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La carta. La educación es un acto creador

Pedro J. Huerta Nuño. Secretario General de EC

La educación es una actividad transformadora, capaz de generar dinamismos que suponen un acto creador por sí mismos. Por más que a lo largo de la historia se haya intentado limitar sus efectos, confinándola entre las paredes de una aula, reduciéndola a adoctrinamiento, evitando sus heridas o controlando su impulso revolucionario, la educación trasciende todos los inmanentismos que recortan sus alas y convierte los caminos simples y uniformes en espacios de sentido.

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Etimológicamente, educar significa sacar de dentro, hacer salir de los encerramientos personales. Cuentan que cuando Michelangelo Buonarroti terminó con 23 años el tallado de su conocida Pietá, quienes la contemplaban le interrogaban sobre su técnica y prodigio para tratar aquel impresionante y único bloque de mármol blanco de Carrara. La escultura ya estaba dentro de la piedra. Yo, únicamente, he debido eliminar el mármol que le sobraba, respondía el joven maestro.

Enseñamos cuando ayudamos al otro a conocer el mundo, le conducimos por senderos de sabiduría

Enseñamos cuando ayudamos al otro a conocer el mundo, le conducimos por senderos de sabiduría, le transmitimos las ideas que han configurado y siguen dando forma a la realidad. Pero nuestra misión no se limita a enseñar. Educamos cuando alcanzamos, educador y educando, una inteligencia que nos permite interpretar esa misma realidad, una capacidad para poder decidir y realizar los propios proyectos, y que nos convierte en autores de caminos personales. Es por esto que educar es un acto creador.

Envolvemos nuestras piedades interiores en todo tipo de condicionantes, especulativos y prácticos, estereotipados pero también bajo apariencia innovadora. La gran tarea de la educación consiste en desenmascarar esos envoltorios, es así como se hace tan peligrosa. El educador asume su labor como tarea de riesgo, y frente a quienes pretenden dejar siempre su huella, frente a los que se venden como escultores y artistas de las conciencias ajenas, el verdadero educador aparta pacientemente lo que sobra para poder contemplar el esplendor simple y creativo de lo que se nos oculta.

Es esa imagen interior la que nos invita a priorizar una educación personalizada, que ponga realmente al alumno en el centro de la misión, de la tarea y de la propuesta educativa. No se educa en masa, se educa a una persona a la vez, afirma Platón. Al igual que en el acto creador originario, tal como se describe metafóricamente en el libro del Génesis, debemos situar a la persona en el centro del jardín, de cada uno de los procesos. Esto no se puede hacer de un modo estático, ni creando un bonito paraíso que después no nos comprometa, sino desde la escucha y la participación activas, sin diluirlo en esa masa sin rostro que suele valernos para justificarlo todo, y que llamamos comunidad educativa. Sin la centralidad de la propuesta en la persona, en su dignidad y en su originalidad, no estaremos creando algo nuevo.

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