Estosdias 663

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S ignos ¿ÚLTIMA LLAMADA?

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ace unos días, el presidente salvadoreño Nayib Bukele hizo un llamado a los buenos empresarios de su país para que ayuden frente a la pandemia, y otro a los malos comerciantes para que no abusen y no se atrevan a subir precios y a sacar provecho de ella con el acaparamiento, porque estos últimos se arriesgarían, dijo, a que les sean cerrados sus negocios y a que se les decomisen las mercancías con las que quisieran estafar a la gente. Mejor piensen en vivir, les dijo a unos y a otros, porque pueden necesitar una cama de hospital para ser atendidos -por estar en un grupo de riesgo debido a su avanzada edad y porque no puedan respirar-, y entonces lo que menos habría de importarles es su cuenta de banco, y lo que más habrían de necesitar y de querer es un ventilador y que se les pueda intubar. Tendrán siempre dinero de sobra si sobreviven, mientras hay quienes no tienen para pasar el día. Piensen en eso y en la salud de sus familias, y en contribuir a solventar una tragedia que es única en el mundo y que ni siquiera las grandes potencias saben qué hacer con ella. Nadie es inmortal. Los ricos no son inmunes y todos, dijo, van a perder algo. En lo que tienen que razonar es en lo que vale la vida y no en si el balance de sus finanzas semanales les va a salir en rojo. ¿Cuánto darían por traer de nuevo a la vida a un ser querido? ¿Cuánto vale la salud de los suyos: familiares y amigos? Piensen en sacrificar un poquito de lo que tanto tienen –palabras más, palabras menos- les recomendó. El buen mensaje de Bukele tiene, por supuesto, más implicaciones que el mensaje mismo, más allá de su lógica inmediata y vital, y de su entendimiento entre todo tipo de sensibilidades. Es, sobre todo, cómo deben reflexionar y hablar a los grandes dueños del dinero los representantes populares y los líderes del poder político y del Estado para enfrentar y evitar a tiempo este tipo de riesgos para todos. El salvadoreño aconseja a los dueños del dinero que hagan a un lado los miedos mezquinos que causan los peligros del virus a la acumulación; que no teman perder un poco de lo que de cualquier manera nunca habrán de gastar en lo que les quede por vivir, ni a ellos ni a sus generaciones herederas; que ante los inequívocos asedios de la muerte piensen en su propia vida, en la de los suyos y en la de los demás, antes de en sus miserables mermas porcentuales. Y acaso eso, por lo pronto, es lo que haya que decirles desde los poderes representativos del Estado, y desde sus instituciones y sus liderazgos, y como una sola voz, a los grandes potentados del mundo: Se van a morir como el más miserable de los seres si persis-

ten en la voracidad implacable y degenerada de tener todo cuanto no necesitan para ser felices, y si no son capaces de disponer de alguna parte de sus inmensas ganancias corporativas y personales para impedir los también colosales volúmenes de la miseria que crecen y se expanden al ritmo en que se concentran, en cada vez más pocas manos, casi todos los bienes y las riquezas de la civilización. Ante la evidencia monstruosa del poder de los microbios y gérmenes patógenos, que se multiplican al son en que la humanidad empobrece y las élites se enriquecen; y cuando ya no hay modo de negar la verdad universal y casi absoluta de que el salvajismo primitivo de la desigualdad y el utilitarismo bursátil han exterminado el humanismo y las fuentes energéticas, naturales y económicas para la salvación equitativa y justa de la vida planetaria, y han agotado la viabilidad del medio y cancelado las alternativas de la convivencia dentro de las fronteras de La Tierra; ante eso, los Estados y sus liderazgos debieran también poner fronteras al libertinaje de los mercados, a sus leyes desprovistas de toda razón humanitaria, y a las omnímodas y letales condiciones de la oferta y la demanda, y a los infinitos remanentes accionarios de quienes pueden ganar y perder cientos de miles de millones de dólares sin que jamás padezca la privación de algún lujo, por los siglos de los siglos, alguno de sus descendientes. Con la peste planetaria en curso, el género humano ha entrado en el ciclo cabalístico del todo o nada: o cambia el espíritu del poder y se humaniza, o perece bajo los escombros del extremismo capitalista. Porque más que la peste del fin del mundo, esta pandemia puede ser muy benigna y apenas un anuncio. Otra que llegue puede no dejar piedra sobre piedra, ni multimillonario ni pordiosero vivos. Y si los grandes inversores de las bolsas y sus patrocinadores públicos siguen prefiriendo morir con los bolsillos llenos hasta la inmundicia de valores de papel que se pierden en los ámbitos de terror de los cataclismos bancarios -dentro de las burbujas especulativas y bajo el peso de los ‘bonos basura’-, seguirán siendo pasto de los bichos más insignificantes y feroces de la naturaleza envilecida por su glotonería. Los Estados deben saber ahora de qué lado se ponen, y los grandes ricos si quieren seguir arriesgándose a morir de las mismas infecciones que los más pobres. Ha sobrado dinero en el mundo para prevenir y combatir las pestes. Ha sobrado dinero para todas las causas justas; para impedir de tajo las emisiones de carbono del calentamiento global y el cambio climático; para sanar las miserias sanitarias en los podridos continentes del hambre; para acabar con el hambre. Ahora hay que estosdías I

30/03/2020

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