estatales en especie p o r f l u j o s m o n e t a r i o s seguros, la m o n a r q u í a e n a j e n ó u n a enorm e cantidad de tierras e impuestos reales a su élite de funcionarios y seguidores: el área total de tierra de la nobleza se duplicó en Suecia e n t r e 1611 y 1652, m i e n t r a s que los ingresos estatales cayeron en la misma proporción d u r a n t e el reinado de Cristina 2 0 . Las concesiones a terratenientes privados de los ingresos fiscales procedentes de los campesinos libres amenazó con reducir a éstos a una total dependencia respecto a aquéllos, j' R - M - Hatton, Charles XII of Sweden, Londres, 1968 p 38 Los ingresos totales bajaron en un 40 por 100 en la década' de 1644 a 165o. Sobre todo este episodio, véase el ensayo de Roberts «Oueen Chnstina and the general crisis of the seventeenth century», Essavs in y Swedish history, pp. 111-37. ' '
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v provocó vigorosas reacciones del campesinado. Pero sería la hostilidad de la p e q u e ñ a nobleza - q u e n o se había beneficiado de la prodigalidad gratuita de la r e i n a - lo que h a b r í a de aseg u r a r q u e este t r a s t o r n o en el modelo de propiedad de Suecia d u r a s e muy poco tiempo. Cristina abdicó en 1654 p a r a a b r a z a r el catolicismo, después de disponer la sucesión de su sobrino. El nuevo soberano, Carlos X relanzó i n m e d i a t a m e n t e el expansionismo sueco con u n feroz a t a q u e a Polonia en 1655. C o r t a n d o los avances r u s o s desde el este y destrozando a los ejércitos polacos, las fuerzas expedicionarias suecas t o m a r o n Poznan, Varsovia y Cracovia en r á p i d a sucesión: la Prusia oriental f u e declarada oficialmente f e u d o sueco, y Lituania f u e anexionada a Suecia. El acoso holandés p o r m a r y la recuperación polaca debilitaron la fuerza de esta espectacular ocupación, p e r o f u e u n a t a q u e directo danés a Suecia, en la r e t a g u a r d i a del rey, lo que deshizo la conquista de Polonia. Haciendo r e t r o c e d e r r á p i d a m e n t e al grueso de su ejército hacia Pomerania, Carlos X m a r c h ó sobre Copenhague y p u s o a Dinamarca f u e r a de combate. La victoria en el S u n d p r o d u j o la anexión de Escania. La renovación de las hostilidades p a r a a f i r m a r el control sueco de la e n t r a d a al Báltico f u e f r u s t r a d a p o r la intervención holandesa. La m u e r t e de Carlos X en 1660 t e r m i n ó t a n t o con la a v e n t u r a en Polonia como con el conflicto en Dinamarca. H u b o después o t r a regencia de los m a g n a t e s d u r a n t e la minoría de edad, de 1660 a 1 bll, d o m i n a d a p o r el canciller De la Gardie. Los proyectos reales p a r a la recuperación de las r e n t a s e n a j e n a d a s , contemplados m o m e n t á n e a m e n t e p o r Carlos X antes de sus precipitadas campañas e x t r a n j e r a s , f u e r o n archivados: el gobierno en m a n o s de la alta nobleza, continuó vendiendo las propiedades de la m o n a r q u í a a la vez que m a n t e n í a u n a política exterior poco ambiciosa. Precisamente f u e en esta época cuanlo los códigos señoriales de gárdsratt se hicieron c u m p l i r p o r vez p r i m e r a en la historia sueca, d a n d o a los terratenientes jurisdicción privada sobre su p r o p i o campesinado 2 1 . El estallido de u n a i m p o r t a n t e guerra europea, con el a t a q u e de Luis XIV a Holanda, forzó f i n a l m e n t e a este régimen, p o r ser cliente y aliado de Francia, a u n letárgico conflicto de diversión con B r a n d e m b u r g o en 1674. El f r a c a s o militar en Alemania desacreditó a la camarilla de De la Gardie y p r e p a r ó el camino p a r a u n nuevo y radical domi-
« Fueron abolidos de nuevo en la década de 1670: Jeannin, du nord-ouest et du nord, p. 135.
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nio de la m o n a r q u í a b a j o el nuevo soberano, que había alcanzado la mayoría de edad d u r a n t e las guerras. En 1680, Carlos XI utilizó el Riksdag p a r a abolir los privilegios tradicionales del rád y p a r a recuperar, con el apoyo de la p e q u e ñ a nobleza, las tierras y rentas de la m o n a r q u í a , enaj e n a d a s en el período anterior. Las «reducciones» reales f u e r o n muy amplias: el 80 p o r 100 de todas las propiedades e n a j e n a d a s f u e r o n r e c u p e r a d a s p o r la m o n a r q u í a sin ninguna compensaClon, y la proporción de tierra cultivada de propiedad nobiliaria se r e d u j o a la m i t a d 22. La creación de nuevas propiedades exentas de impuestos f u e prohibida, y se liquidaron los condados y baronías territoriales. Las «reducciones» se impusieron con especial dureza en las posesiones u l t r a m a r i n a s . No a f e c t a r o n a la consolidación señorial d e n t r o de las propiedades de la aristocracia; su objetivo final era el restablecimiento del statu quo ante en la distribución de la propiedad agraria que había prevalecido al principio del siglo 23 . Los ingresos estatales, recup e r a d o s p o r este p r o g r a m a a costa del e s t r a t o de los magnates, se a u m e n t a r o n todavía más p o r medio de mayores impuestos sobre los campesinos. El Riksdag asintió s u m i s a m e n t e al aum e n t o sin precedentes del p o d e r personal de Carlos XI que a c o m p a ñ ó a la reduktion, y abdicó p r á c t i c a m e n t e de todos sus derechos a controlar o bloquear a su gobierno. Carlos XI utilizó las reducciones, véase J. Rosen, «Scandinavia and the Baltic» en The Aew Cambridge Modern History, v, p. 534. En 1655, los nobles poseían dos tercios de las tierras del país. En 1700, las proporciones eran: 33 por 100 la nobleza; 36 por 100 la monarquía y 31 por 100 los campesinos que pagaban impuestos. Al final del reinado, las reducciones habían aumentado los ingresos de la monarquía en unos dos millones de dáleros al ano; de este incremento, las dos terceras partes provenían de las posesiones recuperadas en las provincias extranjeras La dramática peripecia de las enajenaciones y recuperaciones del patrimonio real sueco a mediados del siglo xvn, que en un corto espacio de tiempo transformaron por completo el sistema de propiedad del país se interpreta generalmente como el signo de una profunda lucha social por la tierra, en la que el campesinado sueco sólo pudo librarse de una «servidumbre livonia» por medio de las reducciones. Por muy extendida que este esta opinión, es difícil aceptarla, porque los orígenes de este intervalo estuvieron demasiado claramente ligados a los caprichos subjetivos de Cristina. Sus imprudentes donaciones tuvieron lugar en tiempos de paz y no correspondieron a ninguna necesidad objetiva de la monarquía, ni fueron el resultado de una irresistible demanda o presión colectiva de, la nobleza. Estas posesiones, conquistadas sin esfuerzo por la alta aristocracia, fueron abandonadas sin oponer ninguna resistencia Nunca hubo una confrontación de clase en torno al problema de la tierra de una gravedad equiparable a los riesgos que se corrieron. Debe tenerse en cuenta que para destruir las libertades del campesinado sueco habría hecho falta algo más que esa irreflexiva largueza real.
188 Italia 152 153 su posición p a r a r e f o r m a r el ejército p o r m e d i o del asentamiento de soldados-campesinos en tierras especialmente distribuidas p o r el llamado indelnigsverket o sistema de parcelación, que alivió al tesoro de los pagos en dinero a las tropas del interior. La m a q u i n a r i a militar p e r m a n e n t e se amplió hasta llegar en la década de 1680 a una fuerza de u n o s 63.000 h o m b r e s , de los que alrededor de u n tercio correspondían a unidades profesionales estacionadas en el exterior. La flota f u e ampliada sin interrupción, t a n t o p o r razones comerciales c o m o estratégicas. La burocracia —a la que ahora podía acceder la pequeña nobleza en condiciones de igualdad— f u e adiestrada y perfeccionada. Escania y Livonia q u e d a r o n s u j e t a s a u n a f u e r t e centralización y suecización 2 \ El dominio real llegó a su plenitud en la ú l t i m a década del reinado: en 1693, el Riksdag aprobó u n a resolución excesivamente servil p o r la q u e declaraba el derecho divino del rey a la soberanía absoluta sobre su reino, en cuanto delegado ungido p o r su hacedor. Carlos XI, como Federico Guillermo I de Prusia, u n soberano frugal y precavido en el exterior, no p e r m i t i ó ninguna oposición a su voluntad en el interior. Él m e j o r t e s t a m e n t o de su o b r a f u e el a s o m b r o s o reinado de su h i j o Carlos XII, que superó a su p a d r e en u n p o d e r autocrático que f u e p r e g o n a d o ideológicamente desde el p r i m e r día de su subida al t r o n o en 1697. Carlos XII, ú l t i m o de los reyes-guerreros Vasa, p u d o p a s a r dieciocho años en el extranjero, nueve de ellos en la cautividad turca, sin que la administración civil de su país se viera seriamente desorganizada o detenida p o r su ausencia. Es d u d o s o que cualquier o t r o sob e r a n o de su tiempo p u d i e r a depositar t a n t a confianza en su patrimonio. En efecto, casi todo el reinado de Carlos X I I estuvo ocupado p o r su larga odisea en la E u r o p a del Este, d u r a n t e la gran guerra del norte. Hacia 1700, el sistema imperial sueco en el Báltico se estaba acercando a su m o m e n t o decisivo. A pesar de la rígida revisión administrativa que había s u f r i d o recientemente b a j o Carlos XI, su base demográfica y económica era excesivamente pequeña p a r a sostener su extensión territorial c o n t r a la enemistad c o m b i n a d a de sus vecinos y rivales. La población interior era de 1.500.000 h a b i t a n t e s a p r o x i m a d a m e n t e , y se duplicaba con la de sus posesiones e x t r a n j e r a s hasta llegar a unos 3.000.000; sus reservas h u m a n a s y financieras p e r m i t í a n u n a movilización máxima de unos 110.000 soldados (incluyendo los mercenarios extranjeros) d u r a n t e el reinado de Carlos XII, de los que sólo e s t a b a n disponibles p a r a las i m p o r t a n t e s camx Rosen, «Scandinavia and the Baltic», pp. 535-7.
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pañas exteriores menos de la mitad 2 5 . Por o t r a parte, la centralización de los Vasa había provocado u n a reacción particularista e n t r e la nobleza semigermánica de las provincias bálticas, q u e habían s u f r i d o con especial intensidad los rescates de tierras del reinado precedente. La experiencia de Cataluña y Escocia iba a reeditarse ahora en Livonia. En 1699, Dinamarca, Sajonia, Polonia y Rusia se alinearon c o n t r a Suecia. La señal de la guerra sonó con la rebelión secesionista de Latvia, dirigida p o r nobles locales que se m a n i f e s t a r o n a favor de la incorporación a Polonia. Carlos X I I se dirigió p r i m e r o c o n t r a Dinamarca, a la q u e d e r r o t ó r á p i d a m e n t e con la ayuda naval angloholandesa; después, contra Rusia, donde u n a p e q u e ñ a fuerza sueca aniquiló al e j é r c i t o de P e d r o I en Narva; i n m e d i a t a m e n t e c o n t r a Polonia, donde Augusto II f u e a r r o j a d o del país t r a s d u r a s batallas y se instaló en su lugar u n príncipe n o m b r a d o p o r los suecos; finalmente, contra Sajonia, que f u e o c u p a d a y saqueada sin piedad. Tras este avance militar circular alrededor del Báltico, el ejército sueco se a d e n t r ó p r o f u n d a m e n t e en Ucrania p a r a unirse con los cosacos de Zaporozhe y m a r c h a r sobre Moscú 2 6 . En este m o m e n t o , sin embargo, el absolutismo r u s o de P e d r o I resultó algo m á s q u e u n juego p a r a las columnas de Carlos X I I : en Poltava y Perevolotchna el imperio sueco f u e destrozado el año 1709 en su p u n t o h i s t ó r i c a m e n t e más avanzado de penetración militar hacia el Este. Diez años después, la gran guerra del N o r t e t e r m i n ó con u n a b a n c a r r o t a p a r a Suecia y con el a b a n d o n o de Ingria, Karelia, Livonia, P o m e r a n i a occidental y Bremen. La arrogante autocracia de Carlos X I I desapareció con él. Cuando los desastres de la gran guerra del N o r t e d e s e m b o c a r o n en la m u e r t e del rey, la nobleza, en m e d i o de las disputas p o r la sucesión, construyó hábilmente u n sistema constitucional que d e j a b a a los Estados la supremacía política y reducía tempo" El ataque contra Rusia en 1709 fue desencadenado con unos 44.000 hombres: Hatton, Charles XII of Sweden, p. 233. u El error garrafal que suponía esta aventura es evidente. Hay que recordar que el talento militar del absolutismo sueco estuvo acompañado casi siempre por la miopía política. Sus dirigentes aplicaron constantemente la fuerza con una habilidad consumada sobre objetivos equivocados. Gustavo Adolfo corrió inútilmente por toda Alemania, cuando los intereses a largo plazo de Suecia señalaban la toma de Dinamarca y el dominio del Sund. Carlos XII se lanzó tontamente sobre Ucrania, al dictado de Gran Bretaña, cuando una alianza con Francia y un ataque contra Austria habrían cambiado todo el curso de la guerra de sucesión española y salvado a Suecia de su completo aislamiento al término de la guerra en el Este. La dinastía nunca superó cierto provincianismo en sus perspectivas estratégicas.
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r a í m e n t e a la n a d a a la m o n a r q u í a . La «era de la libertad», de 1720 a 1772, estableció u n régimen de c o r r o m p i d o parlament a r i s m o aristocrático, dividido p o r conflictos faccionales e n t r e los p a r t i d o s de los S o m b r e r o s y de los Bonetes, manipulados a su vez p o r la burocracia nobiliaria y lastrados p o r las recompensas y subvenciones de Inglaterra, Francia y Rusia. El nuevo orden no pertenecía ya a los magnates: la masa de la p e q u e ñ a y m e d i a n a nobleza, que dominaba la burocracia oficial y el ejército, había conseguido sus objetivos. La división en tres rangos d e n t r o del e s t a m e n t o nobiliario f u e abolida. Los privilegios económicos y sociales del c o n j u n t o de la aristocracia f u e r o n celos a m e n t e conservados, prohibiendo el acceso de los plebeyos a las tierras y a los m a t r i m o n i o s nobiliarios. El Riksdag —de cuyo órgano f u n d a m e n t a l , el Comité Secreto, se excluyó a los r e p r e s e n t a n t e s del campesinado— se convirtió en el núcleo f o r m a l del sistema político constitucional, m i e n t r a s que su verd a d e r o c e n t r o radicaba en el Riddarhus27. Finalmente, la creciente agitación social contra los privilegios nobiliarios amenazó con r o m p e r el círculo e n c a n t a d o de las m a n i o b r a s d e n t r o del sistema. El p r o g r a m a del p a r t i d o de los Bonetes Jóvenes, en la década de 1760, a u n q u e c o m b i n a d o con u n a i m p o p u l a r deflación de la economía, expresaba la creciente ola de descontento plebeyo. La a l a r m a aristocrática ante la perspectiva de u n ataque p o r a b a j o p r o d u j o u n a b a n d o n o a b r u p t o y total del parlam e n t a r i s m o . La subida al trono de Gustavo I I I f u e la señal e s p e r a d a p o r la aristocracia p a r a unirse u n a vez m á s tras u n a f ó r m u l a absolutista: se llevó a cabo sin estridencias u n golpe de E s t a d o real con la ayuda de la guardia y la connivencia de la burocracia. El Riksdag, c o m o era de esperar, puso su f i r m a al pie de la nueva Constitución, c o n s a g r a n d o de nuevo la autoridad de la m o n a r q u í a , a u n q u e inicialmente sin u n a vuelta total al absolutismo de Carlos XI o Carlos X I I . Sin embargo, el nuevo m o n a r c a avanzó con energía hacia u n despotismo ilust r a d o del tipo del siglo XVIII, renovando la administración y r e s e r v a n d o p a r a su p e r s o n a un p o d e r cada vez m á s arbitrario. Cuando la nobleza opuso resistencias a esta tendencia, Gustavo I I I forzó la aprobación p o r el Riksdag en 1789 de u n a ley de emergencia de Unión y Seguridad que r e s t a u r a b a un absolut i s m o total. Para conseguir sus fines, el rey tuvo que p r o m e t e r a los e s t a m e n t o s más b a j o s el acceso a la b u r o c r a c i a oficial y " Véase Roberts, Essays in Swedish history, pp. 272-8; la prohibición a los plebeyos de comprar tierras de la nobleza se redujo más tarde únicamente a los campesinos, a la par que se mitigaban también las resunciones matrimoniales.
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a la j u d i c a t u r a , el derecho a c o m p r a r tierras nobiliarias y o t r a s d e m a n d a s socialmente igualitarias. Las últimas horas del absolutismo sueco se vivieron así en u n a extraña a t m ó s f e r a de «posibilidades abiertas a los talentos» y de limitaciones a los privilegios de la nobleza. La racionalidad política de la monarquía absoluta perdió así sus a m a r r a s básicas, señal inequívoca de su cercano final. En u n a última y curiosa p e r m u t a de papeles, el a u t ó c r a t a «radical» se convirtió en el más ferviente campeón europeo de la intervención contrarrevolucionaria f r e n t e a la revolución francesa, m i e n t r a s que ios nobles resentidos a d o p t a b a n los ideales republicanos de la Declaración de Derechos del H o m b r e . En 1792, Gustavo f u e asesinado p o r u n dignatario aristocrático disidente. La «infradeterminación» histórica del a b s o l u t i s m o sueco n u n c a f u e más visible que en este extraño clima. Un E s t a d o optativo acabó en u n a contingencia aparent e m e n t e total.
SEGUNDA PARTE EUROPA ORIENTAL
1.
EL ABSOLUTISMO E N EL E S T E
Es necesario volver a h o r a a la m i t a d oriental de E u r o p a o, m á s exactamente, a la p a r t e de E u r o p a oriental p e r d o n a d a p o r la invasión o t o m a n a que inundó los Balcanes en oleadas sucesivas, s u j e t á n d o l o s a u n a historia local diferente a la del r e s t o del continente. La gran crisis que asoló las economías europeas en los siglos xiv y xv p r o d u j o u n a violenta reacción feudal al este del Elba. La represión señorial desencadenada c o n t r a los campesinos a u m e n t ó en intensidad d u r a n t e todo el siglo xvi. La consecuencia política, en Prusia y en Rusia, f u e u n absolutismo oriental, coetáneo del occidental pero de origen básicam e n t e distinto. El E s t a d o absolutista del Oeste f u e el a p a r a t o político reorganizado de u n a clase feudal que había a c e p t a d o la conmutación de las cargas. Fue una compensación por la desaparición de la servidumbre, en el contexto de u n a economía crecientemente u r b a n a , que n o controlaba p o r completo y a la q u e se tuvo que a d a p t a r . Por el contrario, el E s t a d o absolutista del Este f u e la m á q u i n a represiva de u n a clase feudal que acab a b a de liquidar las tradicionales libertades comunales de los pobres. Fue u n instrumento para la consolidación de la servidumbre, en u n p a i s a j e limpio p o r completo de vida u r b a n a o resistencia a u t ó n o m a s . La reacción feudal en el Este significaba q u e era preciso i m p l a n t a r desde arriba, y p o r la fuerza, u n m u n d o nuevo. La dosis de violencia que se i n t r o d u j o en las relaciones sociales fue, p o r tanto, m u c h o mayor. El E s t a d o absolutista del Este n u n c a p e r d e r í a las m a r c a s de esta experiencia originaria. Pero, al m i s m o tiempo, la lucha de clases interna d e n t r o de las formaciones sociales del Este, y su resultado, la servidumb r e del campesinado, no ofrecen p o r sí m i s m a s u n a explicación exhaustiva de la aparición de u n tipo diferente de absolutismo en esta región. La distancia e n t r e a m b o s puede medirse cronológicamente en Prusia, donde la reacción feudal de la nobleza ya se había i m p u e s t o al c a m p e s i n a d o con la generalización de la Gutsherrschaft en el siglo xvi, cien años antes del establecimiento de u n E s t a d o absolutista en el siglo x v n . En Polonia, tierra clásica de la «segunda servidumbre», n u n c a sur-
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gio u n E s t a d o absolutista, a u n q u e esto constituyera u n f r a c a s o p o r el que la nobleza tendría que pagar finalmente el precio de su existencia nacional. Sin embargo, también aquí el siglo xvi presencio un gobierno feudal descentralizado, dominado por un sistema representativo b a j o el control total de la aristocracia y con una a u t o r i d a d m o n á r q u i c a m u y débil. En Hungría, el proceso de definitivo sometimiento a s e r v i d u m b r e del campesinado tuvo lugar tras la guerra austro-turca, en el paso del siglo xvi al xvii m i e n t r a s la nobleza magiar resistía con éxito la imposición del absolutismo de los H a b s b u r g o ' . En Rusia, la implantación de la s e r v i d u m b r e y la construcción del absolutismo estuvieron m a s e s t r e c h a m e n t e vinculadas, p e r o incluso en este caso la aparición de la p r i m e r a precedió a la consolidación del segundo, y n o siempre se desarrolló pari passu con él. Como las relaciones serviles de producción e n t r a ñ a n u n a fusión inmediata de la propiedad y de la soberanía, del señorío y del dominio de la tierra, no había nada s o r p r e n d e n t e p o r sí m i s m o en unos estados nobiliarios policéntricos, tales como los que existían en Alemania al este del Elba, en Polonia o en Hungría tras la reacción feudal en el Este. Para explicar el posterior ascenso del absolutismo es preciso, ante todo, r e i n s e r t a r la totalidad del proceso de la segunda s e r v i d u m b r e d e n t r o del sist e m a j n t e r n a c i o n a l de estados del último período de la E u r o p a ' Ya hemos visto que la presión ejercida en esta época sobre el Este p o r las economías occidentales m á s avanzadas se ha exagerado con frecuencia, al p r e s e n t a r l a como fuerza única o principal responsable de la reacción señorial en esta región De hecho, a u n q u e el comercio de cereales intensificó indudablem e n t e la explotación servil en la Alemania oriental o en Polonia n o la inauguró en ninguno de estos países, v no jugó ningún pape en su paralelo desarrollo en Bohemia o en Rusia. En o t r a s palabras, si es incorrecto conceder u n a importancia central a los lazos económicos del comercio de exportación e importación entre el Este y el Oeste, la causa es que el m o d o de producción feudal como tal —que n o estaba s u p e r a d o en modo alguno en E u r o p a occidental d u r a n t e los siglos xvi y x v n — no podía crear un sistema económico internacional unificado. Sólo el m e r c a d o mundial del capitalismo industrial realizaría esta tarea irradiando desde los países avanzados p a r a moldear y d o m i n a r el 'Véase Zs. Pach Die ungarische Agrarentwicklung im 16-17 Jahrhundert, Budapest, 1964, pp. 38-41, 53-6, acerca de las etapas de este proc a m p e s i n á . l r n p a c t o d e l a ^ r r a de los Trece Años sobre la condición
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desarrollo de los atrasados. Las economías mixtas occidentales del período de transición —que c o m b i n a b a n u n a agricultura feudal semimonetarizada y postservil 2 , con enclaves de capital mercantil y m a n u f a c t u r e r o — carecían de tan f u e r t e e m p u j e . La inversión exterior era mínima, excepto en los imperios coloniales y hasta cierto punto, en Escandinavia. El comercio exterior representaba todavía un pequeño p o r c e n t a j e del p r o d u c t o nacional de todos los países, excepto Holanda y Venecia. Asi pues, una integración completa de E u r o p a oriental en el circuito económico de E u r o p a occidental —implícita a m e n u d o en la utilización por los historiadores de expresiones tales como «economía colonial» o «empresas de plantación» p a r a referirse al sistema de Gutsherrschaft vigente más allá del Elba— resulta intrínsecamente inverosímil. Esto no quiere decir, sin embargo, que el impacto de la E u r o p a occidental en la oriental no f u e r a d e t e r m i n a n t e de las estructuras estatales que allí aparecieron. En efecto, la interacción trasnacional d e n t r o del feudalismo se p r o d u j o siempre y en p r i m e r lugar en el plano político y no en el economico, precisamente p o r q u e era u n m o d o de producción basado en la coacción extraeconómica: su f o r m a p r i m a r i a de expansión era la conquista y no el comercio. El desarrollo desigual del feudalismo d e n t r o de E u r o p a e n c o n t r a b a su expresión mas característica y directa no en la balanza comercial, sino en la balanza de las a r m a s e n t r e las respectivas regiones del continente. E n o t r a s palabras, la p r i m e r a mediación e n t r e Este y Oeste en estos siglos f u e militar. Fue la presión internacional del absolutismo occidental, a p a r a t o político de u n a aristocracia feudal 2 El índice real de monetarización de las d i f e r e n t e s agriculturas de Europa occidental en los siglos xvi y xvn era probablemente inucho más baio de lo que generalmente se cree. Jean Meuvret afirma que en la Francia del siglo Ivi «el campesinado vivía en un régimen de cuasi autarquía doméstica prácticamente en todas partes», y que «la vida diana de los artesanos, incluyendo a la pequeña burguesía, estaba regu ada de hecho por el mismo principio, a saber, vivir de los alimentos cultivados en las tierras propias y, por lo demás, comprar y vender el mínimo posible» porque «para satisfacer las necesidades ordinarias, no era necesario I n absoluto el uso de monedas de oro o de plata. Para el p e q u e ñ o número de transacciones mercantiles que resultaban indispensables era posible prescindir frecuentemente del dinero». Jean Meuvret «C.rculation monétaire et utilization economique de la monnaie dans la France du ™ et du xvm- siécle», Eludes d'Histoire Moderne et Con tem pora,neI 1947 p 20 Porshnev caracteriza correctamente la situación general de esta época cuando la define por «la contradicción entre la formamonetaria y la base natural de la economía feudal», y comenta que las dificultades fiscales del absolutismo radicaban por doquier en esta contradicción: Les soulévements populaires en France, p. 558.
196 200 Europa oriental m á s poderosa, d o m i n a n t e en sociedades m á s avanzadas, lo que obligó a la nobleza oriental a crear u n a m á q u i n a estatal igualm e n t e centralizada p a r a sobrevivir. De otra f o r m a , la superior fuerza militar de los ejércitos reorganizados y engrandecidos del a b s o l u t i s m o se h a b r í a h e c h o sentir en el medio n o r m a l de la competencia interfeudal: la guerra. La m i s m a modernización de los ejércitos y las tácticas, r e s u l t a d o de «la revolución militar» occidental t r a s 1560, hacía m á s factible que n u n c a la agresión a los vastos espacios del Este, e igualmente a u m e n t a b a los peligros de invasión p a r a las aristocracias locales de estos países. Así, al m i s m o t i e m p o que divergían las relaciones infrae s t r u c t u r a l e s de producción, tuvo lugar en a m b a s zonas u n a p a r a d ó j i c a convergencia de las s u p e r e s t r u c t u r a s (índice, p o r supuesto, de lo q u e en último t é r m i n o era un m o d o de producción común). La f o r m a concreta que a d o p t ó la amenaza militar del a b s o l u t i s m o occidental fue, a f o r t u n a d a m e n t e p a r a la nobleza oriental, indirecta y transitoria. A pesar de todo, es sorprendente h a s t a qué p u n t o sus efectos a c t u a r o n como catalizador del modelo político del Este. El f r e n t e e n t r e a m b a s zonas estaba ocupado, en el sur, p o r el largo duelo austro-turco, que d u r a n t e doscientos cincuenta años concentraría la atención de los H a b s b u r g o sobre sus enemigos o t o m a n o s y sus vasallos húngaros. E n el centro, Alemania era u n l a b e r i n t o de estados p e q u e ñ o s y débiles, divididos y neutralizados p o r los conflictos religiosos. Así, el a t a q u e llegó desde el norte, relativamente primitivo. Suecia —el m á s reciente y s o r p r e n d e n t e de todos los absolutismos occidentales, país nuevo con u n a población m u y limitada y u n a economía r u d i m e n t a r i a — sería el martillo del Este. Su impacto sobre Prusia, Polonia y Rusia en los noventa años que van desde 1630 hasta 1720 puede c o m p a r a r s e con el de E s p a ñ a sobre E u r o p a occidental en u n a época anterior, a u n q u e n u n c a haya recibido la m i s m a atención. A pesar de esto! f u e u n o de los grandes ciclos de expansión militar en la historia del a b s o l u t i s m o europeo. En su p u n t o culminante, la caballería sueca se paseó victoriosa p o r las cinco capitales de Moscú, Varsovia, Berlín, Dresde y Praga, en un gran arco a través del t e r r i t o r i o de la E u r o p a oriental que llegó a s u p e r a r las camp a ñ a s de los tercios españoles en la occidental. Los sistemas estatales de Austria, Prusia, Polonia y Rusia e x p e r i m e n t a r o n su i m p a c t o formativo. La p r i m e r a conquista exterior de Suecia f u e la toma de Estonia, en las largas guerras de Livonia con Rusia d u r a n t e las últimas décadas del siglo xvi. Sin embargo, f u e la guerra de los Treinta Años la que p r o d u j o el p r i m e r sistema internacional
198 El absolutismo en el Este 201 de E s t a d o s c o m p l e t a m e n t e formalizado en E u r o p a y la que señaló el decisivo comienzo de la irrupción sueca en el Este. La espectacular m a r c h a de los ejércitos de Gustavo Adolfo sobre Alemania, arrollando el p o d e r de los H a b s b u r g o p a r a a s o m b r o de E u r o p a , f u e el p u n t o decisivo de la guerra, y los éxitos posteriores de B a n e r y Torstensson hicieron imposible toda recuperación a largo plazo de la causa imperial. Desde 1641, los ejércitos suecos o c u p a r o n de f o r m a p e r m a n e n t e grandes zonas de Moravia 3 , y cuando la guerra terminó, en 1648, estaban a c a m p a d o s en la orilla izquierda del Moldava, en Praga. La intervención de Suecia había a r r u i n a d o definitivamente la perspectiva de u n E s t a d o imperial de los H a b s b u r g o en Alemania. De ahí que la trayectoria y el c a r á c t e r del absolutismo austríaco h a b r í a n de e s t a r d e t e r m i n a d o s p o r esta derrota, que lo privo de la posibilidad de un centro territorial consolidado en las tierras tradicionales del Reich y desplazó, a su costa, todo el centro de gravedad hacia el Este. Al m i s m o tiempo, el impacto del p o d e r sueco en la evolución de Prusia, internacion a l m e n t e menos visible, f u e en el interior m u c h o más p r o f u n d o . Los ejércitos suecos ocuparon B r a n d e m b u r g o desde 1631 y, a pesar de ser técnicamente un aliado en la causa p r o t e s t a n t e , le sometieron i n m e d i a t a m e n t e a requisiciones militares y exacciones fiscales despiadadas, tales como n u n c a antes se habían conocido: los privilegios tradicionales de los Estados de los j u n k e r f u e r o n liquidados de u n plumazo p o r los c o m a n d a n t e s suecos 4 . Al t r a u m a de esta experiencia se añadió la adquisición sueca de la Pomerania occidental p o r el t r a t a d o de Westfalia de 1648, que aseguró a Suecia u n a amplia y p e r m a n e n t e cabeza de playa en las tierras del sur del Báltico. Las guarniciones suecas controlaban ahora el Oder y a m e n a z a b a n directamente a la hasta entonces desmilitarizada y descentralizada clase domin a n t e de B r a n d e m b u r g o , país que p r á c t i c a m e n t e carecía de ejército. La construcción del absolutismo p r u s i a n o por el Gran Elector, desde 1650 en adelante, f u e en b u e n a medida u n a respuesta directa a la inminente amenaza sueca: el ejército permanente, que h a b r í a de ser la piedra angular de la autocracia de los Hohenzollern, y su sistema fiscal, f u e r o n aceptados p o r los j u n k e r s en 1653 p a r a e n f r e n t a r s e a la inminente situación de 5
Véase J. Polisensky, The Thirty Year's War, Londres, 1971, páginas 224-31 4 Carsten, The origins of Prussia, p. 179. Pocos años antes Gustavo Adolfo había tomado las estratégicas fortalezas de Memel y Pillau, en la Prusia oriental, que dominaban el acceso a Koenigsberg, imponiendo en ellas peajes suecos: op. cit., pp. 205-6.
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guerra en el t e a t r o báltico y p a r a resistir a los peligros exteriores. De hecho, la guerra sueco-polaca de 1655-60 se reveló como el p u n t o crucial de la evolución política de Berlín, que evitó lo peor de la agresión sueca p a r t i c i p a n d o al lado de Estocolmo como joven y temeroso aliado. El gran paso siguiente en la construcción del absolutismo p r u s i a n o se dio, u n a vez más, en respuesta al conflicto militar con Suecia. Durante la década de 1670, en medio de la angustia provocada por las c a m p a ñ a s suecas c o n t r a B r a n d e m b u r g o , que abrieron un t e a t r o nórdico en la guerra desencadenada por Francia en el oeste, f u e cuando el célebre Generalkriegscommissariat pasó a o c u p a r las funciones del anterior consejo privado y a d a r f o r m a a toda la estruct u r a del a p a r a t o estatal de los Hohenzollern. El absolutismo p r u s i a n o y su definitiva configuración t o m a r o n f o r m a d u r a n t e la época del expansionismo sueco y b a j o su presión. Mientras tanto, en estas décadas que siguieron a Westfalia, cayó sobre el Este el más d u r o de todos los golpes nórdicos. La invasión sueca de Polonia en 1655 hizo saltar r á p i d a m e n t e la insegura confederación aristocrática de los szlachta. Cayeron Varsovia y Cracovia, y todo el valle del Vístula quedó d e s g a r r a d o p o r las m a r c h a s y c o n t r a m a r c h a s de los ejércitos de Carlos X. La principal consecuencia estratégica de la guerra f u e privar a Polonia de toda soberanía sobre el d u c a d o de Prusia. Pero los resultados sociales del devastador a t a q u e sueco f u e r o n mucho más serios: las p a u t a s demográfica y económica de Polonia q u e d a r o n tan gravemente dañadas que la invasión sueca llegó a ser como u n diluvio que separaría para siempre la anterior p r o s p e r i d a d de la Rzeczpospolita de la crisis y la decadencia irrecuperables en los que se hundió después. La última y breve recuperación de las a r m a s polacas en la década de 1680, c u a n d o Sobieski dirigió la liberación de Viena del cerco turco, f u e seguida muy p r o n t o p o r la segunda ofensiva sueca contra la mancomunidad, d u r a n t e la gran guerra del n o r t e de 1701-21, en la que el principal teatro de destrucción fue, u n a vez más, Polonia. Cuando los últimos soldados suecos a b a n d o n a r o n Varsovia, Polonia había d e j a d o de ser una gran potencia europea. La nobleza polaca, p o r razones de las que se h a b l a r á más adelante, no tuvo éxito en su intento de generar u n absolutismo m i e n t r a s d u r a r o n estas tragedias. Así d e m o s t r ó en la práctica cuáles eran las consecuencias, p a r a una clase feudal del Este, de no seguir este camino; Polonia, incapaz de recuperarse de los golpes mortales infligidos p o r Suecia, dejó finalmente de existir como E s t a d o independiente. Rusia, como siempre, constituye u n caso algo diferente den-
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t r o de u n c a m p o histórico común. El impulso en el seno de la aristocracia hacia u n a m o n a r q u í a militar fue evidente en Rusia mucho antes que en ningún o t r o país del Este europeo. E s t o se debió, en parte, a la prehistoria del E s t a d o de Kiev y a la tradición imperial bizantina que éste t r a n s m i t i ó a través de a caótica Rusia de la Edad Media, utilizando la ideología de la «Tercera Roma»: Iván I I I se había casado con la sobrina de último Paleólogo, e m p e r a d o r de Constantinopla, y se arrogo el título de «zar» o e m p e r a d o r en 1480. Sin embargo, la ideología de la translatio imperii era menos i m p o r t a n t e , indudablemente, que la continua presión material sobre Rusia de los pueblos pastores t á r t a r o s y t u r c o m a n o s del Asia Central. La soberanía política de la H o r d a de Oro d u r ó hasta finales del siglo xv. Sus sucesores los janatos de Kazán y Astracán lanzaron desde el Este constantes incursiones en busca de esclavos, hasta su d e r r o t a y aborción a mediados del siglo xvi. D u r a n t e otros cien años, los t á r t a r o s de Crimea - a h o r a b a j o s e ñ o r í o o t o m a n o asolaron el t e r r i t o r i o ruso desde el sur; sus expediciones en busca de botín y de esclavos mantuvieron a la mayor p a r t e ae Ucrania como un p á r a m o d e s h a b i t a d o 5 . E n los albores de la época m o d e r n a , los jinetes t á r t a r o s carecían de capacidad p a r a la conquista o la ocupación p e r m a n e n t e . Pero Rusia «centme a de Europa», tuvo que s o p o r t a r lo peor de sus ataques, y la consecuencia f u e u n mayor y m á s t e m p r a n o í m p e t u hacia u n E s t a d o centralizado en el ducado de Moscú que en el más protegido electorado de B r a n d e m b u r g o o en la m a n c o m u n i d a d polaca. Sin embargo, a p a r t i r del siglo xvi, la amenaza militar del Oeste fue siempre m u c h o mayor que la del Este, p o r q u e la artillería de c a m p a ñ a y la infantería m o d e r n a eran a h o r a n e t a m e n t e superiores a los a r q u e r o s m o n t a d o s como a r m a de batalla. Así pues, también en Rusia las fases realmente decisivas de la transición hacia el absolutismo tuvieron lugar d u r a n t e las fases sucesivas de la expansión sueca. El crucial reinado de Iván IV a finales del siglo xvi estuvo dominado p o r las largas guerras de Livonia, de las que Suecia resultó vencedor estratégico al anexionar Estonia p o r el t r a t a d o de Yam Zapolsky de 1582: un t r a m p o l í n para su dominio del litoral n o r t e del Báltico. El «período de trastornos», a principios del siglo x v n , que t e r m i n ó con la crítica subida al t r o n o de la dinastía » En vísperas del ataque de Iván IV contra el janato se supone que había allí unos 100.000 esclavos rusos E l n u m e r o t o t a l de esclavos capturados por los tártaros en sus g r e d a s desde Cnmea en la primera mitad del siglo xvn fue supenor a l o s 200.000. G VernaüSKy. The tsardom of Moscow, 1457-1682, I, Yale, 1969, pp. 51-4, 12.
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Románov, presenció el despliegue del p o d e r í o sueco en las prof u n d i d a d e s de Rusia. En m e d i o del creciente caos, u n e j é r c i t o m a n d a d o p o r De la Gardie se abrió p a s o hasta Moscú p a r a sostener al u s u r p a d o r Shuiski. Tres años después, u n candidato sueco —el h e r m a n o de Gustavo Adolfo— estuvo a p u n t o de ser elegido p a r a la m i s m a m o n a r q u í a rusa, a u n q u e se vio bloq u e a d o en el ú l t i m o m o m e n t o p o r la elección de Miguel Románov. El nuevo régimen se vio obligado a ceder i n m e d i a t a m e n t e Carelia e Ingria a los suecos, quienes en el t r a n s c u r s o de o t r a década t o m a r o n toda Livonia a los polacos, lo que les dio u n control p r á c t i c a m e n t e absoluto del Báltico. En los p r i m e r o s años de la dinastía Románov, el i n f l u j o sueco se extendió también al sistema político r u s o 6 . Finalmente, el e n o r m e edificio estatal de Pedro I de principios del siglo x v m se erigió durante, y contra, la s u p r e m a ofensiva militar sueca en Rusia, dirigida p o r Carlos XII, que había comenzado con la destrucción de los ejércitos rusos en Narva y continuaría con un p r o f u n d o avance en Ucrania. El p o d e r zarista d e n t r o de Rusia se f o r j ó y se p u s o a p r u e b a en la lucha internacional c o n t r a el imperio sueco p o r la supremacía en el Báltico. El E s t a d o a u s t r í a c o había sido expulsado de Alemania p o r la expansión sueca; el E s t a d o polaco q u e d ó f r a g m e n t a d o . Por el contrario, los estados r u s o y p r u s i a n o hicieron f r e n t e y d e r r o t a r o n a la expansión sueca, a d q u i r i e n d o su f o r m a desarrollada en el curso de esta contienda. El a b s o l u t i s m o oriental estuvo d e t e r m i n a d o , f u n d a m e n t a l m e n te, p o r tanto, p o r las condiciones i m p u e s t a s p o r el sistema político internacional en cuyo seno e s t a b a n integradas objetivam e n t e las noblezas de toda la región 7 . E s t e f u e el precio de su supervivencia en u n a civilización de i n i n t e r r u m p i d a guerra territorial; el desarrollo desigual del f e u d a l i s m o les obligó a igualar las e s t r u c t u r a s estatales de Occidente antes de h a b e r alcanzado u n estadio c o m p a r a b l e de transición económica hacia el capitalismo. Con todo, este a b s o l u t i s m o también estuvo sobredeterminado, inevitablemente, p o r el desarrollo de la lucha de clases dent r o de las formaciones sociales del Este. Es preciso considerar • J. H. Billington, The icón and the axe, Londres, 1966, p. 110; este tema invita a una mayor investigación. ' Un reconocimiento de esta cuestión por un historiador ruso puede verse en A N. Chistozvonov, «Nekotorye aspekti problemi genezisa absohutizma», Voprosi Istorii, 5, mayo de 1968, pp. 60-1. Aunque contiene algunos juicios disparatados (sobre España, por ejemplo), este ensayo comparativo es probablemente el mejor estudio soviético reciente sobre los orígenes del absolutismo en Europa oriental y occidental
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a h o r a las presiones endógenas que contribuyeron a su aparición. Llama la atención u n a coincidencia inicial. La decisiva consolidación jurídica y económica de la s e r v i d u m b r e en Prusia, Rusia y Bohemia tuvo lugar, precisamente, d u r a n t e las m i s m a s décadas en que se echaron con firmeza las bases políticas del E s t a d o absolutista. Este doble proceso —institucionalización de la servidumbre e inauguración del absolutismo— estuvo, en los tres casos, estrecha y c l a r a m e n t e ligado en la historia de las respectivas formaciones sociales. En B r a n d e m b u r g o , el Gran Elector y los Estados sellaron el f a m o s o acuerdo de 1653, consignado en u n a Carta formal, p o r el q u e la nobleza votaba los impuestos p a r a u n ejército p e r m a n e n t e y el príncipe promulgaba ordenanzas p o r las que ataba irremediablemente a la tierra a la fuerza de t r a b a j o rural. Los impuestos h a b r í a n de cargarse sobre las ciudades y los campesinos, pero no sobre los propios j u n k e r s , m i e n t r a s el ejército h a b r í a de ser el núcleo de todo el E s t a d o prusiano. Fue u n p a c t o que a u m e n t ó t a n t o el p o d e r político de la dinastía sobre la nobleza como el poder de la nobleza sobre el campesinado. La s e r v i d u m b r e de Alemania oriental quedó ahora normalizada y generalizada en todas las tierras de los Hohenzollern situadas más allá del Elba, m i e n t r a s que el sistema de Estados f u e s u p r i m i d o inexorablemente p o r la m o n a r q u í a en una provincia tras otra. E n 1683, los Landtage de B r a n d e m b u r g o y de la Prusia oriental habían perdido- p a r a siempre todo su poder». Al m i s m o tiempo, se había p r o d u c i d o en Rusia u n a coyuntura muy similar. E n 1648, el Zemski Sobor —Asamblea de la Tierra— se había r e u n i d o en Moscú p a r a a p r o b a r el histórico Sobornoe Ulozhenie, que, p o r vez p r i m e r a , codificaba y universalizaba la s e r v i d u m b r e p a r a la población r u r a l instituía u n estricto control estatal sobre las ciudades y sus h a b i t a n t e s y, a la vez, c o n f i r m a b a y r e m a c h a b a la responsabilidad f o r m a l de todas las tierras nobles respecto al servicio militar. El Sobornoe Ulozhenie f u e el p r i m e r código legal global que se p r o m u l g ó en Rusia y su llegada constituyó u n hecho transcendental. En efecto, el código p r o p o r c i o n ó al zarismo el m a r c o jurídico regulador p a r a su solidificación c o m o sistema estatal. La proclamación solemne de la s e r v i d u m b r e del campesinado r u s o f u e seguida aquí también p o r la rápida caída en desuso del sistema de Estados. En el c u r s o de u n a década, el • En esa fecha los nobles reunidos en Brandemburgo dejaron constancia de su melancólica convicción de que los antiguos P™ilegios de los Estados estaban prácticamente «anulados y descoloridos de tal forma que no parecía quedar ni una umbra libertatis*. Citado por Carsten, The origins oj Prussia, p. 200.
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Zemski Sobor había desaparecido realmente, m i e n t r a s que la m o n a r q u í a construía un amplio ejército s e m i p e r m a n e n t e que f i n a l m e n t e sustituyó a todas las viejas levas de la nobleza. El último y simbólico Zemski Sobor pasó al olvido en 1683, cuando ya n o era más que una f a n t a s m a l claque cortesana. El pacto social e n t r e la m o n a r q u í a y la aristocracia rusa fue sellado con el establecimiento del absolutismo a cambio de la aprobación definitiva de la servidumbre. D u r a n t e la mayor p a r t e de este m i s m o período, la evolución de Bohemia tuvo un sincronismo comparable, a u n q u e en el diferente contexto de la guerra de los Treinta Años. El t r a t a d o de Westfalia, que finalizó en 1648 con esta larga lucha militar, consagró la doble victoria de la m o n a r q u í a H a b s b u r g o sobre los Estados de Bohemia y la de los grandes terratenientes sobre el campesinado checo. El grueso de la vieja aristocracia checa había sido eliminado después de la batalla de la Montaña Blanca, y con ella la constitución política que encarnaba su poder local. El Verneuerte Landesordnung, que ahora adquirió un vigor incontestado, concentró todo el p o d e r ejecutivo en Viena. Los Estados, una vez disuelto su tradicional liderazgo social, q u e d a r o n reducidos a u n a simple función ceremonial. La autonomía de las ciudades fue aplastada. En el campo se t o m a r o n implacables medidas para extender la s e r v i d u m b r e en las grandes propiedades. Las grandes prescripciones y confiscaciones s u f r i d a s p o r los anteriores propietarios y nobles checos crearon u n a aristocracia nueva y cosmopolita de aventureros militares y de funcionarios de la corte que controlaban, j u n t o con la Iglesia, cerca de las tres cuartas partes de todas las tierras de Bohemia. Las e n o r m e s pérdidas demográficas tras la guerra de los Treinta Años provocaron u n a aguda escasez de m a n o de obra. Las prestaciones de t r a b a j o del robot llegaron muy p r o n t o a la m i t a d de la semana laboral, m i e n t r a s que los servicios, diezmos y contribuciones feudales podían alcanzar hasta dos tercios de toda la producción c a m p e s i n a 9 . El absolutismo austríaco, d e r r o t a d o en Alemania, t r i u n f ó en Bohemia, y con él se extinguieron las últimas libertades del campesinado checo. Así pues, la consolidación del control señorial sobre el campesinado y la discriminación contra las ciudades estuvieron ligadas, en las tres regiones, a un rápido a u m e n t o de las prerrogativas de la m o n a r q u í a , y f u e r o n seguidas p o r la desaparición de los sistemas estamentales. Como ya hemos visto, las ciudades de E u r o p a del Este ha' Polisensky, The Thirty
Year's
war, p. 245.
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bían sido reducidas y reprimidas d u r a n t e la última depresión medieval. La notable m e j o r í a económica que experimentó el continente en el siglo xvi favoreció u n nuevo, a u n q u e desigual, crecimiento u r b a n o en algunas zonas del Este. A p a r t i r de 1550, las ciudades de Bohemia volvieron a c o n q u i s t a r buena p a r t e de su prosperidad, a u n q u e b a j o la égida de unos patriciados urbanos e s t r e c h a m e n t e unidos a la nobleza p o r la propiedad territorial y municipal, y sin la vitalidad p o p u l a r que las había caracterizado en la época husita. En el este de Prusia, Koenigsberg era todavía u n a f i r m e avanzadilla de la a u t o n o m í a de los burgos. En Rusia, Moscú había r e t o ñ a d o de nuevo t r a s la implantación f o r m a l del zarismo con Iván III, beneficiándose notablemente del comercio de largo recorrido e n t r e E u r o p a y Asia, que cruzaba Rusia y en el q u e también p a r t i c i p a b a n los viejos centros mercantiles de Novgorod y Pskov. La maduración de los estados absolutistas en el siglo x v n propinó el definitivo golpe m o r t a l a la posibilidad de u n renacimiento de la independencia u r b a n a en el Este. Las nuevas m o n a r q u í a s —Hohenzollern, H a b s b u r g o y Románov— aseguraron la inqueb r a n t a b l e supremacía política de la nobleza sobre las ciudades. El único organismo corporativo que resistió al Gleichschaltung del Gran Elector tras la Suspensión de 1653 f u e la ciudad de Koenigsberg en la Prusia oriental: f u e aplastada en 1662-63 y en 1674, ante la pasividad de los j u n k e r s locales 1 0 . En Rusia, el m i s m o Moscú carecía de u n a clase b u r g u e s a fuerte, al e s t a r el comercio a c a p a r a d o p o r los boyardos, los funcionarios y u n p e q u e ñ o grupo de m e r c a d e r e s gosti, cuyo e s t a t u t o y privilegios dependían del gobierno. Había, sin embargo, n u m e r o s o s artesanos, una a n á r q u i c a fuerza de t r a b a j o semirrural, y los truculentos y c o r r o m p i d o s fusileros de la milicia de los streltsi. La causa inmediata de la convocatoria del decisivo Zemski Sobor que p r o m u l g ó el Sobornoe Ulozhenie f u e u n a explosión repentina de estos grupos heterogéneos. Las multitudes a m o t i n a d a s se enfurecieron ante la subida de precios de los artículos básicos que siguió al a u m e n t o de impuestos d e c r e t a d o p o r la administración de Morózov, t o m a r o n Moscú y obligaron al zar a aband o n a r la ciudad, m i e n t r a s el descontento se extendía p o r las provincias rurales hasta Siberia. Una vez r e c u p e r a d o el control de la capital, se convocó al Zemski Sobor y se decretó el Ulozhenie. Novgorod y Pskov se rebelaron contra las exacciones fiscales, p o r lo que f u e r o n definitivamente reprimidas, d e j a n d o de tener en adeiante toda importancia económica. Los últimos " Carsten, The origins
of Prussia,
pp. 212-14, 220-1.
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t u m u l t o s u r b a n o s de Moscú tuvieron lugar en 1683, c u a n d o los a r t e s a n o s rebeldes f u e r o n sometidos con facilidad, y en 1683, c u a n d o Pedro I liquidó p o r fin a los streltsi. A p a r t i r de entonces, las ciudades rusas no crearon ningún problema a la mon a r q u í a ni a la aristocracia. En tierras checas, la guerra de los Treinta Años acabó con el orgullo y el desarrollo de las ciudades de Bohemia y Moravia: los incesantes sitios y devastaciones que s u f r i e r o n d u r a n t e las c a m p a ñ a s de la guerra, j u n t o con la cancelación de las a u t o n o m í a s municipales después de ella, las r e d u j e r o n p a r a siempre a adornos pasivos del imperio de los Habsburgo. La razón interna m á s f u n d a m e n t a l del absolutismo del Este radica, sin embargo, en el campo. Su compleja maquinaria de represión estaba dirigida primordial y esencialmente c o n t r a el campesinado. El siglo x v n f u e u n a época de caída de los precios y disminución de la población en la m a y o r p a r t e de E u r o p a . En el Este, las guerras y los desastres civiles habían creado crisis de m a n o de obra p a r t i c u l a r m e n t e agudas. La guerra de los Treinta Años infligió un golpe b r u t a l al c o n j u n t o de la economía alemana al este del Elba. En muchos distritos de Brand e m b u r g o h u b o pérdidas demográficas superiores al 50 p o r 100". En Bohemia, la población total b a j ó de 1.700.000 habh tantes a menos de 1.000.000 en el m o m e n t o de la f i r m a de la Paz de Westfalia 1 2 . En las tierras rusas, las intolerables tensiones de las guerras de Livonia y de la Oprichnina c o n d u j e r o n a la despoblación y evacuación calamitosas de Rusia central en los últimos años del siglo xvi: e n t r e el 76 y el 96 p o r 100 de todos los núcleos rurales de la provincia de Moscú f u e r o n a b a n d o n a d o s 13. El «período de trastornos», con sus guerras civiles, invasiones e x t r a n j e r a s y rebeliones rurales, p r o d u j o entonces inestabilidad y escasez de la fuerza de t r a b a j o a disposición de la clase terrateniente. El descenso demográfico de esta época creó así, o agravó, una constante escasez de t r a b a j o r u r a l p a r a el cultivo de la tierra. Había, además, un antecedente regional p e r m a n e n t e de este fenómeno: el problema endémico p a r a el feudalismo oriental de la proporción t i e r r a / t r a b a j o , la existencia de demasiado pocos campesinos, dispersos en espacios excesivamente grandes. La siguiente comparación puede d a r u n a idea de la diferencia de condiciones con la E u r o p a occidental: la densidad de población en la Rusia del siglo x v n
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era de tres o c u a t r o p e r s o n a s p o r kilómetro cuadrado, m i e n t r a s q u e la de Francia era de 40, es decir, diez veces mayor 1 4 . E n las fértiles tierras del sudeste de Polonia o de Ucrania occidental, la zona agrícola m á s rica de la Rzeczpospolita, la densidad demográfica no era m u c h o mayor, e n t r e tres y siete personas p o r kilómetro cuadrado 1 5 . La m a y o r p a r t e de la llanura de Hungría central —que entonces eran las tierras fronterizas e n t r e los imperios a u s t r í a c o y turco— estaba igualmente despoblada. El p r i m e r objetivo de la clase t e r r a t e n i e n t e n o era tanto, como en Occidente, f i j a r el nivel de las cargas que debía pagar el campesino, c o m o detener la movilidad del aldeano y atarle a la tierra. Del m i s m o modo, en grandes zonas de E u r o p a oriental, la f o r m a m á s típica y eficaz de la lucha de clases protagonizada por el c a m p e s i n a d o era simplemente huir, esto es, d e s e r t a r colectivamente de la tierra y dirigirse a nuevos espacios deshabitados e inexplorados. Ya se han descrito las medidas t o m a d a s en el ú l t i m o período medieval por la nobleza prusiana, austriaca y checa p a r a impedir esta movilidad tradicional; n a t u r a l m e n t e , estas medidas se intensificaron en la fase inaugural del absolutismo. Más hacia el este, en Rusia y en Polonia, el p r o b l e m a era todavía más serio. En las amplias tierras pónticas situadas e n t r e a m b o s países n o existían límites ni f r o n t e r a s estables de asentamiento; la p r o f u n d a zona forestal del n o r t e de Rusia era tradicionalm e n t e un área de c a m p e s i n a d o de «tierra negra», al margen del control señorial, m i e n t r a s que Siberia occidental y la región del Volga y el Don, en el sudeste, constituían r e m o t a s e impenetrables extensiones todavía en proceso de colonización gradual. La emigración rural en todas esas direcciones ofrecía la posibilidad de liberarse de la explotación señorial y establecer, en las d u r a s condiciones de la f r o n t e r a , colonias campesinas independientes. El interminable proceso de reducción a la servid u m b r e del c a m p e s i n a d o ruso, a lo largo del siglo x v n , debe considerarse en el m a r c o del contexto n a t u r a l a p u n t a d o : existían zonas marginales, grandes y divisibles, alrededor de las propiedades territoriales de la nobleza. Así, es u n a p a r a d o j a histórica que Siberia fuese colonizada p o r pequeños propietarios campesinos, procedentes de las comunidades de «tierra negra» del norte, que buscaban mayor libertad personal y oportunidades económicas, d u r a n t e el m i s m o período en que la gran
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Stoye, Europe unfolding, 1648-1688, p. 31. Polisensky, The Thirty Year's war, p. 245. " R. H. Hellie, Enserfment and miíitary change
14
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1971, p. 95.
R. Mousnier, Peasant Uprisings, pp. 157, 159. P. Skwarczynski, «Poland and Lithuania», en The New Modern History of Europe, 111, Cambridge, 1968, p. 377. 15
in Muscovy,
Chicago,
Cambridge
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m a s a del c a m p e s i n a d o central se estaba h u n d i e n d o en u n a abyecta esclavitud l é . Esta ausencia de una fijación territorial n o r m a l en Rusia es lo que explica la s o r p r e n d e n t e supervivencia de la esclavitud en u n a escala muy considerable: a finales del siglo xvi, los esclavos todavía cultivaban e n t r e el 9 y el 15 p o r 100 de las propiedades rusas 1 7 . En efecto, como h e m o s dicho repetidas veces, la presencia de esclavitud r u r a l en u n a f o r m a c i ó n social feudal siempre significa que el sistema de serv i d u m b r e n o se ha c e r r a d o aún, y que u n considerable n ú m e r o de p r o d u c t o r e s directos p e r m a n e c e libre en el campo. La posesión de esclavos era u n o de los grandes capitales de la clase boyarda, que daba a sus propiedades u n a v e n t a j a económica f u n d a m e n t a l sobre la más p e q u e ñ a nobleza de servicio 1 8 : d e j ó de ser necesaria sólo c u a n d o la red de la s e r v i d u m b r e h u b o a t r a p a d o con fuerza a casi todo el campesinado ruso en el siglo XVIÍI. Mientras tanto, existió u n a incesante rivalidad interfeudal p o r el control de «almas» p a r a el cultivo de las tierras de la nobleza y el clero: los boyardos y los monasterios con feudos más rentables y racionalizados a d m i t í a n siervos fugitivos, procedentes de fincas más pequeñas, y ponían obstáculos a su recuperación p o r sus antiguos señores, lo que e n f u r e c í a a la clase de pequeños propietarios. Estos conflictos no termin a r o n h a s t a q u e se estableció u n a autocracia central, estable y poderosa, con u n a p a r a t o coercitivo de Estado, capaz de i m p o n e r la adscripción a la tierra en t o d o el t e r r i t o r i o ruso. Así pues, la constante preocupación señorial p o r el p r o b l e m a de la movilidad laboral en el Este es lo que explica, sin d u d a alguna, gran p a r t e de la m a r c h a interior hacia el absolutismo w . Las leyes señoriales q u e ataban al c a m p e s i n a d o a la tierra ya se habían a p r o b a d o en la época precedente. Pero, como ya hemos visto, su cumplimiento era n o r m a l m e n t e m u y imperfec" A. N. Sajarov, «O dialektike istoricheskovo razvitiya russkovo krest'yanstva», Voprosi lstorii, 1, enero de 1970, pp. 26-7, subraya este contraste. 11 Mousnier, Peasant uprisings, pp. 174-5. " Véase la notable ponencia de Vernadsky, «Serfdom in Russia», en X Congresso Internationale di Scienze Storiche, Relazioni, III, Florencia, 1955, pp. 247-72, que señala correctamente la importancia de la esclavitud rural en Rusia como una característica del sistema agrario. " Una idea de la magnitud de este problema para la clase dominante rusa puede deducirse del hecho de que en fecha tan tardía como 1718-9, mucho después de la consolidación legal de la servidumbre, el censo ordenado por Pedro I descubrió no menos de 200.000 siervos fugitivos —alrededor del 3 ó 4 por 100 del total de la población sierva— que fueron devueltos a sus antiguos amos. Véase M. Ya. Volkov, «O stanovlenii absoliutizma v Rossii», Istoriya SSSR, enero de 1970, p. 104.
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to: las v e r d a d e r a s p a u t a s de la m a n o de obra n o correspondían siempre, en m o d o alguno, a las disposiciones de los codigos legales. La misión del absolutismo fue, en todas partes, convertir la teoría jurídica en práctica económica. Un a p a r a t o represivo inexorablemente centralizado y u n i t a r i o constituía u n a necesidad objetiva p a r a la vigilancia y la supresión de la extendida movilidad r u r a l en épocas de depresión económica. Ninguna red de jurisdicciones de señores individuales, p o r muy despóticos q u e f u e r a n , podía e n f r e n t a r s e con este p r o b l e m a de f o r m a adecuada. Las funciones de policía interior necesarias p a r a la segunda s e r v i d u m b r e del Este f u e r o n , en este sentido, m u c h o más exigentes que las necesarias p a r a la p r i m e r a servid u m b r e en el Oeste: el resultado f u e hacer posible u n E s t a d o absolutista más avanzado que las relaciones de producción sob r e las que se asentaba, y c o n t e m p o r á n e o del q u e en el Oeste evolucionaba m á s allá de la servidumbre. Polonia, u n a vez más, f u e la a p a r e n t e excepción en la lógica de este proceso. Pero así como en lo exterior tuvo que pagar el castigo del diluvio sueco p o r n o h a b e r generado u n absolutismo, en el interior el precio de su f r a c a s o f u e la mayor insurrección campesina de esta época, la catástrofe de la revolución u c r a n i a n a de 1648, que le costó u n tercio de su t e r r i t o r i o y que descargó sobre la moral y el valor de la szlachta u n golpe del que n u n c a se h a b r í a de r e c o b r a r plenamente, pues sirvió de preludio i n m e d i a t o a la guerra con Suecia, a la que h a b r í a de ligarse. El carácter peculiar de la revolución u c r a n i a n a f u e consecuencia directa del p r o b l e m a básico de la movilidad y la huida de los campesinos en el Este 2 0 . Fue u n a rebelión iniciada p o r los relativamente privilegiados «cosacos» de la región del Dnieper, que eran en su origen campesinos fugitivos o rutenios, o h a b i t a n t e s de las tierras atlas circasianas, que se habían asentado en las vastas tierras fronterizas e n t r e Polonia, Rusia y el j a n a t o t á r t a r o de Crimea. En estas tierras de nadie habían llegado a a d o p t a r un m o d o de vida seminómada, ecuestre, muy similar al de los t á r t a r o s contra los que n o r m a l m e n t e luchaban. Mucho t i e m p o después se había desarrollado u n a compleja est r u c t u r a social en las comunidades de cosacos. Su centro político y militar era la isla fortificada o sech, situada más a b a j o de los rápidos del Dnieper, creada en 1557, y que constituía un campam e n t o guerrero, organizado en regimientos que elegían delega-
20 Una completa descripción de la estructura social de Ucrania y de la revolución de 1648-54 puede verse en Vernadsky, The tsardom of Moscow, i, pp. 439-81.
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dos p a r a u n consejo de oficiales o starshina, q u e a su vez elegía u n c o m a n d a n t e s u p r e m o o hetmán. Fuera del sech de Zaporozhe, las b a n d a s e r r a n t e s de bandidos y m o n t a ñ e r o s se mezclaban con a s e n t a m i e n t o s aldeanos de agricultores, gobernados p o r sus propios ancianos. La nobleza polaca, c u a n d o e n c o n t r ó estas comunidades en su expansión hacia Ucrania, pensó que era necesario tolerar la f u e r z a a r m a d a de los cosacos zaporozhianos, englobándola en u n n ú m e r o limitado de regimientos técnicamente «registrados» b a j o m a n d o polaco. Las t r o p a s cosacas f u e r o n utilizadas como caballería auxiliar en las c a m p a ñ a s polacas de Moldavia, Livonia y Rusia, y los oficiales t r i u n f a n t e s llegaron a constituir u n a élite de propietarios, q u e d o m i n a r o n al pueblo cosaco y en ocasiones se convirtieron f i n a l m e n t e en nobles polacos. E s t a convergencia social con la szlachta local, q u e había extendido i n i n t e r r u m p i d a m e n t e sus tierras en dirección al Este, n o cambió la anomalía militar de la independencia de los regimientos del sech, con su base en u n filibusterismo semipopular, ni afectó a los grupos de cosacos rurales que vivían e n t r e la población sierva cultivando los latifundios de la aristocracia polaca en esta región. Así, la movilidad campesina había dado origen en las p r a d e r a s pónticas a u n f e n ó m e n o sociológico p r á c t i c a m e n t e desconocido p o r entonces en Occidente: el de u n a s m a s a s rurales capaces de p r e s e n t a r ejércitos organizados c o n t r a u n a aristocracia feudal. El r e p e n t i n o m o t í n de las compañías registradas b a j o su Hetmán Jmelnitski en 1648 f u e profesionalmente capaz de hacer f r e n t e a los ejércitos polacos enviados c o n t r a ellas, y su rebelión desencadenó, a su vez, u n levantamiento general de los siervos de Ucrania, que lucharon codo a codo con los campesinos cosacos pobres p o r a r r o j a r a los señores polacos. Tres años después, los campesinos polacos sp rebelaron en la región de Podhale, en Cracovia, en u n movim i e n t o inspirado p o r el de los cosacos y los siervos ucranianos. Una salvaje guerra social se libró en Galitzia y en Ucrania, en la q u e los ejércitos szlachta f u e r o n d e r r o t a d o s repetidas veces p o r las fuerzas zaporozhianas. E s t a guerra t e r m i n ó con la decisiva transferencia de fidelidad de Polonia a Rusia realizada p o r Jmelnitski con el t r a t a d o de Pereyaslavl de 1654, que p u s o a toda la Ucrania situada más allá del Dnieper b a j o el dominio de los zares, garantizando los intereses del starshina cosaco 2 1 .
" Un relato sucinto de las negociaciones y disposiciones del tratado de Pereyaslavl puede verse en C. B. O'Brien, Muscovy and the Ukraine, Berkeley y Los Angeles, 1963, pp. 21-7.
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Los campesinos ucranianos —cosacos y n o cosacos— f u e r o n las víctimas de esta operación: la «pacificación» de Ucrania con la integración del c u e r p o de oficiales en el E s t a d o r u s o restableció sus a t a d u r a s . Finalmente, t r a s u n a larga evolución, los escuadrones cosacos llegaron a f o r m a r u n c u e r p o de élite de la autocracia zarista. El t r a t a d o de Pereyaslavl simbolizó, en efecto, la respectiva trayectoria de los dos grandes rivales de aquella zona d u r a n t e el siglo XVII. El f r a g m e n t a d o E s t a d o polaco se m o s t r ó incapaz de d e r r o t a r y s o m e t e r a los cosacos, y t a m p o c o p u d o resistir a los suecos. La autocracia zarista centralizada f u e capaz de a m b a s cosas: repelió la amenaza sueca y n o sólo sometió, sino que al final utilizó a los cosacos c o m o dragones encargados de la represión de sus p r o p i a s masas. El levantamiento u c r a n i a n o f u e la guerra campesina m á s imp o r t a n t e de la época en el Este, p e r o n o f u e la única. Todas las grandes noblezas de E u r o p a oriental tuvieron q u e e n f r e n t a r s e , en u n m o m e n t o u o t r o del siglo xvxi, con rebeliones de siervos. En B r a n d e m b u r g o se p r o d u j e r o n repetidos estallidos de violencia r u r a l en el distrito central de Prignitz, d u r a n t e la fase final de la guerra de los Treinta Años y en la década siguiente: 1645, 1646, 1648, 1650 y, de nuevo, en 1656 22. La concentración del poder nobiliario p o r el Gran Elector debe considerarse en el m a r c o del m a l e s t a r y la desesperación de las aldeas. El campesinado de Bohemia, s u j e t o a u n a creciente degradación de su posición económica y legal después del t r a t a d o de Westfalia, se levantó c o n t r a sus señores a lo largo de todo el país en 1680, c u a n d o los ejércitos austríacos tuvieron que ser enviados p a r a s u p r i m i r su alzamiento. Pero, sobre todo, en la m i s m a Rusia h u b o u n n ú m e r o inigualado de insurrecciones rurales que se extendieron desde el «período de trastornos» a comienzos del siglo X V I I hasta la era de la Ilustración en el siglo x v m . E n 1606-07, los campesinos, plebeyos y cosacos de la región del Dnieper tomaron el p o d e r provincial b a j o el m a n d o del ex esclavo Bolótnikov, y sus ejércitos estuvieron a p u n t o de instalar al Falso Dimitri como zar de Moscú. En 1633-34, los siervos y desertores de la zona de guerra de Smolensko se rebelaron b a j o el m a n d o del campesino Balash. En 1670-71, p r á c t i c a m e n t e todo el sudeste, desde Astracán hasta Simbirsk, se sacudió el control señorial a medida que numerosísimos ejércitos de campesinos y cosacos subían por el valle del Volga dirigidos p o r el b a n d i d o Razin. En 1707-08, las m a s a s rurales del B a j o Don siguieron al cosaco Bulavin en u n a violenta rebelión contra el a u m e n t o 22
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unfolding,
1648-1688, p. 30.
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de contribuciones y el t r a b a j o obligatorio en los astilleros, impuestos p o r Pedro I. Finalmente, en 1773-74, tuvo lugar la última y más formidable de todas las insurrecciones: la t r e m e n d a rebelión de n u m e r o s a s poblaciones explotadas, desde las estribaciones de los Urales y los desiertos de Bashkiria hasta las orillas del Caspio, al m a n d o de Pugachev, que combinó a cosacos del m o n t e y la estepa, obreros industriales forzados, campesinos de las llanuras y tribus de pastores en u n a serie de sublevaciones que, p a r a ser d e r r o t a d a s , necesitaron el despliegue a gran escala de los ejércitos imperiales rusos. Todas estas rebeliones populares se originaron en las indet e r m i n a d a s zonas fronterizas del t e r r i t o r i o ruso: Galitzia, Bielorrusia, Ucrania, Astracán, Siberia, p o r q u e allí se diluía el p o d e r del E s t a d o central y las escurrizidas m a s a s de bandidos, aventureros y fugitivos se mezclaban con los siervos asentados y las propiedades nobiliarias. Las c u a t r o mayores rebeliones f u e r o n dirigidas p o r elementos cosacos a r m a d o s , que a p o r t a b a n la experiencia militar y la organización que les hacían tan peligrosos p a r a la clase feudal. Con el cierre final de las f r o n t e r a s u c r a n i a n a y siberiana a finales del siglo x v m , después de q u e se completaran los p r o g r a m a s colonizadores de Potemkin, f u e c u a n d o el c a m p e s i n a d o ruso, de f o r m a significativa, q u e d ó som e t i d o a u n a t a c i t u r n a quietud. Así pues, en toda la E u r o p a oriental, la intensidad de la lucha de clases en el campo —siemp r e latente en f o r m a de huidas rurales— f u e también el deton a d o r de explosiones campesinas c o n t r a la servidumbre, en las q u e resultaba f r o n t a l m e n t e amenazado el p o d e r colectivo y la propiedad de la nobleza. La geografía social plana de la m a y o r p a r t e de la región —que la distinguía del espacio m á s segmentado de la E u r o p a occidental— 2 3 podía d a r f o r m a s particularm e n t e serias a esta amenaza. El extendido peligro procedente de sus propios siervos actuó, p o r tanto, como u n a fuerza centrípeta sobre las aristocracias del Este. La ascensión del E s t a d o absolutista en el siglo X V I I respondía, en último término, al miedo social: su a p a r a t o coactivo político-militar era la garantía de la estabilidad de la servidumbre. Había así u n orden i n t e r n o del absolutismo del Este que c o m p l e m e n t a b a su determinación exterior: la función del Estado centralizado consistía en defender la posición de clase de la nobleza feudal contra sus rivales 25 El contraste entre la topografía llana e interminable del Este, que facilitaba las huidas, y el relieve más accidentado y limitado del Oeste, que ayudaba al control de la fuerza de trabajo, es subrayado por Lattimore, «Feudalism in history», pp. 55, 56, y Mousnier, Peasant uprisings, páginas 157, 159.
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del exterior y sus campesinos del interior. La organización y la disciplina de los p r i m e r o s y la fluidez y contumacia de los segundos dictaron la urgencia de la unidad política. El E s t a d o absolutista se reduplicó, pues, al o t r o lado del Elba, hasta llegar a ser u n f e n ó m e n o europeo de carácter general. ¿Cuáles f u e r o n los rasgos específicos de la variante oriental de esta m á q u i n a feudal fortificada? Pueden señalarse dos características básicas e interrelacionadas. En p r i m e r lugar, la influencia de la guerra en su e s t r u c t u r a f u e m á s p r e p o n d e r a n t e incluso que en el Oeste, y t o m ó f o r m a s sin precedentes. Prusia representa quizá el límite extremo alcanzado p o r la militarización en la génesis de este Estado. El hincapié funcional en la guerra r e d u j o en este caso al naciente a p a r a t o de E s t a d o a u n s u b p r o d u c t o de la m á q u i n a militar de la clase dominante. El absolutismo del Gran Elector de B r a n d e m b u r g o había nacido, como ya hemos visto, en m e d i o de la confusión provocada p o r las expediciones suecas a través del Báltico en la década de 1650. Su evolución y articulación internas r e p r e s e n t a r o n u n a expresiva realización de la f r a s e de Treitschke: «La guerra es el p a d r e de la cultura y la m a d r e de la creación», p o r q u e toda la e s t r u c t u r a fiscal, la burocracia central y la administración local del Gran Elector comenzaron su existencia como subdep a r t a m e n t o s técnicos del Generalkriegskommissariat. A p a r t i r de 1679, d u r a n t e la guerra con Suecia, esta institución única se convirtió b a j o el m a n d o de Von G r u m b k o w en el órgano sup r e m o del a b s o l u t i s m o de los Hohenzollern. La burocracia prusiana, en o t r a s palabras, nació como u n a r a m a del ejército. El Generalkriegskommissariat constituía u n ministerio de la guerra y de hacienda omnicompetente, que no sólo m a n t e n í a un ejército p e r m a n e n t e , sino que r e c a u d a b a impuestos, regulab a la industria y s u m i n i s t r a b a el funcionariado provincial del E s t a d o de B r a n d e m b u r g o . El gran historiador p r u s i a n o Otto Hintze describió así el desarrollo de esta e s t r u c t u r a en el siglo siguiente: «Toda la organización del funcionariado estaba ligada a los objetivos militares y destinada a servirlos. Incluso los policías provinciales procedían de los comisariados de la guerra. Todo ministro de E s t a d o se titulaba s i m u l t á n e a m e n t e ministro de la guerra; todo consejero de las c á m a r a s administrativas y fiscales se titulaba s i m u l t á n e a m e n t e c o n s e j e r o de la guerra. Los antiguos oficiales se convertían en consejeros provinciales o, incluso, en presidentes y ministros; los funcionarios de la administración se reclutaban en su mayor p a r t e entre los antiguos interventores y comisarios de los regimientos; las posiciones más b a j a s se llenaban hasta ddnde era posible con
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suboficiales retirados o con inválidos de guerra. Todo el Est a d o adquiría así u n corte militar, y todo el sistema social se ponía al servicio del militarismo. Los nobles, burgueses y campesinos se limitaban a estar allí, cada u n o en su esfera, p a r a servir al Estado y travailler pour le roi de Prusse»24. A finales del siglo X V I I I , el p o r c e n t a j e de la población enrolada en el ejército era quizá c u a t r o veces superior al de la Francia contemporánea y se utilizaban implacables métodos coactivos p a r a reaprovisionarlo con desertores y campesinos e x t r a n j e r o s . El control del m a n d o p o r los j u n k e r s era p r á c t i c a m e n t e absoluto. Esta t r e m e n d a m á q u i n a militar absorbía n o r m a l m e n t e ent r e el 70 y el 80 p o r 100 de los ingresos fiscales del E s t a d o en tiempos de Federico II 2 6 . El absolutismo austríaco, como se verá más adelante, siemp r e tuvo u n a e s t r u c t u r a m u c h o más heteróclita, mezcla imperfecta de rasgos orientales y occidentales que correspondía a su base territorial mixta en E u r o p a central. Ninguna concentración comparable a la de Berlín prevaleció n u n c a en Viena. Con todo, hay que tener en cuenta que, desde la mitad del siglo xvi hasta finales del X V I I I , la tendencia centralizadora y el í m p e t u innovador d e n t r o del ecléctico sistema administrativo del Estado de los H a b s b u r g o provinieron del complejo militar imperial. D u r a n t e m u c h o tiempo, en efecto, sólo este complejo milit a r dio realidad práctica a la u n i d a d dinástica de las dispersas tierras gobernadas p o r los Habsburgo. Así, el Consejo S u p r e m o de la Guerra, o Hofkriegsrat, era el único organismo de gob i e r n o con jurisdicción en todos los territorios de los Habsburgo en el siglo xvi, y el único organismo ejecutivo que los unía b a j o la familia dominante. Aparte de sus deberes de defensa c o n t r a los turcos, el Hofkriegsrat era responsable de la directa administración civil de toda la b a n d a de territorio situada a lo largo de la f r o n t e r a sudoriental de Austria y Hungría, que estaba guarnecida con milicias de Grenzers s u j e t a s a su m a n d o . Su posterior papel en el crecimiento gradual de la centralización de los H a b s b u r g o y en la construcción de un absolutismo desarrollado f u e siempre determinante. «De todos los órganos centrales de gobierno, éste f u e p r o b a b l e m e n t e el que tuvo u n a influencia mayor p a r a p r o m o v e r la unificación de los diversos territorios hereditarios, y todos —incluyendo Bohemia y especialmente Hungría, p a r a cuya protección se había planeado ori-
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ginariamente— aceptaron su control s u p r e m o sobre los asuntos militares» 27. El ejército profesional que apareció t r a s la guerra de los Treinta Años rubricó la victoria de la dinastía sobre los Estados bohemios; sostenido por los impuestos sobre las tierras de Bohemia y de Austria, se convirtió en el p r i m e r a p a r a t o perm a n e n t e de gobierno en a m b o s reinos, y careció d u r a n t e m á s de un siglo de u n verdadero equivalente civil. También en las tierras magiares, la extensión del ejército de los H a b s b u r g o en Hungría a principios del siglo X V I I I provocó finalmente u n a unión política más estrecha con las otras posesiones dinásticas. El p o d e r absolutista, en este caso, residía exclusivamente en la r a m a militar del Estado: a p a r t i r de entonces, Hungría suministró a c a n t o n a m i e n t o s y tropas a los ejércitos de los Habsburgo, que o c u p a b a n un t e r r e n o geográfico situado, p a r a el resto de la administración imperial, más allá de sus f r o n t e r a s . Al m i s m o tiempo, los territorios recién conquistados y situados más hacia el Este, que se habían t o m a d o a los turcos, se pusieron b a j o control del ejército. El Consejo S u p r e m o de la Guerra gobernaba directamente Transilvania y el Banato, organizando y supervisando la colonización sistemática de estas tierras por inmigrantes germanos. La m a q u i n a r i a de guerra f u e siempre el a c o m p a ñ a m i e n t o más constante del desarrollo del absolutismo austríaco. Pero no por eso los ejércitos austríacos alcanzaron nunca la posición de sus equivalentes prusianos: la militarización del E s t a d o se vio bloqueada p o r los límites impuestos a su centralización. La carencia final de u n a unidad política rigurosa en los dominios de los H a b s b u r g o impidió un auge comparable del a p a r a t o militar d e n t r o del absolutismo austríaco. Por otra parte, el papel del a p a r a t o militar en Rusia apenas f u e menos i m p o r t a n t e que en Prusia. En su estudio sobre la especificidad histórica del imperio moscovita, Kliuchevsky com e n t a que «la p r i m e r a de estas peculiaridades era la organización guerrera del Estado. El imperio moscovita era la Gran Rus en armas» 2 8 . Los arquitectos más célebres de este edificio, Iván IV y Pedro I, diseñaron su sistema administrativo básico p a r a a u m e n t a r la capacidad bélica de Rusia. Iván IV intentó r e c o n s t r u i r todo el modelo de tenencia de la tierra en Moscovia p a r a convertirlo en tenencias de servicio, implicando cada vez más a la nobleza en obligaciones militares p e r m a n e n t e s p a r a
24
Hintze, Gesammelte Abhandlungen, I, p. 61. " Dorn, Competition for empire, p. 94. " A. J. P. Taylor, The course of Germán history,
21
Londres, 1961, p. 19.
tury,
21
H. F. Schwarz, The imperial Harvard, 1943, p. 26. V. O. Kliuchevsky, A history
Privy
Council
of Russia,
in the seventeenth
II, Londres, 1912, p. 319.
cen-
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con el E s t a d o moscovita. «La tierra se convirtió en u n m e d i o económico p a r a asegurar al E s t a d o u n servicio militar suficiente, y la propiedad de la tierra p o r la clase de los oficiales p a s ó a ser la base de u n sistema de defensa nacional» 2 9 . D u r a n t e la m a y o r p a r t e del siglo xvi h u b o u n estado de guerra permanente c o n t r a suecos, polacos, lituanos, t á r t a r o s y otros antagonistas. Finalmente, Iván IV se h u n d i ó en las largas guerras de Livonia, que t e r m i n a r o n en la catástrofe generalizada de la década de 1580. El «período de trastornos» y la posterior consolidación de la dinastía Románov desarrollaron, sin embargo, la tendencia básica a ligar la propiedad de la tierra con la construcción del ejército. Pedro I dio entonces su f o r m a m á s implacable y universal a este sistema. Toda la tierra quedó suj e t a a obligaciones militares y todos los nobles tenían que com e n z a r u n servicio indefinido al E s t a d o a la edad de quince años. Dos tercios de los m i e m b r o s de todas las familias nobles tenían que ingresar en el ejército, y sólo se permitía al tercer h i j o de cada familia c u m p l i r este servicio en la burocracia civil 30 . Los gastos militares y navales de P e d r o en 1724 — u n o de los pocos años de paz de su reinado— ascendieron al 75 p o r 100 de los ingresos del Estado 3 1 . La atención p r e f e r e n t e del E s t a d o absolutista a la guerra n o era gratuita; correspondía a movimientos de conquista y expansión m u c h o mayores que los que tuvieron lugar en Occidente. La cartografía del absolutismo del E s t e corresponde estrecham e n t e a su e s t r u c t u r a dinámica. Moscovia multiplicó unas doce veces su t a m a ñ o d u r a n t e los siglos xv y xvi, absorbiendo Novgorod, Kazán y Astracán. En el siglo XVII, el Estado ruso se expandió i n i n t e r r u m p i d a m e n t e con la anexión de Ucrania occidental y una p a r t e de Bielorrusia, m i e n t r a s que en el siglo X V I I I ocupó las tierras del Báltico, el r e s t o de Ucrania y Crimea. B r a n d e m b u r g o adquirió Pomerania en el siglo Xvn, y el Estado p r u s i a n o dobló después su t a m a ñ o con la conquista de Silesia en el siglo X V I I I . El Estado de los Habsburgo, b a s a d o en Austria, reconquistó Bohemia en el siglo XVII, y en el X V I I I había sometido a Hungría y anexionado Croacia, Transilvania y Oltenia, en los Balcanes. En fin, Rusia, Prusia y Austria se dividieron Polonia, que había sido el E s t a d o más grande de E u r o p a . La racionalidad y la necesidad de u n «superabsolutismo» para la clase feudal del Este recibió en este desenlace " Kliuchevsky, op. cit., p. 120. M. Beloff, «Russia», en Goodwin, comp., The European the 18th century, pp. 174-5. 31 V. O. Kliuchesvsky, A history of Russia, iv, pp. 144-5. 30
nobility
in
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final u n a demostración simétrica, a p a r t i r del e j e m p l o de su ausencia. La reacción feudal de los nobles prusianos y rusos llegó a su plenitud con u n absolutismo perfeccionado. Sus homólogos polacos, t r a s s o m e t e r a los campesinos de u n a form a n o menos feroz, no f u e r o n capaces de generar un absolutismo. Al p r e s e r v a r celosamente los derechos individuales de cada propietario contra todos los demás, y los de todos contra cualquier dinastía, la nobleza polaca cometió u n suicidio colectivo. Su miedo patológico a un p o d e r estatal central institucionalizó la a n a r q u í a nobiliaria. La consecuencia era previsible: Polonia f u e b o r r a d a del m a p a por sus vecinos, que d e m o s t r a r o n en el c a m p o de batalla la más alta necesidad del E s t a d o absolutista. Tanto en Prusia como en Rusia la militarización extrema del E s t a d o estaba ligada e s t r u c t u r a l m e n t e a la segunda característica principal del absolutismo, que radicaba en la naturaleza de la relación funcional e n t r e los propietarios feudales y las m o n a r q u í a s absolutas. La diferencia f u n d a m e n t a l e n t r e las variantes oriental y occidental puede verse en los respectivos modos de integración de la nobleza en la nueva b u r o c r a c i a creada p o r ellas. La venta de cargos n o existió en Prusia ni en Rusia en volumen considerable. Los j u n k e r s del este del Elba se habían caracterizado p o r su rapacidad pública en el siglo xvi, en el que h u b o u n a corrupción generalizada, malversación de fondos estatales, a r r e n d a m i e n t o s de sinec iras y manipulaciones del crédito real 3 2 . Esta f u e la época de dominio incontestado del Herrenstand y el Ritterschaft y de debilitamiento de toda a u t o r i d a d pública central. La llegada del absolutismo de los Hohenzollern en el siglo X V I I cambió radicalmente esta situación. A p a r t i r de entonces, el nuevo E s t a d o prusiano impuso una creciente probidad financiera sobre su administración. No se permitió la compra p o r los nobles de posiciones rentables en la burocracia. Significativamente, sólo en los enclaves de Cleves y Mark, en Renania, que eran socialmente m u c h o más avanzados y en los que había u n a floreciente burguesía u r b a n a , f u e f o r m a l m e n t e sancionada la c o m p r a de cargos p o r Federico Guillermo I y sus sucesores 3 3 . En Prusia, el c o n j u n t o de la burocracia oficial se caracterizaba p o r su concienzudo profesionalismo. En Rusia, p o r o t r a parte, los f r a u d e s y las malversaciones eran males endémicos en las m á q u i n a s del E s t a d o mos»! Hans Rosenberg, «The rise of the junkers in Brandenburg-Prussia 1410-1563», American Historical Review, octubre de 1943, p. 20. 13 Hans Rosenberg, Bureaucracy, aristocracy and autocracy: the Prussian experience, 1680-1815, Cambridge, 1958, p. 78.
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covita y de los Románov, que p e r d í a n de esta l o r m a u n a gran p r o p o r c i ó n de sus ingresos. Pero este f e n ó m e n o n o era m á s que u n a variedad directa y p r i m a r i a del peculado y el robo, a u n q u e en u n a escala e n o r m e y caótica. La venta de cargos p r o p i a m e n t e dicha —en cuanto sistema regulado y legal de r e c l u t a m i e n t o de u n a burocracia— n u n c a llegó a establecerse seriamente en Rusia. T a m p o c o f u e u n a práctica significativa en el E s t a d o austríaco, relativamente m á s avanzado, y que n u n c a poseyó —al c o n t r a r i o de algunos de los principales vecinos de la Alemania del sur— u n a clase «funcionarial» q u e h u b i e r a c o m p r a d o sus posiciones en la administración. Las razones p a r a esta diferencia general e n t r e el Este y el Oeste son evidentes. El completo estudio de S w a r t sobre la distribución del f e n ó m e n o de la venta de cargos hace hincapié c o r r e c t a m e n t e en su conexión con la existencia de u n a clase comercial local 3 4 . En o t r a s palabras, la venta de cargos en Occidente correspondió a la sobredeterminación del ú l t i m o E s t a d o feudal p o r el r á p i d o crecimiento del capital mercantil y m a n u f a c t u r e r o . El vínculo contradictorio que el capital establecía e n t r e el cargo público y las personas privadas r e f l e j a b a las concepciones medievales de soberanía y contrato, en las que todavía no existía u n orden público impersonal; p e r o s i m u l t á n e a m e n t e era un vínculo monetario, que r e f l e j a b a la presencia y la interferencia de u n a economía monetaria y de sus f u t u r o s dueños, la burguesía u r b a n a . Mercaderes, abogados y b a n q u e r o s tenían acceso a la m á q u i n a del E s t a d o si podían pagar las s u m a s necesarias p a r a c o m p r a r su posición en él. La naturaleza mercantil de la transacción era también, p o r supuesto, u n indicio de la relación interclasista establecida e n t r e la aristocracia d o m i n a n t e y su E s t a d o : la unificación p o r m e d i o de la corrupción y no de la coacción p r o d u j o un absolut i s m o más suave y m á s avanzado. En el Este, p o r el contrario, n o había ninguna burguesía u r b a n a que p u d i e r a m o d i f i c a r el c a r á c t e r del E s t a d o absolutista, el cual, p o r tanto, n o f u e a t e m p e r a d o p o r u n sector mercantil. Ya h e m o s h a b l a d o de la sofocante política a n t i u r b a n a de las noblezas p r u s i a n a y polaca. En Rusia, los zares controlaban el comercio — f r e c u e n t e m e n t e a través de sus propias e m p r e s a s monopolistas— y a d m i n i s t r a b a n las ciudades. A menudo, los residentes en las ciudades eran siervos, lo que constituía u n caso único. La consecuencia f u e que el h í b r i d o fenóm e n o de la venta de cargos resultó impracticable. Los principios feudales p u r o s h a b r í a n de dirigir la construcción de la maqui14
K. W. Swart, Sale of offices
in the seventeenth
century,
p. 96.
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naria estatal. El m e c a n i s m o de u n a nobleza de servicio f u e en m u c h o s aspectos el correlato oriental de la venta de cargos occidental. La clase de los j u n k e r s prusianos f u e i n c o r p o r a d a d i r e c t a m e n t e al Comisariado de la Guerra y a sus servicios financiero y fiscal p o r medio de su r e c l u t a m i e n t o p a r a el Estado. En la burocracia civil siempre h u b o u n a i m p o r t a n t e dosis de elementos n o aristocráticos que n o r m a l m e n t e eran ennoblecidos u n a vez que habían alcanzado las posiciones superiores 3 5 . En el campo, los j u n k e r s m a n t e n í a n u n control riguroso del Gutsbezirke local y, p o r tanto, estaban investidos con u n a completa panoplia de poderes fiscales, jurídicos, de policía y de reclutam i e n t o p a r a el servicio militar sobre los campesinos. Los órganos burocráticos provinciales de la administración central del siglo xviii, sugerentemente llamados Kriegs - und - Domanen Kammern (Cámaras de la Guerra y los Dominios), también estaban cada vez más dominados p o r ellos. En el m i s m o ejército, el m a n d o de oficiales constituía la reserva profesional de la clase terrateniente. «Sólo los jóvenes nobles eran admitidos en las compañías o escuelas de cadetes que había f u n d a d o [Federico Guillermo I], y los nobles sin n o m b r a m i e n t o de oficial eran incluidos p o r su n o m b r e en los i n f o r m e s trimestrales realizados p a r a su hijo, con lo que se indicaba que los nobles se consideraban, eo ipso, aspirantes a oficiales. Aunque m u c h o s plebeyos ascendieron a oficiales b a j o la presión de la guerra de sucesión española, f u e r o n purgados i n m e d i a t a m e n t e después de su final. La nobleza se convirtió de esta f o r m a en u n a nobleza militar, identificaba sus intereses con los del E s t a d o que le concedía posiciones de h o n o r y de beneficio» 36. En Austria n o había u n a j u s t e tan e s t r e c h o e n t r e el a p a r a t o del E s t a d o absolutista y la nobleza; la heterogeneidad insuperable de las clases terratenientes de los reinos de los Habsburgo lo imposibilitaba. Con todo, t a m b i é n aquí tuvo lugar u n movimiento p r o f u n d o a u n q u e incompleto hacia la creación de u n a nobleza de servicio. A la reconquista de Bohemia p o r los H a b s b u r g o d u r a n t e la guerra de los Treinta Años siguió la sistemática destrucción de la vieja aristocracia checa y g e r m a n a de las tierras de Bohemia, en las que se asentó u n a nobleza nueva y e x t r a n j e r a , de fe católica y orígenes cosmopolitas, que debía p o r completo sus propiedades y f o r t u n a s a la voluntad de la dinastía que la había creado. La nueva aristocracia «bohemia» suministró a p a r t i r de entonces el contingente d o m i n a n t e 35
Rosenberg, Bureaucracy, aristocracy and " Carsten, The origins of Prussia, p. 272.
autocracy,
pp. 139-43.
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de c u a d r o s del E s t a d o de los Habsburgo, convirtiéndose así en la m á s i m p o r t a n t e base social del absolutismo austríaco. Pero el radicalismo a b r u p t o de su construcción desde a r r i b a n o se r e p r o d u j o en las f o r m a s subsiguientes de su integración en la m á q u i n a del E s t a d o : el complejo sistema político dinástico dirigido p o r los H a b s b u r g o hacía imposible u n a cooptación burocrática u n i f o r m e y «regulada» de la nobleza p a r a el servicio del absolutismo 3 7 . Las posiciones militares p o r encima de ciertos rangos y tras d e t e r m i n a d o s períodos de servicio conferían títulos nobiliarios de f o r m a automática, p e r o n o surgió ningún vínculo general o institucionalizado e n t r e el servicio al E s t a d o y el o r d e n aristocrático, lo q u e significó la decadencia final de la fuerza internacional del a b s o l u t i s m o austríaco. E n el m á s primitivo m e d i o social de Rusia, los principios de u n a nobleza de servicio h a b r í a n de llegar m u c h o m á s lejos incluso q u e en Prusia. Iván IV p r o m u l g ó en 1556 u n decreto q u e hacía obligatorio p a r a todos los señores el servico militar, y d e t e r m i n a b a el c u p o exacto de soldados que debía suminist r a r cada u n i d a d de tierra, con lo q u e se consolidaba la clase pomeshchik de nobleza media que había comenzado a a p a r e c e r b a j o su predecesor. A la inversa, sólo las p e r s o n a s al servicio del E s t a d o podían poseer legalmente la tierra en Rusia a p a r t i r de este decreto, con excepción de las instituciones religiosas. Este sistema n u n c a alcanzó en la práctica la universalidad ni la eficacia que se le confería en la ley, y n o acabó en absoluto con el p o d e r a u t ó n o m o de la a n t e r i o r clase p o t e n t a d a de los boyardos, que mantuvieron sus tierras como posesión alodial. Pero, a p e s a r de los m u c h o s vaivenes y retrocesos, los sucesores de Iván h e r e d a r o n y desarrollaron la o b r a de éste. Blum hace el siguiente c o m e n t a r i o sobre el p r i m e r soberano Románov: «El E s t a d o que Miguel f u e llamado a gobernar constituía u n tipo único de organización política. E r a u n E s t a d o de servicios, y el zar era su soberano absoluto. Las actividades y obligaciones de todos los súbditos, desde el m á s grande de los señores hasta el m á s í n f i m o de los campesinos, e s t a b a n d e t e r m i n a d a s p o r el E s t a d o de a c u e r d o con sus propios intereses y políticas. Todos los súbditos e s t a b a n obligados a d e t e r m i n a d a s funciones específicas que se p r o g r a m a b a n p a r a p r e s e r v a r y engrandecer el p o d e r y la a u t o r i d a d del Estado. Los señores e s t a b a n obligados a p r e s t a r servicio en el e j é r c i t o y en la burocracia, y los cam37 Schwarz afirma, sin embargo, que la vieja y alta nobleza del Estado de los Habsburgo debía fundamentalmente su poder al servicio en el Consejo Privado imperial durante el siglo xvii: The imperial Privy Council in the seventeenth century, p. 410.
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pesinos e s t a b a n atados a los señores p a r a proporcionarles los medios con los que cumplir su servicio al Estado. Todas las libertades y privilegios de los que u n súbdito podía gozar le correspondían tan sólo en la medida en que el E s t a d o se las p e r m i t í a como p r e r r e q u i s i t o de la función que cumplía a su servicio» 3 8 . Pero esto es u n a evocación retórica de las pretensiones de la autocracia zarista o samoderzhavie, y n o u n a descripción de la verdadera e s t r u c t u r a del Estado: las realidades prácticas de la formación social rusa estaban muy lejos de cor r e s p o n d e r al omnipotente sistema político sugerido en este p á r r a f o . La teoría ideológica del absolutismo r u s o nunca coincidió con sus poderes materiales, que siempre f u e r o n m u c h o m á s limitados de lo que los observadores occidentales —prestos a m e n u d o a las exageraciones propias de los viajeros— tendían a creer. Con todo, si se a d o p t a u n a perspectiva europea comparativa, la peculiaridad del complejo servicio moscovita es innegable. A finales del siglo X V I I y principios del XVIII, P e d r o I radicalizó todavía m á s sus principios normativos. Al mezclar las tierras condicionadas y hereditarias, Pedro I asimiló las clases pomeshchik y boyar. A p a r t i r de entonces, todos los nobles debieron convertirse en servidores p e r m a n e n t e s del zar. La burocracia del E s t a d o se dividió en catorce rangos; los ocho superiores implicaban u n a condición noble hereditaria, y los seis inferiores u n a condición aristocrática n o hereditaria. De esta f o r m a , los rangos feudales y la j e r a r q u í a b u r o c r á t i c a se fundieron orgánicamente: el m e c a n i s m o de la nobleza de servicio convirtió en principio al E s t a d o en un simulacro de la estruct u r a de la clase terrateniente, b a j o el p o d e r centralizado de su delegado «absoluto».
" Jerome Blum, Lord
and peasant
in Russia,
p. 150.
2.
NOBLEZA Y MONARQUIA: LA VARIANTE ORIENTAL
Es preciso d e t e r m i n a r ahora el significado histórico de la nobleza de servicio, y la m e j o r f o r m a de hacerlo es considerar la evolución —esta vez en el Este— de las relaciones e n t r e la clase feudal y su Estado. Ya hemos visto que antes de la expansión del feudalismo occidental hacia el Este, d u r a n t e la Edad Media, las principales formaciones sociales eslavas de E u r o p a oriental n o habían p r o d u c i d o ningún sistema político feudal, plenamente articulado, del tipo q u e había surgido de la síntesis romanogermánica en Occidente. Todas ellas se e n c o n t r a b a n en diferentes estadios de la transición e n t r e las incipientes federaciones tribales de los asentamientos originarios y j e r a r q u í a s sociales estratificadas con e s t r u c t u r a s de E s t a d o estabilizadas. Como se( recordará, el modelo más característico c o m b i n a b a u n a aristocracia guerrera d o m i n a n t e con u n a población heteróclita de campesinos libres, siervos p o r deudas o esclavos capturados, m i e n t r a s que la e s t r u c t u r a del E s t a d o estaba todavía muy cerca del sistema de séquitos a c o m p a ñ a n t e s de los jefes militares tradicionales. Ni siquiera la Rusia de Kiev, que era el sector m á s avanzado de toda la región, había p r o d u c i d o todavía u n a mon a r q u í a hereditaria y unificada. El impacto del feudalismo occidental sobre las formaciones sociales del Este ya se h a discutido en lo que se refiere a sus efectos sobre el m o d o de producción d o m i n a n t e en las tierras y las aldeas, así como sobre la organización de las ciudades. Sin embargo, se ha estudiado menos su influencia sobre la propia nobleza, a pesar de que, como ya hemos visto, d e n t r o de la clase dominante se p r o d u j o u n a evidente y creciente adaptación a las n o r m a s j e r á r q u i c a s occidentales. En Bohemia y Polonia, p o r ejemplo, la alta aristocracia se f u e p e r f i l a n d o precisamente desde mediados del siglo XII hasta principios del xiv, esto es, en el período culmin a n t e de la expansión germana; también fue entonces c u a n d o aparecieron los rytiri y vladky o caballeros checos, j u n t o con los grandes barones, m i e n t r a s que en ambos países se a d o p t a b a el u s o de blasones y títulos procedentes de Alemania en la se-
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g u n d a m i t a d del siglo x i n ' . E n la m a y o r p a r t e de los países orientales, el sistema de títulos se t o m ó del u s o g e r m a n o (y m á s adelante danés): conde, margrave, duque, f u e r o n p a l a b r a s a d o p t a d a s sucesivamente p o r las lenguas eslavas. Sin embargo, t a n t o d u r a n t e la era de expansión económica de los siglos xi y x n , como en la de contracción de los dos siglos siguientes, hay q u e observar dos rasgos f u n d a m e n t a l e s de la clase d o m i n a n t e del Este, que son anteriores a la ausencia de u n a síntesis feudal del tipo occidental. En p r i m e r lugar, la institución de la posesión condicional —esto es, el sistema prop i a m e n t e feudal— n u n c a estuvo r e a l m e n t e a r r a i g a d o más allá del E l b a 2 . Es cierto que este sistema siguió inicialmente el cam i n o de la colonización g e r m a n a y siempre tuvo más fuerza en las tierras al este del Elba, ocupadas p e r m a n e n t e m e n t e p o r los j u n k e r s germanos, que en cualquier o t r a parte. Pero las propiedades g e r m a n a s que estaban obligadas a p r e s t a r servicios de caballería en el Este eran legalmente alodiales en el siglo xiv, a u n q u e tuviesen obligaciones militares 3 . En el siglo xv, las ficciones jurídicas f u e r o n cada vez m á s ignoradas en Brandemburgo, y el Rittergut tendió a convertirse en u n a propiedad patrimonial (proceso que n o era diferente, en este sentido, de lo q u e estaba o c u r r i e n d o en Alemania occidental). T a m p o c o en los o t r o s países p u d o establecerse con firmeza la posesión condicional. En Polonia, las propiedades alodiales f u e r o n más numerosas que los feudos d u r a n t e la E d a d Media, pero, como en Alemania oriental, a m b o s tipos de p r o p i e d a d estaban obligadas a la prestación de servicios militares, a u n q u e esta obligación era más ligera p a r a las p r i m e r a s . A p a r t i r de la segunda m i t a d del siglo xv, la nobleza logró convertir m u c h a s propiedades feudales en alodiales, c o n t r a los esfuerzos de la m o n a r q u í a p o r invertir este proceso. Desde 1561 hasta 1588, la Sejm a p r o b ó u n a serie de decretos que c o n m u t a b a n en todas p a r t e s las pro1 F. Dvornik, The slavs: their early history and civilization, Boston, 1956, p. 324; The Slavs in European history and civilization, New Brunswick, 1962, pp. 121-8. 2 Bloch se percató de esto, aunque ofreciera una explicación engañosamente culturalista, al afirmar que «los eslavos nunca conocieron» la diferencia entre concesiones por servicios y donaciones incondicionales. Véase su nota «Feodalité et noblesse polonaises», Annales, enero de 1939, pp. 53-4. En realidad, la concesión de tierra a cambio de servicios fue conocida en Rusia desde el siglo xiv al xvi y apareció más tarde en el sistema de pomestie. ' Hermann Aubin, «The lands east of the Elbe and Germán colonization eastwards», en The agrarian life of the Middle Ages, p. 476.
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piedades feudales p o r alodiales 4 . En Rusia, como h e m o s visto, la propiedad característica de los boyardos siempre f u e la votchina alodial; la imposición desde a r r i b a del sistema condicional de pomestie f u e o b r a posterior de la autocracia zarista. E n todas estas tierras había pocos o ningún señorío i n t e r m e d i o e n t r e los caballeros y los monarcas, del tipo del tenente in capite q u e tan i m p o r t a n t e papel jugó en las compactas j e r a r q u í a s feudales de Occidente. Las cadenas complejas de subvasallaje o subinfeudación eran p r á c t i c a m e n t e desconocidas. Por otra parte, la a u t o r i d a d pública t a m p o c o estuvo n u n c a tan limitada o dividida j u r í d i c a m e n t e como en el Occidente medieval. Los cargos administrativos locales de todas estas tierras se recibían p o r n o m b r a m i e n t o m á s que p o r herencia, y los soberanos conservaban el derecho f o r m a l de i m p o n e r contribuciones a toda la población campesina, que n o q u e d a b a sustraída del dominio público p o r medio de jurisdicciones e inmunidades privadas, a u n q u e en la práctica los poderes fiscales y legales de los príncipes o los d u q u e s f u e r a n a m e n u d o m u y limitados. El resultado f u e la presencia de u n a red de relaciones intrafeudales m u c h o menos t r a b a d a que en Occidente. No hay d u d a de que este modelo estaba ligado a la implantación espacial del feudalismo del Este. Así como las vastas y > escasamente pobladas extensiones de tierra crearon a la nobleza del Este p r o b l e m a s específicos de explotación del t r a b a j o , a causa de la posibilidad de huidas, t a m b i é n crearon p r o b l e m a s especiales p a r a la integración j e r á r q u i c a de la nobleza p o r los príncipes y señores. El carácter f r o n t e r i z o de las formaciones sociales del Este hacía e x t r e m a d a m e n t e difícil p a r a los soberanos dinásticos i m p o n e r la obediencia ligia a los colonizadores y terratenientes militares, en u n medio sin límites en el que los aventureros a r m a d o s y las veleidades anárquicas eran muy a b u n d a n t e s . Como consecuencia de esto, la solidaridad feudal vertical era m u c h o m á s débil que en Occidente. Había pocos lazos orgánicos que atasen i n t e r n a m e n t e e n t r e sí a las distintas aristocracias. Esta situación no se vio t r a n s f o r m a d a sustancialm e n t e p o r la introducción del sistema señorial d u r a n t e la gran crisis del feudalismo europeo. La agricultura de reservas señoriales y el t r a b a j o servil alinearon a h o r a m á s e s t r e c h a m e n t e la agricultura del Este con las n o r m a s de producción del p r i m e r período medieval de Occidente. Pero la reacción señorial que 4 P. Skwarzynski, «The problem of feudalism in Poland up to the beginning of the 16th century», Slavonic and East European Review, 34, 1955-6, pp. 296-9.
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creó estas nuevas condiciones n o r e p r o d u j o s i m u l t á n e a m e n t e el específico sistema feudal q u e las había acompañado. Una consecuencia de este hecho f u e la concentración del p o d e r señorial sobre el campesinado hasta u n p u n t o desconocido en Occidente, donde la soberanía f r a g m e n t a d a y la p r o p i e d a d escalonada crear o n jurisdicciones plurales sobre los villanos, con confusiones y solapamientos que favorecían o b j e t i v a m e n t e la resistencia campesina. En E u r o p a oriental, p o r el contrario, el señorío territorial, personal y económico se f u n d í a generalmente en u n a sola a u t o r i d a d señorial, que ejercía derechos a c u m u l a d o s sobre sus súbditos siervos 5 . Esta concentración de poderes llegaba tan lejos que en Rusia y en Prusia los siervos podían venderse, p o r s e p a r a d o de las tierras en las que t r a b a j a b a n , a o t r o s propietarios, lo que constituía u n a situación de dependencia personal cercana a la esclavitud. El sistema señorial n o afectó, pues, inicialmente, al tipo p r e d o m i n a n t e de posesión aristocrática de la tierra, a u n q u e lo amplió e n o r m e m e n t e a costa de las tierras comunes de las aldeas y de las p e q u e ñ a s propiedades campesinas. Si algo hizo este sistema f u e a u m e n t a r el p o d e r despótico local d e n t r o de la clase señorial. La doble presión que creó f i n a l m e n t e u n E s t a d o absolutista en el Este se h a esbozado más arriba. Es preciso insistir a h o r a en que la transición hacia el a b s o l u t i s m o n o podía seguir el m i s m o r u m b o que en Occidente, a causa no sólo del aplastamiento de las ciudades o de la s e r v i d u m b r e del campesinado, sino t a m b i é n del c a r á c t e r específico de la nobleza que la llevó a cabo. E s t a nobleza no había e x p e r i m e n t a d o ningún proceso de adaptación secular a u n a j e r a r q u í a feudal relativamente disciplinada que la p r e p a r a s e p a r a su integración en u n absolutismo aristocrático. A p e s a r de esto, al e n f r e n t a r s e con los peligros históricos de la conquista e x t r a n j e r a o de las deserciones campesinas, la nobleza necesitó u n i n s t r u m e n t o capaz de dotarla ex novo de una unidad de hierro. El tipo de integración política realizado p o r el absolutismo en Rusia y en Prusia siempre llevó la m a r c a de esta originaria situación de clase. H e m o s s u b r a y a d o en qué medida la h o r a del absolutismo se adelantó en la E u r o p a oriental; en qué medida era u n a e s t r u c t u r a de Estado situada p o r delante de las formaciones sociales q u e le servían de base, para nivelar a los estados occidentales que estab a n f r e n t e a ellas. Ahora es preciso s u b r a y a r el reverso de esta 5 Skazkin trata correctamente este punto: «Osnovnye problemy tak nazyvaemovo "vtorovo izdaniya krepostnichestva" v srednei i vostochnoi Evrope», pp. 99-100.
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m i s m a relación dialéctica. La construcción del «moderno» edificio absolutista necesitaba precisamente la creación de la relación de servicios «arcaica» que había sido característica del sist e m a feudal de Occidente. Antes, esta relación nunca había arraigado p r o f u n d a m e n t e en el Este, y precisamente c u a n d o estaba desapareciendo en Occidente, p o r la llegada del absolutismo, comenzó a a p a r e c e r en el Este por exigencias del absolutismo. El caso más claro fue, n a t u r a l m e n t e , Rusia. Los siglos medievales, t r a s la caída del E s t a d o de Kiev, habían conocido u n a a u t o r i d a d política mediatizada y u n a relación m u t u a de soberanía y vasallaje entre príncipes y señores, pero a m b a s estab a n disociadas del señorío territorial y de la posesión de la tierra, que seguían b a j o el dominio de la votchina alodial de la clase b o y a r d a 6 . Sin embargo, a p a r t i r de los comienzos de la época m o d e r n a , todos los avances del zarismo se construyeron sobre la conversión de las posesiones alodiales en condicionales, con la implantación del sistema de pomestie en el siglo Xvi, su p r e d o m i n i o sobre la votchina en el x v n y la mezcla final de ambos en el XVIII. Por vez p r i m e r a , la tierra se poseía a h o r a a cambio de servicios caballerescos al gran señor feudal, el zar, en lo que era u n a réplica del feudo del Occidente medieval. E n Prusia no h u b o u n a t r a n s f o r m a c i ó n jurídica tan radical de. la posesión de la tierra, a p a r t e de la recuperación en gran escala de las tierras reales t r a s las enajenaciones del siglo xvi, debido a q u e todavía sobrevivían las huellas del sistema feudal. P e r o t a m b i é n aquí la dispersión horizontal de los j u n k e r s f u e rota p o r una rigurosa integración vertical en el E s t a d o absolutista b a j o el imperativo ideológico de la obligación universal de la clase nobiliaria de servir a su soberano feudal. De hecho, el ethos del servicio militar al E s t a d o h a b r í a de ser m u c h o más p r o f u n d o en Prusia que en Rusia, y al final habría de p r o d u c i r la aristocracia europea p r o b a b l e m e n t e más fiel y disciplinada. Así pues, en Prusia f u e m u c h o menos necesaria la r e f o r m a legal y la coacción material que el zarismo tuvo que aplicar de f o r m a tan implacable en su esfuerzo p a r a forzar a la clase terrateniente rusa al servicio militar al E s t a d o 7 . En a m b o s casos, 6 Hay una excelente delimitación y discusión del modelo histórico aplicable a las tierras rusas en el texto, extremadamente lúcido, de Vernadsky, «Feudalism in Russia», Specitltitn, vol. 14, 1939, pp. 300-23. A la luz del posterior sistema de pomestie, es importante subrayar que las relaciones vasalláticas del período medieval fueron auténticamente contractuales y recíprocas, como puede verse por los homenajes de la época. Una descripción y ejemplos de esto pueden verse en Alexandre Eck, Le Moyen Age russe, pp. 195-212. 7 Debe observarse, sin embargo, que el absolutismo prusiano no des-
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sin embargo, el r e s u r g i m i e n t o de la relación de servicio en Europa i n t r o d u j o , de hecho, u n a drástica modificación en ella, p o r q u e el servicio militar exigido n o se p r e s t a b a simplemente a u n señor principal en la cadena mediatizada de dependencia personal que era la j e r a r q u í a feudal de la época medieval, sino a u n supercentralizado E s t a d o absolutista. Este desplazamiento de la relación p r o d u j o dos consecuencias inevitables. En p r i m e r lugar, el servicio exigido ya no era una ocasional y a u t ó n o m a acción de a r m a s p o r u n caballero a la llamada de su superior feudal, como por e j e m p l o la convencional cabalgada de c u a r e n t a días estipulada en el sistema feudal n o r m a n d o , sino que era la e n t r a d a en u n a p a r a t o burocrático y su carácter tendía a convertirse en algo vocacional y p e r m a n e n t e . En este sentido, el e x t r e m o se alcanzó con los decretos de Pedro I, que hacían a la dvoriantsvo rusa legalmente responsable de p r e s t a r servicio al E s t a d o d u r a n t e toda su vida. Una vez más, la m i s m a ferocidad e irrealismo de este sistema r e f l e j a b a la e n o r m e dificultad de integrar a la nobleza rusa en el a p a r a t o zarista m á s que u n v e r d a d e r o éxito de esta empresa. En Prusia no h u b o ninguna necesidad de estas medidas extremas, p o r q u e la clase de los j u n k e r s f u e desde el principio m á s reducida y m á s dócil. En a m b o s casos, sin embargo, es evidente que el servicio p r o p i a m e n t e b u r o c r á t i c o —fuese militar o civil— contradice u n o de los principios f u n d a m e n t a l e s del c o n t r a t o feudal de la época medieval en Occidente, a saber, su naturaleza recíproca. El sistema de feudos siempre tuvo u n c o m p o n e n t e explícito de reciprocidad: el vasallo n o sólo tenía obligaciones hacia su señor, sino también derechos que el señor estaba obligado a respetar. El derecho medieval incluía expresamente la noción de felonía señorial, esto es, la r u p t u r a ilegal de la relación p o r el superior feudal y n o p o r el inferior. Ahora bien, es evidente que esta reciprocidad personal, con sus garantías legales relativamente estrictas, era incompatible con un absolutismo pleno, que p r e s u p o n í a un p o d e r nuevo y unilateral del a p a r a t o central del Estado. Por eso, el segundo rasgo distintivo de la relación de servicio en el Este fue, de hecho y necesariamente, su heteronomía. El pomeshchik no era u n vasallo que pudiera exigir sus propios derechos c o n t r a el zar; era u n servidor, que recibía tierras de la autocracia y q u e d a b a obligado deñó la coacción cuando la juzgó necesaria. El Rey Sargento prohibió a los junkers ¡os viajes al extranjero, salvo con su expreso permiso, para obligarles a cumplir sus deberes de oficiales en el ejército. A. Goodwin, «Prussia», en Goodwin, comp., The European nobility in the 18th century, página 88.
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a u n a obediencia incondicional. Su sumisión era legalmente directa e inequívoca y n o estaba mediatizada p o r las instancias intermedias de u n a j e r a r q u í a feudal. E s t a extrema concepción zarista n u n c a f u e asimilada p o r Prusia, p e r o también aquí se dio u n a llamativa carencia del f u n d a m e n t a l elemento de reciprocidad en los vínculos entre el j u n k e r y el E s t a d o de los Hohenzollern. El ideal del Rey Sargento se expresa c l a r a m e n t e en esta petición: «Tenéis que servirme con la vida y la m u e r t e , con la casa y la riqueza, con el honor y la conciencia; debéis entregarlo todo, excepto la salvación eterna, que pertenece a Dios. Pero todo lo d e m á s es mío» 8 . E n ninguna otra p a r t e llegó a p e n e t r a r t a n t o en la clase t e r r a t e n i e n t e el culto a la obediencia militar mecánica (la Kadavergehorsamkeit de la b u r o c r a c i a y el e j é r c i t o prusianos). Así pues, en el Este n u n c a se p r o d u j o u n a réplica p e r f e c t a de la síntesis feudal occidental, ni antes ni después de la última crisis medieval. Antes bien, los elementos componentes de este feudalismo f u e r o n reconstruidos en u n a serie de combinaciones asincrónicas, sin que ninguna de ellas llegara a poseer nunca la plenitud ni la u n i d a d de la síntesis originaria. Así, el sistema señorial funcionó t a n t o b a j o la a n a r q u í a nobiliaria como b a j o el absolutismo centralizado; existió soberanía f r a g m e n t a d a , p e r o en épocas de posesión incondicional; las posesiones condicionadas aparecieron, pero con obligaciones de servicio n o recíprocas, y la j e r a r q u í a feudal f u e codificada en el m a r c o de la b u r o c r a c i a estatal. El absolut i s m o representó la m á s p a r a d ó j i c a reconjugación de todos estos elementos; en t é r m i n o s occidentales, u n a extraña mezcla de est r u c t u r a s m o d e r n a s y medievales, consecuencia de la específica t e m p o r a l i d a d «condensada» del Este. La adaptación de los terratenientes de E u r o p a oriental a la implantación del absolutismo no f u e un proceso lineal, sin vicisitudes, como t a m p o c o lo había sido en Occidente. De hecho, la szlachta polaca —caso único en E u r o p a — d e s b a r a t ó todos los esfuerzos p o r crear u n f u e r t e E s t a d o dinástico, p o r razones de las que se h a b l a r á más adelante. En general, sin embargo, la relación e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza siguió en el Este u n a trayectoria similar a la del Oeste, a u n q u e con algunas características propias, regionalmente significativas. Así, d u r a n t e el siglo xvi prevaleció u n a relativa despreocupación aristocrática, seguida en el X V I I p o r conflictos y t u m u l t o s de gran amplitud, q u e d e j a r o n paso en el X V I I I a u n a nueva y confiada • R. A. Dorwart, The administrative reforms of Frederick Prussia, Cambridge (Massachusetts), 1953, p. 226.
William
I of
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concordia. Pero esta p a u t a política se distinguió de la Occidental en cierto n ú m e r o de i m p o r t a n t e s aspectos. Para empezar, el proceso de construcción del E s t a d o absolutista comenzó en el Este m u c h o m á s tarde. En la E u r o p a oriental del m i s m o siglo n o h u b o ningún equivalente a las m o n a r q u í a s renacentistas de E u r o p a occidental. B r a n d e m b u r g o era todavía u n r e m a n s o provincial sin ningún poder principesco notable; Austria e s t a b a paralizada en el sistema medieval imperial del Reich; Hungría había p e r d i d o su dinastía tradicional y había sido a m p l i a m e n t e d o m i n a d a p o r los turcos; Polonia se m a n t e n í a c o m o u n a manc o m u n i d a d aristocrática; Rusia e x p e r i m e n t a b a u n a autocracia p r e m a t u r a y forzada que m u y p r o n t o sucumbió. El único país que p r o d u j o u n a genuina cultura renacentista f u e Polonia, cuyo sistema estatal era p r á c t i c a m e n t e u n a república nobiliaria. El único país que tuvo u n a poderosa m o n a r q u í a protoabsolutista f u e Rusia, cuya c u l t u r a p e r m a n e c i ó en u n a situación m u c h o m á s primitiva q u e la de cualquier o t r o E s t a d o de la zona. Al estar desunidos, a m b o s fenómenos tuvieron c o r t a duración. Los estados absolutistas d u r a d e r o s sólo pudieron erigirse en el Este d u r a n t e el siglo siguiente, después de la plena integración milit a r y diplomática del continente en u n solo sistema internacional, y de la consiguiente presión occidental q u e le acompañó. El destino de las asambleas de E s t a d o s en esta zona f u e el índice más claro de los avances del absolutismo. Los tres sist e m a s de E s t a d o s m á s f u e r t e s del E s t e eran los de Polonia, Hungría y Bohemia, que reivindicaban p a r a sí el derecho constitucional de elegir a sus respectivos monarcas. La Sejm polaca, asamblea bicameral en la que sólo estaban r e p r e s e n t a d o s los nobles, n o sólo f r u s t r ó la ascensión de u n a a u t o r i d a d monárquica central en la m a n c o m u n i d a d después de sus trascendentales victorias del siglo xvi, sino que i n c r e m e n t ó las prerrogativas anárquicas de la nobleza con la introducción en el siglo X V I I del liberum veto, p o r el q u e cualquier m i e m b r o de la Sejm podía disolverla con u n simple voto negativo. El caso polaco f u e el único en E u r o p a : la posición de la aristocracia era tan i n q u e b r a n t a b l e q u e ni siquiera h u b o en esta época u n conflicto serio e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza, p o r q u e ningún rey electivo a c u m u l ó n u n c a el p o d e r suficiente p a r a e n f r e n t a r s e a la szlachta. E n Hungría, p o r otra parte, los tradicionales Estados chocaron f r o n t a l m e n t e con la dinastía H a b s b u r g o c u a n d o ésta procedió a la centralización administrativa desde finales del siglo xvi. La nobleza magiar, alentada p o r u n p a r t i c u l a r i s m o nacionalista y protegida p o r el p o d e r í o turco, resistió al absol u t i s m o con todas sus fuerzas. Ninguna o t r a nobleza europea
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h a b r í a de sostener luchas t a n feroces y persistentes c o n t r a la u s u r p a c i ó n de la m o n a r q u í a . No menos de c u a t r o veces en el espacio de cien años —en 1604-8, 1620-1, 1678-82 y 1701-11, b a j o Bocskay, Bethlen, Tókólli y Rákóczi—, los sectores más importantes de la clase t e r r a t e n i e n t e h ú n g a r a se levantaron en rebelión a r m a d a c o n t r a la Hofburg. Al final de esta prolongada y virulenta contienda, el s e p a r a t i s m o magiar q u e d ó destrozado, y Hungría o c u p a d a p o r los ejércitos absolutistas unificados, m i e n t r a s que los siervos locales eran sometidos a u n a contribución central. Pero en casi todos los otros aspectos se mantuvier o n los privilegios de los Estados, y la soberanía de los Habsb u r g o en Hungría sólo f u e u n a débil s o m b r a de su equivalente en Austria. En Bohemia, por el contrario, la rebelión de los Snem, que precipitó la guerra de los Treinta Años, f u e aplastada en la batalla de la Montaña Blanca en 1620. La victoria del absolutismo austríaco f u e completa y definitiva, liquidando enteram e n t e a la vieja nobleza bohemia. Los sistemas de E s t a d o s sobrevivieron f o r m a l m e n t e en Austria y en Bohemia, pero a p a r t i r de entonces f u e r o n obedientes c a j a s de resonancia de la dinastía. En las dos zonas que dieron origen a los estados absolutistas m á s desarrollados y dominantes de E u r o p a oriental, la' p a u t a histórica f u e diferente. En Prusia y en Rusia no h u b o grandes rebeliones aristocráticas contra la llegada de u n E s t a d o centralizado. Por el contrario, es digno de mención que, en la difícil fase de transición hacia el absolutismo, la nobleza de estos países jugó u n papel menos p r o m i n e n t e en las rebeliones políticas de la época que sus h o m ó n i m o s de Occidente. Los estados de los Hohenzollern o los Románov nunca se enfrent a r o n con ningún v e r d a d e r o equivalente de las guerras de religión, la Fronda, la rebelión catalana y ni siquiera el Peregrinaje de Gracia. En a m b o s países, el sistema medieval de E s t a d o s desapareció hacia finales del siglo x v n sin clamores ni lamentos. El Landtag de B r a n d e m b u r g o asintió pasivamente al creciente absolutismo del Gran Elector tras la suspensión de 1653. La única resistencia seria provino de los burgos de Koenigsberg; los terratenientes de Prusia oriental, p o r el contrario, aceptaron con pocos reparos la supresión sumaria de los antiguos derechos del Ducado. La constante política a n t i u r b a n a seguida p o r las noblezas orientales tuvo su efecto ahora, c u a n d o estaba en camino el proceso de absolutización 9 . A finales del siglo xvii y ' El Landtag prusiano existió formalmente hasta lena, pero en la práctica estaba privado de todas sus funciones, excepto las decorativas, desde
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principios del xviii, las relaciones e n t r e la dinastía y la nobleza p r u s i a n a n o estuvieron en m o d o alguno libres de tensiones y suspicacias: ni el Gran Elector ni el Rey S a r g e n t o f u e r o n dirigentes populares e n t r e su propia clase, que a m e n u d o f u e tratada d u r a m e n t e p o r ambos. Pero d u r a n t e esta época n u n c a se desarrolló en Prusia ninguna división seria e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza, ni siquiera de carácter transitorio. En Rusia, la Asamblea de los Estados —el Zemski1 0 Sobor— era u n a institución p a r t i c u l a r m e n t e débil y artificial , creada originariamente en el siglo xvi p o r Iván IV p o r razones tácticas. Su composición y convocatoria eran fácilmente manipuladas p o r las camarillas cortesanas de la capital; el principio de los estados medievales n u n c a adquirió vida independiente en Moscovia y se debilitó todavía m á s a causa de las divisiones sociales en el seno de la clase terrateniente, e n t r e el estrato de los grandes boyardos y la p e q u e ñ a nobleza pomeshchik, cuyo ascenso había sido promovido p o r los zares del siglo xvi.
Así pues, a u n q u e se desencadenaron gigantescas luchas sociales en el curso de la transición hacia el absolutismo, en una escala m u c h o m a y o r que la conocida en E u r o p a occidental, sus protagonistas f u e r o n las clases explotadas r u r a l e s y u r b a n a s , y n o los privilegiados ni los propietarios, que en c o n j u n t o revelaron u n a p r u d e n c i a considerable en sus relaciones con el zarismo. «A lo largo de n u e s t r a historia», escribía el conde Stroganov a Alejandro I en u n m e m o r á n d u m confidencial, «la f u e n t e de todos los disturbios ha sido siempre el campesinado, mientras que la nobleza n u n c a se ha agitado; si el gobierno tiene que t e m e r a alguna fuerza o vigilar a algún grupo, es a los siervos y n o a ninguna otra clase» Los grandes acontecimientos que m a r c a r o n la desaparición del Zemski Sobor y de la Duma boyarda n o f u e r o n rebeliones separatistas nobiliarias, sino las guerras campesinas de Bolótnikov y Razin, los disturbios u r b a n o s de los artesanos de Moscú, el a u m e n t o de los t u m u l t o s cosacos a lo largo del Dnieper y el Don. Estos conflictos p r o p o r c i o n a r o n el contexto histórico en cuyo interior se iban a resolver las contradicciones intrafeudales e n t r e los boyardos y los pomeshchiki, contradicciones q u e desde luego f u e r o n m u c h o m á s agula década de 1680. En el siglo XVII se limitaba a reunirse para rendir homenaje a los nuevos monarcas a su accesión al trono. 10 Véase el agudo análisis de su actividad en J. L. H. Keep, «The decline of the Zemsky Sobor», The Slavonic and East European Review, 36, 1957-8, páginas 100-22. 11 Véase H. Seton-Watson, The Russian empire, 1801-1917, Oxford, 1967, página 77.
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das q u e en Prusia. D u r a n t e la m a y o r p a r t e del siglo x v n , los grupos boyardos controlaron la m a q u i n a r i a central del Estado, en ausencia de zares fuertes, m i e n t r a s la pequeña y media nobleza perdía espacio político; pero los intereses esenciales de a m b a s estaban protegidos p o r las nuevas e s t r u c t u r a s del absolutismo ruso, a medida que éste se iba consolidando. La represión autocrática c o n t r a algunos aristócratas f u e m u c h o más feroz en Rusia q u e en Occidente, debido a la falta de algún equivalente a las tradiciones legales del medievo occidental. Lo s o r p r e n d e n t e , sin embargo, es la estabilidad que p u d o alcanzar la m o n a r q u í a rusa en m e d i o de las luchas febriles emprendidas p o r controlarla p o r los pequeños grupos cortesanos y militares de la nobleza. La fuerza de la función del absolutismo s u p e r ó t a n t o a la de sus regios ocupantes nominales que, después de Pedro I, la vida política p u d o convertirse d u r a n t e cierto tiempo en u n a serie frenética de intrigas y golpes palaciegos sin que p o r ello se modificara el p o d e r del zarismo como tal, o se pusiera en peligro la estabilidad del c o n j u n t o del país. El siglo X V I I I presenció, de hecho, el cénit de la a r m o n í a e n t r e la aristocracia y la m o n a r q u í a en Prusia y en Rusia, como había o c u r r i d o en E u r o p a occidental. En esta época f u e c u a n d p la nobleza de a m b o s países a d o p t ó el f r a n c é s como lengua culta d e la clase dominante, idioma en el q u e Catalina II h a b r í a de declarar con f r a n q u e z a : Je suis une aristocrate, c'est mon metier (lo q u e vale como r e s u m e n de toda la época) 1 2 . La consonancia e n t r e la clase t e r r a t e n i e n t e y el E s t a d o absolutista era m u c h o mayor en las dos grandes m o n a r q u í a s del Este q u e en el Oeste. La debilidad histórica de los elementos contractuales y de reciprocidad del vasallaje feudal en E u r o p a oriental d u r a n t e la época anterior ya se h a n señalado antes. La j e r a r q u í a de servicios del absolutismo p r u s i a n o y ruso n u n c a r e p r o d u j o las obligaciones recíprocas del h o m e n a j e feudal, p o r q u e u n a pirámide b u r o c r á t i c a excluye necesariamente los votos interpersonales de u n a j e r a r q u í a señorial, y sustituye las fidelidades p o r m a n d a t o s . Pero la supresión de las garantías individuales e n t r e señor y vasallo, que aseguraban en principio u n a relación caba12 La propagación del francés entre las clases dirigentes de Prusia, Austria y Rusia en el siglo X V I I I es. ^ -uralmente, una prueba de la ausencia en los estados de Europa ruéntal de la aureola «protonacionalista» adquirida en una época anterior por el absolutismo de Europa occidental, y a su vez estuvo determinada por la falta de una burguesía ascendente en la Europa oriental de este tiempo. La monarquía prusiana mantuvo su reconocida hostilidad hacia los ideales nacionales hasta la víspera de la unificación alemana, y la austríaca hasta el fin de su existencia.
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llerosa e n t r e ambos, n o significaba que los nobles del Este quedasen p o r ello entregados a la tiranía a r b i t r a r i a o implacable de sus m o n a r c a s . La aristocracia como clase f u e ratificada en su p o d e r social p o r la naturaleza objetiva del E s t a d o que se había levantado p o r «encima» de ella. El servicio de la nobleza en la m a q u i n a r i a del absolutismo aseguraba que el E s t a d o absolutista sirviera a los intereses políticos de la nobleza. El vínculo e n t r e a m b o s e n t r a ñ a b a m á s coacción que en Occidente, p e r o también m á s intimidad. Por tanto, y a pesar de las apariencias ideológicas, las n o r m a s generales del a b s o l u t i s m o europeo nunca se infringieron seriamente en los países del Este. La propiedad privada y la seguridad de la clase t e r r a t e n i e n t e f u e r o n siempre el talismán doméstico de los regímenes reales, sin q u e influyera en esto p a r a n a d a el carácter autocrático de sus pretensiones 13. La composición de la nobleza podía ser transform a d a y r e c o n s t r u i d a a la fuerza en las situaciones de crisis agudas, como lo había~sido en el Occidente medieval, p e r o siempre se m a n t u v o su posición e s t r u c t u r a l d e n t r o de la f o r m a c i ó n social. El absolutismo oriental, n o menos que el occidental, se detenía en las p u e r t a s de las propiedades señoriales, y, a la inversa, la nobleza obtenía su riqueza y su p o d e r f u n d a m e n t a l de la posesión estable de la tierra, y n o de su presencia temporal en el Estado. En toda E u r o p a , la gran m a s a de la propiedad agraria siguió siendo j u r í d i c a m e n t e hereditaria e individual d e n t r o de la clase noble. Los grados de la nobleza podían e s t a r coordinados con los rangos en el e j é r c i t o o en la administración, p e r o n u n c a se r e d u j e r o n a éstos: los títulos siempre subsistieron al margen del servicio al Estado, indicando el hon o r antes que el cargo. Por tanto, n o es s o r p r e n d e n t e que a pesar de las grandes diferencias en el c o n j u n t o de la f o r m a c i ó n histórica de las dos mitades de E u r o p a , la trayectoria de la relación e n t r e monar15 La demostración más llamativa de los estrictos limites objetivos del poder absolutista es la prolongada y triunfante resistencia de la nobleza rusa a los planes zaristas de emancipación de los siervos durante el siglo xix. Por entonces, tanto Alejandro I como Nicolás I —dos de los monarcas más poderosos que Rusia ha conocido— consideraban personalmente que la servidumbre era, en principio, un estorbo social, aunque en la práctica acabaran por transferir más campesinos a la esclavitud privada. Incluso cuando Alejandro II decretó por fin la emancipación, en la segunda mitad del siglo xix, la forma de su realización vino determinada en buena medida por los combativos contraataques de la aristocracia. Sobre estos episodios véase Seton-Watson, The Russian empire, páginas 77-8, 227-9, 393-7.
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quía y aristocracia en el Este fuese tan similar a la del Oeste. La imperiosa llegada del absolutismo tropezó con la incomprensión y el rechazo iniciales, p e r o t r a s un período de confusión y resistencia f u e aceptado y abrazado finalmente p o r la clase terrateniente. El siglo X V I I I f u e en toda E u r o p a u n a época de reconciliación e n t r e m o n a r q u í a y nobleza. E n Prusia, Federico II siguió u n a política claramente aristocrática de r e c l u t a m i e n t o y p r o m o c i ó n en el a p a r a t o del E s t a d o absolutista, excluyendo a los e x t r a n j e r o s y a los roturiers de las posiciones que antes habían tenido en el ejército y en la b u r o c r a c i a central. También en Rusia los oficiales profesionales expatriados, que habían sido u n o de los pilares de los regimientos zaristas r e f o r m a d o s del siglo XVII, perdieron sus puestos m i e n t r a s la dvorianstvo entrab a de nuevo en las fuerzas a r m a d a s imperiales y sus privilegios administrativos provinciales eran generosamente ampliados y c o n f i r m a d o s por la carta de la nobleza p r o m u l g a d a p o r Catalina II. En el imperio austríaco, María Teresa consiguió un éxito sin precedentes al disipar la hostilidad de la nobleza húngara hacia la dinastía Habsburgo, vinculando a los grandes magiares con la vida de la corte en Viena y c r e a n d o en la m i s m a capital u n a guardia h ú n g a r a especial p a r a su persona. A mediados de siglo, el p o d e r central de las m o n a r q u í a s era m u c h o mayor que antes, y sin e m b a r g o la relación e n t r e los respectivos soberanos y los terratenientes del Este era más estrecha y r e l a j a d a que en cualquier o t r o tiempo pasado. Además, y c o n t r a r i a m e n t e al del Oeste, el absolutismo t a r d í o del E s t e se e n c o n t r a b a ahora en su apogeo político. El «despot i s m o ilustrado» del siglo X V I I I f u e esencialmente u n f e n ó m e n o de la E u r o p a central y oriental 1 4 , simbolizado p o r los tres mon a r c a s que se r e p a r t i e r o n Polonia: Federico II, Catalina II y José II. El coro de alabanzas a su obra, procedentes de los philosophes burgueses de la Ilustración occidental, a p e s a r de sus frecuentes e irónicos errores, no f u e u n m e r o accidente
14 Esto se deduce con toda claridad del estudio más reciente sobre el tema: Fran?ois Bluche, Le despotisme eclairé, París, 1968. El libro de Bluche ofrece un agudo estudio comparativo de los despotismos ilustrados del siglo XVIII. Sin embargo, su marco explicativo es defectuoso, porque se basa fundamentalmente en una teoría de ejemplos genealógicos, por la que se dice que Luis XIV proporcionó un modelo original de gobierno que inspiró a Federico II, quien a su vez inspiró a los demás soberanos de su época (pp. 344-5). Sin negar la importancia del fenómeno relativamente nuevo, de una consciente imitación internacional entre los estados durante el siglo x v m , los límites de este tipo de genealogías son bastante obvios.
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histórico: la capacidad y la energía dinámica parecían h a b e r p a s a d o a Berlín, Viena y San Petersburgo. Este período f u e el p u n t o culminante del desarrollo del ejército, la burocracia, la diplomacia y la política económica mercantilista del absolutismo en el Este. La partición de Polonia, e j e c u t a d a tranquila y colectivamente en desafío a las impotentes potencias occidentales, en vísperas de la revolución francesa, parecía simbolizar su ascenso internacional. Ansiosos de brillar en el e s p e j o de la civilización occidental, los soberanos absolutos de Prusia y Rusia e m u l a r o n con asiduidad las hazañas de sus iguales de Francia o E s p a ñ a y adularon a los escritores occidentales que llegaban p a r a levantar acta de su esplendor 1 5 . En algunos aspectos limitados, los absolutismos orientales de este siglo f u e r o n c u r i o s a m e n t e m á s avanzados que sus p r o t o t i p o s occidentales del siglo anterior, debido a la evolución general de los tiempos. Mientras Felipe I I I y Luis XIV habían expulsado sin contemplaciones a los moriscos y hugonotes, Federico II n o sólo dio la bienvenida a los refugiados p o r motivos religiosos, sino q u e estableció oficinas de inmigración en el e x t r a n j e r o p a r a p r o m o v e r el crecimiento demográfico de su reino: u n nuevo rasgo de mercantilismo. También se promovieron políticas poblacionistas en Austria y en Rusia, que lanzaron ambiciosos p r o g r a m a s de colonización en el B a n a t o y en Ucrania. La tolerancia oficial y el anticlericalism o se potenciaron en Austria y en Prusia, al c o n t r a r i o de lo que ocurría en E s p a ñ a o Francia I6. Se inició o se extendió la educación pública, alcanzándose notables progresos en las dos " Los comentarios de Bluche sobre la incansable y crédula admiración de los philosophes hacia los monarcas del Este son particularmente sarcásticos y enérgicos: Le despotisme eclairé, pp. 317-40. Voltaire fue el coryphée del absolutismo prusiano en la persona de Federico II, Diderot lo fue del absolutismo ruso en la de Catalina II; mientras que Rousseau reservó sus recomendaciones, de forma significativa, para la aristocracia rural de Polonia, a la que advirtió que no se lanzara intempestivamente a la abolición de la servidumbre. Los fisiócratas Mercier de la Riviére y De Quesnay ensalzaron, por lo general, los méritos del «despotismo patrimonial y legal». 16 José II podía declarar, con los acentos de su época: «La tolerancia es una consecuencia del beneficioso aumento del conocimiento que ahora ilustra a Europa y que se debe a la filosofía y a los esfuerzos de los grandes hombres; es una prueba convincente del perfeccionamiento de la mente humana, que ha vuelto a abrir con audacia por entre los dominios de la superstición un camino recorrido ya hace varios siglos por Zoroastro y Confucio y que, afortunadamente para la humanidad, se ha convertido ahora en la gran ruta de los monarcas». S. K. Padover, The revolutionary Emperor; Joseph II, 1741-1790, Londres, 1934, p. 206.
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m o n a r q u í a s germánicas, especialmente en los reinos de los H a b s b u r g o . La llamada a filas se implantó p o r doquier, con notable éxito en Rusia. Económicamente, se llevaron a la práctica con vigor el proteccionismo y el m e r c a n t i l i s m o absolutistas. Catalina presidió la gran expansión de la industria metalúrgica en los Urales y llevó a cabo u n a i m p o r t a n t e r e f o r m a de la mon e d a rusa. Federico II y José II duplicaron los establecimientos industriales de sus dominios. En Austria, el m e r c a n t i l i s m o tradicional llegó a mezclarse con las influencias m á s m o d e r n a s de la fisiocracia, con su mayor énfasis en la producción agraria y en las virtudes del laissez-faire interno. Con todo, ninguno de estos a p a r e n t e s avances t r a n s f o r m ó r e a l m e n t e el carácter y la posición relativa de los e j e m p l o s orientales del absolutismo europeo en la época de la Ilustración. Las e s t r u c t u r a s subyacentes de estas m o n a r q u í a s contin u a r o n siendo arcaicas y r e t r ó g r a d a s incluso en el m o m e n t o de su m a y o r prestigio. Austria, sacudida p o r la d e r r o t a en la guerra con Prusia, f u e escenario de u n intento m o n á r q u i c o de restablecer la fuerza del E s t a d o p o r m e d i o de la emancipación del camp e s i n a d o 17. Sin embargo, las r e f o r m a s agrarias de José II acab a r o n en el fracaso, inevitable u n a vez q u e la m c n a r q u í a se había aislado de su nobleza circundante. El absolutismo austríaco f u e ya p a r a siempre débil e inferior. El f u t u r o e s t a b a con los absolutismos p r u s i a n o y ruso. Federico II m a n t u v o la servidumbre, y Catalina II la extendió: los f u n d a m e n t o s señoriales del a b s o l u t i s m o oriental p e r m a n e c i e r o n intactos en las potencias d o m i n a n t e s de la región h a s t a el siglo siguiente. Pero entonces, u n a vez más, el i m p a c t o del a t a q u e militar p r o c e d e n t e de Occidente, q u e había contribuido en el p a s a d o a t r a e r a la existencia al absolutismo oriental, p u s o fin a la s e r v i d u m b r e sobre la que éste se asentaba. Ahora el asalto provenía de los estados capitalistas y era imposible resistirlo d u r a n t e m u c h o tiempo. La victoria de Napoleón en Jena c o n d u j o d i r e c t a m e n t e a la emancipación legal del c a m p e s i n a d o p r u s i a n o en 1811. La d e r r o t a de Alejandro II en Crimea precipitó la emancipación f o r m a l de los siervos rusos en 1861. Pero estas r e f o r m a s no " El primer programa oficial para la abolición de las prestaciones de trabajo de los robot y la distribución de la tierra a los campesinos fue esbozado en 1764 por el Hofkriegsrat, con el propósito de aumentar el reclutamiento para el ejército: W. E. Wright, Serf, seigrteur and sovereing: agrarian reform in eighteenth century Bohemia, Minneapolis, 1966, página 56. Todo el programa josefino debe considerarse siempre teniendo en cuenta las humillaciones militares de los Habsburgo en la guerra de sucesión austríaca y en la guerra de los Siete Años.
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significaron en ningún caso el fin del absolutismo en Europa oriental. La duración de la vida de a m b o s , c o n t r a r i a m e n t e a cualquier expectativa lineal, pero en c o n f o r m i d a d con la marcha oblicua de la historia, no coincidió: el E s t a d o absolutista del Este, como veremos m á s adelante, h a b r í a de sobrevivir a la servidumbre.
3.
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Una vez estudiados sus d e t e r m i n a n t e s comunes, es preciso considerar a h o r a la evolución divergente de las específicas formaciones sociales del Este. Prusia p r e s e n t a el caso típico en E u r o p a de u n desarrollo desigual y combinado que p r o d u j o fin a l m e n t e el m a y o r E s t a d o capitalista industrializado del continente a p a r t i r de u n o de los más pequeños y m á s atrasados territorios feudales del Báltico. Los p r o b l e m a s teóricos planteados p o r esta trayectoria f u e r o n a b o r d a d o s específicamente p o r Engels en su f a m o s a carta a Bloch de 1890, en la que t r a t a de la i m p o r t a n c i a irreductible de los sistemas político, legal y cult u r a l en la e s t r u c t u r a de toda determinación histórica: «Según la concepción materialista de la historia, el f a c t o r que en última instancia d e t e r m i n a la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo h e m o s a f i r m a d o n u n c a m á s q u e esto [...] También el E s t a d o p r u s i a n o ha nacido y se ha desarrollado p o r causas históricas que son, en última instancia, causas económicas. Pero apenas p o d r á a f i r m a r s e , sin incur r i r en pedantería, que de los m u c h o s pequeños estados del n o r t e de Alemania fuese p r e c i s a m e n t e B r a n d e m b u r g o , p o r imp e r i o de la necesidad económica, y no t a m b i é n p o r intervención de otros factores (y principalmente su complicación, m e d i a n t e la posesión de Prusia, en los a s u n t o s de Polonia, y a través de esto, en las relaciones políticas internacionales, que f u e r o n t a m b i é n decisivas en la f o r m a c i ó n de la potencia dinástica austríaca), el destinado a convertirse en la gran potencia en que t o m a r o n cuerpo las diferencias económicas, lingüísticas, y desde la R e f o r m a t a m b i é n las religiosas, e n t r e el Norte y el Sur» 1 K. Marx y F. Engels, Selected correspondence, p. 417 [Obras Escogidas, II, pp. 520-1; Correspondencia, Buenos Aires, Cartago, 1973, pp. 379, 380]. Althusser ha seleccionado este pasaje como un documento decisivo en su famoso ensayo «Contradiction and overdetermination», For Marx, Londres, 1969, pp. 111, 112 [«Contradicción y sobredeterminación (notas para una investigación)», La revolución teórica de Marx, México, Siglo XXI, 1967, p. 92], pero se limita a demostrar la importancia teórica general de las formulaciones de Engels, sin proponer ninguna solución a los verdaderos problemas históricos que plantean. El hincapié expresamente hecho por Engels sobre el carácter complejo y sobredeterminado del
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Al m i s m o tiempo, es evidente que las c o m p l e j a s causas del ascenso de B r a n d e m b u r g o contienen también la respuesta al problema central de la historia m o d e r n a de Alemania: p o r q u é la unificación de Alemania en la época de la revolución industrial se alcanzó en último t é r m i n o b a j o la dirección política de los j u n k e r s agrarios de Prusia. Dicho de o t r a f o r m a , el ascenso del E s t a d o de los Hohenzollern concentra de f o r m a particularm e n t e clara algunos de los p r o b l e m a s claves de la naturaleza y función del absolutismo en el desarrollo político de E u r o p a . Sus comienzos no f u e r o n especialmente p r o m e t e d o r e s . En su origen, la casa Hohenzollern f u e t r a n s p l a n t a d a p o r el emp e r a d o r Segismundo, d u r a n t e su lucha c o n t r a la revolución husita en Bohemia, desde el sur de Alemania —donde había sido tradicionalmente u n linaje aristocrático en disputa con la ciudad mercantil de N u r e m b e r g — a B r a n d e m b u r g o , a principios del siglo xv. Federico, p r i m e r margrave Hohenzollern de Brandemburgo, f u e n o m b r a d o elector del imperio en 1415 por sus servicios a S e g i s m u n d o 2 . El siguiente m a r g r a v e s u p r i m i ó la a u t o n o m í a municipal de Berlín, y sus sucesores, a su vez, tomaron a la Liga Hanseática las o t r a s ciudades de la Marca y las sometieron. Como ya hemos señalado, a principios del siglo xvi B r a n d e m b u r g o era u n región desprovista de ciudades libres. Pero en esta r e m o t a zona fronteriza, la d e r r o t a de las ciudades aseguró la supremacía de la nobleza m á s q u e la de la dinastía. La aristocracia local amplió c o n s t a n t e m e n t e sus dominios, cerc a n d o las propiedades comunes de las aldeas, y privó a los pequeños campesinos de sus tierras a medida que los cultivos de exportación se hacían m á s lucrativos. Al m i s m o tiempo, la clase t e r r a t e n i e n t e t o m ó el control de la alta justicia, c o m p r ó auge de Prusia es mucho más llamativo cuando se compara con los comentarios de Marx sobre el mismo tema. Porque Marx redujo precisamente la aparición del Estado Hohenzollern en Brandemburgo a la caricatura de una necesidad meramente económica. En su artículo de 1856, «Das góttliche Recht der Hohenzollern» (Werke, vol. 12, pp. 95-101), Marx atribuyó el auge de la dinastía simplemente a una miserable serie de sobornos: «Los Hohenzollern adquirieron Brandemburgo, Prusia y el título real únicamente gracias al soborno». En la misma fecha, su correspondencia privada con Engels utiliza idéntica fraseología: «Pequeños robos, sobornos, compras directas, tratos bajo cuerda con los herederos, etc.; la historia de Prusia se reduce toda a este ruin negocio» (Selected correspondence, p. 96 [Correspondencia, p. 86]). Este materialismo verdaderamente vulgar es una advertencia sobre los peligros de dar por supuesta cualquier superioridad de Marx sobre Engels en el campo histórico propiamente dicho; hasta es posible que la balanza se incline normalmente del lado contrario en lo que respecta a la unión de ambos. 2 Sobre el contexto de esta acción, véase Barraclough, The origins ot Germany, p. 358.
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las tierras del elector y monopolizó los cargos administrativos, m i e n t r a s que u n a serie de soberanos ineficaces se deslizaba hacia un e n d e u d a m i e n t o y u n a impotencia crecientes. Un f i r m e sistema de Estados, dominado p o r la nobleza, o p u s o su veto al desarrollo de u n ejército p e r m a n e n t e y de toda política exterior, convirtiendo al electorado en u n o de los e j e m p l o s más claros de Alemania de un Standestaat descentralizado en la época de la R e f o r m a . Así, t r a s la crisis económica del ú l t i m o período de la E d a d Media, d u r a n t e la época de la revolución de los precios en Occidente, B r a n d e m b u r g o se c o n f o r m ó con u n a m o d e s t a p r o s p e r i d a d señorial y con u n p o d e r principesco muy débil. Aprovechando los beneficios del comercio de grano, p e r o m o s t r a n d o u n a línea política poco agresiva, la sociedad de los j u n k e r s f u e d u r a n t e todo el siglo xvi u n r e m a n s o d o r m i d o y provinciano 3 . Mientras tanto, la Prusia oriental se había convertido en f e u d o hereditario de o t r a r a m a de la familia Hohenzollern, c u a n d o Alberto Hohenzollern, como último gran maestre, liquidó o p o r t u n a m e n t e la Orden Teutónica, al declararse a favor de la R e f o r m a en 1525 y a d q u i r i r el título secular de duque, concedido p o r su señor polaco. La disolución de la o r d e n militar-clerical dominante, cuya prolongada decadencia databa de la d e r r o t a y sometimiento p o r Polonia en el siglo xv, condujo a la fusión de sus caballeros con los t e r r a t e n i e n t e s seculares, y de ahí a la creación p o r vez p r i m e r a de u n a clase señorial unificada en la Prusia oriental. Una rebelión campesina c o n t r a el nuevo régimen f u e r á p i d a m e n t e aplastada, a la p a r q u e se consolidaba u n a sociedad m u y similar a la de B r a n d e m b u r g o . El desahucio y la s e r v i d u m b r e se i m p l a n t a r o n en el campo, d o n d e los a r r e n d a t a r i o s libres f u e r o n degradados m u y p r o n t o al r a n g o de villanos; sólo sobrevivió u n p e q u e ñ o e s t r a t o de Colmer, q u e habían sido pequeños servidores de los Caballeros Teutónicos. De todas f o r m a s , Polonia ya se había anexionado en el siglo a n t e r i o r p r á c t i c a m e n t e todas las ciudades de alguna importancia, con la excepción de Koenigsberg, la única ciudad relativamente g r a n d e de la región que seguía incólume. Constitucionalmente, el p o d e r del príncipe en el nuevo d u c a d o era m u y frágil y limitado, a u n q u e las tierras ducales fuesen extensas. Los Estados prusianos conservaron quizá privilegios m á s amplios que cualquier otra institución de su tipo en Alemania, incluyendo el de h a c e r n o m b r a m i e n t o s administrativos, los po-
' Hans Rosenberg, «The rise of the junkers in Brandeburg-Prussia, 1410-1653», American Historical Review, octubre de 1943, pp. 1-22, y enero de 1944, pp. 22842.
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deres judiciales y el derecho p e r m a n e n t e a r e c u r r i r a la mon a r q u í a polaca c o n t r a los duques *. El significado internacional de la Prusia oriental era en este m o m e n t o m e n o r incluso que el de B r a n d e m b u r g o . E n 1618, los dos principados —hasta entonces políticamente independientes— se unieron al acceder a la sucesión de Prusia oriental el elector de B r a n d e m b u r g o , p o r medio de u n matrimonio interfamiliar, a u n q u e el d u c a d o continuó siendo u n f e u d o polaco. Cuatro años antes había t e n i d o lugar o t r o avance territorial en la B a j a Renania, c u a n d o los dos pequeños territorios de Cleves y Mark —enclaves d e n s a m e n t e poblados y altamente urbanizados del oeste— q u e d a r o n unidos p o r herencia al pat r i m o n i o de los Hohenzollern. Sin embargo, las nuevas adquisiciones de principios del siglo X V I I carecían de u n c o r r e d o r de tierra que las u n i e r a a B r a n d e m b u r g o ; las tres posesiones del elector estaban dispersas y eran estratégicamente vulnerables. El p r o p i o electorado, según las medidas p a n g e r m a n a s , era todavía u n E s t a d o aislado e indigente, llamado despectivam e n t e p o r sus c o n t e m p o r á n e o s «la salvadera del Sacro Imperio R o m a n o Germánico». «Nada indicaba que B r a n d e m b u r g o o Prusia h u b i e r a n de j u g a r alguna vez u n papel f u n d a m e n t a l en los asuntos germanos o europeos» 5 . Las t e m p e s t a d e s de la guerra de los Treinta Años y de la expansión sueca sacudieron de su inercia al E s t a d o de los Hohenzollern. B r a n d e m b u r g o se situó p o r vez p r i m e r a en el m a p a de la política internacional c u a n d o los ejércitos imperiales de Wallenstein recorrieron vict o r i o s a m e n t e Alemania en dirección al Báltico. El elector Jorge Guillermo, u n luterano hostil a la idea de u n s o b e r a n o calvinista en Praga, se había unido políticamente al e m p e r a d o r Fern a n d o II de H a b s b u r g o d u r a n t e el conflicto originario de Bohemia. Pero cualquier papel militar estaba f u e r a de sus posibilidades, ya que carecía de u n ejército. Su indefenso t e r r i t o r i o f u e o c u p a d o y saqueado, sin embargo, p o r los ejércitos austríacos en 1627, m i e n t r a s Wallenstein se instalaba en Mecklemburgo. Mientras tanto, en la Prusia oriental, Gustavo Adolfo había t o m a d o Memel y Pillau —los dos f u e r t e s q u e d o m i n a b a n Koenigsberg— en la prosecución de su guerra con Polonia, imponiendo a p a r t i r de entonces p e a j e s sobre t o d o el tráfico marít i m o del ducado. E n 1631, el e j é r c i t o expedicionario sueco se instaló en Pomerania e invadió B r a n d e m b u r g o . Jorge Guillermo, q u e había h u i d o d e s a m p a r a d o a la Prusia oriental, f u e
4 5
Carsten, The origins of Prussia, pp. 168, 169. Ibid., p. 174.
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obligado p o r Gustavo Adolfo a c a m b i a r de b a n d o y declararse c o n t r a la causa imperial. C u a t r o años después, desertó p a r a firm a r u n a paz s e p a r a d a con el e m p e r a d o r . Pero d u r a n t e t o d o el resto de la guerra de los Treinta Años, los ejércitos suecos permanecieron siempre acantonados en el electorado, que estuvo así a merced de sus exacciones financieras. N a t u r a l m e n t e , los E s t a d o s locales f u e r o n quitados de en m e d i o p o r la potencia ocupante. B r a n d e m b u r g o t e r m i n ó el largo conflicto tan pasivam e n t e como lo había comenzado, pero, p a r a d ó j i c a m e n t e , obtuvo algunas ganancias con el t r a t a d o de Westfalia. En efecto, d u r a n t e el t r a n s c u r s o de la guerra, Pomerania había vuelto legalmente a la familia Hohenzollern a raíz de la m u e r t e de su último duque. La conquista sueca de Pomerania —la principal base del Báltico p a r a las operaciones nórdicas en la B a j a Sajorna— había impedido que esta herencia surtiera efecto durante la guerra, pero, ante la insistencia de Francia, la m i t a d oriental m á s p o b r e de la provincia f u e concedida de m a l a gana a B r a n d e m b u r g o , q u e también f u e c o m p e n s a d o con o t r a s ganancias m e n o r e s al s u r y al oeste del electorado. El E s t a d o Hohenzollern emergió de la guerra de los Treinta Años con poco crédito político o militar en el exterior, a u n q u e ampliado territorialmente p o r la paz. En el interior, sus instituciones tradicionales habían s u f r i d o f u e r t e s sacudidas, p e r o a ú n n o habían aparecido otras que p u d i e r a n sustituirlas. El nuevo y joven elector, Federico Guillermo I, que se había e d u c a d o en Holanda, recibió su p a t r i m o n i o b a j o condiciones normales, p o r vez p r i m e r a , tras la f i r m a de la paz. La experiencia de las décadas de ocupación e x t r a n j e r a había enseñado dos lecciones indelebles: la necesidad urgente de c o n s t r u i r un e j é r c i t o capaz de o p o n e r resistencia a la expansión imperial sueca en el Báltico y —complementariamente— el e j e m p l o administrativo de la recaudación coactiva de impuestos p o r Suecia en B r a n d e m b u r g o y en Prusia oriental sin tener en cuenta las p r o t e s t a s de los E s t a d o s locales. La preocupación inmediata del elector consistió, p o r tanto, en asegurar u n a base financiera estable con la q u e c r e a r u n a p a r a t o militar p e r m a n e n t e p a r a la defensa e integración de sus reinos. De hecho, las fuerzas de los Vasa n o evacuaron Pomerania oriental hasta 1654. De ahí que e n 1652 el elector convocase u n Landtag general en Brandemburgo, al que llamó a toda la nobleza y a todas las ciudades de la Marca, con el p r o p ó s i t o de establecer u n nuevo sistema financiero que permitiese m a n t e n e r u n ejército real. A esto siguió u n largo p e r í o d o de disputas con los Estados, q u e terminó al a ñ o siguiente con la f a m o s a suspensión de 1653, que
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consagraba los comienzos de u n p a c t o social e n t r e el elector y la aristocracia p o r el que se echaban los f u n d a m e n t o s duraderos del absolutismo prusiano. Los Estados se negaron a conceder u n i m p u e s t o general sobre el comercio interior, p e r o vot a r o n u n subsidio de medio millón de tálezos d u r a n t e seis años p a r a el establecimiento de u n e j é r c i t o que h a b r í a de convertirse en el núcleo del f u t u r o E s t a d o burocrático. A cambio, el elector decretó que en adelante se daría p o r s u p u e s t o que todos los campesinos de B r a n d e m b u r g o eran siervos Leibeigene, a no ser que se p r o b a r a lo contrario; se c o n f i r m a r o n las jurisdicciones señoriales; se impidió a los plebeyos la c o m p r a de propiedades nobiliarias y se m a n t u v o la i n m u n i d a d fiscal de la aristocracia 6 . A los dos años de haberse alcanzado este acuerdo, la guerra estalló de nuevo en el Báltico con el r e p e n t i n o a t a q u e de Suecia c o n t r a Polonia en 1655. Federico Guillermo optó p o r el bando sueco en este conflicto, y en 1656 su inexperto e j é r c i t o e n t r ó en Varsovia al lado de las t r o p a s de Carlos X. La recuperación militar polaca, apoyada p o r la intervención de Rusia y Austria, debilitó m u y p r o n t o la posición sueca, que f u e atacada también en su retaguardia p o r Dinamarca. A la vista de esto, Brandemb u r g o se pasó h á b i l m e n t e de bando, a cambio de u n a f o r m a l renuncia polaca a su señorío sobre la Prusia oriental. El tratado de Labiau de 1657 estableció p o r vez p r i m e r a la soberanía incondicional de los Hohenzollern sobre el ducado. El elector ocupó entonces r á p i d a m e n t e Pomerania occidental con u n a fuerza mixta polaca, austríaca y b r a n d e m b u r g u e s a . Sin embargo, el t r a t a d o de Oliva de 1660, ante la insistencia francesa, devolvió esta provincia a Suecia con el restablecimiento de la paz. La guerra del Báltico de 1656-60 había t r a n s f o r m a d o drástica y a b r u p t a m e n t e , m i e n t r a s tanto, el equilibrio interior de fuerzas d e n t r o de las posesiones de los Hohenzollern. En Brandemburgo, Prusia oriental y Cleves-Mark, el elector había anulado todas las n o r m a s constitucionales en n o m b r e de la emergencia militar, r e c a u d a n d o i m p u e s t o s sin el consentimiento de las asambleas locales y construyendo u n a fuerza de unos 22.000 soldados, que f u e reducida a la mitad, pero n o licenciada, con el cese de las hostilidades. Ahora ya era posible arreglar cuentas con el p a r t i c u l a r i s m o de los E s t a d o s de f o r m a más drástica. Prusia oriental, cuya nobleza estaba a c o s t u m b r a d a a apoyarse en la soberanía polaca p a r a resistir las presiones de los Hohenzollern, y cuyas ciudades habían m o s t r a d o a b i e r t a m e n t e su descontento d u r a n t e la guerra, f u e el p r i m e r t e r r i t o r i o que * Carsten, The origins of Prussia, pp. 185-9.
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experimentó el nuevo p o d e r del electorado. E n 1661-63 f u e convocado u n largo Landstag. La negativa de los burgueses de Koenigsberg a a c e p t a r la plena soberanía de la dinastía sobre el d u c a d o f u e rota con la detención s u m a r i a del cabecilla de la resistencia u r b a n a , y se a r r a n c ó la aprobación de u n imp u e s t o sobre el comercio interior p a r a m a n t e n e r al ejército. El elector tuvo q u e p r o m e t e r la celebración de sesiones trianuales de los Estados y n o r e c a u d a r nuevos impuestos sin su previo consentimiento: p e r o estas concesiones h a b r í a n de mostrarse m e r a m e n t e formales. Mientras tanto, los E s t a d o s de Cleves-Mark habían sido obligados a a c e p t a r el derecho del s o b e r a n o de i n t r o d u c i r t r o p a s y n o m b r a r funcionarios a su voluntad. E n 1672, la guerra franco-holandesa c o n d u j o al E s t a d o de los Hohenzollern —aliado diplomático y cliente financiero de las Provincias Unidas— a u n nuevo conflicto militar, esta vez a escala europea. En 1674, el elector era c o m a n d a n t e t i t u l a r del c o m b i n a d o de fuerzas g e r m a n a s que o p e r a b a c o n t r a Francia en el Palatinado y en Alsacia. Al año siguiente, en ausencia de Federico Guillermo, Suecia invadió B r a n d e m b u r g o c o m o aliado de Francia. En su r á p i d o regreso, Federico Guillermo devolvió el golpe en la batalla de Fehrbellin, en la que p o r vez p r i m e r a los ejércitos de B r a n d e m b u r g o vencieron a los veteranos escandinavos en las tierras p a n t a n o s a s al noroeste de Berlín. En 1678, toda la Pomerania sueca había sido invadida p o r el elector. Pero u n a vez más la intervención f r a n c e s a le privó de sus conquistas: los ejércitos borbónicos m a r c h a r o n hacia Cleves-Marck y a m e n a z a r o n Minden, avanzadilla de los Hohenzollern en el oeste, lo que permitió a Francia exigir la devolución de Pomerania occidental a Suecia en 1679. Sin ningún f r u t o geográfico, la guerra f u e sin e m b a r g o institucionalmente rentable p a r a la construcción de u n absolutismo monárquico. Prusia oriental f u e sometida a la fuerza a u n a recaudación de impuestos sobre la tierra y el comercio sin ningún consentimiento representativo, entre m u r m u l l o s de disidencia nobiliaria y amenazas m á s f u e r t e s de rebelión burguesa. Koenigsberg f u e el centro de la resistencia: en 1674, u n súbito golpe militar t o m ó la ciudad y aplastó p a r a siempre su a u t o n o m í a municipal. A p a r t i r de entonces, los Estados prusianos votaron dócilmente las grandes contribuciones que se les pidieron m i e n t r a s d u r ó la g u e r r a 7 . La f i r m a de la paz no i n t e r r u m p i ó la creciente concentración 7
Carsten, The origins of Prussia, pp. 219-21.
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de p o d e r en m a n o s del elector. E n 1680, las ciudades de Brand e m b u r g o f u e r o n obligadas a pagar u n i m p u e s t o u r b a n o que, deliberadamente, n o se extendió al c a m p o con o b j e t o de enf r e n t a r a la nobleza con las ciudades. Un a ñ o después se introd u j o en Prusia oriental el m i s m o s e p a r a t i s m o fiscal, que hacia el fin del reinado del elector se había extendido a Pomerania, Magdeburgo y Minden. Las cargas rurales recaían
exclusiva-
m e n t e sobre el campesinado en B r a n d e m b u r g o y Cleves-Mark; en Prusia oriental, la nobleza a p o r t a b a u n a ligera contribución, p e r o el g r u e s o de la carga recaía sobre sus a r r e n d a t a r i o s . La división administrativa e n t r e la ciudad y el c a m p o creada p o r este dualismo dividió i r r e m e d i a b l e m e n t e la posible oposición social c o n t r a el naciente absolutismo. Los impuestos q u e d a r o n realmente limitados a las ciudades y los campesinos en u n a proporción de 3/2. La nueva carga fiscal f u e especialmente perjudicial p a r a las ciudades, p o r q u e la libertad de i m p u e s t o s de la q u e gozaban las fábricas de cerveza y otras e m p r e s a s sit u a d a s en sus propiedades p e r m i t i ó a los t e r r a t e n i e n t e s comp e t i r i m p u n e m e n t e con las m a n u f a c t u r a s u r b a n a s . La fuerza económica de las ciudades de B r a n d e m b u r g o y de Prusia oriental, ya seriamente d a ñ a d a p o r la depresión general del siglo
XVII,
se r e d u j o todavía más p o r la política del Estado, y
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cales, convirtiéndose en un organismo provinciano y sin importancia, cuya actividad se paralizó p o r completo d u r a n t e la guer r a de los Treinta Años. Federico Guillermo lo reavivó después de Westfalia, y comenzó a a s u m i r de f o r m a i n t e r m i t e n t e la dirección central del c o n j u n t o de los dominios de los Hohenzollern, a u n q u e su perspectiva de f o n d o siguió siendo localista, y su función administrativa m u y primitiva. Sin embargo, dur a n t e la guerra de 1665-70 se creó u n d e p a r t a m e n t o especializado p a r a la dirección de los a s u n t o s militares en todas las tierras dinásticas, el Generalkriegskommissariat. Con la vuelta de la paz se r e d u j e r o n la función y el personal de este Comisariado que, sin embargo, no f u e abolido, sino que se m a n t u v o b a j o la supervisión f o r m a l del Consejo Privado. H a s t a aquí, la evolución del a b s o l u t i s m o b r a n d e m b u r g u é s siguió una senda administrativa muy parecida a la de las anteriores m o n a r q u í a s occidentales. Pero el comienzo de la guerra de 1672-78 s u p u s o u n c a m b i o de r u m b o a b r u p t o y decisivo. El Generalkriegskommissariat comenzó a dirigir p r á c t i c a m e n t e toda la m a q u i n a r i a del Estado. En 1674 se f o r m ó u n a Generalkriegskasse, que en el plazo de u n a década se había convertido en tesorería central de los Hohenzollern, a medida que se iba confiando a los funcionarios del Comisariado la recaudación de impuestos. En 1679, el Generalkriegskommissariat p u s o a su f r e n t e a u n soldado profesional, el aristócrata de P o m e r a n i a Von G r u m b k o w ; sus filas se ampliaron; en su interior se creó u n a j e r a r q u í a burocrática estable y se diversificaron sus responsabilidades exteriores. D u r a n t e la década siguiente, el comisariado organizó el a s e n t a m i e n t o de los refugiados hugonotes y dirigió la política inmigratoria, controló el sistema de gremios en las ciudades, supervisó el comercio y las m a n u f a c t u r a s e impulsó las empresas navales y coloniales del Estado. En la práctica, el Generalkriegskommisar era s i m u l t á n e a m e n t e jefe de E s t a d o Mayor, m i n i s t r o de la G u e r r a y m i n i s t r o de Hacienda. El Consejo Privado quedó e m p e q u e ñ e c i d o ante este gran crecimiento. La burocracia del comisariado se reclutaba sobre u n a base unitaria e interprovincial, y era utilizada p o r la dinastía como su m e j o r a r m a c o n t r a el p a r t i c u l a r i s m o local y la resistencia de las a s a m b l e a s 9 . Sin embargo, el Generalkriegskommissariat n o era en m o d o alguno u n a r m a c o n t r a la propia nobleza. Por el contrario, sus escalones más altos estaban ocupados p o r nobles, t a n t o en los niveles centrales c o m o provinciales; los plebeyos estaban concentrados en los d e p a r t a m e n t o s relativamente infe-
' Carsten, The origins of Prussia, pp. 259-65.
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riores que se encargaban de la recaudación de los i m p u e s t o s urbanos. La principal función de todo el a p a r a t o tentacular del comisariado consistía, n a t u r a l m e n t e , en asegurar el m a n t e n i m i e n t o y la expansión de las fuerzas a r m a d a s del E s t a d o de los Hohenzollern. Para alcanzar este fin, los ingresos totales se triplicaron e n t r e 1640 y 1688, lo que suponía u n a carga fiscal percápita casi dos veces s u p e r i o r a la de la Francia de Luis XIV, que era u n país m u c h í s i m o m á s rico. A la llegada de Federico Guillermo, B r a n d e m b u r g o sólo tenía 4.000 soldados; al final del reinado de este soberano, al que sus c o n t e m p o r á n e o s llamaban a h o r a «gran elector», existía un ejército p e r m a n e n t e de 30.000 soldados bien entrenados, dirigido p o r u n c u e r p o de oficiales reclutado de e n t r e la clase de los j u n k e r s e i m b u i d o de lealtad marcial hacia la dinastía 10. La m u e r t e del gran elector m o s t r ó lo bien articulada q u e estaba su obra. Su inconsecuente e inútil sucesor, Federico, c o m p r o m e t i ó desde 1688 a la casa Hohenzollern en la coalición europea contra Francia. Los contingentes de B r a n d e m b u r g o se p o r t a r o n de f o r m a competente en las guer r a s de la Liga de Augsburgo y de la sucesión española, mientras el príncipe reinante consumía los subsidios e x t r a n j e r o s en sus despilfarras en el interior, y no era capaz de asegurar ningún avance territorial en su política internacional. La única realización p r o m i n e n t e del reinado f u e la adquisición p o r la dinastía del título de rey de Prusia, concedido diplomáticamente en 1701 p o r el e m p e r a d o r Carlos VI a c a m b i o de u n a alianza f o r m a l Habsburgo-Hohenzollern, y legalmente cubierto p o r el hecho de que Prusia oriental q u e d a b a f u e r a de los límites del Reich, en el que n o se p e r m i t í a ningún título real a p a r t e de la dignidad imperial. Sin embargo, la m o n a r q u í a p r u s i a n a era todavía un E s t a d o p e q u e ñ o y atrasado, clavado en los b o r d e s de la Alemania nororiental. La población total de las tierras de los Hohenzollern n o era superior al millón de h a b i t a n t e s en los últimos años del gran elector: u n o s 270.000 en Brandemburgo, 400.000 en Prusia oriental, 150.000 en Cleves-Mark y quizá otros 180.000 en los dominios más pequeños. A la m u e r t e de Federico I, en 1713, el reino de Prusia n o contenía aún más de 1.600.000 habitantes. Este legado m o d e s t o h a b r í a de ser n o t a b l e m e n t e ampliado p o r el nuevo monarca, Federico Guillermo I. El «Rey Sargento» consagró su c a r r e r a a fortalecer el ejército prusiano, que dobló su tamaño, p a s a n d o de 40.000 a 80.000 h o m b r e s b a j o u n sobe10
Carsten, The origins of Prussia,
pp. 266-71.
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r a n o que, simbólicamente, f u e el p r i m e r príncipe europeo que vistió siempre de u n i f o r m e . La instrucción y el e n t r e n a m i e n t o militar f u e r o n las obsesiones del m o n a r c a ; los p e r t r e c h o s de guerra y las fábricas de paños p a r a a t e n d e r las necesidades militares se promovieron incansablemente; se implantó la llam a d a obligatoria a filas; se f u n d ó u n colegio de cadetes p a r a los jóvenes nobles y se prohibió r i g u r o s a m e n t e el servicio de los oficiales en los ejércitos e x t r a n j e r o s ; el comisariado de guerra f u e reorganizado b a j o la dirección del h i j o de Von G r u m b k o w . La utilización de las nuevas t r o p a s f u e muy prudente: en 1719 se le a r r e b a t ó Pomerania occidental a Suecia, c u a n d o Prusia se alió con Rusia y Dinamarca contra Carlos X I I en las últimas fases de la gran guerra del norte. Pero, por lo demás, el ejército f u e utilizado con prudencia en apoyo de u n a diplomacia pacífica. Mientras tanto, la burocracia f u e perfeccionada y racionalizada. H a s t a entonces, el a p a r a t o de Estado se había dividido en dos columnas, la de los «dominios» y la del «comisariado», es decir, los organismos financieros privados y públicos de la m o n a r q u í a , encargados respectivamente de la administración de las propiedades reales y de la recaudación de los i m p u e s t o s públicos. Estas dos columnas se fundieron a h o r a en u n pilar central, m e m o r a b l e m e n t e llamado General-Ober-Finanz-Kriegs-und-Domanen-Direktorium, responsable de todas las actividades administrativas excepto de los asuntos e x t r a n j e r o s , de justicia y eclesiásticos. Se creó u n c u e r p o de policía secreta o «fiscales» especiales p a r a vigilar a la burocracia c e n t r a l C o n no menos cuidado se atendió a los a s u n t o s económicos. Se financiaron proyectos de diques, d r e n a j e s y colonización del campo, utilizando conocimientos y técnicos holandeses. Se reclutaron inmigrantes franceses y alemanes p a r a las m a n u f a c t u r a s locales establecidas b a j o control del Estado. El mercantilismo real promovió la industria textil y o t r o s productos de exportación. Al m i s m o tiempo, los gastos de la corte se r e d u j e r o n a u n m í n i m o frugal. El resultado f u e que el Rey Sargento disponía al final de su reinado de unos ingresos anuales de siete millones de táleros, d e j a n d o a su sucesor u n superávit de ocho millones en el tesoro. P e r o quizá más imp o r t a n t e era que la población de su reino había crecido h a s t a llegar a los 2.250.000 habitantes, esto es, cerca del 40 p o r ciento 11 Una descripción de la estructura y el funcionamiento del Generaloberdirektorium puede verse en R. A. Dorwart, The administrative reforms of Frederick 1 of Prussia, pp. 170-9. Dentro de la administración, los «fiscales» no eran asalariados, sino que recibían comisiones sobre las multas que resultasen de los juicios iniciados tras sus investigaciones.
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en menos de tres décadas <2. En 1740, Prusia había a c u m u l a d o con calma las condiciones sociales y materiales previas que hab r í a n de convertirla en gran potencia europea b a j o el m a n d a t o de Federico II, y que, en último término, aseguraban su papel dirigente en la unificación alemana. Ahora p u e d e plantearse ya la pregunta siguiente: ¿cuál f u e la configuración política global de Alemania que hizo posible y lógico el dominio de Prusia d e n t r o de ella? Y a la inversa: ¿qué rasgos específicos distinguieron al absolutismo de los Hohenzollern de los estados territoriales rivales d e n t r o del Sacro I m p e r i o R o m a n o Germánico que podían a s p i r a r a un dominio igual de Alemania a principios de la época m o d e r n a ? De entrada, puede trazarse u n a línea básica de división a lo largo del Reich que separa sus regiones occidentales de las orientales. Alemania occidental estaba d e n s a m e n t e s e m b r a d a de ciudades. Desde la B a j a E d a d Media, Renania era u n a de las zonas comerciales más florecientes de E u r o p a , p o r e s t a r situada a lo largo de las r u t a s comerciales que unían a las dos civilizaciones u r b a n a s de Italia y Flandes, y p o r beneficiarse de la vía fluvial n a t u r a l m á s larga de las utilizadas en el continente. En el centro y en el norte, la Liga Hanseática d o m i n a b a las economías del m a r del N o r t e y del Báltico, extendiéndose desde Westfalia hasta los puestos avanzados de Riga y Reval, en Livonia, y hasta Estocolmo y Bergen en Escandinavia, a la vez que gozaba de posiciones privilegiadas en B r u j a s y Londres. E n el sudoeste, las ciudades suabas se beneficiaban del t r á f i c o t r a n s a l p i n o y de los excepcionales recursos m i n e r o s de su territorio. El peso específico de estas n u m e r o s a s ciudades n u n c a había sido tan grande como p a r a crear ciudades-Estado del tipo italiano, con extensos territorios agrarios sometidos a ellas. Las que llegaron a poseer u n a m o d e s t a circunferencia rural, como N u r e m b e r g , f u e r o n la excepción más que la regla. Por t é r m i n o medio, su t a m a ñ o era considerablemente más reducido que el de las ciudades italianas. Hacia 1500, solamente 15 de las 3.000 ciudades g e r m a n a s tenían poblaciones superiores a los 10.000 habitantes, y sólo dos s u p e r a b a n los 30.000 13. Augsburgo, que era la mayor, tenía alrededor de 50.000 c u a n d o ya Venecia y Milán habían pasado de los 100.000. Por o t r a parte, su fuerza y su vitalidad les habían asegurado en la E d a d Media la posición de ciudades imperiales libres, s u j e t a s ú n i c a m e n t e a la u H. Holborn, A history Páginas 192-202. 11 H. Holborn, A history dres, 1965, p. 38.
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soberanía nominal del e m p e r a d o r (había 85 en estas condiciones) y habían d a d o m u e s t r a s de u n a capacidad política p a r a fa a c i ó n colectiva de á m b i t o regional que a l a r m o a los principes territoriales del imperio. En 1254, las c m d a d e s r e n a n a h a b í a n f o r m a d o u n a liga militar defensiva; en 1358, l a s c i u d a des de la Hansa culminaron su federación economica, en 1376 las ciudades suabas crearon u n a asociación a r m a d a c o n t r a el conde de W ü r t t e m b e r g . La Bula de Oro de mediados del siglo XIV prohibió oficialmente las l i g a s u r b a n a s , p e r o esto n o impidió a las ciudades r e n a n a s y suabas f i r m a r en 1381 u n pacto unido del s u r de Alemania, que f u e aplastado p o r u n e j é r c i t o de príncipes siete años después, d u r a n t e lo m a s h o n d o de Ta última depresión feudal y de la concomitante a n a r q u í a del Reth. El crecimiento económico de las ciudades teutónicas volvió a subir r á p i d a m e n t e u n a vez más en la segunda mUad del siglo xv, y alcanzó su apogeo en el periodo de 1480 a 1530, c u a n d o Alemania se convirtió en algo así como el centro diversificado de t o d o el sistema comercial europeo. La Liga Han seática era, esencialmente, u n a asociación mercantil sin grandes e m p r e s a s m a n u f a c t u r e r a s en las propias c.udades^ sus ben e f i c i o s P provenían de la distribución comercialdecerealesy del control de las factorías pesqueras, a d e m a s de las t r a n s a c d o n e s financieras internacionales. Renania, con las ciudades m á s a n t i g u a s de Alemania, tenía industrias tradicionales de lino lana y^ nfetal, a p a r t e de su control sobre las r u t a s comerciales nue iban de Flandes a Lombardía. La p r o s p e r i d a d de las ciudades de Suabia era la más reciente y la m á s f l o r e c i e n t e d e todas: los textiles, la minería y la m e t a urgía les d a b a n u n a base productiva avanzada, a la que se anadieron las f o r t u n a s b a ñ a r í a s de los Fugger y los Welser en la época de Carios £ A comienzos del siglo xvi, las ciudades del s u r de Alemama s u p e r a b a n a sus equivalentes italianas en descubrimientos tec S o s y progreso industrial. Ellas f u e r o n las que impulsaron el Drimer v p o p u l a r avance de la R e f o r m a . . , E c r e c L i e m o de la economía u r b a n a en A e m a n i a d e s a p a reció s ú b i t a m e n t e a mediados del siglo. La adversidad t o m ó varias f o r m a s interrelacionadas. En p r i m e r lugar, se p r o d u j o u n a lenta inversión de la relación e n t r e los P ^ o s agrarios e industriales, a medida que la d e m a n d a de p r o d u c t o s al menticios superó a la oferta y los precios de los c e r e a l e s a u m e n t a ron r á p i d a m e n t e . La falta de u n a integración estructural se hizo cada vez más evidente en la m i s m a red c o m e r c i a l _ g e r " « ^ U » extremos norte v sur del gran abanico de ciudades que se ex ü e n d e desde los" Alpes h a l t a el m a r del Norte n u n c a habían
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e s t a d o unidos de f o r m a adecuada en u n sistema a r t i c u l a d o M . La Liga Hanseática y las ciudades de Renania y Suabia siempre constituyeron sectores mercantiles separados, con territorios y m e r c a d o s diferentes. El comercio m a r í t i m o —que era el rey de todo el comercio medieval— estaba limitado a la Hansa, que en épocas anteriores había d o m i n a d o los m a r e s desde Inglaterra hasta Rusia. Pero a p a r t i r de mediados del siglo xv, la m a r i n a competidora de Holanda y Zelanda — m e j o r planeada y equipada— había r o t o el dominio monopolista de los p u e r t o s hanseáticos en las aguas del norte. Las flotas a r e n q u e r a s holandesas se a d u e ñ a r o n de las pesquerías, que habían emigrado desde el Báltico a las costas noruegas, m i e n t r a s los cargueros holandeses p e n e t r a b a n en el comercio de grano de Danzig. Hacia 1500, las naves holandesas que cruzaban el S u n d s u p e r a b a n a las g e r m a n a s en una proporción de 5/4. La riqueza hanseática había p a s a d o ya su m o m e n t o de esplendor d u r a n t e el p e r í o d o de máxima expansión comercial germana. La Liga era todavía rica y poderosa: en la década de 1520, Lübeck contribuyó a la entronización de Gustavo Vasa en Suecia y a la caída de Cristián II en Dinamarca. El gran a u m e n t o del t r á f i c o báltico, en términos absolutos, d u r a n t e el siglo xvi, c o m p e n s ó en cierta medida el precipitado descenso de su participación relativa en él. Pero la Liga perdió sus posiciones estratégicas en Flandes, se vio privada de sus privilegios en Inglaterra (1556), y hacia finales de siglo quedó reducida a sólo una c u a r t a p a r t e del volumen del tráfico m a r í t i m o holandés a través del Sund 1 5 . Cada vez m á s dividida entre sus alas de Westfalia y de las ciudades vendas, era ya u n a fuerza agotada. Mientras tanto, las ciudades renanas f u e r o n víctimas también, a u n q u e de f o r m a diferente, del d i n a m i s m o holandés. La rebelión de los Países B a j o s había conducido al cierre del Escalda en 1585 (después de la conquista española de Amberes, p u n t o de llegada tradicional p a r a el tráfico río abajo) y a un estrecho control de las Provincias Unidas sobre los estuarios del Rin. La gran expansión del p o d e r naval y m a n u f a c t u r e r o de los Países B a j o s a finales del siglo xvi y principios del x v n c o m p r i m i ó o p e r t u r b ó progresivamente la economía renana río arriba, ya que el capital holandés controlaba sus salidas al m a r . Las ciudades más antiguas de Renania tendieron a reducirse, consiguientemente, a u n 14 Los marxistas han punto: véase, ínter alia, Eigentümlichkeiten der Zerstdrung der Vernunft, " Holborn, A history
llamado frecuentemente la atención sobre este el representativo ensayo de Lukacs, «Uber einige geschichtlichen Entwicklung Deutschlands», Die Neuwied y Berlín, 1962, p. 38. of modern germany: the Reformation, pp. 81-2.
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c o n s e r v a d u r i s m o rutinario, al impedir su arcaico sistema de gremios toda adaptación a las nuevas circunstancias. Colonia, la más ilustre de todas, fue una de las pocas grandes ciudades germanas que se m a n t u v o como bastión del catolicismo tradicional a lo largo de todo el siglo. Las nuevas industrias de la región tendieron a establecerse en localidades más pequeñas y rurales, libres de las restricciones corporativas. Las ciudades del sudoeste tenían u n a base m a n u f a c t u r e r a m á s sólida, y su bienestar sobrevivió d u r a n t e más tiempo. Pero con la e n o r m e expansión del comercio u l t r a m a r i n o internacional a p a r t i r de la época de los descubrimientos, su posición interior se convirtió en u n a grave desventaja económica, m i e n t r a s que, p o r otra parte, la posible compensación a lo largo del Danubio estaba bloqueada p o r los turcos. Las espectaculares operaciones de las bancas de Augsburgo en el sistema imperial de los Habsburgo, financiando las sucesivas aventuras militares de Carlos V y Felipe II, tuvieron su j u s t o castigo. Al final, los Fugger y los Welser q u e d a r o n a r r u i n a d o s p o r sus p r é s t a m o s a la dinastía. Paradójicamente, las ciudades italianas —cuya relativa decadencia había comenzado antes— acabaron el siglo xvi en situación más p r ó s p e r a que las germanas, cuyo f u t u r o había parecido más seguro en el tiempo del Saco de Roma p o r u n ejército de Landsknechten. La economía m e d i t e r r á n e a había resistido los efectos del alza del tráfico atlántico d u r a n t e m á s tiempo que la economía continental de Suabia. N a t u r a l m e n t e , la contracción de los centros u r b a n o s alemanes d u r a n t e esta época n o f u e u n i f o r m e . Algunas ciudades aisladas —especialm e n t e H a m b u r g o , F r a n c f o r t y en m e n o r medida Leipzig— realizaron rápidos progresos y alcanzaron una gran importancia económica en el período de 1500 a 1600. De acuerdo con las n o r m a s de la época, Alemania occidental era todavía u n a zona generalmente rica y urbanizada a principios del siglo XVII, aunque hubiera d e j a d o de registrar un crecimiento sustancial. La relativa densidad de las ciudades evidenciaba, pues, una complicada p a u t a política, s e m e j a n t e a la del norte de Italia, porque aquí t a m p o c o había ningún espacio p a r a la expansión del absolutismo aristocrático, a causa, precisamente, del poder y la pluralidad de las ciudades mercantiles. El medio social de toda la zona era r e f r a c t a r i o a los grandes estados principescos, y de él n u n c a surgió u n a m o n a r q u í a territorial de cierta importancia. Faltaba el p r e d o m i n i o de la nobleza necesario p a r a ello, aunque, al m i s m o tiempo, las ciudades de Renania y de Suabia, a pesar de su n ú m e r o , eran m á s débiles que las de Toscana o Lombardía. Por regla general, nunca habían poseído u n con-
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tado rural del tipo italiano en el período medieval, y a principios de la edad m o d e r n a se m o s t r a r o n incapaces de evolucion a r hacia u n tipo de ciudad-Estado comparable a los señoríos de Milán y Florencia o a las oligarquías de Venecia y Génova 16 Por consiguiente, la relación política de la clase señorial con las ciudades f u e consiguientemente muy distinta en Alemania occidental. En lugar de una simplificación del m a p a en unos pocos estados u r b a n o s de t a m a ñ o medio, dirigidos p o r aventureros o patricios neoaristocráticos, lo que existía era u n a multiplicidad de pequeñas ciudades libres en medio de u n laberinto de principados diminutos. Los pequeños estados territoriales de Alemania occidental se distinguían, en particular, por un i m p o r t a n t e contingente de principados eclesiásticos. De los cuatro electores occidentales del imperio, tres eran arzobispados: Colonia, Maguncia y Tréveris. Estos curiosos fósiles constitucionales d a t a b a n de la prim e r a época feudal, cuando los e m p e r a d o r e s sajones y suabos habían utilizado el a p a r a t o de la Iglesia en Alemania como u n o de sus i n s t r u m e n t o s más i m p o r t a n t e s p a r a el gobierno regional. Mientras en Italia el gobierno episcopal fue d e r r i b a d o muy p r o n t o en las ciudades del norte, donde el peligro principal p a r a las c o m u n a s provenía de los planes políticos de los sucesivos e m p e r a d o r e s , y su principal aliado contra ellos era el papado, en Alemania, p o r el contrario, los e m p e r a d o r e s habían fomentado la a u t o n o m í a municipal t a n t o como la a u t o r i d a d episcopal, contra las pretensiones de los barones y príncipes seculares en colusión con las intrigas papales. La consecuencia f u e que t a n t o los pequeños estados eclesiásticos como las ciudades libres sobrevivieron hasta los comienzos de la época m o d e r n a . En el campo, la propiedad agraria tomó casi en todas partes la f o r m a del Grundherrschaft, en el que los campesinos, como a r r e n d a t a r i o s libres, pagaban cargas en especie o en m o n e d a p o r sus tierras a los señores feudales, que eran con frecuencia propietarios absentistas. En la Alemania sudoccidental, un gran n ú m e r o de pequeños nobles habían resistido con éxito la " Los comentarios de Brecht sobre la mentalidad cívica de las ciudades libres de Alemania en general, y de su nativa Augsburgo en particular, tal como los ha reproducido Benjamín, son muy mordaces: Walter Benjamín, Understanding Brecht, Londres, 1973, p. 119 [Tentativas sobre Brecht, Madrid, Taurus, 1975, p. 150]. Esos comentarios son un curioso contrapunto'de las desencantadas reflexiones de Gramsci sobre las ciudades italianas de la misma época, porque Brecht admiraba las ciudades renacentistas de Italia, mientras Gramsci alababa la Reforma urbana en Alemania: cada uno buscaba la virtud histórica en el vicio nacional del otro.
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absorción en los principados territoriales, a d q u i r i e n d o la condición de «caballeros imperiales», que debían u n a lealtad inmediata al propio e m p e r a d o r en vez de r e n d i r h o m e n a j e a u n señor local superior. En el siglo xvi había alrededor de 2.500 de estos Reichsritter, cuyas posesiones territoriales totales n o ascendían a más de 650 kilómetros cuadrados. Muchos de ellos se convirtieron, n a t u r a l m e n t e , en mercenarios a m a r g a d o s y peligrosos, p e r o o t r a s m u c h a s familias p e n e t r a r o n en los peculiares complejos político-eclesiásticos d e s p a r r a m a d o s por toda Alemania occidental, o c u p a n d o en ellos oficios y p r e b e n d a s 17 (dos f o r m a s sociales anacrónicas que se p e r p e t u a b a n mutuamente). En este desordenado paisaje, no había ningún espacio p a r a el crecimiento de un E s t a d o absolutista i m p o r t a n t e o convencional, ni siquiera en u n a escala regional. Los dos principados seculares más significativos de Occidente eran el Palatin a d o r e n a n o y el d u c a d o de W ü r t t e m b e r g . Ambos contenían muchos caballeros imperiales y pequeñas ciudades, y ninguno tenía u n a sólida nobleza territorial. W ü r t t e m b e r g , que tenía e n t r e 400 y 500 mil habitantes, n u n c a jugó un papel i m p o r t a n t e en el c o n j u n t o de la política germana, ni parecía que p u d i e r a jugarlo. El Palatinado, que facilitaba el c u a r t o elector occidental del imperio y controlaba los p e a j e s del Rin medio, era un E s t a d o m á s rico y m á s considerable, cuyos dirigentes consiguieron en el siglo xvi u n a a u t o r i d a d absolutista relativamente t e m p r a n a 18. Pero su única tentativa i m p o r t a n t e de expansión —la f u n e s t a pretensión de Federico V de controlar Bohemia a principios del siglo X V I I , q u e precipitó la guerra de los Treinta Años— le a c a r r e ó u n desastre p e r m a n e n t e : pocas zonas de Alemania fuer o n castigadas con tanta dureza p o r los ejércitos rivales en el conflicto militar europeo. Los últimos años del siglo X V I I y los p r i m e r o s del X V I I I t r a j e r o n pocas posibilidades de recuperación. El Palatinado y W ü r t t e m b e r g estuvieron en p r i m e r a línea de las guerras de Luis XIV desde 1672 hasta 1714, y f u e r o n salvaj e m e n t e devastados p o r los ejércitos franceses e imperiales. La vulnerabilidad estratégica de estos dos principados occidentales se añadía a sus limitaciones territoriales. A mediados del siglo X V I I I , a m b o s e r a n ú n i c a m e n t e moneda fraccionaria de la diplomacia internacional, sin ningún peso político d e n t r o de la propia Alemania. " Holborn, A history of modern Germany: the Reformation, pp. 31, 38. " Sobre la situación social de Württemberg y el Palatinado, véase F. L. Carsten, Princes and Parliaments in Germany, Oxford, 1959, pp. 24, 341-7.
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El t e r r e n o histórico o f r e c i d o p o r el c o n j u n t o de Alemania occidental era incompatible, p o r tanto, con la aparición de u n gran absolutismo. La m i s m a necesidad sociológica que determinó su ausencia en el oeste garantizó que todas las experiencias i m p o r t a n t e s de construcción de un E s t a d o absolutista, y que m o s t r a r o n u n a posibilidad real de establecer la hegemonía final d e n t r o del imperio, procedieron del este. Si se excluyen p o r el m o m e n t o las tierras de los H a b s b u r g o en Austria y Bohemia, a las que volveremos más adelante, las posibilidades f u t u r a s de u n i d a d germana residían b á s i c a m e n t e en los tres estados orientales que se escalonan desde el Tirol hasta el Báltico: Baviera, S a j o n i a y B r a n d e m b u r g o . A p a r t i r del siglo xvi, estos tres estados eran los únicos verdaderos contendientes p a r a el liderazgo de u n a Alemania nacionalmente unificada y s e p a r a d a de la casa de Austria, p o r q u e u n a f u e r t e m a q u i n a r i a absolutista —liberada de la proliferación u r b a n a y apoyada en u n a poderosa nobleza— sólo era posible en el este, región m á s a t r a s a d a y recientemente colonizada, donde había m e n o s y más débiles ciudades. Para c o m p r e n d e r p o r qué f u e el m á s nórdico de estos estados el que consiguió el dominio final de Alemania, es necesario considerar la e s t r u c t u r a interna de cada u n o de ellos. Baviera, el más antiguo, había sido u n a i m p o r t a n t e u n i d a d del imperio carolingio y u n o de los grandes troncos ducales del siglo x. A finales del siglo XII, los Wittelsbach se convirtieron en señores de Baviera. A p a r t i r de entonces n o f u e r o n suplantados p o r ninguna otra familia: la dinastía Wittelsbach consiguió el período más largo e i n i n t e r r u m p i d o de gobierno sobre su región hereditaria de e n t r e todas las familias reinantes europeas (1180-1918). Durante la E d a d Media sus posesiones se subdividieron en varias ocasiones, p e r o en 1505 Alberto IV las reunificó u n a vez más en u n único y poderoso ducado, tres veces mayor q u e la Marca de B r a n d e m b u r g o . D u r a n t e los levant a m i e n t o s religiosos del siglo xvi, los duques b á v a r o s o p t a r o n sin vacilación p o r la causa católica, y convirtieron a su reino en el más sólido bastión de la C o n t r a r r e f o r m a en Alemania. Su enérgica supresión del luteranismo f u e a c o m p a ñ a d a p o r el firme sometimiento de los Estados locales, principales focos de la resistencia p r o t e s t a n t e en el ducado. El control dinástico se extendió al arzobispado de Colonia, que después de 1583 se mantuvo d u r a n t e dos siglos c o m o u n a i m p o r t a n t e conexión familiar con Renania. Los Wittelsbach, q u e f u e r o n los responsables de este p r o g r a m a político y religioso, i n t r o d u j e r o n también en Baviera los p r i m e r o s órganos del absolutismo: en la década de 1580 ya se habían establecido u n a Cámara Financiera, u n Con-
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sejo Privado y un Consejo de la Guerra, construidos según el m o d e l o austríaco. Las influencias administrativas de Austria no significaban, sin embargo, que Baviera fuese en esta época un satélite de los Habsburgo. De hecho, la C o n t r a r r e f o r m a bávara iba muy p o r delante de la austríaca, y suministró ejemplos y personal p a r a la recatolización de las tierras de los Habsburgo: el m i s m o F e r n a n d o II, f u t u r o e m p e r a d o r , f u e u n p r o d u c t o de la educación de los jesuítas en Ingolstadt, c u a n d o el p r o t e s t a n t i s m o era todavía la fe d o m i n a n t e en las clases terratenientes de Bohemia y Austria. En 1597, Maximiliano tomó posesión del título ducal y p r o n t o se m o s t r ó como el dirigente más decidido y capaz de Alemania. Convocó al sumiso Landtag sólo en dos ocasiones antes de la guerra de los Treinta Años, y concentró en su persona todos los poderes jurídicos, financieros, políticos y diplomáticos, duplicando los impuestos y a c u m u l a n d o u n a reserva de dos millones de florines p a r a la eventualidad de u n a guerra. Así, c u a n d o estalló la guerra de los Treinta Años, Baviera f u e el líder n a t u r a l de los estados católicos de Alemania contra la amenaza del dominio calvinista en Bohemia. Maximiliano I reclutó y equipó a u n ejército de 24.000 h o m b r e s p a r a la Liga Católica, que jugó u n papel decisivo en la victoria de la Montaña Blanca de 1620 y que, al año siguiente, atacó y conquistó el Palatinado. D u r a n t e las largas vicisitudes de la subsiguiente lucha militar, el d u q u e gravó a su reino con feroces impuestos, sin tener en cuenta para n a d a las protestas de las comisiones de los Estados contra el precio de su esfuerzo de guerra. En 1648, Baviera había pagado n o menos del 70 p o r 100 de los costes totales ocasionados p o r los ejércitos de la Liga Católica d u r a n t e la guerra de los Treinta Años, que, m i e n t r a s tanto, había devastado la economía local y diezm a d o a su población, produciendo una aguda depresión en el d u c a d o 19. A pesar de todo, Maximiliano salió de Westfalia convertido en el autócrata más poderoso de Alemania, p r a c t i c a n d o u n absolutismo más libre e inflexible que el posterior de Federico Guillermo en B r a n d e m b u r g o . Baviera había a m p l i a d o sus territorios con la anexión del Alto Palatinado, y había conseguido la dignidad imperial. Etnicamente, parecía el E s t a d o germ a n o más poderoso del imperio. El f u t u r o h a b r í a de contradecir, sin embargo, esta impresión. El absolutismo bávaro alcanzó muy p r o n t o su plenitud, p e r o siempre descansó sobre unas bases muy limitadas e in" Carsten, Princes
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elásticas. De hecho, la e s t r u c t u r a social del ducado no permitió ninguna nueva expansión, lo que r e d u j o las posibilidades del Estado de los Wittelsbach de jugar un papel d o m i n a n t e en el c o n j u n t o de Alemania. La formación social bávara, a diferencia de las de W ü r t t e m b e r g o el Palatinado, tenía pocas ciudades libres y pocos caballeros imperiales. Mucho menos u r b a n i z a d a que los otros principados occidentales, casi todas sus ciudades eran de dimensiones diminutas: Munich, la capital, tenía sólo 12.000 h a b i t a n t e s en 1500, y menos de 14.000 en 1700. La aristocracia local eátaba f o r m a d a p o r terratenientes tradicionales, que debían una fidelidad directa a la a u t o r i d a d ducal. Naturalmente, esta configuración social f u e lo que hizo posible la rápida aparición de u n E s t a d o absolutista en Baviera y su posterior estabilidad y longevidad. Pero, p o r otra parte, la naturaleza de la sociedad r u r a l bávara no era propicia a u n a ampliación dinámica del reino. Porque, si bien la nobleza era n u m e r o s a , sus propiedades eran pequeñas y estaban dispersas. Por debajo de ella, el campesinado estaba f o r m a d o p o r a r r e n d a t a r i o s libres, que debían a sus señores unas cargas relativamente livianas: las prestaciones de t r a b a j o n u n c a adquirieron verdadera importancia, llegando en el siglo xvi a n o más de c u a t r o o seis días p o r año. T a m p o c o gozaba la nobleza de alta jurisdicción sobre su m a n o de obra. Las tierras aristocráticas estab a n poco consolidadas, debido en p a r t e a la falta de salidas p a r a la exportación de cereales que se derivaba de la posición geográfica de Baviera, en las p r o f u n d i d a d e s de E u r o p a central, sin r u t a s fluviales hacia el m a r . La característica m á s notable de la agricultura del Grundherrschaft era la p r e p o n d e r a n c i a económica de la Iglesia, que a mediados del siglo X V I I I poseía no menos del 56 p o r 100 de todas las fincas, c o n t r a u n m e r o 24 p o r 100 controlado p o r la aristocracia y o t r o 13 p o r 100 p o r la dinastía 2 0 . La debilidad relativa de la clase nobiliaria, revelada p o r este sistema de propiedad, se r e f l e j ó en su posición jurídica. No consiguió la plena i n m u n i d a d fiscal, a u n q u e sus impuestos eran, n a t u r a l m e n t e , m u c h o m e n o r e s que los de cualquier o t r o estamento; y sus esfuerzos p o r impedir la adquisición de sus tierras p o r quienes no fuesen nobles —encarnados f o r m a l m e n t e en u n a ley del último Landtag del siglo x v n que prohibía esas compras— f u e r o n saboteados en la práctica por las operaciones clericales encubiertas en el m e r c a d o de la tierra. Además, la aguda escasez de m a n o de o b r a causada p o r la despoblación de la guerra de los Treinta Años r e d u n d ó en 20
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in Germany,
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p e r j u i c i o de la aristocracia bávara, dada su previa carencia de jurisdicción legal sobre las aldeas. En la práctica, esto significó q u e el campesinado f u e capaz de negociar con éxito la mitigación de sus cargas y la m e j o r a de sus rentas, m i e n t r a s m u c h a s propiedades nobles tenían que ser hipotecadas. Este f o n d o social i m p u s o límites políticos m u y estrechos, que muy p r o n t o se hicieron evidentes, al potencial del absolutismo bávaro. El m i s m o m o d e l o —«pequeñas propiedades nobiliarias, pequeñas ciudades, pequeños campesinos» 2 1 — que ofreció muy poca resistencia a la aparición de u n absolutismo ducal, le infundió así m i s m o m u y poco ímpetu. El d u c a d o t e r m i n ó la guerra de los Treinta Años con u n a población equivalente a la controlada p o r el elector Hohenzollern en el norte, alrededor de 1.000.000 de súbditos. El sucesor de Maximiliano I, F e r n a n d o María, reforzó el a p a r a t o civil de dominación de los Wittelsbach, estableciendo la supremacía del Consejo Privado y utilizando al universal Rentmeister c o m o funcionario clave plíra la intendencia administrativa local; el últim o Landtag f u e disuelto en 1669, a u n q u e u n a «comisión permanente» le sobrevivió de f o r m a u n t a n t o ineficaz hasta el siglo siguiente. Pero m i e n t r a s el gran elector construía sin descanso u n ejército p e r m a n e n t e en B r a n d e m b u r g o , las t r o p a s b á v a r a s f u e r o n licenciadas después de Westfalia. La reconstrucción de la fuerza militar de los Wittelsbach no tuvo lugar h a s t a 1679, con la llegada del nuevo d u q u e Maximiliano Manuel. P e r o incluso entonces n o f u e capaz de a t r a e r a su servicio al c o n j u n t o de la nobleza: los aristócratas locales eran u n a pequeña minoría del c u e r p o de oficiales en lo que, de todos modos, seguía siendo u n ejército m u y m o d e s t o (alrededor de 14.000 h o m b r e s a mediados del siglo X V I I I ) . Maximiliano Manuel, u n general ambicioso y d e s p r e o c u p a d o que se había distinguido c o n t r a los turcos en la liberación de Viena, se convirtió p o r m e d i o de su m a t r i m o n i o de 1672 en regente de los Países B a j o s españoles, y en c a n d i d a t o a la herencia hispánica a principios del siglo X V I I I . Jugándose el t o d o p o r el todo, unió su suerte a la de Luis XIV en 1702, al comienzo de la guerra de sucesión española. La alianza franco-bávara dominó en poco t i e m p o toda la Alemania del sur, llegando a a m e n a z a r a la m i s m a Viena, p e r o Blenheim destrozó sus posibilidades de victoria en la Eur o p a central. Baviera f u e o c u p a d a p o r los ejércitos austríacos d u r a n t e el r e s t o del conflicto, m i e n t r a s Maximiliano Manuel — d e s p o j a d o de su rango y p r o s c r i t o del imperio— huía a Bél» Ibid.,
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gica. La tentativa de utilizar el p o d e r í o f r a n c é s p a r a establecer el dominio de los Wittelsbach en Alemania había f r a c a s a d o lamentablemente. En la paz de Utrecht, el d u q u e tenía tan poca confianza en las perspectivas de su p a t r i m o n i o bávaro, que p r o p u s o a Austria su i n t e r c a m b i o p o r los Países B a j o s del sur, plan vetado p o r Francia e Inglaterra y que h a b r í a de reaparecer n u e v a m e n t e en u n a fecha posterior. La dinastía volvió a u n a tierra debilitada p o r u n a década de pillaje y destrucción. La Baviera de la posguerra se h u n d i ó p a u l a t i n a m e n t e en u n a situación semicomatosa de introversión y corrupción. El despilf a r r o de la corte de Munich absorbió u n a proporción del pres u p u e s t o más alta quizá que la de cualquier o t r o E s t a d o alem á n de la época. Las deudas del E s t a d o crecían constantem e n t e a m e d i d a que los r e c a u d a d o r e s de i m p u e s t o s d e r r o c h a b a n las r e n t a s públicas; el populacho r u r a l seguía p r e s o de la superstición religiosa; y los nobles se inclinaban m á s a las prebendas eclesiásticas que a los deberes militares 2 2 . Las dimensiones del ducado y el m a n t e n i m i e n t o de u n p e q u e ñ o e j é r c i t o aseguraban la i m p o r t a n c i a diplomática de Baviera d e n t r o del Imperio, p e r o hacia 1740 ya n o era u n c a n d i d a t o convincente a la dirección política de Alemania. Sajonia, el siguiente d u c a d o hacia el norte, r e p r e s e n t ó u n a versión algo diferente del desarrollo absolutista en la zona oriental de los estados germanos. La casa local dominante, la dinastía de los Wettin, había a d q u i r i d o el d u c a d o y electorado de S a j o n i a en 1425, pocos años después de q u e la familia Hohenzollern h u b i e r a o b t e n i d o la Marca de B r a n d e m b u r g o , y de la m i s m a m a n e r a , esto es, c o m o regalo del e m p e r a d o r Seg i s m u n d o p o r los servicios militares p r e s t a d o s en las guerras c o n t r a los husitas, en las que Federico de Meissen, el p r i m e r elector de los Wettin, había sido u n o de sus principales lugartenientes. Repartidas en 1485 e n t r e las r a m a s albertina y ernestina de la familia, con sus respectivas capitales en W i t t e m b e r g y Dresde-Leipzig, las tierras s a j o n a s c o n t i n u a r o n siendo, a pesar de todo, la región m á s rica y avanzada de Alemania oriental. Debían su preeminencia a las ricas minas de plata y e s t a ñ o de .sus m o n t a ñ a s y a las industrias textiles de sus ciudades. La e n c r u c i j a d a comercial de Leipzig, como ya h e m o s visto, f u e u n a de las pocas ciudades g e r m a n a s que creció i n i n t e r r u m p i d a m e n te d u r a n t e t o d o el siglo xvi. El grado relativamente alto de urbanización de Sajonia —a diferencia del de Baviera y Brandemburgo— y las regalías de los príncipes locales sobre la industria 22
Holborn, A history
of modern
Germany,
1648-1840, pp. 292-3.
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minera, p r o d u j e r o n u n modelo social y político diferente al de sus vecinos del n o r t e y del sur. A finales de la época medieval o a principios de la m o d e r n a n o h u b o ninguna reacción señorial comparable a la de Prusia: el p o d e r de la nobleza s a j o n a n o era b a s t a n t e grande p a r a reducir al c a m p e s i n a d o a la servid u m b r e , debido al peso de las ciudades en la formación social. Las propiedades señoriales eran mayores que en Baviera, en p a r t e p o r q u e las tierras clericales eran m u c h o menos importantes. Pero la tendencia básica del c a m p o se dirigía hacia el cultivo p o r a r r e n d a t a r i o s libres, con la conmutación de los servicios en t r a b a j o p o r rentas en dinero o, en otras palabras, hacia el régimen más flexible de la Grundhersschaft. La aristocracia n o consiguió u n a completa i n m u n i d a d fiscal (sus posesiones alodiales e s t a b a n s u j e t a s a impuestos) y fue incapaz de aseg u r a r la prohibición legal de la venta de tierras nobiliarias a los plebeyos. Sin embargo, estaba bien r e p r e s e n t a d a en el sist e m a de Estados, que se hizo cada vez m á s estable e influyente en el curso del siglo xvi. Las ciudades, p o r otra parte, t a m b i é n estaban vigorosamente presentes en el Landtag, a u n q u e tenían q u e s o p o r t a r el peso del i m p u e s t o sobre el alcohol, que proporcionaba u n o de los principales ingresos del ducado, p a r a beneficio de la nobleza. Además, los r e p r e s e n t a n t e s u r b a n o s e s t a b a n excluidos del Oberteuercollegium, que a p a r t i r de 1570 a d m i n i s t r ó la recaudación de impuestos en el electorado La dinastía Wettin p u d o acumular, en este contexto socioeconómico, riqueza y fuerza sin ningún a t a q u e directo c o n t r a los Estados ni un desarrollo considerable del gobierno burocrático. Nunca a b a n d o n ó las más altas prerrogativas judiciales y siemp r e controló u n a gran cantidad de ingresos independientes, a p a r t i r de sus derechos sobre las minas, que p r o p o r c i o n a r o n a l r e d e d o r de dos tercios de los ingresos de la c á m a r a albertina en la década de 1530, m i e n t r a s que la p r o s p e r i d a d de la región p e r m i t i ó unos rentables y tolerables impuestos sobre el consum o desde u n a fecha t e m p r a n a Por tanto, no es s o r p r e n d e n t e que Sajonia se convirtiera en el p r i m e r E s t a d o que dominó la arena política alemana d u r a n t e la época de la Reforma. A partir de 1517, el electorado ernestino f u e la p l a t a f o r m a religiosa del luteranismo; pero el ducado albertino, que no pasó al campo p r o t e s t a n t e hasta 1539, fue el que dominó el centro de la escena política en el complejo d r a m a que siguió al estallido de la R e f o r m a en Alemania. Mauricio de Sajonia, que accedió al ducado en 1541, superó r á p i d a m e n t e a todos los príncipes rivales 23
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and Parliaments
in Germany,
pp. 191-6, 2014.
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y al m i s m o e m p e r a d o r en la b ú s q u e d a de v e n t a j a s dinásticas y engrandecimiento territorial. Uniéndose con Carlos V en el a t a q u e imperial c o n t r a la Liga de Esmalcalda, participó en la aniquilación de los ejércitos p r o t e s t a n t e s en Mühlberg y adquirió así el grueso de las tierras ernestinas y el título de elector. Cinco años después, o r q u e s t a n d o el a t a q u e franco-luterano cont r a Carlos V, destrozó las posibilidades de los H a b s b u r g o de reconvertir Alemania, y r e m a c h ó la unificación de Sajonia b a j o su soberanía. A su muerte, el nuevo E s t a d o s a j ó n era el principado más poderoso y más p r ó s p e r o de Alemania. Después vinieron cincuenta años de desarrollo pacífico en el electorado, d u r a n t e los cuales se convocaron con regularidad los Estados y se a u m e n t a r o n progresivamente los impuestos. El comienzo de la guerra de los Treinta Años, sin embargo, sorprendió a Sajonia a principios del siglo x v n sin preparación militar y diplomática. Mientras Baviera jugó en este conflicto un brillante papel e n t r e los estados germanos, Sajonia q u e d ó reducida a u n a debilidad vacilante, muy similar a la de Brandemburgo. Los electores Wettin y Hohenzollern, a pesar de ser protestantes, se unieron al campo imperial en las p r i m e r a s fases de la guerra; a m b o s f u e r o n ocupados y devastados poster i o r m e n t e p o r Suecia y obligados a p a s a r al bloque c o n t r a r i o a los Habsburgo; a m b o s d e s e r t a r o n entonces p a r a b u s c a r u n a paz s e p a r a d a con el e m p e r a d o r . Por el t r a t a d o de Westfalia, Sajonia adquirió Lusacia, y sus príncipes establecieron un imp u e s t o regular de guerra que f u e utilizado p a r a crear un modesto ejército p e r m a n e n t e . La riqueza del país p e r m i t i ó que se recuperase con relativa rapidez de los efectos de la guerra de los Treinta Años. E n t r e 1660 y 1690 los impuestos directos se a u m e n t a r o n e n t r e cinco y seis veces. El a p a r a t o militar del E s t a d o de los Wettin había a u m e n t a d o su volumen hasta llegar a los 20.000 h o m b r e s a finales de siglo, c u a n d o actuó eficazmente, j u n t o con parecidos contingentes bávaros, contra los turcos en el sitio de Viena. En 1700, Sajonia todavía a v e n t a j a b a a B r a n d e m b u r g o c o m o potencia de la Alemania oriental. Su ejército era algo más p e q u e ñ o y su sistema de E s t a d o s n o había sido anulado. Pero tenía p r o b a b l e m e n t e el doble de población, i n d u s t r i a l m e n t e estaba m u c h o m á s avanzada y poseía u n a tesorería p r o p o r c i o n a l m e n t e mayor. De hecho, los primeros años del siglo X V I I I presenciaron u n a seria tentativa s a j o n a por alcanzar la primacía política d e n t r o del c o n j u n t o de los estados alemanes. En 1697, el elector Federico Augusto a d o p t ó el catolicismo con o b j e t o de conseguir el apoyo austríaco p a r a su c a n d i d a t u r a a la m o n a r q u í a polaca. Este movimiento tuvo
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éxito, y el elector se convirtió en el p r i m e r dirigente alemán en alcanzar u n título real, como Augusto II, o b t e n i e n d o un derecho de retención política sobre la cercana Polonia, separada de Sajonia p o r el reducido espacio de Silesia. Al m i s m o tiempo, se estableció en Sajonia u n i m p u e s t o general sobre las ventas, cont r a la resistencia de los Estados. Significativamente, en Sajonia —a diferencia de B r a n d e m b u r g o — el i m p u e s t o sobre el comercio se extendió de las ciudades a los campos, en p e r j u i c i o de la nobleza 2 4 . El ejército se amplió hasta 30.000 h o m b r e s , con lo que se situó muy cerca de su equivalente de Brandemburgo. La unión de Sajonia y Polonia n o había c u l m i n a d o aún cuand o la hizo saltar la última gran invasión del imperalismo sueco. Carlos X I I m a r c h ó sobre Polonia, expulsó del país a Augusto II e invadió la m i s m a Sajonia en 1706, aplastando al ejército de los Wettin e imponiendo u n a ocupación despiadada del ducado. La victoria rusa sobre Suecia en Ucrania r e p a r ó finalm e n t e la posición internacional de Sajonia, al t é r m i n o de la gran guerra del norte. Augusto II r e c u p e r ó la dignidad polaca; el e j é r c i t o f u e r e c o n s t r u i d o en la década de 1730; los Estados f u e r o n progresivamente marginados. Pero el brillo exterior del E s t a d o de los Wettin, desplegado en la elegancia b a r r o c a de su capital de Dresde, no correspondía ya a su fuerza interior. La unión con Polonia era u n señuelo decorativo, que a c a r r e a r í a m á s gastos que beneficios, a causa del carácter ficticio de la m o n a r q u í a szlachta: la investidura s a j o n a había sido a c e p t a d a precisamente p o r q u e Rusia y Austria calcularon que la casa Wettin era demasiado débil p a r a convertirse en u n peligroso rival. La guerra ocasionada p o r esa investidura había provocado grandes daños a la economía del ducado. Por o t r a parte, y a diferencia del Rey S a r g e n t o en Berlín, Augusto II era fam o s o p o r el d e s p i l f a r r o de su corte, a d e m á s de p o r sus ambiciones militares. Este c o n j u n t o de cargas debilitó decisivamente a Sajonia d u r a n t e los años en que Prusia a c u m u l a b a recursos p a r a la contienda que se a p r o x i m a b a en Alemania. La población de Sajonia, que era de 2.000.000 en 1700, había b a j a d o en la década de 1720 a 1.700.000, m i e n t r a s que la de Prusia había a u m e n t a d o de 1.000.000 en 1688 hasta 2.250.000 en 1740: la importancia demográfica relativa de cada u n a de ellas se había invertido 2 5 . La nobleza s a j o n a había m o s t r a d o poco e n t u s i a s m o hacia las a v e n t u r a s exteriores del elector, y, a medida que pa-
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and Parliaments and Parliaments
in Germany, in Germany,
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saba el siglo, iba p e r d i e n d o t e r r e n o en el interior ante los burgueses en el m e r c a d o de la tierra. Debido en p a r t e a las preocupaciones polacas de la dinastía, los E s t a d o s sobrevivían aún, p e r o con u n a creciente importancia de las ciudades d e n t r o de ellos. La m a q u i n a r i a b u r o c r á t i c a del E s t a d o siempre f u e insignificante, y se desarrolló menos que la de Baviera. Por la falta de disciplina en la revisión de cuentas, las finanzas del principado q u e d a r o n anegadas en deudas. La consecuencia de todo esto f u e que el absolutismo sajón, a p e s a r de sus comienzos p r o m e t e d o r e s y de las inclinaciones autocráticas de los sucesivos dirigentes de la casa Wettin, nunca alcanzó u n a verdadera firmeza o consistencia: el carácter de la formación social era d e m a s i a d o mixto y fluido. Ahora es posible c o m p r e n d e r p o r qué B r a n d e m b u r g o estaba destinado de f o r m a tan singular al dominio de Alemania. Las diversas alternativas se eliminaron progresivamente. En todos los países de E u r o p a , el E s t a d o absolutista f u e f u n d a m e n t a l m e n t e u n a p a r a t o político del dominio aristocrático: el p o d e r social de la nobleza era la causa central de su existencia. En el á m b i t o f r a g m e n t a d o del Reich posmedieval, sólo aquellas regiones que poseyeran u n a clase t e r r a t e n i e n t e económicamente f u e r t e y estable estarían en condiciones de conseguir la dirección diplomática o militar de Alemania, p o r q u e sólo ellas podrían generar u n absolutismo capaz de igualarse al de las grandes m o n a r q u í a s europeas. Por tanto, Alemania occidental q u e d a b a excluida de a n t e m a n o , debido a la densidad de su civilización u r b a n a . Baviera no poseía ciudades de excesiva importancia, y desarrolló u n absolutismo t e m p r a n o b a j o el signo de la C o n t r a r r e f o r m a ; pero su nobleza era demasiado débil, su clero demasiado rico, su c a m p e s i n a d o d e m a s i a d o libre p a r a establecer u n principado dinámico. S a j o n i a tenía u n a aristocracia m á s amplia, p e r o sus ciudades eran t a m b i é n muy fuertes y su campesinado n o era más servil. Hacia 1740, a m b o s estados habían p a s a d o ya su apogeo. En Prusia, por el contrario, la clase j u n k e r m a n t u v o u n a s e r v i d u m b r e de hierro en sus propiedades y u n a tutela vigilante sobre las ciudades; el p o d e r señorial alcanzó su m á s p u r a expresión en las tierras de los Hohenzollern, que eran las m á s r e m o t a s avanzadillas de los asentamientos g e r m a n o s en el Este. Por tanto, no f u e la fachada exterior de Prusia sobre Polonia la que d e t e r m i n ó su dominio d e n t r o de Alemania, como pensó Engels 2 6 . De hecho, 26 Véase p. 238. Weber parece haber compartido una creencia similar. Véase su comentario de que los «ataques enemigos contra las marcas»
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como hemos visto, la complicación en los asuntos de Polonia (por utilizar la expresión de Engels) f u e realmente u n o de los motivos de la decadencia de Sajonia; el papel posterior de Prusia en las particiones de Polonia f u e simplemente el epílogo de las decisivas victorias militares que ya había conseguido d e n t r o de la propia Alemania, e hizo poco p a r a reforzarla internacionalmente. La naturaleza interna de la formación social p r u s i a n a es lo que explica el súbito eclipse de los d e m á s estados g e r m a n o s en la época de la Ilustración y la definitiva hegemonía p r u s i a n a en la unificación alemana. Este ascenso de Prusia estaba s o b r e d e t e r m i n a d o p o r la totalidad histórica compleja del c o n j u n t o del Reich, que impidió la aparición de un absolut i s m o de tipo occidental en Renania, f r a g m e n t ó el territorio del imperio en u n a s 2.000 unidades políticas y e m p u j ó a la casa de Austria hacia sus f r o n t e r a s no germanas. La fuerza exterior decisiva que afectó a los respectivos destinos de Prusia y Austria d e n t r o de Alemania n o f u e Polonia, sino Suecia. El p o d e r í o sueco destruyó la posibilidad de u n a unificación del imperio b a j o los H a b s b u r g o en la guerra de los Treinta Años, y la proximidad sueca f u e la principal amenaza exterior que actuó como u n a presión centrípeta p a r a la construcción del E s t a d o de los Hohenzollern, compulsión que n u n c a e x p e r i m e n t a r o n en la m i s m a medida Baviera y Sajonia, los otros principados de Alemania oriental, a u n q u e Sajonia no se libró de convertirse en la víctima final del militarismo nórdico. La capacidad de Prusia p a r a resistir la expansión sueca y p o n e r f u e r a de c o m b a t e a todos sus rivales d e n t r o de Alemania, debe relacionarse a su vez con el c a r á c t e r específico de la propia clase de los j u n k e r s y la consolidación sobre u n a base t r a n s p a r e n t e m e n t e clasista de u n absolutismo dinástico p o r el gran elector y el Rey Sargento.
Para empezar, las propias dimensiones del país a finales del siglo x v n y principios del x v m d e j a r o n su i m p r o n t a sobre la aristocracia prusiana. El c o n j u n t o de las tierras de los Hohenzollern en el Este — B r a n d e m b u r g o , Prusia oriental y m á s tarde Pomerania occidental— eran todavía muy p e q u e ñ a s y -de población poco densa. En 1740 su población total era inferior a los 2.000.000 de h a b i t a n t e s si se excluyen los enclaves occide la Alemania medieval fueron los responsables del hecho de que «sus gobernadores gocen siempre en todas partes de una gran autoridad». Weber concluía: «De ahí que en Alemania la evolución más poderosa hacia un Estado territorial unificado tuviera lugar en Brandemburgo y Austria.» Economy and society, III, p. 1051 [Economía y sociedad, II, página 794].
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dentales de la dinastía; la densidad relativa de habitantes era p r o b a b l e m e n t e menos de la m i t a d de la de Sajonia. Una de las constantes preocupaciones de la política estatal desde la época del gran elector f u e la b ú s q u e d a de inmigrantes p a r a colonizar esta región infrapoblada. A este respecto, el carácter protestante de Prusia sería de una importancia crucial. Los refugiados procedentes de Alemania del sur después de la guerra de los Treinta Años, y los hugonotes después de la revolución del Edicto de Nantes, f u e r o n asentados a toda prisa d u r a n t e los p r i m e r o s años: holandeses, alemanes y más franceses en tiempos de Federico II. Pero siempre hay que r e c o r d a r que, hasta la conquista de Silesia, Prusia continuó siendo u n país e x t r e m a d a m e n t e m o d e s t o en comparación con la m a r c h a general de las m o n a r q u í a s europeas de la época. Esta escala provinciana reforzó algunas características notables de los junkers. La aristocracia p r u s i a n a se distinguía de las grandes noblezas europeas, sobre todo, en que d e n t r o de ella no existía u n amplio abanico de riquezas; como veremos, la szlachta polaca, s e m e j a n t e a ella en m u c h a s o t r a s cosas, estaba a este respecto en u n a situación d i a m e t r a l m e n t e opuesta. El Rittergüter —la finca comercial feudal de la nobleza prusiana— era p o r lo general de u n t a m a ñ o medio. No existía u n e s t r a t o de grandes magnates que poseyeran latifundios m u c h o mayores que las propiedades de la pequeña nobleza, tal como se podía e n c o n t r a r en la m a y o r p a r t e de los d e m á s países europeos 2 7 . A mediados del siglo xvi, el antiguo Herrenstand de la alta nobleza había p e r d i d o su predominio sobre la masa de Ritterschaft28. El único propietario de tierras v e r d a d e r a m e n t e grande era la propia monarquía: en el siglo xviii las propiedades reales suponían u n tercio de toda la tierra cultivable 2 9 . Dos i m p o r t a n t e s consecuencias se derivaron del carácter de la clase j u n k e r . Por u n a parte, estaba menos dividida que otras m u c h a s aristocracias " El valor promedio de una muestra de 100 fincas en la región más rica de Brandemburgo no superaba los 60.000 táleros —quizás unas 15.000 libras— en el siglo XVIII: Walter Dora, «The Prussian bureaucracy in the eighteenth century», Political Science Quarterly, vol. 47, 1932, 2, p. 263. A causa en parte de la falta de una tradición de primogenitura, incluso muchas de las posesiones más grandes estaban cargadas de deudas. u Pero en esta época todavía dominaban los comités del Landtag, de los que estaban excluidos los nobles más pequeños y más pobres. Sin embargo, la tensión entre el conjunto de la aristocracia y las ciudades era. económica y políticamente, mucho más profunda que cualquier desavenencia dentro de la propia clase terrateniente: Otto Hintze, Die Hohenzollern und ihr Werk, Berlín, 1915, pp. 146-7. 2 ' Goodwin, «Prussia», en Goodwin, comp., The European nobility in the eighteenth century, p. 86.
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europeas; en su c o n j u n t o , f o r m a b a u n b l o q u e coherente de terratenientes medios con u n a mentalidad s e m e j a n t e y sin excesivas divergencias regionales. Por otra parte, el j u n k e r medio tendía a e j e r c e r u n a función directa en la organización de la producción c u a n d o n o estaba c o m p r o m e t i d o con los deberes del servicio. E n otras palabras, era m u y a m e n u d o el admin i s t r a d o r real, y n o sólo nominal, de sus propiedades. (La p a u t a residencial de la nobleza p r u s i a n a estimulaba naturalm e n t e esta tendencia, ya que las ciudades eran pocas y estaban m u y lejos u n a s de otras.) El f e n ó m e n o de grandes terratenientes absentistas, q u e d e j a r o n las funciones administrativas de sus propiedades en m a n o s de encargados, n o era corriente. Si la igualdad relativa de riqueza distinguía a los j u n k e r s de sus s e m e j a n t e s polacos, su dedicación cuidadosa a sus propiedades los alejaba de la nobleza rusa. La disciplina del m e r c a d o de exportación contribuyó i n d u d a b l e m e n t e a la gestión racional del Gutsherrschaft. Los j u n k e r s p r u s i a n o s de finales del siglo x v n y principios del X V I I T f o r m a r o n de esta m a n e r a u n a clase social compacta, en u n país pequeño, con u n a áspera tradición r u r a l de negocios. Así, c u a n d o el gran elector y Federico Guillermo I construyeran su nuevo E s t a d o absolutista, las anteriores p a u t a s distintivas de la nobleza producirían u n a e s t r u c t u r a administrativa sui generis. E n efecto, a diferencia de casi todos los otros absolutismos, el modelo p r u s i a n o f u e capaz de utilizar p r o d u c t i v a m e n t e las tradicionales instituciones representativas de la aristocracia, c u a n d o ya se había disuelto su núcleo central. Los E s t a d o s provinciales o Landtage desaparecieron progresivamente a p a r t i r de 1650; la última sesión v e r d a d e r a del Landtag de Brandemb u r g o en 1683 estuvo dedicada casi p o r completo a l a m e n t a r la omnipotencia del Generalkriegskommissariat. Pero los Estados locales de los «condados», o Kreistage, se convirtieron en la u n i d a d b u r o c r á t i c a básica del campo. A p a r t i r de 1702, estos consejos de los j u n k e r s elegían a los candidatos de la nobleza local p a r a el p u e s t o de Landrat, y entonces u n o de ellos era n o m b r a d o f o r m a l m e n t e p o r la m o n a r q u í a p a r a el cargo. La institución del Landrat, que estaba investida con poderes administrativos, fiscales y militares en los distritos rurales, r e c u e r d a de algún m o d o al Justice of the Peace de Inglaterra en su comp r o m i s o equilibrado e n t r e la autoadministración a u t ó n o m a de la gentry y la a u t o r i d a d unitaria del E s t a d o central. Sin embargo, el parecido es engañoso, p o r q u e el r e p a r t o de esferas en Prusia se b a s a b a en el sólido f u n d a m e n t o del t r a b a j o servil. Técnicamente, la servidumbre podía t o m a r dos f o r m a s en Pru-
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sia. La Leibeigenschaft era el s o m e t i m i e n t o personal hereditario de los campesinos, que n o tenían ningún derecho civil ni de propiedad, y a quienes podía venderse p o r s e p a r a d o de la tierra. La Erbuntertanigkeit era la condición de dependencia territorial hereditaria, con unos mínimos derechos legales, p e r o con adscripción a la tierra y con servicios obligatorios al señor, t a n t o en la casa c o m o en las tierras. En la práctica, había poca diferencia e n t r e a m b a s f o r m a s . Así, el E s t a d o n o ejercía ninguna jurisdicción directa sobre la masa de la población rural, que era gobernada p o r los j u n k e r s en sus Gutsbezirke, b a j o la supervisión del Landrat, y cuyos impuestos —dos quintos de los ingresos del campesinado 3 0 — eran r e c a u d a d o s d i r e c t a m e n t e p o r sus señores. Por o t r a parte, las ciudades y las propiedades de la m o n a r q u í a estaban dirigidas p o r u n a burocracia profesional, q u e era el a r m a directa del absolutismo. Un rígido sistema de control de p e a j e s y tráfico regulaba los movimientos de personas y bienes de u n sector a o t r o de esta administración dual. En su inmensa mayoría, la casta militar e r a cooptada de ent r e la nobleza: en 1739 e r a n aristócratas los 34 generales, 56 de los 57 coroneles, 44 de los 46 tenientes coroneles y 106 de los 108 comandantes 3 1 . La alta burocracia civil se reclutaba también, de f o r m a cada vez más extensa y creciente, de la clase j u n k e r . El Rey Sargento tuvo cuidado de que h u b i e r a u n equilibrio e n t r e nobles y burgueses en las c á m a r a s provinciales, p e r o su h i j o promovió deliberadamente a los aristócratas a costa de los funcionarios de clase media. Unos principios r i g u r o s a m e n t e colegiales gobernaban la organización de esta burocracia civil, cuya célula básica era el «consejo» de funcionarios conjuntam e n t e responsables, y no el funcionario individual, sistema q u e estaba destinado a inculcar en u n a nobleza l u t e r a n a el sentido del deber y la p r o b i d a d colectiva impersonal 3 2 . La notable M Holborn, A history of modern Germany, 1648-1840, p. 1%. * Alfred Vagts, A history of militarism, Londres, 1959, p. 64. Hasta 1794 el ejército prusiano había sido mandado por 895 generales, procedentes de 18 familias nobles. En el cuerpo de oficiales, los extranjeros fueron siempre más que los burgueses. " Dorn, «The Prussian bureaucracy in the eighteenth century», Political Science Quarterly, vol. 46, 1931, 3, p. 406, que analiza el funcionamiento de la Kriegs-und-Dcmdnem-Kammern. La organización colegial no había conducido en modo alguno a la eficacia o a la agilidad administrativas en España; indudablemente, esta diferencia debe explicarse en parte por la distinta actitud ética del protestantismo prusiano, una variable a la que Engels, entre otros, concedió mucha importancia para explicar el auge de esa organización.
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disciplina y eficacia de estas instituciones era u n r e f l e j o de la u n i d a d de la clase q u e las alimentaba. No había rivalidades e n t r e los grandes a causa de las clientelas d e n t r o del a p a r a t o de Estado; la venalidad de los cargos era m í n i m a a causa de la debilidad de las ciudades; ni siquiera existió el a r r e n d a m i e n t o de impuestos h a s t a Federico I I (que i m p o r t ó u n a Régie de Francia), debido a q u e los m i s m o s propietarios se encargaban de r e c a u d a r las exacciones fiscales de sus campesinos, y a q u e el i m p u e s t o sobre el comercio u r b a n o estaba c o n t r o l a d o p o r Steurrate profesionales, m i e n t r a s q u e las propiedades reales sum i n i s t r a b a n p o r sí m i s m a s grandes ingresos. Los j u n k e r s prusianos d o m i n a b a n con t a n t a firmeza al E s t a d o y a la sociedad en el siglo X V I I I q u e n o tuvieron ninguna necesidad de establecer el vinculismo de sus equivalentes europeos. Federico II i n t e n t ó p r o m o v e r el maiorat del primogénito p a r a consolidar las propiedades aristocráticas, p e r o este celo ideológico encont r ó poco eco en los terratenientes, que incluso m a n t e n í a n las antiguas n o r m a s feudales de consentimiento agnado colectivo p a r a los p r é s t a m o s familiares 3 3 . N o e s t a b a n amenazados p o r ninguna burguesía ascendente que f o r z a r a g r a d u a l m e n t e el m e r c a d o de la tierra, y p o r eso sentían poca necesidad de proteger su posición social d e s h e r e d a n d o a sus hijos menores; n o r m a l m e n t e , las tierras de los j u n k e r s se dividían a la m u e r t e de sus propietarios (lo q u e a su vez ayudaba a m a n t e n e r su dimensión en u n nivel b a j o ) . Libres de tensiones, intranobiliarias, con u n a supremacía total sobre las ciudades, señores de sus campesinos, la clase t e r r a t e n i e n t e p r u s i a n a e s t a b a m á s rígid a m e n t e identificada con su E s t a d o que ninguna o t r a de Europa. La u n i d a d b u r o c r á t i c a y la a u t o n o m í a r u r a l se reconciliaban de f o r m a insólita. El absolutismo de los j u n k e r s , edificado sobre estas bases, contenía u n f o r m i d a b l e potencial de expansión. E n 1740 m u r i e r o n Federico Guillermo I y el e m p e r a d o r Carlos VI. El h e r e d e r o prusiano, Federico II, cayó i n m e d i a t a m e n t e sobre Silesia. E s t a rica provincia de los H a b s b u r g o f u e ocup a d a r á p i d a m e n t e p o r el e j é r c i t o de los Hohenzollern. Francia aprovechó la o p o r t u n i d a d p a r a asegurarse el apoyo p r u s i a n o en la elección de u n c a n d i d a t o b á v a r o p a r a la dignidad imperial. E n 1741, el d u q u e Carlos Alberto de Wittelsbach f u e elegido e m p e r a d o r , y las t r o p a s franco-bávaras m a r c h a r o n sobre Bohemia. Los objetivos de guerra p r u s i a n o s n o incluían la resurrección de la primacía bávara en el s u r de Alemania, ni el domi35
Goodwin, «Prussia», pp. 95-7.
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nio de Francia en el imperio. Federico II, que había d e r r o t a d o a Austria en el c a m p o de batalla, f i r m ó sin e m b a r g o en 1742 u n a paz s e p a r a d a con Viena, que d e j a b a a Prusia en posesión de Silesia. La recuperación militar de los H a b s b u r g o en la lucha contra Francia, y la alianza de Sajonia con Austria, precipitaron la vuelta de Federico a la guerra dos años después, p a r a proteger sus conquistas. S a j o n i a f u e d e r r o t a d a y saqueada m i e n t r a s los ejércitos austríacos eran rechazados t r i u n f a l m e n t e tras duras batallas. En 1745 se finalizó el conflicto militar con la restitución del título imperial y del reino de Bohemia a la h e r e d e r a de los Habsburgo, María Teresa, y la confirmación de la conquista de Silesia p o r los Hohenzollern. Las victorias de Federico II en la guerra de sucesión austríaca, p r e p a r a d a s desde hacía tiempo p o r la o b r a de sus predecesores, f u e r o n la e n c r u c i j a d a estratégica de la c a r r e r a europea del a b s o l u t i s m o prusiano, convirtiéndolo p o r vez p r i m e r a en u n a potencia t r i u n f a n t e d e n t r o de Alemania. De hecho, Berlín se había a p u n t a d o tantos simult á n e a m e n t e contra Munich, Dresde y Viena. La última posibilidad bávara de expansión política q u e d ó f r u s t r a d a ; los ejércitos sajones f u e r o n derrotados, y el imperio a u s t r í a c o se vio privado de su provincia m á s industrializada en E u r o p a central, que contenía a d e m á s el centro comercial de Breslau. A la inversa, la adquisición de Silesia a u m e n t ó de golpe la población de Prusia en u n 50 p o r 100, elevándola hasta c u a t r o millones de h a b i t a n t e s y dotándola p o r vez p r i m e r a de u n a región de economía relativamente avanzada en el Este, con u n a larga tradición de m a n u f a c t u r a s u r b a n a s (textiles). Sin embargo, esta extensión n o modificó seriamente el c o n j u n t o del o r d e n feudal de Prusia, p o r q u e la m a s a de la población r u r a l de Silesia, n o menos q u e la de B r a n d e m b u r g o , eran Erbuntertanigen. Simplemente, la nobleza local era propietaria de fincas más grandes. La anexión de Silesia f u e posiblemente, y en t é r m i n o s relativos, la ampliación m á s i m p o r t a n t e y lucrativa de u n Estado europeo continental en esta época 3 4 . La m a g n i t u d del éxito p r u s i a n o en 1740-45, el rápido y decisivo c a m b i o en el equilibrio de p o d e r que presagiaba, es lo que explica el e x t r a o r d i n a r i o volumen de la coalición tejida en las décadas siguientes c o n t r a Prusia p o r el canciller a u s t r í a c o Kaunitz. La venganza había de ser a la medida de la e n o r m i d a d del t r a n s t o r n o producido: en 1757, la «revolución diplomática» de Kaunitz había unido c o n t r a Prusia a Austria, Rusia, Francia, Suecia, Sajonia y Dinamarca. La población c o m b i n a d a de estas " Véase el juicio de Dorn: Competition
for empire,
pp. 174-5.
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potencias era p o r lo menos veinte veces m a y o r que la de la p r e s u n t a víctima de su alianza; el objetivo de la coalición era n a d a menos que b o r r a r al Estado p r u s i a n o del m a p a de E u r o p a . Rodeado p o r todas partes, en situación desesperada, Federico II dio el p r i m e r golpe, i n a u g u r a n d o f o r m a l m e n t e la guerra de los Siete Años con la invasión de Sajonia. La a m a r g a lucha que siguió f u e la p r i m e r a guerra v e r d a d e r a m e n t e paneuropea, en la que participaron s i m u l t á n e a m e n t e todas las grandes potencias, desde Rusia a Inglaterra y desde E s p a ñ a a Suecia, p o r q u e el conflicto continental se entrelazó con el conflicto m a r í t i m o y colonial e n t r e Gran Bretaña y Francia. El a p a r a t o militar prusiano, dirigido p o r Federico II y que ahora c o m p r e n d í a un ejército de unos 150.000 h o m b r e s , sobrevivió a los demoledores retrocesos y d e r r o t a s p a r a t e r m i n a r con un débil margen final de victorias contra todos sus enemigos. Las c a m p a ñ a s de diversión financiadas p o r Inglaterra en Westfalia, que mantuvieron alejadas a las fuerzas francesas, y la defección final de Rusia de la coalición, f u e r o n los factores cruciales del «milagro» de la casa de B r a n d e m b u r g o . Pero el v e r d a d e r o secreto de la resistencia p r u s i a n a f u e la brillante eficacia de su absolutismo: la e s t r u c t u r a del E s t a d o que había sido destinado a u n a completa y rápida destrucción p o r Kaunitz se m o s t r ó m u c h o más capaz de resistir las enormes tensiones económicas y logísticas de la guerra que los confusos imperios alineados c o n t r a él en el Este. E n la paz de 1763 ningún t e r r i t o r i o cambió de manos. Silesia permaneció como u n a provincia de los Hohenzollern, y Viena t e r m i n ó la guerra en u n a situación financiera más lastimosa que Berlín. El rechazo del gran ataque a u s t r i a c o h a b r í a de convertirse en la d e r r o t a definitiva de los ejércitos de los H a b s b u r g o en Alemania, como m o s t r a r í a n los sucesos posteriores; sus consecuencias más p r o f u n d a s sólo se h a r í a n evidentes más adelante. Sajonia, saqueada repetida e implacablemente p o r Federico II, tuvo que s o p o r t a r la mitad del coste total de la guerra prusiana, y se h u n d i ó en u n a irrevocable insignificancia política p e r d i e n d o su cinturón polaco pocos meses después de la paz. Prusia, a u n q u e no consiguió ninguna ganancia geográfica y n o venció en ninguna c a m p a ñ a decisiva, era estratégicam e n t e más f u e r t e d e n t r o del equilibrio alemán después de la guerra de los Siete Años que antes de ella.
nada casi p o r completo del sistema jurídico 3 5 . Se f o m e n t ó la economía p o r medio de p r o g r a m a s oficiales que a b a r c a b a n la agricultura y la industria. Se organizaron el d r e n a j e rural, la colonización de tierras y la m e j o r a de los t r a n s p o r t e s . Se fundaron m a n u f a c t u r a s estatales, se promovió la m a r i n a y la minería y se desarrollaron las industrias textiles. Se llevó a la práctica la p r i m e r a política sistemáticamente «poblacionista» de E u r o p a , con el establecimiento en el e x t r a n j e r o de centros para el reclutamiento de inmigrantes 3 Ó . Federico II f u e también responsable de u n a innovación audaz del absolutismo prusiano, llamada a tener e n o r m e s consecuencias en el siglo siguiente, a u n q u e fuese papel m o j a d o c u a n d o se decretó p o r p r i m e r a vez: el establecimiento de la educación p r i m a r i a obligatoria p a r a toda la población masculina con el Generallandschulreglement de 1763. Por o t r a parte, las iniciativas p a r a proteger al campesinado de la opresión y el deshaucio de los señores estuvieron motivadas casi siempre p o r el t e m o r de agotar la m a n o de obra r o b u s t a necesaria p a r a el ejército, y f u e r o n u n i f o r m e m e n t e ineficaces. Los bancos hipotecarios p a r a la ayuda a los terratenientes en apuros, a u n q u e recibidos al principio con suspicacia p o r los j u n k e r s , estaban destinados a tener una gran importancia. Las finanzas públicas, controladas con escrupulosidad y purgadas de casi todos los gastos de la corte, a u m e n t a r o n n o t a b l e m e n t e a pesar de las guerras del reinado. Los ingresos anuales de la m o n a r q u í a se triplicaron, p a s a n d o de 7 a 23 millones de táleros e n t r e 1740 y 1786, m i e n t r a s que las reservas se quintuplicaron, p a s a n d o de 10 a 54 millones 3 7 . La inmensa mayor p a r t e del gasto estatal se destinaba, p o r supuesto, al ejército, q u e a u m e n t ó de 80.000 a 200.000 soldados b a j o Federico II (la relación soldado/población más alta de cualquier país de E u r o p a ) . La proporción de regimientos e x t r a n j e r o s —cont r a t a d o s o reclutados a la fuerza en el exterior— se a u m e n t ó deliberadamente con o b j e t o de conservar la limitada población productiva del interior. El r e p a r t o de Polonia en 1772, realizado de a c u e r d o con Rusia y Austria, añadió Prusia occidental y la E r m l a n d a los dominios de los Hohenzollern en el Este, consolidándolos en u n solo bloque territorial y a u m e n t a n d o el potencial demográfico del Estado. Hacia el final del reinado, la población total de Prusia se había doblado, de 2,5 a 5,4 mi-
Mientras tanto, los objetivos de la política exterior de Federico II se c o m p l e t a r o n con la o b r a de su gobierno interior. Los rangos más altos de la burocracia y el ejército f u e r o n concienz u d a m e n t e aristocratizados p o r la m o n a r q u í a . El sistema judicial f u e r e f o r m a d o p o r Yon Cocceji y la venalidad q u e d ó elimi-
" Sobre el papel de Von Cocceji véase Rosenberg, Bureaucracy, tocracy and autocracy, pp. 122-34. 36 Bluche ofrece una viva descripción en Le despotisme eclairé, nas 83-85. 37 Holborn, A history of modern Germany, 1648-1840, p. 268.
arispági-
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Ilones de habitantes 3 8 . Internacionalmente, la reputación militar del absolutismo p r u s i a n o después de la guerra de los Siete Años era tan f o r m i d a b l e que Federico II p u d o dictar la salida de las dos crisis m á s i m p o r t a n t e s de Alemania en las décadas siguientes, sin necesidad de r e c u r r i r al a r g u m e n t o de las a r m a s . E n 1778-9 y en 1784-5, Austria intentó r e c u p e r a r su posición dent r o de Alemania p o r medio de u n i n t e r c a m b i o de los Países B a j o s del sur p o r Baviera, alcanzando en dos ocasiones u n entendimiento con el elector Wittelsbach p a r a este fin. La fusión de Baviera con Austria podría h a b e r t r a n s f o r m a d o la historia de Alemania, al d a r a la dinastía H a b s b u r g o u n a fuerza inatacable en el s u r y al redirigir toda la orientación política de Viena hacia el Reich. Pero en a m b a s ocasiones la prohibición p r u s i a n a b a s t ó p a r a decapitar el proyecto. En el p r i m e r caso, f u e r o n suficientes u n a s c u a n t a s escaramuzas simbólicas. E n el segundo, el a c u e r d o diplomático realizado p o r Berlín p a r a f o r m a r u n bloque c o m ú n con Hannóver, Sajonia, Mainz y otros principados c o n t r a Austria, constituyó Un veto adecuado: la «Asociación de Príncipes», r e u n i d a p o r Federico II en 1785, u n a ñ o antes de su m u e r t e , anunció y selló la p r e p o n d e r a n c i a de los Hohenzollern en la Alem a n i a del norte. Cuatro años después estalló la revolución francesa, q u e p u s o en cuestión la viabilidad de todos los anciens régimes de Europa, p o r m u y nuevos que fuesen políticamente hablando, al cruzarse los diferentes tiempos históricos en el c a m p o de batalla de la guerra revolucionaria. Prusia, que actuó con mediocridad en la p r i m e r a coalición contrarrevolucionaria dirigida c o n t r a Francia en el Oeste, aprovechó la o p o r t u n i d a d p a r a dividirse el resto de Polonia con Rusia y Austria en el Este, p a r a r e t i r a r s e i n m e d i a t a m e n t e de la lucha contra la República en 1795. La neutralidad de los Hohenzollern se limitó a posponer, d u r a n t e la siguiente década de guerra europea, la h o r a de la verdad. E n 1806, el a t a q u e de Napoleón colocó al E s t a d o absolutista p r u s i a n o ante su p r u e b a decisiva. Sus ejércitos f u e r o n aplastados en Jena y t u v o que f i r m a r u n t r a t a d o de paz en Tilsit que lo reducía a la condición de satélite. Todos sus territorios al oeste del Elba f u e r o n confiscados, los franceses p l a n t a r o n sus cuarteles d e n t r o de las fortalezas p r u s i a n a s e impusieron f u e r t e s indemnizaciones. E s t a f u e la crisis que p r o d u j o la « E r a de las Reformas». En ella, y en su m o m e n t o de m a y o r peligro y debilidad, el E s t a d o p r u s i a n o f u e capaz de utilizar u n a notable reserva de talento político, militar y cultural p a r a salvar su » Ibid.,
p. 262.
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existencia y renovar sus e s t r u c t u r a s . Muchos de estos inteligentes r e f o r m a d o r e s provenían r e a l m e n t e de la Alemania occidental y central, regiones socialmente m u c h o m á s avanzadas q u e la m i s m a Prusia. Stein, dirigente político de la reacción contra Napoleón, era u n caballero imperial p r o c e d e n t e de Renania. Gneisenau y S c h a r n h o r s t , los arquitectos del nuevo ejército, procedían respectivamente de H a n n ó v e r y Sajonia. Fichte, el ideólogo filosófico de la «guerra de liberación» c o n t r a los franceses, residía en H a m b u r g o . H a r d e n b e r g , el noble responsable de la configuración definitiva de las r e f o r m a s , era de Hannóver 3 9 . La procedencia mixta de los r e f o r m a d o r e s era premonitora. El a b s o l u t i s m o p r u s i a n o h a b r í a de r e c o b r a r su vigor y e x p e r i m e n t a r p r o f u n d o s cambios en su carácter, gracias precisamente al hecho básico de su contigüidad cultural y territorial con el resto de Alemania. Desde la aparición de Napoleón a las p u e r t a s de Berlín ya n o había ninguna posibilidad de u n E s t a d o Hohenzollern desarrollándose en vase cióse. De momento, sin embargo, el impulso r e f o r m a d o r n o llegó m u y lejos. Stein, u n emigrado f r a n c ó f o b o influenciado p o r Montesquieu y Burke, i n t r o d u j o p r o g r a m a s de igualdad civil, r e f o r m a agraria, autogobierno local y movilización nacionalista c o n t r a Napoleón. En el a ñ o que estuvo a su cargo (1807-08) suprimió el ya ineficaz Generaldirektorium y estableció u n sistema ministerial convencional con d e p a r t a m e n t o s funcionales según el modelo de la m o n a r q u í a francesa, enviando desde la capital a funcionarios especiales p a r a la supervisión de los a s u n t o s de las provincias. El r e s u l t a d o práctico f u e u n a m a y o r centralización del c o n j u n t o del a p a r a t o de Estado, c o n t r a r r e s t a d o sólo n o m i n a l m e n t e p o r la concesión a las ciudades de u n a a u t o n o m í a limitada. E n el campo, la servidumbre f u e f o r m a l m e n t e abolida y se abrogó el sistema j u r í d i c o de los tres estamentos. Esta política tropezó con la oposición vehemente de los j u n k e r s p o r su «radicalismo», y c u a n d o Stein comenzó a moverse c o n t r a las jurisdicciones patrimoniales y la i n m u n i d a d fiscal de la nobleza, y a planificar u n a levée general a r m a d a c o n t r a Francia, f u e i n m e d i a t a m e n t e despedido. Hardenberg, su sucesor, u n político de la corte, aplicó entonces u n a hábil dosis de legislación exactamente medida, p a r a modernizar al absolutismo p r u s i a n o y a la clase que éste representaba sólo h a s t a el p u n t o necesario p a r a i n f u n d i r l e nuevo J ® Prácticamente, la única figura política importante implicada en las reformas y natural de Prusia era el educador Von Humboldt, aunque Clausewitz —la mayor eminencia intelectual de su generación— también era brandemburgués de nacimiento.
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vigor sin a f e c t a r p o r ello a la naturaleza esencial del E s t a d o feudal. La «reforma» agraria se llevó a cabo e n t r e 1810 y 1816, de tal f o r m a que intensificó todavía más la miseria rural. A cambio de la emancipación legal, los campesinos s u f r i e r o n una expoliación de a l r e d e d o r de u n millón de hectáreas y unos 260 millones de m a r c o s p a r a «compensar» a sus antiguos señores p o r su nueva libertad La llamada Bauernlegen f u e u n i n s t r u m e n t o planeado p a r a la expropiación del campesinado. Las tierras comunales y el sistema de rotación trianual f u e r o n abolidos. La consecuencia f u e la ampliación de las propiedades señoriales y la creación de u n a masa creciente de t r a b a j a d o r e s agrícolas sin tierras a los que estrictas ordenanzas legales mantenían a disposición de los j u n k e r s . Simultáneamente, Hardenb e r g amplió el acceso a la propiedad de la tierra p o r p a r t e de la burguesía (que así ya podía c o m p r a r fincas) y la posibilidad de ejercicio de las profesiones p a r a la nobleza (que así ya n o p e r d í a su rango p o r dedicarse al derecho o a los negocios). Con esto se a u m é n t ó la vitalidad y la versatilidad de los j u n k e r s sin ninguna p é r d i d a seria de privilegios. Una tentativa p a r a acabar con la función del Landrat f u e r á p i d a m e n t e dinamitada p o r la aristocracia, y las tradicionales asambleas de c o n d a d o se q u e d a r o n sin r e f o r m a . De hecho, el contrCl nobiliario sobre el c a m p o se a u m e n t ó con la extensión de la a u t o r i d a d del Landrat a las ciudades rurales. Las cargas señoriales persistieron m u c h o t i e m p o después de la abolición de la servidumbre. La exención del Rittergut del pago de impuestos sobre la tierra p e r d u r ó h a s t a 1861; la jurisdicción de policía señorial, hasta 1871; el monopolio de los j u n k e r s sobre la administración de los condados, h a s t a 1891. En las ciudades, H a r d e n b e r g abolió los monopolios gremiales, p e r o f u e incapaz de acabar con el dualismo fiscal. H u m b o l d t extendió y modernizó d r á s t i c a m e n t e el sistema de educación pública, desde la Volksschule elemental hasta la fundación de la nueva Universidad de Berlín. Scharnh o r t s y Gneisenau organizaron u n sistema de reserva, p a r a evadir las disposiciones a c o r d a d a s después de Tilsit que limitaban el t a m a ñ o del ejército prusiano, «popularizando» el reclutamiento y a u m e n t a n d o así la militarización institucional de todo el 40 W. M. Simón, The failure of the Prussian reform movement, 18071819, Nueva York, 1971, pp. 88-104. Los campesinos tenían que pagar una compensación en tierra y en dinero por la conmutación de las prestaciones de trabajo a sus antiguos dueños. Los campesinos todavía estaban redimiendo esas prestaciones en 1865. La estimación de los pagos de redención dada más arriba está tomada de Theodore Hamerow. The social foundations of Germán unification, Princeton, 1969, p. 37.
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orden social. Las regulaciones de c a m p a ñ a y el e n t r e n a m i e n t o táctico f u e r o n modernizados. Las funciones de m a n d o se abrieron f o r m a l m e n t e a los burgueses, p e r o los oficiales podían vetar las nuevas admisiones a sus regimientos, con lo que se garantizaba que el control de los j u n k e r s n o r e s u l t a r a dañado 4 1 . El efecto n e t o de la E r a de la R e f o r m a f u e reforzar, m á s que moderar, el E s t a d o m o n á r q u i c o en Prusia. Significativamente, sin embargo, f u e en esta época c u a n d o la clase j u n k e r —la nobleza m á s leal de E u r o p a d u r a n t e el difícil desarrollo del absolutismo en los siglos x v n y X V I I I , la única clase nobiliaria que n u n c a recurrió a la lucha civil c o n t r a la m o n a r q u í a — comenzó a agitarse p o r vez p r i m e r a . La amenaza de los reformadores a sus privilegios, incluso a u n q u e fuese i n m e d i a t a m e n t e frenada, f o m e n t ó u n a oposición ideológica de u n c a r á c t e r conscientemente neofeudal. Von Marwitz, dirigente de la disidencia b r a n d e m b u r g u e s a c o n t r a Hardenberg, atacaría, de f o r m a reveladora, t a n t o al absolutismo c o m o al p a r l a m e n t a r i s m o , en n o m b r e de la largo tiempo olvidada constitución de los Estados anterior a la llegada del gran elector. A p a r t i r de ese m o m e n t o , siempre existió en Prusia u n colérico c o n s e r v a d u r i s m o de los junkers, u n estado de á n i m o c u r i o s a m e n t e desplazado desde el siglo xvii al xix, y que h a b r í a de e n f r e n t a r s e a m e n u d o con la monarquía. Este c o n j u n t o de r e f o r m a s p e r m i t i ó a Prusia p a r t i c i p a r de m o d o adecuado en la coalición final que d e r r o t ó a la Francia napoleónica. Con todo, la Prusia que participó en el Congreso de Viena, con sus vecinas Rusia y Austria, era esencialmente u n ancien régime tradicional. Aunque Metternich tuviese antipatía a los r e f o r m a d o r e s prusianos, a quienes consideraba casi «jacobinos», lo cierto es que el E s t a d o de los Hohenzollern estaba menos avanzado socialmente en algunos aspectos que el imperio de los H a b s b u r g o tras las r e f o r m a s josefinas de finales del siglo X V I I I . El v e r d a d e r o p u n t o crucial de la historia del absolutismo p r u s i a n o no hay que situarlo en la obra de los r e f o r m a d o r e s , sino en las ganancias que consiguió con el tratado de paz. Para impedir que obtuviera S a j o n i a y p a r a compensarla p o r la absorción rusa de la mayor p a r t e de Polonia, los aliados concedieron a Prusia la región de Renania-Westfalia, al o t r o extremo de Alemania, c o n t r a la propia voluntad de la corte de Berlín. Con esta acción, los aliados cambiaron el eje histórico del E s t a d o prusiano. Destinadas p o r Austria y Gran 41 Sobre las reformas militares véase Gordon Craig, The politics Prussian army, 1640-1945, Nueva York, 1964, pp. 38-53, 69-70.
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B r e t a ñ a a detener su consolidación territorial en la Alemania centro-oriental, las provincias r e n a n a s estaban separadas de B r a n d e m b u r g o p o r Hannóver y Hesse, d e j a n d o así a los dominios de los Hohenzollern estratégicamente desperdigados p o r toda la Alemania del norte, lo que exigía arriesgadas obligaciones defensivas c o n t r a Francia en la zona occidental. Las consecuencias efectivas del a c u e r d o no f u e r o n previstas p o r ninguna de las p a r t e s que intervinieron en él. Las nuevas posesiones de los Hohenzollern tenían u n a población superior a la de t o d a s las antiguas provincias j u n t a s : 5.500.000 h a b i t a n t e s en el Oeste y 5.000.000 en el Este. De u n solo golpe, el peso demográfico de Prusia se duplicó hasta s u p e r a r los diez millones de habitantes. Baviera, el siguiente E s t a d o germano, sólo tenía 3.700.00042. Por o t r a parte, Renania-Westfalia era u n a de las regiones m á s avanzadas de Alemania occidental. Los campesinos pagaban todavía cargas consuetudinarias, y los terratenientes gozaban, e n t r e otros, de derechos especiales de caza; p e r o la agricultura de pequeños a r r e n d a t a r i o s estaba p r o f u n d a m e n t e arraigada, y la clase nobiliaria e s t a b a f o r m a d a generalmente p o r señores absentistas, que n o a d m i n i s t r a b a n sus propiedades, como lo hacían los nobles en Prusia. A diferencia de las Kreistage de los junkers, las asambleas rurales o Amt incluían u n a representación de los campesinos. El modelo de las relaciones sociales en el c a m p o era, p o r consiguiente, m u c h o m á s suave. Las nuevas provincias tenían a d e m á s un gran n ú m e r o de ciudades florecientes, con viejas tradiciones de a u t o n o m í a municipal, intercambio comercial y actividades m a n u f a c t u r e r a s . Mucho más i m p o r t a n t e q u e todo esto, p o r supuesto, era el hecho de que debido a sus recursos minerales, todavía n o explotados, esta región estaba destinada a convertirse en la zona industrial m á s colosal de Europa. Las adquisiciones militares del E s t a d o feudal p r u s i a n o incluyeron, pues, al núcleo n a t u r a l del capitalismo alemán. El desarrollo de este nuevo E s t a d o hacia u n a Alemania unificada d u r a n t e t o d o el siglo xix f o r m a parte, en esencia, del ciclo de las revoluciones burguesas, del que se t r a t a r á en o t r o lugar. Aquí basta con llamar la atención sobre t r e s aspectos cruciales de la evolución socioeconómica de Prusia que hicieron posibles los éxitos posteriores del p r o g r a m a bismarckiano. En p r i m e r lugar, y sin salir del Este, la r e f o r m a agraria de Hardenberg de 1816 c o n d u j o a un r á p i d o e imponente avance de toda la economía cerealista. Al liberar el m e r c a d o de la tierra, 42 J. Droz, La formation gina 126.
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1789-1817, París, 1970, pá-
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la r e f o r m a expulsó progresivamente del c a m p o a los j u n k e r s incapaces o endeudados, a la vez que a u m e n t ó lógicamente el n ú m e r o de burgueses inversores en tierras; apareció u n e s t r a t o de agricultores p r ó s p e r o s o Grossbauern y se p r o d u j o u n a notable racionalización de la gestión agraria. En 1855, el 45 p o r ciento de los Rittergüter de las seis provincias orientales tenían propietarios n o aristocráticos 4 3 . Al m i s m o tiempo, los j u n k e r s que q u e d a r o n en el c a m p o eran a h o r a propietarios de fincas más grandes y productivas, que se habían a m p l i a d o t a n t o p o r la c o m p r a a o t r o s nobles c o m o p o r la expulsión de los campesinos de las t i e r r a s comunes y de las pequeñas propiedades. En la década de 1880, el 70 p o r 100 de las propiedades agrarias más extensas (de m á s de 1.000 hectáreas) e r a n propiedad de la nobleza 4 4 . El c o n j u n t o del sector agrario e n t r ó en u n a fase de expansión y p r o s p e r i d a d . Las cosechas de g r a n o y la superficie cultivada a u m e n t a r o n a la p a r ; de hecho, a m b a s se duplicaron en la Prusia oriental e n t r e 1815 y 18644S. Los nuevos latifundios e s t a b a n cultivados p o r t r a b a j a d o r e s asalariados, y se convirtieron cada vez m á s en e m p r e s a s capitalistas ortodoxas. Sin embargo, este t r a b a j o asalariado estaba regulado p o r u n a Gesindeordnung feudal que p e r d u r a r í a h a s t a el siglo xx, y q u e imponía u n a rígida disciplina señorial sobre los t r a b a j a d o r e s agrícolas y los servidores domésticos, con penas de prisión p a r a las huelgas y límites estrictos a la movilidad. La Bauernlegen no p r o d u j o u n éxodo masivo del campo, sino u n amplio proletariado rural, cuyo n ú m e r o a u m e n t ó a medida q u e subía la producción, lo que ayudó a m a n t e n e r b a j o s los salarios. La aristocracia j u n k e r consiguió así u n a reconversión p r o f u n d a hacia la agricultura capitalista a la vez que seguía explotando todos los privilegios patrimoniales que había p o d i d o conservar. «Los nobles realizaron fácilmente la transición de la agricultura señorial a la capitalista, m i e n t r a s que se p e r m i t í a a u n gran n ú m e r o de campesinos h u n d i r s e en las limpias aguas de la libertad económica» 46. Mientras tanto, la b u r o c r a c i a p r u s i a n a estaba llevando a cabo un servicio f u n d a m e n t a l al t e n d e r u n p u e n t e e n t r e la economía " John Gillis, «Aristocracy and bureaucracy in nineteenth-century Prussia», Past and Present, 41, diciembre de 1968, p. 113. " Hamerow, The social foundations of german unification, p. 59. " David Landes, «Japan and Europe: contrasts in industrialization», en W. Lockwood, comp., The State and economic enterprise in Japan, Princeton, 1965, p. 162. El ensayo de Landes es, esencialmente, una amplia comparación entre el desarrollo prusiano y el japonés, y contiene muchas reflexiones e ideas sobre la historia de Alemania en el siglo xix. 44 Simón, The failure of the Prussian reform movement, p. 104.
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agraria del Este y la revolución industrial que tenía lugar simult á n e a m e n t e en las provincias occidentales. A principios del siglo xix, la b u r o c r a c i a estatal —que siempre había proporcion a d o u n refugio ocupacional a la clase media subdesarrollada de los dominios tradicionales de los Hohenzollern, a u n q u e ésta n u n c a hubiese d o m i n a d o sus puestos m á s elevados— f u e la artífice del establecimiento gradual de la Zollverein que u n i ó a la mayor p a r t e de Alemania con Prusia en u n a sola zona comercial. Von Motz y Maassen, del Ministerio de Hacienda, f u e r o n los dos arquitectos de este sistema, construido e n t r e 1818 y 1836, q u e excluyó a Austria del desarrollo económico alemán y ligó comercialmente a los pequeños estados con Prusia 4 7 . El auge en la construcción de ferrocarriles a p a r t i r de la década de 1830 estimuló a su vez el rápido crecimiento económico dent r o de la Unión Aduanera. Las iniciativas b u r o c r á t i c a s tuvieron t a m b i é n cierta i m p o r t a n c i a al s u m i n i s t r a r ayuda tecnológica y financiera a la naciente i n d u s t r i a p r u s i a n a (Beuth, Rother). En la década de 1850, la Zollverein se extendió a la m a y o r p a r t e de los restantes principados del norte; la intrusión de Austria sería bloqueada m á s t a r d e con habilidad p o r Delbrück, desde el Ministerio de Comercio. La política de b a j o s aranceles proseguida c o n s t a n t e m e n t e p o r la burocracia estatal prusiana, y q u e culminó en el t r a t a d o de París con Francia en 1864, f u e u n a r m a decisiva en la competencia diplomática y política e n t r e Berlín y Viena d e n t r o de Alemania. Austria no p u d o s o p o r t a r la liberalización económica que c o n d u j o a los estados del sur de Alemania, dependientes del comercio internacional, al lado de Prusia 4 S . Al m i s m o tiempo, sin embargo, el curso f u n d a m e n t a l de la unificación alemana venía m a r c a d o p o r el t e m p e s t u o s o crecim i e n t o industrial del Ruhr, en los límites de las m i s m a s provincias occidentales de Prusia. La burguesía renana, cuyas fort u n a s se c i m e n t a b a n en la nueva economía m a n u f a c t u r e r a y m i n e r a del Oeste, f o r m a b a u n grupo políticamente m u c h o más ambicioso y abierto que los obedientes ciudadanos del este del Elba. Sus portavoces —Mevissen, Camphausen, H a n s e m a n n y 47 Véase Pierre Benaerts, Les origines de la grande industrie allemanae, París, 1934, pp. 31-52; Droz hace algunos penetrantes comentarios de carácter general sobre el papel de la burocracia en La formation de l'unité allemande, p. 113. 44 La importancia del tratado comercial con Francia es subrayada especialmente por Helmut Boehme, Deutschlands Weg zur Grossrnacht, Colonia y Berlín, 1966, pp. 100-20, 165-6; se trata de una obra pionera, aunque excesivamente econcmicista.
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otros— f u e r o n quienes organizaron y dirigieron el liberalismo alemán y quienes lucharon p o r la aprobación de u n a constitución b u r g u e s a con u n a a s a m b l e a representativa en Prusia. Su p r o g r a m a significaba, de hecho, el fin del absolutismo de los Hohenzollern, y, n a t u r a l m e n t e , levantó la obstinada hostilidad de la clase d o m i n a n t e de los j u n k e r s en el Este. Los levantamientos populares de 1848, cuyo material de combustión f u e aportado p o r los artesanos y los campesinos, p r o p o r c i o n a r o n a esta burguesía d u r a n t e breve tiempo puestos ministeriales en Berlín y u n a p l a t a f o r m a ideológica en F r a n c f o r t , antes de q u e el ejército real a p l a s t a r a la revolución pocos meses después. La Constitución prusiana, q u e f u e el p r o d u c t o a b o r t a d o de la crisis de 1848, estableció p o r vez p r i m e r a u n Landtag nacional, con u n a c á m a r a b a s a d a en u n sistema electoral de tres clases que garantizaba a b i e r t a m e n t e el dominio de la gran propiedad, y o t r a c á m a r a que se reclutaba en su inmensa mayoría e n t r e la nobleza hereditaria. P e r o ninguna de estas c á m a r a s tenía ningún p o d e r sobre el ejecutivo; era u n a asamblea tan desvaída que sólo un 30 p o r 100 de los votantes participó p o r t é r m i n o medio en las elecciones 4 '. La clase capitalista r e n a n a se mantuvo, pues, en la oposición incluso cuando ganó la mayoría de esta simbólica institución. Los j u n k e r s del este del Elba mantenían u n o j o vigilante sobre la m o n a r q u í a p a r a detectar cualquier signo de debilidad, y lograron que sus poderes de policía señorial —abolidos en u n m o m e n t o de pánico p o r Federico Guillermo IV en 1848— f u e s e n restablecidos en 1856. El «conflicto constitucional» de la década de 1860 e n t r e los liberales y el E s t a d o aparece, pues, c o m o u n a lucha f r o n t a l p o r el p o d e r político e n t r e el viejo y el nuevo orden. Sin embargo, la r á p i d a capitalización de la agricultura del Este d u r a n t e el auge de los cereales, y el crecimiento vertical de la i m p o r t a n c i a de la i n d u s t r i a pesada d e n t r o del c o n j u n t o de la formación social prusiana, e s t a b a n e c h a n d o las bases económicas p a r a u n acercamiento e n t r e a m b a s clases. En 1865, a Prusia correspondían las nueve décimas p a r t e s de la producción de carbón y de hierro, dos tercios de las m á q u i n a s de vapor, la m i t a d de la producción textil y dos terceras p a r t e s de la fuerza de t r a b a j o industrial de Alemania 5 0 . La mecanización de la industria alemana ya había s u p e r a d o a la de Francia. Bism a r c k , que había sido u n reaccionario e x t r e m o y el t r u c u l e n t o campeón del ultralegitimismo, f u e el p r i m e r r e p r e s e n t a n t e po" Hamerow, The social foundations of Germán unification, pp. 301-2. 30 Pierre Aygoberry, L'unité allemande (1800-1871), París, 1968, p. 90.
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lítico de la nobleza en c o m p r e n d e r q u e esta fuerza p u j a n t e podía e n c o n t r a r su sitio en la e s t r u c t u r a del Estado, y q u e b a j o la égida de las dos clases poseedoras del reino de los Hohenzollern —los j u n k e r s p r u s i a n o s y los capitalistas renanos— era posible la unificación de Alemania. El t r i u n f o del e j é r c i t o p r u s i a n o sobre Austria en 1866 calmó s ú b i t a m e n t e la discordia q u e existía e n t r e a m b a s clases. El a c u e r d o de B i s m a r c k con los Liberales Nacionales, q u e p r o d u j o la Constitución del n o r t e de Alemania de 1867, selló u n p a c t o social de e n o r m e transcendencia, p r á c t i c a m e n t e c o n t r a la voluntad política de las dos p a r t e s que p a r t i c i p a r o n en él. Tres años después, la g u e r r a franco-prusiana culminó b r i l l a n t e m e n t e la o b r a de la u n i d a d nacional. El reino de Prusia se f u n d i ó en u n imperio alemán. La estruct u r a f u n d a m e n t a l del nuevo E s t a d o e r a inequívocamente capitalista. La Constitución de la Alemania imperial de la década de 1870 incluía u n a asamblea representativa elegida p o r sufragio universal masculino; voto secreto; igualdad civil; u n código legal u n i f o r m e ; u n sistema m o n e t a r i o único; educación secular y u n comercio interior c o m p l e t a m e n t e libre. El E s t a d o alemán así creado n o e r a en m o d o alguno u n e j e m p l o «puro» de su tipo (en aquella época n o había n i n g u n o en el m u n d o ) 5 1 . E s t a b a f u e r t e m e n t e m a r c a d o p o r la naturaleza feudal del E s t a d o prusiano q u e le había precedido. En u n sentido visible y literal, el desarrollo combinado que definía la coyuntura quedó plasm a d o en la a r q u i t e c t u r a del nuevo Estado. P o r q u e la Constitución p r u s i a n a n o f u e abrogada: sobrevivió d e n t r o de la Constitución imperial (porque Prusia era u n a de las u n i d a d e s federales del imperio), con su sistema electoral de «tres clases» de votantes. El c u e r p o de oficiales de su ejército, que n a t u r a l m e n t e constituía el núcleo f u n d a m e n t a l del a p a r a t o militar del imperio, n o era responsable ante el canciller, sino q u e j u r a b a lealtad d i r e c t a m e n t e al e m p e r a d o r , que lo controlaba p e r s o n a l m e n t e a través de su casa militar 5 2 . Los rangos superiores de su burocracia, p u r g a d a y reorganizada p o r Von P u t t k a m e r , se convirtieron en las décadas posteriores a 1870 en u n s a n t u a r i o aristocrático como n u n c a antes lo habían sido. Por o t r a parte, el 51 Taylor señala que la Constitución Confederal de Alemania del norte, de la que se derivó la Constitución imperial, contenía el sufragio más amplio de todos los grandes países europeos, y el único con un voto verdaderamente secreto, adelantándose así a la Second Reform Act de Inglaterra y a la llegada de la III República francesa: A. J. P. Taylor, Bismarck, Londres, 1955, p. 98. 52 Una buena descripción de la Constitución imperial alemana puede verse en K. Pinson, Modern Germany: its history and civilization, Nueva York, 1966, pp. 156-63.
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canciller imperial no era responsable ante el Reichstag, y podía contar con ingresos p e r m a n e n t e s procedentes de a d u a n a s e impuestos n o sometidos a control parlamentario, a u n q u e los presupuestos y las leyes tenían que ser a p r o b a d o s p o r el Reichstag. Algunos derechos fiscales y administrativos de poca importancia se d e j a b a n al control de las diversas unidades federales del imperio, con lo q u e se limitaba f o r m a l m e n t e el c a r á c t e r u n i t a r i o de la Constitución. Estas anomalías i m p r i m i e r o n al E s t a d o alemán de finales del siglo xix u n a f o r m a desconcertante. La m i s m a caracterización del E s t a d o b i s m a r c k i a n o realizada p o r Marx revela u n a mezcla de vejación y desconcierto. En u n a f r a s e airada y célebre, q u e Luxemburgo gustaba citar, lo describió como nichts anderes ais ein mit parliamentarischen Formen verbramter, mit feudalem Beisatz vermischter, schon von der Bourgeoisie beeinflusster, bürokratisch gezimmerter, polizeilich gehüteter Militardespotismus, «no es m á s que un despotismo militar de a r m a z ó n burocrático y b l i n d a j e policiaco, guarnecido de f o r m a s parlamentarias, revuelto con ingredientes feudales e influenciado ya p o r la burguesía» 5 3 . La acumulación de epítetos indica su p r o b l e m a conceptual, p e r o n o a p o r t a ninguna solución al p r o b l e m a . Engels vio con m u c h a m á s claridad que Marx que el E s t a d o alemán, a p e s a r de sus características peculiares, ya había e n t r a d o en las filas de sus rivales inglés y francés. Engels escribió acerca, de la guerra austro-prusiana y de su a u t o r lo siguiente: «Bismarck c o m p r e n d i ó que la guerra civil alemana de 1866 era lo que r e a l m e n t e fue, a saber, u n a revolución [...] y e s t a b a p r e p a r a d o p a r a llevarla a c a b o p o r medios revolucionarios» 5 4 . El resultado histórico del conflicto con Austria f u e que «las mismas victorias del ejército p r u s i a n o modificaron p o r completo la base de la e s t r u c t u r a del e j é r c i t o prusiano», de tal f o r m a que «los f u n d a m e n t o s sociales del viejo E s t a d o s u f r i e r o n una completa transformación» 5 5 . C o m p a r a n d o al b i s m a r c k i s m o con el b o n a p a r t i s m o , Engels a f i r m ó taxativamente que la Constitución elaborada p o r el canciller p r u s i a n o era «una f o r m a m o d e r n a de E s t a d o q u e p r e s u p o n e la abolición del feudalismo» 56 . En o t r a s palabras, el E s t a d o alemán era ya u n a p a r a t o capitalista, s o b r e d e t e r m i n a d o p o r su ascendencia feudal, pero " Esta fórmula pertenece a la Crítica del programa de Gotha: K. Marx y F. Engels, Werke, vol. 19, p. 29 [Obras Escogidas, II, p. 26], 54 F. Engels, The role of forcé in History, Londres, 1969, pp. 64-5. " K. Marx y F. Engels, Selected Works, pp. 246, 247 [Obras Escogidas, P. 681],
* Ibid.,
p. 247 [p. 682],
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f u n d a m e n t a l m e n t e homólogo con u n a f o r m a c i ó n social q u e a principios del siglo xx estaba p r o f u n d a m e n t e dominada p o r el m o d o de producción capitalista; la Alemania imperial f u e muy p r o n t o la m a y o r potencia industrial de E u r o p a . Así pues, el a b s o l u t i s m o prusiano, tras m u c h a s vicisitudes, se había transm u t a d o en otro tipo de Estado. Geográfica y socialmente, socialm e n t e en c u a n t o que geográficamente, había sido a r r a s t r a d o poco a poco desde el Este hacia el Oeste. Quedan p o r establecer las condiciones teóricas de posibilidad de esta «transmutación», p e r o de esto nos o c u p a r e m o s en o t r o lugar. El ascenso de Prusia a p a r t i r de la m i t a d del siglo x v n tuvo en el Este el c o n t r a p u n t o de la decadencia de Polonia. El único gran país de esta región que f u e incapaz de producir u n Estado absolutista acabó desapareciendo en u n a gráfica demostración a contrario de la racionalidad histórica del absolutismo p a r a la nobleza. Todavía n o h a n sido estudiadas de f o r m a adecuada las razones p o r las que la szlachta polaca n u n c a f u e capaz de generar un E s t a d o feudal centralizado; el hundimiento de esta clase plantea u n p r o b l e m a que aún n o ha sido resuelto a u t é n t i c a m e n t e p o r la m o d e r n a historiografía '. E n t r e los materiales disponibles aparecen, todo lo más, algunos elementos críticos que sugieren respuestas parciales o probables. Polonia s u f r i ó la última crisis feudal en m e n o r medida que cualquier o t r o país de la E u r o p a oriental; la peste negra (aunque n o sus plagas auxiliares) pasó de largo p o r ella m i e n t r a s sus vecinas e r a n asoladas. La m o n a r q u í a Piast, reconstituida en el siglo xiv, llegó a su apogeo político y cultural con Casim i r o III, a p a r t i r de 1933. Con la m u e r t e de este soberano en 1370, la dinastía se extinguió, y el título real pasó a Luis de Anjou, rey de Hungría. Luis, m o n a r c a absentista, se vio obligado a conceder a la nobleza polaca el «Privilegio de Kosice» en 1374, a c a m b i o de la confirmación del derecho de su h i j a Eduvigis a sucederle en el t r o n o de Polonia. En u n a Carta insp i r a d a en anteriores modelos h ú n g a r o s se garantizaba a la aristocracia la i n m u n i d a d económica f r e n t e a los nuevos i m p u e s t o s y la a u t o n o m í a administrativa en sus localidades 2 . Doce años después, Eduvigis casó con Jagellón, gran d u q u e de Lituania, que se convirtió en rey de Polonia, f u n d a n d o u n a unión perso1 Esto se deduce sin ningún equívoco de un reciente análisis de las causas de los repartos alegados por los historiadores polacos, muchos de los cuales hacen poco más que volver a plantear el problema: Boguslaw Lesnodarski, «Les partages de la Pologne. Analyse des causes et essai d'une théorie», Acta Poloniae Histórica, VII, 1963, pp. 7-30. 2 Sobre este episodio, véase O. Halecki, «FrOm the unión with Hungary to the unión with Lithuania», en W. F. Reddaway y otros, comps., The Cambridge History of Poland, i, Cambridge, 1950, pp. 19-193.
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nal e n t r e los dos reinos. Esta conjunción h a b r í a de tener efectos p r o f u n d o s y p e r m a n e n t e s en todo el desarrollo posterior de la historia polaca. El d u c a d o de Lituania era u n a de las est r u c t u r a s m á s recientes y notables de la época. La que f u e r a sociedad tribal báltica, tan alejada e n t r e sus p a n t a n o s y bosques que todavía era pagana a finales del siglo xiv, había lev a n t a d o a toda prisa u n E s t a d o c o n q u i s t a d o r que se convirtió en u n o de los imperios territoriales m á s grandes de E u r o p a . La presión occidental procedente de las órdenes militares germ a n a s de Prusia y Livonia había p u e s t o en m a r c h a la apresur a d a formación de u n principado centralizado e n t r e las confederaciones tribales de Lituania. El vacío oriental creado p o r la dominación mongola de la Rusia poskievana p e r m i t i ó su rápida expansión hacia el exterior en dirección a Ucrania. B a j o sus sucesivos soberanos Gedymin, Olgerd, Jagellón y Witold, el poderío lituano alcanzó h a s t a el Oka y el m a r Negro La población de estas vastas regiones era en su mayoría eslava y cristiana, bielorrusa o r u t e n a . El dominio lituano se ejerció en f o r m a de señorío militar que r e d u j o a los señores locales a la condición de vasallos. Este Estado, poderoso pero primitivo, se unía a h o r a al reino de Polonia, m á s pequeño, p e r o m u c h o m á s antiguo y avanzado. Jagellón aceptó el cristianismo y se dirigió a Polonia p a r a garantizar la unión de 1386, m i e n t r a s su sobrino Witold permanecía en el este p a r a gobernar Lituania. Con la subida al t r o n o de u n príncipe e x t r a n j e r o , la szlachta polaca consiguió establecer el principio de la m o n a r q u í a electiva, aunque en la práctica, y de f o r m a continuada, h a b r í a n de investir a la dinastía de los Jagellón d u r a n t e los siguientes doscientos años. Muy p r o n t o q u e d ó d e m o s t r a d a la acrecida fuerza y el dinam i s m o de la nueva unión polacolituana. En 1410, Jagellón infligió a los Caballeros Teutónicos la histórica d e r r o t a de Grünewald, que constituyó el m o m e n t o decisivo p a r a el destino posterior de la Orden en Prusia. Hacia mediados de siglo se r e a n u d ó el ataque polaco sobre Prusia, c u a n d o los E s t a d o s locales germanos se rebelaron contra el dominio de la Orden. La guerra de los Trece Años acabó en 1466 con u n a victoria decisiva de los Jagellón. Por la segunda paz de Thorn, Polonia anexionó la Prusia occidental y E r m l a n d ; Prusia oriental se convirtió en f e u d o polaco, a cuyo f r e n t e y como vasallo se mantuvo al Gran Maestre de la Orden Teutónica, que a p a r t i r de entonces debía h o m e n a j e y servicio en la guerra a ia monarquía polaca. El p o d e r de la Orden f u e q u e b r a d o p a r a siempre,
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y Polonia consiguió u n a salida territorial al Báltico. Danzig, el mayor p u e r t o de toda la región, pasó a ser u n a ciudad autónoma con derechos municipales especiales b a j o la soberanía de la m o n a r q u í a polaca. Casimiro IV, el vencedor de la guerra, gobernaba el reino m á s extenso del continente. Mientras tanto, y en el interior de la m i s m a Polonia, las últimas décadas del siglo xv presenciaron u n r á p i d o auge de la posición política y social de la nobleza a costa de la m o n a r q u í a y el campesinado. Para asegurar la sucesión de su hijo, Jagellón garantizó a la nobleza en 1425 el principio de neminem captivabimus — i n m u n i d a d legal c o n t r a el encarcelamiento arbitrario— en el «Privilegio de Brzesc». Casimiro IV se vio obligado, a su vez, a hacer mayores concesiones a la clase terrateniente. La larga lucha de la guerra de los Trece Años requirió la contratación de fuerzas mercenarias procedentes de todos los rincones de Europa. Con o b j e t o de o b t e n e r los f o n d o s necesarios p a r a pagarlas, el rey concedió a la nobleza en 1454 el «Privilegio de Nieszawa», que disponía la celebración de conventiones particulares p o r la nobleza en sus p r o p i a s localidades y se prohibía el r e c l u t a m i e n t o de t r o p a s y la recaudación de impuestos sin su c o n s e n t i m i e n t o 3 . D u r a n t e el reinado de su h i j o J u a n Alberto, comenzó a f u n c i o n a r en 1492 u n a asamblea nacional unida o Sejm, integrada p o r las asambleas provinciales y locales (sejmiki) de la clase terrateniente. La Sejm era una asamblea bicameral, c o m p u e s t a p o r u n a C á m a r a de Diputados y u n Senado; la p r i m e r a estaba c o m p u e s t a a su vez p o r representantes elegidos p o r los sejmiki, y el segundo, p o r los altos dignatarios clérigos y laicos del Estado. Las ciudades estaban excluidas de ambos: el sistema de E s t a d o s polaco que ahora surgía era exclusivamente a r i s t o c r á t i c o 4 . En 1505, la Constitución de R a d o m ratificó solemnemente los poderes de la Sejm: la ley del nihil novum privó a la m o n a r q u í a del derecho a legislar sin el consentimiento de los Estados, m i e n t r a s la a u t o r i d a d de los funcionarios reales se restringía cuidadosam e n t e 5. Sin embargo, la convocatoria de la Sejm era todavía a discreción de la m o n a r q u í a . En este período se decretó t a m b i é n la servidumbre legal del campesinado polaco. Los E s t a t u t o s de Piotrkow de 1496 3 Véase A. Gieysztor, en S. Kieniewicz, comp., History of Poland, Varsovia, 1968, pp. 145-6. 4 Los burgueses de Cracovia y, posteriormente, los de Vilna, fueron admitidos a las discusiones de la Sejm, pero no tenían voto. s J. Tazbir, en Kieniewicz, comp., History of Poland, p. 176.
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prohibieron t o d o movimiento de los t r a b a j a d o r e s de sus aldeas, con la excepción de un solo campesino al a ñ o p o r cada com u n i d a d . A ellos siguieron o t r a s medidas de adscripción en 1501, 1503, 1510 y 1511: señal de q u e resultaba difícil hacerlas cumplir. Finalmente, en 1520, se a p r o b ó u n a ordenanza que regulaba las cargas feudales, en la que se imponía al wloka o villano polaco u n a prestación de t r a b a j o de hasta seis días a la s e m a n a 6 . La s e r v i d u m b r e del campesinado, cada vez más rígida a medida que t r a n s c u r r í a el siglo xvi, cimentó la nueva prosperidad de la szlachta. La nobleza polaca se benefició m á s que cualquier o t r o g r u p o social de la región del alza cerealística del Báltico que tuvo lugar en esta época. Las parcelas de los campesinos f u e r o n reducidas sin interrupción m i e n t r a s se extendían las grandes haciendas con o b j e t o de a t e n d e r las demandas del m e r c a d o de exportación. En la segunda m i t a d del siglo se duplicó el volumen de cereales exportados p o r vía m a r í t i m a . D u r a n t e el apogeo del comercio de grano, e n t r e 1550 y 1620, la inflación occidental aseguró a la clase t e r r a t e n i e n t e e n o r m e s e inesperados beneficios derivados de los t é r m i n o s de intercambio. Para u n p e r í o d o m á s amplio, se h a calculado que e n t r e 1600 y 1750 el valor de la producción comercializada p o r los m a g n a t e s se triplicó y la de los medianos propietarios se dobló, m i e n t r a s que la del campesinado descendió 7 . Sin embargo, estas ganancias n o se reinvirtieron de f o r m a productiva. Polonia se convirtió en g r a n e r o de E u r o p a , p e r o las técnicas de cultivo continuaron siendo primitivas, con u n b a j o índice de producción. El a u m e n t o del p r o d u c t o agrario se consiguió p o r medio de u n a expansión extensiva, sobre t o d o en las tierras fronterizas del sudeste, y n o mediante m e j o r a s intensivas en el cultivo. Por otra parte, la aristocracia polaca utilizó su p o d e r económico p a r a h a c e r u n a política m á s sistemáticamente a n t i u r b a n a q u e la de cualquier o t r a clase d o m i n a n t e de E u r o p a . A principios del siglo xvi se impusieron r e g l a m e n t a r i a m e n t e precios máximos p a r a las m a n u f a c t u r a s de las ciudades polacas, cuyas comunidades mercantiles se componían en su m a y o r p a r t e de alemanes, judíos o armenios. En 1565 se concedieron exorbitantes privilegios a los m e r c a d e r e s e x t r a n j e r o s , cuyo inevitable
' R. F. Leslie, The Polish quistion, Londres, 1964, p. 4. Witold Kula, «Un'economia agraria senza accumulazione: La Polonia dei seicoli XVI-XVIII», Studi Storici, 34, 1968, pp. 615-6. Las variaciones de los ingresos fueron, naturalmente, mucho menores debido al carácter de subsistencia de la mayor parte de la producción campesina (estimada por Kula en un 90 por 100). 7
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efecto objetivo f u e debilitar y a r r u i n a r a los comerciantes locales 8. La p r o s p e r i d a d comercial de la época iba a c o m p a ñ a d a p o r el desarrollo u r b a n o , y algunos señores ricos f u n d a r o n ciudades privadas, sometidas a ellos, m i e n t r a s o t r o s nobles convertían las fábricas de h i e r r o en molinos de h a r i n a en el campo. Pero la a u t o n o m í a municipal de los patriciados u r b a n o s se s u p r i m i ó p r á c t i c a m e n t e en todas partes, y con ella las posibilidades de u n a i n d u s t r i a floreciente. Sólo el p u e r t o alemán de Danzig se libró de la eliminación de los privilegios u r b a n o s medievales realizada p o r la szlachta: el control monopolista de la exportación del que d i s f r u t ó , ahogó todavía más a las ciudades del interior. De esta f o r m a se implantó cada vez m á s un sistema de monocultivo agrario, que i m p o r t a b a de Occidente sus bienes m a n u f a c t u r a d o s , en lo que era u n a prefiguración aristocrática de las economías u l t r a m a r i n a s del siglo xix. La nobleza q u e se elevó sobre estas bases económicas n o tuvo u n paralelo exacto en ninguna o t r a p a r t e de E u r o p a . El grado de presión que ejerció sobre el c a m p e s i n a d o —con prestaciones de t r a b a j o legalmente p e r m i t i d a s de h a s t a seis días p o r semana— f u e extremo: en 1574 adquirió u n f o r m a l jus vitae et nocis sobre sus siervos, que teóricamente le p e r m i t í a ejecutarlos a v o l u n t a d 9 . La composición de la aristocracia que controlaba estos p o d e r e s era n o t a b l e m e n t e distinta de la de sus vecinos. E n efecto, las redes de p a r e n t e s c o de clan —señal inequívoca de u n a e s t r u c t u r a social prefeudal— habían sobrevivido en la relativamente a t r a s a d a y a m o r f a sociedad polaca de principios de la E d a d Media m u c h o m á s t i e m p o q u e en ninguna otra, h a s t a a f e c t a r a la totalidad de los contornos de la nobleza feudal, c u a n d o ésta apareció f i n a l m e n t e en u n p e r í o d o en q u e n o había ninguna j e r a r q u í a vasallática articulada 1 0 . Cuan' Tazbir minimiza las consecuencias prácticas inmediatas de esta medida, pero su intención es suficientemente clara: Tazbir, History of Poland, página 178. ' Leslie, The Polish questions, pp. 4-5. 10 Estos clanes no eran los descendientes directos de las unidades de organización tribal, sino unas formaciones más recientes basadas en ellas. Sobre todo el problema de la heráldica de los clanes en Polonia véase K. Gorski, «Les structures sociales de la noblesse polonaise au Moyen Age», Le Moyen Age, 1967, pp. 73-85. Etimológicamente, la palabra szlachta proviene quizás del antiguo alto alemán slahta (en alemán moderno, Geschlecht), que significa familia o raza, aunque su origen no es completamente seguro. Hay que tener en cuenta que la nobleza húngara no era diferente de la polaca en su volumen y carácter, a causa una vez más de la presencia de principios ciánicos prefeudales en su formación inicial. Pero ambos casos no deben confundirse, porque los magiares fueron un
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d o en la E d a d Media se i m p o r t a r o n de Occidente los e m b l e m a s heráldicos, n o f u e r o n a d o p t a d o s p o r familias individuales, sino p o r clanes enteros, cuyas redes de p a r e n t e s c o y patronazgo todavía subsistían en el campo. La consecuencia de esto f u e la creación de u n a clase noble relativamente n u m e r o s a q u e comp r e n d í a quizá a u n a s 700.000 personas, e s t o es, el 7 u 8 p o r 100 de la población total en el siglo xvi. D e n t r o de esta clase no existían títulos de rango que diferenciaran a u n grado de señorío de o t r o " . Pero esta igualdad legal en el seno de la nobleza —que n o tenía equivalente en ninguna o t r a p a r t e de la tempran a E u r o p a m o d e r n a — iba a c o m p a ñ a d a p o r u n a desigualdad económica q u e t a m p o c o tenía paralelo en los otros países de aquella época. Una gran masa de la szlachta —quizá m á s de la m i t a d — poseía pequeñas propiedades de c u a t r o a o c h o hectáreas, q u e n o eran mayores q u e las del campesino medio. Este e s t r a t o se c o n c e n t r a b a en las antiguas provincias de Polonia occidental y central; en Mazovia, p o r ejemplo, quizá llegaba a u n q u i n t o de la población total 1 2 . Otro amplio sector de la nobleza estaba f o r m a d o p o r propietarios con pequeñas fincas, que poseían n o m á s de u n a o dos aldeas. Pero j u n t o a ellos, y n o m i n a l m e n t e d e n t r o de la m i s m a nobleza, existían algunos de los m a g n a t e s con las propiedades territoriales mayores de E u r o p a , con latifundios colosales, situados principalmente en Lituania o Ucrania, al este del país. En estas nuevas tierras, legado de la expansión de Lituania en el siglo xiv, n o había tenido lugar u n a difusión heráldica comparable, y la alta aristocracia siempre conservó el c a r á c t e r de u n a p e q u e ñ a casta de p o t e n t a d o s situada p o r encima de u n c a m p e s i n a d o étnicamente e x t r a n j e r o . E n el curso del siglo xvi, la nobleza lituana se integró cada vez m á s en la c u l t u r a y las instituciones de su equivalente polaca, a medida que la nobleza local conquistaba p a u l a t i n a m e n t e derechos similares a los de la szlachta13. El pueblo nómada hasta finales del siglo x, y de ahí que tuvieran una historia anterior y una estructura social muy diferentes a las de los eslavos occidentales. 11 Puede verse un bosquejo sociológico en Andrzej Zajaczkowski, «Cadres structurels de la noblesse», Armales ESC, enero-febrero de 1968. páginas 88-102. Los magnates lituanos que pretendían descender de Gedymin o Rurik usaban el título honorífico de «príncipes», pero esta pretensión carecía de fuerza legal. 12 P. Skwarczynski, «Poland and Lithuania», The New Cambridge Modern History of Europe,
III, p. 400.
° Sobre este proceso véase Vernadsky, Russia at the dawn of the Modern Age, pp. 196-200. El libro de Vernadsky incluye, bajo el epígrafe de «Rusia occidental», uno de los más completos análisis disponibles sobre
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resultado constitucional de esta convergencia f u e la unión de Lublin de 1569, q u e f u n d i ó a los dos reinos en u n solo sistema político, la Rzeczpospolita Polska, con u n a m o n e d a y u n parlam e n t o comunes. Sin embargo, e n t r e las m a s a s de población de las provincias orientales n o tuvo lugar u n a fusión s e m e j a n t e , ya que la mayor p a r t e de ellas m a n t u v i e r o n la religión ortodoxa y la lengua bielorrusa o rutena. Por consiguiente, menos de la m i t a d de la nueva m a n c o m u n i d a d polaca era étnica y lingüísticamente polaca. El c a r á c t e r «colonial» de la clase terrateniente del este y del sudeste se r e f l e j a b a en la m a g n i t u d de sus dominios. A finales del siglo xvi, el canciller J u a n Zamoyski era d u e ñ o de u n a s 800.000 hectáreas, la m a y o r p a r t e situadaá en la Pequeña Polonia, y ejercía jurisdicción sobre 80 ciudades y 800 aldeas 14. A principios del siglo x v n , el imperio de los Wisnowiecki en Ucrania oriental se15 extendía sobre u n a s tierras en las que vivían 230.000 súbditos . En el siglo X V I I I , la familia Potocki, de Ucrania, poseía a l r e d e d o r de 1.200.000 hectáreas; la casa Radziwill de Lituania tenía propiedades q u e se estimaban en unos 4.000.000 de hectáreas 16. S i e m p r e hubo, p o r tanto, u n a extrema tensión e n t r e la ideología de la igualdad legal y la t r e m e n d a disparidad económica en el seno de la aristocracia polaca.
A p e s a r de todo, d u r a n t e el siglo xvi el c o n j u n t o de la szlachta se benefició de la revolución de los precios en u n a medida p r o b a b l e m e n t e m a y o r q u e la de cualquier o t r o grupo de E u r o p a oriental. Fue ésta la época de la somnolencia de B r a n d e m b u r g o y de la decadencia de Prusia oriental; Rusia se estaba extendiendo, p e r o e n t r e terribles convulsiones y regresiones. Polonia era, p o r el contrario, la m a y o r y más rica potencia del este. E n la época más p r ó s p e r a del comercio cerealista, la m a y o r participación en la p r o s p e r i d a d del Báltico recayó sobre ella. La brillantez cultural del Renacimiento polaco, en el q u e se e n m a r c a la figura de Copérnico, f u e u n o de sus el Estado lituano. Sobre los antecedentes y las disposiciones de la Unión de Lublin, determinada en parte por la presión militar moscovita sobre Lituania, véanse pp. 241-8. 14 Tazbir, History of Poland, p. 196: además de sus propios dominios, Zamoyski controlaba amplias zonas de las tierras reales. Las tierras pertenecientes a la monarquía eran frecuentemente enajenadas en Polonia como garantía a los magnates acreedores contra sus préstamos. 15 A. Maczak, «The social distribution of landed property iri Poland from the 16th to the 18th century», Third International Conference of Economic History, p. 461. 16 B. Boswell, «Poland», en A. Goodwin, comp., The European nobility in the 18th century, pp. 167-8.
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resultados. Políticamente, sin embargo, es difícil d e j a r de sosp e c h a r q u e la t e m p r a n a y a b u n d a n t e f o r t u n a de la szlachta paralizara en cierto m o d o su capacidad p a r a la centralización constructiva en u n a época posterior. Polonia, infernus rusticorum p a r a el campesinado, ofrecía u n a aurea libertas a la nobleza: en este p a r a í s o de los propietarios, nadie sentía la necesidad imperiosa de u n E s t a d o f u e r t e . El paso de Polonia relativamente indemne p o r la gran crisis económica y demográfica del feudalismo europeo en el ocaso de la Edad Media —de la que salió menos d a ñ a d a q u e los o t r o s países de la región—, seguido del m a n á comercial de los albores de la época moderna, p r e p a r ó quizá la f u t u r a desintegración política. Además, y desde el p u n t o de vista estratégico, la m a n c o m u n i d a d polaca del siglo xvi n o se e n f r e n t ó a ninguna amenaza militar importante. Alemania estaba a t r a p a d a en la lucha i n t e r n a de la Ref o r m a . Suecia era todavía u n a potencia menor. Rusia se extendía m á s hacia el Volga y el Neva que hacia el Dnieper; el desarrollo del E s t a d o moscovita, a u n q u e ya empezaba a aparecer formidable, todavía era tosco y de precaria estabilidad. E n el sur, el p e s o de la presión t u r c a se dirigía c o n t r a las f r o n t e r a s de los H a b s b u r g o en Hungría y Austria, m i e n t r a s que Moldavia —un débil E s t a d o vasallo del sistema o t o m a n o — servía como a m o r t i g u a d o r de Polonia. Las irregulares correrías t á r t a r a s procedentes de Crimea, a u n q u e destructivas, e r a n u n p r o b l e m a localizado en el sudeste. No existía, pues, necesidad u r g e n t e de u n E s t a d o m o n á r q u i c o centralizado que const r u y e r a u n a gran m á q u i n a militar c o n t r a los enemigos exteriores. Las grandes dimensiones de Polonia y el valor tradicional de la szlachta como caballería pesada feudal parecían garantizar la seguridad geográfica de la clase poseedora. Así pues, y precisamente en la época en que el absolutismo avanzaba en toda E u r o p a , los poderes de la m o n a r q u í a polaca f u e r o n drástica y definitivamente reducidos p o r la aristocracia. En 1572 se extingue la dinastía de los Jagellón con la m u e r t e de Segismundo Augusto, que deja el t r o n o vacante. A continuación, la dignidad real salió a s u b a s t a internacional. En 1573 se reunieron en las llanuras de Varsovia 40.000 nobles en u n a asamblea viritim, y eligieron p a r a el trono a E n r i q u e de Anjou. El príncipe francés, que e r a u n e x t r a n j e r o sin ningún vínculo con el país, se vio obligado a f i r m a r los f a m o s o s articuli Henriciani, que a p a r t i r de entonces f u e r o n la carta constitucional de la m a n c o m u n i d a d polaca. Además, u n dispositivo específico, o Pacta Conventa e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza, establecía
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el precedente sobre los contratos personales, con obligaciones específicas y vinculantes, que debían f i r m a r los reyes polacos en el m o m e n t o de su subida al trono. Los articuli Henriciani volvían a c o n f i r m a r expresamente el carácter n o h e r e d i t a r i o de la m o n a r q u í a . El propio m o n a r c a q u e d a b a p r i v a d o de t o d o poder sustancial en el gobierno del reino. No podía despedir a los funcionarios civiles o militares de su administración, ni ampliar el minúsculo ejército —3.000 h o m b r e s — que tenía a su disposición. El consentimiento de la Sejm, que a p a r t i r de ahora tenía que reunirse cada dos años, era necesario p a r a toda decisión política o fiscal de importancia. El incumplimiento de estas limitaciones legalizaba la rebelión c o n t r a el monarca 17. En o t r a s palabras, excepto en el n o m b r e , Polonia se convirtió en u n a república nobiliaria, con u n rey p u r a m e n t e decorativo. Ninguna dinastía polaca h a b r í a de presidir el reino n u n c a más: la clase t e r r a t e n i e n t e p r e f i r i ó de f o r m a deliberada soberanos franceses, húngaros, suecos y sajones, p a r a garantizar la debilidad del E s t a d o central. La dinastía de los Jagellón había gozado de grandes propiedades h e r e d i t a r i a s en sus tier r a s de Lituania, p e r o los reyes e x t r a n j e r o s que se sucedieron en Polonia n o tenían d e n t r o del país esa base económica en la que sostenerse. A p a r t i r de entonces, los ingresos y t r o p a s a disposición de los grandes m a g n a t e s serían a m e n u d o tan amplios como los del propio monarca. Y a u n q u e en ocasiones fuesen elegidos victoriosos príncipes-soldados —Báthory, Sobieski—, la m o n a r q u í a n o r e c u p e r a r í a n u n c a más u n p o d e r permanente o sustancial. Por d e b a j o de las vicisitudes dinásticas y de la heterogeneidad étnica de la unión polacolituana, quizá haya t a m b i é n u n a tradición política m á s antigua que explique este anómalo resultado. Polonia n o había p a r t i c i p a d o ni en la herencia imperial del reino de Bizancio ni en la del carolingio; su nobleza no había e x p e r i m e n t a d o u n a integración originaria en u n sistema político m o n á r q u i c o c o m p a r a b l e al de la Rusia de Kiev o al de la Alemania medieval. La genealogía de clanes de la szlachta era un símbolo de la distancia que la s e p a r a b a de a m b a s . El Renacimiento polaco n o presenció, p o r tanto, el
" Sobre los Articuli Henriciani y los Pacta Conventa, véase F. Nowak, «The interregna and Stephen Batory», The Cambridge History of Poland, i, pp. 372-o. El mejor estudio general del sistema constitucional polaco tal como surge en esta época puede encontrarse en Skwarczynski, «The Constitution of Poland before the partitions», The Cambridge History of Poland, II, pp. 49-67.
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culto autocrático de u n a m o n a r q u í a Tudor, Valois o Habsburgo, sino el florecimiento de u n a m a n c o m u n i d a d aristocrática. La fase final del siglo xvi no dejó traslucir las crisis q u e se aproximaban. A los Pacta Conventa de 1573 les sucedió tres años después — t r a s la salida de E n r i q u e p a r a Francia— la elección del príncipe transilvano E s t e b a n Báthory como rey de Polonia. Báthory, general magiar capaz y experimentado, cont r o l a b a u n tesoro y u n e j é r c i t o personal procedentes de su cercano principado, cuya economía relativamente p r ó s p e r a y u r b a n a le p r o p o r c i o n a b a t r o p a s profesionales y recursos independientes. Su a u t o r i d a d política en Polonia estaba, pues, pod e r o s a m e n t e fortalecida p o r su base territorial al o t r o lado del Tatra. Como soberano católico promovió la C o n t r a r r e f o r m a en Polonia con discreción, evitando las provocaciones religiosas a aquellos sectores de la nobleza que se habían p a s a d o al p r o t e s t a n t i s m o . Su r e i n a d o estuvo ejemplificado, sobre todo, p o r la victoria militar contra Rusia en las guerras del Báltico. T o m a n d o las a r m a s contra Iván IV en 1578 con u n e j é r c i t o combinado de caballería polaca, i n f a n t e r í a transilvana y cosacos ucranianos, Báthory conquistó Livonia y a r r o j ó a las fuerzas r u s a s m á s allá de Polotsk. A su m u e r t e , en 1586, la primacía de Polonia en E u r o p a oriental n u n c a había p a r e c i d o mayor. La szlachta eligió después p a r a el t r o n o a u n sueco, Segismundo Vasa, en cuyo reinado el expansionismo polaco pareció alcanzar su apogeo. Explotando los t u m u l t o s sociales y políticos de Rusia d u r a n t e el período de t r a s t o r n o s , Polonia p a t r o c i n ó en 1605-6 el breve r e i n a d o del Falso Demetrio, u n u s u r p a d o r que se m a n t u v o en su capital gracias a los soldados polacos. Después, en 1610, las fuerzas polacas al m a n d o del hetmán Zolkiewski t o m a r o n de nuevo Moscú e instalaron como zar a Vladislao, h i j o de Segismundo. La reacción p o p u l a r r u s a y las c o n t r a m a n i o b r a s suecas obligaron a la guarnición polaca a aband o n a r Moscú en 1612, y el título de zar pasó al a ñ o siguiente a la dinastía Románov. A p e s a r de todo, la intervención polaca d u r a n t e el p e r í o d o de t r a s t o r n o s se saldó con i m p o r t a n t e s ganancias territoriales en la Tregua de Deulino en 1618, p o r la q u e Polonia se anexionó u n amplio c i n t u r ó n de la Rusia Blanca. La Rzeczpospolita alcanzó en estos años sus mayores fronteras. Sin embargo, este E s t a d o polaco adolecía de dos fatales debilidades geopolíticas, pese a que el valor de la nobleza húsarja no tenía parangón en la guerra de caballería. Ambas e r a n sínt o m a s del individualismo m o n á d i c o de la clase d o m i n a n t e po-
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laca. Por u n a parte, Polonia n o había podido a c a b a r con la soberanía g e r m a n a en la Prusia oriental. Las victorias de los Jagellón sobre la Orden Teutónica en el siglo xv habían reducido a los caballeros alemanes a la condición de vasallos de la m o n a r q u í a polaca. A principios del siglo xvi, la secularización de la Orden por su Gran Maestre f u e a c e p t a d a a cambio del m a n t e n i m i e n t o del señorío polaco sobre lo que a h o r a era Prusia ducal. En 1563, Segismundo Augusto —último soberano Jagellón— aceptó la coinfeudación del d u c a d o p o r el m a r g r a v a d o de B r a n d e m b u r g o a cambio de algunas v e n t a j a s diplomáticas transitorias. Quince años después, Báthory vendió el protectorado sobre el ducado de Prusia oriental al elector de Brandemburgo a cambio de dinero p a r a costear la guerra con Rusia. Finalmente, en 1618, la m o n a r q u í a polaca p e r m i t i ó la unificación dinástica de la Prusia oriental con B r a n d e m b u r g o b a j o la soberanía común de los Hohenzollern. Así, p o r u n a serie de concesiones legales q u e h a b r í a n de c u l m i n a r con la renuncia completa a la soberanía polaca, el ducado f u e e n t r e g a d o a los Hohenzollern. El disparate estratégico de este proceso se h a r í a evidente enseguida. Al no ser capaz de asegurarse e integrar a la Prusia oriental, Polonia p e r d i ó la posibilidad de controlar el litoral báltico y n u n c a p u d o convertirse en u n a potencia marítima. La carencia de u n a flota iba así a hacer a Polonia fácilmente vulnerable a las invasiones anfibias procedentes del norte. Las razones de esta inercia deben buscarse, sin d u d a alguna, en el carácter de su nobleza. El dominio de las costas y la construcción de u n a a r m a d a exigían u n a poderosa máquina estatal, capaz de expulsar a los j u n k e r s de la Prusia oriental y de movilizar las inversiones públicas necesarias p a r a fortificaciones, astilleros y establecimientos p o r t u a r i o s . El E s t a d o ruso de Pedro p u d o h a c e r e s t o tan p r o n t o como alcanzó el Báltico. La szlachta polaca n o estaba interesada en ello. Se daba p o r satisfecha con la solución tradicional de t r a n s p o r t e del grano a través de Danzig en barcos holandeses o germanos. El control real sobre la política comercial de Danzig se abandonó en la década de 1570; los escasos p u e r t o s construidos p a r a u n a p e q u e ñ a m a r i n a f u e r o n olvidados en la de 1640 18. La nobleza era indiferente al destino del Báltico. Su expansión iba a a d o p t a r u n a f o r m a d i a m e t r a l m e n t e distinta, en dirección sudeste, hacia las regiones fronterizas de Ucrania. Aquí era po-
" H. Jablonowski, «Poland-Lithuania, 1609-1648», The New Modern History of Europe, iv, Cambridge, 1970, pp. 600-1.
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sible y rentable la penetración y la colonización privadas; no había ningún sistema estatal q u e p u d i e r a i m p e d i r su avance, y n o se necesitaban innovaciones económicas p a r a crear nuevos latifundios con las tierras excepcionalmente fértiles situadas a a m b o s lados del Dnieper. Así pues, a principios del siglo X V I I los terratenientes polacos se extendieron en p r o f u n d i d a d , m á s allá de Volinia y Podolia h a s t a Ucrania oriental. El sometim i e n t o a s e r v i d u m b r e del c a m p e s i n a d o local ruteno, exacerbad o p o r los conflictos religiosos e n t r e las Iglesias católica y ortodoxa y complicado p o r la t u r b u l e n t a pi-esencia de los núcleos cosacos, convirtió a esta zona salvaje en u n constante problem a de seguridad. Aunque e c o n ó m i c a m e n t e era la proyección m á s rentable de la m a n c o m u n i d a d , social y políticamente ésta era la región m á s explosiva del E s t a d o nobiliario. La nueva orientación de la szlachta, alejándose del Báltico p a r a dirigirse hacia el m a r Negro, h a b r í a de ser doblemente desastrosa p a r a Polonia. Sus consecuencias ú l t i m a s serían la revolución u c r a n i a n a y el diluvio sueco. En los p r i m e r o s años del siglo X V I I ya eran visibles d e n t r o de Polonia algunos signos inquietantes de la incipiente crisis. Al doblar el siglo comenzaron a sentirse los límites de la economía agraria tradicional de la zona central, q u e h a b í a n proporcionado la base productiva del p o d e r í o polaco en el exterior. El desarrollo de los señoríos n o venía a c o m p a ñ a d o p o r ningun a m e j o r a real de la productividad: la extensión cultivable había a u m e n t a d o m i e n t r a s las técnicas p e r m a n e c í a n estacionarias. Además, a h o r a se hicieron evidentes los costos de la desorden a d a extensión del cultivo señorial a expensas de las propiedades campesinas. Los síntomas de a g o t a m i e n t o r u r a l se hicieron presentes antes incluso de que comenzara a b a j a r el precio del grano con la depresión europea que se extendió l e n t a m e n t e a p a r t i r de la década de 1620. La producción comenzó a caer y, lo que era m á s grave, las cosechas a declinar 1 9 . Al m i s m o tiempo, la cohesión política del E s t a d o q u e d ó gravemente debilitada p o r las nuevas derogaciones a p r o b a d a s p o r la a u t o r i d a d central, débilmente m a n t e n i d a p o r la m o n a r q u í a . En 1607-8, u n serio levantamiento de la nobleza —la rebelión de Zebrzydowski— obligó al rey a a b a n d o n a r sus planes de r e f o r m a del pod e r m o n á r q u i c o . A p a r t i r de 1613, la Sejm nacional devolvió las tasaciones de impuestos a los sejmiki locales, con lo que " Jerzy Topolski, «La régression economique en Pologne du x v r au xvm* siécle», Acta Poloniae Histórica, vil, 1962, pp. 28-49.
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hizo m á s difícil todavía conseguir u n sistema fiscal eficaz. En la década de 1640, los sejmiki obtuvieron u n a m a y o r autonomía financiera y militar en sus propias localidades. Mientras tanto, la revolución c o n t e m p o r á n e a de las técnicas militares tenía lugar al margen de la szlachta: su habilidad como clase caballeresca se volvía cada vez m á s anacrónica en u n a s batallas decididas a h o r a p o r u n a infantería e n t r e n a d a y p o r una artillería móvil. El e j é r c i t o central de la m a n c o m u n i d a d solamente tenía u n o s 4.000 h o m b r e s a mediados de siglo, y estaba f u e r a del control real p o r el m a n d o independiente q u e sobre él ejercían los hetmans vitalicios, m i e n t r a s que los magnates fronterizos m a n t e n í a n ejércitos privados de dimensiones semejantes 2 0 . En la década de 1620, la rápida conquista sueca de Livonia, su dominio del litoral de Prusia oriental y la extorsión de f u e r t e s p e a j e s en el Báltico habían revelado ya la vulnerabilidad de las defensas polacas en el norte, m i e n t r a s en el sur las repetidas rebeliones cosacas de la década de 1630 fueron pacificadas con dificultad. La escena estaba ya preparada p a r a la espectacular descomposición del país d u r a n t e el rein a d o del último rey Vasa, J u a n Casimiro. En 1648, los cosacos ucranianos se rebelaron b a j o la dirección de Jmelnitski, y a su paso se extendió u n a jacquerie campesina c o n t r a la clase t e r r a t e n i e n t e polaca. En 1654, los dirigentes cosacos, p o r el t r a t a d o de Pereyaslavl, se p a s a r o n al Estado ruso enemigo, llevando consigo grandes zonas del sudeste. Los ejércitos rusos se dirigieron hacia el oeste, c a p t u r a n d o Minsk y Vilna. En 1655, Suecia lanzó u n asolador a t a q u e en f o r m a de tenaza a través de Pomerania y Curlandia; Brandemb u r g o se alió con ella p a r a realizar u n a invasión c o n j u n t a . Varsovia y Cracovia cayeron r á p i d a m e n t e ante los ejércitos sueco y prusiano, m i e n t r a s los magnates lituanos se a p r e s u r a b a n a desertar p a r a unirse a Carlos X y J u a n Casimiro huía a buscar refugio en Austria. La ocupación sueca de Polonia levantó u n a feroz resistencia local de la szlachta. A continuación se p r o d u j o la intervención internacional p a r a b l o q u e a r el engrandecimiento del imperio sueco: las flotas holandesas cubrieron Danzig, la diplomacia austríaca ayudó al rey fugitivo, los ejércitos rusos asaltaron Livonia e Ingria y, finalmente, D i n a m a r c a atacó la r e t a g u a r d i a sueca. El resultado f u e limpiar a Polonia de ejércitos suecos en 1660, después de u n a i n m e n s a destrucción. 20 Tazbir, History of Poland, p. 224. Naturalmente, se suponía que una leva general de la nobleza proporcionaría, en teoría, la fuerza principal Para las guerras exteriores.
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La guerra con Rusia se prolongó d u r a n t e otros siete años. Cuand o la paz volvió de nuevo a la m a n c o m u n i d a d polaca en 1667, t r a s casi veinte años de luchas, se habían p e r d i d o Ucrania oriental con Kiev, la extensa zona fronteriza c e n t r a d a en t o r n o a S m o l e n s k o y todas las pretensiones residuales sobre Prusia oriental; en la década siguiente, T u r q u í a t o m ó Podolia. Las p é r d i d a s geográficas ascendieron a u n q u i n t o del t e r r i t o r i o polaco. Pero los efectos económicos, sociales y políticos de estos años desastrosos f u e r o n m u c h o m á s graves. Los ejércitos suecos q u e habían b a r r i d o el país lo d e j a r o n desolado y despoblado de u n o a o t r o confín: el rico valle del Vístula s u f r i ó los peores daños. E n t r e 1650 y 1675, Polonia perdió u n tercio de su población, y e n t r e 1618 y 1691 la exportación de cereales p o r Danzig b a j ó en m á s de u n 80 p o r 100 21 . La producción cerealista se h u n d i ó en m u c h a s regiones a causa de la devastación y de la decadencia demográfica; las cosechas n u n c a se rec o b r a r o n . Se p r o d u j o u n a contracción del área cultivada y buen a p a r t e de la szlachta se arruinó. La crisis económica que siguió a la guerra aceleró la concentración de la tierra, en u n a situación en la que sólo los grandes m a g n a t e s disponían de los recursos necesarios p a r a reorganizar la p r o d u c c i ó n y m u c h a s propiedades pequeñas tuvieron q u e ser p u e s t a s en venta. Las exacciones serviles se intensificaron en m e d i o de u n nuevo estancam i e n t o económico; la depreciación de la m o n e d a y la depresión de los salarios m a r c h i t a r o n la vida de las ciudades. Culturalmente, la szlachta se vengó de u n a historia q u e tant o la había d e f r a u d a d o a d o p t a n d o u n a m i t o m a n í a m ó r b i d a : u n s o r p r e n d e n t e culto a los imaginarios antepasados «sármatas» de la era p r e f e u d a l se combinó con u n a fanática Cont r a r r e f o r m a provinciana en u n país en el que la civilización u r b a n a había desaparecido casi p o r completo. La ideología seudoatávica del s a r m a t i s m o n o era u n a simple aberración: ref l e j a b a el estado de toda la clase, que e n c o n t r a b a su expresión más intensa en el específico t e r r e n o constitucional. P o r q u e políticamente, el i m p a c t o c o m b i n a d o de la revolución u c r a n i a n a 21 Henry Willetts, «Poland and the evolution of Russia», en TrevorRoper, comp., The age of expansión, p. "55. Una descripción detallada de los estragos causados por el «diluv' j sueco» en una región, Mazovia, puede verse en I. Gieysztorowa «Cuerre et régression en Mazovie aux xvi 1 et XVII* siécles», Annales ESC, octubre-noviembre de 1958, pp. 651-68, que muestra también la decadencia económica que había comenzado antes de la guerra, a partir de principios del siglo xvn. Entre 1578 y 1661 la población de Mazovia descendió de 638.000 a 305.000 habitantes, esto es, en un 52 por 100.
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y del diluvio sueco hizo saltar la frágil u n i d a d de la mancomunidad polaca. La gran línea divisoria en la historia y la prosperidad de la clase noble n o la unió p a r a la tarea de la creación de u n E s t a d o central q u e p u d i e r a resistir nuevos a t a q u e s exteriores, sino que, p o r el contrario, la h u n d i ó en u n a suicida fuite en avant. A p a r t i r de la m i t a d del siglo x v n la lógica a n á r q u i c a del sistema político polaco alcanzó u n a especie de paroxismo institucional con la n o r m a de la u n a n i m i d a d p a r l a m e n t a r i a , el famoso liberum veto21. Desde ese m o m e n t o , u n simple voto negativo podía disolver la Sejm y paralizar al Estado. El liberum veto se ejerció p o r vez p r i m e r a p o r u n d i p u t a d o a la Sejm en 1652; a p a r t i r de entonces, su u s o a u m e n t ó r á p i d a m e n t e y se extendió al nivel m á s b a j o de los sejmiki provinciales, de los que a h o r a existían m á s de setenta. La clase terrateniente, que desde hacía t i e m p o había h e c h o p r á c t i c a m e n t e i m p o t e n t e al ejecutivo, p a s a b a a h o r a a neutralizar t a m b i é n al legislativo. El eclipse de la a u t o r i d a d m o n á r q u i c a se complementó con la desintegración del gobierno representativo. En la práctica, el caos sólo p u d o evitarse p o r el auge, d e n t r o de la m i s m a nobleza, del dominio de los grandes m a g n a t e s del este, cuyo vastos latifundios, cultivados p o r siervos r u t e n o s y de la Rusia Blanca, les daban el p r e d o m i n i o sobre los m á s pequeños propietarios de la Polonia central y occidental. Un sistema de patronazgo p r o d u j o así u n m a r c o organizado p a r a la clase szlachta, a u n q u e las rivalidades e n t r e las grandes familias —los Czartoryski, Sapieha, Potocki, Radziwill y otros— d e s g a r r a b a n c o n s t a n t e m e n t e la unidad de la nobleza, p o r q u e al m i s m o t i e m p o eran ellos quienes u s a b a n con más frecuencia el liberum veto23. El reverso constitucional del «veto» era la «confederación», u n dispositivo legal q u e p e r m i t í a a las facciones de la aristocracia p r o c l a m a r s e en e s t a d o de insurrección a r m a d a c o n t r a el gobierno 2 4 . Irónicamente, el voto m a y o r i t a r i o y la disciplina militar e s t a b a n le22 El estudio clásico de esta singular institución es L. Konopczynski, Le liberum veto, París, 1930. Konopczynski sólo pudo encontrar una institución paralela: el derecho formal de disentimiento en Aragón. Pero, en la práctica, el veto aragonés era relativamente inocuo. * El diputado Sicinski, que inauguró el uso del veto en 1652, era un instrumento de Boguslaw Radziwill. Un análisis estadístico del ejercicio del liberum veto durante los cien años siguientes, que demuestra su pronunciado carácter regional (el 80 por 100 de los diputados que lo ejercieron eran originarios de Lituania o de la Pequeña Polonia), véase Konopczynski, Le liberum veto, pp. 217-8. Entre los magnates, la familia Potocki fue la que más utilizó el veto. 24 Sobre el mecanismo de la «confederación» véase Skwarczynski, «The Constitution of Poland before the partitions», p. 60.
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galmente prescritos p a r a las confederaciones rebeldes, mientras que la Sejm unitaria estaba inmovilizada c o n s t a n t e m e n t e por la intriga política y el voto u n á n i m e . La t r i u n f a n t e rebelión nobiliaria dirigida p o r el gran mariscal Lubomirski, q u e impidió la elección vívente rege de u n sucesor p a r a J u a n Casimiro en 1665-6 y precipitó la abdicación del rey, presagiaba la pauta f u t u r a de la actuación política de los magnates. En la e r a de Luis XIV y de P e d r o I nacía a orillas del Vístula la negación radical y total del absolutismo. Polonia era todavía el segundo país m á s grande de Europa. En las últimas décadas del siglo X V I I , el rey soldado J u a n Sobieski restableció en p a r t e su posición exterior Llevado al pod e r p o r el peligro de nuevos a t a q u e s turcos a Podolia, Sobieski se las arregló p a r a a u m e n t a r el e j é r c i t o central h a s t a 12.000 h o m b r e s y p a r a modernizarlo p o r m e d i o de la introducción de u n i d a d e s de dragones de infantería. Las fuerzas polacas jugaron el papel principal en la liberación de Viena en 1683, y los avances o t o m a n o s en la región del Dniester f u e r o n detenidos. Pero los beneficios principales de esta última movilización t r i u n f a n t e de la szlachta f u e r o n recogidos p o r el e m p e r a d o r Habsburgo; la ayuda polaca c o n t r a T u r q u í a p e r m i t i ó la expansión rápida del absolutismo a u s t r í a c o hacia los Balcanes. En el interior, la reputación internacional de Sobieski le sirvió de poco. Todos sus proyectos p a r a i n s t a u r a r u n a m o n a r q u í a hereditaria f u e r o n bloqueados; el liberum veto se hizo cada vez más f r e c u e n t e en la Sejm. En Lituania, donde el clan Sapieha ejercía vastos poderes, la aut o r i d a d real dejó p r á c t i c a m e n t e de existir. En 1696, la nobleza rechazó a su h i j o como sucesor. Una elección d i s p u t a d a termin ó con la instalación de o t r o príncipe expatriado, Augusto II de Sajonia, apoyado p o r Rusia. El nuevo s o b e r a n o Wettin intentó utilizar los recursos industriales y militares de Sajonia p a r a establecer u n E s t a d o m o n á r q u i c o m á s convencional, con u n p r o g r a m a económico m á s sólido. Se p r o g r a m ó u n a compañía comercial polacosajona p a r a el Báltico y se renovaron las construcciones portuarias, m i e n t r a s las t r o p a s de los Wettin desplazaban a las de Lituania 2 5 . La szlachta reaccionó inmediat a m e n t e : en 1699 se impusieron a Augusto II unos pacta conventa que estipulaban la expulsión de su e j é r c i t o g e r m a n o del país. Augusto, de acuerdo con Pedro I, se movió entonces hacia el norte, a lo largo de la f r o n t e r a , p a r a a t a c a r a la Livonia 23 Una nueva evaluación de los primeros planes sajones en Polonia puede verse en J. Gierowski y A. Kaminski, «The eclipse of Poland», The New Cambridge Modern History of Europe, vi, pp. 687-8.
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sueca. E s t a acción precipitó la gran guerra del n o r t e en 1700. La Sejm desaprobó enérgicamente los planes privados del rey, pero el c o n t r a a t a q u e sueco c o n t r a las fuerzas sajonas, en 1701-2, sumergió al país en el vórtice de la guerra. Después de luchas destructivas, Carlos X I I venció a Polonia, depuso a muy Augusto II e instaló a u n p r e t e n d i e n t e nativo, Estanislao Leszczynski. C o n f r o n t a d a con la ocupación, la nobleza se dividió una vez más: los grandes magnates del este o p t a r o n p o r Suecia (como en 1655), m i e n t r a s q u e la m a s a de propietarios m á s pequeños del oeste se unió con reticencias a la alianza rusosajona. La d e r r o t a de Carlos X I I en Poltava restableció a Augusto II en Polonia. Pero c u a n d o en 1713-14 el rey s a j ó n intentó reintroducir su e j é r c i t o y a u m e n t a r el p o d e r real, se f o r m ó i n m e d i a t a m e n t e u n a confederación rebelde y la intervención militar r u s a i m p u s o a Augusto II el t r a t a d o de Varsovia en 1717. Al dictado de u n enviado ruso, el e j é r c i t o polaco q u e d ó f i j a d o en 24.000 h o m b r e s , las t r o p a s s a j o n a s se limitaron a 1.200 guardias personales del rey y los funcionarios germanos de la administración f u e r o n r e p a t r i a d o s 26. La gran guerra del n o r t e f u e u n segundo diluvio. La dureza de la ocupación sueca y la desolación provocada p o r las sucesivas c a m p a ñ a s de los ejércitos escandinavos, g e r m a n o s y rusos sobre el suelo polaco c a u s a r o n pérdidas enormes. La población de Polonia, d a ñ a d a p o r la g u e r r a y las e n f e r m e d a d e s , descendió h a s t a seis millones de habitantes. Las exacciones económicas de las tres potencias que se d i s p u t a r o n el control del país —unos 60 millones de táleros en total— supusieron hasta tres veces los ingresos públicos totales de Polonia durante el conflicto 2 7 . Y más grave todavía, Polonia f u e p o r vez prim e r a o b j e t o pasivo de u n a lucha internacional que se libraba en su territorio. La pasividad política de la szlachta en la contienda triangular e n t r e Carlos XII, P e d r o I y Augusto II sólo se r o m p i ó con su hosca resistencia a cualquier m o v i m i e n t o q u e pudiera r e f o r z a r el p o d e r real en Polonia y, con él, la capacidad defensiva polaca. Augusto II, cuya base en S a j o n i a era m á s rica y más avanzada de lo que había sido Transilvania, f u e incapaz de repetir, u n siglo después, la experiencia de Báthory. * En realidad, aunque el tratado de Varsovia permitía 24.000 soldados, sólo llegaron a reunirse unos 12.000; como el volumen del ejército central antes de la guerra había sido de 18.000, el resultado fue una nueva reducción de la potencia militar polaca; E. Rostworowski, History of Poland, Páginas 281-2, 289. ° Gierowski y Kaminski, «The eclipse of Poland», pp. 704-5. En 1650, la población de Polonia era de unos 10 millones de habitantes.
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Con tal de f r u s t r a r la realización efectiva de la unión polacosajona, la nobleza estuvo dispuesta a aceptar el p r o t e c t o r a d o ruso. La invitación a San P e t e r s b u r g o p a r a que invadiera el país en 1717 inauguró u n a época de creciente sumisión a las m a n i o b r a s zaristas en la E u r o p a oriental. En 1733 se disputó u n a vez m á s la elección p a r a el trono. Francia intentó asegurar la c a n d i d a t u r a de Leszczynski, p o r ser nativo de Polonia y aliado de París. Rusia, apoyada p o r Prusia y Austria, optó p o r u n a sucesión sajona, p o r ser la alternativa m á s débil. A p e s a r de la elección legítima de Leszczynski, las bayonetas e x t r a n j e r a s impusieron a su debido t i e m p o a August o I I I . El nuevo soberano, q u e a diferencia de su p a d r e f u e un m o n a r c a absentista q u e residió en Dresde, n o hizo ninguna tentativa de r e f o r m a r el sistema político de Polonia. Varsovia dejó de ser u n a capital a medida que el país se convertía en un i n m e n s o r e m a n s o provinciano, atrevesado de vez en c u a n d o p o r los ejércitos vecinos. Los ministros s a j o n e s distribuían sinecuras en el E s t a d o y la Iglesia, m i e n t r a s las facciones de los magnates p r o d i g a b a n el veto en la Sejm según la voluntad o los sobornos de las potencias e x t r a n j e r a s rivales: Rusia, Austria, Prusia, Francia 2 8 . La szlachta, que d u r a n t e el apogeo de la R e f o r m a y la C o n t r a r r e f o r m a había m a n t e n i d o u n o s niveles de tolerancia insólitos en E u r o p a , cayó ahora, en la época de la Ilustración, en u n olvidado f a n a t i s m o católico: la fiebre persecutoria de la nobleza se convirtió en el m í s e r o s í n t o m a de su «patriotismo». Económicamente, h u b o u n a recuperación gradual a finales del siglo X V I I I . La población subió de nuevo a los niveles anteriores al diluvio bélico y las exportaciones de cereales p o r Danzig se duplicaron en los c u a r e n t a años que siguieron a la gran guerra del norte, a u n q u e todavía q u e d a r a n muy lejos de los niveles m á s altos del siglo anterior. La concentración de tierras y de siervos continuó p a r a beneficio de los magnates " Tras la imposición inicial de Augusto III, todas las sesiones de la Sejm, trece durante el reinado, fueron disueltas por el uso del liberum veto. ' Los comentarios de Montesquieu sobre el país son bastante característicos de la opinión ilustrada de la época: «Polonia [...] no tiene prácticamente ninguna de esas cosas que nosotros llamamos bienes muebles del universo, excepto el trigo de sus campos. Unos pocos señores poseen provincias enteras; estos señores exprimen a los campesinos para obtener una mayor cantidad de trigo que enviar al extranjero, con la que se procuran los objetos de su lujo. Si Polonia no comerciara con ninguna otra nación, su pueblo sería más feliz». De l'esprit des lois, París, 1961, II, p. 23 [El espíritu de las leyes, Madrid, Tecnos, 1972],
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En 1764, Poniatowski — a m a n t e polaco de Catalina II y ligado a la camarilla de los Czartoryski— se convirtió en el nuevo monarca, n o m b r a d o p o r los rusos. El p e r m i s o inicial de San Petersburgo p a r a q u e procediera a algunas r e f o r m a s centralistas f u e revocado en seguida b a j o el p r e t e x t o de la supresión (defendida p o r los Czartoryski) de los derechos de los súbditos protestantes y ortodoxos en Polonia. Las t r o p a s rusas intervinieron en 1767, provocando al fin u n a reacción de la nobleza contra el dominio e x t r a n j e r o , p e r o n o b a j o la b a n d e r a de la r e f o r m a política, sino de la intolerancia religiosa. La Confederación de B a r se rebeló en 1768 c o n t r a Poniatowski y c o n t r a Rusia en n o m b r e del exclusivismo católico. Los campesinos ucranianos aprovecharon la o p o r t u n i d a d p a r a rebelarse c o n t r a sus señores polacos, m i e n t r a s Francia y T u r q u í a enviaban ayuda a los soldados de la Confederación. Después de c u a t r o años de guerra, la Confederación f u e aplastada p o r los ejércitos zaristas. El embrollo diplomático de Rusia con Prusia y Austria en t o r n o a este a s u n t o dio c o m o resultado el p r i m e r rep a r t o de Polonia en 1772, u n plan que sirvió p a r a reconciliar a las tres cortes. La m o n a r q u í a H a b s b u r g o t o m ó Galitzia; la m o n a r q u í a Románov se a d u e ñ ó de la m a y o r p a r t e de la Rusia Blanca; la m o n a r q u í a Hohenzollern adquirió Prusia occidental y, con ella, el regalo del control total del litoral sur del Báltico. Polonia p e r d i ó el 30 p o r 100 de su t e r r i t o r i o y el 35 p o r 100 de su población. Físicamente, todavía era m á s grande que E s p a ñ a , pero los signos de su impotencia eran ya inconfundibles. La impresión producida p o r el p r i m e r r e p a r t o creó d e n t r o de la nobleza u n a tardía mayoría p a r a revisar la e s t r u c t u r a del Estado. El crecimiento de u n a burguesía u r b a n a en Varsovia, que cuadruplicó su t a m a ñ o d u r a n t e el r e i n a d o de Poniatowski, contribuyó a secularizar la ideología de la clase terrateniente. En 1788-91 se consiguió el poco fidedigno consentimiento de Prusia p a r a u n nuevo a c u e r d o constitucional: la Sejm votó en sus últimas h o r a s la abolición del liberum veto y la supresión del derecho a f o r m a r confederaciones, el establecimiento de una m o n a r q u í a hereditaria, la creación de u n ejército de 100.000 h o m b r e s y la introducción de u n i m p u e s t o sobre la tierra y de un derecho al voto algo m á s amplio 3 0 . La respuesta de Rusia fue rápida y apropiada. En 1792, los soldados de Catalina II invadieron Polonia, t r a s u n a f a c h a d a de magnates lituanos, y M Sobre la Constitución de 1791 véase R. F. Leslie, Polish politics he revolution of november 1830, Londres, 1956, pp. 27-8.
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se llevó a cabo el segundo r e p a r t o . Polonia perdió en 1793 tres quintas p a r t e s del t e r r i t o r i o que le q u e d a b a y q u e d ó reducida a u n a población de c u a t r o millones de habitantes. E s t a vez Rusia se llevó la p a r t e del león, anexionando todo el resto de Ucrania, m i e n t r a s Prusia absorbía Poznania. El final de la Rzeczpospolita llegó dos años después, en medio de u n a confusión y explosión apocalípticas de épocas y clases. En 1794 estalló u n a revolución nacional y liberal b a j o el m a n d o de Kosciuszko, veterano de la revolución a m e r i c a n a y c i u d a d a n o de la república francesa. El grueso de la nobleza se alistó en una causa que reivindicaba la emancipación de los siervos y convocaba a las m a s a s plebeyas de la capital, mezclando corrientes cruzadas de s a r m a t i s m o y jacobinismo en un d e s p e r t a r desesper a d o y falso de la nobleza b a j o el impacto c o n j u n t o del absolutism o e x t r a n j e r o del este y la revolución burguesa del oeste. El radicalismo de la insurrección polaca de 1794 pronunció la sentencia de m u e r t e c o n t r a el E s t a d o de la szlachta. Las cortes legitimistas que la r o d e a b a n podían ver r e f l e j a d o a lo largo del Vístula el r e m o t o r e s p l a n d o r de los fuegos del Sena. Las ambiciones territoriales de los tres imperios vecinos adquirieron ahora la urgencia ideológica de u n a misión contrarrevolucionaria. Tras la d e r r o t a infligida p o r Kosciuszko a u n ataque p r u s i a n o sobre Varsovia, Suvorov f u e enviado con u n ejército r u s o p a r a liquid a r la rebelión. La d e r r o t a de ésta significó el fin de la independencia polaca. En 1795, el país desapareció p o r completo a consecuencia del t e r c e r r e p a r t o . Las razones internas que expliquen p o r qué u n a nobleza rebelde y levantisca como la que d o m i n ó Polonia f u e incapaz de alcanzar u n absolutismo nacional q u e d a n todavía p o r dilucidar 3 1 . Aquí sólo se han p r o p u e s t o algunos elementos de explicación. Pero el E s t a d o feudal que esa nobleza p r o d u j o nos 31 Ciertamente, la tutela política extranjera fue aceptada con más prontitud por la szlachta a causa de su relativa falta de integración en los intereses económicos del conjunto de la nobleza. Por otra parte, también está claro que la nobleza toleró la progresiva erosión de la independencia nacional durante tanto tiempo en parte a causa de que previamente había sido incapaz de crear su propio Estado centralizado. Si hubiera existido algún tipo de absolutismo polaco, el reparto habría privado a un sector fundamental de la nobleza de sus posiciones en la maquinaria de Estado (tan importantes y tan rentables para el resto de las aristocracias europeas) y se habría producido una reacción más temprana y más violenta ante la perspectiva de la anexión. El cambio final de ánimo y objetivos que subyace en la tardía tentativa de crear una monarquía reformada en el siglo x v m necesita también una mejor comprensión para explicar satisfactoriamente el historial de la szlachta.
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suministra u n a clarificación singular de p o r qué el absolutismo f u e la f o r m a n o r m a l y n a t u r a l del p o d e r de la clase noble después del ú l t i m o período de la E d a d Media. Porque, en efecto, u n a vez disuelta la cadena de soberanías mediatizadas q u e constituía el sistema político medieval, la nobleza n o tenía u n a fuente n a t u r a l de unificación. La aristocracia estaba dividida tradicionalmente en u n a j e r a r q u í a vertical de rangos que entraba en contradicción e s t r u c t u r a l con toda distribución horizontal de la representatividad, que sería lo que caracterizara más t a r d e a los sistemas políticos burgueses. Un principio externo de unidad era, p o r tanto, necesario p a r a soldar a los diferentes sectores de la nobleza: la función del absolutismo consistió, precisamente, en imponerle u n o r d e n f o r m a l rígido desde f u e r a . De ahí la posibilidad de los constantes conflictos entre los soberanos absolutos y sus aristocracias, que, c o m o ya hemos vi? f o, tuvieron lugar en toda E u r o p a . Esas tensiones se inscribían en la m i s m a naturaleza de la relación solidaria e n t r e ambas, ya que d e n t r o de la clase noble n o era posible u n a mediación i n m a n e n t e de intereses. El a b s o l u t i s m o sólo podía gobernar «para» la nobleza si se m a n t e n í a p o r «encima» de ella. Sólo en Polonia !a s o r p r e n d e n t e m a g n i t u d de la szlachta y la ausencia f o r m a l de títulos d e n t r o de ella p r o d u j e r o n d e n t r o de la nobleza la caricatura autodestructiva de u n sistema representativo. La incompatibilidad de a m b o s quedó demostrada de f o r m a curiosa p o r el liberum veto. Con u n sistema c o m o ése n o había ninguna razón p a r a que ningún noble renunciara a su soberanía: los sejmiki provinciales podían ser disueltos p o r un solo propietario, y la Sejm, p o r el delegado de u n solo sejmik. El clientelismo i n f o r m a l no podía s u m i n i s t r a r u n adecuado principio de unidad alternativo. La anarquía, la impotencia y la anexión f u e r o n las consecuencias inevitables. Al final, la república nobiliaria f u e a r r a s a d a p o r los absolutismos vecinos. Pocos años antes de su fin, Montesquieu escribió el epitafio de esta experiencia: «Sin m o n a r q u í a , n o hay nobleza; sin nobleza, no hay monarquía.»
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El E s t a d o austríaco representa el reverso constitucional de la m a n c o m u n i d a d polaca, en el sentido de que se basa, de f o r m a más exclusiva y completa que cualquier o t r o E s t a d o europeo en el principio dinástico como principio organizador. En lo que se refiere a la duración de su dominio, el linaje de los Habsburgo h a b r í a de t e n e r pocos iguales: Austria estuvo b a j o su mand a t o desde finales del siglo x i n h a s t a principios del xx, sin interrupción. Y, lo que es m á s significativo, la única unidad política de las diversas tierras que e n t r a r í a n a f o r m a r p a r t e del imperio austríaco procedía de la identidad de la dinastía reinante, situada p o r encima de ellas. El E s t a d o de los Habsb u r g o se m a n t u v o siempre, hasta u n grado insólito, c o m o u n a Hausmacht familiar, un c o n j u n t o v a r i a d o de herencias dinásticas sin u n d e n o m i n a d o r étnico o territorial común. La mon a r q u í a alcanzó en este caso su dominio menos adulterado. Con todo, y p o r esta m i s m a razón, el absolutismo austríaco nunca consiguió crear u n a e s t r u c t u r a estatal coherente y articulada, comparable a las de sus rivales p r u s i a n o y ruso. E n cierta medida siempre representó u n a mezcla híbrida de f o r m a s «occidentales» y «orientales» a causa de las divisiones políticas y territoriales de las tierras que lo constituían, situadas en la línea del Báltico al Adriático, en el c e n t r o geométrico de Europa. El caso a u s t r í a c o representa así, en algunos aspectos imp o r t a n t e s , la e n c r u c i j a d a de la tipología regional del absolutism o europeo. Su específica posición geográfica e histórica da u n interés especial a la evolución del E s t a d o de los Habsburgo: «Europa central» p r o d u j o , como era lógico, u n absolutismo de carácter f o r m a l m e n t e intermedio, cuya divergencia respecto a las n o r m a s estrictas del oeste y del este confirma y matiza su polaridad. Las e s t r u c t u r a s heteróclitas del absolutismo austríaco r e f l e j a n la naturaleza compleja de los territorios que domin a b a y que n u n c a f u e capaz de integrar de f o r m a d u r a d e r a en u n solo m a r c o político. Pero, al m i s m o tiempo, esta mezcla de rasgos n o impidió la existencia de u n aspecto f u n d a m e n t a l dominante. El imperio a u s t r í a c o que apareció a lo largo del si-
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glo x v n mostró, a p e s a r de las apariencias, n o ser fácilmente divisible, p o r q u e contenía u n a u n i f o r m i d a d social básica q u e hacía compatibles e n t r e sí a sus distintas partes. En el conjunto de las tierras de los H a b s b u r g o p r e d o m i n a b a la agricultura servil con diferentes f o r m a s y modelos. La gran mayoría de las poblaciones campesinas d o m i n a d a s p o r la dinastía —checos, eslovacos, húngaros, alemanes o austríacos— e s t a b a n a t a d o s a la tierra, obligados a realizar prestaciones de t r a b a j o p a r a sus señores, y sometidos a la jurisdicción señorial. Los diversos campesinados de estas tierras n o constituían u n a masa r u r a l indiferenciada; las diferencias en su condición tenían u n a importancia considerable. Pero n o puede h a b e r d u d a sobre el predominio de la sevidumbre en la totalidad del imperio austríaco c u a n d o éste t o m ó su p r i m e r a f o r m a d u r a d e r a en la época de la C o n t r a r r e f o r m a . Taxonómicamente, p o r tanto, el E s t a d o de los H a b s b u r g o debe clasificarse, en su configuración global, c o m o u n a b s o l u t i s m o del este. En la práctica, c o m o veremos, sus insólitos rasgos administrativos n o lograron ocultar sus verdaderos orígenes. La familia H a b s b u r g o era originaria de la Alta Renania y alcanzó su p r i m e r a notoriedad en 1273, c u a n d o el conde Rodolfo de H a b s b u r g o f u e elegido e m p e r a d o r p o r los príncipes germanos, ansiosos de c e r r a r el paso al rey Premíslida de Bohemia, Ottokar II, que se había anexionado lá m a y o r p a r t e de las tierras austríacas del Este y era el principal aspirante a la dignidad imperial. Los dominios de los H a b s b u r g o estaban situados en t o r n o al Rin, en tres áreas separadas: en Sundgau, al oeste del río; en Breisgau, al este, y en Aargau, al sur, p a s a d a Basilea. Rodolfo I movilizó con éxito u n a coalición imperial para a t a c a r a O t t o k a r II, que f u e d e r r o t a d o en Marchfeld cinco años después. De este modo, la familia H a b s b u r g o a d q u i r i ó el control de los ducados austríacos — m u c h o m á s extensos q u e sus territorios renanos—, a los q u e a p a r t i r de ese m o m e n t o transfirió su sede principal. Los objetivos estratégicos de la dinastía eran dobles: conservar en sus m a n o s la sucesión imperial —con su nebuloso pero considerable p e s o político e ideológico d e n t r o de Alemania— y consolidar y a m p l i a r la base territorial de su poder. Los ducados austríacos recién conquistados f o r m a b a n u n bloque sustancial de Erblande hereditaria y convertían p o r vez p r i m e r a a los H a b s b u r g o en u n a fuerza imp o r t a n t e d e n t r o del sistema político alemán. Pero estas tierras q u e d a b a n algo alejadas del centro del Reich; el camino n a t u r a l p a r a el engrandecimiento consistía en ligar los nuevos bastió-
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nes austríacos con las viejas tierras r e n a n a s de la dinastía hasta f o r m a r u n solo bloque geográfico que se extendiera p o r t o d o el sur de Alemania y tuviera acceso i n m e d i a t o a los centros de riqueza y p o d e r del imperio. Para a s e g u r a r su elección, Rodolfo I había o f r e c i d o garantías de n o agresión en Renania p e r o todos los p r i m e r o s H a b s b u r g o presionaron con fuerza en busca de la expansión y unificación de sus dominios. Sin embargo, este p r i m e r e histórico e m p u j e p o r c o n s t r u i r u n Est a d o germánico engrandecido tropezó en su camino con u n obstáculo fatal. E n t r e las tierras r e n a n a s y austríacas e s t a b a n los cantones suizos. Las invasiones de los H a b s b u r g o en esta zona f u n d a m e n t a l provocaron u n a resistencia p o p u l a r que d e r r o t ó u n a y o t r a vez a los ejércitos austríacos y condujo, finalmente, a la creación de Suiza c o m o u n a confederación a u t ó n o m a al m a r g e n del imperio. La peculiaridad y el interés de la rebelión suiza residen en el h e c h o de que f u n d i ó dos elementos sociales que, d e n t r o del c o m p l e j o inventario del f e u d a l i s m o europeo, n o e n c o n t r a r o n en ninguna otra p a r t e u n a unión similar: las m o n t a ñ a s y las ciudades. Aquí radica también el secreto de su éxito singular en u n siglo en el que todas las d e m á s insurrecciones campesinas f u e r o n derrotadas. Como ya h e m o s visto, desde los orígenes de la E d a d Media el m o d o de producción feudal tuvo u n a expansión topográfica m u y desigual: nunca p e n e t r ó en las tierras altas en la m i s m a medida en que conquistaba las llanuras y las m a r i s m a s . Las regiones m o n t a ñ o s a s de toda E u r o p a occidental r e p r e s e n t a b a n zonas r e m o t a s e intrincadas de pequeña propiedad campesina, alodial o comunal, cuyas tierras, exiguas y rocosas, ofrecían u n atractivo relativamente escaso p a r a el feudalismo. Los Alpes suizos, la cordillera m á s alta del continente f u e r o n n a t u r a l m e n t e el principal e j e m p l o de esta constante. Por otra parte, t a m b i é n estaban situados a lo largo de u n a de las principales r u t a s comerciales t e r r e s t r e s de la E u r o p a medieval, e n t r e las dos zonas d e n s a m e n t e u r b a n i z a d a s de Alemania del s u r e Italia del norte. Sus valles estaban, pues, poblados de ciudades dedicadas al comercio local, que aprovechaban su situación estratégica e n t r e los p u e r t o s de m o n t a ñ a . El cantonalismo suizo del siglo xiv f u e el resultado de la confluencia de estas fuerzas. Inicialmente influidos p o r el e j e m p l o de las cercanas c o m u n a s l o m b a r d a s en su lucha c o n t r a el Imperio, la rebelión suiza c o n t r a los H a b s b u r g o unió, en u n a 1
A. Wandruszka, The House
of Habsburg,
Londres, 1964, pp. 40-1.
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combinación victoriosa, a los m o n t a ñ e r o s r u r a l e s y a los burgueses u r b a n o s . La dirección política f u e a s u m i d a p o r los t r e s «cantones forestales», cuya infantería campesina d e r r o t ó en Morgarten a la caballería señorial austríaca, entorpecida en sus movimientos p o r la a n g o s t u r a de los valles. Diez años después, la s e r v i d u m b r e había sido abolida en Uri, Schwyz y Unterwalden 2 . En 1330 h u b o u n a revolución municipal en Lucerna, y en 1336, en Zurich, a m b a s c o n t r a los patriciados prohabsburgueses. En 1351 existía u n a alianza formal e n t r e esas dos ciudades y los tres cantones forestales. Por último, sus tropas unidas rechazaron y d e r r o t a r o n a los ejércitos de los H a b s b u r g o en Sempach y Náfels en 1386 y 1388. En 1393 había nacido la confederación suiza, única república independiente en E u r o p a 3 . Los piqueros campesinos dQ Suiza h a b r í a n de convertirse en la fuerza militar de choque de las últimas guerras medievales y las p r i m e r a s guerras m o d e r n a s , poniendo p u n t o final al antiguo dominio de la caballería, con sus victorias sobre los caballeros borgoñones convocados d u r a n t e el siglo siguiente en ayuda de Austria, e i n a u g u r a n d o la nueva fuerza de la infantería mercenaria. A principios del siglo xv, la dinastía H a b s b u r g o había p e r d i d o sus tierras situadas p o r d e b a j o del recodo que f o r m a el Rin en su m a r c h a hacia Suiza y había f r a c a s a d o en su tentativa de u n i r sus posesiones en Sundgau y Breisgau 4 . Sus provincias r e n a n a s n o eran m á s que enclaves dispersos, llamados simbólicamente Vorderosterreich y a d m i n i s t r a d o s desde Innsbruck. A p a r t i r de entonces, toda la orientación de la dinastía giró hacia el Este. En Austria, m i e n t r a s tanto, el p o d e r de los H a b s b u r g o n o 1
W. Martin, A history of Switzerland, Londres, 1931, p. 44. La singular aparición de una confederación suiza plebeya dentro de una Europa aristocrática y monárquica subraya una característica importante y general del sistema político feudal de la Baja Edad Media: la misma fragmentación de la soberanía que existía en el plano «nacional» podía operar también, por decirlo así, en el plano «internacional», lo que permitía la existencia de lagunas e intersticios anómalos en el conjunto del sistema de soberanía feudal. Las comunas italianas ya lo habían demostrado en el plano municipal al sacudirse la autoridad imperial. Los cantones suizos consiguieron, por medio de su confederación, la autocefalia de toda una región, anomalía imposible en cualquier sistema político que no fuera el feudalismo europeo. La dinastía de los Habsburgo no se lo perdonó: cuatrocientos años después, Suiza todavía era, para María Teresa, «un refugio de disolutos y delincuentes». ' H.-F. Feine, «Die Territorialbildung der Habsburger im deutschen Südwesten», Zeitschrift der Savigny-Stiftung fiir Rechtsgeschichte (Germ. Abt.), LXVII, 1950, pp. 272, 277, 306; es el tratamiento reciente más detallado sobre este tema. 5
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había t r o p e z a d o con las m i s m a s desventuras. Los H a b s b u r g o adquirieron el Tirol en 1363; a p r o x i m a d a m e n t e en la m i s m a época asumieron el título archiducal, y los Estados que surgieron después de 1400 f u e r o n m a n t e n i d o s a raya, t r a s duros enf r e n t a m i e n t o s . En 1440, el cetro imperial — p e r d i d o a principios del siglo xiv, después de las p r i m e r a s d e r r o t a s en Suiza— había sido r e c u p e r a d o p o r la dinastía gracias al colapso del p o d e r í o de Luxemburgo en Bohemia, y a p a r t i r de entonces n u n c a m á s escaparía a su control. En 1477, u n a alianza matrimonial con la Casa de Borgoña —aliada de Austria en la lucha c o n t r a Suiza— aseguró a los H a b s b u r g o el regalo t e m p o r a l del Franco-Condado y de los Países Bajos. Antes de p a s a r a la ó r b i t a española en la época de Carlos V, los dominios borgoñones a p o r t a r o n p r o b a b l e m e n t e a la Casa de Austria la inspiración necesaria p a r a la modernización administrativa. Maximiliano I, rodeado p o r u n séquito de nobles de Borgoña y los Países Bajos, creó u n a tesorería central en I n n s b r u c k y estableció los p r i m e r o s organismos conciliares de gobierno en Austria. Un a t a q u e final contra Suiza t e r m i n ó en u n fracaso, p e r o en las m a r i s m a s del s u r Gorizia f u e absorbida, m i e n t r a s Maximiliano proseguía u n a política e x t r a n j e r a imperial y de penetración en Italia. Sin embargo, el r e i n a d o de su sucesor, Fern a n d o I, f u e el que trazó el a m p l i o espacio del f u t u r o poderío de los H a b s b u r g o en E u r o p a central y echó los cimientos de la extraña e s t r u c t u r a de E s t a d o que h a b r í a de edificarse en él. E n 1526, el rey de Bohemia y Hungría, Luis II Jagellón, f u e d e r r o t a d o y m u e r t o en Mohács p o r los ejércitos o t o m a n o s invasores; los soldados turcos ocuparon la m a y o r p a r t e de Hungría, p l a n t a n d o el p o d e r del sultanato en el corazón de E u r o p a central. Por sus vínculos matrimoniales con la familia Jagellón, y r e s p a l d a d o p o r la amenaza turca, al menos en lo r e f e r e n t e a las noblezas checa y magiar, F e m a n d o p u d o r e c l a m a r con éxito las coronas vacantes. En Moravia y Silesia, las dos provincias más aisladas del reino de Bohemia, F e r n a n d o f u e aceptado como s o b e r a n o hereditario. Pero t a n t o los Estados de Bohemia como los de Hungría le negaron categóricamente ese título y exigieron del a r c h i d u q u e el reconocimiento expreso de que en sus tierras era solamente u n príncipe electivo. Por o t r a parte, F e r n a n d o tuvo que librar u n a larga lucha triangular cont r a el p r e t e n d i e n t e transilvano Zalpoyai y los turcos, que terminó en 1547 con el r e p a r t o de H u n g r í a en tres zonas: la occidental, dominada p o r los Habsburgo; la central, ocupada p o r los turcos, y en el este, u n p r i n c i p a d o de Transilvania que a
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p a r t i r de entonces sería un E s t a d o vasallo de los otomanos. La guerra se prolongó c o n t r a los turcos en las llanuras danubianas, d u r a n t e o t r a década, desde 1551 a 1562. A lo largo del siglo xvi H u n g r í a costó a la dinastía H a b s b u r g o en gastos de defensa m á s de lo que le p r o d u j e r o n sus r e n t a s 5 . Sin embargo, y a p e s a r de todas las limitaciones internas y externas, los nuevos dominios r e p r e s e n t a b a n u n vasto a u m e n t o potencial en el p o d e r í o internacional de los Habsburgo. Fernando se consagró de f o r m a persistente a consolidar la autoridad real en sus tierras, c r e a n d o nuevas instituciones dinásticas y centralizando las antiguas. Los diversos Landtage austríacos f u e r o n , en esta época, relativamente complacientes y aseguraron al p o d e r de los H a b s b u r g o u n a base política razonablemente sólida en el propio archiducado. Sin embargo, los Estados de Bohemia y de Hungría n o f u e r o n en a b s o l u t o tan dóciles y f r u s t r a r o n los planes de F e r n a n d o de crear u n a asamblea s u p r e m a que a b a r c a r a todos sus dominios y f u e r a capaz de i m p o n e r u n a sola m o n e d a y r e c a u d a r impuestos u n i f o r m e s . Pero u n c o n j u n t o de nuevos organismos g u b e r n a m e n t a l e s establecidos en Viena —entre ellos la Hofkanzlei (Cancillería de la Corte) y la Hofkammer (Tesorería de la Corte)— a u m e n t a r o n e n o r m e m e n t e el alcance de la dinastía. La m á s i m p o r t a n t e de estas instituciones f u e el Consejo Privado Imperial, establecido en 1527, que se convertiría m u y p r o n t o en la c u m b r e f o r m a l de todo el sistema administrativo de los H a b s b u r g o en E u r o p a c e n t r a l 6 . Los orígenes y la orientación «imperial» de este consejo e r a n u n índice de la i m p o r t a n c i a p e r m a n e n t e que tenían para la Casa de Austria sus ambiciones alemanas en el Reich. F e r n a n d o intentó ampliarlas r e s u c i t a n d o el Consejo Aulico Imperial como s u p r e m o tribunal de justicia del imperio b a j o el control directo del e m p e r a d o r . Pero como la Constitución imperial había sido reducida p o r los príncipes alemanes a u n a cáscara legislativa y judicial vacía de contenido y carente de toda a u t o r i d a d ejecutiva y coactiva, los avances políticos fueron muy limitados 7. A largo plazo f u e m u c h o m á s significativa la implantación de u n Consejo de la Guerra, el Hofkriegsrat, creado en 1556 y enfocado f i r m e m e n t e desde el principio hacia 5 V. S. Mamatey, Rise of the Habsburg empire, 1526-1815, Nueva York, 1971, p. 38. ' H. F. Schwarz, The imperial Privy Council in the seventeenth century, páginas 57-60. ' Véase la discusión de este punto en G. D. Ramsay, «The Austran Habsburgs and the empire», The New Cambridge Modern History, III, páginas 329-330.
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el f r e n t e «oriental» de las operaciones de los H a b s b u r g o antes que hacia el «occidental». El Hojkriegsrat, destinado a organizar la resistencia militar c o n t r a los turcos, era sustituido en Graz p o r u n Consejo de la G u e r r a local, que coordinaba las «Fronteras Militares» especiales creadas a lo largo de las fronteras sudorientales, en las q u e se establecieron colonias militares de filibusteros Grenzers de Servia y Bosnia 8 . El poderío o t o m a n o n o se había debilitado en absoluto. A p a r t i r de 1593, la guerra de los Treinta Años asoló Hungría, y al final, t r a s las sucesivas devastaciones del país, que d e j a r o n a la agricultura magiar en la ruina y a su c a m p e s i n a d o en la servidumbre, los ejércitos de los H a b s b u r g o habían sido contenidos p o r los turcos. Al comenzar el siglo X V I I , la Casa de Austria había registrado algunos avances m o d e r a d o s en la construcción del Estado, pero la u n i d a d política de sus posesiones era todavía m u y tenue. En cada u n a de ellas, el dominio dinástico se a s e n t a b a en u n a base legal diferente y no había instituciones comunes aparte del Consejo de la Guerra que ligaran unas a otras. Las mismas tierras de Austria f u e r o n declaradas indivisibles p o r vez p r i m e r a tan sólo en 1602. Las aspiraciones imperiales de los H a b s b u r g o no podían suplir la integración práctica de los territorios que les debían lealtad. Hungría, en todo caso, q u e d a b a f u e r a del Reich, de tal f o r m a que ni siquiera había u n a relación inclusiva e n t r e el á m b i t o del imperio y las tierras del emp e r a d o r . Por o t r a parte, en la segunda mitad del siglo xvi la oposición latente de varios Estados aristocráticos de los dominios h a b s b u r g u e s e s había a d q u i r i d o u n tono más d u r o con la llegada de la R e f o r m a . Mientras la dinastía p e r m a n e c í a como pilar de la Iglesia r o m a n a y de la ortodoxia tridentina, la mayor p a r t e de la nobleza de sus tierras se pasó al protestantismo. En p r i m e r lugar, el grueso de la clase t e r r a t e n i e n t e checá, a c o s t u m b r a d a desde antiguo a la h e r e j í a local, se hizo luterana; después, la nobleza magiar adoptó el calvinismo, y p o r último, la m i s m a aristocracia austríaca, en el corazón del poderío de los Habsburgo, f u e ganada p a r a la religión r e f o r m a d a . En 1570, las grandes familias nobles de la Erblande eran p r o t e s t a n t e s : ' Puede verse un estudio de los orígenes de los Grenzers en Gunther Rothenburg, The Austrian military border in Croatia, 1522-1747, Urbana, 1960, pp. 29-65. Los Grenzers, además de su función defensiva contra los turcos, fueron utilizados como un arma dinástica contra la nobleza local croata, que siempre fue extremadamente hostil a su presencia en las zonas fronterizas.
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los Dietrichstein, S t a r h e m b e r g , Khevenhüller, Z i n z e n d o r f E s t a a m e n a z a d o r a evolución era u n signo seguro de que habían de llegar conflictos más p r o f u n d o s . La inminente subida al p o d e r de F e r n a n d o II en Viena, en el a ñ o 1617, desencadenó, pues, algo más que u n a explosión local: E u r o p a q u e d ó muy p r o n t o sumergida en la guerra de los Treinta Años. Fernando, e d u c a d o p o r los jesuítas bávaros, había sido u n campeón inflexible y eficaz de la C o n t r a r r e f o r m a como d u q u e de Estiria a p a r t i r de 1595. La incesante centralización administrativa y la represión religiosa f u e r o n el sello de su régimen en la provincia de Graz. El absolutismo español era el p a t r o c i n a d o r internacional de su candidatura, en el seno de la familia Habsburgo, p a r a la sucesión dinástica al I m p e r i o y a Bohemia. Desde el principio, su corte estuvo dirigida p o r truculentos generales y diplomáticos españoles. Los Estados de Bohemia, nerviosos y erráticos, aceptaron a F e r n a n d o c o m o m o n a r c a y después, ante la primera desviación de la tolerancia religiosa en las tierras checas, levantaron la b a n d e r a de la rebelión. La Defenestración de Praga abrió la m a y o r crisis del sistema estatal de los H a b s b u r g o en E u r o p a central. La a u t o r i d a d dinástica se hundió en Bohemia y, lo que era m á s peligroso, los Estados de Austria y de Hungría comenzaron a considerar la realización de pactos de solidaridad con los Estados bohemios, c o n j u r a n d o así el espectro de u n a rebelión generalizada de la nobleza, encendida en el fuego latente del p a r t i c u l a r i s m o y el p r o t e s t a n t i s m o . Ante esta emergencia, la causa de los Habsburgo e n c o n t r ó su salvación en la actuación de dos factores decisivos. La aristocracia checa, después de la histórica supresión de los movimientos populares husitas en Bohemia, f u e incapaz de d e s p e r t a r u n e n t u s i a s m o social p r o f u n d o hacia su rebelión en las m a s a s u r b a n a s y campesinas. Alrededor de dos tercios de la población eran protestantes, p e r o el celo religioso no sirvió en ningún m o m e n t o p a r a cimentar, f r e n t e al contraataque austríaco, u n bloque interclasista del tipo que había caracterizado a la lucha holandesa c o n t r a España. Los Estados de Bohemia e s t a b a n social y políticamente aislados; la Casa de Austria, no. La solidaridad militante de Madrid con Viena dio la vuelta a la situación a medida que las a r m a s , los aliados y el d i n e r o español se movilizaron p a r a a p l a s t a r el secesionismo checo, organizando con eficacia todo el esfuerzo de guerra
' Mamatey, Rise of the Habsburg
empire, p. 40.
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de F e r n a n d o II 1 0 . El resultado f u e la batalla de la Montaña Blanca, que destrozó a la vieja nobleza bohemia. En la década siguiente, los ejércitos imperiales, dirigidos p o r Wallenstein, se e n c a m i n a r o n victoriosamente hacia el Báltico, extendiendo p o r vez p r i m e r a el poderío de los H a b s b u r g o en Alemania del norte y a b r i e n d o la posibilidad de u n nuevo imperio germano, centralizado y dominado p o r la Casa de Austria. La intervención sueca en la década de 1630 aniquiló esta ambición; el ímpetu agresivo de la política imperial de los H a b s b u r g o se perdió p a r a siempre. La paz de Westfalia, que terminó con la guerra de los Treinta Años, consagró el veredicto de la lucha militar. La Casa de Austria no habría de d o m i n a r el imperio, pero consiguió el dominio de Bohemia, causa original del conflicto. Las consecuencias de este acuerdo f i j a r o n el modelo interno del poderío de los H a b s b u r g o d e n t r o de las tierras dinásticas de la E u r o p a danubiana. Con su victoria en Bohemia, la Hofburg realizó u n e n o r m e avance interior hacia el absolutismo. E n 1627, F e r n a n d o II promulgó u n a nueva Constitución p a r a las tierras bohemias conquistadas. La Verneuerte Landesordnung t r a n s f o r m ó al régimen H a b s b u r g o en u n a m o n a r q u í a hereditaria, no s u j e t a en adelante a elección; convirtió a todos los funcionarios locales en agentes reales; hizo del catolicismo la única religión y restableció la presencia del clero en los Estados; invistió a la dinastía con los s u p r e m o s derechos judiciales y elevó al idioma alem á n al rango de lengua oficial, en situación de igualdad con el c h e c o L a Snem n o f u e abolida, y se r e a f i r m ó la necesidad de su consentimiento p a r a la recaudación de impuestos, pero en la práctica su supervivencia no supuso ningún obstáculo p a r a la implantación del absolutismo en Bohemia. Las asambleas locales, que antes habían sido el nervio de la política de los terratenientes, desaparecieron en la década de 1620, mient r a s descendía b r u s c a m e n t e la participación en los E s t a d o s a medida que la Snem perdía i m p o r t a n c i a política. Este proceso f u e facilitado p o r la d r a m á t i c a t r a n s f o r m a c i ó n de la composición y la función social de la nobleza d u r a n t e la guerra. La re10 El propio Fernando II declaró que el enviado español Oñate era «el hombre con cuya amistosa y abierta ayuda se estaban dirigiendo todos los asuntos de la familia Habsburgo». Para un estudio del decisivo papel político de Oñate en la crisis, véase Bohdan Chudoba, Spain and the empire, 1529-1643, Chicago, 1952, pp. 220-8. " Sobre el Verneuerte Landesordnung véase R. Kerner, Bohemia in the eighteenth century, Nueva York, 1932, pp. 17-22.
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conquista militar de Bohemia había ido a c o m p a ñ a d a p o r la proscripción política del grueso de la vieja clase señorial y p o r la expropiación económica de sus propiedades. Después de 1620 fueron confiscados más de la mitad de los señoríos de Bohemia I2. Este e n o r m e botín agrario se distribuyó e n t r e u n a nueva y abigarrada aristocracia de f o r t u n a , capitanes expatriados y campeones emigrantes de la C o n t r a r r e f o r m a . N o m á s de un quinto o un octavo de la nobleza de finales del siglo x v n poseía un viejo origen g e r m a n o o checo; tan sólo ocho o nueve grandes linajes checos, que se habían m a n t e n i d o leales a la dinastía p o r razones religiosas, sobrevivieron en el nuevo orden 1 3 . La inmensa m a y o r p a r t e de la aristocracia bohemia era ahora de origen e x t r a n j e r o , u n a mezcla de italianos (Piccolomini), alemanes (Schwarzenberg), austriacos ( T r a u t m a s d o r f f ) , eslovenos (Auersperg), valones (Bucquoy), loreneses (Desfours) e irlandeses (Taaffe). Por el m i s m o motivo, la p r o p i e d a d de la tierra había s u f r i d o u n a notable concentración: los señores y el clero controlaban cerca de las tres c u a r t a s p a r t e s de toda la tierra, m i e n t r a s que la participación de la antigua p e q u e ñ a nobleza había descendido desde u n tercio a u n a décima p a r t e . La suerte del campesinado e m p e o r ó en la m i s m a medida. Atados a la tierra y diezmados p o r la guerra, cayó a h o r a sobre ellos la carga de nuevas prestaciones de t r a b a j o . Las obligaciones de u n robot medio subieron a tres días p o r semana, m i e n t r a s q u e m á s de u n a c u a r t a p a r t e de los siervos t r a b a j a b a n p a r a sus señores todos los días, excepto los domingos y fiestas 14. Por o t r a parte, a u n q u e antes de la guerra de los Treinta Años los t e r r a t e n i e n t e s bohemios —a diferencia de los polacos o húngaros— habían pagado impuestos al igual que sus villanos, a p a r t i r de 1648 la nueva nobleza cosmopolita consiguió en la práctica la i n m u n i d a d fiscal, desplazando toda la carga impositiva hacia sus siervos. N a t u r a l m e n t e , esta t r a n s f e r e n c i a facilitó el curso de las deliberaciones e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza en los Estados: la di-
11 J. Polisensky, The Thirty Years' war, Londres, 1971, pp. 1434: las propiedades confiscadas fueron, por término medio, mucho más extensas que las que se libraron de la expropiación, de tal manera que la proporción real de tierra que cambió de manos fue considerablemente superior al número de feudos. " H. G. Schenk, «Austria», en Goodwin, comp., The European nobility in the 18th century, p. 106; Kerner, Bohemia in the eighteenth century, páginas 67-71. 14 Polisensky, The Thirty year's war, pp. 142, 246; Betts, «The Habsburg lands», The New Cambridge Modern History, v, Cambridge, 1969, páginas 480-1.
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nastía se limitó desde entonces a pedir a los E s t a d o s las s u m a s globales, d e j a n d o en sus m a n o s la determinación y recaudación de los i m p u e s t o s necesarios p a r a satisfacer sus d e m a n d a s . La presión fiscal podía a u m e n t a r s e fácilmente por este sistema, en el que la ampliación del p r e s u p u e s t o significaba n o r m a l m e n t e q u e los E s t a d o s «se limitaban a a c e p t a r u n a u m e n t o en las cargas q u e ellos m i s m o s a r r o j a b a n sobre sus a r r e n d a t a r i o s y súbditos» 15. Bohemia s i e m p r e había sido el dominio m á s lucrativo de las tierras de los Habsburgo, y el nuevo control financiero al que la sometió la m o n a r q u í a reforzó sensiblemente el absolutismo vienés. Mientras tanto, la administración centralizada y autocrática experimentó considerables progresos en la m i s m a Erblande. F e r n a n d o II creó en Austria la Cancillería de la Corte —una versión ampliada de su i n s t r u m e n t o preferido de p o d e r en Estiria— p a r a r e m a t a r la m a q u i n a r i a de gobierno en el archiducado. Este organismo alcanzó p a u l a t i n a m e n t e la primacía d e n t r o de los consejos de Estado, en d e t r i m e n t o del Consejo Privado Imperial, cuya importancia disminuyó inevitablemente t r a s el reciente a b a n d o n o de Alemania p o r los Habsburgo. Más i m p o r t a n t e a ú n f u e la creación en 1650, i n m e d i a t a m e n t e después de Westfalia, de u n ejército p e r m a n e n t e de unos 50.000 h o m b r e s —diez regimientos de infantería y nueve de caballería—. A partir de entonces, la presencia de este a r m a m o d e r ó inevitablem e n t e el c o m p o r t a m i e n t o de los Estados de Austria y de Bohemia. Al m i s m o tiempo, el a b s o l u t i s m o h a b s b u r g u é s realizó u n a hazaña cultural e ideológica sin precedentes: Bohemia, Austria y Hungría —las tres zonas consecuttivas de su dominio— retorn a r o n progresivamente a la Iglesia de Roma. El p r o t e s t a n t i s m o ya había sido r e p r i m i d o en Estiria en la década de 1590; las religiones r e f o r m a d a s f u e r o n proscritas de la B a j a Austria en 1625, de Bohemia en 1627 y de la Alta Austria en 1628. E n Hungría f u e imposible una solución autoritaria, p e r o los p r i m a d o s magiares Pazmany y Lippay consiguieron reconvertir a la mayor p a r t e de la clase d o m i n a n t e húngara. Los señores y los campesinos austríacos, las ciudades bohemias, los terratenientes húngaros, volvieron al catolicismo gracias a la habilidad y la energía de la C o n t r a r r e f o r m a y b a j o los auspicios de la dinastía Habsburgo: u n a hazaña sin igual en ninguna otra p a r t e del continente. El vigor de cruzada del catolicismo d a n u b i a n o alcanzó su apoteosis con la t r i u n f a n t e liberación de Viena del cerco t u r c o " J. Stoye, The siege of Vienna.
Londres, 1964, p. 92.
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en 1683 y las posteriores victorias q u e expulsaron al p o d e r otomano de Hungría y de Transilvania, r e c u p e r a n d o así p a r a la cristiandad territorios perdidos desde hacía m u c h o tiempo y extendiendo hacia el este, de f o r m a impresionante, el dominio de los H a b s b u r g o . El a p a r a t o militar q u e consiguió estas victorias, ampliado a h o r a considerablemente, se m o s t r ó igualmente capaz de j u g a r u n papel i m p o r t a n t e en la alianza q u e detuvo los progresos borbónicos en el Rin. La guerra de sucesión española d e m o s t r ó el nuevo peso internacional de la Casa de Austria. La paz de Utrecht le concedió Bélgica y Lombardía. Con todo, la cima del poder austríaco, alcanzada tan súbitamente, pasó con la m i s m a rapidez. Ningún o t r o absolutismo europeo tuvo u n a fase tan breve de confianza e iniciativa militar: comenzada en 1683, había t e r m i n a d o en 1718, con la breve captura de Belgrado y la paz de Passarowitz. Puede decirse sin temor que, a p a r t i r de entonces, Austria n o ganó ninguna o t r a guerra f r e n t e a u n E s t a d o rival 1 6 . Una serie interminable de derrotas se extendió t r i s t e m e n t e d u r a n t e los dos siglos siguientes, aliviada tan sólo p o r la poco gloriosa participación en las victorias de otros. Esta atonía exterior era u n indicio del estancamiento y la insuficiencia interiores del a b s o l u t i s m o austríaco, incluso en la cima de su poder. Los logros m á s impresionantes y característicos del dominio h a b s b u r g u é s en E u r o p a central fueron la reunión de tierras dispares b a j o u n m i s m o techo dinástico y la reconversión de todas ellas al catolicismo. Pero los triunfos ideológicos y diplomáticos de la Casa de Austria —su olfato felino p a r a los a s u n t o s religiosos y matrimoniales— eran sucedáneos de avances militares y b u r o c r á t i c o s m á s sustanciales. La influencia de los jesuítas en la c o r t e de Viena d u r a n t e la época de la C o n t r a r r e f o r m a f u e siempre m u c h o m a y o r que en la corte h e r m a n a de Madrid, d o n d e el f e r v o r católico se c o m b i n a b a de f o r m a característica con la vigilancia antipapista. Los consejeros y agentes clericales se infiltraron en todo el sistema administrativo de los H a b s b u r g o en E u r o p a central d u r a n t e el siglo X V I I , realizando m u c h a s de las tareas políticas m á s i m p o r t a n t e s del m o m e n t o : la construcción del bastión t r i d e n t i n o en Estiria b a j o F e r n a n d o II, q u e en muchos sentidos f u e la experiencia piloto del absolutismo austríaco, f u e en buena medida o b r a de ellos. Asimismo, la recuperación p a r a la fe católica de los grandes magnates húngaros —sin cuyo concurso p r o b a b l e m e n t e h a b r í a
" Sus campañas contra Piamonte en 1848 habrían de ser la única excepción.
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sido imposible el m a n t e n i m i e n t o definitivo de la soberanía de los H a b s b u r g o sobre Hungría— se llevó a cabo gracias a las pacientes y hábiles misiones ideológicas de los sacerdotes. Pero estos éxitos tenían también sus límites. Las universidades y escuelas católicas rescataron a la nobleza h ú n g a r a del protestantismo, pero r e s p e t a n d o y p r o m o v i e n d o cuidadosamente los tradicionales privilegios corporativos de la «nación» magiar, con lo que aseguraban el control espiritual de la Iglesia, p e r o d e j a b a n al E s t a d o lleno de difíciles cargas. La confianza de los H a b s b u r g o en el clero p a r a los asuntos políticos internos tuvo, pues, su precio; p o r muy astutos que f u e r a n , los sacerdotes n u n c a podían ser los equivalentes funcionales de los officiers o los pomeshchiki como materiales p a r a la construcción del absolutismo. Viena no h a b r í a de convertirse en un centro m e t r o p o l i t a n o de venta de cargos o de u n a nobleza de servicio; su sello distintivo sería u n clericalismo maleable y u n a administración confusa. Del mismo modo, la extraordinaria f o r t u n a de la política matrimonial dinástica de la familia H a b s b u r g o siempre tendió a exceder su capacidad marcial, a u n q u e en último t é r m i n o nunca p u d o sustituirla. La facilidad nupcial con que se adquirieron Hungría y Bohemia c o n d u j o a la dificultad de i m p l a n t a r coactiv a m e n t e el centralismo austríaco en la p r i m e r a y a la imposibilidad final de imponerlo en la segunda. En ú l t i m o término, la diplomacia no podía reemplazar a las a r m a s . Las hazañas militares del absolutismo austríaco siempre f u e r o n algo deficientes y anómalas. Los tres éxitos más i m p o r t a n t e s de la dinastía fueron la adquisición inicial de Bohemia y Hungría en 1526, el sometimiento de Bohemia en 1620 y la d e r r o t a de los turcos en 1683, que c o n d u j o a la reconquista de Hungría y Transilvania. La p r i m e r a f u e el f r u t o negativo de la d e r r o t a de los Jagellón en Mohács, y no el p r o d u c t o de ninguna victoria de los Habsburgo: los turcos ganaron p a r a ellos la p r i m e r a y más importante victoria del absolutismo austríaco. La batalla de la Mont a ñ a Blanca, p o r su parte, f u e también en b u e n a medida u n a victoria bávara de la Liga Católica, m i e n t r a s que las tropas reunidas b a j o el m a n d o imperial incluían contingentes italianos, valones, flamencos y españoles 17. Incluso el levantamiento del cerco de Viena fue o b r a esencialmente de los ejércitos polaco y alemán, después de que el e m p e r a d o r Leopoldo I h u b i e r a a b a n d o n a d o a toda prisa su capital: los soldados de los Habs-
" Chudoba, Spain
and the empire,
pp. 247-8.
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burgo r e p r e s e n t a r o n sólo u n sexto de la fuerza que dio f a m a 18 a Sobieski en 1683 . Este continuo recurso a los ejércitos aliados tuvo su curioso complemento en el propio generalato austríaco. La mayoría de los principales c o m a n d a n t e s militares que sirvieron a la Casa de Austria hasta el siglo xix f u e r o n e m p r e s a r i o s independientes o soldados de f o r t u n a e x t r a n j e r o s : Wallenstein, Piccolomini, Montecuccoli, Eugene, Laudun, Dorn. En t é r m i n o s comparativos, las huestes de Wallenstein f u e r o n quizá las m á s impresionantes de las que ondearon los colores austríacos, pero, en realidad, eran una máquina militar privada, creada p o r su general checo, que la dinastía había c o n t r a t a d o pero no controlaba; de ahí el asesinato de Wallenstein. Eugene, p o r el contrario, era completamente leal a Viena, pero procedía de Saboya y carecía de raíces en las tierras de los Habsburgo; el italiano Montecuccoli y el renano Dorn eran versiones m e n o r e s del m i s m o modelo. El uso constante de mercenarios e x t r a n j e r o s fue, p o r supuesto, un rasgo normal y universal del absolutismo, p e r o se trataba de soldados rasos y no de oficiales con m a n d o sobre todas las f u e r z a s a r m a d a s del Estado. Estos últimos procedían n o r m a l m e n t e de la clase d o m i n a n t e en las tierras respectivas, esto es, de la nobleza local. En los dominios de los Habsburgo, sin embargo, n o existía u n a sola clase señorial, sino varios grupos de propietarios t e r r i t o r i a l m e n t e diferenciados. Esta carencia de u n a aristocracia unificada afectó a la capacidad global de lucha del E s t a d o h a b s b u r g u é s . El c a r á c t e r de las noblezas feudales, como ya h e m o s visto, n u n c a f u e p r i m o r d i a l m e n t e «nacional», podían t r a n s p l a n t a r s e de u n país a o t r o y cumplir su función de clase poseedora, sin necesidad de t e n e r ningún vínculo común, étnico o lingüístico con la población sometida a ellos. La separación cultural de u n a b a r r e r a lingüística podía incluso preservarse p a r a a u m e n t a r la distancia n a t u r a l e n t r e d o m i n a n t e s y dominados. Pero, p o r o t r a parte, la heterogeneidad étnica o lingüística dentro de la aristocracia t e r r a t e n i e n t e de u n m i s m o sistema político feudal era n o r m a l m e n t e u n a fuente de desintegración y debilidad potencial, p o r q u e tendía a socavar la solidaridad política de la propia clase dominante. I n d u d a b l e m e n t e , los aspectos desordenados y confusos del Estado h a b s b u r g u é s procedían en b u e n a medida del c a r á c t e r complejo e irreconciliable de las noblezas q u e lo constituían. Como era presumible, los inconvenientes de la diversidad aristocrá-
" Stoye, The siege of Vienna,
pp. 245, 257.
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tica se hicieron evidentes en el sector más sensible de la máquina del Estado, el ejército. Por la ausencia de u n a nobleza socialmente unitaria, los ejércitos habsburgueses r a r a vez alcanzaron los mismos resultados que los de los Hohenzollern o los Románov. Así pues, el absolutismo austríaco, incluso en el m o m e n t o de su apogeo, careció de solidez y congruencia e s t r u c t u r a l e s a causa del c a r á c t e r heterogéneo de las formaciones sociales sob r e las que se ejercía su dominio. Las tierras germánicas de Austria r e p r e s e n t a r o n siempre el núcleo m á s seguro del imperio habsburgués, las posesiones más antiguas y más leales de la dinastía en la E u r o p a central. Los nobles y las ciudades conservaban m u c h o s privilegios tradicionales en los Landtage de la B a j a y Alta Austria, de Estiria y Carintia; en el Tirol y en Vorarlberg, el propio campesinado estaba r e p r e s e n t a d o en los Estados, signo excepcional del carácter alpino de estas provincias. Las instituciones «intermedias» h e r e d a d a s de la época medieval n u n c a f u e r o n suprimidas, como en Prusia, pero a principios del siglo X V I I se habían convertido en obedientes i n s t r u m e n t o s del p o d e r de los H a b s b u r g o , y su supervivencia n u n c a e n t r a ñ ó un serio obstáculo a la voluntad de la dinastía. Las tierras archiducales f o r m a b a n , pues, la base central y segura de la casa dominante. D e s a f o r t u n a d a m e n t e , eran demasiado m o d e s t a s y limitadas p a r a i m p r i m i r u n a dinámica monárquica unitaria al c o n j u n t o del E s t a d o de los Habsburgo. Económica y demográficamente, las tierras más ricas de Bohemia ya las habían s u p e r a d o a mediados del siglo xvi: en 1541, las contribuciones fiscales de Austria a la tesorería imperial eran sólo la mitad de las de Bohemia, y esta m i s m a proporción de 1 /2 se m a n t e n d r í a vigente hasta el final del siglo X V I I I w . La victoria sueca sobre los ejércitos de Wallenstein d u r a n t e la guer r a de los Treinta Años bloqueó la expansión germánica de la dinastía y d e j ó aislado al archiducado respecto al Reich tradicional. Por otra parte, la sociedad r u r a l de Austria era la menos representativa del modelo agrario d o m i n a n t e en las tierras de los H a b s b u r g o . El carácter s e m i m o n t a ñ o s o de la mayor parte de la región lo hacía poco propicio a las grandes propiedades feudales. El resultado f u e la persistencia de la p e q u e ñ a propiedad campesina en las zonas altas y el predominio de u n tipo occidental de Grundherrschaft —endurecido con n o r m a s de
" Kerner, Bohemia in the eighteenth century, pp. 25-26. El reino de Bohemia comprendía a Bohemia propiamente dicha, Moravia y Silesia.
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explotación orientales— en las llanuras 2 0 . Las jurisdicciones patrimoniales y las cargas feudales eran generales; en m u c h a s partes, las prestaciones de t r a b a j o e r a n duras, pero las oportunidades para la consolidación de señoríos y grandes latifundios eran relativamente limitadas. La acción disolvente del capital u r b a n o sobre la fuerza de t r a b a j o del e n t o r n o r u r a l h a b r í a de convertirse más adelante en u n nuevo f r e n o p a r a la aparición de una economía Gutsherrschaft21. La «masa crítica» de la aristocracia austríaca era, por tanto, demasiado débil p a r a p r o d u c i r u n centro magnético capaz de aglutinar al c o n j u n t o de la clase t e r r a t e n i e n t e del imperio. La aniquilación de los Estados de Bohemia d u r a n t e la guerra de los Treinta Años proporcionó al a b s o l u t i s m o habsburgués su éxito político más i m p o r t a n t e : las vastas y fértiles tier r a s checas q u e d a b a n ahora, sin d u d a alguna, b a j o su control. Ninguna nobleza rebelde de E u r o p a e n c o n t r ó u n destino tan sumario como la aristocracia checa: después de su caída, u n a nueva clase terrateniente, que le debía todo a la dinastía, se estableció en sus tierras. La historia del absolutismo europeo no m u e s t r a ningún episodio semejante. Se t r a t a de u n a peculiaridad reveladora de la colonización de Bohemia p o r los Habsburgo. La nueva nobleza allí creada n o e s t a b a c o m p u e s t a principalmente por casas procedentes del bastión a u s t r í a c o de la dinastía; a p a r t e de u n a s pocas familias checas católicas, f u e i m p o r t a d a del exterior. El origen e x t r a n j e r o de este e s t r a t o indicaba la falta de u n a aristocracia a u t ó c t o n a susceptible de t r a n s p l a n t a r s e a Bohemia, lo que a corto plazo a u m e n t a b a el p o d e r de los H a b s b u r g o en la zona checa, pero a largo plazo era u n síntoma de debilidad. Las tierras de Bohemia eran las más ricas y las más d e n s a m e n t e p o b l a d a s de E u r o p a central. D u r a n t e los siguientes cien años, los grandes m a g n a t e s del imperio de los H a b s b u r g o casi siempre poseyeron vastas propiedades cultivadas por siervos en Bohemia o en Moravia y, naturalmente, el centro de gravedad económico de la clase gobern a n t e se desplazó hacia el norte. Pero la nueva aristocracia bohemia m o s t r ó poco esprit de corps y ni siquiera u n a notable fidelidad a la dinastía: su inmensa mayoría se pasó de golpe al ocupante bávaro d u r a n t e la guerra de sucesión austríaca en la década de 1740. Esta nobleza era el equivalente m á s próximo " V.-L. Tapié, Monarchie et peuples du Danube, París, 1969, p. 144. J1 Sobre la situación de la Baja Austria, véase Jerome Blum, Noble landowners and agriculture in Austria, 1815-1848, Baltimore, 1947, páginas 176-80.
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a u n a nobleza de servicio en el sistema estatal del absolutismo austríaco; p e r o era el p r o d u c t o a r b i t r a r i o de servicios pasados en vez de ser poseedora de funciones públicas orgánicas y permanentes, y, a u n q u e de ella procedían muchos c u a d r o s administrativos de la m o n a r q u í a h a b s b u r g u e s a , f u e incapaz de convertirse en su fuerza d o m i n a n t e u organizadora. Sin embargo, y cualesquiera que fuesen las limitaciones de las clases t e r r a t e n i e n t e s en cada sector, a mediados del siglo X V I I parecía que la consolidación del p o d e r imperial en las unidades austríaca y bohemia de los dominios h a b s b u r g u e s e s creaba las bases p a r a u n a b s o l u t i s m o m á s homogéneo y centralizado. Pero Hungría h a b r í a de revelarse como el obstáculo insuperable p a r a la creación de u n E s t a d o m o n á r q u i c o unitario. Si p u d i e r a trazarse u n a analogía e n t r e los dos imperios de los Habsburgo, c e n t r a d o s en Madrid y Viena, en la que Austria fuese el equivalente de Castilla y Bohemia el de Andalucía, Hungría sería u n a especie de Aragón oriental. La comparación es muy i m p e r f e c t a , sin embargo, p o r q u e Austria n u n c a poseyó el p r e d o m i n i o económico y demográfico de Castilla como cent r o del sistema imperial, m i e n t r a s que el p o d e r y los privilegios de la aristocracia h ú n g a r a eran superiores a los de la nobleza aragonesa; a d e m á s , siempre faltó el rasgo u n i f i c a d o r fundam e n t a l de u n a lengua común. La clase t e r r a t e n i e n t e magiar e r a e x t r e m a d a m e n t e n u m e r o s a , alrededor del 5-7 p o r 100 de la población total de Hungría. Muchos de ellos eran diminutos propietarios con minúsculos lotes de tierras, p e r o el sector fund a m e n t a l de la nobleza h ú n g a r a era el e s t r a t o de los llamados bene possessionati, que poseían propiedades de t a m a ñ o medio y d o m i n a b a n la vida política de las provincias 2 2 . Ellos f u e r o n quienes dieron al c o n j u n t o de la nobleza magiar la u n i d a d y la dirección de la sociedad. El sistema h ú n g a r o de Estados o p e r a b a a la perfección y n u n c a concedió i m p o r t a n t e s derechos reales a la dinastía Habsburgo, q u e reinaba en Hungría en virt u d de u n a m e r a «unión personal» y cuya a u t o r i d a d era allí electiva y revocable. La Constitución feudal reconocía expresam e n t e u n jus resistendi que legitimaba la rebelión nobiliaria frente a cualquier a t e n t a d o real c o n t r a las sagradas libertades de la 22 Bela Király, Hungary in the late eighteenth century, Nueva York, 1969, pp. 33, 108. Parece que el papel de los bene possessionati dentro de la clase terrateniente húngara era uno de los factores más importantes que la distinguía de la nobleza polaca, cuyo número era similar y a la que se asemejaba en otros muchos aspectos, aunque esta última estaba mucho más polarizada entre los magnates y los pequeños propietarios y carecía, por consiguiente, de la cohesión de sus equivalentes magiares.
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«nación» magiar. Desde finales de la E d a d Media, la nobleza había controlado s i e m p r e su propia u n i d a d de administración local, el comitatus, o asamblea cuyos comités p e r m a n e n t e s , investidos con funciones judiciales, financieras y burocráticas, eran todopoderosos en el c a m p o y aseguraban u n alto nivel de cohesión política en el seno de la clase terrateniente. Los H a b s b u r g o i n t e n t a r o n dividir a la aristocracia h ú n g a r a s e p a r a n d o con honores y privilegios a su sector más rico. Así, en el siglo xvi int r o d u j e r o n los títulos, desconocidos h a s t a entonces t a n t o en Hungría como en Polonia, y a principios del siglo X V I I instauraron la separación jurídica e n t r e los m a g n a t e s y la nobleza media 2 3 . E s t a s tácticas n o p r o d u j e r o n resultados apreciables f r e n t e al p a r t i c u l a r i s m o húngaro, fortalecido ahora todavía m á s p o r la expansión del p r o t e s t a n t i s m o . Pero, sobre todo, la proximidad del p o d e r militar t u r c o —que después de Mohács e r a la fuerza o c u p a n t e y soberana en dos tercios de las tierras magiares— f u e u n obstáculo decisivo p a r a la extensión en Hungría de u n absolutismo a u s t r í a c o centralizado. E n efecto, dur a n t e los siglos xvi y x v n siempre h u b o nobles magiares viviendo d i r e c t a m e n t e b a j o el dominio t u r c o en Hungría central, y más al este, d e n t r o del imperio otomano, Transilvania constituía u n E s t a d o a u t ó n o m o dirigido p o r señores húngaros, muchos de los cuales eran calvinistas. Todo intento de Viena de a t a c a r las venerables prerrogativas de la aristocracia h ú n g a r a siempre podía ser f r e n a d o r e c u r r i e n d o a u n a alianza con los turcos, m i e n t r a s que los ambiciosos gobernantes de Transilvania i n t e n t a r o n repetidamente, en su propio interés, instigar c o n t r a la Hofburg a sus c o m p a t r i o t a s de las tierras habsburguesas, poniendo f r e c u e n t e m e n t e a su disposición u n e j é r c i t o bien e n t r e n a d o y con el objetivo de c r e a r u n a Transilvania m á s grande. Así pues, la tenacidad del p a r t i c u l a r i s m o magiar f u e consecuencia también de su poderosa r e t a g u a r d i a a lo largo de la f r o n t e r a o t o m a n a , que permitió u n a y otra vez a la nobleza de la «cristiana» Hungría llamar en su ayuda a fuerzas militares superiores a su p r o p i o p o d e r í o local. El siglo x v n —la gran época de m a l e s t a r y tensión nobiliarias en el Oeste, con su c o r t e j o de conspiraciones y rebeliones aristocráticas— presenció también el único caso de u n a persistente y t r i u n f a n t e resistencia señorial en el Este f r e n t e al a u m e n t o del p o d e r real en el m a r c o de u n a a b s o l u t i s m o creciente. El p r i m e r asalto i m p o r t a n t e de este c o m b a t e tuvo lugar 23
Mamatey, Rise of the Habsburg
empire,
p. 37.
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d u r a n t e la guerra austro-otomana de los Trece Años. Los avances militares de los H a b s b u r g o contra los turcos f u e r o n acomp a ñ a d o s de la persecución religiosa y la centralización administrativa en las zonas conquistadas. E n 1604, el m a g n a t e calvinista Bocskay se rebeló, en alianza con los turcos, u n i e n d o tras sí a la nobleza m a g i a r y a los filibusteros haiduk de las tierras fronterizas c o n t r a las fuerzas imperiales de ocupación. En 1606, la Puerta se aseguraba u n a paza ventajosa; la aristocracia húngara conseguía la tolerancia religiosa de Viena, y Bocskay, el principado de Transilvania. E n 1619-20, el nuevo príncipe de Transilvania Gábor Bethlen, al que se unieron terratenientes p r o t e s t a n t e s locales, aprovechó la rebelión de Bohemia p a r a invadir y t o m a r grandes zonas de la Hungría h a b s b u r g u e s a . En 1670, Leopoldo I liquidó u n a conspiración de magnates y dirigió sus t r o p a s hacia Hungría: la antigua Constitución f u e sup r i m i d a y se i m p u s o u n a nueva administración centralista b a j o u n g o b e r n a d o r general germano, a c o m p a ñ a d o p o r tribunales extraordinarios p a r a la represión. La lucha estalló muy p r o n t o , a p a r t i r de 1678, dirigida p o r el conde I m r e Tókolli. E n 1681, Leopoldo I tuvo que dar m a r c h a a t r á s de su golpe constitucional y r e a f i r m a r los tradicionales privilegios magiares al pedir Tókolli asistencia turca. Los ejércitos o t o m a n o s llegaron en su m o m e n t o y se p r o d u j o el f a m o s o sitio de Viena de 1683. Finalmente, las fuerzas turcas f u e r o n a r r o j a d a s de H u n g r í a en 1687, y Tókolli tuvo que h u i r al exilio. Leopoldo n o tuvo suficiente fuerza p a r a restablecer el a n t e r i o r régimen centralista del Gubernium, pero f u e capaz de asegurar la aceptación p o r los Estados magiares, reunidos en Bratislava, de la dinastía H a b s b u r g o como m o n a r q u í a hereditaria, y n o electiva, y la abrogación del jus resistendi. Además, la conquista austríaca de Transilvania, en 1690-91, rodeó desde entonces a la nobleza magiar con un bloque territorial estratégico a su retaguardia sometido d i r e c t a m e n t e a Viena. Las zonas fronterizas militares especiales, que e s t a b a n s u j e t a s a la a u t o r i d a d del Hofkriegsrat, se extendían a h o r a desde el Adriático h a s t a los Cárpatos, mient r a s q u e el p o d e r t u r c o en la cuenca danubiana e s t a b a prácticamente agotado a principios del siglo X V I I I . Las tierras recién adquiridas se distribuyeron e n t r e los aventureros militares ext r a n j e r o s y un círculo selecto de señores húngaros cuya lealtad política se cimentaba a h o r a en sus e n o r m e s posesiones del Este. Sin embargo, la nobleza h ú n g a r a se lanzó de nuevo con avidez sobre la p r i m e r a o p o r t u n i d a d de sedición a r m a d a q u e le
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proporcionó u n conflicto internacional. En 1703, los impuestos de guerra y la persecución religiosa impulsaron al c a m p e s i n a d o noroccidental a la rebelión. El m a g n a t e Ferenc Rakóczi, capitalizando este m a l e s t a r p o p u l a r y en alianza militar con Francia y Baviera, dirigió u n a última y t r e m e n d a rebelión cuyo a t a q u e en tenaza sobre Viena sólo p u d o ser detenido p o r la batalla de Blenheim. Los ejércitos de los H a b s b u r g o consiguieron a c a b a r con la insurrección en 1711, y, c u a t r o años después, la clase t e r r a t e n i e n t e magiar tuvo que a c e p t a r p o r vez p r i m e r a los impuestos imperiales sobre sus siervos y los acantonamientos militares en sus condados, m i e n t r a s sus f r o n t e r a s militares p a s a b a n a ser dirigidas p o r el Hofkriegsrat y se establecía en Viena u n a Cancillería húngara. Pero, p o r los demás, la paz de S z a t m á r c o n f i r m ó los tradicionales privilegios sociales y políticos de los terratenientes h ú n g a r o s : la administración del país permaneció sustancialmente b a j o su control 2 4 . Tras este acuerdo, ya no h u b o m á s rebeliones d u r a n t e otros ciento cincuenta años, p e r o los vínculos e n t r e la nobleza m a g i a r y la dinastía H a b s b u r g o c o n t i n u a r o n siendo distintos de los existentes e n t r e las aristocracias y las m o n a r q u í a s del este en la era del absolutismo. La extrema descentralización aristocrática, arraigada en instituciones y derechos medievales, se m o s t r ó irreductible en la puszta. La base austríaca del sistema imperial era demasiad o pequeña, la extensión de Bohemia d e m a s i a d o frágil y la resistencia del sistema h ú n g a r o d e m a s i a d o f u e r t e p a r a que pudiera a p a r e c e r u n absolutismo típicamente oriental a lo largo del Danubio. El r e s u l t a d o final f u e b l o q u e a r el rigor y la unif o m i d a d de las heterogéneas e s t r u c t u r a s estatales dirigidas p o r la Hofburg. A los veinte años de la paz de Passarowitz, p u n t o culminante de su expansión balcánica y de su prestigio europeo, el absolutismo de los H a b s b u r g o s u f r i ó u n a d e r r o t a humillante a m a n o s de su m u c h o m e n o r rival Hohenzollern. La conquista p r u s i a n a de Silesia en la guerra d e sucesión austríaca le privó de la provincia m á s p r ó s p e r a e industrializada de su imperio de E u r o p a central: Breslau se había convertido, efectivamente, en el p r i m e r centro comercial de las tierras dinásticas tradicionales. El control del c e t r o imperial pasó t e m p o r a l m e n t e a Baviera, y el grueso de la aristocracia b o h e m i a se pasó al b a n d o del nuevo e m p e r a d o r bávaro. Finalmente, Bohemia f u e recupe24 Por muchos conceptos, los mejores comentarios sinópticos sobre las sucesivas rebeliones húngaras de esta época se encuentran en McNeill, Europe's steppe frontier, Chicago, 1964, pp. 94-7, 147-8, 164-7.
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rada, p e r o en la década siguiente el a b s o l u t i s m o a u s t r í a c o se vio sacudido p r o f u n d a m e n t e u n a vez m á s p o r la guerra de los Siete Años, en la q u e no p u d o r e c o n q u i s t a r Silesia a p e s a r de su alianza con Rusia y Francia, de su e n o r m e superioridad n u m é r i c a y de sus inmensas pérdidas. Prusia, con u n tercio del t e s o r o y u n sexto de la población de Austria, había triunfad o p o r segunda vez. Esta doble sacudida precipitó dos intentos de r e f o r m a del E s t a d o de los H a b s b u r g o en tiempos de María Teresa, dirigidos p o r los cancilleres Haugwitz y Kaunitz, con el o b j e t o de m o d e r n i z a r y renovar todo el a p a r a t o del gobierno 2 5 . Las Cancillerías de Bohemia y de Austria f u e r o n ref u n d i d a s en u n solo órgano, a la vez q u e se f u s i o n a b a n los correspondientes tribunales de apelación y se abolían los diferentes órdenes legales de la nobleza bohemia. Por p r i m e r a vez se impusieron contribuciones a la nobleza y al clero en estos dos países ( a u n q u e n o en Hungría) y sus Estados f u e r o n obligados a d e s t i n a r la décima p a r t e de sus ingresos al mantenim i e n t o de u n e j é r c i t o p e r m a n e n t e de 100.000 h o m b r e s . El Hofkriegsrat f u e reorganizado y se le concedieron plenos poderes en t o d o el imperio. Se creó u n s u p r e m o Consejo de E s t a d o p a r a integrar y dirigir toda la m a q u i n a r i a del absolutismo; se enviaron funcionarios reales p e r m a n e n t e s —los Kreishauptmaner— a todos los «círculos» de Bohemia y Austria p a r a reforzar la administración y la justicia centralizadas. Las b a r r e r a s a d u a n e r a s e n t r e Bohemia y Austria f u e r o n abolidas y se establecieron aranceles proteccionistas c o n t r a las importaciones ext r a n j e r a s . Las prestaciones de t r a b a j o del c a m p e s i n a d o fueron reducidas legalmente, a la vez q u e se explotaban implacablem e n t e los derechos fiscales de la m o n a r q u í a p a r a a u m e n t a r las r e n t a s imperiales. En fin, se f o m e n t ó la emigración organizada p a r a la colonización de Transilvania y el Banato. E s t a s medidas de María Teresa f u e r o n s u p e r a d a s m u y p r o n t o , sin embargo, p o r el p r o f u n d o p r o g r a m a de r e f o r m a s i m p u e s t o p o r José II. El nuevo e m p e r a d o r r o m p i ó e s p e c t a c u l a r m e n t e con la tradición austríaca de d i f u s o clericalismo oficial. Se p r o c l a m ó la tolerancia religiosa; las tierras de la Iglesia f u e r o n confiscadas; los monasterios, disueltos; los servicios eclesiásticos, regulados, y las universidades p a s a r o n a m a n o s del Estado. Se estableció u n código penal avanzado, los tribunales f u e r o n r e f o r m a d o s y la censura abolida. La educación secular f u e vigorosamente " Bluche, Le despotisme
eclairé, pp. 106-10, ofrece un sucinto análisis.
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promovida p o r el Estado, h a s t a tal p u n t o que a n n a i e s del reinado u n o de cada tres niños e s t a b a en u n a escuela elemental. Los estudios superiores se m o d e r n i z a r o n con o b j e t o de producir ingenieros y funcionarios más capacitados. La b u r o c r a c i a central f u e profesionalizada y sus rangos se organizaron sobre la base de los méritos, a la vez que se la sometía a u n a vigilancia secreta p o r m e d i o de u n a red de agentes de policía, según el m o d e l o del sistema prusiano. Los Estados d e j a r o n de a d m i n i s t r a r los impuestos que, a p a r t i r de este m o m e n t o , fueron r e c a u d a d o s d i r e c t a m e n t e p o r la m o n a r q u í a . Las cargas fiscales se a u m e n t a r o n c o n s t a n t e m e n t e . Las sesiones anuales de los E s t a d o s f u e r o n suprimidas: a p a r t i r de ahora, los Landtage sólo se r e u n í a n c u a n d o eran convocados p o r la dinastía. Se estableció la llamada a filas y el e j é r c i t o se amplió h a s t a alcanzar 300.000 s o l d a d o s L o s aranceles f u e r o n incrementados sin contemplaciones p a r a asegurar la dirección del mercado interior, a la p a r q u e se s u p r i m í a n los gremios y corporaciones u r b a n o s p a r a f o m e n t a r la libre competencia d e n t r o del imperio. También se m e j o r ó el sistema de t r a n s p o r t e s . Todas estas medidas e r a n radicales, p e r o n o q u e d a b a n f u e r a del espectro de iniciativas convencionales de los estados absolutistas en la era de la Ilustración. El p r o g r a m a de José II, sin embargo, n o se detuvo aquí. E n u n a serie de decretos sin precedentes en la historia de las m o n a r q u í a s absolutas, la servid u m b r e f u e f o r m a l m e n t e abolida en 1781 — t r a s i m p o r t a n t e s insurrecciones campesinas e n Bohemia d u r a n t e la década anterior— y se garantizó a todos los súbditos el derecho a la libre elección en el m a t r i m o n i o , a la emigración, el t r a b a j o , la ocupación y la propiedad. A los campesinos se les dio la seguridad de la posesión de sus tierras donde n o la tenían, y a los nobles se les p r o h i b i ó a d q u i r i r las parcelas de los campesinos. Por último, se abolieron todas las prestaciones de t r a b a j o de los campesinos en las tierras «rústicas» (es decir, parcelas campesinas) que pagaran dos florines o m á s al a ñ o en impuestos; se igualaron las t a r i f a s fiscales y se d e c r e t a r o n n o r m a s oficiales p a r a la distribución del p r o d u c t o agrícola de los a r r e n d a t a r i o s : el 12,2 p o r 100 p a r a i m p u e s t o s estatales, el 17,8 p o r 100 p a r a los señores y el clero en concepto de r e n t a s y diezmos y el 70 p o r 100 p a r a el p r o p i o campesino. Aunque esta medida era m u y * La recluta obligatoria se implantó en 1771. En 1788, José II movilizó 245.000 soldados de infantería, 37.000 de caballería y 900 cañones para su guerra contra Turquía: H. L. Mikoletzky, Osterreich. Das grosse 18. Jahrhundert, Viena, 1967, pp. 227, 366.
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parcial en su extensión —sólo a f e c t a b a a p o c o m á s de u n quinto del campesinado bohemio 2 7 — constituía u n a amenaza de cambios drásticos en las relaciones sociales en el c a m p o y atacaba d i r e c t a m e n t e a los intereses económicos vitales de la nobleza t e r r a t e n i e n t e del imperio. En esta época, la proporción del p r o d u c t o agrario que q u e d a b a a disposición del p r o d u c t o r directo era, p o r lo general, del 30 p o r 100 La nueva ley elevaba al doble esta proporción, reduciendo al m i s m o t i e m p o casi a la m i t a d el excedente extraído p o r la clase feudal. La protesta aristocrática f u e ruidosa y universal y vino a c o m p a ñ a d a de obstrucción y evasión generalizadas. Mientras tanto, el centralismo de José II e s t a b a provocando t u m u l t o s políticos en los dos extremos del imperio. Las corporaciones u r b a n a s y los f u e r o s medievales de las distantes provincias belgas habían sido anulados p o r Viena. El i n j u r i a d o sentimiento clerical, la hostilidad de los patricios y el patriotismo p o p u l a r se combinaron p a r a p r o d u c i r u n a rebelión armada simultánea a la revolución francesa. Pero más amenazadores todavía e r a n los movimientos que se p r o d u c í a n en Hungría. José II había sido el p r i m e r soberano H a b s b u r g o en integrar p o r la fuerza a Hungría en u n m a r c o imperial unitario. Eugenio de Savoya había presionado a la dinastía p a r a que hiciera de sus tierras dispersas u n t o d o organizado, ein Totum, y p o r fin este ideal se estaba llevando a cabo a h o r a de f o r m a metódica. Todas las principales r e f o r m a s josefinas —eclesiásticas, sociales, económicas y militares— f u e r o n i m p u e s t a s en Hungría p o r encima de las p r o t e s t a s de la nobleza magiar. La burocracia de los Kreis se extendió a Hungría, y a ella q u e d ó sometido el antiguo sistema de los condados. La i n m u n i d a d fiscal de la clase t e r r a t e n i e n t e f u e abolida a la p a r que se imponía la justicia real. E n 1789, los Estados h ú n g a r o s e s t a b a n p r e p a r a n d o c l a r a m e n t e u n a insurrección, al m i s m o tiempo que se iba a pique la política exterior de la m o n a r q u í a . José II había intent a d o a d q u i r i r Baviera en dos ocasiones, p r o p o n i e n d o en la segunda de ellas su i n t e r c a m b i o p o r Bélgica. Este objetivo lógico y racional, cuyo logro h a b r í a t r a n s f o r m a d o la posición estratégica y la e s t r u c t u r a interna del imperio austríaco, inclinándolo decisivamente en dirección occidental hacia Alemania, f u e b l o q u e a d o p o r Prusia. Significativamente, Austria n o p u d o arriesgarse a u n a guerra con Prusia p o r esta causa, a pesar
" Wright, Serf, seigneur and sovereign, p. 147. Kerner, Bohemia in the eighteenth century, pp. 44-5.
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del gran esfuerzo militar realizado b a j o José II. Como consecuencia de ello, el expansionismo a u s t r í a c o se dirigió o t r a vez hacia los Balcanes, donde los ejércitos o t o m a n o s infligieron una serie de reveses al e m p e r a d o r . El objetivo ú l t i m o de toda la vigorosa renovación del absolutismo austríaco —la recuperación de su rango militar internacional— es escapaba así de sus manos. El reinado de José t e r m i n ó en la desilusión y el fracaso. Los impuestos de guerra y la llamada a filas resultaron impopulares e n t r e el campesinado, la inflación creó grandes a p u r o s en las ciudades y la censura f u e impuesta de nuevo 29 . Por otra parte, lo q u e era más decisivo, las relaciones entre la m o n a r q u í a y la aristocracia habían llegado a u n a situación intolerable. Para evitar la rebelión en Hungría h u b o q u e a b a n d o n a r la centralización en aquel país. La m u e r t e de José II f u e la señal p a r a u n a rápida y generalizada reacción señorial. Su sucesor, Leopoldo II, f u e obligado i n m e d i a t a m e n t e a rescindir las leyes sobre la tierra de 1789 y a restablecer los p o d e r e s políticos de la nobleza magiar. Los Estados húngaros a n u l a r o n legalmente las r e f o r m a s de José II y a c a b a r o n con los impuestos sobre las tierras de la nobleza. El comienzo de la revolución f r a n c e s a y las guerras napoleónicas unieron a la dinastía y a la aristocracia en t o d o el imperio, e m p u j á n d o l a s a u n com ú n conservadurismo. El singular episodio de u n despotismo demasiado «ilustrado» había terminado. P a r a d ó j i c a m e n t e , lo q u e hizo posible este episodio f u e la m i s m a aporía del a b s o l u t i s m o austríaco. La gran debilidad y limitación del imperio de los H a b s b u r g o residía en su falta de u n a aristocracia u n i t a r i a que p u d i e r a f o r m a r u n a nobleza de servicio del tipo de la E u r o p a oriental. Pero f u e p r e c i s a m e n t e esta carencia social lo que p e r m i t i ó la libertad «irresponsable» de la autocracia josefina. Debido a que la clase t e r r a t e n i e n t e n o había crecido d e n t r o del a p a r a t o del E s t a d o a u s t r í a c o c o m o lo había h e c h o en Prusia y en Rusia, la m o n a r q u í a absoluta p u d o p a t r o c i n a r u n p r o g r a m a que r e a l m e n t e era perjudicial p a r a ella. No e s t a n d o enraizada en u n a nobleza territorial única, con f i r m e cohesión de clase, la m o n a r q u í a p u d o conseguir u n grado de a u t o n o m í a desconocido p a r a sus vecinos. E s t o explica el carácter insólitamente «antifeudal» de los decretos josefinos si se c o m p a r a n con las posteriores r e f o r m a s de los ® El aislamiento del régimen en sus últimos años está bien narrado por Ernst Wangermann, From Joseph II to the Jacobin triáis, Oxford, 1959, pp. 28-9. El campesinado estaba defraudado por los límites de su reforma agraria y escandalizado por su anticlericalismo.
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otros absolutismos del Este 3 0 . Asimismo, el i n s t r u m e n t o de la renovación m o n á r q u i c a del i m p e r i o de los H a b s b u r g o f u e u n a burocracia cuya distancia respecto a la aristocracia e r a mayor q u e en ninguna otra zona, ya q u e procedía principalmente de los altos estratos de la clase m e d i a alemana de las ciudades, que se diferenciaba social y c u l t u r a l m e n t e de la clase terrateniente. Pero la separación relativa de la m o n a r q u í a respecto a los heterogéneos terratenientes de su reino f u e también, p o r supuesto, la causa de su debilidad interna. Internacionalmente, el p r o g r a m a j o s e f i n o acabó en u n desastre. I n t e r n a m e n t e , las leyes sociales derivadas de la naturaleza del E s t a d o absolutista se r e a f i r m a r o n con vigor, en u n a elocuente demostración de la impotencia de la voluntad personal del soberano, en la medida en que t r a n s g r e d i e r a los intereses colectivos de la clase cuya defensa e r a la razón histórica del absolutismo. El imperio austríaco surgió de la era napoleónica, pues, c o m o el pilar central de la reacción europea, con Metternich en el papel de decano de la contrarrevolución m o n á r q u i c a y clerical en todo el continente. El a b s o l u t i s m o de los Habsburgo cayó en u n a perezosa inactividad d u r a n t e toda la p r i m e r a m i t a d del siglo xix. Mientras tanto, u n a incipiente industrialización iba c r e a n d o u n a nueva población u r b a n a , t a n t o de obreros como de clase media, y la agricultura comercial se extendía desde Occidente con la llegada de nuevos cultivos —remolacha azucarera, patatas, ajo— y el auge de la producción de lana. El c a m p e s i n a d o había sido liberado de la servidumbre, p e r o todavía estaba sometido a la jurisdicción p a t r i m o n i a l de sus señores en t o d o el imperio y en casi todas p a r t e s e s t a b a obligado a p r e s t a r servicios de t r a b a j o a la nobleza. E n estos aspectos, todavía prevalecía la Erbuntertanigkeit tradicional sobre el 80 p o r 100 del territorio, incluyendo todas las principales regiones de E u r o p a central —Alta Austria, B a j a Austria, Estiria, Carintia, Bohemia, Moravia, Galitzia, Hungría y Transilvania—, y el robot c o n t i n u a b a siendo la principal f u e n t e de t r a b a j o e n la economía agraria 3 1 . E n la década de 1840, el c a m p e s i n o medio g e r m a n o o eslavo g u a r d a b a p a r a sí ú n i c a m e n t e el 30 p o r 100 de su p r o d u c t o después de p a g a r impuestos y cargas 3 J . Al m i s m o tiempo, u n n ú m e r o creciente de terratenientes se iba p e r c a t a n d o de que la productividad media del t r a b a j o asalaria" Los tres programas de reforma —el austríaco, el prusiano y el r u s o estuvieron motivados, naturalmente, por las derrotas militares. " Blum, Noble landowners and agriculture in Austria, pp. 45, 202. » Ibid., p. 71.
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¿o e r a m u c h o m a y o r q u e la del t r a b a j o robot y e s t a b a n buscando la f o r m a de implantarlo: cambio de actitud estadísticamente ilustrado p o r su b u e n a disposición en aceptar la conmutación monetaria del robot a precios m u c h o m á s b a j o s que los salarios mínimos que se pagaban p o r u n t r a b a j o c o n t r a t a d o equivalente 3 3 . Un n ú m e r o cada vez m a y o r de campesinos sin tierras emigraban s i m u l t á n e a m e n t e a las ciudades, donde m u c h o s de ellos se convertían en p a r a d o s u r b a n o s . Una conciencia nacional surgió a h o r a inevitablemente, en la era posnapoleónica, p r i m e r o en las ciudades y m á s t a r d e a r r a s t r a n d o a t o d o el campo. Las d e m a n d a s políticas b u r g u e s a s f u e r o n m u y p r o n t o m á s nacionales que liberales: el i m p e r i o a u s t r í a c o se convirtió en «la prisión de los pueblos». E s t a s contradicciones a c u m u l a d a s se f u n d i e r o n y explotaron en las revoluciones de 1848. La dinastía p u d o d o m i n a r las revueltas u r b a n a s y s u p r i m i ó las rebeliones nacionales en todas sus tierras. Pero las insurrecciones campesinas, que h a b í a n a p o r t a d o a la revolución su fuerza de masas, sólo p u d i e r o n ser pacificadas p o r la concesión de las d e m a n d a s básicas de las aldeas. La Asamblea de 1848 p r e s t ó ese servicio a la monarquía antes de ser disuelta p o r la victoria de la contrarrevolución. Las jurisdicciones señoriales f u e r o n suprimidas, la división e n t r e tierras rústicas y señoriales f u e eliminada, a todos los a r r e n d a t a r i o s se les dio u n a seguridad igual de sus títulos, y las cargas feudales en t r a b a j o , especie o dinero q u e d a r o n f o r m a l m e n t e abolidas, con u n a indemnización p a r a los señores, que h a b r í a n de p a g a r a p a r t e s iguales el a r r e n d a t a r i o y el Estado. La clase t e r r a t e n i e n t e austríaca y bohemia, i n s t r u i d a ya en las v e n t a j a s del t r a b a j o libre, n o se o p u s o a estos acuerdos: sus intereses q u e d a b a n generosamente garantizados p o r las cláusulas compensatorias q u e se a p r o b a r o n c o n t r a la resistencia de los r e p r e s e n t a n t e s campesinos 3 4 . Los Estados magiares, dirigidos p o r Kossuth, t e r m i n a r o n con el robot de u n a f o r m a todavía m á s v e n t a j o s a p a r a la nobleza. E n Hungría, la compensación tenía q u e ser pagada í n t e g r a m e n t e p o r el campesinado. La ley agraria de s e p t i e m b r e de 1848 aseguró el p r e d o m i n i o de las relaciones capitalistas en el campo. La propiedad de la tier r a se c o n c e n t r ó todavía m á s a medida que la p e q u e ñ a nobleza vendía sus tierras y los campesinos pobres huían a la ciudades, m i e n t r a s q u e los grandes m a g n a t e s de la nobleza a u m e n t a b a n
» Ibid., p. 192-202. 54 Blum ofrece un análisis definitivo del acuerdo, pp. 235-8.
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sus latifundios y racionalizaban su dirección y producción con los fondos compensatorios. Por d e b a j o de ellos se consolidó u n e s t r a t o de p r ó s p e r o s Grossbauem, especialmente en las tier r a s austríacas, p e r o la distribución f u n d a m e n t a l del suelo permaneció m á s polarizada que antes de la llegada de la agricult u r a capitalista. E n la década 1860, el 0,16 p o r 100 de las propiedades de Bohemia —las grandes fincas de los magnates— c u b r í a n el 34 p o r 100 de la tierra 3 5 . Una agricultura crecientemente capitalista servía a h o r a de base al sistema político de los H a b s b u r g o . El E s t a d o absolutista, sin embargo, surgió de la t e m p e s t a d de 1848 sin h a b e r sido reconstruido. Las peticiones liberales de libertades cívicas y sufragio f u e r o n silenciadas y las aspiraciones nacionales suprimidas. El o r d e n dinástico feudal sobrevivió a la «primavera» p o p u l a r de E u r o p a , p e r o su capacidad p a r a u n a adaptación o evolución activa se había acabado. Las r e f o r m a s agrarias de Austria habían sido o b r a de la e f í m e r a Asamblea de la revolución y n o u n a iniciativa del gobierno real, a diferencia de las r e f o r m a s p r u s i a n a s de 1808-11. La Hofburg se limitó a aceptarlas u n a vez a p r o b a d a s . Asimismo, la d e r r o t a militar de la insurrección nacional m á s peligrosa de E u r o p a central —la constitución de u n E s t a d o s e p a r a d o p o r la nobleza húngara, con gobierno, presupuesto, e j é r c i t o y política exterior propios y n u e v a m e n t e u n i d o a Austria p o r u n a m e r a «unión personal»— f u e realizada n o p o r los ejércitos austríacos, sino p o r los rusos: a m e n a z a d o r a repetición de las tradiciones de la dinastía. A partir de entonces, la m o n a r q u í a de los H a b s b u r g o f u e cada vez m á s el s u j e t o pasivo de sucesos y conflictos exteriores. La frágil restauración de 1849 le concedió u n a breve década p a r a alcanzar el objetivo, t a n t o t i e m p o perseguido, de u n a completa centralización administrativa. El sistema de Bach i m p u s o u n a burocracia, u n derecho, u n o s impuestos y u n a zona a d u a n e r a u n i f o r m e s en t o d o el imperio. H u n g r í a f u e o c u p a d a p o r húsares p a r a i m p o n e r su sometimiento. P e r o la estabilización de esta autocracia centralista n o era posible, p o r q u e internacion a l m e n t e era d e m a s i a d o débil. La d e r r o t a ante Francia en Solferino y la p é r d i d a de L o m b a r d í a en 1859 la sacudieron tan d u r a m e n t e que se hizo necesaria u n a r e t i r a d a política en el interior. La Patente de 1861 concedió u n P a r l a m e n t o imperial o Reichsrat, elegido indirectamente a p a r t i r de los Landtage provinciales, con c u a t r o curias, sufragio restringido y dispuesto 33
Tapié, Monarchie
et peuples
du Danube,
p. 325.
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de tal f o r m a que asegurase la superioridad alemana. El Reichsrat no tenía control sobre los ministros ni sobre la imposición o recaudación de las contribuciones ya existentes; era u n a entidad simbólica, carente de p o d e r y que n o vino a c o m p a ñ a d a por la libertad de p r e n s a ni la i n m u n i d a d de los diputados 3 6 . La nobleza magiar se negó a aceptarla y, en consecuencia, se r e i n s t a u r ó en Hungría u n régimen c o m p l e t a m e n t e militar. La derrota ante Prusia en Sadowa, que p e r j u d i c ó y debilitó a la m o n a r q u í a u n a vez más, a r r u i n ó a este régimen provisional cuando sólo habían p a s a d o seis años. Toda la e s t r u c t u r a tradicional del E s t a d o absolutista s u f r i ó ahora u n vuelco súbito y radical. D u r a n t e tres siglos, el enemigo más temible del centralismo de los H a b s b u r g o había sido siempre la nobleza húngara, la clase t e r r a t e n i e n t e m á s obstinad a m e n t e particularista, c u l t u r a l m e n t e u n i d a y socialmente represiva del imperio. La definitiva expulsión de los turcos de Hungría y Transilvania en el siglo x v n había p u e s t o fin dur a n t e cierto t i e m p o a la turbulencia magiar. Pero los cien años siguientes, a u n q u e consagraron a p a r e n t e m e n t e la integración política h ú n g a r a en el i m p e r i o austríaco, e s t a b a n p r e p a r a n d o en realidad u n cambio espectacular y definitivo de papeles dentro de él. La reconquista de la Hungría y Transilvania otomanas y el cultivo y la colonización agraria de los grandes espacios del Este a u m e n t a r o n de f o r m a decisiva el peso económico de la nobleza h ú n g a r a d e n t r o del c o n j u n t o del imperio. En los p r i m e r o s m o m e n t o s se provocó la emigración campesina hacia la llanura central húngara, o f r e c i e n d o a r r e n d a m i e n t o s ventajosos; p e r o u n a vez repoblada se endurecieron i n m e d i a t a m e n t e las presiones de los señores, se a u m e n t a r o n las grandes propiedades y se expropiaron las parcelas de los campesinos 3 7 . El alza agrícola de la época de la Ilustración, a p e s a r de la política de aranceles discriminatorios realizada p o r Viena 3 8 , prod u j o grandes beneficios a la mayoría de la nobleza y echó los cimientos de las f o r t u n a s de los magnates, que h a b r í a n de alcanzar u n a s dimensiones sin igual. Históricamente, la nobleza de Bohemia había sido con m u c h o la m á s rica de los dominios de los Habsburgo, p e r o en el siglo xix ya n o e r a así. Aunque la familia Schwarzenberg tuviera 195.000 hectáreas en Bohemia, 35
A. J. P. Taylor, The Habsburg monarchy, Londres, 1952, pp. 104-27. Király, Hungary in the late eighteenth century, pp. 129-35. 31 En la que hacen hincapié historiadores húngaros tradicionales; véase, por ejemplo. H. Marczaii, Hungary in the eighteenth centurv, Cambridge, 1910, pp. 39.' 99. 37
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la familia Esterhazy era dueña de a p r o x i m a d a m e n t e 2.800.000 en Hungría 3 9 . La seguridad y la agresividad del c o n j u n t o de la nobleza magiar — t a n t o de los propietarios medios como de los magnates— se intensificaron g r a d u a l m e n t e con la nueva extensión de sus posesiones y el auge de su importancia d e n t r o de la economía de E u r o p a central. A pesar de todo, d u r a n t e el siglo X V I I I y en la p r i m e r a parte del xix la aristocracia h ú n g a r a n u n c a f u e admitida en los consejos internos del E s t a d o habsburgués; siempre f u e mantenida a cierta distancia del a p a r a t o político imperial. Su oposición a Viena continuó siendo el mayor peligro i n t e r n o p a r a la dinastía: la revolución de 1848 m o s t r ó su temple cuando i m p u s o a su c a m p e s i n a d o u n a s condiciones agrícolas mucho m á s d u r a s que las que habían sido capaces de i m p o n e r las aristocracias h ú n g a r a y bohemia y cuando resistió a los ejércitos reales encargados de su represión h a s t a ser aplastada p o r la expedición enviada contra ella p o r el zar. Así pues, a medida que el absolutismo austríaco se debilitaba ininterrumpidam e n t e t r a s los sucesivos desastres en el e x t r a n j e r o y a medida que el malestar p o p u l a r en el I m p e r i o se hacía cada vez más f u e r t e , la dinastía tuvo que volverse, lógica y necesariamente, hacia su enemigo tradicional, la nobleza feudal m á s combativa de E u r o p a central y la única clase terrateniente todavía capaz de consolidar su poder. La victoria de Prusia sobre Austria en 1867 garantizó la elevación de Hungría a u n a posición domin a n t e d e n t r o del imperio. Para salvarse de su p r o p i a desintegración, la m o n a r q u í a aceptó u n a igualdad formal. El dualismo que creó «Austria-Hungría» en 1867 dio a la clase terrateniente m a g i a r u n p o d e r i n t e r n o completo en Hungría, con gobierno, presupuesto, asamblea y b u r o c r a c i a propios, m a n t e n i e n d o ú n i c a m e n t e u n e j é r c i t o y u n a política exterior comunes y u n a unión a d u a n e r a renovable. Mientras que en Austria la monarquía tuvo que conceder la igualdad civil, la libertad de expresión y la educación secular, en Hungría la nobleza n o hizo tales concesiones. A p a r t i r de entonces, la nobleza h ú n g a r a representó el ala militante y dirigente de la reacción aristocrática en el imperio y llegó a d o m i n a r el personal y la política del a p a r a t o absolutista en la propia Viena 4 0 . 3 ' Mamatey, Rise of the Habsburg empire, p. 64; C. A. Macartney, «Hungary», en Goodwin, comp., The European nobility in the 18th century, página 129. 40 La principal excepción fue el ejército, cuyo mando supremo siguió siendo un reducto austríaco durante todo el período final hasta la primera
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En Austria, sin embargo, los partidos políticos, la agitación social y los conflictos nacionales f u e r o n debilitando paulatinam e n t e la viabilidad del régimen autocrático. Pasadas c u a t r o décadas, en 1907, la dinastía se vio obligada a conceder el sufragio universal en Austria, e n t r e las huelgas u r b a n a s y los ecos populares de la revolución rusa de 1905. En Hungría, los terratenientes m a n t u v i e r o n con firmeza el monopolio clasista del voto restringido. De esta f o r m a , el imperio a u s t r í a c o n u n c a pudo realizar la t r a n s m u t a c i ó n que había h e c h o del imperio alemán u n E s t a d o capitalista. Cuando estalló la p r i m e r a guer r a mundial todavía n o existía un control p a r l a m e n t a r i o del gobierno imperial, ni u n p r i m e r ministro, ni u n sistema electoral u n i f o r m e . El Reischrat n o tenía «ninguna influencia en la política y sus m i e m b r o s n o tenían ninguna esperanza de realizar u n a c a r r e r a política» 4 1 . Más del 40 p o r 100 de la población —los h a b i t a n t e s de Hungría, Croacia y Transilvania— estaban excluidos del voto secreto o del s u f r a g i o universal masculino. El 60 p o r 100 q u e lo poseía en las tierras de Austria gozaba tan sólo de un derecho nominal, p o r q u e sus votos no influían p a r a n a d a en los a s u n t o s del Estado. Irónicamente, y a pesar de las apariencias d e s c a r a d a m e n t e falsas, en Hungría era donde existía lo m á s cercano a u n v e r d a d e r o elector a d o y a u n gobierno responsable, p r e c i s a m e n t e p o r q u e a m b o s se limitaban a la clase terrateniente. Pero, sobre todo, el imperio a u s t r í a c o era la negación p a l m a r i a del E s t a d o nacional burgués: r e p r e s e n t a b a la antítesis de u n o de los rasgos esenciales del o r d e n político capitalista de E u r o p a . Su adversario, el imperio alemán, había realizado su t r a n s f o r m a c i ó n e s t r u c t u r a l precisamente p o r q u e se p u s o a la cabeza de la construcción nacional q u e el imperio austríaco-rechazó. La evolución social contraria de cada absolutismo tuvo así su c o r r e l a t o geopolítico. A medida que pasaba el siglo xix, el E s t a d o p r u s i a n o f u e a r r a s t r a d o , reluctante p e r o inexorablemente, hacia el Oeste, con la industralización del R u h r y el desarrollo capitalista de Renania. E n la m i s m a época, el E s t a d o a u s t r í a c o se inclinó en la guerra mundial. Pero la importancia institucional del aparato militar en el Estado austríaco siempre estuvo por debajo de la que tuvo por término medio para el absolutismo. El Estado Mayor jugó un papel catastrófico en la crisis de agosto de 1914, pero una vez comenzada la lucha sus fallos le relegaron muy pronto a un papel relativamente secundario (en oposición diametral al auge de sus equivalentes alemanes en Berlín), mientras que la influencia política magiar en Viena aumentó considerablemente a medida que continuaba la guerra. 41 Taylor, The Habsburg monarchy, p. 199.
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direción opuesta, hacia el Este, p o r la hegemonía creciente de Hungría y su e m p e c i n a d o aristocratismo. Como era lógico, la última adquisición de la dinastía f u e el territorio m á s a t r a s a d o de t o d o el imperio, las provincias de Bosnia y Herzegovina, anexionadas en 1909, donde la servidumbre tradicional de los campesinos kmet locales n u n c a f u e seriamente modificada 4 2 . El comienzo de la p r i m e r a g u e r r a mundial llevó a su conclusión lógica al absolutismo austríaco: los ejércitos alemanes libraron sus batallas y los políticos h ú n g a r o s d e t e r m i n a r o n su diplomacia. Mientras el general p r u s i a n o Mackensen dirigía la guerra, el dirigente magiar Tisza se convirtió en verdadero canciller del imperio. La d e r r o t a a r r a s ó a la prisión de las nacionalidades.
" O. Jászi, The dissolution páginas 225-6.
of the Habsburg
monarchy,
Chicago, 1929,
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Llegamos así al último y m á s d u r a d e r o a b s o l u t i s m o de E u r o p a . El zarismo sobrevivió en Rusia a todos sus p r e c u r s o r e s y contemporáneos, h a s t a convertirse en el único E s t a d o absolutista que llegó intacto al siglo xx. Las fases y las pausas en la génesis de este E s t a d o hicieron de él u n caso a p a r t e muy tempranamente. La depresión económica que caracterizó al comienzo de la última crisis feudal tuvo lugar, c o m o ya hemos visto, b a j o la s o m b r a de los t á r t a r o s . Las guerras, los conflictos civiles, las plagas, la despoblación y el a b a n d o n o de los cultivos caracterizaron al siglo xiv y a la p r i m e r a m i t a d del xv. A partir de 1450 comenzó u n a nueva era de recuperación y expansión económica. En el t r a n s c u r s o de los cien años siguientes, la población se multiplicó, la agricultura p r o s p e r ó y el comercio interior y el uso de la m o n e d a crecieron r á p i d a m e n t e , a la vez que se a u m e n t a b a en m á s de seis veces la extensión del E s t a d o moscovita. El sistema de rotación trienal —hasta entonces p r á c t i c a m e n t e desconocido en Rusia— empezó a sustituir al tradicional y antieconómico sistema campesino de cultivo hasta el a g o t a m i e n t o del suelo, coincidiendo con el p r e d o m i n i o del a r a d o de m a d e r a ; u n poco m á s tarde, los molinos se hicieron de u s o general en las a l d e a s N o existía agricultura de exportación y las fincas todavía eran a u t á r q u i c a s en b u e n a medida, p e r o la presencia de ciudades de dimensiones aceptables, controladas p o r el gran ducado, ofrecía algunas salidas p a r a la producción señorial; a la cabeza de esta tendencia se situaban las tierras monásticas. Las m a n u f a c t u r a s y el comercio u r b a n o se vieron favorecidos p o r la unificación territorial de Moscovia y la normalización de la moneda. El t r a b a j o asalariado aum e n t ó n o t a b l e m e n t e en la ciudad y en el campo, a la vez que florecía el comercio internacional a través de R u s i a 2 . Fue en 1 A. N. Sajarov, «O dialektike istorischeskovo razvitiya russkovo krest'yantsva», Voprosi Istorii, 1970, 1, pp. 21-2. 2 Se ha afirmado que las dimensiones del mercado interior eran más amplias en la década de 1560 que a mediados del siglo xvn, y que la proporción de mano de obra libre en la fuerza de trabajo era mayor en
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esta fase ascendente c u a n d o Iván I I I echó los p r i m e r o s cimientos del a b s o l u t i s m o r u s o con su inauguración del sistema de pomestie. H a s t a entonces, la clase t e r r a t e n i e n t e rusa había estado c o m p u e s t a esencialmente p o r príncipes y nobles boyardos aut ó n o m o s y separatistas, m u c h o s de ellos de origen t á r t a r o u oriental, que poseían grandes extensiones alodiales y u n considerable n ú m e r o de esclavos. Estos m a g n a t e s se habían orientado g r a d u a l m e n t e hacia la nueva corte moscovita, donde constituyeron el séquito del monarca, a la vez que conservaban sus propios séquitos y sus levas militares. La conquista de Novgorod p o r Iván I I I , en 1478, p e r m i t i ó al n a t i e n t e E s t a d o ducal la expropiación de grandes extensiones de tierra y el asentamiento en ellas de u n a nueva nobleza que a p a r t i r de entonces constituiría la nueva clase de servicio militar de Moscovia. La concesión de pomestie e s t a b a condicionada a la participación en las c a m p a ñ a s estacionales de los ejércitos del soberano, convirtiéndose e! t i t u l a r en su servidor legal, s u j e t o a u n estat u t o e s t r i c t a m e n t e definido. Los pomeshchiki eran jinetes equipados p a r a el u s o del a r c o y la espada en u n a f o r m a desorden a d a de batalla. Como los jinetes t á r t a r o s , con quienes e s t a b a n destinados f u n d a m e n t a l m e n t e a e n f r e n t a r s e , n o u s a b a n tampoco a r m a s de fuego. La m a y o r p a r t e de las tierras q u e se distribuyeron e n t r e ellos estaban en el c e n t r o y en el s u r del país, cerca del f r e n t e de guerra p e r m a n e n t e con los t á r t a r o s . Si la típica votchina b o y a r d a era u n a gran propiedad con u n a abundante provisión de campesinos dependientes y de t r a b a j o esclavo (a principios del siglo x v n el t é r m i n o m e d i o era de 520 familias en la región de Moscú), la nobleza pomestie poseía generalmente u n a p e q u e ñ a propiedad con u n a media de cinco o seis familias campesinas t r a b a j a n d o en ella 3 . La extensión limitada de las posesiones de los pomeshchiki y el rigor inicial del control gubernativo sobre su explotación significaban, probablemente, que su productividad era m u c h o m e n o r q u e la de las tierras alodiales boyardas y monásticas. La dependencia económica respecto al gran d u q u e d o n a n t e de las tierras era,
el siglo xvi que en el xviii: D. I. Makovski, Razvitie tovarno-denezhnyj otnoshenii v sel'skom Jozyaistve russkovo gosudarstva v XVI veke, Smolensko, 1960, pp. 203, 206. ! R. Heltie, Enserfment and military change in Muscovy, Chicago, 1971, página 24. Esta importante obra es la principal síntesis reciente sobre el problema de la formación de la servidumbre rusa y la función de la nobleza de servicio en el primer Estado zarista.
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p o r tanto, muy f u e r t e y al principio d e j a b a poco margen p a r a la iniciativa política o económica. Pero ya en 1497 s e g u r a m e n t e se debió en p a r t e a su presión el sudebnik decretado p o r Iván III, que limitaba la movilidad de los campesinos p o r Moscovia a sólo dos semanas al año, antes y después de la fiesta de San Jorge, en noviembre. Este f u e el p r i m e r p a s o fundamental hacia la s e r v i d u m b r e legal del c a m p e s i n a d o ruso, aunque el proceso completo todavía tendría que r e c o r r e r u n largo camino. Basilio I I I , que le sucedió en 1505, siguió la m i s m a política que su predecesor; Pskov f u e anexionado y el sistema de pomestie extendido, con v e n t a j a s políticas y militares p a r a la dinastía. En algunos casos, las tierras alodiales recibidas en herencia p o r príncipes o boyardos f u e r o n puestas b a j o control dinástico y sus propietarios asentados en otra parte, con posesiones condicionales y con la obligación de p r e s t a r servicios militares al Estado. Iván IV, al p r o c l a m a r s e zar, extendió y radicalizó este proceso p o r medio de la expropiación p u r a y simple de los terratenientes hostiles y de la creación de u n a guardia personal b a s a d a en el t e r r o r (los oprichniki), que en pago de sus servicios recibía tierras confiscadas. La o b r a de Iván IV, a u n q u e supuso u n paso decisivo hacia la construcción de u n a autocracia zarista, h a sido a d o r n a d a retrospectivamente de u n a coherencia excesiva. En realidad, su m a n d a t o llevó a cabo tres realizaciones f u n d a m e n t a l e s p a r a el f u t u r o del absolutismo ruso. El p o d e r t á r t a r o en el este f u e q u e b r a d o con la liberación de Kazán en 1556 y la anexión del j a n a t o de Astracán, que s u p r i m i e r o n u n i m p e d i m e n t o secular p a r a el crecimiento del E s t a d o y la sociedad moscovitas. Esta i m p o r t a n t e victoria había sido precedida p o r el desarrollo de dos innovaciones cruciales en el sistema militar uso: el empleo masivo de artillería pesada y de m i n a s c o n t r a las fortificaciones (decisivas en la t o m a de Kazán) y la formación de la prim e r a infantería p e r m a n e n t e de fusileros streltsi, a m b a s de la m a y o r importancia p a r a los proyectos de expansión exterior. Mientras tanto, el sistema de pomestie f u e generalizado en u n a nueva escala, c a m b i a n d o de f o r m a p e r m a n e n t e el equilib r i o de p o d e r e n t r e los boyardos y el zar. Las confiscaciones realizadas p o r la oprichnina convirtieron p o r vez p r i m e r a a la posesión condicional en f o r m a d o m i n a n t e de la tenencia de tier r a en Rusia; simultáneamente, las propiedades votchina qued a r o n s u j e t a s a la prestación de servicios y se detuvo el crecim i e n t o de las posesiones monásticas. Este c a m b i o quedó reflej a d o en la p é r d i d a de i m p o r t a n c i a de la D u m a b o y a r d a d u r a n t e
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el r e i n a d o de Iván IV y en la convocatoria del p r i m e r Zemski Sobor o Asamblea de la Tierra, en la que estaba r e p r e s e n t a d a de f o r m a p r e e m i n e n t e la pequeña nobleza 4 . Pero lo más import a n t e de t o d o f u e que Iván IV concedió a la clase pomeshchiki el derecho de d e t e r m i n a r el nivel de r e n t a s que podían extraerse del campesinado en sus tierras y el de recaudarlas p o r sí mismos, con lo q u e les convirtió p o r vez p r i m e r a en dueños de la fuerza de t r a b a j o de sus p r o p i e d a d e s 5 . Al m i s m o tiempo se modernizó el sistema impositivo y a d m i n i s t r a t i v o p o r medio de la abolición del sistema kormlenie de aprovisionamiento (de hecho, salarios en especie) de los funcionarios provinciales y la creación de u n a tesorería central p a r a los ingresos fiscales. Una red local de autoadministración guba, dirigida esencialm e n t e p o r la nobleza de servicio, integró todavía m á s a esta clase en el creciente a p a r a t o g u b e r n a m e n t a l de la m o n a r q u í a rusa. Todas estas medidas militares, económicas y administrativas estaban dirigidas a r e f o r z a r de f o r m a m u y considerable el p o d e r político del E s t a d o central zarista. Pero, p o r o t r a parte, tantos los avances en el exterior como en el interior se vieron socavados p o s t e r i o r m e n t e p o r la desast r o s a dirección de la interminable guerra de Livonia, que a r r u i n ó al E s t a d o y a la economía, y p o r las exacciones t e r r o r i s t a s de la oprichnina en el p r o p i o país. A este « E s t a d o p o r encima del E s t a d o » 6 , c o m p u e s t o p o r unos 6.000 policías militares, le f u e confiada la administración de la Rusia central. Su represión carecía de u n o b j e t i v o racional: respondía simplemente a la semidemencia de los odios personales de Iván IV. La represión n o amenazó a la clase b o y a r d a en c u a n t o tal, sino q u e se c e n t r ó en unos cuantos individuos d e n t r o de ella; pero su dese n f r e n o en las ciudades, la dislocación del sistema de propiedad de la tierra y la superexplotación del campesinado f u e r o n causas directas del total colapso c e n t r í f u g o de la sociedad mos' Quizá pueda detectarse el ejemplo de la Sejm polaca en la convocatoria de esta institución, que Iván IV destinaba posiblemente a atraer a la órbita moscovita a los nobles ruso-occidentales de Lituania. 5 Hellie, Enserjment and military change in Muscovy, pp. 37, 45, 115. ' Frase acuñada por R. G. Skrynnikov, y citada por A. L. Shapiro, «On absoliutizme v Rossii», Istoriya SSSR, mayo de 1968, p. 73. El artículo de Shapiro es una réplica al ensayo de Avrej, aludido anteriormente (véase p. 13), y que inició un debate homérico entre los historiadores soviéticos sobre la naturaleza y trayectoria del absolutismo ruso, debate que reveló un abanico extraordinariamente amplio de posiciones con una docena de contribuciones a Istoriya SSSR y Voprosi Istorii en el momento de escribir estas páginas. En esta discusión hay muchas cosas interesantes a las que tendremos ocasión de referirnos.
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covita en los últimos años del reinado de I v á n 7 . Porque, al mismo tiempo, Iván había cometido u n e r r o r f u n d a m e n t a l t r a s sus victorias en el este, c o n t i n u a n d o u n a política de expansión occidental hacia el Báltico en lugar de volverse hacia el s u r p a r a e n f r e n t a r s e con la amenaza t á r t a r a en Crimea, q u e constituía un p r o b l e m a p e r m a n e n t e p a r a la seguridad y la estabilidad de Rusia. Las nuevas fuerzas militares rusas, capaces de d e r r o t a r a los relativamente primitivos, a u n q u e feroces n ó m a d a s orientales, no podían igualar a los ejércitos sueco y polaco, m á s avanzados y equipados con a r m a s y tácticas occidentales. Los veinticinco años de la guerra de Livonia a c a b a r o n en u n a der r o t a aplastante, después de a r r u i n a r a la sociedad moscovita con su e n o r m e costo y la dislocación de la economía rural. Las derrotas en el f r e n t e de Livonia se c o m b i n a r o n con la desmoralización interior provocada p o r el azote oprichnik y precipitaron u n éxodo desastroso del c a m p e s i n a d o de la Rusia central y noroccidental hacia la recién conquistada periferia del país, d e j a n d o t r a s de sí regiones enteras en la más completa desolación. Las calamidades se sucedieron en u n ciclo familiar de extorsiones fiscales, malas cosechas, plagas epidémicas, pillaje interior e invasiones e x t r a n j e r a s . Los t á r t a r o s s a q u e a r o n Moscú en 1571, y los oprichniki, Novgorod. En u n intento desesperado de f r e n a r este caos social, Iván IV prohibió todos los movimientos campesinos en 1581, c e r r a n d o p o r vez p r i m e r a el período de San Jorge. El decreto f u e expresamente excepcional, para un solo año, pero en la m i s m a década se repitió m á s t a r d e de f o r m a irregular. E s t a s prohibiciones no b a s t a r o n p a r a contener el p r o b l e m a inmediato de las h u i d a s en masa, ya q u e grandes extensiones de las tierras moscovitas tradicionales quedaron c o m p l e t a m e n t e desiertas. En las zonas m á s castigadas, la tierra cultivada p o r familia campesina descendió a u n tercio o un quinto de su nivel anterior; h u b o u n a regresión agraria generalizada hacia los b a r b e c h o s extensivos; en la m i s m a provincia de Moscú se ha estimado que del 76 al 96 por 100 de todos los cultivos f u e r o n a b a n d o n a d o s 8 . En medio de este derrumb a m i e n t o de todo el orden rural construido laboriosamente d u r a n t e el siglo anterior, se p r o d u j o u n f u e r t e r e c r u d e c i m i e n t o de la esclavitud, ya que muchos campesinos se vendieron como bienes muebles p a r a librarse del h a m b r e . La catástrofe final del reinado de Iván IV h a b r í a de p e r j u d i c a r d u r a n t e varias 7 Véanse las opiniones concordantes de Vernadsky, The tsardom of Moscow, i, pp. 137-9, y Shapiro, «Ob absoliutizme v Rossii», pp. 73-4. ' Hellie, Enserjment and military change, pp. 95-7.
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décadas los progresos políticos y económicos de la sociedad feudal rusa, llegando incluso a erosionar sus éxitos iniciales La ferocidad del gobierno de Iván f u e u n síntoma del carácter histérico y artificial de b u e n a p a r t e de su m a r c h a hacia el absolutismo, en u n a s condiciones en las que todavía e r a premat u r a u n a autocracia sistemática. La década siguiente presenció ciertas m e j o r a s en la profunda depresión económica en que se había h u n d i d o Rusia, pero la nobleza pomershchik s u f r í a aún u n a grave escasez de m a n o de o b r a campesina p a r a cultivar sus tierras y padecía también u n a aguda inflación de precios. Boris Godunov, el m a g n a t e que había t o m a d o el p o d e r t r a s la m u e r t e de Iván IV, reorientó la política exterior r u s a hacia la paz con Polonia en el oeste, el a t a q u e c o n t r a los t á r t a r o s de Crimea en el s u r y, sobre todo, la anexión de Siberia en el este, p a r a todo lo cual necesitaba la lealtad de la clase de servicio militar. En el m a r c o de esta política y con o b j e t o de conseguir el apoyo de la nobleza, Godunov publicó u n decreto en 1592 ó 1593 p o r el que se prohibían todos los movimientos campesinos hasta nueva orden, con lo que se anulaban todas las restricciones de c a r á c t e r temporal a la adscripción del campesino a la tierra. «Este decreto f u e el p u n t o c u l m i n a n t e de la política de implantación de la servid u m b r e de finales del siglo xvi y principios del x v n » 10. Fue seguido m u y p r o n t o p o r u n a u m e n t o general de las prestaciones de t r a b a j o y p o r medidas legales que impedían el acceso 9 Sin embargo, es un error exagerar la importancia del retroceso de la economía rusa que tuvo lugar en esos años. Makovski lo presenta como si hubiera cercenado al naciente capitalismo ruso en el preciso momento en que iba a llegar a su madurez, causando una regresión de más de dos siglos, con la consolidación de la clase pomeshchik y de la servidumbre. «En los años sesenta y setenta del siglo xvi ya estaban preparadas en el Estado ruso las condiciones económicas necesarias para una producción en gran escala, pero la intervención activa de la superestructura (con los poderosos instrumentos de un fuerte Estado feudal) dentro de las relaciones económicas en interés de los nobles, no sólo obstaculizó el desarrollo de nuevas relaciones, sino que arruinó toda la economía del país»: Razvitie tovarno-denezhnyj otnoshenii, pp. 200-1. La oprichnina, que se había presentado antes como un saludable episodio antifeudal, se convierte en esta versión en un instrumento maléfico de la reacción feudal, capaz de desviar todo el curso de la historia rusa de su anterior dirección progresiva. Tal opinión es manifiestamente ahistórica. 10 V. I. Koretski, Zakreposhchenie krest'yan i klassovaya borba v Rossii vo vtoroi Polovnie XVI v, Moscú, 1970, p. 302. La investigación de Koretski ha concretado con mayor precisión que ningún trabajo anterior las etapas y circunstancias exactas de la adscripción legal de finales del siglo xvi; para el presunto decreto de Godunov, cuyo texto no ha sido recuperado, véanse pp. 123-5, 127-34.
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a la clase pomeshchik de grupos sociales m á s b a j o s . Sin embargo, la eliminación del último h e r e d e r o de la dinastía Rurik p o r Godunov precipitó su caída. El E s t a d o r u s o se desintegró en el caos del llamado «período de trastornos» (1605-13), secuela política tardía del colapso económico de la década de 1580. Las intrigas sucesorias y las u s u r p a c i o n e s rivales, los conflictos e n t r e los m a g n a t e s de la clase boyarda y las invasiones e x t r a n j e r a s procedentes de Polonia y Suecia se e n t r e c r u z a r o n en el país. Las múltiples fisuras del orden d o m i n a n t e permitieron en los años 1606-7 la insurrección de Bolótnikov, u n a rebelión campesina, dirigida p o r cosacos, de u n tipo que h a b r í a de repetirse d u r a n t e los dos próximos siglos. Al m a n d o de u n esclavo fugitivo convertido en filibustero, u n a a b i g a r r a d a fuerza p o p u l a r procedente de las ciudades y del c a m p o del sudoeste m a r c h ó sobre Moscú, i n t e n t a n d o levantar a las m a s a s pobres u r b a n a s de la capital c o n t r a el u s u r p a d o r régimen b o y a r d o en el poder. Esta amenaza unió r á p i d a m e n t e a los ejércitos, mut u a m e n t e hostiles, de la nobleza media y los magnates contra los insurgentes, que f u e r o n d e r r o t a d o s f i n a l m e n t e en Tula Pero la p r i m e r a rebelión social c o n t r a el a u m e n t o de la represión señorial y la s e r v i d u m b r e era u n a advertencia al c o n j u n t o de la clase t e r r a t e n i e n t e sobre las posibles t o r m e n t a s q u e se avecinaban. En 1613, la aristocracia había c e r r a d o filas en medida suficiente p a r a elegir como e m p e r a d o r al joven b o y a r d o Miguel Románov. La llegada de la dinastía Románov iba a afincar en Rusia u n nuevo absolutismo, cuyas raíces n o serían a r r a n c a d a s en trescientos años. La camarilla central de boyardos y de funcionarios diak que habían asegurado la elevación al trono de Miguel I conservó d u r a n t e u n p e r í o d o de transición al Zemski Sobor, que lo había votado f o r m a l m e n t e . El gobierno llevó a cabo u n a enérgica recuperación de los campesinos fugitivos, incluyendo a aquellos que se habían e n r o l a d o en los ejércitos a n t i e x t r a n j e r o s en el p e r í o d o de t r a s t o r n o s , respondiendo así a las d e m a n d a s f o r m u l a d a s p o r la nobleza a medida que se reavivaba la producción económica. El p a t r i a r c a Filarete, p a d r e de Miguel y v e r d a d e r o dirigente del país desde 1619, proporcionó nuevos beneficios a la clase pomeshchik transfiriéndole las tierras negras de los ¿campesinos del norte. Pero la orientación y el c a r á c t e r básicos del nuevo régimen Ro11 Sobre la rebelión de Bolótnikov véase Paúl Avrich, Russian Londres, 1973, pp. 20-32.
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mánov f u e r o n los que le dieron los magnates, y estuvieron det e r m i n a d o s p o r los intereses de los boyardos m e t r o p o l i t a n o s y de los b u r ó c r a t a s venales de la capital más que p o r la nobleza provinciana 1 2 . A p a r t i r de entonces se p r o d u j e r o n en el siglo x v n u n divorcio y u n coflicto crecientes e n t r e la clase pomeshchik de servicio — n u m é r i c a m e n t e el g r u p o m a y o r de los t e r r a t e n i e n t e s rusos, alrededor de 25.000— y el E s t a d o absolutista, de u n tipo c o m ú n a la mayoría de los países europeos de la época, p e r o que asumía algunos caracteres particulares en el e n t o r n o más a t r a s a d o del este. La pequeña élite boyarda de la aristocracia rusa —entre 40 y 60 familias— era muchísim o m á s rica que la nobleza corriente y tenía, también, u n car á c t e r m u c h o m á s heterogéneo, p o r q u e su original dosis tárt a r a recibió ingredientes polacos, lituanos, germanos y suecos a lo largo del siglo X V I I . Este grupo estaba e s t r e c h a m e n t e ligado con los altos niveles de la b u r o c r a c i a central, que jurídicam e n t e f o r m a b a n el rango contiguo en la compleja estratificación de la j e r a r q u í a moscovita de servicio, d e t e n t a n d o a m b o s g r u p o s posiciones m u y superiores a la de la nobleza media. Este complejo de m a g n a t e s y funcionarios, dividido constantem e n t e en luchas personales o faccionales, f u e el que dirigió c o n f u s a m e n t e la política g u b e r n a m e n t a l de Moscú en la prim e r a época de los Románov. Dos i m p o r t a n t e s contradicciones s e p a r a b a n a estos grupos de la nobleza de servicio. E n p r i m e r lugar, la superioridad milit a r de Suecia y Polonia — p r o b a d a en las guerras de Livonia y c o n f i r m a d a de nuevo d u r a n t e el p e r í o d o de t r a s t o r n o s — exigía la renovación y modernización del e j é r c i t o ruso. La azarosa caballería pomeshchik, que ignoraba la acción disciplinada y las a r m a s regulares de fuego, era un anacronismo en la época de la guerra de los Treinta Años en E u r o p a , como lo eran también los c o r r o m p i d o s streltsi u r b a n o s . El f u t u r o estaba a favor de los regimientos de infantería, bien e n t r e n a d o s y utilizados en formaciones de línea, equipados con mosquetes ligeros y c o m b i n a d o s con cuerpos selectos de dragones. El régimen de Filarete comenzó a c o n s t r u i r ejércitos p e r m a n e n t e s de este tipo, utilizando a mercenarios y oficiales e x t r a n j e r o s . La nobleza de servicio, sin embargo, se negó a a d a p t a r s e a las f o r m a s m o d e r n a s de guerra y a integrarse en estos regimientos 1! J. L. H. Keep, «The decline of the Zemsky Sobor», Slavonic and East European Review, 36, 1957-8, pp. 105-7; y «The regime of Filaret, 16191633», Slavonic and East European Review, 38, 1960, pp. 334-60, que ofrece una equilibrada visión de la política general del patriarcado.
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de tipo occidental, que f u e r o n utilizados sin éxito p o r vez prim e r a en la guerra de S m o l e n s k o c o n t r a Polonia (1632-34)13. Desde este m o m e n t o se p r o d u j o u n a divergencia cada vez m á s abierta e n t r e la función nominal de servicio de la clase pomeshchik y la e s t r u c t u r a y composición efectivas de las fuerzas arm a d a s de Rusia, c o m p u e s t a s de f o r m a creciente p o r regimientos profesionales de i n f a n t e r í a y caballería de nuevo estilo más que p o r las levas ocasionales de la nobleza m o n t a d a . A partir de la década de 1630, toda la justificación militar de ésta se vio cada vez m á s amenazada al hacerse obsoleta y superflua su actuación tradicional. Al m i s m o t i e m p o existía u n a constante fricción e n t r e los boyardos y la nobleza media, d e n t r o de la clase terrateniente, sobre la situación de la fuerza de t r a b a j o rural. Aunque el campesino ruso ya estaba legalmente a t a d o a la tierra, las huidas eran todavía muy usuales, favorecidas además por la inmensa y primitiva extensión del país, con su falta de f r o n t e r a s c l a r a m e n t e delimitadas al norte, al este y al sur. En la práctica, los grandes magnates podían a t r a e r a los siervos de propiedades m e n o r e s hacia sus propios latifundios, donde las condiciones agrarias eran n o r m a l m e n t e más seguras y prósperas y las exacciones fiscales menos onerosas. La nobleza media clamaba con voracidad p o r la abrogación de todas las limitaciones impuestas a la recuperación de los campesinos fugitivos, m i e n t r a s los m a g n a t e s m a n i o b r a b a n con éxito p a r a m a n t e n e r los límites legales de tiempo, pasados los cuales ya n o era posible la recuperación forzosa (diez años a p a r t i r de 1615 y, debido a la presión creciente de los pomeshchiki, cinco años a p a r t i r de 1642). La tensión e n t r e los boyardos y los propietarios medios sobre las leyes c o n t r a los fugitivos f u e u n o de los t e m a s centrales de la época, y la turbulencia de la nobleza media en la capital f u e utilizada r e p e t i d a m e n t e p a r a extraer concesiones del zar y la alta nobleza 14. Por o t r a parte, los conflictos militares o económicos de intereses, p o r muy agudos que f u e r a n t e m p o r a l m e n t e , n o podían a n u l a r la funda11
Hellie, Enserfment and military change, pp. 164-74. N. I. Pavlenko, «K voprosu o genezisa absoliutizma v Rossii», Istoriya SSSR, abril de 1970, pp. 78-9. Pavlenko tiene razón al rechazar la idea (avanzada por otros participantes en la discusión historiográfica soviética, bajo el influjo de la famosa fórmula de Engels) de que la burguesía urbana jugó un papel decisivo o independiente en la llegada del absolutismo ruso, insistiendo, por el contrario, en la importancia de las fricciones interfeudales entre los grandes y los pequeños propietarios agrícolas. Hellie investiga extensamente esas fricciones en Enserfment and military change, pp. 102-6, 114, 128-38. 14
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m e n t a l u n i d a d social del c o n j u n t o de la clase t e r r a t e n i e n t e c o n t r a las explotadas m a s a s r u r a l e s y u r b a n a s . Las grandes insurrecciones populares de los siglos X V I I y X V I I I a c t u a r o n invariablemente p a r a cimentar, p o r encima de ellas, la solidaridad de la aristocracia feudal 1 S . Una coyuntura de este tipo f u e la que c o n d u j o , precisamente, a la codificación final de la s e r v i d u m b r e rusa. E n 1648, los a u m e n t o s de precios e impuestos provocaron violentas rebeliones de artesanos en Moscú, que se c o m b i n a r o n con u n estallido de revueltas campesinas en las provincias y u n motín de los streltsi. Alarmado p o r estos nuevos peligros, el gobierno boy a r d o aceptó u n a rápida convocatoria del decisivo Zemski Sobor, que f i n a l m e n t e anuló todos los límites a la recuperación forzosa de los campesinos fugitivos, concediendo así el program a f u n d a m e n t a l de la nobleza de provincias e integrándola en el E s t a d o central. El Zemski Sobor r e d a c t ó después el detallado código legal q u e h a b r í a de constituir la carta social del absolutismo ruso. El Sobornoe Ulozhenie de 1649 codificó y promulgó definitivamente la s e r v i d u m b r e del campesinado, que a p a r t i r de este m o m e n t o quedó irreversiblemente a t a d o a la tierra. T a n t o las tierras votchina como las pomestie f u e r o n declar a d a s hereditarias y se prohibió la venta o la c o m p r a de las últimas. Todas las propiedades q u e d a b a n obligadas al servicio 15 Hellie reconoce esto, aunque nunca lo ha integrado adecuadamente en su análisis global. La mayor debilidad de su libro es su concepto de Estado, excesivamente limitado: el «gobierno» ruso queda reducido frecuentemente al puñado dominante de magnates y consejeros residentes en Moscú, y sus «objetivos» a sus arribistas apetitos privados, que les impiden preocuparse por la adscripción del campesinado ( E n s e r f m e n t and müitary change, p. 146). En consecuencia, el proceso social de la servidumbre se divorcia de la estructura política del Estado, al olvidar la unidad básica de la clase terrateniente que determinaba la vinculación entre ambos. La servidumbre se convierte en un producto fortuito e ilógico de la crisis de 1648, una imprevista concesión a la nobleza en el mismo momento en que había perdido su utilidad militar para el Estado y que podría no haber ocurrido nunca (p. 134). En realidad, es obvio que dos siglos de servidumbre rusa no dependieron de los sucesos «casuales» de un solo año. El propio estudio de Hellie demuestra más adelante que la relación fundamental entre los boyardos y la nobleza media dentro de la clase terrateniente no dependía de sus respectivas funciones administrativas o de sus medios de trabajo, sino de su control común de los grandes medios de producción y de su interés conjunto en la explotación y la represión del campesinado. Las numerosas y serias disputas entre ellos siempre se mantuvieron dentro de este marco estructural; de ahí su solidaridad instintiva en las crisis sociales, cuando el poder del Estado y la propiedad agraria eran amenazados simultáneamente por las insurrecciones campesinas.
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m i l i t a r l ó . Las ciudades f u e r o n sometidas p o r el zar a controles más f u e r t e s que n u n c a y q u e d a r o n meticulosamente separadas del r e s t o del país: sus pobres posadskie f u e r o n asimilados a siervos del Estado; sólo podían residir en ellas quienes pagasen impuestos, y ningún h a b i t a n t e podía a b a n d o n a r l a s sin p e r m i s o real. El e s t r a t o comercial más alto de los gosti recibió privilegios monopolistas en el comercio y la m a n u f a c t u r a , p e r o en realidad el f u t u r o crecimiento de las ciudades q u e d ó bloqueado p o r el cese de la emigración rural, provocado p o r la generalización de la adscripción a la tierra, que creó inevitablemente escasez de m a n o de o b r a en el p e q u e ñ o sector u r b a n o de la economía. No es preciso insistir en la similitud e n t r e el Ulozhenie ruso y la Suspensión prusiana, acaecida c u a t r o años después. Ambos echaron los f u n d a m e n t o s del a b s o l u t i s m o p o r medio de u n p a c t o e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza, en el que se intercambió la lealtad política b u s c a d a p o r la p r i m e r a con la s e r v i d u m b r e patrimonial exigida p o r la segunda. La segunda m i t a d del siglo reveló la solidez de esta unión por la m i s m a intensidad de las p r u e b a s políticas a que se vio sometida. El Zemski Sobor, que m u y p r o n t o se hizo superfluo, desapareció después de 1653. Al a ñ o siguiente, los cosacos ucranianos t r a n s f i r i e r o n f o r m a l m e n t e su lealtad a Rusia con el tratado de Pereyaslavl, cuya consecuencia f u e la guerra de los Trece Años con Polonia. Las t r o p a s zaristas, gracias a sus éxitos iniciales, avanzaron h a s t a t o m a r S m o l e n s k o y se adentraron en Lituania, d o n d e t o m a r o n Vilna. Sin embargo, el a t a q u e de Suecia contra Polonia en 1655 complicó la situación estratégica. La recuperación polaca p r o d u j o u n a década de costosas luchas y, al final, las conquistas territoriales de Rusia, a u n q u e importantes, f u e r o n limitadas. Por el t r a t a d o de Andrussovo de 1667, el E s t a d o zarista obtuvo la p a r t e oriental de Ucrania, al otro lado del Dnieper, incluyendo Kiev, y r e c u p e r ó la región de Smolensko hacia el norte. E n la década siguiente, los ataques masivos de los turcos en el sur, procedentes del m a r Negro, f u e r o n p e n o s a m e n t e detenidos, a costa de convertir en u n desierto la m a y o r p a r t e de las zonas cultivadas de Ucrania. Mientras tanto, estos m o d e r a d o s éxitos en el exterior f u e r o n acomp a ñ a d o s p o r radicales cambios internos en la naturaleza del 16 Las principales disposiciones del Ulozhenie pueden encontrarse en Vernadsky, The tsardom of Moscow, i, pp. 399-411. El nuevo código también terminó con los restos de la autonomía municipal de Novgorod y Pskov: L. A. Fedosov, «Sotsialnaya sushchnost'i evoliutsiya rossiiskovo absoliutizma», Voprosi Istorii, julio de 1971, pp. 52-3.
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a p a r a t o militar del naciente a b s o l u t i s m o ruso. P o r q u e en este período, a medida que se diluía el sistema de Estados, el ejército creció i n i n t e r r u m p i d a m e n t e , llegando a contar en el año 1681 con 200.000 h o m b r e s (más del doble de los que contaba en 1630), y colocándose así en el m i s m o nivel que los más grandes a p a r a t o s militares occidentales de la época 17. El papel de las levas de los pomeshchiki descendió en la m i s m a medida no sólo p o r q u e la nueva línea fortificada de Belgorod inmunizó cada vez más la f r o n t e r a del sur c o n t r a las correrías de los t á r t a r o s de Crimea (contra quienes se habían e n f r e n t a d o en un principio los pomeshchiki), sino, sobre todo, p o r q u e los regimientos s e m i p e r m a n e n t e s de «nueva formación» se convirtieron en el c o m p o n e n t e d o m i n a n t e de los ejércitos rusos d u r a n t e la guerra de los Trece Años con Polonia. En 1674, la nobleza suministró ú n i c a m e n t e dos quintas p a r t e s de la caballería, que a su vez había q u e d a d o s u p e r a d a estratégicamente p o r la infantería, dotada con a r m a s ligeras. Mientras tanto, los pomeshchiki eran alejados también p a u l a t i n a m e n t e de la administración civil. Aunque habían sido el g r u p o p r e d o m i n a n t e en las cancillerías centrales d u r a n t e el siglo xvi, f u e r o n excluidos cada vez más de la burocracia en el X V I I , hasta el p u n t o de que el a p a r a t o b u i o c r á t i c o llegó a ser coto vedado de u n a casta semihereditaria de oficinistas en sus niveles más b a j o s y de altos funcionarios, c o r r o m p i d o s y vinculados a los magnates, en sus puestos más elevados 1 8 . Por otra parte, la dinastía Románov abolió en 1679 la autoadministración local guba, dominada previamente p o r los propietarios de provincias, integrándola en la m a q u i n a r i a central de los gobernadores voivoda, n o m b r a d o s desde Moscú. La situación laboral en las propiedades de los pomeshchiki t a m p o c o era muy halagüeña. En 1658 se a p r o b a r o n nuevas leyes que definían las huidas de los campesinos como delito criminal, p e r o la existencia de la f r o n t e r a del s u r y de los desiertos siberianos d e j a b a i m p o r t a n t e s huecos en la consolidación legal de la servidumbre, a u n q u e en las regiones centrales del país se hizo m á s evidente la degradación del campesinado: " Véase un cómputo del volumen las fuerzas armadas durante el siglo xvii en Hellie, Enserfmer.i ana military change, pp. 267-9, que se equivoca al afirmar que a finales de la década de 1670 el ejército ruso era «el más grande de Europa» (p. 226). En realidad, el aparato militar francés era por lo menos igual, aunque posiblemente fuese mayor. Pero el tamaño relativo —aunque todavía no la preparación— de las fuerzas armadas moscovitas era, de todos modos, formidable. " Hellie, Enserfment and military change, pp. 70-2.
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mientras q u e los impuestos se triplicaron d u r a n t e el siglo X V I I , la parcela media del c a m p e s i n a d o p e r d i ó m á s de la m i t a d de s u extensión e n t r e 1550 y 1660, hasta t e n e r solamente de 1,5 a 2 hectáreas Este continuo e m p e o r a m i e n t o de la condición campesina provocó en 1670 la gran insurrección r u r a l de cosacos, siervos, p o b r e s s u b u r b a n o s y esclavos del sudeste, dirigida por Razin, que unió t r a s de sí a las desposeídas tribus de Chuvash, Mari y Mordva y q u e hizo estallar rebeliones populares en las ciudades situadas a lo largo del valle del Volga. El grave peligro social que p a r a toda la clase d o m i n a n t e suponía la proliferación de esta jacquerie f u n d i ó de nuevo la unidad de los boyardos y la nobleza: las agudas tensiones que habían existido entre los terratenientes en las pasadas décadas f u e r o n olvidadas en la c o m ú n e implacable represión de los pobres. La victoria militar del E s t a d o zarista sobre la rebelión de Razin, en la que d e s e m p e ñ a r o n u n papel f u n d a m e n t a l los nuevos regimientos p e r m a n e n t e s , unió de nuevo a la m o n a r q u í a y a la nobleza. En las últimas dos décadas del siglo sonó p a r a los magnates boyardos —hasta entonces la v e r d a d e r a fuerza t r a s los sucesivos zares fainéants— la h o r a de ser d o m e ñ a d o s y remodelados p o r las exigencias de u n absolutismo ascendente. Los grandes p o t e n t a d o s que habían surgido del p e r í o d o de trastornos tenían u n a ascendencia mixta y u n origen reciente: carecían de verdaderas razones p a r a m a n t e n e r s e fieles a la anticuada y f r a g m e n t a d a j e r a r q u í a del mestnichestvo —laberíntico sistema de rangos d e n t r o de las familias boyardas—, que databa del siglo xiv y era perjudicial p a r a el sistema de m a n d o del nuevo a p a r a t o militar del Estado. En 1682, el zar Teodoro q u e m ó ceremoniosamente los libros venerables de origen ancestral en los que estaba registrada esta j e r a r q u í a , que, a partir de ese m o m e n t o , fue abolida como necesaria condición previa p a r a una mayor unidad aristocrática 2 0 . La escena q u e d a b a así p r e p a r a d a p a r a u n a reconstrucción radical de t o d o el o r d e n político del absolutismo ruso. La m á q u i n a estatal erigida sobre estos nuevos f u n d a m e n t o s sociales fue, sobre todo, la o b r a m o n u m e n t a l de P e d r o I. Al subir al poder, su p r i m e r movimiento f u e la disolución de la antigua y poco fiable milicia de los streltsi de Moscú, cuya turbulencia había sido f u e n t e habitual de intranquilidad p a r a sus predecesores, y la creación de los selectos regimientos de guar" Ibid., pp. 229, 372. J. L. H. Keep, «The Muscovite elite and the approach to pluralism», Slavonic and East European Review, XLVIII, 1970, pp. 217-8. !0
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dia Preobrazhenski y Semenovski, que a p a r t i r de entonces fueron los cuerpos de élite del a p a r a t o represivo zarista 2 1 . La tradicional dualidad e n t r e los boyardos y la nobleza media dentro de la clase t e r r a t e n i e n t e f u e remodelada p o r medio de la creación de un nuevo y omnicomprensivo sistema de rangos y por la universalización del principio de servicio, que integró a nobles y propietarios en u n m i s m o m a r c o político. Se i m p o r t a r o n de Dinamarca y Prusia nuevos títulos nobiliarios (conde, barón) p a r a i m p l a n t a r u n a escala m á s m o d e r n a y compleja d e n t r o de la aristocracia, que a p a r t i r de entonces fue, social y etimológicamente, un derivado de la corte (dvoriantsvo). El poder independiente de los magnates f u e s u p r i m i d o sin contemplaciones; la Duma b o y a r d a f u e eliminada, y en su lugar se estableció u n Senado n o m b r a d o p o r el zar. La nobleza media f u e reincorp o r a d a a u n ejército y u n a administración modernizados, en los que ocuparon de nuevo los puestos centrales 2 2 . Las propiedades votchina y pomestie q u e d a r o n unificadas en u n solo modelo de propiedad hereditaria, y la nobleza quedó f u n d i d a al E s t a d o p o r obligaciones universales de servicio en el ejército y en la burocracia a p a r t i r de los catorce años de edad. Para financiar estas instituciones se realizó u n nuevo censo en el q u e los antiguos esclavos se fusionaron con los siervos, y los siervos q u e d a r o n atados a la p e r s o n a de su señor m á s q u e a la tierra que cultivaban, de f o r m a que podían ser vendidos por sus dueños como los Leibeigene prusianos. Las antiguas comunidades libres de las tierras negras del n o r t e y los colonos de Siberia se convirtieron de golpe en «siervos del Estado», en condiciones algo superiores a las de los siervos privados, pero cada vez m á s cerca de éstos. El p a t r i a r c a d o f u e abolido y la Iglesia sometida f i r m e m e n t e al E s t a d o a través del nuevo organ i s m o del Santo Sínodo, cuyo p u e s t o más alto estaba ocupado p o r u n funcionario secular. E n San P e t e r s b u r g o se construyó u n a capital nueva y occidentalizada. El sistema administrativo se reorganizó en gobiernos, provincias y distritos a la vez que se doblaba el t a m a ñ o de la burocracia 2 3 . Los departamentos g u b e r n a m e n t a l e s se c o n c e n t r a r o n en nueve «colegios» centrales, dirigidos p o r consejos colectivos. En los Urales se ins-
21 M. Ya. Volkov, «O stanovlenii absoliutizma v Rossii», Istoriya SSSR, enero de 1970, p. 104. También se formó un tercer regimiento de guardia personal o caballería doméstica. 22 Hellie, Enserfment and military change, p. 260. 23 I. A. Fedosov, «Sotsialnaya sushchnost'i evoliutsiya rossiiskovo absoliutizma», pp. 57-60.
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taló u n a m o d e r n a industria de hierro, que h a b r í a de convertir a Rusia en u n o de los mayores p r o d u c t o r e s de metal de la época. El p r e s u p u e s t o se cuadruplicó, en b u e n a medida gracias a los recursos procedentes de un nuevo i m p u e s t o sobre los siervos. Los impuestos del campesino medio se quintuplicaron cutre 1700 y 1707-8. Este e n o r m e a u m e n t o en los ingresos del E s t a d o se destinó en su mayor p a r t e —entre dos tercios y c u a t r o quintos— a la construcción de un ejército profesional y de u n a a r m a d a moderna 24: los dos objetivos s u p r e m o s de todo el p r o g r a m a de Pedro, a los que se s u b o r d i n a b a n las restantes medidas. En la gran guerra del norte de 1700 a 1721, el a t a q u e sueco c o n t r a Rusia se vio a c o m p a ñ a d o inicialmente p o r el éxito: Carlos X I I d e r r o t ó a las fuerzas zaristas en Narva, invadió Polonia y levantó al hetmán cosaco Mazeppa c o n t r a P e d r o I en Ucrania. Pero la victoria rusa de Poltava en 1709, c o m p l e t a d a con el t r i u n f o naval en el golfo de Finlandia y la invasión de Suecia, invirtió todo el equilibrio de fuerzas en E u r o p a oriental. Al final, el p o d e r sueco f u e rechazado y derrotado, y con su caída el imperio zarista obtuvo dos ganancias geopolíticas decisivas. Por el t r a t a d o de Nystadt de 1721, las f r o n t e r a s rusas llegaron p o r fin al Báltico: Livonia, Estonia, Ingria y Carelia f u e r o n anexionadas y el acceso m a r í t i m o directo a Occidente quedó garantizado. En el sur, y en u n conflicto diferente, los ejércitos turcos habían infligido u n a d e r r o t a casi catastrófica a u n a s t r o p a s r u s a s d e m a s i a d o dispersas, y el zar p u d o darse p o r satisfecho con librarse de esta guerra sin serias pérdidas. En el m a r Negro no se obtuvo ningún avance significativo, pero, con la supresión de la rebelión de Mazeppa, se p u s o fin a la amenaza del b a n d o l e r i s m o del sech cosaco de Zaporozhe, que siemp r e había constituido u n obstáculo p a r a la colonización perm a n e n t e de las tierras de Ucrania. El absolutismo r u s o salió de los veinte años de lucha de la gran guerra del n o r t e c o m o u n a fuerza amenazadora en E u r o p a oriental. La rebelión de Bulavin c o n t r a la recuperación legal de los siervos y la recluta de m a n o de o b r a en la región del b a j o Don f u e s u p r i m i d a con éxito, a la vez que se aislaba y d e r r o t a b a a la prolongada rebelión b a s h k i r c o n t r a la colonización r u s a de la región situada e n t r e el Ural y el Volga. A p e s a r de todo, el perfil del E s t a d o de Pedro, con su incesante coacción y sus avances territoriales. 24 Hellie, Enserfment and military change, p. 256. Sobre los aumentos de los impuestos véase Avrich, Russian rebels, p. 139.
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debe c o n t r a p o n e r s e al a t r a s o s o m b r í o de su m e d i o ambiente, que afectó p r o f u n d a m e n t e su v e r d a d e r o carácter. Todas las reorganizaciones y represiones llevadas a cabo p o r P e d r o I n o impidieron que la corrupción y el soborno fuesen endémicos: p r o b a b l e m e n t e , sólo u n tercio de los ingresos fiscales llegaba r e a l m e n t e al Estado 2 5 . La enérgica tentativa p a r a integrar de p o r vida a toda la nobleza en el servicio al zarismo se m o s t r ó s u p e r f l u a i n m e d i a t a m e n t e después de la m u e r t e de Pedro. En efecto, los sucesores de Pedro, c u a n d o ya estuvo sólidamente f o r m a d a y estabilizada u n a aristocracia a c o s t u m b r a d a al absolutismo, pudieron a f l o j a r y, después, eliminar el c a r á c t e r coactivo de sus obligaciones, que f u e anulado en 1762 p o r su nieto P e d r o III. Para entonces, la nobleza estaba ya f i r m e y espont á n e a m e n t e integrada en el a p a r a t o del Estado. B a j o u n a serie de soberanos débiles —Catalina I, P e d r o II, Ana e Isabel—, los regimientos de la guardia que había creado P e d r o I se convirtieron después de su m u e r t e en el reñidero donde se libraban las luchas p o r el p o d e r e n t r e los magnates de San Petersburgo, cuyos golpes de E s t a d o eran u n t r i b u t o a la consolidación del c o m p l e j o institucional zarista: los nobles intrigaban a h o r a en el seno de la autocracia y no c o n t r a ella 2 6 . La llegada de o t r o s o b e r a n o decidido, en 1762, n o fue, p o r tanto, la señal p a r a u n estallido de la tensión e n t r e la m o n a r q u í a y la nobleza, sino p a r a su m á s armoniosa reconciliación. Catalina II se m o s t r ó como la soberana ideológicamente m á s consciente de Rusia y la m á s generosa p a r a su clase. Movida p o r sus aspiraciones a u n a f a m a de Ilustración política en E u r o p a , Catalina p r o m u l g ó u n nuevo sistema educativo, secularizó las tierras de la Iglesia y promovió u n desarrollo mercantilista de la economía rusa. La m o n e d a f u e estabilizada, se expandió la industria del h i e r r o y se a u m e n t ó el comercio exterior. Sin embargo, los dos grandes hitos del reinado de Catalina II f u e r o n la extensión de la organización servil de la agricultura a toda Ucrania y la promulgación de la Carta de la Nobleza. Las condiciones necesarias p a r a la p r i m e r a eran la destrucción del janato t á r t a r o de Crimea y la descomposición del poderío otoma25 Dorn, Competition for empire, p. 70. Con una población tres veces menor, los ingresos fiscales de Prusia eran en la década de 1760 mayores que los de Rusia. " El único intento de imponer limitaciones constitucionales a la monarquía fue el programa de Golitsyn en 1730 para que gobernase un Consejo Privado oligárquico, vagamente inspirado en el ejemplo sueco. El plan fue rápidamente frustrado por una rebelión de la guardia.
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no en la costa n o r t e del m a r Negro. El j a n a t o de Crimea, E s t a d o vasallo de los turcos, n o sólo m a n t e n í a a Rusia f u e r a del Euxino, sino que sus p e r p e t u a s correrías agitaban y devastaban las llanuras interiores del Póntico, haciendo de la m a y o r p a r t e de Ucrania u n a insegura y despoblada tierra de nadie m u c h o después de su incorporación f o r m a l al reino de los Románov. La nueva emperatriz dirigió toda la fuerza de los ejércitos rusos c o n t r a el control islámico del m a r Negro. En 1774, el j a n a t o ya había sido desligado de la P u e r t a y la f r o n t e r a o t o m a n a retrocedió hasta el Bug. En 1783, Crimea f u e anexionada definitivamente. Una década más tarde, la f r o n t e r a rusa había alcanzado el Dniester. En el nuevo litoral zarista se f u n d a r o n las ciudades de Sebastopol y Odesa; la e n t r a d a naval en el Mediter r á n e o a través de los estrechos parecía al alcance de la mano. A corto plazo, sin embargo, las consecuencias de este avance en el s u r f u e r o n m u c h o m á s i m p o r t a n t e s p a r a la agricultura rusa. La eliminación definitiva del j a n a t o t á r t a r o p e r m i t i ó el rescate y la colonizacion organizada de las vastas estepas ucranianas, grandes zonas de las cuales f u e r o n convertidas ahora p o r vez p r i m e r a en tierras cultivables y colonizadas en grandes propiedades p o r u n a población campesina estable y sedentaria. La colonización agrícola de Ucrania, dirigida p o r Potemkin, rep r e s e n t ó p r o b a b l e m e n t e la m a y o r roturación geográfica en la historia de la agricultura feudal europea. Sin embargo, j u n t o a este avance territorial n o se registró ningún p r o g r e s o técnico en la economía rural: f u e simplemente u n avance extensivo. Socialmente, r e d u j o a los h a b i t a n t e s libres o semilibres de las regiones fronterizas a las condiciones de vida del c a m p e s i n a d o central, a u m e n t a n d o d r á s t i c a m e n t e la población sierva de Rusia. D u r a n t e el reinado de Catalina II, el volumen de las rentas en dinero de los siervos se multiplicó en algunos casos p o r cinco. El gobierno dio de lado cualquier límite en la extracción de prestaciones de t r a b a j o y u n n ú m e r o i m p o r t a n t e de campesinos del E s t a d o f u e r o n t r a n s f e r i d o s a los principales nobles p a r a ser sometidos a u n a explotación privada m á s intensa. Este episodio d r a m á t i c o y final en el proceso de s e r v i d u m b r e de las m a s a s rurales provocó la última y la más grande de las rebeliones inspiradas por los cosacos, dirigida en este caso p o r Pugachev: u n a rebelión sísmica que hizo t e m b l a r a todas las regiones del Volga y el Ural, movilizando a e n o r m e s y c o n f u s a s m a s a s de campesinos, o b r e r o s metalúrgicos, n ó m a d a s , montañeses, h e r e j e s y g r a n j e r o s , en un asalto final y desesperado
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c o n t r a el o r d e n dominante 2 7 . Las ciudades y las guarniciones zaristas se m a n t u v i e r o n firmes, sin embargo, m i e n t r a s el ejército imperial se desplegaba p a r a a p l a s t a r la rebelión. Su der r o t a m a r c ó el cierre de la f r o n t e r a oriental. A p a r t i r de entonces, las aldeas rusas se h u n d i e r o n en el silencio. Con la Carta de la Nobleza concedida p o r la emperatriz en 1785 culminaba el largo viaje del c a m p e s i n a d o hacia la servidumbre. Catalina II garantizaba a la aristocracia todos sus privilegios, la liberaba de sus obligaciones y- le aseguraba el control jurisdiccional sin reservas de su fuerza de t r a b a j o rural; además, la delegación de p a r t e de la administración provincial transfirió paulatinam e n t e a la nobleza las funciones locales 2 S . La característica parábola del absolutismo ascendente ya e s t a b a cerrada. La mon a r q u í a se había elevado en a r m o n í a con la nobleza en el siglo xvi (Iván IV); en ocasiones, habían chocado violentamente d u r a n t e el siglo xvii, en el m a r c o del p r e d o m i n i o de los magnates, de complejos cambios y dislocaciones d e n t r o del E s t a d o y de turbulencia- social f u e r a de él (Miguel I); a principios del siglo X V I I I la m o n a r q u í a i m p u s o u n a autocracia implacable (Ped r o I); a p a r t i r de entonces, nobleza y m o n a r q u í a conquistaron de nuevo la serenidad y la a r m o n í a recíprocas (Catalina II), La fuerza del a b s o l u t i s m o r u s o se reveló m u y p r o n t o en sus éxitos internacionales. Catalina II, p r o m o t o r a principal de los r e p a r t o s de Polonia, f u e t a m b i é n su m a y o r beneficiaría c u a n d o la operación se dio p o r t e r m i n a d a en 1795. El imperio zarista a u m e n t ó unos 520.000 km. c u a d r a d o s y se extendió h a s t a cerca del Vístula. En la década siguiente f u e anexionada Georgia en la zona del Cáucaso. Sin embargo, lo que d e m o s t r ó la nueva preeminencia europea del E s t a d o zarista f u e la grandiosa prueb a de fuerza constituida p o r las g u e r r a s napoleónicas. Rusia, 27 Avrich opina que la rebelión de Pugachev fue el levantamiento popular más formidable acaecido en Europa entre las revoluciones inglesa y francesa; su análisis de su variada composición social puede verse en Russian rebels, pp. 196-225. El progresivo desplazamiento geográfico de las rebeliones campesinas rusas, desde Bolótnikov a Pugachev, es evidente. Estas rebeliones se mueven por una amplia zona que va desde el sur hacia el este, a lo largo de los sectores fronterizos menos administrados y controlados. Nunca tuvo lugar ninguna insurrección importante en las provincias centrales de la Moscovia tradicional, con sus núcleos de población más antiguos, su homogeneidad étnica y su proximidad a la capital. 21 Dukes, en un volumen muy documentado, afirma que se ha exagerado mucho el «servilismo» de la nobleza rusa ante la autocracia zarista; lo que existió fue, más bien, una cómoda unidad social entre ambas. Paul Dukes, C'atherine the Great and the Russian nobility, Cambridge, 1967, pp. 248-50.
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el a b s o l u t i s m o social y económicamente m á s a t r a s a d o de la E u r o p a del este, f u e el único ancien régime, de u n confín a o t r o del continente, política y m i l i t a r m e n t e capaz de resistir el a t a q u e francés. Ya en la última década del siglo X V I I I , los ejércitos rusos h a b í a n sido enviados p o r vez p r i m e r a en la historia a Occidente —Italia, Suiza y Holanda— p a r a apagar las llamas de la revolución burguesa, atizadas todavía p o r el Consulado. El nuevo zar, Alejandro I, participó en las desafortunadas tercera y c u a r t a coaliciones c o n t r a Napoleón. Pero m i e n t r a s los absolutismos a u s t r í a c o y p r u s i a n o f u e r o n derrotados en Ulm y W a g r a m , J e n a y Auerstadt, el a b s o l u t i s m o r u s o p u d o darse u n respiro en Tilsit. La división de esferas a c o r d a d a entre los dos e m p e r a d o r e s en 1807 p e r m i t i ó a Rusia p r o c e d e r a la conquista de Finlandia (1809) y de Besarabia (1812) a costa de Suecia y de Turquía. Finalmente, c u a n d o Napoleón desencadenó la gran invasión de Rusia, la Grande Armée se m o s t r ó incapaz de a p l a s t a r la e s t r u c t u r a del E s t a d o zarista. El a t a q u e francés, inicialmente victorioso sobre el c a m p o de batalla, f u e arruinado, a p a r e n t e m e n t e , p o r el clima y la logística; pero, en realidad, lo f u e p o r la i m p e n e t r a b l e resistencia de u n medio feudal, excesivamente primitivo p a r a ser vulnerable p o r la esp a d a de la emancipación y la expansión b u r g u e s a occidental, e m b o t a d a además, desde hacía tiempo, p o r el b o n a p a r t i s m o La r e t i r a d a de Moscú señaló el fin del dominio f r a n c é s e n el continente: a los dos años, las t r o p a s r u s a s e r a n vitoreadas en París. El zarismo p a s ó al siglo xix c o m o g e n d a r m e victorioso de la contrarrevolución europea. El Congreso de Viena selló su t r i u n f o : o t r a gran cuña de Polonia f u e anexionada y Varsovia se convirtió en u n a ciudad rusa. Tres meses después, y a causa de la insistencia personal de Alejandro I, f u e solemnemente establecida la S a n t a Alianza, como garantía de la restauración m o n á r q u i c a y clerical desde el G u a d a r r a m a a los Urales. Las e s t r u c t u r a s del E s t a d o zarista q u e surgieron del acuer29 La ausencia de una clase media radical en Rusia privó a la invasión francesa de toda resonancia política local. Durante su avance por Rusia, Napoleón se negó a conceder la emancipación de los siervos, aunque en un primer momento las delegaciones de campesinos le dieron la bienvenida, y el gobernador general de Moscú temió que se produjeran rebeliones urbanas y rurales contra el gobierno zarista. Napoleón, sin embargo, planeaba llegar a un acuerdo con Alejandro I después de derrotarlo, del mismo modo en que lo había hecho con Francisco II, y no quiso comprometer estos planes con medidas sociales irreparables en Rusia. Véanse los penetrantes comentarios de Seton-Watson, The Russian empire, pp. 129-30, 133.
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do de Viena, y a las que n o afectó ninguna t r a n s f o r m a c i ó n comparable a las r e f o r m a s p r u s i a n a o austríaca, n o tuvieron equivalente en ninguna p a r t e de E u r o p a . Se p r o c l a m ó oficialmente al E s t a d o como u n a autocracia: el zar gobernaba, en su propio n o m b r e , p a r a el c o n j u n t o de la nobleza 3 0 . B a j o el zar se cim e n t ó u n a j e r a r q u í a feudal desde la m i s m a base del sistema estatal. En 1831, un decreto de Nicolás I creó u n a j e r a r q u í a modernizada de rangos d e n t r o de la nobleza que correspondía a los diferentes niveles escalonados de la burocracia del Estado, y viceversa, a todos los que o c u p a b a n d e t e r m i n a d a s posiciones en el servicio del E s t a d o se les concedía el correspondiente r a n g o nobiliario que, p o r encima de ciertos niveles, era hereditario. Así pues, los títulos y privilegios aristocráticos siguieron relacionados con las diversas funciones administrativas, a través del sistema político, h a s t a el año 1917. De esta f o r m a , lá clase t e r r a t e n i e n t e f u n d i d a con el E s t a d o controlaba alrededor de 21 millones de siervos, a u n q u e en su seno había u n a p r o f u n d a estratificación: c u a t r o quintas p a r t e s de esos siervos pertenecían a las tierras de u n a quinta p a r t e de los propietarios, m i e n t r a s que los grandes nobles —sólo el 1 p o r 100 de toda la dvoriantsvo— poseían tierras con cerca de una tercera p a r t e de la población total de siervos privados. A partir de 1831-2, los pequeños propietarios con fincas de menos de 21 almas f u e r o n excluidos de las asambleas de la nobleza. La aristocracia rusa conservó su orientación de servicio y su aversión a la gestión agrícola directa hasta el siglo xix. Pocas familias nobles tenían raíces locales que alcanzaran más de dos o tres generaciones y estaba m u y extendido el a b s e n t i s m o de los propietarios; la residencia u r b a n a —provincial o metropolitana— era el ideal corriente de las aristocracias media y alta 3 I . Las posiciones en el a p a r a t o de E s t a d o eran ya el medio tradicional de conseguir ese ideal. El m i s m o E s t a d o poseía tierras con 20 millones de siervos, dos quintas p a r t e s de la población campesina de Rusia. Era, pues, el p r o p i e t a r i o feudal más imponente del país. El ejército estaba f o r m a d o sobre la base de reclutas aleatorias de siervos, con la nobleza hereditaria d o m i n a n d o las e s t r u c t u r a s de mando de acuerdo con sus rangos. Los grandes duques o c u p a b a n 30 H. Seton-Watson, The decline of imperial Russia, Londres, 1964, páginas 5-27, ofrece un claro estudio de carácter general sobre la sociedad rusa bajo Nicolás I. 31 T. Emmons, The russian landed gentry and the peasant emancipation of 1861, Cambridge, 1968, pp. 3-11.
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las inspecciones generales del e j é r c i t o y el Consejo de la Guerra; hasta la p r i m e r a guerra mundial inclusive los comandantes en jefe eran sobrinos o tíos del zar. La Iglesia era u n a subdivisión del Estado, sometida a u n d e p a r t a m e n t o burocrático (el S a n t o Sínodo) cuya cabeza —el p r o c u r a d o r mayor— era un funcionario civil designado p o r el zar. El Sínodo tenía la categoría de u n ministerio, con u n a administración económica a cargo de las propiedades de la Iglesia, y su personal se componía principalmente de funcionarios laicos. Los sacerdotes eran t r a t a d o s como funcionarios, que debían p r e s t a r servicios al E s t a d o (tenían que revelar las confesiones que m o s t r a s e n «intenciones malvadas» hacia el Estado). El sistema educativo estaba c o n t r o l a d o p o r el Estado, y, a mediados de siglo, los rectores y p r o f e s o r e s de las universidades eran n o m b r a d o s dir e c t a m e n t e por el zar o sus ministros. La e n o r m e y creciente b u r o c r a c i a estaba integrada en su m á s alto nivel ú n i c a m e n t e p o r la persona del a u t ó c r a t a y p o r las camarillas de su cancillería privada 3 2 : había ministros, pero n o gabinete; tres enj a m b r e s rivales de policía y u n a práctica generalizada de soborno. La ideología de la reacción clerical y chovinista que presidía este sistema estaba p r o c l a m a d a en la trinidad oficial: autocracia, ortodoxia y nacionalismo. El p o d e r político y militar del E s t a d o zarista de la p r i m e r a m i t a d del siglo xix encontró u n a demostración continua en el intervencionismo y la expansión exteriores. Azerbaiján y Armenia f u e r o n ocupados y se dominó g r a d u a l m e n t e la resistencia de los m o n t a ñ e s e s de Circasia y Daghestan; ni Persia ni T u r q u í a tenían posibilidad de resistir las anexiones r u s a s en el Cáucaso. En E u r o p a , los ejércitos rusos a p l a s t a r o n la rebelión nacional de Polonia en 1830 y liquidaron la revolución h ú n g a r a de 1849. Nicolás I, verdugo suprem o de la reacción m o n á r q u i c a en el exterior, gobernó en el interior sobre el único gran país del continente que n o se vio afectado p o r las insurrecciones populares de 1848. La fuerza internacional del zarismo n u n c a había aparecido mayor. En realidad, la industrialización de E u r o p a occidental convertía a esta confianza en u n anacronismo. La p r i m e r a sacudi" Los historiadores soviéticos tienden a interpretar la cancillería personal, que descendía del Preobrazhensky Prikaz de Pedro I, como una descomposición «dualista» de la centralización absolutista y un síntoma de la decadencia administrativa del zarismo en el siglo xix. Véase, por ejemplo, A. Avrej, «Russkii absoliutzim i evo rol'v utverzhdenii kapitalizma v Rossii», Istoriya SSSR, febrero de 1968, p. 100; I. A. Fedosov, «Sotsialnaya sushchnost' evoliutsiya rossiiskovo absoliutizma», Voprosi Istorii, julio de 1971, p. 63.
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da seria del absolutismo r u s o llegó con la h u m i l l a n t e d e r r o t a infligida p o r los estados capitalistas de I n g l a t e r r a y Francia en la guerra de Crimea de 1854-56. La caída de Sebastopol p u e d e c o m p a r a r s e en sus consecuencias internas con la d e r r o t a de Jena. La d e r r o t a militar ante Occidente c o n d u j o a la abolición de la s e r v i d u m b r e p o r Alejandro II, la modernización social m á s elemental de las bases del ancien régime. Pero el paralelo n o debe exagerarse, p o r q u e el alcance del golpe recibido p o r el zarismo f u e m u c h o m á s suave y más limitado: la paz de París n o f u e en m o d o alguno el t r a t a d o de Tilsit. La «era de la reforma» rusa de la década de 1860 fue, p o r tanto, u n débil eco de su predecesora prusiana. Los procedimientos judiciales fueron liberalizados en cierta medida; se concedieron órganos de autoadministración (zemstva) a la nobleza rural; se o t o r g a r o n consejos municipales a las ciudades y se i n t r o d u j o la llamada a filas general. La emancipación del campesinado, decretada p o r Alejandro en 1861, se llevó a c a b o de f o r m a n o menos lucrativa p a r a la dvoriantsvo de lo q u e había sido p a r a los j u n k e r s la de Hardenberg. A los siervos se les concedió la tierra de las propiedades nobiliarias que habían cultivado previamente a cambio del pago de compensaciones en d i n e r o a sus señores. El E s t a d o adelantó esta compensación a la aristocracia, exigiéndosela al campesinado en u n período de varios años en f o r m a de «pagos de redención». E n el n o r t e de Rusia, donde el valor de la tierra era b a j o y las cargas serviles se pagab a n en especie (obrok), los t e r r a t e n i e n t e s obtuvieron en compensaciones m o n e t a r i a s casi el doble del precio de m e r c a d o de la tierra. En el s u r de Rusia, donde las cargas serviles tenían principalmente la f o r m a de prestaciones de t r a b a j o (barshchina) y las ricas y negras tierras p e r m i t í a n u n a rentable exportación cerealista, la nobleza e s t a f ó a sus campesinos h a s t a el 25 p o r 100 de la m e j o r tierra que les correspondía (la llamada otrezki)33. Los campesinos, b a j o el peso de la deudas de redención, sufrieron, p o r tanto, u n a reducción neta del total de tier r a s que habían cultivado a n t e r i o r m e n t e p a r a sus familias. Por otra parte, la abolición de la s e r v i d u m b r e n o significó el fin de las relaciones feudales en el campo, del m i s m o m o d o que t a m p o c o lo había significado antes en E u r o p a occidental. En la práctica, lo que continuó prevaleciendo en las tierras rusas f u e u n laber i n t o de f o r m a s tradicionales de extracción extraeconómica de
33 Geroid T. Robinson, Rural York, 1932, pp. 87-8.
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excedente, e n c a r n a d a s en los derechos y deberes consuetudinarios. En su estudio pionero sobre El desarrollo del capitalismo en Rusia, Lenin escribió q u e t r a s la abolición de la servidumbre «no p u d o surgir de golpe la economía capitalista; la b a s a d a en la prestación personal no p u d o d e s a p a r e c e r de u n m o d o súbito. El único sistema de economía posible era, p o r lo tanto, u n o de transición, que reuniese rasgos del sistema de prestación personal y del capitalista. Y así fue: el régimen de la hacienda de los t e r r a t e n i e n t e s posterior a la r e f o r m a se distingue p r e c i s a m e n t e p o r esos rasgos. Con la infinita diversidad de f o r m a s propias de una época de transición, la organización económica de la hacienda t e r r a t e n i e n t e de n u e s t r o s días se reduce a los dos sistemas f u n d a m e n t a l e s en las combinaciones más diversas posibles: al sistema del pago en trabajo y al capitalista [...] Los dos sistemas e n u m e r a d o s se entrelazan en la realidad de la m a n e r a m á s diversa y caprichosa: en n u m e r o s a s haciendas de terratenientes se unen ambos, empleándose en distintas faenas agrícolas» 3 4 . Midiendo la incidencia relativa de las dos economías, Lenin calculaba que en 1899, «si bien en las provincias p u r a m e n t e r u s a s p r e d o m i n a el pago en t r a b a j o , en c u a n t o a Rusia europea en general, el sistema capitalista de la hacienda t e r r a t e n i e n t e debe ser considerado p r e p o n d e r a n t e en la actualidad» 3 5 . Una década más tarde, sin embargo, las t r e m e n d a s insurrecciones campesinas c o n t r a las exacciones y opresiones feudales del c a m p o ruso, d u r a n t e la revolución de 1905, conduj e r o n a Lenin a m o d i f i c a r de f o r m a significativa el equilibrio de su opinión anterior. En su texto básico de 1907, El programa agrario de la socialdemocracia en la primera revolución rusa, Lenin a f i r m a b a que, «en las provincias p u r a m e n t e rusas, la agricultura capitalista en gran escala figura de m o d o incuestionable en segundo plaño. P r e d o m i n a el p e q u e ñ o cultivo en grandes latifundios, como son las distintas f o r m a s de arrendam i e n t o feudal en condiciones leoninas» 3 6 . Tras u n cuidadoso estudio estadístico del c o n j u n t o de la situación agraria q u e abarca la distribución de las tierras d u r a n t e el p r i m e r año de la reacción de Stolypin, Lenin r e s u m e su t r a b a j o con la siguiente conclusión de c a r á c t e r general: «Diez millones y medio de familias campesinas de la Rusia europea poseen 75 millones 34 V. I. Lenin. Collected Works, vol. 3, Moscú, 1964, pp. 194-5 [Obras Completas, vol. 3, Madrid, Akal, 1975, pp. 201-2]. 35 Ibid., p . 1 9 7 [ p p . 2 0 5 - 6 ] , 34 Ibid., vol. 13, p. 225 [vol. 13, p. 227],
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de desiatinas de tierra. Treinta mil señores de la tierra, principalmente nobles y en p a r t e también advenedizos, poseen más de 500 desiatinas cada uno; en total, 70 millones de desiatinas. Tal es el f o n d o básico del cuadro; tales son las condiciones f u n d a m e n t a l e s del predominio de los t e r r a t e n i e n t e s feudales en el régimen agrario de Rusia y, p o r consiguiente, en el Estado r u s o en general y en toda la vida rusa. Son feudales los dueños de los latifundios, en el sentido económico de esta p a l a b r a : la base de su propiedad agraria ha sido creada p o r la historia del régimen de servidumbre, p o r la historia de la rapiña secular de tierras llevada a efecto p o r la nobleza. La base de su economía actual es el sistema de pago en t r a b a j o , es decir, una supervivencia directa de la prestación personal, la explotación de las tierras con los aperos y el ganado de los campesinos m e d i a n t e las f o r m a s i n f i n i t a m e n t e variadas de avasallamiento de los pequeños agricultores: los contratos de invierno, el a r r e n d a m i e n t o anual, la aparcería, la r e n t a en t r a b a j o , el somet i m i e n t o económico p o r deudas, la sujeción que s u f r e n los campesinos p o r la utilización de los «recortes», de los bosques, de los prados, de los abrevaderos, y así hasta lo infinito» 3 7 . Cinco años después, en vísperas de la p r i m e r a guerra mundial, Lenin r e a f i r m ó este juicio de u n a f o r m a todavía m á s categórica: «La diferencia e n t r e " E u r o p a " y Rusia se debe al extraordinario a t r a s o de ésta. En Occidente, el sistema agrario burgués se e n c u e n t r a p l e n a m e n t e e s t r u c t u r a d o , el feudalismo fue eliminado hace ya m u c h o y sus supervivencias son m u y reducidas y el papel que desempeñan es pequeño. El tipo predomin a n t e de relación social en la agricultura de Occidente es la del obrero asalariado y el patrono, el farmer o propietario de la tierra [ . . . ] En Rusia es indudable que ya se h a consolidado, y se desarrolla regularmente, u n a organización de la agricultura igualmente capitalista. La agricultura t e r r a t e n i e n t e y la campesina evolucionan en esa dirección. Pero las relaciones p u r a m e n t e capitalistas en n u e s t r o país se hallan aún, en enormes proporciones, d o m i n a d a s p o r las relaciones feudales»M. El desarrollo capitalista de la agricultura rusa, que Lenin y otros socialistas p r e d i j e r o n que podría o c u r r i r si el zarismo conseguía restablecer su p o d e r de f o r m a d u r a d e r a después de " Lenin, Collected Works, vol. 13, p. 421 [p. 427], * Lenin, Collected Works, vol. 18, p. 74 [pp. 120-1], Los estudios de los escritos de Lenin sobre este tema pasan por alto normalmente este importante artículo, «La esencia del "problema agrario en Rusia"», escrito en mayo de 1912.
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]a contrarrevolución de 1907, era la «vía prusiana» de propiedades racionalizadas de tipo j u n k e r , con utilización de t r a b a j o asalariado e integración en el m e r c a d o mundial, a c o m p a ñ a d a s por la aparición de u n e s t r a t o auxiliar de Grossbauern en el campo. Los escritos de Lenin del período 1906-14 advirtieron repetidamente de que esta evolución era posible en la Rusia zarista y de que constituía u n grave peligro p a r a el movimiento revolucionario. Las r e f o r m a s de Stolypin estaban destinadas a acelerar u n a evolución de este tipo con su «apuesta al m á s fuerte»: la conversión en hereditarias de las tierras campesinas que podían repartirse, con o b j e t o de p r o m o v e r el auge de una clase kulak. En realidad, el p r o g r a m a de Stolypin quedó muy lejos de su objetivo en lo r e f e r e n t e al propio campesinado, p o r q u e si bien la mitad de todas las familias campesinas tenían en 1915 parcelas j u r í d i c a m e n t e hereditarias, sólo u n a décima p a r t e de ellas tenían sus t e r r e n o s consolidados físicam e n t e en unidades singulares. La supervivencia del sistema de parcelas separadas y de campos abiertos garantizaba la permanencia de las obligaciones comunales del mir aldeano 3 9 . Mientras tanto, la carga de los impuestos y de los atrasos en los pagos de redención a u m e n t a b a de año en año. La solidaridad instintiva del campesinado ruso c o n t r a la clase t e r r a t e n i e n t e no se vio seriamente afectada por las r e f o r m a s . Como Trotski h a b r í a de testimoniar más tarde 4 0 , los bolcheviques q u e d a r o n s o r p r e n d i d o s p o r la apasionada unidad del sentimiento p o p u l a r antifeudal en el c a m p o en 1917. El exceso de población en el campo se convirtió en un p r o b l e m a endémico en el ú l t i m o período de la Rusia zarista. El p o r c e n t a j e de tierras del campesinado en la propiedad total de la tierra a u m e n t ó en u n 50 p o r 100 —la m a y o r p a r t e por c o m p r a s de los kulaks— en las cuatro décadas anteriores a 1917, m i e n t r a s que las propiedades percápita del c a m p e s i n a d o descendieron en un tercio 4 1 . Las " Robinson, Rural Russia under the Oíd Re gime, pp. 213-18. * History of the Russian revolution, Londres, 1965, I, pp. 377-9 [Historia de la revolución rusa, París, Ruedo Ibérico, 1972], Habría que añadir que en 1917 se produjeron amplios ataques de los aldeanos contra los campesinos «secesionistas» que habían aprovechado las reformas de Stolypin, para abandonar sus comunas, y las tierras fueron reapropiadas colectivamente; tal era la fuerza de los sentimientos de solidaridad entre las masas campesinas. Véase Launcelot Owen, The Russian peasant movement, 1906-1917, Nueva York, 1963, pp. 153-4, 165-72, 182-3, 200-2, 209-11, 234-5. 41 Owen, The Russian peasant movement, p. 6. La población aumentó de unos 74 millones en 1860 a 170 millones en 1916.
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m a s a s r u r a l e s p e r m a n e c í a n h u n d i d a s en el fango secular de la miseria y el atraso. Por o t r a parte, en las últimas décadas del z a r i s m o tampoco se p r o d u j o u n a conversión dinámica de la nobleza terrateniente hacia la agricultura capitalista. En realidad, los temores provocados p o r la «vía prusiana» n o se materializaron. La dvoriantsvo se m o s t r ó orgánicamente incapaz de seguir el camino de los j u n k e r s . En u n p r i m e r m o m e n t o , la sacudida experim e n t a d a p o r la propiedad territorial nobiliaria pareció ir a r e p e t i r la experiencia prusiana, con u n a nueva selección y racionalización de la clase terrateniente. En las tres décadas anteriores a 1905, la tierra propiedad de la nobleza descendió prob a b l e m e n t e en u n tercio y sus principales c o m p r a d o r e s f u e r o n —como en Prusia— burgueses y comerciantes ricos. Sin embargo, después de la década de 1880 las adquisiciones de los campesinos ricos s u p e r a r o n a la de los inversores u r b a n o s . Para 1905, la finca del comerciante medio era m a y o r que la del noble medio, p e r o la ganancia en tierras de los kulaks era superior en u n a m i t a d a la de los h a b i t a n t e s de las ciudades 4 2 . Así pues, antes de la p r i m e r a guerra m u n d i a l e s t a b a apareciend o c l a r a m e n t e en Rusia u n e s t r a t o de Grossbauern. Pero lo que n o aparecía p o r ninguna p a r t e era u n avance capitalista de tipo p r u s i a n o en la productividad. Las exportaciones de cereales a E u r o p a a u m e n t a r o n d u r a n t e todo el siglo, t a n t o antes como después de la r e f o r m a de 1861: Rusia alcanzó en el siglo xix la m i s m a posición en el m e r c a d o internacional que Polonia o Alerijania oriental habían alcanzado e n t r e los siglos xvi y xviii, a u n q u e el precio internacional del grano descendió a p a r t i r de 1870. Sin embargo, en la agricultura rusa, que técnicamente estaba e n o r m e m e n t e atrasada, la producción y las cosechas m a n t u v i e r o n niveles muy b a j o s . El sistema de rotación trienal prevalecía todavía e n grandes extensiones de tierra; prácticam e n t e n o se p r o d u c í a f o r r a j e , y la m i t a d del c a m p e s i n a d o utilizaba a r a d o s de m a d e r a . Por otra parte, como ya h e m o s visto, la era c r e p u s c u l a r q u e siguió a la r e f o r m a se caracterizó p o r la p e r m a n e n c i a de innumerables relaciones económicas feudales q u e obstaculizaron el avance económico de las grandes propiedades de Rusia central. La nobleza n o llevó a cabo la transición a u n a agricultura capitalista m o d e r n a o racional. Fue m u y sintomático q u e m i e n t r a s que los bancos agrícolas, especialmente creados en Prusia después de la era de la r e f o r m a , 42
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fueron i n s t r u m e n t o s a l t a m e n t e beneficiosos p a r a los j u n k e r s , proporcionándoles el capital necesario p a r a las hipotecas y las inversiones, los bancos agrícolas creados en 1885 p o r el E s t a d o p a r a la nobleza constituyeron u n triste fracaso: p o r lo general, sus créditos se malgastaron m i e n t r a s sus destinatarios se hundían en las deudas 4 3 . Por tanto, a u n q u e no haya ninguna d u d a de que las relaciones capitalistas de producción se extendían i n i n t e r r u m p i d a m e n t e en el c a m p o antes de la p r i m e r a guerra mundial, también es cierto que n u n c a adquirieron el í m p e t u de u n éxito económico acumulativo y siempre se m a n t u v i e r o n en los límites del subdesarrollo precapitalista. Por consiguiente, el sector p r e d o m i n a n t e en la agricultura r u s a de 1917 se caracterizaba p o r las relaciones feudales de producción. Mientras tanto, la industrialización se extendía r á p i d a m e n t e en las ciudades. A principios del siglo xx, Rusia tenía grandes industrias de carbón, hierro, aceite y textiles y u n a extensa red de ferrocarriles. Muchos de sus complejos metalúrgicos se contaban e n t r e los de tecnología m á s avanzada del m u n d o . No es necesario insistir aquí en las notorias contradicciones internas de la industrialización zarista: la inversión de capital e s t a b a financiada esencialmente p o r el Estado, que a su vez dependía de créditos e x t r a n j e r o s . P a r a conseguir estos créditos era necesario u n p r e s u p u e s t o solvente, y de ahí q u e f u e r a precisó m a n t e n e r sobre el c a m p e s i n a d o u n a carga fiscal m u y f u e r t e , que p o r su p a r t e bloqueaba la expansión del m e r c a d o interior, imprescindible p a r a sostener u n a inversión creciente 4 4 . P a r a n u e s t r o s propósitos, el h e c h o i m p o r t a n t e es, m á s bien, que, a p e s a r de todos estos obstáculos, el sector industrial r u s o —basado total y c o m p l e t a m e n t e en las relaciones capitalistas de producción— triplicó su volumen en las dos décadas anteriores a 1914, consiguiendo así u n o de los r i t m o s de crecimiento m á s r á p i d o de Europa 4 S . E n vísperas de la p r i m e r a guerra mundial, Rusia era el c u a r t o p r o d u c t o r de acero del m u n d o (por encima de Francia). El volumen absoluto del sector industrial era el q u i n t o del m u n d o . La agricultura r e p r e s e n t a b a aproximada43 M. P. Pavlova-Sil'vanskaya, «K voprosu osobennostyaj absoliutizma v Rossii», Istoriya SSSR, abril de 1968, p. 85. El propio Lenin era plenamente consciente de la diferencia entre los junkers y los dvoriane, a los que caracterizó como clases terratenientes capitalista y feudal, respectivamente: Collected Works, vol. 17, p. 390. 44 Hay un fino análisis de este círculo vicioso en T. Kemp, Industrialization in nineteenth century Russia, Londres, 1969, p. 152. 45 T. H. Von Laue, Sergei Witte and the industrialization of Russia, Nueva York, 1963, p. 269.
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m e n t e el 50 p o r 100 de la r e n t a nacional, m i e n t r a s q u e la ind u s t r i a —excluyendo el amplio sistema ferroviario— suponía quizá el 20 p o r 1004Ó. Así pues, calculando conjuntamente el peso de las economías r u r a l y u r b a n a , n o p u e d e h a b e r d u d a de que en 1914 la formación social r u s a era u n a e s t r u c t u r a mixta, con u n sector agrario p r e d o m i n a n t e m e n t e feudal, pero con u n sector combinado agroindustrial capitalista que, en conjunto, era p r e p o n d e r a n t e . Lenin expresó esto m i s m o en f o r m a lacónica en vísperas de su m a r c h a de Suiza, c u a n d o d i j o que, p a r a 1917, la burguesía ya había dirigido e c o n ó m i c a m e n t e al país d u r a n t e largo tiempo 4 7 . Sin embargo, m i e n t r a s la formación social r u s a e s t a b a dom i n a d a p o r el m o d o de producción capitalista, el Estado ruso era todavía u n absolutismo feudal. En la época de Nicolás II no había tenido lugar ningún c a m b i o básico en su carácter de clase ni en su e s t r u c t u r a política. La nobleza feudal seguía siendo, c o m o antes, la clase d o m i n a n t e de la Rusia imperial: el zarismo era el a p a r a t o político de su dominación, del que n u n c a se separó. La burguesía era demasiado débil p a r a plantear u n serio p r o b l e m a de a u t o n o m í a y n u n c a consiguió o c u p a r posiciones de m a n d o en la administración del país. La autocracia era u n absolutismo feudal que había sobrevivido hasta el siglo xx. La d e r r o t a militar ante J a p ó n y la consiguiente masiva explosión p o p u l a r c o n t r a el régimen, en 1905, obligaron a u n a serie de modificaciones del zarismo, cuya dirección hizo p e n s a r a los liberales rusos que p e r m i t i r í a la evolución hacia u n a m o n a r q u í a burguesa. Como ya h e m o s visto en el caso de Prusia, existía la posibilidad f o r m a l de u n c a m b i o acumulativo de este carácter. Históricamente, sin embargo, los dubitativos pasos del zarismo n u n c a se acercaron seriamente a este objetivo. Los resultados de la revolución de 1905 c o n d u j e r o n a la creación p o r el régimen de u n a Duma i m p o t e n t e y de u n a Constitución de papel que, en el plazo de u n año, f u e a n u l a d a por la disolución de la Duma y p o r u n a revisión del derecho electoral que daba a cada t e r r a t e n i e n t e u n sufragio equivalente al de 500 t r a b a j a d o r e s . El zar podía vetar cualquier p r o p u e s t a 44 Raymond Goldsmith, «The economic growth of tsarits Russia, 18601913», Economic Development and Cultural Change, ix, 3, abril de 1961, páginas 442, 444, 470-1: es uno de los análisis más detallados de la economía de este período. La participación de la agricultura en la renta nacional de 1913 fue probablemente de un 44 por 100 en la Rusia europea y de un 52 por 100 en el conjunto del imperio zarista. Los cómputos exactos son muy difíciles, debido a las deficiencias estadísticas. 41 Collected Works, vol. 23, p. 303 [Obras Completas, vol. 24, p. 342],
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legislativa p r e s e n t a d a p o r esta asamblea domesticada, y los ministros — a g r u p a d o s a h o r a en u n gabinente convencional— n o eran responsables ante ella. La autocracia podía d e c r e t a r leyes a su voluntad p o r la m e r a p r ó r r o g a de esta f a c h a d a representativa. No hay, pues, c o m p a r a c i ó n posible con la situación de la Alemania imperial, donde existían s u f r a g i o universal masculino, elecciones regulares, control p a r l a m e n t a r i o del presupuesto y u n a ilimitada actividad política. La t r a n s m u t a c i ó n política cualitativa del E s t a d o feudal p r u s i a n o q u e p r o d u j o el E s t a d o capitalista alemán n u n c a tuvo lugar en Rusia. T a n t o los principios organizativos c o m o el personal del z a r i s m o permanecier o n sin cambios h a s t a el fin. En sus polémicas de 1911 con los mencheviques, Lenin insistió directa y r e p e t i d a m e n t e en esa diferencia: «¡Sostener q u e en Rusia el sistema de gobierno ya es burgués (como lo a f i r m a Larin) y que en n u e s t r o país el p o d e r ya n o es de naturaleza feudal (véase lo q u e dice el p r o p i o Larin), y al m i s m o t i e m p o referirse a Austria y Prusia como ejemplos significa r e f u t a r s e a sí mismo! [ . . . ] No se p u e d e trasladar a Rusia la consumación aleman a de la revolución burguesa, la historia alemana de la democracia, que h a d a d o todo lo q u e podía dar, la "revolución desde arrib a " llevaba a cabo en Alemania en la década del 60 y la legalidad actualmente existente en Alemania» 4 8 . Lenin n o olvidó, p o r supuesto, la necesaria autonomía del a p a r a t o estatal zarista respecto a la clase t e r r a t e n i e n t e feudal, u n a a u t o n o m í a que se inscribe en las m i s m a s e s t r u c t u r a s del absolutismo. « [ . . . ] El c a r á c t e r de clase de la m o n a r q u í a zarista n o se o p o n e en m o d o alguno a la e n o r m e a u t o n o m í a e independencia de las autoridades zaristas y de la «burocracia» desde Nicolás II h a s t a el último gendarme» 4 9 . Lenin hizo hincapié en el creciente imp a c t o del capitalismo agrario y comercial sobre la política del zarismo y en la interposición objetiva de la burguesía en sus mecanismos. Pero siempre f u e categórico en su caracterización 41 Collected Works, vol. 17, pp. 235, 187 [pp. 242, 178], Este tema vuelve una y otra vez a los escritos de Lenin de este período; véanse vol. 17, páginas 114-5, 146, 153, 233-41; vol,. 18, pp. 70-7. En un estudio posterior tendremos que volver sobre los textos cruciales de estos años para un objetivo diferente. 49 Collected Works, vol. 17, p. 363 [p. 371], Lenin insistía en que la autonomía de la burocracia zarista no se debía en modo alguno al influjo de los funcionarios burgueses en ella; sus órganos de mando estaban dirigidos por la nobleza terrateniente (p. 390). De hecho, parece probable que tras la emancipación de los siervos ia nobleza confiara más que nunca en los empleos en el aparato de Estado: véase Seton-Watson, The Russian empire, p. 405.
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de la naturaleza social básica del absolutismo r u s o de su tiempo. E n abril de 1917, Lenin a f i r m a b a inequívocamente: «Antes de la revolución de febrero-marzo de 1917, el p o d e r en Rusia estaba en m a n o s de u n a antigua clase, o sea, de la nobleza feudal terrateniente, encabezada p o r Nicolás Románov» 5 0 . La p r i m e r a f r a s e de Las tareas del proletariado en nuestra revolución, escrita i n m e d i a t a m e n t e después de su llegada a Petrogrado, dice: «El antiguo p o d e r zarista [ . . . ] sólo r e p r e s e n t a b a a u n p u ñ a d o de terratenientes feudales que dirigían toda la m a q u i n a r i a del E s t a d o (el ejército, la policía y la burocracia)» 5 1 . Esta límpida formulación era la p u r a verdad. Sus consecuencias, sin embargo, todavía no se h a n explorado. Porque, p a r a recapitular el análisis desarrollado más arriba, existía u n a dislocación e n t r e la f o r m a c i ó n social y el E s t a d o en los últimos años del zarismo. La formación social rusa era u n c o n j u n t o complejo domin a d o p o r el m o d o de producción capitalista, pero el Estado ruso seguía siendo u n absolutismo feudal. La articulación d i s j u n t a ent r e a m b o s todavía n o se h a explicado ni f u n d a m e n t a d o teóricamente. De m o m e n t o , debemos considerar las consecuencias empíricas de esta desconexión p a r a las e s t r u c t u r a s del E s t a d o ruso. H a s t a su ú l t i m a hora, el zarismo f u e u n absolutismo feudal. Incluso en su fase final continuó la expansión territorial en el exterior. Siberia se extendió m á s allá del Amur, y Vladivostok se f u n d ó en 1861. Después de dos décadas de lucha, Asia central f u e a b s o r b i d a en 1884. La rusificación administrativa y cultural se intensificó en Polonia y Finlandia. Por o t r a parte, desde el p u n t o de vista institucional, el E s t a d o era en algunos aspectos decisivos m u c h o m á s p o d e r o s o de lo que había sido cualquier absolutismo europeo, debido a su supervivencia hasta la época de industrialización europea y, p o r consiguiente, a su capacidad p a r a i m p o r t a r y apropiarse la tecnología más avanzada del m u n d o . P o r q u e el E s t a d o había a f l o j a d o su control sobre la agricultura, p o r m e d i o de la venta de sus tierras, con el solo o b j e t o de r e f o r z a r su posición en la industria. El E s t a d o había sido el p r o p i e t a r i o tradicional de las factorías m i n e r a s y metalúrgicas de los Urales y ahora financiaba y const r u í a la m a y o r p a r t e del nuevo sistema ferroviario, que representaba la segunda p a r t i d a m á s i m p o r t a n t e del presupuesto, después de las fuerzas a r m a d a s . Los contratos públicos predo50 51
Collected Works, vol. 24, p. 44 [p. 459]. Ibid., p. 57 [p. 475],
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m i n a b a n en la industria rusa: dos terceras p a r t e s de las o b r a s de ingeniería eran a s u m i d a s p o r el Estado. Los aranceles eran e x t r e m a d a m e n t e altos (cuatro veces los de Alemania o Francia y dos veces los de Estados Unidos), de tal f o r m a que el capital local dependía básicamente de la supervisión y protección estatal. El Ministerio de Hacienda m a n i p u l a b a la política de prést a m o s de la banca estatal a los empresarios privados y mantenía sobre ellos u n dominio de carácter general debido a sus i m p o r t a n t e s reservas de oro. El E s t a d o absolutista en Rusia era, pues, el dispositivo m á s i m p o r t a n t e p a r a u n a rápida industrialización desde arriba. En la época del capitalismo de laissez-faire de 1900, su impresionante papel económico n o tenía comparación en el Occidente desarrollado. Un desarrollo c o m b i n a d o y desigual p r o d u j o así en Rusia u n colosal a p a r a t o de E s t a d o que cubría y ahogaba a toda la sociedad situada p o r d e b a j o del nivel de la clase dominante. Se t r a t a b a de u n Estado q u e había integrado al c o n j u n t o de la j e r a r q u í a feudal en la burocracia, que incorporaba a la Iglesia y a la educación y supervisaba la industria m i e n t r a s e n g e n d r a b a u n e j é r c i t o y u n sistema policiaco gigantescos. Este a p a r a t o feudal t a r d í o estaba inevitablemente sobredet e r m i n a d o p o r el auge del capitalismo industrial a finales del siglo xix, del m i s m o m o d o en que las m o n a r q u í a s absolutas de Occidente habían e s t a d o s o b r e d e t e r m i n a d a s en su propia época p o r el auge del capitalismo mercantil. P a r a d ó j i c a m e n t e , sin embargo, la burguesía rusa era m u c h o más débil políticam e n t e que sus predecesoras occidentales, a u n q u e la economía que r e p r e s e n t a b a era m u c h o más f u e r t e de lo que había sido la de aquéllas d u r a n t e la época de transición en Occidente. Las razones históricas de esta debilidad son m u y conocidas y se repiten con insistencia en las obras de Trotski y Lenin: ausencia de u n a r t e s a n a d o pequeño-burgués, reducido n ú m e r o de burgueses debido a las grandes empresas, m i e d o a u n a t u m u l t u o s a clase obrera, dependencia de los aranceles, créditos y contratos del Estado. «Mientras m á s se va hacia el este, m á s cobarde y débil es la burguesía», p r o c l a m a b a el p r i m e r manifiesto del POSDR (Partido O b r e r o Social D e m ó c r a t a Ruso). Sin embargo, el E s t a d o absolutista r u s o n o d e j ó de revelar la huella de la clase que se convirtió en su t a c i t u r n o y t i m o r a t o auxiliar m á s que en su antagonista. Del m i s m o m o d o en que la venta de c a i g a s en u n a época a n t e r i o r ofreció u n registro sensible de la presencia s u b o r d i n a d a de la clase mercantil en las formaciones sociales de Occidente, así también la evidente contradicción
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b u r o c r á t i c a e n t r e los dos pilares básicos del E s t a d o ruso, el Ministerio del I n t e r i o r y el Ministerio de Hacienda, f u e u n signo de los «efectos» del capital industrial en Rusia. E n la década de 1890 existió u n conflicto constante e n t r e estas instituciones centrales 5 2 . El Ministerio de Hacienda seguía u n a política q u e concordaba con los objetivos ortodoxos de la burguesía. Sus inspectores de fábrica apoyaban a los p a t r o n o s en su negativa a h a c e r concesiones salariales a los obreros; el Ministerio era hostil a las c o m u n a s de aldea, que r e p r e s e n t a b a n un obstáculo p a r a el m e r c a d o libre de la tierra. El Ministerio del Interior, t r a b a d o en su lucha con el de Hacienda, estaba obsesionado p o r el m a n t e n i m i e n t o de la seguridad política del E s t a d o feudal. Su principal preocupación era la de prevenir los desórdenes públicos y las luchas sociales. Para conseguir estos objetivos, su red represiva de espías y provocadores policiacos era inmensa. Al m i s m o tiempo, sin embargo, sentía poca simpatía p o r los intereses corporativos del capital industrial. Así, presionaba a los p a t r o n o s p a r a q u e hicieran concesiones económicas a los o b r e r o s de f o r m a que p u d i e r a evitarse el peligro de sus peticiones políticas. El Ministerio del Interior suprimía todas las huelgas, que de todas f o r m a s e r a n ilegales, p e r o p r e t e n d í a m a n t e n e r u n c u e r p o p e r m a n e n t e de policías d e n t r o de las fábricas p a r a que estudiasen las condiciones de t r a b a j o y garantizasen así que n o surgirían explosiones de descontento. N a t u r a l m e n t e , los p a t r o n o s y el Ministerio de Hacienda se resistían a esa pretensión, de lo que se siguió una lucha p a r a el control de la inspección de fábricas que el Ministerio de Hacienda sólo p u d o conservar t r a s u n c o m p r o m i s o de colaboración con la policía. En el campo, el Ministerio del I n t e r i o r m i r a b a con p a t e r n a l i s m o b u r o c r á t i c o a las comunas aldeanas (de las q u e él —y n o el Ministerio de Hacienda— rec a u d a b a impuestos) p o r q u e las consideraba c o m o los bastiones de u n a tradición sumisa y c o m o b a r r e r a s c o n t r a la agitación revolucionaria. E s t a comedia de contrastes reaccionarios culminó con la invención de sindicatos controlados p o r la p o licía, p o r el Ministerio del I n t e r i o r y la institución de leyes laborales p o r el verdugo Plehve. Los resultados de boomerang de este e x p e r i m e n t o —la Zubatovshchina—, que finalmente c o n d u j e r o n a Gapón, son bien conocidos. Lo que aquí tiene m á s i m p o r t a n c i a es esta tentativa final y delirante del E s t a d o
H Hay un instructivo análisis de sus contradicciones en Seton-Watson, The decline of imperial Russia, pp. 114, 126-9, 137-8, 143.
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absolutista, que t r a s h a b e r i n c o r p o r a d o en u n m o m e n t o u o t r o a la nobleza, la burguesía, el campesinado, la educación, el e j é r c i t o y la industria, quiso p r o d u c i r incluso sus propios sindicatos b a j o la égida de la autocracia. La lapidaria f r a s e de Gramsci de que «en Oriente [ R u s i a ] el E s t a d o lo era todo, la sociedad civil era p r i m o r d i a l y gelatinosa» 5 3 , encierra, pues, u n a v e r d a d histórica. Gramsci, sin embargo, n o cayó en la cuenta de por qué esto era así: n o podía d a r u n a definición científica del carácter histórico del E s t a d o absolutista en Rusia. Nosotros tenemos ya la posibilidad de r e m e d i a r esta laguna de su texto. Cuando se sitúa al absolutismo r u s o en u n a perspectiva histórica europea, todo vuelve a su v e r d a d e r o lugar. Su situación se hace inmed i a t a m e n t e evidente. La autocracia era u n E s t a d o feudal, aunq u e Rusia en el siglo xx era u n a f o r m a c i ó n social mixta, dominada r*or el m o d o de producción capitalista: u n dominio cuyos efectos r e m o t o s podían leerse en las e s t r u c t u r a s del zarismo. Su t i e m p o n o era el del imperio guillermino o el de la I I I República, que eran sus rivales o aliados: sus verdaderos c o n t e m p o r á n e o s eran las m o n a r q u í a s absolutas de la transición del f e u d a l i s m o al capitalismo en Occidente. La crisis del feudalismo en el oeste p r o d u j o u n absolutismo que sucedió a la serv i d u m b r e ; la crisis del feudalismo en el este p r o d u j o u n absol u t i s m o que institucionalizó la servidumbre. A p e s a r de su com ú n naturaleza y funciones de clase, el ancien régime r u s o sobrevivió a sus equivalentes occidentales t a n t o tiempo debido a q u e nació de u n a diferente matriz. Al final, el absolutismo ruso sacó su gran fuerza del m i s m o advenimiento del capitalismo industrial, i m p l a n t á n d o l o b u r o c r á t i c a m e n t e desde arriba, del m i s m o m o d o que sus predecesores occidentales habían p r o m o v i d o antes el capitalismo mercantil. Los a n t e p a s a d o s de Witte f u e r o n Colbert u Olivares. El desarrollo internacional del imperialismo capitalista, q u e irradió al imperio r u s o desde Occidente, f u e lo que hizo posible esta combinación de la tecnología m á s avanzada del m u n d o industrial con la m o n a r q u í a m á s arcaica de E u r o p a . Finalmente, p o r supuesto, el imperia53 El objetivo de Gramsci era comparar Rusia con Europa occidental: «en Occidente existía una relación directa entre el Estado y la sociedad civil, y cuando el Estado temblaba, inmediatamente se revelaba la firme estructura de la sociedad civil». Quaderni del carcere, p. 866. En otro estudio volveremos detenidamente sobre las implicaciones de este pasaje crucial, en el que Gramsci intentaba analizar los diferentes problemas estratégicos a los que se enfrentaba el movimiento obrero en Europa oriental y occidental durante el siglo xx.
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lismo, que había a r m a d o al a b s o l u t i s m o r u s o en u n p r i m e r m o m e n t o , lo acabó ahogando y destruyendo: la p r u e b a de la p r i m e r a guerra mundial fue d e m a s i a d o p a r a él S4 . Puede decirse con toda razón que estaba literalmente «fuera de su elemento» en u n a confrontación directa e n t r e los estados industriales imperialistas. En f e b r e r o de 1917, las m a s a s t a r d a r o n u n a semana en d e r r u m b a r l o . Si todo es así, hay que tener el c o r a j e de sacar las consecuencias. La revolución rusa no se hizo en modo alguno contra un Estado capitalista. El zarismo que cayó en 1917 era u n apar a t o feudal: el Gobierno Provisional n u n c a tuvo t i e m p o de sustituirlo con u n a p a r a t o b u r g u é s nuevo y estable. Los bolcheviques hicieron u n a revolución socialista, p e r o desde el principio hasta el fin n u n c a se e n f r e n t a r o n contra el enemigo central del movimiento o b r e r o de Occidente. En este sentido, la intuición m á s p r o f u n d a de Gramsci era correcta: después de la revolución de Octubre, el m o d e r n o E s t a d o capitalista de Europa occidental era todavía u n o b j e t o político nuevo p a r a la teoría m a r x i s t a y p a r a la práctica revolucionaria. La p r o f u n d a crisis que sacudió en los años 1917-20 a t o d o el continente, asolado p o r la guerra, dejó su específica y significativa herencia. La p r i m e r a guerra mundial acabó con la vieja historia del absolutismo europeo. El E s t a d o imperial r u s o f u e d e r r o c a d o p o r u n a revolución proletaria. El E s t a d o imperial austríaco f u e b a r r i d o del m a p a p o r u n a revolución nacional burguesa. La destrucción y desaparición de a m b o s f u e p e r m a n e n t e . La causa del socialismo t r i u n f ó en Rusia en 1917 y palpitó b r e v e m e n t e en Hungría en 1919. Sin embargo, en Alemania, clave estratégica de Europa, la t r a n s m u t a c i ó n capitalista de la m o n a r q u í a p r u s i a n a garantizó la supervivencia íntegra del viejo a p a r a t o de E s t a d o hasta la época de Versalles. Los dos grandes y últimos estados feudales de E u r o p a oriental cayeron f r e n t e a revoluciones populares de c a r á c t e r contradictorio. El E s t a d o capitalista, que había sido d u r a n t e cierto t i e m p o su consorte legitimista, resistió a todas las insurrecciones revolucionarias en medio de la desesperación y la r u i n a provocadas p o r su propia d e r r o t a a n t e 54 El imperialismo zarista era, naturalmente, una mezcla de expansión feudal y capitalista, con una preponderancia inevitable y fundamental del componente feudal. Lenin tuvo cuidado de hacer en 1915 esta necesaria distinción: «En Rusia, el imperialismo capitalista de tipo moderno se ha puesto plenamente de manifiesto en la política del zarismo con respecto a Persia, Manchuria y Mongolia; pero lo que en general predomina en Rusia es el imperialismo militar y feudal.» Collected Works, vol. 21, p. 306 [Obras Completas, vol. 22, p. 411],
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la E n t e n t e . El f r a c a s o de la revolución de Noviembre en Alemania, t a n t r a s c e n d e n t a l p a r a la historia de E u r o p a como el éxito de la revolución de Octubre en Rusia, se enraiza en la distinta naturaleza de la m á q u i n a estatal con la que cada u n a de ellas se e n f r e n t ó . Los m e c a n i s m o s de la d e r r o t a y la victotoria socialista de estos años están í n t i m a m e n t e relacionados con los p r o b l e m a s más p r o f u n d o s de la democracia b u r g u e s a y proletaria que, teórica y prácticamente, todavía están p o r resolver en la segunda m i t a d del siglo xx. H a s t a el momento presente, todavía n o se h a n explorado en p r o f u n d i d a d las lecciones y las consecuencias políticas que encierra la caída del zarismo p a r a el estudio c o m p a r a d o de las formaciones sociales contemporáneas. E n este sentido, todavía está p o r realizar el o b i t u a r i o histórico del zarismo q u e expiró en 1917.
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La p r i m e r a guerra mundial, que e n f r e n t ó a los grandes estados capitalistas del oeste y destrozó a los últimos estados feudales del Este, tuvo su origen en un rincón de E u r o p a en el que el absolutismo nunca echó raíces. Los Balcanes constituían u n a subregión geopolítica diferente, cuya evolución anterior la alejaba del r e s t o del continente. Esta ausencia de u n a integración tradicional y estable en el sistema internacional de estados de finales del siglo xix y principios del xx fue, precisamente, lo q u e convirtió a los Balcanes en el «polvorín» de E u r o p a que, al final, hizo estallar la conflgración de 1914. El modelo de desarrollo de este sector del continente proporciona así un control y u n epílogo aduecados al e s t u d i o del absolutismo. Dur a n t e toda su existencia en el continente europeo, el imperio o t o m a n o se m a n t u v o c o m o u n a f o r m a c i ó n social aparte. Los Balcanes situados b a j o el dominio de la P u e r t a aparecen separados del p a n o r a m a general de E u r o p a a causa del sometimiento islámico. Sin embargo, la dinámica y las e s t r u c t u r a s reguladoras del E s t a d o t u r c o tienen u n alto significado c o m p a r a t i v o p o r el contraste q u e p r e s e n t a n respecto a todas las variantes del absolutismo europeo. Por o t r a parte, el c a r á c t e r del sistema o t o m a n o p r o p o r c i o n a la explicación básica de p o r qué la península balcánica continuó evolucionando, t r a s la ú l t i m a crisis medieval, de a c u e r d o con u n a s p a u t a s c o m p l e t a m e n t e distintas a las del r e s t o de E u r o p a y cuyos resultados p e r d u r a r o n hasta bien e n t r a d o el siglo xx. Los guerreros turcos que invadieron Anatolia oriental en el siglo xi eran todavía unos n ó m a d a s del desierto. Sus éxitos en Asia Menor, donde los á r a b e s habían fracasado, se debían en p a r t e a la similitud del m e d i o climático y geográfico con el de las planicies f r í a s y secas del Asia central, de las que procedían: el camello de Bactria, su m e d i o esencial de t r a n s p o r t e , se a d a p t a b a p e r f e c t a m e n t e a las altiplanicies de Anatolia que, p o r el contrario, e r a n impracticables p a r a el d r o m e d a r i o tropical á r a b e A p e s a r de todo, los turcos n o llegaban únicamen1 Xavier de Planhol, Les fondements l'Islam, París, 1968, pp. 39-44, 208-9.
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te c o m o primitivos h a b i t a n t e s de las estepas. A p a r t i r del siglo ix, m u c h o s esclavos turcos, procedentes del Asia central, habían servido en el Oriente Medio a las dinastías abásida y fatimita c o m o simples soldados y c o m o oficiales, o c u p a n d o a m e n u d o los puestos m á s altos. Su analogía con el papel de las tribus g e r m a n a s fronterizas en el imperio r o m a n o t a r d í o se ha destacado con frecuencia. Cincuenta años a n t e s de la batalla de Manzikert, los selyúcidas habían b a j a d o de sus oasis de T u r k e s t á n hasta Persia y Mesopotamia, d e r r o c a n d o al languideciente E s t a d o de los búyidas y c r e a n d o el gran imperio selyúcida con capital en Bagdad. La m a y o r p a r t e de estos conquistadores turcos se hicieron sedentarios al t r a n s f o r m a r s e en administración y ejército profesionales del nuevo sultanato, que, p o r su parte, heredó y asimiló las antiguas y afincadas tradiciones u r b a n a s del «Viejo Islam», con sus p r o f u n d a s influencias persas, p a s a d a s p o r el tamiz del legado del califato abásida. Al m i s m o tiempo, sin embargo, u n a p e r m a n e n t e zona fronteriza de n ó m a d a s t u r c o m a n o s n o pacificados presionaba de f o r m a desordenada sobre los límites del nuevo imperio. Con o b j e t o de acorralar y disciplinar a esos grupos, Alp Arslan se dirigió al Cáucaso y, en su camino, se e n c o n t r ó casualmente con la decisiva destrucción del e j é r c i t o bizantino en Manzik e r t 2 . Como h e m o s visto antes, a esta victoria n o siguió ninguna invasión organizada de Anatolia p o r el sultanato selyúcida: sus preocupaciones militares se dirigían hacia el Nilo, p e r o no hacia el Bosforo. Quienes h e r e d a r o n los f r u t o s de Manzikert f u e r o n los pastores t u r c o m a n o s , que a p a r t i r de entonces pudieron a d e n t r a r s e sin ningún obstáculo en el interior de Anatolia. Estos guerreros y aventureros fronterizos n o sólo b u s c a b a n tierras p a r a sus rebaños, sino que, p o r u n proceso de autoselección, e s t a b a n m a r c a d o s p o r el sello gazi, u n a fe m u s u l m a n a militante, de cruzada, q u e rechazaba cualquier a c u e r d o con los infieles, como los que rechazaban a los estados establecidos del Viejo I s l a m 3 . Sin embargo, u n a vez que Anatolia quedó efectivamente o c u p a d a p o r las sucesivas oleadas de emigración llegadas e n t r e los siglos xi y x m , el m i s m o conflicto se r e p r o d u j o en Asia Menor. El n u e v o s u l t a n a t o selyúcida de Rum, c e n t r a d o en Konya, reconstruyó m u y p r o n t o 2 C. Cahen, «La campagne de Manzikert d'aprés les sources musulmanes», Byzantion, ix, 1934, pp. 621-42. 5 Paul Wittek, The rise of the Ottoman empire, Londres, 1963, pp. 17-20. Esta breve y brillante monografía es la obra básica sobre la naturaleza de la primera expansión otomana.
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u n p r ó s p e r o E s t a d o de inspiración persa que tuvo constantes p r o b l e m a s con los emiratos gazis, m u c h o m á s anárquicos, q u e le rodeaban, especialmente el de Danishmend, al que finalmente llegaron a dominar. Sin embargo, todos los estados turcos rivales de Anatolia, de cualquier tipo que fuesen, se rindieron m u y p r o n t o a n t e las invasiones mogolas del siglo X V I I . La región volvió a ser u n mosaico de pequeños e m i r a t o s y de pastores errantes. En m e d i o de esta confusión surgió, a p a r t i r de 1302, el sultanato osmanli p a r a convertirse en el p o d e r domin a n t e no sólo en Turquía, sino en todo el m u n d o islámico. La dinámica peculiar del E s t a d o otomano, que lo situó m u y p o r delante de sus rivales de Anatolia, radica en su original combinación de principios gazis y del Viejo I s l a m 4 . Fortuitam e n t e situado inicialmente en las planicies niceas, contiguas a los restos del imperio bizantino, su cercanía fronteriza con el m u n d o cristiano m a n t u v o en toda su plenitud el fervor militar y religioso, m i e n t r a s que los otros e m i r a t o s del interior caían en u n a relativa laxitud. Los dirigentes osmanlis se concibieron desde el principio como misioneros gazi en guerra santa cont r a los infieles. Al m i s m o tiempo, su t e r r i t o r i o se extendía a lo largo de la principal r u t a comercial del Asia Menor, y de ahí q u e a t r a j e r a t a n t o a m e r c a d e r e s y a r t e s a n o s como a los ulem a s religiosos, que e r a n los elementos sociales indispensables p a r a el viejo E s t a d o islámico, con u n a solidez institucional incompatible con el n o m a d i s m o y la idea de cruzada. De este modo, el sultanato osmanli, que desde 1300 a 1350 se había fortalecido en la práctica continua de la guerra, llegó a u n i r la complejidad legal y administrativa de las viejas ciudades islámicas con el f u r i o s o celo militar y proselitista de los gazi fronterizos. Al m i s m o tiempo, algunos de sus impulsos sociales 4 Wittek, The rise of the Ottoman empire, pp. 3746. El análisis del doble principio del Estado otomano realizado por Wittek es, en realidad, un eco indirecto de la célebre división de la historia islámica, hecha por Ibn Jaldun, en fases alternas de asabiyya nómada (caracterizada por el fervor religioso, la solidaridad social y el valor militar) y de farágh o dia urbana (caracterizada por la prosperidad económica, la complejidad administrativa y el ocio cultural), a las que consideraba mutuamente incompatibles, porque la civilización urbana era incapaz de resistir la conquista nómada, y la fraternidad nómada era incapaz de sobrevivir dentro de la corrupción urbana, lo que provocaba una historia cíclica de formación y desintegración del Estado. El estudio de Wittek sobre el imperio otomano puede leerse como una inversión sutil de esa hipótesis: en el Estado turco se realiza por vez primera la armonía estructural de los dos principios contradictorios del desarrollo político islámico.
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básicos procedían aún de la b ú s q u e d a n ó m a d a de tierra, que había sido la fuerza impulsora de la p r i m e r a ocupación t u r c a de Anatolia 5 . La expansión territorial f u e t a m b i é n u n proceso de colonización económica y demográfica. La E u r o p a cristiana sintió m u y p r o n t o el potencial explosivo de esta f ó r m u l a política. Conocemos bien el avance triunfal de los ejércitos turcos en los Balcanes, alcanzando el interior de la península y r o d e a n d o a la cercada capital bizantina. En 1354, los turcos se habían establecido en Gallípolis; en 1361 t o m a r o n Adrianópolis; en 1389, las fuerzas servias, bosnias y búlgaras f u e r o n aniquiladas en Kosovo, con lo q u e q u e d ó destrozada la resistencia eslava organizada en la m a y o r p a r t e de la zona. Tesalia, Morea y D o b r u d j a f u e r o n t o m a d a s poco después. E n 1396, la cruzada que se envió p a r a detener su avance f u e d e r r o t a d a en Nicópolis. A e s t o siguió u n a breve p a u s a c u a n d o el e j é r c i t o de Bayaceto, que estaba ocupado en anexionar p o r la fuerza los e m i r a t o s m u s u l m a n e s de Anatolia, se e n c o n t r ó con las huestes de Tamerlán, q u e recorrían la zona, y f u e liquidado en Ankara, en b u e n a medida p o r q u e sus contingentes gazi desertaron ante lo que creían u n a causa p r o f a n a y fratricida. Llam a d o de nuevo a su vocación religiosa, el E s t a d o osmanli se reconstruyó l e n t a m e n t e en los cincuenta años siguientes al o t r o lado del Bosforo y t r a n s f i r i e n d o su capital a Adrianópolis, en p r i m e r a línea de la guerra con la c r i s t i a n d a d 6 . En 1453, Mehmet II t o m ó Constantinopla. En la década de 1460 f u e r o n t o m a d a s Bosnia, en el n o r t e y el e m i r a t o k a r a m á n i d a en Cilicia. En la década de 1470, el j a n a t o t á r t a r o de Crimea f u e reducido a la condición de vasallo y u n a guarnición t u r c a se estableció en Caffa. En los p r i m e r o s veinte años del siglo xvi, Selim I conquistó Siria, Egipto y el Hejaz. En la década siguiente, los o t o m a n o s t o m a r o n Belgrado, sometieron la m a y o r p a r t e de Hungría y sitiaron a la m i s m a Viena. En esos mom e n t o s ya había sido invadida la m a y o r p a r t e de la península balcánica. Grecia, Servia, Bulgaria, Bosnia y Hungría oriental eran provincias o t o m a n a s . Moldavia, Valaquia y Transilvania 5 Ernst Werner, Die Geburt einer Grossmacht: die Osmanen, pp. 19, 95. La obra de Werner es el principal estudio marxista sobre la expansión del poderío otomano: su crítica del olvido por Wittek del hambre tribal de tierra que mueve el primer expansionismo osmanli está basado, sin embargo, en las investigaciones del historiador turco Omer Barkan. 6 P. Wittek, «De la défaite d'Ankara á la prise de Constantinople (un demi-siécle d'histoire ottomane)», Revue des Etudes Islamiques, I, 1948, páginas 1-34.
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e r a n principados tributarios, b a j o s o b e r a n o s cristianos satélites, rodeados p o r territorios del Danubio y el Dniester, dominados d i r e c t a m e n t e p o r los turcos. El m a r Negro era u n lago otomano. En Oriente Medio, m i e n t r a s tanto, f u e anexionado I r a k y el Cáucaso f u e a b s o r b i d o i n m e d i a t a m e n t e después. En el Magreb, Argel, Trípoli y Túnez f u e r o n sometidas sucesivam e n t e a la soberanía turca. A p a r t i r de entonces, el sultán f u e califa de todas las tierras sunnitas del Islam. E n el m o m e n t o de su apogeo b a j o Solimán I, a mediados del siglo xvi, el reino osmanli era el imperio m á s poderoso del m u n d o . Eclipsando a su m á s cercano rival europeo, Solimán I gozaba de u n o s ingresos que doblaban los de Carlos V. ¿Cuál era la naturaleza de este coloso asiático? Sus contornos o f r e c e n u n e x t r a ñ o contraste con los del c o n t e m p o r á n e o a b s o l u t i s m o europeo. El f u n d a m e n t o económico del despotism o osmanli era la ausencia p r á c t i c a m e n t e total de propiedad privada de la t i e r r a 7 . Toda la tierra cultivable o pastoril del imperio se consideraba p a t r i m o n i o personal del sultán, con excepción d e los lotes religiosos o waqfi. Según la teoría política otomana, el a t r i b u t o f u n d a m e n t a l de la soberanía e r a el derecho ilimitado del sultán a explotar t o d a s las f u e n t e s de riqueza de su reino como sus posesiones i m p e r i a l e s E n consecuencia, n o podía existir u n a nobleza estable y hereditaria en ' Para Marx, ésta era la característica fundamental de todas las formas de lo que, siguiendo una antigua tradición, llamó «despotismo asiático». Al comentar la célebre descripción de la India de los mogoles, hecha por Bernier Marx escribió a Engels: «Bernier piensa con razón que la base de todos los fenómenos del Este —se refiere a Turquía, Persia e Indostán— es la ausencia de propiedad privada de la tierra. Esta es la verdadera clave, incluso del cielo oriental» (Selected correspondence, página 81 [Correspondencia, p. 62]). Los comentarios de Marx sobre el «modo de producción asiático» plantean muchos problemas, que analizaremos más adelante. Si conservamos, por el momento, el uso del término «despotismo» para el Estado otomano, debe entenderse en un sentido estrictamente provisional y meramente descriptivo. En esta época todavía faltaban los conceptos científicos para el análisis de los estados orientales. • H. A. R. Gibb y H. Bowen, Islamic society and the West, vol. I, parte i, Londres, 1950, pp. 236-7. Las casas, las viñas y los huertos situados dentro del recinto de la aldea eran propiedad privada (mulk), como lo era también la mayor parte de la tierra urbana (el significado de estas excepciones —horticultura y ciudades— se estudiará en su contexto islámico general). En 1528, alrededor del 87 por 100 de la tierra otomana era rniri o propiedad del Estado: Halil Inalcik, The Ottoman empire, Londres, 1973, p. 110. ' Stanford Shaw expresa gráficamente esta concepción en «The Ottoman view of the Balkans», en C. y B. Jelavich, comps., The Balkans in transition, Berkeley y Los Angeles, 1963, pp. 59-60.
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el imperio, p o r q u e n o había ninguna propiedad segura q u e pudiera f u n d a m e n t a r l a . La riqueza y el h o n o r e r a n t é r m i n o s equiparables al Estado, y el rango era u n a simple función de la posición que se tuviera en él. El E s t a d o se dividía de f o r m a c o n f u s a en dos columnas paralelas, q u e los historiadores europeos (pero no los propios pensadores otomanos, lo que es significativo) llamaron p o s t e r i o r m e n t e la «institución de gobierno» y la «institución m u s u l m a n a (o religiosa)», a u n q u e n u n c a existió u n a separación absoluta e n t r e a m b a s 10. La institución de gobierno c o m p r e n d í a todo el a p a r a t o militar y b u r o c r á t i c o del imperio. La inmensa m a y o r p a r t e de su e s t r a t o superior estaba f o r m a d a p o r esclavos ex cristianos, cuyo núcleo había sido reclutado gracias a la invención de la devshirme. E s t a institución, p r o b a b l e m e n t e creada en la década de 1380, f u e la expresión más notable de la interpenetración de los principios gazi y de los principios del Viejo Islam que definió al c o n j u n t o del sistema o t o m a n o ascendente Todos los años se reclutab a n niños varones de las familias cristianas de las poblaciones sometidas de los Balcanes. Una vez a r r e b a t a d o s a sus padres, se enviaban a Constantinopla o Anatolia, p a r a ser educados en la fe m u s u l m a n a y p r e p a r a d o s p a r a los puestos de m a n d o en el ejército o la administración c o m o servidores inmediatos del sultán. De esta f o r m a se conciliaban la tradición gazi, de conversión religiosa y expansión militar, y la tradición del Viejo Islam, de tolerancia y recaudación de t r i b u t o s de los n o creyentes. La devshirme p r o p o r c i o n a b a e n t r e 1.000 y 3.000 reclutas esclavos p a r a la institución de gobierno todos los años. A este n ú m e r o se añadían otros 4.000 ó 5.000 prisioneros de guerra o c o m p r a d o s en el e x t r a n j e r o , que p a s a b a n p o r el m i s m o proceso de a d i e s t r a m i e n t o p a r a su elevación a la prepotencia y la s e r v i d u m b r e 12. Constituido de esta f o r m a , el c u e r p o de escla111 Las expresiones «Ruling Institution» (institución de gobierno) y «Muslim Institution» (institución musulmana) fueron acuñadas por vez primera por A. H. Lybyer, The government of the Ottoman empire in the time of Suleiman the Magnificent, Cambridge (Massachusetts), 1913, páginas 36-8. N. Itzkowits ha criticado su general aceptación por los investigadores posteriores en «Eighteenth century Ottoman realities», Studia Islamica, xvi, 1962, pp. 81-2, pero sin aportar ninguna prueba decisiva contra su uso para el siglo xvi. 11 S. Vryonis, «Isidore Glabas and the Turkish devshirme», Speculum, xxxi, julio de 1956, 3, pp. 433-43, ha establecido la cronología moderna de la institución. Inalcik, The Ottoman empire, p. 78; L. S. Stavrianos, The Balkans
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vos del sultán s u m i n i s t r a b a los rangos más altos de la burocracia imperial, desde el s u p r e m o cargo de gran visir h a s t a los puestos provinciales de beylerbeys y sanjakbeys, y proporcion a b a a d e m á s la totalidad del e j é r c i t o p e r m a n e n t e de la Puerta, c o m p u e s t o p o r la caballería especial de la capital y los famosos regimientos jenízaros, que constituían los ejércitos selectos de infantería y artillería del p o d e r í o otomano. (Una de las principales funciones de la devshirme consistía, precisamente, en p r o p o r c i o n a r u n o s soldados de a pie disciplinados y dignos de confianza en u n a época en la que el p r e d o m i n i o internacional de la caballería estaba llegando a su fin y los jinetes turcomanos se e s t a b a n m o s t r a n d o c o m o material poco propicio p a r a su conversión en u n a infantería profesional.) La s o r p r e n d e n t e p a r a d o j a de u n a sinarquía de esclavos —inconcebible en el feudalismo europeo— tiene su explicación inteligible en el m a r c o del c o n j u n t o del sistema social del despotismo osmanli 1 3 , porque había u n vínculo e s t r u c t u r a l e n t r e la ausencia de propiedad privada de la tierra y la i m p o r t a n c i a de la propiedad estatal de los h o m b r e s . En efecto, c u a n d o el estricto concepto j u r í d i c o de propiedad f u e s u p r i m i d o en el t e r r e n o fund a m e n t a l de la riqueza básica de la sociedad, se disolvieron y t r a n s f o r m a r o n p o r el m i s m o hecho las connotaciones convencionales de posesión en el á m b i t o de la m a n o de obra. Una vez
since 1453, Nueva York, 1958, p. 84. De forma excepcional, la devshirme se extendió en Bosnia a las familias musulmanas locales. " Naturalmente, el sistema otomano tenía profundas raíces en las anteriores tradiciones musulmanas. Como veremos, las élites de guardias y jefes esclavos tenían precedentes significativos en la historia islámica. La condición histórica del dominio político de estas tropas palatinas era la ausencia de utilización económica del trabajo esclavo en la rama de producción dominante, la agricultura. El mundo musulmán importaba tradicionalmente esclavos para su uso doméstico y suntuario, que siempre se distinguieron radicalmente de los privilegiados esclavos «militares». La esclavitud sólo fue predominante en la economía agraria en el caso excepcional del sur de Irak durante la época de los abasidas, episodio relativamente breve que provocó las insurrecciones Zany a finales del siglo ix. Parece que en el imperio turco algunas tierras situadas fuera del sistema agrario normal fueron cultivadas por aparceros esclavos, adquiridos en el extranjero mediante la guerra o la compra. Pero esta fuerza de trabajo marginal llegó a asimilarse durante el siglo xvi, por lo general, a la condición del campesino ordinario. Al mismo tiempo, el monopolio legal de la tierra del que disfrutaban los sultanes otomanos también se basaba en anteriores tradiciones islámicas, que databan de las primeras conquistas árabes en el Oriente Próximo. Estos dos caracteres del sistema turdo no eran, pues, fenómenos arbitrarios ni aislados, sino la culminación de un largo y coherente desarrollo histórico, d#i que nos ocuparemos más adelante.
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que la propiedad de la tierra era prerrogativa de la Puerta, ya n o era d e g r a d a n t e ser propiedad h u m a n a del sultán: la «esclavitud» ya n o se definía p o r oposición a la «libertad», sino p o r la cercanía al acceso a la dirección del imperio, u n a cercanía necesariamente ambigua que implicaba la h e t e r o n o m í a m á s completa, el privilegio sin límites y el poder. La p a r a d o j a de la devshirme era, pues, p e r f e c t a m e n t e lógica y funcional en su m á s alto g r a d o d e n t r o de la sociedad o t o m a n a . Por otra parte, el c u e r p o de esclavos del sultán n o agotaba toda la institución de gobierno, sino que coexistía con el nativo e s t r a t o militar islámico de guerreros sipahis, que o c u p a b a n d e n t r o del sistema u n a posición muy diferente p e r o complementaria. Estos soldados m u s u l m a n e s de a caballo constituían u n a caballería «territorial» en las provincias y se a l o j a b a n en las propiedades territoriales del sultanato, o timars (que en algunos casos podían f o r m a r u n i d a d e s más grandes, o ziamets), de las que podían recibir u n o s ingresos c u i d a d o s a m e n t e establecidos a c a m b i o del servicio militar q u e p r e s t a b a n . La r e n t a p r o c e d e n t e del timar d e t e r m i n a b a la a m p l i t u d de las obligaciones de su titular: p o r cada 3.000 aspers, los timariot tenían q u e p r o p o r c i o n a r u n jinete adicional. Los sipahis f u e r o n establecidos p o r M u r a d I en la década de 1360, y se h a e s t i m a d o q u e en 1475 había unos 22.000 en Rumelia y 17.000 en Anatolia, donde los timars eran n o r m a l m e n t e más pequeños 1 4 . La reserva total de caballería que podía movilizarse gracias a este sistem a era, p o r supuesto, m u c h o mayor. Había u n a competencia continua p o r los timars en las f r o n t e r a s europeas del imperio; e n t r e otros, los jenízaros victoriosos las recibían como p r e m i o a sus servicios. La P u e r t a n u n c a extendió p l e n a m e n t e este sist e m a hasta las m á s r e m o t a s tierras árabes, conquistadas en su r e t a g u a r d i a a principios del siglo xvi, donde podía prescindir de los servicios de caballería que necesitaba en sus f r o n t e r a s cristianas y en las zonas t u r c a s situadas i n m e d i a t a m e n t e detrás. Así, las provincias de Egipto, Bagdad, Basora y el golfo Pérsico n o tenían tierras timar, p e r o e s t a b a n guarnecidas p o r t r o p a s jenízaras y pagaban u n a suma anual f i j a al tesoro central en concepto de impuestos. E s t a s regiones tenían en el imperio u n a función económica m u c h o m á s i m p o r t a n t e que la 14 Inalcik, The Ottoman empire, pp. 108, 113. La historia otomana ha sido todavía poco investigada: las estimaciones estadísticas discrepan normalmente según las diferentes autoridades. El mismo estudio de Inalcik contiene dos datos aparentemente contradictorios sobre el número de sipahis en el reinado de Solimán I: pp. 48 y 108.
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militar. El e j e original del o r d e n o t o m a n o p a s a b a a través de los Estrechos, y las instituciones que prevalecían en las «madres patrias» de Rumelia y Anatolia —sobre t o d o Rumelia— f u e r o n las q u e definieron su f o r m a básica. En el imperio otomano, los timariots y los zaims represent a b a n la analogía m á s cercana a u n a clase de caballeros. Pero las propiedades timar n o eran, en m o d o alguno, verdaderos feudos. Aunque los sipahis realizasen en sus localidades algunas funciones administrativas y de policía p a r a el sultanato, no ejercían u n dominio feudal o u n a jurisdicción señorial sobre los campesinos q u e t r a b a j a b a n en sus timars. Los timariots no d e s e m p e ñ a b a n p r á c t i c a m e n t e ningún papel en la producción rural, sino que eran elementos exteriores a la economía agraria. Los campesinos tenían u n a seguridad hereditaria sobre las parcelas que cultivaban, m i e n t r a s que los timariots carecían de ella: los timars n o se podían h e r e d a r , y a la llegada de cada nuevo sultán e r a n cambiados sistemáticamente p a r a impedir que los timariots se hicieran f u e r t e s en ellos. Los timars, más cercanos jurídica y etimológicamente al sistema pronoia que les precedió, tenían u n alcance m u c h o m á s limitado y estaban controlados desde el c e n t r o con m á s firmeza de lo que había e s t a d o el sistema griego 1 5 . E n el i m p e r i o o t o m a n o c o m p r e n d í a n menos de la m i t a d de las tierras cultivadas de Rumelia y Anatolia, el r e s t o de las cuales (excepto los waqfs) estaba reservad o p a r a el uso directo del sultán, de la familia imperial o de los altos funcionarios de palacio El e s t r a t o timariot era, pues, en esta época, u n c o m p o n e n t e económica y políticamente subordinado, a u n q u e poderoso, del o r d e n dominante. Relativamente s e p a r a d a del c o m p l e j o burocrático-militar de la «institución de gobierno» e s t a b a la «institución musulmana», que c o m p r e n d í a el a p a r a t o religioso, legal y educativo del Est a d o y estaba dirigida, con pocas excepciones, p o r nativos islámicos ortodoxos. Los jueces (kadis), los teólogos (ulemas), los m a e s t r o s (medresas) y u n a masa de otros clérigos estipendiarios llevaban a cabo las tareas ideológicas y jurídicas esenciales del sistema o t o m a n o de dominación. La cima de la «institución m u s u l m a n a » era el m u f t i de E s t a m b u l , o Sheikh ul-Islam, s u p r e m o dignatario religioso que i n t e r p r e t a b a p a r a los creyentes la ley sagrada de la Saria. La doctrina islámica nun" S. Vryonis, «The Byzantine legacy and Ottoman forms», Dumbarton Oaks Papers, 1969-70, pp. 273-5. 16 Gibb y Bowen, Jslamic society and the West, I, 1, pp. 45-56; L. Stavrianos, The Balkans since 1453, pp. 86-7, 99-100.
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ca había a d m i t i d o u n a separación o distinción e n t r e la Iglesia y el Estado; esta idea apenas tenía algún sentido p a r a ella. El imperio osmanli f u e el p r i m e r sistema político m u s u l m á n q u e creó u n a j e r a r q u í a religiosa especialmente organizada, con un clero c o m p a r a b l e al de u n a v e r d a d e r a Iglesia. Además, esta j e r a r q u í a era la que p r o p o r c i o n a b a el personal judicial y civil más i m p o r t a n t e del a p a r a t o del Estado, p o r q u e los kadis q u e se reclutaban de e n t r e los ulemas eran los pilares de la administración provincial o t o m a n a . Así pues, t a m b i é n en este caso a c t u a b a u n nuevo complejo de presiones gazis y del Viejo Islam. El celo religioso de las p r i m e r a s e n c o n t r ó u n a salida en el o s c u r a n t i s m o fanático de los ulemas turcos, m i e n t r a s que el peso social de las segundas q u e d a b a a salvo p o r medio de su f i r m e integración en la m a q u i n a r i a del sultanato. Una consecuencia de t o d o esto f u e que, en algunas ocasiones, el Sheikh ul-Islam p u d o b l o q u e a r algunas iniciativas de la Puerta invocando principios de la Saria, de los que él era el guardián oficial 11. En cierto sentido, esta limitación f o r m a l de la a u t o r i d a d del sultán era la c o n t r a p a r t i d a del nuevo p o d e r a s u m i d o p o r el E s t a d o o t o m a n o desde la creación de u n a p a r a t o eclesiástico profesional. Esta práctica n o cancelaba en m o d o alguno el despotismo político e j e r c i d o p o r el sultán sobre sus posesiones imperiales, que correspondía p l e n a m e n t e a la definición weberiana de la burocracia patrimonial, en la que los p r o b l e m a s del derecho siempre tienden a convertirse en simples cuestiones de administración, ligadas a la tradición consuetudinaria Dado que el c o n j u n t o del t e r r i t o r i o cultivable del imperio se consideraba p r o p i e d a d del sultanato, el objetivo i n t e r n o fundamental del E s t a d o o t o m a n o , que d e t e r m i n a b a su organización y división administrativa, era lógicamente la explotación fiscal " Gibb y Bowen, Islamic society and the West, i, 1, pp. 85-6. " Véanse las observaciones de Weber, Economy and society, II, pp. 844845. De hecho, Weber consideraba al Oriente Próximo como el «lugar clásico» de lo que precisamente llamó «sultanismo»: Economy and society, n i , p. 1020. Al mismo tiempo, tuvo cuidado en subrayar que incluso el despotismo personal más arbitrario actuaba siempre dentro de un marco ideológico ligado a la tradición: «Llámase dominación patrimonial a toda dominación primariamente orientada por la tradición, pero ejercida en virtud de un derecho propio; y es sultanista la dominación patrimonial que se mueve, en la forma de su administración, dentro de la esfera del arbitrio libre, desvinculado de la tradición [...] La forma sultanista del patrimonialismo es a veces en su apariencia externa —en realidad nunca— plenamente tradicionalista. Sin embargo, no está racionalizada, sino desarrollada en ella en extremo la esfera del arbitrio libre y de la gracia. Por esto se distingue de toda forma de dominación racional». Economy and society, i, p. 232 [Economía y sociedad, i, p. 185].
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de las posesiones imperiales. Para este propósito, se dividió a la población en u n a clase d o m i n a n t e osmanlilar, que integraba las instituciones de gobierno y religiosa, y u n a clase súbdita rayah, c o m p u e s t a p o r m u s u l m a n e s o infieles. La gran mayor p a r t e de esta última, p o r supuesto, e r a n campesinos, que en los Balcanes eran cristianos. B a j o el dominio o t o m a n o n u n c a se llevó a cabo ningún intento de i m p o n e r la conversión en m a s a de las poblaciones cristianas de los Balcanes. Si se h u b i e r a hecho esto, se h a b r í a prescindido de las v e n t a j a s económicas ofrecidas p o r u n a clase infiel rayah, que p o r las antiguas tradiciones del Viejo Islam y de la Saria podía ser sometida a impuestos especiales no extensibles a los súbditos m u s u l m a n e s , lo que creaba u n conflicto directo e n t r e la tolerancia motivada p o r los impuestos y la conversión motivada p o r el celo misionero. Como ya hemos visto, el devshirme resolvía este p r o b l e m a p a r a los osmanlis extrayendo grupos de niños islamizados, m i e n t r a s dej a b a el resto de la población en su fe tradicional y pagando p o r ello el precio tradicional. Todos los rayahs cristianos tenían que pagar u n i m p u e s t o especial de capitación al sultán y diezmos p a r a el m a n t e n i m i e n t o de los ulemas. Además de esto, los campesinos que cultivasen tierras de timars o ziamets teníán que p a g a r rentas en dinero a los titulares de esos beneficios. La Puerta f i j a b a con t o d o detalle el i m p o r t e de estas rentas, que n o podían s e r a r b i t r a r i a m e n t e cambiadas p o r el timariot o el zaim. A los a r r e n d a t a r i o s se les garantizaba la seguridad de su posición, p a r a asegurar así la estabilidad de las r e n t a s fiscales, y se les protegía contra las exacciones señoriales, p a r a impedir cualquier apropiación local del excedente destinado al c e n t r o imperial. Las prestaciones de t r a b a j o que habían existido b a j o los príncipes cristianos f u e r o n reducidas o abolidas El derecho de los campesinos a c a m b i a r de residencia quedó b a j o control, a u n q u e no f u e eliminado completamente; en la práctica, la competencia e n t r e los timariots por la m a n o de o b r a favorecía la movilidad i n f o r m a l en el campo. Así, d u r a n t e los siglos xv y xvi, el c a m p e s i n a d o de los Balcanes se e n c o n t r ó de p r o n t o liberado de la creciente degradación " El código de Dushan obligaba a los campesinos servios a trabajar las tierras de su señor dos días a la semana. De acuerdo con Inalcik, bajo el dominio otomano el rayah debía prestar al sipahi únicamente tres días de trabajo al año: The Ottoman empire, p. 13. Pero el relato posterior de los servicios que debían a los propietarios de timars no concuerda con esa pretensión tan baja (pp. 111-2). No hay ninguna razón, sin embargo, para dudar de la relativa mejora en la posición del campesinado de los Balcanes-
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servil y de la explotación señorial de los señores cristianos y t r a n s p o r t a d o a u n a condición social que, p a r a d ó j i c a m e n t e , era en m u c h o s aspectos m á s llevadera y m á s libre que en cualquier o t r o país de la E u r o p a oriental en la m i s m a época. El destino de los campesinos de los Balcanes contrasta con el de sus señores tradicionales. En l i s p r i m e r a s fases de la conquista turca, algunos sectores de las aristocracias cristianas locales de los Balcanes se pasaron al c a m p o de los otomanos, luchando con ellos en el c a m p o de batalla en calidad de auxiliares y aliados tributarios. E s t e tipo de colaboración tuvo lugar en Servia, Bulgaria, Valaquia y en otros lugares. Pero con la consolidación del poderío imperial o t o m a n o en Rumelia, la a u t o n o m í a residual de estos señores llegó a su fin. Unos pocos —en su m a y o r parte, de Bosnia— se convirtieron al Islam y q u e d a r o n asimilados a la clase d o m i n a n t e o t o m a n a . A otros, sin necesidad de conversión, se les concedieron timars en el nuevo sistema agrícola. Pero los timariots cristianos n o fueron numerosos, y sus propiedades e r a n n o r m a l m e n t e modestas, con pequeños ingresos. Al cabo de pocas generaciones habían desaparecido p o r completo 2 0 . Así pues, en la m a y o r p a r t e de los Balcanes quedó eliminada muy p r o n t o la nobleza étnica local, u n hecho de gran i m p o r t a n c i a p a r a el f u t u r o desarrollo social de esta zona. Más allá del Danubio, en Valaquia, Moldavia y Transilvania, el sultanato n u n c a procedió a u n a ocupación y administración directas. E n Valaquia y Moldavia se permitió a la clase boyarda r u m a n a —recientemente f o r m a d a y que acababa de a p a r e c e r en la etapa de unificación política y de sometimiento económico del c a m p e s i n a d o indígena— la conservación de sus tierras y del p o d e r provincial, con la única obligación de pagar a E s t a m b u l u n f u e r t e t r i b u t o anual en especie. En Transilvania se dejó a los terratenientes magiares el dominio de u n a población que en su mayor p a r t e les era é t n i c a m e n t e a j e n a : r u m a n o s , s a j o n e s o szekels. Por lo demás, el dominio o t o m a n o sobre el sudeste de E u r o p a limpió a los Balcanes de toda nobleza local. Las últimas consecuencias de estos p r o f u n dos cambios en los sistemas sociales indígenas f u e r o n complejas y contradictorias. Por u n a parte, y después de la consolidación de la conquista turca, esos cambios c o n d u j e r o n a u n a m e j o r a definitiva en las condiciones materiales del campesinado. Y n o sólo p o r q u e se 20 H. Inalcik, «Ottoman methods of conquest», Studia 1954, pp. 104-16.
Islamica,
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r e b a j a r a n los impuestos y cargas rurales, sino p o r q u e la duradera paz o t o m a n a en la sometida zona sudoriental, que quedab a tras el f r e n t e de E u r o p a central, alejó del c a m p o la r u i n a de las constantes guerras nobiliarias. Por otra parte, sin embargo, las consecuencia sociales y culturales de la completa destrucción de las clases dominantes autóctonas f u e r o n sin d u d a alguna regresivas. Las aristocracias de los Balcanes habían explotado al campesinado de f o r m a m u c h o más opresiva que la administración o t o m a n a en su m o m e n t o de apogeo. Pero la m i s m a constitución de u n a nobleza territorial r e p r e s e n t a b a , en la época medieval tardía y en la p r i m e r a época m o d e r n a , un indudable avance histórico en estas formaciones sociales a t r a s a d a s , p o r q u e significaba u n a r u p t u r a con los principios de organización p o r clanes, con la f r a g m e n t a c i ó n tribal y con las r u d i m e n t a r i a s f o r m a s culturales y políticas derivadas de ellas. El precio q u e se pagaba p o r este avance era, precisamente, la estratificación en clases y u n a m a y o r explotación económica. Como ya hemos visto, los estados medievales tardíos de los Balcanes f u e r o n n o t a b l e m e n t e débiles y vulnerables. Pero el colapso s u f r i d o antes de las invasiones t u r c a s n o significaba que careciesen de nuevo potencial p a r a su desarrolló. E n realidad, la p r i m e r a época de la E u r o p a feudal, tanto en Occidente c o m o en Oriente, se caracterizó p o r un modelo de a p a r e n t e s «falsos comienzos» y subsiguientes recuperaciones, que p o r regla general t o m ó la f o r m a inicial de u n a s estruct u r a s administrativas « p r e m a t u r a m e n t e » centralizadas, tales como las que se h u n d i e r o n en los Balcanes a finales de la E d a d Media. La eliminación de la clase t e r r a t e n i e n t e local p o r los turcos impidió, a p a r t i r de entonces, u n a dinámica endógena de ese tipo. Por el contrario, su principal consecuencia cultural y política f u e u n a v e r d a d e r a regresión a las instituciones ciánicas y a las tradiciones particularistas de la población r u r a l de los Balcanes. Así, en las tierras de Servia —donde se h a estudiado este f e n ó m e n o con especial atención— los plemena tribales, la j e f a t u r a knez y las redes de p a r e n t e s c o zadruga, que estaban desapareciendo r á p i d a m e n t e antes de la conquista otomana, revivieron a h o r a en el c a m p o c o m o poderosas unidades de organización social 2 1 . La recaída general en el localismo pa11 El historiador bosnio Branislav Djurdjev es quien ha sacado a la luz este proceso de regresión social; un estudio de su obra y de la discusión que suscitó puede verse en W. S. Vucinich, «The Yugoslav lands in the Ottoman period: post-war marxist interpretations of indigenous and Ottoman institutions», The Journal of Modern History, xxvn, 3, septiem-
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triarcal f u e a c o m p a ñ a d a p o r u n a notable decadencia hacia el analfabetismo. La articulación cultural de la vida de las poblaciones sometidas se convirtió en monopolio del clero ortodoxo, cuyo servilismo hacia los señores turcos sólo podía c o m p a r a r s e con s u ignorancia y superstición. Las ciudades p e r d i e r o n su imp o r t a n c i a comercial e intelectual, convirtiéndose en centros militares y administratvos del dominio otomano, que estableció en ellas a tenderos y a r t e s a n o s turcos 2 2 . De esta f o r m a , a u n q u e la gran m a s a de la población r u r a l se benefició m a t e r i a l m e n t e del i m p a c t o inicial de la conquista turca, debido a que p r o d u j o u n a disminución en el volumen de excedente extraído de los p r o d u c t o r e s inmediatos del campo, la o t r a cara del m i s m o proceso histórico f u e la i n t e r r u p c i ó n de u n desarrollo social indígena hacia u n o r d e n social m á s avanzado, u n a regresión hacia f o r m a s patriarcales prefeudales y u n largo e s t a n c a m i e n t o de toda evolución histórica en la península de los Balcanes. Las provincias asiáticas del i m p e r i o t u r c o experimentaron, m i e n t r a s tanto, u n a recuperación y u n avance considerables d u r a n t e el apogeo del p o d e r í o o t o m a n o en el siglo xvi. Si Rumelia se m a n t u v o c o m o principal t e a t r o bélico p a r a los ejércitos del sultán, Anatolia, Siria y Egipto gozaron de los beneficios de la paz y la u n i d a d q u e llevó al Oriente Medio la conquista osmanli. La inseguridad creada en el Levante m e d i t e r r á n e o p o r la decadencia de los estados m a m e l u c o s dio p a s o a u n a administración f i r m e y centralizada, que s u p r i m i ó el b a n d i d a j e y estimuló el comercio interregional. La ú l t i m a depresión medieval de las economías siria y egipcia, d u r a m e n t e a f e c t a d a s p o r bre de 1955, pp. 287-305. La insistencia de Djurdjev en el carácter contradictorio del primer impacto otomano en la sociedad balcánica contrasta con las opiniones predominantes entre los rusos y los turcos, que tienden a subrayar unilateralmente la destrucción y la represión, o bien la pacificación y la prosperidad como resultados de la conquista otomana. Puede verse un ejemplo de las interpretaciones soviéticas en Z. V. Udal'tsova, «O vnutrennyj princhinaj padeniya Vizantii v xv veke», Voprosi Istorii, julio de 1953, 7, p. 120, artículo que conmemora, o deplora, el 500 aniversario de la caída de Constantinopla, afirmando que el dominio turco condujo directamente a una explotación intensificada de las masas rurales. Una posición turca puede verse en H. Inalcik, «L'Empire ottomane», Actes du Premier Congrés International des Etudes Balkaniques et SudEst Européennes, Sofía, 1969, pp. 81-5. La tensión entre ambas posiciones es evidente en las contribuciones a este congreso, que también contienen un duro artículo de Djurdjev en el que recapitula sus opiniones: B. Djurdjev, «Les changements historiques et ethniques chez les peuples slaves du sud aprés la conquéte turque», pp. 575-8. 22 W. S. Vucinich, «The nature of Balkan society under Ottoman rule», Slavic Review, diciembre de 1962, pp. 603, 604-5, 614.
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la Invasión y las plagas, se s u p e r ó gracias a la recuperación de la agricultura y al a u m e n t o de la población. E s t a s dos provincias llegaron a s u m i n i s t r a r u n tercio de los ingresos totales del tesoro imperial 2 3 . El crecimiento demográfico —clara señal de expansión agrícola— f u e especialmente notable en Anatolia: en el t r a n s c u r s o del siglo, la población r u r a l llegó a a u m e n t a r quizá en u n 20 p o r 100. El comercio floreció t a n t o en estas provincias orientales como, de f o r m a m á s especial, a lo largo de las r u t a s comerciales internacionales que unían a E u r o p a occidental con Asia occidental a través del M e d i t e r r á n e o o a través del m a r Negro. Se p r e s t ó u n a cuidadosa atención a las car r e t e r a s y se construyeron en ellas puestos oficiales de correo; los m a r e s eran patrullados p o r flotas o t o m a n a s c o n t r a la piratería. Grandes cantidades de especias, sedas, algodón, esclavos, terciopelos, a l u m b r e y otros artículos se e m b a r c a b a n o se t r a n s p o r t a b a n en caravanas a lo largo del imperio. El comercio de t r á n s i t o p o r el Oriente Medio floreció b a j o la protección de la Puerta p a í a beneficio del E s t a d o otomano. Esta p r o s p e r i d a d comercial provocó, a su vez, u n alza notable del crecimiento u r b a n o . Es posible que la población de las ciudades se haya duplicado d u r a n t e el siglo xvi 2 4 . En sus p r i m e r o s m o m e n t o s , la sociedad osmanli poseía u n limitado p e r o floreciente n ú m e r o de centros m a n u f a c t u r e r o s en Brusa, Edirne y otras ciudades, que p r o d u c í a n o procesaban las sedas, los terciopelos y o t r o s p r o d u c t o s de exportación 2 5 . Mehmet II, cuando conquistó Bizancio, siguió u n a política económica m á s ilustrada que la de los e m p e r a d o r e s Comnenos o Paleólogos, aboliendo los privilegios comerciales de Venecia y Génova y estableciendo u n o s aranceles proteccionistas m u y suaves p a r a p r o m o v e r el comercio local. Al cabo de u n siglo de dominio turco, la población de E s t a m b u l había p a s a d o de 40.000 a 400.000 habitantes. En el siglo xvi era, sin comparación, la m a y o r ciudad de E u r o p a . Sin embargo, el crecimiento económico del imperio en sus m o m e n t o s culminantes tuvo, desde el principio, unos límites 23
Inalcik, The Ottoman empire, p. 128. Omer Lutfi Barkan, «Essai sur les données statistiques des registres de recensement dans l'empire ottomane aux xve et xvi« siécles», Journal of the Economic and Social History of the Orient, i, 1, agosto de 1957, páginas 27-8: aparte de la macrocefalia de Estambul (acompañada por la decadencia de Alepo y Damasco), la población de doce ciudades provinciales representativas creció alrededor del 90 por 100 en el siglo xvi. 25 Halil Inalcik, «Capital formation in the Ottoman empire», The Journal of Economic History, xxix, 1, marzo de 1969, pp. 108-19. 24
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m u y definidos. La recuperación agrícola de las provincias asiáticas d u r a n t e el siglo xvi n o parece h a b e r provocado ninguna m e j o r a i m p o r t a n t e en la tecnología rural. La innovación m á s significativa en la agricultura del Oriente Medio a principios de la época m o d e r n a —la introducción del maíz americano— tuvo lugar en u n a etapa posterior, c u a n d o ya había comenzado la decadencia imperial. La expansión demográfica de Anatolia p u e d e atribuirse, en b u e n a medida, al restablecimiento de la paz y a la sedentarización de las t r i b u s n ó m a d a s , c u a n d o la estabilización del dominio o t o m a n o p e r m i t i ó u n a nueva expansión de la colonización agrícola t r a s la ú l t i m a despoblación de Bizancio. Pero este crecimiento h a b r í a de alcanzar muy pronto sus límites negativos, a medida que la disponibilidad de tier r a se agotaba p a r a los niveles técnicos existentes. Al m i s m o tiempo, el renacimiento comercial del imperio n o se r e f l e j ó necesaria-nente en la actividad de las m a n u f a c t u r a s interiores y ni siquiera en la i m p o r t a n c i a de los mecaderes locales, porq u e el c a r á c t e r p a r t i c u l a r de la economía u r b a n a y del gobierno de las tierras o t o m a n a s siempre estuvo presidido p o r las obligaciones i m p u e s t a s p o r el sultanato. Ni la artesanía provincial, ni u n a gran capital, ni la preocupación esporádica de algunos soberanos individuales podían t r a n s f o r m a r la relación básicam e n t e perjudicial del E s t a d o o t o m a n o con las ciudades o las industrias. Las tradiciones políticas islámicas no poseían ningún concepto de las libertades u r b a n a s . Las ciudades carecían de a u t o n o m í a municipal o corporativa; en realidad carecían incluso de existencia legal. «Del m i s m o m o d o en que n o había u n Estado, sino t a n sólo u n soberano y sus agentes, y así como n o había tribunales, sino ú n i c a m e n t e u n juez y sus ayudantes, t a m p o c o h a b í a ciudades, sino u n conglomerado de familias, b a r r i o s y gremios, cada u n o de ellos con sus jefes o dirigentes 2 6 . Dicho de o t r a f o r m a , las ciudades n o tenían ninguna defensa c o n t r a la voluntad del Señor de los Creyentes y de sus servidores. Los m e r c a d o s u r b a n o s estaban controlados p o r la regulación oficial de los precios de los p r o d u c t o s y p o r la comp r a obligatoria de m a t e r i a s p r i m a s . El E s t a d o supervisaba de cerca los gremios de a r t e s a n o s y r e f o r z a b a su característico c o n s e r v a d u r i s m o técnico. Además, el s u l t a n a t o intervenía casi siempre c o n t r a los intereses de las c o m u n i d a d e s autóctonas de mercaderes, a quienes los ulemas m i r a b a n con continuo recelo 2Í
Bernard Lewis, The emergence of modern Turkey, Londres, 1969, página 393. Naturalmente, Lewis exagera sin duda al pretender que no había Estado.
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y que eran d e t e s t a d a s p o r el populacho de artesanos. La política económica del E s t a d o tendía a ser discriminatoria contra el capital comercial a gran escala y a p a t r o c i n a r la p e q u e ñ a producción con su a r c a í s m o gremial y su f a n a t i s m o religioso 2 7 . La característica ciudad t u r c a llegó a e s t a r d o m i n a d a finalmente p o r u n menú peuple, a t r a s a d o y estancado, que impedía cualquier innovación o acumulación empresarial. Dada la naturaleza del E s t a d o otomano, n o q u e d a b a ningún espacio libre en el que p u d i e r a desarrollarse u n a burguesía mercantil t u r c a y, a p a r t i r del siglo xvii, las funciones comerciales correspondieron cada vez m á s a las comunidades minoritarias de infieles —griegos, judíos o armenios—, q u e en cualquier caso siempre habían d o m i n a d o el comercio de exportación con Occidente. Los comerciantes y p r o d u c t o r e s m u s u l m a n e s se limitaban p o r lo general a las ocupaciones de pequeños tenderos y artesanos.
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m o r t í f e r a s de la expansión o t o m a n a en el sudeste de E u r o p a . Los sultanes n o d u d a b a n , además, en utilizar la m a n o de o b r a y los conocimientos de los cristianos en f o r m a s diferentes a las de la devshirme q u e les p r o p o r c i o n a b a sus regimientos de a pie. Algunas veces, la artillería turca, que se contaba e n t r e las m á s avanzadas de E u r o p a , f u e f u n d i d a especialmente p a r a la P u e r t a p o r ingenieros occidentales renegados. La a r m a d a t u r c a rivalizó m u y p r o n t o con la de Venecia, gracias a la experiencia de sus capitanes y sus tripulaciones g r i e g a s A p r o piándose con voracidad los técnicos y a r t e s a n o s militares procedentes de E u r o p a , la m á q u i n a de guerra de los o t o m a n o s combinó en su apogeo la m o d e r n i d a d cualitativa de los mejores ejércitos cristianos con u n a movilización cuantitativa m u y s u p e r i o r a la q u e podía oponerle cualquier E s t a d o cristiano. Unicamente las coaliciones podían hacerles f r e n t e a lo largo de las f r o n t e r a s danubianas. H a s t a el sitio de Viena de 1529, las picas españolas y austríacas n o f u e r o n capaces de r e d u c i r a los sables de los jenízaros.
Así pues, el nivel de la economía o t o m a n a n o alcanzó, ni siquiera en el m o m e n t o de su apogeo, u n g r a d o de avance comparable al del sistema político otomano. La fuerza motriz básica de la expansión imperial siguió siendo siempre de carácter militar. Ideológicamente, la e s t r u c t u r a de la dominación turca n o reconocía ninguna f r o n t e r a geográfica n a t u r a l . La cosmogonía osmanli dividía al planeta en dos grandes zonas: la Casa del Islam y la Casa de la Guerra. La Casa del Islam comprendía las tierras h a b i t a d a s p o r los v e r d a d e r o s creyentes, q u e hab r í a n de reunirse progresivamente b a j o las b a n d e r a s del sultán. La Casa de la Guerra cubría al resto del m u n d o , h a b i t a d o p o r los n o creyentes y cuyo destino consistía en ser conquistad o p o r los soldados del Profeta 2 8 . Para propósitos prácticos, esto quería decir la E u r o p a cristiana, a cuyas p u e r t a s habían establecido los t u r c o s su capital. De hecho, d u r a n t e toda la historia del imperio, el v e r d a d e r o c e n t r o de gravedad de la clase d o m i n a n t e osmanlilar f u e Rumelia —la p r o p i a península balcánica— y n o Anatolia, la p a t r i a turca. De allí p a r t i e r o n u n e j é r c i t o t r a s otro, m a r c h a n d o siempre en dirección n o r t e hacia la Casa de la Guerra, p a r a a m p l i a r la m o r a d a del Islam. El fervor, el n ú m e r o y la habilidad de las t r o p a s del sultán las hicieron invencibles en E u r o p a h a s t a doscientos años después de que p a s a r a n p o r p r i m e r a vez a través de Gallípolis. La caballería sipahi, q u e salía p a r a c a m p a ñ a s estacionales y saqueos p o r sorpresa, y la selecta i n f a n t e r í a de jenízaros f u e r o n a r m a s
Sin embargo, la decadencia del despotismo t u r c o comenzó g r a d u a l m e n t e desde el m i s m o m o m e n t o en q u e f u e detenida su expansión. El cierre de la f r o n t e r a osmanli en Rumelia prod u j o u n a serie de efectos en cadena sobre el m i s m o imperio. C o m p a r a d o con los estados absolutistas europeos de finales del siglo xvi y principios del x v n , el imperio t u r c o era comercial, cultural y tecnológicamente m á s atrasado. Se h a b í a a b i e r t o p a s o en E u r o p a a través del ángulo m á s débil de defensa del continente, es decir, de la ruinosa fachada social de los Balcanes en su ú l t i m o p e r í o d o medieval. Pero e n f r e n t a d o a las monarquías de los Habsburgo, m u c h o m á s r o b u s t a s y representativas, f u e incapaz de i m p o n e r s e p o r tierra (Viena) o p o r m a r (Lepanto). A p a r t i r del Renacimiento, el f e u d a l i s m o e u r o p e o había d a d o origen a u n capitalismo mercantil que n o p u d o reproducir ningún d e s p o t i s m o asiático, y menos q u e n i n g u n o el de la Puerta, con su completa ignorancia de los nuevos descubrimientos y su desprecio hacia las m a n u f a c t u r a s . El fin de la expansión t u r c a estuvo d e t e r m i n a d o p o r la creciente superioridad económica, social y política de la Casa de la Guerra. Los efectos de esta inversión de fuerzas p a r a la Casa del Islam f u e r o n múltiples. La e s t r u c t u r a de la clase d o m i n a n t e osmanlilar se había b a s a d o en la conquista militar p e r p e t u a . E s o e r a
" Inalcik, «Capital formation in the Ottoman empire», pp. 103-6. " Gibb y Bowen, Islamic society and the West, i, 1, pp. 20-1.
M R. Mousnier hace especial hincapié en el empleo de técnicos y artesanos europeos por la Puerta: Les XVI' et XVII' siécles, París, 1954, páginas 4634, 474.
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lo que le había p e r m i t i d o el a n ó m a l o dominio del a p a r a t o estatal p o r u n a élite de esclavos de origen n o m u s u l m á n . Mientras las f r o n t e r a s n o se cerrasen ante el avance de los ejércitos otomanos, la necesidad y racionalidad de los cuerpos de jenízaros y de la devshirme estaban justificadas en la práctica p a r a el c o n j u n t o de la clase dominante: las victorias de Varna, Rodas, Belgrado y Mohács se consiguieron gracias a ellos. La conquista militar f u e t a m b i é n lo que hizo posible el m o d e r a d o nivel inicial de la explotación r u r a l en los Balcanes y la f i r m e supervisión central que se ejercía sobre ella, p o r q u e el conjunt o de la clase osmanlilar podía confiar en la obtención de su f o r t u n a p o r m e d i o de la conquista extensiva e i n i n t e r r u m p i d a de tierras procedentes de la Casa de la Guerra, al multiplicarse los timars y los ziamets con el avance hacia el norte. Por tanto, los mecanismos sociales del pillaje eran f u n d a m e n t a l e s p a r a la u n i d a d y la disciplina rígidas del E s t a d o t u r c o en su m o m e n t o de apogeo. Pero, u n a vez finalizada la expansión territorial, se hizo inevitable u n a lenta involución de toda esta e n o r m e e s t r u c t u r a . Los privilegios de u n c u e r p o extraño de esclavos, p r i v a d o de sus funciones militares, se hicieron cada vez m á s intolerables p a r a el grueso de la clase d o m i n a n t e del imperio, q u e finalm e n t e empleó toda su fuerza p a r a normalizar y r e c u p e r a r el m a n d o del a p a r a t o político de la institución de gobierno. Los excedentes de la población rural, que se habían alistado c o m o auxiliares o c o m o filibusteros en los ejércitos de la Puerta, se dedicaron a la rebelión social o al b a n d i d a j e c u a n d o la máquina militar ya n o los p u d o a b s o r b e r . Por otra parte, el fin de la adquisición extensiva de tierras y tesoros c o n d u j o inevitablem e n t e a u n a s f o r m a s de explotación m u c h o m á s intensivas dent r o de las f r o n t e r a s del poderío t u r c o a costa de la clase rayah. La historia del imperio o t o m a n o desde finales del siglo xvi hasta principios del xix es, p o r tanto, la historia de la desintegración del E s t a d o imperial central, la consolidación de u n a clase t e r r a t e n i e n t e provincial y la degradación del campesinado. Este largo proceso de decadencia, que n o careció de fugaces recuperaciones políticas y económicas, no tuvo lugar en u n o s Balcanes aislados del r e s t o del continente europeo. Por el contrario, la decadencia se agravó y p r o f u n d i z ó a causa del i m p a c t o internacional de la supremacía económica de E u r o p a occidental, b a j o cuya influencia cayó cada vez más el imperio otomano, paralizado p o r el p a r a s i t i s m o tecnológico y el o s c u r a n t i s m o teológico. Desde la revolución de los precios del siglo xvi hasta
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la revolución industrial del xix, la sociedad balcánica recibió u n i n f l u j o creciente del desarrollo capitalista de Occidente. La decadencia a largo plazo del imperio o t o m a n o estuvo d e t e r m i n a d a p o r la superioridad económica y militar de la E u r o p a absolutista. A c o r t o plazo, sus mayores reveses los suf r i ó en Asia. La guerra de los Trece Años c o n t r a Austria, desde 1593 a 1606, f u e u n e m p a t e costoso. Pero las guerras c o n t r a Persia, m u c h o más largas y destructivas, q u e d u r a r o n , con breves intervalos, desde 1578 hasta 1639, acabaron en la f r u s t r a ción y la derrota. La victoriosa consolidación del E s t a d o safávida en Persia representó el cambio decisivo en la f o r t u n a del E s t a d o osmanli. Las guerras persas, que a c a b a r o n en la pérdida final del Cáucaso, infligieron destrozos inmensos en el ejército y la burocracia de la Puerta. Anatolia, la patria de la población é t n i c a m e n t e t u r c a del imperio, n u n c a había sido su centro político. En los siglos xiv y xv, el nuevo sistema social o t o m a n o se había i m p l a n t a d o s i s t e m á t i c a m e n t e en Rumelia, donde la propiedad de la tierra y la administración militar se m o d e l a r o n de a c u e r d o con las necesidades internacionales del E s t a d o imperial. La e s t r u c t u r a social y religiosa de Anatolia, p o r el contrario, se m a n t u v o m u c h o m á s tradicional, con fuertes residuos de la vieja organización n ó m a d a y tribal en los beyliks del interior y u n a latente hostilidad hacia la laxitud cosmopolita de E s t a m b u l . Los timars de Anatolia eran m á s pequeños y pobres que los de Rumelia. La clase sipahi local, que padecía los costos crecientes de la participación en las camp a ñ a s bélicas estacionales a causa de la exorbitante inflación de finales del siglo xvi, m o s t r a b a cada vez m e n o s e n t u s i a s m o hacia la lucha i n t e r m u s u l m a n a con Persia. Al m i s m o tiempo, la expansión agraria de la Anatolia r u r a l ya había llegado a su fin; el i m p o r t a n t e a u m e n t o de población había a c a b a d o p o r crear en las altiplanicies u n a n u m e r o s a clase de campesinos sin tierras o levandat. Los levandat, reclutados sin o r d e n ni concierto en las levas impuestas p o r los gobernadores provinciales, tenían e n t r e n a m i e n t o militar p e r o carecían de disciplina. Las tensiones de las guerras y las victorias del enemigo en la f r o n t e r a oriental precipitaron, pues, gradualmente, el colapso del orden público en Anatolia. El d e s c o n t e n t o de los timariot se f u n d i ó con la miseria de los campesinos en u n a serie de insurrecciones tumultuosas, las llamadas rebeliones jelali, que estallaron e n t r e 1594 y 1610 y se repitieron en 1622-38, mezclando los motines provinciales, el b a n d i d a j e social y el re-
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surgir religioso 3 0 . También f u e en estos años c u a n d o las cor r e r í a s de los cosacos p o r el m a r Negro alcanzaron con humillante éxito a Varna, Sinop y Trebisonda, llegando incluso a s a q u e a r los suburbios del m i s m o E s t a m b u l . Finalmente, los dirigentes sipahi de las rebeliones jelali de Anatolia f u e r o n sobornados, m i e n t r a s sus seguidores levandat eran reprimidos. Pero el d a ñ o causado a la reputación internacional del sistema o t o m a n o p o r la extensión del b a n d o l e r i s m o y la a n a r q u í a f u e m u y grande. En las p o s t r i m e r í a s del siglo x v n estallaron nuevas rebeliones jelali en zonas rurales en las que la pacificación n u n c a había sido completa. E n la m i s m a Puerta, m i e n t r a s tanto, los costos de la larga contienda con Persia se agravaron a causa de la creciente inflación q u e provenía de Occidente. El i n f l u j o de los metales preciosos americanos en la E u r o p a renacentista se había abiert o p a s o h a s t a el imperio t u r c o en las últimas décadas del siglo. La relación e n t r e el o r o y la plata d e n t r o de los dominios o t o m a n o s era m á s b a j a que en Occidente y, p o r tanto, la exportación de m o n e d a de plata hacia el imperio e r a m u y rentable p a r a los m e r c a d e r e s europeos, que la r e c o b r a b a n en oro. La consecuencia de esta inyección masiva de plata fue, naturalmente, u n a r á p i d a subida de los precios, que el sultanato i n t e n t ó en vano detener p o r m e d i o de la depreciación del aspro. E n t r e 1534 y 1591, el valor de los ingresos del Tesoro descendió a la mitad 3 1 . A p a r t i r de entonces, los p r e s u p u e s t o s anuales tuvieron siempre u n p r o f u n d o déficit debido a las interminables guerras c o n t r a Austria y Persia. La consecuencia inevitable f u e u n g r a n a u m e n t o e n la presión fiscal sobre toda la población s o m e t i d a del imperio. La capitación rayah que pagaban los campesinos cristianos se multiplicó p o r seis e n t r e los años 1574 y 1630 32 . E s t a s medidas, sin embargo, sólo podían paliar u n a situación en la que el m i s m o a p a r a t o del Est a d o ya d a b a m u e s t r a s de m a l e s t a r y de crisis p r o f u n d a . El c u e r p o de jenízaros y el e s t r a t o devshirme que habían f o r m a d o la cima del a p a r a t o imperial o t o m a n o en la época de Mehmet II f u e r o n los p r i m e r o s en revelar los síntomas generales de descomposición. A principios del siglo xvi, d u r a n t e el 30 Sobre el fenómeno de los levandat de Anatolia y de las revueltas jelali, véase V. J. Parry, «The Ottoman empire, 1566-1617», The New Cambridge Modern History, III, pp. 372-4, y «The Ottoman empire, 1617-1648», The New Cambridge Modern History, iv, pp. 627-30. 31 Inalcik, The Ottoman empire, p. 49. 32 Inalcik, «L'empire ottomane», pp. 96-7.
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r e i n a d o de Solimán I, los jenízaros conquistaron el derecho de casarse y tener hijos, a t a d u r a s que hasta entonces les habían estado prohibidas. E s t e hecho a u m e n t ó n a t u r a l m e n t e el costo de su m a n t e n i m i e n t o , que, de todas f o r m a s , ya había aumentado e n o r m e m e n t e a causa de la inflación t r a n s m i t i d a p o r el inf l u j o de la plata procedente de E u r o p a occidental a través del comercio m e d i t e r r á n e o del imperio, en el que p r á c t i c a m e n t e n o se p r o d u c í a ninguna m a n u f a c t u r a . Así pues, los jenízaros multiplicaron p o r c u a t r o su paga e n t r e 1350 y 1600, m i e n t r a s el a s p r o t u r c o de plata era r e p e t i d a m e n t e devaluado y el índice general de precios se multiplicaba p o r diez 33 . Para a t e n d e r a su sustento, los jenízaros f u e r o n autorizados a c o m p l e m e n t a r sus ingresos dedicándose a la artesanía y al comercio, c u a n d o n o a la guerra de a pie. En 1574, con la subida al t r o n o de Selim II, obtuvieron p o r la fuerza el derecho de e n r o l a r a sus hijos en los regimientos de jenízaros. De esta f o r m a , u n a élite militar, profesional y selecta se convirtió progresivamente en u n a milicia hereditaria y semiartesanal. Su disciplina se desintegró en la m i s m a medida. En 1589, el p r i m e r motín victorioso de los jenízaros p a r a o b t e n e r u n a u m e n t o de sueldo der r o c ó al gran visir y estableció u n a p a u t a que h a b r í a de hacerse endémica en la vida política de E s t a m b u l ; en 1622 f u e d e p u e s t o el p r i m e r sultán a causa de u n a insurrección de los jenízaros. Mientras tanto, la desaparición del h e r m é t i c o aislam i e n t o q u e había s e p a r a d o al e s t r a t o devshirme del r e s t o de la clase d o m i n a n t e osmanlilar c o n d u j o , como era lógico, a la disolución de su identidad c o m o tal devshirme. A finales del siglo xvi, d u r a n t e el r e i n a d o de M u r a d I I I , los m u s u l m a n e s nativos adquirieron el derecho de e n t r a r en las filas de los jenízaros. Finalmente, en tiempos de M u r a d IV, en la década de 1630, las levas devshirme h a b í a n desaparecido p o r completo. Los regimientos de jenízaros conservaban todavía, sin embargo, la exención de i m p u e s t o s y o t r o s privilegios tradicionales. Había, pues, u n a d e m a n d a p e r m a n e n t e de la población m u s u l m a n a p o r alistarse en ellos. Mientras tanto, el m a l e s t a r social del período jelali c o n d u j o a la extensión de guarniciones de jenízaros p o r todas las ciudades provinciales del imperio p a r a que se encargaran de la seguridad interior. De esta forma, a p a r t i r de mediados del siglo xvii, los jenízaros se convirtieron en grandes organismos mal e n t r e n a d o s de milicia ur33
Stavrianos, The Balkans modern Turkey, pp. 28-9.
since 1453, p. 121; Lewis, The emergence
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baña, m u c h o s de los cuales ya n o residían en los cuarteles, sino en sus tiendas o en sus talleres, c o m o pequeños comerciantes y artesanos (por m á s que su presencia en los gremios hiciera descender con frecuencia los niveles del oficio), mientras q u e los m á s p r ó s p e r o s adquirían derechos sobre las tier r a s de la localidad. El valor militar de los jenízaros se volvió insignificante; su principal función política consistía en form a r u n a masse de manoeuvre fanatizada al servicio de la intolerancia de los ulemas y de las intrigas palaciegas. Mientras tanto, el sistema timar había experimentado u n a degeneración similar. La caballería ligera, p r o p o r c i o n a d a p o r los sipahis, cayó en la obsolescencia militar a n t e las m e j o r a s introducidas en las a r m a s europeas y la consolidación de los ejércitos p e r m a n e n t e s en las potencias cristianas. Las reluctantes salidas estivales de los jinetes timariot (con su fortaleza en el c a m p o de batalla debilitada p o r la depreciación de sus ingresos) e r a n p e r f e c t a m e n t e inadecuadas c o n t r a el fuego pesado de los fusiles alemanes. Así, en medio de u n a creciente corrupción en E s t a m b u l , el E s t a d o tendió a asignar cada vez más timars a los altos funcionarios p a r a objetivos n o militares, o a reabsorberlos p a r a la Tesorería. El r e s u l t a d o f u e u n r á p i d o descenso de los efectivos sipahi a principios del siglo X V I I . A p a r t i r de entonces, los ejércitos o t o m a n o s se b a s a r o n fund a m e n t a l m e n t e en las compañías de fusileros pagados o en las unidades de sekban (originalmente, auxiliares irregulares de las provincias), que ahora p a s a r o n a ser las formaciones militares centrales del i m p e r i o M . El m a n t e n i m i e n t o de las t r o p a s sekban c o m o f u e r z a p e r m a n e n t e intensificó y monetarizó la carga fiscal de las tierras o t o m a n a s en u n a coyuntura de probable recesión económica en la m a y o r p a r t e del Mediterráneo oriental. E n Anatolia se habían agotado las nuevas tierras cultivables. Los comercios de especias y sedas f u e r o n c a p t u r a d o s y desviados p o r los b a r c o s ingleses y holandeses, cuyas operaciones en el océano Indico r o d e a b a n a h o r a p o r su retaguardia al i m p e r i o otomano. Por o t r a parte, Egipto, donde se había m a n t e n i d o bien la agricultura tradicional 3 S , volvía cada vez m á s al control local de los mamelucos. Las dificultades políticas y financieras del E s t a d o se complicaron con la degeneración de la dinastía. E n el siglo xvii, el calibre de los soberanos imperiales —cuya despótica a u t o r i d a d se había ejercido hasta " Inalcik, The Ottoman empire, p. 48. " Véase Stanford Shaw, The financial and administrative organization and development of Ottoman Egypt, 1517-1798, Princeton, 1962, p. 21.
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entonces con considerable capacidad— se h u n d i ó a causa de un nuevo sistema sucesorio. A p a r t i r de 1617, el s u l t a n a t o pasó al varón m a y o r sobreviviente de la línea osmanli, n o r m a l m e n t e secuestrado desde su n a c i m i e n t o d e n t r o de la «Jaula de los Príncipes», m a z m o r r a s d a m a s q u i n a d a s , v i r t u a l m e n t e destinadas a p r o d u c i r desequilibrio patológico o imbecilidad. Esos sultanes n o estaban en condiciones de controlar o detener el incesante d e t e r i o r o del sistema estatal q u e tenían detrás. Fue en esta época c u a n d o las m a n i o b r a s clericales del Sheikh ul-Islam comenzaron a a d u e ñ a r s e del sistema de decisión política 3 6 , cada vez más venal e inestable. A p e s a r de todo, el imperio o t o m a n o se m o s t r ó capaz de u n último y f o r m i d a b l e e s f u e r z o militar en E u r o p a en la segunda m i t a d del siglo x v n . Los reveses de la guerras de Persia, los desórdenes del b a n d i d a j e de Anatolia, las humillaciones de las correrías cosacas y la desmoralización de los cuerpos de jenízaros, f u e r o n sucedidos p o r u n a reacción eficaz, a u n q u e temporal, de la Puerta. De 1656 a 1676, los visiratos K ó p r ü l ü restablecieron u n a vez más la administración marcial y vigorosa en E s t a m b u l . La hacienda otom a n a se r e c u p e r ó p o r m e d i o de p r é s t a m o s obligatorios y de extorsiones fiscales; los gastos se c o r t a r o n gracias a la p o d a de sinecuras; los regimientos p e r m a n e n t e s m e j o r a r o n su entren a m i e n t o y su e q u i p a m i e n t o de infantería, y, en fin, se hizo buen u s o de la todavía p o d e r o s a caballería t á r t a r a en el t e a t r o póntico. La decadencia del régimen safávida en Persia alivió s i m u l t á n e a m e n t e la presión sobre el Este y p e r m i t i ó el ú l t i m o avance t u r c o en el Oeste. Los principados del Danubio, cuyos señores se h a b í a n vuelto cada vez m á s t u r b u l e n t o s , f u e r o n sometidos. Con la c a p t u r a de Creta en 1669 t e r m i n ó con éxito u n a guerra de veinte años c o n t r a Venecia. E n 1672, movilizand o los contingentes de caballería del j a n a t o de Crimea, las fuerzas o t o m a n a s conquistaron Podolia en la guerra c o n t r a Polonia. En la década siguiente, los o t o m a n o s libraron u n a larga y salvaje lucha c o n t r a Rusia p o r el dominio de Ucrania. Bloqueada f i n a l m e n t e en este conflicto, que t e r m i n ó en 1682 con u n a tregua que c o n f i r m a b a el status quo ante, después de u n a terrible devastación de Ucrania, el p o d e r í o t u r c o se volvió cont r a Austria en 1683. El n u e v o visir K a r a Mustafá, m á s agresivo a ú n que Mehmet Kóprülü, a quien h a b í a sucedido, reunió a u n gran ejército p a r a realizar u n a t a q u e f r o n t a l sobre Viena. Ciento cincuenta años después del sitio de la capital de los * Inalcik, «L'empire ottomane», p. 95.
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H a b s b u r g o p o r Solimán II, los osmanlis lanzaron u n segundo asalto. El f r a c a s o del p r i m e r o se había limitado a estabilizar el f r e n t e del avance t u r c o sobre la cristiandad. La d e r r o t a del segundo, con la victoriosa liberación de Viena p o r u n a f u e r z a mixta de soldados polacos, imperiales, sajones y bávaros en 1683, c o n d u j o al colapso de toda la posición o t o m a n a en la E u r o p a central. La recuperación de los K ó p r ü l ü fue, p o r tanto, artificial y de c o r t a duración: sus éxitos iniciales llevaron a la Puerta a s o b r e e s t i m a r su fuerza, lo que p r o d u j o u n o s resultados desastrosos e irreversibles. El fiasco de Viena f u e seguido p o r u n a lenta retirada, q u e t e r m i n ó en 1699 con la p é r d i d a completa de Hungría y Transilvania a n t e los Habsburgo, mient r a s Polonia reconquistaba Podolia y Venecia o c u p a b a Morea. A p a r t i r de entonces, la Casa del Islam iba a e s t a r perpetuam e n t e a la defensiva en los Balcanes, en el m e j o r de los casos deteniendo t e m p o r a l m e n t e los avances de los infieles y, en el peor, retrocediendo repetida y definitivamente a n t e ellos. La p a r t e esencial en el repliegue del imperio t u r c o d u r a n t e los cien años siguientes correspondió al a b s o l u t i s m o r u s o m á s que al austríaco. El í m p e t u militar de los H a b s b u r g o se agotó relativamente p r o n t o , después de la conquista del B a n a t o en 1716-18. Las fuerzas o t o m a n a s detuvieron a los ejércitos austríacos en 1736-39 y r e c o n q u i s t a r o n Belgrado. Pero en el N o r t e no p u d i e r o n detener la expansión de los Románov en la zona del Euxino. La d e r r o t a a n t e Rusia en 1768-74 a c a r r e ó la p é r d i d a de las tierras situadas e n t r e el Bug y el Dniester y el establecim i e n t o de derechos de intervención zarista en Moldavia y Valaquia. E n 1783, Crimea f u e absorbida p o r Rusia, y en 1791 f u e anexionada Yedisan. Mientras tanto, t o d o el t e j i d o administrativo del E s t a d o o t o m a n o se d e t e r i o r a b a i n i n t e r r u m p i d a m e n t e . El Diván se convirtió en u n i n s t r u m e n t o de las camarillas rapaces de la capital, resueltas a maximizar los beneficios de la venalidad y la malversación. Los b u r ó c r a t a s turcos y los mercaderes f a n a r i o t a s griegos de E s t a m b u l adquirieron u n creciente p o d e r e influencia en la P u e r t a a p a r t i r de 1700 a medida q u e se debilitaba la capacidad militar del E s t a d o otomano, los prim e r o s elevándose sin cesar h a s t a llegar a pachás y gobernadores provinciales 3 7 , y los segundos c o n t r o l a n d o las posiciones lucrativas del Tesoro y los h o s p o d a r a t o s r u m a n o s . Los cargos q u e e s t a b a n reservados antes al devshirme, con u n a p r o m o c i ó n de a c u e r d o con los méritos, se vendían a h o r a al m e j o r postor; " N. Itzkowitz, «Eighteenth century ottoman realities», pp. 86-7.
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p e r o c o m o n o existía la seguridad de la posesión después de la c o m p r a —al c o n t r a r i o de lo que o c u r r í a en los sistemas europeos— los titulares de los cargos t e m a n que exprimir las ganancias de su inversión a la máxima velocidad, antes de q u e les llegara su t u r n o de despido. De esta f o r m a a u m e n t ó enorm e m e n t e la presión de las extorsiones sobre las masas, q u e tenían que s o p o r t a r la carga de s e m e j a n t e administración. Al m i s m o t i e m p o se desarrolló u n negocio ilegal con las pagas de los jenízaros que, en m e d i o de la corrupción administrativa universal, llegaron a ser c o m p r a d a s y vendidas a m i e m b r o s ficticios de ese cuerpo. A finales de siglo había a l r e d e d o r de 100.000 jenízaros registrados, de los que sólo u n a fracción poseía u n v e r d a d e r o e n t r e n a m i e n t o militar, p e r o la gran mayoría tenía acceso a las a r m a s y podía utilizarlas p a r a la intimidación y la extorsión local 3 8 . Los jenízaros e s t a b a n ahora en todas p a r t e s como u n a m a s a gangrenosa q u e se extendía p o r las ciudades del imperio. Sus m i e m b r o s m á s poderosos suminist r a b a n m u c h o s de los notables locales ayan, que, a p a r t i r de entonces, se convirtieron en u n rasgo p r o m i n e n t e de la sociedad provincial o t o m a n a . Mientras tanto, el sistema agrícola estaba e x p e r i m e n t a n d o u n a p r o f u n d a t r a n s f o r m a c i ó n . Ya hacía t i e m p o q u e la institución del timar estaba en decadencia, j u n t o con la caballería sipahi, que se había apoyado en ella. La P u e r t a siguió u n a política deliberada de recuperación de las tierras de los antiguos timariots, bien anexionándolas a los dominios de la casa imperial y volviéndolas a a r r e n d a r a especuladores p a r a o b t e n e r mayores ingresos m o n e t a r i o s o bien concediéndolas a falsos titulares, m a n i p u l a d o s p o r los funcionarios de palacio. E n la f o r m a de explotación o t o m a n a se p r o d u j o , pues, u n c a m b i o del timar p o r el iltizam: los beneficios militares se convirtieron en a r r e n d a m i e n t o s de impuestos, que p r o d u c í a n mayores f l u j o s monetarios p a r a el Tesoro. La P u e r t a ya había desarrollado el sistema iltizam en las lejanas provincias asiáticas, tales c o m o Egipto, en las que n o había necesidad de guerreros a caballo, c o m o los concentrados en Rumelia 3 9 . La generalización de este sistema impositivo p o r t o d o el imperio correspondía, sin embargo, n o
" Pueden verse algunos estudios de la decadencia del sistema de jenízaros en Gibb y Bowen, Islamic society and the West, I, 1, pp. 180-4; Stavrianos, The Balkans since 1453, pp. 120-2, 219-20. " Sobre la aparición y el carácter del sistema de iltizam en Egipto, véase Shaw, The financial and administrative organization and development of Ottoman Egypt, pp. 29-39.
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sólo a las necesidades financieras del E s t a d o osmanli, sino también a la homogeneización m u s u l m a n a del c o n j u n t o de la clase d o m i n a n t e con la decadencia y la desaparición del devshirme. Una de las principales razones e s t r u c t u r a l e s p a r a e s t e últ i m o proceso fue, precisamente, el c a m b i o en la composición total del imperio con la conquista de las provincias árabes. La expansión desde los centros islámicos de la u n i d a d fiscal iltizam a costa del timar disolvió p o r completo u n a institución que había sido el c o m p l e m e n t o funcional del dvshirme en el p r i m e r sistema del expansionismo otomano. Un f e n ó m e n o concomitante f u e el a u m e n t o de las tierras waqf (nominalmente propiedades corporativas religiosas, f u n d a d a s p o r los devotos), que eran la única f o r m a i m p o r t a n t e de posesión agraria cuya propiedad última n o recaía en el sultanato 4 0 . Este sistema era tradicionalmente m u y utilizado c o m o i n s t r u m e n t o de encubrim i e n t o p a r a h a c e r que u n a sola familia, investida con la «administración» del waqf, fuese h e r e d e r a de la tierra. Los prim e r o s soberanos osmanlis habían m a n t e n i d o u n cuidadoso control de esta institución piadosa. Mehmet II había realizado u n a recuperación general de tierras waqf p a r a el Estado. Sin embargo, en la época de la decadencia o t o m a n a estas propiedades se multiplicaron de nuevo, sobre t o d o en Anatolia y en las provincias árabes. La llegada y el i n f l u j o del sistema iltizam t r a n s f o r m a r o n la situación del campesinado. El timariot n o podía desahuciar ni exigir cargas p o r encima de los límites legales prescritos p o r el sultán. Los terratenientes de la nueva época n o s o p o r t a b a n 40 Los historiadores búlgaros han insistido demasiado en la importancia de las tierras waqf en la formación social otomana, al desarrollar su afirmación de que ésta tenía un carácter esencialmente feudal (clasificación que rechaza, correctamente en mi opinión, la mayor parte de los historiadores turcos). Las tierras waqf fueron la categoría jurídica más próxima a la propiedad privada agrícola y, por tanto, su extensión puede utilizarse para argumentar que tras las ficciones legales del control imperial-religioso se ocultaba un contenido feudal. En realidad, no hay ninguna razón para creer que las tierras waqf predominasen alguna vez en el campo de los Balcanes y de Anatolia, o que determinasen las relaciones básicas de producción en la formación social otomana. Pero su aumento en la época de la decadencia otomana está bien documentado. Un buen estudio del fenómeno de las waqf puede verse en V. Mutafcieva y S. Dimitrov, «Die Agrarverháltnisse im osmanischen Reiches im xvxvi Jh.», Actes du Premier Congrés des Etudes Balkaniques, pp. 689-702, cuyo cálculo es que se extendían por un tercio del área total de la patria otomana, concentradas dentro de los Balcanes principalmente en Tracia, el Egeo y Macedonia, y que eran virtual o completamente desconocidas en Servia o Morea.
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tales restricciones: la m i s m a brevedad de sus p r i m e r a s posesiones les incitaba a la superexplotación de los campesinos que cultivaban sus tierras. A lo largo del siglo X V I I I , la Puerta concedió u n n ú m e r o creciente de propiedades vitalicias o malikane, que m o d e r a r o n las exigencias inmediatas de estos notables rurales, pero estabilizaron su p o d e r sobre las aldeas 4 1 . Así pues, el timar dio finalmente paso en los Balcanes a lo que llegó a conocerse c o m o sistema de chifliks. El titular de u n chiflik tenía u n control p r á c t i c a m e n t e ilimitado sobre la fuerza de t r a b a j o que estaba a su disposición: podía expulsar a sus campesinos de la tierra o impedirles que se f u e r a n , enredándolos mediante obligaciones p o r deudas. Podía a m p l i a r su propia reserva señorial o hassachiflik a costa de las parcelas de sus a r r e n d a t a r i o s ; y ésa fue, en efecto, la p a u t a general. Lo n o r m a l era q u e exigiera la m i t a d de la cosecha de los p r o d u c t o r e s directos, que se q u e d a b a n sólo con u n tercio de su p r o d u c t o después de p a g a r los impuestos sobre la tierra y los gastos de la cosecha 4 2 . En o t r a s palabras, la condición del c a m p e s i n a d o de los Balcanes se hundió, j u n t o a la del resto de E u r o p a oriental, en u n a miseria común. Los aldeanos, en la práctica, estaban atados a la tierra y podían ser r e c u p e r a d o s legalmente p o r los terratenientes si a b a n d o n a b a n sus tierras. Y así como el tráfico de cereales con E u r o p a occidental había provocado u n a intensificación del índice de explotación servil — a u n q u e n o fuera su causa— en Polonia o en Alemania oriental, así también la producción comercial de algodón y de maíz p a r a la exportación a lo largo de las costas y los valles de Grecia, Bulgaria y Servia a u m e n t ó las presiones señoriales en los chifliks y contribuyó a su expansión. La característica más significativa de las relaciones rurales en el sudeste e u r o p e o f u e el d e r r u m b a m i e n t o de u n orden público f i r m e e i m p u e s t o desde a r r i b a : el b a n d i d a j e se extendió de f o r m a incontenible, favorecido p o r el relieve m o n t a ñ o s o de la zona, que la convertía p a r a el c a m p e s i n a d o en el equivalente m e d i t e r r á n e o de las h u i d a s en las llanuras bálticas. Los señores, p o r su parte, m a n t e n í a n b a n d a s de asesinos a r m a d o s o de guerrilleros kirlaji en sus propiedades con o b j e t o de protegerse de las rebeliones y de r e p r i m i r a sus a r r e n d a t a r i o s 4 3 . E n efecto, la ú l t i m a etapa de la larga involu41 Gibb y Bowen, Islamic society and the West, I, 1, pp. 255-6. Los propietarios más opresores eran siempre los arrendatarios de impuestos, seguidos de cerca por las autoridades religiosas: op. cit., p. 247. 42 Stavrianos, The Balkans since 1453, pp. 138-42. 41 T. Stoianovich, «Land tenure and related sectors of the Balkan
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ción del E s t a d o o t o m a n o f u e u n a parálisis p r á c t i c a m e n t e total de la P u e r t a y la u s u r p a c i ó n del p o d e r provincial, en p r i m e r lugar p o r los pashas militares de Siria o Egipto, después p o r los derebeys o señores de los valles en Anatolia y f i n a l m e n t e p o r los ayans o dinastías de notables locales en Rumelia. A finales del siglo X V I I I , el s u l t a n a t o controlaba tan sólo u n a fracción de los 26 eyalets en los que e s t a b a f o r m a l m e n t e dividida la administración imperial. La prolongada descomposición del d e s p o t i s m o osmanli n o generó, sin embargo, u n feudalismo final. Los derechos imperiales sobre todas las tierras del i m p e r i o n u n c a f u e r o n abandonados, a p e s a r de las múltiples concesiones malikane q u e se hicieron p a r a su u s u f r u c t o . El sistema de chifliks n u n c a recibió u n a sanción legal o formal, ni los campesinos q u e d a r o n j u r í d i c a m e n t e a t a d o s a la tierra. H a s t a el a ñ o 1826, las fortunas de los b u r ó c r a t a s y de los r e c a u d a d o r e s de impuestos que vivían a costa de la población sometida podían ser confiscadas p o r el sultán, a su m u e r t e , de f o r m a arbitraria 4 4 . No había ninguna seguridad positiva sobre la propiedad, y todavía m e n o s u n a nobleza titular. La licuefacción del viejo o r d e n político y social n o c o n d u j o a la aparición de o t r o orden nuevo y sólido. El" E s t a d o osmanli del siglo xix e r a tan sólo u n cenagal empantanado, sostenido artificialmente gracias a la rivalidad de las potencias europeas que a s p i r a b a n a su dominio. Polonia p u d o ser dividida e n t r e Austria, Prusia y Rusia debido a que las tres eran potencias t e r r e s t r e s con accesos e intereses coherentes en la zona. Pero los Balcanes n o podían dividirse p o r q u e n o había compatibilidad e n t r e los tres principales contendientes p o r el dominio de la zona: Gran Bretaña, Austria y Rusia. Gran Bret a ñ a poseía la supremacía m a r í t i m a en el M e d i t e r r á n e o y la primacía comercial en Turquía; e n 1850, el m e r c a d o o t o m a n o i m p o r t a b a m á s bienes ingleses que Francia, Italia, Austria o Rusia, lo que hacía de él u n a zona vital p a r a el imperialismo económico Victoriano. El p o d e r í o naval e industrial británico imposibilitaba t o d o a c u e r d o a r m o n i o s o p a r a disponer del imperio otomano, r e c h a z a n d o todos los esfuerzos rusos p a r a repartirlo. Al m i s m o tiempo, el progresivo d e s p e r t a r nacionalista de los pueblos balcánicos, después de la época napoleónica, impedía la estabilización de la situación política en el sudeste economy, 1600-1800», The Journal of Economic History, x n , 3, verano de 1953, pp. 401, 409-11. 44 Serif Mardin, «Power, civil society and culture in the Ottoman empire», Comparative Studies in Society and History, vol. 11, 1969, p. 277.
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de E u r o p a . La rebelión servia ya había estallado en 1804, y a ella siguió, en 1821, la insurrección griega. La invasión zarista de 1828-29 d e r r o t ó a los ejércitos turcos e i m p u s o a la P u e r t a la a u t o n o m í a f o r m a l de Servia, Moldavia y Valaquia. Mientras, la intervención anglofrancesa y rusa aseguró y limitó la independencia griega en 1830. E s t a s pérdidas, derivadas de unos movimientos locales que Londres o Viena n o podían controlar, d e j a r o n todavía a T u r q u í a con u n imperio balcánico q u e se extendía desde Bosnia a Tesalia y desde Albania a Bulgaria. La protección internacional d e m o r ó la caída final del imperio o t o m a n o d u r a n t e cerca de u n siglo, i n s p i r a n d o en este tiemp o u n a serie de tentativas de renovación «liberal» que lo adaptasen a las n o r m a s capitalistas de Occidente. E s t a s tentativas f u e r o n i n a u g u r a d a s p o r M a h m u d II en la década de 1820, con el intento de m o d e r n i z a r el a p a r a t o económico y administrativo del sultanato. Los jenízaros f u e r o n disueltos y los timars liquidados; las tierras waqf volvieron n o m i n a l m e n t e al tesoro imperial y se llamó a oficiales e x t r a n j e r o s p a r a que e n t r e n a s e n al nuevo ejército. Se r e a f i r m ó el control central sobre las provincias y se p u s o fin al r e i n a d o de los derebeys. E s t a s medidas se m o s t r a r o n r á p i d a m e n t e ineficaces p a r a r e s t a ñ a r la decadencia del sistema imperial. Los ejércitos de M a h m u d f u e r o n der r o t a d o s p o r las t r o p a s egipcias de Mehmet Alí, m i e n t r a s q u e sus gobernadores y funcionarios se m o s t r a r o n a m e n u d o mucho m á s c o r r u p t o s y opresores q u e los notables locales q u e les precedieron. A este f r a c a s o siguió u n a renovada presión anglofrancesa p a r a liberalizar y reorganizar el sistema otomano, cuyo r e s u l t a d o serían, a mediados de siglo, las r e f o r m a s Tanzimat, m á s e s t r e c h a m e n t e insertas en las preocupaciones legales y comerciales de Occidente. En 1839, el Decreto de la C á m a r a Rosada garantizó, p o r fin, la seguridad jurídica de la propiedad privada d e n t r o del imperio y la igualdad religiosa ante la ley 4 5 . Ambas medidas habían sido reclamadas con insistencia p o r el c u e r p o diplomático acreditado en E s t a m b u l . De todas f o r m a s , la propiedad estatal de la tierra seguía p r e d o m i n a n d o en los países originarios del imperio. H a s t a 1858 n o se a p r o b ó u n a ley agraria que concedía derechos limitados de herencia a quienes tuvieran su control o u s u f r u c t o . Las potencias occidentales, insatisfechas con estas medidas, p r e s i o n a r o n p a r a que esos derechos se ampliasen, lo que se concedió en 1867, c u a n d o los terratenientes locales a d q u i r i e r o n f i n a l m e n t e la propiedad ju45
Lewis, The emergence
of modern
Turkey,
pp. 106-8.
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rídica de sus tierras 4 6 . Pero el c a r á c t e r artificial de la nueva línea política se hizo muy p r o n t o evidente. Cuando los nacionalistas t u r c o s i n t e n t a r o n i m p o n e r u n a constitución representativa, el sultán Abdul H a m i d II tuvo pocas dificultades p a r a volver a implantar, en 1878, u n despotismo personal, b r u t a l a u n q u e inseguro. A finales de siglo se había conseguido la estabilización en la titularidad de los cargos y en la clase terrateniente, con las garantías de seguridad de la propiedad concedidas p o r las m e d i d a s Tanzimat. Pero, p o r o t r a parte, n o surgía ningún nuevo orden social y político d e n t r o del imperio o t o m a n o a medida que se iba r e d u c i e n d o g r a d u a l m e n t e a causa de las sucesivas guerras de liberación, libradas p o r los pueblos sometidos de los Balcanes, y de las m a n i o b r a s de las grandes potencias europeas p a r a f r u s t r a r l a s o utilizarlas. En 1875 f u e liquidada u n a rebelión p o p u l a r en Bulgaria. La intervención de Rusia d e r r o t ó u n a vez más a T u r q u í a en el c a m p o de batalla, m i e n t r a s Inglaterra se movilizaba de nuevo p a r a salvarla de las consecuencias de la catástrofe. El r e s u l t a d o f u e u n a c u e r d o e n t r e las potencias europeas que garantizó la plena independencia de Servia, R u m a n i a y Montenegro, creó u n a Bulgaria a u t ó n o m a b a j o soberanía residual o t o m a n a y concedió a Austria el control de Bosnia. E n la década siguiente, Grecia comp r ó Tesalia, y Bulgaria conquistó su independencia. El c o n j u n t o de f r u s t r a c i o n e s de esta decadencia imperial acelerada y la insólita rigidez b u r o c r á t i c a del r e i n a d o de Abdul Hamil movieron a los oficiales del ejército —los llamados después Jóvenes Turcos— a t o m a r el p o d e r p o r m e d i o de u n golpe de E s t a d o en 1908. P e r o u n a vez satisfechas las ambiciones personales y olvidadas las consignas comteanas, el prog r a m a político de los Jóvenes Turcos se r e d u j o a a u m e n t a r el centralismo dictatorial y la represión de las nacionalidades som e t i d a s del imperio 4 7 . La d e r r o t a en la p r i m e r a guerra de los Balcanes y la desintegración en la p r i m e r a guerra m u n d i a l f u e su ignominioso final. El E s t a d o o t o m a n o experimentó, pues, nuevas limitaciones y modificaciones en el ú l t i m o siglo de su * H. Inalcik, «Land problems in Turkish history», The Moslem World, XLV, 1955, pp. 226-7. Inalcik comenta que los conceptos legales de Occidente se aplicaron por primera vez a la propiedad de la tierra, sin condiciones o estipulaciones, en 1926. 47 Incluso el más benévolo de los estudios recientes sobre el régimen de los Jóvenes Turcos concluye que fue incapaz de crear ninguna institución nueva y que se limitó a explotar para sus propios intereses los mecanismos tradicionales de poder: Feroz Ahmed, The Young Turks, Oxford, 1969, pp. 164-5.
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existencia, p e r o n u n c a adquirió u n nuevo resurgir social. Simplemente, el viejo E s t a d o se hizo cada vez m á s violento y resq u e b r a j a d o . La r e f o r m a negativa de los «abusos» era intrínsecamente incapaz de desembocar en u n a reconstrucción positiva del imperio, f u e s e en la f o r m a de u n nuevo sistema político o de la restauración del viejo. El f e u d a l i s m o n o había presidido la f o r m a c i ó n del imperio o t o m a n o y el absolutismo q u e d a b a ya m u y lejos de su decadencia. Las tentativas realizadas p o r las potencias e u r o p e a s p a r a «alinear» a la Puerta con las diversas n o r m a s institucionales de Viena, San Petersburgo o Londres f u e r o n c o m p l e t a m e n t e inútiles: la P u e r t a pertenecía a o t r o universo. Las r e f o r m a s a b o r t a d a s de M a h m u d II y de la época Tanzimat, seguidas p o r la reacción de H a m i d y p o r el fiasco de los Jóvenes Turcos, n o p r o d u j e r o n ni u n neodespot i s m o turco, ni u n a b s o l u t i s m o oriental, ni n a t u r a l m e n t e u n p a r l a m e n t a r i s m o occidental. El n a c i m i e n t o de u n a nueva form a de E s t a d o tuvo que e s p e r a r h a s t a q u e la conservación diplomática de las reliquias del antiguo t e r m i n a s e con el conflicto internacional de la p r i m e r a guerra mundial, q u e f i n a l m e n t e liberó al reino osmanli de su miseria. Los Balcanes, sin embargo, f u e r o n liberados del dominio o t o m a n o antes del dénouement en la propia Turquía. La expulsión de t o d o el sistema de ocupación o t o m a n o de u n país t r a s otro, a p a r t i r de comienzos del siglo xix, c o n d u j o a la implantación de u n i n e s p e r a d o m o d e l o agrícola, distinto a los del r e s t o de E u r o p a oriental y occidental. R u m a n i a , que históricamente era u n a ú l t i m a tierra de nadie s i t u a d a e n t r e los tipos de desarrollo regional de los Balcanes y de m á s allá del Elba, e x p e r i m e n t ó el giro m á s e x t r a ñ o de todos los nuevos países que aparecieron después de 1815. R u m a n i a fue, en efecto, el ú n i c o país de E u r o p a en el que, después de que u n a «primera» s e r v i d u m b r e hubiese llegado a su fin, tuvo lugar u n a v e r d a d e r a «segunda servidumbre», d e t e r m i n a d a sin lugar a d u d a p o r el comercio de cereales. Las tierras r u m a n a s h a b í a n sido las únicas que el E s t a d o o t o m a n o d e j ó b a j o el dominio de su propia clase b o y a r d a c u a n d o las invadió en el siglo xvi. La formación de u n a sociedad r u r a l estratificada, con propietarios señoriales y u n c a m p e s i n a d o sometido, había sido m u y reciente, debido al largo a t r a s o i m p u e s t o sobre esta zona p o r u n dominio n ó m a d a d e p r e d a d o r , q u e sólo llegó a su fin con la paulatina expulsión de c u m a n o s y t á r t a r o s en el siglo xviii 4 4 . 41 Los orígenes históricos de la formación social rumana en la época medieval tardía están trazados en H. H. Stahl, Les anciennes commu-
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La propiedad comunal de las aldeas se extendió h a s t a el siglo xiv, y sólo con la aparición de los principados de Moldavia y Valaquia en el siglo xv t o m ó f o r m a u n a aristocracia territorial que en u n p r i m e r m o m e n t o explotó a los p r o d u c t o r e s rurales p o r medios m á s fiscales q u e feudales, de a c u e r d o con el m o d e l o de los n ó m a d a s turcos que h a b í a n sido sus m a e s t r o s 4 9 . La breve unificación de a m b o s estados p o r Miguel I a finales del siglo xvi inició la adscripción generalizada del campesinad o r u m a n o . La s e r v i d u m b r e se consolidó m á s t a r d e b a j o el señorío otomano. En el siglo xviii, la Puerta confió la administración de estas provincias a las familias griegas fanariotas, de E s t a m b u l , que llegaron a f o r m a r en los principados u n a s dinastías dominantes intermedias, los llamados hospodares, en las que la recaudación de impuestos y el comercio ya e s t a b a n controlados p o r griegos expatriados. El señorío b o y a r d o se vio progresivamente a m e n a z a d o p o r la resistencia campesina, que a d o p t ó la característica f o r m a oriental de las h u i d a s en m a s a p a r a librarse de cargas e impuestos. Los funcionarios austríacos, que ansiaban colonizar las zonas fronterizas recién conquistadas p a r a los H a b s b u r g o e n E u r o p a sudoriental, ofrecían i n t e r e s a d a m e n t e a los fugitivos r u m a n o s u n r e f u g i o al o t r o lado de la f r o n t e r a 5°. Seriam e n t e p r e o c u p a d o p o r el e m p e o r a m i e n t o de la situación de la fuerza de t r a b a j o en los principados, el sultán o r d e n ó en 1744 a u n o de los hospodares, Constantino Mavrokordatos, que pacificara y r e p o b l a r a los principados. Mavrokordatos, influenciado p o r la Ilustración europea, decretó la abolición gradual de los vínculos serviles t a n t o en Valaquia (1746) como en Moldavia (1749), concediendo a todos los campesinos el derecho a c o m p r a r su emancipación 5 1 . E s t a m e d i d a f u e facilitada p o r la ausencia de u n a categoría jurídica equivalente a la servidumb r e d e n t r o de las provincias del imperio a d m i n i s t r a d a s p o r los turcos. E n este siglo n o había comercio cerealístico de expor-
nautés villageoises roumaines: asservissement et pénétration capitaliste, Bucarest, 1969, pp. 25-45, una obra muy importante que arroja luz sobre muchos aspectos del desarrollo social de Europa oriental. 49 Hay una meticulosa periodización de todo este proceso en Stahl, Les anciennes communautés villageoises, pp. 163-89. 50 W. H. MacNeill, Europe's steppe frontier, 1500-1800, Chicago, 1964, página 204. " Un análisis de los decretos de emancipación y de la reacción de los boyardos puede verse en A. Otetea, «Le second asservissement des paysans roumains (1746-1821)», Nouvelles Etud.es d'Histoire, i, Bucarest, 1955, páginas 299-312.
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tación, debido a que la P u e r t a controlaba u n monopolio comercial estatal y se limitaba a enviar t r i b u t o s en especie a Estambul. Sin embargo, el t r a t a d o de Adrianópolis de 1829, q u e dio a Rusia soberanía c o m p a r t i d a con Turquía sobre las t i e r r a s r u m a n a s , abrogó los controles o t o m a n o s sobre la exportación. La consecuencia f u e u n repentino y espectacular auge de los cereales en el Danubio. A mediados del siglo xix, la llegada de la revolución industrial a E u r o p a occidental creó u n m e r c a d o mundial capitalista de u n tipo que n u n c a había existido en los siglos xvi y x v n , con u n a f u e r z a de e m p u j e capaz de transform a r en u n a s pocas décadas a las regiones m á s atrasadas. La producción de grano en los principados r u m a n o s se dobló ent r e 1829 y 1832, y lo m i s m o o c u r r i ó con el valor de las exportaciones e n t r e 1831 y 1833. E n u n a sola década, de 1830 a 1840, el área de cultivo cerealístico se multiplicó p o r diez 52 . El trab a j o r u r a l p a r a este impresionante crecimiento se o b t u v o p o r m e d i o de la reimposición de obligaciones serviles al campesin a d o r u m a n o y del a u m e n t o de las prestaciones de t r a b a j o a niveles superiores a los q u e existían antes de los decretos de Mavrokordatos en el siglo anterior. El único caso auténtico de u n a segunda s e r v i d u m b r e en E u r o p a f u e obra, p o r tanto, del capitalismo industrial y n o del mercantil, y n o podía ser de otra m a n e r a . En este m o m e n t o ya era posible la presencia de u n a causalidad intereconómica directa y masiva, a c t u a n d o a lo a n c h o de todo el continente, donde n u n c a había existido dos o tres siglos antes. El c a m p e s i n a d o r u m a n o se q u e d ó h u n d i d o y h a m b r i e n t o de tierra, e n u n a s condiciones m u y s e m e j a n t e s a las del c a m p e s i n a d o ruso. Las restricciones serviles f u e r o n abolidas de nuevo p o r la r e f o r m a de 1864, d i r e c t a m e n t e copiada de la proclamación zarista de 1861. Y c o m o en Rusia, el c a m p o r u m a n o p e r m a n e c i ó d o m i n a d o p o r señores feudales hasta la p r i m e r a g u e r r a mundial. R u m a n i a fue, sin embargo, la excepción en los Balcanes. E n todos los d e m á s países tuvo lugar el proceso contrario. E n Croacia, Servia, Bulgaria y Grecia, las aristocracias locales habían sido aniquiladas p o r la conquista o t o m a n a , sus tierras q u e d a r o n d i r e c t a m e n t e anexionadas al s u l t a n a t o y los invasores t u r c o s asentados en ellas constituían, en el siglo xix, la mayor p a r t e de la poderosa y parasitaria clase de notables locales ayans. Las sucesivas rebeliones y guerras nacionales de libera52 A. Otetea, «Le second servage dans les principautés danubiennes», Nouvelles Etudes d'Histoire, ix, Bucarest, 1960, p. 333.
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ción expulsaron a los ejércitos turcos de Servia (1804-1913), de Grecia (1821-1913) y de Bulgaria (1875-1913). En estos países, la conquista de la independencia política vino a c o m p a ñ a d a aut o m á t i c a m e n t e p o r u n a sacudida económica en el campo. Los señores t u r c o s se m a r c h a r o n con las t r o p a s que los h a b í a n protegido, lo que era n o r m a l y comprensible, y d e j a r o n sus propiedades a los campesinos que las h a b í a n cultivado. Este modelo varió considerablemente de a c u e r d o con la duración de la lucha de independencia. Cuando ésta f u e lenta y prolongada, c o m o en Servia y Grecia, h u b o m u c h o m á s t i e m p o p a r a que d u r a n t e ella se f o r m a s e y expandiese u n e s t r a t o nativo de t e r r a t e n i e n t e s q u e se apropió d i r e c t a m e n t e los chifliks en sus ú l t i m a s etapas: las ricas familias griegas, p o r ejemplo, c o m p r a r o n m u c h a s propiedades t u r c a s intactas en Tesalia cuando ésta f u e a d q u i r i d a a la P u e r t a en 1881S3. En Bulgaria, p o r el contrario, el r i t m o m á s breve y m á s violento de la lucha de independencia ofreció m u c h a s menos o p o r t u n i d a d e s p a r a q u e tuviesen lugar esas transferencias. Pero en los tres países apareció, en ú l t i m o término, u n a economía r u r a l m u y s e m e j a n t e 5 4 . Una vez lograda su independencia, Bulgaria, Grecia y Servia se convirtieron en países de pequeños propietarios agrícolas, e n la m i s m a época en que Prusia, Polonia, Hungría y Rusia e r a n todavía tierras de latifundios nobiliarios. N a t u r a l m e n t e , la explotación r u r a l no llegó a su fin: los u s u r e r o s , m e r c a d e r e s y funcionarios la r e p r o d u j e r o n con nuevas f o r m a s en los estados independientes. Pero el m o d e l o agrario f u n d a m e n t a l de los países balcánicos se b a s a b a en la p e q u e ñ a producción, en medio de superpoblación creciente, división de las propiedades y deudas de los campesinos. La r e t i r a d a del dominio t u r c o significó el fin de la p r o p i e d a d tradicional. E u r o p a central s u f r i ó u n com ú n a t r a s o social y económico a principios del siglo xx, que la separó de E u r o p a occidental. Pero, d e n t r o de ella, el sudeste se m a n t u v o como u n a península a p a r t e . " Stavrianos, The Balkans since 1453, pp. 478-9. Albania era un caso diferente por la islamización de la mayoría de la población bajo el dominio otomano y por la conservación de los modelos sociales tribales en las montañas. El reclutamiento turco de albaneses para el aparato de Estado osmanli era algo tradicional; la reacción de Hamid se había basado especialmente en su lealtad. Así, los notables musulmanes locales sólo optaron por la independencia en el último momento, en 1912, cuando ya era obvio que el poderío turco en los Balcanes había acabado. Por consiguiente, la propiedad señorial de la tierra no se vio afectada por el fin del dominio otomano. Por otra parte, el tribalismo montañés de la mayor parte del país limitó inevitablemente la agricultura de grandes propiedades. 54
CONCLUSIONES
El E s t a d o otomano, que o c u p ó el sudeste de E u r o p a d u r a n t e quinientos años, p e r m a n e c i ó en el continente sin llegar n u n c a a identificarse con su sistema social y político. S i e m p r e se mantuvo como u n e x t r a ñ o ante la cultura europea, como u n a intrusión islámica en el seno de la cristiandad y, h a s t a n u e s t r o s días, h a p l a n t e a d o a las historias u n i t a r i a s del continente problemas irresolubles de presentación. En realidad, la larga y p r o f u n d a presencia en suelo europeo de u n a formación social y u n a e s t r u c t u r a estatal tan distinta del m o d e l o d o m i n a n t e en el continente ofrece u n a m e d i d a m u y a p r o p i a d a p a r a valorar la especificidad histórica de la sociedad europea antes de la llegada del capitalismo industrial. En efecto, a p a r t i r del Renacimiento los p e n s a d o r e s políticos europeos de la era del a b s o l u t i s m o i n t e n t a r o n repetidas veces definir el c a r á c t e r de su propio m u n d o p o r oposición con el o r d e n turco, tan cercano y, sin embargo, tan r e m o t o ; ninguno de ellos se limitó a reducir esas distancias a la existente e n t r e a m b a s religiones. Maquiavelo, en la Italia de principios del siglo xvi, f u e el p r i m e r teórico que utilizó al E s t a d o o t o m a n o como antítesis de u n a m o n a r q u í a europea. E n dos páginas centrales de El Príncipe definió a la b u r o c r a c i a autocrática de la Puerta como u n o r d e n institucional que la separaba de todos los estados de E u r o p a : «Toda la m o n a r q u í a del T u r c o está gobernada p o r u n solo señor: los demás son sus servidores, y, dividiendo en provincias su reino, m a n d a a ellas diversos a d m i n i s t r a d o r e s , y los cambia y varía como le parece [ . . . ] siendo todos esclavos suyos y estándole o b l i g a d o s » M a q u i a v e l o a ñ a d e que el tipo de e j é r c i t o p e r m a n e n t e que los soberanos osmanlis tenían a su disposición era algo desconocido p a r a todos los países del continente en esa época: « [ . . . ] Ninguno de estos príncipes tiene ejércitos que se hayan a m a l g a m a d o al m i s m o t i e m p o con las a u t o r i d a d e s y las administraciones de las provincias [...] Ent r e ellos exceptúo al Turco, p o r q u e siempre tiene alrededor de sí doce mil infantes y quince mil caballos, de los q u e de1
II Principe
e Discorsi,
pp. 26-7 [El Príncipe,
p. 102].
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p e n d e la seguridad y la fortaleza de su reino; y es necesario que, p o r encima de cualquier o t r a consideración, el soberano los m a n t e n g a n c o m o amigos» 2 . Como h a señalado correctamente Chabod, estas reflexiones constituyen la p r i m e r a aproximación implícita a u n a autodefinición de «Europa» 3 . Sesenta años después, e n t r e los s u f r i m i e n t o s de las guerras de religión en Francia, Bodin desarrolló u n a comparación política e n t r e las m o n a r q u í a s limitadas p o r el r e s p e t o hacia las p e r s o n a s y los bienes de sus súbditos y los imperios que tenían u n dominio ilimitado sobre ellos: los p r i m e r o s r e p r e s e n t a b a n la soberanía «real» de los estados europeos; los segundos, el p o d e r «señorial» de despotismos tales como el E s t a d o otomano, que eran esencialmente extraños a E u r o p a . «Al rey de los turcos se le llama Gran Señor, n o p o r las dimensiones de su reino, ya que el del rey de E s p a ñ a es diez veces mayor, sino p o r q u e es dueño completo de sus personas y propiedades. Sólo se llama esclavos a los sirvientes educados y p r e p a r a d o s en su casa, p e r o los timariots —de quienes son a r r e n d a t a r i o s sus súbditos— están investidos de sus timars sólo p o r su tolerancia; sus concesiones deben renovarse cada diez años, y, c u a n d o m u e r e n , sus herederos sólo p u e d e n h e r e d a r los bienes muebles. En ningún o t r o país de E u r o p a existen m o n a r q u í a s señoriales de ese t i p o [ . . . ] Los pueblos de E u r o p a , más orgullosos y a m a n t e s de la guerra q u e los de Asia o Africa, n u n c a h a n conocido o tolerado u n a m o n a r q u í a señorial desde los tiempos de las invasiones húngaras» 4. E n la I n g l a t e r r a de principios del siglo x v n , Bacon subrayaba que la distinción f u n d a m e n t a l e n t r e los sistemas europeo y t u r c o era la ausencia de u n a aristocracia hereditaria en el rein o otomano. «Una m o n a r q u í a en la que n o existe ninguna nobleza es siempre u n a tiranía p u r a y absoluta, c o m o la de los turcos, p o r q u e la nobleza m o d e r a la soberanía y a p a r t a los ojos del pueblo de la casa real» 5 . Dos décadas más tarde, tras el d e r r o c a m i e n t o de la m o n a r q u í a E s t u a r d o , el republicano Harrington acentuó los f u n d a m e n t o s económicos del imperio otom a n o como línea divisoria básica e n t r e los estados europeos 1
II Principe e Discorsi, pp. 83-4 [El Príncipe, pp. 162-3], F. Chabod, Storia dell'idea d'Europa, Bari, 1964, pp. 48-52. Les six livres de la République, pp. 20-2. Los pensadores europeos tenían evidentes dificultades para encontrar una terminología que les permitiera discutir las características del Estado otomano en esta época. De ahí el título curiosamente inapropiado de «Gran Señor» atribuido al sultán. La noción de «despotismo», aplicada después normalmente a Turquía, fue un neologismo del siglo x v m . 5 The essays or counsels civil and mora!, Londres, 1632, p. 72. 5
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y el t u r c o : el monopolio j u r í d i c o del sultán sobre la p r o p i e d a d de la tierra era la v e r d a d e r a n o t a distintiva de la P u e r t a : «Si u n h o m b r e es el ú n i c o d u e ñ o de u n territorio, o sus posesiones s u p e r a n a las del pueblo, p o r ejemplo, en tres p a r t e s de cada cuatro, ese h o m b r e es el Gran Señor: así llaman al T u r c o p o r sus propiedades; y su imperio es u n a m o n a r q u í a absoluta [ . . . ] p o r q u e en T u r q u í a es ilegal que nadie posea tierra, excepto el Gran Señor» 6 . A finales del siglo xvii, el p o d e r í o del E s t a d o o t o m a n o h a p a s a d o ya su m o m e n t o de esplendor, y el t o n o de los comentarios cambia de f o r m a perceptible. Por vez p r i m e r a , el t e m a de la superioridad histórica de E u r o p a comienza a h a c e r s e central en la discusión sobre el sistema turco, m i e n t r a s q u e los defectos de éste se generalizan a todos los g r a n d e s imperios de Asia. E s t e p a s o se dio, d e m o d o decisivo, en los escritos del médico f r a n c é s Berier, q u e viajó p o r los reinos turco, p e r s a y mogol y llegó a ser m é d i c o personal del e m p e r a d o r Aurangzeb de India. A su vuelta a Francia, destacó a la India de los mogoles como la versión m á s e x t r e m a de la T u r q u í a o t o m a n a : las bases de la r u i n o s a tiranía de a m b a s residían en la ausencia de propiedad privada de la tierra, cuyos efectos c o m p a r ó a los del fértil c a m p o gobernado p o r Luis XIV. «¡Cuán insignificante es la riqueza y el p o d e r de T u r q u í a en c o m p a r a c i ó n con sus vent a j a s naturales! I m a g i n e m o s p o r u n m o m e n t o en qué país tan p o b l a d o y cultivado se convertiría si fuese reconocido el derecho de propiedad, y no p o d e m o s d u d a r de q u e sería capaz de m a n t e n e r ejércitos tan prodigiosos c o m o a n t e s [ . . . ] He v i a j a d o p o r casi todos los lugares del I m p e r i o y soy testigo de cuán lamentable es su r u i n a y su despoblación [ . . . ] S u p r i m i d el derecho de p r o p i e d a d de la tierra e introduciréis, c o m o consecuencia infalible, la tiranía, la esclavitud, la injusticia, la miseria y la b a r b a r i e ; la t i e r r a d e j a r á de cultivarse y se convertirá en u n desierto; se a b r i r á la vía p a r a la destrucción de las naciones y la r u i n a de los reyes y de los estados. La esperanza que a n i m a al h o m b r e de q u e p o d r á r e t e n e r los f r u t o s de su t r a b a j o y transmitirlos a sus descendientes es lo q u e constituye el f u n d a m e n t o principal de todas las cosas excelsas y benéficas de este m u n d o ; y si p a s a m o s revista a los diferentes reinos del globo, c o m p r o b a r e m o s q u e p r o s p e r a n o decaen según la reconozcan o la condenen; en u n a palabra, la presencia o el olvido de este principio es lo que c a m b i a y diversifica la faz
' The Commonwealth
of Oceana, Londres, 1658, pp. 4, 5.
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de la tierra» 7 . Los acres relatos sobre el Oriente hechos p o r Bernier e j e r c i e r o n u n a p r o f u n d a influencia e n las siguientes generaciones de p e n s a d o r e s de la era de la Ilustración. A principios del siglo X V I I I , Montesquieu repetía con fidelidad su descripción del E s t a d o turco: «El Gran Señor concede la mayor p a r t e de la tierra a sus soldados y dispone de ella a su voluntad; p u e d e t o m a r toda la herencia de los funcionarios de su imperio. Cuando u n s ú b d i t o m u e r e sin descendencia masculina, sus h i j a s se q u e d a n con el m e r o u s u f r u c t o de sus bienes, porq u e el señor t u r c o a d q u i e r e la p r o p i e d a d de ellos; en consecuencia, la posesión de la m a y o r p a r t e de los bienes de la sociedad es p r e c a r i a [...] N o hay ningún despotismo tan perjudicial c o m o aquel cuyo príncipe se declara p r o p i e t a r i o de todas las posesiones territoriales y h e r e d e r o de todos sus súbditos: la consecuencia inevitable es el a b a n d o n o del cultivo y, si el s o b e r a n o se inmiscuye en el comercio, la r u i n a de toda la industria» s . Por esta época, la expansión colonial europea ya había exp l o r a d o y a t r a v e s a d o p r á c t i c a m e n t e t o d o el globo, y el alcance de los conceptos políticos inicialmente derivados de la específica c o n f r o n t a c i ó n con el E s t a d o o t o m a n o en los Balcanes se había extendido en u n a m e d i d a similar h a s t a los confines de China e incluso m á s allá. La o b r a de Montesquieu incluía así, p o r vez p r i m e r a , u n a teoría global comparativa de lo que, en De Vesprit des lois, denominó categóricamente «despotismo», como u n a f o r m a de gobierno extraeuropea, cuya e s t r u c t u r a se oponía p o r c o m p l e t o a los principios derivados del «feudalismo» europeo. La generalidad del concepto mantenía, sin embargo, u n a denotación geográfica tradicional, que se explicaba p o r el i n f l u j o del clima y del suelo: «Asia es aquella región del m u n d o e n la q u e el despotismo reside, p o r así decir, de f o r m a n a t u r a l » 9 . Legada p o r la Ilustración, la f o r t u n a del concepto de d e s p o t i s m o oriental en el siglo xix es m u y conocida y n o exige que nos detengamos en ella 10: b a s t a r á decir que desde Hegel en adelante se m a n t u v o la m i s m a concepción básica 7 Travels in the mogul empire (traducción de Archibald Constable), reeditado en Oxford, 1934, pp. 234, 238. l e exuberancia victoriana de la traducción de Constable ha sido ligeramente recortada para acercarla al texto original de Bernier. Sobre éite véase Frangois Bernier, Voy ages, x, Amsterdam, 1710, pp. 313, 319-20. 1 De Vesprit des lois, I, pp. 66-7. ' Ibid., p. 68. 10 De esto se tratará más adelante en la nota sobre el «modo de producción asiático», pp. 476-511.
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de la sociedad asiática, cuya función intelectual consistió siemp r e en trazar u n contraste radical e n t r e la historia de E u r o p a —cuya original especificidad había situado Montesquieu en el f e u d a l i s m o y cuya descendencia m o d e r n a había visto en el absolutismo— y el destino de los o t r o s continentes. E n n u e s t r o siglo, los pensadores marxistas, p e r s u a d i d o s de la universalidad de las sucesivas e t a p a s de desarrollo socioeconómico acaecidas en E u r o p a , h a n insistido, p o r el contrario, en que el feudalismo f u e u n f e n ó m e n o de alcance universal q u e a b a r c ó a los estados asiáticos y a f r i c a n o s t a n t o como a los europeos. Se h a n descubierto y estudiado los feudalismos otomano, egipcio, m a r r o q u í , persa, indio, mogol N o chino. La reacción política contra las ideologías imperialistas de la superioridad europea ha conducido a la extensión intelectual de conceptos historiográficos derivados del p a s a d o de u n solo continente p a r a explicar la evolución de algunos o t r o s o de todos ellos. Ningún t é r m i n o h a e x p e r i m e n t a d o u n a difusión tan indiscriminada y p e n e t r a n t e c o m o el de feudalismo, que, en la práctica, se ha aplicado f r e c u e n t e m e n t e a cualquier f o r m a c i ó n social situada e n t r e los polos de identidad tribal y capitalista, siempre que no estuviera caracterizada p o r la esclavitud. El m o d o de producción feudal se define así, simplemente, c o m o u n a combinación de grandes propiedades de tierra con pequeñ a producción campesina, en la que la clase explotadora extrae el excedente del p r o d u c t o r i n m e d i a t o p o r medio de f o r m a s consuetudinarias de coerción extraeconómica —prestaciones de t r a b a j o , entregas en especie, r e n t a s en dinero— y donde el i n t e r c a m b i o de mercancías y la movilidad de la fuerza de trab a j o e s t á n igualmente limitados u . Este c o n j u n t o se p r e s e n t a como núcleo económico del feudalismo, q u e p u e d e subsistir d e n t r o de u n amplio n ú m e r o de diferentes armazones políticos. E n o t r a s palabras, los sistemas jurídicos y constitucionales se 11 Un solo ejemplo, que define la formación social otomana de la que aquí nos hemos ocupado específicamente, bastará: «Bajo los otomanos se desarrollaron unas relaciones de producción de tipo puramente feudal. La preponderancia de una economía de pequeños campesinos, el dominio de la agricultura sobre la artesanía y del campo sobre la ciudad, el monopolio de la propiedad de la tierra por una minoría, la apropiación del excedente del campesinado por una clase dominante: todas estas características del modo de producción feudal se encuentran en la sociedad otomana». Ernst Werner, Die Geburt einer Grossmacht, die Osmanen, p. 305. Ernest Mandel cita este párrafo para criticarlo con toda razón, The formation of the economic thought of Karl Marx, Londres, 1971, p. 127 [La formación del pensamiento económico de Marx, Madrid, Siglo XXI, 1974].
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convierten en elaboraciones optativas y externas a un centro productivo invariante. Las superestructuras política y legal se divorcian de la infraestructura económica, que constituye por sí sola el auténtico modo de producción feudal como tal. Según esta opinión, muy extendida ahora entre los autores marxistas contemporáneos, el tipo de propiedad agraria, la naturaleza de la clase poseedora y la matriz del Estado pueden variar enormemente por encima de un orden rural común situado en la base de toda la formación social. En especial, la soberanía fragmentada, la jerarquía vasallática y el sistema de feudos de Europa medieval dejan por completo de ser unas características originarias o esenciales del feudalismo. Su ausencia total es compatible con la presencia de una formación social feudal, siempre que exista una combinación de explotación agraria a gran escala y de producción campesina, basada en relaciones extraeconómicas de coacción y dependencia. Así, la China de los Ming, la Turquía selyúcida, la Mogolia de Genghis, la Persia safávida, la India mogol, el Egipto tulúnida, la Siria oineya, el Marruecos almorávide y la Arabia wahabí pasan a ser igualmente susceptibles de ser clasificados como feudales, del mismo modo que la Francia capeta, la Inglaterra normanda o la Alemania de los Hohenstaufen. A lo largo de esta investigación, hemos encontrado tres ejemplos representativos de esta categorización: las confederaciones nómadas de los tártaros, el imperio bizantino y el sultanato otomano han sido designados como estados feudales por autores serios especialistas en sus respectivas historias u , que han argumentado que sus claras divergencias superestructurales respecto a las normas de Occidente ocultan una convergencia básica de sus relaciones infraestructurales de producción. Todo privilegio atribuido al desarrollo occidental está así destinado a desaparecer en el proceso multiforme de una historia mundial secretamente única desde su comienzo. En esta variación de la historiografía materialista, el feudalismo se convierte en un océano redentor en el que prácticamente todas las sociedades pueden recibir su bautismo. La invalidez científica de este ecumenismo teórico puede demostrarse a partir de la paradoja lógica a la que conduce. Porque si, en efecto, el modo de producción feudal puede definirse independientemente de las variables superestructuras ju1!
Véanse pp. 396-7; Passages from 282-3 [Transiciones de la Antigüedad 1979, pp, 223-7, 289-90],
Antiquity to faudalism, pp. 219-22, al feudalismo, Madrid, Siglo XXI,
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rídicas y políticas que le acompañan, de tal modo que su presencia puede registrarse en todo el globo, siempre que se hayan superado las formaciones sociales primitivas o tribales, entonces se plantea el siguiente problema: ¿cómo puede explicarse el singular dinamismo de la escena europea del feudalismo internacional? Ningún historiador ha pretendido todavía que el capitalismo industrial se haya desarrollado espontáneamente en ningún sitio, excepto en Europa y en su extensión americana, que conquistaron después el resto del mundo gracias precisamente a su primacía económica, paralizando o implantando el modo de producción capitalista en el exterior de acuerdo con las necesidades y los impulsos de su propio sistema imperial. Si el feudalismo tuvo una base económica común a toda la masa de tierra que va del Atlántico al Pacífico, dividida únicamente por formas jurídicas y constitucionales y, sin embargo, sólo una de esas zonas produjo la revolución industrial que conduciría en último término a la transformación de todas las sociedades, entonces el determinante de este éxito trascendental debe buscarse en las superestructuras políticas y legales, por las que únicamente se distinguían. Las leyes y los estados, que se habían descartado por su papel secundario e insustancial, resurgen en toda su plenitud como autores aparentes de la ruptura más trascendental de la historia moderna. En otras palabras, una vez que la estructura de la soberanía y la legalidad se ha disociado de la economía de un feudalismo universal, su sombra gobierna paradójicamente al mundo, porque se transforma en el único principio capaz de explicar el desarrollo diferencial de todo el modo de producción. En esta concepción, la misma omnipresencia del feudalismo reduce el destino de los continentes al juego superficial de las meras costumbres locales. Un materialismo ciego para el color, incapaz de apreciar el verdadero y rico espectro de las diversas totalidades sociales dentro del mismo arco temporal de la historia, termina así inevitablemente en un perverso idealismo.
La solución de esta paradoja radica, obviamente, aunque nadie lo señale, en la misma definición de las formaciones sociales precapitalistas dada por Marx. Todos los modos de producción de las sociedades clasistas anteriores al capitalismo extraen plustrabajo de los productores inmediatos por medio de la coerción extraeconómica. El capitalismo es el primer modo de producción de la historia en el que los medios por los que se extrae el excedente del productor directo son «puramente» económicos en su forma: el contrato de trabajo, el in-
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t e r c a m b i o igual e n t r e agentes libres que reproduce, cada h o r a y cada día, la desigualdad y la opresión. Todos los medios de producción anteriores operan a través de sanciones extraeconómicas: de parentesco, consuetudinarias, religiosas, legales o políticas. En principio, p o r tanto, siempre es imposible interp r e t a r estas sanciones como algo s e p a r a d o de las relaciones económicas. Las «superestructuras» del parentesco, la religión, el derecho o el E s t a d o e n t r a n necesariamente en la e s t r u c t u r a constitutiva del m o d o de producción de las formaciones sociales precapitalistas. Todas ellas intervienen directamente en el nexo «interno» de extracción de excedente, m i e n t r a s q u e en las formaciones sociales capitalistas —las p r i m e r a s de la historia que separan la economía como un o r d e n f o r m a l m e n t e autosuficiente— proporcionan, p o r el contrario, sus precondiciones «externas». E n consecuencia, los modos de producción precapitalistas no p u e d e n definirse excepto p o r sus s u p e r e s t r u c t u r a s políticas, legales e ideológicas, ya que son ellas las que determinan el tipo de coerción extraeconómica que los especifica. Las f o r m a s exactas de dependencia jurídica, de propiedad y de soberanía que caracterizan a las formaciones sociales precapitalistas, lejos de ser m e r o s epifenómenos accesorios y contingentes, componen, p o r el contrario, los rasgos f u n d a m e n t a l e s del m o d o de producción d o m i n a n t e d e n t r o de ellas. Una taxonomía escrupulosa y exacta de estas configuraciones legales y políticas constituye, p o r tanto, u n a condición previa p a r a el establecimiento de u n a tipología comprehensiva de los m o d o s de producción precapitalistas 1 3 . En realidad, es evidente q u e la compleja imbricación de la explotación económica con las instituciones e ideologías extraeconómicas crea u n a gama de posibles m o d o s de producción anteriores al capitalismo m u c h o m á s amplia de lo que podría deducirse de la generalidad relativamente simple y sólida del propio m o d o de producción capitalista, que llegó a ser su c o m ú n e involuntario terminus ad quem en la época del imperialismo industrial.
" Esta necesidad fundamental ha sido claramente percibida por el historiador soviético Zel'in en su notable ensayo, «Printsipi morfologicheskoi klassifikatsii form zavisimosti», en K. K. Zel'in y M. V. Trofimova, Formi zavisimosti v vostochnom sredize.nnomor'e ellenisticheskovo perioda, Moscú, 1969, pp. 11-51, especialmente 29-33. El texto de Zel'in contiene una crítica de las antinomias de los análisis convencionales del feudalismo realizados por los marxistas. Sus preocupaciones específicas se refieren esencialmente a una definición más rigurosa de las formas de dependencia —cuyo carácter no es ni feudal ni esclavista— características del mundo helenístico.
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Así pues, hay que resistir cualquier tentación a priori de prealinear a aquéllos con la u n i f o r m i d a d de este último. La posibilidad de u n a pluralidad de m o d o s de producción precapitalistas, postribales y n o esclavistas, es inherente a sus mecanismos de extracción de excedente. Los p r o d u c t o r e s inmediatos y los medios de producción — e n t e n d i e n d o p o r tales los i n s t r u m e n t o s de t r a b a j o y los o b j e t o s del t r a b a j o , p o r ejemplo, la tierra— siempre están dominados p o r la clase explotadora a través del sistema de propiedad prevaleciente, que constituye la intersección nodal e n t r e el derecho y la economía; p e r o como, además, las relaciones de propiedad están d i r e c t a m e n t e articuladas sobre el orden político e ideológico, que a m e n u d o dirige e x p r e s a m e n t e su distribución (limitando la propiedad de la tierra a los aristócratas, p o r ejemplo, o excluyendo a los nobles del comercio), el a p a r a t o total de explotación siempre se extiende hacia arriba, hasta llegar a la esfera de las superestructuras. «[Las] relaciones sociales [ . . . ] constituyen en su conj u n t o lo que a c t u a l m e n t e se conoce c o m o propiedad», escribió Marx a Annenkov 1 4 . E s t o n o significa que la p r o p i e d a d jurídica sea u n a m e r a ficción o u n a ilusión que p u e d a ser obviada o descartada p o r u n análisis directo de la i n f r a e s t r u c t u r a subyacente, procedimiento que lleva d i r e c t a m e n t e al colapso lógico que ya h e m o s indicado. Significa, p o r el contrario, que p a r a el m a t e r i a l i s m o histórico la propiedad jurídica n u n c a p u e d e separarse ni de la producción económica ni del p o d e r políticoideológico; su posición a b s o l u t a m e n t e central d e n t r o de cualquier m o d o de producción se deriva de sus vínculos con ambos, que en las formaciones sociales precapitalistas se convierte en u n a fusión directa y oficial. No es, p o r tanto, u n p u r o accidente el que Marx dedicara p r á c t i c a m e n t e t o d o su manuscrito básico sobre las sociedades precapitalistas en los Grundrisse —la única o b r a en la que c o m p a r a teórica y sistemátic a m e n t e los diferentes modos de producción— a u n p r o f u n d o análisis de las formas de propiedad agraria en los sucesivos o c o n t e m p o r á n e o s modos de producción de E u r o p a , Asia y América: el hilo c o n d u c t o r de todo el texto es el c a r á c t e r y la posición c a m b i a n t e s de la propiedad de la tierra y su interrelación con los sistemas políticos, desde el tribalismo primitivo h a s t a las vísperas del capitalismo. Ya hemos visto que Marx distinguía específicamente el pas14 K. Marx y F. Engels, Selected cia, p. 19].
correspondence,
p. 38
[Corresponden-
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toralismo n ó m a d a de todas las f o r m a s de agricultura sedentaria c o m o u n m o d o de producción diferente, b a s a d o en la propiedad colectiva de la riqueza inmueble (la tierra) y en la propiedad individual de la riqueza m u e b l e (los rebaños), al cont r a r i o de lo que sostienen posteriores a u t o r e s marxistas No es s o r p r e n d e n t e , p o r tanto, que Marx insistiera en que u n o de los rasgos f u n d a m e n t a l e s q u e definen el feudalismo es la propiedad privada y nobiliaria de la tierra. A este respecto, sus c o m e n t a r i o s sobre el estudio de Kovalevski acerca de la disolución de la propiedad de la aldea comunal son especialmente reveladores. Kovalevski, joven h i s t o r i a d o r r u s o q u e a d m i r a b a a Marx y m a n t e n í a correspondencia con él, dedicó u n a p a r t e sustancial de su t r a b a j o a lo que calificaba como lenta aparición del feudalismo en la India después de las conquistas musulmanas. Kovalevski n o negaba la importancia de las diferencias políticas y legales entre los sistemas agrícolas mogol y europeo y admitía que la persistencia jurídica de la exclusiva propiedad imperial de la tierra había conducido a u n a «menor intensidad» de la feudalización en la India q u e en E u r o p a . P e r o a f i r m a b a , a p e s a r de todo, que en la India se había desarrollad o u n amplio sistema de feudos, con u n a j e r a r q u í a completa de subinfeudación, antes de que la conquista británica impidiese su consolidación 1 6 . Aunque el estudio de Kovalevski estuviera influenciado en b u e n a medida p o r la o b r a de Marx y a u n q u e el t o n o de las n o t a s n o publicadas sobre el e j e m p l a r q u e le envió el a u t o r r u s o f u e r a p o r lo general benévolo, es significativo que Marx criticara r e p e t i d a m e n t e aquellos p a s a j e s en los q u e Kovalevski asimilaba las instituciones socioeconómicas indias o islámicas al feudalismo europeo. De estas intervenciones en las q u e rechabaza la atribución a la India de los mogoles de u n m o d o de produción feudal, la m á s incisiva y reveladora, dice lo siguiente: «Basándose en que el "sistema de beneficios", "la venta de cargos" (esta última, sin embargo, n o es en m o d o alguno puram e n t e feudal), como d e m u e s t r a Roma) y la commendatio p u e d e n e n c o n t r a r s e en la India, Kovalevski piensa que se t r a t a de u n feudalismo en el sentido europeo occidental. Kovalevski olvida, e n t r e o t r a s cosas, q u e la servidumbre —que r e p r e s e n t a u n i m p o r t a n t e elemento del feudalismo— n o existe en la India. Por o t r a parte, en lo q u e se refiere al papel individual de los señores feudales (que u V é a s e Passages from the Antiquity to feudalism, p. 220 [Transiciones de la Antigüedad al feudalismo, p. 224], " M. K o v a l e v s k i , Obshchinnoe zemlevladenie, prichini, jod i pos-
ledstviya evo razlozJieniya, Moscú, 1879, pp. 130-55.
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e j e r c e n la función de condes) como protectores n o sólo de los campesinos privados de libertad, sino t a m b i é n de los libres (cf. Palgrave), en la India d e s e m p e ñ a n u n papel insignificante, excepto en los waqfs. Tampoco e n c o n t r a m o s en la India esa poesía de la tierra (Bodenpoesie), tan característica del feudalismo romano-germánico (cf. Maurer), como t a m p o c o se e n c u e n t r a en Roma. ¡En la India, la tierra no es en ninguna p a r t e noble, en el sentido de ser, p o r ejemplo, inalienable a los del común! Por o t r a parte, el p r o p i o Kovalevski observa u n a diferencia f u n d a m e n t a l : la ausencia de u n a justicia patrimonial en el campo del derecho civil en el imperio del Gran Mogol»17. En o t r o lugar, Marx contradice de nuevo expresamente la a f i r m a c i ó n de Kovalevski de que la conquista m u s u l m a n a de la India, al imp o n e r sobre el c a m p e s i n a d o la contribución islámica sobre la tierra o kharaj, convirtió p o r este hecho en feudales las propiedades que h a s t a entonces h a b í a n sido alodiales: «El pago del kharaj n o t r a n s f o r m ó sus tierras en p r o p i e d a d feudal, como t a m p o c o el impót foncier convirtió en feudal la p r o p i e d a d rural francesa. Todas estas descripciones de Kovalevski son inútiles en grado superlativo» 18. Por lo demás, la naturaleza del E s t a d o t a m p o c o era s e m e j a n t e a la de los principados feudales de E u r o p a : «Según el derecho indio, el p o d e r político n o era susceptible de división e n t r e los hijos; de ahí que u n a de las f u e n t e s i m p o r t a n t e s del feudalismo europeo estuviera bloqueada» 15. E s t a s afirmaciones f u n d a m e n t a l e s m u e s t r a n con toda claridad q u e Marx era consciente de los peligros de u n a ampliación indiscriminada del t é r m i n o f e u d a l i s m o m á s allá de Europ a y se negaba a a c e p t a r como formaciones sociales feudales a la India del sultanato de Delhi o del imperio mogol. Sus ob" «Materiali Instituía Marksizma-Leninizma pri Tsk KPSS. Iz Neopublikovannyj Rukopisei Karla Marksa», Sovetskoe Vostokovedenie, 1968, 5, p. 12. Las notas de Marx sobre Kovalevski sólo se han publicado en ruso, en Sovetskoe Vostokovedenie, 1958, 3, pp. 4-13, 4, pp. 3-22, 5, pp. 3-28; Problemi Vostokovedenie, 1959, 1, pp. 3-17. Hay una introducción de L. S. Gamayunov a los manuscritos, en Sovetskoe Vostokovedenie, 1958, 2, páginas 35-45. " Sovetskoe Vostokovedenie, 1958, 4, p. 18. " Sovetskoe Vostokovedenie, 1958, 5, p. 6. Obsérvese la crítica de Kovalevski que hace Marx en otro lugar por haber descrito como feudales las colonias militares turcas en Argelia, basándose en la analogía de los ejemplos de la India: «Kovalevski las bautiza como "feudales" basándose en el débil argumento de que, bajo ciertas condiciones, podría desarrollarse a partir de ellas algo semejante al jagir de la India». Problemi Vostokovedenie, 1959, 1, p. 7.
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servaciones marginales revelan, además, u n a penetración y sensibilidad extremas hacia aquellas f o r m a s «superestructurales» cuya importancia irreductible p a r a la clasificación de modos de producción precapitalista a c a b a m o s de subrayar. Así, sus objeciones a la designación p o r Kovalevski de la sociedad agraria india como feudal tras las conquistas islámicas abarcan prácticamente al c o n j u n t o de los campos legal, político, social, militar, judicial, fiscal e ideológico. Observaciones que quizá pued a n resumirse, sin violentarlas excesivamente, de esta f o r m a : el feudalismo c o m p o r t a siempre la s e r v i d u m b r e jurídica y la protección militar del c a m p e s i n a d o p o r u n a clase social de nobles que goza de a u t o r i d a d y propiedad individual y ejerce u n monopolio exclusivo de la ley y de los derechos privados de justicia, d e n t r o de u n m a r c o político de soberanía f r a g m e n t a d a y fiscalidad subordinada, y u n a ideología aristocrática q u e exalta la vida rural. Es evidente lo lejos que ese comprehensivo catálogo heurístico está de las simples y pocas etiquetas utilizadas desde entonces p a r a clasificar a u n a f o r m a c i ó n social como feudal. Para volver a n u e s t r o p u n t o de p a r t i d a inicial, n o puede h a b e r ninguna d u d a de que la visión del feudalismo que tenía Marx — r e s u m i d a en esta definición— excluía de su á m b i t o al sultanato turco, u n E s t a d o que de h e c h o había servido c o m o inspirador y modelo de la India mogol. El c o n t r a s t e e n t r e las f o r m a s históricas europea y o t o m a n a , sentido con t a n t a intensidad p o r sus contemporáneos, e s t a b a p o r t a n t o bien f u n d a m e n t a d o . El o r d e n sociopolítico t u r c o e r a radicalmente distinto del que caracterizaba al c o n j u n t o de Europa, ya fuese en las regiones occidentales u orientales del continente. En realidad, el feudalismo europeo n o tenía ningún s e m e j a n t e en las zonas geográficas colindantes; e s t a b a solo en el e x t r e m o occidental del continente euroasiático. El p r i m e r m o d o de producción feudal que t r i u n f ó d u r a n t e la Alta E d a d Media n u n c a estuvo c o m p u e s t o p o r un c o n j u n t o elemental de caracteres económicos. La servidumbre proporcionaba, p o r supuesto, la base principal del sistema total de extracción de excedente. Pero la combinación de u n a propiedad agraria en g r a n escala, controlada p o r u n a clase explotadora, con u n a producción en p e q u e ñ a escala, realizada p o r u n c a m p e s i n a d o atado a la tierra, en la que el p l u s t r a b a j o se extraía por medio de prestaciones de t r a b a j o o de entregas en especie, constituía en su generalidad u n modelo muy extendido en el m u n d o preindustrial. Prácticamente, todas las formaciones sociales postribales que n o se b a s a r o n en la esclavitud o en el n o m a d i s m o
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tuvieron, en este sentido, algunas f o r m a s de propiedad señorial. La singularidad del feudalismo nunca se agotó en la m e r a existencia de las clases señorial y servil como tales 2 0 . Lo que distingue al m o d o europeo de producción feudal es su específica organización en u n sistema verticalmente articulado de soberanías f r a g m e n t a d a s y de propiedad escalonada. Este vínculo concreto es lo que explica realmente el tipo exacto de coerción extraeconómica que se ejercía sobre el p r o d u c t o r directo. La fusión de vasallaje, beneficio e i n m u n i d a d p a r a p r o d u c i r el sistema de feudos p r o p i a m e n t e dicho creó u n m o d e l o enteram e n t e sui generis de «soberanía y dependencia», p o r utilizar las p a l a b r a s de Marx. La peculiaridad de este sistema radicaba en el doble carácter de la relación que establecía, p o r u n a parte, e n t r e los p r o d u c t o r e s inmediatos y el e s t r a t o de no productores que se a p r o p i a b a su p l u s t r a b a j o y, por otra, d e n t r o de la propia ciase de no productores, p o r q u e el feudo, era, esencialmente, u n a concesión económica de tierra, condicionada a la prestación de u n servicio militar e investida con derechos judiciales sobre el campesinado que la cultivaba. Por consiguiente, siempre f u e u n a a m a l g a m a de propiedad y soberanía, en la que la naturaleza parcial de la p r i m e r a se completaba con el c a r á c t e r privado de la segunda: la titularidad condicional estaba ligada e s t r u c t u r a l m e n t e a la jurisdicción individual. La original dilución de la propiedad absoluta de la tierra se comp l e m e n t a b a así con la f r a g m e n t a c i ó n de la a u t o r i d a d pública en u n a j e r a r q u í a regulada. En el plano de la aldea, la consecuencia de esto era la aparición de u n a clase de nobles q u e gozaban de derechos personales de explotación y jurisdicción, consagrados p o r la ley, sobre u n campesinado dependiente. I n h e r e n t e a esta configuración era la residencia r u r a l de la clase poseedora, al c o n t r a r i o de la localización u r b a n a de las aristocracias de la Antigüedad clásica. El ejercicio de la protección y la justicia señoriales p r e s u p o n í a la presencia directa de la nobleza feudal en el campo, simbolizada p o r los castillos del período medieval e idealizada después en la «poesía de la tierra» de la época posterior. La propiedad y el p o d e r individual que distinguía a la clase feudal en el p a i s a j e agrario podía e s t a r a c o m p a ñ a d a , en consecuencia, p o r u n a función organizadora de la propia producción, cuya f o r m a típica en E u r o p a 20 Puede verse una crítica especialmente clara y decisiva sobre el uso indiscriminado del término «feudalismo», en ésta y otras ocasiones, en Claude Cahen, «Réflexions sur l'usage du mot ' féodalité"», The Journal of the Economic and Social History of the Orient, III, 1, 1960, pp. 7-20.
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f u e el señorío. La distinción d e n t r o del señorío e n t r e la reserva señorial y las parcelas de los a r r e n d a t a r i o s reproducía hacia a b a j o , como ya h e m o s visto, la articulación económica escalonada, característica del c o n j u n t o del sistema feudal. Por arriba, el p r e d o m i n i o del f e u d o establecía vínculos internos de tipo único en el seno de la nobleza. La combinación de vasallaje, beneficio e i n m u n i d a d en u n c o n j u n t o singular creaba la mezcla ambivalente de «reciprocidad» contractual y de «subordinación» dependiente que distingue a u n a v e r d a d e r a aristocracia feudal de cualquier f o r m a de clase g u e r r e r a explotadora p r o p i a de o t r o s diversos m o d o s de producción. El e n f e u d a m i e n t o e r a u n cont r a t o sinalagmático 2 1 : el j u r a m e n t o de h o m e n a j e y el a c t o de investidura ligaban a a m b a s p a r t e s al r e s p e t o de obligaciones específicas y a la realización de deberes específicos. La ruptura de este c o n t r a t o era u n a felonía que podía ser cometida p o r el vasallo o p o r el señor y d e j a b a en libertad a cualquiera de las p a r t e s q u e r e s u l t a r a d a ñ a d a por la infracción. Al m i s m o tiempo, este p a c t o sinalagmático c o m p o r t a b a también el dominio j e r á r q u i c o de u n superior sobre su inferior. El vasallo era el h o m b r e a t a d o a su señor, y debía a éste u n a lealtad personal, corporal. El complejo ethos de la nobleza feudal m a n t e n í a así j u n t o s el «honor» y la «lealtad» en u n a tensión dinámica, extrañ a p o r completo t a n t o a la ciudadanía libre de la Antigüedad clásica —que en Grecia y R o m a sólo h a b í a conocido el h o n o r — c o m o a los servidores de u n a a u t o r i d a d despótica — c o m o el s u l t a n a t o de Turquía—, que sólo conocían la lealtad. La reciprocidad del c o n t r a t o y la desigualdad de la posición se mezclaban en la institución del feudo. A consecuencia de ello se generó u n a ideología aristocrática que hacía compatible el orgullo del r a n g o con la h u m i l d a d del h o m e n a j e , la fijación legal de las obligaciones y el deber personal de lealtad 2 2 . El dualis21
Este es el apropiado término de Boutruche: Seigneurie
et
féodalité,
II, pp. 204-7. 22
Weber fue el primero que subrayó la originalidad de esta combinación: véase su excelente análisis, Economy and society, in, pp. 1075-8 [Economía y sociedad, ll, 813-5]. En general, los contrastes analíticos de Weber entre «feudalismo» y «patrimonialismo» poseen una gran fuerza y penetración. Sin embargo, su uso global está viciado por la evidente debilidad de la noción de «tipo ideal», característica de su última obra. En la práctica, el feudalismo y el patrimonialismo se tratan como «rasgos» separados y aislados más que como estructuras unificadas. Por consiguiente, Weber, que tras sus primer estudio pionero sobre la Antigüedad careció de una teoría histórica, podía distribuirlos y mezclarlos a voluntad. Como resultado de ello, Weber fue incapaz de ofrecer una definición firme y exacta del absolutismo europeo: unas veces, el «pa-
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m o moral d e este código feudal tenía sus raíces en la fusión y la difusión de los p o d e r e s económicos y políticos d e n t r o del c o n j u n t o del m o d o de producción. La propiedad condicional instituía la subordinación del vasallo d e n t r o de u n a j e r a r q u í a social de señorío; p o r o t r a parte, la soberanía f r a g m e n t a d a investía al e n f e u d a d o con jurisdicción a u t ó n o m a sobre quienes e s t a b a n situados p o r d e b a j o de él. Ambas q u e d a b a n consagradas en las transacciones q u e se celebraban e n t r e individuos particulares pertenecientes al e s t a m e n t o nobiliario. En su quintaesencia, el p o d e r y la propiedad aristocrática eran personales en todos los eslabones de la cadena de protección y dependencia. E s t a e s t r u c t u r a político-legal tenía, a su vez, o t r a s consecuencias cruciales. La f r a g m e n t a c i ó n global de la soberanía p e r m i t í a el desarrollo de ciudades a u t ó n o m a s en los espacios intersticiales situados e n t r e señoríos dispares. Una Iglesia separada y universal podía e s t a r p r e s e n t e en todos los principados seculares, c o n c e n t r a n d o las actividades culturales y las sanciones religiosas en su p r o p i a organización clerical independiente. Por o t r a parte, d e n t r o de cada r e i n o p a r t i c u l a r de la E u r o p a medieval se p u d o desarrollar u n sistema de e s t a m e n t o s que, de f o r m a significativa, r e p r e s e n t a b a en u n a asamblea t r i p a r t i t a a la nobleza, el clero y los burgueses c o m o ó r d e n e s distintos del sistema político feudal. La condición básica previa de estos sistemas estamentales era, u n a vez más, la destotalización de la soberanía, que confería a la clase aristocrática dirigente de la sociedad prerrogativas privadas de justicia y administración, de tal f o r m a q u e su consentimiento colectivo e r a necesario p a r a cualquier acción q u e excediera, m á s allá de la cadena mediatizada de obligaciones y derechos personales, la soberanía de la m o n a r q u í a , situada en lo m á s alto de la j e r a r q u í a feudal. Los p a r l a m e n t o s medievales eran, p o r tanto, u n a extensión lógica y necesaria de la presentación tradicional del auxilium et consilium del vasallo a su señor. La a m b i g ü e d a d de su f u n c i ó n — i n s t r u m e n t o s de la voluntad real o instituciones de la resistencia señorial— era inherente a la u n i d a d contradictoria del propio sistema feudal q u e era, a la vez, recíproco y desigual.
trimonialismo» es «dominante en la Europa continental hasta la revolución francesa», pero otras veces se considera que las monarquías absolutas son «ya burocrático-racionales». Estas confusiones eran inherentes al creciente formalismo de su última obra. En este sentido, Hintze, que aprendió mucho de Weber, fue siempre superior a él.
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Geográficamente, como ya h e m o s visto, el c o m p l e j o feudal «pleno» había nacido en el c e n t r o de la E u r o p a occidental, en las antiguas tierras carolingias. De allí se expandió de f o r m a lenta y desigual, p r i m e r o hacia Inglaterra, E s p a ñ a y Escanainavia; después, y de m o d o menos perfecto, hacia E u r o p a oriental, donde sus elementos y etapas constituyentes s u f r i e r o n numerosas dislocaciones y torsiones locales, sin que esta región llegara a p e r d e r u n a inconfundible afinidad general con Europ a occidental, constituyendo su periferia relativamente subdesarrollada. Las f r o n t e r a s del feudalismo europeo, así f o r m a d a s , n o f u e r o n establecidas f u n d a m e n t a l m e n t e ni p o r la religión ni p o r la topografía, a u n q u e a m b a s las s o b r e d e t e r m i n a r a n de m o d o manifiesto. La cristiandad n u n c a f u e coextensiva con este m o d o de producción: en la Etiopía o el Líbano medievales no h u b o feudalismo. El p a s t o r a l i s m o n ó m a d a , a d a p t a d o a las tierras áridas de la mayor p a r t e de Asia central, el Oriente Medio y Africa del norte, rodeó a E u r o p a d u r a n t e largos períodos de t i e m p o p o r todos sus límites, excepto p o r el Atlántico, p o r donde finalmente esta última h a b r í a de escapar p a r a d o m i n a r al i n u n d e . Pero las f r o n t e r a s e n t r e el n o m a d i s m o y el feudalismo n o f u e r o n levantadas m e r a m e n t e p o r la topografía de u n a f o r m a lineal: la llanura de Panonia y la estepa ucraniana, h á b i t a t s clásicos del p a s t o r a l i s m o d e p r e d a d o r , q u e d a r o n integradas f i n a l m e n t e en la agricultura sedentaria de E u r o p a . El feudalismo, nacido en el sector occidental de E u r o p a , se propagó al sector oriental p o r la fuerza de la colonización y el ejemplo. La conquista desempeñó u n papel adicional, p e r o s u b o r d i n a d o : su hazaña más espectacular —en el Levante mediterráneo— f u e t a m b i é n la m á s efímera. A diferencia del m o d o de p r o d u c c i ó n esclavista que le precedió y del m o d o de producción capitalista que le siguió, el m o d o de producción feudal como tal n o se p r e s t a b a a u n expansionismo imperialista en gran escala 2 3 . Aunque cada u n a de las clases señoriales luchara incesantemente p a r a a m p l i a r el área de su p o d e r p o r m e d i o de la agresión militar, la construcción de grandes imperios territoriales era imposible debido al sistemático h e n d i m i e n t o de la a u t o r i d a d que definía al feudalismo de la E u r o p a medieval. Por consiguiente, n o existía u n a u n i d a d política superior de las diversas comunidades étnicas del continente. Una religión c o m ú n y u n lenguaje a p r e n d i d o vinculaban e n t r e sí a unos
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estados que, p o r lo demás, estaban cultural y constitucionalm e n t e separados unos de otros. La dispersión de la soberanía en el feudalismo europeo p e r m i t i ó que, tras las migraciones g e r m a n a s y eslavas, subsistiera u n a gran diversidad de poblaciones y de lenguas d e n t r o del continente. Ningún E s t a d o medieval estaba b a s a d o en la nacionalidad, y las aristocracias tenían f r e c u e n t e m e n t e u n a trayectoria móvil que la transplant a b a de u n t e r r i t o r i o a otro. Pero las mismas divisiones del m a p a dinástico de E u r o p a p e r m i t i e r o n que en él se consolidara la pluralidad étnica y lingüística. El m o d o de producción feudal, cuyo c a r á c t e r e r a p l e n a m e n t e «prenacional», p r e p a r ó objetivamente la posibilidad de u n sistema estatal multinacional en la época de su posterior transición hacia el capitalismo. Un ú l t i m o rasgo del feudalismo europeo, nacido del conflicto y la síntesis de dos m o d o s de producción anteriores, fue, p o r tanto, la extrema diferenciación y la ramificación i n t e r n a de su universo cultural político. En u n a perspectiva comparativa, ésta n o f u e la característica peculiar m e n o s i m p o r t a n t e del continente. El feudalismo en c u a n t o categoría histórica f u e u n t é r m i n o a c u ñ a d o p o r la Ilustración. Desde el m i s m o m o m e n t o en q u e e n t r ó en circulación, se debatió el p r o b l e m a de si el f e n ó m e n o había existido f u e r a de E u r o p a , que f u e quien le dio el n o m b r e . Montesquieu, c o m o se sabe, declaró que era t o t a l m e n t e singular: el feudalismo f u e «un hecho que acaeció u n a sola vez en el m u n d o y que p r o b a b l e m e n t e n u n c a se volverá a repetir» 2 4 . El d e s a c u e r d o de Voltaire es igualmente conocido: «El feudalismo n o es u n acontecimiento, sino u n a f o r m a m u y antigua que, con diferentes administraciones, subsiste en tres cuartas p a r t e s de n u e s t r o hemisferio» 2 5 . Y, en realidad, el feudalismo fue, desde luego, u n a «forma» institucional antes que u n «acontecimiento» instantáneo; p e r o la a m p l i t u d de las «diferencias de administración» que se le a t r i b u í a n tendieron a vaciarlo de u n a identidad d e t e r m i n a d a 2 6 . En r e s u m i d a s cuentas, hoy n o existe ninguna d u d a de que Montesquieu, con u n sentido histórico m u c h o m á s p r o f u n d o , estaba m á s cerca de la verdad. La investigación m o d e r n a sólo h a descubierto una región imporDe l'esprit des lois, II, p. 296. Oeuvres Completes, París, 1878, xxix, p. 91. Es preciso subrayar que la inflación genérica del término «feudalismo» no se limita a los marxistas. Esta misma tendencia es evidente en una colección de muy diferente ideología, R. Coulborn, comp., Feudalism in history, la mayor parte de cuyos ensayos descubren el feudalismo en todas partes donde lo buscan. 24
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23 Porshnev desarrolla con acierto este tema, Feodalizm massi, pp. 517-8.
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tante del m u n d o en la q u e p r e d o m i n ó de f o r m a indiscutible u n m o d o de producción feudal c o m p a r a b l e al de E u r o p a . En el o t r o e x t r e m o del continente euroasiático, m á s allá de los imperios orientales conocidos p o r la Ilustración, las islas de Japón h a b r í a n de revelar u n p a n o r a m a social que r e c o r d a b a con fuerza el p a s a d o medieval a los viajeros y observadores europeos llegados a finales del siglo xix, después de que en 1853 el d e s e m b a r c o del c o m o d o r o Perry en la b a h í a de Y o k o h a m a pusiera fin a su largo aislamiento del m u n d o exterior. Poco menos de u n a década después, el propio Marx c o m e n t a b a en El capital, publicado el a ñ o a n t e r i o r a la restauración Meiji: «Japón, con su organización p u r a m e n t e feudal de la p r o p i e d a d de la tierra y su economía desarrollada de agricultura en peq u e ñ a escala, nos p r o p o r c i o n a u n a imagen m u c h o m á s fiel de la E d a d Media europea que todos n u e s t r o s libros de historia» 2 7 . En el siglo xx, la opinión académica está de acuerdo, en su inmensa mayoría, en considerar que J a p ó n f u e escenario histórico de u n auténtico feudalismo 2 8 . P a r a lo q u e aquí nos interesa, la i m p o r t a n c i a f u n d a m e n t a l de este f e u d a l i s m o del Oriente L e j a n o radica en su peculiar combinación de semejanzas e s t r u c t u r a l e s y divergencias dinámicas r e s p e c t o a la evolución europea. El feudalismo japonés, q u e apareció c o m o u n m o d o de producción desarrollado a p a r t i r de los siglos xiv y xv, t r a s u n largo proceso de incubación previa, se caracterizaba f u n d a m e n t a l m e n t e p o r el m i s m o nexo esencial que el f e u d a l i s m o europeo: la fusión del vasallaje, beneficio e i n m u n i d a d e n u n sistema de feudos q u e constituía el m a r c o político-legal básico de extracción del p l u s t r a b a j o al p r o d u c t o r directo. E n J a p ó n se r e p r o d u c e n con t o d a fidelidad los vínculos existentes e n t r e el servicio militar, la p r o p i e d a d condicional de la tierra y la jurisdicción señorial. La j e r a r q u í a de grados e n t r e el señor, el vasallo y el subvasallo, hasta f o r m a r u n a cadena de soberanía y dependencia, t a m b i é n está presente. Una aristocracia de ca" Capital, Moscú, 1961, I, p. 718 [El capital, Madrid, Siglo XXI, 19751979, i, p. 897], " Véanse los célebres párrafos de Eioch, Feudal society, pp. 446-7 [La sociedad feudal, México, UTEHA, 19JÉ]; Boutruche, Seigneurie et féodalité, I, pp. 281-91 [Señorío y feudalismo, Buenos Aires, Siglo XXI, 1973]. El principal estudio comparativo de los feudalismos europeo y japonés es F. Joüon des Longrais, L'est et l'ouest, París, 1958, passim. La documentación de los comentarios sobre el desarrollo del Japón que se hacen más adelante podrá encontrarse en las referencias de la nota sobre el feudalismo japonés, pp. 447-75.
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balleros m o n t a d o s f o r m a b a u n a clase dirigente hereditaria: el c a m p e s i n a d o e s t a b a j u r í d i c a m e n t e adscrito a la tierra en lo que era u n a réplica cercana de la s e r v i d u m b r e de la gleba. N a t u r a l m e n t e , el feudalismo j a p o n é s t a m b i é n poseía sus propios rasgos locales, que c o n t r a s t a b a n con el feudalismo europeo. Las condiciones técnicas del cultivo del arroz i m p o n í a n diferentes e s t r u c t u r a s en las aldeas, que carecían de u n sistem a de rotación trienal. Por o t r a p a r t e , el señorío j a p o n é s r a r a vez contenía u n a reserva señorial. Además, en el m a r c o de la relación i n t r a f e u d a l e n t r e el señor y su superior, p o r encima del p l a n o de la aldea, el vasallaje tendía a p r e d o m i n a r sobre el beneficio: el vínculo «personal» del h o m e n a j e era tradicion a l m e n t e m á s f u e r t e q u e el vínculo «material» de la investidura. El sistema feudal era m e n o s contractual y específico que en E u r o p a : las obligaciones de u n vasallo eran m á s amplias y los derechos de su señor m á s imperativos. Dentro del equilibrio peculiar de h o n o r y subordinación, reciprocidad y desigualdad que caracteriza al vínculo feudal, la variante j a p o n e s a se inclinaba decididamente hacia el segundo término. Aunque la organización de clanes ya estaba s u p e r a d a —como en toda formación social v e r d a d e r a m e n t e feudal—, el «código» simbólico de la relación señor-vasallo se expresaba en el lenguaje del p a r e n t e s c o antes q u e e n los elementos del derecho: la autoridad del señor sobre u n m i e m b r o de su séquito era m á s patriarcal e incuestionable que en E u r o p a . La felonía señorial era u n concepto extraño, los tribunales vasalláticos n o existían; el legalismo estaba p o r lo general m u y limitado. La consecuencia general m á s i m p o r t a n t e de esta f o r m a m á s a u t o r i t a r i a y asimétrica de j e r a r q u í a intraseñorial f u e la ausencia de u n sistema de Estados, t a n t o e n el p l a n o regional c o m o e n el nacional. E s t a es, sin duda, la línea divisoria política m á s imp o r t a n t e e n t r e el feudalismo j a p o n é s y europeo, considerados c o m o e s t r u c t u r a s cerradas. P e r o u n a vez registradas estas significativas diferencias de segundo orden, el parecido f u n d a m e n t a l e n t r e a m b a s configuraciones históricas, consideradas en su c o n j u n t o , es inconfundible. Sobre todo, el feudalismo j a p o n é s t a m b i é n se definía p o r u n a rígida f r a g m e n t a c i ó n de la soberanía y u n a propiedad privada y escalonada de la tierra. La f r a g m e n t a c i ó n de la soberanía alcanzó u n a f o r m a m á s organizada, sistemática y estable en el J a p ó n de los Tokugawa que en ningún país europeo. Por otra parte, la propiedad p r i v a d a y escalonada de la tierra f u e más universal en el J a p ó n feudal que e n la E u r o p a medieval.
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p o r q u e allí n o existían posesiones alodiales en el campo. El paralelismo básico de las dos grandes experiencias de feudalismo, en los extremos opuestos de Eurasia, h a b r í a de recibir su m á s s o r p r e n d e n t e confirmación final en el destino posterior de cada zoiia F" feudalismo europeo f u e la p u e r t a del capitalismo. La dinámica económica del m o d o de producción feudal e u r o p e o f u e lo que liberó los elementos necesarios p a r a la acumulación originaria de capital a escala continental, y el orden social de la E d a d Media precedió y p r e p a r ó el auge de la clase burguesa que la llevaría a cabo. La plenitud del m o d o de producción capitalista, desencadenado p o r la revolución industrial, f u e el regalo y la maldición q u e E u r o p a hizo al m u n d o . Hoy, en la segunda m i t a d del siglo xx, sólo u n a región importante, f u e r a de E u r o p a o de sus colonias u l t r a m a r i n a s , ha alcanzado u n capitalismo industrial avanzado: J a p ó n . Como ha d e m o s t r a d o la investigación histórica m o d e r n a , las precondiciones económicas del capitalismo j a p o n é s e s t a b a n p r o f u n d a m e n t e enraizadas en el feudalismo nipón, que t a n t o llamó la atención de Marx y de los europeos a finales del siglo xix. Ninguna o t r a zona del m u n d o contenía a ú n tantos elementos internos favorables p a r a u n a r á p i d a industrialización. La agric u l t u r a feudal, exactamente igual que en E u r o p a occidental, había generado unos niveles notables de productividad, probab l e m e n t e superiores a los de la m a y o r p a r t e del Asia monzónica en la actualidad. También había aparecido u n a propiedad r u r a l orientada al m e r c a d o en u n c a m p o cuyo índice global de comercialización e r a s o r p r e n d e n t e m e n t e alto, quizá m á s de la m i t a d del p r o d u c t o total. Más significativo a ú n era q u e el tardío feudalismo j a p o n é s había e x p e r i m e n t a d o u n tipo de urbanización p r o b a b l e m e n t e sin igual en ninguna o t r a p a r t e , si se exceptúa la E u r o p a c o n t e m p o r á n e a : a principios del siglo X V I I I , su capital, Edo, era m á s extensa que Londres o París, y posiblemente u n o de cada diez h a b i t a n t e s vivía en ciudades q u e s u p e r a b a n los 10.000 habitantes. En fin, el capital educativo del país resiste cualquier comparación con el de las naciones más desarrolladas de E u r o p a occidental: en vísperas de la «apertura» de J a p ó n a Occidente, alrededor del 40 ó 50 por ciento de la población a d u l t a masculina sabía leer y escribir. La rapidez y el éxito extraordinarios con los que la restauración Meiji i m p l a n t ó en J a p ó n el capitalismo industrial tenían sus p r e s u p u e s t o s históricos d e t e r m i n a n t e s en el c a r á c t e r especialmente avanzado de la sociedad que le había legado el feudalismo de los Tokugawa.
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Pero, al m i s m o tiempo, h u b o u n a decisiva divergencia e n t r e la evolución europea y la japonesa. E n efecto, a u n q u e J a p ó n h a b r í a de alcanzar en ú l t i m o t é r m i n o u n r i t m o de industrialización m á s rápido que el de cualquier país capitalista de E u r o p a o Norteamérica, el impulso f u n d a m e n t a l p a r a su t e m p e s t u o s a transición hacia el m o d o de p r o d u c c i ó n capitalista, a finales del siglo xix y en la p r i m e r a p a r t e del xx, f u e exógeno. El imp a c t o del imperialismo occidental sobre el f e u d a l i s m o j a p o n é s f u e lo que galvanizó r e p e n t i n a m e n t e las f u e r z a s internas, dirigiéndolas hacia la t r a n s f o r m a c i ó n total del o r d e n tradicional. La p r o f u n d i d a d de estos cambios n o estaba, en m o d o alguno, al alcance del reino d e los Tokugawa. C u a n d o la e s c u a d r a de Perry ancló en Y o k o h a m a en 1853, la distancia histórica e n t r e J a p ó n y las a m e n a z a n t e s potencias e u r o a m e r i c a n a s era, a pesar de todo, e n o r m e . La agricultura j a p o n e s a e s t a b a notablem e n t e comercializada en el p l a n o de la distribución, p e r o lo e s t a b a m u c h o menos en el de la producción. Las r e n t a s feudales, r e c a u d a d a s p r e d o m i n a n t e m e n t e en especie, r e p r e s e n t a b a n todavía la m a y o r p a r t e del plusproducto, a u n q u e al final del proceso se convirtieran en dinero; el cultivo directo p a r a el m e r c a d o conservaba u n papel subsidiario d e n t r o del c o n j u n t o de la economía rural. Las ciudades j a p o n e s a s e r a n g r a n d e s aglomeraciones u r b a n a s , con instituciones financieras y mercantiles m u y complejas, p e r o las m a n u f a c t u r a s tenían todavía u n c a r á c t e r m u y r u d i m e n t a r i o y e s t a b a n d o m i n a d a s p o r los oficios artesanos, organizados en gremios tradicionales; las fábricas eran p r á c t i c a m e n t e desconocidas; el t r a b a j o asalariado n o e s t a b a organizado a g r a n escala; la tecnología era simple y arcaica. La educación j a p o n e s a era u n f e n ó m e n o de masas, q u e quizá había alfabetizado a u n o de cada dos h o m b r e s . Pero, cultura] mente, el país e s t a b a a ú n e n o r m e m e n t e a t r a s a d o en comparación con sus antagonistas occidentales; n o se había p r o d u c i d o ningún desarrollo científico, y el derecho estaba poco evolucionado; apenas existía la filosofía, m e n o s a ú n la teoría política o económica; p r á c t i c a m e n t e había u n a ausencia total de historia crítica. En o t r a s palabras, sus costas n o habían sido rozadas p o r n a d a q u e p u d i e r a c o m p a r a r s e r e m o t a m e n t e al Renacimiento. Lógicamente, la e s t r u c t u r a del E s t a d o p e r m a n e c í a f r a g m e n t a d a y congelada. J a p ó n conoció u n a larga y rica experiencia de feudalismo, p e r o n u n c a p r o d u j o u n absolutismo. El s h o g u n a t o Tokugawa, q u e g o b e r n ó sobre las islas d u r a n t e los doscientos cincuenta años anteriores a la i n t r u s i ó n del Occid e n t e industrializado, aseguró u n a larga paz y m a n t u v o u n or-
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den riguroso; p e r o su régimen era la negación de u n Estado absolutista. El shogunato no tenía el monopolio de la fuerza en Japón; los señores regionales conservaban sus propios ejércitos, cuyo volumen total era s u p e r i o r al de la propia casa Tokugawa. El shogunato no implantó u n derecho u n i f o r m e : la a u t o r i d a d de sus propias regulaciones a f e c t a b a b á s i c a m e n t e a u n a q u i n t a o c u a r t a p a r t e del país. No poseía u n a burocracia con competencia en toda el área de su soberanía: todos los grandes feudos tenían su propia administración, s e p a r a d a y a u t ó n o m a . No r e c a u d a b a ningún i m p u e s t o nacional: las t r e s c u a r t a s p a r t e s de la tierra q u e d a b a n f u e r a de su á m b i t o fiscal. No dirigía ninguna diplomacia: el aislamiento oficial prohibía que se m a n t u v i e r a n relaciones de carácter regular con el mundo exterior. Ejército, fiscalidad, burocracia, legalidad y diplomacia, todos los complejos institucionales básicos del absolutismo europeo, eran deficientes o f a l t a b a n p o r completo. E n este sentido, la distancia política e n t r e J a p ó n y E u r o p a , las dos p a t r i a s del feudalismo, m a n i f i e s t a y simboliza la p r o f u n d a divergencia de su desarrollo histórico. E n este p u n t o es necesaria e instructiva u n a comparación no sobre la «naturaleza», sino sobre la «posición» del feudalismo en la trayectoria de cada u n a de ellas. Como ya hemos visto, el m o d o de producción feudal fue, en E u r o p a , el resultado de u n a fusión de elementos liberados p o r el choque y la disolución de dos modos antagónicos de producción anteriores a él: el m o d o de producción esclavista de la Antigüedad clásica y los modos de producción primitivocomunales de las poblaciones tribales de su periferia. La lenta síntesis romano-germánica en la E d a d Oscura p r o d u j o finalm e n t e la nueva civilización del f e u d a l i s m o europeo. La historia específica de todas las formaciones sociales que existieron en la E u r o p a medieval y m o d e r n a estuvo m a r c a d a p o r la incidencia diferencial de esta síntesis p r i m a r i a que dio origen al feudalismo. Un examen de la experiencia c o m p l e t a m e n t e diferente del feudalismo j a p o n é s c o n f i r m a u n a i m p o r t a n t e verdad de c a r á c t e r general, que debemos a Marx: la génesis de u n m o d o de producción siempre debe distinguirse de su estructura 29. La 29
Los análisis de Marx sobre la acumulación originaria (Capital, I, páginas 713-74 [El capital, I, pp. 891-954] ofrecen, naturalmente, el ejemplo clásico de esta distinción. Pueden verse también muchas afirmaciones de los Grundrisse, por ejemplo: «si bien, pues, los supuestos del devenir del dinero en capital aparecen como ciertos supuestos exteriores a la génesis del capital, éste, no bien ha llegado a ser capital en cuanto tal, produce sus propios supuestos [...] a través de su propio proceso de pro-
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m i s m a e s t r u c t u r a articulada p u e d e llegar a la existencia p o r muy diferenes «caminos». Sus elementos constitutivos p u e d e n q u e d a r liberados de los anteriores modos de p r o d u c c i ó n según f o r m a s y procesos m u y variados antes de que se entrecrucen p a r a f o r m a r u n sistema coherente y a u t o r r e p r o d u c t i v o . El feudalismo j a p o n é s n o tuvo t r a s de sí u n p a s a d o «esclavista» ni «tribal», sino que f u e el p r o d u c t o de la lenta desintegración de u n sistema imperial de tradición china, b a s a d o e n el monopolio estatal de la tierra. El E s t a d o Taiho, creado en los siglos v n y v i n de n u e s t r a era b a j o la influencia china, e r a u n tipo de imperio a b s o l u t a m e n t e distinto del de Roma. La esclavitud era mínima, n o existía la libertad municipal y e s t a b a abolida la propiedad privada de la tierra. La gradual dislocación del sistema político, b u r o c r á t i c o y centralizado, constituido según los Códigos Taiho, f u e un proceso espontáneo y endógeno que se extendió desde el siglo ix h a s t a el xvi. N o h u b o ninguna invasión e x t r a n j e r a c o m p a r a b l e a las migraciones bárb a r a s en E u r o p a . La única amenaza exterior seria, el a t a q u e m a r í t i m o realizado p o r los mogoles en el siglo x i n , f u e rechazada con decisión. Así pues, los mecanismos de la transición al f e u d a l i s m o en J a p ó n f u e r o n t o t a l m e n t e diferentes a los de E u r o p a . N o se p r o d u j o el cataclismo del colapso y la disolución de dos m o d o s conflictivos de producción, a c o m p a ñ a d o p o r u n a p r o f u n d a regresión económica, política y cultural que, a pesar de todo, d e s p e j ó el c a m i n o p a r a el posterior avance del nuevo m o d o de producción nacido de la disolución d e ambos. Lo que se p r o d u j o , m á s bien, f u e u n a decadencia larguísima e interminable de u n E s t a d o imperial central, en cuyo m a r c o los nobles guerreros locales u s u r p a r o n imperceptiblem e n t e las tierras provinciales y privatizaron el p o d e r militar h a s t a que — t r a s u n a continua evolución de siete siglos— tuvo lugar u n a f r a g m e n t a c i ó n feudal p r á c t i c a m e n t e completa del país. Este proceso regresivo de feudalización «desde dentro» se completó f i n a l m e n t e con la recomposición de los señoríos territoriales independientes en u n a p i r á m i d e organizada de sob e r a n í a feudal. El shogunato Tokugawa r e p r e s e n t ó el inmóvil p r o d u c t o final de esta historia secular. Toda la genealogía del feudalismo j a p o n é s presenta, en otra» palabras, un c o n t r a s t e inequívoco con los antecedentes del feudalismo europeo. Hintze, cuya o b r a contiene análisis q u e todaducción». Grundrisse, Londres, 1973, p. 364 [Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, Madrid, Siglo XXI, 1972-1976, vol. 1, página 421].
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vía se c u e n t a n e n t r e las m á s p r o f u n d a s reflexiones sobre la naturaleza y la incidencia del feudalismo, estaba equivocado al p e n s a r que, a este respecto, existía u n a estrecha analogía e n t r e las experiencias j a p o n e s a y europea. Para Hintze, el feudalismo e r a siempre el r e s u l t a d o de lo q u e llamaba la «desviación» (Ablenkung) de u n a sociedad tribal q u e p r o g r e s a a través del a r m a z ó n de u n i m p e r i o anterior, el cual desvía su c a m i n o hacia la f o r m a c i ó n del E s t a d o según u n a configuración única. Rechazando t o d o evolucionismo lineal, Hintze insistía en la necesidad de u n «entrelazamiento» (Verflechtung) coyuntural de los efectos imperiales y tribales p a r a liberar u n v e r d a d e r o feudalismo. La aparición del f e u d a l i s m o en E u r o p a occidental después del i m p e r i o r o m a n o podía c o m p a r a r s e así con la aparición del feudalismo j a p o n é s después del imperio Taiho: en a m b o s casos f u e u n a combinación «externa» (Alemania/Roma y Japón/China) de elementos lo que d e t e r m i n ó la f o r m a c i ó n del nuevo orden. «El feudalismo n o es la creación de u n a evolución nacional i n m a n e n t e , sino u n a constelación histórico-mundial» 3 0 . El defecto de esta comparación es que da p o r supuesta la existencia d e alguna similitud e n t r e los estados imperiales chino y romano, m á s allá de su a b s t r a c t a n o m e n c l a t u r a de imperios. La R o m a a n t o n i n a y la China T'ang, o su equivalente el J a p ó n Tahio, e r a n en realidad civilizaciones c o m p l e t a m e n t e diferentes, b a s a d a s en distintos m o d o s de producción. Una de las lecciones básicas de la aparición independiente de la m i s m a f o r m a histórica en los dos extremos de E u r a s i a es la diversidad de las vías hacia el f e u d a l i s m o y n o su identidad. F r e n t e al h e c h o de esta radical diversidad en los orígenes, la semejanza estructural del feudalismo e u r o p e o y j a p o n é s es todavía m á s sorprendente; es la m á s elocuente d e m o s t r a c i ó n de que u n m o d o de producción, u n a vez f o r m a d o , r e p r o d u c e su propia u n i d a d rigurosa en c u a n t o sistema integrado, «limpio» de los diversos presupuestos q u e inicialmente le dieron el ser. El m o d o de producción feudal tiene su p r o p i o o r d e n y su propia necesidad, q u e se i m p o n e n con idéntica lógica en dos medios e x t r e m a d a m e n t e diferentes c u a n d o el proceso de transición h a llegado a su fin. No se t r a t a sólo de q u e las principales e s t r u c t u r a s r e c t o r a s del K Hintze, «Wesen und Verbreitung des Feudalismus», Gesammelte Abhandlungen, i, p. 90. Hintze creía que después del imperio bizantino hubo un feudalismo ruso, y después del imperio sasánida un feudalismo islámico, que presentaban otros dos casos del mismo proceso. En realidad, el desarrollo ruso formó parte del conjunto del feudalismo europeo y nunca existió ningún verdadero feudalismo islámico. Pero toda la exposición de Hintze, pp. 89-109, tiene un enorme interés.
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f e u d a l i s m o que se desarrollaron p r i m e r o en E u r o p a se reprod u j e r a n después en Japón; quizá sea a ú n más significativo q u e esas e s t r u c t u r a s tuvieran efectos históricos m u y similares. El desarrollo del señorío, el crecimiento del capital mercantil, la extensión del alfabetismo, f u e r o n tales en J a p ó n q u e ésta f u e la única región i m p o r t a n t e del m u n d o , de origen n o europeo, capaz de unirse a E u r o p a , N o r t e a m é r i c a y Australasia en la m a r c h a hacia el capitalismo industrial. Con todo, u n a vez s u b r a y a d o el p a r a l e l i s m o f u n d a m e n t a l e n t r e los feudalismos j a p o n é s y europeo, c o m o modos de producción i n t e r n a m e n t e articulados, q u e d a todavía el h e c h o simple y e n o r m e de su divergente r e s u l t a d o final. A p a r t i r del Renacimiento, E u r o p a llevó a cabo la transición hacia el capitalismo b a j o su p r o p i o impulso en u n proceso de incesante expansión global. La revolución industrial, que, gracias a la acumulación originaria de capital, se pone en m a r c h a en escala internacional a comienzos de la época m o d e r n a , f u e u n a combustión e s p o n t á n e a y gigantesca de las fuerzas de producción, sin igual en su p o d e r y universal en su alcance. N a d a comparable ocurrió en J a p ó n y, a p e s a r de los avances de la época Tokugawa, n o había ninguna señal de que algo s e m e j a n t e f u e r a inminente. El impacto del imperialismo e u r o a m e r i c a n o f u e lo que destrozó el viejo o r d e n político japonés, y la importación de la tecnología occidental f u e lo que hizo posible u n a industrialización a u t ó c t o n a a p a r t i r de los materiales de su herencia socioeconómica. El f e u d a l i s m o p e r m i t i ó que sólo Japón, e n t r e las sociedades asiáticas, a f r i c a n a s o amerindias, se alistara en las filas del capitalismo avanzado, c u a n d o ya el imperialismo se había convertido en u n sistema de conquista universal; pero Japón, en su aislamiento en medio del Pacífico, n o generó u n capitalismo nativo p o r su p r o p i o impulso. Por tanto, d e n t r o del m o d o de producción feudal n o existía ninguna fuerza inher e n t e que lo e m p u j a r a a t r a n s f o r m a r s e inevitablemente en el m o d o de producción capitalista. El análisis concreto de historia c o m p a r a d a n o sugiere ningún fácil evolucionismo. ¿Qué es, p o r tanto, lo específico de la historia europea, que la separó tan p r o f u n d a m e n t e de la historia japonesa, a p e s a r del ciclo c o m ú n del feudalismo que, p o r lo demás, unió t a n e s t r e c h a m e n t e a a m b a s ? La respuesta reside con toda seguridad en el legado p e r d u r a b l e de la Antigüedad clásica. El imperio r o m a n o , en su f o r m a histórica final, era p o r su p r o p i a naturaleza incapaz de u n a transición hacia el capitalismo. El m i s m o avance del universo clásico lo c o n d e n a b a a u n a regre-
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sión catastrófica, de u n tipo p a r a el que v e r d a d e r a m e n t e n o hay ningún o t r o e j e m p l o en los anales de la civilización. El m u n d o social m u c h o más primitivo del p r i m e r feudalismo f u e el resultado de su colapso, p r e p a r a d o desde el interior y comp l e t a d o desde el exterior. La E u r o p a medieval, t r a s u n a larga gestación, liberó a principios de la época m o d e r n a los elementos de u n a lenta transición ulterior hacia el m o d o de producción capitalista. Pero lo que hizo posible en E u r o p a el paso singular hacia el capitalismo f u e la concatenación de la Antigüedad y el feudalismo. En o t r a s palabras, p a r a c a p t a r el secreto de la aparición del m o d o de producción capitalista en E u r o p a es necesario d e s c a r t a r de la f o r m a m á s radical posible toda concepción que reduzca el proceso a u n a simple subsunción evolucionista de u n m o d o de producción inferior p o r u n m o d o de producción más elevado, de tal m a n e r a que el u n o se genera a u t o m á t i c a y e n t e r a m e n t e a p a r t i r del o t r o p o r u n a sucesión orgánica, disolviéndolo en consecuencia. Marx insistió con toda razón en la diferencia e n t r e la génesis y la e s t r u c t u r a de los modos de producción, p e r o se dejó llevar p o r la equivocada tentación de a ñ a d i r que el nuevo modo, u n a vez asegurada su reproducción, absorbía o abolía p o r completo las huellas del primero. Así, Marx escribió q u e los «supuestos» previos de u n m o d o de producción, «precisamente en cuanto tales supuestos históricos pertenecen al p a s a d o y, p o r tanto, a la historia de su formación, p e r o de ningún m o d o a su historia contemporánea, es decir, n o pertenecen al sistema real del m o d o de producción [ . . . ] h a n q u e d a d o a su zaga, como p r ó d r o m o s históricos de su devenir, al igual q u e los procesos a través de los cuales la Tierra pasó de m a r fluente de fuego y vapores a su f o r m a actual, se sitúan allende su existencia como Tierra 3 1 . En realidad, ni siquiera el capitalismo t r i u n f a n t e —el prim e r m o d o de producción cuyo alcance h a llegado a ser verdad e r a m e n t e universal— r e s u m e o internaliza simplemente todos los modos de producción anteriores q u e e n c o n t r ó y dominó en su camino. Y m u c h o menos p u d o h a c e r e s t o el f e u d a l i s m o en E u r o p a . Ninguna teleología unitaria de este tipo dirige las tortuosas y dispersas huellas de la historia de esa m a n e r a . Las formaciones sociales concretas e n c a r n a n siempre cierto númer o de m o d o s de producción coexistentes y conflictivos, de diversa antigüedad. En efecto, el advenimiento del m o d o de producción capitalista en E u r o p a sólo puede entenderse desechanJ1
Grundrisse,
pp. 363-4 [Elementos, vol. 1, pp. 420-1],
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do toda noción p u r a m e n t e lineal del tiempo histórico como u n todo. En vez de p r e s e n t a r la f o r m a de u n a cronología acumulativa, en la que u n a etapa sucede y suplanta a la anterior, p a r a p r o d u c i r la siguiente que a su vez la s u p e r a r á , la m a r c h a hacia el capitalismo revela u n a supervivencia del legado de u n m o d o de producción d e n t r o de u n a época dominada p o r otro, y u n a reactivación de su fuerza en el paso hacia u n tercero. La «ventaja» de E u r o p a sobre J a p ó n radica en su ascendencia clásica, que incluso después de la Edad Media no desapareció «detrás» de ella, sino que, en ciertos aspectos básicos, sobrevivió «frente» a ella. En este sentido, la génesis histórica concreta del feudalismo europeo, lejos de desvanecerse c o m o el fuego y el vapor en la solidez t e r r e s t r e de su e s t r u c t u r a ya realizada, tuvo efectos tangibles sobre su disolución final. La v e r d a d e r a temporalidad histórica r e c t o r a de los tres grandes m o d o s de producción históricos que h a n d o m i n a d o a E u r o p a h a s t a n u e s t r o siglo es, p o r tanto, radicalmente distinta del continuum de u n a cronología evolucionista. C o n t r a r i a m e n t e a todos los presupuestos historicistas, en ciertos niveles el t i e m p o p a r e c e invertirse entre los dos p r i m e r o s m o d o s de producción p a r a liberar así la crítica transición hacia el tercero. C o n t r a r i a m e n t e a todos los presupuestos estructuralistas, n o existe ningún m e c a n i s m o a u t o m o t o r de desplazamiento desde el m o d o de producción feudal al m o d o de producción capitalista, c o m o si f u e r a n sistemas contiguos y cerrados. La concatenación de los modos de producción antiguo y feudal f u e necesaria p a r a p r o d u c i r el m o d o de producción capitalista en E u r o p a en u n a relación que n o es de m e r a secuencia diacrónica, sino también, en un estadio determinado, de articulación sincrónica 3 2 . El p a s a d o clásico volvió a d e s p e r t a r en el seno del p r e s e n t e feudal p a r a asistir a la llegada del f u t u r o capitalista, a la vez inimaginablemente distante y e x t r a ñ a m e n t e vecino a él. P o r q u e el n a c i m i e n t o del capital presenció también, c o m o sabemos, el renacer de la Antigüedad. El Renacimiento es —a p e s a r de todas las críticas y las revisiones— la e n c r u c i j a d a de toda la historia de E u r o p a : el doble m o m e n t o de u n a expansión sin igual del espacio y, sim u l t á n e a m e n t e , de u n a recuperación del tiempo. En este mo-
!! La reaparición de la esclavitud a gran escala en el Nuevo Mundo habría de ser una de las características más significativas de la primera época moderna y sería una condición indispensable de la acumulación originaria, necesaria para la victoria del capitalismo industrial en Europa. Su función, que se sitúa fuera del alcance de este trabajo, se analizará en un estudio posterior.
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mentó, con el r e d e s c u b r i m i e n t o del M u n d o Antiguo y el desc u b r i m i e n t o del Nuevo, el sistema estatal e u r o p e o a d q u i r i ó su plena singularidad. Un p o d e r universal o m n i p r e s e n t e h a b r í a de ser el resultado y el fin de esta singularidad. La concatenación de los m o d o s de p r o d u c c i ó n antiguo y feudal que distingue el desarrollo e u r o p e o p u e d e observarse en varios rasgos originales de las épocas medieval y m o d e r n a que lo distancian de la experiencia j a p o n e s a (por n o h a b l a r ya de la islámica o la china). P a r a empezar, la posición y la evolución de las ciudades f u e c o m p l e t a m e n t e distinta. El feudalismo, c o m o m o d o de producción, f u e el p r i m e r o en la historia que hizo posible u n a oposición dinámica e n t r e la ciudad y el campo; la parcelación de la soberanía i n h e r e n t e a su estruct u r a p e r m i t í a el crecimiento de enclaves u r b a n o s a u t ó n o m o s como centros de producción d e n t r o de u n a economía predomin a n t e m e n t e r u r a l y n o como centros privilegiados o parasitarios de c o n s u m o o administración (modelo típicamente asiático, según creía Marx). El o r d e n feudal f o m e n t ó así u n t i p o d e vitalidad u r b a n a distinta a la de cualquier o t r a civilización, cuyos p r o d u c t o s comunes p u e d e n verse en J a p ó n y en E u r o p a . Al m i s m o tiempo, sin embargo, existía u n a diferencia f u n d a m e n tal e n t r e las ciudades de la E u r o p a medieval y las de J a p ó n . Las p r i m e r a s poseían u n grado de densidad y a u t o n o m í a desconocidos p a r a las segundas; su p e s o específico d e n t r o del conj u n t o del o r d e n feudal era m u c h o mayor. E n Japón, la principal oleada de urbanización f u e relativamente tardía —se desarrolló a p a r t i r del siglo Xvi— y estuvo d o m i n a d a p o r u n a s pocas y grandes concentraciones. Además, las ciudades japonesas consiguieron u n autogobierno municipal p e r m a n e n t e ; su apogeo coincidió con el m á x i m o control ejercido sobre ellas p o r los señores y los shogun. En E u r o p a , p o r o t r a p a r t e , la est r u c t u r a general del feudalismo p e r m i t i ó el desarrollo de ciudades p r o d u c t o r a s , b a s a d a s t a m b i é n en las m a n u f a c t u r a s artesanales, p e r o las formaciones sociales específicas que surgieron de la peculiar f o r m a local de transición hacia el feudalismo permitieron, desde el principio, u n «input» u r b a n o y municipal m u c h o mayor. Como h e m o s visto, el v e r d a d e r o movimiento de la historia n u n c a es el simple p a s o de u n m o d o de producción p u r o a otro; siempre está c o m p u e s t o p o r u n a serie c o m p l e j a de formaciones sociales en las que se entremezclan varios modos de producción b a j o el dominio de u n o de ellos. A e s t o se debe, p o r supuesto, q u e d e t e r m i n a d o s «efectos» de los m o d o s de producción antiguo y primitivo-comunal, anteriores al m o d o
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de producción feudal, p u e d a n sobrevivir dentro de las formaciones sociales e u r o p e a s m u c h o después de la desaparición de los m u n d o s r o m a n o y germánico. Así, el feudalismo e u r o p e o d i s f r u t ó desde el principio de u n legado municipal que «llenó» el espacio d e j a d o p o r el nuevo m o d o de producción p a r a el desarrollo u r b a n o de m a n e r a m u c h o m á s positiva y dinámica que en ninguna o t r a p a r t e . Ya h e m o s h a b l a d o del testimonio más elocuente q u e existe sobre la i m p o r t a n c i a directa de la Antigüedad en la aparición de las f o r m a s u r b a n a s características de la E d a d Media europea: la primacía de Italia en este proceso y la adopción de los símbolos r o m a n o s p o r sus prim e r o s regímenes municipales, desde los «consulados» del siglo x i en adelante. Toda la concepción social y jurídica de u n a ciudadanía u r b a n a c o m o tal poseía u n r e c u e r d o y u n a s derivaciones clásicas y n o tuvo ningún paralelo f u e r a de E u r o p a . Naturalmente, d e n t r o del m o d o de producción feudal, u n a vez constituido, la base socioeconómica de las ciudades-repúblicas q u e se desarrollaron g r a d u a l m e n t e en Italia y en el n o r t e f u e radicalmente distinta de la del m o d o de p r o d u c c i ó n esclavista, del q u e h e r e d a b a n t a n t a s tradiciones s u p e r e s t r u c t u r a l e s : el t r a b a j o artesanal liberado las hizo p a r a siempre distintas de sus predecesoras, a la vez m á s toscas y capaces de m a y o r creatividad. Como Anteo, en la c o m p a r a c i ó n de Weber, la cultura u r b a n a del m u n d o clásico, q u e en la E d a d Media se había h u n d i d o h a s t a las cavernosas p r o f u n d i d a d e s del m u n d o rural, resurgió de nuevo, m á s f u e r t e y m á s libre, en las comunidades u r b a n a s de la p r i m e r a época m o d e r n a 3 3 . N a d a s e m e j a n t e a este proceso histórico tuvo lugar en J a p ó n ni a fortiori en los grandes imperios asiáticos —árabe, turco, indio o chino— que n u n c a conocieron el feudalismo. Las ciudades de E u r o p a —comunas, repúblicas, tiranías— f u e r o n el p r o d u c t o único del desarrollo c o m b i n a d o q u e caracterizó al continente. Al m i s m o tiempo, la agricultura del f e u d a l i s m o europeo e x p e r i m e n t ó también u n a evolución q u e n o tuvo paralelo en ninguna o t r a p a r t e . Ya se h a s u b r a y a d o la extrema rareza del sistema de feudos c o m o tipo de propiedad r u r a l : n u n c a f u e conocido en los grandes estados islámicos ni b a j o las sucesivas dinastías chinas, q u e tuvieron sus propias f o r m a s características de posesión agraria. El f e u d a l i s m o japonés, sin embargo, m o s t r ó el m i s m o nexo de vasallaje, beneficio e i n m u n i d a d q u e " Véanse los párrafos finales de Weber, en todo su esplendor, en «Die Sozialen Gründe des Untergangs der antiken Kultur», Gesammelte Aufsatze zur Soziat- und Wirtschaftsgeschichte, pp. 310-1.
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definió al orden medieval en E u r o p a . Pero n u n c a e x p e r i m e n t ó la transformación crucial de la propiedad r u r a l que distinguió al p r i m e r período de la E u r o p a m o d e r n a . El m o d o de producción feudal p u r o se caracterizaba p o r la propiedad privada condicional de la tierra, de la que estaba investida u n a clase hereditaria de nobles. La naturaleza privada o individual de esta propiedad r u r a l lo distinguía, c o m o vio Marx, de toda u n a amplia gama de sistemas agrarios alternativos, situados f u e r a de E u r o p a y de Japón, en los que el monopolio f o r m a l del E s t a d o sobre la tierra, fuese inicial o p e r m a n e n t e , correspondía a unas clases de poseedores m u c h o m e n o s «aristocráticas», en sentido estricto, que los caballeros o los samurais. Pero, u n a vez más, el desarrollo europeo f u e m u c h o m á s allá del japonés con la transición, en la época del Renacimiento, de la propiedad privada condicional de la tierra a la absoluta. También en este caso f u e el legado clásico del derecho r o m a n o lo que facilitó y codificó este avance decisivo. La p r o p i e d a d quiritaria, la m á s alta expresión legal de la economía mercantil de la Antigüedad, p e r m a n e c i ó a la espera de ser redescubierta y puesta en f u n c i o n a m i e n t o u n a vez que la expansión de las relaciones mercantiles d e n t r o de la E u r o p a feudal h u b i e r a alcanzado unos niveles en los que su precisión y claridad fuesen necesarias de nuevo 3 4 . I n t e n t a n d o definir la especificidad de la vía europea al capitalismo f r e n t e a la evolución del r e s t o del mundo, Marx escribió a Zasúlich que, «en este movimiento occidental, el p r o b l e m a es la transformación de una forma de propiedad privada en otra forma de propiedad privada»35. Marx estaba indicando con esto la expropiación de las pequeñas propiedades campesinas p o r la agricultura capitalista, que creyó (equivocadamente) que podría evitarse en Rusia p o r la transición directa de la propiedad campesina comunal al socialismo. La f r a s e de Marx contiene, sin embargo, u n a p r o f u n d a d verdad si se aplica en u n sentido algo diferente: la t r a n s f o r m a c i ó n de u n a f o r m a de propiedad privada —condicional— en o t r a f o r m a de propie34 Engels pudo escribir: «El derecho romano es en tal medida la expresión clásica de las condiciones de vida y de las tensiones de una sociedad dominada por la pura propiedad privada, que toda la legislación posterior fue incapaz de mejorarlo de forma sustancial. Por el contrario, la propiedad burguesa de la Edad Media estaba mucho más atada por las limitaciones feudales y en gran medida consistía en privilegios. En este sentido, por tanto, el derecho romano estaba mucho más adelantado (weit voraus) que las relaciones burguesas de la época». Werke, vol. 21, p. 397. 35 K. Marx y F. Engels, Selected correspondence, p. 340.
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dad privada —absoluta— d e n t r o de la nobleza terrateniente f u e la preparación indispensable de la llegada del capitalismo y m a r c ó el m o m e n t o en que E u r o p a dejó a t r á s a todos los demás sistemas agrarios. En la larga época de transición en la que la tierra se m a n t u v o como la f u e n t e cuantitativamente p r e d o m i n a n t e de riqueza en todo el continente, la consolidación de u n a propiedad privada ilimitada y hereditaria constituyó un paso fund a m e n t a l hacia la liberación de los factores de producción necesarios p a r a la acumulación de u n v e r d a d e r o capital. El m i s m o «vinculismo» que i m p u s o la aristocracia europea a principios de la Edad Moderna f u e ya u n a p r u e b a palmaria de las presiones objetivas hacia u n m e r c a d o libre de la tierra que habría de generar, en último término, u n a agricultura capitalista. El orden legal surgido del renacimiento del derecho r o m a n o creó las condiciones jurídicas generales para u n a transición eficaz hacia el m o d o de producción capitalista, tanto en la ciudad como en el campo. La seguridad de la propiedad y el carácter f i j o de los contratos, la protección y la predictibilidad de las transacciones económicas e n t r e las p a r t e s individuales, garantizadas p o r un derecho civil escrito, n u n c a se repitieron en ninguna o t r a parte. El derecho islámico fue, como mucho, vago e inseguro en los p r o b l e m a s de la propiedad inmobiliaria; su interpretación era inextricablemente religiosa y, p o r tanto, confusa y contenciosa. El derecho chino era rígidamente punitivo y represivo; apenas se ocupaba de las relaciones civiles, y no ofrecía un a r m a z ó n estable para la actividad económica. El derecho j a p o n é s era f r a g m e n t a r i o y r u d i m e n t a r i o , con sólo unos tímidos comienzos de derecho comercial jurídico, surgidos en el e n t r e c r u z a m i e n t o de las diversas disposiciones señoriales 3 6 . Al c o n t r a r i o de todos ellos, el derecho r o m a n o ofrecía un marco coherente y sistemático p a r a la c o m p r a , venta, arriendo, alquiler, p r é s t a m o y testaduría de bienes; remodelado en las nuevas condiciones de E u r o p a y generalizado p o r u n c u e r p o de j u r i s t a s profesionales desconocidos en la Antigüedad, su influencia f u e u n a de las precondiciones institucionales f u n d a m e n t a l e s para la rápida expansión de las relaciones de producción capitalistas a escala continental. Además, al renacimiento del derecho r o m a n o a c o m p a ñ ó o siguió la reapropiación de casi toda la herencia cultural del m u n d o clásico. El p e n s a m i e n t o filosófico, histórico, político y científico de la Antigüedad —por no hablar de su literatura o 36
Estas diferencias se analizan más adelante, pp. 466, 513-5, 562.
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a r q u i t e c t u r a — adquirió r e p e n t i n a m e n t e u n a nueva potencia e inmediatez en la p r i m e r a época m o d e r n a . Los componentes críticos y racionales de la cultura clásica —en comparación con los de cualquier o t r a civilización antigua— dieron a su r e t o r n o u n a fuerza mayor y m á s penetrante. No sólo e r a n intrínsecam e n t e m á s avanzados q u e los que p u d i e r a n h a b e r existido en el p a s a d o de otros continentes, sino que e s t a b a n separados del p r e s e n t e p o r el gran abismo de la divisoria religiosa situada e n t r e las dos épocas. El p e n s a m i e n t o clásico n u n c a p u d o ser e m b a l s a m a d o como u n a venerable e inocua tradición, ni siquier a en su asimilación selectiva d u r a n t e la E d a d Media; al ser u n universo n o cristiano, siempre m a n t u v o u n contenido antagónico y corrosivo. El potencial radical de sus m á s g r a n d e s o b r a s p u d o verse en su plenitud u n a vez que las nuevas condiciones sociales p e r m i t i e r o n a las m e n t e s europeas m i r a r hacia atrás, sin vértigo, de u n lado a o t r o del a b i s m o que las s e p a r a b a de la Antigüedad. El resultado fue, como ya h e m o s visto, u n a revolución intelectual y artística de tal índole q u e sólo p u d o ocur r i r a causa de la específica precedencia histórica del m u n d o clásico respecto al medieval. La a s t r o n o m í a de Copérnico, la filosofía de Montaigne, la política de Maquiavelo, la historiografía de Clarendon, la j u r i s p r u d e n c i a de Grocio: de diferentes f o r m a s , todas eran deudoras de los m e n s a j e s en la Antigüedad. El m i s m o nacimiento de la física m o d e r n a tomó en p a r t e la f o r m a del rechazo de u n legado clásico —el aristotelismo— b a j o el signo de o t r o —el neoplatonismo— que inspiró su concepción «dinámica» de la n a t u r a l e z a " . La cultura analítica y secular, q u e se extendió paulatinamente, todavía con m u c h a s regresiones y bloqueos teológicos, f u e quizá el fenómeno histórico que separó de f o r m a más inequívoca a E u r o p a de las o t r a s grandes zonas de civilización en la época preindustrial. El perezoso tradicionalismo de la sociedad feudal japonesa, práctic a m e n t e libre de corrientes ideológicas contrarias d u r a n t e la era Tokugawa, o f r e c e u n contraste especialmente llamativo. El e s t a n c a m i e n t o intelectual de Japón, en medio de su efervescencia económica, se debió en u n a medida considerable al deliber a d o aislamiento del país. También en este caso, el feudalismo 37 Sobre el papel del neoplatonismo en el desarrollo de la ciencia moderna, véase Francés Yates, Giordano Bruno and the hermetic tradition, Londres, 1964, pp. 447-55. Más directamente, la herencia de la geometría euclidiana y de la astronomía tolemaica fue una condición previa indispensable para la aparición de la física galileana.
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europeo t o m ó la delantera a su equivalente j a p o n é s desde el m i s m o comienzo de sus respectivos orígenes. E n Japón, el m o d o de producción feudal f u e el resultado de la lenta involución de u n orden imperial cuyas e s t r u c t u r a s procedían del exterior y que, en último término, se estabilizó en u n a s condiciones de aislamiento completo del m u n d o exterior. En E u r o p a , p o r el contrario, el m o d o de producción feudal surgió del choque f r o n t a l e n t r e dos ó r d e n e s anteriores, en lucha sobre u n a gran área geográfica, y cuyos efectos posteriores se extendieron a u n a s zonas todavía m á s amplias. El feudalismo insular de J a p ó n se movió hacia dentro, alejándose de la matriz oriental del inicial E s t a d o Taiho. El feudalismo continental de E u r o p a se movió hacia f u e r a a m e d i d a que la diversidad étnica, inherente a la síntesis originaria q u e le había dado nacimiento, a u m e n t a b a con la expansión del m o d o de producción m á s allá de su p a t r i a carolingia, y p r o d u j o finalm e n t e u n mosaico dinástico y protonacional de gran complejidad. En la E d a d Media, esta gran diversidad aseguró la autonomía de la Iglesia, que n u n c a estuvo sometida a u n a sola soberanía imperial como la que había conocido la Antigüedad, y favoreció la aparición de las asambleas de Estados, convocadas p r e c i s a m e n t e p a r a r e u n i r a ia nobleza local en t o r n o a u n a m o n a r q u í a o a u n principado c o n t r a los a t a q u e s de otros, en los conflictos militares de la época 3 8 . Tanto la independencia eclesiástica como la representación e s t a m e n t a l f u e r o n , a su vez, rasgos de la sociedad medieval e u r o p e a q u e n u n c a se reproduj e r o n en la variante j a p o n e s a del feudalismo. E n este sentido, estuvieron en función del c a r á c t e r internacional del f e u d a l i s m o europeo, q u e n o f u e en m o d o alguno la razón m e n o s p r o f u n d a de que su destino f u e r a t a n diferente del japonés. La azarosa multiplicidad de unidades políticas en la E u r o p a medieval tardía se convirtió a comienzos de la época m o d e r n a en u n sistem a organizado e interrelacionado de estados: el nacimiento de la diplomacia formalizó la novedad de u n conjunto plural de m i e m b r o s asociados — p a r a la guerra, la alianza, el comercio, el m a t r i m o n i o o la p r o p a g a n d a — d e n t r o de u n a sola a r e n a política, cuyos límites y reglas se hicieron m á s claros y más definidos. La f e c u n d i d a d cultural r e s u l t a n t e de la formación de este sistema a l t a m e n t e integrado, a u n q u e e x t r e m a d a m e n t e diversificado, f u e u n o de los rasgos peculiares de la E u r o p a pre33 Los determinantes interestatales de la representación estamental fueron subrayados por Hintze: «Weltgeschichtliche Bedingungen der Reprásentatiwerfassung», Gesammelte Abhandlungen, i, pp. 168-70.
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industrial; probablemente, los logros intelectuales de la primera época m o d e r n a son inseparables de él. En ningún o t r o lugar del m u n d o existió un c o n j u n t o político que se le pudiera comp a r a r : la institucionalización del intercambio diplomático f u e una invención del Renacimiento, y m u c h o tiempo después era todavía una particularidad europea. Así pues, el Renacimiento f u e s i m u l t á n e a m e n t e el momento en que el e n c u e n t r o de la Antigüedad y el feudalismo prod u j o de repente sus f r u t o s más originales y sorprendentes, y el m o m e n t o histórico decisivo en que E u r o p a dejó a t r á s en dinam i s m o y expansión a todos los d e m á s continentes. El tipo nuevo y singular de Estado que surgió en esta época f u e el absolutismo. Las m o n a r q u í a s absolutas del p r i m e r período moderno f u e r o n un f e n ó m e n o e s t r i c t a m e n t e europeo. Representan exactamente la f o r m a política del progreso de toda la zona, porque, como ya hemos visto, fue precisamente en este p u n t o en el que se detuvo la evolución de Japón: el feudalismo del Oriente Lejano nunca desembocó en el absolutismo. La aparición del absolutismo a partir del feudalismo europeo fue, dicho de otra forma, la suma total de su preeminencia política. El absolutismo, creación del Renacimiento, p u d o desarrollarse gracias a la larga historia anterior que se. extiende más allá del feudalismo y que f u e invocada de nuevo en los albores de la era moderna. Como e s t r u c t u r a estatal d o m i n a n t e en E u r o p a hasta el fin de la Ilustración, su hegemonía coincidió con la exploración del globo por las potencias europeas y con los comienzos de su supremacía sobre el universo. Por su naturaleza y e s t r u c t u r a , las m o n a r q u í a s absolutas de E u r o p a eran todavía estados feudales, las m a q u i n a r i a s de gobierno de la m i s m a clase aristocrática que había d o m i n a d o la Edad Media. Pero en E u r o p a occidental, donde habían nacido, las formaciones sociales que gobernaban eran una combinación compleja de los modos de producción feudal y capitalista, con un auge gradual de la burguesía u r b a n a y un crecimiento de la acumulación originaria de capital en una escala internacional. El entrelazamiento de estos dos modos de producción antagónicos d e n t r o de las mismas sociedades fue lo que dio origen a las f o r m a s transicionales del absolutismo. Los estados monárquicos de la nueva época pusieron fin a la parcelación de la soberanía, que estaba inserta en el modo de producción feudal puro, a u n q u e nunca alcanzaron un sistema político p l e n a m e n t e unitario. Este cambio estaba determinado, en última instancia, p o r el increm e n t o de la producción y el intercambio mercantiles, que ten-
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dían a disolver en el c a m p o las relaciones feudales primarias. Pero, al m i s m o tiempo, la desaparición de la servidumbre no significó la abolición de la coerción extraeconómica privada p a r a la extracción de p l u s t r a b a j o del p r o d u c t o r inmediato. La nobleza t e r r a t e n i e n t e siguió poseyendo el grueso de los medios f u n d a m e n t a l e s de producción en la economía y o c u p a n d o la gran mayoría de las posiciones d e n t r o del c o n j u n t o del aparato de p o d e r político. La coerción feudal se desplazó hacia arriba, hacia u n a m o n a r q u í a centralizada, y la aristocracia tuvo que c a m b i a r su representación estamental por los cargos burocráticos d e n t r o del renovado a p a r a t o de Estado. Las agudas tensiones de estos procesos p r o d u j e r o n m u c h a s revueltas señoriales, y la a u t o r i d a d real se ejerció a m e n u d o de f o r m a implacable contra los m i e m b r o s de la clase nobiliaria. El m i s m o término de «absolutismo» —que siempre ha sido un n o m b r e técnicamente incorrecto— es u n a p r u e b a del peso del nuevo sist e m a m o n á r q u i c o sobre el propio o r d e n aristocrático. Pero hay, sin embargo, u n a característica básica que distingue a las m o n a r q u í a s absolutas de E u r o p a de las miríadas de tipos de gobiernos despóticos, a r b i t r a r i o s o tiránicos, encarnados o controlados p o r u n soberano personal, que han prevalecido en todo el m u n d o . El aumento del poder político del Estado monárquico no vino acompañado por una disminución de la seguridad económica de la propiedad nobiliaria de la tierra, sino por un aumento paralelo de los derechos generales de la propiedad privada. La era en que se i m p u s o la a u t o r i d a d pública «absolutista» f u e t a m b i é n la era en la que se consolidó progresivamente la propiedad privada «absoluta». Esta trascendental diferencia social separa a las m o n a r q u í a s Borbón, Habsburgo, Tudor o Vasa de todos los sultanatos, imperios o shogunatos situados f u e r a de E u r o p a . Los contemporáneos que se enfrent a r o n al E s t a d o o t o m a n o en tierras europeas siempre f u e r o n p l e n a m e n t e conscientes de este gran abismo. El absolutismo n o significó el fin del dominio aristocrático, sino que, p o r el contrario, protegió y estabilizó el dominio de la nobleza hereditaria en Europa. Los reyes que gobernaban las nuevas mon a r q u í a s n u n c a pudieron t r a n s g r e d i r los invisibles límites del p o d e r aristocrático, esto es, los límites de las condiciones materiales de reproducción de la clase a la que ellos mismos pertenecían. N o r m a l m e n t e , estos soberanos eran conscientes de su pertenencia a la aristocracia que les rodeaba; el orgullo individual de su rango se f u n d a b a en una solidaridad colectiva de sentimientos. Y así, m i e n t r a s el capital se a c u m u l a b a len-
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t a m e n t e b a j o las brillantes s u p e r e s t r u c t u r a s del absolutismo, e j e r c i e n d o sobre ellas u n e m p u j e gravitacional cada vez mayor, la nobleza t e r r a t e n i e n t e de la E u r o p a m o d e r n a conservó su p r e d o m i n i o histórico en y gracias a las m o n a r q u í a s que ahora les dirigían. E c o n ó m i c a m e n t e a salvo, socialmente privilegiada y c u l t u r a l m e n t e m a d u r a , la aristocracia seguía dominando; el Estado absolutista hizo compatible su supremacía con el crecimiento i n i n t e r r u m p i d o del capital d e n t r o de las formaciones sociales mixtas de la E u r o p a occidental. Posteriormente, como h e m o s visto, el a b s o l u t i s m o apareció también en la E u r o p a oriental —la m i t a d m á s a t r a s a d a del continente— que n u n c a había e x p e r i m e n t a d o la original síntesis romano-germánica que dio el ser al f e u d a l i s m o medieval. Los caracteres y la t e m p o r a l i d a d diferentes de las dos variantes del absolutismo europeo —occidental y oriental—, q u e h a n constituido u n t e m a central de este estudio, sirven p a r a subrayar el contexto y carácter final comunes de ambas. En Europa oriental, el p o d e r social de la nobleza no estuvo condicionado p o r ninguna burguesía u r b a n a ascendente c o m o la que caracterizó a E u r o p a occidental: el dominio señorial n o tuvo límites. El absolutismo del Este desplegó, pues, su composición y función de clase de f o r m a m á s p a t e n t e e inequívoca que eloccidental. Construida sobre la servidumbre, la f o r m a feudal de su e s t r u c t u r a de E s t a d o era clara y manifiesta; el campesinado sometido a servidumbre constituía u n r e c u e r d o permanente de las f o r m a s de opresión y explotación que p e r p e t u a b a su a p a r a t o coactivo. Pero, al m i s m o tiempo, la génesis del absolutismo en E u r o p a oriental f u e f u n d a m e n t a l m e n t e distinta de la del de E u r o p a occidental, p r e c i s a m e n t e p o r q u e n o f u e el crecimiento de la producción y el i n t e r c a m b i o mercantiles lo q u e le dio el ser; más allá del Elba, el capitalismo e s t a b a todavía m u y lejos. Lo que c o n d u j o a la p a r a d ó j i c a p r e f o r m a c i ó n del absolutismo en el Este f u e la intersección de dos fuerzas: la de u n proceso inacabado de feudalización —que había comenzado cronológicamente después, sin la v e n t a j a del legado de la Antigüedad y en condiciones topográficas y demográficas m á s difíciles— y la de una creciente presión militar que venía del Oeste, m á s avanzado. Con el establecimiento de los regím e n t e s absolutistas en E u r o p a oriental q u e d ó completo, a su vez, el sistema internacional de estados que definió y circunscribió a la totalidad del continente. El nacimiento de u n orden político multilateral, como único c a m p o de disputa y conflicto e n t r e los estados rivales, fue, p o r tanto, causa y efecto de la
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generalización del absolutismo en E u r o p a . La construcción de este sistema internacional, a p a r t i r de Westfalia, n o hizo homogéneas a las dos mitades del continente. Por el c o n t r a r i o al r e p r e s e n t a r desde su comienzo a distintos linajes históricos' los estados absolutistas de E u r o p a occidental y oriental si' guieron trayectorias divergentes h a s t a sus respectivos finales La gama de sus diferentes destinos es bien conocida. En Occidente, las m o n a r q u í a s española, inglesa y f r a n c e s a f u e r o n derrotadas o derrocadas p o r revoluciones burguesas iniciadas desde abajo, m i e n t r a s que los principados italianos y alemanes fueron eliminados p o r revoluciones b u r g u e s a s iniciadas tardíamente, desde arriba. En el Este, p o r otra parte, el imperio ruso f u e destruido finalmente p o r u n a revolución proletaria Las consecuencias de la división del continente, simbolizadas en estas sucesivas y opuestas insurrecciones, están todavía con nosotros.
DOS NOTAS
A.
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EL FEUDALISMO JAPONES
En el siglo v n d. C., b a j o una fuerte influencia china, se formó en Japón un sistema político imperial centralizado: la ref o r m a Taika del año 646 disolvió las anteriores e imprecisas comunidades de grupos de linaje nobiliarios y de cultivadores independientes e instaló por vez primera un sistema estatal unitario. El nuevo Estado japonés, calcado administrativamente del imperio T'ang de la China de la época y que habría de regularse por los códigos Taiho de principios del siglo V I I I (702), se basaba en un monopolio imperial de la propiedad de la tierra. El suelo se concedía en pequeños lotes, periódicamente redistribuidos, a cultivadores arrendatarios que pagaban impuestos en especie o prestaciones personales al Estado. El sistema de asignación de parcelas, aplicado en un primer momento a las tierras familiares de la casa imperial, se extendió gradualmente durante el siglo siguiente a todo el país. El control político unificado del país se mantenía por medio de una amplia burocracia central, compuesta por una clase aristocrática civil que se reclutaba para los cargos por herencia más que p o r exámenes. El reino fue sistemáticamente dividido en distritos de la capital, provincias, distritos rurales y aldeas b a j o una rígida supervisión gubernamental. También se creó, aunque de forma algo vacilante, un ejército permanente obligatorio. Se contruyeron ciudades imperiales, planeadas simétricamente según las normas chinas. El budismo, sincréticamente mezclado con los cultos indígenas del Shinto, se convirtió en religión oficial, formalmente integrada en el mismo aparato de E s t a d o S i n embargo, a p a r t i r del año 800, aproximadamente, este imperio de influencia china comenzó a disolverse b a j o diversas fuerzas centrífugas. La falta de algo similar al mandarinato dentro de la burocracia favoreció desde el principio su privatización por la nobleza. Las órdenes religiosas budistas consiguieron privilegios 1
from
i
Puede verse un lúcido análisis del Estado Taiho en J. W. Hall, Japan prehistory to modern times, Londres, 1970, pp. 43-60.
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especiales sobre las tierras que les habían sido donadas. La recluta militar obligatoria se a b a n d o n ó en el a ñ o 792, y la redistribución de las parcelas, alrededor del 844. Los t e r r e n o s semiprivados o shoen, propiedad de los nobles o los monasterios, se extendieron r á p i d a m e n t e p o r las provincias. Sustraídos desde el principio a la propiedad estatal de la tierra, los shoen consiguieron f i n a l m e n t e la i n m u n i d a d fiscal y la exención de la inspección c a t a s t r a l realizada p o r el gobierno central. Las mayores de estas propiedades —que f r e c u e n t e m e n t e procedían de tierras hechas a p t a s p a r a la labranza en fecha reciente— a b a r c a b a n varios cientos de hectáreas. Los campesinos que cultivaban los shoen debían cargas d i r e c t a m e n t e a sus señores, a la vez que nuevos e s t r a t o s intermedios de capataces o alguaciles iban adquiriendo, d e n t r o de este sistema señorial en formación, ciertos derechos sobre el p r o d u c t o (principalmente arroz). La organización interna de los señoríos japoneses estuvo m u y influida p o r la naturaleza del cultivo del arroz, r a m a básica de la agricultura. No había ningún sistema de rotación trienal, al estilo europeo, y las tierras del c o m ú n carecían de importancia, dada la falta de ganado. Las parcelas de los campesinos eran m u c h o más pequeñas que en E u r o p a y había menos comunidades aldeanas, m i e n t r a s q u e las densidad de la población r u r a l y la escasez de tierra e r a n considerables. Pero, sobre todo, n o existía u n a v e r d a d e r a reserva señorial d e n t r o de la finca: los shiki, o derechos divisibles de apropiación del p r o d u c t o , se recaudaban u n i f o r m e m e n t e sobre la producción total del shoen1. Por o t r a parte, d e n t r o del sistema político, la aristocracia de la corte, o kuge, desarrolló u n a r e f i n a d a c u l t u r a civil en la capital, donde la casa F u j i w a r a consiguió u n a prolongada influencia sobre la propia dinastía imperial. Pero f u e r a de Kyoto, la administración imperial se a b a n d o n ó hasta su desaparición. Al m i s m o tiempo, y u n a vez q u e el r e c l u t a m i e n t o obligatorio h u b o desaparecido, las fuerzas a r m a d a s de las provincias se convirtieron g r a d u a l m e n t e en propiedad de la nueva nobleza militar de guerreros s a m u r a i s o bushi, q u e alcanzaron p o r p r i m e r a vez u n a posición p r e e m i n e n t e en el siglo x i 3 . Tant o los funcionarios públicos del gobierno central c o m o los propietarios locales de los shoen reunieron en t o r n o a sí b a n d a s 2 Puede verse un análisis comparado del shoen en Joüon des Longrais, L'Est et l'Ouest, institutions du Japón et de l'Occident comparées, París, 1958, pp. 92-103. ' Los orígenes de los bushi están esbozados en J. W. Hall, Government and local power in Japan, 500-1700, Princeton, 1966, pp. 131 3.
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personales de estos guerreros, con finalidades de defensa y de ataque. Con la privatización del p o d e r coactivo se intensificaron las luchas serviles a medida que las t r o p a s provinciales de bushi intervenían en las luchas de las camarillas cortesanas p o r el control de la capital imperial y de su m a r c o administrativo. El d e r r u m b a m i e n t o del viejo sistema Taiho culminó, a finales del siglo xil, con la fundación victoriosa del shogunato de K a m a k u r a p o r Minamoto-no-Yoritomo. El nuevo soberano, que se había educado en Kyoto y tenía u n gran respeto hacia su legado, conservó en la m i s m a Kyoto la dinastía y la corte imperiales y la administración civil tradicional 4 . Pero, j u n t o a ellas, se creó u n nuevo a p a r a t o militar de gobierno b a j o el m a n d o del shogun o «generalísimo», dirigido p o r la clase de los bushi y c e n t r a d o en u n a capital diferente, K a m a k u r a . A partir de entonces, esta nueva a u t o r i d a d p á r a i m p e r i a l f u e la q u e ejerció el v e r d a d e r o p o d e r en Japón. El shogunato, que se conocía con el n o m b r e de Bakufu («tienda» o cuartel general militar), controlaba al principio la lealtad de unos 2.000 «hombres de la casa» (gokenin), o vasallos personales de Yoritomo, y se apropió o confiscó p a r a su uso m u c h o s shoen. En las provincias, el shogunato n o m b r ó gobernadores militares o shugo, e intendentes de la tierra o jito, elegidos e n t r e sus seguidores. Los p r i m e r o s p a s a r o n a ser en la práctica el p o d e r local d o m i n a n t e en sus regiones, m i e n t r a s que los segundos, en u n plano inferior, se encargaban de la recaudación de impuestos de las propiedades shoen, sobre las que llegaron a a d q u i r i r paulatinam e n t e derechos shiki, a costa de sus anteriores propietarios 5. La nueva red de shugo y jito, creada p o r el shogunato y responsable sólo ante él, r e p r e s e n t ó u n a f o r m a p r e l i m i n a r del sist e m a de beneficios: las funciones represivas y fiscales f u e r o n delegadas p o r los bushi en sus séquitos a c a m b i o de la concesión de títulos sobre las r e n t a s de la tierra. Por medio de u n a s «cartas de confirmación» formales se concedían derechos a los vasallos locales sobre las rentas de la tierra y los h o m b r e s de a r m a s 6 . Todavía subsistían, sin embargo, la legalidad y la burocracia imperial: el shogun era n o m b r a d o legalmente p o r el e m p e r a d o r , los shoen continuaron sometidos al derecho públi4 M. Shinod.i, The founding of the Kamakura Shogunate, 1180-1185, Nueva York, 1960, pp. 112-3, 141-4. 5 Véase un amplio estudio de los jito en Hall, Government and local power in Japan, pp. 157-8, 182-90. 6 Shinoda, The founding of the Kamakura Shogunate, p. 140.
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co y la m a y o r p a r t e de la tierra y de la población se mantuvieron b a j o la antigua administración civil. El régimen K a m a k u r a , debilitado financiera y militarmente p o r los ataques mogoles a finales del siglo x m , se h u n d i ó finalmente en las luchas civiles. A lo largo de siglo Xiv, durante el shogunato de Ashikaga que sucedió al de K a m a k u r a , se dio el paso decisivo hacia la plena feudalización de la sociedad y el sistema político japonés. El propio shogunato se trasladó a Kyoto y se abolió la prolongada a u t o n o m í a de la corte imperial: la sagrada dinastía y la aristocracia kuge f u e r o n privadas de la m a y o r p a r t e de sus tierras y riquezas y relegadas a funciones p u r a m e n t e ceremoniales. La administración civil de las provincias quedó c o m p l e t a m e n t e eclipsada p o r los gobiernos militares shugo. Al m i s m o tiempo, sin embargo, el shogunato de Ashikaga f u e m u c h o m á s débil que su predecesor de Kam a k u r a ; consiguientemente, los shugo se convirtieron cada vez m á s en señores locales omnipotentes, absorbiendo a los jito, exigiendo prestaciones de t r a b a j o y reteniendo la mitad de los ingresos de los shoen locales a escala provincial; a veces incluso «recibiendo» el shoen directamente de sus propietarios absentistas 7. En este m o m e n t o ya se había desarrollado u n verdadero sistema de feudos o chigyo, que p o r vez p r i m e r a representaba u n a fusión directa de vasallaje y beneficio, de servicio militar y posesión condicional de la tierra; los shugo poseían esos feudos y los distribuían a d e m á s e n t r e sus séquitos. La adopción de la p r i m o g e n i t u r a d e n t r o de la clase aristocrática consolidó la nueva j e r a r q u í a social en el c a m p o 8 . En el nivel inferior, el campesinado s u f r i ó la correspondiente degradación a medida que su movilidad se restringía y sus prestaciones aum e n t a b a n : los pequeños guerreros locales del estrato bushi estab a n en m e j o r e s condiciones que los nobles kuge absentistas p a r a extraer el excedente de los p r o d u c t o r e s directos. H u b o en el c a m p o a d e m á s u n a expansión de la producción mercantil, especialmente en las regiones centrales situadas a l r e d e d o r de Kyoto, donde se concentraba la elaboración del sake, y aumentó el volumen de la circulación m o n e t a r i a . También aumentó la productividad r u r a l con la introducción de m e j o r e s inst r u m e n t o s de cultivo y el mayor uso de la tracción animal, de tal f o r m a que el p r o d u c t o agrícola creció c o n s t a n t e m e n t e en m u c h a s zonas 9 . El comercio exterior se expandió, a la vez q u e ' H. P. Warley, The Onin war, Nueva York, 1967, pp. 38-43. ' Ibid., pp. 76-7. 9 Hall, Japan from prehistory to modern times, p. 121.
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se desarrollaban en las ciudades gremios de artesanos y comerciantes de u n tipo similar a los de la E u r o p a medieval. Pero todavía persistía el arcaico m a r c o imperial, a u n q u e pen e t r a d o p o r todas p a r t e s p o r las nuevas j e r a r q u í a s feudales, situadas b a j o un shogunato central relativamente débil. Las jurisdicciones gubernativas de los shugo c o n t i n u a b a n siendo m u c h o más amplias que sus tierras enfeudadas, y los bushi que vivían en ellas n o eran todos en absoluto sus vasallos personales. El h u n d i m i e n t o final del shogunato de Ashikaga t r a s el comienzo de las guerras Onin (1467-77) completó la disolución de los ú l t i m o s vestigios del legado administrativo Taiho y el proceso de feudalización de todo el país. En m e d i o de u n a oleada de a n a r q u í a en la q u e «los de a b a j o m a n d a b a n sobre los de arriba», los shugo regionales f u e r o n d e r r o c a d o s p o r vasallos u s u r p a d o r e s —a m e n u d o sus antiguos lugartenientes— y con ellos desaparecieron los grupos de shoen y las jurisdicciones provinciales q u e habían presidido. Los a v e n t u r e r o s de la nueva época Sengoku, surgidos de la guerra, se r e p a r t i e r o n sus propios principados que, a p a r t i r de entonces, organizaron y dirigieron c o m o territorios p u r a m e n t e feudales, a la p a r q u e se desintegraba en todo el país cualquier tipo de p o d e r central. Los daimyo o magnates de finales del siglo xv y principios del xvi controlaban dominios sólidos, en los q u e todos los guer r e r o s eran vasallos o subvasallos suyos y toda la tierra pertenecía a su p r o p i e d a d soberana. Los derechos divisibles o shiki se c o n c e n t r a r o n en u n i d a d e s de chigyo. Territorialmente, la feudalización era más completa que en la E u r o p a medieval, p o r q u e se desconocían las parcelas alodiales en el campo. Los samurais j u r a b a n lealtad militar a sus señores y recibían de éstos v e r d a d e r o s feudos, e s t o es, concesiones de tierra j u n t o con derechos jurisdiccionales !0. El e n f e u d a m i e n t o se calculaba en términos de «aldeas» (mura: unidades administrativas m á s que aldeas verdaderas), y los h a b i t a n t e s del f e u d o e s t a b a n sometidos a supervisión directa de los bushi. Las ciudades-castillo y la subinfeudación se desarrollaron en los dominios daimyo, regulados p o r nuevas «leyes domésticas» feudales en las que se codificaban las prerrogativas del señor y la j e r a r q u í a de dependencias personales. El vínculo e n t r e el señor y el vasallo se caracte10 El texto literal del juramento de vasallaje y de la concesión de la tierra en esta época puede verse en Hall, Government and local power in Japan, pp. 2534; en las pp. 245-56 se trazan las líneas generales de la organización feudal en la época Sengoku.
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rizó en el feudalismo japonés p o r dos notas específicas: el lazo personal e n t r e el señor y su servidor era más f u e r t e que el lazo económico e n t r e éste y la tierra, es decir, d e n t r o del nexo feudal el vasallaje tendía a p r e d o m i n a r sobre el beneficio Al m i s m o tiempo, la relación entre el señor y el vasallo era m á s asimétrica que en E u r o p a . El c o m p o n e n t e contractual del hom e n a j e era m u c h o m á s débil; el vasallaje tenía u n carácter semifamiliar y sagrado, m á s que legal. El concepto de «felonía» señorial o r u p t u r a del vínculo p o r el señor era desconocido. T a m p o c o existía el señorío múltiple. Así, la específica relación i n t r a f e u d a l era m á s u n i l a t e r a l m e n t e j e r á r q u i c a ; su terminología f u e t o m a d a de la a u t o r i d a d p a t e r n a y del sistema de parentesco. El feudalismo europeo siempre a b u n d ó en luchas interfamiliares y se caracterizó p o r u n a e x t r e m a a b u n d a n c i a de litigios. El feudalismo japonés, sin e m b a r g o , n o sólo careció de toda inclinación legalista, sino que su f o r m a cuasipatriarcal se hizo a ú n m á s autoritaria con la extensión de los derechos paternos a la adopción y a d e s h e r e d a r a los hijos, que impidieron con eficacia las insubordinaciones filiales, tan comunes en Eur o p a 1J. Por otra p a r t e , el n ú m e r o de guerras feudales, estímulos del valor y la destreza de los caballeros a r m a d o s fue, dur a n t e esta época, t a n alto como en la E u r o p a medieval tardía. E n t r e los principados daimyo rivales f u e r o n constantes las luchas violentas. Además, en los vacíos que d e j ó la fragmentación política de J a p ó n pudieron florecer algunas ciudades mercantiles a u t ó n o m a s análogas a las de la E u r o p a medieval: Sakai, Hakata, Otsu, Ujiyamada y otras. Los viajeros jesuítas calificaron al p u e r t o de Sakai de «Venecia» oriental 1 3 . Las sectas religiosas crearon sus propios enclaves a r m a d o s en Kaga y Noto, en el m a r del Japón. Incluso hicieron también u n a breve aparición las c o m u n a s rurales insurrectas, dirigidas p o r la pequeña nobleza descontenta y b a s a d a s en el c a m p e s i n a d o rebelde. La m á s notable se estableció en la m i s m a región central de 11 Joüon subraya con fuerza esa característica: L'Est et VOuest, páginas 119-20, 164. u Véanse los agudos comentarios de Joüon, L'Est et VOuest, pp. 145-7, 395-6. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que a pesar de la inclinación terminológica del feudalismo japonés hacia las relaciones de pseudoparentesco, en la práctica los señores de esta época consideraban al vasallaje como un vínculo de lealtad más seguro que la consanguinidad; de forma significativa, las ramas familiares de un linaje de magnates se asimilaban normalmente a la condición de vasallos. Véase Hall, Government and local power in Japan, p. 251. 13 Un estudio sobre Sakai puede verse en G. Sansom, A history of Japan, 1334-1615, Londres, 1961, pp. 189, 272-3, 304-5.
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Yamashiro, donde la comercialización había ocasionado u n grave e n d e u d a m i e n t o e n t r e la población rural 1 4 . Los desórdenes de la época se i n c r e m e n t a r o n todavía m á s p o r el impacto de las a r m a s de fuego, las técnicas y las ideas e u r o p e a s t r a s la llegada de los portugueses a Japón en el a ñ o 1543. En la segunda m i t a d del siglo xvi, u n a serie de impresion a n t e s guerras civiles e n t r e los grandes p o t e n t a d o s daimyo cond u j o a la victoriosa reunificación del país b a j o sucesivos com a n d a n t e s militares: Nobunaga, Hideyoshi e Ieyasu. Odo Nob u n a g a f o r j ó la p r i m e r a coalición regional p a r a establecer u n control sobre el J a p ó n central; liquidó el militarismo budista, q u e b r ó la independencia de las ciudades mercantiles y llegó a d o m i n a r sobre u n tercio del país. Esta formidable obra de conquista f u e completada p o r Toyotomi Hideyoshi al m a n d o de grandes ejércitos, equipados con m o s q u e t e s y cañones y compuestos p o r u n bloque de fuerzas de daimyo aliados, a g r u p a d a s en torno a él 1 ! . El s o m e t i m i e n t o de todos los magnates a la a u t o r i d a d de Hideyoshi no condujo, sin embargo, a la restauración del desaparecido E s t a d o centralizado de la tradición Taiho, sino a la reintegración, p o r vez p r i m e r a , del mosaico de señoríos regionales en u n sistema feudal unitario. Los daimyo no f u e r o n desposeídos de sus dominios, p e r o se convirtieron en vasallos del nuevo soberano, del que a p a r t i r de entonces recibieron sus territorios en calidad de feudos y a quien enviaban algunos parientes como rehenes en garantía de su lealtad. La dinastía imperial f u e m a n t e n i d a c o m o símbolo religioso de legitimidad, p o r encima y s e p a r a d a del sistema operativo de la soberanía feudal. Un nuevo registro catastral estabilizó el sist e m a de p r o p i e d a d de la tierra, consolidando sobre su b a s e la reorganizada p i r á m i d e de señoríos. La población se dividió en c u a t r o órdenes cerrados: nobles, campesinos, artesanos y comerciantes. Los bushi f u e r o n alejados de las aldeas y congregados en las ciudades-castillo de sus daimyo en calidad de homb r e s de a r m a s , disciplinados y dispuestos a u n a inmediata intervención militar. Su n ú m e r o q u e d ó oficialmente registrado, y la extensión de la clase s a m u r a i se fijó, a p a r t i r de entonces, e n t r e u n 5 y u n 7 p o r 100 de toda la población, lo q u e daba u n e s t r a t o relativamente amplio de h o m b r e s de espada. Simul14 Las circunstancias que produjeron la comuna de Yamashiro están bosquejadas en Varley, The Onin war, pp. 192-204. 15 «La victoria de Hideyoshi no representó la verdadera unificación de Japón, sino la conquista de todo el país por una sola liga de daimyo»: Hall, Government and local power in Japan, p. 284.
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t á n e a m e n t e , los campesinos f u e r o n privados de a r m a s , vinculados a la tierra y legalmente obligados a e n t r e g a r los dos tercios de su producción a sus señores 16. Las ciudades a u t ó n o m a s de las épocas Ashikaga y Sengoku f u e r o n s u p r i m i d a s y se prohibió a la clase mercantil la c o m p r a de tierra (del m i s m o m o d o q u e los s a m u r a i s q u e d a r o n excluidos del comercio). Por otra parte, las ciudades-castillo de los m a g n a t e s feudales crecieron prodigiosamente en este período. El comercio se desarrolló con rapidez b a j o la protección de los daimyo, cuyos cuarteles generales, instalados en los castillos, constituyeron los núcleos centrales de u n a red e n o r m e m e n t e ampliada de ciudades. A la m u e r t e de Hideyoshi, el p o d e r s u p r e m o f u e conquistado p o r Tokugawa Iesayu, u n daimyo p r o c e d e n t e del primitivo bloque de Toyotomi, que movilizó a u n a nueva coalición de señores para d e r r o t a r a sus rivales en la batalla de Sekigahara, en el año 1600, y se convirtió en shogun en 1603. Ieyasu f u n d ó el E s t a d o Tokugawa, que h a b r í a de d u r a r doscientos cincuenta años, hasta la época de la revolución industrial en E u r o p a . La estabilidad y longevidad del nuevo régimen q u e d a r o n enormem e n t e reforzadas p o r el cierre f o r m a l de J a p ó n a t o d o contacto con el m u n d o exterior, medida inicialmente inspirada p o r el bien f u n d a d o t e m o r de Ieyasu de que las misiones católicas establecidas en J a p ó n f u e r a n u n a p u n t a de lanza ideológica p a r a la infiltración política y militar europea. El efecto del riguroso cierre del país fue, n a t u r a l m e n t e , aislarlo d u r a n t e dos siglos de todo choque o t r a s t o r n o p r o c e d e n t e del exterior y petrificar las e s t r u c t u r a s establecidas p o r Ieyasu t r a s su victoria en Sekigahara. El shogunato Tokugawa i m p u s o en J a p ó n la u n i d a d sin centralismo. En realidad, lo que hizo f u e estabilizar u n a especie de condominio e n t r e el régimen shogunal soberano, b a s a d o en la capital Tokugawa de Edo y los gobiernos a u t ó n o m o s de los daimyo en sus feudos provinciales. Los historiadores japoneses h a n designado p o s t e r i o r m e n t e la época de su dominación como p e r i o d o Baku-han, o combinación del dominio e j e r c i d o p o r el Bakufu —el sistema Tokugawa de gobierno—, y los han, o casas señoriales en sus propios terrenos. Este sistema híbrido se b a s a b a en el doble f u n d a m e n t o del p o d e r shogunal. Por u n a parte, el shogunato poseía sus propios dominios Tokugawa, las tierras llamadas tenryo, que alcanzaban e n t r e el 20 y el 25 " Sansom comenta que la verdadera proporción recaudada se acercaba a los dos quintos, debido a la práctica común de la evasión: A history of Japan, 1334-1615, p. 319.
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p o r 100 de todo el país —un bloque m u c h o m a y o r que el poseído p o r cualquier o t r o linaje feudal— y d o m i n a b a n estratégicamente las llanuras centrales y las costas del J a p ó n oriental. Poco m á s de la m i t a d de esas tierras e s t a b a n administradas directamente p o r el propio a p a r a t o del Bakufu, y el resto se concedían como feudos m e n o r e s a los hatamoto, u «homb r e s de la b a n d e r a » de la casa Tokugawa, de los que en total había unos 5.000 17. Además, el shogunato podía c o n t a r e n prim e r término con las a p r o x i m a d a m e n t e 20 grandes líneas colaterales de los Tokugawa, o señores shimpan, que tenían derecho a d a r sucesores al shogunato, y, en segundo lugar, con los n u m e r o s o s señores de m e n o r i m p o r t a n c i a que habían sido vasallos regionales leales a Ieyasu antes de su ascenso al p o d e r s u p r e m o . Estos ú l t i m o s f o r m a b a n los llamados fudai o daimyo «de la casa»; en el siglo X V I I I había a p r o x i m a d a m e n t e unos 145, y sus tierras a b a r c a b a n o t r o 25 p o r 100 de la superficie de Japón. De los fudai procedía el grueso de los altos funcionarios de la administración del Bakufu, cuyos puestos m á s b a j o s se reclutaban e n t r e los hatamoto. Las g r a n d e s casas colaterales q u e d a b a n excluidas del gobierno shogunal, ya que p o r sí mism a s tenían u n e n o r m e p o d e r potencial, a u n q u e podían interven i r en calidad de consejeros. El propio shogunato s u f r i ó grad u a l m e n t e u n proceso de «simbolización» c o m p a r a b l e al de la m i s m a casa imperial. Tokugawa Ieyasu no desplazó a la dinastía imperial m á s de lo que ya habían h e c h o sus predecesores Nobunaga y Hideyoshi; en realidad, Ieyasu se p r e o c u p ó p o r r e s t a u r a r el a u r a religiosa que la rodeaba, a la vez que apartaba al e m p e r a d o r y a la nobleza cortesana kuge más radicalm e n t e que n u n c a de todo p o d e r secular. El m o n a r c a era u n a a u t o r i d a d divina, relegado en Kyoto a funciones espirituales que estaban c o m p l e t a m e n t e separadas de la dirección de los a s u n t o s políticos. En cierto sentido, la dualidad residual de los sistemas imperial y shogunal ofrecía u n especie de correlato a t e n u a d o de la separación de la Iglesia y el E s t a d o en el f e u d a l i s m o europeo a causa del a u r a religiosa del primero. En el Japón de la época Tokugawa siempre h u b o dos f u e n t e s potenciales de legitimidad. Sin embargo, como el e m p e r a d o r era t a m b i é n u n símbolo político, esta dualidad reproducía la soberanía f r a g m e n t a d a característica de todo feudalismo secular. El shogun gobernaba en n o m b r e del e m p e r a d o r , como delega17 A. Craig, Choshu in the Meiji Restoration, Cambridge ( M a s s a c h u s e t t s ) , 1961, p. 15. A partir de Hideyoshi la tierra se valoraba oficialmente en Japón por su producción de arroz en koku (alrededor de 180 litros).
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do suyo, gracias a u n a ficción oficial que institucionalizaba el «gobierno en la sombra». Sin embargo, la dinastía Tokugawa, de la que salían los sucesivos shogun que controlaban formalm e n t e el a p a r a t o estatal del Bakufu, también dejó de e j e r c e r p o r sí m i s m a u n a a u t o r i d a d personal. Después de varias generaciones, el v e r d a d e r o p o d e r político recayó sobre el consejo shogunal de los roju, c o m p u e s t o p o r nobles que procedían de los linajes medios fudai, en lo que era u n segundo g r a d o de «gobierno en la s o m b r a » 1S. La burocracia shogunal era extensa y a m o r f a , con u n a e n o r m e confusión de funciones y pluralidad de cargos en su interior. Algunas tenebrosas camarillas verticales m a n i o b r a b a n en b u s c a de cargos y de patronazgo en el interior de su misteriosa m a q u i n a r i a . Aproximadamente, la mitad de la b u r o c r a c i a tenía obligaciones civiles y la o t r a m i t a d militares. Teóricamente, el gobierno del Bakufu podía convocar en leva feudal a 80.000 guerreros de a caballo, f o r m a d o s p o r u n o s 20.000 h o m b r e s de la b a n d e r a y h o m b r e s de la casa, a d e m á s de sus subvasallos. En la práctica, su v e r d a d e r o potencial a r m a d o era m u c h o m e n o r , y se b a s a b a en la fuerza de los leales contingentes fudai y shimpan. En tiempos de paz, la fuerza de estas unidades p e r m a n e n t e s de guardia era de u n o s 12.200 homb r e s 19. Los ingresos del shogunato procedían básicamente de las cosechas de arroz de sus propias tierras (que inicialmente r e p r e s e n t a b a n u n a s dos terceras p a r t e s de sus rentas totales) 2 0 , c o m p l e m e n t a d o s con su monopolio de las m i n a s de oro y plata, con los que se a c u ñ a b a m o n e d a (partida en c o n t i n u o descenso desde el siglo xviii). Más adelante, c u a n d o el shogunato e n t r ó en crecientes dificultades financieras, r e c u r r i ó a f r e c u e n t e s depreciaciones de la m o n e d a y a e m p r é s t i t o s obligatorios o confiscaciones de la riqueza mercantil. Por tanto, la i m p o r t a n c i a de su ejército y de su tesoro e s t a b a n d e t e r m i n a d a s p o r los límites de los dominios territoriales de la propia casa Tokugáwa. Al m i s m o tiempo, sin embargo, el shogunato ejercía form a l m e n t e u n o s f u e r t e s controles externos sobre los daimyo situados f u e r a de los límites de su jurisdicción directa. Todos los señores de los dominios han eran de hecho sus tenentes in " Las sucesivas etapas de este proceso dentro del shogunato cuidadosamente trazadas en C. Totman, Politics in the Tokugawa 1600-1843, Cambridge (Massachusetts), 1967, pp. 204-33. " Totman, Politics in the Tokugawa Sakufu, pp. 45, 50. 20 P. Akamatsu, Meiji, 1868: révolution et contre-révolution au París, 1968, p. 30 [Meiji, 1868: revolución y contrarrevolución en Madrid, Siglo XXI, 1977].
están Bakufu, Japón, Japón,
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capite y recibían del shogun, en calidad de vasallos suyos, la investidura de sus feudos. En principio, sus territorios podían ser confiscados o transferidos, a u n q u e esta práctica desapareció en las últimas fases de la época Tokugawa, cuando los dominios han se hicieron v e r d a d e r a m e n t e hereditarios 2 1 . La política m a t r i m o n i a l del shogunato intentó, al m i s m o tiempo, ligar a las grandes casas señoriales con la dinastía Tokugawa. Los daimyo estaban obligados, además, a m a n t e n e r u n a segunda residencia en la capital del Bakufu en Edo, donde tenían que desplazarse cada año o cada seis meses y d e j a r rehenes de su familia c u a n d o volvían a sus feudos. Este sistema, llam a d o sankin-kotai, e s t a b a destinado a asegurar u n a vigilancia p e r m a n e n t e sobre la actividad de los magnates regionales y a evitar cualquier acción independiente q u e p u d i e r a n llevar a cabo en sus baluartes. Se apoyaba este sistema en u n a amplia r e d de i n f o r m a d o r e s e inspectores, que o f r e c í a n al shogunato u n servicio de espionaje. Los movimientos p o r las r u t a s principales e s t a b a n sometidos a estrecha vigilancia m e d i a n t e pasap o r t e s interiores y controles de carreteras. El t r a n s p o r t e marít i m o quedó s u j e t o a regulaciones gubernativas que p r o h i b í a n la construcción de b a r c o s p o r encima de d e t e r m i n a d o s volúmenes. Los daimyo e s t a b a n autorizados a m a n t e n e r u n a sola ciudad-castillo, y en las listas oficiales del shogunato se f i j a b a u n techo a sus séquitos a r m a d o s . No existían impuestos económicos sobre los dominios han, p e r o el Bakufu podía exigir contribuciones irregulares p a r a los gastos extraordinarios. E s t e i m p o n e n t e e inquisitorial sistema de controles parecía d a r al shogunato Tokugawa u n p o d e r político completo; de hecho, su v e r d a d e r o p o d e r siempre f u e m e n o r que su soberanía nominal, y con el t i e m p o la distancia e n t r e a m b o s a u m e n t ó cada vez más. El f u n d a d o r de la dinastía, Ieyasu, había derrot a d o en Sekigahara a los señores rivales del sudoeste, p e r o n o los había destruido. B a j o el shogunato Tokugawa había e n t r e 250 y 300 daimyo. Alrededor del 90 p o r 100 de ellos representab a n casas tozama, o «foráneas», que n u n c a habían sido vasallos de los Tokugawa e incluso muchos de ellos h a b í a n luchado c o n t r a Ieyasu. Las casas tozama eran m i r a d a s como potencial o tradicionalmente hostiles al shogunato y r i g u r o s a m e n t e excluidas de la participación en la m a q u i n a r i a del Bakufu. Estas casas incluían a la m a y o r p a r t e de los dominios m á s extensos y m á s ricos: de los 16 grandes han, n o menos de 11 e r a n toza21
Hall, Japan from
prehistory
to modern
times,
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m a E s t a b a n localizados en las zonas periféricas del país, en el sudoeste y el n o r d e s t e y todos j u n t o s s u m a b a n alrededor del 40 p o r 100 de la tierra de Japón. En la práctica, sin embargo, su riqueza y su p o d e r eran m á s f o r m i d a b l e s de lo q u e revelaban las listas oficiales de los registros del Bakufu. Hacia el final de la época Tokugawa, el han S a t s u m a controlaba a 28.000 s a m u r a i s a r m a d o s , esto es, el doble de lo que le permitían las disposiciones oficiales; el han Choshu reunía a 11.000, que también eran m á s de lo que se suponía que debía tener.' A la vez, las leales casas fudai se situaban, generalmente, p o r d e b a j o de su fuerza nominal, y a principios del siglo X V I I I el m i s m o shogunato sólo podía m a n t e n e r , en la práctica, a unos 30.000 guerreros, m e n o s de la m i t a d de sus levas teóricas 2 3 . Por otra parte, las nuevas tierras de los lejanos dominios tozama contenían m á s superficie potencial p a r a su conversión al cultivo del arroz de la que tenían las viejas tierras tenryo del shogunato en el centro del país. La rica llanura de Kanto, la zona m á s desarrollada del Japón, e s t a b a controlada p o r el Bakufu, pero los nuevos cultivos comerciales que la caracterizaban tendían p r e c i s a m e n t e a eludir las tradicionales recaudaciones fiscales de los Tokugawa, b a s a d a s en unidades de arroz. Así, los ingresos de algunos tozama llegaron a ser más altos q u e los de los dominios shogunales 2 \ Aunque el shogunato f u e r a consciente de la discrepancia e n t r e el p r o d u c t o real de los feudos tozama y su valoración nominal en arroz —discrepancia que en algunos casos se r e m o n t a b a al comienzo del período Baku-han—, la suspensión de su a u t o r i d a d en las f r o n t e r a s de los han impedía a Edo d a r la vuelta a la situación. Por o t r a parte, c u a n d o la agricultura comercializada alcanzó a las regiones lejanas de Japón, los gobiernos han, m á s sólidos y vigorosos, pudieron establecer monopolios locales m u y lucrativos sob r e p r o d u c t o s agrícolas de venta inmediata (tales c o m o el azúc a r o el papel), a u m e n t a n d o así los ingresos de los tozama " Craig, Choshu in the Meiji Restoration, p. 11. C ig • " r Choshu 'he Meiji Restoration, pp. 15-16; Totman, Politics in the Tokugawa Bakufu, pp. 49-50. El origen del número excepcionalmente alto de samurais en los feudos tozama del sudoeste reside en los ajustes efectuados después de Sekigahara, cuando Ieyasu redujo drásticamente los dominios de sus enemigos. El resultado fue la concentración de sus adeptos en areas mucho más pequeñas. Los señores tozama ocultaban por su parte, la verdadera producción de sus tierras, con objeto de minimizar la escala de reducciones ordenada por el Bakufu. " Véanse los cálculos provisionales de W. G. Beasley, «Feudal revenues in Japan at the time of the Meiji Restoration», Journal of Asian Studies xix, 3, mayo de 1960, pp. 255-72.
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m i e n t r a s descendían las r e n t a s del Bakufu procedentes de la minería. La fuerza económica y la f u e r z a militar de los daimyo e s t a b a n í n t i m a m e n t e ligadas, ya q u e los guerreros s a m u r a i s tenían que m a n t e n e r s e con los ingresos procedentes del arroz. La posición material de las grandes casas tozama era, pues, m u c h o más poderosa de lo que parecía a p r i m e r a vista, y su p o d e r a u m e n t ó todavía m á s con el p a s o del tiempo. D e n t r o de sus dominios, todos los daimyo — f u e s e n tozama, shimpan o fudai— disponían de u n a a u t o r i d a d sin límites: el control directo del shogunato se detenía en las f r o n t e r a s de sus feudos. Los daimyo p r o m u l g a b a n leyes, a d m i n i s t r a b a n justicia, recaudaban impuestos y m a n t e n í a n tropas. El centralism o político de los daimyo d e n t r o de sus han era m a y o r q u e el del shogunato en sus tierras tenryo, p o r q u e n o e s t a b a mediatizado p o r la subinfeudación. Inicialmente, los territorios han se dividían en tierras de la casa del daimyo y feudos vasalláticos concedidos a los m i e m b r o s a r m a d o s de su séquito. Sin embargo, en el t r a n s c u r s o de la época Tokugawa se p r o d u j o en todos los han u n a u m e n t o constante del n ú m e r o de samurais pagados con simples estipendios en arroz, sin ser enfeudados con tierras. A finales del siglo Xvm, p r á c t i c a m e n t e todos los bushi que no pertenecían a los territorios shogunales recibían salarios en arroz p r o c e d e n t e de los g r a n e r o s señoriales, y la m a y o r p a r t e de ellos residían en las ciudades-castillo de sus señores. Este c a m b i o se vio facilitado p o r la tradicional preponderancia, d e n t r o de la relación intrafeudal, del vasallaje sobre el beneficio. La separación de la clase s a m u r a i de la producción agrícola f u e a c o m p a ñ a d a p o r su e n t r a d a en la administración burocrática, t a n t o en el Bakufu como en los han. E n efecto, el a p a r a t o de E s t a d o shogunal, con su proliferación de cargos y sus d e p a r t a m e n t o s confusos, se r e p r o d u j o en las tierras de los señores provinciales. Todas las casas daimyo llegaron a tener su p r o p i a burocracia, f o r m a d a p o r los vasallos s a m u r a i s y dirigida p o r u n consejo de los principales miemb r o s del séquito, o kashindan, que, como el c o n s e j o de los roju en el shogunato, ejercía con frecuencia el verdadero pod e r en n o m b r e del señor han, que p o r su p a r t e se convirtió a m e n u d o en u n a figura decorativa 2 5 . La m i s m a clase de los bushi se había estratificado e n u n c o m p l e j o sistema de rangos " Sin embargo, el papel de los daimyo varió enormemente; en el período Bakumatsu, por ejemplo, mientras el señor de Choshu era un cero a la izquierda, los señores de Satsuma o Tosa intervenían a c t i v a m e n t e en la política.
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hereditarios, de cuyos niveles más elevados procedían los funcionarios superiores de los gobiernos de los han. Otro resultado de la burocratización de los s a m u r a i s f u e su conversión en u n a clase culta, con u n a lealtad crecientemente impersonal hacia la totalidad del han más que hacia la p e r s o n a del daimyo, a u n q u e las rebeliones c o n t r a este ú l t i m o fuesen p r á c t i c a m e n t e desconocidas. En la base de todo el sistema feudal, el c a m p e s i n a d o estaba atado j u r í d i c a m e n t e al suelo y n o podía e m i g r a r ni interc a m b i a r sus tierras. Estadísticamente, la parcela media del campesino era e x t r e m a d a m e n t e pequeña —alrededor de una hectárea— y las cargas que debía pagar a su señor ascendían, d u r a n t e la p r i m e r a época Tokugawa, al 40-60 p o r 100 del prod u c t o total. Esta proporción descendió al 30-40 p o r 100 a finales del shogunato 2 6 . Las aldeas eran colectivamente responsables de las cargas, que generalmente se pagaban en especie (aunque en el f u t u r o a u m e n t a r í a n las conversiones en dinero) y eran r e c a u d a d a s p o r los funcionarios fiscales del daimyo. Como los s a m u r a i s ya n o realizaban ninguna función señorial, se eliminó toda relación directa en la tierra e n t r e los caballeros y los campesinos, a p a r t e de la administración rural a cargo de los magistrados del han. La larga paz habida en la época Tokugawa y los métodos impositivos fijos de extracción de excedente que con ella se establecieron p e r m i t i e r o n u n impresion a n t e avance del p r o d u c t o y de la productividad agrícola en el p r i m e r siglo que siguió a la implantación del shogunato. Se hicieron a p t a s p a r a el cultivo i m p o r t a n t e s extensiones de nueva tierra, con aprobación oficial del Bakufu, y se p r o d u j o una creciente difusión de los aperos de hierro. Se intensificó el regadío y se extendió el área de los campos de arroz, los fertilizantes se e m p l e a r o n con m a y o r asiduidad y se multiplicaron las variantes de cultivos. Según las estimaciones oficiales, la superficie destinada al arroz a u m e n t ó en u n 40 p o r 100 d u r a n t e el siglo xvii, pero de hecho estas valoraciones siempre subest i m a b a n la situación real a causa de los ocultamientos, y prob a b l e m e n t e la producción total de cereales llegó a ser el doble d u r a n t e este período 2 7 . La población a u m e n t ó en u n 50 p o r 100, hasta llegar a unos 30 millones en el a ñ o 1721. A p a r t i r de entonces, sin embargo, la población descendió p o r q u e las malas 26 Kohachiro Takahashi, «La place de la révolution de Meiji dans l'histoire agraire du Japón», Revue Historique, octubre-diciembre de 1953, páginas 235-6. 27 Hall, Japan from prehistory to modern times, p. 201.
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cosechas y las h a m b r e s se cebaron en la m a n o de o b r a excedente, y las aldeas comenzaron a p r a c t i c a r controles maltusianos p a r a a l e j a r aquellos peligros. Así, en el siglo X V I I I , el incremento demográfico f u e mínimo. Es posible también que, al m i s m o tiempo, el crecimiento del p r o d u c t o b r u t o se haya reducido considerablemente porque, de a c u e r d o con los cálculos oficiales, las tierras cultivadas a u m e n t a r o n en m e n o s de u n 30 p o r 10028. Por otra parte, el último p e r í o d o Tokugawa se caracterizó p o r u n a comercialización m u c h o más intensa. El cultivo del arroz siguió r e p r e s e n t a n d o h a s t a el final del shogunato las dos terceras p a r t e s de la producción agrícola y se benefició con la introducción de trilladoras perfeccionadas La clase feudal monetarizaba en las ciudades el excedente de arroz extraído p o r medio de las cargas señoriales. Al m i s m o tiempo, d u r a n t e todo el siglo xviii se desarrolló con m u c h a rapidez la especialización regional: los cultivos de venta inmediata, tales como el azúcar, el algodón, el té, el añil y el tabaco, se producían d i r e c t a m e n t e p a r a el mercado, y con frecuencia algunos monopolios mercantiles de los han f o m e n t a b a n su cultivo. Es evidente que, al final del shogunato, u n a proporción b a s t a n t e alta del p r o d u c t o total agrario se comercializaba 3 0 , bien direct a m e n t e p o r medio de la producción campesina p a r a el merca21 Hall, Japan from prehistory to modern times, pp. 201-2. En algunos casos, las habilitaciones de tierras condujeron, como en la Europa feudal o en la China medieval, al deterioro de las tierras más viejas, y el exceso de obras de regadío produjo inundaciones desastrosas. Ver J. W. Hall, Tanuma Okitsugu, 1719-1788, Cambridge (Massachusetts), 1955, páginas 63-5. 29 Las nuevas trilladoras del siglo x v m fueron quizá la única innovación técnica importante en la agricultura japonesa durante este período: T. C. Smith, The agrarian origins of modern Japan, Stanford, 1959, página 102. 30 La extensión exacta de esta comercialización es objeto de una considerable disputa. Crawcour afirma que «se puede decir» que a mediados del siglo xix más de la mitad y, posiblemente, cerca de las tres cuartas partes de la producción bruta llegaban de una forma u otra al mercado: E. S. Crawcour, «The Tokugawa heritage», en W. Lockwood, comp., The State and economic enterprise in Japan, Princeton, 1965, pp. 39-41. Ohkawa y Rozovsky desechan, por su parte, una estimación tan alta, y subrayan que incluso a principios de la década de 1960 sólo el 60 por 100 de la producción agraria japonesa llegaba al mercado. Estos autores consideran que, si se excluyen los impuestos en arroz, el índice de la verdadera comercialización (campesina) probablemente no superaba el 20 por 100 en la década de 1860: «A century of Japanese economic growth», en Lockwood, comp., The State and economic enterprise in Japan, p. 57. Hay que insistir en que la distinción estructural entre las formas nobiliaria y campesina de comercialización es fundamental para la comprensón de la dinámica y los límites de la agricultura Tokugawa.
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do, bien indirectamente p o r medio de la venta de los ingresos feudales en arroz procedentes del sistema fiscal. La invasión de las aldeas p o r u n a economía m o n e t a r i a y las b r u s c a s fluctuaciones coyunturales en los precios del arroz aceleraron inevitablemente la diferenciación social e n t r e el campesinado. Desde el m i s m o comienzo de la época Tokugawa, la tenencia de tierra en las aldeas japonesas siempre había sido m u y desigual. Las familias campesinas ricas poseían tier r a s más amplias de lo n o r m a l y las cultivaban con la ayuda de m a n o de o b r a dependiente e n m a s c a r a d a b a j o varias f o r m a s de relaciones de seudoparentesco o consuetudinarias con campesinos m á s pobres, a la vez q u e d o m i n a b a n los consejos de aldea p o r cuanto f o r m a b a n la élite plebeya tradicional 3 1 . La expansión de la agricultura comercial a u m e n t ó e n o r m e m e n t e el p o d e r y la riqueza de este g r u p o social. Aunque técnicamente era ilegal que c o m p r a r a n o vendieran tierras, en la práctica la desesperación a r r a s t r ó a m u c h o s campesinos p o b r e s a hipotecar sus lotes a los u s u r e r o s de las aldeas cuando, en el siglo XVIII, las cosechas f u e r o n escasas y los precios altos. De esta f o r m a apareció en el seno de la economía r u r a l u n segundo e s t r a t o explotador, en u n a situación i n t e r m e d i a e n t r e el f u n c i o n a r i a d o señorial y los p r o d u c t o r e s inmediatos: los jinushi, o propietarios-usureros, que n o r m a l m e n t e eran, p o r su origen, los campesinos m á s ricos o los caciques (shoya) de las aldeas, y que f r e c u e n t e m e n t e a u m e n t a b a n su riqueza p o r medio de la financiación de nuevos cultivos, e m p r e n d i d o s p o r s u b a r r e n d a t a r i o s dependientes o p o r t r a b a j a d o r e s asalariados. El modelo de tenencia de tierra d e n t r o del mura se c o n c e n t r ó cada vez más, y las ficciones de p a r e n t e s c o e n t r e los h a b i t a n t e s de la aldea d e j a r o n p a s o a las relaciones monetarias. Y así, m i e n t r a s la r e n t a percápita a u m e n t ó p r o b a b l e m e n t e d u r a n t e el ú l t i m o período Tokugawa al detenerse el crecimiento demográfico 3 2 , y m i e n t r a s el e s t r a t o jinushi se expandió y pros31 Smith, The agrarian origins of modern Japan, pp. 5-64, presenta un amplio estudio de este modelo tradicional. 32 El resultado global de la economía agraria del último período Tokugawa es todavía objeto de controversias. Nakamura, en su importante estudio, al revisar las estimaciones oficiales del arroz a partir del comienzo de la época Meiji, desarrolla un conjunto de hipótesis que indican un aumento de un 23 por 100 sobre el período de 1680 a 1870: véase J. Nakamura, Agricultural production and the economic development of Japan, 1873-1922, Princeton, 1966, pp. 75-8, 90, 137. Rozovsky, sin embargo, plantea serias objeciones a estos cálculos, arguyendo que el rendimiento atribuido por Nakamura al cultivo de arroz de la época Tokugawa tiene que ser demasiado alto porque supera al de todos los demás países del
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peró, este m i s m o proceso provocó la r u i n a del ya miserable s u s t e n t o de los campesinos más pobres. Los siglos X V I I I y xix, p u n t u a d o s con ruinosas situaciones de escasez, cont e m p l a r o n u n n ú m e r o creciente de rebeliones populares en el campo. E s t a s rebeliones, que en un p r i m e r m o m e n t o tuvieron u n c a r á c t e r local, tendieron, a medida que p a s a b a el tiempo, a a d q u i r i r u n a incidencia regional, y después casi nacional, p a r a a l a r m a de las a u t o r i d a d e s han y Bakufu33. Las revueltas campesinas de la época Tokugawa e r a n todavía demasiado f o r t u i t a s y desorganizadas c o m o p a r a convertirse en u n a seria amenaza política c o n t r a el sistema Baku-han; constituían, sin embargo, los síntomas de u n a creciente crisis económica en el seno del viejo o r d e n feudal. Mientras tanto, d e n t r o de esta economía agraria se h a b í a n desarrollado, como e n la E u r o p a feudal, i m p o r t a n t e s centros u r b a n o s , dedicados a las operaciones mercantiles y a las manuf a c t u r a s . La a u t o n o m í a municipal de las épocas Ashikaga y Sengoku se había s u p r i m i d o p a r a s i e m p r e a finales del siglo xvi. El s h o g u n a t o Tokugawa n o p e r m i t i ó el autogobierno u r b a n o ; todo lo más, se autorizaron u n o s honoríficos consejos de comerciantes en Osaka y Edo, b a j o el f i r m e control de los magistrados del Bakufu, encargados de la administración de las c i u d a d e s M . N a t u r a l m e n t e , los castillos-ciudades de los han t a m p o c o d e j a r o n ningún espacio p a r a las instituciones municipales. Por o t r a parte, la pacificación del país y el establecim i e n t o del sistema sankin-kotai dio u n i m p u l s o comercial sin precedentes al sector u r b a n o de la economía japonesa. La alta Asia monzónica en el siglo xx: H. Rozovsky, «Rumbles in the rice-fields: Professor Nakamura versus the ofñcial statistics», Journal of Asian Studies, xxvil, 2, febrero de 1968, p. 355. Dos artículos recientes ofrecen unos relatos eufóricos pero impresionistas de la agricultura Baku-han, sin ningún intento de c.uantificación: S. B. Hanley y K. Yamamura, «A quiet transformation in Tokugawa economic history», Journal of Asian Studies, xxx, 2, febrero de 1971, pp. 373-84, y Kee II Choi, «Technological diffusion in agriculture under the Baku-han system», Journal of Asian Studies, xxx, 4, agosto de 1971, pp. 749-59. 33 La investigación moderna ha identificado hasta ahora alrededor de 2.800 revueltas campesinas entre 1590 y 1867; otros 1.000 estallidos populares tuvieron lugar en las ciudades: Kohachiro Takahashi, «La Restauration de Meiji au Japón et la Révolution Frangaise», Recherches Internationales, 62, 1970, p. 78. En el siglo xix aumentó el número de revueltas intercampesinas (por oposición a las antiseñoriales): Akamatsu, Mein, 1868, pp. 44-5. 34 C. D. Sheldon, The rise of the merchant class in Tokugawa Japan, 1600-1868, Locust Valley, 1958, pp. 33-6, comenta que los cabecillas campesinos ejercían un mayor poder efectivo en las aldeas que los comerciantes en las ciudades.
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aristocracia i n c r e m e n t ó r á p i d a m e n t e el c o n s u m o de bienes de lujo, a la vez que la conversión de la clase de caballeros en funcionarios asalariados a u m e n t a b a también la d e m a n d a de comodidades (tanto la b u r o c r a c i a shogunal como la de los han e s t a b a n siempre sobrecargadas a causa de la a m p l i t u d de la clase samurai). Había t a m b i é n u n f u e r t e d r e n a j e de la riqueza de los daimyo hacia las ciudades de E d o y Osaka, provocado p o r la costosa construcción y los itinerarios ostentosos q u e suponían las estancias periódicas de los grandes señores feudales en la capital de los Tokugawa. Se ha e s t i m a d o q u e e n t r e el 60 y el 80 p o r 100 de los desembolsos monetarios de los han se destinaban a los gastos del sankin-kotai35. En E d o había m á s de 600 residencias oficiales, o yashiki, m a n t e n i d a s p o r los daimyo (la m a y o r p a r t e de los grandes señores tenían m á s de tres). E s t a s residencias eran, en realidad, extensas y complej a s propiedades —las mayores podían tener h a s t a 160 hectáreas— que incluían mansiones, oficinas, cuarteles, escuelas, establos, gimnasio», jardines e incluso prisiones. Posiblemente u n sexto de los séquitos de los han e s t a b a n p e r m a n e n t e m e n t e estacionados en ellas. La gran aglomeración u r b a n a de E d o estab a dominada p o r u n sistema concéntrico de estas residencias daimyo, c u i d a d o s a m e n t e distribuidas en t o r n o al vasto palaciofortaleza Chiyoda que el p r o p i o shogunato tenía en el c e n t r o de la ciudad. E n total, la m i t a d de la población de E d o vivía en las casas de los samurais, y n o menos de dos tercios de toda el área de la ciudad e r a n p r o p i e d a d de la clase militar 3 6 . Para sostener el e n o r m e costo de este sistema de c o n s u m o feudal forzoso, los gobiernos de los han e s t a b a n obligados a convertir sus ingresos fiscales, que en su m a y o r p a r t e se extraían en especie del campesinado, en r e n t a s en dinero. El excedente de arroz se llevaba, pues, al m e r c a d o de Osaka, que llegó a ser u n i m p o r t a n t e c e n t r o de distribución, equivalente comercial al centro de c o n s u m o de Edo. En Osaka, los almacenes de los 35 T. G. Tsukahira, Feudal control in Tokugawa Japan: the sankin-kotai system, Cambridge (Massachusetts), 1966, pp. 96-102. Una descripción gráfica de los nuevos estilos de vida urbana adoptados por los nobles y los comerciantes en Edo puede verse en Hall, Tanuma Okitsugu, pp. 107-17. 34 Después de la restauración, el gobierno Meiji publicó los siguientes datos relativos a la propiedad urbana en Edo: el 68,6 por 100 era «tierra militar»; el 15,6 por 100 pertenecia a «templos y santuarios», y sólo el 15,8 por 100 era propiedad de los habitantes de las ciudades o chonin: Tsukahira, Feudal control in Tokugawa Japan, pp. 91, 196; Totman calcula que el tamaño de todo el castillo Chiyoda era de una milla cuadrada, y que sólo el recinto principal ocupaba casi cuatro hectáreas: Politics in the Tokugawa Bakufu, pp. 92, 95.
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han eran a d m i n i s t r a d o s p o r comerciantes especializados que a d e l a n t a b a n créditos a los señores o a sus vasallos c o n t r a los impuestos y estipendios y especulaban con mercancías f u t u r a s . La monetarización obligada de las r e n t a s feudales creó así las condiciones p a r a u n a rápida expansión del capital mercantil en las ciudades. Al m i s m o tiempo, se prohibió legalmente que la clase chonin, c o m p u e s t a p o r los h a b i t a n t e s de las ciudades, p u d i e r a a d q u i r i r tierras agrícolas. De esta f o r m a se impidió que los comerciantes japoneses de la época Tokugawa desviaran su capital hacia la propiedad rural, según el modelo de sus homólogos chinos 3 7 . La m i s m a rigidez del sistema de clases creado p o r Hideyoshi favoreció así, p a r a d ó j i c a m e n t e , el inint e r r u m p i d o crecimiento de f o r t u n a s p u r a m e n t e u r b a n a s . De esta f o r m a se desarrolló en las grandes ciudades, durante los siglos X V N y X V I I I , u n e s t r a t o muy p r ó s p e r o de mercaderes dedicados a u n a amplia gama de actividades comerciales. Las compañías u r b a n a s de los chonin a c u m u l a b a n capital p o r medio de la comercialización del excedente agrícola (comerciando t a n t o en arroz c o m o en los nuevos cultivos del algodón, la seda y el añil); los servicios de t r a n s p o r t e (el t r a n s p o r t e costero se desarrolló intensamente); las transacciones monetarias (en este período había más de t r e i n t a m o n e d a s importantes en circulación, ya que los han emitían papel a p a r t e de las monedas acuñadas en metal p o r el Bakufu); las m a n u f a c t u r a s de textiles, porcelanas y o t r o s artículos (concentradas en talleres u r b a n o s o dispersas en las aldeas p o r medio de u n sistema de t r a b a j o a domicilio); las e m p r e s a s m a d e r e r a s y de la construcción (los f r e c u e n t e s incendios exigían u n a continua reconstrucción en las ciudades), y los p r é s t a m o s a los daimyo y al shogunato. Las grandes casas mercantiles llegaron a c o n t r o l a r ingresos equivalentes a los de los señores territoriales m á s p r o m i n e n t e s , p a r a quienes a c t u a b a n como agentes financieros y f u e n t e s de crédito. La creciente comercialización de la agricultura, a c o m p a ñ a d a de u n a masiva emigración ilegal hacia las ciudades, p e r m i t i ó u n a enorme expansión del m e r c a d o urbano. En el siglo X V I I I , E d o podía t e n e r u n a población de u n millón de h a b i t a n t e s —más que L o n d r e s y París en la mism a época—; Osaka y Kyoto quizá tuvieran 400.000 h a b i t a n t e s cada una, y posiblemente u n a décima p a r t e de la población
37 La clase chonin incluía, legalmente, a los comerciantes (shonin) y a los artesanos (konin). La exposición que sigue se refiere fundamentalmente a los comerciantes.
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total de J a p ó n vivía en ciudades de m á s de 10.000 h a b i t a n t e s M . E s t a r á p i d a oleada de urbanización c o n d u j o a u n efecto de t i j e r a en los precios de los bienes m a n u f a c t u r a d o s y agrícolas, d a d a la relativa rigidez de la o f e r t a en el sector rural, del q u e procedían los ingresos de la nobleza. Como consecuencia se p r o d u j e r o n dificultades p r e s u p u e s t a r i a s crónicas, t a n t o p a r a el gobierno Bakufu c o m o p a r a los han, q u e se convirtieron en deudores p e r m a n e n t e s de los m e r c a d e r e s que les a d e l a n t a b a n p r é s t a m o s c o n t r a sus ingresos fiscales. Los crecientes déficits aristocráticos de la última época Tokugawa n o se r e f l e j a r o n , sin embargo, en u n correlativo ascenso de la c o m u n i d a d chonin d e n t r o del o r d e n social. El shogunato y los daimyo reaccionaron f r e n t e a la crisis de sus ingresos a n u l a n d o sus deudas, extrayendo coercitivamente grandes «regalos» de la clase de los m e r c a d e r e s y reduciendo los estipendios en arroz de sus samurais. Los chonin e s t a b a n jurídicamente a merced de la nobleza a la q u e s u m i n i s t r a b a n crédito, y sus ganancias podían ser a r b i t r a r i a m e n t e liquidadas p o r m e d i o de donaciones obligatorias o de impuestos especiales. El derecho Tokugawa e r a «socialmente superficial y territorialm e n t e limitado»: c u b r í a ú n i c a m e n t e a los dominios tenryo, carecía de u n v e r d a d e r o sistema judicial y estaba principalmente c e n t r a d o en la represión del crimen. El derecho civil resultaba r u d i m e n t a r i o y era a d m i n i s t r a d o de mala gana p o r las a u t o r i d a d e s del Bakufu como u n a simple gracia en los litigios e n t r e p a r t e s privadas 3 9 . Así pues, la seguridad legal p a r a las transaciones de capital siempre f u e precaria, a u n q u e las g r a n d e s ciudades shogunales o f r e c í a n protección a los comerciantes c o n t r a las presiones de los daimyo, si bien n o c o n t r a las del Bakufu. Por o t r a parte, el m a n t e n i m i e n t o del sistema Baku-han bloqueó la aparición de u n m e r c a d o interior unificado y obstaculizó el crecimiento del capital mercantil en el p l a n o nacional, c u a n d o ya se habían alcanzado los límites de los gastos del sankin-kotai. Los puestos de control y los guardias fronterizos de los han impedían el libre p a s o de bienes y personas, a la vez q u e la mayoría de las g r a n d e s casas daimyo seguían u n a política proteccionista de restricciones a la importación. Sin embargo, lo m á s decisivo p a r a el f u t u r o de la clase chonin f u e el aislacionismo Tokugawa. A p a r t i r de la década d e 1630, " Hall, Japan from prehistory to modern times, p. 210. " D. F. Henderson, «The evolution of Tokugawa law», en J. Hall y M. Jansen, comps., Studies in the institutional history of early modern Japan, Princeton, 1968, pp. 207, 214, 225-8.
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y salvo el enclave chino-holandés de Nagasaki, J a p ó n q u e d ó c e r r a d o p a r a los e x t r a n j e r o s y n o se p e r m i t i ó q u e ningún japonés a b a n d o n a s e el país. E s t a s f r o n t e r a s selladas f u e r o n c o m o u n p e r m a n e n t e dogal que impidió el desarrollo del capital mercantil en Japón. Una de las precondiciones f u n d a m e n t a l e s de la acumulación originaria e n la E u r o p a m o d e r n a f u e la drástica internacionalización del comercio y la explotación mercantiles a p a r t i r de la época de los descubrimientos. Lenin subrayó repetida y c o r r e c t a m e n t e q u e «no es posible imaginarse u n a nación capitalista sin comercio exterior, a p a r t e de q u e n o existe» 40. La política shogunal de reclusión b o r r ó t o d a posibilidad de u n a transición hacia el m o d o de p r o d u c c i ó n capitalista dent r o del m a r c o Tokugawa. Privado del comercio exterior, el capital comercial de J a p ó n se vio c o n s t a n t e m e n t e f r e n a d o y r e c o n d u c i d o hacia u n a dependencia p a r a s i t a r i a de la nobleza feudal y de sus sistemas políticos. Su notable crecimiento, a p e s a r de los límites insuperables puestos a su expansión, f u e posible ú n i c a m e n t e p o r la densidad y el volumen de los mercados interiores, a p e s a r de su división; con sus t r e i n t a millones de habitantes, el J a p ó n de m e d i a d o s del siglo x v m e r a m á s populoso que Francia. Pero n o p u e d e existir u n «capitalism o en u n solo país». El aislacionismo Tokugawa condenó a los chonin a u n a existencia f u n d a m e n t a l m e n t e s u b a l t e r n a . La gran explosión u r b a n a provocada p o r el sistema sankinkotai llegó a su finai a principios del siglo x v m , coincidiendo con la disminución del crecimiento demográfico. E n 1721, el shogunato autorizó u n o s restrictivos monopolios oficiales. A p a r t i r de 1735, a p r o x i m a d a m e n t e , se paralizó la construcción y la expansión en las g r a n d e s ciudades del Bakufu41. E n realidad, la vitalidad comercial ya había p a s a d o p a r a entonces de los b a n q u e r o s y comerciantes de Osaka a los m á s m o d e s t o s mayoristas interregionales. Estos, a su vez, consiguieron privilegios monopolistas a finales del siglo x v m , y la iniciativa empresarial se trasladó todavía m á s en dirección a las provincias. A principios del siglo Xix, el e s t r a t o de los propietarios-comerciantes rurales jinushi f u e el que m o s t r ó m á s d i n a m i s m o p a r a los negocios y se aprovechó de la f a l t a de restricciones gremiales en el c a m p o p a r a i m p l a n t a r en las aldeas industrias tales como la elaboración de sake o las m a n u f a c t u r a s de seda (que 40 Lenin, Collected Works, vol. 3, p. 65 [Obras Completas, vol. 3, páginas 56-60]; véanse también vol. 1, pp. 102, 103; vol. 2, pp. 164-5. 41 Sheldon, The rise of the merchant class in Tokugawa Japan, p. 100.
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en esta época e m i g r a r o n de las ciudades) . Se p r o d u j o , pues, u n a progresiva difusión del comercio hacia el exterior de las ciudades, que, a finales de la época Tokugawa, e s t a b a provocando u n a t r a n s f o r m a c i ó n del campo antes que u n a revolución en las ciudades. La actividad m a n u f a c t u r e r a permanecía en u n estado muy primitivo: había poca división de t r a b a j o tanto en las e m p r e s a s u r b a n a s como en las rurales; n o se habían producido innovaciones técnicas importantes, y las concentraciones de t r a b a j a d o r e s asalariados eran relativamente pocas. En realidad, la i n d u s t r i a j a p o n e s a tenía u n carácter a b r u m a d o r a m e n t e artesanal y su e q u i p a m i e n t o era exiguo. El desarrollo extensivo del comercio organizado n u n c a se vio igualado p o r u n avance intensivo en los m é t o d o s de producción. La tecnología industrial era arcaica y su perfeccionamiento resultaba ext r a ñ o a las tradiciones de los chonin. La p r o s p e r i d a d y la vitalidad de la clase mercantil j a p o n e s a había p r o d u c i d o u n a cult u r a u r b a n a diferenciada, de gran sofisticación artística, especialmente en la p i n t u r a y la literatura. Pero no había generado ningún avance en el conocimiento científico ni innovación alguna en el pensamiento político. Dentro del o r d e n Baku-han, la creatividad chonin e s t a b a confinada a los ámbitos de la imaginación y la diversión; nunca se extendió a la investigación ni a la crítica. La c o m u n i d a d mercantil carecía, como tal clase, de a u t o n o m í a intelectual y de dignidad corporativa: h a s t a el final se vio limitada p o r las condiciones históricas de existencia que le i m p u s o la a u t a r q u í a feudal del shogunato. La inmovilidad del Bakufu perpetuó, a su vez, la p a r a d o j a e s t r u c t u r a l del E s t a d o y la sociedad a la que el shogunato había d a d o origen. Porque, al contrario de todas las variantes del feudalismo europeo, el J a p ó n Tokugawa combinó u n a fragmentación de la soberanía n o t a b l e m e n t e rígida y estática con u n a velocidad y u n volumen de circulación mercantil extremad a m e n t e alto. A juicio de u n o de sus principales historiadores modernos 4 3 , el m a r c o social y político del país era s e m e j a n t e al de la Francia del siglo xiv, a u n q u e la m a g n i t u d económica de Edo era superior a la del Londres del siglo X V I I I . Culturalmente, el nivel educativo global de J a p ó n era extraordinario: a mediados del siglo xix quizá supieran leer y escribir el 30 42 Sobre estos sucesivos cambios del centro de gravedad comercial bajo el shogunato, véase E. S. Crawcour, «Changes in Japanese commerce in the Tokugawa period», en Hall y Jansen, comps., Studies in the institutional history of early modern Japan, pp. 193-201. 43 Ciaig, Choshu in the Meiji Restoration, p. 33.
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p o r 100 de la. población adulta y el 40-50 p o r 100 de los hombres 4 4 . Excepto E u r o p a y Norteamérica, ninguna otra área del m u n d o tenía unos mecanismos financieros tan articulados, un comercio t a n avanzado y u n nivel de alfabetización tan alto. La compatibilidad última entre la economía y el sistema político japoneses en la época Tokugawa se basó f u n d a m e n t a l m e n te en la desproporción e n t r e el intercambio y la producción mercantil d e n t r o del país. En efecto, como ya hemos visto, la monetarización del excedente señorial, que era el m o t o r básico del crecimiento u r b a n o , n o correspondía al volumen real de la agricultura comercial del campesinado; siempre f u e u n a t r a n s f o r m a c i ó n «artificial» de las cargas feudales en especie, s o b r e i m p u e s t a a u n a producción p r i m a r i a que, a p e s a r de su creciente orientación hacia el m e r c a d o en las ú l t i m a s fases del shogunato, era todavía p r e d o m i n a n t e m e n t e de subsistencia. E s t a disyunción objetiva, que afectaba a la base del sistema económico, f u e lo que p e r m i t i ó internamente la conservación de la primitiva f r a g m e n t a c i ó n jurídica y territorial del Japón, q u e d a t a b a del r e a j u s t e al que se llegó después de Sekigahara. La precondición externa de la estabilidad Tokugawa —igualmente vital— f u e el cuidadoso aislamiento del J a p ó n respecto al mundo exterior, que le a p a r t ó de los contagios ideológicos, los problemas económicos, las disputas diplomáticas y las contiendas militares de todo tipo. A p e s a r de todo, incluso d e n t r o del enrarecido m u n d o del t o r r e ó n de Chiyoda, las tensiones provocadas p o r el m a n t e n i m i e n t o de u n a a n t i c u a d a m a q u i n a r i a «medieval» de gobierno en u n a dinámica economía «moderna» se hacían cada vez m á s evidentes a principios del siglo xix. Y es que el Bakufu, como la m a y o r p a r t e de los daimyo provinciales, se estaba h u n d i e n d o g r a d u a l m e n t e en u n a progresiva crisis de ingresos. Lógicamente, e n la intersección material de soberanía y productividad, el eslabón más vulnerable del shogunato era su sistema fiscal. El gobierno Tokugawa n o tenía que s o p o r t a r p o r sí mismo, desde luego, los gastos del sist e m a sankin-kotai, que había i m p u e s t o a los han. Pero como toda la justificación social del c o n s u m o ostentoso implícito en este sistema era la de m o s t r a r los grados de j e r a r q u í a y prestigio d e n t r o de la clase aristocrática, los gastos voluntarios de ostentación del p r o p i o shogunato tenían que ser necesariamente superiores a los de los daimyo: sólo la casa palatina, compuesta p o r las m u j e r e s de la corte, absorbía e n el siglo X V I I I 44
R. P. Dore, Education
in Tokugawa
Japan, Berkeley, 1965, pp. 254, 321.
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u n a p a r t e del p r e s u p u e s t o superior al c o n j u n t o del a p a r a t o defensivo de Osaka y Kyoto 4 5 . Por o t r a p a r t e , el Bakufu tenía q u e realizar ciertas funciones de c a r á c t e r casi nacional, en cuanto cima u n i t a r i a de la p i r á m i d e de soberanías feudales, m i e n t r a s q u e disponía t a n sólo de u n q u i n t o de los r e c u r s o s agrícolas del país: siempre existía u n desequilibrio potencial e n t r e sus responsabilidades y su capacidad fiscal. Su extensa b u r o c r a c i a de bushi era, n a t u r a l m e n t e , m u c h o m á s amplia q u e la de cualquier han, y su m a n t e n i m i e n t o r e s u l t a b a extremadam e n t e costoso. El costo total de los estipendios de r a n g o y cargo de sus vasallos ligios a b a r c a b a cerca d e la m i t a d de su p r e s u p u e s t o anual, m i e n t r a s d e n t r o del Bakufu se extendía p o r doquier la c o r r u p c i ó n oficial 4 6 . Al m i s m o tiempo, el p r o d u c t o fiscal de sus tierras familiares tendía a descender en t é r m i n o s reales, p o r q u e n o podía i m p e d i r la creciente c o n m u t a c i ó n en dinero de los i m p u e s t o s en arroz, lo q u e reducía su tesorería, p o r q u e el tipo de conversión e s t a b a n o r m a l m e n t e p o r d e b a j o de los precios de m e r c a d o y el valor de la m o n e d a se depreciab a c o n s t a n t e m e n t e 4 7 . E n la p r i m e r a fase de la época Tokugawa, el monopolio de los metales preciosos p o r el shogunato había constituido u n a p a r t i d a a l t a m e n t e rentable. A principios del siglo X V I I , la producción j a p o n e s a de plata era aproximadamente la mitad de todos los envíos americanos a E u r o p a e n el mom e n t o c u l m i n a n t e de las expediciones españolas 48. Pero e n el siglo X V I I I las minas s u f r i e r o n inundaciones y la producción descendió considerablemente. El Bakufu respondió a este descenso r e c u r r i e n d o a depreciaciones sistemáticas de la m o n e d a existente: e n t r e el a ñ o 1700 y 1854, el volumen nominal de la m o n e d a puesta en circulación p o r el s h o g u n a t o a u m e n t ó e n u n 400 p o r 100 49 . E s t a s devaluaciones llegaron a p r o p o r c i o n a r l e 45
Totman, Politics in the Tokugawa Bakufu, p. 287. Sobre los costes salariales véase Totman, Politics in the Tokugawa Bakufu, p. 82. Sobre la corrupción y la compra de cargos, véase la encantadora franqueza de Tanuma Okitsugu, gran chambelán del Bakufu a finales del siglo x v m : «El oro y la plata son tesoros más preciosos que la misma vida. Si una persona trae ese tesoro junto con la expresión de su deseo de servir en algún puesto público, puedo estar seguro de la seriedad de su deseo. La fuerza del deseo de un hombre aparecerá en la magnitud de su donación». Hall, Tanuma Okitsugu, p. 55. " Totman, Politics in the Tokugawa Bakufu, pp. 78-80. El límite legal para la conversión en dinero era de un tercio del impuesto, pero la media real llegaba a superar los dos quintos. 4 ' Vilar, Oro y moneda en la historia, p. 103. 49 P. Frost, The Bakumatsu currency crisis, Cambridge (Massachusetts), 1970, p. 9. 46
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e n t r e u n c u a r t o y la m i t a d de sus ingresos anuales: c o m o en el país n o e n t r a b a ninguna m o n e d a competitiva y c o m o en el c o n j u n t o de la economía se p r o d u j o u n a expansión de la dem a n d a , la inflación de precios a largo plazo f u e relativamente b a j a . No existía ningún i m p u e s t o regular sobre el comercio, pero a p a r t i r de principios del siglo X V I I I la clase m e r c a n t i l s u f r i ó periódicas e i m p o r t a n t e s confiscaciones c u a n d o el shogunato así lo decidió. A p e s a r de todo, los repetidos déficits presupuestarios y las graves situaciones financieras c o n t i n u a r o n acosando al Bakufu, cuyos déficits anuales f u e r o n m u y superiores a m e d i o millón de ryo oro e n t r e 1837 y 1841 50. Por o t r a parte, las oscilaciones a corto plazo de los precios, provocadas p o r las malas cosechas, podían p r e c i p i t a r situaciones de crisis en el c a m p o y en la capital. Después de casi u n a década de malas cosechas, el f a n t a s m a del h a m b r e cayó sobre la m a y o r parte de J a p ó n en la década d e 1830, m i e n t r a s la camarilla de los roju en el p o d e r luchaba en vano p o r m a n t e n e r los precios y consolidar los ingresos de la casa. E n 1837, Osaka f u e escenario de u n a desesperada tentativa de insurrección plebeya, q u e reveló h a s t a qué p u n t o e s t a b a cargado el clima político del país. Al m i s m o tiempo —y después de dos siglos de paz interior—, el a p a r a t o militar del shogunato e s t a b a p r o f u n d a m e n t e corroído: las arcaicas e incompetentes u n i d a d e s de guardia de los tenryo r e s u l t a r o n incapaces de garantizar la seguridad en la propia E d o d u r a n t e u n a crisis civil 51 ; el Bakufu, además, n o tenía ya ninguna superioridad operativa sobre las fuerzas que podían r e u n i r los han tozama del sudoeste. La evolución milit a r del feudalismo Tokugawa f u e la antítesis de la del absolutismo europeo: su poderío militar s u f r i ó u n a progresiva disminución y dilapidación. A principios del siglo xix, el orden feudal j a p o n é s estaba s u f r i e n d o u n a lenta crisis interna, p e r o si bien la economía mercantil ya había erosionado la estabilidad de la vieja e s t r u c t u r a social e institucional, todavía n o había generado los elementos p a r a u n a solución política que o c u p a r a su lugar. A mediados de siglo, la paz Tokugawa e s t a b a todavía intacta. El impacto exógeno del imperialismo occidental, con la llegada de la escua50
W. G. Beasley, The Meiji Restoration, Londres, 1973, p. 51. Un signo llamativo del arcaísmo militar del shogunato fue el mantenimiento de la primacía oficial de la espada sobre el mosquetón, a pesar de todas las experiencias sobre la superioridad de las armas de fuego durante la época Senkogu. Totman, Politics in the Tokuwava Bakufu, pp. 47-8. 51
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dra del comodo Perry en 1853, f u e lo q u e condensó las múltiples contradicciones latentes del E s t a d o shogunal y provocó u n a explosión revolucionaria c o n t r a él. La agresiva intrusión de los b a r c o s de guerra norteamericanos, rusos, británicos, franceses y otros en las aguas japonesas, exigiendo a p u n t a de cañón el establecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales, p l a n t e ó al Bakufu u n ominoso dilema. Durante dos siglos, el Bakufu había inculcado sistemáticamente la xenofobia en todas las clases sociales de J a p ó n como u n o de los elementos más sagrados de la ideología oficial: la exclusión absoluta de los e x t r a n j e r o s había sido, indudablemente, u n o de los e j e s sociológicos de su dominio. Pero a h o r a se e n f r e n t a b a a u n a amenaza militar cuyo p o d e r tecnológico —encarnado en las naves acorazadas que h a b í a n anclado en la bahía de Yokohama— podía a p l a s t a r con toda facilidad, como se hizo inmediatamente evidente, a sus propios ejércitos. El Bakufu, p o r tanto, tuvo que contemporizar y conceder la exigencia occidental de una «apertura» de J a p ó n p a r a conservar su propia supervivencia. Pero, al hacer esto, se volvió i n m e d i a t a m e n t e vulnerable a los a t a q u e s xenófobos procedentes del interior. Algunos importantes linajes colaterales de la m i s m a casa Tokugawa eran rabios a m e n t e hostiles a la presencia de misiones e x t r a n j e r a s en Japón: los p r i m e r o s asesinatos de occidentales en su enclave de Yokohama f u e r o n a m e n u d o o b r a de los s a m u r a i s procedentes del f e u d o de Mito, u n a de las tres m á s i m p o r t a n t e s r a m a s jóvenes de la dinastía Tokugawa. En Kyoto, el e m p e r a d o r —guardián y símbolo de los valores culturales tradicionales— se oponía también ferozmente a los tratos con los intrusos. Con el comienzo de lo que todos los sectores de la clase feudal japonesa sentían c o m o u n peligro nacional, la corte imperial se reactivó r e p e n t i n a m e n t e como u n v e r d a d e r o polo secundario de poder, y la aristocracia kuge de Kyoto se convirtió m u y p r o n t o en u n constante foco de intriga c o n t r a la burocracia shogunal de Edo. El régimen Tokugawa estaba ya, realmente, en una situación imposible. Políticamente, sólo podía j u s t i f i c a r sus progresivas r e t i r a d a s y concesiones ante las exigencias occidentales, explicando a los daimyo la inferioridad militar que las hacía necesarias. Pero hacer esto equivalía a a d m i t i r su propia debilidad y, en consecuencia, a invitar a la subversión y la rebelión a r m a d a c o n t r a el propio régimen. Acorralado p o r el peligro exterior, se volvió cada vez más incapaz de e n f r e n t a r s e al malestar interior provocado p o r sus tácticas dilatorias. Económicamente, este a b r u p o final de la reclusión j a p c n e s a
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t r a s t r o c ó toda la viabilidad del sistema m o n e t a r i o shogunal, p o r q u e como las acuñaciones Tokugawa e r a n esencialmente emisiones arbitrarias, con un contenido en metales preciosos muy inferior al de su valor nominal, los comerciantes extranjeros se negaron a aceptarlas en p a r i d a d con las monedas occidentales, b a s a d a s en su v e r d a d e r o peso de plata. La llegada del comercio exterior en gran escala obligó al Bakufu a devaluar i n i n t e r r u m p i d a m e n t e el contenido de plata de sus monedas y a emitir papel m o n e d a m i e n t r a s subía la d e m a n d a exterior de los p r o d u c t o s locales m á s i m p o r t a n t e s : la seda, el té y el algodón. El r e s u l t a d o f u e u n a catastrófica inflación interna: el precio del arroz se quintuplicó e n t r e 1853 y 1869 52, causando u n p r o f u n d o malestar p o p u l a r en el campo y en las ciudades. La burocracia shogunal, intrincada y dividida, f u e incapaz de reaccionar con u n a política clara y decidida f r e n t e a los peligros que se cernían sobre ella. El lamentable estado de su a p a r a t o de seguridad se p u s o de m a n i f i e s t o cuando en 1860 el único dirigente decidido que p r o d u j o el Bakufu en su última fase, Ii Naosuke, f u e asesinado en Edo p o r s a m u r a i s xenófobos 53. Dos años después, u n nuevo attentat obligó a su sucesor a dimitir. Los feudos tozama del sudoeste —Satsuma, Choshu, Tosa y Saga—, siempre e n f r e n t a d o s al Bakufu p o r su posición e s t r u c t u r a l , se envalentonaron ahora, p a s a n d o a la ofensiva y conspirando p a r a su derrocamiento. Todos sus recursos militares y económicos, a d m i n i s t r a d o s p o r regímenes m á s sólidos y eficaces que el gobierno de Edo, se pusieron en pie de guerra. Los ejércitos han f u e r o n modernizados, ampliados y reequipados con a r m a m e n t o s occidentales, y m i e n t r a s S a t s u m a ya poseía el m a y o r contingente s a m u r a i de Japón, los jefes Choshu reclutaron y e q u i p a r o n a campesinos ricos p a r a crear u n a fuerza plebeya que p u d i e r a utilizarse c o n t r a el shogunato. Las expectativas populares de grandes cambios se extendían de f o r m a supersticiosa e n t r e las multitudes de Nagoya, Osaka y Edo, m i e n t r a s que se conseguía el apoyo tácito de algunos b a n q u e r o s chonin p a r a s u m i n i s t r a r las reservas financieras necesarias p a r a u n a guerra civil. Una constante vinculación con los kuge, descontentos de Kyoto, aseguró a los dirigente tozama la cobertur a ideológica esencial p a r a la proyectada operación: se t r a t a b a n a d a menos que de u n a revolución cuyo objetivo formal consistía en el restablecimiento de la a u t o r i d a d imperial, que ha52
Frost, The Bakumatsu currency crisis, p. 41. " Sobre este episodio fundamental véase Akamatsu, Meiji ginas 165-7.
1868, pa-
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bía sido u s u r p a d a p o r el shogunato. El e m p e r a d o r proporcionaba, pues, u n símbolo trascendental al q u e en teoría podían unirse todas las clases sociales. Un golpe súbito entregó Kyoto a las t r o p a s de S a t s u m a en 1867. El e m p e r a d o r Meiji, con la ciudad b a j o el control militar, leyó u n a proclama r e d a c t a d a p o r su corte p o r la que se ponía fin al shogunato. El Bakufu, subvertido y desmoralizado, se m o s t r ó incapaz de u n a resistencia firme. En pocas semanas, todo J a p ó n había sido t o m a d o pollos insurgentes ejércitos tozama y se había f u n d a d o el E s t a d o Meiji unitario. La caída del shogunato significó el fin del feudalismo japonés. Económica y diplomáticamente socavado desde el exterior — u n a vez q u e h u b o desaparecido la seguridad de su aislamiento— el E s t a d o Tokugawa se h u n d i ó política y m i l i t a r m e n t e desde el interior a causa de la m i s m a parcelación de la soberanía q u e siempre había p r o c u r a d o m a n t e n e r . La falta de u n monopolio de la fuerza a r m a d a y su incapacidad p a r a s u p r i m i r la legitimidad imperial le hicieron i m p o t e n t e en ú l t i m o t é r m i n o ante u n a insurrección bien organizada en el n o m b r e del emper a d o r . El E s t a d o Meiji q u e le sucedió procedió r á p i d a m e n t e a u n a serie de p r o f u n d a s medidas p a r a abolir el f e u d a l i s m o desde arriba, m e d i d a s que constituían el p r o g r a m a m á s radical nunca decretado. El sistema de f e u d o s f u e liquidado, y el o r d e n de c u a t r o estamentos, destruido; se promulgó la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley; se r e f o r m ó el calendario y el vestido; se creó u n m e r c a d o u n i f i c a d o y u n a sola moneda, y se promovió sistemáticamente la industrialización y la expansión militar. Una economía y u n sistema político capitalistas surgieron d i r e c t a m e n t e de la eliminación del shogunato. Los complejos mecanismos históricos de la t r a n s f o r m a c i ó n revolucionaria llevada a cabo p o r la restauración Meiji se e x a m i n a r á n en o t r o lugar. Aquí sólo es necesario s u b r a y a r que, contrariam e n t e a la hipótesis de algunos historiadores j a p o n e s e s e l 54 Ver, por ejemplo, el estudio marxista clásico de la Restauración, que fuera de Japón sólo es asequible en ruso: Shigeki Toyama, Meidzi isin, krushenie feodalizma v Yaponii, Moscú, 1959, pp. 183, 217-8, 241, 295. Aquí sólo tenemos espacio para repetir la escueta afirmación hecha antes: es preciso reservar para un osti"i'j posterior la discusión completa del carácter histórico de la restauración Meiji. Sin embargo, es posible apuntar la opinión de Lenin sobre la naturaleza del vencedor en la guerra ruso-japonesa. Lenin creía que la «burguesía japonesa» había infligido «una bochornosa derrota» a la «autocracia feudal» del zarismo: «la Rusia absolutista ha sido ya vencida por el Japón constitucional». Lenin, Collected Works, vol. 8, pp. 52, 53, 28 [Obras Completas, vol. 8, páginas 43, 44, 19].
474 El feudalismo japonés 240 E s t a d o Meiji n o f u e en sentido categórico u n absolutismo. Al orincipio f u e u n a d i c t a d u r a de emergencia del n u e v o bloque dominante, y muy p r o n t o se reveló como u n E s t a d o capitalista autoritario cuyo temple f u e puesto a p r u e b a , en pocas decadas v con todo éxito, c o n t r a u n v e r d a d e r o absolutismo. E n 1905, los descalabros rusos en T s u s h i m a y Mukden revelaron al m u n d o la diferencia que existía e n t r e ambos. El paso del feudalismo al capitalismo se efectuó en Japón, en u n a medida insólita, sin ningún interludio político.
B.
EL «MODO DE PRODUCCION ASIATICO»
I
Como ya h e m o s visto, Marx rechazó expresamente la definición como formaciones sociales feudales de la India de los mogoles y, p o r u n a inferencia necesaria, de la Turquía o t o m a n a . Esta delimitación negativa, que reserva el concepto de feudalismo a E u r o p a y Japón, plantea, sin embargo, el p r o b l e m a de la clasificación positiva que Marx .asignaba a los sistemas socioeconómicos de los que India y T u r q u í a ofrecen ejemplos prominentes. Existe u n a c u e r d o creciente a p a r t i r de los años sesenta en que la respuesta es que Marx creía que r e p r e s e n t a b a n un modelo específico, al que llamó «modo de producción asiático». Este concepto se convirtió hace unos años en foco de u n a discusión internacional e n t r e los marxistas, y, a la luz de las conclusiones de este estudio, quizá podría ser útil r e c o r d a r los antecedentes y el m a r c o intelectual en el que Marx escribía. La yuxtaposición y el contraste teórico entre las e s t r u c t u r a s estatales de E u r o p a y Asia constituía u n a vieja tradición desde Maquiavelo y Bodin. Inspirada en la proximidad del poderío turco, esa tradición surgió con el nuevo renacer de la teoría política en la e r a del Renacimiento, y a p a r t i r de entonces a c o m p a ñ ó paso a paso su desarrollo hasta la era de la Ilustración. H e m o s hablado más a r r i b a de las sucesivas y significativas reflexiones de Maquiavelo, Bodin, Bacon, Harrington, Bernier y Montesquieu sobre el imperio otomano, íntimo y enemigo de E u r o p a a p a r t i r del siglo x v S i n embargo, en el siglo XVIII, en la oleada de la exploración y expansión coloniales, la aplicación geográfica de las ideas concebidas inicialmente al contacto con Turquía se extendió sin cesar hacia el Este: p r i m e r o hasta Persia, después a la India y finalmente a China. Con esta extensión geográfica vino también u n a generalización conceptual del c o n j u n t o de rasgos inicialmente atribuidos o limitados a la 1
Véanse pp. 407-11.
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Puerta. Así nació el concepto de «despotismo» político, u n término que hasta entonces faltaba del vocabulario de los comentarios europeos sobre Turquía, a u n q u e su sustancia ya estaba presente desde hacía m u c h o tiempo. En Maquiavelo, Bodin o Harrington, la designación tradicional del sultán osmanli era la de «Gran Señor», proyección anacrónica de la terminología del feudalismo europeo sobre el E s t a d o turco, cuya diferencia respecto a cualquier sistema político europeo se declaraba explícitamente. Hobbes f u e el p r i m e r escritor i m p o r t a n t e del siglo X V I I que habló del p o d e r despótico (recomendándolo, paradójicamente, como la f o r m a n o r m a l y adecuada de soberanía). N a t u r a l m e n t e , esta connotación no volvería a repetirse. Por el contrario, a medida que el siglo avanzaba, el p o d e r despótico f u e e q u i p a r a d o p o r doquier con la tiranía, y en Francia, la «tiranía turca» se atribuyó f r e c u e n t e m e n t e , desde la Fronda, a la dinastía borbónica, en la literatura polémica de sus oponentes. Bayle fue, quizá, el p r i m e r filósofo que empleó el concepto genérico de despotismo en el año 1704 2 ; al plantearse su validez, reconocía implícitamente que se t r a t a b a de u n a idea corriente. La aparición definitiva del concepto de «despotismo» coincidió, además, desde el principio, con su proyección sobre el «Oriente». En efecto, el p a s a j e canónico central en el que podía e n c o n t r a r s e la p a l a b r a original griega (un t é r m i n o poco usual) era u n a célebre afirmación de Aristóteles: «Hay pueblos que, a r r a s t r a d o s p o r u n a tendencia n a t u r a l a la servidumbre, inclinación m u c h o m á s pronunciada e n t r e los b á r b a r o s que entre los griegos, más e n t r e los asiáticos que e n t r e los europeos, soportan el yugo del despotismo sin pena y sin m u r m u r a c i ó n , y he aquí p o r qué los reinados que pesan sobre estos pueblos son tiránicos, si bien descansan, p o r o t r a parte, sobre las bases sólidas de la ley y la sucesión hereditaria» 3. El despotismo, pues, se atribuía expresamente a Asia en la fons et origo de toda la filosofía política europea. La Ilustración, que podía a b a r c a r m e n t a l m e n t e a todo el globo tras los grandes viajes de los descubrimientos y conquistas coloniales, tenía p o r vez p r i m e r a la posibilidad de o f r e c e r una formula2 R. Koebner, «Despot and despotism: vicissitudes of a political term», The Journal of the Warburg and Courtauld Institute, xiv, 1951, P- 300 Este ensayo rastrea también la prehistoria de la palabra en la Edad Media, antes de que fuera proscrita durante el Renacimiento a causa de su impura genealogía filológica. 3 Aristóteles, Política, III, ix, 3 [Madrid, Espasa Calpe, 1978, p.
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ción general y sistemática de esa conexión. Montesquieu f u e quien e m p r e n d i ó esta tarea con su m a d u r a categorización teórica del «despotismo oriental». P r o f u n d a m e n t e influenciado p o r Bodin y a s i d u o lector de Bernier, Montesquieu h e r e d ó de sus predecesores los axiomas básicos de que los estados asiáticos carecían de propiedad privada estable y de nobleza hereditaria y eran, p o r tanto, a r b i t r a r i o s y tiránicos, opiniones que repitió con la fuerza lapidaria q u e le caracterizaba. Además, el despotismo oriental no se b a s a b a ú n i c a m e n t e en el miedo abyecto, sino también en u n a c o n f u s a igualdad e n t r e sus súbditos, ya que todos eran iguales en su común s o m e t i m i e n t o a los letales caprichos del déspota: «El principio del gobierno despótico es el t e m o r [ . . . ] el t e m o r es u n i f o r m e en todas p a r t e s » 4 . Esta u n i f o r m i d a d era la antítesis siniestra de la unidad municipal de la Antigüedad clásica: «Todos los h o m b r e s son iguales en u n E s t a d o republicano; también son iguales en u n E s t a d o despótico. En el primero, p o r q u e lo son todo; en el segundo, p o r q u e no son n a d a » 5 . La falta de u n a nobleza hereditaria, observada desde hacía m u c h o tiempo en Turquía, se convirtió aquí en algo m u c h o más fuerte, en u n a condición de la servid u m b r e d e s n u d a e igualitaria de toda Asia. Montesquieu añadió también dos nuevas nociones a la tradición que había h e r e d a d o y que reflejaban específicamente la doctrina de la Ilustración sobre el secularismo y el progreso. Así, Montesquieu argumentó que las sociedades asiáticas carecían de códigos legales porque la religión actuaba en ellas c o m o un sustituto funcional del derecho: «Hay estados en los que las leyes no son nada, o no son más que la voluntad caprichosa y a r b i t r a r i a del soberano. Si en estos estados las leyes de la religión f u e r a n se4 De Vesprit des lois, i, pp. 64, 69. El discurso de Montesquieu sobre el despotismo no era sólo, naturalmente, una simple teorización sobre Asia. Contenía también una implícita llamada de atención sobre los peligros del absolutismo en Francia que si no era detenido por los «poderes intermedios» de la nobleza y el clero, podía aproximarse en último término —esto era lo que Montesquieu temía— a las normas orientales. Sobre este significado implícito del Esprit des lois véase el análisis por lo general excelente, de L. Althusser, Montesquieu, la politique et Vhistoire, páginas 92-7. Althusser, sin embargo, sobreestima la dimensión propagandística de la teoría de Montesquieu sobre el despotismo al minimizar su demarcación geográfica. Sobrepolitizar el significado del Esprit des lois es reducirlo a una dimensión de campanario. En realidad, está completamente claro que Montesquieu tomó muy en serio sus análisis del Oriente, que no eran ni única ni primariamente meros instrumentos alegóricos, sino un componente integral de su intento de construir una ciencia global de los sistemas políticos en ambos sentidos ' De Vesprit des lois, i, p. 81.
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m e j a n t e s a las leyes de los h o m b r e s , t a m b i é n serían nulas; p e r o c o m o toda sociedad debe tener u n principio de firmeza, es la religión quien lo p r o p o r c i o n a » 6 . Al m i s m o tiempo, Montesquieu creía que estas sociedades eran esencialmente inmóviles: «Las leyes, las c o s t u m b r e s y los hábitos del Oriente —incluso los m á s triviales, c o m o la m o d a del vestir— son hoy idénticos a como e r a n hace mil años» 7 . El principio m a n i f i e s t o de Montesquieu p a r a explicar el dif e r e n t e carácter de los estados de E u r o p a y Asia era, naturalmente, geográfico: el clima y la topografía h a b í a n d e t e r m i n a d o sus divergentes destinos. Montesquieu sintentizó sus opiniones sobre la naturaleza de a m b o s en u n a comparación artísticam e n t e d r a m á t i c a : «Asia siempre h a sido la p a t r i a de grandes imperios que en E u r o p a n u n c a h a n podido subsistir. E s t o es así p o r q u e el Asia q u e conocemos tiene llanuras m á s vastas que E u r o p a ; los m a r e s circundantes la h a n f r a g m e n t a d o en m a s a s m u c h o m á s grandes, y, al e s t a r situada más al sur, sus f u e n t e s se secan con m á s facilidad, sus m o n t a ñ a s n o e s t á n cub i e r t a s con t a n t a nieve, sus ríos son menos caudalosos y form a n b a r r e r a s menos i n f r a n q u e a b l e s . Por tanto, el p o d e r en Asia debe ser siempre despótico, pues si la s e r v i d u m b r e n o fuese extremada, se produciría u n a división en el continente q u e la naturaleza del país n o podría soportar. E n E u r o p a , las dimensiones n a t u r a l e s de la geografía f o r m a n diversos estados de u n a extensión modesta, en los que el gobierno de las leyes n o es incompatible con la supervivencia del Estado, sino que, p o r el contrario, es tan favorable que sin ellas cualquier E s t a d o caería en decadencia y q u e d a r í a en inferioridad respecto a todos los demás. Eso es lo que h a creado aquel espíritu de lib e r t a d q u e hace a cada p a r t e del continente tan resistente a la subyugación o la sumisión ante u n p o d e r e x t r a n j e r o , salvo p o r la ley o p o r la utilidad de su comercio. En Asia reina, p o r el contrario, u n espíritu de s e r v i d u m b r e que n u n c a la ha abandonado, y es imposible e n c o n t r a r en toda la historia del contin e n t e u n solo rasgo que sea indicio de u n alma libre: sólo pod r e m o s ver el h e r o í s m o de la esclavitud» 8 . Este c u a d r o de Montesquieu — a u n q u e impugnado p o r unos pocos críticos de su t i e m p o ' — f u e generalmente aceptado y se • De Vesprit des lois, II, p. 168. 7 De Vesprit des lois, I, p. 244. • De Vesprit des lois, I, pp. 291-2. , ' El más notable de ellos fue Voltaire, que, más preocupado por ios problemas culturales que por los políticos, discutió con vigor el anansis
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convirtió en u n legado f u n d a m e n t a l p a r a toda la filosofía y la economía política. Adam S m i t h f u e quien dio, p r o b a b l e m e n t e , el siguiente paso i m p o r t a n t e en el desarrollo de esta oposición e n t r e Asia y E u r o p a , c u a n d o la redefinió p o r vez p r i m e r a como
de Montesquieu del imperio chino, objeto de la admiración de Voltaire por lo que creía benevolencia racional de su gobierno y sus costumbres. Como ya hemos visto, el «despotismo ilustrado» era un ideal positivo para muchos philosophes burgueses, para quienes representaba la supresión del particularismo feudal, precisamente la razón por la que Montesquieu, un aristócrata nostálgico, lo temía y lo denunciaba. Otro crítico muy diferente de De l'esprit des lois, que ha ganado el favor de escritores recientes, fue Anquetil-Duperron, un estudioso de los textos sagrados de Zoroastro y Veda que pasó algunos años en la India y escribió un volumen titulado Législation orientale (1178), consagrado por completo a negar la existencia del despotismo en Turquía, Persia y la India, y en el que se afirma la presencia en esos países de sistemas legales racionales y propiedad privada. En el libro se ataca específicamente a Montesquieu y Bernier. (pp. 2-9, 12-13, 140-2), por haber mantenido lo contrario. Anquetil-Duperron dedicó su libro a los «desgraciados pueblos de la India», lamentando sus «derechos heridos» y acusando a las teorías europeas del despotismo oriehtal de ser meras coberturas ideológicas para la agresión y la rapiña colonial en el Oriente: «El despotismo es el gobierno de aquellos países en los que el soberano se declara propietario de todos los bienes de sus súbditos; convirtámonos en ese soberano y seremos los dueños de todas las tierras del Indostán. Tal es el razonamiento del avaro codicioso, oculto tras una fachada de pretextos que es preciso demoler» (p. 178). Por la fuerza de estos sentimientos, Anquetil-Duperron ha sido posteriormente saludado como primer y noble campeón del anticolonialismo. Althusser ha afirmado, con cierta ingenuidad, que su Législation orientale ofrece un «admirable» panorama del «verdadero Oriente» al contrario de la imagen que tenía Montesquieu. Dos artículos recientes han repetido su alabanza: F. Venturi, «Despotismo orientale», Rivista Storica Italiana, LXXII, 1. 1960, pp. 117-26, y S. Stelling-Michaud «Le mythe , df.P°t,S*e °™nta1*' Schweizer Beitrage tur Allgemeinen Geschichte, yol 18-19 1960-1961, pp. 344-5 (que en general sigue muy de cerca á Althusser). En realidad, Anquetil-Duperron fue una figura mucho más equívoca y trivial de lo que sugieren esos elogios, como se lo habría revelado a sus autores una investigación un poco más profunda. Más que un auténtico enemigo del colonialismo como tal, Anquetil-Duperron era un desencantado pátriota francés a quien mortificaban los éxitos del colonialismo británico al arrojar a su rival galo del Carnático y de todo el subcontmente. En 1872 escribió otro volumen, Linde en rapport avec l Europe, dedicado esta vez a los «espíritus de Dupleix y Labourdonnais» y que era una violenta requisitoria contra «la audaz Albión que ha usurpado el tridente de los mares y el cetro de la India», y pedía que «la bandera francesa flotase de nuevo con majestad por los mares y las tierras de la India». Publicado en 1789, durante el Directorio, en este libro Anquetil-Duperron afirmaba que «el tigre debía ser atacado en su guarida» y proponía una expedición naval francesa para «tomar Bombay» y arrojar así «al poderío inglés hasta más allá del cabo de Buena Esperanza» (pp. i-ii, xxv-xxvi). Nada de esto podría adivinarse si sólo se tiene en cuenta la inmaculada piedad del artículo del Dictionnaire historique del que parece haberse derivado buena parte de su posterior reputación
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u n c o n t r a s t e e n t r e dos tipos de economías, d o m i n a d a s respectivamente p o r diversas r a m a s de producción: «De la m i s m a m a n e r a en q u e la economía política de las naciones de la Europ a m o d e r n a ha sido más favorable a las m a n u f a c t u r a s y al comercio exterior, es decir, a la actividad industrial de las ciudades, que a la agricultura, que es la actividad industrial del campo, t a m b i é n h a h a b i d o naciones que h a n seguido u n difer e n t e plan y se h a n m o s t r a d o más favorables a la agricultura que a las m a n u f a c t u r a s y al comercio exterior. La política de China favorece la agricultura m á s que el resto de las actividades. Se dice q u e en China la categoría del campesino es m u y superior a la del artesano, al c o n t r a r i o de lo que o c u r r e en la m a y o r p a r t e10 de E u r o p a , d o n d e el a r t e s a n o es muy superior al campesino» . S m i t h postula después u n a nueva correlación ent r e el c a r á c t e r agrario de las sociedades de Asia y Africa y la función que en ellas tenían las obras hidráulicas de regadío y t r a n s p o r t e , p o r q u e en esos países el E s t a d o era p r o p i e t a r i o de t o d a la tierra y e s t a b a d i r e c t a m e n t e interesado en la m e j o r a pública de la agricultura. «Fueron célebres en la Antigüedad las construcciones llevadas a cabo p o r los antiguos soberanos de Egipto p a r a la conveniente distribución de las aguas del Nilo, y los restos ruinosos de algunas de esas o b r a s despiertan todavía la a d m i r a c i ó n de los viajeros. Las construcciones de la m i s m a clase realizadas p o r los antiguos soberanos del I n d o s t á n , con o b j e t o de distribuir a d e c u a d a m e n t e las aguas del Ganges y de o t r o s m u c h o s ríos, parece que f u e r o n igualmente grandiosas, a u n q u e hayan sido m u c h o menos celebradas [ . . . ] En China y en otros varios gobiernos de Asia, el p o d e r ejecutivo t o m a a su cargo t a n t o la reparación de las grandes r u t a s como la conservación de los canales navegables [ . . . ] Se asegura, pues, q u e esta r a m a de la administración pública se e n c u e n t r a muy bien a t e n d i d a en todos estos países, p e r o especialmente en China, d o n d e las grandes r u t a s y m u c h o m á s aún los canales navegables son muy superiores, según estos informes, a todo lo de su clase conocido en Europa» ".
10 An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations, Londres, 1778, II, p. 281 [La riqueza de las naciones, Madrid, Aguilar, 1961], 11 An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations, II, páginas 283, 340. Smith añade de forma significativa: «Sin embargo, no hay que olvidar que los relatos transmitidos a Europa acerca de tales obras son, por lo general, descripciones hechas por viajeros poco inteligentes y demasiado admirativos, y con frecuencia por misioneros estúpidos y mendaces. Quizá no se nos presentarían como tan maravillosas si hubiesen sido examinadas por unos ojos más inteligentes y si los relatos
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E n el siglo xix, los sucesores de Montesquieu y S m i t h prolongaron la m i s m a línea de pensamiento. Dentro de la filosofía clásica alemana, Hegel estudió p r o f u n d a m e n t e a a m b o s autores y, en La filosofía de la historia, r e a f i r m ó la m a y o r p a r t e de las nociones de Montesquieu sobre el despotismo asiático, sin rangos o poderes intermedios, en su característica terminología. «El despotismo, desarrollado en proporciones asombrosas», f u e en el Oriente «la f o r m a de gobierno e s t r i c t a m e n t e a p r o p i a d a al a m a n e c e r de la Historia» 1 2 . Hegel e n u m e r ó los principales países del continente a los que se aplicaba esta n o r m a : «En la India, p o r tanto, i m p e r a p l e n a m e n t e el despotismo m á s arbitrario, perverso y degradante. China, Persia y Turquía —en realidad, toda Asia— son los escenarios del desp o t i s m o y, en el p e o r sentido, de la tiranía» » El Reino Celeste, que había d e s p e r t a d o sentimientos t a n contradictorios e n t r e los p e n s a d o r e s de la Ilustración, f u e o b j e t o especial del interés de Hegel, c o m o m o d e l o de lo que consideraba u n a autocracia igualitaria. «China es el i m p e r i o de la absoluta igualdad, y todas las diferencias que allí existen son posibles ú n i c a m e n t e en relación con la administración pública, y están en función de los m é r i t o s q u e u n a persona puede a d q u i r i r y que le p e r m i t e n alcanzar los altos puestos en el gobierno. Como en China reina la igualdad, p e r o sin ninguna libertad, el d e s p o t i s m o es n e c e s a r i a m e n t e la f o r m a de gobierno. E n t r e nosotros, los h o m b r e s son iguales ú n i c a m e n t e a n t e la ley y en el r e s p e t o debido a la p r o p i e d a d de cada uno; p e r o si q u e r e m o s tener lo q u e llamamos libertad, es preciso garantizar los m u c h o s intereses y los privilegios particulares q u e t a m b i é n tienen. E n el imperio chino, sin embargo, estos intereses especiales n o gozan p o r sí m i s m o s de ninguna consideración, y el gobierno procede sólo del e m p e r a d o r , que lo hace a c t u a r c o m o u n a jer a r q u í a de funcionarios o mandarines» 14. Hegel, como m u c h o s de sus predecesores, m o s t r ó u n a m o d e r a d a admiración hacia la
procediesen de testigos de mayor fidelidad. La descripción que Bernier nos ofrece de las obras de esa clase en Indostán dista mucho de las que nos han hecho otros viajeros más propensos que él a lo maravilloso » The philosophy of history, Londres, 1878, p. 270. [No existe correspondencia entre esta edición inglesa y la traducción castellana de José Gaos (Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Madrid Revista de Occidente, 4.* ed„ 1974), por haberse realizado a partir de la 3.' y 4* ediciones alemanas, respectivamente, entre las que existen diferencias sustanciales.] u Ibid., p. 168. " Ibid., pp. 130-1.
482 El «modo de producción asiático» 244 civilización china. Su análisis de la civilización india, a u n q u e t a m b i é n era matizado, tenía u n color m u c h o m á s sombrío. Hegel creía que el sistema indio de castas era c o m p l e t a m e n t e dist i n t o de lo que p a s a b a en China y q u e significaba u n avance de la j e r a r q u í a sobre la igualdad, p e r o de tal tipo q u e inmovilizaba y degradaba a toda la e s t r u c t u r a social. «En China rein a b a la igualdad e n t r e todos los individuos que c o m p o n e n el i m p e r i o y, p o r consiguiente, todo el gobierno está a b s o r b i d o e n su centro, el e m p e r a d o r , de tai f o r m a que los m i e m b r o s individuales n o pueden alcanzar la independencia y la libertad subjetivas [ . . . ] En este sentido, en la India ha tenido lugar u n avance esencial, a saber, u n a ramificación en m i e m b r o s independientes a p a r t i r de la u n i d a d del p o d e r despótico. Con todo, las diferencias q u e implican esas ramificaciones se refieren a la Naturaleza. E n lugar de e s t i m u l a r la actividad de u n a l m a c o m o su c e n t r o de unión y de realizar e s p o n t á n e a m e n t e esa alma — c o m o ocurre con la vida orgánica—, se petrifican y se vuelven rígidas, y p o r su carácter estereotipado condenan al p u e b l o indio a la m á s d e g r a d a n t e s e r v i d u m b r e espiritual. Las diferencias a las que nos e s t a m o s r e f i r i e n d o son las castas»15. El r e s u l t a d o es q u e «mientras en China e n c o n t r a m o s u n desp o t i s m o moral, en la India lo q u e p u e d e llamarse reliquia de la vida política es u n despotismo sin ningún principio y sin ninguna n o r m a de m o r a l i d a d o de religión» 1 6 . Hegel caracterizaba la base central del despotismo indio como u n sistema de c o m u n i d a d e s aldeanas inertes, regidas p o r c o s t u m b r e s hereditarias y p o r la distribución de las cosechas m e d i a n t e impuestos, y q u e n o se veían a f e c t a d a s p o r los cambios políticos que tenían lugar en el Estado, situado p o r encima de ellas. «El c o n j u n t o de ingresos q u e c o r r e s p o n d e a cada aldea se divide, como ya se h a dicho, en dos partes, de las que u n a pertenece al r a j á y la o t r a a los cultivadores; p e r o hay q u e e n t r e g a r también p a r t e s proporcionales al jefe del lugar, al juez, al inspect o r de aguas, al b r a h m á n encargado del cultivo divino, al astrólogo (que es t a m b i é n u n b r a h m á n y señala los días fastos y nefastos), al herrero, al carpintero, al alfarero, al lavandera, al médico, a las bailarinas, al músico, al poeta. E s t a s c o s t u m b r e s son f i j a s e i n m u t a b l e s y n o e s t á n s u j e t a s a la voluntad de nadie. Todas las revoluciones políticas pasan, pues, p o r encima de la indiferencia del indio del común, cuya suerte n o cambia nun-
» Ibid., pp. 150-1. " Ibid., p. 168.
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ca» n . E s t a s afirmaciones, c o m o veremos, h a b r í a n de tener larga vida. Hegel t e r m i n a b a repitiendo el ya tradicional t e m a del anquilosamiento histórico, que atribuía a a m b o s países: «Chin a e India p e r m a n e c e n estacionarias y p e r p e t ú a n , incluso hasta el t i e m p o presente, u n a existencia vegetativa natural» 18. Mientras que en la filosofía clásica alemana Hegel seguía m u y de cerca a Montesquieu, en la economía política inglesa los temas de S m i t h f u e r o n a d o p t a d o s i n m e d i a t a m e n t e p o r sus seguidores. E n su estudio sobre la India británica, el viejo Mili añadió poco a los conceptos tradicionales del d e s p o t i s m o asiático 19. El siguiente economista inglés q u e desarrolló u n análisis m á s original de la situación en Oriente f u e Richard Jones, sucesor de Malthus en el East India College, cuyo Essay on the distribution of wealth and the sources of taxation se publicó en Londres en 1831, el m i s m o a ñ o en q u e Hegel dictaba en Berlín sus cursos sobre China y la India. El libro de Jones, cuyo o b j e t o era realizar u n a crítica de Ricardo, incluía el int e n t o p r o b a b l e m e n t e m á s e l a b o r a d o de los realizados h a s t a entonces de analizar c o n c r e t a m e n t e la tenencia de la tierra en Asia. Jones a f i r m a b a desde el comienzo que, «en toda Asia, los soberanos siempre h a n e s t a d o en posesión de u n título exclusivo sobre la tierra de sus dominios y h a n conservado ese derecho en u n e s t a d o de singular e inconveniente integridad, sin ninguna división ni menoscabo. Los individuos siempre son a r r e n d a t a r i o s del soberano, que es el ú n i c o propietario; únicam e n t e las usurpaciones de sus funcionarios p u e d e n r o m p e r dur a n t e algún tiempo los eslabones de esta cadena de dependencia. E s t a universal dependencia del t r o n o p a r a conseguir los medios de vida es el v e r d a d e r o f u n d a m e n t o del i n q u e b r a n t a b l e despotismo del m u n d o oriental, así como de los ingresos del sob e r a n o y de la f o r m a que a d o p t a la sociedad situada b a j o sus pies» 2 0 . Sin embargo, Jones n o se dio p o r satisfecho con las afirmaciones genéricas de sus predecesores e intentó delimitar con alguna precisión las c u a t r o grandes zonas en las que dom i n a b a lo que él llamó rentas de los' ryots —es decir, los impuestos pagados d i r e c t a m e n t e p o r los campesinos al E s t a d o en c u a n t o p r o p i e t a r i o de la tierra que cultivaban—, y que e r a n
" Ibid., p. 161. " Ibid., p. 180. " James Mili, The history of British India, Londres, 1858 (reedición), i, pp. 141, 211. 20 Richard Jones, An essay on the distribution of wealth and the sources of taxation, Londres, 1831, pp. 7-8.
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la India, Persia, T u r q u í a y China. La naturaleza u n i f o r m e del sistema económico y del gobierno político de estas diferentes tierras podía rastrearse, según creía Jones, h a s t a su conquista común p o r las t r i b u s t á r t a r a s de Asia central. «China, la India, Persia y la T u r q u í a asiática, situadas todas ellas en los extremos exteriores de la gran llanura de Asia central, h a n sido sometidas en su m o m e n t o —y algunas en m á s de u n a ocasión— a las invasiones de sus tribus. Incluso en este m o m e n t o parece difícil que China p u e d a librarse del peligro de o t r a subyugación. En todas p a r t e s donde se h a n a s e n t a d o estos invasores escitas h a n establecido u n a f o r m a despótica de gobierno, a la q u e ellos mismos se h a n sometido con p r o n t i t u d m i e n t r a s obligaban a los h a b i t a n t e s de los países conquistados a someterse a ella [ . . . ] Los t á r t a r o s h a n establecido o a d o p t a d o e n todas p a r t e s un sistema político que se adecúa p e r f e c t a m e n t e a sus hábitos nacionales de sumisión p o p u l a r y de p o d e r absoluto de los jefes, y sus conquistas h a n introducido o restablecido este p o d e r desde el m a r Negro al Pacífico y desde Pekín h a s t a el N e r b u d d a . En toda el Asia agrícola (con la excepción de Rusia) reina el m i s m o sistema» 2 1 . La hipótesis general de Jones sobre la conquista n ó m a d a como origen de la p r o p i e d a d estatal de la tierra se c o m b i n a b a con u n n u e v o c o n j u n t o de distinciones en su valoración del g r a d o y los efectos de esa propiedad en los diferentes países q u e f u e r o n o b j e t o de su estudio. Así, Jones escribió q u e el últ i m o período mogol de la India presenció «el fin de todo sistema, de t o d a m o d e r a c i ó n o protección; se r e c a u d a r o n , a p u n t a de lanza, r e n t a s ruinosas, i m p u e s t a s a r b i t r a r i a m e n t e en las frecuentes correrías militares, y los n u m e r o s o s intentos de resistencia desesperada f u e r o n castigados sin piedad p o r el fuego y la matanza» 2 2 . El E s t a d o turco, p o r su parte, m a n t u v o form a l m e n t e niveles m á s m o d e r a d o s de explotación, pero la cor r u p c i ó n de sus agentes hacía ineficaces en la práctica todas las limitaciones. «Comparado con los sistemas de la India o Persia, el de T u r q u í a tiene evidentemente algunas v e n t a j a s . La p e r m a n e n c i a y moderación del miri, o r e n t a de la tierra, es u n a de ellas [ . . . ] Pero su relativa fuerza y moderación se h a n " An essay on the distribution of wealth, pp. 110, 112. La alusión de Jones a los peligros tártaros que amenazan a China es, probablemente, una referencia a las rebeliones de los Khoja en Kashgar el año 1830. Obsérvese su explícita exclusión de Rusia del sistema asiático que se estaba discutiendo. 22 An essay on the distribution of wealth, p. 117.
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vuelto inútiles p a r a sus desgraciados súbditos, debido t a n t o a la indolencia e indiferencia como a la malversación de sus lejanos funcionarios» 2 3 . En Persia, la rapacidad de la monarquía no tenía límites, pero el sistema local de regadío m o d e r a b a su alcance —al c o n t r a r i o de la función que le asignaba Smith— p o r q u e introducía algunas f o r m a s de propiedad privada: «De todos los gobiernos despóticos de Oriente, el de Persia es quizá el m á s codicioso y el más d e s e n f r e n a d a m e n t e cínico; sin embargo, el peculiar suelo de este país h a i n t r o d u c i d o algunas valiosas modificaciones en el sistema general asiático de r e n t a s de los riots [ . . . ] [ p o r q u e ] a todo aquel q u e saque agua a la superficie, donde n u n c a antes la hubo, le garantizan los soberanos la posesión hereditaria de la tierra que h a fertilizado» 2 4 . Por último, Jones vio con t o d a claridad q u e la agricultura chin a constituía u n caso especial que n o podía asimilarse simplem e n t e a la de los otros países q u e h a b í a descrito; su inmensa productividad la colocaba a p a r t e . «Toda la dirección del imperio p r e s e n t a en v e r d a d u n llamativo c o n t r a s t e con las de las vecinas m o n a r q u í a s asiáticas [ . . . ] Mientras q u e aún n o se ha hecho a p t a p a r a el cultivo ni la m i t a d de la India y todavía m e n o s superficie de Persia, China está tan p l e n a m e n t e cultivad a c o m o la mayoría d e las m o n a r q u í a s e u r o p e a s y m á s plenam e n t e poblada q u e ellas» 2 5 . La o b r a de Jones representó, pues, sin d u d a alguna, el p u n t o m á s avanzado que alcanzó la economía política en su discusión sobre Asia d u r a n t e la p r i m e r a mitad del siglo xix. El joven Mili, q u e escribió cerca de dos décadas después, resucitó la c o n j e t u r a de S m i t h de que los estados orientales p a t r o c i n a r o n siempre las o b r a s públicas hidráulicas —«los aljibes, pozos y canales p a r a el riego, sin los q u e difícilmente p o d r í a n desarrollarse los cultivos en los climas m á s tropicales» 2 6 —, pero, p o r lo demás, se limitó a r e p e t i r la caracterización genérica de «las extensas m o n a r q u í a s q u e h a n o c u p a d o las llanuras de Asia desde tiempos inmemoriales» 2 7 , q u e se había convertido ya desde m u c h o antes en f ó r m u l a establecida en E u r o p a occidental. Es f u n d a m e n t a l c o m p r e n d e r , p o r tanto, que las dos principales tradiciones intelectuales q u e contribuyeron decisivamenIbid., pp. 129-30. " Ibid., pp. 119, 122-3. a a
Ibid., p. 133.
" John Stuart Mili, Principies of political economy, Londres, 1848, I, página 15 [Principios de economía política, México, FCE, 1951]. " Principies of political economy, p. 14.
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te a la f o r m a c i ó n de la o b r a de Marx y Engels contenían u n a orevia concepción c o m ú n de los sistemas políticos y sociales de Asia, u n c o n j u n t o de ideas que todos c o m p a r t í a n y que, en último término, se r e m o n t a b a n a la Ilustración. Este c o n j u n t o podría r e s u m i r s e de la siguiente f o r m a 2 8 : Propiedad estatal de la t i e r r a Inexistencia de b a r r e r a s jurídicas Sustitución del derecho p o r la religión Ausencia de nobleza h e r e d i t a r i a Igualdad social servil Comunidades aldeanas aisladas Predominio agrario sobre la i n d u s t r i a Obras públicas hidráulicas Medio climático t ó r r i d o I n m u t a b i l i d a d histórica
H, B 3 M2 J B, B 3 M2 M2 MÍ B 2 M2 M2 H 2 H2 S BJ S M3 M2 M3 M2 H2 J M3
Despotismo oriental Como p u e d e verse, ningún a u t o r combinó t o d a s estas nociones en u n a sola concepción. Sólo Bernier había estudiado directamente los países asiáticos, y sólo Montesquieu había form u l a d o u n a teoría general coherente del despotismo oriental. Los referentes geográficos de los sucesivos escritores se ampliaron desde T u r q u í a h a s t a la India y, finalmente, China, p e r o sólo Hegel y Jones i n t e n t a r o n distinguir las v a n a n t e s regionales del modelo asiático común.
II Podemos volver ahora a los célebres p á r r a f o s de la correspondencia de Marx con Engels, en la que a m b o s discutieron p o r vez p r i m e r a los p r o b l e m a s de Oriente. El 2 de j u m o de 1853, Marx escribió a Engels - q u e había e s t a d o estudiando la historia de Asia y a p r e n d i e n d o algo de p e r s a - p a r a r e c o m e n d a r e el relato de Bernier sobre las ciudades orientales, calificándolo de «brillante, gráfico y sorprendente». A continuación Marx aceptaba la tesis principal del libro de Bernier en u n a f a m o s a e inequívoca afirmación: «Bernier piensa, c o n r a z ó n que m base de todos los fenómenos orientales - s e refiere a Turquía, » H, Harrington; H2, Hegel; B„ Bodin; B„ Bacon; B„ Bernier; M„ Maquiavelo; M2, Montesquieu; M„ Mili; S, Smith; J, Jones.
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Persia e Indostán— reside en la ausencia de propiedad privada de la tierra. Esta es la v e r d a d e r a clave, incluso del cielo oriental» ». E n su respuesta, unos días después, Engels c o n j e t u r a b a que la explicación histórica básica de esta inexistencia de propiedad privada de la tierra debía r a d i c a r en la aridez del suelo n o r t e a f r i c a n o y asiático, que exigía riesgos intensivos y, por tanto, obras hidráulicas acometidas p o r el E s t a d o central y o t r a s a u t o r i d a d e s públicas. «La ausencia de propiedad de la tierra es ciertamente la clave p a r a la comprensión de todo el Oriente. Ahí reside su historia política y religiosa. ¿Pero por q u é los orientales n o llegan a la p r o p i e d a d territorial, ni siquiera en su f o r m a feudal? Creo que se debe p r i n c i p a l m e n t e al clima, j u n t o con la naturaleza del suelo, especialmente en las grandes extensiones del desierto que se extiende desde el Sahara y cruza Arabia, Persia, India y Tartaria, llegando h a s t a la " K. Marx y F. Engels, Selected correspondence, pp. 80-1 [Correspondencia,, p 62], Por su contenido y su tono, merece la pena reproducir aquí el párrafo central de Bernier al que se refería Marx: «Estos tres países, Turquía, Persia e Indostán, no tienen idea de los principios del meum y el tuum, relativos a la tierra o a otras posesiones reales- y habiendo perdido aquel respeto hacia el derecho de propiedad, q u e ' e s la base de todo lo bueno y útil que hay en este mundo, necesariamente se asemejan unos a otros en los puntos esenciales; todos ellos caen en los mismos errores perniciosos y, antes o después, tienen que experimentar sus consecuencias naturales: la tiranía, la ruina y la desolación ¡Cuán felices y agradecidos debíamos sentirnos de que los monarcas de Europa no sean los únicos propietarios de la tierra! Si lo fueran buscaríamos en vano campos bien cultivados y poblados, ciudades bien construidas y prosperas y un pueblo educado y floreciente. Si este principio prevaleciese, muy diferentes serían la verdadera riqueza y el poder de los soberanos de Europa, y la lealtad y libertad con las que son servidosremarían, por el contrario, sobre soledades y desiertos, sobre mendigos y bárbaros. Los reyes de Asia, movidos por una ciega pasión y por la ambición de ser más absolutos de lo que está permitido por las leyes de Dios y de la naturaleza, acaparan todo hasta que al final todo lo pierden; al desear excesivas riquezas, se encuentran sin ninguna o con muchas menos de las ambicionadas por su codicia. Si entre nosotros existiera el mismo gobierno, ¿dónde encontraríamos príncipes prelados o nobles burgueses opulentos y mercaderes prósperos, o ingeniosos artesanos? ¿Donde buscaríamos ciudades como París, Lyon, Toulouse Ruán o si lo preferís, Londres y tantas otras? ¿Dónde podríamos encontrar ese numero infinito de pequeñas ciudades y aldeas, todas esas hermosas casas de campo, esos campos y colinas primorosos, cultivados con tanto carino, arte y trabajo? ¿Qué sería de ¡os grandes ingresos que producen tanto a los súbditos como al soberano? A causa de su aire nocivo nuestras grandes ciudades se harían inhabitables, y caerían en la ruina sin despertar en nadie el deseo de detener su decadencia; nuestras colinas quedarían abandonadas y nuestras llanuras serían invadidas por espinos y malas hierbas o cubiertas por pestilentes cenagales» (Travels in the Moghul empire, pp. 232-3).
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más elevada meseta asiática. El riego artificial es aquí la condición p r i m e r a de la agricultura, y esto es cosa de las comunas, de las provincias o del gobierno central. Y u n gobierno oriental n u n c a tuvo m á s de t r e s d e p a r t a m e n t o s : finanzas (pillaje interno), guerra (pillaje i n t e r n o y en el exterior) y o b r a s públicas (cuidado de la reproducción) [ . . . ] E s t a fertilización artificial de la tierra, que cesó i n m e d i a t a m e n t e c u a n d o cayó en decadencia el sistema de riego, explica el hecho, p o r o t r a p a r t e 1 r-riese, de oue brandes extensiones, otrorr. b r i l l a n t e m ' n ' r tivadas, sean a h o r a desoladas y desnudas (Palmira, Petra, las ruinas del Yemen, distritos de Egipto, Persia e Indostán); explica el h e c h o de que u n a sola guerra devastadora p u d i e r a despoblar d u r a n t e siglos a u n país, despojándolo de toda su civilización» 30. Una s e m a n a después, Marx contestó m o s t r a n d o su acuerdo con la i m p o r t a n c i a de las obras públicas p a r a la sociedad asiática y s u b r a y a n d o la coexistencia con ellas de aldeas autosuficientes: «El carácter estacionario de esta p a r t e de Asia —a pesar de t o d o el m o v i m i e n t o sin sentido en la superficie política— se explica p l e n a m e n t e p o r dos circunstancias interdependientes: 1) las obras públicas eran cosa del gobierno central; 2) además, t o d o el imperio, sin c o n t a r las pocas y grandes ciudades, se dividía en aldeas, cada u n a de las cuales poseía u n a organización c o m p l e t a m e n t e separada y f o r m a b a u n p e q u e ñ o m u n d o c e r r a d o [ . . . ] E n algunas de estas comunidades, las tier r a s de la aldea se cultivan en común, y en la mayoría de los casos cada o c u p a n t e cultiva su p r o p i o predio. En su sociedad existe la esclavitud y el sistema de castas. Las tierras baldías están destinadas al p a s t o r e o común. Las esposas e h i j a s son las encargadas del t e j i d o e hilado domésticos. E s t a s repúblicas idílicas, que sólo g u a r d a b a n celosamente los límites de su aldea en c o n t r a de la aldea vecina, a ú n existen en f o r m a b a s t a n t e perfecta en las p a r t e s noroccidentales de la India, que sólo en fecha reciente cayeron en m a n o s inglesas. No creo que p u d i e r a imaginarse cimiento m á s sólido p a r a el e s t a n c a m i e n t o del desp o t i s m o asiático.» Y Marx añadía, de m o d o significativo: «En todo caso, parecen h a b e r sido los m a h o m e t a n o s los p r i m e r o s en establecer el principio de la "no p r o p i e d a d de la tierra a través de t o d a Asia» 31 . » K. Marx y F. Engels, Selected correspondence, p 82 Correspondencia, p. 62], Obsérvese que Engels habla aquí específicamente de «civin ZaC
>f"selected
correspondence,
pp. 85-6 [Correspondencia, pp. 64-5].
478 478 Dos notas En las m i s m a s fechas, Marx p r e s e n t ó al público sus comunes reflexiones en u n a serie de artículos escritos p a r a el New York Daily Tribune: «El clima y las condiciones del suelo, particularmente en los vastos espacios desérticos que se extienden desde el S a h a r a a través de Arabia, Persia, la India y Tartaria hasta las regiones m á s elevadas de la meseta asiática, convirtieron el sistema de irrigación artificial p o r m e d i o de canales y otras obras de riego en la base de la agricultura oriental. Al igual que en Egipto y en la India, las inundaciones son utilizadas p a r a fertilizar el suelo en Mesopotamia, Persia y o t r o s lugares; el alto nivel de las aguas sirve p a r a llenar los canales de riego. Esta necesidad elemental de u n uso económico y común del agua hizo que en Occidente los e m p r e s a r i o s privados se agrupasen en asociaciones voluntarias, como o c u r r i ó en Flandes e Italia; en Oriente, el b a j o nivel de civilización y lo extenso de los territorios impidieron que surgiesen asociaciones voluntarias e impusieron la intervención del p o d e r centralizad o r del gobierno. De aquí que todos los gobiernos asiáticos tuviesen que d e s e m p e ñ a r esa función económica: la organización de las obras públicas» 3 2 . Marx s u b r a y a b a a continuación que la base social de este gobierno era en la India «la unión patriarcal e n t r e la agricultura y la artesanía» en el «llamado vtllage system [ . . . ] que daba a cada u n a de esas pequeñas agrupaciones su organización a u t ó n o m a y su vida peculiar» 3 3 . El dominio británico había aplastado la s u p e r e s t r u c t u r a política del E s t a d o imperial mogol y ya estaba a t a c a n d o a la infrae s t r u c t u r a socioeconómica en la q u e aquél descansaba p o r medio de la introducción forzosa de la p r o p i e d a d p r i v a d a de la tierra: «Los propios zamindari y ryotwari, p o r execrables que sean, r e p r e s e n t a n dos f o r m a s distintas de propiedad privada de la tierra, tan ansiada p o r la sociedad asiática» 34. En u n pár r a f o dramático, lleno de pasión y elocuencia, Marx analizó las consecuencias históricas de la conquista del suelo asiático p o r Europa, que ya se hacían presentes: « [ . . . ] p o r muy lamentable que sea desde un p u n t o de vista h u m a n o ver c ó m o se desorganizan y disuelven esas decenas de miles de organizaciones sociales laboriosas, patriarcales e inofensivas; p o r triste que sea " Krule in México, 3) On On artículo
Mane y F. Engels, On colonialism, Moscú, 1960, p. 33: «The British India», artículo del 10 de junio de 1853 [Sobre el colonialismo, Pasado y Presente, 1979, p. 38], colonialism, p. 35 [ S o b r e el colonialismo, p 40] colonialism, p. 77: «The future results of British rule in India» del 22 de julio de 1853 [ S o b r e el colonialismo p 79]
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verlas sumidas en u n m a r de dolor, c o n t e m p l a r c ó m o cada u n o de sus m i e m b r o s va p e r d i e n d o a la vez sus viejas f o r m a s de civilización y sus medios tradicionales de subsistencia, no debemos olvidar al m i s m o tiempo que esas idílicas c o m u n i d a d e s rurales, p o r inofensivas que pareciesen, constituyeron siempre una sólida base p a r a el despotismo oriental; que restringieron el intelecto h u m a n o a los límites m á s estrechos, convirtiéndolo en u n i n s t r u m e n t o sumiso de la superstición, sometiéndolo a la esclavitud de reglas tradicionales y privándolo de toda grandeza y de toda iniciativa histórica. No debemos olvid a r el b á r b a r o egoísmo que, concentrado en u n mísero pedazo de tierra, contemplaba t r a n q u i l a m e n t e la r u i n a de imperios enteros, la p e r p e t r a c i ó n de crueldades indecibles, el aniquilam i e n t o de la población de grandes ciudades, sin p r e s t a r a t o d o esto m á s atención q u e a los fenómenos de la naturaleza, y convirtiéndose a su vez en presa fácil p a r a cualquier agresor que se dignase f i j a r en él su atención» 3 5 . Marx añadía: «No deb e m o s olvidar que esas p e q u e ñ a s c o m u n i d a d e s e s t a b a n contam i n a d a s p o r las diferencias de casta y p o r la esclavitud, q u e sometían al h o m b r e a las circunstancias exteriores en lugar de hacerlo soberano de dichas circunstancias; q u e convirtieron su e s t a d o social, que se desarrollaba p o r sí solo, en u n destino n a t u r a l e inmutable» 3 6 . La correspondencia privada de Marx y sus artículos periodísticos de 1853 estaban, p o r tanto, m u y cerca de los principales t e m a s del tradicional c o m e n t a r i o e u r o p e o sobre la historia y la sociedad asiática, t a n t o p o r su t o n o como p o r su enfoque. Esta continuidad, reconocida desde el principio p o r la invocación a Bernier, resulta especialmente llamativa en la repetida afirmación de Marx relativa al a n q u i l o s a m i e n t o y a la inmutabilidad d e l m u n d o oriental. «La sociedad h i n d ú carece p o r completo de historia, o p o r lo menos de h i s t o r i a conocida» 37, escribió Marx, y pocos años después se refirió a China diciendo q u e vegetaba «a despecho de la época» 3 8 . Sin embargo, de t o d a su correspondencia con Engels p u e d e n deducirse dos p u n t o s principales, que t a m b i é n h a b í a n sido presagiados p a r c i a l m e n t e p o r la tradición anterior. El p r i m e r o era la noción de que las obras públicas de regadío, exigidas p o r la aridez del clima, ha* On colonialism, p. 36 [Sobre el colonialismo, » Ibid., p. 37 [p. 41]. 17 Ibid., p. 76 [p. 78]. » Ibid., p. 198 [p. 182].
p. 41].
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bían sido un d e t e r m i n a n t e básico de los estados despóticos centralizados de Asia, poseedores del monopolio de la tierra. Esta idea era, en efecto, la fusión de tres t e m a s q u e hasta entonces habían estado relativamente separados: la agricultura hidráulica (Smith), el destino geográfico (Montesquieu) y la propiedad estatal de la tierra (Bernier). A e s t o se añadía un segundo elemento temático con la a f i r m a c i ó n de que las células sociales básicas sobre las que se i m p l a n t a b a el despotism o oriental eran las c o m u n i d a d e s aldeanas autosuficientes que incorporaban la unión de la artesanía y el cultivo domésticos. E s t a concepción t a m b i é n había sido avanzada p o r la tradición a n t e r i o r (Hegel). Marx, cuya información procedía de los i n f o r m e s de la administración colonial británica en la India, le dio una nueva y más p r o m i n e n t e posición d e n t r o del esq u e m a general que había heredado. El E s t a d o hidráulico «por arriba» y la aldea a u t á r q u i c a «por abajo» se unían a h o r a en u n a sola f ó r m u l a , en la que existía u n equilibrio conceptual e n t r e ambos. Sin embargo, c u a t r o o cinco años después, c u a n d o Marx redactó los Grundrisse, esta última noción de «comunidad aldeana autosuficiente» f u e la que a d q u i r i ó u n a inconfundible función predominante en su análisis de lo que h a b r í a de llamar «modo de producción asiático». Pues Marx había llegado a pensar que la propiedad estatal del suelo en Oriente ocultaba la propiedad tribal comunal de aquél p o r las aldeas autosuficientes, que eran la realidad socioeconómica oculta tras la «unidad imaginaria» de los derechos del soberano déspota sobre la tier r a . «La unidad omnicomprensiva que está p o r encima de todas estas p e q u e ñ a s entidades c o m u n i t a r i a s puede a p a r e c e r como el propietario superior o c o m o el único propietario, de tal m o d o que las comunidades efectivas sólo aparecen como poseedores hereditarios [...] El déspota aparece aquí c o m o padre de las m u c h a s entidades comunitarias y realiza de esta f o r m a la c o m ú n u n i d a d de todas ellas. El p l u s p r o d u c t o pertenece entonces de p o r sí a esta u n i d a d s u p r e m a . Por lo tanto, en medio del d e s p o t i s m o oriental y de la carencia de propiedad a la que j u r í d i c a m e n t e parece conducir, existe de hecho, como f u n d a m e n t o , esta p r o p i e d a d c o m u n i t a r i a o tribal, prod u c t o sobre todo de u n a combinación de m a n u f a c t u r a y agricultura d e n t r o de la pequeña comunidad, q u e de ese m o d o se vuelve e n t e r a m e n t e self-sustaining (autosuficiente) y contiene en sí m i s m a todas las condiciones de la producción y de la
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plusproducción» 3 9 . Esta innovación temática venía acompañada de u n a extensión considerable del c a m p o de aplicación de la concepción de Marx de este m o d o de producción, que ya n o se ligaba tan d i r e c t a m e n t e a Asia. Así, Marx escribe a continuación: «Este tipo de propiedad comunitaria, en t a n t o se realiza realmente en el t r a b a j o , p u e d e a su vez a p a r e c e r de dos maneras: p o r u n lado, las p e q u e ñ a s c o m u n i d a d e s p u e d e n vegetar independientemente u n a al lado de la otra, y en ellas el individuo t r a b a j a independientemente, con su familia, en el lote que le h a sido asignado; o, p o r el o t r o lado, la u n i d a d p u e d e extenderse hasta incluir t a m b i é n el c a r á c t e r colectivo del trab a j o mismo, lo cual puede constituir un sistema formalizado, como en México, en especial en Perú, e n t r e los antiguos celtas, y algunas tribus de la India. Además, el carácter colectivo puede e s t a r p r e s e n t e en la t r i b u de m o d o que la u n i d a d esté repres e n t a d a p o r u n jefe de la familia tribal o como la relación recíproca e n t r e los p a d r e s de familia. Según esto, la entidad com u n i t a r i a t e n d r á u n a f o r m a m á s despótica o m á s democrática. E n consecuencia, las condiciones colectivas de la apropiación real a través del t r a b a j o , p o r ejemplo, los sistemas de regadío (muy i m p o r t a n t e s e n t r e los pueblos asiáticos), los sistemas de comunicación, etc., aparecen como o b r a de la u n i d a d superior, del gobierno despótico q u e flota p o r e n c i m a de las p e q u e ñ a s comunidades» 4 0 . Posiblemente, Marx creía que estos gobiernos despóticos reclutaban d e s t a c a m e n t o s de t r a b a j a d o r e s n o cualificados procedentes de sus poblaciones, a lo que llamaba «la «esclavitud general del Oriente» 4 1 (que n o hay q u e c o n f u n d i r , subrayaba Marx, con la esclavitud p r o p i a m e n t e dicha de la Antigüedad clásica en el Mediterráneo). En estas condiciones, en Asia las ciudades eran p o r lo general contingentes y superestructurales: «En estos casos, las ciudades p r o p i a m e n t e dichas surgen j u n t o a estas aldeas sólo en aquel p u n t o que es particul a r m e n t e favorable p a r a el comercio con el exterior o allí donde el g o b e r n a n t e y sus s á t r a p a s i n t e r c a m b i a n sus ingresos (plusproducto) p o r t r a b a j o , gastan esos ingresos como f o n d o s de t r a b a j o [ . . . ] La historia asiática es u n a especie de u n i d a d indiferenciada de ciudad y c a m p o (en este caso las ciudades verd a d e r a m e n t e g r a n d e s deben ser consideradas m e r a m e n t e como 39 Pre-capitalist economic jormations, 473 [Elementos, vol. 1, p. 435]). 40 Precapitalist economic jormations, 474 [Elementos, vol. 1, p. 435]). 41 Ibid., p. 95 (Grundrisse [Elementos,
pp. 69-70 (Grundrisse, pp. 472pp. 70-1 (Grundrisse, pp. 473vol. 1, p. 457]).
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c a m p a m e n t o señorial, c o m o u n a superfetación sobre la estruct u r a p r o p i a m e n t e económica)» 4 2 . En este p u n t o vuelve a ser p e r f e c t a m e n t e audible el eco de Bernier, q u e inspiró las prim e r a s reflexiones de Marx sobre el Oriente en 1853. El elemento nuevo y decisivo en los escritos de Marx de 1857-8 sobre lo q u e u n a ñ o después h a b r í a de designar form a l m e n t e , p o r p r i m e r a y única vez, c o m o «modo de producción asiático» 4 3 era la idea de q u e en Asia y en o t r a s p a r t e s existió u n a p r o p i e d a d tribal o comunal del suelo p o r aldeas autosuficientes, oculta p o r el velo oficial de la p r o p i e d a d estatal de la tier r a . Sin embargo, en sus escritos t e r m i n a d o s y publicados Marx n u n c a c o n f i r m ó explícitamente esta nueva concepción. Al contrario, en El capital volvió sustancialmente a las anteriores posiciones de su correspondencia con Engels, ya que, p o r u n a parte, subrayó u n a vez más, y con m á s fuerza q u e antes, la i m p o r t a n c i a de la peculiar e s t r u c t u r a de las c o m u n i d a d e s aldeanas de la India, que, según a f i r m a b a , e r a n el p r o t o t i p o de toda el Asia. Marx las describió de la siguiente f o r m a : «Esas antiquísimas y pequeñas entidades comunitarias indias, que en p a r t e todavía p e r d u r a n , se f u n d a n en la posesión comunal del suelo, en la asociación directa e n t r e la agricultura y el artes a n a d o y en u n a división f i j a del t r a b a j o [ . . . ] En distintas regiones de la India existen f o r m a s distintas de la entidad comunitaria. En la f o r m a más simple, la comunidad cultiva la tierra colectivamente y distribuye los p r o d u c t o s del suelo e n t r e sus m i e m b r o s , m i e n t r a s que cada familia practica el hilado, el tejido, etc., c o m o industria doméstica subsidiaria. Al lado de esta masa ocupada de m a n e r a s e m e j a n t e , e n c o n t r a m o s al "vecino principal", juez, policía y r e c a u d a d o r de impuestos, t o d o a la vez; el tenedor de libros, que lleva las cuentas acerca de los cultivos y registra y asienta en el c a t a s t r o todo lo relativo a los mismos; u n tercer funcionario, q u e persigue a los delincuentes y protege a los forasteros, a c o m p a ñ á n d o l o s de u n a aldea a la otra; el g u a r d a f r o n t e r a s , que vigila los límites e n t r e la c o m u n i d a d y las comunidades vecinas; el i n s p e c t o r de aguas, que distribuye, p a r a su u s o agrícola, el agua de los depósitos comunales; el b r a h m á n , q u e desempeña las funciones del culto 42 Ibid., pp. 71, 77-8 (Grundrisse, pp. 495, 474, 479 [ E l e m e n t o s , vol. 1 páginas 456, 436, 442]). 43 «A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués». «Preface» a Contribution to the critique of political economy, Londres, 1971 p 21 [Obras Escogidas, I, p. 374].
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religioso; el maestro, q u e enseña a los niños de la c o m u n i d a d a escribir y leer en la arena; el b r a h m á n del calendario, q u e e n su condición de astrólogo indica los m o m e n t o s propicios p a r a la siembra y la cosecha, así como las h o r a s favorables o desfavorables p a r a todos los d e m á s t r a b a j o s agrícolas; u n h e r r e r o y u n carpintero, que construyen y r e p a r a n i n s t r u m e n t o s de labranza; el alfarero, q u e p r o d u c e t o d a s las vasijas de la aldea; el b a r b e r o ; el lavandero, ocupado en la limpieza de las ropas; el platero, y aquí y allá el poeta, que en algunas c o m u n i d a d e s reemplaza al platero, en o t r a s al m a e s t r o . E s t a docena de personas se m a n t i e n e a expensas de toda la c o m u n i d a d . Si la población a u m e n t a , se asienta en tierras baldías u n a nueva comunidad organizada c o n f o r m e al p r o t o t i p o de la antigua» 4 4 . Hay que observar q u e este relato es casi p a l a b r a p o r p a l a b r a (incluso en el m i s m o orden de la lista de ocupaciones rústicas en la aldea, juez, inspector de aguas, b r a h m á n , astrólogo, herrero, carpintero, alfarero, b a r b e r o , lavandero, poeta) idéntico al de Hegel en La filosofía de la historia, antes citado. Los únicos cambios en las dramatis personae son u n a m a y o r extensión d e la lista y la sustitución del «médico, las bailarinas y el músico» de Hegel p o r los m á s prosaicos « g u a r d a f r o n t e r a s , p l a t e r o y maestro» de Marx 4 5 . Las conclusiones políticas q u e Marx d e d u j o de su miniaturizado d i o r a m a social r e c o r d a b a n con idéntica exactitud las q u e Hegel h a b í a p r o p u e s t o t r e i n t a y cinco años antes: la plétora sin f o r m a de aldeas autosuficientes, con su unión de artesanía y agricultura, y el cultivo colectivo e r a la base social de la i n m u t a b i l i d a d asiática, p o r q u e las inalterables comunidades aldeanas q u e d a b a n aisladas de los destinos del E s t a d o sit u a d o p o r encima de ellas. «El sencillo o r g a n i s m o productivo de estas entidades comunitarias autosuficientes, q u e se reproducen s i e m p r e en la m i s m a f o r m a y que c u a n d o son ocasionalm e n t e d e s t r u i d a s se reconstruyen en el m i s m o lugar, con el m i s m o n o m b r e , p r o p o r c i o n a la clave que explica el misterio de la inmutabilidad de las sociedades asiáticas, t a n sorprendentem e n t e c o n t r a s t a d a p o r la constante disolución y f o r m a c i ó n de Estados asiáticos y el c a m b i o incesante de dinastías. Las tem44
Capital, i, pp. 357-8 [El capital, I, pp. 434-36]. Como es obvio, Hegel y Marx utilizaban alguna fuente común. Louis Dumont ha señalado que el paradigma original de estas descripciones estereotipadas era un informe de Munro del año 1806: véase «The "village community" from Munro to Maine», Contributions to Indian Sociology, ix, diciembre de 1966, pp. 70-3. El relato de Munro fue constantemente reiterado y ampliado durante las décadas siguientes. 45
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pestades en la región política de las nubes d e j a n indemne la e s t r u c t u r a de los elementos f u n d a m e n t a l e s económicos de la sociedad» 4 6 . Por o t r a parte, m i e n t r a s Marx sostenía que estas aldeas se caracterizaban p o r la posesión común de la tierra y, a m e n u d o , p o r su cultivo colectivo, ya n o a f i r m a b a que en ellas se e n c a r n a b a la propiedad comunal o tribal del suelo. Por el contrario, ahora volvía a la r e a f i r m a c i ó n abierta e inequívoca de su p r i m e r a posición, según la cual las sociedades asiáticas se definían esencialmente p o r la propiedad estatal de la tierra. «Si n o es el t e r r a t e n i e n t e privado sino, como sucede en Asia, el E s t a d o quien los e n f r e n t a d i r e c t a m e n t e como t e r r a t e n i e n t e y a la vez c o m o soberano, entonces coinciden la r e n t a y el impuesto o, m e j o r dicho, n o existe entonces ningún i m p u e s t o que difiera de esta f o r m a de la r e n t a de la tierra. En estas circunstancias, la relación de dependencia, t a n t o en lo político c o m o en lo económico, n o necesita poseer ninguna f o r m a m á s d u r a que la que le es c o m ú n a cualquier condición de súbditos con respecto a ese Estado. El Estado, en este caso, es el s u p r e m o terrateniente. La soberanía es aquí la propiedad del suelo conc e n t r a d a en escala nacional. Pero, en cambio, no existe la propiedad privada de la tierra, a u n q u e sí la posesión y u s u f r u c t o , t a n t o privados como comunitarios, del suelo» 4 7 . Así pues, el Marx m a d u r o de El capital permanecía sustancialmente fiel a la clásica imagen europea de Asia, que había h e r e d a d o de u n a larga serie de predecesores. Quedan todavía p o r considerar las ú l t i m a s e informales intervenciones de Marx y Engels relacionadas con el t e m a del «despotismo oriental». Puede a f i r m a r s e desde el principio q u e p r á c t i c a m e n t e todas estas f r a s e s posteriores a El capital —la mayor p a r t e de ellas se e n c u e n t r a n en su correspondencia— vuelven de nuevo al t e m a característico de los Grundrisse: vinculan u n a y o t r a vez la propiedad comunal de la tierra p o r las aldeas autosuficientes con el despotismo asiático centralizado y a f i r m a n q u e aquélla es la base socioeconómica de éste. Así Marx, en los b o r r a d o r e s de sus cartas a Zasúlich de 1881, al definir a la c o m u n i d a d del mir r u s o b a j o el z a r i s m o como de u n tipo en el que «la propiedad de la tierra es comunal, p e r o cada campesino cultiva p o r cuenta propia su propia parcela» a f i r m a : «El aislamiento de las comunidades aldeanas, la falta de vínculos e n t r e ellas, e n t r e esos microcosmos ligados " Capital, " Capital,
I, p. 358 [El capital, I, p. 436], III, pp. 771-2 [ £ / capital, III, p. 1006],
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localmente, no es en todas p a r t e s una característica intrínseca del ú l t i m o de los tipos primitivos. Sin embargo, c u a n d o se da p e r m i t e la aparición de u n d e s p o t i s m o central situado p o r encima de las comunidades» 4 8 . Engels, p o r su parte, r e p r o d u j o en dos ocasiones el m i s m o tema. En 1875, m u c h o antes de la correspondencia de Marx con Zasúlich, Engels había escrito en un artículo sobre Rusia: «El completo aislamiento de estas comunidades, que crea en el c a m p o intereses idénticos, p e r o en m o d o alguno comunes, es la base n a t u r a l del despotismo oriental: desde la India h a s t a Rusia, dondequiera que h a pred o m i n a d o esta f o r m a social, ha e n g e n d r a d o a ese E s t a d o como su complemento» 4 9 . En 1882, en u n m a n u s c r i t o n o publicado sobre la época f r a n c a en la historia de E u r o p a occidental, Engels señaló de nuevo: «Allí donde el E s t a d o aparece en u n a época en que la c o m u n i d a d aldeana cultiva su tierra en común o, p o r lo menos, la r e p a r t e t e m p o r a l m e n t e e n t r e las diferentes familias y, p o r consiguiente, donde todavía n o ha aparecido la propiedad privada del suelo —como ocurrió con los pueblos arios de Asia y con los rusos—, el p o d e r estatal a d o p t a la form a de u n despotismo» 5 0 . Finalmente, en la principal de sus obras publicadas de esta época Engels r e a f i r m ó las dos ideas que desde el principio h a b í a n distinguido con m á s fuerza sus comunes reflexiones con Marx. Por u n a p a r t e , Engels r e i t e r a —después de un lapso de dos décadas— la i m p o r t a n c i a de las o b r a s hidráulicas p a r a la f o r m a c i ó n de los estados despóticos de Asia. «Los m u c h o s despotismos que h a n aparecido y desaparecido en Persia y la India sabían siempre muy bien q u e e r a n a n t e todo los e m p r e s a r i o s colectivos de la irrigación de los valles fluviales, sin la cual no es posible la agricultura en esas regiones» 5*. Al m i s m o tiempo, Engels insiste u n a vez más en la típica subsistencia, p o r d e b a j o de los despotismos asiáticos, de las c o m u n i d a d e s de aldea con propiedad colectiva de la tierra. Al c o m e n t a r que «en t o d o el Oriente [ . . . ] la comunidad [ a l d e a n a ] o el E s t a d o son propietarios del suelo» 5 2 , Engels a ñ a d e que la f o r m a m á s antigua de estas c o m u n i d a d e s —precis a m e n t e aquellas a las que atribuye la propiedad comunal de " Estas observaciones están tomadas del segundo borrador de la carta a Zasúlich; se reproducen en los textos complementarios de Pre-capitalist economic formations, p. 143. " Marx-Engels, Werke, vol. 18, p. 563. » Werke, vol. 19, p. 475. 51 Anti-Dühring, Moscú, 1947, p. 215 [Anti-Dühring, Barcelona, Critica, 1977, p. 185]. » Ibid., p. 211 [p. 182].
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la tierra— constituye el f u n d a m e n t o del despotismo: «Las viej a s comunidades primitivas, d o n d e subsistieron a p e s a r de todo, constituyen precisamente desde hace milenios el f u n d a m e n t o de la m á s grosera f o r m a de Estado, el despotismo oriental, desde la India h a s t a Rusia» 5 3 . E s t a a f i r m a c i ó n categórica p u e d e c e r r a r n u e s t r o examen de las opiniones q u e sobre la historia y la sociedad asiática tenían los f u n d a d o r e s del m a t e r i a l i s m o histórico. Para resumirlas, es evidente que la negativa de Marx a generalizar, m á s allá de E u r o p a , el m o d o de producción feudal tenía su c o r r e l a t o en la convicción positiva, c o m p a r t i d a p o r Engels, de q u e existía u n específico «modo de producción asiático», característico del Oriente, q u e le s e p a r a b a histórica y sociológicamente de Occidente. La nota central de este m o d o de producción, que le distinguía i n m e d i a t a m e n t e del feudalismo, era la ausencia de propiedad privada de la tierra. Para Marx, ésta era la p r i m e r a «clave» de toda la e s t r u c t u r a del m o d o de producción asiático. Engels atribuía esta falta de p r o p i e d a d agraria individual a la aridez del clima, q u e exigía grandes o b r a s de regadío y, p o r tanto, la supervisión p o r el E s t a d o de las fuerzas de producción. Marx acarició d u r a n t e u n t i e m p o la hipótesis de q u e había sido i n t r o d u c i d a en Oriente p o r la conquista islámica, p e r o después a d o p t ó t a m b i é n la tesis de Engels de q u e la agric u l t u r a hidráulica era p r o b a b l e m e n t e la base geográfica de la ausencia de propiedad privada de la tierra que distinguía al m o d o de producción asiático. Más tarde, sin embargo, llegó a creer en los Grundrisse q u e la propiedad estatal del suelo ocultaba en el Oriente u n a propiedad tribal-comunal de aquél p o r aldeas autosuficientes. E n El capital, Marx a b a n d o n ó esta idea, rea f i r m a n d o el tradicional axioma e u r o p e o del monopolio estatal de la tierra en Asia, a la p a r q u e m a n t e n í a su convicción sobre la i m p o r t a n c i a de las comunidades r u r a l e s cerradas como base de la sociedad oriental. Sin embargo, en las dos décadas q u e siguen a la publicación de El capital, Marx y Engels volvieron a la idea de que la base social del despotismo oriental era la comunidad aldeana autosuficiente con propiedad agraria comunal. Debido a todas estas oscilaciones, n o es posible deducir de sus escritos ningún análisis coherente o sistemático del «modo de producción asiático». Pero, teniendo e s t o en cuenta, el b o s q u e j o de lo que Marx creía que era el a r q u e t i p o de la f o r m a c i ó n social asiática incluye los siguientes elementos fun-
" Ibid., p. 217 [p. 187],
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damentales: la ausencia de propiedad privada de la tierra, la presencia de grandes sistemas de regadío en la agricultura, la existencia de c o m u n i d a d e s de aldea a u t á r q u i c a s q u e c o m b i n a n la artesanía con el cultivo y la propiedad comunal del suelo, el e s t a n c a m i e n t o de u n a s ciudades pasivamente rentistas o burocráticas y la dominación de u n a despótica m á q u i n a de Estado que a c a p a r a el grueso del excedente y f u n c i o n a n o sólo como a p a r a t o central de represión de la clase dominante, sino como su principal i n s t r u m e n t o de explotación económica. Entre las aldeas que se r e p r o d u c e n a sí m i s m a s «por abajo» y el E s t a d o h i p e r t r o f i a d o «por arriba» n o existe ninguna fuerza intermedia. El i m p a c t o del E s t a d o sobre el mosaico de aldeas situadas b a j o él es p u r a m e n t e externo y t r i b u t a r i o ; t a n t o su consolidación como su destrucción n o afectan p a r a n a d a a la sociedad rural. La historia política de Oriente es, p o r tanto, esencialmente cíclica: n o contiene ningún desarrollo dinámico o acumulativo. El r e s u l t a d o es la inercia e inmutabilidad secular de Asia u n a vez que h a alcanzado su específico nivel de civilización.
III El concepto de «modo de producción asiático» de Marx h a cob r a d o recientemente u n a fuerza notable: m u c h o s escritores, conscientes del callejón sin salida al que conduce u n feudalism o casi universal, lo h a n recibido como la emancipación teórica de u n e s q u e m a excesivamente rígido y lineal del desarrollo histórico. Tras h a b e r caído en el olvido d u r a n t e u n largo período, el «modo de producción asiático» h a alcanzado en la actualidad nueva f o r t u n a 5 4 . P a r a lo que nos p r o p o n e m o s en esta nota, es evidente que la ocupación o t o m a n a de los Balcanes plantea a todo estudio m a r x i s t a de historia incluso puram e n t e europea el p r o b l e m a de saber si ese concepto es u n a guía válida p a r a el E s t a d o t u r c o que existió en el m i s m o continente a la espalda del feudalismo. La función original del concepto de Marx está b a s t a n t e clara: esencialmente está destinado a explicar la incapacidad de las grandes civilizaciones S4 Dos volúmenes ofrecen buena muestra de ello: el amplio simposio de ensayos Sur le «mode de production asiatique», París, 1969, que contiene una bibliografía de otras muchas contribuciones a este tema; y la visión general de G Sofri, II modo de produzione asiatico, Turín, 1969 [El modo de producción asiático, Barcelona, Península, 1971].
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no europeas de su propio tiempo —a p e s a r de su altísimo nivel de realizaciones culturales— p a r a evolucionar hacia el capitalismo, como había hecho E u r o p a . Los despotismos orientales en los que Marx inicialmente p e n s a b a e r a n los imperios asiáticos recientes o c o n t e m p o r á n e o s de Turquía, Persia, India y China, es decir, aquellos que ya habían sido el núcleo del estudio de Jones. En realidad, la m a y o r p a r t e de sus datos están t o m a d o s del único caso de la India mogol, destruida cien años antes p o r los británicos. Sin embargo, en los p á r r a f o s algo posteriores de los Grundrisse, Marx procedió a extender su aplicación del «asiatismo» a u n a gama m u y diferente de sociedades, todas ellas situadas f u e r a de Asia, especialmente a las formaciones sociales a m e r i c a n a s de México y Perú antes de la conquista española e incluso a los celtas y a o t r a s sociedades tribales. La razón de este deslizamiento conceptual es evidente a p a r t i r de los m i s m o s b o r r a d o r e s de los Grundrisse. Marx había llegado a creer que la realidad f u n d a m e n t a l del m o d o de producción «asiático» no era la p r o p i e d a d estatal de la tierra, ni las obras hidráulicas centralizadas o el despotismo político, sino la «propiedad tribal o comunal» de la tierra en aldeas autosuficientes q u e c o m b i n a b a n la artesanía y la agricultura. E n el m a r c o de este e s q u e m a original, todo el hincapié de su interés había p a s a d o del E s t a d o b u r o c r á t i c o a las aldeas autárquicas. Una vez que estas últimas h a b í a n sido definidas como «tribales» y adscritas a u n sistema comunal, m á s o m e n o s igualitario, de producción y propiedad, se abrió la vía p a r a u n a extensión indefinida del concepto de m o d o de producción asiático a sociedades de u n tipo t o t a l m e n t e distinto al de aquellas p a r a las que inicialmente parecía destinado p o r Marx y Engels en su correspondencia, es decir, a sociedades que n o e r a n ni «orientales» en su ubicación ni relativamente «civilizadas» en su desarrollo. E n El capital, Marx d u d ó acerca de la lógica de esta evolución y, en parte, volvió de nuevo a sus concepciones originales. A p a r t i r de entonces, sin embargo, t a n t o Engels c o m o Marx desarrollaron los temas de la propiedad comunal o tribal de las aldeas autosuficientes c o m o f u n d a m e n t o de los Estados despóticos, sin m á s matizaciones. En la actualidad, es evidente q u e la discusión y utilización c o n t e m p o r á n e a s del concepto de m o d o de producción asiático se h a n c e n t r a d o a m p l i a m e n t e en los b o r r a d o r e s de 1857-58 y en sus dispersas secuelas de 1875-82, y al hacerlo así se ha tendido a radicalizar las tendencias c e n t r í f u g a s del concepto que aparecieron p o r vez p r i m e r a en los Grundrisse. Efectiva-
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mente, el concepto se h a extendido en dos direcciones diferentes. Por u n a parte, se h a proyectado hacia atrás, h a s t a incluir a las sociedades antiguas de Oriente Medio y del Mediterráneo, anteriores a la época clásica: la Mesopotamia sumeria, el Egipto faraónico, la Anatolia hitita, la Grecia micénica o la Italia etrusca. Este uso del concepto conserva su hincapié original en u n poderoso E s t a d o centralizado y, a m e n u d o , en la agricultura hidráulica, y se c e n t r a en la «esclavitud generalizada» p o r la presencia de d e s t a c a m e n t o s de t r a b a j a d o r e s forzados y no cualificados, reclutados de e n t r e las primitivas poblaciones rurales p o r u n p o d e r b u r o c r á t i c o superior situado p o r encima de ellas 5 5 . Al m i s m o tiempo, h a tenido lugar u n a segunda ampliación del concepto en u n a dirección diferente. El «modo de producción asiático» t a m b i é n se h a a m p l i a d o p a r a a b a r c a r a las p r i m e r a s organizaciones estatales de formaciones sociales tribales o semitribales, con u n nivel de civilización m u c h o m á s b a j o del que tenía la Antigüedad preclásica: las islas de Polinesia, los cacicazgos africanos, los asentamientos amerindios. E s t a utilización s u p r i m e n o r m a l m e n t e todo hincapié en las grandes o b r a s de regadío o en u n E s t a d o p a r t i c u l a r m e n t e despótico y se c e n t r a esencialmente en la supervivencia de las relaciones de parentesco, de la propiedad r u r a l comunal y de aldeas u n i d a s y autosuficientes. Todo este m o d o de p r o d u c c i ó n se considera como de «transición» e n t r e u n a sociedad sin clases y o t r a clasista pero q u e conserva m u c h o s rasgos de la anterior 5 6 . El r e s u l t a d o de estas dos tendencias h a sido u n a enor55 El mejor ejemplo de esta tendencia es el estudio de Charles Parain, «Proto-histoire mediterranéenne et mode de production asiatique», en Sur le «mode de production asiatique», pp. 169-94, que examina las formaciones sociales megalítica, creto-micénica y etrusca; ensayo lleno de interés, incluso cuando es imposible estar de acuerdo con sus clasificaciones básicas. . . 56 Dentro de esta corriente, la aportación mas importante la constituyen los dos estudios de Maurice Godelier, «La notion de "mode de production asiatique" et les schémas marxistes d'evolution des societes», en Sur le «mode de production asiatique», pp. 47-100, y el largo «Preface» a Sur les sociétés pré-capitalistes: textes choisis de Marx, Engels, Lenine, París 1970 especialmente pp. 105-42 [Sobre el modo de producción asiático Barcelona, Martínez Roca, 1977, y Teoría marxista de las sociedades precapitalistas, Barcelona, Laia 1977], Este último texto contiene también el análisis más escrupuloso y penetrante de la evolución del pensamiento de Marx y Engels sobre el problema de las sociedades «orientales» (paginas 13-104). Las conclusiones taxonómicas de las obras de Godelier son, sin embargo, insostenibles. Al situar el «modo de producción asiatico» como eje de las sociedades tribales en su paso de formas acétalas de organización a formas estatales y, por tanto, al llevar a esta nocion enormemente hacia atrás en el «tiempo», Godelier se ve obligado, paradoji-
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m e inflación del alcance del m o d o de producción asiático; cronológicamente hacia atrás, h a s t a los p r i m e r o s albores de la h u m a n i d a d , y geográficamente hacia el exterior, h a s t a el extrem o m á s lejano de la organización tribal. La consiguiente mezcolanza suprahistórica desafía todos los principios científicos de clasificación. Un «asiatismo» u b i c u o n o r e p r e s e n t a ningún avance sobre u n «feudalismo» universal: en realidad es incluso u n t é r m i n o menos riguroso. ¿Qué u n i d a d histórica seria existe e n t r e la China Ming y la I r l a n d a megalítica, e n t r e el Egipto faraónico y Hawaii? Es p e r f e c t a m e n t e claro que estas formaciones sociales están increíblemente lejos las u n a s de las otras. Las sociedades tribales de Melanesia y Africa, con sus técnicas r u d i m e n t a r i a s de producción, su p r o d u c c i ó n y su excedente mínimos, su ausencia de cultura escrita, son los polos opuestos de las grandes y sofisticadas (Hochkulturen) del Oriente Medio de la Antigüedad. E s t a s r e p r e s e n t a n , a su vez, u n nivel m a n i f i e s t a m e n t e distinto de desarrollo histórico del alcanzado p o r las civilizaciones de Oriente en la p r i m e r a época m o d e r n a , s e p a r a d a s de ellas, en los milenios intermedios, p o r grandes revoluciones en la tecnología, la demografía, la guerra, la religión y la cultura. Mezclar f o r m a s y épocas históricas tan inconmens u r a b l e m e n t e distintas b a j o u n a sola r ú b r i c a 5 7 es a c a b a r en la m i s m a reductio ad absurdum a la que conducía la extensión indefinida del feudalismo: si t a n t a s y tan diferentes formaciones sociales, de niveles de civilización tan opuestos, se concent r a n en u n solo m o d o de producción, las divisiones y cambios f u n d a m e n t a l e s de la historia d e b e r á n deducirse de o t r a f u e n t e ,
camente, a acabar definiendo una vez más las civilizaciones de China y !? , I n d l a e n l a é P ° c a moderna como «feudales», aunque con algunas dudas, para poder distinguirlas de las anteriores. La lógica de su procedimiento impone esta solución, cuya aporía ya se ha señalado antes a pesar de su evidente desconfianza en ella: véase Sur le «mode de production asiatique», pp. 90-1; Sur les sociétés pré-capitalistes, pp. 136137. Por lo demás, y una vez desembarazado de todo el inadecuado marco del «asiatismo», el estudio antropológico de Godelier sobre las diferentes fases y formas de transición de las formaciones sociales tribales hacia las estructuras estatales centralizadas es muy revelador. 57 La forma más extrema de este confusionismo no es, por supuesto obra de ningún marxista, sino de un superviviente más o menos spencenano: K. Wittfogel, Oriental despotism, New Haven 1957 [Despotismo oriental, Madrid. Guadarrama, 1966], En este parloteo vulgar, desprovisto de todo sentido histórico, se mezclan sin orden ni concierto la Roma imperial, la Rusia zarista, la Arizona hopi, la China Sung el Africa onental chaggan, el Egipto mameluco el Perú inca, la Turquía otomana y la Mesopotamia sumeria, por no hablar ya de Bizancio y Babilonia o de Persia y Hawaii.
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que n o t e n d r á n a d a q u e ver con la concepción m a r x i s t a de los modos de producción. La inflación de las ideas, como la d e las monedas, conduce ú n i c a m e n t e a su devaluación. La licencia p a r a la p o s t e r i o r acuñación de asiatismos hay que buscarla, sin embargo, en el propio Marx. Su cambio gradual de acento del E s t a d o oriental despótico a la c o m u n i d a d aldeana autosuficiente f u e lo que hizo posible el descubrimiento del m i s m o m o d o de p r o d u c c i ó n en sociedades no asiáticas, a las que inicialmente Marx n o se había referido. Cuando el peso de su análisis se t r a n s f i r i ó desde la u n i d a d «ideal» del E s t a d o a los f u n d a m e n t o s «reales» de la p r o p i e d a d comunaltribal en las aldeas igualitarias, i m p e r c e p t i b l e m e n t e se hizo nat u r a l la clasificación de las formaciones sociales tribales o de los Estados antiguos, de economía r u r a l relativamente primitiva, en la m i s m a categoría q u e las civilizaciones m o d e r n a s p o r las que Marx y Engels h a b í a n comenzado: el p r o p i o Marx, como ya hemos visto, f u e el p r i m e r o en h a c e r esto. Las posteriores confusiones teóricas e historiográficas a p u n t a n indiscutiblemente a toda la noción de «aldea autosuficiente», con su «propiedad comunal», como principal defecto empírico de la construcción de Marx. E n esta concepción, los elementos fundamentales de la «aldea autosuficiente» eran: unión de artesanía doméstica y agricultura; ausencia de i n t e r c a m b i o de mercancías con el m u n d o exterior y, de ahí, aislamiento y distancia respecto a los a s u n t o s de Estado; p r o p i e d a d c o m ú n de la tierra y en algunos casos cultivo c o m ú n del suelo. La creencia de Marx en la palingénesis de estas c o m u n i d a d e s rurales y en sus igualitarios sistemas de p r o p i e d a d se b a s a b a casi enteram e n t e en su e s t u d i o de la India, desde d o n d e los administradores ingleses h a b í a n i n f o r m a d o de su existencia t r a s la conq u i s t a del subcontinente p o r G r a n Bretaña. E n realidad, sin embargo, n o hay ninguna p r u e b a histórica de q u e la p r o p i e d a d comunal haya existido alguna vez en la India, en el p e r í o d o mogol o después 5 8 . Los relatos ingleses en los q u e Marx se b a s a b a eran p r o d u c t o de e r r o r e s y confusiones coloniales. Además, el cultivo en c o m ú n p o r los h a b i t a n t e s de las aldeas e r a u n a leyenda; en la p r i m e r a época m o d e r n a , el cultivo siempre f u e individual 5 9 . Por o t r a parte, lejos de ser igualitarias, las aldeas indias siempre estuvieron p r o f u n d a m e n t e divididas en » Véase Daniel Thorne, «Marx on India and the asiatic mode of production», Contributions to lndian Sociology, ix, diciembre de lvoo, página 57; un artículo serio y saludable. 59 Thorner, op. cit., p. 57.
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castas, y la posible coposesión de la tierra se limitaba a las castas superiores, q u e explotaban a las inferiores como labradores a r r e n d a t a r i o s 6 0 . En 1853, a raíz de sus p r i m e r o s comentarios sobre el sistema indio de aldeas, Marx había m e n c i o n a d o de p a s a d a que «en ellas existían la esclavitud y el sistema de castas» y que «estaban c o n t a m i n a d a s p o r las diferencias de casta y p o r la esclavitud», p e r o n o parece que concediera nunca demasiada i m p o r t a n c i a a estas «contaminaciones» de lo que en los m i s m o s p á r r a f o s describía como «inofensivos organismos sociales» 6 1 . Después de eso, Marx ignoró casi p o r completo la e s t r u c t u r a del sistema h i n d ú de castas, que era p r e c i s a m e n t e el m e c a n i s m o social básico de la estratificación de clase en la India tradicional. Sus posteriores análisis de estas «comunidades aldeanas autosuficientes» carecen efectivamente de toda referencia a ella. Aunque Marx creía que en estas aldeas de la India o de Rusia existía u n a dirección política hereditaria de tipo «patriarcal», todo en el sentido de su análisis — m a n i f e s t a d o expres a m e n t e en su correspondencia con Zasúlich en la década de 1880, en la que a p r o b ó la idea de u n a transición directa de la c o m u n a aldeana r u s a al socialismo— era que el c a r á c t e r f u n d a m e n t a l de las comunidades rurales autosuficientes e r a u n primitivo igualitarismo económico. E s t a ilusión era, p o r lo menos, extraña, ya que Hegel —a quien Marx seguía tan de cerca en sus análisis de la India— f u e m u c h o m á s consciente que el propio Marx de la b r u t a l omnipresencia de las desigualdades y de la explotación de las castas. La filosofía de la historia consagra u n a vivida sección a un t e m a sobre el que los Grundrisse y El capital g u a r d a n silencio 6 2 . En realidad, el sistema de castas hacía de las aldeas indias —antes y d u r a n t e la vida de Marx— u n a de las más radicales negaciones de la comuni60
Louis Dumont, «The "village community" from Munro to Maine» ? * ' ? 76 : 8 °; irfan Habib, The agrarian system of Mughal India (15561707), Londres, 1963, pp. 119-24. Véanse pp. 489, 491. «The philosophy of history, pp. 160-61. Hegel afirmaba con toda tranquilidad que «en la vida civil la igualdad es algo absolutamente imposible» y que «este principio nos lleva a resignarnos con la variedad de ocupaciones y con las diferencias entre las clases a ias que aquellas se confian», pero, a pesar de esto, no podía contener su repulsa contra el sistema indio de castas en el que «el individuo pertenece a una clase por nacimiento y está atado a ella de por vida. Toda la concreta vitalidad que produce su aparición se hunde de nuevo en la muerte Una cadena aprisiona la vida que precisamente estaba a punto de romper» g na
El «modo de producción asiático» 255 dad «inofensiva» y bucólica y de la igualdad social que p o d r í a n e n c o n t r a r s e en t o d o el m u n d o . Por o t r a parte, las aldeas rurales de la India n u n c a estuvieron r e a l m e n t e «separadas» del Estado ni «aisladas» de su control. El monopolio imperial de la tierra en la India del p e r í o d o mogol se llevaba a la práctica p o r medio de u n sistema fiscal que extraía de los campesinos f u e r t e s i m p u e s t o s p a r a el Estado, la m a y o r p a r t e de ellos pagaderos en d i n e r o o en cultivos comerciales que se revendían p o s t e r i o r m e n t e p o r el Estado, con lo que se limitaba la autarquía «económica» de las m á s humildes c o m u n i d a d e s rurales. Además las aldeas indias s i e m p r e estuvieron administrativam e n t e s u b o r d i n a d a s al E s t a d o central a través del nombramiento de sus cabecillas « Así pues, lejos de ser «indiferentes» al dominio mogol situado p o r encima de él, el c a m p e s i n a d o indio acabó levantándose en grandes jacqueries c o n t r a su opresión y acelerando d i r e c t a m e n t e su caída. La autosuficiencia, la igualdad y el aislamiento de las com u n i d a d e s aldeanas de la India siempre f u e r o n u n mito; el sistema de castas en su interior, y el E s t a d o p o r encima de ellas, los hacían imposibles 6 4 . La falsedad empírica de la imagen que Marx tenía de las comunidades aldeanas de la India podría h a b e r s e adivinado, n a t u r a l m e n t e , a p a r t i r de la contradicción teórica que introducía en la noción de m o d o de producción asiático. E n efecto, d e a c u e r d o con los principios m a s elementales del m a t e r i a l i s m o histórico, la presencia de u n Est a d o p o d e r o s o y centralizado p r e s u p o n e u n a estratificación de clase m u y desarrollada, m i e n t r a s que el p r e d o m i n i o de la propiedad aldeana comunal implica u n a e s t r u c t u r a social practi" «En todo el país, los componentes del grupo superior de las aldeas eran aliados del Estado y cobeneficiarios del sistema de idos todas las aldeas, el estrato inferior se componía de i n t o c a b l e s , exprimidos duramente hasta el mismo punto de subsistencia. La e x p l o t a c i o n extenor a la aldea estaba sancionada por la fuerza militar, y la explotación dentro de la aldea lo estaba por el sistema de castas y por sus sanciones religfosas» Angus Maddison, Economic growth and class structure: India Ind Pakistan since the Moghuls, Londres 1971 p. 27. Véanse los estudios de Dumont, «The "village community" from Munro to Mame», pp. 74-S, 88 y Habib, The agrarian system of mughal India pp. 328-J». « E n realidad, podría decirse que el único elemento e x a c t o de la imagen que Marx tenía de las aldeas indias era su combinación ^ a r t e sanía v cultivo, pero este rasgo es común a la p r a c t i c a totalidad de las comunidades rurales preindustriales del mundo cualquiera » modo de producción, y no revela nada especifico sobre la agncultura a s i á t i c a Además en la India esta combinación no excluía un c o n s i d e r a b l e f n í e r c a m W o mercantU fuera de las aldeas, además del modelo domestico de trabajo.
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c a m e n t e preclasista o sin clases. ¿Cómo podrían combinarse a m b o s en la práctica? Además, la p r i m e r a insistencia de Marx y Engels en la i m p o r t a n c i a de las obras públicas de regadío a cargo del E s t a d o despótico e r a t o t a l m e n t e incompatible con su p o s t e r i o r hincapié en la a u t o n o m í a y la autosuficiencia de las c o m u n i d a d e s de aldea, ya q u e la p r i m e r a implicaba precisam e n t e la intervención directa del E s t a d o central en el ciclo productivo de las aldeas, es decir, la antítesis m á s radical de su aislamiento e independencia económicos 6 5 . Así pues, la combinación de u n E s t a d o f u e r t e y despótico con u n a s c o m u n a s aldeanas igualitarias es i n t r í n s e c a m e n t e improbable; política, social y e c o n ó m i c a m e n t e se excluyen el u n o al otro. Siempre que surge u n poderoso E s t a d o central, existe u n a diferenciación social avanzada y u n a c o m p l e j a m a r a ñ a de explotación y desigualdad que alcanza a las m á s b a j a s unidades de producción. Los dogmas de la «propiedad tribal» o «comunal» y de las «aldeas autosuficientes», que p r e p a r a r o n el camino a la posterior inflación del m o d o de producción asiático, no p u e d e n sobrevivir a u n examen crítico. Su eliminación libera al exam e n de este t e m a de la falsa p r o b l e m á t i c a de las formaciones sociales tribales o antiguas. Volvemos así al núcleo original de los estudios de Marx: los grandes imperios de Asia en la prim e r a época m o d e r n a . Estos f u e r o n los despotismos orientales —caracterizados p o r la ausencia de propiedad privada de la tierra— que constituyeron el p u n t o de p a r t i d a de la correspondencia e n t r e Marx y Engels sobre los p r o b l e m a s de la historia de Asia. Si las «comunidades de aldea» desaparecen b a j o la crítica de la m o d e r n a historiografía, ¿cuál es el veredicto de ésta sobre el « E s t a d o hidráulico»? Pues es preciso r e c o r d a r aquí que las dos n o t a s f u n d a m e n tales del E s t a d o oriental señaladas p o r Engels y Marx eran la ausencia de p r o p i e d a d privada de la tierra y la presencia de o b r a s públicas hidráulicas en gran escala. La u n a p r e s u p o n í a a la o t r a p o r q u e la construcción estatal de grandes sistemas de regadío era lo que hacía posible el monopolio de la tierra p o r el soberano. La interconexión de a m b o s constituía el fun65 Thomer señala una nueva contradicción: Marx creía que la propiedad comunal india era la forma de propiedad rural más antigua del mundo, y la que ofrecía el punto de partida y la clave de todos les tipos posteriores de desarrollo de las aldeas; y, sin embargo, sostenía que las aldeas de la India eran esencialmente inmóviles y carentes de evolución, con lo que cerraba así su propio círculo: «Marx on India and the Asiatic mode of production», p. 66.
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d a m e n t o del c a r á c t e r relativamente estacionario de la historia asiática, al ser el f o n d o c o m ú n de todos los imperios orientales q u e en ella d o m i n a r o n . Pero hay que p r e g u n t a r s e a h o r a si las p r u e b a s históricas hoy disponibles c o n f i r m a n esta hipótesis. La respuesta es no. Al contrario, es preciso decir que los dos fenómenos señalados p o r Marx y Engels c o m o claves de la historia de Asia n o r e p r e s e n t a n , p a r a d ó j i c a m e n t e , principios conjuntos sino alternativos de desarrollo. Dicho c r u d a m e n t e : la evidencia histórica m u e s t r a q u e de los grandes imperios orientales de comienzos de la época m o d e r n a —los p r i m e r o s p o r los que se interesaron Marx y Engels—, aquellos que se caracterizaban p o r la ausencia de propiedad privada de la tierra —Turquía, Persia y la India—, n u n c a poseyeron i m p o r t a n t e s o b r a s públicas de regadío, m i e n t r a s que aquellos q u e poseían grandes sistemas de regadío —China— se caracterizaban p o r la propiedad privada de la tierra 6 6 . Más que coincidir, los dos términos planteados en la combinación de Marx y Engels se oponen. Rusia, a la que asimilaron r e p e t i d a m e n t e al c o n j u n t o del Oriente como e j e m p l o de «despotismo asiático», n u n c a conoció ni los grandes sistemas de regadío ni la ausencia de propiedad privada de la tierra 6 7 . La s e m e j a n z a que Marx y Engels percibieron " Las pruebas se examinarán algo más adelante. " La historia de las sucesivas «localizaciones» de Rusia en el pensamiento político occidental a partir del Renacimiento es un tema por sí mismo significativo y revelador, al que aquí sólo podemos aludir por razones de espacio. Maquiavelo todavía consideraba a Rusia como la «Escitia» clásica de la Antigüedad, «un país frío y pobre, donde hay demasiados hombres para que la tierra pueda alimentarlos, por lo que se ven obligados a emigrar, ya que muchas fuerzas les empujan a salir y ninguna a permanecer». Rusia estaba, pues, fuera de los límites de Europa, que para él se detenían en Alemania, Hungría y Polonia, baluartes contra nuevas invasiones bárbaras del continente: II Principe e Discorsi, página 300. Bodin, por su parte, no incluía a «Moscovia» en Europa, sino que la aislaba como único ejemplo de una «monarquía despótica» en el continente, a diferencia del modelo constitucional del resto de Europa, que, por lo demás, contrastaba con el de Asia y Africa: «Incluso en Europa los príncipes de Tartaria y Moscovia gobiernan sobre súbditos llamados jolopi, es decir, esclavos»; Les six livres de la République, p. 201. Montesquieu, por el contrario, elogiaba dos siglos después al gobierno ruso por haber roto con los hábitos del despotismo: «Mirad con cuanta dedicación el gobierno de Moscovia intenta dejar tras de sí un despotismo que es para él una carga mucho más pesada que para sus propios pueblos». Montesquieu no ponía en duda que Rusia formaba parte del conjunto de Europa: «Pedro I dio las costumbres y modos de ser de Europa a una nación de Europa y, al hacerlo, encontró unos beneficios que él mismo no esperaba». De l'esprit des lois, I, pp. 66, 325-6. Naturalmente, estos debates tuvieron repercusión en la propia Rusia. En 1767, Catalina II declaró oficialmente en su famoso Nakaz: «Rusia es una potencia
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e n t r e todos los estados considerados p o r ellos como asiáticos era engañosa, y en buena medida se debía a su propia e inevitable falta de información, en u n a época en la que p r e c i s a m e n t e estaba comenzando en E u r o p a el estudio del Oriente. En efecto, es muy s o r p r e n d e n t e hasta qué p u n t o a m b o s h e r e d a r o n práctic a m e n t e en bloc la totalidad del discurso europeo sobre Asia y lo r e p r o d u j e r o n con muy pocas variaciones. Sus dos principales innovaciones —ya anticipadas in nuce p o r o t r o s autores— f u e r o n la comunidad aldeana autosuficiente y el E s t a t u t o hidráulico, y, de diferentes f o r m a s , a m b a s se h a n revelado científicamente erróneas. En cierto sentido, puede decirse incluso que, en la tradición de las reflexiones europeas sobre Asia, Marx y Engels se q u e d a r o n a t r á s del p u n t o alcanzado p o r sus predecesores. Jones f u e más consciente de las variantes políticas de los estados de Oriente; Hegel percibió con más claridad la función de las castas de la India; Montesquieu dio p r u e b a s de un interés más p e n e t r a n t e p o r los sistemas religiosos y legales de Asia. Ninguno de estos a u t o r e s identificó a Rusia con el Oriente con t a n t a despreocupación como Marx, y todos ellos m o s t r a r o n u n conocimiento más serio de China.
Los comentarios de Marx sobre China ofrecen, p o r cierto, u n a ilustración final de los límites de su comprensión de la historia asiática. Las principales discusiones e n t r e Marx y Engels sobre el m o d o de producción asiático, que se centraron, sobre todo, en la India y el m u n d o islámico, omitieron a China, que, sin embargo, n o quedó p o r ello eximida de las nociones p r o d u c i d a s p o r a m b o s 6 8 . Marx y Engels se refirieron a China europea». A partir de entonces, pocos pensadores serios cuestionaron esta pretensión. Marx y Engels, sin embargo, profundamente afectados por la contrarrevolucionaria intervención zarista de 1848, se refirieron repetida y anacrónicamente al zarismo llamándolo «despotismo asiático», y amalgamaron a la India con Rusia en la injuria común. El tenor general de las opiniones de Marx sobre la historia y la sociedad rusas carece a menudo de equilibrio y de control. 6! Algunas veces se ha sugerido que el hecho de que Marx omitiera a China de las primeras discusiones de 1853 sobre el despotismo asiático se podría deber a su conocimiento de que en el imperio chino del siglo xix existía propiedad privada de la tierra. En un artículo de 1859, Marx cita un relato inglés que, entre otras cosas, menciona la existencia de la propiedad campesina en China: «Trade with China», Marx on China, Londres, 1968, p. 91; hay también un párrafo en El capital que implica que el sistema de propiedad de las aldeas chinas estaba más avanzado —es decir, era menos comunal— que el de las aldeas indias: Capital, III, página 328 ÍEI capital, III, pp. 426-7], En realidad, sin embargo, como muestran los párrafos antes discutidos, es evidente que Marx no hizo ninguna distinción genérica entre China y el Oriente.
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r e p e t i d a m e n t e en t é r m i n o s indistinguibles de los empleados p a r a la caracterización general del Oriente. En realidad, si algo resalta en sus alusiones es su específica incompetencia. El «imp e r t u r b a b l e Celeste Imperio» era u n b a l u a r t e de la «archirreacción y el archiconservadurismo», la «antítesis de Europa», cer r a d o en «un aislamiento b á r b a r o y hermético del m u n d o civilizado». La «semicivilización podrida» del «imperio m á s antiguo del m u n d o » inculcaba a sus poblaciones la «estupidez hereditaria»; «vegetando c o n t r a la m a r c h a del tiempo», China era un «representante del m u n d o anticuado» que se las ingeniaba «para engañarse a sí m i s m a con ilusiones de perfección celestial» 6 9 . En un artículo muy significativo de 1862, Marx aplicó una vez más al imperio chino su formulación típica del despotismo oriental y del m o d o de producción asiático. Al c o m e n t a r la rebelión de los Taiping, señalaba que China, «ese fósil viviente», s u f r í a las sacudidas de u n a revolución, y añadía: «No hay n a d a extraordinario en este fenómeno, ya que los imperios orientales m a n i f i e s t a n u n a p e r m a n e n t e inmovilidad en sus fund a m e n t o s sociales y u n cambio incesante en las personas y las tribus que se a p o d e r a n del control de su s u p e r e s t r u c t u r a política» 7 0 . Las consecuencias intelectuales de esta concepción son evidentes en los juicios de Marx sobre la m i s m a rebelión de los Taiping, que f u e la m a y o r insurrección de las m a s a s explotadas y oprimidas de todo el m u n d o d u r a n t e el siglo xix. Pero Marx, p a r a d ó j i c a m e n t e , m a n i f e s t ó la m a y o r hostilidad y acrimonia hacia los rebeldes Taiping, a los q u e describió de esta f o r m a : «Para las m a s a s populares son u n a abominación todavía mayor que los antiguos señores. Su destino no parece ser o t r o que el de oponerse al e s t a n c a m i e n t o conservador con u n reino de destrucción grotesca y r e p u g n a n t e en su f o r m a , u n a destrucción en la q u e n o aparece p o r ninguna p a r t e u n núcleo constructivo» 7 1 . Reclutados de e n t r e los «elementos lumpen, los vagabundos y gentes de mala vida», a quienes se d a b a «carta blanca p a r a c o m e t e r todas las violencias concebibles sob r e las m u j e r e s y las jóvenes», los Taiping, después de diez años de r u i d o s a seudoactividad, lo h a n d e s t r u i d o t o d o y n o " K. Marx y F. Engels, On colonialism, pp. 13-16, 111, 188 [ S o b r e el colonialismo, pp. 18-21, 111, 182], 70 «Chinesisches», Werke, vol. 15, p. 514. Este artículo no está incluido en la compilación inglesa Marx on China, y es posterior a los artículos en ella incluidos. . 71 Werke, vol. 15, p. 514. En realidad, el «Reino Celestial» de los laiping contenía un programa utópico de un carácter igualitario.
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h a n p r o d u c i d o nada» n . Este vocabulario, a d o p t a d o sin ninguna crítica de los i n f o r m e s consulares británicos, m u e s t r a con toda claridad el abismo de incomprensión que s e p a r a b a a Marx de las realidades de la sociedad china. En realidad, n o parece q u e ni Marx ni Engels hayan p o d i d o consagrar a la historia china m u c h o estudio o reflexión: sus preocupaciones f u n d a m e n t a l e s estaban en o t r a p a r t e . Los intentos m o d e r n o s de c o n s t r u i r u n a teoría completa del «modo de producción asiático» a p a r t i r del legado disperso dej a d o p o r Marx y Engels —bien sea en la dirección «tribal-comunal» o en la «despótico-hidráulica»— están, pues, radicalm e n t e equivocados. Tales intentos i n f r a v a l o r a n el p e s o de la problemática a n t e r i o r q u e Marx y Engels a c e p t a r o n y la vulnerabilidad de las limitadas modificaciones que ellos aportaron. Incluso desprovisto de los mitos de sus aldeas, el «modo de producción asiático» todavía s u f r i r í a la intrínseca debilidad de f u n c i o n a r esencialmente como una categoría residual y genérica p a r a el desarrollo no europeo 7 3 , y, p o r tanto, descubre mezclas características de diferentes formaciones sociales en u n único y b o r r o s o arquetipo. La distorsión m á s obvia y p r o n u n c i a d a 71 Werke, vol. 15, p. 515. Naturalmente, la disciplina y la abstinencia puritana estaban formalmente impuestas a los militantes Taiping. 73 Ernest Mandel subraya con razón que, para Marx y Engels, su verdadera y original función era la de intentar una explicación del «desarrollo especial del Este en comparación con la Europa occidental y mediterránea»: The formation of the economic thought of Karl Marx, Londres, 1971, p. 128 [La formación del pensamiento económico de Marx, Madrid^ Siglo XXI, 1974], Este libro contiene la crítica marxista más penetrante de las versiones «tribales-comunales» del modo de producción asiático, páginas 124-32. Sufre, sin embargo, de una confianza indebida en las versiones «hidráulicas». Mandel reprocha con razón a Godelier y a otros el «reducir gradualmente las características del modo de producción asiático a aquellas que marcan todas las primeras manifestaciones del Estado y de la clase dominante en una sociedad basada aún esencialmente en la comunidad aldeana», e insiste correctamente en que «en los escritos de Marx y Engels, la idea de un modo de producción asiático no se relaciona precisamente con una sociedad india o china "primitiva", perdida en las brumas del pasado, sino con la sociedad india y china tales como eran cuando el capital industrial europeo las encontró en el siglo x v m en vísperas de la conquista (India) o de la penetración masiva (China) de estos países por ese capital»; una sociedad que «no era en modo alguno "primitiva" en el sentido de que no hubiera clases sociales claramente definidas o constituidas»: pp. 125, 127, 129. Pero Mandel olvida hasta qué punto fue el propio Marx la fuente de esta confusión. Por otra parte, al reafirmar la importancia crucial para el modo de producción asiático del tema de las funciones hidráulicas ejercidas por un Estado altamente desarrollado —y por tanto hipertrofiado—, Mandel no es plenamente consciente de su objetiva fragilidad.
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q u e resultaría de este p r o c e d i m i e n t o sería la persistente atribución de u n c a r á c t e r «estacionario» a las sociedades de Asia. En realidad, la ausencia de u n a dinámica feudal del tipo occidental en los grandes imperios orientales no significó q u e su desarrollo fuese inmóvil o cíclico. La historia de Asia se caracteriza en la p r i m e r a época m o d e r n a p o r la presencia de grandes cambios y avances, incluso a u n q u e éstos n o d e s e m b o c a r a n en el capitalismo. E s t a relativa ignorancia p r o d u j o la ilusión sobre el c a r á c t e r «estacionario» e «idéntico» de los imperios orientales, c u a n d o en realidad lo que hoy llama la atención de los historiadores es su diversidad y su desarrollo. Sin i n t e n t a r otra cosa que u n a sencilla sugerencia, b a s t a r á decir que el cont r a s t e e n t r e los sistemas sociopolíticos del Islam y China, en el Asia p o r la que se i n t e r e s a r o n inicialmente Marx y Engels, es b a s t a n t e elocuente. La expansión t e m p o r a l de a m b o s había sido e n o r m e y se i n t e r r u m p i ó en u n a fecha relativamente reciente. La civilización islámica alcanzó geográficamente su máxima extensión a comienzos del siglo x v n ; había alcanzado el sudeste de Asia, había convertido a la m a y o r p a r t e d e Indonesia y Malaya y, sobre todo, los tres poderosos imperios islámicos de la T u r q u í a o t o m a n a , la Persia safávida y la India de los mogoles coexistían en la m i s m a época, cada u n o de ellos con su gran riqueza económica y su p o d e r í o militar. La civilización china alcanzó su m a y o r expansión y p r o s p e r i d a d durante el siglo x v m , cuando los vastos espacios interiores de Mogolia, Siankiang y el Tibet f u e r o n conquistados p o r la dinastía Ch'ing y la población se duplicó en u n solo siglo, llegando a niveles cinco veces superiores a los de trescientos años antes. Con todo, las características e s t r u c t u r a s socioeconómicas y sist e m a s de E s t a d o eran n o t a b l e m e n t e distintos en sus m u y diferentes contextos geográficos. En las observaciones q u e siguen no se h a r á ningún intento de p l a n t e a r el p r o b l e m a crucial de definir los modos de producción f u n d a m e n t a l e s , y las complej a s combinaciones de éstos, que constituyeron las sucesivas formaciones sociales de la historia islámica o china: el t é r m i n o genérico de «civilización» p u e d e utilizarse aquí s i m p l e m e n t e como u n a n d a m i a j e verbal convencional que oculta estos problemas concretos e irresueltos. Pero incluso a u n q u e n o los a b o r d e m o s directamente, sí p o d r á n hacerse aquí algunos contrastes preliminares, s u j e t o s a u n a necesaria e inevitable corrección posterior.
478 Dos notas IV Los imperios m u s u l m a n e s de comienzos de la época m o d e r n a —de los que el imperio o t o m a n o era el m á s visible p a r a Europa— tenían tras de sí unos largos antecedentes políticos e institucionales. El p r i m e r modelo á r a b e de conquista y conversión había encauzado el c u r s o de la historia islámica d e n t r o de ciertas líneas a las que siempre p e r m a n e c i ó relativamente fiel. Los n ó m a d a s del desierto y los m e r c a d e r e s u r b a n o s f u e r o n los dos grupos sociales que, si bien rechazaron inicialmente a M a h o m a a s e g u r a r o n su éxito en el Hejaz: su enseñanza ofrecía precisam e n t e u n a unificación ideológica y psíquica a u n a sociedad cuya cohesión de clanes y p a r e n t e s c o se estaba rasgando p o r las divisiones de clases en las calles, y las luchas tribales en las arenas, a medida que el intercambio mercantil disolvía las c o s t u m b r e s y los vínculos tradicionales a lo largo de las r u t a s comerciales del n o r t e de la península 7 4 . Las tribus b e d u i n a s de Arabia, c o m o la casi totalidad de los pastores n ó m a d a s , combinaban la propiedad individual de los r e b a ñ o s con el u s o colectivo de la tierra 7 5 : la propiedad privada agrícola era tan a j e n a a los desiertos del n o r t e de Arabia como al Asia central. Por otra parte, los ricos m e r c a d e r e s y b a n q u e r o s de La Meca y Medina poseían tierras en los recintos u r b a n o s y en sus inmediatos entornos rurales 7 6 . Cuando tuvieron lugar las primeras victorias islámicas, en las que p a r t i c i p a r o n a m b o s grupos, el destino del suelo conquistado reflejó en su totalidad las concepciones de los h a b i t a n t e s de las ciudades: M a h o m a sancionó la división del botín —incluyendo la tierra— e n t r e los creyentes. Pero cuando, t r a s la m u e r t e de Mahoma, los ejércitos árabes se expandieron p o r todo el Oriente Medio en los g r a n d e s Jihads islámicos del siglo vil, las tradiciones beduinas volvieron a i m p l a n t a r s e b a j o nuevas f o r m a s . Para empezar, las tier r a s de la m o n a r q u í a —o simplemente enemigas— situadas en los imperios bizantino y persa, cuyos propietarios habían sido sometidos p o r la fuerza de las a r m a s , f u e r o n confiscadas y apropiadas p o r la comunidad islámica o Umma, dirigida p o r
!< Sobre los antecedentes sociales de la aparición del Islam véacp Montgomery Watt, Muhammad at Meca, Oxford, 1953, pp. 16-20, 72-9, 1414, The Arabs w c ' ,Lewis' ard 1950, pp 20 3 2 ' 'SlamÍC
in
history, taXaÜOn
Londres, 1950, p 29 the c l ^ a l period,
in
Copenhague,
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el califa, que había sucedido a la a u t o r i d a d del Profeta. Las tierras pertenecientes a infieles que habían a c e p t a d o u n a rendición negociada q u e d a r o n en posesión de éstos, a u n q u e sujetas al pago de tributos. A los soldados á r a b e s se les concedier o n a r r e n d a m i e n t o s o qatia sobre las tierras confiscadas, o la posibilidad de c o m p r a r su propia tierra f u e r a de Arabia, s u j e t a al pago de diezmos religiosos 7 7 . Sin embargo, a mediados del siglo v m había aparecido ya u n i m p u e s t o sobre la tierra, o jaray, m á s o menos u n i f o r m e , que todos los agricultores tenían que p a g a r al califa cualquiera que fuese su fe, a u n q u e los no creyentes tenían que pagar además u n a capitación discriminatoria o jizya. Al m i s m o tiempo, la categoría de tierra «sometida» experimentó u n a notable extensión a costa de la tierra «negociada» 7 8 . Estos cambios se afianzaron en tiempos de Ornar II (717-20) p o r medio del establecimiento f o r m a l de la doctrina según la cual toda la tierra era p o r derecho de conquista propiedad del soberano, p o r la que todos los súbditos debían pagar r e n t a s al califa. «Esta concepción del fay (botín), en su f o r m a p l e n a m e n t e desarrollada, significa que el E s t a d o se reserva p a r a sí en todos los países sometidos el derecho absoluto sobre toda la tierra» 7 9 . Los vastos territorios del m u n d o m u s u l m á n , recientemente conquistados p a s a b a n a ser así p r o p i e d a d del califato y a p e s a r de las diversas interpretaciones y de las derogaciones locales, el monopolio estatal de la tierra se convirtió a p a r t i r de entonces en u n canon legal y tradicional de los sistemas políticos islámicos, desde los estados omeya y abásida hasta la T u r q u í a o t o m a n a y la Persia safávida 8 0 . La inicial sospecha de Marx de que la difusión de este principio p o r toda Asia se debía en b u e n a medida a la conquista islámica n o estaba, p o r tanto, desprovista de todo f u n d a m e n t o . N a t u r a l m e n t e , su operatividad practica f u e casi siempre débil y deficiente, sobre todo en las prim e r a s épocas de la historia islámica, es decir, en los siglos específicamente á r a b e s que siguen a la Hégira, p o r q u e en este tiempo ninguna m a q u i n a r i a política era capaz de i m p l a n t a r u n control estatal pleno y eficaz sobre toda la propiedad agraria. Además, la m i s m a existencia jurídica de ese monopolio blo" R Mantran, Uexpansion musulmane (VII'-VIII« siécles), París, 1969, páginas 105-6, 108-10; Lewis, The Arabs in history, p. 57. " Lokkegaard, Islamic taxation in the classical period, p. 7/. » R.1 Levy, fhe social structure of Islam, p. 401; X. de Planhol, Les fondements géographiques de Vhistoire de l'Islam, p. 54.
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queaba inevitablemente la aparición de categorías precisas y unívocas de propiedad de la tierra, ya que la noción de «propiedad» siempre implica la pluralidad y la negatividad: la plenitud de u n solo poseedor excluye las necesarias divisiones que dan a la propiedad sus límites y contornos. La posición característica del derecho islámico ante la propiedad territorial era, p o r tanto, de «vacilación» y «caos» endémicos, c o m o a m e n u d o se h a señalado 8 1 . Esta confusión se complica todavía m á s p o r el c a r á c t e r religioso de la jurisprudencia m u s u l m a n a . La ley sagrada o sharia, que se desarrolló d u r a n t e el siglo segundo después de la Hégira y alcanzó su aceptación f o r m a l d u r a n t e el califato abásida, c o m p r e n d í a «un c u e r p o universal de deberes religiosos, la totalidad de los mandamientos de Alá, que regulaban la vida de los m u s u l m a n e s en todos sus aspectos» 8 2 . Precisamente p o r esta razón, su interpretación estaba dividida p o r disputas teológicas e n t r e escuelas rivales. Por otra parte, y a u n q u e sus pretensiones fuesen en principio universales, en la práctica el gobierno secular existía c o m o u n á m b i t o s e p a r a d o y a p a r t e : el soberano gozaba de u n p o d e r discrecional p r á c t i c a m e n t e ilimitado p a r a "«completar» la ley sagrada en p r o b l e m a s q u e afectasen d i r e c t a m e n t e al E s t a d o y, sobre todo, a la guerra, la política, los i m p u e s t o s y el crimen En el Islam clásico existía, pues, u n a b i s m o perm a n e n t e e n t r e la teoría jurídica y la práctica legal, q u e e r a la expresión inevitable de la contradicción existente e n t r e u n sist e m a político secular y u n a c o m u n i d a d religiosa en u n a civilización que carecía de toda distinción e n t r e la Iglesia y el Estado. Así, en la Umma siempre f u n c i o n a r o n «dos justicias». Además, la diversidad de escuelas religiosas de j u r i s p r u d e n c i a hacía imposible t o d a codificación sistemática de la ley sagrada, y en consecuencia se impidió la aparición de u n o r d e n legal preciso y lúcido. Por lo q u e respecta al á m b i t o agrario, la sharia n o desarrollaba p r á c t i c a m e n t e ningún concepto claro y específico de propiedad, m i e n t r a s que la práctica administrativa dictaba f r e c u e n t e m e n t e n o r m a s que no tenían ninguna relación con ella 8 4 . De ahí que, m á s allá de la atribución final al " Véanse las características digresiones de Lokkegaard, Islamic taxation in the classical period, pp. 44, 50. ^ J . Schacht, An introduction to Islamic law, Oxford, 1964, pp. 1-2, u
Ibid.,
pp. 54-5, 84-5.
in T duction '° ^lamic law: «La teoría del derecho islámico ha desarrol ado, pues, tan sólo unos pocos rudimentos de un derecho especial de la propiedad inmobiliaria; en la práctica, las condi-
514 El «modo de producción asiático» 260 soberano de la totalidad del suelo, siempre prevaleciera u n a e x t r e m a indeterminación jurídica sobre la tierra. Después de las p r i m e r a s conquistas á r a b e s en Oriente Medio, el campesin a d o local de las tierras sometidas quedó en posesión de las parcelas q u e ya tenía. Por ser jaray, estas tierras se considerab a n c o m o p a r t e del fay colectivo de los conquistadores y, p o r tanto, eran propiedad f o r m a l del Estado. En la práctica, n o h u b o en la m a y o r p a r t e de las regiones grandes limitaciones —ni t a m p o c o garantías— p a r a q u e los campesinos q u e las cultivaban dispusieran de ellas; p e r o en o t r a s zonas, c o m o Egipto, los 85 derechos de propiedad del E s t a d o se impusieron con todo rigor . Asimismo, las tierras qatia distribuidas a los soldados del I s l a m en la época de los omeyas e r a n en teoría arrendamientos enfitéuticos de dominios públicos, p e r o en la práctica podían t r a n s f o r m a r s e en lazos personales de cuasipropiedad. Por o t r a p a r t e , estos qatia y o t r a s f o r m a s de posesión individual e s t a b a n regidos p o r el principio de herencia divisible, q u e tradicionalmente hacía imposible la consolidación de g r a n d e s propiedades h e r e d i t a r i a s d e n t r o del m a r c o de la ley sagrada. La más a b s o l u t a a m b i g ü e d a d e improvisación perseguía siemp r e a la p r o p i e d a d d e n t r o del m u n d o m u s u l m á n .
El corolario de la ausencia legal de u n a p r o p i e d a d p r i v a d a estable de la t i e r r a f u e la expoliación económica de la agricult u r a en los grandes imperios islámicos. E n su versión m á s ext r e m a , este f e n ó m e n o tan característico t o m ó la f o r m a de «beduinización» de grandes á r e a s de a s e n t a m i e n t o s campesinos q u e volvieron a ser tierras áridas o baldías b a j o el i m p a c t o de las invasiones de p a s t o r e s o del pillaje militar. Las p r i m e r a s conquistas árabes en el Oriente Medio y el n o r t e de Africa parecen h a b e r conservado o r e p a r a d o los modelos agrícolas preexistentes, a u n q u e sin a ñ a d i r n a d a nuevo. Pero las posteriores oleadas de invasiones n ó m a d a s que caracterizaron el desarrollo del Islam p r o d u j e r o n efectos d e s t r u c t o r e s e n su i m p a c t o sobre los a s e n t a m i e n t o s agrícolas. Los dos casos m á s e x t r e m o s f u e r o n la devastación de Túnez p o r los hilalíes y la beduinización de Anatolia p o r los t u r c o m a n o s 8 6 . En este sentido, la curciones de posesión de la tierra eran muy diferentes a la teoría y variaban con el tiempo y el lugar» (p. 142). » Claude Cahen, Vlslam des origins au début de Vempire ottoman, París 1970 p 109: sobre las condiciones generales de la agricultura en este período; véanse pp. 107-13. El libro de Cahen es la síntesis reciente más sólida sobre la época árabe del Islam .m(,ras » Cahen, L'Islam, p. 103, insiste en la diferencia entre las primeras conquistas del siglo v n y las posteriores devastaciones nómadas, y tienae
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va histórica a largo plazo a p u n t ó i n i n t e r r u m p i d a m e n t e hacia abajo. Pero desde el principio se estableció casi en todas p a r t e s u n a división p e r m a n e n t e e n t r e la producción agrícola y la apropiación del excedente u r b a n o , m e d i a d a p o r la e s t r u c t u r a t r i b u t a r i a del Estado. En el c a m p o n o surgió ninguna relación directa e n t r e señor y campesino, sino q u e el E s t a d o concedía a los funcionarios militares o civiles, residentes en las ciudades, d e t e r m i n a d o s derechos de explotación rural, e n t r e ellos princip a l m e n t e la recaudación del jaray o i m p u e s t o sobre la tierra. A consecuencia de ello surgió la iqta árabe, p r e c u r s o r a directa del m á s tardío timar o t o m a n o o del jagir mogol. Las iqtas abasidas eran en realidad concesiones de tierra a los guerreros, que t o m a b a n la f o r m a de concesiones de i m p u e s t o s distribuidas a rentistas u r b a n o s absentistas p a r a exprimir a los pequeños cultivadores campesinos 8 7 . Los estados buida y selyúcida y el p r i m e r E s t a d o osmanli exigieron servicios militares de los titulares de estas rentas o de sus sucesivas versiones, p e r o la tendencia n a t u r a l del sistema f u e la de degenerar en u n arrend a m i e n t o de i m p u e s t o s parasitario, como el iltizam de la últim a época o t o m a n a . Incluso b a j o u n rígido control central, el monopolio estatal de la tierra, f i l t r a d o a través de u n o s dere chos comercializados de explotación absentista, r e p r o d u c í a c o n s t a n t e m e n t e u n clima general de indeterminación legal e impedía la aparición de u n vínculo positivo e n t r e el beneficiario y el cultivador directo del suelo 8 8 . Por consiguiente, las grandes obras hidráulicas de los regímenes anteriores f u e r o n , en el m e j o r de los casos, conservadas o r e p a r a d a s y, en el peor, d a ñ a d a s o a b a n d o n a d a s . Los p r i m e r o s siglos de dominio omeya y abasida presenciaron u n a m e j o r í a general de los canales h e r e d a d o s en Siria y Egipto y cierta extensión del sistema subt e r r á n e o qanat en Persia. Pero ya en el siglo x la red de canales de Mesopotamia estaba en decadencia a causa de la elevación
a atribuir lo peor de estas últimas a las invasiones de los mogoles, no islámicas, en el siglo XIII (p. 247). Planhol es mucho más radical; véase su vivo relato del proceso general de beduinización de la agricultura islámica en Les fondements géographiques de l'histoire de l'lslam, pp. 35-7. " Sobre la cambiante forma y función de la iqta, véase C. Cahen «L'evolution de l'iqta du x r au x i r siécle», Armales ESC, enero-marzo de 1953, 1, pp. 25-52. " Véanse las memorables páginas de Planhol, Les fondements géographiques, pp. 54-7. Con su característico desdén, Ibn Jaldun asimilaba a los campesinos con los pastores en el oprobio común de ser habitantes primitivos del atrasado mundo rural; como señala Goitein, para él «los fellah y los beduinos estaban más allá de los límites de la civilización». A Mediterranean society, I, p. 75.
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del nivel del suelo y al a b a n d o n o de las vías de agua 8 9 . Nunca se construyó ningún nuevo sistema de regadío que p u d i e r a comp a r a r s e al de los p a n t a n o s yemenitas de la Antigüedad, cuya ruina f u e el digno prólogo del nacimiento del Islam en Arabia 9 0 . La única innovación r u r a l i m p o r t a n t e después de la conquista á r a b e del Oriente Medio —la llegada del molino de v i e n t o f u e u n invento persa, nacido en la región de Sistan y que en último t é r m i n o parece h a b e r beneficiado m á s a la agricultura europea que a la islámica. La indiferencia y el desdén hacia la agricultura imposibilitaba incluso la estabilización de la servid u m b r e : la clase explotadora n u n c a consideró tan preciosa la m a n o de o b r a como p a r a que la adscripción del campesinado p a s a r a a ser u n o de sus principales objetivos. E n estas condiciones, la productividad agraria de los países islámicos se estancó u n a y otra vez o incluso retrocedió, d e j a n d o u n panor a m a r u r a l de u n a «desoladora mediocridad» 91. Dos excepciones notables c o n f i r m a n a su m o d o esta n o r m a general de la agricultura. Por u n a parte, el b a j o I r a k d u r a n t e el dominio abasida del siglo V I I I f u e escenario de grandes plantaciones de azúcar, algodón y añil, organizadas como e m p r e s a s comerciales avanzadas en las tierras p a n t a n o s a s desecadas p o r los comerciantes de Basora. La explotación racionalizada de " D. y J. Sourdel, La civilisation de Vlslam classique, París, 1968, páginas 272-87, estudia el papel y el destino de las obras hidráulicas en las épocas omeya y abasida; véanse especialmente las pp. 279, 289. Los autores insisten en que el sistema iraquí de regadíos estaba en completa decadencia mucho antes de las invasiones de los mogoles, a las que posteriormente se atribuyó con frecuencia su colapso. Los qanats subterráneos de Persia eran anteriores a la conquista islámica en más de un milenio ya que habían sido una de las principales características del Estado aqueménida: véase H. Goblot, «Dans l'ancien Irán, les techmques de l'eau et la grande histoire», Annales ESC, mayo-junio de 1963, paginas 510-1. . . . . . . i v 50 La misteriosa caída de los grandes diques de Manb en el Yemen coincidió con el desplazamiento de la vitalidad económica y social del sur al norte de Arabia en el siglo vi d. C. Engels era consciente de la importancia histórica que la regresión del Yemen había tenido para el ascenso del Islam en el Hejaz, aunque la adelantaba indebidamente y la atribuía demasiado exclusivamente a la invasión etíope; K. Marx y F. Engels, Selected Correspondence, pp. 82-3. " La frase es de Planhol: Les fondements géographiques, p. 57. Un balance más optimista puede encontrarse en C. Cahen, « E c o n o m y , society, institutions», The Cambridge History of Islam, II, Cambridge, 1970, paginas 511-2 ss. Planhol asimila de forma acrítica los modelos agrícolas islámicos a los de la Antigüedad clásica, y generaliza indebidamente, pero sus análisis geográficos concretos de las consecuencias ultimas del desdén musulmán hacia la agricultura poseen con frecuencia una tuerza enorme.
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esta economía de plantación —prefiguración de los posteriores complejos azucareros del colonialismo europeo en el Nuevo Mundo— e s t a b a m u y alejada del m o d e l o habitual de fiscalism o indolente, p e r o se b a s a b a p r e c i s a m e n t e en la masiva utilización de esclavos africanos i m p o r t a d o s de Zanzíbar. La esclavitud r u r a l siempre f u e extraña, sin embargo, al c o n j u n t o de la agricultura islámica. Las plantaciones iraquíes constituyer o n u n episodio aislado que pone de m a n i f i e s t o la ausencia en los d e m á s países de u n a capitalización c o m p a r a b l e de la producción 9 2 . Es sabido, p o r o t r a parte, q u e la h o r t i c u l t u r a siemp r e ocupó u n a posición especial en los sistemas agrarios del Islam y q u e desde Andalucía h a s t a Persia alcanzó altos niveles técnicos e inspiró t r a t a d o s especializados sobre plantas y a r b u s t o s 9 3 . La razón es m u y reveladora: los j a r d i n e s y h u e r t o s e s t a b a n n o r m a l m e n t e concentrados en las ciudades o en los s u b u r b i o s y, p o r tanto, e s t a b a n específicamente exentos de la propiedad estatal del suelo p r e s c r i t a p o r la tradición, que siemp r e había p e r m i t i d o la propiedad privada de la tierra u r b a n a . La h o r t i c u l t u r a constituía, pues, el equivalente a u n sector «de lujo» en la industria, p a t r o c i n a d o p o r los ricos y poderosos y q u e p a r t i c i p a b a del prestigio de las p r o p i a s ciudades, a la somb r a de cuyos m i n a r e t e s y palacios crecían sus cuidados jardines. En efecto, a p a r t i r de las p r i m e r a s conquistas árabes, el m u n d o islámico f u e siempre un vasto y e n c a d e n a d o sistema de ciudades separadas p o r u n c a m p o olvidado o desdeñado. La civilización m u s u l m a n a , nacida en La Meca —ciudad de tránsito— y h e r e d e r a del legado m e t r o p o l i t a n o de la t a r d í a Antigüedad m e d i t e r r á n e a y mesopotámica, siempre f u e indefectib l e m e n t e u r b a n a y promovió desde el p r i m e r m o m e n t o la producción mercantil, la e m p r e s a comercial y la circulación monetaria en u n a s ciudades a las q u e unió en u n a m i s m a t r a m a . Inicialmente, los n ó m a d a s á r a b e s que c o n q u i s t a r o n el Oriente Medio f o r m a r o n sus propios c a m p a m e n t o s militares en el desierto, en las a f u e r a s de las capitales preexistentes, c a m p a m e n tos que m á s adelante se convertirían p o r sí m i s m o s en g r a n d e s ciudades: K u f a , Basora, Fostat, Kairuán. Después, con la es" Sobre las plantaciones Zany véase Lewis, The Arabs in history, páginas 1034. " Planhol, Les fondements géographiques, p. 57; André Miquel, L'Islam et sa civilisation, VII'-XX' siécles, París, 1968, pp. 130, 203; Irían Habib, «Potentialities of capitalist development in the economy of Mughal India», The Journal of Economic History, xxix, marzo de 1969, pp. 46-7, 49.
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tabilización del dominio islámico desde el Atlántico h a s t a el golfo Pérsico, tuvo lugar en las regiones m á s privilegiadas del califato u n a expansión u r b a n a de u n a rapidez y u n volumen quizá inigualados. De a c u e r d o con u n cálculo reciente (e indudablemente exagerado) la ciudad de Bagdad llegó a tener u n a población de dos millones en menos de medio siglo, desde el año 762 al 800 94. Esta urbanización, c o n c e n t r a d a en lugares seleccionados, r e f l e j a en p a r t e el «auge del oro» de las épocas omeya y abasida, c u a n d o se pusieron en circulación los tesoros egipcio y persa, se canalizó la producción sudanesa hacia el m u n d o m u s u l m á n y se m e j o r a r o n n o t a b l e m e n t e las técnicas m i n e r a s con el uso de la amalgama de mercurio; en p a r t e f u e t a m b i é n el resultado de la creación de u n a zona comercial de dimensiones intercontinentales. La clase mercantil á r a b e q u e subió a la cresta de esta ola de p r o s p e r i d a d comercial era respetada y h o n r a d a p o r la ley religiosa y la opinión social; la vocación del m e r c a d e r y del m a n u f a c t u r e r o e s t a b a sancionada p o r el Corán, que n u n c a disoció la ganancia de la piedad 95. Los i n s t r u m e n t o s financieros y empresariales del comercio islámico se hicieron enseguida m u y avanzados. En el Oriente Medio f u e donde se i n t r o d u j o p o r vez p r i m e r a , p r o b a b l e m e n t e , la institución de la commenda, que h a b r í a de j u g a r u n papel tan i m p o r t a n t e en la E u r o p a medieval 9 6 . Además, las f o r t u n a s hechas p o r los m e r c a d e r e s á r a b e s ya n o p r o c e d í a n tan sólo de las r u t a s t e r r e s t r e s de caravanas. H u b o pocos aspectos m á s s o r p r e n d e n t e s de la p r i m e r a expansión islámica q u e la rapidez y la facilidad con q u e los á r a b e s del desierto d o m i n a r o n el m a r . El m a r M e d i t e r r á n e o y el océano Indico q u e d a r o n unidos en u n m i s m o sistema m a r í t i m o p o r vez p r i m e r a desde la época helenística, y los b a r c o s m u s u l m a n e s se a v e n t u r a r o n du94 M. Lombard, L'Islam dans sa premiére grandeur (VII'-XI' siécles), París, 1972, p. 121. G. von Grunebaum, Classical Islam, Londres, 1970, página 100, estima, por el contrario, la población de Bagdad en unos 300.000 habitantes. Cahen considera que es imposible hacer un cálculo riguroso del tamaño de ciudades tales como Bagdad en esta época: «Economy, society, institutions», p. 521. Mantran advierte, en L'expansion musulmane, pp. 270-1, contra los cálculos de Lombard sobre la magnitud de la temprana urbanización islámica. " El mejor análisis de este problema es el de Máxime Rodinson, Islam and capitalism, Londres, 1974, pp. 28-55. Rodinson critica también con acierto la pretensión weberiana de que la ideología islámica era enemiga por lo general de la actividad comercial racionalizada (pp. 103-17). 54 Véase el estudio de A. L. Udovitch, «Commercial techniques in early mediaeval Islamic trade», en D. S. Richards, comp., Islam and the trade of Asia, Oxford, 1970, pp. 37-62.
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r a n t e el califato abasida p o r todas las r u t a s que van desde el Atlántico h a s t a el m a r de la China. El m u n d o islámico, situado e n t r e E u r o p a y China, e r a dueño del comercio este-oeste. La riqueza provocada p o r la actividad comercial estimuló en la m i s m a medida las m a n u f a c t u r a s , sobre todo las de textiles, papel y porcelana. Mientras los precios a u m e n t a b a n sin cesar y el c a m p o sufría u n a depresión, la artesanía u r b a n a y el cons u m o ostentoso florecían en las ciudades. Esta configuración n o f u e específica del califato abasida. Los posteriores imperios islámicos siempre se caracterizaron p o r el impresionante crecimiento de sus grandes ciudades: Constantinopla, I s f a h a n y Delhi son los e j e m p l o s m á s famosos. P e r o la m a g n i t u d o la opulencia económica de estas ciudades islámicas n o se vio a c o m p a ñ a d a p o r ninguna a u t o n o m í a municipal u orden cívico. Las ciudades carecían de identidad política corporativa y sus comerciantes tenían poco p o d e r social colectivo. Las cartas o f u e r o s u r b a n o s eran desconocidos, y la vida de la ciudad siempre e s t a b a s u j e t a a la voluntad m á s o menos a r b i t r a r i a de los príncipes o los emires. Los mercaderes podían elevarse individualmente a las m á s altas posiciones políticas en los consejos de las dinastías 97, pero su éxito personal estaba expuesto invariablemente a la intriga y al azar, y los jefes militares s i e m p r e podían confiscar la riqueza de sus casas. La simetría y el o r d e n municipal de las ciudades clásicas del ú l t i m o período q u e habían caído a n t e los ejércitos á r a b e s ejercieron cierta influencia inicial en las ciudades del nuevo sistema imperial que les sucedieron, p e r o ese i n f l u j o se desvaneció m u y p r o n t o y permaneció tan sólo b a j o la f o r m a de algunos pocos c o n j u n t o s privados o palatinos construidos p a r a soberanos posteriores 9 8 . Las ciudades islámicas carecían, pues, de toda e s t r u c t u r a i n t e r n a coherente, ya fuese administrativa o arquitectónica. E r a n laberintos confusos y a m o r f o s de calles y edificios, sin centros ni espacios públicos, c e n t r a d a s únicam e n t e en las mezquitas y en los bazares, con los comerciantes locales a m o n t o n a d o s a su alrededor 9 9 . Y así como ninguna asociación profesional o mercantil organizaba al c o n j u n t o de los " Véanse algunos ejemplos en S. D. Goitein, Studies in Islamic history and institutions, Leiden, 1966, pp. 236-9. " D. y J. Sourdel, La civilisation de l'Islam classique, pp. 424-7. " Planhol, Les fondaments géographiques, pp. 48-52, ofrece un vivo aguafuerte de estas ciudades, aunque quizá adelanta un poco su característico desorden; compárese con Sourdel, La civilisation de l'Islam classique, pp. 397-9, 430-1.
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propietarios, t a m p o c o había en las grandes ciudades árabes gremios artesanos que protegieran o regularan la actividad de los pequeños artífices 10°. En el m e j o r de los casos, algunos grupos vecinales o f r a t e r n i d a d e s religiosas p o r p o r c i o n a b a n u n humilde corazón colectivo a la vida p o p u l a r de aquel m e d i o u r b a n o que se extendía sin ningún orden hasta los s u b u r b i o s o las aldeas rurales. Por d e b a j o de este h o n e s t o a r t e s a n a d o flotaba siempre u n s u b m u n d o de pandillas criminales y m e n d i c a n t e s que procedían de los p a r a d o s y el l u m p e n p r o l e t a r i a d o 101. El único grupo institucional que confería cierto conato de u n i d a d a las ciudades eran los ulemas, cuya a j u s t a d a combinación de funciones clericales y seculares y de voluble celo religioso servía hasta cierto p u n t o como mediación y vínculo e n t r e la población sit u a d a p o r d e b a j o del príncipe y los guardias de éste 102. Con todo, e r a n estos últimos quienes d o m i n a b a n en definitiva el destino de las ciudades. Crecidas en el m a y o r desorden, sin ningún plan ni carta municipal, el f u t u r o de las ciudades islámicas estaba d e t e r m i n a d o n o r m a l m e n t e p o r el del E s t a d o cuya f o r t u n a había provocado su prosperidad. Los estados islámicos, p o r su parte, tenían n o r m a l m e n t e u n a ascendencia n ó m a d a : los sistemas políticos de los omeyas, hamdaníes, selyúcidas, almorávides, almohades, osmanlíes, safávidas y mogoles procedían todos ellos de confederaciones nóm a d a s del desierto. Incluso el califato abasida, cuyos antecedentes e r a n quizá los m á s u r b a n o s , recibió la mayor p a r t e de su f u e r z a a r m a d a inicial de los recientes a s e n t a m i e n t o s tribales del J o r a s á n . Todos estos estados islámicos, como el propio imperio o t o m a n o , e r a n esencialmente guerreros y saqueadores, y t o d a su razón de ser y su e s t r u c t u r a e r a n militares. La administración civil p r o p i a m e n t e dicha, e n c u a n t o esfera funcional a u t ó n o m a , n u n c a llegó a ser d o m i n a n t e d e n t r o de la clase 100 Véase la más reciente reafirmación de la completa ausencia de gremios islámicos antes de finales del siglo xv en G. Baer, «Guilds in Middle Eastern history», en M. A. Cook, comp., Studies in the economic history of the Middle East, Londres, 1970, pp. 11-17. 101 I. M. Lapidus describe estas características en Muslim cities in the later Middle Ages, Cambridge (Massachusetts), 1967, pp. 170-83 (sobre las bandas de criminales y mendigos) y «Muslim cities and Islamic societies», en Lapidus, comp., Middle Eastern cities, Berkeley y Los Angeles, 1969, páginas 60-74 (sobre la ausencia de comunidades urbanas delimitadas o de ciudades independientes). Lapidus protesta contra los contrastes tradicionales entre las ciudades del Islam y de Europa occidental durante la Edad Media, pero sus propios estudios refuerzan gráficamente esas diferencias, aunque las redefinan. m Lapidus, Muslim cities in the later Middle Ages, pp. 107-13.
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dirigente; la burocracia de escribas no se desarrolló m u c h o m á s allá de las exigencias de la recaudación de impuestos. La m a q u i n a r i a de E s t a d o era u n consorcio de soldados profesionales, que e s t a b a n organizados en cuerpos f u e r t e m e n t e centralizados o bien de f o r m a m á s difusa, pero en a m b o s casos se b a s a b a n tradicionalmente en las asignaciones de ingresos procedentes de las tierras públicas. La sabiduría política del característico E s t a d o islámico se condensaba en el expresivo apotegma de sus manuales de gobierno: «El m u n d o es a n t e todo u n j a r d í n de v e r d o r cuyo cerco es el Estado; el E s t a d o es u n gobierno cuya cabeza es el príncipe; el príncipe es u n p a s t o r q u e está asistido p o r el ejército; el ejército es u n c u e r p o de guardias que está m a n t e n i d o p o r el dinero, y el dinero es el recurso indispensable que p r o p o r c i o n a n los súbditos» , 0 3 . La lógica lineal de estos silogismos tuvo curiosas consecuencias estructurales, p o r q u e la combinación de depredación militar y desdén p o r la producción agraria es lo que parece h a b e r d a d o origen al característico f e n ó m e n o de u n a élite de guardias esclavos q u e alcanza r e p e t i d a m e n t e la c u m b r e del propio a p a r a t o de Estado. El devshirme o t o m a n o f u e ú n i c a m e n t e el e j e m p l o m á s desarrollado y sofisticado de este sistema específicamente islámico de r e c l u t a m i e n t o militar, que t a m b i é n p u e d e encont r a r s e en el r e s t o del m u n d o m u s u l m á n Oficiales esclavos turcos procedentes del Asia central f u n d a r o n el E s t a d o gaznauí en J o r a s á n y d o m i n a r o n el califato abasida d u r a n t e su decadencia en el I r a k ; regimientos de esclavos nubios r o d e a r o n al califato fatimita, y esclavos circasianos y turcos procedentes del m a r Negro dirigieron el E s t a d o m a m e l u c o en Egipto; los últimos ejércitos del califato omeya en E s p a ñ a f u e r o n dirigidos p o r esclavos eslavos e italianos, q u e crearon sus propios reinos de taifas en Andalucía c u a n d o cayeron los omeyas; esclavos georgianos y a r m e n i o s p r o p o r c i o n a r o n los regimientos ghulam de choque del E s t a d o safávida de Persia en tiempos de S h a h Abb a s 105. El c a r á c t e r servil y la procedencia e x t r a n j e r a de estos 103
Sourdel, La civilisation de Vlslam classique, p. 327. Véanse algunas observaciones incompletas en Levy, The social structure of Islam, pp. 74-5, 417, 445-50. No hay ningún análisis sistemático de este fenómeno. Cahen observa que los guardas-esclavos eran menos prominentes en el Occidente islámico (España y el norte de Africa), que era una zona políticamente menos desarrollada. L'Islam, p. 149. 105 El último caso citado ofrece un ejemplo particularmente claro y documentado —quizá por ser también el último cronológicamente— de los objetivos políticos a los que generalmente servían estos cuerpos de guardia. Las unidades de caballería ghulam de Georgia fueron creadas espe104
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cuerpos palatinos correspondía a la extraña lógica e s t r u c t u r a l de los sucesivos sistemas políticos islámicos, p o r q u e sus fundadores habituales, los guerreros de la t r i b u s n ó m a d a s , n o podían m a n t e n e r su b e d u i n i s m o m u c h o tiempo después de la conquista: los clanes y la t r a s h u m a n c i a desaparecían con la sedentarización. Por o t r a parte, estos guerreros no podían convertirse fácilmente en u n a nobleza rural, viviendo en tierras hereditarias o en u n a burocracia de escribas, organizada c o m o administración civil. El tradicional desprecio hacia la agricult u r a y las letras impedía a m b a s posibilidades, a la vez que su t u r b u l e n t a independencia les hacía reacios a u n a rígida jerarquía militar. Así pues, las dinastías victoriosas, u n a vez establecidas en el poder, se veían obligadas a crear u n i d a d e s especiales de guardias esclavos como núcleo central de sus ejércitos regulares. Y como la esclavitud agrícola apenas existía, la esclavitud p r e t o r i a n a podía convertirse en u n h o n o r . Los diversos cuerpos de guardia islámicos r e p r e s e n t a b a n , en efecto, la organización m á s cercana a u n a élite p u r a m e n t e militar concebible en aquel tiempo, s e p a r a d a de toda función agraria o pastoril y alejada de cualquier organización de clan y, p o r tanto, teóricamente capaz de u n a lealtad incondicional al soberano, siendo su esclavitud u n a garantía de obediencia militar, a u n q u e en la práctica, n a t u r a l m e n t e , f u e r a n capaces p o r la m i s m a razón de t o m a r p a r a sí m i s m o s el p o d e r s u p r e m o . Su preeminencia f u e u n a señal de la constante ausencia de u n a nobleza territorial en el m u n d o islámico. Las características sociales esbozadas m á s a r r i b a siempre se distribuyeron de f o r m a desigual e n t r e las diversas épocas y regiones de la historia m u s u l m a n a , p e r o en la m a y o r p a r t e de los estados islámicos parece posible discernir prima facie cierto parecido familiar, al menos si se les c o m p a r a con las o t r a s grandes civilizaciones imperiales del Oriente. E s t o n o quiere decir, sin embargo, q u e la historia islámica fuese u n a m e r a repetición cíclica, antes al contrario, parece evidente q u e en ella se da u n desarrollo c l a r a m e n t e periodizable. El E s t a d o omeya, que se establece en el siglo vil en los territorios sometidos del Oriente Medio, r e p r e s e n t a b a a las confederaciones de tribus árabes que habían realizado las conquistas iniciales y en las q u e había a d q u i r i d o u n a posición v e n t a j o s a la oligarquía cíficamente por la dinastía para librarse de la turbulencia de las tribus turcomanas quizilbash, que habían llevado a la casa safávida al poder. Véase R. M. Savory, «Safavid Persia», The Cambridge History of Islam, l, Cambridge, 1970, pp. 407, 419-30.
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mercantil de La Meca. El califato de Damasco coordinaba a los jeques beduinos m á s o menos a u t ó n o m o s y poseedores de tropas propias de las ciudades-campamento situadas f u e r a de las grandes capitales de Siria, Egipto y el I r a k . Las t r o p a s á r a b e s del desierto monopolizaron las pensiones del tesoro central, las exenciones fiscales y los privilegios militares. La burocracia civil se dejó d u r a n t e largo t i e m p o en m a n o s de los antiguos funcionarios bizantinos o persas, que dirigían p a r a sus nuevos señores la administración técnica 106. Los no árabes convertidos al Islam (y los á r a b e s m á s pobres y marginales) e s t a b a n confinados al estatus inferior de mawalis, pagaban f u e r t e s impuestos y servían en los c a m p a m e n t o s tribales como pequeños artesanos, criados y soldados de a pie. El califato omeya estableció, pues, u n a «soberanía política árabe» 107 sobre el Oriente Medio antes que u n a ecumene religiosa islámica. Sin embargo, con la estabilización de las conquistas, la clase dirigente de guerreros árabes se hizo cada vez m á s anacrónica. Su exclusividad étnica y la explotación económica de la m a s a de musulmanes existentes entre la antigua población sometida del imperio provocaron el creciente descontento de sus correligionarios mawalis, que muy p r o n t o llegaron a superarlos e n número 108. Las fricciones tribales e n t r e los grupos del n o r t e y del sur' debilitaron s i m u l t á n e a m e n t e su unidad. Mientras tanto, los colonos fronterizos del extremo m á s lejano de Persia se sentían ofendidos p o r los tradicionales métodos administrativos a los que se veían sometidos. Parece que f u e esta c o m u n i d a d de colonos la que hizo estallar la rebelión final c o n t r a el E s t a d o sirio c e n t r a d o en Damasco, rebelión cuyo éxito p o p u l a r estaba a s e g u r a d o p o r el extendido descontento de los mawalis de Persia y el I r a k . La agitación organizada y secreta contra el dominio de los omeyas, utilizando el fervor religioso heterodoxo de los chiitas y, sobre todo, movilizando la hostilidad de los mawalis c o n t r a el estrecho a r a b i s m o de la dinastía de Damasco, desencadenó la revolución política que llevó al p o d e r a la casa de los abasidas y que, desde su base de Jorasán, se extendió hacia el oeste p o r Persia y el I r a k 109. 108
Lewis, The arabs in History, pp. 65-6. "" La frase es de F. Gabrielli, Muhammed and the conquests of Islam, Londres, 1968, p. 111. "" Lewis, The arabs in History, pp. 70-1. 105 El significado y la composición social exacta de la insurrección abasida han sido objeto de grandes debates. Los estudios tradicionales la han interpretado como una rebelión esencialmente popular y étnica de poblaciones mawali no árabes, aunque siempre se ha admitido la
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El califato abasida señaló el fin de la aristocracia tribal árabe: el nuevo a p a r a t o de E s t a d o creado en Bagdad estaba sostenido p o r a d m i n i s t r a d o r e s p e r s a s y protegido p o r g u a r d a s jorasaníes. La f o r m a c i ó n de u n a b u r o c r a c i a y u n ejército permanentes, con u n a disciplina cosmopolita, convirtió al nuevo califato en u n a autocracia política con u n p o d e r m u c h o m á s centralizado que el de su predecesor 1 1 0 . Despojándose de sus antecedentes heréticos, el califato predicó la ortodoxia religiosa y p r o c l a m ó la a u t o r i d a d divina. El E s t a d o abasida presidió el florecimiento máximo del comercio, la i n d u s t r i a y la ciencia islámica, y en el m o m e n t o de su apogeo, a principios del siglo ix, era la civilización m á s rica y más avanzada del m u n d o m . Mercaderes, b a n q u e r o s , m a n u f a c t u r e r o s , especuladores y recaud a d o r e s de impuestos a c u m u l a r o n e n o r m e s s u m a s en las grandes ciudades; las artesanías u r b a n a s se diversificaron y multiplicaron; en la agricultura apareció u n sector comercial; los navios de largo recorrido c i r c u n d a b a n los océanos; la astronomía, la física y las m a t e m á t i c a s se t r a s p l a n t a r o n de la cultura griega a la árabe. Con todo, los límites del desarrollo abasida se alcanzaron relativamente pronto. A p e s a r de la vertiginosa p r o s p e r i d a d comercial de los siglos v m y ix, se registraron pocas innovaciones productivas en las m a n u f a c t u r a s , y la introducción de los estudios científicos n o provocó grandes progresos tecnológicos. La invención a u t ó c t o n a m á s i m p o r t a n t e f u e la vela latina, u n a m e j o r a en el t r a n s p o r t e que simplemente facilitó el comercio;' p e r o el algodón, el nuevo cultivo comercial m á s significativo de la época, procedía del T u r q u e s t á n
presencia, en medio de ellas, de facciones tribales árabes (de filiación yemení). La importancia que se ha concedido a la heterodoxia religiosa en el movimiento ha sido puesta en duda por Cahen, «Points de vue sur la révolution abbaside», Revue Historique, ccxxx, 1963, pp. 336-7. El estudio más reciente y completo de los orígenes de la rebelión es M. A. Shaban, The Abbasid révolution, Cambridge, 1970, que da una importancia fundamental a los agravios sufridos por los colonos árabes de Jorasán —sometidos al dominio tradicional de los diqhan persas— por la conservadora política administrativa del Estado omeya: pp. 158-60. Está claro, en todo caso, que el ejército insurgente que provocó la caída del califato de Damasco con la toma de Merv se componía en realidad de elementos árabes e iraníes. 110 Lewis, The Arabs in history, pp. 83-5. 111 Goitein ha denominado al período que comienza con la consolidación del poderío abasida como civilización «intermedia» del Islam tjn mundo situado temporalmente entre las épocas helénica y renacentista, espacialmente entre Europa/Africa y la India/China, y cuyo carácter se situaba entre la cultura religiosa y la secular: Studies in Islamic history and institutions, p. 46 ss.
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p r e m u s u l m á n , y la f ó r m u l a p a r a la fabricación del papel, la nueva industria m á s i m p o r t a n t e de la época, se consiguió a través de los prisioneros chinos de guerra m . El m i s m o volumen y el a r d o r de la actividad mercantil, al a l e j a r todo el í m p e t u de la actividad productiva, parecen h a b e r provocado u n a serie de explosivas tensiones sociales y políticas en el califato. La corrupción y la t r a n s f o r m a c i ó n m e r c e n a r i a de la administración t r a j e r o n de la m a n o u n i n c r e m e n t o de la explotación fiscal del campesinado; la inflación generalizada afectó duramente a los pequeños artesanos y tenderos; las plantaciones agrícolas c o n c e n t r a r o n a los t r a b a j a d o r e s esclavos en b a n d a s masivas y desesperadas. A medida que se d e t e r i o r a b a la seguridad int e r n a del régimen, la guardia profesional t u r c a u s u r p a b a u n creciente p o d e r en el a p a r a t o central, en su carácter de baluarte militar c o n t r a la oleada creciente de rebeliones sociales populares. A finales del siglo ix y d u r a n t e todo el siglo x, u n a serie de insurrecciones y conspiraciones sacudió toda la estruct u r a del imperio. Los esclavos zany se rebelaron en el b a j o I r a k y, antes de ser suprimidos, lucharon con éxito d u r a n t e quince años c o n t r a los ejércitos regulares; el movimiento qárm a t a (una secta chiita separatista) creó en Bahrein u n a república esclavista igualitaria; al m i s m o tiempo, los ismailitas, o t r o movimiento chiita, conspiraban y organizaban en todo el Oriente Medio la caída del o r d e n establecido, hasta que finalm e n t e t o m a r o n el p o d e r en Túnez y establecieron en Egipto u n imperio rival, el califato f a t i m i t a 1 U . Por entonces, el I r a k abasida había caído ya en u n a irremediable decadencia económica y política y el c e n t r o de gravedad del m u n d o islámico p a s ó al nuevo E s t a d o fatimita de Egipto, vencedor de las rebeliones sociales de la época y f u n d a d o r de la ciudad de El Cairo. 112
Tras la batalla de Talas en Asia central, en la que los ejércitos árabes derrotaron en el año 751 a una fuerza de contingentes oigures y chinos. Como estudios de carácter general sobre la actividad comercial y manufacturera del Islam en la época abasida véanse: P. K. Hitti, History of the Arabs, Londres, 1956, pp. 345-9; Sourdel, La civilisation de l'Islam classique, pp. 289-311, 317-24; Lombard, L'Islam dans sa premiére grandeur, pp. 161-203 (especialmente informativo sobre el comercio de esclavos, que eran uno de los grandes componentes del comercio abasida, traídos de tierras eslavas, turcas y africanas). Sobre la expansión del algodón véase Miquel, L'Islam et sa civilisation, p. 130. 113 Sobre estas rebeliones, véase el agudo análisis de Lewis, The Arabs in history, pp. 103-12. De su relato se deduce que el régimen qármata del Golfo fue el equivalente islámico más próximo que nunca hubo a la ciudad-Estado de la Antigüedad clásica: una comunidad espartana de ciudadanía igualitaria basada en la esclavitud rural. Este régimen fue liquidado finalmente en Bahrein a finales del siglo XI.
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A diferencia de su predecesor, el califato f a t i m i t a no renunció a su heterodoxia tras la conquista del poder, sino que la p r o p a g ó de f o r m a agresiva. En el Egipto f a t i m i t a nunca volvier o n a crearse plantaciones de esclavos y, p o r otra parte, se controló m á s e s t r e c h a m e n t e la movilidad del campesinado. Se revitalizó el comercio internacional en gran escala, t a n t o con la India como con Europa. La p r o s p e r i d a d comercial egipcia de los siglos xi y x n d e m o s t r ó u n a vez más el e m p u j e internacional de la clase mercantil árabe y la tradicional pericia de sus artesanos. Pero el cambio de primacía económica y política en el m u n d o islámico desde el Tigris al Nilo significaba también el e m p u j e de u n a nueva fuerza que h a b r í a de a f e c t a r decisivamente el curso f u t u r o del desarrollo islámico. La preeminencia del Egipto fatimita era consecuencia geográfica de su relativa cercanía al Mediterráneo central y a la E u r o p a medieval. «El i m p a c t o del comercio europeo en el m e r c a d o local fue enorme» 114. La dinastía ya había establecido estrechos contactos con los comerciantes italianos desde el principio de su ascenso en el Túnez del siglo x, cuya p r o s p e r i d a d comercial había p r o p o r c i o n a d o la base p a r a la posterior conquista de Egipto. La influencia del feudalismo occidental f u e desde ese momento u n a constante presencia histórica en el flanco del m u n d o islámico. En u n p r i m e r m o m e n t o , el tráfico m a r í t i m o con las ciudades italianas aceleró el crecimiento económico de El Cairo, p e r o en ú l t i m o t é r m i n o la intrusión de los caballeros francos en el Levante m e d i t e r r á n e o h a b r í a de invertir todo el equilibrio estratégico de la civilización á r a b e en el Oriente Medio. A los beneficios del comercio siguieron m u y p r o n t o los golpes de las cruzadas. E r a inminente u n a gran r u p t u r a en la historia islámica. Ya a mediados del siglo xi los n ó m a d a s t u r c o m a n o s habían invadido Persia e I r a k y t o m a d o Bagdad, m i e n t r a s los beduinos á r a b e s procedentes del Hejaz devastaban el norte de Africa y saqueaban Kairuán. Estas invasiones selyúcidas e hilalíes revelaron la debilidad y vulnerabilidad de grandes regiones del m u n d o m u s u l m á n . Ninguna de ellas creó un orden nuevo y estable ni en el Magreb ni en Oriente Medio. Los ejércitos selyúcidas t o m a r o n Jerusalén y Damasco, p e r o f u e r o n incapaces de consolidar su dominio en Siria o en Palestina. La repentina ofensiva cristiana d u r a n t e el siglo x n en el Levante precipitó 1,4 Goitein, A Mediterranean society, vol. I, Economic keley y Los Angeles, 1967, pp. 44-5.
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así u n a crisis estratégica general en Oriente Medio. Las fronter a s del Islam retrocedieron p o r vez p r i m e r a a medida que los f r a g m e n t a d o s principados de las zonas costeras siriopalestinas s u f r í a n d u r a s derrotas. El m i s m o Egipto, núcleo de la riqueza y el poderío á r a b e s en toda la zona, estaba expuesto a un ataque directo. La dinastía fatimita había alcanzado en esta época los últimos niveles de corrupción y decadencia. En el a ñ o 1153, los ejércitos cruzados estaban a las p u e r t a s del Sinaí. Pero ent r e el torbellino y la desorientación de aquella época comenzó a surgir u n nuevo tipo de orden político m u s u l m á n y, con él, u n a nueva fase en el desarrollo de la sociedad islámica. La reacción islámica, e n f r e n t a d a al expansionismo de Occidente, t o m ó desde ese m o m e n t o la f o r m a de u n a militarización extrem a de las e s t r u c t u r a s de E s t a d o dominantes en el Oriente Medio y de u n a correlativa descomercialización de la economía de la región b a j o la égida de nuevos dirigentes de diferente etnia. E n 1154, N u r al-Din Zangi, nieto de u n soldado y esclavo t u r c o y señor de Alepo y Mosul, t o m ó Damasco. A p a r t i r de entonces, la pugna cristiano-musulmana p o r el control de El Cair o sería decisiva p a r a el destino de todo el Levante. La c a r r e r a p o r el delta del Nilo f u e ganada p o r Saladino, u n oficial k u r d o enviado al s u r p o r N u r al-Din, que conquistó Egipto, destrozó el Califato fatimita y f u n d ó en su lugar el régimen ayubí según el modelo turco. Saladino, que t a m b i é n controló rápidam e n t e Siria y Mesopotamia, d e r r o t ó a los cruzados y reconquistó Jerusalén y la m a y o r p a r t e de la costa palestina. Los c o n t r a a t a q u e s m a r í t i m o s europeos restablecieron los enclaves de los cruzados y a principios del siglo x m estas expediciones m a r í t i m a s invadieron p o r dos veces el p r o p i o Egipto y tomaron Damietta en los años 1219 y 1249. P e r o estos golpes n o sirvieron p a r a nada. La presencia cristiana en tierras de Levante f u e liquidada p o r Baybars, u n c o m a n d a n t e que creó el sultan a t o mameluco, ya plenamente turco 1 1 S , y cuyo p o d e r se extendía desde Egipto h a s t a Siria. Hacia el norte, los selyúcidas habían c o n q u i s t a d o m i e n t r a s t a n t o la m a y o r p a r t e de Anatolia y la aparición de los o t o m a n o s h a b r í a de completar su o b r a en Asia Menor. En el I r a k y en Persia, las invasiones de mogoles y timúridas instalaron estados tártaros, y t u r c o m a n o s . Ayudada p o r la crisis general del feudalismo europeo en la última E d a d Media, u n a nueva oleada de expansión islámica se p u s o en movimiento y no h a b r í a de detenerse d u r a n t e o t r o s 115
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i, pp. 35-8.
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c u a t r o siglos. Su manifestación más espectacular fue, desde luego, la conquista de Constantinopla y el avance o t o m a n o en Europa. Pero m á s i m p o r t a n t e s p a r a el desarrollo del c o n j u n t o de las formaciones sociales islámicas f u e r o n las características estructurales genéricas de los nuevos estados turcos de la prim e r a época m o d e r n a . El gran sultanato selyúcida del Irak y, sobre todo, el sultanato m a m e l u c o de Egipto f u e r o n los prototipos medievales de estos regímenes; los tres grandes imperios de la Turquía o t o m a n a , la Persia safávida y la India de los mogoles e j e m p l i f i c a r o n su f o r m a c o n s u m a d a . E n cada u n o de estos casos, la turquización del o r d e n político islámico pareció a c e n t u a r decisivamente el molde militar de los primitivos sistemas á r a b e s a costa de su c o m p o n e n t e mercantil. Los n ó m a d a s t u r c o m a n o s del Asia central que invadieron en sucesivas oleadas el m u n d o m u s u l m á n a p a r t i r del siglo xi tenían u n o s antecedentes sociales y económicos apar e n t e m e n t e m u y similares a los de los b e d u i n o s á r a b e s procedentes del Asia sudoccidental que f u e r o n los p r i m e r o s invasores del Oriente Medio. La congruencia histórica de las dos grandes zonas de pastoreo situadas p o r encima y p o r d e b a j o del Creciente Fértil f u e p r e c i s a m e n t e lo q u e aseguró la contin u i d a d f u n d a m e n t a l de la civilización islámica t r a s las conquistas turcas: p o r su p r o p i o pasado, los recién llegados se encont r a b a n en a r m o n í a con la m a y o r p a r t e de su clima cultural. E n t r e el n o m a d i s m o pastoril de Asia central y Arabia existían, sin embargo, d e t e r m i n a d a s diferencias cruciales que h a b r í a n de i m p r i m i r su sello en el modelo p o s t e r i o r de la sociedad m u s u l m a n a . Mientras la p a t r i a islámica de Arabia había combin a d o desierto y ciudad, m e r c a d e r e s y n ó m a d a s y e r a u n o de los principales h e r e d e r o s residuales de las instituciones urbanas de la Antigüedad, las estepas de Asia central, de las que procedían los pastores q u e conquistaron Turquía, Persia y la India, habían tenido en comparación pocas ciudades y escaso comercio. La fértil región de Transoxiana, e n t r e el Caspio y el Pamir, siempre había e s t a d o d e n s a m e n t e poblada y relativam e n t e u r b a n i z a d a : B u j a r a y S a m a r c a n d a , situadas en las grandes r u t a s comerciales con China, e r a n algo m á s que simples equivalentes de La Meca o Medina. Pero este rico cinturón territorial, que los árabes llamarían M a w a r a n n a h r , tenía u n car á c t e r h i s t ó r i c a m e n t e iraní. Más allá sólo q u e d a b a el inmenso y vacío vórtice de estepas, desiertos, m o n t a ñ a s y bosques que se extendía hasta Mogolia y Siberia, en el que prácticamente n o existía ningún a s e n t a m i e n t o u r b a n o y del que salieron las
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sucesivas t r i b u s de n ó m a d a s altaicos —selyúcidas, danismandfes, ghuzzi, mogoles, oirates, uzbekos, kazakos y k i r g u i s e s cuyas continuas erupciones imposibilitaron toda sedentarización d u r a d e r a del m u n d o t u r c o en Asia central. La península arábiga era relativamente pequeña, estaba cercada p o r el m a r y, rodeada desde el principio p o r el comercio m a r í t i m o , tenía también u n potencial demográfico e s t r i c t a m e n t e limitado. En realidad, después de las p r i m e r a s conquistas de los siglos vil y V I I I , Arabia p r o p i a m e n t e dicha se h u n d i ó en la m á s completa insignificancia política p a r a t o d o el resto de la historia islámica hasta el siglo actual. Asia central r e p r e s e n t a b a , p o r el contrario, u n a e n o r m e m a s a de tierra, aislada del m a r y con u n a reserva c o n s t a n t e m e n t e renovada de pueblos emigrantes y guer r e r o s »«. Desde finales de la E d a d Media, las condiciones del equilibrio e n t r e las tradiciones n ó m a d a y u r b a n a de la civilización clásica del Islam se t r a n s f o r m a r o n inevitablemente con el nuevo p r e d o m i n i o t u r c o d e n t r o de ella. La organización militar se consolidó a medida q u e retrocedía el e m p u j e comercial. Este c a m b i o n u n c a f u e absoluto ni u n i f o r m e , p e r o su dirección general es inconfundible. Por o t r a parte, la lenta alteración en el m e t a b o l i s m o del m u n d o islámico tras las cruzadas n o se debió tan sólo a las f u e r z a s internas; su m a r c o exterior no f u e menos d e t e r m i n a n t e ni p a r a la guerra ni p a r a el comercio. Los n ó m a d a s t u r c o m a n o s de Asia central habían i m p u e s t o inicialmente su supremacía en Oriente Medio gracias al dominio que sus jinetes tenían del tiro con arco, u n a r t e e x t r a ñ o p a r a los beduinos árabes, expertos en el m a n e j o de la lanza. Pero la fuerza militar de los nuevos estados imperiales de la w - L V é a n S e d 0 S c o m P a r a c i ° n e s antropológicas en R. Patai, «Nomadism: Middle Eastern and Central Asian», Southwestern Journal of Anthropology, vol. 7, 4, 1951, pp. 401-14; y E. Bacon, «Types of pastoral nomadism in Central and South-West Asia», Southwestern Journal of Anthropology, vol. 10, 1, 1954, pp. 44-65. Patai propone una serie organizada de contrastes entre el nomadismo turco y el árabe (caballo/camello, cabaña/tienda, arco/espada, exogamia/endogamia, etc.). Bacon lo crítica con razón por falta de una adecuada perspectiva histórica, y señala que Patai ha proyectado injustificadamente hacia atrás el cultivo agrario que practicaban los kazakos en los siglos XVIII y xix, y da por supuesta erróneamente una mayor estratificación de clases sociales en el pastoralismo del Asia central que en el del sudoeste. Pero ambos artículos confirman a su modo las divergencias fundamentales subrayadas más arriba: el nomadismo turco carecía de una simbiosis estable con la agricultura sedentaria (Bacon, pp. 46, 52), y era además la «cultura» predominante en Asia central, mientras que el nomadismo árabe era una «cultura» más subordinada en Asia sudoccidental (Patai, pp. 413-4).
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p r i m e r a época m o d e r n a se b a s a b a en los ejércitos regulares, equipados con a r m a s de fuego y apoyados p o r artillería; la pólvora era esencial p a r a su poderío. A finales del siglo xiv, el Estado m a m e l u c o de Egipto a d o p t ó p o r vez p r i m e r a los cañones pesados p a r a sitiar las ciudades. P e r o las conservadoras tradiciones de caballería del e j é r c i t o m a m e l u c o b l o q u e a r o n el uso de la artillería de c a m p a ñ a o de los mosquetes. La conquista o t o m a n a de Egipto se debió p r e c i s a m e n t e a la superioridad de los arcabuceros turcos sobre la caballería mameluca. A mediados del siglo xvi, la utilización de m o s q u e t e s y cañones p o r los o t o m a n o s se había perfeccionado gracias al e j e m p l o europeo. Los ejércitos safávidas a p r e n d i e r o n muy p r o n t o la i m p o r t a n c i a de las a r m a s de fuego, después de su inicial der r o t a en Caldiran a n t e los cañones otomanos, y se aprovisionaron con artillería m o d e r n a . Las t r o p a s de los mogoles en la India estuvieron a r m a d a s desde el comienzo de la conquista de B a b u r con artillería y con mosquetes 1 1 7 . La generalización de la pólvora en Oriente Medio f u e c i e r t a m e n t e u n a de las razones m á s visibles de la estabilidad y la resistencia notablem e n t e superiores de los nuevos estados turcos sobre los regímenes árabes de la p r i m e r a época islámica. El a p a r a t o militar o t o m a n o podía m a n t e n e r a raya los a t a q u e s europeos incluso m u c h o tiempo después de h a b e r p e r d i d o la iniciativa estratégica en las regiones de los Balcanes y del Ponto. Los ejércitos safávidas y mogoles detuvieron f i n a l m e n t e las nuevas invasiones t u r c o m a n a s de Persia y la India con la d e r r o t a de los n ó m a d a s uzbekos, q u e o c u p a r o n el M a w a r a n n a h r e n el siglo xvi. A p a r t i r de entonces, u n dique estratégico protegió a los tres grandes estados imperiales del Islam f r e n t e a la turbulencia tribal de Asia central 1 1 8 . La superioridad de estos prim e r o s imperios m o d e r n o s n o residía ú n i c a m e n t e en la tecnología militar, sino que era t a m b i é n administrativa y política. El E s t a d o mogol de la época de Gengis Kan y de sus sucesores 117 Véase un análisis del papel de los mosquetes y los cañones en los ejércitos otomanos, safávidas y mogoles en el artículo «Barud» (polvora), en la Encyclopaedia of Islam (nueva edición), Leiden, 1967, vol. i, paginas 1061-9. La incapacidad de los mamelucos para dominar la artillería de campaña y las pistolas es analizada por D. Ayalon, Gunpowder and fire-arms in the Mamluk kingdom, Londres, 1965, pp. 46-7, 61-83. La conquista de Transoxiana por los uzbekos la hizo étnicamente turca por vez primera, y precipitó además su estancamiento y decadencia económica. Las campañas de los mogoles en el siglo xvii para reconquistar el Mawarannahr no tuvieron éxito. La enorme extensión de sus lineas de comunicación condujo casi al desastre a Aurangzeb en los anos 47, desastre que sólo pudo evitar por su superior potencia de tuego.
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ya había sido organizativamente s u p e r i o r a los del m u n d o árabe, y sus conquistas de la m a y o r p a r t e de Oriente Medio quizá d e j a r a n tras de sí algunas d u r a d e r a s lecciones de gobierno. En t o d o caso, los ejércitos otomano, safávida y mogol personificaron en su m o m e n t o de auge u n a disciplina y u n a p r e p a r a c i ó n desconocidas p o r sus predecesores. Su i n f r a e s t r u c t u r a administrativa era también más sólida y estable. La tradicional iqta á r a b e había sido u n i n s t r u m e n t o fiscal parasitario que, en lugar de reforzarla, disolvía la vocación marcial del beneficiario u r b a n o que gozaba de sus ingresos. La nueva concesión del timar o t o m a n o o del jagir mogol e s t a b a ligada, p o r su parte, a obligaciones m u c h o m á s estrictas de servicio militar, y consolidaba la pirámide del m a n d o militar, que ahora estaba organizado en u n a j e r a r q u í a m u c h o m á s formal. Además, en estos sistemas políticos turcos el monopolio estatal de la tierra se llevó a la práctica con u n renovado entusiasmo, p o r q u e en la regulación y en la disposición de la propiedad agraria pred o m i n a b a n ahora u n a s tradiciones n ó m a d a s m u c h o m á s p u r a s q u e antes. Nizam ul-Mulk, el f a m o s o gran visir del p r i m e r sob e r a n o selyúcida de Bagdad, declaró al sultán único d u e ñ o de toda la tierra. La extensión y el rigor de los derechos otomanos sobre el suelo f u e r o n evidentes; los shahs safávidas dieron nueva fuerza a sus pretensiones jurídicas sobre el monopolio de la p r o p i e d a d territorial; los e m p e r a d o r e s mogoles impusier o n u n sistema fiscal implacablemente explotador, b a s a d o en las pretensiones regias sobre todos los cultivos r u r a l e s S o l i mán, Abbas o Akbar poseían en sus reinos u n p o d e r imperial m u y superior al de cualquier califa. Por o t r a parte, la vitalidad comercial de la época á r a b e , q u e había continuado d u r a n t e toda la civilización «intermedia» del Islam clásico, se apagó progresivamente. Este c a m b i o estab a relacionado, evidentemente, con el auge del comercio europeo. La expulsión militar de los cruzados n o vino a c o m p a ñ a d a p o r la recuperación del dominio comercial del Mediterráneo oriental. Antes al contrario, ya desde el siglo x n los navios cristianos habían conquistado u n a posición d o m i n a n t e en las aguas egipcias 12°. La contraofensiva t e r r e s t r e kurdo-turca, simbolizada p o r Saladino y Baybars, se p u d o realizar a costa de Véase A. Lambton, Landlord and tenant in Persia, Oxford, 1953, páginas 61, 66, 105-6 (selyúcidas y safávidas); Gibb y Bowen, Islamic society and the West, i, 1, pp. 236-7 (otomanos); W. H. Moreland, India and the death of Akbar, Londres, 1920, p. 256 (mogoles). 110 Goitein, A Mediterranean society, i, p. 149.
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u n a renuncia deliberada al poderío naval: p a r a b l o q u e a r los nuevos desembarcos europeos, los soberanos ayubíes y mamelucos se vieron obligados a d e s m a n t e l a r los p u e r t o s y a devast a r el litoral de Palestina 1 2 1 . El E s t a d o otomano, p o r el contrario, construyó en el siglo xvi u n a f o r m i d a b l e fuerza naval —con u n a utilización liberal de m a r i n o s griegos— que reconquistó el control del Mediterráneo oriental y que m e r o d e a b a por el occidental desde las guaridas de los corsarios en Africa del Norte. Pero el p o d e r í o m a r í t i m o osmanli f u e artificial y d u r ó relativamente poco; su función siempre estuvo limitada a la guerra y a la piratería, n u n c a desarrolló u n a v e r d a d e r a m a r i n a mercantil y se b a s ó demasiado exclusivamente en los conocimientos y el t r a b a j o de grupos sometidos p a r a p o d e r ser d u r a d e r o . Además, p r e c i s a m e n t e en el m o m e n t o en que el Egipto m a m e l u c o q u e d ó a b s o r b i d o p o r el imperio o t o m a n o , d a n d o a éste p o r vez p r i m e r a u n a salida directa al m a r Rojo, los viajes portugueses de la época de los descubrimientos cercaron a todo el m u n d o islámico al establecer, a principios del siglo xvi, u n a hegemonía estratégica en todo el c o n t o r n o del océano Indico, con bases en Africa oriental, el golfo Pérsico, el subcontinente indio y las islas de Malaya e Indonesia. A part i r de entonces, las r u t a s de navegación internacionales estuvieron d o m i n a d a s de f o r m a p e r m a n e n t e p o r las potencias occidentales, p r i v a n d o así a los imperios islámicos del comercio m a r í t i m o q u e había p r o p o r c i o n a d o la m a y o r p a r t e de las fort u n a s de sus antepasados. E s t a evolución e r a todavía m á s grave p o r q u e las economías á r a b e s de la E d a d Media siempre habían p r o s p e r a d o m á s en la esfera del intercambio que en la de la producción, en el comercio m á s que en las m a n u f a c t u r a s ; la divergencia que existía e n t r e a m b o s f u e u n a de las razones básicas de su crisis a finales de la E d a d Media y del éxito, a costa suya, del avance económico europeo 122. Al m i s m o tiempo, la tradicional estima á r a b e hacia el m e r c a d e r ya n o e r a 121
Véase «Bahriyya», Encyclopaedia of Islam (nueva edición), vol. i, páginas 945-7. 122 Claude Cahen ha sugerido en una importante nota que el superávit en la balanza de pagos alcanzado por el Islam medieval en sus cuentas con el exterior, debido en parte a sus mayores existencias de metales preciosos, era por sí mismo un contraincentivo para el aumento de la producción de manufacturas, ya que rara vez se produjo un déficit comercial semejante a los que estimularon a las economías de Europa occidental en el mismo período a producir más bienes de exportación: «Quelques mots sur le déclin commercial du monde musulmán á la fin du Moyen Age», en Cook, comp., Studies in the economic history of the Middle East, pp. 31-6.
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compartida por sus sucesores turcos: el desprecio p o r el com e r c i o era una característica general de la clase d o m i n a n t e del nuevo Estado, cuya política comercial e r a en el m e j o r de los casos de simple tolerancia y, en el peor, de discriminación c o n t r a las clases mercantiles de las ciudades 1 2 3 . El a m b i e n t e de los negocios en Constantinopla, I s f a h a n y Delhi a comienzos de la época m o d e r n a n u n c a p u d o r e c o r d a r al de las ciudades medievales de Bagdad o El Cairo. Las minorías extranj e r a s —griegos, judíos, armenios o hindúes— a c a p a r a b a n significativamente las funciones comerciales y financieras. Por el contrario, los gremios artesanos hicieron a h o r a p o r vez prim e r a su aparición en el reino o t o m a n o como i n s t r u m e n t o s deliberados de control g u b e r n a m e n t a l sobre la población urban a 124, y n o r m a l m e n t e se hicieron depositarios del o s c u r a n t i s m o teológico y técnico. Los sistemas jurídicos de los últimos imperios también se volvieron a clericalizar, y las doctrinas religiosas conquistaron con el p a s o del tiempo una renovada fuerza administrativa sobre c o s t u m b r e s que, p o r azar, habían sido previamente seculares 1 2 5 . P a r t i c u l a r m e n t e intensa f u e la intolerancia oficial safávida. La rigidez militar, el f a n a t i s m o ideológico y el letargo comercial pasaron a ser, p o r tanto, las n o r m a s habituales de gob i e r n o en Turquía, Persia y la India. La ú l t i m a generación de grandes estados islámicos, antes de que la expansión colonial europea dominara al m u n d o m u s u l m á n , e x p e r i m e n t a r o n ya la doble presión de Occidente. S u p e r a d o s económicamente a partir de los descubrimientos, todavía brillaron d u r a n t e o t r o siglo en la guerra y la conversión religiosa desde los Balcanes a Bengala. Territorialmente, las f r o n t e r a s del Islam c o n t i n u a r o n ampliándose hacia el Oriente. Pero las nuevas conversiones en el sur y el este de Asia ocultaban u n e s t a n c a m i e n t o o u n a recesión demográfica en el c o n j u n t o de las tierras de la civilización m u s u l m a n a clásica. Los cálculos más optimistas indican q u e después de 1600 se p r o d u j o u n descenso lento p e r o real en u n a población total de u n o s 46 millones de h a b i t a n t e s en la gran zona que se extiende desde Marruecos hasta Afganistán m Por ejemplo, los emires mamelucos de Siria se desprendían intencionadamente de sus excedentes de grano en las ciudades a costa de los comerciantes urbanos, u obligaban a éstos a comprar sus existencias a precios más altos, y frecuentemente confiscaban su capital: Lapidus, Muslim cities in the later Middle Ages, pp. 51-7. 114 Baer, «Guilds in Middle eastern history», pp. 27-9. Schacht, An introduction to Islamic law, pp. 4, 89-90, 94- «Law and justice», The Cambridge History of Islam, II, p. 567.
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y del S a h a r a al T u r k e s t á n , descenso que p e r d u r ó d u r a n t e o t r o s dos siglos 126. El proselitismo en la India o Indonesia, que suponía u n a extensión del m u n d o m u s u l m á n , n o podía compensar esta ausencia de vitalidad demográfica. Las diferencias con la E u r o p a o la China de la época son innegables. Los imperios islámicos del siglo x v n estuvieron, incluso en sus m o m e n t o s de fervor o éxito militar, en oculta d e s v e n t a j a respecto a las p a u t a s de población del Viejo M u n d o en su c o n j u n t o . El imperio mogol —del que Marx se ocupó específicamente— p r e s e n t a la m a y o r p a r t e de las características del E s t a d o m u s u l m á n tardío, a u n q u e al e s t a r más a l e j a d o de E u r o p a y g o b e r n a r a u n a población menos islamizada o f r e c e también, en cierto sentido, u n p a n o r a m a m á s variado y vital que el de sus homólogos t u r c o o persa. Su similitud a d m i n i s t r a t i v a con el imperio o t o m a n o ya había s o r p r e n d i d o a Bernier en el siglo x v n . La tierra destinada a la agricultura e s t a b a sometida al exclusivo p o d e r económico y político del e m p e r a d o r . El campesinado indígena tenía garantizada la ocupación p e r m a n e n t e y hereditaria de sus parcelas (como en el sistema turco), p e r o carecía del derecho a disponer de ellas o venderlas. Los labradores que no cultivaban sus tierras podían ser expulsados p o r el Estado 1 2 7 . N o había tierras comunales en las aldeas, q u e a d e m á s e s t a b a n divididas en castas sociales y p o r u n a gran desigualdad económica 1 2 8 . El E s t a d o se a p r o p i a b a siempre de la m i t a d de la producción total del campesinado en concepto de «rentas de la tierra» 129. Estas r e n t a s se p a g a b a n a m e n u d o como impuestos en dinero o m e d i a n t e entregas en especie q u e p o s t e r i o r m e n t e eran vendidas p o r el Estado, lo que c o n d u j o a la extensión de los cultivos comerciales (trigo, algodón, azúcar, añil o tabaco). La tierra era relativamente a b u n d a n t e y la 124
Miquel, L'Islam et sa civilisation, pp. 280-3, cree que alrededor de 1800 pudo haber un descenso hasta llegar a unos 43 millones. Estos números están sujetos a fuertes reservas, como advierte Miquel, por falta de pruebas fidedignas. Pero el balance general no es probable que esté muy equivocado. Habib The agrarian system of Mughal India, pp. 113-18. La ausencia de una verdadera concepción de la propiedad de la tierra fue subrayada por W. Moreland, The agrarian system of Moslem India, Cambridge, 1929, páginas 34, 63, que creía que databa de la anterior época hindú de la historia india. ia Habib, The agrarian system of Mughal India, pp. 119-24. 1M Habib, The agrarian system of Mughal India, pp. 195-6, piensa que el nivel de extracción de excedente por el Estado central era relativamente estable, al contrario de Moreland, que estima que la norma fluctuaba entre un tercio y dos tercios según fuese la política de los respectivos soberanos.
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productividad agraria n o era inferior a la de la India del siglo xx; el regadío p o r m e d i o de canales era insignificante, y el agua de lluvia y los pozos o estanques locales p r o p o r c i o n a b a n toda h u m e d a d del suelo 13°. La e n o r m e presión fiscal del E s t a d o mogol sobre la población r u r a l p r o d u j o , sin embargo, u n a espiral de u s u r a y e n d e u d a m i e n t o en las aldeas, provocando la creciente huida de los campesinos. En la cima del a p a r a t o de E s t a d o se situaba el e s t r a t o elitista de los mansabdars, c o m p u e s t o p o r u n o s 8.000 oficiales militares, escalonados en u n c o m p l e j o sistema de grados y a quienes el e m p e r a d o r concedía el grueso de las rentas de la tierra en f o r m a de jagirs o asignaciones temporales. En el a ñ o 1647, 445 de estos oficiales recibían m á s del 60 p o r 100 de los ingresos totales del Estado; el 37,6 p o r 100 se r e p a r t í a e n t r e sólo 73 oficiales 1 3 1 . Como era de esperar, el c u e r p o de mansabdars tenía u n origen étnico p r e d o m i n a n t e m e n t e e x t r a n j e r o : la m a y o r p a r t e eran persas, turaníes o afganos. Alrededor del 70 p o r 100 de los mansabdars de Akbar eran e x t r a n j e r o s o hijos de ext r a n j e r o s ; el resto e r a n «indios» m u s u l m a n e s locales o r a j p u t s hindúes. En 1700, la proporción de los m u s u l m a n e s nacidos en la India se había elevado posiblemente h a s t a el 30 p o r 100 del total 1 3 2 . El grado de continuidad hereditaria era m u y limitado, ya que los n o m b r a m i e n t o s p a r a el rango de mansabdar quedab a n a la personal discreción del e m p e r a d o r . Este c u e r p o n o poseía la unidad social horizontal que caracteriza al orden aristocrático — a u n q u e a sus m i e m b r o s m á s altos se les concedía el título de «nobles»—, ya que sus dispares c o m p o n e n t e s conservaban siempre la conciencia de sus diversos orígenes étnicos, que lógicamente daban lugar a la f o r m a c i ó n de facciones. La obediencia vertical al m a n d o imperial era lo único Bajo el dominio mogol quizá se regase el 5 por 100 de la tierra cultivada: Maddison, Class structure and economic growth: India and Pakistán since the Moghuls, Londres, 1971, pp. 23-4. Marx creía que la agricultura india se caracterizaba por el riego intensivo, y que el colonialismo británico había destrozado la sociedad india tradicional al industrializarla. Irónicamente, y después del efímero auge provocado por los ferrocarriles a mediados del siglo xix, los efectos del dominio británico fueron diametralmente opuestos. Los británicos implantaron en la India una industria insignificante, y por el contrario buena parte de la agricultura se convirtió por vez primera al regadío. A finales del Raj, la tierra irrigada se había multiplicado por ocho y abarcaba una cuarta parte de la extensión total, incluyendo algunas espectaculares canalizaciones en el Punjab y el Sind. Véase Madison, p. 50. Habib, «Potentialities of capitalistic development» pp. 54-5. 112 P. Spear, «The Mughal "mansabdari" system», en E. Leach y S. N. Mukherjee, comps., Elites in South Asia, Cambridge, 1970, pp. 8-11.
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q u e les m a n t e n í a unidos. Los mansabdars residían en las ciudades y e s t a b a n obligados a m a n t e n e r u n e j é r c i t o del E s t a d o mogol. El costo del m a n t e n i m i e n t o de estas t r o p a s absorbía, a p r o x i m a d a m e n t e , dos tercios de sus ingresos procedentes de las asignaciones de jagirs o de los asalariados del tesoro central. El t é r m i n o medio de la tenencia de u n jagir e r a i n f e r i o r a tres años, y todos eran recuperables p o r el e m p e r a d o r , q u e c a m b i a b a c o n s t a n t e m e n t e a sus titulares con o b j e t o de impedir que echaran raíces en las regiones. Entrelazados p o r todo el país con este sistema e s t a b a n los zamindars autóctonos o p o t e n t a d o s r u r a l e s que disponían de séquitos de infantería y de castillos y a quienes se les p e r m i t í a r e c a u d a r u n t a j a d a m u c h o m á s p e q u e ñ a del excedente p r o d u c i d o p o r los campesinos, a p r o x i m a d a m e n t e u n 10 p o r 100 de las r e n t a s de la tierra que correspondían al E s t a d o en la India del N o r t e 133. Las r e n t a s agrarias se consumían principalísimamente en las ciudades, donde eran suntuosos los gastos del rey y de los mansabdars en palacios, jardines, huertos, criados y o t r o s lujos. E n consecuencia, la urbanización era relativamente alta, alcanzando quizá a u n a décima p a r t e de la población. En diversas ocasiones, los viajeros e s t i m a r o n que las ciudades indias de principios del siglo x v n eran m á s grandes q u e las de Europa. La m a y o r p a r t e de la fuerza de t r a b a j o u r b a n a era musulm a n a y el t r a b a j o artesanal era n u m e r o s o y cualificado. Esas artesanías dieron lugar en algunas zonas a la implantación de u n sistema de t r a b a j o a domicilio b a j o el control del capital mercantil. Pero las únicas grandes m a n u f a c t u r a s que empleab a n t r a b a j o asalariado eran de los karjana reales o de los «nobles», q u e p r o d u c í a n exclusivamente p a r a el c o n s u m o doméstico 134 . Las f o r t u n a s mercantiles siempre estuvieron s u j e t a s a la a r b i t r a r i a confiscación del soberano y n u n c a se desarrolló 1)5 Habib, The agrarian system of Mughal India, pp. 160-7 ss.; «Potentialities of capitalistic development», p. 38. Si se prescinde de sus diferentes orígenes, existe cierta similitud entre las respectivas posiciones estructurales de las clases mansabdar y zamindar dentro del sistema mogol y los sectores devshirme y timariot del aparato otomano de Estado: en ambos casos, una élite militar central se situaba por encima de un estrato local de guerreros. Por lo demás, su composición era diferente: el devshirme turco constituía un cuerpo de esclavos ex cristianos y los timariots eran jinetes musulmanes, mientras que los mansabdars mogoles formaban, por el contrario, una «aristocracia» musulmana, y los zamindars eran explotadores regionales hindúes. Las respectivas funciones honoríficas de cada uno de ellos en el conjunto del sistema político eran, por tanto, muy diferentes. i» Habib, «Potentialities of capitalistic development», pp. 61-//.
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un capital protoindustrial. El E s t a d o mogol, principal instrum e n t o de explotación económica de la clase dominante, d u r ó ciento cincuenta años, hasta que s u c u m b i ó f r e n t e a las rebeliones campesinas, el s e p a r a t i s m o h i n d ú y la invasión británica.
V Aunque m u y resumidos, ésos parecen ser algunos de los elem e n t o s f u n d a m e n t a l e s de la historia social islámica. El carácter y el r u m b o de la civilización china presentan, p o r su parte, u n a serie de rasgos en c o n t r a p u n t o con la evolución islámica. Aquí n o disponemos de espacio p a r a analizar la larga y compleja evolución de la China antigua, desde la época Shang, en la E d a d de Bronce, a p a r t i r del año 1400 a. C., h a s t a el final de la era Chou, en el siglo v a. C., y la f o r m a c i ó n del E s t a d o u n i t a r i o Ch'in, en el siglo n i a. C. B a s t a r á con r e s u m i r brevem e n t e los legados materiales de la presencia continua de u n a civilización con u n a c u l t u r a escrita q u e se r e m o n t a a unos dos mil años antes de la aparición definitiva del sistema estatal imperial que h a b r í a de convertirse en la m a r c a distintiva de toda la historia política china. El núcleo de la civilización china radicaba en la zona noroccidental del país, cuya economía se b a s a b a en u n a agricult u r a de cereales de secano. Los cultivos dominantes de la Chin a antigua siempre f u e r o n el mijo, el trigo y la cebada. Pero en el m a r c o de esta agricultura intensiva y asentada, la civilización china desarrolló muy p r o n t o i m p o r t a n t e s sistemas hidráulicos p a r a el cultivo del g r a n o en las altiplanicies y los valles de loes del noroeste. Los p r i m e r o s grandes canales p a r a desviar el agua de los ríos y regar los campos f u e r o n construidos p o r el E s t a d o Ch'in en el siglo III a. C. 135 . En la cuenca b a j a del río Amarillo, algo m á s hacia el nordeste, el E s t a d o H a n erigió p o s t e r i o r m e n t e u n a i m p o r t a n t e serie de diques, presas y embalses con el o b j e t i v o c o m p l e m e n t a r i o de c o n t r o l a r el f l u j o y regular las entregas de agua p a r a la agricultura 136; se 1JS Sobre los tres tipos principales ue sistemas hidráulicos en China, y su localización regional, véase el análisis original de Chi Ch'ao Ting, Key economic areas in Chínese history, Nueva York, 1963 (reedición), páginas 12-21; y el magistral estudio de J. Needham, Science and civilization in China, vol. iv, 3, Ct'vi/ engineering and nautics, Cambridge, 1971, páginas 217-27, 373-5. 134 Chi Ch'ao Ting, Key economic areas in Chínese history, pp. 89-92.
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diseñaron b o m b a s de cadenas de cangilones c u a d r a d o s I37, y posiblemente en el siglo i a. C. aparecieron p o r vez p r i m e r a , m á s al sur, las terrazas p a r a el cultivo del arroz 1J8. E n esta época, sin embargo, los cultivos de secano de m i j o y trigo todavía eran e n o r m e m e n t e p r e d o m i n a n t e s en la economía rural. Los Estados Ch'in y Han construyeron t a m b i é n i m p o n e n t e s canales de t r a n s p o r t e p a r a e m b a r c a r hasta sus tesorerías los impuestos en grano, canales q u e f u e r o n p r o b a b l e m e n t e los prim e r o s del m u n d o . E n realidad, a lo largo de toda la historia de China, el E s t a d o s i e m p r e h a b r í a de d a r p r i o r i d a d a las vías fluviales de t r a n s p o r t e , con sus funciones fiscales y militares (logísticas), sobre los específicos sistemas de regadío con objetivos agrícolas 139. Con completa independencia de estas o b r a s hidráulicas, t a m b i é n se r e g i s t r a r o n en la agricultura algunos avances técnicos f u n d a m e n t a l e s en u n a época t e m p r a n a , gener a l m e n t e m u c h o antes de su aparición en E u r o p a . El molino de rotación se inventó a p r o x i m a d a m e n t e al m i s m o t i e m p o que en el Occidente r o m a n o , en el siglo II a. C.; la carretilla se descubrió mil años antes que en E u r o p a , en el siglo III d. C.; el estribo se utilizaba n o r m a l m e n t e e n la m i s m a época; la tracción equina experimentó u n a decisiva m e j o r a con la aparición del a r n é s m o d e r n o , en el siglo v d. C.; en el siglo vil d. C. se construyeron p u e n t e s con arco segmentado 1 4 0 . Pero todavía es m á s s o r p r e n d e n t e que las técnicas de fundición del h i e r r o se imp l a n t a r a n en época tan t e m p r a n a como los siglos vi y v a. C., c u a n d o en E u r o p a se utilizaron ú n i c a m e n t e a finales de la E d a d Media. Se p r o d u c í a n piezas de acero ya a p a r t i r del siglo II antes de Cristo 1 4 1 . Así pues, la metalurgia china estaba p o r delante de cualquier otra del m u n d o desde u n a fecha extremadam e n t e t e m p r a n a . S i m u l t á n e a m e n t e , la China antigua t a m b i é n se adelantó en tres i m p o r t a n t e s m a n u f a c t u r a s : la seda se producía desde los m á s r e m o t o s orígenes de su historia; el papel se inventó en los siglos i y n d. C., y la porcelana se perfeccionó en Needham, Science and civilization in China, iv, 2, Mechanical Engineering, Cambridge, 1965, pp. 344, 362. Yi-Fu Tuan, China, Londres, 1970, p. 83. 139 Needham, Science and civilization in .China, iv, 3, p. 225. Needham, Science and civilization in China, iv, 2, pp. 190, 258-65 ss., 312-27; iv, 3, p. 184. 1,1 J. Needham, The development of iron and steel technology in China, Londres, 1958, p. 9; el acero se fabricaba por medio de una mezcla de hierro forjado y hierro fundido, desde una época tan temprana como el siglo vi d. C. (pp. 26, 47).
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el siglo v d. C. 14í . E s t a s o r p r e n d e n t e base de logros tecnológicos p r o p o r c i o n ó los f u n d a m e n t o s materiales p a r a que el prim e r gran imperio dinástico reunificase de f o r m a p e r m a n e n t e a China t r a s las luchas y divisiones regionales de los años 300600 d. C. Esta t a r e a correspondió al E s t a d o T'ang, que generalm e n t e se t o m a c o m o principio coherente y decisivo de la civilización imperial china. El sistema de propiedad de la tierra del imperio T'ang estab a en m u c h o s aspectos c u r i o s a m e n t e cerca del a r q u e t i p o asiático imaginado p o r los posteriores p e n s a d o r e s europeos, incluido Marx. Jurídicamente, el Estado era el único p r o p i e t a r i o del suelo, de a c u e r d o con la regla: «Todo lugar que existe b a j o el cielo es tierra del e m p e r a d o r » 143. El cultivo agrícola se bab a s a b a en el sistema llamado chün-t'ien o de «distribución en parcelas iguales», que procedía del N o r t e del Wei y q u e f u e llevado a la práctica a d m i n i s t r a t i v a m e n t e hasta u n p u n t o que ha s o r p r e n d i d o a los historiadores posteriores. El E s t a d o concedía lotes fijos de tierra, que en principio tenían u n a extensión de 5,3 hectáreas, a los m a t r i m o n i o s campesinos d u r a n t e todo el t i e m p o de su vida laboral y con la obligación de p a g a r impuestos en especie —principalmente grano y telas— y de realizar algunas prestaciones de t r a b a j o . Una q u i n t a p a r t e de estas parcelas, reservada p a r a la producción de seda o cáñamo, podía heredarse, y el resto p a s a b a de nuevo al E s t a d o c u a n d o llegaba el m o m e n t o del retiro 1 4 4 . Los objetivos fundamentales de este sistema eran extender el cultivo agrícola e i m p e d i r la f o r m a c i ó n de grandes propiedades privadas en manos de u n a aristocracia terrateniente. A los funcionarios del E s t a d o se les concedían i m p o r t a n t e s dominios públicos p a r a su p r o p i o mantenimiento. El registro cuidadoso de todas las parcelas y los t r a b a j a d o r e s era p a r t e esencial del sistema. Este meticuloso control administrativo i m p l a n t a d o en el c a m p o se duplicaba o, m e j o r , se intensificaba en el interior de las ciudades, e m p e z a n d o p o r la m i s m a capital imperial de Chang'an, Needham, Science and civilization in China, I, Introductory orientaCambridge, 1954, pp. 111, 129. 143 D. Twitchett, Financial administration under the T'ang dinasty, Cambridge, 1963, pp. 1, 194. 144 Twitchett, Financial administration under the T'ang dinasty, pp. 1-6. En las regiones densamente pobladas, la extensión de las parcelas podía descender hasta más o menos 1 ha: pp. 4, 201. Este sistema nunca estuvo sólidamente implantado en los distritos arroceros del sur, donde era técnicamente inadecuado por la mayor demanda de trabajo del cultivo arrocero de regadío. tions,
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q u e p r o b a b l e m e n t e tenía m á s de u n millón de habitantes. Las ciudades chinas del p r i m e r período T'ang estaban rigurosamente planificadas y vigiladas p o r el E s t a d o imperial. Normalmente, e r a n creaciones geométricas, rodeadas de fosos y murallas y divididas en distritos rectangulares que e s t a b a n separados e n t r e sí p o r unos m u r o s con p u e r t a s vigiladas p a r a el tráfico diurno y cerradas con toque de queda d u r a n t e la noche. Los f u n c i o n a r i o s residían en u n recinto especial, aislado del resto de la ciudad p o r u n doble muro 1 4 5 . La transgresión de estos c o m p a r t i m e n t o s fortificados p o r p a r t e de los h a b i t a n t e s de la ciudad, sin c o n t a r con permiso, era a d e c u a d a m e n t e castigada. La m á q u i n a estatal que ejercía esta vigilancia sobre la ciudad y el c a m p o estaba controlada en u n p r i m e r m o m e n t o p o r u n a aristocracia militar, que había alcanzado su posición gracias a las continuas guerras internas de la época precedente y que todavía era, p o r su tradición y sus actitudes, u n a nobleza hereditaria y caballeresca. De hecho, el p r i m e r siglo de la época T'ang presenció u n a espectacular oleada de conquistas militares chinas en el n o r t e y el oeste. Manchuria y Corea f u e r o n sometidas y Mogolia f u e pacificada m i e n t r a s el poderío chino se extendía p r o f u n d a m e n t e en Asia central h a s t a alcanzar la región de Transoxiana y del Pamir. E s t a gran expansión fue, en su mayor parte, o b r a de la caballería T'ang, creada gracias a u n cuidadoso p r o g r a m a de cría de caballos selectos y dirigida p o r u n a aristocracia belicosa 146. Una vez implantado, el sistema de seguridad del nuevo imperio se confió a colonias de infantería de u n a milicia divisional, a la q u e se concedían tierras p a r a el cultivo y se le exigían deberes de defensa. Pero a partir de finales del siglo vil se hizo necesaria la creación de grandes u n i d a d e s p e r m a n e n t e s p a r a la vigilancia de las fronteras del imperio. El expansionismo estratégico vino acompañ a d o p o r u n cosmopolitismo cultural. Por vez p r i m e r a en la historia china, las influencias e x t r a n j e r a s m o d e l a r o n la ideología oficial con la conversión del b u d i s m o en religión de Estado. Al m i s m o tiempo, sin embargo, u n cambio m u c h o m á s prof u n d o y d u r a d e r o comenzaba a t r a n s f o r m a r toda la e s t r u c t u r a del a p a r a t o de Estado. D u r a n t e la época T'ang nació, efectivamente, la característica burocracia civil de la China imperial. 14i E. Balazs, Chínese civilization and bureaucracy, New Haven, 1967, páginas 68-70. 144 J. Gernet, Le monde chinois, París, 1972, pp. 217-19; este volumen es quizá la mejor síntesis reciente de la historia china escrita en cualquier idioma europeo.
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Desde mediados del siglo v n comenzó a reclutarse p o r vez prim e r a a través de u n sistema de exámenes públicos a la élite del m á s alto personal del a p a r a t o g u b e r n a m e n t a l , a u n q u e la gran mayoría de los puestos todavía se o c u p a b a n p o r privilegio hereditario o p o r recomendaciones de las tradicionales familias nobles. La «censoría» c o m p r e n d í a u n a columna s e p a r a d a de funcionarios civiles cuya tarea consistía en criticar y cont r o l a r el t r a b a j o del principal cuerpo de la burocracia imperial, con o b j e t o de garantizar u n nivel correcto de actividad y conducta 147. A mediados del período T'ang ya e r a innegable el auge político del f u n c i o n a r i a d o civil gracias al sistema de exámenes, cuyo prestigio había comenzado a a t r a e r incluso a candidatos poderosos. La r a m a militar del a p a r a t o de Estado, que m á s t a r d e h a b r í a de p r o d u c i r u n a larga cadena de generales usurpadores, ya n o sería n u n c a f u n c i o n a l m e n t e p r e d o m i n a n t e en el imperio chino. En épocas posteriores, los conquistadores nóm a d a s —turcos, mogoles o manchúes— invadirían China y basarían su p o d e r político en sus propias guarniciones militares. Pero estos ejércitos intrusos p e r m a n e c i e r o n f u e r a del n o r m a l gobierno administrativo del país, que siempre les sobrevivió. Una b u r o c r a c i a culta h a b r í a de ser, p o r el contrario, el sello p e r m a n e n t e del E s t a d o imperial chino. El sistema agrario de los T'ang se desintegró m u y p r o n t o : el vagabundeo campesino hacia tierras desocupadas y n o registradas, j u n t o con los planes de los ricos p a r a habilitar tierras p a r a el cultivo y con el s a b o t a j e de los funcionarios, inclinados a a c u m u l a r tierras p a r a ellos mismos, provocó el f r a c a s o de las regulaciones chün-t'ien. Además, en el a ñ o 756 tuvo lugar la decisiva rebelión del general b á r b a r o An Lu-Shan, precisamente en el m o m e n t o en que el poderío exterior de China ya había sido debilitado p o r las victorias de los árabes y los uiguros en T u r q u e s t á n . La estabilidad dinástica se d e r r u m b ó t e m p o r a l m e n t e ; las f r o n t e r a s retrocedieron a causa de las rebeliones de los pueblos sometidos, y se p r o d u j o u n colapso general del orden interior. La p r o f u n d a crisis de mediados del siglo V I I I desorganizó p o r completo los registros del sistema de distribución de parcelas, y en la práctica acabó realmente con el o r d e n chün-t'ien. A los cinco años de la rebelión de An Lu-Shan, el n ú m e r o de familias registradas había descendido en u n 80 p o r 100 148, y comenzaron a a p a r e c e r grandes fincas 147
R. Dawson, Imperial Twitchett, Financial nas 12-17. 141
China, Londres, 1972, pp. 56-8. administration under the T'ang
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privadas o chang-yuan, cuyos propietarios eran terratenientes, b u r ó c r a t a s u oficiales del ejército. E s t a s fincas n o eran latif u n d i o s consolidados, sino grupos de parcelas cultivadas p o r a r r e n d a t a r i o s campesinos, p o r t r a b a j a d o r e s asalariados o en ocasiones p o r esclavos, b a j o el control de a d m i n i s t r a d o r e s agrícolas. P a r a los a r r e n d a t a r i o s de estas fincas, las r e n t a s ascendían n o r m a l m e n t e a la m i t a d de su producción, lo q u e suponía u n índice de explotación m u c h o más alto que el extraído p o r el E s t a d o a las parcelas chün-t'ien 149. S i m u l t á n e a m e n t e , el sist e m a fiscal cambió las capitaciones f i j a s en especie y las corvéis p o r u n sistema g r a d u a d o de impuestos sobre la propiedad y la extensión de la tierra, pagaderos en metálico y en grano. Los i m p u e s t o s indirectos sobre las mercancías se hicieron cada vez m á s rentables a m e d i d a que se extendían las transacciones comerciales y la economía monetarizada 1 5 0 . La China a n t e r i o r a la época T'ang había tenido u n a economía p r e d o m i n a n t e m e n te de trueque, y la m i s m a economía T'ang, que padeció u n a escasez crónica de cobre p a r a la acuñación de moneda, se basaba p a r c i a l m e n t e en la seda c o m o m e d i o de cambio. Sin embargo, la supresión de los m o n a s t e r i o s budistas, a mediados del siglo ix, destesaurizó grandes cantidades de cobre e hizo m á s fluida la circulación monetaria. A su vez, este movimiento estuvo p a r c i a l m e n t e inspirado p o r la reacción xenófoba q u e caracterizó al último período del dominio T'ang. La recuperación dinástica t r a s la crisis de mediados del siglo v m vino a c o m p a ñ a d a p o r u n a renovada hostilidad c o n t r a las instituciones religiosas e x t r a n j e r a s , que acabó con el dominio del budism o d e n t r o del sistema ideológico del E s t a d o chino. El conserv a d u r i s m o secular del p e n s a m i e n t o confuciano, moralista y antimístico, lo sustituyó como p r i m e r a doctrina oficial del orden imperial. A p a r t i r de entonces, el imperio chino se caracterizó siempre p o r el carácter básicamente laico de su sistema de legitimación. El e m p u j e oculto tras este cambio cultural provenía, a su ve- de los propietarios rurales del sur, que aportab a n los contingentes m á s n u m e r o s o s de la burocracia civil. La r e t i r a d a imperial de Asia central y de Manchuria y Corea cond u j o a u n debilitamiento general de la vieja aristocracia milit a r del noroeste, más receptiva al i n f l u j o e x t r a n j e r o , y a u n r e f o r z a m i e n t o de la posición de los funcionarios cultos d e n t r o del Estado 1 5 1 . Al m i s m o tiempo, la población y la riqueza se 145
dinasty,
pági-
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Ibid., pp. 18-20. Ibid., pp. 24-65. Gernet, Le monde
chinois,
pp. 255-7.
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desplazan incesantemente hacia el sur, en dirección a los valles del b a j o Yangtsé. El cultivo intensivo del arroz comenzó a a d q u i r i r p o r vez p r i m e r a u n a i m p o r t a n c i a f u n d a m e n t a l con el desarrollo de los lechos de transplante, que eliminaban la necesidad de b a r b e c h o s y, p o r tanto, a u m e n t a b a n e n o r m e m e n t e la producción. En la siguiente época Sung, desde el siglo x al x m , t o d o el o r d e n r u r a l adoptó, pues, u n a nueva configuración. La fase final del dominio de los T'ang, caracterizada p o r la desintegración del p o d e r dinástico central, p o r la proliferación de las rebeliones regionales y p o r las r e c u r r e n t e s invasiones b á r b a r a s del norte, presenció también la desaparición de la tradicional aristocracia militar del noroeste. La clase dirigente china del E s t a d o Sung, cuya composición social era nueva en su m a y o r parte, descendía del f u n c i o n a r i a d o civil de la a n t e r i o r dinastía y se convirtió en u n a clase ampliada y estabilizada de terratenientes letrados. El a p a r a t o de E s t a d o se dividió en tres sectores funcionales— civil, financiero y militar— con c a r r e r a s especializadas en cada u n o de ellos. Asimismo se reorganizó y r e f o r z ó la administración provincial. La burocracia imperial q u e resultó de estos cambios era m u c h o m á s amplia q u e la de la época T'ang, llegando a doblar su volumen d u r a n t e el p r i m e r siglo del dominio Sung. En el siglo x se estableció u n a c a r r e r a b u r o c r á t i c a fija, con u n ingreso controlado p o r m e d i o de exám e n e s y u n a p r o m o c i ó n d e t e r m i n a d a p o r la acumulación de méritos y las recomendaciones de los notables. La p r e p a r a c i ó n p a r a el sistema de grados se hizo m u c h o m á s exigente y la e d a d media de los g r a d u a d o s se elevó de los veinticinco a los treinta y cinco años. Los candidatos examinados llegaban a d o m i n a r muy p r o n t o todos los sectores del Estado, excepto el ejército. Las c a r r e r a s militares poseían f o r m a l m e n t e el m i s m o rango que las civiles, p e r o en la práctica eran m u c h o menos respetadas 152. En el siglo xi, la mayoría de los funcionarios con puestos de responsabilidad eran g r a d u a d o s que residían n o r m a l m e n te en las ciudades y controlaban propiedades rurales dirigidas p o r a d m i n i s t r a d o r e s y cultivadas p o r a r r e n d a t a r i o s dependientes. Las más grandes de estas propiedades se c o n c e n t r a b a n en las nuevas regiones de Kiangsu, Anhwei y Chekiang, lugares de origen de la m a y o r p a r t e de los candidatos al doctorado y de
Twitchett, «Chinese politics and society from the Bronze Age to the Manchus», en A. Toynbee, comp., Half the world, Londres, 1973, p. 69.
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los altos funcionarios del Estado 1 5 3 . Los campesinos que cultivaban las tierras de estos señores e s t a b a n obligados a prestaciones en t r a b a j o y en especie y su movilidad e s t a b a limitada p o r sus contratos de a r r e n d a m i e n t o . No existe ninguna duda acerca de la i m p o r t a n c i a f u n d a m e n t a l de este sistema de propiedad, con su fuerza de t r a b a j o vinculada a la tierra, en la agricultura Sung. E s posible, p o r o t r a parte, que h a s t a el 60 p o r 100 o m á s de la población r u r a l fuesen pequeños propietarios situados f u e r a del p e r í m e t r o de estas grandes fincas 154. Estos e r a n quienes pagaban el grueso de los impuestos rurales. La teoría legal de los Sung m a n t e n í a n o m i n a l m e n t e la p r o p i e d a d estatal de toda la tierra, p e r o en la práctica esa teoría siempre f u e letra muerta 1 5 5 . A p a r t i r de entonces, la p r o p i e d a d privada de la tierra — a u n q u e s u j e t a a ciertos límites i m p o r t a n t e s — h a b r í a de caracterizar a la sociedad imperial china h a s t a su fin. Su p r e p o n d e r a n c i a social coincidió con grandes avances en la agricultura china. El desplazamiento de la población y los cultivos hacia el área p r o d u c t o r a de arroz de valle del b a j o Yangtsé vino a c o m p a ñ a d o p o r el r á p i d o desarrollo de u n tercer tipo de sistema hidráulico: el d r e n a j e de las tierras p a n t a n o s a s aluviales y la recuperación del f o n d o de los lagos. H u b o u n auge espectacular en el volumen total de proyectos de regadío, cuya incidencia media anual d u r a n t e la época Sung f u e m á s de tres veces superior a la de cualquier o t r a dinastía anterior 1 S Ó . Los 151
Twitchett, Land tenure and the social order in T'ang and Sung Londres, 1962, pp. 26-7. 154 Twitchett, Land tenure and the social order, pp. 28-30. El problema de la balanza real dentro de la economía Sung, entre el sector de grandes fincas chang-yuan y la agricultura de pequeñas propiedades, es uno de los más controvertidos en la actual historiografía sobre la época. Elvin, en su importante y reciente obra, afirma que el «señorío» chino, basado en trabajo «servil», dominaba en la mayor parte del campo, aunque concede que el número de campesinos que había fuera de esas propiedades no era pequeño: The pattern of the Chinese past, Londres, 1973, páginas 78-83. Sin embargo, Elvin rechaza las estimaciones cuantitativas basadas en los registros de población de la época sin ofrecer ningún cálculo alternativo, y basa excesivamente su interpretación en dos investigadores japoneses, Kusano y Sudo, cuyas opiniones no parecen gozar de plena aceptación en su propio país. Twitchett, por el contrario, critica el empleo de términos tales como el de «señorío» para designar al changyuan e insiste mucho más en la importancia relativa de los pequeños propietarios en la época Sung. Los datos actuales no parecen permitir una conclusión firme. 155 Twitchett, Land tenure and the social order, p. 25. 154 Véanse los cómputos en Needham, Science and civilization in China, iv, 3, pp. 282-4, depurados sobre la base de cálculos realizados inicialmente por Chi Ch'ao Ting, Key economic areas in Chinese history, p. 36.
China,
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señores de la época Sung invirtieron en las grandes operaciones de habilitación de tierras m u c h o m á s de lo q u e se invirtió en proyectos públicos. E n efecto, la implantación de la propiedad privada de la tierra coincidió con el p r e d o m i n i o del cultivo de riego del arroz d e n t r o del c o n j u n t o de la economía agraria china; a m b o s f u e r o n fenómenos nuevos de la época Sung. A p a r t i r de aquí, la gran m a y o r p a r t e de las obras de regadío tuvieron siempre u n c a r á c t e r local y exigieron poca —o ninguna— intervención central del Estado 1 5 7 : las iniciativas de terratenientes y campesinos i m p u l s a r o n la m a y o r p a r t e de ellas una vez q u e se h u b o i m p l a n t a d o en la región del Yangtsé el ciclo m u c h o m á s productivo de la agricultura de regadío. E n esta época se generalizó el uso de u n a m a q u i n a r i a m á s compleja p a r a la conducción de agua, el bombeo, la molienda y la trilla. Se m e j o r a r o n y d i f u n d i e r o n las h e r r a m i e n t a s de cultivo: el arado, la azada, la hoz y la pala; de Vietnam se i m p o r t ó el arroz de Champa, de m a d u r a c i ó n t e m p r a n a ; se multiplicó la producción del trigo 1 5 8 y se i m p l a n t a r o n cultivos comerciales como el cáñamo, el té y el azúcar. En c o n j u n t o , la productividad agraria y la densidad demográfica a u m e n t a r o n muy r á p i d a m e n t e . La población de China, que desde el siglo n a. C. se había estacionado p r á c t i c a m e n t e en t o r n o a los 50 millones de habitantes, se duplicó quizá e n t r e mediados del siglo V I I I y los siglos X al X I I I , h a s t a alcanzar los 100 millones 159. Mientras tanto, en la minería y la metalurgia se h a b í a exp e r i m e n t a d o u n e n o r m e p r o g r e s o industrial. El siglo xi presenció u n continuo a u m e n t o en la producción de carbón, q u e a t r a j o inversiones en capital y t r a b a j o m u y superiores a las de los combustibles tradicionales y que alcanzó u n impresion a n t e nivel de producción. La d e m a n d a se vio favorecida p o r los decisivos avances en la industria del hierro, cuya tecnología era ya e x t r e m a d a m e n t e c o m p l e j a (los fuelles de pistón constituían u n equipo normal) y cuyas fundiciones f u e r o n quizá las mayores del m u n d o hasta el siglo xix. Se h a calculado q u e en el año 1078 la producción de h i e r r o f u e en el norte de los dominios Sung e n t r e 75.000 y 150.000 toneladas, es decir, 12 veces superior a la de dos siglos antes. Es posible que la producción 157 Dwigth Perkins, Agricultural deveíopment in China, 1368-1968, Edimburgo, 1969, pp. 171-2. El estudio de Perkins se refiere a la China posterior al período Yuan, pero hay muchas razones para creer que sus opiniones son válidas para la época posterior al período T'ang. Twitchett, Land tenure and the social order, pp. 30-1. m Gernet, Le monde chinois, p. 281.
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china de h i e r r o en el siglo xi fuese a p r o x i m a d a m e n t e igual a la producción total de E u r o p a a comienzos del siglo X V I I I . Este r á p i d o crecimiento de la i n d u s t r i a del h i e r r o hizo posible la multiplicación de las h e r r a m i e n t a s agrícolas, q u e se extendieron p o r el campo, así como la ampliación de las manufact u r a s d e a r m a s . E n el m i s m o período se p r o d u j o t a m b i é n u n s o r p r e n d e n t e c o n j u n t o de nuevos inventos: se i n t r o d u j e r o n arm a s de f u e g o p a r a la guerra; se idearon los tipos móviles p a r a la i m p r e n t a ; la b r ú j u l a magnética se utilizó c o m o i n s t r u m e n t o de navegación, y se f a b r i c a r o n relojes mecánicos , 6 1 . Las tres o c u a t r o innovaciones técnicas m á s f a m o s a s de la E u r o p a renacentista habían sido anticipadas desde m u c h o a n t e s p o r China. Las esclusas p a r a la canalización y el timón de p o p a y las r u e d a s de paletas en las embarcaciones m e j o r a r o n todavía m á s los t r a n s p o r t e s 162. La i n d u s t r i a cerámica se desarrolló con mucha rapidez, y posiblemente los o b j e t o s de porcelana superaron p o r vez p r i m e r a a la seda c o m o principal artículo de exportación del imperio. La circulación de m o n e d a s de cobre a u m e n t ó e n o r m e m e n t e , y t a n t o los b a n q u e r o s privados c o m o el E s t a d o comenzaron a emitir billetes de papel. E s t a combinación de p r o g r e s o r u r a l e industrial desencadenó u n a ola trem e n d a de urbanización. Hacia el a ñ o 1100, China tenía quizá h a s t a cinco ciudades con u n a población de m á s de u n millón de habitantes 1 6 3 . Estas grandes aglomeraciones e r a n p r o d u c t o de u n crecimiento económico e s p o n t á n e o antes q u e de u n prog r a m a b u r o c r á t i c o deliberado, y se caracterizaban p o r u n trazado u r b a n o m u c h o m á s libre 164. El t o q u e de q u e d a f u e abolido en el siglo xi en la capital Sung de Kaifeng, y los viejos distritos vigilados de las ciudades imperiales dieron paso a u n sist e m a m á s fluido de calles. Las nuevas c o m u n i d a d e s mercantiles de las ciudades se beneficiaron de la llegada de la agricult u r a comercial, del auge de la minería, del i n c r e m e n t o de las 160
1,0 R. Hartwell, «A revolution in the chinese iron and coal industries during the Northern Sung, 920-1126 A. D.», The Journal of Asian Studies, xxi, 2, febrero de 1962, pp. 155, 160. Needham, Science and civilization in China, I, pp. 134, 231; iv, 2, páginas 446-65; iv, 3, p. 562. En la práctica, los tipos fijos siempre predominaron en la China imperial, porque la escritura ideográfica reducía las ventajas de los tipos móviles para ella: Gernet, Le monde chinois, páginas 292-6. >" Needham, Science and civilization in China, iv, 2, pp. 417-27; iv, 3, páginas 350, 357-60, 641-2. E. Kracke, «Sung society: change within tradition», The Far Eastern Quarterly, xiv, agosto de 1955 , 4, pp. 481-2. 144 Véase Tuan, China, pp. 132-5.
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industrias metalúrgicas y del descubrimiento de nuevos instrum e n t o s financieros y crediticios. El volumen de la m o n e d a de cobre a u m e n t ó hasta 20 veces p o r encima de los niveles alcanzados en la época T'ang. Se p r o d u j o t a m b i é n un creciente dominio del comercio m a r í t i m o de larga distancia, gracias a los n u m e r o s o s avances de la ingeniería naval y a la creación p o r vez p r i m e r a de u n a a r m a d a imperial. Este p r o f u n d o c a m b i o en la configuración global de la economía china en la época Sung se acentuó con la conquista del n o r t e de China p o r los n ó m a d a s churches (Ju-chen) a mediados del siglo XII. El imperio Sung del s u r de China, aislado de las tradicionales zonas interiores de civilización china de Asia central y Mogolia, desplazó hacia el m a r su antigua orientación hacia el interior, lo que era a b s o l u t a m e n t e nuevo en la experiencia china. Simultáneamente, el peso específico del comercio u r b a n o creció en la m i s m a medida. El r e s u l t a d o de todo ello f u e que, p o r vez p r i m e r a en su historia, la agricultura dejó de p r o p o r c i o n a r el grueso de las r e n t a s estatales. Los ingresos imperiales procedentes de los impuestos y los monopolios comerciales ya eran en el siglo xi de u n volumen igual al procedente de los impuestos sobre la tierra, p e r o en el E s t a d o Sung del s u r de finales del siglo x n y del x m las r e n t a s comerciales excedían con holgura a las agrícolas 1 6 5 . Esta nueva balanza fiscal r e f l e j a b a no sólo el crecimiento del comercio interior y exterior, sino t a m b i é n la ampliación de la base m a n u f a c t u r e r a de la economía, la expansión de la minería y la difusión de los cultivos comerciales en la agricultura. El imperio islámico del califato abasida h a b í a sido d u r a n t e cierto t i e m p o —en los siglos V I I I y ix— la civilización más rica y poderosa del m u n d o ; el imperio chino de la época Sung f u e sin d u d a alguna la economía más rica y avanzada del globo en los siglos xi y x n , y su florecimiento tuvo u n a m a y o r solidez al e s t a r b a s a d o en la producción diversificada de su agricultura y su industria m á s que en las transacciones del comercio internacional. El dinam i s m o económico del E s t a d o Sung estaba a c o m p a ñ a d o p o r u n f e r m e n t o intelectual, que c o m b i n a b a la veneración hacia el pasado de la China antigua con nuevas exploraciones en el c a m p o de las m a t e m á t i c a s , la astronomía, la medicina, la cartografía, la arqueología y o t r a s disciplinas 166. Los terratenientes letrados 165
Gernet, Le monde chinois, p. 285. Gernet, entre otros, habla de un «Renacimiento» Sung comparable al de Europa: Le monde chinois, pp. 290-1, 292-302. Pero la analogía es insostenible, porque los eruditos chinos nunca dejaron de estar preocu166
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q u e ahora gobernaban en China se caracterizaban p o r el desdén de los m a n d a r i n e s hacia los deportes físicos y los ejercicios militares y p o r u n culto deliberado hacia los pasatiempos estéticos e intelectuales. E n la cultura de la época Sung se c o m b i n a b a n las especulaciones cósmicas con u n neoconfucionismo sistematizado. La conquista de China p o r los mogoles en el siglo X I I I p u s o a p r u e b a la resistencia del sistema socioeconómico que había m a d u r a d o en esta era feliz. Una zona considerable de la China del Norte q u e d ó inicialmente «pastoralizada» p o r los nuevos dirigentes n ó m a d a s , b a j o cuyo dominio se p r o d u j o u n a decadencia general de la agricultura. Los posteriores esfuerzos de los e m p e r a d o r e s Yuan p o r r e m e d i a r la situación agraria tuvieron poco éxito i 6 7 . Las innovaciones industriales se paralizaron casi p o r completo, y el avance técnico más n o t a b l e de la época mogol parece h a b e r sido, quizá de f o r m a significativa, la fundición de cañones de hierro 1 6 S . La carga t r i b u t a r i a de las masas rurales y u r b a n a s a u m e n t ó a la p a r q u e se introducía el registro hereditario de sus ocupaciones, con o b j e t o de inmovilizar la e s t r u c t u r a de clase del país. Las rentas y las tasas de interés se m a n t u v i e r o n altos y el e n d e u d a m i e n t o campesino a u m e n t ó incesantemente. La dinastía Yuan m o s t r ó poca confianza en los m a n d a r i n e s chinos, pese a q u e los terratenientes del s u r se habían p a s a d o al ejército invasor. El sistema de exámenes f u e abolido a la vez q u e se r e f o r z a b a la a u t o r i d a d imperial central; se reorganizó la administración provincial y la recaudación fiscal se a r r e n d ó a los gremios e x t r a n j e r o s de uiguros, de quienes dependían en b u e n a m e d i d a los dirigentes mogoles p o r su pericia p a r a la administración y los negocios 169. Por o t r a parte, la política de los Yuan favoreció a la e m p r e s a mercantil y estimuló el comercio. La integración de China en el extenso sistema imperial mogol provocó la e n t r a d a de los mercaderes á r a b e s de Asia central y la expansión del comercio marítipados con el pasado antiguo, y no hubo un claro proceso de ruptura cultural tal como el que caracterizó al redescubrimiento renacentista de la Antigüedad clásica en Europa. El propio Gernet advierte con elocuencia en otros lugares de su obra contra la abusiva importación de períodos y conceptos propios de Europa a la historia china, e insiste en la necesidad de forjar nuevos conceptos específicos y adecuados a la experiencia de aquel país: Le monde chinois, pp. 571-2. H. F. Schurmann, Economic structure of the Yuan dynasty, Cambridge (Massacnusetts), 1956, pp. 8-9, ¿9-30, 43-8. Needham, Science and civilization in China, I, p. 142. Schurmann, Economic structure of the Yuan dynasty, pp. 8, 27-8; Dawson, Imperial China, pp. 186, 197.
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m o internacional. Se i n t r o d u j o u n a m o n e d a nacional de papel y se estableció u n t r a n s p o r t e de c a b o t a j e a gran escala p a r a el aprovisionamiento de g r a n o del norte, donde se había f u n d a d o u n a nueva capital en Pekín. S i m u l t á n e a m e n t e , se completó el impresionante Gran Canal, que unía los centros económicos y políticos del país en u n a continua vía fluvial. Pero la discriminación étnica de la dinastía provocó la e n e m i s t a d de la m a y o r p a r t e de los terratenientes, y la intensidad de sus exacciones financieras, la depreciación de sus emisiones fiduciarias y la difusión de u n sistema señorial opresivo e m p u j a r o n al campesinado a la rebelión a r m a d a . El resultado f u e la insurrección social y nacional que acabó con el dominio mogol en el siglo xiv, instalando a la dinastía Ming. El nuevo E s t a d o representaba, con algunas modificaciones significativas, u n a reafirmación de la e s t r u c t u r a política tradicional del dominio de los terratenientes letrados. El sistema de exámenes se r e s t a u r ó inmediatamente, p e r o p a r a evitar el monopolio de cargos p o r el s u r se estableció u n sistema regional de cuotas que reservaba el 40 p o r 100 de los doctorados a los candidatos del norte. Los grandes propietarios del Yangtsé f u e r o n trasladados a la nueva capital Ming de Nanking, d o n d e su residencia forzosa facilitaba el control g u b e r n a m e n t a l . Al m i s m o t i e m p o se abolió el secretariado imperial, que tradicion a l m e n t e constituía u n i m p e d i m e n t o p a r a la voluntad arbitraria del e m p e r a d o r . B a j o el gobierno de los Ming se i n c r e m e n t ó el c a r á c t e r a u t o r i t a r i o del Estado, cuyos sistemas de policía y de vigilancia secreta se hicieron m u c h o m á s amplios e implacables que los de la dinastía Sung 1 7 0 . La política de la corte se vio d o m i n a d a cada vez más p o r u n n u m e r o s o c u e r p o de eunucos (situados p o r definición al m a r g e n de las n o r m a s confucianas de a u t o r i d a d y responsabilidad paternas) y p o r violentas luchas faccionales. La solidaridad de la burocracia letrada se debilitó con la inseguridad de la posesión del cargo y la división de las obligaciones, m i e n t r a s que en el sistema de grados se' r e t r a s a b a c o n t i n u a m e n t e la edad de la graduación final. En un p r i m e r m o m e n t o se creó u n gran ejército de más de tres millones de h o m b r e s , que en su m a y o r p a r t e f u e posteriormente diluido en una red de colonos militares. La principal innovación fiscal del E s t a d o Ming fue la imposición sistemática de prestaciones de t r a b a j o público sobre la población r u r a l y ur170 Dawson, Imperial China, politics and society», pp. 72-3.
pp. 214-15; 218-19; Twitchett,
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baña, q u e f u e organizada p a r a ejecutarlos en u n i d a d e s «comunitarias» c u i d a d o s a m e n t e vigiladas. En el c a m p o tendieron a desaparecer los restrictivos contratos de a r r e n d a m i e n t o de la época Sung 1 7 1 , m i e n t r a s se mantenían, a u n q u e de f o r m a flexible, los registros de ocupaciones hereditarias del régimen Yuan. Con el restablecimiento de la paz civil y la mitigación de los a r r e n d a m i e n t o s , las fuerzas de producción rurales volvieron a conseguir u n a vez m á s prodigiosos avances. El f u n d a d o r de la dinastía Ming, el e m p e r a d o r Hungwu, impulsó oficialmente u n vasto p r o g r a m a de recuperación agraria con o b j e t o de r e m e d i a r las devastaciones del gobierno mogol y las destrucciones causadas p o r los levantamientos que a c a b a r o n con él. Se organizó la habilitación de t i e r r a s p a r a el cultivo, se r e s t a u r a r o n y a m p l i a r o n las obras hidráulicas y, b a j o las instrucciones del E s t a d o imperial, se llevó a cabo u n a reforestación sin precedentes en el país 172. Los resultados f u e r o n rápidos y espectaculares. A los seis años de la caída de los Yuan, el volumen de los impuestos en grano recibidos p o r la tesorería central casi se había triplicado. El í m p e t u inicial q u e esta reconstrucción desde a r r i b a imprimió a la economía rural, puso en m a r c h a p o r a b a j o u n crecimiento agrícola extrem a d a m e n t e rápido. En los valles y llanuras se expandió y mej o r ó sin cesar el cultivo de arroz p o r medio de regadíos, gracias a la difusión, desde el b a j o Yangtsé h a s t a Hopei, H u n a n y Fukien, de las variedades de m a d u r a c i ó n r á p i d a y de la doble cosecha. E n el sudoeste se colonizó Yunan. Las tierras marginales del sur se s e m b r a r o n de trigo, cebada y mijo, a d o p t a d o s del norte. Los cultivos comerciales de añil, azúcar y t a b a c o t o m a r o n u n volumen m u c h o mayor. La población de China, que p r o b a b l e m e n t e había descendido b a j o el dominio de los Ming hasta unos 65-80 millones de habitantes, volvió a crecer r á p i d a m e n t e a consecuencia de este p r o g r e s o hasta alcanzar e n t r e 120 y 200 millones p o r el año 1600 173. En las ciudades e x p e r i m e n t a r o n u n notable desarrollo las telas de seda, las cer á m i c a s y el refinado del azúcar, m i e n t r a s que los textiles de 171 Esta es, al menos, la opinión más corriente. Elvin sitúa el final del sistema de arrendamiento «servil» mucho después, a principios de la época Ch'ing, a la que considera como el primer período en el que se generalizó la pequeña propiedad privada en el campo: The pattern of the Chinese past, pp. 247-50. 171 Gernet, Le monde chinois, pp. 341-2. 173 Ping-Ti Ho, Studies on the population of China, 1368-1953, Cambridge (Massachusetts), 1969, pp. 101, 277; Perkins, Agricultural development •n China, pp. 16, 194-201, 208-9.
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algodón llegaban p o r vez p r i m e r a al u s o popular, sustituyendo a las tradicionales p r e n d a s de cáñamo. La adopción de los nuevos paños p o r el c a m p e s i n a d o hizo posible la creación de imp o r t a n t e s centros m a n u f a c t u r e r o s p a r a la producción de tela. A finales de la era Ming, la región de Singkiang a g r u p a b a quizá a unos 200.000 artesanos de la industrial textil. El comercio interregional unificó progresivamente al país, a la p a r que se p r o d u c í a u n avance notable hacia la implantación de u n nuevo sistema monetario. El papel m o n e d a f u e a b a n d o n a d o poco después de mediados del siglo xv a causa de las sucesivas devaluaciones; finalmente, se i m p o r t ó de América (vía Filipinas) y de J a p ó n u n creciente volumen de plata, que llegó a constituir el medio de intercambio d o m i n a n t e d e n t r o de China hasta que f i n a l m e n t e f u e a d o p t a d o en b u e n a medida p o r el sistema fiscal. El gran auge inicial de la economía Ming n o se mantuvo, sin embargo, en el segundo siglo de dominio de la dinastía. Los p r i m e r o s f r e n o s a su crecimiento se hicieron evidentes en la agricultura: desde el a ñ o 1520 comenzaron a caer los precios de la tierra al descender la rentabilidad de las inversiones rurales p a r a la clase terrateniente 1 7 4 . Es posible que descendiera t a m b i é n el crecimiento de la población. Las ciudades, p o r o t r a parte, m o s t r a b a n todavía e x t e r i o r m e n t e u n a gran p r o s p e r i d a d comercial, con m e j o r a s en los m é t o d o s de producción de algunas de las viejas m a n u f a c t u r a s y con u n a u m e n t o en el sumin i s t r o de metales preciosos. Pero al m i s m o tiempo, y en u n plan o m á s f u n d a m e n t a l , la tecnología industrial dejó de m o s t r a r ningún nuevo dinamismo. B a j o el dominio de los Ming no parece que se p r o d u j e r a ningún invento u r b a n o de importancia, m i e n t r a s que se a b a n d o n a b a n u olvidaban algunos avances anteriores (los relojes y las esclusas) 1 7 5 . El empleo de m a t e r i a s p r i m a s p o r la i n d u s t r i a textil progresó del cáñamo al algodón, p e r o con ello se a b a n d o n a r o n las r u e d a s p a r a el hilado mecánico q u e se utilizaban en la confección de los paños de c á ñ a m o en el siglo xiv, lo que supuso u n a grave regresión técnica. También desde el p u n t o de vista organizativo, las m a n u f a c t u r a s rurales del algodón retrocedieron a la i n d u s t r i a de casa de labor, m i e n t r a s q u e la producción de telas de c á ñ a m o había desarrollado u n sistema de t r a b a j o a don-; a l i o b a j o el control de los mercaderes 1 7 6 . La expansión naval alcanzó su apogeo a principios del siglo xv, cuando los juncos chinos, de tonelaje m u y 174 ,7i 174
Gernet, Le monde chinois, pp. 370-1. Needham, Science and civilization in China, iv, 2, p. 508; iv, 3, p. 360. Elvin, The pattern of the Chínese past, pp. 195-9, 162, 274-6.
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superior a los navios europeos de la época, atravesaban los océanos en dirección a Arabia y Africa. Pero estas expediciones marítimas se a b a n d o n a r o n a mediados del m i s m o siglo, y la a r m a d a imperial f u e c o m p l e t a m e n t e desmantelada en u n contragolpe de los terratenientes y b u r ó c r a t a s que presagiaba u n mayor o s c u r a n t i s m o e involución oficiales 177. El clima indigenista y restauracionista de la c u l t u r a Ming, que procedía de la reacción xenófoba contra el dominio mogol, parece h a b e r conducido a u n «desplazamiento» al campo filológico y literario de la actividad intelectual, a c o m p a ñ a d o de u n interés decreciente p o r la ciencia y la técnica. Políticamente, el E s t a d o imperial Ming r e p r o d u j o enseguida u n a trayectoria más o menos conocida: la ostentación palaciega, la corrupción administrativa y la evasión de i m p u e s t o s p o r los terratenientes agotaron su tesorería y provocaron u n a creciente presión sobre el campesinado, cuyas prestaciones de t r a b a j o f u e r o n c o n m u t a d a s p o r impuestos en dinero, q u e subían sin p a r a r a medida que el régimen era o b j e t o de a t a q u e s desde el exterior. La piratería j a p o n e s a infestaba los mares, c e r r a n d o definitivamente el intervalo de poderío m a r í t i m o de China; las correrías de los mogoles se renovaron en todo el norte, provocando u n a gran destrucción, y, en fin, los a t a q u e s expedicionarios de J a p ó n contra Corea sólo p u d i e r o n ser resistidos gracias a e n o r m e s inversiones en los ejércitos imperiales 178. Así, el crecimiento económico y demográfico del país se detuvo g r a d u a l m e n t e d u r a n t e el siglo xvi, coincidiendo con la decadencia política del gobierno y el precio militar de su incompetencia. A principios del siglo x v n , c u a n d o las p r i m e r a s incursiones m a n c h ú e s alcanzaron el n o r d e s t e de China, la seguridad interior del reino Ming ya se estaba d e s m o r o n a n d o a medida que las h a m b r e s asolaban el c a m p o y las deserciones socavaban el ejército. Las revueltas de los u s u r p a d o r e s y las insurrecciones de los campesinos inundarían muy p r o n t o a todo el país, desde Shensi y Szechuan h a s t a Kiangsu. Así pues, la conquista m a n c h ú ya estaba p r e p a r a d a p o r las condiciones internas de China b a j o los últimos e m p e r a d o r e s Ming: los interminables ataques, que se extendieron d u r a n t e dos generaciones, llevaron las b a n d e r a s tunguses desde Muk177 Needham, Science and civilization in China, iv, 3, pp. 524-7, resume las hipótesis actuales sobre las razones de este cambio repentino. Sobre las vicisitudes de la última época del régimen Ming, véase Dawson, Imperial China, pp. 247-9, 256-7.
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den h a s t a Cantón. E n 1681 ya estaba ocupada toda la China continental. La nueva dinastía Ch'ing, u n a vez en el poder, habría de r e p e t i r en u n a escala ampliada el m i s m o ciclo económico que su predecesora. Políticamente, su gobierno f u e u n a mezcla de tradiciones Yuan y Ming. La clase dirigente m a n c h ú conservó el s e p a r a t i s m o étnico, a c a n t o n ó en el país sus propios regimientos o b a n d e r a s y monopolizó los altos m a n d o s militares del Estado 1 7 9 . Los generales-gobernadores m a n c h ú e s , q u e dirigían dos provincias simultáneamente, e s t a b a n p o r encima de los gobernadores chinos, a cargo de la administración de u n a sola provincia. La clase t e r r a t e n i e n t e china quedó, sin embargo, en posesión de la burocracia civil, y el sistema de exám e n e s se purificó con o b j e t o de e q u i l i b r a r la representación provincial. La tradicional c e n s u r a que ejercía el E s t a d o imperial sobre la c u l t u r a f u e reforzada. D u r a n t e cerca de u n siglo, desde 1683 a 1753, el gobierno m a n c h ú r e d u j o los impuestos, detuvo la corrupción, conservó la paz interior y f o m e n t ó la colonización interior. La expansión de los cultivos p r o c e d e n t e s de América a través de las Filipinas —maíz, patatas, cacahuetes, boniatos— p e r m i t i ó p o r vez p r i m e r a la conquista agrícola de las colinas de suelo poco p r o f u n d o . La emigración campesina hacia las tierras altas forestales, h a b i t a d a s h a s t a entonces p o r pueblos tribales, se propagó con rapidez y p r o d u j o el rescate de grandes zonas de tierra p a r a el cultivo. Las semillas de arroz se m e j o r a r o n todavía m á s h a s t a conseguir cosechas en menos de la m i t a d del t i e m p o r e q u e r i d o p o r las p r i m e r a s variedades de m a d u r a c i ó n rápida de la época Sung. La extensión y la productividad agrícolas volvieron a crecer sin interrupción, p e r m i t i e n d o u n explosivo a u m e n t o demográfico, q u e esta vez superó todas las m a r c a s anteriores. La población de China se duplicó o triplicó e n t r e 1700 y 1850, a ñ o en que alcanzó los 430 millones de h a b i t a n t e s 18°. Mientras que la población total de E u r o p a a u m e n t a b a de 144 a 193 millones de h a b i t a n t e s ent r e 1750 y 1800, se h a calculado que la población de China subió de 143 a 360 millones e n t r e 1741 y 1812. La p r o d u c c i ó n m á s intensiva de arroz, que siempre f u e s u p e r i o r al cultivo de cereales de secano, hizo posible u n a densidad demográfica sin pa-
ralelo en el m u n d o occidental , M . Al m i s m o tiempo, las conquistas militares m a c h ú e s —que pusieron p o r vez p r i m e r a en la historia a Mogolia, Sinkiang y el Tíbet b a j o control de China— a u m e n t a r o n significativamente el t e r r i t o r i o potencial susceptible d e colonización y cultivo. Los soldados y funcionarios de los Ch'ing extendieron hasta las p r o f u n d i d a d e s de Asia central las f r o n t e r a s continentales chinas. En el siglo xix, sin embargo, se p r o d u j o de nuevo u n relativo e s t a n c a m i e n t o económico en la agricultura. La erosión del suelo a r r a s ó la m a y o r p a r t e de los cultivos de las colinas y provocó inundaciones en los sistemas de regadío; la u s u r a y el sistema señorial superexplotador c a m p a b a n p o r sus respetos en las regiones m á s fértiles, y la superpoblación campesina com e n z a b a a hacerse evidente en las aldeas 1W. E n la segunda mitad del siglo X V I I I , d u r a n t e el reinado del e m p e r a d o r Ch'ien Lung, la expansión militar m a n c h ú y el dispendio de la corte ya h a b í a n s i t u a d o de nuevo la presión fiscal a u n o s niveles intolerables. E n el a ñ o 1795 estalló en el noroeste la p r i m e r a gran insurrección campesina, q u e f u e liquidada con dificultad t r a s ocho años de lucha. I n m e d i a t a m e n t e después, las manufact u r a s u r b a n a s e n t r a r o n t a m b i é n en u n p e r í o d o de crisis galopante. D u r a n t e el siglo x v m se había p r o d u c i d o u n renacimient o de la p r o s p e r i d a d comercial en las ciudades. Los textiles, la porcelana, la seda, el papel, el té y el azúcar h a b í a n experiment a d o u n a f u e r t e alza d u r a n t e la paz Ch'ing. El comercio exterior a u m e n t ó considerablemente, i m p u l s a d o p o r la nueva d e m a n d a e u r o p e a de p r o d u c t o s chinos, a u n q u e a finales de siglo producía t a n sólo alrededor de u n a sexta p a r t e de los ingresos fiscales procedentes del comercio interior. P e r o en el m o d e l o d e la i n d u s t r i a china n o se p r o d u j o ningún c a m b i o cualitativo. Los grandes avances en la siderurgia de la época Sung n o f u e r o n seguidos p o r ningún proceso similar en la China m o d e r n a ; n o se p r o d u j o ningún desarrollo de la i n d u s t r i a de bienes de producción. Las industrias de artículos de consumo, que desde la época Ming siempre h a b í a n sido las m á s boyantes, t a m p o c o p r o d u j e r o n ningún avance tecnológico decisivo en la época Ch'ing y ni siquiera se había extendido en ellas de f o r m a sig-
Los soldados chinos de la «bandera verde» formaban un ejército subordinado del Estado Ch'ing. El dualismo que existía entre los regimientos manchúes y chinos se mantuvo hasta los últimos años de la dinastía, a comienzos del siglo xx: V. Purcell, The Boxer uprising, Cambridge, 1963, pp. 20-4. Ping-Ti Ho, Studies on the population of China, pp. 208-15.
1,1 Gernet, Le monde chinois, p. 424. Todavía hoy la productividad internacional media del arroz es superior en un 75 por 100 por ha a la del trigo. Es el siglo xviii, la ventaja del arroz chino sobre el trigo europeo era mucho mayor. 1U Dawson, Imperial China, pp. 301-2; Ho, Studies on the population of China, pp. 217-21.
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nificativa la utilización de t r a b a j o asalariado a principios del siglo xix. La balanza global e n t r e los sectores u r b a n o y r u r a l de la economía b a j o el dominio m a n c h ú se revela en el e n o r m e p r e d o m i n i o en el sistema fiscal de las capitaciones y los impuestos sobre la tierra que, h a s t a finales del siglo X V I I I , ascendieron al 70 y 80 p o r 100 de los ingresos totales del E s t a d o Ch'ing 183 . Por o t r a parte, y desde mediados del siglo xix, la expansión imperialista europea comenzó a a t a c a r p o r vez prim e r a al comercio y las m a n u f a c t u r a s tradicionales de China y a dislocar todo el a p a r a t o defensivo del E s t a d o Ch'ing. La prim e r a f o r m a de presión occidental f u e esencialmente comercial: el ilícito t r á f i c o de opio realizado p o r las compañías inglesas en la China del S u r desde la segunda década del siglo xix ocasionó al gobierno m a n c h ú u n déficit en el comercio exterior al a u m e n t a r las importaciones de narcóticos. La creciente crisis de la balanza de pagos se agravó con la caída de la p l a t a en el m e r c a d o mundial, que c o n d u j o a u n a depreciación de la moneda china y a u n a galopante inflación interior. El intento de los Ch'ing de detener el comercio del opio f u e liquidado p o r la fuerza de las a r m a s en la g u e r r a anglo-china de 1841-2. Estos reveses económicos y militares, a c o m p a ñ a d o s p o r u n a inquietante penetración ideológica del exterior, f u e r o n seguido? p o r el gran t e r r e m o t o social de la rebelión de los Taiping. D u r a n t e quince años, de 1850 hasta 1864, esta e n o r m e insurrección campesina y plebeya —sin d u d a alguna la m a y o r rebelión p o p u l a r que se p r o d u j o en todo el m u n d o d u r a n t e el siglo xix— sacudió los cimientos del imperio. Los soldados del «Reino Celeste», inspirados p o r los ideales igualitarios y p u r i t a n o s de la doctrina Taiping, conquistaron la m a y o r p a r t e de la China central. Mientras tanto, la China del N o r t e era sacudida p o r o t r o s levantamientos r u r a l e s de los rebeldes Nien, y las minorías étnicas y religiosas o p r i m i d a s —sobre t o d o las c o m u n i d a d e s musulmanas— explotaban en diferentes revueltas en Kweichow, Yunan, Shensi, Kansu y Sinkiang. Las feroces guerras de represión desencadenadas p o r el E s t a d o Ch'ing c o n t r a estos sucesivos levantamientos de los p o b r e s se prolongaron d u r a n t e cerca de tres décadas. H a s t a 1878 n o a c a b a r o n las operaciones de los m a n c h ú e s , con la «pacificación» definitiva de Asia central. Las pérdidas totales de estas luchas gigantescas ascendieron quizá a 20 ó 30 millones de personas, y la destrucción agraria f u e del m i s m o orden. La rebelión de los Taiping, j u n t o
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con el r e s t o de las insurrecciones, selló la irreversible decadencia del sistema político m a n c h ú . El E s t a d o imperial intentó levantar sus finanzas p o r m e d i o de nuevos i m p u e s t o s comerciales, cuyo valor global se multiplicó p o r siete e n t r e 1850 y 1910, lo q u e s u p u s o u n a carga q u e debilitó todavía m á s a las industrias interiores, p r e c i s a m e n t e en el m o m e n t o en q u e estab a n siendo d a ñ a d a s p o r u n a i m p r e s i o n a n t e competencia extranj e r a 1M. Los textiles de algodón de I n g l a t e r r a y Norteamérica h u n d i e r o n la producción autóctona; el té de la India y de Ceilán a r r u i n ó las plantaciones locales; las sedas japonesas e italianas se a d u e ñ a r o n de los tradicionales m e r c a d o s de exportación. La presión militar imperialista se hizo c a d a vez m á s d u r a h a s t a c u l m i n a r en la g u e r r a chino-japonesa de 1894-5. Las humillaciones a n t e el e x t r a n j e r o provocaron u n a turbulencia interior (rebelión de los bóxer) que c o n d u j o a nuevas intervenciones e x t r a n j e r a s . El E s t a d o Ch'ing, t a m b a l e á n d o s e b a j o estos múltiples golpes, f u e demolido f i n a l m e n t e p o r la revolución republicana de 1911, en la que u n a vez m á s se mezclaron diversos elementos sociales y nacionales. La agonía final y la m u e r t e del gobierno imperial en China i m p r i m i e r o n en los observadores europeos del siglo xix la idea de q u e se t r a t a b a de u n a sociedad esencialmente estancada, q u e se d e s m o r o n a b a a n t e la irrupción del Occidente dinámico. Pero en u n a perspectiva m á s amplia, el espectáculo del d e r r u m b a m i e n t o del E s t a d o Ch'ing era engañoso. E n efecto, t o d o el curso de la historia imperial china, desde la época Tang h a s t a la Ch'ing, revela en d e t e r m i n a d o s aspectos básicos u n desarrollo p r o f u n d a m e n t e acumulativo. El e n o r m e a u m e n t o de la población del país, q u e pasó de u n o s 65 millones en 1400 a 430 en 1850 — u n avance demográfico que dejó m u y a t r á s al de E u r o p a en el m i s m o período—, testifica p o r sí solo el vol u m e n de la expansión de las fuerzas de producción en China t r a s la época Yuhan. Si se consideran en u n a perspectiva secular, los avances agrícolas experimentados a comienzos de la China m o d e r n a f u e r o n notables. El e n o r m e crecimiento demográfico, q u e multiplicó p o r seis el n ú m e r o de h a b i t a n t e s en el transcurso de cinco siglos, p a r e c e h a b e r sido c o n s t a n t e m e n t e igualado p o r el a u m e n t o en la producción de cereales h a s t a el mism o fin del p r o p i o orden imperial; de hecho, la r e n t a percápita f u e relativamente estable desde 1400 h a s t a 1900 185. El gran au1M
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chinois,
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Gernet, Le monde chinois, pp. 485-6. Perkins, Agricultural development in China, pp. 14-15, 32.
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m e n t ó e x p e r i m e n t a d o p o r la producción total de g r a n o d u r a n t e este medio milenio se h a a t r i b u i d o en p a r t e s a p r o x i m a d a m e n t e iguales a la expansión cuantitativa de la tierra cultivada y a la m e j o r a cualitativa de las cosechas, cada u n a de las cuales parece h a b e r contribuido a la m i t a d a p r o x i m a d a del crecimient o total de la producción 1 8 é . D e n t r o de la p a r t e q u e en este p r o g r e s o c o r r e s p o n d e a las cosechas, la m i t a d de las m e j o r a s registradas se debe p r o b a b l e m e n t e al u s o de m e j o r e s semillas y a la introducción de nuevas p l a n t a s y de la doble cosecha, m i e n t r a s q u e la otra m i t a d se podría d e b e r a la m a y o r utilización del control del agua y de los fertilizantes 187. Al final de esta larga evolución, y a p e s a r de los últimos y desastrosos años del gobierno Ch'ing, los niveles de productividad en el cultivo a r r o c e r o de China se situaban muy p o r encima de los d e o t r o s países asiáticos, tales c o m o la India o Tailandia. Con todo, este modelo de desarrollo agrario estuvo desprovisto casi p o r completo de m e j o r a s tecnológicas i m p o r t a n t e s después de la época Sung 18S. El a u m e n t o en la producción de g r a n o se debió invariablemente a u n cultivo más extensivo de la tierra, a u n a aplicación m á s intensiva del t r a b a j o , a la plantación de semillas m á s variadas y al uso m á s extendido del riego y los fertilizantes. Por lo demás, la tecnología r u r a l p e r m a n e c i ó estacionaria. También es posible que las relaciones de propiedad hayan c a m b i a d o relativamente poco tras la época Sung, a u n q u e en este c a m p o la investigación todavía es f r a g m e n t a r i a e insegura. Se ha calculado recientemente que, desde el siglo xx al xix, el índice global de tenencia en a r r e n d a m i e n t o s p o r los campesinos sin tierra p u e d e situarse, de f o r m a p r á c t i c a m e n t e constante, en t o r n o al 30 p o r 100 189. El E s t a d o Ch'ing d e j ó t r a s d e sí u n a configuración r u r a l que era, en realidad, u n expresivo res u m e n de las tendencias seculares de la historia agrícola de China. En las décadas de 1920 y 1930, p r o b a b l e m e n t e el 50 p o r 100 de los campesinos chinos eran propietarios de las tierras q u e ocupaban, el 30 p o r 100 e r a n a r r e n d a t a r i o s y o t r o 20 por 100 e r a n s i m u l t á n e a m e n t e propietarios y arrendatarios 1 9 0 . La m
Ibid., pp. 33, 37. Ibid., pp. 38-51, 60-73. ,M Ibid., pp. 56-8, 77. Una excepción insólita parece haber sido la introducción del molino de viento, cuyos primeros testimonios datan de principios del siglo xvii. Perkins, Agricultural development in China, pp. 98-102. R. H. Tawney, Land and labour in China, Londres, 1937, p. 34. ln
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u s u r a e s t a b a tan extendida q u e u n propietario nominal era « f r e c u e n t e m e n t e poco m á s que el a r r e n d a t a r i o de u n préstamista» 1 9 1 . Las tres c u a r t a s p a r t e s de la tierra cultivada p o r a r r e n d a t a r i o s estaban a r r e n d a d a s , d u r a n t e la época Ch'ing, p o r r e n t a s fijas en especie o dinero, lo que p e r m i t í a f o r m a l m e n t e las m e j o r a s en la productividad p a r a beneficio del p r o d u c t o r directo. Una c u a r t a p a r t e de la tierra, situada en su mayoría en las regiones más p o b r e s del norte, d o n d e el a r r e n d a m i e n t o era menos i m p o r t a n t e , se regía p o r acuerdos de aparcería m . A finales de la época Ch'ing se comercializaba, a lo sumo, u n 30 ó 40 p o r 100 del p r o d u c t o agrícola 1 9 3 . Las fincas de los terratenientes, c o n c e n t r a d a s en la región del Yangtsé, el s u r y Manchuria, cubrían la m a y o r p a r t e de la tierra m á s productiva. El 10 p o r 100 de la población r u r a l poseía el 53 p o r 100 de la tierra cultivada, y la extensión de la p r o p i e d a d media de los terratenit-ites era 128 veces m a y o r q u e la de la parcela media del campesino 194. Las tres cuartas p a r t e s de los terratenientes eran propietarios absentistas. Las ciudades f o r m a b a n los núcleos de los distintos círculos concéntricos de la p r o p i e d a d y la producción agraria: la tierra s u b u r b a n a e s t a b a monopolizada p o r los comerciantes, los funcionarios y los terratenientes y se destinaba a los cultivos industriales y a la h o r t i c u l t u r a ; más allá se situaban los campos de arroz y trigo, destinados al comercio y dominados p o r los terratenientes; p o r último, e n las regiones m á s altas o m á s inaccesibles e s t a b a n las m í s e r a s parcelas de los campesinos. Las ciudades provinciales se habían multiplicado d u r a n t e la época Ch'ing, pero la sociedad china e s t a b a p r o p o r c i o n a l m e n t e m á s u r b a n i z a d a en la época Sung, m á s de quinientos años antes 195. Porque, en efecto, las fuerzas de p r o d u c c i ó n parecen h a b e r t o m a d o en la China imperial u n a curiosa f o r m a espiral t r a s las grandes revoluciones socioeconómicas de la era Sung en los siglos x-xin. Sus movimientos se repitieron en planos cada vez m á s altos, sin desviarse n u n c a de la línea central, h a s t a que finalmente esta recurrencia dinámica se vio q u e b r a d a y aplastada p o r fuerzas exteriores a su f o r m a c i ó n social y tradiIbid., p. 36. Perkins, Agricultural development in China, pp. 104-6. Ibid., pp. 114-5 136. 194 Ho, Studies on the population of China, p. 222. 195 Elvin, The pattern of the Chinese past, pp. 176-8: el porcentaje de población que vivía durante el siglo x n en ciudades de más de 100.000 habitantes se situaba quizá entre el 6 y el 7,5 por 100, mientras que en el año 1900 era sólo del 4 por 100. 192
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cional. La p a r a d o j a de este movimiento peculiar de la historia china de la época m o d e r n a es que la mayoría de las condiciones previas p u r a m e n t e técnicas p a r a la industrialización capitalista se habían alcanzado m u c h o antes en China que e n Europa. A finales de la E d a d Media, China llevaba u n a amplia y decisiva v e n t a j a tecnológica sobre Occidente, y se había anticipado en varios siglos a p r á c t i c a m e n t e todos los inventos clave de la producción material cuya combinación h a b r í a de liberar el d i n a m i s m o económico de la E u r o p a renacentista. Todo el desarrollo de la civilización imperial china p u e d e considerarse en cierto sentido, efectivamente, c o m o la m á s grandiosa demostración y la m á s p r o f u n d a experiencia del p o d e r y de la impotencia de la técnica en la historia 1%. Los avances e n o r m e s y sin precedentes de la economía Sung —especialmente en la metalurgia— se m a l o g r a r o n en las épocas posteriores: la t r a n s f o r m a c i ó n radical de la industria y de la sociedad que p r o m e t í a n n u n c a tuvo lugar. En este sentido, todo parece indicar que la época Ming es la clave del enigma chino, que f u t u r o s historiadores h a b r á n de resolver, p o r q u e f u e en este m o m e n t o cuando, a p e s a r de los impresionantes avances iniciales p o r m a r y tierra, los mecanismos del crecimiento científico y tecnológico de las ciudades parecen detenerse o d a r m a r c h a a t r á s 197. A p a r t i r de comienzos del siglo xvi, p r e c i s a m e n t e cuan-
do el Renacimiento de las ciudades italianas se extiende h a s t a a b a r c a r a toda la E u r o p a occidental, las ciudades chinas dejaron de s u m i n i s t r a r al imperio impulsos o innovaciones fundamentales. De f o r m a significativa quizá, la ú l t i m a gran creación u r b a n a f u e la construcción de la nueva capital de Pekín p o r los Yuan. La dinastía Ming t r a t ó inútilmente de restablecer el centro político del país en la vieja ciudad de Nanking, pero n o añadió ninguna nueva creación propia. Económicamente, además, las sucesivas etapas de la f o r m i d a b l e expansión agraria tuvieron lugar sin ningún equivalente industrial c o m p a r a b l e y sin recibir ningún impulso tecnológico de la economía u r b a n a , h a s t a que f i n a l m e n t e el propio crecimiento u r b a n o tropezó con los límites insuperables de la superpoblación y de la escasez de tierra. Parece claro, pues, q u e d e n t r o de sus propios límites, la agricultura china tradicional alcanzó su p u n t o c u l m i n a n t e de posibilidades en la p r i m e r a época Ch'ing, c u a n d o sus niveles de productividad eran muy superiores a los de la agricult u r a e u r o p e a contemporánea, y que a p a r t i r de entonces sólo h a b r í a podido m e j o r a r con la introducción de p r o d u c t o s específicamente industriales, c o m o los fertilizantes químicos o la tracción mecánica 198. La incapacidad del sector u r b a n o p a r a generar estos p r o d u c t o s f u e decisiva p a r a el bloqueo de toda la economía china. La presencia de u n vasto m e r c a d o interior,
Esta es, en efecto, la inolvidable lección del magistral y apasionante libro de Needham, cuyo alcance no tiene precedentes en la historiografía moderna. Es preciso decir, sin embargo, que la apresurada clasificación de Needham de la sociedad imperial china como «burocratismo feudal» queda claramente por debajo del nivel científico que tiene el conjunto de su obra. La unión de ambos no hace al término «feudalismo» más aplicable ni al término «burocracia» menos perogrullesco para definir a la formación social china a partir del año 200 a. C. Needham es en realidad demasiado lúcido como para no darse cuenta de esto, y nunca lo utiliza de forma categórica. Véase, por ejemplo, esta reveladora afirmación: «La sociedad china era un burocratismo (o quizá un feudalismo burocrático), es decir, un tipo de sociedad desconocido en Europa». Science an civilization in China, II, p. 377. La última frase es la verdaderamente operativa: el «es decir» reduce implícitamente los predicados antecedentes a su verdadero papel. Needham advierte expresamente en otro lugar contra la identificación del «feudalismo» o el «burocratismo feudal» de China con cualquier otra cosa designada con estas mismas palabras en la experiencia europea (iv, 3, p. 263), con lo que pone radicalmente en cuestión (¿de forma involuntaria?) la utilidad de un concepto común para referirse a ambos. 197 Los avances en campos tales como la medicina y la botánica parecen haber sido una excepción. Véase Needham, Science and civilization in China, III, Mathematics and the Sciences of the heavens and the earth, Cambridge, 1959, pp. 437, 442, 457; iv, 2, p. 508; iv, 3, p. 526.
Elvin ha analizado con la mayor amplitud este callejón sin salida: The pattern of the Chínese past, pp. 306-9 ss. El gran mérito del libro de Elvin es el de haber planteado con más claridad que cualquier otro estudio las paradojas centrales de la economía china a principios de la era moderna, tras el florecimiento de la época Sung. Pero su solución al problema del estancamiento imperial es demasiado estrecha y superficial para ser convincente. La expresión «trampa de alto equilibrio» que utiliza para describir el bloqueo de la economía tras el período Sung no lo explica en realidad, y se limita a replantear el problema con un aire engañosamente técnico. El alto equilibrio sólo se alcanzó en la agricultura, que, a pesar de las apariencias, es todo lo que estudia realmente el análisis final de Elvin. El «equilibrio» en la industria fue, por el contrario, más bien bajo. En otras palabras, el estudio de Elvin elude el problema de por qué no se produjo una revolución industrial en las ciudades que proporcionase inversiones «científicas» en la agricultura. Las observaciones con las que rechaza las explicaciones sociológicas de las limitaciones de la industria china (pp. 286-96) son demasiado tajantes para ser convincentes, y además están en claro desacuerdo con su propio estudio sobre las condiciones de la industria textil (pp. 279-82). En general, The pattern of the Chínese past sufre de una falta de verdadera integración o articulación de sus análisis económicos y sociales, que se desarrollan en niveles separados. La tentativa final de una explicación «puramente» económica del estancamiento chino es claramente inadecuada.
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q u e p e n e t r a b a p r o f u n d a m e n t e en el campo, y de i m p o r t a n t e s acumulaciones de capital mercantil parecían c r e a r las condiciones propicias p a r a la aparición de u n v e r d a d e r o sistema fabril que combinase el equipo mecanizado con el t r a b a j o asalariado. Pero en realidad n u n c a se dio el salto a u n a producción en m a s a de bienes de c o n s u m o p o r m e d i o de m á q u i n a s ni a la t r a n s f o r m a c i ó n de los artesanos u r b a n o s en u n p r o l e t a r i a d o industrial. El crecimiento agrícola alcanzó su plenitud mient r a s se descuidaba el potencial industrial. E s t a p r o f u n d a desproporción puede obedecer, sin duda, a la e s t r u c t u r a de la sociedad y el E s t a d o chinos, porque, como ya h e m o s visto, los m o d o s de producción de toda f o r m a c i ó n social precapitalista son especificados siempre p o r el a p a r a t o político-jurídico de dominación de clase que impone su peculiar coerción extraeconómica. La propiedad privada de la tierra —medio básico de producción— se desarrolló m u c h o m á s en la civilización china que en la islámica, y sus distintas trayectorias se vieron ciertamente m a r c a d a s p o r esa diferencia fundamental. A p e s a r de ello, los conceptos chinos de propiedad se q u e d a r o n todavía m u y p o r d e t r á s de los europeos. La propiedad c o n j u n t a de la familia estaba m u y extendida e n t r e los t e r r a t e n i e n t e s y, además, los derechos de p r i o r i d a d y de reventa limitaban las ventas de tierra 1 9 9 . El capital u r b a n o mercantil se vio a f e c t a d o p o r la falta de toda clase de n o r m a s de p r i m o g e n i t u r a y p o r la monopolización estatal de algunos sectores clave de la producción interior y de las exportaciones al e x t r a n j e r o 200. El arcaísmo de los vínculos de clan —de los que carecían los grandes estados islámicos— reflejaba la falta de u n v e r d a d e r o sistema de derecho civil. La c o s t u m b r e o el parentesco sobrevivieron como p o d e r o s o s conservadores de la tradición ante la falta de u n derecho codificado. Las prescripciones legales del E s t a d o tenían u n c a r á c t e r esencialmente punitivo, se referían ú n i c a m e n t e a la supresión del delito y n o p r o p o r c i o n a b a n ningún m a r c o j u r í d i c o positivo p a r a la dirección de la vida económica 2 0 1 . De m o d o similar, la c u l t u r a china H. F. Schurmann, «Traditional property concepts in China», The Far Eastern Quarterly, xv, 4, agosto de 1956, pp. 507-16, insiste con fuerza en estos límites de los conceptos chinos de propiedad privada agrícola. 200 Balazs, Chinese civilization and bureaucracy, subraya especialmente la función inhibidora de los monopolios estatales y de la propiedad imperial de la mayor parte del suelo urbano (pp. 44-51). 201 En este punto han insistido la mayor parte de los investigadores. Véase, por ejemplo, D. Bodde y C. Morris, Law in imperial China, Cambridge (Massachusetts), 1967, pp. 4-6. «El derecho oficial siempre actuaba
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n o f u e capaz de d e s a r r o l l a r el concepto teórico de leyes de la naturaleza m á s allá del ingenio p r á c t i c o de sus invenciones técnicas o de los r e f i n a m i e n t o s de su a s t r o n o m í a oficialmente patrocinada. Sus ciencias tendían a ser clasificatorias antes que causales y a c e p t a b a n las irregularidades —que a m e n u d o detectaban de f o r m a m á s p e n e t r a n t e q u e las c o n t e m p o r á n e a s ciencias de Occidente— d e n t r o de una cosmología elástica, sin i n t e n t a r e n f r e n t a r s e a ellas y explicarlas. De ahí su peculiar carencia de p a r a d i g m a s determinados, cuya falsación pudiera conducir a revoluciones teóricas d e n t r o de ellas 202. Por o t r a parte, la rígida división social e n t r e letrados y a r t e s a n o s impidió el decisivo e n c u e n t r o e n t r e la teoría m a t e m á t i c a y la experimentación que p r o d u j o en E u r o p a el n a c i m i e n t o de la física m o d e r n a . Por consiguiente, la ciencia china siempre tuvo u n carácter vinciano m á s que galileano, en f r a s e de N e e d h a m 203, n u n c a cruzó la línea divisoria que lleva al «universo de la precisión».
A largo plazo, la ausencia de leyes jurídicas y n a t u r a l e s e n el c o n j u n t o de tradiciones s u p e r e s t r u c t u r a l e s del sistema imperial no podía d e j a r de inhibir sutilmente a las m a n u f a c t u r a s u r b a n a s , situadas en u n a s ciudades q u e n u n c a consiguieron la autonomía cívica. Los m e r c a d e r e s del Yangtsé a c u m u l a r o n con frecuencia grandes f o r t u n a s comerciales, y los b a n q u e r o s de Shensi extendieron sus r a m a s p o r t o d o el país en la época Ch'ing. Pero el capital mercantil o financiero de China n o afectó p a r a n a d a al específico proceso de producción. Con pocas excepciones, el estadio i n t e r m e d i o de u n sistema de t r a b a j o a domicilio no se desarrolló en la economía de las ciudades. Los comerciantes mayoristas t r a t a b a n con contratistas, los cuales c o m p r a b a n d i r e c t a m e n t e a los p r o d u c t o r e s a r t e s a n o s y vendían en un sentido vertical, del Estado a los individuos, antes que en un plano horizontal, entre dos individuos.» Bodde afirma que la cultura china no mantuvo en ninguna época la idea de que el derecho escrito pudiera ser de origen divino, en contraposición con la jurisprudencia islámica, por ejemplo (p. 10). 202 Véase el excelente estudio de S. Nakayama, «Science ana technology in China», Half the world, pp. 1434; las irregularidades astronómicas que trastornaban los cálculos tradicionales eran aceptadas con amable calma, con el dicho que «incluso los cielos se extravían en ocasiones». 201 Needham ha ofrecido algunos análisis elocuentes: Science and civilization in China, II, History of scientific thought, Cambridge, 1956, páginas 542-3, 582-3; u, pp. 150-68; The grand titration, Londres, 1969, páginas 36-7, 39-40, 184-6, 299-330. Needham opina que existía una estrecha conexión entre el atraso sectorial de la física y la heteronomía social de la clase mercantil en la China imperial.
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los p r o d u c t o s sin n i n g u n a intervención directiva en el proceso de su m a n u f a c t u r a . La b a r r e r a e n t r e producción y distribución se institucionalizaba a m e n u d o p o r la concesión oficial de monopolios funcionales 204. Así pues, la inversión de capital comercial en la m e j o r a de la tecnología m a n u f a c t u r e r a era m í n i m a : a m b o s estaban f u n c i o n a l m e n t e separados. Los m e r c a d e r e s y b a n q u e r o s , que n u n c a gozaron de la estima que los comerciantes tenían en el m u n d o árabe, i n t e n t a b a n p o r lo general realizar sus f o r t u n a s p o r m e d i o de la c o m p r a de tierra y, p o s t e r i o r m e n t e , de grados en el sistema de exámenes. Carecían de identidad política corporativa, p e r o n o de movilidad social personal 205. A la inversa, los terratenientes iban a d e s c u b r i r m á s t a r d e las o p o r t u n i d a d e s lucrativas ofrecidas p o r la actividad mercantil. El resultado de todo esto f u e la imposibilidad de u n a cristalización, organización o solidaridad colectiva de la clase comercial u r b a n a , incluso cuando el sector privado de la economía a u m e n t ó cuantitativamente en los m o m e n t o s finales de la época Ch'ing. Las asociaciones mercantiles e r a n p o r lo general del tipo regionalista de las Landsmannschaft 206, cuya función política era m á s de división que de unificación. Como e r a presumible, el papel de la clase mercantil china en la revolución republicana que f i n a m e n t e derrocó al i m p e r i o a principios del siglo xx f u e p r u d e n t e y ambigua 207. La m a q u i n a r i a del E s t a d o imperial, q u e limitaba de esa f o r m a a las ciudades, d e j ó t a m b i é n su i m p r o n t a en los terratenientes. La clase poseedora de China siempre c o n t ó con u n a doble b a s e económica: sus fincas y sus cargos. El volumen total de la b u r o c r a c i a imperial siempre f u e m u y p e q u e ñ o en comparación con la población del país: e n t r e 10.000 y 15.000 funcionarios en la e r a Ming y menos de 25.000 en la época Ch'ing 208. Su eficacia dependía de los vínculos informales que se estable204
Elvin, The pattern of the Chínese past, pp. 278-84. Ping-Ti Ho, The ladder of success in imperial China: aspects of social mobility, 1368-1911, Nueva York, 1962, pp. 46-52; sobre los aspectos generales de la movilidad social en la China de las épocas Ming-Ch'ing, véanse las pp. 54-72. Véase también Balazs, Chínese civilization and bureaucracy, pp. 51-2. 206 Ping-Ti Ho, «Salient aspects of China's heritage», en Ping-Ti Ho y Tang Tsou, comps., China in crisis, 1, Chicago, 1968, pp. 34-5. 207 Véase el amplio y revelador ensayo de M.-C. Bergéres, «The role of the bourgeoisie», en M. Wright, comp.. China in revolution: The first phase, 1900-1913, New Haven, 1968, pp. 229-95. m Gernet, Le monde chinois, pp. 343-4; Chang-Li Chang, The income of the Chínese gentry, Seattle, 1962, pp. 38, 42. La burocracia Ch'ing contaba con un grupo adicional de unos 4.000 funcionarios manchúes.
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cían e n t r e los funcionarios enviados a las provincias y los t e r r a t e n i e n t e s locales que colaboraban con ellos en la realización de las funciones públicas (transporte, regadío, educación, religión, etc.) y el m a n t e n i m i e n t o del o r d e n público (unidades de defensa, etc.), p o r lo q u e recibían lucrativos ingresos en concepto de «servicios» 209. Las extensas familias de los terratenientes incluían tradicionalmente a algunos m i e m b r o s que habían a p r o b a d o los exámenes p a r a o b t e n e r el r a n g o chin-shih y el acceso f o r m a l al a p a r a t o b u r o c r á t i c o del Estado, y otros m i e m b r o s en las ciudades provinciales o en los distritos rurales q u e carecían de esos títulos. Los poseedores de grados ocupab a n p o r lo general las posiciones administrativas locales o centrales, m i e n t r a s que sus parientes se encargaban de las tierras. Pero el e s t r a t o más rico y poderoso de la clase terrateniente siempre estuvo c o m p u e s t o p o r aquellos q u e tenían cargos o vínculos con el Estado, cuyos e m o l u m e n t o s públicos (procedentes de los salarios, la corrupción y los servicios) s u p e r a b a n n o r m a l m e n t e en la época Ch'ing sus ingresos privados agrícolas quizá h a s t a en u n 50 p o r 100 21°. Así, m i e n t r a s que el conj u n t o de la clase t e r r a t e n i e n t e china debía su p o d e r social y político a su control sobre los medios básicos de producción, llevado a cabo p o r su cualificada p r o p i e d a d privada de la tierra, su c a m b i a n t e élite —quizá poco menos del 1 p o r 100 de la población en el siglo xix— e s t a b a d e t e r m i n a d a p o r el sistema de grados q u e le d a b a acceso oficial a la m a y o r riqueza y a la m á s alta a u t o r i d a d del sistema administrativo 2 1 1 . La inversión a g r a r i a era desviada, pues, p o r el a b s o r b e n t e papel del Estado imperial en el seno de la clase dominante. Los repentinos y grandes avances en la productividad de la agricultura china procedieron n o r m a l m e n t e de a b a j o , en las fases de m e n o r presión fiscal y política del E s t a d o sobre el c a m p e s i n a d o que se p r o d u c í a n al comienzo de u n ciclo dinástico. Los consiguientes a u m e n t o s demográficos p r o v o c a b a n entonces n o r m a l m e n t e u n
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Chang, The income of the Chínese gentry, pp. 43-7 ss. Chang, The income of the Chínese gentry, p. 197: los poseedores de grados académicos gozaban también por lo general de amplios ingresos procedentes de actividades mercantiles, que en conjunto, según los cálculos de Chang, debían suponer alrededor de la mitad de los producidos por sus propiedades territoriales. 211 Chang, The Chínese gentry, p. 139, calcula que los titulares de grados y sus familias representaban, antes de la rebelión Taiping, el 1,3 por 100 de la población. Los estudios de Chang limitan arbitrariamente la definición de gentry a este único estrato, pero sus hallazgos no implican la aceptación de este límite. 210
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nuevo m a l e s t a r social en el campo, q u e se hacía progresivam e n t e m á s peligroso p a r a los t e r r a t e n i e n t e s a m e d i d a que la población crecía, h a s t a llegar al episodio final del «Reino Celeste» de los Taiping. Al m i s m o tiempo, el a u t o r i t a r i s m o político del E s t a d o imperial tendió a intensificarse después de la época Sung 2 1 2 . El c o n f u c i a n i s m o se f u e haciendo cada vez más represivo y el p o d e r del e m p e r a d o r m á s amplio h a s t a la m i s m a víspera de la caída de la dinastía Ch'ing. Las civilizaciones china e islámica —que en sus diferentes m a r c o s naturales 2 1 3 se extendían a principios de la época mod e r n a p o r la m a y o r p a r t e del continente asiático— comprenden, pues, dos morfologías c l a r a m e n t e divergentes de E s t a d o y sociedad. Las diferencias e n t r e a m b a s p o d r í a n r e f e r i r s e prácticamente a todos sus elementos. Las guardias militares de esclavos q u e constituyeron con t a n t a frecuencia la cima de los sistemas políticos islámicos son la antítesis de los terratenientes letrados de c a r á c t e r civil q u e d o m i n a r o n el E s t a d o imperial chino; el p o d e r adopta, respectivamente, u n a f o r m a p r e t o r i a n a o la de u n m a n d a r i n a t o . La religión s a t u r a b a t o d o el universo ideológico de los sistemas sociales m u s u l m a n e s , m i e n t r a s el p a r e n t e s c o se relegaba o eclipsaba; en China, la m o r a l i d a d y la filosofía secular regían la c u l t u r a oficial, a la vez que permanecía i n c r u s t a d a en la vida civil la organización de clanes. El prestigio social de los m e r c a d e r e s en los imperios á r a b e s n u n c a f u e igualado p o r los h o n o r e s concedidos a los comerciantes en el Reino Celestial, y la a m p l i t u d de su comercio m a r í t i m o superó con m u c h o en el m o m e n t o de su esplendor a lo conseguido p o r sus homólogos chinos. Las ciudades desde las que o p e r a b a n los m e r c a d e r e s e r a n igualmente diferentes. Las ciudades clásicas de China f o r m a b a n redes b u r o c r á t i c a s y !1!
Ho, «Salient aspects of China's heritage», pp. 22-4. Los determinantes estrictamente geográficos de la estructura social fueron exagerados por Montesquieu y su época, en sus intentos de comprender el mundo no europeo. En el siglo xx, los marxistas han compensado exageradamente este legado de la Ilustración, ignorando el significado relativo del medio natural en el conjunto de la historia. A los historiadores modernos como Braudel ha correspondido devolverle un peso más justo. En realidad, ninguna historia verdaderamente materialista puede silenciar las condiciones geográficas, como si se tratara de algo meramente externo a los modos de producción. El mismo Marx insistió en el medio natural como un factor primario e irreductible de toda economía: i-Las condiciones originarias de la producción [...] originariamente no pueden ser ellas mismas producidas, no pueden ser resultado de la producción». Pre-capitalist formations, p. 86 (Grundrisse, p. 389 [Elementos, p. 449]). 211
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segmentadas, m i e n t r a s q u e las ciudades islámicas e r a n laberintos confusos y aleatorios. El apogeo de la agricultura intensiva, con la utilización de las obras hidráulicas m á s desarrolladas del m u n d o , se c o m b i n a b a en China con la p r o p i e d a d privada de la tierra, m i e n t r a s que el m u n d o islámico m o s t r a b a p o r lo general u n monopolio j u r í d i c o de la tierra p o r p a r t e del soberano y u n cultivo irregular o extensivo, sin la introducción de sistemas de regadío de alguna importancia. Ninguna de estas grandes zonas tuvo c o m u n i d a d e s igualitarias de aldea; p e r o en todo caso la productividad r u r a l generalmente e s t a n c a d a del Oriente Medio y del n o r t e de Africa contrasta c l a r a m e n t e con los e n o r m e s progresos agrícolas registrados e n China. Naturalmente, las diferencias de clima y de suelo n o f u e r o n a j e n a s a estos diferentes rendimientos. La población de a m b a s regiones c o r r e s p o n d e n a t u r a l m e n t e a la dinámica de las f u e r z a s de producción en la r a m a principal de toda economía precapitalista: estabilidad en el Islam, multiplicación en China. La tecnología y la ciencia siguieron también direcciones opuestas: la civilización imperial china generó m u c h a s m á s innovaciones técnicas que la E u r o p a medieval, m i e n t r a s que, inversamente, la historia islámica f u e a p a r e n t e m e n t e infértil en comparación con ella 214 . Por último, a u n q u e n o sea lo menos i m p o r t a n t e , el mundo islámico era contiguo a Occidente y estuvo sometido desde m u y p r o n t o a su expansión y, finalmente, a su cerco; m i e n t r a s q u e el reino chino p e r m a n e c i ó aislado, f u e r a del alcance de E u r o p a y quizá t r a n s m i t i e n d o d u r a n t e m u c h o t i e m p o a Occidente m á s de lo q u e recibía de él, m i e n t r a s q u e la civilización
La respectiva habilidad técnica de las civilizaciones china, islámica y europea quedó reflejada en el adagio tradicional que procedente de Samarkanda contaba el embajador castellano ante Timur en el siglo xiv: «los artesanos de Catay son considerados muchísimo más habilidosos que los de cualquier otra nación, y se dice que sólo ellos tienen dos ojos, mientras que los francos sólo tienen uno y los musulmanes son un pueblo ciego». Needham, Science and civilization in China, iv, 2, p. 602. El propio Needham supone que existía un grado de transmisión directa de los inventos chinos a Europa más alto de lo que en general puede demostrarse con testimonios históricos. La mutua ignorancia social prácticamente completa en 1a que permanecieron ambas civilizaciones durante la Antigüedad y la Edad Media —la falta por ambas partes de una información exacta en los documentos escritos, hasta unas fechas muy recientes— es difícil de reconciliar con la presunción de una frecuente intercomunicación técnica entre ambas, por muy informal que fuese y aunque sea imposible de encontrar en los documentos. La instrucción tecnológica de Europa por China no es un corolario necesario de la superioridad china sobre Europa; esto último es lo verdaderamente crucial e incuestionable.
Dos notas
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«intermedia» del Islam se e n f r e n t a b a , en el o t r o e x t r e m o de Eurasia, al ascenso del feudalismo occidental y de su invencible heredero. E s t a s diferencias elementales n o constituyen, p o r supuesto, ni siquiera los comienzos de u n a comparación de los verdaderos modos de producción, cuya c o m p l e j a combinación y sucesión define a las v e r d a d e r a s formaciones sociales de estas grandes regiones situadas f u e r a de E u r o p a . Esas diferencias son el m e r o r e s u m e n de algunos de los m a y o r e s índices de divergencia e n t r e las civilizaciones china e islámica (objetos terminológicos provisionales necesitados de diferenciación y retraducción p a r a cualquier análisis científico) que imposibilitan t o d o i n t e n t o de asimilarlas a simples ejemplos de u n c o m ú n m o d o de producción «asiático». Demos a este ú l t i m o concepto el h o n r o s o e n t i e r r o q u e merece. E s t á p e r f e c t a m e n t e clara la necesidad de u n a investigación histórica m u c h o m á s amplia y p r o f u n d a a n t e s de q u e p u e d a n deducirse v e r d a d e r a s conclusiones científicas de las diversas vías de desarrollo n o europeas en los siglos correspondientes a la época medieval y a los comienzos de la m o d e r n a en Occidente. E n c o m p a r a c i ó n con la p r o f u n d i d a d e intensidad del e s t u d i o académico al que se h a visto sometida la historia de E u r o p a , en la mayoría de los casos sólo se ha a r a ñ a d o h a s t a a h o r a la superficie de vastas zon a s y períodos 2 1 S . Pero u n a lección de procedimiento está abs o l u t a m e n t e clara: la evolución de Asia n o p u e d e reducirse en m o d o alguno a u n a categoría residual u n i f o r m e , construida con los s o b r a n t e s del establecimiento de los cánones de la evolución europea. Toda exploración teórica seria del c a m p o histórico situado f u e r a de la E u r o p a feudal debe t e r m i n a r con las comparaciones tradicionales y genéricas y p r o c e d e r a la construcción de u n a tipología concreta y exacta de las formaciones sociales y los sistemas estatales, r e s p e t a n d o sus e n o r m e s diferencias de e s t r u c t u r a y desarrollo. Unicamente en la noche de n u e s t r a ignorancia a d q u i e r e n el m i s m o color todas las f o r m a s extrañas.
215 Twitchett compara el actual estado de la investigación sobre la China Tang y Sung con el estadio alcanzado por la historiografía medieval inglesa en tiempos de Seebohm y del primer Vinogradoff: Land tenure and the social order, p. 32.
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INDICE DE NOMBRES
Aargau, 305 Abásida, dinastía, 371, 376, n. 13, 513, 514, 516, 517, 519 y n. 89, 520522, 524 y n. 109, 525, 548 Abbas, Shah, 522, 532 Adolfo, Carlos Felipe, 177, 202 Adolfo, Gustavo (véase Gustavo II) Abdul Hamid II, 400 Adrianápolis, 373, 403 Adriático, 304, 322 Afghanistán, 534 Afghanos, 536 Africa, 70, 108, 408, 422, 481, 502, n. 57, 515, 527, 533, 553, 567 Africano, 411, 431, 488 Agincourt, batalla de, 122 Ahmed, Feroz, 400, n. 47 Aix, 85, 95 Akamatsu, P., 463, n. 33, 473, n. 53 Akbar, Shah, 532, 536 Alá 514 Alba, duque de, 44, 47, 70 y n. 21, 127 Albania, 399, 404, n. 54 Albaneses, 25 Alberto IV de Bavaria, 255 Alberti, León Bautista, 149 Albertina, dinastía, 259, 260 Alcántara, orden de, 58 Alemanes, 78, 94, 125, 127, 133, 149, n. 12, 153, n. 21, 159, n. 29, 163, 174, 215, 219, 244, 248, 265, 286, 293, 298, 305, 312, 316, 328, 333, n. 40, 334, 342, 392, 443 Alemania, 5, 21 y n. 18, 23, 25, 40, 41, 44, 52, 56, 63, 65, 73, 74, 94, 101, 102, 111, 121, 146, 169, 177, 178, 184 y n. 15, 185-187, 190, n. 26, 196, 198, 199, 202-204, 222, 223, 238-241, 247253 y notas 17 y 18, 255, 256, n. 19, 257 y n. 20, 258, 259 y n. 22, 260 y n. 23, 261, 262 y notas 24 y 25, 263-265, 267, n. 30, 268-271, n. 37, 272, 273, 275-277 y n. 45, 278 y n. 48,
279 y n. 49, 280 y notas 51 y 52, 281, 282, 290, 291, 305, 306, 314, 333, 360, 363, 365, 368, 369, 397, 412, 430, 507, n. 67. Alejandro I, 231, 233, n. 13, 353 y n. 29 Alejandro II, 233, n. 13, 236, 356 Alejandro III, 144 Alepo, 384, n. 24, 528 Alianza (Escocia), 140 Almohades, dinastía, 521 «Allemaynes», 127 Almirantazgo, 23, n. 20, 132, n. 29 Almorávides, dinastía, 412, 521 Alpes, 146, 147, 159 y n. 29, 161, 168, 170, 171, 250 Alsacia, 95, 244 Althusser, 13 y n. 9, 238, n. 1, 478, n. 4, 480, n. 9 Amarillo, río, 538 Amberes, 56, 67, 251 América, 102, 415, 431, 552, 554, 557 Americanos, 44, 67, 73, 79, 102, 302, 383, 413, 470, 472 Américas, las, 56, 57, 63, 64, 66, 6870, 72, 73 Amerindias, sociedades, 431 Amsterdam, 100 Amur, 364 An, Lu-Shan, 542 Ana de Austria, 49, n. 13 Ana de Rusia, 350 Anagni, 142, 144 Anatolia, 370-373, 375, 377, 378, 384386, 389, 390 y n. 30, 392, 393, 396 y n. 40, 398, 501, 515, 528 Andalucía, 26, 63, 68, 320, 518, 522 Andersson, Ingvar, 178, n. 8 Angevinos, 26, 27, 110, 111, 129, 146 y n. 10, 147 Anglo-normandos, 23, 129, 133 Anglo-sajones, 32, 110 Angoumois, 95 Angus, casa de, 135
570 Anhwei, 544 Anjou, 84 Anjou, Enrique de, 290 Ankara, '373 Annekov, 415 Anquetil-Duperron, Abrahan Hyacinthe, 480, n. 9 Anteo, 435 «Anticristo», 144 Antillas, las, 35, 107, 108 Antigüedad, 19 y n. 14, 20, 21, n. 17, 147 y n. 11, 148 y n. 11, 149-155, 165, 412, n. 12, 419, 420, 428, 431, 433, 435, 437442, 478 , 481, 493, 501, 502, 507, n. 67, 517, n. 91, 518, 526, n. 113, 529, 549, 567, n. 214. Antioquía, 27 Antonina, dinastía, 430 Apelles, 149 Apeninos, 160 Apulia, 143, 144 Aqueménida, dinastía, 517, n. 89 Aquiles, 165 Arabia, 412, 488, 490, 512, 513, 517 y n. 90, 529, 530, 553 Arabes, 143, 370, 376, n. 13, 377, 396, 435, 512-518, 524 y notas 106 y 108, 525 y notas 109 y 110, 526, notas 112 y 113, 527, 529, 530 y n. 116, 531-533, 542, 566 Aragón, 45, 57, 59 y n. 3, 60 y n. 5, 61, 62 y n. 7, 64, 66, 71, 72 y n. 23, 75, 78, 79, 170, n. 53, 297, n. 22, 320 Aranda, 51, 80 Argel, 374 Argelia, 417, n. 19 Argyl, casa de, 135 Aristóteles, 477 y n. 3 Aristotelismo, 483 Arizona (hopi), 502, n. 57 Armada Invencible, 71, 74, 128, 132 y n. 28 Armenia, 355 Armenios, 286, 386, 522, 534 Arslan, Alp, 371 Artois 27, 97, 100 Asamblea de Estados (Suecia), 174, 177 Asamblea de 1848 (Austria), 329 Asamblea de la tierra (véase Zemsky Sobor) Ashikaga, dinastía, 450, 451, 454, 463 Asia, 70, 201, 205, 364, 370-372, 384, 389, 408410, 415, 426, 476-568 Asiáticos, 411, 435, 476-568
Indice de nombres Asociación de Príncipes, 272 Asti, 149, n. 13 Aston, T„ 25, 136, n. 25, 139, n. 38 Astracán, 201, 211, 212, 216, 337 Atlántico, 56, 64, 114, 413, 422, 519, 520 Aubin, Hermann, 223 n. 3 Auersperg, familia, 313 Auerstadt, 353 Augsburgo, 16, 35, 249, 252, 253, n. 16 Augsburgo, Liga de, 247 Augusto II de Polonia, 190, 262 , 298, 299 Augusto III de Polonia, 300 y n. 28 Aumale, duque de, 89 Aurangzeberg, emperador, 409, 531, n. 118 Australasia, 431 Australia, 57 Austria, 17, 27, 50, 52, 74, 100-102, 170-172, 198, 214-216, 219, 229, 230, 235, 236, 243, 255, 256, 259, 262, 264 y n. 26, 269, 271, 272, 275, 278, 280, 281, 290, 295, 300, 301, 304-334, 363, 389, 390, 393, 398, 400 Austríacos, 25, 73, 199, 202, 207, 214, 220, 270, 295, 304-334, 353, 354, 368, 387 Austroprusiana, guerra, 281 Austro-turca, guerra, 196, 198 Avignon, 142, 147 Avrej, A. Ya., 13, n. 9, 338, n. 6, 355, n. 32 Avrich, Paul, 341, n. 11, 349, n. 24, 352, n. 27 Ayalon, D„ 531, n. 117 Aygoberry, Pierre, 279, n. 50 Ayliner, G., 139, n. 39 Ayubí, dinastía, 528, 533 Azerbaiján, 355
Babilonia, 502, n. 57 Babur, 531 Bacon, E., 530, n. 116 Bacon, Francis, 31 y n. 34, 128, 408, 476, 487, n. 28 Bactria, 370 Bach, 330 Baer, G., 521, n. 100, 534, n. 124 Bagdad, 371, 377, 519 y n. 94, 525, 527, 532, 534 Bahrein, 526 y n. 113. Balash, Iván, 211 Balazs, E., 541, n. 145, 562, n. 200
Indice de nombres Balcanes, 195, 216, 298, 370, 373, 375, 380-383, 387, 388, 394, 3%, n. 40, 397, 398, 400, 401, 403, 404 y n. 54, 410, 499, 531, 534 Báltico, 175, 177, 184-187, 189, 190, 199, 201, 202, 213, 216, 238, 241, 242, 249, 251, 255, 284-286, 289, 292-295, 304, 339, 349 Báltico, guerra del 177, 243, 312 Banato, 215, 235, 324, 394 Baner, 199 Barbaro, Ermolao, 33, n. 39 Barbarroja, 146 Barcelona, 50, 59, 65, 77 Bardi, 16 Barkan, Omer Lufti, 373, n. 5 , 384, n. 24 Barraclough, G., 144, n. 5, 145, n. 6, 239, n. 2 Bashkir, rebelión, 349 Bashkiria, 212 Basilea, 305 Basilio III de Rusia, 337 Basora, 377, 517, 518 Báthory, Esteban, 291, 292 Baugh, Daniel, 132, n. 29 Baviera, 34, 48, 178, 255-258, 260, 261, 263, 264, 272, 276, 323, 326 Bávaro, 268, 316 Bayaceto, 373 Baybars, 528, 532 Bayle, 477 Béarn, 88 Beasley, W. G„ 471, n. 50 Bedmar, 73 Beduinos, 512, 515, 516, n. 88, 527, 529, 530 Bélgica, 53, 258, 259, 315, 326 Belgorod, línea, 346 Belgrado, 315, 373, 388, 394 Beloff, M., 216, n. 30 Benaerts, Pierre, 278, n. 47 Benevento, batalla de, 146 Bengala, 534 Benjamín, Walter, 253, n. 16 Bergen, 249 Bergéres, M. G., 564, n. 207 Bergeyck, 79, n. 34 Bergslagen, 183 Bérier, 409 Berlín, 198, 200, 214, 235, 239, 262, 269, 272-275, 278, 279, 333, n. 40, 484 Bernard, J., 149, n. 13 Bernier, Fran?ois, 374, n. 7, 410 y n. 7, 476, 478, 480, n. 9, 482, n. 11,
571 478 y n. 28, 488, n. 29, 491, 492, 494, 535 Bernini, Gianlorenzo, 153 Besaravia, 353 Bethlen, Gabor, 230, 322 Betts, R. R., 313, n. 14 Beuth, 278 Bielorrusia, 212, 216 Bielorrusos, 284, 289 Billington, J. H„ 202, n. 6 Bindoff, S. T., 116, n. 6 Bismarck, 276, 279-281 Bizancio, bizantino, 27, 142, 201, 291, 371, 372, 384, 412, 430, n. 30, 502, n. 57, 512, 524 Blanco, mar, 35 Blenheim, batalla de, 102, 258, 323 Bloch, Marc, 52, n. 17, 223, n. 2, 238, 424, n. 28 Bluche, Francois, 234, n. 14, 235, n. 15, 271, n. 36, 234, n. 25 Blum, Jerome, 220, 221, n. 38, 319, n. 21, 328, n. 31, 329, n. 34 Boeskay, 230, 322 Bodde. D„ 562, n. 201, 563, n. 201 Bodin, Jean, 25 y n. 24, 31, 44, 45 y n. 10, 46, 112, n. 3, 165, n. 42, 408, 476, 478, 487, n. 28, 507, n. 67 Boehme, Helmut, 278, n. 48 Bohemia, 27, 49, 53, n. 17, 74, 196, 212, 214-216, 219, 222, 229, 230, 236, n. 17, 239, 241, 254-256 , 268 , 269, 311-313 y n. 13, 314, 316, 318-320, 322-326 y n. 28, 328-331 Bolcheviques, 359, 368 Bolivia, 69 Bolonia, 18, 86 Boloñeses, 25 Bolotnikov, 211, 231, 341 y n. 11, 352, n. 27 Bombay, 480, n. 9 Bonete Jóvenes, partido de los, 191 Borbones, dinastía, 34, 35, 44, 65, n. 11, 74, 78-80, 87, 90, 95, 102, 103, 105, 108, 441, 477 Borgia, César, 166, 167 Borgoña, 33, n. 38, 87, 89, 115 Borgoña, casa de, 81, 308 Borgoñés, 27, 62, 82, 84, 115, 127, 307, 308 Bósforo, 371, 373 Bosnia, 310, 334, 373, 376, n. 12, 381, 399, 400 Boswell, B., 289, n. 16
570 Boswoeth, campos de, 115, 135 Bourges, 89 Boutruche, Robert, 420, n. 21, 424, n. 28 Bowen, H„ 374, n. 8, 378, n. 16, 379, n. 17, 386, n. 28, 395, n. 38, 397, n. 41, 532, n. 119 Boxer, rebelión, 557 Brandemburgo, 178, 187, 199, 200-203 y n. 8, 211, 213, 216, 229, 230, 238245, 247, 255, 256, 258, 259. 261-264, n. 26, 265, n. 27, 266, 269, 270, 273, n. 39, 276, 289, 293, 295 Brasil, 77 Bratislava, 322 Braudel, 566, n. 213 Brecht Bertolt, 253, n. 16 Breda, batalla de, 74 Breisach, 74 Breitenfeld, batalla de, 184, n. 15, 186 Breisgau, 305, 307 Bremen, 186, 190 Breslau, 269, 323 Bretaña, 75, 84, 89, 98, 99, n. 25, 100, 115, 121 Brienne, Loménie de, 109 Bromley, J. J., 112, n. 3 Brujas, 249 Bruselas, 79, n. 34 Buckinham, duque de, 138, 139 Bucquoy, familia, 313 Budismo, 447, 453, 541, 543 Buena Esperanza, cabo de, 480, n. 9 Bug, río, 351, 394 Buida, 516 Bujara, 529 Bula de Oro, 250 Bulavin, 211, 349 Bulgaria, 373, 381, 397, 399, 400, 403, 404 Burdeos, 55, 85, 88, 96, 99, 105 Burghley, 126 Burke, 273 Bursa, 384 Búyidas (o buidas), dinastía, 371, Si 6 Caffa, 373 Cahen, Claude, 371, n. 2, 419, n. 20, 515, notas 85 y 86, 516, n. 87, 517, n. 91, 519, n. 94, 522, n. 104, 525, n. 109, 533, n. 122 Cairo, El, 526-528, 534
Indice de nombres Calais, 125 Calatrava, orden de, 58 Caldirán, batalla de, 531 Calonne, 109 Calvinismo, 88, 241, 256, 310, 321, 322 Cámara de los Comunes, 112, 124, 126 Cámara de la Guerra y los Dominios, 219 Cámara estrellada, 23, n. 20 Camisards, 25, 99 Camphausen, 278 Canadá, 108 Canal de la Mancha, 67, 114 Cancillería, 23, n. 20 Canmore, dinastía, 133 Cantabria, 58 Cantor, N., 23, n. 20 Capeto, dinastía, 81-83, 442 Caprariis, Vittorio de, 171, n. 54 Capua, leyes de, 143 Cardenal Infante, 74 Caribe, 108 Carintia, 318, 328 Carlos V (I de España), 27, 29, 51, 62-66, 69, 70, 74, 117, 121, 252, 261, 374 Carlos II de España, El Hechizado, 78, 102 Carlos VII de Francia, 82, 83, 85, 115 Carlos VIII de Francia, 84, 87, 169 Carlos I de Inglaterra, 136, 138-140, 14| ( n . 41 Carlos II de Inglaterra, 103, n. 30 Carlos VI de Prusia, 247, 268 Carlos IX de Suecia, 175-177 Carlos X de Suecia, 184, 187, 200, 243, 295 Carlos XI de Suecia, 182, 188, 189, 191 Carlos XII de Suecia, 184, 186, n. 19, 189, 190 y n. 25, 191, 202, 248, 262, 299, 349 Carlos Alberto, duque, 268 Carlos Felipe (hermano de Gustavo II), 177, 202 Carlos Manuel III, 170, 172 Carnático, 480, n. 9 Carolina, carolino, 79, 80, 138, 140 Carolingio/a, 58, n. 17, 255, 291, 422, 439 Cárpatos, 322 Cartas aristocráticas, 185 Cartas de Nobleza, 176, 234, 350-352
Indice de nombres Carsten, F. L„ 199, n. 4, 203, n. 8, 205, n. 10, 219, n. 36, 241, n. 4, 243, n. 6, 244, n. 7, 245, n. 8, 246, n. 9, 247, n. 10, 254, n. 18, 256, n. 19, 257, n. 20, 260, n. 23, 262, notas 24 y 25, 272, n. 38 Carr, Raymond, 80, n. 37 Casa de la Guerra, 386-388 Casimiro III de Polonia, 283 Casimiro IV de Polonia, 285 Caspio, 212, 529 Castilla, 17, 26, 41, 43, 48, 57-61 y n. 6, 62 y n. 7, 63 y notas 8 y 9, 64, 66-73, 75, 76 y n. 30, 77, 79 y n. 35, 113, 114, 183, 320 Castilla-León, 58 Castilla, segunda guerra civil de, 17 Catalana, rebelión, 76, notas 29 y 30, 77, 230 Catalina I Je Rusia, 350 Catalina II de Rusia, 232, 234, 235, n. 15, 236, 301, 350-352, 507, n. 67 Catalina de Médicis, 87 Cataluña, 49, 59, n. 30, 60, 62, n. 7, 64, 75-79, 89, 95, 190 Católica, Liga, 256, 316 Catón, 554 Cáucaso, 352, 355, 371, 374, 389 Cecil, familia, 44 Ceilán, 557 Celeste Imperio, 509 Celtas, 493 , 500 Cerdeña, 53, 57, 171 Ceresole, batalla de, 29 Cevennes, 102 Cilicia, 373 Cipolla, Cario, 16, n. 11, 67, n. 14, 131, n. 26, 156, notas 22 y 23, 157, n. 24 Circasia, 355 Circasianos, 209, 522 Ciudad-Estado, 149, 150, 152 y n. 19, 153, 155, 156, 161, 249 Clarendon, 438 Clark, G N„ 28, n. 29, 133, n. 31 Clarke, A., 141, n. 41 Clausewitz, 273, n. 39 Clemente VII, 117 Cleves, 217, 241, 243-245, 247 Cockayne, proyecto de, 37 Colbert, 32, 48, 54, 94, 98-100, 171, 367 Coleman, D. C„ 31, n. 34 Colonia, 101, 252, 253, 255 Colonial, imperio, 197
573 Comisariado de Guerra (Prusia), 219 Comuna de Pisa, 40 College of Heralds, 124 Comnenos, 384 Comuneros, 34, n. 40, 62, 63 Concordato de Bolonia, 86 Condé, 44, 89 Confederación de Bar, 301 Confucianismo, 543, 566 Confucio, 235, n. 16 Congreso de Viena, 353 Consejo de los Dieciséis, 89, n. 10 Constable, Archibald, 410 Constantinopla, 201, 373 y n. 6, 375, 383, n. 21, 520, 529, 534 Constitución de Alemania del Norte (1867), 280 y n. 51 Constitución de Radom, 285 Constitución de Melfi, 143 Constitución Imperial alemana, 280 y n. 52 Constitución prusiana, 279 Consulado, 353 Contrarreforma, 53, 169, 175, 255, 256, 263, 292, 296, 300, 305, 311, 313315 Conversano, 49, n. 14 Cook, M. A., 521, n. 100, 533, n. 122 Cooper, J. P., 112, n. 3 Copenhague, 187 Copérnico, 289, 438 Corán, 519 Corea, 541, 543, 555 Cortes castellanas, 48, 58, 60, 61, 63 Cosacos, 177, 209-212, 231, 292, 294, 295, 341, 345, 349, 490, 393 Cósimo, Piero di, 149 Coulborn, R., 423, n. 26 Cracovia, 187, 200, 210, 285, n. 4, 295 Craig, G., 275, n. 41, 455, n. 17, 458, notas 22 y 23, 468, n. 43 Crawcour, E. S., 461, n. 30, 468, n. 42 Creciente fértil, 529 Crécy, batalla de, 122 Creta, 150, n. 16, 393, 501, n. 55 Crimea, 201 y n. 5, 209, 216, 236, 290, 339, 340, 346, 350, 351, 373, 393, 394 Crimea, guerra de, 356 Cristián II de Dinamarca, 173, 179, 251 Cristiandad latina, 33 Cristianismo, 284 Cristina de Suecia, 186 y n. 20, 187, 188, n. 23 Croacia, 216, 310, n. 8, 333, 403
576 Estambul, 381, 384 y n. 24, 389-394, 399, 402, 403 Estatuto Hidráulico, 508 Estatuto de Piotrkow, 285 Esterhazy, familia, 332 Estiria, 311, 314, 315, 318, 328 Estocolmo, 174, 185, 200, 249 Estonia, 175, 198, 201, 349 Estrasburgo, 101 Estuardo, 23, n. 20, 102, 133-135, 408 Etiopía, 422, 517, n. 90 Etruscos, 501 y n. 55 Eugene, 317 Eugenio de Saboya, 317, 326 Eurasia, 424, 430, 568 Europa, 1-3, 5, 10, 11, 15, n. 10, 1624, 25 y n. 23, 27-33, n. 39, 34, 39 y n. 2, 40, 41 y n. 5, 43, n. 6, 50, 53-60, 62-70, 74, 78, 87, 91, 103, 104, 110-113, 119, 121, 128, 129, 136, 142, 155, 156, 166, 168, 171-173, 174, n. 2, 177-184, 189, 195, 199, 204, 206, 212, 214, 222-231, 233-238, 249, 257, 263, 268-272, 275, 282-290, 292, 298, 300, 303-309, 311, 315, 328, 330-335, 342, 349-355, 358, 360, 361, 370, 381-391, 393, 395, 397-402 y n. 48, 403419, 421, n. 22, 423443, 448, 451, 452, 467470, 476481, 488, 497, 498, 500, 507, n. 67, 510, n. 73, 512, 519-521, n. 101, 525, n. 111, 527, 529, 533, n. 122, 547, 557, 560-563, 567, 568 Extremadura, 63, 78
Falls, C., 130, n. 25 Falún (Kopparberg), 183 Farnesio, 127 Fatimita, dinastía, 371, 522, 526-528 Federico I, 146, 247, 266 Federico II, 48, 142, 143, 146, 159, 214, 234 y n. 14, 235 y n. 15, 236, 249, 265, 268-272 Federico V, 254 Federico de Meissen, 259 Federico Guillermo I (El Gran Elector), 181, 199, 203, 217, 219, 231, 242-249, 264-268 Federico Guillermo I (El Rey Sargento), 172, n. 55, 226, 227 y n. 7, 231, 247, 248, 262, 264, 266-268 Federico Guillermo IV, 279 Fedosov, L. A., 345, n. 16, 348, n. 23, 355, n. 32 Fehrbellin, batalla de, 244
Indice de nombres Feine, H. F„ 307, n. 4 Felipe II de España, 24, 45, 65-67, 6972, n. 23, 74 Felipe III de España, 72 Felipe IV dt Fspaña, 73, 74, 76, 79 Felipe el Hermoso, 142 Fernando I de Austria, 258, 308, 3f¡5 Fernando II de Austria, 125, 241, 256, 311-312 y n. 10, 314-315 Fernando I de España, 17, 59-61 y n. 6, 62 Ficino, Marsilio, 149 Fichte, 273 Filarete, 341, 342 Filiberto Manuel, duque, 170, 171 y n. 54 Filipinas, 70, 552, 554 Finlandia, 180, n. 14, 181, 353, 364 Finlandia, golfo de, 175, 177, 349 Flandes, flamencos, 27, 57, 58, 62, 64, 70 y notas 21 y 22, 71, 73-75, 78, 89, 100, 102, 113, 127, 149, n. 12, 249-251, 490 Fleury, 51, 104, 108 Florencia, 16, 144, 146, 154, 156, n. 22, 157, 158 y n. 26, 160 y n. 30, 161, 167, 253 Focea, 150, n. 16 Forez, condado de, 52, n. 17 Forth, 113 Fostat, 518 Fowler, K„ 115, n. 5 Francés, 4, 25, 28, 40, 47, 78, 144-146, 158, 184, 235, 243, 248, 254, 265, 272, 280, 346, n. 17, 353, 399, 443, 472, 480, n. 9 Francia, 9, 17, 23, 27, 29, 30 y n. 33, 31-33, n. 38, 34 y n. 40, 35, 39, n. 2, 41-44, 49 y n. 14, 50-52, n. 17, 53, 54, 56, 65, 71, 74-79, 81-111, 113-115, 117, 119-122, 124, n. 17, 128, 129, 134, 137, 138, 162, 163 y n. 36, 164, 169 y n. 52, 170-172, 185, 187, 190, n. 26, 191, 197, n. 2, 200, 207, 214, 242, 244, 247, 259, 268-270, 273, 276, 278 y n. 48, 279, 300, 323, 330, 356, 361, 398, 408, 409, 412, 455, 468, 477, 478, n. 4 Francisco I, 25, 86, 119, 125, 174, n. 2 Francisco II, 353, n. 29 Francfort, 252, 279 Franco-Condado, 57, 63, 78, 100, 308 Francos, caballeros, 527 Franco-holandesa, guerra, 244
Indice de nombres Fronda, 49, 77, 78, 82, 95-97, 171, 230, 477 «Fronteras militares», 310 Frost, P„ 470, n. 49, 473, n. 52 Fuentes, 73 Fuggers, 37, 250, 252 Fujiwara, dinastía, 448 Fukien, 551
Gabrieli, F., 524, n. 107 Gales, 25, 118 Galeses, 25 Galicia, 63 Galitzia, 210, 212, 301, 328 Galileo, 153, 438, n. 37, 563 Gallípolis, 373 Gamayunov, L. S., 417, n. 17 Ganges, 481 Gaos, José, 482, n. 12 Gapón, 366 Garrett Mattingly, 33, n. 39, 132, n. 28 Gascuña, 88 Gattinara, Mercurino, 64 Gaznauí, dinastía, 522 Gedymin, de Lituania, 284, 288, n. 11 Geer, Louis de, 183 Genghis, dinastía, 412 Gengis Kan, 531 Génova, 16, 149, n. 13, 150, n. 16, 156, 158, 160, 253, 384 Genoveses, 35, 59, 87 Georgia, 352, 522 y n. 105 Georgianos, 522 Gernet, J„ 541, n. 146, 543, n. 151, 547, n. 161, 548, notas 165 y 166, 549, n. 166, 551, n. 172, 552, n. 174, 555, n. 181, 556, n. 183, 557, n. 184, 564, n. 208 Ghuzzi, 530 Gibb, H. A. R., 374, n. 8, 378, n. 16, 379, n. 17, 386, n. 28, 395, n. 38, 397, n. 41, 532, n. 119 Gibelinos, 144-146 Gierowski, J., 298, n. 25, 299, n. 27 Gieysztor, A., 285, n. 3 Gieysztorova, I., 296, n. 21 Gillis, John, 277, n. 43 Glosadores, escuela, 18 Gneisenau, 273, 274 Goblot, H., 517, n. 89 Godelier, Maurice, 501, n. 56, 502, n. 56, 510, n. 73
577 Godihno, Victorino Magalhaes, 68, n. 19 Godoy, 48, 80 Godunov, Boris, 340 y n. 10, 341 Goitein, S. D., 516, n. 88, 520, n. 97, 525, n. 111, 527, n. 114, 528, n. 115, 532, n. 120 Goldsmith, Raymond, 362, n. 46 Golitsyn, 350, n. 26 Gondomar, 73 Goodwin, Albert, 51, n. 15, 80, n. 37, 104, notas 31 y 32, 227, n. 7, 265, n. 29, 268, n. 33, 289, n. 16, 313, n. 13 Goritzia, 308 Gorski, K„ 287, n. 10 Goubert, Pierre, 32, n. 36, 97, n. 21, 98, notas 22, 23 y 24, 100, n. 26, 102, n. 29 Graham, Gerald, 36, n. 41, 153, n. 21 Gramsci, Antonio, 153, n. 21, 169 y n. 52, 367, n. 53, 368 Granada, 57, 61 Gran Bretaña, 29, 190, n. 26, 270, 275, 276, 398, 503 Gran Canal (China), 550 Gran Elector de Brandemburgo, 213, 230 Gran Mogol, 417 Grande Armée, 353 Gravensend, 115 Graz, 310, 311 Grecia, 373, 397, 400, 404, 420, 501 Grenoble, 85 Grenzers, 310 y n. 8 Griegos, 152, 477, 433, 534 Grocio, Hugo, 438 Grünewald, batalla de, 284 Guadalajara, 73 Guadarrama, 353 Güelfos, 144, 146, 159 Guerra austro-prusiana, 281 Guerra austro-turca, 196, 198 Guerra civil (Inglaterra), 48, 123, 141 Guerras civiles (Francia), 87 Guerras comerciales anglo-holandesas, 54 Guerra chino-japonesa, 557 Guerra de la independencia americana, 108 Guerra de los Cien Años, 17, 82, 84, 85, 110, 113, 115 y n. 5 Guerra del Norte, gran, 189, 190, 200, 248, 262, 299, 349 Guerra de los Ochenta Años, 70
570 Guerra de los Siete Años, 54 y n. 19, 108, 236, n. 17, 270, 272, 324 Guerra de los Trece Años (austroturca), 196, n. 1, 322, 389 Guerra de los Trece Años (prusopolaca), 284, 285 Guerra de los Trece Años (rusopolaca), 345, 346 Guerra de los Treinta Años, 53 y n. 17, 74, 75, 77, 137, n. 36, 140 y n. 40, 177, 184, 186, 198, 204, 206, 211, 215, 219, 230, 241, 242, 246, 254, 256-258, 261, 264, 265, 310-313, 318, 319, 342 Guerra franco-prusiana, 280 Guerra ruso-japonesa, 474, n. 56 Guicciardini, Francesco, 149 Guillermina, dinastía, 132, n. 30, 367 Guillermo III de Inglaterra, 101 Guisa, casa de, 44, 47, 87, 89, 134 Gustavo I (Vasa), 173, 174 y n. 2, 179, 181 y n. 12, 182, 251 Gustavo II (Adolfo), 24 y n. 22, 176, 177 y n. 5, 178 y n. 7, 179 y notas 9 y 10, 180 y n. 11, 183, 184 y n. 15, 190, n. 26, 199 y n. 4, 241, 242 Gustavo III, 185, 191 Guyena, 88, 95, 100, 115
Habib, Irfan, 505, n. 63, 518, n. 93, 535, notas 127, 128 y 129, 536, n. 131, 537, notas 133 y 134 Habsburgo, dinastía, 27, 34, 37, 53, 55-57, 63-65, n. 11, 66, n. 13, 67 y n. 15, 70, 71, 73 y n. 25, 74, 75, 77, 78, n. 33, 79, 87, 121, 169, 178, 196, 198, 199, 204-206, 214, 215, 220 y n. 37, 229, 234, 336, n. 17, 247, 256, 261, 268-270, 275, 290, 292, 301, 304311, 312, 314-331, n. 36, 332 y n. 39, 333, n. 41, 387, 394, 402, 441 Hakata, 452 Halecki, O., 283, n. 2 Hall, J. W„ 448, n. 3, 449, n. 5, 450, n. 9, 451, n. 10, 452, n. 12, 453, n. 15, 457, n. 21, 460, n. 27, 461, n. 28, 464, n. 35, 466, n. 38, 468, n. 42, 470, n. 46 Hamburgo, 252, 273 Hamdaníes, dinastía, 521 Hamerow, Theodore, 274, n. 40, 277, n. 44, 279, n. 49 Hamid, 401, 404, n. 54 Hamilton, casa de, 135
Indice de nombres Han, dinastía, 538, 539 Hanley, S. B„ 463, n. 32 Hannóver, 272, 273, 276 Hanseática, Liga, 179, 239, 249-251 Hansemann, 278 Hardenberg, 273-276, 356 Harrington, 408, 476, 477, 487, n. 28 Harris, G. L., 118, n. 10 Hartung, Fritz, 45, n. 9 Hartwell, R„ 547, n. 160 Harwich, 115 Hastings, 115 Hatton, R. M., 186, n. 20 Haugwitz, canciller, 324 Hawai, 502 y n. 57 Hawkins, 131 Hazeltine, H. D., 19, n. 13 Hecksher, E„ 31 y n. 34, 178, n. 8 Hegel, G. W. F„ 410, 482-484, 487 y n. 28, 492, 495 y n. 45, 504 y n. 62, 508 Hégira, la, 513, 514 Hejaz, 373, 512, 517, n. 90, 527 Hellie, R. H„ 206, n. 13, 336, n. 3, 338, n. 5, 339, n. 8, 343, notas 13 y 14, 344, n. 15, 346, notas 17 y 18, 348, n. 22, 349, n. 24 Henderson, D. F., 466, n. 39 Henriciani Articuli, 290, 291 y n. 17 Herzegovina, 334 Hesse, 276 Hexter, J. H„ 44, n. 8 Hideyoshi, Toyotomi, 453 y n. 15, 454, 455 y n. 17, 465 Highlands, 134 Hilalíes, dinastía, 515, 527 Hill, Christopher, 12, 13, n. 8, 15, n. 10, 17, 137, n. 36 Hilton, Rodney, 15, n. 10 Hindúes, 534, 536, 537, n. 133, 538 Hintze, Otto, 41, n. 5, 132, n. 30, 213, 214 n. 24, 265, n. 28, 421, n. 22, 429, 430 y n. 30, 439, n. 39 Hititas, 501 Hitti, P. K., 526, n. 112 Hobbes, 477 Hobsbawn, E. J„ 136, n. 35 Hohenstaufen, dinastía, 143-146, 159, 162, 412 Hohenzollern, dinastía, 181, n. 12, 199-200, 203, 205, 213, 217, 228, 230, 239 y n. 1, 240-247, 249. 258, 259, 261, 263-265, n. 28, 268-273, 276, 278280, 293, 301, 318, 323 Hohenzollern, duque Alberto de, 240
Indice de nombres Holanda, 20, 29, 32, 43, 51, 53, 54, 56, 70, 72, 73, 100-103, 187, 197, 242, 251, 353 Holandés, 25, 32, 69, 73, 74, 77, 78, 101, 158, 248, 251, 265, 293, 295, 392 Holandesa, revolución, 103 Holborn, H„ 249, notas 12 y 13, 251, n. 15, 254, n. 17, 259, n. 22, 267, n. 30, 271, n. 37 Holdsworth, W., 24, n. 10, 119, n. 11 Holmes, G. A., 111, n. 2 Hopei, 551 Hopi, dinastía, 502, n. 57 Ho, Ping-Ti, 551, n. 171, 554, n. 180, 559, n. 194, 564, notas 205 y 206, 566, n. 212 Horacio, 149 Horda de Oro, 201 Hospodares, 402 Hudson, bahía de, 35 Hugonotes, 35, 87, 88, 90, 99, 102, 235, 246, 265 Humboldt, 274 Hunan, 551 Hung-wu, 551 Húngaros, 25, 198, 234, 287, n. 10, 305, 313, 315, 320, y n. 22, 323, 355, 408 Hungría, 27, 196, 207, 214-216, 229, 230, 290, 308-311, 315, 316, 320 y n. 22, 321, 322, 324, 326-331, notas 37 y 38, 332-334, 368, 373, 394, 404, 507, n. 67 Huntley, casa de, 135 Hurstfield, Joel, 119, n. 12 Husita, 205, 239, 259, 311
Ibérico/a, 57, 59, 64, 71, 74 Ieyasu, Tokugawa, 453-455, n. 18, 457, 458 y n. 23 Iglesia anglicana, 126, 140 Iglesia católica (romana), 23, 39, 40, 42, 60, 89, 104, 117, 118 y n. 11, 122 y n. 13, 126, 135, 136, 138, 139, 182, 187, 204, 252, 255-257, 261, 294, 300, 310, 312, 315, 316, 516 Iglesia ortodoxa, 294, 301 Ilustración, 35, 51, 53, 105, 108, 211, 234, 300, 325, 331, 350, 402, 410, 423, 424, 440, 476-478, 482, 487 Inalcik, Halil, 374, n. 8, 375, n. 12, 377, n. 14, 380, n. 19, 381, n. 20, 383, n. 21, 384, notas 23 y 25, 386,
579 n. 27, 390, notas 31 y 32, 392, n. 34, 393, n. 36, 400, n. 46 Incas, 502, n. 57 India, 108, 374, n. 7, 409, 411, 416, 417 y n. 19, 418, 435, 476, 480, n. 9, 482-490, n. 32, 491-495, n. 45, 497, 498, 500, 502 y n. 56, 503 y n. 58, 504, 505 y notas 63 y 64, 506, n. 65, 507, 508, 510, n. 37, 511, 525, n. 111, 527, 529, 531, 532, n. 119, 533-535, notas 127-129, 536 y n. 130, 537 y n. 133, 557, 558 Indias, las, 64, 66, 70 Indias occidentales, 100, 108 Indico, océano, 108, 392, 519, 533 Indios, 73 Indonesia, 511, 533, 535 Indostán, 374, n. 7, 480, n. 9, 482, n. 11, 488 y n. 29, 489 Inglaterra, 4, 9, 12, 17, 23 y n. 20, 25-27, 31, 32, 34, 35, 41, 42, 43 y n. 8, 44, 48-52, n. 17, 53, 54, 56, 68, 71, 72, 79, 102, 103 y n. 30, 108 y n. 36, 110-141, 169, n. 52, 191, 251, 259, 270, 281, 356, 398, 399, 408, 412, 416, 422, 443, 472, 480, n. 9, 489, 490, 492, 500, 503, 536, n. 130, 538, 556, 557 Inglés, ingleses, 25, 37, 52, n. 16, 69, 73, 78, 82-84, 101, 158, 392 Ingolstadt, 256 Ingria, 177, 190, 202, 295, 349 Inocencio IV, papa, 144 Innsbruck, 307, 308 Inquisición, 62 Investiduras, conflicto de las, 144 Irak, 374, 376, n. 13, 517 y n. 89, 518, 522, 524, 526-529 Irán, 517, n. 89, 525, n. 109, 529 Irlanda, 128 y n. 23, 129, 130 y n. 25, 133, 134, 136, 139 y n. 38, 141 y n. 41, 502 Irlandés, 25, 78, 129, 133, 141 y n. 41, 313 Irnevio, 18 Isabel I de España, 17, 34, 57, 59-61, n. 6 Isabel I de Inglaterra, 34, 123, 125, 127 Isabel de Rusia, 350 Isfahan, 520, 534 Isla de Francia, 75, 81, 88 Islam, Casa del, islámico, 351, 370404, 407, 417, 418, 430 y n. 30, 434, 435, 437, 498, 499-517, n. 91, 518-538, 548, 562, 566, 567 y n. 214, 568
580 Ismailita, 526 Italia, 18, 19, 29, 32, 39 n. 2, 40, 41, 49, 50, 52, 53, 56, 59, 61, 64, 65, 71, 75, 77, 78, 87, 88, 102 111, 120, 121, 142-172, 249, 252, 253 y n. 16, 353, 398, 435, 490, 501 Italianos, 21, notas 17 y 18, 25, 28, 70, 75, n. 28, 78, 125, 127, 142, 172, 252, 253, 313, 316, 443, 522, 527, 557, 561 Itzkowitz, N., 375, n. 10, 394 Iván III de Rusia, 201, 205, 336, 337 Iván IV de Rusia, 175, 201 y n. 5, 215, 216, 230, 231, 292, 338 y n. 4, 339, 340, 352
Jablonowski, H., 293, n. 18 Jacobeo, 135, 138 Jacobinismo, 170, n. 52, 302 Jacobo I de Inglaterra, 133, 135, 139 Jacobo II, 103, n. 30 Jacobo VI, 135 Jagellón, 175, 283, 284, 290, 291, 293, 308, 316 Jaldun, Ibn, 372, n. 4, 516, n. 88 Jansen, M., 466, n. 39, 468, n. 42 Jansenismo, 106 Japón, 277, n. 45, 362, 424 y n. 28, 425431, 433436, 438-440, 447476, 552, 553, 557 Japón, mar del, 452 Japonés, 277, 438 Jászi, O., 334, n. 42 «Jaula de los Principes», 393 Jeannin, Pierre, 177, n. 6, 184, n. 16, 187, n. 21 Jelavich, C. y B„ 374, n. 9 Jena, batalla de, 230, n. 9, 236, 272, 353, 356 Jerusalén, 527, 528 Jesuítas, 106, 315, 452 Jmelnitski, 210, 295 Jones, Richard, 484 y n. 20, 485 y n. 21, 486, 487 y n. 28, 500, 508 Jorasán, 521, 522, 524, 525, n. 109 Jordán, E„ 146, n. 10, 159, n. 27 Jordán, W. K., 125, n. 17 Jorge Guillermo, Elector de Brandenburgo, 241 José II, 234, 235, n. 16, 236, 324-327 y n. 29 Josefina, dinastía, 235, n. 17, 275, 326, 327
Indice de nombres Joüon des Longrais, 424, n. 28, 448, 452, notas 11 y 12 Jóvenes turcos, 400 y n. 47. 401 Juan III de Suecia, 174, 175 Juan Alberto de Polonia, 285 Juan Casimiro de Polonia, 295, 298 Juan José de Austria, 78 Ju-Chen, nómadas churches: 548 Judíos, 61, 286, 386, 534 Julio II, Papa, 160 Justiniano, 18 Justices of the Peace: 135, 139, 266
Kaga, 452 Kaifeng, 547 Kairuán, 518, 527 Kamakura, Shogunato de, 449, 450 Kamen, Henry, 79, n. 34 Kaminski, Al, 298, n. 25, 299, n. 27 Kansu, 556 Kanto, llanura de, 458 Kantorowicz, E., 143, n. 2, 144, n. 4 Karelia, 177, 190, 202, 349 Kashgar, 485, n. 21 Kaunitz, canciller, 269, 270, 324 Kazakos, 530 y n. 116 Kazán, 201 y n. 5, 216, 337 Kee, II Choi, 463, n. 32 Keep, J. L. H., 231, n. 10, 342, n. 12, 347, n. 20 Kemp, T., 361, n. 44 Kerner, R., 312, n. 11, 313, n. 13, 318, n. 19 Khevenhüller, familia, 311 Khoja, rebeliones de los, 485, n. 21 Kiangsú, 544, 553 Kieniewicz, S., 285, notas 3 y 5 Kiernan, Víctor, 25 Kiev, 201, 222, 226, 284, 291, 296, 345 Kildare, dinastía, 129, 130 Király, Bela, 320, n. 22, 331, n. 37 Kinsale, 56 Kirguises, 530 Kliuchevsky, V. O., 215, 216, notas 29 y 31 Koebnen, R., 477, n. 2 Koenigsberg, 199, n. 4, 205, 230, 240, 241, 244 Koenigsberger, H. G., 54, n. 18, 89, n. 10, 170, n. 53 Konopczynski, L., 297, n. 22 Konya, 371 Kóprülü, Mehmet, 393, 394 Koretsky, V. I., 340, n. 10
Indice de nombres Kosciuzsko, 302 Kosovo, 373 Kossman, Ernest, 13 y n. 15, 96, n. 20, 112, n. 13 Kossutth, 329 Kovalevsky, M., 416 y n. 16, 417 y notas 17 y 19, 418 Kracke, E„ 547, n. 163 Kristeller, P. O., 153, n. 20 Kufa, 518 Kula, Witold, 286, n. 7 Kunesdorf, batalla de, 54 Kunkell, Wolfgang, 21, n. 18 Kurdos, 532 Kusano, 545, n. 154 Kweichow, 556 Kyoto, 448450, 455, 465, 470, 472474
Labourdounais, 480, n. 9 Lambton, A., 532, n. 119 La Meca, 512, 518, 524, 529 Lancasteriano, 115, 119, 121 Landes, David, 277, n. 45 Landsknechten, 25 Lañe, F. C., 152, n. 19, 158, n. 25 Languedoc, 75, 88 Larin, 363 Lapidus, I. M., 521, notas 101 y 102, 534, n. 123 Lamer, J., 159, n. 28, 162, n. 33 La Rochelle, 92, 114 Lattimore, Owen, 212, n. 23 Latvia, 190 Laven, P., 156, n. 22 Laúd, 48, 138 Laudun, 317 Law, 37, 106 Leach, E., 536, n. 132 Legnano, batalla de, 146 Leicester, familia, Leinster, 130 Leipzig, 252, 259 Lemosin, 89 Lenin, V. I., 357 y n. 34, 358 y notas 37 y 38, 359, 362, 363, n. 49, 364, 365, 368, n. 54, 467, n. 40, 474, n. 54 Leopoldo I de Austria, 316, 322 Leopoldo II de Austria, 327 Lepanto, batalla de, 70, 387 Lerma, 48, 72, 73, 183 Leslie, Alexandre, 140, n. 40 Leslie, R. F., 286, n. 6, 287, n. 9, 301, n. 30 Lesnodarski, Boguslaw, 283, n. 14
577 Leszcynski, Estanislao, 299, 300 Le Tellier, 98 Leuthen, batalla de, 54 Levante, el, 38, 383, 422, 527, 528 Levy, J. P., 20, notas 15 y 16 Levy, R., 513, n. 80, 522, n. 104 Lewes, 115 Lewis, Bernard, 385, n. 26, 399, 512, n. 75, 513, n. 77, 518, n. 92, 524, notas 106 y 108, 525, n. 110, 526, n. 113 Lewis, M., 131, n. 26 Lewis, P. S., 83, n. 1, 86 Ley Agraria de Septiembre de 1848 (Austria), 329 Líbano, 422 Liberales Nacionales, 280 Liga de Augsburgo, guerra de la, 54, 74, 101 Liguria, 145 Lionne, 98 Lippay, 314 Lituania, 187, 283, 284, 288 y n. 12, 289 y n. 13, 291, 293, n. 18, 297, n. 23, 298, 338, n. 4, 345 Lituanos, 216, 284, 289, n. 13, 295, 342 Liublinskaya, A. D., 91, n. 14 Livet, G., 88, notas 7 y 8 Livonia, 175, 177, 184, 188, n. 23, 189, 190, 202, 210, 216, 249, 284, 292, 295, 298, 339, 349 Livonia, guerras de, 175, 177, 198, 201, 206, 216, 338, 339, 342 Livonia, caballeros de (orden), 175 Lockwood, W. W., 276, n. 45, 461, n. 30 Loira, 88 Lokkegaard, F., 512, n. 76, 513, n. 78, 514, n. 81 Lombard, M„ 519, n. 94 Lombarda, Liga, 146, 147, 159 Lombardía, 53, 142, 144, 145, 147, 149, n. 12, 156, 159 y n. 29, 172, 250, 306, 315, 330 Londres, 103, 108, 111, n. 1, 112, 116, 121, 122, 136, 249, 399, 401, 426, 468, 484, 488, n. 29 López, R., 156, n. 22 «Lords of Articles», 135 Lorena, 87, 89, 108, 313 Lough, J„ 107, n. 35 Louvois, 98 Lowlands, 133, 134, 136 Lübeck, 173, 174, 179, 251 Lublin, 289 y n. 13
570 Lubomirski, gran mariscal, 298 Lucera, 143 Lucerna, 307 Luis I de Hungría, 283 Luis II de Hungría, 308 Luis XI de Francia, 17, 84, 86, 124, 174, n. 2 Luis XII de Francia, 84, 85 Luis XIII de Francia, 91, 137, n. 36 Luis XIV de Francia, 24, 32, 34, 37, 48, 49, n. 13, 82, 97, 98 y notas 2224, 99, 100, n. 27, 101 y n. 28, 102 y n. 29, 103 y n. 30, 104-106, 109, 187, 234, n. 14, 235, 254, 258, 298, 409 Luis XVI de Francia, 109 Luisiana, 35 Lúkacs, Georg, 251, n. 14 Lusacia, 261 Lusitana, 70 Luteranismo, 173, 175, 241, 260, 261, 267, 310 Lützen, batalla de, 178, 184, n. 15. 185, 186 Luxemburgo, 281, 308 Luxemburgueses, 27 Luynes, duque de, 91 Lybyer, A. H., 375, n. 10 Lynch, J., 64, n. 10, 66, n. 13, 67, n, 15, 72, n. 24, 73, n. 25, 78, n. 33 Lyon, 89, 488, n. 29
Maasen, 278 Macartney, 332, n. 39 Mac Curtain, M., 129 Macedonia, 396, n. 40 Mac Farlane, 124, n. 15 Mackensen, 334 Mac Manners, J., 104, n. 32 Mac Neill, W. H„ 323, n. 24, 402, n. 50 Magzak, A., 289, n. 15 Maddison, Angus, 505, n. 63, 536, n. 130 Madrid, 65, 71, 73-76, 78, 80, 311, 315, 320 Magdeburgo, 245 Magreb, el, 374, 527 Magiares, 196, 215, 229, 230, 234, 287, n. 10, 292, 308, 310, 314, 320-323, 326, 327, 329, 331-334, 381 Maguncia, 253 Mahmud II, 399, 401 Mahoma, 512 Main, 131
Indice de nombres Mainz, 272 Major, J. Russell, 83, n. 2, 84, n. 3, 85, n. 4, 86, notas 5 y 6 Makovsky, D. I., 336, n. 2, 340, n. 9 Malaya, 511, 533 Malplaquet, 102 Malthus, 484 Mamatey, V. S., 309, n. 5, 311, n. 9, 321, n. 23, 332, n. 39 Mameluca, dinastía, 502, n. 57, 522, 528, 529, 531, 533 Manchúes, 554 Manchuria, 368, n. 54, 541, 543, 559 Mandel, Ernest, 411, n. 7, 510, n. 73 Manfredo de Italia, 144, 146 Manifiesto Comunista: 10 Manila, batalla de, 54 Mantegna, Andrea, 149 Mantran, R., 513, n. 77, 519, n. 94 Manzikert, batalla de, 371 Maquiavelo, 27 y n. 26, 149, 162, n. 34, 163, notas 35 y 36, 164-166, n. 46, 167, n. 48, 168, n. 51, 407, 438, 476, 477, 487, n. 28, 507, n. 67 Maravall, J. A., 63, notas 8 y 9 Marca, 144. 145, 239, 242, 245, 255, 259 Marcus, G. J., 131, n. 27 Marchfeld, batalla de, 305 Mardin, Serif, 398, n. 44 Mari, 347 Marib, 517, n. 90 María, reina de Inglaterra, 125 María Teresa de Austria, 234, 269, 307, n. 3, 324 Mark, 217, 241, 243, 244, 245, 247 Morongio, Antonio, 39, n. 2 Marruecos, 412, 534 Marsella, 88, n. 7 Martin, W., 307, n. 2 Marx, Karl, 5, 10, 11, 17, 18, 26, 45, n. 9, 65, n. 11, 148, n. 11, 153, n. 21, 238 y n. 1, 281 y notas 53 y 55, 374, n. 1, 413, 415 y n. 14, 416-439, 424, 426, 428 y n. 29, 432, 434, 436 y n. 35, 476, 487, 488, n. 29, 489 y n. 30, 490 y n. 32, 491495, n. 45, 496, 497 y n. 49, 498-501, n. 56, SOSSOS, n. 63, 506 y n. 65, 507, 508 y notas 67 y 68, 509, n. 69, 510 y n. 73, 511, 517, n. 90, 535, 540, 566, n. 203 Masaniello, 49, n. 14 Masson, G., 143, notas 1 y 3 Mattingly, Garrett, 161, n. 32
Indice de nombres Maurer, 417 Mauricio de Sajonia, 108, 260 Mavrokordatos, Constantino, 402 Mawarannahr, 529, 531 y n. 118 Maximiliano I de Austria, 17, 125, 256, 258, 308 Maximiliano Manuel, duque, 256, 258 Mayenne, duque de, 89 Mazarino, 48, 77, 95-98, 101, 103 Mazarinadas, 29 Mazepa, 349 Mazovia, 288, 296, n. 21 Mecklenburgo, 241 Médicis, Cósimo, 160, n. 30 Médicis, familia, 156, n. 22, 160, 167 Medina, 512, 529 Mediterráneo, 21, n. 17, 27, 56, 57, 59, 64, 69, 81, 97, 114, 150, n. 16, 161, 351, 384, 392, 493, 501, 518, 519, 527, 532, 533 Mehmet II, 373, 384, 390, 396 Mehmet, Alí, 399 Meiji, dinastía, 424, 426, 462, n. 32, 464, n. 36, 474 y n. 54, 475 Melanesia, 502 Memel, 177, 199, n. 4, 241 Mencheviques, 363 Mercoeur, duque de, 89 Merrington, John, 15, n. 10 Merv, 525, n. 109 Mesopotamia, 371, 490, 501, 502, n. 57, 516, 518, 528 Mesta, 61 Methuen, sistema de, 37 Metternich, 275, 328 Meuvret, Jean, 197, n. 2 Mevissen, 278 México, 63, 79, 493, 500 Mezzogiorno. 146 Micénicos, 501 y n. 55 Midi, 81 Miguel I de Rusia, 341, 352, 402 Mikoletzky, H. L., 325, n. 26 Milán, 28, 57, 63, 65, 146, 157, 159, 160 y n. 30, 161, 169, 170, 249, 253 Mili, James, 484 y n. 19 Mili, John Stuart, 486 y a. 26, 487, n. 28 Minden, 244 Ming, dinastía, 412, 502, 550-553, n. 178, 554, 555, 560, 564 Minsk, 295 Miquel, André, 518 n. 93, 526, n. 112, 535, n. 126 Miskimin, H., 156, n. 22
583 Mito. 472 Mogol, dinastía, 372, 409, 511, 553 Mogoles, 284, 411, 412, 490, 490, 500, 517, n. 89, 521, 528-531 y n. 117, 532, 537, 538 Mogolia, 368, n. 54, 412, 511, 529, 541, 548, 555 Mohac, batalla de, 308, 316, 321, 388 Moldava, 199 Moldavia, 210, 290, 373, 381, 394, 399, 402 Molho, A., 156, n. 22 Montaigne, 438 Montaña Blanca, batalla de, 74, 204, 230, 256, 312, 316 Montaperti, batalla de, 144, 146 Montchrétien, 31 Monteccucoli, 317 Montenegro, 400 Montesquieu, 13, n. 9, 48, 105, 273, 300, n. 29, 303, 410, 411, 423, 478 y n. 4, 479, 480, n. 9, 482, 484, 487 y n. 28, 492, 507, n. 67, 508, 566, n. 213 Montferrat, 171 Montmorency, casa de, 44, 87 Montreal, batalla de, 54 Moravia, 199, 206, 308, 318, n. 19, 319, 328 Morva, 347 Morea, 373, 394 Morelandt, W. H., 535, n. 129 Morgarten, batalla de, 307 Moriscos, 32, 57, 59, 72, 235 Morozov, 205 Morris, C., 562, n. 201 Mosa, 94 Moscovia, 215, 216, 231, 235-237, 507, n. 67 Moscovita, 216-218, 221, 290, 335-339 Moscú, 190, 198, 201, 202, 205, 206, 211, 231, 292, 336, 339, 341, 342, 344, 346, 347 Mosul, 528 Mounin, Georges, 168, n. 51 Mountjoy, 130 Mousnier, Roland, 28, n. 30, 45, n. 9, 99, n. 25, 119, n. 12, 207, n. 14, 208, n. 17, 212, n. 23, 387, n. 29 Mühlberg, batalla de, 261 Mukden, 475, 553, 554 Mukherjee, S. N„ 536, n. 132 Mundo Antiguo, 434 Munich, 257 , 259, 269 Munster, 130
570 Murad I, 377 Murad III, 391 Murad IV, 391 Musulmán, 143, 375, 389, 396, 404, n. 54, 513, 517, n. 91, 518, 519, 522, 523, 527, 528 Mustafá, Kara, 393 Mutafcieva, V., 396, n. 40
Nafels, batalla de, 307 Nagasaki, 467 Nagoya, 473 Nakamura, J., 462, n. 32 Nakayama, S., 563, n. 202 Nancy, 84 Nanking, 550, 561 Nantes, 88, n. 7 Naosuke Ii, 473 Napoleón, 236, 272. 273, 353 y n. 29 Napoleónicas, guerras, 327 Nápoles, 26, 27, 49, n. 14, 50, 53, 57, 65, 75, 77, 95, 161, 169, 172 Napolitano, 49 y n. 14, 64, 67 Narva, 190, 202, 349 Nassau, 44 Navarra, 57, 75, 81, 113 Neale, J. E., 126, n. 19 Necker, 28 Needham, J., 538, n. 135, 539, notas 137, 139-141, 540, n. 142, 545, n. 156, 547, notas 161 y 162, 549, n. 168, 552, n. 175, 553, n. 177, 560, notas 196 y 197, 563, n. 203, 567, n. 214 Negro, mar, 284, 294, 345, 349, 351, 374, 384, 390, 485, 522 Neoplatonismo, 435, n. 37 Nerbudda, 485 Neva, 290 Newcastle, 51 New York Daily Tribune, 490 Nicea, planicies, 372 Nicolás I de Rusia, 233, n. 13, 354 y n. 30, 355 Nicolás II de Rusia, 362-364 Nicópolis, 373 Nicholas, D., 149, n. 13 Nien, rebeldes, 556 Nilo, 481, 527, 528 Nizam-Ul-Mulk, 532 Nobunaga, Odo, 453 Nórdicos, enclaves, 129 Nordlingen, 74, 85, 185 Normandía, 89, 92, 127, 137, n. 36 Normandos, 26, 27, 110, 143
570 Indice de nombres Norteamérica, 108, 427, 431, 469, 557 Norteamericanos, 472 Norte, mar del, 249 Northumberland, duque de, 125 Noto, 452 Noruega, noruego, 186, 251 Novgorod, 205, 216, 339 Noviembre, revolución de (Alemania), 369 Nowak, F„ 291, n. 17 Nubia, nubios, 522 Nuevo Mundo, 55, 66, 69, 433, 434, 518 Nuremberg, 239, 249
O'Brien, 210, n. 21 O'Neill, 130 Oakley, Stewart, 183, n. 14 Occidente, 3, 9, 37, 38, 46, 49-53, 55, 78, 110, 128, 155, 156, 170, 202, 207, 216, 222, 224-230, 232, 233, 236, 328, 349, 353, 356, 358, 365, 367, 368, 382, 386, 389, 390, 399, 412, 426, 427, 443, 490, 498, 522, n. 104, 528, 534, 539, 557, 560, 563, 567, 568 Octubre, revolución de (Rusia), 369 Odesa, 351 Ohkawa, K., 461, n. 30 Oigures o (uigures), 526, n. 112, 452, 549 Oirates, 530 Oka, 284 Okitsugo, Tanuma, 470, n. 46 Olgerd de Lituania, 284 Olivares, conde-duque de, 48, 73, 75, 76 y notas 29 y 30, 77, 367 Oltenia, 216 Omán, C., 127, n. 20, 168, n. 50 Ornar II, 513 Omeya, dinastía, 412, 513, 517, n. 89, 519, 521, 522, 524 Oñate, 312, n. 10 Onin, guerras, 451 Oprichnina, 206, 337-340, n. 9 Orange, dinastía, 100 Orange, Mauricio de: 24 Oriente, 3, 100, 382, 410, 424, 440, 477, 479, 480, n. 9, 482, 484, 486-488, 490, 492-494, 497499, 502, 507, 508 y n. 68, 509, 523, 534 Oriente Medio, 371, 374, 376, n. 13, 383-385, 422, 501, 502, 512, 515, 518, 519, 523, 524, 526-532, 567 Orleans, 89
Indice de nombres 295 Orvieto, 144 Osaka, 463465, 467, 470, 471, 473 Ostergótland, 181 Osuna, 73 Otetea, A., 402, n. 51, 403, n. 52 Otomana, dinastía, osmanlíes, 195, 198, 290, 309, 321, 350, 351, 372 y n. 4, 373 y n. 5, 374-376 y n. 13, 377 y n. 14, 378-380 y n. 19, 382, 383 y n. 21, 384-388, 392, 396, 401, 404, n. 54, 407, 408 y n. 40, 409411 y n. 11, 412, 418, 476, 477, 502, n. 57, 511, 513, 516, 521, 522, 528, 529, 531 y n. 117, 532-534 Otsu, 452 Ottokar II de Bohemia, 305 Oudenarde, batalla de, 102 Ovidio, 149 Owen, Launcelot, 359, notas 40 y 41 Oxenstierns canciller, 48, 176, 185, 186
Pacífico, 70, 413, 431, 485 Pacta conventa, 290, 291, n. 17, 292, 298 Pach, Zes, 196, n. 1 Padover, S. K„ 235, n. 16 Países Bajos, 4, 5, 27, 56, 57, 63-65, 70 71, 78, 102, 108, 127, 128, 130, n. 25, 137, 251, 258, 259, 272, 308 Países Bajos, rebelión, 251 Palatinado, 254, 256, 257 Palé, 129, 130 Paleólogos, dinastía, 201, 384 Palermo, 50, 56 Palestina, 527, 528, 533 Palgrave, 417 Palmer, J. J., 114, n. 4 Palmira, 489 Pamir, 529, 541 Panofky, E., 147, n. 11 Panonia, 422 Papado, 65, 121, 129, 130, 142, 144-146 París, 35, 47, 74, 81, 89 y n. 10, 90, 95 96, 98, 104, 106, 108, 278, 300, 353, 356, 426, 488 Parker, G„ 65, n. 12, 70, notas 21 y 22, 74, n. 26, 130, n. 25 Parlamento, 41, 48 , 86, 91, 95-97, 104106, 109, 111, 112, 115-117 y n. 8, 118 y n. 11, 119, 126, 135, 138-141, 330 Partido Obrero Social Demócrata R u s o (POSDR), 365
584 Parraín, Charles, 501, n. 55 Parry, V. J., 390, n. 30 Patai, R., 530, n. 116 «Patente 1861» (Austria), 330 «Patrimonio de Pedro», 145 Paulette, 91 Pavlenko, N. I., 343, n. 14 Pavlova-Sil' Vanskaya, M. P„ 361, n. 43 Paz de Lodi, 32 Paz de París, 108 Paz de Passarowitz, 323 Paz de Szatmar, 323 Paz de Thorn, 284 Paz de Utrech, 259, 315 Paz de Westfalia, 48, 95, 108, 200, 206, 246, 258, 261, 270, 275, 276, 312, 314, 443 Pázmány, 314 Pearce, Brian, 88, n. 7 Pedro I de Rusia, 190, 202, 206, 208, n. 19, 212, 215, 216, 221, 227, 232, 293, 298, 299, 347, 349, 350, 355, n. 32, 507, n. 67 Pedro II de Rusia, 350 Pedro III de Rusia, 350 Pekín, 485, 550, 561 Peregrinaje de Gracia, 118 y n. 9, 230 Perevolotchna, 190 Pérez, Antonio, 71 Perigord, 89, 95 «Períodos de trastornos», 176, 201, 206 Periwig de Holanda, 51 Perkins, Dwight, 546, n. 157, 551, n. 173, 557, n. 185, 558, n. 189, 559, n. 192 Perroy, Edouard, 52, n. 17 Perry, Comodoro, 424, 427, 472 Persia, 355, 368, n. 54, 371, 374, 389, 390, 393, 409, 411, 412, 476, 480, n. 9, 482, 485 , 486, 488490, 497, 500, 502, n. 57, 507, 511, 513, 516-519, 522, 524, 527-529, 531, 534, 536 Pérsico, golfo, 377, 519, 533 Perú, 63 , 66, 493, 500, 502, n. 57 Peruzzi, 16, 156, n. 22 Peste negra, 59 Petra, 489 Petrarca, 148, 149 Petrogrado, 364 Piamonte, 28, 99, 169, n. 52, 170, 171 y n. 54, 172, n. 56, 315, n. 16 Piast, monarquía, 283
570 Piccolomini, familia, 313, 317 Pillau, 177, 199, n. 4, 241 Pinzón, K., 280, n. 52 Pirineos, 81, 97, 103 .i'isa, 40 Pitt, William, 108 Planhol, Xavier de, 370, n. 1, 513, n. 80, 516, notas 86 y 88, 517, n. 91, 518, n. 93, 520, n. 99 Plehve, 366 Plotino, 149 Plymouth, 114 Po, 159 Podhale, 210 Podolia, 294, 296, 393, 394 Poitiers, 95 Poitou, 88, 89, 95 Polacos, 177, 184, 187, 202, 210, 216218, 228, 229, 243, 266, 284-303, 316, 320, n. 22, 339, 342, 394 Polinesia, 501 Polisensky, J. V., 199, n. 3, 204, n. 9, 206, n. 12, 312, notas 12 y 14 Polonia, 25, 53, 175, 177, 187, 190, 195, 196, 198, 200, 207, 209, 210, 216, 217, 222, 223, 229, 234, 235, 238, 240, 241, 243, 262, 264, 271, 272, 275, 283303, 321, 341-343, 345, 353, 355, 360, 364, 394, 396, 398, 404, 507, n. 67 Polotsk, 292 Poltava, batalla de, 190, 299, 349 Pombal, marqués de, 35, 37, 172 Pomerania, 177, 186, 187, 190, 199, 216, 241-243, 246, 248, 264, 295 Paniatowski, Estanislao, 301 Póntico, 207, 210, 351, 394, 531 Porshnev, B. F„ 30 y n. 33, 32, n. 37, 94, n. 16, 95, n. 18, 197, n. 2, 422, n. 23 Portsmouth, 114, 115, 131 Portugal, 27, 35, 37, 41, 52, 56, 64, 68, n. 19, 70, 75, 77-99, 113, 172 Portugués, 78, 131 Potemkin, 212, 351 Potocki, familia, 297 y n. 23 Potosí, minas de, 66 Poulantzas, Nikos, 33 y n. 9 Poynings, 129 Poznan, 187 Poznania, 302 Praga, 50, 186, 198, 199, 311 Premíslida, dinastía, 305 Prestwich, Menna, 91, notas 12 y 13, 94, n. 17 Precios, revolución de los, 388
570 Indice de nombres Prignitz, 211 Primera guerra mundial, 333, 334, 358, 360, 361, 368, 400, 401 «Privilegio de Brzéc», 285 «Privilegio de Kósice», 283 «Privilegio de Nieszawa», 285 Probrazhensky, regimiento, 348 Procacci, Giuliano, 145, n. 9, 160, n. 30, 163 Profeta, el, 386, 513 Protestantismo, 57, 73, 88-90, 96, 101, 126, 130, 134, 136, 185, 199, 256, 260, 265, 267, n. 32, 292, 301, 310, 311, 314, 316, 321 Provenza, 74 Provincias Unidas, 32, 71, 100, 128, 251 Prusia, 99, 108, 168, 172, notas 55 y 56, 177, 185, 187, 189, 195, 198, 203, 205 , 213, 216, 217, 220, 225-228, 230, 232, 234, 235, 238-284, 289, 293, 295, 296, 300, 302, 326, 327, 331, 332, 348, 360, 362, 363, 398, 404 Prusianos, 4, 27, 184, 199, 215, 217219, 226, n. 7, 228, 236, 238, 268272, 274, 275, 277, 278, 280-282, 333, 334, 353, 354, 356, 359, 360 Pskov, 175, 205, 337, 345, n. 16 Puerta, la, 322, 351, 370, 376, 377, 379, 380, 384, 387 y n. 29, 388-390, 393395, 397, 401404, 407 , 409, 477 Pugachev, 212, 351, 352, n. 27 Punjab, 536, n. 130 Purcell, V., 554, n. 179 Puritanismo, 126, 139
Qármata, 526 y n. 113 Quazza, 172, n. 56 Quercy, 89 Quiritaria, propiedad, 19, 148, 436 Quirón, 165 Quizilbash, 523, n. 105 Radziwill, familia, 289, 297 y n. 23 Rai, 536, n. 130 Rakóczi, Ferenc, 230, 323 Ramillies, batalla de, 102 Ramsay, G. B., 309, n. 7 Ranger, T., 139, n. 38 Ratisbona, 56 Razin, Stenka, 211, 231, 347 Rebelión de los Estados (Bohemia), 49
Indice de nombres 296 Rebelión, gran (Inglaterra), 49 Reconquista hispánica, 57 Reddaway, N. F., 283, n. 2 Reforma, 53, 65, 73, 87, 117, 121, 130, 134 y n. 32, 240, 250, 260, 290, 300 Reforma de Vasa, 173 Regencia francesa, 51, 104, 106, 107 Reino Celeste, 482, 556, 566 Religión, guerras de (Francia), 82, 87, 96 Renacimiento, 10, 15, 16, n. 10, 17, 19, 21, n. 17, 22, 23, 28, 43, 46, 52, n. 17, 56, 85, 87, 110, 122, 124, n. 16, 127, 142, 147-156, 158, 161, 169, n. 52, 170, 289, 291, 387, 427, 431, 433, 436, 440, 476, 477, n. 2, 507, n. 67, 561 Renania, 73, 113, 149, n. 12, 159, n. 29, 178, 217, 241, 249, 251, 252, 255, 264, 273, 275, 276, 305, 306, 333 Repartos de Polonia, 301, 302, 352 Reval, 175, 249 Revolución francesa, 48, 91, 235, 272, 326, 327 Revolución industrial, 239, 389, 431 Rin, 27, 88, 94, 100, 251, 253, 307, 315 Rin, tierras del, 305 Ricardo, 484 Ricardo II de Inglaterra, 113 Richards, D. S., 519, n. 96 Richelieu, cardenal, 35, 37, 47, 74, 90, 92, 95, 103 Richmond, C. F., 115, n. 5 Riga, 175, 249 Risorgimento, 169, n. 52 Riviere, Mercier de la, 235, n. 15 Roberts, Michael, 24, n. 22, 100, n. 27, 173, n. 1, 175. n. 3, 176, n. 4, 177, n. 5, 178, notas 7 y 8, 179, notas 9 y 10, 180, n. 11, 182, n. 13, 185, notas 17 y 18, 186, n. 20, 191, n. 27 Robinson, Geroid T., 356, n. 33, 359, n. 39, 360, n. 42 Rocroi, batalla de, 74, 94 Ródano, 88 Rodas, 388 Rodinson, Macime, 519, n. 95 Rodolfo I, 305 Rodolfo de Habsburgo, 305 Rodney, Aitton, 12, n. 7 Rojo, mar, 533 Roma, 130, 145, 146, n. 10, 148, 153, n. 21, 160, 161, 164, 416, 417, 420, 429, 430, 502, n. 57
586 Romano, imperio, 40, 371, 430, 431, 435 Románov, dinastía, 201, 202, 205, 216, 218, 220, 230, 292, 301, 318, 341, 342, 346, 351, 394 Románov, Miguel, 202, 220, 341 Romana, 159, 162, n. 33 Rosas, guerra de las, 17, 115 Rosellón, 97 Rosen, J„ 188, n. 22, 189, n. 24 Rosenberg, Hans, 217, notas 32 y 33, 219, n. 35, 240, n. 3, 271, n. 35 Rostworowski, E., 299, n. 26 Rothenburg, Gunther, 318, n. 8 Rother, 278 Rouen, 488, n. 29 Rousseau, 235, n. 15 Rozovsky, H., 461, n. 30, 462, n. 32, 463, n. 32 Rubinstein, N., 160, n. 30 Ruhr, 278, 333 Rum, 371 Rumania, rumano, 381, 394, 400, 401 y n. 48, 402, 403 Rumelia, 377, 378, 381, 383, 386, 387, 390 y n. 30, 392, 393, 396 y n. 40, 398 Rurik, dinastía, 288, n. 11, 341 Rusa, revolución, 369 Rusia, 168, 175, 177, 190, 191, 195, 1%, 198, 200-208 y n. 18, 209-211, 215-218, 220, 222, 223, n. 2, 224-226, 229-231, 232 y n. 12, 233, n. 13, 234236, 243, 248, 251, 262, 269-272, 275, 284, 289, 290, 292, 293, 296-298, 300302, 327, 335-369, 393, 394, 398, 400, 403, 404, 436, 485, 497, 498, 502, n. 57, 504, 507 y n. 67, 508 y n. 67 Rusos, 177, 184, 206-208, 211, 212, 217, 221, 227, 236, 262, 266, 292, 295, 299, 324, 335-369, 383, n. 21, 416, 472, 497 Rutenios, 209, 284, 289 Rye, 115
Saboya, 101, 146, 170, 317, 326 Saco de Roma, 252 Sacro Imperio Romano Germánico, 241, 249 Sadowa, batalla de, 331 Safávida, dinastía, 389, 393, 412, 511, 513, 521-523, n. 105, 529, 531 y n. 117, 532 Saga, 473 Sahara, 488, 490, 535
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Indice de nombres
Indice de nombres
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La naturaleza política del absolutismo ha sido frecuente tema de controversia dentro del materialismo histórico. Prosiguiendo el análisis iniciado en Transiciones de la Antigüedad al feudalismo, Anderson sitúa a los estados absolutistas de los comienzos de la Edad Moderna sobre el telón de fondo del anterior feudalismo europeo. En la primera parte de la obra se analizan las estructuras generales del absolutismo como sistema de estados, en Europa occidental, a partir del Renacimiento; y se discute la difícil cuestión de las relaciones entre monarquía y nobleza que se institucionalizan a través del Estado absolutista, para cuya transformación en el tiempo el autor propone un esquema general de periodización. Se estudian después las trayectorias de los estados absolutistas de España, Francia, Inglaterra y Suecia, comparándolos con el caso italiano, en el que no llegó a formarse un verdadero absolutismo. La segunda parte esboza una perspectiva comparativa del absolutismo en Europa oriental, para tratar de comprender las razones por las que las distintas condiciones sociales de la mitad más atrasada del continente desembocan, no obstante, en formas políticas aparentemente similares a las occidentales. Se estudian las monarquías absolutistas de Prusia, Austria y Rusia; el contraejemplo polaco muestra cuál es el precio histórico de la incapacidad de la nobleza y la monarquía polacas para crear un Estado absolutista; el imperio otomano de los Balcanes se utiliza como contraste para subrayar la singularidad del absolutismo como fenómeno europeo. La obra se cierra con una discusión de la posición especial que ocupa el desarrollo europeo en la historia universal, haciendo hincapié en el significado de la herencia de la Antigüedad clásica. Dos extensos apéndices estudian, por último, la noción de «modo de producción asiático» y la trayectoria histórica del feudalismo japonés, el único feudalismo surgido fuera de Europa. Perry Anderson es bien conocido por su labor como editor y autor en N e w Left Review. Siglo X X I ha publicado también su obra Consideraciones sobre el marxismo occidental.
ISBN 968-23-0946-8
siglo veintiuno editores