Pinceladas Santiago J. Santamaría Gurtubay *Columnista Colaborador
Sorprendió al mundo con los sonidos de África, con su grupo Les Ambassadeurs, un clon del cubano Buena Vista Social Club, y hoy defiende en el Continente Negro a los albinos, ‘blanco’ de la magia negra. Hay un momento en que un sonido escalofriante estalla en un espacio casi a oscuras de un barrio de Bamako, la capital de Malí. Ocurre cuando un negro albino desata su garganta sobre el ritmo hipnótico que entretejen quienes manejan teclados, bajo, guitarra, batería y dos instrumentos netamente africanos, el n’goni y la calabaza. Entonces desaparecen los niños que venden fruta o agua sobre el barro rojizo ahí fuera, se esfuman las cifras de la pobreza y enmudecen los ecos de la guerra. Con ese canto cristalino de Salif y la energética música de una orquesta legendaria reconstruida ahora, casi 30 años después de su desaparición, Bamako ya no es el calor, el polvo o lo que la miseria roba. Esa peculiar banda sonora vitalista, luminosa, hace que la ciudad se torne en tu cabeza en una coreografía industriosa de motos y coches que recorren las calles jugando con el río Níger…
El cantante Salif Keita no pudo ser emperador de Malí, por ser albino
P
ero para llegar hasta esta epifanía a la que es imposible hurtar un baile y que ha sido desplegada ante unos pocos privilegiados que asisten a los ensayos del grupo (el joven técnico de sonido, la hija del viejo bajista o los guardaespaldas de Keita, que no han dudado en sacar el móvil e inmortalizar el momento) han tenido que pasar 40 años, muchos viajes, una huida in extremis, colaboraciones con músicos de medio planeta, carreras olvidadas al volante de un autobús, horas de convivencia y cariño, y muy al principio, una rivalidad. La estación de ferrocarril de Bamako es una mole de ladrillo con aire fantasmal. Parecería en desuso si no fuera porque en una pizarra se anuncia, con fecha de 28 de junio de 2014, la salida de un convoy. En una esquina, un letrero indica la entrada al hotel Buffet de la Gare y a una explanada con árboles en la que solo se atisban dos lagartijas con el lomo azul. “De pequeño me escapaba para ver tocar ahí a la Rail Band”, dice, pícaro, el subdirector del hotel, que, sorprendentemente, continúa abierto pese a su aspecto arrumbado. Señala un pequeño escenario decorado con los tres colores (verde, amarillo y rojo), casi irreconocibles, de la bandera de Malí. “Salif Keita cantaba por los bares hasta que llegó aquí”. El ministro de los ferrocarriles del Gobierno que surgió del golpe de Estado de 1968, el teniente coronel Karim Dembélé, apadrinó una orquesta para animar las noches en el local. Y la privilegiada voz del albino interpretaba canciones mandinga. No muy lejos de la
26
30/03/2020
I estosdías