&letras - Revista Literaria

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ENTREVISTA

Habla Mario Vargas Llosa

LANZAMIENTO

Cr贸nicas vol. 1 Bob Dylan

OPINION

El pa铆s de Aguinis



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ANALISIS

Borges y sus laberintos Un tema recurrente en la obra del autor

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omo todos los borgeanos lo saben, el laberinto es uno de los símbolos más recurrentes en la obra de Borges. Pedro Luis Barcia dice: “Laberinto es una de la media docena de palabras que todo lector asocia espontáneamente con Borges”. Como refugio, trampa o camino de iniciación, el laberinto formó parte de la cultura humana desde sus comienzos. También parece haber formado parte de la prehistoria literaria de Borges. Según María Esther Vázquez, “una de las obsesiones infantiles que trasladó a la literatura fue el laberinto. En su casa había un libro que mostraba las Siete maravillas del Mundo y entre ellas estaba, por supuesto, el Laberinto de Creta. El niño lo observaba incansablemente y creía que si hubiera contado con una lupa muy grande hubiera podido ver al Minotauro en su centro”. Como adulto, sin duda, lo vio en La casa de Asterión, recorriendo esos interminables corredores construidos por Dédalo. Según el mito clásico, esta historia comenzó en una playa, una noche en que la reina Pasifae vio surgir del mar un hermoso toro blanco, animal sagrado de Creta. De ese encuentro entre la reina y el toro nació el Minotauro. Cuando el rey Minos vio al monstruo,

hizo construir un laberinto para ocultarlo. Dédalo, el mejor arquitecto, “hizo una casa labrada para confundir a los hombres”, una de las definiciones del laberinto que se encuentra en la obra de Borges. Los que entraban a esa casa ya no salían vivos jamás. Son numerosos los autores que retomaron esta historia y su protagonista. Pero, a pesar de sus antecedentes, el Minotauro de Borges es único. Es un solitario que juega como un niño, que inventa a otro para poder jugar mejor, que no aprendió a leer ni le importa, que se asoma a la calle donde los hombres lo rechazan o le temen, pero él desprecia a la plebe porque recuerda que su madre es una reina. Es el que espera un salvador, que se llamará Teseo y lo matará sin que él se defienda.

Historias que se bifurcan

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odo laberinto, como casa, construida para que los hombres se pierdan, supone una serie de lugares uniformes, de encrucijadas siempre iguales, de sendas que bifurcan monótonamente. A veces aparece algún signo distinto y el que lo sigue descubre luego que está otra vez en el punto de partida donde se perdió. En Atlas, Borges le dedicó un poema que reproduce en

sus palabras y en su ritmo la forma del laberinto. El último verso dice: “Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro que Dante imaginó como un toro con cabeza de hombre y en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones, como María Kodama

Laberinto es una de la media docena de palabras que todo lector asocia espontáneamente con Borges y yo nos perdimos en aquella mañana y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto”. Pero ya habían pasado años desde que Borges había hablado del tiempo como laberinto en un tcuento que es, en sí mismo, laberíntico: El jardín de los senderos que se bifurcan. El protagonista, un chino que es un espía, en el día que sabe que va a morir, va a ver un académico inglés que posee el libro de Ts’ui Pên, su ilustre antepasado. Este, que era un hombre muy poderoso, se retiró con el propósito de hacer un laberinto y escribir una novela. El laberinto

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no se encontró nunca y el libro decepcionó a sus lectores, pues era confuso, incoherente y contradictorio. Por ejemplo, un personaje que muere en un capítulo, aparece actuando en el siguiente; un ejército en una parte es derrotado y en otra celebra su triunfo; etcétera. Pero el erudito le da la clave. Ts’ui Pên “creía en una infinita serie de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes”, y en esos tiempos se dan todas las posibilidades, y cada posibilidad, a su vez, engendra nuevas situaciones. De esa manera la novela va creciendo como un jardín cuyos senderos se bifurcan infinitamente y es un laberinto infinito como el tiempo. Laberinto, novela y tiempo son lo mismo. Todavía hoy científicos y filósofos siguen preguntándose sobre la naturaleza del tiempo y sobre la posibilidad de que existan distintas corrientes de tiempos, lo que originaría también múltiples universos. Todo esto nos lleva a concluir que hay dos clases de laberintos: unos son hechos por el hombre y, en consecuencia, el hombre puede descubrir sus claves; y otros, los más terribles, no son obra de los seres humanos. Ese es el tema de Los dos reyes y los dos laberintos. En este cuento, el rey de Babilonia hace construir un complejo y bello laberinto de bronce e invita al rey de Arabia para que lo visite. Lo deja solo dentro del laberinto, y el visitante se pierde y empieza a recorrer infinitos pasillos,

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escaleras y muros. Ya desfalleciente, le pide a Dios que le ayude a encontrar la puerta y puede salir. Sin emitir una queja, le dice al rey de Babilonia que en Arabia tiene un laberinto que le hará conocer. Vuelve a su país y regresa con un ejército que arrasa Babilonia, toma prisionero al rey y lo deja en el desierto

Esas construcciones terroríficas, cuyo nombre deriva del griego labrys, que quería decir hacha, inventadas para extraviar a los que eran introducidos en ellas por la fuerza o en virtud de algún castigo, y que figuran en las mitologías antiguas como una representación humana del infierno.

donde se pierde y termina muriendo de hambre y sed. En este cuento, el desierto es lo totalmente homogéneo, sin señales, el caos primitivo, un ámbito en el que no hay claves para el hombre. En un poema, incluido en el libro Elogio de la sombra, extiende esta visión del laberinto a todo el Universo. Dice: No habrá nunca una puerta. Estás adentro / Y el alcázar abarca el universo / Y no tiene anverso ni reverso/ Ni externo muro ni secreto centro / No esperes que el rigor de tu camino que tercamente se bifurca en otro / tendrá fin. Es de hierro tu destino. El universo, como el desierto que mató al rey de Babilonia, no tiene puertas ni límites precisos. No hay centro, ni un afuera, ni un adentro. Nada lo trasciende, ni siquiera la inteligencia o la pasión del hombre. Es un Todo que lo encierra como una prisión cuyos límites desconoce. Pero, como ya lo sabía el viejo Aristóteles, el hombre tiende naturalmente al conocimiento. Siempre quiere ir más allá: quiere saber. Por eso hace ciencia, filosofía, religión y hasta mitología. Y no sólo quiere conocer el universo sino también buscar el sentido de su existencia. Cuando el hombre alcanza una postura vertical cambia su percepción del espacio en el que debe orientarse. Percibe las cuatro direcciones horizontales, cortadas por el eje arriba / abajo, lo que origina la noción de centro.


Para las antiguas mitologías, la idea del centro del mundo tiene una importancia fundamental, pero esta noción no era concebida desde un punto de vista geográfico ni geométrico sino espiritual. El centro era el lugar donde se concentraba la sacralidad, el sitio por donde pasaba el eje del mundo, que comunicaba la Tierra con el Cielo y el Infierno. En Los Conjurados, su último libro, aparece una nueva versión del laberinto, Dice: Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo, acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en un sueño, en las palabras que se llaman filosofía, en la mera y sencilla felicidad. Aquí estamos lejos de ese otro laberinto que marca un destino de hierro, sin centro ni salida. Quizás tengamos que optar por uno de esos dos laberintos, por el absurdo o por el sentido. Quizás también ocurra que en nuestras vidas pasemos por ambos. Borges nos habla de un hermoso deber. El de buscar el hilo que Ariadna dio a Teseo y que él, después de su triunfo, no supo retener. Y también dice dónde encontrarlo: en la filosofía, en la fe o, simplemente, en la felicidad. De nuevo estamos ante dos laberintos, que son dos interpretaciones de nuestro ser en el mundo. Podemos sentirnos como prisioneros en un mundo cerrado y absurdo, o vivir la aventura de una búsqueda del sentido último, de un hilo que nos conduzca a un centro donde fluye una sacralidad que nos justifica como seres humanos capaces de cumplir “un hermoso deber”. Por supuesto son opciones que surgen de lo profundo, más allá de las pruebas que puede dar o negar la razón razonante. El laberinto en que vivimos puede ser la prueba del absurdo o el camino de una iniciación hacia la luz. En cierta medida, eso depende de cada uno de nosotros. Tenemos libertad para elegir. Entre los temas recurrentes que Borges menciona en sus historias figuran los laberintos, esas construcciones terroríficas, cuyo nombre deriva del griego labrys, que quería decir hacha, inventadas para extraviar a los que eran introducidos en ellas por la fuerza o en virtud de algún castigo, y que figuran en las mitologías antiguas como una re-

presentación humana del infierno. En uno de sus cuentos, “El jardín de senderos que se bifurcan” el laberinto en el que transcurre la historia es el tiempo, tal vez el único en el que todas las alternativas son posibles y en el que la búsqueda de una salida conduce a la eternidad. “La biblioteca de Babel” es otro laberinto, hecho de infinitas galerías hexagonales en el que figuraban todos los libros posibles, con todas las historias, con todos los argumentos, con todos los principios y finales escritos en todos los idiomas y con los libros que tenían todas las formas imaginables, hasta un libro de forma circular cuyas páginas se unían en el centro.

En otro de sus cuentos, Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto, un hombre cobarde que huía de un tirano valiente construye un laberinto, se hace pasar por el tirano, lo espera y lo mata y finalmente se libera de la persecución que lo habría condenado a vivir huyendo durante toda su vida. El otro enorme laberinto es el que encuentra Joseph Cartaphilus, el protagonista de Los inmortales, cuando encuentra el río cuyas aguas otorgan la inmortalidad, y se interna en la ciudad demencial que los inmortales habían construido, un enorme edificio lleno de pasillos que no llevan a ninguna parte.

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ENTREVISTA

Crónicas vol. 1 Bob Dylan

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La primera autobiografía del mítico músico y poeta

ob Dylan es mundialmente conocido por su obra musical, pero tal y como ocurre con otros astros de la música popular contemporánea, con el paso de los años su interés ha ido pasando por diferentes disciplinas artísticas con diversa fortuna. Así, se ha dedicado al cine (Renaldo y Clara; Masked and Anonymous) con escasa fortuna de crítica y público, a la pintura (algunas de cuyas obras han servido para ilustrar portadas, contraportadas y fundas de discos (p. ej. la de Self Portrait), a la difusión de sus gustos musicales a través de una emisora de frecuencia modulada y, cómo no, a la literatura (Tarántula). La escritura literaria (al margen de los textos de sus canciones) ha sido una constante en la vida de Dylan dado que durante su primera etapa (1962-1966) dedicó mucho tiempo a pulir los escritos que, finalmente, se plasmarían en Tarántula, si bien, lo publicado finalmente fue una revisión total de lo escrito durante dicho periodo. El poco reconocimiento que tuvo este libro llevó a Dylan a obviar la publicación de más obras, con la única excepción de un libro que presentaba los textos “oficiales” de sus canciones (incluyendo muchas que no habían sido publicadas oficialmente por su discográfica). Finalmente, en 2005 publica el primer volumen de

Crónicas, una peculiar visión autobiográfica de su evolución como músico. En este primer (y hasta la fecha único) volumen, Dylan hace un repaso de tres momentos diferentes de su carrera. En primer lugar, su llegada a Nueva York a principios de los años 60 desde su Minnesota natal, cargado de esperanzas pero falto de tablas y experiencias. Las personas que conoce, la música que escucha, sus lecturas arbitrarias e impredecibles van impregnándole y confiriéndole seguridad hasta obtener su primer contrato discográfico con Columbia, siendo todavía un completo desconocido para la mayoría del ambiente folk del Village. El siguiente capítulo que Dylan rememora en las páginas de Crónicas es el momento en que trata de desprenderse de su fama de profeta y portavoz de una generación. Su faceta pública durante el periodo 1963-1966 llegó a anular a la persona privada. Su indudable ambición y deseo de notoriedad se vieron plenamente satisfechos llevándole por los escenarios de todo el mundo en una carrera que corrió el riesgo de terminar con su vida (o con su cordura) y que, finalizó de manera abrupta en el famoso accidente de motocicleta en Woodstock en 1966. Este accidente permitió a Dylan un periodo de reflexión y serenidad que le sirvió para replantear la

visión que deseaba proyectar al mundo. Lejos de erigirse como el visionario poeta, el cantante protesta o el icono de la nueva era, Dylan quiso ser conocido como un artista sin más pretensión que hacer bien su trabajo mediante grabaciones y actuaciones en directo. En

Dylan es el eterno candidato al Premio Nóbel de literatura, aunque nunca fue siquiera tomado en cuenta este sentido, y para lograr modificar la visión que el público tenía de él, comenzó su tarea mediante la grabación de discos descaradamente alejados de la grandiosidad de sus obras anteriores, aceptó premios honoríficos y se mudó en numerosas ocasiones buscando huir de sus admiradores. Como es notorio, este intento no logró pleno éxito dado que para el subconsciente colectivo, Dylan, siempre irá unido a canciones como Gates of Eden, Masters of War o Like a Rolling Stone. Finalmente, el tercer momento escogido por Dylan para escribir sus

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Crónicas es el año en que cree llegada la hora de retirarse definitivamente del mercado musical. Sus últimas obras no gozan del aprecio de la crítica ni del público, sus numerosos conciertos tienen algo de rutinario, de manida representación de la farsa de una leyenda de otra época. Y, sin embargo, descubre, a través de un viejo intérprete de color, un nuevo modo de entender la música, la interpretación, de dar sentido a una desorientada y alicaída carrera musical. Pese a que no puede tocar la guitarra por tener una herida en la mano, escribe la letra de varias canciones que acabará grabando en Nueva Orleáns. El nuevo disco será bien recibido por la crítica y Dylan perseverará hasta encontrar la salida a un destino que parecía escrito con tinta indeleble. La recuperación de viejas grabaciones inéditas y la publicación de dos discos con interpretaciones acústicas de viejas canciones de country, gospel y blues le dejarán a las puertas de su recuperado prestigio crítico con sus tres últimos Lps de estudio, si bien este proceso queda a la espera de sucesivos volúmenes de estas crónicas.

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stos tres episodios no se relatan de manera lineal sino que se alternan a lo largo de la obra lo que puede crear ciertas dificultades de seguimiento para aquellos lectores no familiarizados con la biografía de Dylan. Para los que sí lo estén, el libro recopila abundante información interesante sobre las influencias musicales o literarias, su “implicación” en el movimiento por los derechos civiles, su primer encuentro con Joan Baez, etc. Sin embargo, no hay nada en él realmente novedoso y que no pueda ser consultado en cualquier otra biografía. ¿Qué es, por tanto, lo que hace realmente interesante la lectura de este libro? Sin lugar a dudas, la elección de los tres momentos citados, elegidos con una clara intencionalidad por el autor, pretende dar una clave. En cada una de las tres situaciones descritas, Dylan se “inventa” a sí mismo. Pretende escapar de una realidad que le oprime, sea su rutinario papel de leyenda viva del rock, su anodina adolescencia rural o su papel

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de portavoz de la juventud occidental. Esa lucha por elegir y forjar su propio destino, obviando las alternativas más sencillas y previsibles, es la lección que puede extraerse de las páginas de Crónicas. Cambiar para ser fiel a sí mismo, mutar para permanecer en el centro. Al igual que la lectura de Bound for Glory, de Woody Guthrie, supuso una importante lección en la juventud de Dylan, Crónicas puede ser visto como un alegato en favor de la honestidad y la libertad del artista. Sin embargo, si el propio Dylan leyera esto, sin lugar a dudas pensaría, “me he vuelto a equivocar, no entienden nada” y seguro que tendría razón.

Sin respetar aburridos órdenes cronológicos

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esde siempre se estuvo esperando el testimonio directo de alguien que tanto ha aportado tanto al desarrollo de diversos géneros como el rock, country, pop, folk y blues. La figura de este artista ha generado estudios de su obra, biografías autorizadas o no autorizadas, y documentales como los de D.A. Pennebaker (Don´t look back) y Martin Scorsese (No direction home) No hay nada más apasionante que acercarnos a esta primera entrega de sus crónicas, en la que sabiamente ha sabido contarnos sucesos no muy escarbados de su biografía, a través de un espíritu inquieto y anárquico, ofreciéndonos un honesto fresco, narrado como bien él sabe hacer: sin respetar aburridos órdenes cronológicos. Para aquellos que esperaban una serie de confesiones nutridas de morbo, pues les recomiendo que busquen otros textos. Los años le han permitido a Bob tener una mirada quieta pero sin carencia de acuciosidad. Este referente de la cultura ha tenido siempre la idea de querer contar lo que deseaba, anteponiendo de esta manera su integridad artística que termina sumando a su leyenda y no caer en burdos juegos premunidos de chisme de alcoba y demás. Este primer volumen de sus crónicas, de las que ya se han anunciado que

Dylan se “inventa” a sí mismo. Pret

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vienen dos más, está dividido en cinco partes: Pulir la partitura, La tierra perdida, New morning, Oh mercy y Río de hielo. Acertadamente, The Boston Globe, ha catalogado a Bob como “un gran reportero que ostenta talento para los detalles”. Pues bien, cada página de este libro exuda una mirada que no tiene complacencia ni consigo mismo, en constante crítica hacia cierta pusilanimidad de la que fue presa ni bien empezó a conocer los éxitos musicales que ya conocemos. En estas páginas no hay héroes, no hay miradas edulcoradas de nadie, digámoslo de algún modo, es un canto a la honestidad. Bob nos habla de su pasión por el jazz, de aquellas noches en las que mataperreaba buscando algún club nocturno en las que deja sentada su satisfacción por los Jam session; de su amistad con los principales representantes de la generación beat; de no avergonzarse para nada de sus orígenes humildes; y de la viva impresión que sigue manteniendo en la memoria cuando John Hammond lo descubrió. Y esa rara sensación de estar en el mismo estudio en el que Bill Halley and the comets grabaron la ya mítica Rock around the clock. El lenguaje es sencillo, el estilo es evocador; y aún así, Dylan no suele caer en muchas digresiones, característica esta que se da cuando se escriben crónicas, memorias y diarios. La narración va creciendo en interés cuando confiesa su desesperación por querer grabar un disco con temas propios. Es necesario recalcar la pasión que Dylan encuentra en la lectura, en la influencia de poetas norteamericanos como Whitman, o narradores como Mark Twain y Herman Melville. Es claramente el testimonio de un artista integral, y conciente del gran talento que tiene y que no sabe cómo expresar, por ello, no duda en preñarse de todas las artes, y es así que entendemos a cabalidad su pasión que siente por la pintura y el cine, en especial por la persona de Fellini y sus películas La strada y La dolce vita. Mucho se ha dicho del cambio nominal de quien fuera a llamarse para siempre Bob Dylan, es cierto que este

cantante y compositor admiraba al inglés Dylan Thomas, pero Bob se empeña en explicarnos que esto se debió exclusivamente a un efecto sonoro que a una declarada retribución de agradecido letraherido.

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e refleja la estela de todos los años de aprendizaje de este autor, quien fue ante todo, un lector omnívoro y un atento analista de los cambios históricos de su tiempo. Y lo curioso radica en que jamás pidió llamarse “La conciencia de una generación”, sintiéndose siempre ajeno a todas las protestas que acaecían. Simplemente quería ser un cantante folk. Lo que ocurría a su alrededor lo llevaba a almacenar y reflexionar en los temas que estaba por escribir, como muy bien se deja leer en el capítulo La tierra perdida. Toda esta búsqueda refleja el backstage de lo que vendría después. Y para cuando llegan los éxitos y ya cansado de los innumerables conciertos, decide explorar nuevas vertientes musicales y adentrase más en su condición de persona, lo que le valdría afianzar más su convicción de cantaautor. Las páginas dedicadas al cantante folk Woody Guthrie son más que conmovedoras, y claro, su admiración por Joan Baez y su predilección por Jack Kerouac. Varias veces nominado al premio Nobel de Literatura, esta leyenda viva nos demuestra que no solo de talento se hace una obra imperecedera, este texto es también una declaración de amor por el saber, ergo, el no quedarse estancado en las aguas de la superficialidad y el exitismo. Hay páginas en las que expone su ferviente admiración por Balzac, Maquiavelo y Ginsberg, autores muy distintos entre sí, pero cada uno con cuotas de ambición, cuestionamiento y entrega total, siendo estos algunos ejemplos del fundamento intelectual en el que descansa hasta el día de hoy su tan envidiado duende creativo. Dylan no solo nos guía a su manera por las páginas de este libro, sino que también nos permite disfrutar de una prosa depurada, musical, ya casi poética. Imprescindible.

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sted ha tenido siempre una posición política, casi llegó a ser Presidente de su país y ha dejado oír su voz en esta materia... El escritor en América Latina se ve involucrado obligatoriamente en el debate público, en la medida en que tuvimos una época con dictaduras, censuras, golpes de estado, llena de injusticias bochornosas. Era difícil mantenerse al margen. Otros no han sentido la obligación de decir algo en ese debate. Otros sí cumplían con su deber moral y porque defendían su propio oficio, porque la literatura padece la censura, los límites y la discriminación. Yo lo he hecho porque me tocó vivir una época traumática para América Latina por las dictaduras. Salvo en mi juventud, que estuve cerca de la extrema izquierda, porque participé en la utopía de la revolución, que era la respuesta a todos los males de la región, he defendido la libertad, la democracia y he sido crítico de las dictaduras sin excepción. Hay algunos escritores enamorados de las dictaduras, pero América Latina ha ido yendo a la democracia.

y que se le condene por sus crímenes. Es una manera de desalentar a los candidatos a dictadores y un ejemplo para las democracias, porque a él se le concedieron todos los derechos y se hizo justicia. Es algo que, creo, es primera vez que pasa en América Latina. Llegarán otros juicios por robos, pero este es el primero contra los derechos humanos por asesinatos de supuestos terroristas y que luego resultaron ser inocentes.

“El escritor en América Latina se ve involucrado obligatoriamente en el debate público”

¿Cómo ve los brotes de violencia en su país? Está el problema del narcotráfico, unido a lo que son los residuos de Sendero Luminoso, pero es algo muy distinto a lo que pasó en los años 80, cuando provocó un cataclismo en el país y un baño de sangre, sobre todo en la región andina. Hoy no hay nada parecido; hay manifestaciones aisladas de violencia en las que el narcotráfico tiene mucho que ver.

¿Cómo va su nueva novela? Van a ser cerca de casi dos años que estoy escribiendo El sueño del celta, inspirada en un personaje histórico, un irlandés llamado Roger Casemont, que cumplió un papel importante al denunciar las iniquidades en la época de la explotación de caucho en el Congo y la Amazonia. Tuvo una vida muy aventurera y fascinante. Mientras servía como diplomático británico, secretamente fundó el Ira. Fue amigo de Conrad (Joseph, el novelista). No se trata de una biografía, pero es una novela basada en él.

¿Qué piensa del fallo condenatorio contra Alberto Fujimori? Ha sido un ejemplo que un gobierno democrático juzgue por medio de un juzgado civil a un dictador contra los crímenes cometidos contra los derechos humanos

¿Como ve hoy la literatura? Es una apuesta contra el fracaso. Todo escritor y creador lucha contra el fracaso, que es lo que lo amenaza constantemente si se equivoca, si sucumbe al facilismo y si no es lo suficientemente riguroso y autocrítico. Ese riesgo del

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fracaso es como la pica en una corrida y lo que estimula y embravece al escritor; lo que lo lleva a perseverar. ¿Se siente el éxito o el fracaso? El escritor no sabe, en el fondo, si fracasó o tuvo éxito. La popularidad de un libro no quiere decir nada. Al final, cada escritor sabe que con el tiempo se decide si ha fracasado o no. Todo escritor se queda con cierta angustia. Por lo menos eso sienten los escritores que no se han vuelto estatuas y empiezan a tronar olímpicamente -como las estatuas-. Yo no quiero llegar allá nunca, porque los que no llegan a ese estado tienen respecto a su obra esa incertidumbre de si pasará la prueba del tiempo. Si significará para otros en el futuro lo que para uno significaron los grandes libros que le cambiaron la vida.

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Lo dice un escritor que ha ganado casi todos los premios relevantes y que siempre suena para el Nobel... Un escritor no debe pensar en esas cosas. Si un premio viene, bien, y si no, también. Esas son cosas adventicias y adjetivas a la creación. El reconocimiento público es importante para un escritor, pero la satisfacción más profunda, la recompensa mayor, la recibe ejercitando su oficio. Es en el ejercicio donde está la recompensa y eso vale para un pintor, un actor o un bailarín. La satisfacción está en haber derrotado la amenaza de fracaso que lo persigue. De los grandes escritores de nuestro tiempo muy pocos recibieron reconocimientos: ni Kafka ni Proust recibieron reconocimientos en vida. Otros sí y ni los leemos: son fuegos fatuos.

¿Cómo realiza su trabajo como escritor? Escribo los siete días de la semana en la mañana y en la tarde. No escribo en las noches, soy diurno. La mía es una escritura lenta,

“Yo no sé qué es el neoliberalismo ni dónde están los neoliberales. Yo soy liberal y ser liberal es defender la libertad en todos los campos; también en el plano económico pero no sólo allí”

difícil y trabajada. Tengo períodos difíciles y otros de gran exaltación. Pero defino mi escritura como un acto de perseverancia, de terquedad y disciplina. Es mi forma de escribir, aunque hay tantas maneras como escritores. Tengo mucha disciplina y soy muy ordenado. No tengo nada como mi trabajo ni me apasiona tanto. Mi trabajo no es una servidumbre. Es una pasión tan grande casi como leer. ¿Cómo ve la literatura hoy? Yo creo que la gran amenaza son las máquinas que puedan acabar con el libro. No sabemos qué va a pasar con ese desafío para la literatura que es la pantalla. ¿Aniquilará al libro? ¿Coexistirán? Eso está por decidirse y muy pronto. Mi apuesta es por que el libro sobreviva. No es que esté en contra de la red, pero si la literatura se hace solo para las pantallas se empobrecerá, porque la pantalla hace que pierda profundidad y riesgo. La tecnología imprime a la literatura una cierta superficialidad. La correspondencia se había acabado casi y ahora con Internet resucitó, pero es una caricatura de lo anterior, que se hacía con gran cuidado. El papel infunde un respeto casi religioso al escritor. En la pantalla se escribe informalmente, no infunde respeto. Uno se queda pasmado de la indigencia gramatical de los textos hechos para Internet. La pantalla incita al facilismo, a la frivolidad y el rigor a desaparece. Puedo ser pesimista , pero puede ser que el libro, si termina derrotado, quede en la catacumba, con una escritura cada vez más rigurosa y tal vez con menos cultores.


¿Qué libro está leyendo? Anatomía de un instante, de Javier Cercas, un reportaje sobre el intento de golpe de estado en España (en 1981, conocido como el 23-F), escrito de forma que parece una novela y con gran talento.

La extraña historia de ‘A pie del Támesis’

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l pie del Támesis’ es una de las ocho obras de teatro de Mario Vargas Llosa. Se presenta por primera vez en el país, a beneficio de la fundación Notas de Paz, que trabaja con niños de barrios populares, fomentando el acceso a la música. “La escribí a partir de una anécdota que me contó Guillermo Cabrera Infante hace muchos años -dice el escritor-. Me dijo que había recibido una llamada de un poeta venezolano que frecuentábamos en los años sesenta, Esdras Parra, que dirigía una revista literaria. Esdras fue a verlo, pero cuando llegó se había cambiado de sexo en una época en la que esa era una operación rara e infrecuente. Guillermo me contaba de su sorpresa y la incomodidad que sentía porque no sabía cómo tratarlo si como varón o como señora. Entonces sugirió inmediatamente una situación que era la de dos amigos que se encuentran luego de muchos años en una ciudad forastera, Londres en este caso. Un encuentro que por el cambio de sexo de uno de los dos personajes es difícil al principio, pero luego permite una especie de catarsis en la que los dos examinan sus pasado, sus experiencias más secretas y resulta una transfor-

mación profunda. Lo escribí muchas veces y estuvo mucho tiempo encarpetado, antes de subir al escenario; la empecé en los años 70. Luego se presentó en Italia. He visto la obra en Lima y en Venezuela y son versiones muy distintas. La venezolana es cargada de humor, mientras que la de Lima era cargada hacia lo dramático. “Siempre entro en la perplejidad y la confusión cada vez que me preguntan por la Argentina. Yo creo que entiendo todo en política latinoamericana salvo la Argentina. Para mí, la Argentina es una especie de galimatías indescifrable”, le dice Vargas Llosa a &letras. ¿Qué es lo que no entiende? ¿Cómo se puede entender el caso de Argentina? Un país que era democrático cuando tres partes de Europa no lo eran; un país que era uno de los más prósperos de la Tierra cuando América latina era un continente de hambrientos, de atrasados. El primer país del mundo que acabó con el analfabetismo no fue Estados Unidos, no fue Francia; fue la Argentina con un sistema educativo que era un ejemplo para todo el mundo y que constituía un instrumento extraordinario de creación de igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos. Ese país, que era un país de vanguardia, ¿cómo puede ser que sea el país empobrecido, caótico, subdesarrollado que es hoy? ¿Qué pasó? ¿Alguien los invadió? ¿Estuvieron enfrascados en alguna guerra terrible? No. Los argentinos se hicieron eso. Los argentinos eligieron a lo largo de medio siglo las peores op-

ciones y además siguieron eligiendo las peores opciones a pesar de todas las experiencias negativas. ¿Usted se refiere al peronismo? Eso es. El peronismo es elegir el error, perseverar en el error a pesar de las catástrofes que se han ido sucediendo en la historia moderna del país. ¿Cómo se entiende eso? Un país de gentes cultas, absolutamente privilegiado, una minoría de habitantes en un enorme territorio que es un continente que concentra todos los recursos naturales. ¿Por qué no son el primer país de la Tierra? ¿Por qué no tienen el mismo nivel de vida que Suecia, que Suiza? Porque los argentinos no han querido. Han querido, en cambio, ser pobres. Han querido vivir bajo dictaduras, han querido vivir dentro del mercantilismo más espantoso. Hay en esto una responsabilidad del pueblo argentino. Eso es lo primero que tendría que reconocer la Argentina. Nadie les hizo eso. Lo construyeron ustedes mismos.

Cuba y la Libertad

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or qué cree que el liberalismo o el neoliberalismo están tan devaluados en la región? Yo no sé qué es el neoliberalismo ni dónde están los neoliberales. Yo soy liberal y ser liberal es defender la libertad en todos los campos; también en el plano económico pero no sólo allí: en la democracia, en las libertades públicas, en la eliminación de la pobreza, en la protección de las minorías, en la libre orientación sexual. Creo que hablar de neoliberalismo es tratar de construir una ca-

ricatura de lo que es el liberalismo para vincularlo con la derecha. Y creo que hay que combatir esa caricatura. La libertad es una sola y debe ir toda junta: no basta con la libertad de mercado como pretendieron algunos gobiernos autoritarios, algunas dictaduras como la de Pinochet, porque eso termina en un desastre. Y, por el otro lado, hablar de propiedad social es una quimera, es insistir en políticas que han fracasado en todo el mundo, que han derivado en la puesta en marcha de una burocracia ineficiente y, tarde o temprana, corrupta. A usted se le reprocha su apoyo inicial a la Revolución Cubana y este cambio al liberalismo. Cuando yo fui joven vi a la Revolución Cubana como una gran esperanza libertaria para América latina. Parecía una revolución distinta, con una gesta heroica. Con el paso de los años, me di cuenta de que era una visión ingenua. Fui varias veces hasta que hubo algo que me produjo mi primera crisis: creación de verdaderos campos de concentración para disidentes políticos y culturales; artistas que iban a parar allí sólo porque eran homosexuales. Desde entonces, en la segunda mitad de los 60, experimenté un deterioro creciente de esa imagen libertaria que tenía de la Revolución. También influyó el tema de los disidentes de Europa del Este, y todo eso me llevó a revisar mi descreimiento con relación a la democracia, a la libertad, algo que era muy común en mi generación. Ahora, soy liberal y, como tal, creo en la libertad para el progreso económico y la igualdad de oportunidades para todos.

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P El país de Agui nis 16

ara el escritor argentino, los artistas comprometidos con la realidad tienen una tarea peligrosa y que requiere sacrificios. Y aunque asegura que en el país la excelencia “no es algo que se reclame con fuerza”, concede que muchos candidatos no políticos “podrían dar grandes sorpresas” en su rol de diputados, aunque sean convocados sólo por su capacidad para conseguir votos. ¿A quiénes se les llama intelectuales? El intelectual, desde que esa palabra se convirtió en un sustantivo, a partir del famoso manifiesto de los intelectuales que organizó Émile Zola en el famoso Caso Dreyfus, a fines del siglo XIX, es el momento en que la gente dedicada al arte, a las emociones y también al pensamiento –porque incluía científicos– decidieron tomar acción en los problemas generales de la sociedad. Salían de esa suerte de torre de marfil en la que habitualmente solían estar encerrados para comprometerse. Cuando se habla del rol de los intelectuales, se está apelando a que su conocimiento, su sensibilidad o su capacidad de análisis pueda ponerse al servicio de la sociedad. ¿Y generalmente se cumple ese compromiso? Tenemos que reconocer que el intelectual no es infalible: hay muchos que adhirieron al nazismo, al fascismo; y muchos de ellos ni siquiera han hecho una crítica adecuada a los errores y las consecuencias que tuvieron esos movimientos a los que ellos en su momento apoyaron. Pero sí podemos decir que en este momento, si nos referimos a la situación argentina, el intelectual necesita atreverse a revisar sus ideas, aunque eso le duela. A veces cambiar esas ideas implica salir de una suerte de confort en el cual uno se siente cómodo, porque al fin de cuentas es lo que siempre uno ha pensado. Dejar de lado ciertas ilusiones implica un sacrificio.

¿Usted cree que vale la pena el sacrificio? Yo no sé si vale la pena, al contrario, creo que es peligroso. Yo considero que la gente prudente tiene razón, pero hay aspectos que uno no puede manejar, no puede controlar. Entonces, como muchas veces estoy impulsado a escribir una determinada novela, que es una obra de ficción, de creación en la cual voy gestando un universo diferente, también en ciertos momentos estoy impulsado a escribir un artículo sobre algún tema que me escandaliza, que me irrita o que considero que es importante compartir. Posiblemente ahí muchas veces estoy cometiendo un error en contra de mis propios cuidados, de mi propia protección. Es jugarse en forma extrema, con el peligro de ser malinterpretado también, de que se saquen algunas frases de contexto y se usen de una manera muy descalificadora y después uno tiene que estar dando explicaciones adicionales, y no siempre es posible eso. ¿Usted cree que todos los artistas deberían ser intelectuales? Bueno, hay muchos artistas y científicos que no quieren involucrarse para nada en lo que está ocurriendo a su alrededor. Se relacionan solamente con aspectos de la subjetividad. No hay duda de que muchas de estas obras artísticas tienen un valor muy importante en el sentido de que, sin haberlo deseado en forma consciente, contribuyen a la apertura mental y al crecimiento de los lectores o los consumidores de las obras de arte. Pero ahí ya no tenemos un caso de intelectual que está comprometido con una acción política. El compromiso es relativo, porque tampoco tenemos que aceptar la otra versión, que fue otro extremismo equivocado, del arte comprometido porque ahí era panfletario; entonces la obra de arte estaba al servicio de la política y era un arte sin vuelo. ¿Y los presidentes deberían serlo? Los presidentes de la Generación del ’80 hablaban por lo menos tres idiomas, generalmente escribían, eran gente muy culta; y en ese tiempo, a pesar de que la circulación de libros era lentísima, sin embargo estaban actualizados. La diferencia cultural realmente es muy, muy


grande. Pero, por otra parte, no siempre es obligatorio que un presidente sea el hombre más culto, sino que sea por lo menos el hombre que elige un equipo capacitado, eficaz. En la Argentina hemos elogiado muchas veces a la honestidad. Hay tanta ausencia de honestidad, hay tanto desenfreno de corrupción que tenemos razón en elogiar la honestidad. Pero la honestidad sola no alcanza. Tiene que haber eficiencia al lado de la honestidad. Y en la Argentina la eficiencia no es un rubro que se jerarquice. La excelencia no es algo que se reclame con fuerza, en ningún nivel. Y bueno, evidentemente todo eso hace que la Argentina decaiga y se empobrezca. ¿Y qué dice de la incursión en política de figuras del espectáculo? No es una novedad que se utilicen nombres que recaudan votos no por méritos políticos sino simplemente porque tienen una gran cantidad de fans debido a su actividad completamente extra política. Por un lado tenemos la realidad de que no todos los que integran las listas sábana es gente capaz. La ciudadanía está forzada a votarlos sin conocer realmente quienes son. Después, con respecto a la incorporación de gente que arrastra votos por su actividad deportiva o su actividad artística, esto es algo que empezó hace mucho, en la década del ’90, a partir del mismo Menem. Bueno, en este momento parece que eso fue visto como un anzuelo potente, entonces los diferentes partidos se ve que han ido tratando de reclutar este tipo de figuras. Puede que algunas de esas figuras que

vienen del campo del espectáculo o del deporte nos den grandes sorpresas, puede ocurrir. Muchas de esas figuras, por ejemplo, hablan bien, saben responder con rapidez a preguntas, tienen buenos reflejos y quizás sorprendan más, digamos, haciendo una refutación muy contundente a un buen político en un debate, ¿no? Pero, bueno, yo creo que responden básicamente a la desesperación por conseguir votos. Nada más. ¿Diferenciarías capacidad poética y capacidad literaria? Tiempo atrás existían fronteras herméticas. Pero respondían al afán de tranquilizarse con clasificaciones. De la misma forma se separaban los campos de la salud y la enfermedad, que parecían inconfundibles. O lo uno o lo otro. Ahora sabemos que casi todas las fronteras entraron en crisis. Hay escritores que no tienen capacidad (o entrenamiento) para la versificación, pero que despliegan una prosa de oro; les decimos poetas en prosa. También ahora se aceptan poemas en prosa. Y, siglos atrás, había tratados médicos en verso. En conclusión, no me veo en condiciones de establecer diferencias entre capacidad poética y capacidad literaria. Me refiero a la segunda acepción: discurso hermético que se erige con cierta omnipotencia. Es lamentable cuánto proliferó. ¿Qué efecto tiene sobre la producción de conocimiento el escrito psicoanalítico cuando adquiere dimensión literaria?

“El intelectual debe revisar sus ideas”

La dimensión literaria del escrito psicoanalítico ayuda a perforar las resistencias. Los textos que cautivan consiguen mayor profundidad. Es cierto, por otra parte, que pueden confundir al vender como cierta una información falsa. Pero eso ocurre hasta en los textos de las ciencias duras. Entrevista: Marcelo López Foto: Graciela Shaw

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Próxima edición S e refleja la estela de todos los años de aprendizaje de este autor, quien fue ante todo, un lector omnívoro y un atento analista de los cambios históricos de su tiempo. Y lo curioso radica en que jamás pidió llamarse “La conciencia de una generación”, sintiéndose siempre ajeno a todas las protestas que acaecían. Simplemente quería ser un cantante folk. Lo que ocurría a su alrededor lo llevaba a almacenar y reflexionar en los temas que estaba por escribir, como muy bien se deja leer en el capítulo La tierra perdida. Toda esta búsqueda refleja el backstage de lo que vendría después.

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Y para cuando llegan los éxitos y ya cansado de los innumerables conciertos, decide explorar nuevas vertientes musicales y adentrase más en su condición de persona, lo que le valdría afianzar más su convicción de cantaautor. Las páginas dedicadas al cantante folk Woody Guthrie son más que conmovedoras, y claro, su admiración por Joan Baez y su predilección por Jack Kerouac. El escritor en América Latina se ve involucrado obligatoriamente en el debate público, en la medida en que tuvimos una época con dictaduras, censuras, golpes de estado, llena de injusticias bochornosas. Era difícil mantenerse al margen. Otros no han

sentido la obligación de decir algo en ese debate. Otros sí cumplían con su deber moral y porque defendían su propio oficio, porque la literatura padece la censura, los límites y la discriminación. Yo lo he hecho porque me tocó vivir una época traumática para América Latina por las dictaduras. Salvo en mi juventud, que estuve cerca de la extrema izquierda, porque participé en la utopía de la revolución, que era la respuesta a todos los males de la región, he defendido la libertad, la democracia y he sido crítico de las dictaduras sin excepción. Hay algunos escritores enamorados de las dictaduras, pero América Latina ha ido yendo a la democracia.




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