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LOMLOE al estilo Fosbury

Abraham Gutiérrez e Irene Arrimadas. Departamento de Innovación Pedagógica de EC

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Estadio Olímpico de Ciudad de México. Octubre de 1968. Un joven de 21 años está a punto de cambiar la historia del salto de altura. Su nombre: Dick Fosbury. La historia del deporte está llena de momentos que nos inspiran a la hora de enfrentarnos a nuestras propias dificultades. En el momento actual en que nos encontramos, en un entorno lleno de obstáculos e incertidumbres legislativas, económicas y sociales al respecto de la educación en España, trataremos de que el bueno de Fosbury nos dé algo de aliento con su ejemplo.

El salto de altura es una de las disciplinas que se ha mantenido en el atletismo desde la primera edición de los juegos olímpicos modernos en Atenas 1896. Durante décadas, los participantes se enfrentaban al listón saltándolo de frente y haciendo un giro con las piernas en el aire pada poder alcanzar la mayor altura posible. Sin embargo, nuestro protagonista no conseguía grandes marcas con esa técnica y empezó a mirar desde una perspectiva distinta. ¿Y si lo saltaba de espaldas? Ese pensamiento era contraintuitivo y, sin embargo, tras un tiempo de experimentación, demostró que tenía mejores resultados. Así fue como Fosbury logró clasificarse para los JJ. OO. de México 68 y, en la final, ante más de 80.000 espectadores, hacerse con la medalla de oro y el récord mundial de la disciplina. Dick Fosbury había cambiado la historia del atletismo para siempre.

La inminente implantación de la LOMLOE en algunos cursos del sistema educativo supone un reto que puede parecer inabarcable. Y las circunstancias que la rodean hacen que el listón a superar esté cada vez más arriba. La nueva arquitectura curricular, unos pocos centímetros; el retraso en la publicación de los decretos autonómicos que fijan los currículos definitivos, otros tantos centímetros; la falta de información sobre cómo se desarrollará exactamente el curso 2022-23, unos pocos más; los recursos con los que contarán los centros para afrontar el reto de la competencia digital docente, algún que otro centímetro más; la necesidad de una formación del profesorado que prepare a los docentes para diseñar las nuevas “situaciones de aprendizaje”, el enfoque de programación según el Diseño Universal para el Aprendizaje, el nuevo perfil de salida del alumno, las competencias clave y específicas, la inclusión de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el cambio en la evaluación y los criterios para la promoción de cursos, las nuevas propuestas de asignaturas y su agrupación por ámbitos en Secundaria… centímetros, centímetros, centímetros. A estas alturas, si solo miramos el listón desde abajo se asemeja a un obstáculo inalcanzable. Pero no desfallezcamos, ¿habrá alguna manera de reinventar nuestra labor al más puro estilo Fosbury?

La forma de enfrentarnos a las dificultades suele hacer que nos enfoquemos en qué es lo que funciona mal para tratar de arreglarlo; sin embargo, existe una forma distinta de mirar a través de lo que se conoce como “indagación apreciativa”, que tiene como principio básico construir a partir de lo que sí está funcionando para resaltar lo positivo y a partir de ahí fomentar el crecimiento, bien sea de una organización, o de un objetivo concreto. En el caso de un colegio, el objetivo es claro: educar la mejor versión de cada uno de los alumnos para que sean ciudadanos capaces y competentes en el mundo que les toca vivir y agentes activos ante los retos que les deparará el futuro. En ese sentido, este nuevo marco normativo nos aporta algunas luces que podemos encontrar, como la posibilidad que ofrece, en función de los proyectos de centro, de flexibilizar horarios y materias para adaptarlos a nuestro estilo propio, o la creación de un perfil de salida del alumnado que nos fija una meta clara a la que aspirar desde la misión, visión y valores de cada colegio.

Pero la ley también nos plantea muchas “falsas dicotomías” que tenemos que analizar para que no se conviertan en listones insalvables en nuestros proyectos educativos. Entre otras cuestiones, nos tendremos que plantear cómo abordar a la vez el trabajo por materias y ámbitos además de los proyectos interdisciplinares; cómo conjugar la calificación por materias con la elaboración del informe competencial cualitativo que potencie una evaluación formativa; cómo fomentar el pensamiento crítico y creativo, la memorización y también la resolución de problemas para encontrar el equilibrio entre el aprender a conocer, a hacer, a convivir y a ser…

"Debemos preparar desde las escuelas a los alumnos para cuando ya no estén en ella"

Una de las pautas claras que propone la mirada desde la “indagación apreciativa” es la de innovar desde las fortalezas o, dicho de otro modo, crecer a partir de lo bueno que ya se tiene. En este sentido, la escuela católica, que tiene mucho y muy bueno, encuentra un gran punto de partida para arrancar la carrera hacia el listón. Desde hace años se promueven en muchas de nuestras instituciones planes de innovación sistémicos y compartidos que abarcan aspectos que ahora ya son ley. El caso de la personalización del aprendizaje y la inclusión de alumnos con Necesidades Educativas Especiales son un claro ejemplo de ello. Desde hace muchos años en el marco del programa #profesinnovadores se han impulsado innovaciones en el aula, como los Paisajes de Aprendizaje, o enfoques como la evaluación auténtica que ahora casan perfectamente con los que la LOMLOE impone. La plataforma de Escuelas Católicas ha multiplicado por 30 sus usuarios, llegando a 12.000 participantes en acciones de teleformación, y ha facilitado la aparición de nuevos programas como “ec-digital CENTROS y PROFES”, “Metodologías para la personalización del aprendizaje”, “Evaluación auténtica” o “ConTICgo”, que han tenido una gran acogida entre el profesorado siempre comprometido de nuestros centros. Por eso nos seguimos formando en educar y evaluar por competencias, diseño de proyectos, trabajo por ámbitos, DUA, TIC... y analizamos a qué retos del proyecto educativo de centro conseguimos dar respuesta con cada formación y conectamos unas formaciones con otras desde nuestro proyecto educativo. Pero una sólida formación permanente del profesorado debe ir acompañada de práctica reflexiva, codocencia, grupos de trabajo, establecimiento de comisiones… que potencien el trabajo colaborativo y el uso compartido de experiencias y recursos relevantes entre profesores y centros.

Todo ello afianza el gran talento humano de nuestros colegios, que es la gran ventaja de profesores y directivos sobre la que pegar un enorme salto hacia la escuela que queremos. Tenemos buenos docentes, buenos centros con mucha experiencia pedagógica de los que tomar impulso para seguir mejorando la cultura organizativa en nuestras escuelas y así, desde la comunidad en red, se generen valores comunes y se viva la misión desde una mirada comprometida, se fortalezca la función directiva y un estilo de liderazgo distribuido, y se propicie un clima de cuidado, implicación y cohesión de la comunidad educativa alrededor de la visión compartida.

Dick Fosbury no pudo revalidar su título en las siguientes olimpiadas, pero había dejado una huella indeleble y un camino a seguir para todos. Eso es exactamente a lo que estamos llamados en nuestros colegios: dotar de las competencias necesarias para que cada alumno recorra su vida. Preparar desde las escuelas a los alumnos para cuando ya no estén en ella. Como dijo la madre Teresa de Calcuta: “Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo”.

A por ello, compañeros. El listón está solo un poco más arriba. Quizá sea el momento de mirarlo desde otra perspectiva.

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