El autor de este cuento es un idealista testarudo y porfiado que siempre creyó que la justicia, la libertad y la dignidad son valores capitales en toda sociedad civilizada. Dado que la creación de una sociedad más justa depende de quienes ejercen democráticamente el poder para decidir y asegurar realmente los derechos del otro —y esta garantía debe ser la más equitativa posible para todos— el escritor redactó este libro para convocar a otros idealistas más tozudos que él y así unir fuerzas hermanadas con la sana esperanza de forjar un mundo que realmente sea más humano.
Un mundo más humano
Seguí, Ernesto Un mundo más humano / Ernesto Seguí ; ilustrado por María Lorena Méndez. - 2a ed mejorada. - Rosario Sud : Ernesto Domingo Seguí, 2021. 60 p. : il. ; 25 x 15 cm. ISBN 978-987-88-0544-3 1. Narrativa Argentina. I. Méndez, María Lorena, ilus. II. Título. CDD A863
Diseño y diagramación: edicionesdelrosario@gmail.com Todos los derechos reservados. 2° edición: julio 2021 © 2020, Ernesto Seguí © 2020, de las ilustraciones, María Lorena Méndez Hecho el depósito que marca la Ley N° 11 723.
Un mundo más humano Ernesto Seguí con ilustraciones de
Lorena Méndez
Dedico este cuento a quienes sueñan con un mundo mejor, más digno, más justo, más tolerante, menos violento, más humano, más bello. De tus sueños de hoy y de la nobleza y generosidad de tu simiente, depende este cercano y mágico por-venir. Ernesto Seguí
Las personas somos ángeles con una sola ala, la única forma de volar es abrazándonos. Luciano de Crescenzo
Presentación
En este relato esperanzador, un joven Héroe y un Sabio van recorriendo distintos senderos dentro de una montaña. Cada uno de estos senderos está lleno de enseñanzas de vida. A ambos protagonistas los guía el deseo de ayudar a reconstruir un mundo que vuelva a ser —realmente— más humano. La historia transcurre en el año 2051 en un mundo caótico, insalubre y con serios daños ecológicos. Sus habitantes dedican la mayor parte de sus esfuerzos a lograr sobrevivir. En esta situación, agotadora y extenuante, van dejando de lado los valores y atributos que les son necesarios y esenciales para salvaguardar su propia humanidad y su trascendental dignidad. Para reconquistar esos valores casi olvidados, el Sabio transmite a su discípulo las más profundas convicciones y las más nobles esperanzas. Le enseña al joven aprendiz cómo debe ayudar al mundo para que los hombres vuelvan a conquistar los valores y virtudes que siempre marcaron el derrotero y norte en nuestras vidas. El diálogo entre el Sabio y el joven Héroe gira alrededor de preguntas cada vez más inteligentes del joven y de las respuestas cada vez más agudas del Sabio. En esta travesía llena de sorpresas, el Maestro y su Discípulo recorren los Senderos de la Valentía, de la Verdad, de la Justicia, de la Bondad, de la Armonía, del Amor y de la Fe. No es 10
una simple casualidad que el joven fuera elegido para este viaje imaginario. Luego debe regresar al mundo real con la misión de ayudar en su reconstrucción, dado que la misma integridad y dignidad del hombre peligra. Su tarea es restablecer los valores que nos humanizan en un mundo desolado y arruinado en que ya están casi perdidos. Debe reencontrar y volver a construir todo aquello que se fue perdiendo por la indolencia de muchos hombres que fueron olvidando, año tras año, los valores que nos humanizan. Estos son nuestros máximos ideales, nuestros puntos cardinales que deben guiarnos en nuestro viaje por la vida... al igual que un viajero que se orienta por las estrellas de nuestro grandioso universo. Es un relato aleccionador para todos los que sueñan con un mundo más humano. Por ello, este pequeño libro puede ser leído por los niños que aún viven en un mundo encantado. También, y con más razón, puede ser disfrutado por quienes ya han recorrido incansablemente una parte de su vida adquiriendo suficiente fortaleza y sabiduría para comprender que todos merecemos vivir en un mundo mejor, más digno, más justo, más tolerante, menos violento, más humano, más bello. ¡Somos eternos aprendices de la vida! Solo quienes tienen el don de cristalizar sus enseñanzas recorren el camino hacia su propia sabiduría y con ella se preparan para nutrirse de lo más generoso y altruista del hombre. ¡La vida es un eterno soñar en busca de un mundo mejor! De un modo muy especial lo añoramos para nuestros hijos y para los hijos de sus hijos. Ellos son nuestro fruto y nuestra simiente.
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El héroe y el sabio
Ciudad desconocida – Año 2051.
El 10 de diciembre del año 2051, en un pueblo diezmado ubicado en la soledad de un enorme desierto, alguien se acercó rápidamente a una pequeña casa. Fugazmente se inclinó frente a su puerta y deslizó por una hendija un colorido sobre. En el interior de la insignificante vivienda se encontraban un hombre y una mujer en expectante silencio. Al sentir el ruido del papel en la hendija, ambos se sobresaltaron. Eran conscientes de que el día —ese día— había llegado y de que, de inmediato, deberían tomar una decisión trascendente sobre la vida del pequeño Esteban, quien, de escasos diez años, dormía sin preocupaciones y desconocía los cambios radicales que se avecinaban en su vida. Los padres tomaron la carta del suelo y, en un estado de profunda emoción, procedieron a leer su contenido. Apenas un renglón rasgado con una casi borrosa tinta decía lo que no querían escuchar: «Llegó la hora de enviar al niño con el Emisario». Ambos sabían que no estaba en sus facultades desobedecer la concisa orden. Miraron por el cerrojo de la puerta y vieron, tenuemente, que un hombre de larga capa aguardaba firmemente del otro lado. Sabiendo que no podían hacerlo esperar, se acercaron a la camita del niño. Se miraron fijamente a los ojos durante 13
unos segundos que sintieron como una eternidad y, a modo de consuelo, el hombre le dijo a su mujer: —Es por su bien, conocerá un mundo diferente y se enriquecerá con esos nuevos conocimientos. Retenerlo en este pueblito diezmado, aunque pudiéramos, sería un acto de egoísmo. Le espera un nuevo horizonte y una nueva sabiduría. Tal vez luego vuelva con nosotros para ayudarnos. Despertaron dulcemente a Esteban y le dijeron que se aprestara para un largo viaje. El niño, que siempre había confiado en sus padres, ni siquiera se sobresaltó cuando escuchó que tenía que partir. Sabía que siempre lo habían cuidado con especial esmero y que, fuera donde fuera, estaría bien. Los padres lo vistieron con ropas sencillas. Había sido un día caluroso y agotador y, en verdad, en ese pueblo desértico nunca habían sentido frío. Los tres se dirigieron a la puerta. La madre al llegar le depositó un suave e imperceptible beso en la frente. La emoción la embargaba. El padre, fingiendo una templanza que no tenía, lo abrazó calmadamente como si hubiera olvidado que el Emisario de larga capa esperaba a escasísima distancia. La puerta se abrió. El rechinar de los herrajes oxidados desde hacía siglos no se pudo evitar. Era parte de los ruidos cotidianos de ese perdido pueblo. El tiempo se agotaba y ambos padres trasladaron con delicadeza al pequeño hasta que quedó al lado de quien lo había venido a buscar. Este, que cumplía estrictas órdenes, no evitó un gesto comprensivo y caballeresco hacia los padres. Fue un sedante bálsamo para los aturdidos sentimientos que estallaban en sus pechos. En silencio, y con una leve inclinación de cabeza, el caballero se despidió. Tomó con firmeza y dulzura al niño y lo montó en su corcel alado. Un país muy lejano los esperaba a ambos y una misión debía ser cumplida. El niño, que seguía casi dormido, 14
apoyó su cabeza sobre la espalda del caballero y sus dos frágiles bracitos se asieron de un rígido y grueso cinturón de cuero que el Emisario portaba en su cintura. Al parecer la suavidad del abrazo reconfortó al jinete. Todo permitía pensar que era una sensación nueva y gratificante para él. En esa época, la dulzura era algo que había desaparecido en el fondo de los tiempos. Sin esperar más y con un imperceptible movimiento de las riendas, el corcel se elevó en vuelo. Los padres, abrazados fuertemente uno al otro, no pudieron contener el llanto. Era su único hijo. Sin embargo, una luz de esperanza brillaba en sus ojos. Era de esperar que el niño algún día volvería. Todo transcurrió entre estrellas y firmamento, y antes de que el niño despertara, el emisario dirigió su cabalgadura alada al destino prefijado. Al llegar deslizó suavemente su mano izquierda hacia atrás y con un delicado movimiento despertó a Esteban de lo que él creía que era un sueño. Había razones para creerlo. Habían llegado a un lugar muy diferente del que había conocido durante su corta vida. No había casas derruidas ni herrajes oxidados. Era un lugar lindo, pero deshabitado. Se encontraban al pie de una colina. Solo había un anciano allí. Parecía que hacía tiempo que esperaba. Se dirigió decididamente al Emisario y con su ayuda descendieron al niño a tierra firme. Ambos se miraron fijamente. Un halo de respeto marcaba la relación entre los dos. No necesitaban hablar. Cada uno sabía qué tenía que hacer. El anciano, que tenía toda la imagen de un Sabio, tomó la mano derecha del niño y con una voz casi imperceptible le pidió que lo acompañara. Los esperaba una larga, desconocida y enriquecedora trayectoria juntos. Tomás, así se llamaba el sabio, parecía tener más de ciento cincuenta años. Su piel arrugada no disimulaba, sin embargo, la indiscutible estirpe que poseía. Sin mirar hacia atrás, se ale15
jaron del Emisario. Su sonrisa demostraba satisfacción por la travesía cumplida. Resueltamente el Sabio se dirigió a lo que parecía ser la entrada de un larguísimo túnel que nacía, precisamente, en la ladera de esa imponente montaña. En modo alguno se podía visualizar el final de ese túnel. Todo hacía pensar que estaría muy pero muy lejos o que quizás… no tenía salida alguna. Ingresaron a la caverna. Esteban empezó a mirar sorprendido su interior. Resplandecientes lucecitas se veían por doquier. Gotas de agua cristalina espejaban la luz que se filtraba por misteriosos y pequeños lugares. No se entendía cómo podía suceder esto si estaban debajo de toneladas de piedras. Hacia la derecha del túnel, corría un manantial y, en sus bordes, tréboles verdes y coloridas flores daban un toque de alegría al lugar. Por una de esas rarezas, no se veían pájaros ni palomas que abrevaran allí. Sin embargo, y muy a lo lejos, se escuchaban suaves trinos y melodiosos arrullos que alegraron la sonrisa del pequeño. Eran una presencia invisible, pero innegable. Resueltamente el anciano comenzó a caminar por el primer sendero que se abría a la derecha. Él niño no dudo en seguirlo. Sabía que Tomás cuidaría de él. Esa tranquilidad en poco tiempo desapareció cuando comenzaron a escuchar un fuertísimo ruido que venía de afuera. De inmediato percibieron una extraña vibración y el suelo comenzó a moverse en forma muy preocupante. El niño abrazó al anciano y este, calmándolo, le dijo: —No temas. Hay un volcán en esta montaña y ha comenzado a vomitar su lava. ¡Apresurémonos a entrar un poco más por este sendero y quedaremos protegidos de la furia del volcán! El niño no se hizo esperar y sus cortas piernitas ensayaron una abrupta carrera hacia el interior. El anciano lo siguió calmadamente hasta que Esteban, cansado, se detuvo debajo de una 16
pequeña e irradiante entrada de luz. Era un brillante reflejo del que se desconocía por dónde entraba y de dónde venía. Tomás, al llegar al lado del niño, atinó a mojarse las manos en el manantial y le refrescó el rostro, no sin notar que el niño se sacudía asustado. —¿Por qué estoy temblando? —preguntó Esteban. El Sabio anciano le contestó: —Hoy has palpitado un sentimiento desconocido para tí que se ha apoderado de tu corazón. Es el miedo y es una de esas oscuridades que nos paralizan. Debemos aniquilarlo y por ello debemos recorrer, ahora, el Sendero de la Valentía. Debemos transitarlo juntos. Si logramos llegar a su final, seremos libres del miedo.
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El Sendero de la Valentía
Habiendo ingresado en el Sendero de la Valentía. Tomás le dijo a Esteban: —Mi tarea es acompañarte por este sendero y por los otros que tiene esta montaña. Si conseguimos recorrerlos todos y cruzar las rejas que hay en el fondo de cada uno de ellos, serás feliz y podrás dar felicidad al mundo. Si no lo logramos, permaneceremos aquí adentro y no podremos cumplir la tarea que se nos ha encomendado. El niño, que no dejaba de temblar, no lograba entender cómo su vida había cambiado en tan poco tiempo y por qué precisamente él tenía que recorrer esos senderos. El Sabio, sabiendo de los fantasmas que de improviso comenzaron a acosar al niño, le habló suavemente para calmarlo: —La verdad es que el mundo hace largos siglos que perdió sus valores más esenciales. La paz se transformó en guerra y el planeta está prácticamente destruido. El amor se convirtió en odio y nadie ayuda al prójimo. La justicia fue cada vez peor administrada y se juzgó al hombre como una cosa. La comprensión se transformó en indiferencia y a nadie le interesó saber qué le acontecía a sus congéneres. Todo se redujo a una lucha por la sobrevivencia a cualquier precio y llamar «humanos» a esos seres se ha convertido en una ficción. Los hombres se desmoronaron hasta sus más bajos peldaños y el Ser Superior viendo
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que la «humanidad» iba a desaparecer, te ha encomendado a tí que la salves. —¿A mí? —Sí, a ti. —¿Y cómo podría hacer semejante tarea si solo soy un pequeño de diez años? —Precisamente por ello has sido uno de los elegidos. No estás contaminado y tienes toda la dulzura y sencillez de un niño. Por mi parte, tengo la obligación de guiarte por estos senderos. A tu idealismo de niño le sumaremos la sabiduría que me han dado los años y juntos intentaremos cumplir con este recorrido. ¡Ojalá que podamos terminarlo! —dijo el sabio Tomás. —¿Qué es lo primero que debemos hacer? —Sentarnos a descansar y pensar, después del mal momento que pasamos cuando la entrada de la caverna se taponó de rocas. El niño, cuyas piernitas no paraban de temblar, aceptó de buen grado la invitación. Se sentó cerca del manantial y tomó unas flores aterciopeladas que crecían a sus costados. —¿Cómo se llaman estas flores? —Pensamientos —contestó Tomás—, y van a ser uno de los alimentos que tomaremos a lo largo de nuestro camino. Está probado su valor nutritivo y permitirá darnos fuerzas para el largo recorrido que nos espera. —¿Podremos cumplirlo? —Depende más de ti que de mí. Yo seré tu consejero, maestro y guía pero la decisión de cruzar cada una de las puertas de rejas que hay al final de cada sendero es exclusivamente tuyo. No puedo obligarte a que lo hagas. Ni siquiera puedo hacerlo solo. Cuando lleguemos al final de cada sendero tendrás que estar preparado para tomar la decisión de cruzar hacia el próximo
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o quedar prisionero en esta montaña. El mundo podría llegar a perder la esperanza que ha depositado en ti. —¿Por qué debemos ir siempre juntos? Aunque sea te podrías salvar tú. El mundo resguardaría, al menos, la sabiduría que posees. —¡Sería un grave error que el mundo protegiera solo el conocimiento! Ya hemos tenido largos siglos de guerra y de pseudo ciencia y aprendimos que el solo saber puede terminar matando y destruyendo, incluso, los valores más esenciales del hombre. El saber, cuando no está acompañado del bien, puede llegar a ser destructivo. No basta saber. Hay que quererlo… y quererlo con altruismo para que el conocimiento ayude y beneficie a todos. —Nosotros somos la esperanza de salvar todo lo valioso que hay en el hombre, que prácticamente ha desaparecido de la faz de esta tierra —siguió diciendo Tomás. —¡Está bien! Seguiré tus consejos y veré si puedo asumir las decisiones que deba tomar, aunque me resulta extraño verme en esta situación siendo tan pequeño. Mis padres nunca me hablaron de esto y no sé si tendré fuerza para cruzar todos los senderos que me dices que debemos cruzar. En verdad tengo mucho miedo. —Es lógico. Tu vida ha cambiado. Estamos prisioneros en esta caverna. Un terremoto se desató a nuestras espaldas y no sabes qué es lo que nos espera. Por eso, el primer obstáculo que debemos superar es, precisamente, el miedo recorriendo este Sendero de la Valentía. —¿Y cómo haré eso Tomás? —Una forma de apartar el temor es comprenderlo.
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—¿Se puede comprender el miedo? —¡A medias! Es un sentimiento que la razón no puede encapsular. Los sentimientos y las emociones transitan por el corazón y no por la mente. Comprenderlo, en realidad, no se puede, pero podemos intentar «visitarlo» con una tenue luz, a ver qué descubrimos en él. —Hagámoslo rápidamente porque casi no puedo pensar. —Ello es precisamente el efecto más nefasto del miedo. Te paraliza. No te deja pensar. Te oscurece el corazón y termina agobiando tu mente. Tomás hizo una pausa ante un nuevo ruido que invadió la caverna y, hablándole al niño, le dijo: —¡Mira cómo las paredes de la caverna se van acercando y amenazan con aplastarnos! —¡Corramos para salir! —dijo apresuradamente Esteban. El anciano Sabio siguió, con satisfacción, los pasos del pequeño. Vio que en sus ojos brillaba una actitud decidida que antes no tenía. La carrera de Esteban se vio cortada por una gruesa reja. La custodiaba un hombre enorme. El niño quedó atónito. Ni siquiera había imaginado tantas dificultades. Volviendo sobre sus pasos, fue en busca de un consejo sabio de Tomás. —¿Qué debo hacer Tomás? —Debes convencer al guardia de que has superado el miedo. —¿Cómo lo hago? —Hay dos caminos para enfrentar el miedo: uno es tener fuertes ganas de luchar. Otro es la ira que te da el coraje suficiente para vencer el miedo. Si quieres vivir, debes sacar de tí todo aquello que te lo impide, todo lo que te bloquea, todo lo que te paraliza. Cuando comienza en tí tu lucha interior por sacar
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el miedo de tu corazón, viene en tu ayuda la ira. Una gran furia contra aquello que te inmoviliza es un buen antídoto contra el miedo. —¡Yo nunca tuve ira! —¡Vas a necesitarla para luchar con ímpetu y coraje por aquellas cosas que valen la pena! ¿No te enoja pensar que tus padres viven en un pueblito triste rodeado de personas que no se hablan, faltos de todo afecto? Hasta las plantas allí mueren y los pájaros cuando emigran ni siquiera hacen escala en él. Todo es triste, lúgubre y carente de vida. —Yo nunca lo había advertido con tanta claridad porque no conocía otro mundo para comparar. Ahora que veo la belleza de este sendero, la frescura de su manantial, la luminosidad de sus cristales y escucho a lo lejos el canto alegre de unos pájaros, comprendo que hay otro mundo diferente y deseo fervientemente que mis padres también puedan disfrutar de un mundo así. —¿Y no te enoja el pensar que nada de ello poseen y que si no hacemos algo por cambiarlo, ese pueblito, en ese árido desierto, será una triste muralla que los asfixiará por el resto de sus días? —En verdad, siento por primera vez, dentro de mí, un fuego interior que me da fuerza para luchar por cambiar todo lo que antes veía como normal y ahora —recién ahora— advierto que es muy triste y deprimente. ¡Mis padres merecen un mundo mejor! —¿Solo tus padres merecen una vida mejor? —interrogó rápidamente el anciano al niño. —Pensándolo bien, no. Como mi mundo, en estos escasos 10 años, únicamente transitó en compañía de mis padres solo pensé en ellos. Ahora creo que nadie merece la soledad, ni la incomprensión, ni el silencio, ni la indiferencia. Es de creer que
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el amor que me dieron siempre mis padres debe reinar a lo largo y ancho de este mundo. —Precisamente por ello —reflexionó Tomás—, estamos hoy aquí. Tenemos esta noble tarea por cumplir. —¿Nosotros dos cambiaremos al mundo? —No es tan así. Pero juntos podemos salir de este túnel y, si lo logramos, algo importante podremos hacer. —¡Estoy decidido a hacerlo! El soldado que custodiaba la reja había estado escuchando atentamente la conversación entre el sabio y Esteban y rápidamente se persuadió de que, pese a sus escasos 10 años, tenía una actitud valiente y generosa que lo hacía digno de seguir su camino. Sin dudarlo, el soldado se dirigió a ambos y, abriendo la reja, les dijo: —Ya están preparados para ir al siguiente Sendero. Que la suerte los acompañe. El anciano tomó de la mano al niño y juntos siguieron el camino.
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El Sendero de la Verdad
La caverna, poco más allá, se comunicaba con otro sendero tan lindo como el anterior, pero con características más solemnes. Era el Sendero de la Verdad. No dudaron en ingresar en él. Al hacerlo, Tomás parecía estar en su propia casa. Es que toda su vida se había dedicado a buscar la verdad y había hecho de ella su pasión y su culto. El niño, imbuido de las vibraciones del nuevo sendero, enseguida ensayó su primera pregunta: —¿Existe la verdad? Tomás no dudó en contestarle: —Seguro que existe, pero no es fácil encontrarla. —¿Por qué? —Porque requiere una actitud especial de espíritu. —¿Cuál es esa actitud? —preguntó Esteban. —Una bastante difícil de hallar en nuestros días. Hay que «querer» la verdad, aunque no siempre nos convenga lo que nos enseña. No todas las verdades son iguales. Algunas nacen en el mundo exclusivo de las cosas y, por no tocarnos tan directamente, tienen mayor aceptación. Otras se refieren al mundo interior de los hombres, a sus convicciones, actitudes y creencias. Pueden ofender a quienes no quieren escuchar estas verdades porque su mente se ciega a la realidad. Hace ya siglos que el hombre se ha encerrado tanto en sí mismo que mira la verdad a través de una lente deformada. Es lo
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que antiguamente se llamaba «fanatismo ideológico» y era una forma bochornosa de aniquilar la verdad. Los intereses egoístas, la intransigencia, el fanatismo ideológico, la ceguera deliberada, las luchas por el poder, la violencia, el deseo de dominar al otro y tantos otros actos de barbarie, producen la asfixia de la verdad. Todo ello fue fuente fecunda de intolerancia entre los hombres. Incluso hubo guerras para «imponer» verdades «por la fuerza». —Fueron siglos de oscuridad que nos han llevado a donde estamos —siguió diciendo el Sabio. —¿La verdad no debe respetarse porque vale en sí misma? —Veo, Esteban, que tu agudeza crece minuto a minuto y ya haces preguntas como si fueses un adulto. Es cierto, la verdad tiene valor propio y vive en las mentes de las pocas personas libres que aún habitan este planeta. Son los Sabios que aman la verdad. Tienen fuerzas suficientes para resistir la mezquindad del egoísmo. No venden su mente ni su espíritu. Enfrentan, con grandiosa libertad, los intereses del poder del dinero que quiere «comprar» la verdad y el conocimiento que el Sabio posee. El poder político —por su parte— puede volverse autoritario menospreciando la verdad y la sabiduría, que bien utilizada, podría mejorar el mundo. Quien se encuentra en una situación de poder muchas veces busca imponer sus ambiciones mezquinas por la fuerza sin mirar a cuantos daña y perjudica. —¿No se podrá cambiar esta situación tan lamentable? —Precisamente para ello estamos transitando las entrañas de esta montaña. Si logramos salir de ella algo muy importante podremos hacer. Debe llevarse luz a todos los oscuros corazones que siempre han rechazado la verdad cuando la ven adversaria 28
peligrosa de sus avaros intereses. Tal vez logremos quitar, a los necios, las vendas que ciegan sus ojos. Es imprescindible la solidaridad y el altruismo para que los hombres puedan convivir en paz, armonía y concordia. Esteban, cada vez más entusiasmado, preguntó: —¿Podremos cumplir con tan importante tarea? El anciano lo miró fijamente: —Todo depende de tí —le dijo con dulzura. Recuerda que yo solo puedo aconsejarte, pero la decisión de recorrer cada uno de estos senderos es solo tuya. No puedo decidir por tí. Toda mi vida amé la verdad. Hoy te toca amarla a ti. Ella hará crecer tus pensamientos y tus sentimientos. —Mis padres siempre amaron la verdad y consideraron que siempre debe estar presente en nuestro pensamiento y en nuestro sentir, dijo Esteban. —¿Tú tienes esa misma convicción? —preguntó Tomás sin quitar la mirada del rostro de Esteban. —Nunca lo había pensado. Mi mundo infantil nunca me había puesto ante semejante pregunta. Pero hoy noto que no soy el mismo que ayer y que en muy poco tiempo he madurado a pasos agigantados. Creo que ya estoy pensando como un hombre adulto. Comprendo que la verdad es imprescindible en nuestra vida. —Es bueno que tu mente crezca. Siempre deberás resguardar la libertad de pensamiento y la sencillez y bondad de la niñez en el lugar más exquisito de tu corazón. Recuerda que no basta la verdad, es necesario «quererla» y para ello debes tener el alma libre de egoísmo. La generosidad es necesaria para que la verdad florezca y se afiance el mundo. El peor «virus» que carcome la verdad es la pobreza de espíritu. Quien tiene un espíritu mediocre, sin ambiciones espirituales, embriagado de omnipotencia, nunca llega ni a los contornos más superficiales de la verdad. 29
Hay que tener pasión por ella, dedicarle toda la vida y aceptarla como guía y norte del proyecto que elijamos para marcar nuestra huella en el camino. Solo el espíritu libre, abierto a la verdad, es tierra fértil para que ella germine. Lo demás es estéril: aridez y desolación. —Ya conocí el desierto, dijo Esteban. Ahora conozco el vergel de este sendero. La frescura de su manantial y el verde de sus plantas. La luz que se irradia por todos lados me ha permitido comprender que la aridez oscurece la vida y yo amo mucho la vida y la verdad. Mis padres me enseñaron a amarla con su ejemplo. Quiero algún día volver con ellos para hacerles conocer este mundo distinto que nunca antes ellos conocieron. El Sabio no pudo contener una sonrisa de satisfacción y en forma enigmática le dijo: —Tal vez tu sueño se haga realidad… Esteban captó la luz de esperanza que brillaba en los ojos del sabio anciano. Sintió que recibía una nueva razón para seguir luchando. Gestos de comprensión se cruzaron espiritualmente entre ellos. El niño se sintió cada vez más cerca de su guía. No dudaba de que estaba en manos de un hombre que lo acompañaba no sólo por deber, sino también por amor. Era como la imagen del tierno abuelo del que le habían hablado tanto sus padres, pero que él nunca había conocido. Mientras todo esto acontecía, los pasos de ambos viajeros subterráneos los acercaron a la segunda reja. Esta no estaba custodiada por ningún soldado. A su lado había un hombre de pie al lado de un pequeño escritorio donde había un gruesísimo libro. —¿Qué hacemos ahora? —preguntó Esteban. —Algo muy fácil, contestó Tomás. Ese hombre, que ves estudiando, es un alumno mío. Es un verdadero amante del saber. Ha dedicado toda su vida al estudio y conoce rápidamente los corazones de quienes «quieren» la verdad. Tiene fe en mi pala30
bra. La fe también es un camino para llegar a la verdad… sobre todo a aquellas verdades inasibles a nuestra mente e invisibles a nuestros ojos. Dicho esto ambos se acercaron al estudioso lector. Tomás lo saludó con aprecio. El hombre estrechó su mano con inocultable satisfacción y respeto. Había reencontrado a su Maestro luego de tantos años. Tomás le contó, en voz pausada, todo lo que el niño había aprendido a lo largo del Sendero de la Verdad y el hombre asintió con alegría. Pocos habían recorrido ese sendero y aprendido tanto como Esteban lo había hecho, pese a su corta edad. Miró con deleite al niño y advirtió que este estaba creciendo a pasos agigantados. —Será, sin duda, un vehemente Defensor de la Verdad por encima de los egoísmos y los intereses mezquinos de los poderosos. Se ha hecho acreedor a trasponer la reja. Dicho esto, el custodio no dudó en abrirla para que el Sabio y el niño prosiguieran su viaje. «Bien merecido lo tenían», pensó con satisfacción. Bastó una mirada para despedirse. Los viajeros continuaron su travesía que cada vez traía más alborozo a Esteban.
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El Sendero del Bien y la Bondad
Un nuevo sendero se abría frente a Esteban y Tomás. Era el Sendero del Bien y de la Bondad. Cuando ingresaron en él, Esteban se sintió como en un lugar conocido. No lograba entender cómo podía conocerlo si nunca había estado allí. Se lo hizo saber al sabio. Tomás no demoró su respuesta: —Es obvio que debes sentir los afectos de tu hogar. Tus padres siempre fueron buenos y bondadosos contigo y por eso te sientes como en tu propia querencia. —Ahora entiendo, dijo el niño. Percibo algo familiar en este sendero. Me siento muy cómodo en él. —No todos sentirían lo mismo. Quien no tiene bondad en el corazón puede sentir un fuerte rechazo en este sendero del bien. —¿Por qué? —inquirió Esteban. —Tu pregunta requiere una contestación compleja. Hay una serie de «controles» que tiene nuestro corazón que empiezan a funcionar cuando el bien y la bondad se desvían de su camino. Al nacer, somos seres buenos. Venimos a este mundo como seres no contaminados. La contaminación viene después por obra del hombre. Algunos aceptan su propia denigración e incluso la contagian a otros. Cuando algunos hombres deciden desviarse de su camino, empieza a funcionar una especie de «alarma de incendio». Les avisa que algo anda mal y que si no buscan rápidamente solucionarlo, todo se perderá. A esa «alarma» los hombres 33
la llaman «culpa». Ya viene en nuestro interior para ayudarlos a reencauzar nuestras vidas cuando ello es necesario. Es un «sistema de seguridad» que te advierte sobre el peligro de la caída. Te muestra la profundidad del precipicio. Cuando el hombre deja de ser justo, cuando deja de ser bondadoso, cuando repudia el bien, cuando oculta la verdad, cuando pierde su nobleza y su humanidad… desde lo más profundo de su corazón sale una voz interior que le indica su error y le advierte el propio daño que él se está haciendo. Es la voz de la conciencia. Se siente culpa por los errores cometidos. Algunos inteligentes la escucharán a tiempo y regresarán sobre sus propios pasos. La mayoría no lo hace. Son necios que llevan, el resto de sus vidas, un «eco crítico» en su corazón que les recuerda la necesidad imperiosa de volver a los primeros principios: a la Justicia y al Bien. —Ahora entiendo más claramente por qué fui elegido para esta tarea. Porque los niños, pese a nuestra corta edad, podemos llevar nuevas esperanzas para forjar un mundo más bondadoso, más comprensivo, más humano. —En un mundo realmente humanista, el hombre puede consolidar y cristalizar los valores esenciales cimentando así lo que le es distintivo y propio: la cultura y su espiritualidad. —Todo se va aclarando día a día y cada vez tengo más ganas de ayudar en todo cuanto se me pida. ¡Vale la pena luchar por un mundo mejor! —Me alegra la firmeza y reciedumbre de tus convicciones —dijo Tomás. Creo que podrás hacer muchas cosas buenas.
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Reflexionemos, ahora, sobre el bien y la bondad. Ya te he dicho que hay una voz dentro de nosotros. Es la guía de nuestra conciencia. Ella marca los caminos por donde debemos transitar frente a cada imponderable que se nos presenta en la vida. No sabemos qué nos ocurrirá mañana, pero nuestra conciencia ya sabe con anticipación qué es lo correcto frente a cada contingencia. Es muy importante escuchar siempre nuestra voz interior. Todos tenemos la propia. Ella nos dice qué es lo Bueno y nos indica qué no lo es. —¿El bien existe fuera de nosotros? —preguntó Esteban. —Vuelves a hacer preguntas difíciles. Me esforzaré en contestarte. En primer lugar hay un máximo Bien a quien le debemos todo. Es nuestro Creador. Él es «el Bien» y de allí se irradia el bien al mundo. Depende de los hombres aceptarlo o no. En los últimos siglos pocos abrieron el corazón para recibir el Bien y la Bondad. Se perdió toda espiritualidad. El desvalorizado resultado está a la vista de todos. El mundo se marchitó espiritualmente y la vileza se enquistó en el planeta. Ha diezmado hasta las ganas de vivir sanamente. Apenas si se vive entre angustias y lágrimas. Muy pocos, como tus padres, siguieron abiertos al bien y por ello fueron elegidos para que tú, una flor que germinó bajo el cuidado de ellos en el desierto, fuera quien recorriera estos senderos. Debemos contribuir en la re-creación fundacional de un mundo mejor. —¡Un mundo mas humano es posible! —Nuestra misión es recorrer todos los senderos para llevar la Justicia, el Bien, la Bondad, el Amor… al resto del mundo. —¿Cómo sabré, si llega ese día, que estoy cumpliendo con la delicada tarea de llevar el Bien? —preguntó Esteban. —Tu voz interior te lo dirá. Todos nos damos cuenta, por lo demás, cuándo algo es Bueno y cuándo es malo. Una prueba para verificarlo es preguntarnos si lo que hacemos favorece la vida o si, por el contrario, la destruye. 35
Todo lo que resguarda o acrecienta la vida es bueno. Todo lo que la daña, destruye o denigra es malo. —Se nos dio la vida para que la cuidemos en todos sus aspectos incluyendo el espiritual. Lamentablemente la mayoría no supo ir más allá del barniz superficial de lo material. El Bien, igual que la semilla, no germina ni fructifica en la superficie árida y seca. Necesita hundir sus raíces en la nutritiva humedad de la tierra. En el hombre su verdadera nutriente esta en su alma. Allí se encuentran nuestras mayores riquezas. Muchos la han dejado morir y hoy deambulan tristemente por el planeta. No tienen norte ni rumbo. Giran en círculos concéntricos cavando, con sus propios pies, un pozo cada vez más profundo donde se van hundiendo, más y más, sin posibilidades de salir de él. Por suerte muchos no han seguido el camino de la mediocridad. Han luchado, como tus padres, por conservar, acorazadamente, los valores trascendentes. Dan ejemplo al mundo. Debemos aumentar estos ejemplos. Tu tarea será predicar en el desierto hasta que vuelva a renacer el vergel. —¿Tendré fuerzas para hacerlo? —preguntó, no sin inquietud, el niño. —Seguramente —asintió Tomás—. Toda la fuerza que necesites te será otorgada si llegamos al final del último sendero. Quien quiere luchar por un mundo más Bueno, más Justo y más Humano merece recibir la fuerza para hacerlo. —No olvides —continuó el Sabio, que tu primer bautizo ya lo has recibido cuando recorrimos el Sendero de la Valentía y salimos airosos de él. Hasta ahora todo lo hemos ido logrando y 36
ello es la mejor señal de que podremos cumplir exitosamente las etapas finales. ¡Prepárate alegremente para ellas! El Maestro y su discípulo ya estaban casi al final de este Sendero del Bien. Una bondadosa anciana cuidaba la reja. Ambos se acercaron a esa mujer de plateados cabellos y agradable sonrisa. Al ver a los senderistas, sus ojos brillaron con una luz muy especial: era la luz de la esperanza. —¡Han llegado aquí antes de lo que yo esperaba! —les dijo amablemente. —Es que el niño que me acompaña y que se llama Esteban ha sido muy inquieto en toda esta travesía y me ha traído a pie firme a lo largo de todos los Senderos que ya atravesamos. El optimismo lo invade y no ve el momento de salir a ayudar al prójimo —dijo Tomás. La anciana, mientras acariciaba suavemente la cabeza de Esteban, les dijo: —La Bondad es uno de los caminos más eficaces y valiosos para hacer el bien a los demás. Al sentir la ternura de la frágil y tibia mano, el niño no pudo contener las lágrimas. Recordó de inmediato las caricias de su madre, siempre tan dulce y comprensiva, y por un momento se le hizo presente su imagen, su mirada, su calidez, sus besos… su amor. La anciana se dio cuenta de inmediato de ello y, acercándose más, lo abrazó, diciéndole: —Este abrazo te lo manda tu madre, que te da ánimo para que sigas. Tu tarea es sumamente importante. Muchos te lo agradecerán. El niño se sintió reconfortado y, en agradecimiento, depositó un suave beso en la mejilla de la anciana. Fue un beso de despedida, porque la reja se abrió sola, y Tomás y Esteban se dirigieron al próximo Sendero que se avecinaba: el de la Armonía.
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El sendero de la armonía Los viajeros empezaron a escuchar una melodiosa, aunque silvestre, música. La luz se intensificaba, el agua del manantial corría más a prisa y el verde de las plantas pequeñas que crecían en sus orillas, era más intenso. Era obvio que este nuevo sendero estaba lleno de vida... de mucha vida: inquieta, bulliciosa, contagiosa, intensa y plena. Esteban estaba muy atento y, apenas ingresaron en este sendero, empezó a escuchar con más nitidez la música. Esta provenía del canto de multicolores pajaritos que iban y venían por encima de sus cabezas. Otros estaban bañándose en el manantial. Agitaban sus alas y las mojaban para refrescarse. Al salir del agua daban saltitos dando el aspecto de pequeñísimos «niños envueltos» en un pañal. En las plantas predominaba el color verde, pero no faltaba el rojizo, el amarillo y hasta el dorado. A todas se las veía en perfecta salud y parecían decir, con sus brillos tan llamativos, que la vida las acompañaba plenamente. Mirándolas de cerca se veían pequeñas langostitas que saltaban de una rama a otra sin lastimar ni una sola de ellas. Todos convivían en forma tan armoniosa que parecía lo más común del mundo. Esteban nunca había visto semejante espectáculo. Acostumbrado a la aridez de su pueblo natal, no dejaba de admirar ese bosque liliputiense que este Sendero de la Armonía le ofrecía tan generosamente. —¿Qué aprenderemos aquí? —interrogó a Tomás. 39
—Muchas cosas —respondió el Sabio. Todas tan fáciles como necesarias. En primer lugar, estamos aprendiendo que muchísimos seres que habitan este pequeño lugar pueden vivir en armonía unos con los otros y que ello lo pueden hacer sin causarse daño alguno. En segundo lugar, es fácil advertir, al instante, que quienes viven en armonía con el mundo que lo rodea tienen una vida más plena y dichosa. Mira la elegancia y el brillo de las plumas del ruiseñor, la dulzura de sus trinos, la alegría que se advierte en ellos y la contagiosa pasión que transmiten por la vida. Mira también las plantas: tienen un colorido exuberante, una vitalidad excepcional, una fortaleza especial en sus tallos donde se hamacan sus flexibles hojas. Y qué me dices de las langostas y grillos que viven en armoniosa comunidad llenos de hijos y de retoños a quienes cuidan con especial esmero. Todo es felicidad. La felicidad nace de la armonía con la que se decide vivir. Advirtiendo estas dos primeras cosas enseguida nos damos cuenta de una tercera: quien vive en armonía con los demás y tiene una vida más plena, es el primero en beneficiarse porque encontró algo que muchos han buscado como una panacea pero nunca lo han encontrado. —¿Qué es Tomás? —Algo que te parecerá muy sencillo, pero que es muy difícil encontrar: la propia armonía, la paz interior. —¿Tan difícil es hallarla? —preguntó Esteban. —Por lo que me han enseñado los años, parece que es así. Tan preocupado ha estado el hombre buscando satisfacer su codicia con bienes materiales que se olvidó de su propia espiritualidad y de su propia y distintiva creatividad. Cuando se pierde la paz interior no podemos valorar todo lo valioso que nos rodea.
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Se pierde la capacidad para disfrutar la vida y los afectos nobles de los seres más queridos. —Muchos hombres tardaron años en descubrir que cuando obtuvieron todo lo material que se habían propuesto, sintieron dentro de sí un vacío abismal que les generó una angustia agobiante. Tenían muchos bienes materiales, pero habían perdido su capacidad para disfrutarlos. Se sintieron muy frustrados. La vida los dejó en medio de una encrucijada: lo material no los hacía felices y su propio ser interior lo habían perdido tanto tiempo atrás que ya no sabían por qué camino regresar para encontrarlo. Todos fueron lamentos al viento y voces sin respuestas. —¿Se puede hacer algo por remediar la estupidez humana? —preguntó decidido Esteban. —El hombre tiene que volver a sus inicios, tiene que volver a su esencia, a su humanidad. Tiene que reencontrarse consigo mismo si quiere ser nuevamente feliz. Tiene que recuperar sus valores y su identidad perdida. Tiene que volver a su «mismidad». —¿Lo podrán hacer, Tomás? —interrogó el niño. —Muchos ya están incapacitados para hacerlo solos. Están como si sus piernas estuviesen paralizadas para caminar. Tienen entumecidos el corazón y la mente, y ello los ha dejado al margen de toda posibilidad de recuperar la cultura y el cultivo de sus propios valores, ¡de reencontrarse con su propia dignidad! Solo los puede salvar una intensa reflexión interna y una profunda e inclaudicable decisión moral de cambiar. Recién cuando adopten esta valiente actitud se los podrá ayudar a rehacer el camino que tan erróneamente han recorrido. —¿Y qué haremos nosotros? —cuestionó el niño. —Ayudaremos pero solo a aquellos que, escuchando la profunda voz de su conciencia, asuman la decisión de recuperar su dignidad. Es inútil la ayuda dada a quien, obcecadamente, no la 41
desea. La Bondad no logra entrar en el corazón del soberbio, ni de quien no acepta ni se arrepiente de sus errores. Se necesita una profunda humildad. Ella es un portal enorme abierto a la Bondad. Ayudaremos a los sensatos y reflexivos. Así ayudaremos a mejorar el mundo. —Estoy pensando en lo que me enseñas y creo que si logramos restablecer la armonía en el corazón de cada uno de ellos, el mundo mejorará notablemente. Si usamos un poco de imaginación, no será difícil pensar que las ciudades del desierto se irán transformando en verdes bosques, llenos de trinos y arrullos, llenos de vida, llenos de personas con ganas de vivir con toda la dicha y la felicidad que es posible cobijar en nuestro corazón. Tomás se deleitaba con cada palabra de su pequeño discípulo. Era consciente de que, en los pocos días que llevaban juntos, el niño que había conocido se había convertido en un decidido mensajero. Era evidente que Esteban ya estaba capacitado para la misión heroica que le tocaría emprender. Los pájaros parecían guiar a los viajeros. Volando delante de ellos los llevaron hasta la reja final de ese Sendero de la Armonía. Llamativamente, nadie cuidaba esa puerta de salida. Solo había un letrero que decía: Si amas la vida, Si amas a quienes te rodean, Si deseas vivir en armonía con ellos, y si vives en armonía contigo mismo, pasa entre mis barrotes que ninguno te lastimará. Ambos miraron la reja y, si bien los barrotes no estaban muy cerca unos de los otros, no dejaban pasar ni siquiera el cuerpo de Tomás, que era el más delgado de ambos. Esta circunstancia no atemorizó a ninguno de los dos. El primero en intentarlo fue Es42
teban quien, poniéndose de perfil, se acercó a las varillas de la reja. Cuando las fue a tocar notó, con asombro, que la puerta se abría sola. Empujándola suavemente se abrió del todo, y Tomás y Esteban pasaron cómodamente por ella. También pasaron los pájaros y las palomas en alegre vuelo. No bien lo hicieron, una ráfaga de viento cerró la puerta. Esteban por curiosidad la tocó y vio que estaba fuertemente trabada. Era obvio que solo dejaba pasar a los justos de espíritu. Otro nuevo Sendero los esperaba.
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El Sendero del Amor
Al seguir el camino, un Sendero brillante los aguardaba allí cerca. Era el Sendero del Amor. Los pájaros se les habían anticipado y aleteaban alegremente. Parecía un día primaveral. Esteban nuevamente sintió el calor de su hogar ¡Cómo olvidar el amor que con tanta devoción sus padres le habían dado todos estos años! El niño no pudo menos que emocionarse recordándolos y la mano de Tomás se apoyó suavemente en su cabeza en gesto de comprensión y asentimiento. Habían recorrido ya varios Senderos. En este aparecieron alegres y sonrientes personas con sinceras manifestaciones de afecto. Hasta los esperaba un banquete servido… que mal no les venía luego de tantos días de caminata. La mesa estaba puesta bajo la fresca sombra de unos avellanos. También había unos sauces que abrevaban en el manantial. Los pájaros, posados en sus ramas, se ocupaban de la música y un olor exquisito llegó a los viajeros. Suaves almohadones los esperaban y no demoraron en sentarse. Los anfitriones fueron prudentes y dejaron que los visitantes comieran pausadamente antes de iniciar una fructífera charla. Para qué negar que Esteban tomó los platos con beneplácito. A Tomás, después del almuerzo, se le notaba un poco abultado el estómago. Casi se podría decir que había engordado en un día lo que no había hecho en años. Todo era comprensible: las jorna-
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das habían sido agradables pero agotadoras. Para el Maestro, por tanto enseñar. Para el Discípulo, por tanto aprender. Luego del almuerzo, una mujer tomó una acordonada arpa y cantó dulces melodías para los visitantes. El espíritu de ambos se reconfortó. Habían llegado como a un oasis y allí recuperaron fuerzas para los próximos tramos que vendrían en el camino. Los anfitriones sabían que habían recibido a un Sabio y se deshacían en ganas de hacerles preguntas. No hizo falta. Esteban tomó inicialmente la palabra y les hizo un pormenorizado detalle de todo lo que había transcurrido desde la entrada a la caverna y lo aprendido de su Maestro a lo largo de cada uno de los senderos. Ellos escucharon atentamente. No podían creer que en tan poco tiempo el niño, salido de un desconocido desierto, hubiera podido aprender tanto del Sabio, especialmente, en lo que a nobles sentimientos se refiere. Los anfitriones conocían el mundo exterior y sus miserias. Bien se daban cuenta que todos los pobres de espíritu que lo habitaban habían caído, muchos de ellos, en la mediocridad humana por no haber aprendido a tiempo las lecciones que el niño ya sabía. Pronto advirtieron la importancia de un guía espiritual y de la importancia de tener una vida recta para el propio bien. Pensaron: Es mejor respetar la verdad que alabar la mentira; defender la justicia que claudicar de ella; poner bondad en el corazón y no la hiel del egoísmo; vivir en armonía y no en angustiante conflicto; tener amor y marginar el odio destructivo. Después de todo, reflexionaron con acierto, el odio es una daga de dos filos que a la larga termina aniquilando la propia vida. El odio es la contraluz del amor. Nace por mil razones distin46
tas, muchas de ellas espurias. A veces se gesta dentro del vientre de la mezquindad y del egoísmo. El egoísmo es la raíz de todos los males. Del altruismo y del amor, en cambio, nace la comprensión, la solidaridad, la empatía y el compromiso de luchar para que todos vivan un mundo mejor. El amor es visceral. Por su parte, la soberbia y la vanidad son formas de menosprecio al prójimo. Muchos hombres se aman a sí mismos. No saben que Narciso murió por su propio egocentrismo. Embelesado neciamente, su efímera imagen terminó fagocitándolo a él mismo. Quién se ama solo a sí mismo menosprecia a los demás. Peor aún: tan magnificente se siente, que su propia idolatría desemboca en un descalificable sentimiento de superioridad. Desea dominar a quienes lo rodean. Algunos hombres descubrieron, al endiosarse a sí mismos, que la forma más rápida de dominar es el poder del dinero. El dinero es más poderoso, incluso, que el poder político porque puede comprar al que gobierna. Los gobernantes, por su lado, sabiendo esta lastimera verdad y deseosos de permanecer en el poder, extendieron sus avarientos brazos al dinero. Es un medio incalificable para permanecer enquistado en él. Las relaciones entre el poder económico y el poder político son demasiado «carnales». Uno desea al otro como la imagen al espejo. No es casual que así sea. El espejo tiene plata para generar su brillo y, cuando la plata está en juego, el hombre mediocre piensa solo en sí y olvida al prójimo. La avaricia deshumaniza, envilece y asfixia los sentimientos mas nobles. Es difícil encontrar un rico que ayude al pobre, aunque hay valiosas excepciones. No por casualidad el avaro posee tanta riqueza. Por codicia, la aprisiona y acapara mezquinamente. Nada da. Nada comparte. 47
Quien padece la avaricia, desangra su propio corazón. No puede donar ni compartir sus sentimientos. La soledad, entonces, viene como agobiante y mortal compañía La codicia termina siendo una obsesión compulsiva. Es una voracidad desmedida que seduce y embriaga. La ebriedad quita al hombre su nota más distintiva: su racionalidad. El ebrio no puede vivir sin su bebida. El rico quiere vivir abrazado a su riqueza. Tanto uno como el otro no tienen límites en sus apetitos. Siempre quieren más. Nada les conforma. En esa carrera desenfrenada se olvidan del prójimo. El egoísmo se vuelve espina en sus corazones. La veneración y la idolatría al dinero es como un nido de serpientes. Tiene un veneno que daña a todos. A los ricos, porque dejan de vivir por él, y a los vulnerables, porque padecen desigualdad y discriminación social. Por dinero se daña, se destruye, se mata… Es tal el afán de tener más, que el «esclavo del dinero» comercia hasta la dignidad humana. La propia y la ajena. El dinero, al enquistarse compulsivamente en el corazón del hombre, destierra los afectos y las emociones mas nobles. La persona altruista, por el contrario, comparte lo que tiene. Es generoso y benevolente. Da sin esperar compensación alguna. El amor abreva en la filantropía. Filantropía es una palabra que tiene una etimología luminosa: «Philo» significa «que ama». Por eso «filósofo» es el que «ama la sabiduría» y «filántropo» es el «que ama a la humanidad». El auténtico y más puro amor es universal. El amor es la constante actitud del espíritu de tratar de hacer el bien a todos sus semejantes, aún a quien lo hiere, lo daña o lo discrimina. —Escucha, Esteban: 48
El verdadero amor es una pasión altruista. Es una emoción que arrebata. Un destello que ilumina. Una bendición que se pide a Dios para todos aquellos que la necesitan. Es el deseo que las nubes lluevan pensando en el desierto que no se habita. Es el anhelo del labrador que siembra para que cese el hambre de la niñez desnutrida. Es compartir la comida cuando se padece hambre. Es compartir el abrigo cuando estremece el frío. Es el fuego que se prende para ofrendar la lumbre encendida. Es la caricia que se arroja al viento para sanar a toda alma dolorida. Es el volar de una paloma en busca de la que está perdida. Es el altruismo de dar con plenitud y sin medida. El amor... es una luz universal e infinita. Esteban, al escuchar a su Maestro, le preguntó cómo era el verdadero amor en una familia. ¿Los padres nada esperan de sus hijos? —Como siempre eres agudo en tus preguntas —respondió Tomás. En efecto, los padres esperan una respuesta especial de sus hijos: el amor de ellos. El amor entre los seres queridos es un sentimiento entrañable que exige un feed back afectivo que lo nutre, lo enriquece y lo ilumina. El amor es como una flor: con agua abre sus pétalos y resplandece. Sin amor toda vida se marchita. El amor verdadero produce un sentimiento espiritual muy especial. Es la «felicidad» auténtica. Quien da plena y sinceramente su amor es dichoso. Su máxima 49
felicidad la logra cuando su amor anida en el corazón del ser amado. Cuando ese amor es a los hijos la felicidad tiene alas. Se los cobija en el nido para que luego vuelen hasta las mas altas cumbres. El amor se nutre de la fortaleza, pero esta se ejercita, más aún, cuando hay debilidad en el otro. Es más fácil amar al fuerte. Mayor virtud hay en el amor al débil. No hay mayor amor que el que se da a los hijos (que nacen indefensos a un mundo que no conocen) y al anciano porque, cuando llega a su más alta espiritualidad, su cuerpo se va poniendo débil. Antiguamente, los hombres admiraban a los ancianos porque respetaban la sabiduría por ellos adquirida en su largo trajinar por este mundo. Luego vino la ciencia y los necios creyeron que esta podía suplir las sabias enseñanzas que dan las vivencias de toda una vida. Dejaron de admirar al anciano. Aún más: algunos lo menospreciaron porque su rica espiritualidad no condecía con sus apetencias superficiales y materiales. Cerraron sus oídos a sus reflexivas enseñanzas y a su aquilatada espiritualidad. Allí nacieron unos vergonzosos albergues donde los «depositaron» para siempre jamás. Quienes aman al débil, en cambio, admiran al anciano porque su debilidad física no empece su fortaleza espiritual. Cuando se debilita el cuerpo se fortifica el alma en quienes asumen la férrea decisión de no claudicar nunca. Es allí donde el alma adquiere todo su temple y todo su esplendor. Un alma serena y templada es un alma en paz consigo mismo y con los demás. La paz interior llega con el devenir de los años cuando se aprende cuáles son los verdaderos valores que perduran y se vive conforme a ellos. Los valores son luces que iluminan el camino de nuestros proyectos de vida. 50
Para elegir correctamente los valores que debe priorizar cada uno en su vida se requiere una profunda sabiduría. La sabiduría nace de la reflexión y es muy difícil reflexionar en el materialismo del mundo actual. Por ello hay pocos sabios y muchos necios y soberbios. Para llegar a la sabiduría hay que amarla con profunda humildad. La máxima sabiduría que podemos conquistar es la sabiduría de la humildad. La humildad no tiene límites: es infinita. Dicho esto Tomás, mirando con regocijo a Esteban, le dijo: —Veo que amas la verdad, amas a tus padres, amas al prójimo. Tu amor y tu grandeza espiritual será tu espada para cumplir la misión heroica que te han encomendado. Llegado este momento, los anfitriones agradecieron a Tomás sus enseñanzas, que también escucharon del ameno relato de Esteban. ¡Ojalá ellos también lo hubiesen aprendido a los diez años! Todos se sentían muy unidos. Flotaba un sentimiento de hermandad, una tibieza especial, empática y comunicativa, como si todos fuesen parte de una misma familia. En realidad lo eran de esas familias que no los une la sangre; de esas familias que se eligen por algo muy especial que los amalgama: el amor y el deseo sincero de dar y compartir todo con filantropía... por el pleno y bondadoso placer de ayudar a los demás sin interés ni contraprestación alguna. —Este es el más noble y el más auténtico amor —dijo Tomás y, tomando a Esteban de la mano, saludaron con grandísimo amor a todos. Ellos corrieron a abrir la reja de este Sendero con un gozo y una felicidad nunca vista. 51
El Sendero de la Justicia
Un paso más allá, nacía el Sendero de la Justicia que generó fuertes vibraciones en el corazón de Esteban. El niño, hasta su llegada a la montaña, nunca se había planteado el tema de la valentía (porque antes no había conocido el miedo) ni el de la verdad (porque era un tema aún laborioso para su corta edad), pero siempre había sentido que existen reglas para ser justo con los demás. Se lo hizo saber a Tomás. —Es natural que sientas una conmoción interna. Estamos en el Sendero de la Justicia y el «sentimiento de justicia» nace con nosotros. Es innato. Lo traemos en nuestro corazón apenas retoña nuestra vida. La justicia es un valor que nos motiva e impulsa a asumir actitudes de real compromiso. Lo más valioso que puede hacer el hombre es luchar por un mundo mas justo. Gracias a la justicia, el hombre se parece a su Creador, aunque la historia de la humanidad nos enseñe que no hubo peores administradores de tan preciado valor que los propios hombres. La administración de justicia se contaminó con la soberbia y la embriaguez del poder. Muchos Jueces juzgaron al prójimo con altanería como si fueran «superiores» a él. Olvidaron que la humildad, la comprensión y la empatía deben acompañar todo acto de juzgar. También estas virtudes son deberes indeclinables de los gobernantes para con la sociedad. Deben gobernar a todos con justicia buscando un equilibrio social. Deben garantizar, también, los derechos de los mas vulnerables. La justicia se desnaturalizo, a través de la 53
historia, hasta ser algo deplorable. Un laberinto oscuro, un poder irracional. Un mero ejercicio de poder bajo el antifaz de la ley. Algunos Jueces y algunos gobernantes se creyeron dioses. ¡Qué necios! Se olvidaron que eran simples hombres... con luces y oscuridades como todo ser humano. No siempre fue así. No todos los jueces ni gobernantes cayeron en la insensibilidad, el engreimiento y la altivez. Los hubo «justos», pero no los fueron todos. Por falta de justicia el mundo está hoy con gravísimos conflictos que degradan la existencia. El hombre y muchos gobernantes han sido sus peores depredadores. —¿Tan fácil es destruir? —preguntó asombrado Esteban. —La indolencia, la intolerancia, el despotismo, el fanatismo, el fundamentalismo, la violencia, el odio... tienen un poder destructivo enorme. No hay límites en la depredación. —¿El hombre no ha comprendido que al destruir a su prójimo termina destruyéndose a sí mismo? —Es una aguda pregunta —sentenció Tomás. A los hombres les costó muchos siglos entenderlo, pero, cuando lo comprendieron, los efectos de su mal ya eran prácticamente irreversibles. Por eso hoy el mundo está en estado casi vegetativo. Cada uno protege lo poco que obtiene de la pobreza material del planeta. De la riqueza espiritual hace larguísimo tiempo se olvidaron, sin advertir que la ausencia de una aniquilaba necesariamente a la otra. Cuando el hombre limitó sus aspiraciones a las simples cosas materiales, perdió su propia humanidad. Él mismo se transformó en una cosa y como cosa hasta llegó a tener precio. Pagó el más caro: vendió sus valores, su libertad y su espiritualidad. Se transformó en un pobre de espíritu. Hoy muchos se arrastran por el mundo sin dignidad. Solo pelean para sobrevivir materialmente y para ello se ponen al servicio del poderoso a quien reverencian a cambio de vivir sin esfuerzos ni sacrificios. 54
Los animales tienen hoy más coherencia que el hombre. Son fieles a sus propios instintos y sinceros en sus emociones. No conocen la hipocresía. Sería un buen comienzo que el hombre empezara a aprender la simpleza del animal y a vivir en armonía con la naturaleza. —Nunca pensé que el hombre pudiera aprender de los animales —reflexionó Esteban. ¿Podría, por ejemplo, aprender de ellos qué es la justicia? . El sabio se quedó asombrado por la perspicacia del pequeño. —¡Cada vez haces preguntas más agudas! ¡Ha madurado mucho tu intelecto en muy corto tiempo! ¡Tus adelantos son sorprendentes! El niño esbozó una sonrisa en signo de satisfacción. Le agradaba la bondad y la sabiduría del anciano y estaba plenamente consciente de que lo llevaba por buen camino. Se hizo un breve silencio luego del cual Esteban insistió con su pregunta. El Sabio estudió su respuesta: —Pues, mira, pequeña mente privilegiada, en rigor de verdad, los animales no saben lo que es la justicia, pero tienen comportamientos que hacen pensar que, en alguna medida, es parte de su instinto. Los animales tienen códigos genéticos al igual que los seres humanos. La ciencia descubrió que los hombres padecen un retraso genético. Nuestro cerebro primitivo está adaptado para dar respuestas veloces e irreflexivas (automatismos) que le permiten sobrevivir en el mundo natural donde evolucionamos lentamente. Cuando el hombre empezó a crear, en forma acelerada, un mundo cultural, el cerebro no evolucionó al mismo ritmo y por ello no logró aún adaptar los impulsos primitivos y nuestras valiosas emociones a nuestro cerebro racional, que se originó millones de años después. En los animales, el cerebro sigue siendo primitivo y por ello actúan sin tantos obstáculos, porque tienen menos racionalidad 55
y más emocionalidad. Los animales reaccionan con menos trabas y dan respuestas más instintivas y emocionales (como el afecto al amo, el miedo al trueno, el temor al fuego...). No tienen «pre-juicios» como los hombres, que «pre-juzgan» utilizando predisposiciones mentales que los condicionan antes de actuar. Los animales, a diferencia de los hombres, son más coherentes con sus propios instintos. Piensa en dos caballos a los que no se les dan raciones iguales de avena o en dos perros que reciben caricias diferentes del mismo amo. De alguna manera le harán saber a él que están disconformes y competirán por llegar primero a la comida o a la suave mano que los acaricia. No aceptan el trato desigual. La igualdad es uno de los componentes esenciales de la justicia. Igualdad y justicia son términos que se relacionan entrañablemente pero no basta la cercanía de sus conceptos para definir a la justicia. A decir verdad, los hombres aún no se han puesto de acuerdo sobre su significado porque es más que nada un sentimiento que es difícil de sintetizar en un concepto. Los valores se captan por vía emocional y luego la racionalidad los torna más inteligibles. Pero el intelecto no funciona correctamente sin la ayuda imprescindible de las emociones. Ellas no perjudican al razonamiento. Por el contrario, lo enriquecen. No niego que en mis largos años de vida he reflexionado una y otra vez sobre la justicia, pero no he podido hallar un concepto unívoco y pleno, porque se aplica a un sinnúmero de cuestiones diferentes. Por ello mismo, es un término multívoco. La palabra «justicia» no solo connota varias conductas y circunstancias diferentes sino que, además, abarca infinitos aspectos de cada una de ellas. Un concepto esclarecedor lo dijo 56
un filósofo hace muchos años. Enseñó que la justicia es «la igualación de las desigualdades» y creo que si bien no es una definición completa, mucho hubiese cambiado la historia del mundo si los gobernantes la hubiesen aplicado en sus reinos. ¡Imagínate un país donde a todos se los tratara como a iguales! ¡Dónde no hubiese discriminación, ni desprecio, ni indignidad! ¡Imagínate un país donde todos los niños tuvieran igual posibilidad de alimentarse! ¡Cuántas muertes se hubieran evitado por desnutrición! ¡Imagínate un país donde todos los hombres tuvieran igual posibilidad de acceso a los cargos públicos!. Se evitaría uno de las peores causas de la corrupción; aquella que nace cuando el funcionario se enquista en el poder. ¡Imagínate un país donde todos tuvieran igual acceso a la cultura! Se evitaría el analfabetismo y el estigma que, de por vida, lleva el iletrado en la sociedad. No podría ser tratado con el menosprecio que hoy se ve, ni el planeta estaría hoy tan radicalmente dividido entre dominadores y dominados. ¡Imagínate un país donde los hombres pudieran acceder igualitariamente a una vida espiritual! No se habría deshumanizado nuestra especie.
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¡Imagínate un país donde todos tuvieran igualdad de recursos para alimentar y educar a sus hijos! ¡Piensa en todos esos niñitos descalzos que viven en la calle sin techo ni hogar ! Todas estas injusticias, y muchas más, se remediarían con una buena dosis de igualdad. ¿Te das cuenta hasta qué punto la igualdad interesa a la justicia y qué luminoso que es este concepto de que la justicia «es la igualación de las desigualdades»? Además de un concepto, tendría que ser la principal preocupación y la guía de los gobernantes. También es imperioso devolverle al hombre la libertad que algunos sistemas económicos le han robado. El latrocinio de la libertad es una de las formas mas cruentas de sometimiento y degradación. Es una forma de robarnos, arteramente, nuestra propia humanidad. En el hombre todo está inconcluso. Es un ser en continuo devenir. Todo se le presenta como un permanente hacer...en el trayecto de toda su vida. Llegamos al mundo con muchas falencias y por eso necesitamos la libertad para desarrollar nuestro ser tanto en lo intelectual como en lo moral. Así como nadie nace sabio, y necesita libertad para decidir serlo, tampoco nadie nace con una conciencia moral plena. La libertad nos permite elegir entre el bien y el mal. Por eso es imprescindible que gocemos de libertad, la más plena posible, para poder elegir, día a día, ser honesto o dejar de serlo. También decidir ser justo es una opción de vida. —Escucha, Esteban. Si la igualdad es un componente esencial de la justicia, también lo es la libertad. Sin igualdad social y sin libertad política, la justicia no puede ni siquiera nacer al mundo. En la historia de la humanidad, han existido muchísimos casos en que el poder se aprovecha de la desigualdad social. La 58
distribución injusta de la riqueza y de la educación permite al poderoso someter más fácilmente al carenciado. Por esta vía, la desigualdad y la discriminación se tornan más punzantes y dolorosas. El buen gobernante debe crear las condiciones para que toda persona pueda ganarse el sustento necesario para alimentar a su familia. Por tal vía se reafirma la idea de la paternidad responsable. Es importante entender que no basta tener recursos para alimentar y educar a los hijos, también es necesario tener tiempo y mucho amor para abrazarlos y besarlos. —¿Qué es el amor? —volvió a preguntar Esteban. Deseaba saber más de su Sabio Maestro que ya mucho le había dicho sobre el amor. —Bueno, tu pregunta insistente no es fácil de responder plenamente, pero te transmitiré algo más que me enseñó la vida y la reflexión. El verdadero amor es aquel que se regala. El que se obsequia desinteresadamente. Es el que se da sin esperar nada a cambio. Es aquel que valora más la felicidad del otro que la propia. El amor nunca es exigencia. Siempre esta dispuesto a la renuncia. Es la pasión que nace del altruismo. Su máxima alegría abreva en la dicha del ser amado. Como bien se ha dicho «la medida del amor es amar sin medida». El amor nunca se puede basar en el egoísmo. El egoísta solo se ama a si mismo. Es una especie de narcisismo sin lago y sin reflejo. Por el contrario, el que ama al prójimo comparte con él su propia luz interior iluminando el camino a todos aquellos que 59
lo necesitan. El verdadero amor tiene la mirada vendada, pero tiene su propio resplandor. Mira a través del corazón. El amor es como el sol: siempre está. ¡¡¡Irradia su luz aún en la oscuridad de la noche!!! El amor esta siempre cerca nuestro aunque a veces sea invisible a nuestros ojos. El amor es una luz profunda, universal e infinita. Luego de estas respuestas, el sabio le dio una nueva enseñanza a su discípulo: El Amor y la Justicia se necesitan mutuamente: para que exista justicia en este mundo es imprescindible amarla. Sin amor y sin pasión la justicia no anida en la sociedad. Para convivir en paz se necesita la presencia constante de la justicia. La justicia abreva en la libertad y en la igualdad. Sin igualdad no puede haber libertad y sin la una ni la otra no puede haber justicia. La justicia se apuntala tanto de la igualdad como de la libertad. Es como el templo filisteo que demolió Sansón: se apoya en dos columnas centrales. Cuando estas se resquebrajan, el templo de la justicia se desploma. Nada queda de ella en pie. El poder legítimo debe sustentarse siempre en la justicia. Cuando no lo hace, corre el riesgo de derruir el cimiento donde se posa. Por ello, en la democracia, el gobernante debe ser justo, so riesgo de perder el consenso del pueblo y desplomarse estrepitosamente. 60
—Bueno —dijo Tomás, llegó el momento de sintetizar todo lo que hemos dicho sobre la justicia y para ello nada mejor que recurrir al agudo pensamiento de otro pensador: Carlos Nino. En breves y preciosas pinceladas Nino enseñó que la justicia consiste en una distribución igualitaria de la libertad. Reflexionando sobre su pensamiento, dijo Tomás, llegué a un concepto semejante. Existe justicia política cuando el poder garantiza el efectivo respeto de la libertad en forma igualitaria a todos los ciudadanos. Solo hay justicia cuando el hombre tiene una dosis suficiente de libertad que guarda proporción con la que poseen sus congéneres. Si la distribución es desigual, la libertad de unos invade y usurpa dañosamente la libertad de los otros y allí, entonces, no hay justicia plena. La justicia exige una porción equitativa y ecuánime de las libertades para que cada ciudadano tenga la que le es propia. Deben ser equivalentes. De tal manera la libertad de uno no invade ni sustrae la del otro. La justicia es como un péndulo oscilante que se desplaza, en armonioso vuelo, hacia un lado y hacia el otro en un horizonte social igualitario distribuyéndose a todos en forma equitativa. La justicia es como una brújula. Marca los puntos cardinales para la convivencia en paz. La justicia es como un sendero de doble mano: no solo da a cada uno lo suyo sino que también devuelve al desposeído lo que le era suyo. La justicia es un hilo de oro que da solidez y consistencia al entramado social. 61
La justicia es como una moneda: tiene dos caras de valioso metal. Ambas están unidas indisolublemente. La una no vale sin la otra. La cara de la libertad se abraza a la de la igualdad y de esa manera la moneda tiene su verdadero valor y quilate. —Me entusiasman tus palabras —dijo Esteban. Siento un fuerte calor en mi corazón. Estoy plenamente convencido. ¡Vale la pena luchar por un mundo mas justo! —dijo el pequeño héroe con intima y profunda convicción. —Eso se llama pasión —sentenció Tomás. Es la pasión sana. La que busca ayudar al prójimo en forma desinteresada, por el simple y valioso deseo de hacer el bien. —¿Es una forma de ser justos? —preguntó con brillo en los ojos Esteban. —En efecto —contestó Tomás. Ninguna justicia se puede lograr si en el corazón del justo no reina la pasión. Requiere ese amor altruista que empapa nuestras emociones más puras. La justicia no es para los tibios, los indiferentes o los indolentes. El sentimiento de la justicia exige la firme convicción y el inclaudicable deseo de conquistarla y compartirla. —Debemos luchar para reconquistar el amor a la justicia —dijo elocuentemente el Sabio. Esteban, viendo que la reja estaba cada vez más cerca, le preguntó a su Sabio guía: —¿Cómo haremos para cruzarla?
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—Será muy fácil —dijo Tomás. El niño que la custodia se limitará a mirar tus ojos. Si ve que la luz de la justicia los ilumina, no dudará en abrir la reja. Dicho esto, ambos viajeros llegaron al lado del joven custodio. Tal como había dicho Tomás, el niño miró los ojos de Esteban y un indescriptible gesto de satisfacción afloró en su rostro. —Hacía largo tiempo que no veía unos ojos tan cristalinos y resplandecientes. Es un honor para mí abrirles la reja y permitirles continuar el camino. Les deseo que logren terminar la travesía. El mundo necesita el regreso de seres justos para devolver la humanidad y la dignidad al hombre. Hago votos para que todos los sanos sentimientos y deseos que veo en tus ojos se puedan cumplir lo antes posible. ¡Feliz viaje! Dicho esto tomó una larga llave y la introdujo en el cerrojo. La reja se deslizó sin ruido alguno y los viajeros agradecidos continuaron el camino.
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El Sendero de la Fe
Esteban no salía de su éxtasis. La felicidad lo saciaba. Era consciente de que, de alguna manera, estaba llegando al final de su travesía. Quería saber qué tendría que hacer después. La curiosidad lo tenía extraordinariamente atento. Vio que Tomás se dirigía resueltamente al Sendero de la Fe. —En este sendero debes tomar la decisión de salir o no de la montaña. Si salimos, tendremos cosas importantes que hacer en el mundo. Si no lo hacemos, podrás vivir feliz aquí dentro. Ya has visto que hay gente muy buena que nos cuidará. La decisión es tuya. Esteban quedó en silencio. Nunca había pensado en quedarse dentro de la montaña por muy bonita que fuese y por muy buenas que fuesen las personas que allí había conocido. Quería ver a sus padres. Sabía que lo extrañaban y él a ellos. ¿Podría hacerlo algún día?. Tomás siguió caminando pausadamente por el Sendero de la Fe. Al fondo de él no había luz. Todo estaba oscuro. Pronto lo invitó a Esteban a que lo acompañara. Se fueron aproximando al oscuro lugar. Enseguida advirtió el niño, con sorpresa, que la salida estaba cerrada por grandísimas rocas. Eran muy parecidas a las que habían tapado días atrás la entrada de la caverna. Preocupado, le preguntó a Tomás: —¿Esta salida está tapada igual que la entrada?.
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—Exactamente —respondió el sabio anciano. Son las mismas piedras que el volcán lanzó sobre la entrada. En verdad, estamos en el mismo lugar por donde ingresamos días atrás. —¿Cómo puede ser esto? —inquirió el niño. El sabio tomó un pequeño tiempo para contestarle. Luego, al fin, le dijo: —Todos los senderos giran sobre el mismo eje central de la montaña. Hemos recorrido un enorme círculo y por ello llegamos precisamente al punto de partida. —¿Tú sabías esto? —preguntó Esteban. —Sí —dijo Tomás, pero no quise decírtelo antes de que asumieras con profunda convicción la valentía, te decidieras a luchar por la verdad, amaras con pasión la justicia, llenaras tu corazón de bondad, sintieras la armonía en tu propio ser y recordaras la importancia del amor, ese noble sentimiento que te dieron siempre tus padres. Habiendo aprendido todo ello, ya estás preparado para cumplir tu misión con heroísmo. ¡Tienes la fuerza suficiente para luchar por un mundo más humano! Para hacerlo hay que regresar a los primeros principios y por eso hoy estamos en el mismo lugar donde comenzamos. Nos encontramos en la puerta de entrada y con las mismas piedras del volcán que la bloquearon con toneladas inamovibles. —¿Qué hacemos Tomás? —preguntó Esteban, que veía que sus sueños estaban frenados en forma brutal. Ahora que me has preparado para luchar por un mundo mejor y estoy decidido a hacerlo, ¿tendremos que cruzarnos de brazos esperando que algún nuevo sismo corra las piedras de allí? —¡Nada de eso! —dijo con enérgica voz el Sabio. Por ello estamos en el Sendero de la Fe. —¿Qué es la fe? —preguntó Esteban. —Es la creencia más radical que puede tener el hombre. Es creer sin ver. Es la profunda convicción interna y visceral de que
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podemos hacer lo imposible. Que podemos, incluso, superar las leyes de la naturaleza en casos excepcionales, cuando el Bien y la Justicia lo requieran. Es creer que nuestro Creador nos ayudará en todo aquello que nosotros solos no podemos hacer y que esa ayuda será de tal magnitud que podrá modificar el obstáculo más inconmovible. Es creer que nuestros sueños se podrán realizar pese a todo. Es confiar todo nuestro ser a Dios y encomendarle que nos ayude con la fuerza que solo Él posee. Dicho esto Tomás miro los ojos de Esteban y le dijo: —Si crees en tu Creador, si crees que vale la pena salir de esta montaña para luchar por la Verdad, la Justicia, el Bien... es decir, por un mundo mejor, pon toda tu Fe en Dios y pídele con humildad de niño y corazón de héroe que saque esas enormes piedras de la entrada y te deje salir. El mundo te espera! Esteban escuchó conmocionado la exhortación del sabio. Su cara enrojeció, su corazón palpitó muy fuertemente y una violenta emoción lo sacudió. Sus labios comenzaron a rezar con tal ahínco que la caverna comenzó a moverse. A cada movimiento sobrevenía otro mayor y en poco tiempo todo se convirtió en un tembladeral. En minutos, las piedras empezaron a caer y la entrada de la caverna dejó entrar luz del exterior. El milagro de la fe había ocurrido una vez más. El anciano tomó, como el primer día, la mano de Esteban y salieron al exterior. Esteban, con sorpresa, encontró al mensajero de larga capa montado en su caballo alado. —¿Has estado siempre aquí? —le preguntó Esteban. El caballero rió de buen grado y le dijo: —En todos estos días no he parado de ir de aquí para allá. Varias niñas y niños de diez años llevé en mi montura a varias montañas y otros tantos Sabios les han estado enseñando la importancia de preservar los valores esenciales de la vida humana.
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Tú eres el primero en salir y el primero que debo trasladar a cumplir la misión de enseñar con decisión y valentía lo que es la Verdad, cuán importante es la Justicia y qué tan necesario es el Bien. Solo así, la humanidad vivirá en armonía y los desiertos volverán a tener plena vida. A ser bellos vergeles llenos de vivaces plantas y armoniosos trinos. ¿Quieres viajar conmigo a tu destino? —¡Sí! —contestó Esteban sin dubitar. El sabio, entonces, lo tomó de la cintura y lo subió al alado corcel del mensajero. —¿Dónde iremos? —dijo Esteban. El mensajero miró al sabio y sonriendo le contestó: —Te espera un pueblo semi destruido en medio de un desierto. Allí hay mucha gente que ayudar y hay dos personas que te esperan con mucho amor: tus padres. ¡Se alegrarán mucho de verte!. En ese emotivo instante Tomás, su Maestro, lo miró a los ojos y le dijo: —Te deseo lo mejor. Me honra haber sido tu guía. El mundo necesita escuchar nuevos mensajes llenos de bondad, humildad y pacifismo. Con los ojos húmedos por la emoción, Tomás agregó: Lucha por un mundo mejor, más digno, más justo, más tolerante, menos violento, más humano y más bello. La humanidad debe volver a tener el corazón y la nobleza de los niños. Tú eres el primer héroe elegido y a muchos podrás ayudar. El mundo te lo agradecerá ! Dicho esto, con un imperceptible movimiento de riendas el corcel se elevó directamente hacia el pueblito donde vivían los padres de Esteban. Nuevas y ricas experiencias esperaban al nuevo héroe. 68
Carta abierta Pensando un mundo más humano Los invito a forjar un mundo más humano. Podemos pensar juntos un nuevo mundo donde se entronice la libertad, la igualdad, la justicia y la dignidad. En un mundo más humano debe haber mayores garantías para que la libertad no sea una prédica vacía de todo contenido. La libertad no hay que declamarla, sino afianzarla en todos los niveles de nuestra sociedad. Existen desigualdades sociales desmedidas. La desigual distribución de la riqueza en el mundo ha llevado a que la mitad de toda ella esté en manos de muy pocas personas. Como contrapartida, el índice de la pobreza, vulnerabilidad y discriminación ha crecido en muchos países. El que debe dedicar su vida a luchar solo por su supervivencia carece de toda libertad para elegir su propio proyecto de vida. Necesitamos gobernantes y estadistas que comprendan que la desigualdad económica y social cercena la libertad y que sin libertad ningún individuo puede poseer la dignidad de ser persona. Los gobernantes deben ser genuinos y auténticos garantes de la libertad. El menosprecio a las minorías, el autoritarismo, la intolerancia a quienes piensan diferentes, son un cáncer social que debe ser expurgado con el mejor remedio que existe: la humildad que nos lleva a ver al otro como verdadero prójimo. Quien se vanagloria de su cargo, cuando ejerce el poder político, olvida que fue 71
elegido para servir. Si el poder conculca la libertad es ilegítimo. Traiciona el deber indeclinable de proteger las libertades ciudadanas. También menosprecian la igualdad quienes se creen que «son» más porque «poseen» más. La riqueza no nos hace más humanos. En realidad, ha sido un veneno social que ha engendrado la desigualdad de derechos y oportunidades. Enseñó Kant que hay cosas que tienen dignidad y otras que tienen precio. El dinero es «idóneo» para adquirir bienes pero no puede «comprar la dignidad» (ni la propia ni la ajena). Peor aún si se lo pretende usar como poder cosificador. Genera soberbia, avaricia, ambiciones desmedidas y todo ello, precisamente, mutila la dignidad aún en la finitud que nos es propia. En un mundo más humano, reitero, debe haber igualdad de posibilidades en la adquisición de bienes. Debemos proponernos abolir el flagelo de la pobreza y la indigencia. Todos, absolutamente todos, deben tener acceso a los bienes imprescindibles para vivir dignamente como personas. El signo a aplicar es el «menos». Menos pobres y menos ricos. Decía Charles Chaplin: «No me molesta que haya ricos. Lo que me molesta es que haya pobres». Un movimiento pendular en la distribución de la riqueza ayudaría a nivelar las desigualdades. Para ello debemos olvidar nuestros atávicos egoísmos y empezar a pensar, en serio, en el valor del altruismo. Debe haber igualdad porque no hay razón alguna para que no contemos con iguales derechos. Si todos somos humanos no merecemos un trato desigual basado en prerrogativas de poder o de riqueza que sustentan privilegios que afectan la convivencia pacífica entre seres iguales. Las desigualdades extremas generan violencia. Es obvio que el esfuerzo, la voluntad de lucha y el talento, deben generar diferentes recompensas, pero quien heredó talentos especiales debe compartirlos con el otro.
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Un mundo más humano obliga a quien tiene más a ayudar al que menos tiene. El péndulo del reloj nos enseña que ambos extremos deben reposar en un punto equidistante. La virtud, enseñó Aristóteles, está en el punto medio y los extremos deben encontrarse en un punto central donde converjan en unión fraterna. En un mundo más humano debe haber mucha, muchísima, mayor justicia. Les incumbe a los jueces reflexionar profundamente sobre este reclamo impostergable de la sociedad porque ellos fueron elegidos para encarnar la justicia. He conocido pocos Jueces justos, pero los que lo son enaltecen la Administración de Justicia. Quisiera que en el mundo por- venir florezcan muchos más jueces justos y se aparten a quienes piensan que cuánto más rápido se deshacen irresponsablemente de las causas, mejor cumplen su tarea. La justicia no es una competencia de velocidad sino el fruto de la ponderación reflexiva de la conducta juzgada. El que juzga con omnipotencia y soberbia, creyéndose que tiene una valía personal mayor que la del justiciable, yerra en su pensamiento. Su tarea es poner igualdad allí donde no la hubo. Por ello, precisamente, la justicia es la igualación de las desigualdades. Donde no hubo igualdad ni libertad, el Juez debe restablecerla porque el débil y el damnificado deben ser protegidos e igualados. El Juez que así no lo entiende no es un buen juez. Tampoco lo es el gobernante si no cumple con la misión de esparcir semillas fructíferas de igualdad y libertad. Como bien se enseñó: «La justicia consiste en la distribución igualitaria de la libertad». En un mundo más humano, debe respetarse, sin ninguna duda, la dignidad del hombre. El hombre es un ser valioso en sí mismo. Todos poseemos dignidad. Un mundo más digno y más humano exige comprometernos con las injusticias que padecen los más vulnerables; con todas las personas que sufren discrimi-
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naciones de todo genero, con lo que ni siquiera tienen voz para hacerse oír. Nosotros debemos ser la voz de esos silencios. En su exhortación contra la mediocridad, José Ingenieros nos dejó estas sabias palabras: «Todo ideal, en su protesta contra lo malo, revela siempre una indestructible esperanza por lo mejor. En su critica al pasado fermenta una sana levadura del por-venir». Hago votos esperanzadores de que aflorará un mundo más humano donde todos asumamos actitudes de real compromiso con una sociedad más igualitaria, con una sociedad más libre, con una sociedad más justa y con una sociedad que ayude, con altruismo, a los más vulnerables y carenciados. Ernesto Seguí
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Palabras de Ana Russo Al iniciar la lectura del libro Un mundo más humano ya desde el título el lector se prefigura que es un texto que plantea algunas cuestiones tal vez místicas, tal vez filosóficas o quizás eruditas de alguien que se empeña en trazar un camino para que otro(a) —el niño— siga. Antes de comenzar el texto, su autor, Ernesto Seguí, advierte que nos está presentando un cuento y lo dedica «a quienes sueñan con un mundo mejor, más digno, más justo, más tolerante, menos violento, más humano, más bello». Y agrega: «de tus sueños de hoy y de la nobleza y generosidad de tu simiente, depende ese cercano y mágico por-venir». Dedicatoria a todos y a nadie en especial, dirigida a un «tú» que bien podría interpretarse que le habla al niño —el futuro héroe— que frente a él lo mira tratando de entender las razones del mundo. Se siente desde el inicio una confianza pura en los valores que implica una vida en armonía con el interior del ser, con el mundo que se habita y con el cosmos. Un ser en paz es un equilibrio sobre la tierra y en el universo. Pareciera demasiado ambicioso decirlo, pero no es así. Amén de lo que se reciba por crianza o por educación, por la fe heredada en doctrina, por los ejemplos o por los momentos de crisis en los que la vida afianza lo recibido o, tal vez, sirven esos momentos —reitero— para iniciar la búsqueda de lo que faltó con la convicción de sostenerse en el camino justo; digo, un ser en paz es un bienestar para toda la humanidad. 75
No describo a un ser solamente contemplativo. Se puede estar en paz en medio de las acciones más arriesgadas en las que el hombre se aboca durante este trayecto que es la vida. Entonces, esa «simiente» de la que depende «ese lejano y mágico por-venir» es la de quienes hoy sueñan y trabajan para que todo lo que venga sea más digno y más justo. Puede que quien lea estas palabras piense en una utopía, en una completa expresión de deseo imposible de conseguir, en un paradisíaco por-venir en el que la humanidad haya pasado por profundas abluciones y, cristalina y límpida, viva en un respeto idílico y paradisíaco. Pareciera que quien escribe este cuento sueña con un ideal de perfección o con una cabal imaginación producto del análisis de la conducta humana que está degradando al género haciéndolo un objeto de materialismos y pobrezas insufribles que oscurecen el verdadero sentido de la vida. Sucede que quien lo escribe no ha seguido el camino de las letras sino que es un ilustrado profesional de las leyes que ha desandado el sendero de las conductas humanas y ha necesitado imperiosamente ir a las fuentes de la Justicia para entenderlas. Amante de las letras y de la lectura erudita, ha conciliado en este volumen ambas vertientes: la del profesional conocedor y la del escritor fino y sensible que ve imprescindible involucrarse humana y pedagógicamente para salvar el por-venir. Claro que este libro tiene un valor de cátedra, pero no de cátedra universitaria sino de catequesis de la vida que sumada a los principios inherentes a los derechos del ser, conforman un texto que debiera ser leído por las generaciones de niños y adolescentes que aún pueden construir dentro de si una sabiduría de la dignidad. Aludo a aquél hombre probo, a aquel Maestro que supo dejar una huella imborrable en los corazones de su pueblo y de toda
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la tierra, Mahatma Gandhi. El Bhagavad Gita (Canto del Señor) es al credo hindú lo que el Nuevo Testamento del amor es a los católicos. Una profunda enseñanza de misericordia y respeto. Gandhi dijo: «El Bhagavad Gita ha sido una fuente de solaz para mí. En momentos en que no percibía en el horizonte ninguna perspectiva consoladora, abría el Gita y encontraba ese verso que me daba esperanzas». Desconozco si, entre sus múltiples lecturas, Ernesto Seguí haya leído este libro, pero estoy segura de que es la expresión de quien se maneja con sensibilidad y estima sobre los valores imprescindibles para subsistir en paz con uno mismo y con los demás: humildad, reconocimiento del prójimo y reconocimiento de la dignidad del otro. Es un texto aleccionador que va de la mano de una enorme ternura y el carácter humanista que, en el desarrollo de la narración, subyace, o mejor dicho irradia de principio a fin. Deseo citar un tramo de la conversación entre Krishna (el Dios hindú) y su discípulo el príncipe Arjuna acerca del Conocimiento del Espíritu: Más importante que los sacrificios materiales es la ofrenda de la sabiduría, ya que ella es el resultado de toda acción. El conocimiento del espíritu comprende todas las obras. Edúcate acerca de esto con el estudio, la investigación y el servicio. Los sabios, videntes dueños del conocimiento interno, te instruirán al respecto cuando estés en condiciones de recibir mayores enseñanzas, ya que cuando el discípulo está listo acude al Maestro. (…) Y cuando hayas obtenido este conocimiento, ¡oh príncipe! Estarás exento de la confusión y el error.
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Los personajes también aquí se presentan como un Maestro que conduce al niño (la generación del por-venir) por distintos senderos de revelación y aprendizaje. Claro que este camino está señalizado por un discurso que puede ser leído por tempranos adolescentes y aún por niños. Sería sumamente importante que en los tiempos que corren se puedan revisar valores en todo ámbito educacional, y no hablo exclusivamente de escuelas de doctrina, sino en todo espacio que ambicione construir un futuro más justo, como así también por los padres que son responsables de sostener esos criterios elevados que abren el rumbo de las honestas convicciones. Sería válido que pudiesen acercarse a esta obra. Pareciera ser muy simple pero contiene máximas que, si se respetasen, podría la sociedad comenzar a pensar en sanarse. A modo ilustrativo incorporo algunas de sus máximas: Es mejor respetar la verdad que alabar la mentira, defender la justicia que claudicar de ella. Debemos poner bondad en el corazón y no la hiel del egoísmo, vivir en armonía y no en angustiante conflicto. Quien se ama solo a sí mismo, desprecia a los demás. El odio es una daga de dos filos que a la larga termina aniquilando la propia vida. La sabiduría nace de la reflexión y es muy difícil reflexionar en el materialismo del mundo actual. Por ello hay pocos sabios y muchos necios y soberbios. El amor se nutre de la fortaleza, pero esta se ejercita más aún cuando hay debilidad en el otro. Es más fácil amar al fuerte. Mayor virtud hay en el amor al débil. Todo el trayecto de sincera enseñanza que el Maestro propicia en su discípulo, concluye con un breve diálogo:
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—¿Qué es la fe? —preguntó Esteban. —Es la creencia más radical que puede tener el hombre. —Es creer sin ver. En el texto se pueden hallar ciertos paralelismos con otras lecturas. Al comienzo una trinidad humana, padre, madre e hijo, este último es retirado de ese hogar paterno para ser instruido en la re-creación de un mundo mejor. Nos remite inmediatamente a Jesús, quien vino a reconstruir en el mismo desierto un Reino Celestial, aunque salvando la distancia: el niño es humano y no representa a Dios. Por otra parte, el Sabio se llama Tomás —aquel que en el Nuevo Testamento no creía si no veía o tocaba— quien al final del recorrido del cuento habla con las palabras recién mencionadas acerca de la fe. Cito la homilía de Benedicto XVI: Proverbial es la escena de la incredulidad de Tomás, que tuvo lugar ocho días después de la Pascua. En un primer momento, no había creído que Jesús se había aparecido en su ausencia y había dicho: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20, 25). Ocho días después, Jesús vuelve a aparecerse a sus discípulos y en esta ocasión Tomás está presente. Y Jesús lo interpela: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo sino creyente» (Jn 20, 27). Tomás reacciona con la profesión de fe más espléndida del Nuevo Testamento: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 28). El evangelista prosigue con una última frase de Jesús dirigida
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a Tomás: «Porque me has visto, has creído. Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). Esta frase puede ponerse también en presente: «Bienaventurados los que no ven y creen». Muy tangencialmente se podría decir que Ernesto Seguí incluye asimismo la Alegoría de la Caverna, un texto filosófico pedagógico en el que se alude a hombres encerrados en una caverna y enfrentados a una pared de piedra sobre la cual se reflejaban sombras (mundo sensorial) que proyectaban seres libres. Para aquellos las sombras eran la verdad. En realidad, lo que se busca con esta alegoría es la liberación de ese mundo y la apertura al mundo inteligible donde el hombre adquiere la verdadera proporción de su libertad y su racionalidad, cualidad distintiva del instinto animal, principio ascendente que conduce al conocimiento. Distintas vertientes de lectura he encontrado en este libro y otras tantas serán halladas por lectores más avezados. La intención de estas palabras es dejar en claro que se haya captado la idea del Bien y de la Justicia. El sendero es intrincado y difícil, y a pesar de que los resultados siempre serán aleatorios, vale la pena intentar dejar un rastro de que por aquí pasamos procurando mejores generaciones futuras. La proyección es esta simiente que el autor dejará seguramente en el corazón de cada nueva vida que lea este cuento que es un ideario y un desafío.
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Índice
Presentación 10 El Héroe y el Sabio
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El Sendero de la Valentía
19
El Sendero de la Verdad
27
El Sendero del Bien y la Bondad
33
El Sendero de la Armonía
39
El Sendero del Amor
45
El Sendero de la Justicia
53
El Sendero de la Fe
65
Carta abierta. Pensando un mundo más humano
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Palabras de Ana Russo
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Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-88-0544-3
Querido amigo: Vale la pena luchar por un mundo mejor. Te invito a embellecerlo para nuestros hijos y para los hijos de sus hijos. Ellos son nuestro fruto y nuestra simiente. Tu aporte será valioso y decisivo. El éxito nos acompañará. ¡¡¡No lo dudes!!! Ernesto Seguí