\\VIDA
27.09.2013 // 10 AM
\\VIDA de Juan Gabriel Villar Texto y fotografías
15.06.2000
En ese momento de la vida Momento de respirar azul, pensar en rojo y volar por puntos cardinales hasta donde los jóvenes ideales que emanan de la pubertad te lleven,… pero resulta que no para todos es igual. Muy joven y siempre sin dejar de sonreir tienes que empezar a confiar en un amigo nuevo. En realidad no es uno sólo, sino unos cuantos, pero todos tienen algo en común: una bata blanca. Constantes idas y venidas a grandes hospitales con un fuerte olor a desinfección y lejía empiezan a marcar la juventud de un chico con ambición a la par que aspiración. Tubos, papillas coloradas, agujas, goteros, termómetros, un sinfín de medicación e incluso bisturí serán de ese día en adelante los objetos con los que más familiarizado voy a estar. Desde muy joven he sido una persona muy extrovertida, me ha gustado la calle, la gente, y descubrir el lado más humano de las personas. A medida que fui creciendo me propuse experimentar y disfrutar cualquier fase de mi vida sin negarme nunca a aceptarlas, sino al contrario, trataría de enriquecerme de cada una de ellas. Al cumplir los dieciséis años, en plena recta de la etapa de la pubertad, y sin avisar, mi vida empezó a cambiar. Al principio no le di mayor importancia:… “ya pasará, no es nada,… pero si me duele sólo de vez en cuando, no tiene que ser nada grave”. Después llega la preocupación, ya que en el fondo sabía que algo había que no funcionaba bien: las idas y venidas constantes al cuarto de baño, la generalizada pérdida de peso,… pero sobre todo la cara del médico de cabecera que denotaba que ni siquiera él sabía lo que me pasaba. En un principio fue la gastroenteritis mal curada, luego nervios, ansiedad, depresión, cólico, e incluso mi carácter perfeccionista, preocupado, o aún peor: “ésto es porque tu mamaíta no te hace la comida”. Mil y un diagnóstico, mil y una palabras, mil y una frases para seguir igual, sin saber qué me pasa.
Mi persona iba cambiando, mi psique se iba minando Las idas a urgencia se van sucediendo, fiebre, escalofríos, diarrea, delgadez extrema, pero sobre todo la cara de la gente que te quiere, ésto es lo que más duele. Por aquel entonces la incertidumbre ya ha hecho mella en la familia y en mi propia persona. La vida de los demás sigue pasando, ves como la van aprovechando, pero yo sigo estancado en la incertidumbre de un cuarto de baño. Los niveles de anemia son grandes, la sensación de agotamiento no te deja hace nada un poco fuera de lo común. Pero yo con una sonrisa sigo aguantando. No sé si era la ignorancia, la desinformación o simplemente las ganas de ser joven lo que me hacía ponerme una mochila de muchos kilos en la espalda y subir las montañas que me hicieran falta. Los grandes tubos introducidos por arriba, por abajo, las sedaciones, radiografías, tacs, largos tiempo mirando el reloj en una sala de espera y muchos días con sus horas minutos y segundos, dan por fin un diagnóstico acertado. Tras casi tres años esperando, me lo bautizan.
De la pesadilla a la victoria solo hay un paso. Pues sí, era un caluroso día de verano, en un antiguo hospital y dentro de una consulta de ambiente triste... la recuerdo como si fuera ayer. El ambiente tenía color marrón claro, con mi madre a mi izquierda y la que fue mi doctora durante diez años enfrente de mi; detrás, una persona a la que no puedo verle la cara dentro de mi recuerdo. Sólo sé que sostenía algo en las manos y al fondo había una ventana con una persiana de rejillas entre abiertas. Al darme el nombre de mi nuevo amigo mi cara no se inmutó, lo asumí desde la ignorancia y la fuerza. En ese mismo momento me eché a la espalda una gran mochila. Puede que las intenciones de mi mochila fueran otras, pero lo que yo sólo sabía en esa consulta de color marrón y con personas a mi alrededor, es que esa mochila que me acaba de cargar no iba a hacer que me detuviera en mi camino.
27.09.2013 // 11 AM
27.09.2013 // 12 AM
4.1.2009 Vuelta a la carrera Desde el día en el cual bautizaron a mi compañero hasta este día en concreto mi vida fue una prueba tras otra que lograba superar, por una parte gracias a mi actitud, por otra gracias a las nuevas medicinas. Mi relación con mis amigos los de las batas blancas no empezó muy bien. Todo se debe a que la bata que me controlaba me recibía con caras muy tristes siempre, por lo que su negatividad me hizo estar mucho tiempo sin ir visitarla a sabiendas que no era la solución correcta. Mis estudios se iban sucediendo, al igual que mi gente. No todo mi alrededor sabía lo que padecía. ¿Por qué deberían de saberlo si podía ocultarlo? Sólo se lo contaba a la gente más próxima y aun así tampoco entendía qué me pasaba. Cuando salía de noche era “el del zumo”. De día la pregunta de “¿otra vez al baño?” era un constate flujo de la boca de las personas que me conocían pero que ni entendían qué me pasaba, ni yo me preocupaba en explicarlo. Quizás no me lo explicaba ni yo mismo. Éste compañero dentro de mi mochila estaba muy bien, sólo que esa mochila pesaba, y pesaba mucho porque yo estaba en los huesos de arrastrarla. Una mañana cualquiera al despertarme algo no respondía en mí. Mi pierna izquierda no funcionaba, a la par tampoco la sentía. Quise gritar pero aguanté con tesón, revisé mi mochila y esa mañana pesaba más que nunca, y aún aumentaría más su peso. De vuelta a la carrera, la parálisis iba creciendo: dedos, pie, manos, los sentidos y sensaciones de dolor, las cosquillas, el frío, el calor, iban dejando paso a una especie de hormigueo constante. De nuevo aparecieron esas caras de incertidumbre, el peor enemigo de cualquier persona. La preocupación se adueñaba de la gente de mi alrededor, pero también de mí. Me caía, dejé de conducir, no podía escribir y las batas blancas a las que de nuevo tuve que volver a recurrir, incluso a la bata que intenté no volver a ver, no sabían que ocurría. De nuevo en lista de espera para pruebas, y mientras tanto intentaba olvidar todo lo que me estaba dejando por hacer para no agobiarme. Aquí, allá, de nuevo tacs, resonancias, artilugios que al principio se escapaban a mi razón, pero que la costumbre hizo que al final tuvieran un hueco en mi entendimiento, incluso más de lo que yo jamás pensé.
Después de perder ahorros en médicos y tiempo en estudio, después de pasar pruebas en las que las agujas pinchadas en el músculo y retorcidas por el movimiento hacían de transmisoras de la intensidad de la electricidad que corría por todos los nervios de mi cuerpo. De nuevo de todo esto, …otro nombre, largo e intenso, …pero con fecha de caducidad. Ese segundo calvario se debía a esos nuevos medicamentos que mantenían mi primer calvario dentro de su mochila. O eso me dijeron, aunque yo creo que ni los propios batas blancas supieron nunca la razón, si fue culpa de la medicina o si fue culpa de lo que llevaba en esa mochila, que por cierto nunca me hizo sudar más de la cuenta. Ese nuevo compañero se marcharía, tardaría, pero se marcharía y así se fueron sucediendo los meses durante justo un año hasta que pude volver a ser lo que era un año antes…, valga la redundancia.
27.09.2013 // 01 PM
Y llego la Fiebre Y salir de una y entrar en otra, …y así fue cuando la fiebre y el dolor se adueñaron de nuevo de mi vida, justo cuando acaba de vaciarle un poco de peso a esa carga que nunca pudo conmigo, justo cuando volvía a ser yo mismo, así llego el 2010. ¿Alguna vez has recordado dolor? ¿sólo dolor? Yo sólo recuerdo eso de esa época. Esa nueva y recuperada sonrisa se volvió a desvanecer. Los grados de fiebre eran mi pan de cada día, o mejor de cada noche, que era cuando más la sentía. La noche para mí era un charco de sudor envuelto en grados de fiebre, 39‐º-40º constantemente. Necesitaba hasta 5 camisetas para cambiarme en una noche al sudar. Bultos extraños me salieron en las piernas. Una de las batas blancas me hizo llamar para verlos, ya que sólo los conocía en libros y era la primera vez que los veía en realidad. El peso iba aumentando y el dolor me iba destrozando y a la vez dejándome más débil, por mucho que yo quisiera hacer como si no pasara nada. Un ingreso cargado de pruebas y antibióticos no dieron evidencia de lo responsable de todo aquello. Vuelta a casa, pasaban los días e incluso los meses y todo seguía igual. Fiebre, sudor, dolor, más y más antibióticos combinado con el tratamiento habitual, pero todo seguía igual. Llegó Mayo y la situación no mejoraba, a todo ésto se le sumo un dolor en el costado que no me dejaba casi ni respirar, demasiado intenso para soportarlo. Vuelta a urgencias…, tac, radiografías, cultivos, análisis, …incertidumbre, ingreso. 17 días ingresado porque vieron abscesos en el bazo y lo relacionaron con el tratamiento inmunosupresor. La cantidad de antibióticos que tomaba hicieron que los hongos afloraran por todo mi cuerpo, luengo, testículos, garganta, piel,… me conceden un ingreso domiciliario, los días en el hospital era muy largos. Mi casa se había convertido en mi hospital, venían los batas blancas y me medicaban en mi sofá mientras yo intentaba entretenerme como fuera. Durante este periodo la fiebre había cesado, creo que gracias a los antibióticos. Llegó agosto con esta situación y de repente… ¡FIEBRE! Se pensaban que estaba obsesionado, pero yo lo sabía cierto, había vuelto. Otro ingreso se unía a mi colección, al igual que otra cantidad de pruebas. Decidieron hacerme el último tac, no podían hacerme más, me estaba irradiando demasiado. Ese día me introdujeron contraste por todos los sitios de mi cuerpo donde se podía introducir. A la mañana siguiente la colonoscopia fue mi desayuno.
Yo ya no recordaba la mochila, sólo sabía que tenía que seguir luchando. En este punto llevaba casi diez días sin comer comida física, todo era a través de una vía desde el brazo hasta el corazón por donde me introducían la alimentación y la medicación. Llego el día de los resultados los cuales escuché entre lágrimas: “Tenemos que quitar el intestino grueso y el bazo, tienes una perforación de colon a bazo que está haciendo que crezca el bazo a causa de la infección, tu vida peligra. Llevarás una ileostomía durante un tiempo y luego reconstruiremos el tránsito. Debemos vigilar que la infección no pase al corazón ya que el bazo esta muy cerca del mismo. Por suerte conservarás el recto que hará que podamos reconstruirte en un futuro. A partir de hoy tampoco puedes beber, sólo mojarte los labios, la hidratación también ira en vena” Arranqué a llorar. Una de todas esas batas blancas que vinieron a decirme todo aquello se sentó a mi lado y me calmo. Le expuse todas las dudas y mientras mis lágrimas caían con desesperación ella me calmaba con sus palabras. “Ésto que vamos a hacer es necesario para salvarte la vida” Por suerte el corazón estaba bien, pero durante la espera de la operación tuve varios microinfartos debido a que el bazo estaba tan infectado que ocupaba el hueco del corazón y éste no podía latir bien. Durante la espera al día de la operación el bazo empezó a sangrar una noche y me provocó una sepsis. La tensión me bajaba y me bajaba. Corriendo me llevaron a la uci y me monitorizaron. Esa noche, cerca de las dos de la mañana y sin poder pegar ojo, esa noche me sentí apoyado. Pudieron visitarme a las 2 de la mañana en la UCI. Me comunicaron que todo el mundo estaba abajo ya que no les dejaban verme. Me sentí apoyado, estaban allí por mi, y yo debía de continuar. Me miraba la tensión en un monitor más grande que la televisión que me habían puesto: 4‐5 era lo más alta que la llegaba a tener. Me dieron pastillas para dormir y a la mañana siguiente me despertaron y me comunicaron que el equipo de cirujanos me iba a operar de urgencia. Llevaban preparando la operación desde las seis de la mañana, y no tenían tiempo de respuesta o me podía marchar debido a la sepsis. Entró mi madre entre lágrimas, le dije que todo iba a salir bien. La mascarilla y la bata verde que le hacían ponerse no le favorecían a la cara. Vinieron a por mí los enfermeros y le dejaron que me acompañara hasta la puerta del quirófano. Me dijo que me vería a la salida. Dentro, y después de clavarme las agujas de rigor, alguien que todavía recuerdo, igual que recuerdo a todas las personas que estuvieron dentro de ese proceso, me preguntó: ‐¿Con que quieres soñar, con coches o con chicas?‐ Yo le respondí:‐ con chicas‐. A partir de ahí no recuerdo nada.
27.09.2013 // 02 PM
El despertar Nací un 27 de Septiembre de 1982, volví a nacer un 2 de Septiembre de 2010. “Juan Gabriel, Juan Gabriel”… escuchaba entre penumbras. Desperté a la voz de la enfermera nuevamente en la UCI. Al parecer todo había salido bien. Lo primero que pregunté fue cuánto duró la operación…. “Casi 8 horas”, me respondió. Estaba muy aturdido, mareado, casi no podía abrir los ojos. La cantidad de anestesia a la que fui sometido me dejó destrozado. A mi alrededor goteros y más goteros, calmantes para el dolor, hidratación, medicación, vías hasta en la cabeza, y debajo de las sábanas…... debajo de las sábanas más de 60 grapas, dos sondas y una ileostomía. No fue una gran sorpresa, no me lo tome a mal…. Ahí estaba, seguía vivo. La primera fue de nuevo mi madre, seguida de mi padre, mi hermana entre lágrimas, tíos y amigos. Todos en la UCI, todos conmigo. Ahora lo cuento y se me saltan las lágrimas. Qué momentos aquellos, y cuanta gente a mi alrededor. Todos se merecían mi lucha, todos y cada uno de ellos. Lo primero que le dije a mi madre fue: ‐”mamá, ya está ya ha pasado todo, me voy a poner bien”. Sólo recuerdo sonrisas y lágrimas de alegría dentro de mi aturdimiento, no podía casi ni pensar debido a la anestesia y los calmantes. Pase varios días en la UCI. El aburrimiento era infinito. Me encantaba el momento en l que venían a lavarme por que hablaba con personas. Me trataron bien, muy muy bien. Esa gente tiene mérito para dar y vender. Venía el cirujano a verme y me decía que había vuelto a nacer, me decía que era fuerte y valiente, que no se podía imaginar cómo había aguantado con lo que vio al abrirme. Pasaron los días, y decidieron llevarme a planta. Me dijeron que pasaría casi una semana más sin poder levantarme. La misma tarde de llegar a la habitación de planta me levanté. Me cansé de estar tumbado. Le pedí ayuda a un familiar, me agarré la cicatriz por todos los sitios que pude, cogí todos los goteros y me apoye en este familiar. Primero me senté, luego me puse de pie. Era momento de luchar, ya estaba bien, quería seguir adelante, el hospital no podía mantenerme más tiempo retenido y para eso debía de esforzarme cual chiquillo para aprender a escribir o mejor dicho aprender a correr. Las enfermeras al verme se alegraron y mi madre al verme al fondo del pasillo puso el grito en el cielo: ‐¡QUÉ HACES! Así que di pocos pasos, pero los di por que
quise hacerlo. Empezaron a darme agua y algo de infusiones, después de más de 17 días sin beber, y perdí la cuenta del comer. Probé la gloria. Al principio vomitaba y agarraba la herida quirúrgica para poder vomitar. Luego empezaron a enseñarme a cambiarme la ileostomía. Empecé a aprender a cuidarme de nuevo, a asimilar mi situación. Yo mientras tanto ya quería volar de nuevo. Bajaba a la puerta del hospital a que sólo me diera un poco el aire en la cara. Era lo único que me dejaban disfrutar. Tenía dudas, tenía preguntas… que nadie sabía resolverme. ¿Cómo sería mi vida ahora? Me hundía en la cama del hospital y me perdía en la música que salía de mis cascos. Así hasta el día del alta. El llegar a mi casa fue extraño. Tanto tiempo en el hospital… me había hecho olvidar rincones de mi propia casa. Algo duro estaba por venir todavía. Al llegar a mi casa empecé a ser consciente de todo lo ocurrido, de todo lo pasado, y el cansancio me pasó factura. Volví a llorar, no entendía qué había pasado, o mejor dicho por qué había pasado. ¿me lo merecía? Venían a verme a mi casa, y me daba rabia el no poder salir todavía y escuchar a mi gente lo bien que lo había pasado la noche anterior. A mi aun me quedaba postoperatorio que pasar. Volví a tener desesperación y las lágrimas se hicieron insoportables.
27.09.2013 // 03 PM
Un buen amigo que no usaba bata Me llevaron a un psiquiatra, pero resultó ser una de las mejores personas que yo he podido conocer. Me dijo que lo que me ocurría era que simplemente estaba un poco perdido, y él no podía entender que después de llevar tal enfermedad como la había llevado y de luchar tanto, ahora pudiese verme en esa situación. Este hombre se había recorrido el mundo, había tratado a pacientes que eran muy famosos, había estudiado la mente al dedillo. Me contaba historias, sin ponerles nombre, de pacientes famosos. Dialogábamos en cada consulta, me daba fuerzas, y me hacía recapacitar. Un día en mi casa, unas semanas después de la operación y mientras visitaba asíduamente al psiquiatra, entre dos pequeñas lágrimas, decidí que no volvería a llorar. Me levanté del sofá, me senté delante del ordenador y me dije que era hora de luchar, no sólo por mí, si no por todas las personas que padecen igual que yo. Me puse a escribir y redacte esta carta:
Juan Gabriel Villar
En Denia a 7 de 0ct. de 2010
Yo, Juan Gabriel villar González con DNI número 53215874 s, manifiesto mi consentimiento para prestarme al estudio de nuevos tratamientos terapéuticos para la enfermedad crónica de Crohn, enfermedad inflamatoria intestinal, la cual sufro hace más de 10 años, y de la que recientemente me han intervenido con colectomía total y anastomosis ileorrectal e ileostomía de protección, tanto dentro como fuera de mi país si fuera necesario. Este consentimiento no es ninguna broma y reitero mis ganas de prestarme a nuevos estudios médicos para combatir esta terrible enfermedad que en las últimas décadas está en auge en gente joven, y la cual deteriora nuestra calidad de vida de una forma atroz siendo esto algo tremendo para una única juventud que gozamos en nuestras vidas. De este modo me presto a formar parte de la gente con la que se estudian nuevos medicamentos, avances con células madre, e incluso estudios de biomedicina y órganos artificiales con información previa del estudio. Así pongo mi granito de arena para combatir esta terrible enfermedad en la que los enfermos llevan una calidad de vida deficiente. Del mismo modo agradecería que esta carta no se viera estancada en ningún centro de avances u hospital, rogando al personal que la reciba que reenvié la misma a centros donde mi manifiesto pueda ser escuchado. Pd: reitero que esto no es ninguna broma. Reciban un cordial saludo de mi parte.
27.09.2013 // 04 PM
Un buen amigo que no usaba bata Me llevaron a un psiquiatra, pero resulto ser una de las mejores personas que yo he podido conocer, me dijo que lo que me ocurría era que simplemente estaba un poco perdido y el no pida entender que después de llevar tal enfermedad como la he llevado y de luchar tanto ahora podía verme en esa situación. Este hombre se había recorrido el mundo, había tratado a pacientes que eran muy famosos, había estudiado la mente al dedillo, me contaba historias sin ponerles nombre de pacientes famosos, dialogábamos en cada consulta me daba fuerzas, y me hacía recapacitar. Un día en mi casa, unas semanas después de la operación y mientras visitaba asiduamente al psiquiatra entre dos pequeñas lágrimas, decidí que no volvería a llorar. Me levante del solfa, me senté delante del ordenador y me dije que era hora de luchar, no solo por mí, si no por todas las personas que padecen igual que yo. Me puse a escribir y redacte esta carta:
27.09.2013 // 04 PM
A partir de ese día dejé de llorar, asumí mi ileostomía como si parte de mi ser se tratara, empecé a ir a la playa con ella, volví a hacer deporte,...en definitiva y gracias a mi ileostomía, volví a vivir. Además ya no me hizo más falta el psiquiatra, que en realidad era mi colega como el me denominaba. Aún recuerdo la primera vez que salía tomar una copa con mis amigos. La música me ponía el bello de punta y las sensaciones me producían escalofríos. Tenía ganas de bailar, de reír, una consecución de sensaciones casi olvidabas volvían a renacer en mis entrañas. Maravilloso.
27.09.2013 // 05 PM
El final Pasaron un par de años, las primeras pruebas después de la operación daban como resultado de nuevo aparición de la enfermedad. A mí no me importaba, yo me encontraba bien. A finales del año pasado las pruebas salieron bien y decidieron operarme para cerrarme la ileostomía, esa ileostomía que había aprendido a llevar de una manera maravillosa, a la que tanta gente había apoyado poniéndola de ejemplo, con la que me había acostumbrado a vivir. Al principio me alegré y me dijeron que me operarían el 4 de enero de 2013. Hace nada, a medida que se iba a cercando el día, empecé a decidir el no operarme. No quería volver a pasar por el quirófano, me daba igual la ileostomía o la bolsa como algunos la llaman. Ese día llegué al hospital y lo primero que dije fue que no me operaba. Mi madre empezó a recordar y lloró.… Menudo espectáculo…. La cirujana que me envió a la UCI años atrás me vio y no daba crédito a mi recuperación. Ella misma me dijo que era joven, que me operara. Les dije que me lo pensaría durante la noche. Al final lo hice, me operé. Fueron unos cuantos días mas sin beber ni comer, pero la costumbre no me hizo pasarlo mal.
27.09.2013 // 06 PM
Y para terminar “La fuerza” ¿Sabes una cosa? A las personas siempre se nos ha educado con el factor límite, incluso he llegado a escuchar que a veces es conveniente rendirse y dejarse llevar. Yo lo que más he aprendido a lo largo de casi 15 años de mochila, de lucha y esfuerzo, es que las personas somos más fuertes de lo que nos pensamos, sobre todo cuando se fuerte es la única opción que te queda. He adquirido valores y principios a la par que ideales que de otra forma nunca hubiera conocido ni quizás vivido, si es que todo eso se puede vivir. He vivido momentos que jamás se los deseo a nadie, pero que a la vez me han hecho sentir, sentir y aprender lo que de verdad es el mundo, de qué se compone pero sobre todo de quién lo compone…, y de cómo esos quiénes se merecen tu lucha...mi lucha... Sólo por tenerlos a tu lado, solo por tenerlos a mi lado. De cómo me he hecho a mí mismo y no he tenido tiempo de recibir influencias que me condicionaran, ya que estaba preocupado en llevar mi lucha adelante, de darle el verdadero valor a lo que verdaderamente tiene valor: una canción, un paseo, o una brisa fría con olor a húmedad en mis mejillas; de cómo una mirada puede decir tantas cosas y de cómo una lagrima no siempre es de tristeza. He conocido a muchísimas personas y nunca he dejado de aprender de ellas. Unas han seguido su viaje, otras se han quedado a mi lado, pero de todas he aprendido algo bueno, porque todas y cada una de las personas de este mundo nos pueden enseñar algo. Sólo hace falta saber buscarlo. ¿Sabes otra cosa? No me rendiré jamás, lucharé y disfrutaré para que el día que de verdad me tenga que marchar, en el lecho de muerte no me pueda arrepentir de nada de lo que hice y me pueda marchar con una sonrisa y sin miedo. No me hace falta tener más de lo que necesito, por que perdería tiempo en poder mantenerlo. Aprovecha el tiempo, no dejes pasar un momento porque no se repetirá jamás. Créete la persona más importante del mundo, porque que nadie debe dictar lo que tú quieras creer o lo que puedas o no hacer. No vale la pena mirar atrás…, nunca, pero tampoco vale la pena mirar adelante porque no tenemos la capacidad de conocer que ocurrirá. Lo que si tenemos es la capacidad de mirar el presente, de ver más allá de nuestras narices y de ser lo que realmente queramos ser. Recuerda una cosa, se humano y humilde.
Nunca dejes que un obstáculo o un miedo puedan detener tus ilusiones, enfréntate a ellos. Seguro que de un modo u otro puedes vencerlos, pero con una condición: se constante, hay que vencerlos sí o sí. Ilusiónate al igual que lo hago yo, juega, canta, baila, ríe, besa, abraza, al igual que también hago yo. Porque ¿sabes qué? Por mucho que pueda tener, por mucho que me toque luchar, por muchos obstáculos que tenga que superar, por todos los muchos que te pueda decir, sólo hay una cosa que sé con toda seguridad y me que hace llevar adelante todos esos muchos, y es que no me pienso perder la vida.
…Soy las ganas de vivir…
Claudia Riera Arquitecta
DĂa 1, 6:00: Empieza el experimento. Emocionada y curiosa por ver como va a evolucionar. Primer reto: Ponerse el pijama sin soltar la bolsa. Reto logrado.
Día 2: Segundo reto: Tener que dormir con la carga. Ha sido menos incomodo de lo que me esperaba, aunque a veces la carga actuaba de “ancla” tirando de mi cada vez que me quería dar la vuelta. Muchas veces yo me salía con la mía pese al consiguiente enredo con las asas de la bolsa. Agradezco que la carga no tenga esquinas y que sea más o menos moldeable, sino creo que no hubiera dormido mucho, pues soy una persona inquieta en el sueño, siempre moviéndome de lado a lado. De momento los granos de arroz están todos intactos…. Ya veremos si al final del experimento pasan de ser un kilo de granos de arroz a un kilo de harina de arroz. Tercer reto: La ducha. Bueno, éste sí que me daba más miedo. El verdadero reto consistía en mantener la carga seca. Para ello debía ingeniar un mecanismo lo suficientemente hermético para que el agua no se filtrara. La ventaja es que la carga estaba dividida en lo que yo llamo “bolsitas mono dosis” para poder repartirlas para cuando necesitáramos camuflar ese peso añadido. Por tanto, ya estaban más o menos protegidas, pero quería asegurar que no entrara nada de agua o humedad, puesto que el arroz la absorbe y por tanto se hincharía dándonos no sólo más peso sino también el comienzo de la futura descomposición del alimento. Así que la primera idea que me vino a la mente fue la de envolver a conciencia con bolsas de plástico la carga (recordando el engorroso proceso de la ducha cuando se tiene alguna escayola o venda que hay que mantener a salvo del agua). Por tanto he procedido a aplicar el “sistema de las madres”, como he bautizado, puesto que eran ellas las que tenían esa idea y la llevaban a cabo, y todos sabemos lo sabías que son.… Así que, ¿por qué no probar? Una de las complicaciones era abrir agujeros para dejar pasar las asas para poder colgarlo y así tener las extremidades libres. Debían ser lo más pequeños posibles pero dejando pasar las asas. Debo decir que más o menos ha funcionado, pero ha habido un problemilla que mañana intentaré
las asas. Dado que son de cordón se han empapado y esto ha hecho que el agua fuera succionada por ellas hasta la unión con la bolsa, por lo que, cuando he salido de la ducha no sólo me he tenido que secar el pelo sino también secar la bolsa. Otra cosa que debo solucionar es el tiempo, sobretodo el de preparación. Debo buscar un sistema mucho más rápido y eficiente. Cuarto reto: La clase. Para conseguir pasar desapercibida la carga, en un principio había pensado repartirla por los bolsillos del pantalón, …pero no caben todos. Lo ideal hubiera sido ponerlos en una chaqueta que tiene un montón de bolsillos, pero como en el aula hace mucho calor, he desechado la idea y he optado por ponerla en un bolso, que obviamente dejé en mi regazo durante toda la clase, para así no separarme de ella. Ha funcionado bien y nadie ha parecido percatarse. Por tanto seguiré este método cada vez que deba acudir a clase.
Día 3: Quinto reto: Tener que dormir con la carga. Esta noche la he pasado más o menos igual que la anterior, despertándome intermitentemente las veces que notaba que “algo” me impedía girar. Pero bien. 6to reto: La ducha. Aquí sí que tenía una tarea pendiente. Ayer por la tarde estuve dándole vueltas a cómo podía solucionar el problema de las asas y de cómo optimizar el tiempo de preparación para reducirlo al mínimo. La solución vino de la mano de un recuerdo, de cuando era más pequeña y tenía que ir a alguna excursión o acampada: una mochilita que era perfecta para esa intemperie, lloviera o hiciera sol. Sólo la empleaba para dichas ocasiones y siempre me ha encantado su color y textura. Lo mejor de todo es que escupe el agua (tampoco es plan de ponerla a remojo, pero sí que iba bien cuando llovía). Salió de muy buena calidad y también ayuda el que la conserve bien y utilice poco (todavía la utilizo de vez en cuando). Así que decidí sacarla y enfundar con ella la otra bolsa. Esto hace que el segundo problema, el del tiempo de preparación haya sido solucionado. Debo decir que al igual que en la ducha de ayer, intentaba no poner la bolsa justo debajo del chorro del agua, y también debo añadir que tiene una parte positiva añadida que es que el material con el que está hecha mí preciada mochilita azul no se pega al cuerpo enjabonado como las de plástico de la compra. El primer problema, el de las asas también se ha solucionado en parte, pues estando la bolsa con la carga en el interior de mi mochilita, esas asas, y enfatizo ESAS, no se han mojado, pero sí las de la mochilita azul. Pero ya no ha sido tanto problema, puesto que enseguida he podido ponerme la bolsa con la carga de nuevo encima y he dejado que la mochilita y sus asas se sequen por medios naturales, lista para la ducha de mañana. Como me encanta mí mochilita azul de caminata. Ha sido pues todo un acierto.
Día 4: Séptimo reto: Tener que dormir con la carga. Pese a llevar varios días durmiendo con la carga todavía no me adapto a ella durante mi sueño. Sigo batiéndome en duelo con ella cada vez que mi cuerpo desea girar, lo que sigue haciendo que me despierte de vez en cuando. Octavo reto:La ducha. Dado a que mi descubrimiento de ayer de la mochilita fue todo un éxito he decidido proseguir con ella sustituyendo para siempre el “sistema madre” que implanté en el tercer reto. No ha surgido ningún problema inesperado. Noveno reto: La comida Los demás días no la he visto como reto pero hoy sí lo ha sido ya que quería preparar algo especial para mi familia, lo que me ha llevado unas horas muy intensas en la cocina. La carga iba de un lado a otro cada vez que movia frenéticamente lo que estaba cocinando en el cazo, y cuando ha sido el turno de la batidora ha habido un momento que la carga me ha desequilibrado un poco (ya que me movía enérgicamente) lo que ha hecho que saltara parte del puré de calabaza que preparaba encima de mi. Por suerte llevaba el delantal, pero aun así mi camiseta se ha manchado. Para la próxima, cuando cocine con la carga y deba emplear la batidora o bien me lo tomo con más calma o bien cocino menos cantidad para que no sea tan costoso el proceso. Al final me ha salido una crema perfecta aunque para ello he sacrificado mi camiseta, que espero poder recuperar. Por tanto la carga no me ha vencido. La liberación Hoy he recibido la grata noticia de estela finalizando el experimento. Tengo que decir que al quitarmela he experimentado un gran alivio casí liberador,como si me hubiera quitado años de encima. Me sentia rara, pero más ágil, pues aunque sólo era un kilo, parecía que con el tiempo se multiplicaba aparentando ser mucho más. Es pesado llevar la carga encima las 24horas del día. Pero no ha podido conmigo.