¿Cuánta ilusión y cuánto horror se pueden mover detrás de una consigna?
La historia oficial dicta que el 4 de marzo de 1960, en el puerto de La Habana, dos explosiones sacudieron al vapor francés Le Coubre. El barco, cargado de armas y de municiones, estalló. Murieron más de cien hombres. Al día siguiente, en un acto de homenaje a las víctimas, Fidel Castro denunció que se trataba de un atentado y acusó a la CIA. En un momento de su alocución dijo: “Y no solo que sabremos resistir cualquier agresión, sino que sabremos vencer cualquier agresión, y que nuevamente no tendríamos otra disyuntiva que aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria: la de la libertad o la muerte. Solo que ahora libertad quiere decir algo más todavía: libertad quiere decir patria. Y la disyuntiva nuestra sería ¡Patria o Muerte!”. Este es supuestamente el origen del lema que terminó funcionando como una referencia fundamental dentro de América Latina.
¿Cuánta ceguera cabe en estas dos palabras?
Las fotografías de Santiago Escobar–Jaramillo buscan, precisamente, esa respuesta. Levantan las orillas de la retórica para colarse e indagar en el mundo de las sombras, en aquellas realidades que no logra arropar el discurso unificador. Construye historias diversas, hace posible imágenes que no tienen permiso, que no pueden aparecer dentro la consigna que pretende definir todos los sentidos de la existencia. Al repensar la Unión Soviética, Svetlana Aleksiévich dice: “todos contábamos con una sola memoria”. De eso se trata. El poder como única forma de organizar el tiempo y su relato, siempre alrededor de sentencias impacables, que no permiten otras miradas,
que no ofrecen escapatorias: o eres patria o eres muerte.
Y la patria solo se define en relación a la fidelidad con el poder. Cualquier adversario es despojado, de manera inmediata, de su identidad. Hugo Chávez, en 2012, llegó a decir “quien no es chavista no es venezolano”. De esta manera, la polarización lo reduce todo a la simple lealtad a los estereotipos. Expulsa el discernimiento de la vida pública y transforma la política en un relato sentimental, donde solo se puede ser héroe o traidor. “No amo a mi patria” –dice el poema Alta Traición del mexicano José Emilio Pacheco-. “Su fulgor abstracto/ es inasible”. Y luego contrapone el vacío pomposo de esta palabra con su sentido más carnal y variable: alguna montaña, tres o cuatros ríos, cierta gente.
El otro elemento cohesionador de esta consigna tiene que ver con la larga tradición militarista del continente. Quien exige a la masa decidir siempre es un general, un comandante, un líder uniformado. Y esto nos devuelve a la vieja creencia de que la historia la hacen los hombre a caballo, no los civiles. “Patria o muerte” no es una consigna de ciudadanos. No es una propuesta que tenga que ver con el diálogo o con la negociación. Todo lo contrario. Es un grito de guerra. Más cercano a las balas que a la política.
Dos palabras: la existencia acorralada por una disyuntiva. La vida sin otras posibilidades que atacar o defender a un gobierno. Santiago Escobar–Jaramillo propone ahora otra mirada: dos palabras y distintas imágenes, capaces de sabotear todos los himnos, capaces de ayudarnos a leer la realidad de otra manera. Poca patria y mucha muerte.
DOS PALABRAS Alberto Barrera Tyszka