Penélope y Ulises Capítulo 2: “La competencia” Narrador: En el capítulo anterior, Penélope era presionada por los pretendientes para que se casara. Luego de la partida de su marido, ella se sentía sola. Cuando se fue a la noche al salón del palacio, vio que mientras destejía su trabajo hecho, la sirvienta la observaba sorprendidamente y ella decía: Penélope: - ¡Espera! ¡No te vayas, te lo explicaré! Narrador: Pero la muchacha ya no estaba. Y cuando Penélope, a la mañana, entró en la sala del palacio, fue recibida por cien miradas burlonas. Furioso, Eurímaco exclamó: Eurímaco: -Penélope, ¡Has estado burlándote de nosotros! ¡Tu sirvienta nos contó tu estratagema! Esta vez, no nos vas a cometer ninguna traición ¡Hoy te casarás con uno de nosotros!
Narrador: En un rincón de la habitación, varios pretendientes se hallaban cómodamente sentados. Otros habían traído toneles y empezaron a beber el vino del rey. Los más atrevidos ya daban órdenes a los sirvientes como si les perteneciera el palacio. Penélope sabía que estaba perdida. Si no elegía un marido, esos hombres iban a enfrentarse y vaciar el palacio. Entre ellos, Euríomaco, el más rico y poderoso, tenía tanta arrogancia que sabía que él iba a ser el elegido. Penélope: - Hay Ulises ¿cuándo volverás? Telémaco: - Pronto... Narrador: Le sonó familiar esa voz. ¡Era Telémaco!, su hijo. Al verlo se le arrojó a sus brazos muy contenta. Los pretendientes se desconcertaron por esa interrupción inesperada. El hijo de Ulises se había vuelto más fuerte y bello. Su regreso contrariaba los proyectos de cien pretendientes.
Pero Eurímaco, lleno de altanería dijo: Eurímaco: -Y Telémaco ¿Has encontrado a tu padre? Telémaco: - No, pero estoy seguro que está con vida. Y sé que vendrá dentro de poco. Eurímaco: -¡Vaya! Narrador: Se metió Antinoa observando a Telémaco: Antinoa: Tienes pelo en el mentón. Ahora ¿Qué dices Penélope? Narrador: La madre de Telémaco lo aprobó. Todos sabían que antes de irse, Ulises había dicho a Penélope: Ulises: -“Si no regreso, espera para casarte hasta que nuestro hijo tenga barba” Narrador: Esta vez, Penélope no podía retroceder. Pero elegir un protector le resultaba odioso. Y entre todos los hombre, no había ninguno bueno. Cuando iba a contestar, un sirviente y un mendigo se presentaron.
Penélope: -Eumeo, ¡Entra! Eres buenvenido Narrador: Eumeo era el porquerizo del palacio. Se inclinó y señaló al hombre que lo acompañaba. El hombre que vestía ropa sucia, vieja y rota. Eumeo: - Reina mía, este viajero pide hospitalidad. Penélope: -¡Ven buen hombre! Come, bebe y descansa. Este palacio te pertenece Telémaco: - Este palacio pertenecerá ahora al hombre que te cases. ¡Ahora deberás elegirlo! Narrador: Los cien pretendientes lo aprobaron amenazadoramente. Mientras seguían con la conversación, a Penélope le intrigaba el comportamiento del perro viejo de su esposo, estaba ciego y casi inválido. Había dejado a rastras su rincón, cercano al trono vacío del rey; cuando llegó a los pies del mendigo, alzó la cabeza, Había dejado a rastras su rincón, cercano al trono vacío del rey; cuando llegó a los pies del mendigo, alzó la cabeza,
gimió con debilidad y lamió las manos del viajero, que lo estaba acariciando. Después de eso, el perro, que parecía sonreír, exhaló su último suspiro, acurrucado en los brazos de aquel. Eurímaco: ¡Maldito pulgoso, sal de aquí! Penélope: ¡No! Euriclea, trae una vasija con agua tibia y lávale los pies a nuestro invitado. Narrador: Euriclea era la sirviente más antigua del palacio. Había sido la nodriza de Ulises. Se apuró a obedecer a su ama, que no hacía más que respetar las tradiciones de la hospitalidad. Antes de ir a sentarse, el mendigo se inclinó al oído de Penélope para susurrarle: Mendigo: ¡Di que te casarás con aquel que sepa tensar el arco de tu esposo! Continuará…
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