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Sin pistas. No hay índices que indiquen pertenencias previas, anclajes o acciones. Decís bósforo y abrís un mar a cielos grises, té de manzana, gran bazar y el peso de la tormenta por llegar. Tan deseada. A la entrada de la mezquita esa anciana indica sin palabras de qué manera es preciso cubrir tu cabeza. En reverencia. Esas formas de la gentileza en tránsito. Sin señal. Sin pistas. A cierta hora la ciudad resuena como cajita musical. Toda ella en llamado a la oración. Cada tanto ese sonido hace eco: nuevamente en vos.
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Resuena: eco que vuelve y aprehende algo que parecía quieto, invoca calmo y sin embargo irrumpe todo esplendor en perfume marzo cuando otoño extiende su dominio y las durantas su larga floración. Replica no importa qué paisaje invoque, aparece nuevamente costas del río sin nombre, reposeras otra tarde de calor, la vida pasa lenta y en alguna mesa aplauden la partida del sol.
Qué trata eso: el tiempo suspende y suspenden las manos detenidas del festejo. Qué al otro lado esa parte de atrás de las cosas: si alguien te dice linda como nunca antes o el aire permanece quieto, ahí posible para vos. Cuántos ahora hacen esta fracción de trayecto, cuánto después traerá su mención.