a Sandra a mi hijo Lucas a Ulises y Lucas a Claudio a mis padres
to Sandra
to my son Lucas to Ulises and Lucas
to Claudio
to my parents
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to Claudio
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* nacido en el reino Unido en 1954, el Dr. alasdair Foster es un escritor y curador con sede en australia. es profesor adjunto del Instituto real de tecnología de melbourne (rmIt) y miembro del Centro de arte, sociedad, y transformación de la universidad. Previamente fue director fundador de Fotofeis, la bienal internacional de fotografía con sede en escocia, editor ejecutivo de la revista Photofile y director del Centro australiano de Fotografía.
“El arte es largo; la vida, breve” Hipócrates
Al igual que el Ágora de la Antigua Grecia, el museo de arte es un lugar de encuentro para los desconocidos. También es un lugar de maravillas y enigmas porque, una vez que cruzamos el umbral institucional, nos transportamos a través del tiempo y el espacio. Somos testigos de lo que vio cada pintor e incluso más que eso. No solo vemos a través de sus ojos como lo haríamos a través de una ventana; compartimos su percepción del mundo, comulgamos con la mente del artista fallecido hace ya mucho tiempo: intelectual, emocional y creativamente. No vemos el mundo como era, sino como lo percibió una persona. Hay una relación de intimidad con el arte del pasado que raya con lo misterioso.
No somos los únicos extraños que nos encontramos en el museo. Las pinturas que hoy llaman hogar a este sitio han viajado desde tierras lejanas y hace mucho tiempo. Nacieron en el estudio del artista y alcanzaron su apogeo en un contexto específico: un palacio real o la casa de un comerciante, una iglesia o un templo. Ahora, en su madurez extendida en la eternidad, están transportadas, cohabitando con aquellas que provienen de eras y culturas diferentes; su única correlación es que son arte y antiguas. ¿Sobre qué conversan estas obras de arte mientras pasan sus días en el ocaso de este lugar de descanso final?
Fuera de las páginas de ficción fantástica, esas conversaciones no son públicas. Más bien, transcurren en la mente de cada visitante mientras circulan de galería en galería, de era en era, de la percepción de un artista a la de otro… Es una conversación que se lleva a cabo en la trastienda de la consciencia. Creemos que estamos viendo, aprendiendo, entendiendo. A modo de introducción, los cuidadores de los museos han colocado tarjetas de visita minuciosamente redactadas junto a cada obra: “Esto es así y asá, estamos seguros de que se encontrarán con intereses mutuos, esto es así porque…”, pero pronto fluimos entre las pinturas como si estuviésemos en un sueño. Para todos salvo para los estudiantes más diligentes, la información se esparce rápidamente por los senderos de la imaginación.
Esto no es simplemente una idea poética, está corroborado por la ciencia de la percepción visual. No vemos como una foto, en la cual cada elemento de nuestro campo de visión es representado en la mente con precisión y en detalle. De hecho, nuestras capacidades visuales son altamente selectivas y no siempre francas. Solo un pequeño porcentaje de lo que percibimos visualmente es el resultado directo de lo que pasó por nuestros ojos. La naturaleza de la evolución es parsimoniosa. Para asegurar el uso más eficiente y económico de la capacidad intelectual, tamizamos aquello que percibimos con los ojos y seleccionamos el contenido que más se destaca. Gran parte de la imagen mental, tal como la percibimos finalmente, está basada en la memoria, la expectativa y la lógica que se tornan coherentes a través de la ideación creativa.
La vista se ha desarrollado con el fin de entregarnos las cosas que nos mantendrán mejor informados sobre el mundo en nuestro propio beneficio: ¿dónde está el peligro?, ¿dónde está
la oportunidad?, ¿dónde está la ambigüedad que requiere atención para que la entendamos en su totalidad? Diversas secciones del cerebro analizan los distintos elementos de la visión (el movimiento, la forma, el espacio, la textura, el color) para luego mezclarlos y alimentar a la consciencia como una percepción integrada. Estos procesos se llevan a cabo a diferentes velocidades estacionándose en la periferia de la conciencia donde los que llegan temprano esperan a los que lo hacen más lento para presentarse ante la conciencia de forma conjunta. Mientras tanto, el subconsciente recibe retroalimentación de inmediato, generando emoción detrás del intelecto.
¿Cómo podemos usar una cámara para capturar lo que no es fotográfico por naturaleza, el diálogo complejo entre la percepción visual y la imaginación humana? Esa es la tarea aparentemente imposible de realizar que Andrés Wertheim se propuso llevar a cabo: ir más allá de las funciones literales de la descripción fotográfica.
Su técnica es bastante sencilla: exponer la película más de una vez mientras apunta la cámara a diferentes sujetos en el museo. Es sencilla en la forma en que una pintura es simplemente la aplicación de pigmento sobre una superficie. El arte no radica en el hecho mecánico de su producción, sino en la habilidad de su ejecución y en la infinita sutileza del resultado. Una imagen embruja a otra en un mismo fotograma. Las obras de arte y los visitantes del museo son arrastrados hacia una nueva dimensión creativa y así liberados de la limitación concreta de ser, para habitar un mundo que refleja la percepción misma. Un mundo que no solo requiere que veamos, sino que construyamos.
Las fotografías de Andrés Wertheim revelan que el museo es un lugar de apariciones inquietantes. Pero las pinturas están tan vivas hoy como cuando fueron creadas. Es nuestra mortalidad la que mide el tiempo, no la de ellas. No nos hechizan porque están muertas, sino porque perduran en el tiempo mientras que nosotros no lo hacemos. Somos el medio creativo a través del cual conversan en esta ágora de los últimos días. Pero, en la fugacidad de nuestra existencia, quizás seamos nosotros los verdaderos fantasmas en el museo.
* Born 1954 in United Kingdom, Dr. alasdair Foster is a writer and curator based in australia. he is an adjunct professor in rmIt University, melbourne and a member of the university’s Centre for art, society and transformation. Previously he was founding director of Fotofeis, the international biennial of photo-based art in scotland, managing editor of Photofile magazine and director of the Australian Centre for Photography.
Like the agora of ancient Greece, the art museum is a meeting place of strangers. It is also a site of wonder and enigma. For, as we cross the institutional threshold, we are transported through time and space. We witness what each painter saw… and yet we do more than this. We do not simply see through their eyes as we might look through a window, we share their perception of the world – we commune with the mind of the long-dead artist: intellectually, emotionally, creatively. We do not see the world as it was, but rather the world as perceived by an individual. There is an intimacy to the art of the past that borders on the uncanny.
We are not the only strangers to meet in the museum. The paintings that now call this place home have travelled from distant lands and long ago. They began life in the artist’s studio and spent their prime in a specific context: a royal palace or a merchant’s house, a church or temple. Now, in their eternally extended maturity, they find themselves transported, cohabiting with those of different eras and cultures, their only correlation that they are art and they are old. What conversations take place between these works of art as they while away their days in the twilight of this final resting place?
Outside the pages of fantastical fiction, those conversations do not take place in the open. Rather they are conducted in the minds of each visitor as they circulate from gallery to gallery; from era to era; from one individual artist’s perception to another… It is a conversation held in the backroom of consciousness. We believe we are seeing, learning, understanding. By way of introduction, the museum custodians have placed carefully worded visiting cards beside each work: “This is so-andso, we are sure you will find much of mutual interest, this is why…” But soon we drift between the paintings, as in a dream. For all but the most diligent of students, information quickly meanders into the byways of imagination.
This is not simply a poetic conceit, it is borne out by the science of visual perception. We do not see like a photograph, each element in our field of view accurately depicted to the mind in all its detail. In fact, our visual faculties are highly selective and not always totally candid. Only a small part of what we perceive visually is a direct result of what has just passed through the eye. It is the nature of evolution to be parsimonious. In order to ensure the most efficient and economical use of brainpower, what passes through the eye is sifted for salient content. Much of the mental image, as it is finally perceived, is based upon memory, expectation and logic rendered coherent through creative ideation.
Sight has developed so as to deliver the things that will keep us best informed about the world in our own interest: where is danger?, where is opportunity?, where is ambiguity that requires attention to be more fully understood? Separate parts of the brain analyse the various elements of vision –motion, form, space, texture, colour– to be blended together and fed into consciousness as an integrated perception. Those processes are performed at different speeds and, in a parking
“Art is long, life is short” Hippocrates
bay on the outskirts of consciousness, the early arrivals wait for the slower before presenting themselves to consciousness in a united front. Meanwhile, the subconscious receives feedback without delay, engendering emotion behind the back of intellect.
How can one use a camera to capture that which is not photographic in nature – the complex dialogue between visual perception and human imagination? It is that seemingly impossible task that Andrés Wertheim has sought to undertake. To move beyond the literal functions of photographic description.
His technique is simple enough – to expose the film more than once while pointing the camera at different subjects in the museum. It is simple in the way that painting is simply the application of pigment to a surface. The art lies not in the mechanical fact of its making, but in the skill of its execution and the infinite subtlety of the outcome. One image haunts another in a single frame. Artworks and museum visitors are drawn into a new creative dimension, releasing them from the constraint of concrete being to inhabit a world that mirrors perception itself. A world that requires not simply that we see, but that we construe.
Andrés Wertheim’s photographs reveal the museum as a place of haunting apparition. But the paintings are as alive today as when they were first created. It is our mortality that measures time, not theirs. They haunt us not because they are dead, but because they endure while we do not. We are the imaginative means by which they converse in this latter-day agora. But, in the fleetingness of our existence, it is perhaps we who are more truly ghosts in the museum.
Sydney, December 2017