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GANVIÉ La Venecia de África
“Si fotografías a un humano, de manera que no se le represente de forma noble, no hay motivo para hacer la fotografía. Esa es mi forma de ver las cosas” SEBASTIÃO SALGADO
San Petersburgo, Nantes, Ámsterdam, Bangkok o la Ampuriabrava. Todas han sido en algún momento comparadas con Venecia. África también tiene la suya en Benín y se llama Ganvié. Ganvié es un poblado formado por unos 40 mil habitantes, asentado sobre palafitos en el lago Nokoué, cerca de la ciudad costera de Cotonou. Declarada por la Unesco en 1996 como Patrimonio Cultural de la Humanidad, Ganvié esconde en su singular arquitectura una historia de lucha y superación. Con una ciudad levantada a inicios del siglo XVIII, su historia está marcada por conflictos étnicos. Y es que, aprovechando para sacar partido económico de una triste época del África negra, la tribu de los llamados Fon comerciaba con esclavos con el patrocinio de los portugueses en esta zona. Para entonces, muchos benineses huían de las persecuciones de esclavos hacia el lago Nokoué en la costa. Así, entre medio de los pantanos, estos pobladores encontraron un lugar seguro para sobrevivir. Con el tiempo fueron desarrollando diferentes estrategias para adaptarse a los caprichos del agua, entrando en comunión con ella y sus condicionantes. Admiro la capacidad del ser humano de sobreponerse a los infortunios de la vida. Y Ganvié me ha dejado por momentos perplejo. He intentado documentar en este ensayo la vida de este pueblo que transcurre entre ‘calles’ que son canales y con gentes que no se mueven en coche sino en piragua. Los palafitos de Ganvié hunden sus pilotes en aguas de poca calidad, aunque de abundante pesca. Es el lugar elegido por los Toffinu, antiguos habitantes lacustres. Ahí supieron esconderse de sus perseguidores en tiempos de la esclavitud. En la lengua de los Fon, Ganvié significa ‘refugio’. Esta es la historia de un pueblo que supo refugiarse en los pantanos, desarrollando un singular modo de vida, ahí donde sus esclavistas no podían llegar.
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Existen diversas historias acerca del origen de Ganvié. Mi guia local, Euloge, cuenta una leyenda al respecto. Me dice que hace mucho tiempo hubo un rey que se transformó en cocodrilo, y -sin quererlo- trasladó sobre sus espaldas a todo un pueblo hasta la laguna. Es desde entonces que este animal es sagrado para sus habitantes. Más allá de la leyenda, datos oficiales refieren al año 1717 como fecha de fundación de esta ciudad. En una crónica del viajero de Michelin leí que es a comienzos del siglo XVIII cuando las tribus Fon del reino de Abomey, situado en las costas africanas del Golfo de Guinea, habrían comenzado a perseguir a otros pueblos por culpa del hambre. Este hostigamiento, auténtica razia esclavista,
convirtió a los Tofuni, una etnia poco belicosa, en una tribu errante en busca de la paz. Es tras numerosos avatares que los Tofuni, guiados por el jefe Agbogboe, encontraron la seguridad en las aguas del lago Nokué gracias a las creencias religiosas de sus perseguidores, que les prohibían entrar en el agua. Así surgieron, según esta crónica, los poblados lacustres y otras de las leyendas de esta tribu que aprendió a vivir sobre las aguas. Han pasado más de doscientos años desde aquel entonces y este pueblo sigue teniendo su hogar en el lago. Ya no existen grupos guerreros y belicosos de los cuales huir, y la gran laguna ya no riega un reino con reminiscencias históricas llamado Abomey, sino la República de Benín.
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Ganvié tiene otros nombres que surgen de las aguas. So-Tchanhoué, So-Zouko y So-Ava son las denominaciones de los poblados más importantes que sirven de cobijo a unas cuarenta mil personas. Hombres, mujeres y niños habitan con total naturalidad estas casas de bambú con altos pilotes de madera clavadas en el fango del lago. Para ellos, no existe otra forma de vida que no sea a bordo de sus piraguas y con el agua como eterno compañero.
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En mi viaje a Benín, Ganvié no estaba entre las prioridades. Por suerte, una postergación de vuelos me dio la chance de unos días más y ahí sí pude visitar este pueblo donde la gente vive por y para el agua. Al lugar sólo se puede acceder en algún tipo de embarcación. Para llegar es necesario recorrer un trayecto de una hora, en el cual un desfile multicolor de barcas, catamaranes y piraguas abren el telón a un escenario único. Antes de llegar ya se divisan en el horizonte los primeros palafitos. Paredes de bambú, techos de
paja y ventanas sin cristales por las que asoman sus caras de curiosidad los más pequeños del poblado. Basta asomarse a Ganvié para advertir cómo esta cultura singular desafía a golpe de ingenio el vivir en el agua. El quehacer cotidiano se desarrolla desde y sobre la superficie del lago, siendo las canoas el medio de transporte, y la pesca una de las principales estrategias de sobrevivencia. Junto a las chozas que se sustentan milagrosamente sobre estrechos maderos, un cartel en francés da la bienvenida a Ganvié.
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En Ganvié todo el mundo es un pescador en potencia. La pesca se ha desarrollado de una manera muy curiosa. Ellos colocan ramas de árboles y palmeras formando estructuras que pronto quedan recubiertas de algas. De esta forma, según me cuentan, crean una suerte de túnel de cañas y mallas donde los peces nidifican, engordan a base de algas y esperan que un día los ‘cosechen’. Esta suerte de corrales para los peces se denomina acadja o akodia, y es la base de su estrategia pesquera. La pesca se realiza mayormente con redes. Desde los niños más pequeños
hasta los adultos y ancianos, todos lanzan las redes con esperanza y destreza. Además, usan trampas de cañas, cañas de pescar y arpones. Pero también crían otros animales y cultivan verduras. Para completar la dieta, aprovechan pequeños islotes cerca de la ribera del lago. Es común observar pequeños gallineros y algunas huertas en cada pedazo de tierra. Me cuentan que estos minúsculos montículos de tierra fueron formados artificialmente por los Tofuni para que los niños aprendan a caminar.
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Intentando una armonía con los caprichos del agua, en Ganvié se abre un mercado flotante cada día, el Grand Marché. De barca a barca se venden y compran verduras, frutas y huevos, también elementos de higiene personal y hasta electrodomésticos. Las mujeres visten coloridos boubus haciendo juego con los pañuelos que cubren sus cabezas a modo de turbantes. Se reúnen
religiosamente en uno de los grandes canales y serpentean de un lado al otro ofreciendo sus productos. Algunas ofrecen pescado frito y pastelitos de mandioca, otras sus fruta fresca y hortalizas. También se venden telas multicolores, vestimenta y calzado. Todo se maneja sobre las inestables canoas como si se movieran sobre un extenso prado.
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Julieta Vocun tiene casi cincuenta años, cuatro hijos y una docena de nietos. Trabaja en el mercado flotante de Ganvié. Dependiendo la estación del año, ella vende verduras, jabón, plantas medicinales, telas, y otros productos que compra en tierra firme. Sus hijos son pescadores y su esposo Benogua Vocum es uno de los hombres principales del consejo de ancianos de los Tofiné, etnia a la que pertenecen.
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En Benín conviven diferentes religiones y creencias. Más de un treinta por ciento son cristianos (católicos, metodistas o celestiales), seguidos por casi un veinte por ciento de musulmanes. El Vudú o Vodum, que es reconocido como religión, representa oficialmente el diecinueve por ciento, aunque -en tanto práctica animistasigue siendo la creencia que más adeptos tiene. Todo encaja en este rompecabezas
de hechiceros, sacrificios de animales y oraciones cristianas. La laguna tiene también su propio dios, Tohossou, y los gri-gris o amuletos los llevan hasta los más fervientes católicos. El domingo es tiempo de religión en Ganvié. Un rumor de cánticos y bailes se adueña de la laguna. Es habitual encontrar una sombra azulada y frenética que surca el agua al compás de un himno en dirección a cualquier iglesia.
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Como si fuese una contradicción en sí misma, vivir en el agua no es garantía de que puedas beberla. Ellos enfrentan dos graves problemas de supervivencia. Para proteger a Cotonou de las inundaciones, el gobierno francés durante la colonia hizo perforar la lengua de mar que separe el lago de la tierra firme. Desde entonces la marea provoca la entrada de agua salada en la laguna, lo que ha provocado la desaparición de muchas especias fundamentales para la supervivencia de los habitantes del lago. Además, por tratase de aguas salinas, los residentes no pueden beberla. Se han perforado pozos alrededor del lago, pero estos no son suficientes. Entonces, sus pobladores, deben realizar largos viajes en barco para conseguir agua dulce.
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Por otro lado, las subidas y bajadas constantes de las aguas provocan daños en las construcciones de madera y palma. La población crece y -como viven hacinados en palafitos y con todos los desagües hacia la laguna- surgen a menudo enfermedades que en tierra firme no existen, como la difteria, el tifus y el cólera. Todo ello está degradando de forma dramática los modos de vida de ésta, la mayor ciudad africana construida sobre palafitos.
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He pasado dos días y dos noches en este pueblo flotante, tiempo suficiente para maravillarme de este ‘nuevo’ mundo que acabo de conocer. Mientras espero la barcaza que me llevará a tierra firme, encuentro un trozo de papel de lo que parece haber sido una guía del turista. Apenas dos párrafos se dejan leer, los que bien sintetizan mi sentir al despedirme de Ganvié. El agua, el agua. Siempre el agua. Nunca el líquido elemento influyó tanto en la transformación de un pueblo, que ahora se muestra siempre hospitalario
y orgulloso de sus chozas. La noche cae sobre Ganvié. Las luces de petróleo se encienden para iluminar el interior de las chozas de bambú. Poco a poco se deja de oír el rítmico y persistente ruido que hacen los remos de las canoas al romper la superficie del agua. Termina el día, uno más en esa historia que comenzó allá por el siglo XVIII, cuando los Tofuni, el pueblo que encontró la paz en el agua, se instaló en el lago Nokué y creó esta bella y colorista Venecia africana que es Ganvié.
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Esteban Tapella estudió ciencias sociales y ecología humana. Es profesor en la Universidad Nacional de San Juan, Argentina. Su trabajo fotográfico está motivado por la curiosidad acerca del mundo y su gente, procurando un abordaje capaz de mostrar con la fuerza de la imagen los lugares y aspectos de la realidad muchas veces ‘invisibles’ o no valorados en su real dimensión. Durante los últimos años ha realizado ensayos fotográficos sobre temas como estrategias de vida campesinas, tenencia de la tierra, saber popular e identidad, comunidades y conflictos ambientales. Actualmente desarrolla un proyecto destinado a documentar diferentes etnias de América Latina, Asia y África, procurando un ensayo que aborde la identidad como mecanismo de preservación de los pueblos y su cultura. www.estebantapella.com
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Dirección, maquetado y edición de contenidos Jorge Piccini / www.jorgepiccini.com / www.bexfotografia.com
Consulta y envíos de trabajos: bexbariloche@gmail.com BARILOCHE / PATAGONIA / ARGENTINA Abriendo espacios a la fotografía latinoamericana