Estosdias 673

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Deportes

Ringo Bonavena: sin miedo a nada

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a pelea se presentaba desigual. David contra Goliat; el púgil más grande de la historia contra el entusiasta aspirante; Cassius Clay -conocido como Muhammad Ali tras su conversión al islamismo- contra Oscar Ringo Bonavena. Aquella noche del 7 de diciembre de 1970, el gélido ambiente exterior contrastaba con el calor que se vivía dentro del Madison Square Garden de Nueva York, el más majestuoso escenario que se podía imaginar para un combate que ponía en juego el título mundial de los pesos pesados. El argentino, fiel a su estilo, no dudó en provocar a su rival los días previos, retándole de manera descarada (“I Kill you!”), y llamándole gallina por no ir a la guerra (“Chicken, chicken, Vietnam”, le decía, pendenciero). Con las apuestas 10 a 1 en su contra, Bonavena, todo pundonor, llegó a tumbar a Alí y soportó estoicamente 14 rounds en pie antes de ceder en el decimoquinto tras “una muestra de coraje pocas veces vista”, como admitiría, casi sin aliento, el más grande boxeador de todos los tiempos. Ringo le llevó al límite. Todavía se habla de aquel combate en el mundo del boxeo, un combate que paralizó el país argentino. Fue el momento cumbre de la carrera de nuestro protagonista, quien sin llegar a ser nunca campeón del mundo (le tocó enfrentarse a algunos de los más grandes de la historia en los pesos pesados: Muhammad Ali, Joe Frazier, Floyd Patterson, Jimmy Ellis…) dejó una profunda huella por su coraje, su peculiar personalidad, sus ocurrencias y excentricidades. Su figura trascendió ampliamente el mundo del pugilismo, especialmente en su Argentina natal, donde era mucho más que un ídolo. Porque hay que tener mucha personalidad para ponerse el apodo a sí mismo; un buen día decidió que se haría llamar Ringo, como su admirado Ringo Star. Su trayectoria como boxeador profesional se saldó con 58 peleas ganadas (44 de ellas por KO), 9 perdidas (casi todas contra campeones o ex campeones mundiales norteamericanos) y un empate. Pese a que no pudo derrotarles, siempre plantó cara a los más grandes a base de coraje, pundonor y temeridad, sin miedo a nada. Sería una constante en su vida… y también en su muerte. La pelea se presentaba desigual. David contra Goliat; el púgil más grande de la historia contra el entusiasta aspirante; Cassius Clay -conocido como Muhammad Ali tras su conversión al islamismo- contra Oscar Ringo Bonavena. Aquella noche del 7 de diciembre de 1970, el gélido ambiente exterior contrastaba con el calor que se vivía dentro del Madison Square Garden de Nueva York, el más majestuoso escenario que se podía imaginar para un combate que ponía en juego el título mundial de los pesos pesados. El argentino, fiel a su estilo, no dudó en provocar a su rival los días previos, retándole de manera descarada (“I Kill you!”), y llamándole gallina por no ir a la guerra (“Chicken, chicken, Vietnam”, le decía, pendenciero). Con las apuestas 10 a 1 en su contra, Bonavena, todo pundonor, llegó a tumbar a Alí y soportó estoicamente 14 rounds en pie antes de ceder en el decimoquinto tras “una muestra de coraje pocas veces vista”, como admitiría, casi sin aliento, el más grande boxeador de todos los tiempos. Ringo le llevó al límite. Todavía se habla de aquel combate en el mundo del boxeo, un combate que paralizó el país argentino. Fue el momento cumbre de la carrera de nuestro protagonista, quien sin llegar a ser nunca campeón del mundo (le tocó enfrentarse a algunos de los más grandes de la historia en los pesos pesados: Muhammad Ali, Joe Frazier, Floyd Patterson, Jimmy Ellis…) dejó una profunda huella por su coraje, su peculiar personalidad, sus ocurrencias y excentricidades. Su figura trascendió ampliamente el mundo del pugilismo, especialmente en su Argentina natal, donde era mucho más que un ídolo. Porque hay que tener mucha personalidad para ponerse el apodo a sí mismo; un buen día decidió que se haría llamar Ringo, como su admirado Ringo Star. Su trayectoria como boxeador profesional se saldó con 58 peleas

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08/06/2020

I estosdías

ganadas (44 de ellas por KO), 9 perdidas (casi todas contra campeones o ex campeones mundiales norteamericanos) y un empate. Pese a que no pudo derrotarles, siempre plantó cara a los más grandes a base de coraje, pundonor y temeridad, sin miedo a nada. Sería una constante en su vida… y también en su muerte. De la nada a la leyenda La vida le cambió la noche del 4 de septiembre de 1965, en Buenos Aires, cuando pasó en apenas unos minutos “de la nada a la leyenda”. Se enfrentaba al campeón argentino de los pesos pesados y gran ídolo local, Gregorio Goyo Peralta, quien años atrás había protagonizado un gesto de desprecio hacia un entonces desconocido Bonavena. Herido en su orgullo, se dedicó las semanas previas al combate a provocar a su rival: “Qué me traigan a Peralta, que le arranco la cabeza”, decía quien ya gozaba de una bien merecida fama de fanfarrón. La expectación era máxima en todo el país y el ambiente se caldeó hasta límites insospechados. 25.236 personas abarrotaron el Luna Park; otros muchos se quedaron fuera, sin entrada. Bonavena subió al ring entre una gran pitada (la mayora del público se había puesto del lado del entonces campeón), y lo abandonó 18 minutos después de comenzado el combate entre una colosal ovación, tras haber derrotado por KO, con un golpe seco y poderoso de izquierda, a Peralta. “No te tomes en serio mis insultos, fueron para promocionar la pelea”, le dijo el nuevo campeón nacional cuando se encontraron en los vestuarios. “Lo único que te pido –le dijo el derrotado- es que seas un campeón en serio, arriba y abajo del ring”. Como escribió entonces el periodista deportivo Ulises Barrera, autor de numerosas crónicas pugilísticas, “en dieciocho minutos y con un solo golpe, ese boxeador tosco, desmañado, sin técnica, con esos pies planos que le obligan a un andar de oso, pero a puro coraje, pasó del odio al amor, y de la nada a la leyenda”. Días después de su victoria, fue al estadio de Huracán a recibir un homenaje de la hinchada del club de sus amores, con vuelta al campo olímpico incluida. Aquel día nació la famosa copla que le recordaría para siempre: “Somos del barrio / del barrio de La Quema / Somos los hinchas / de Ringo Bonavena”. Bonavena siguió boxeando con éxito en el país de las barras y estrellas, lo que le llevó a verse las caras con frecuencia contra los mejores. Venció al campeón canadiense George Chuvalo, al alemán Mildenberger, y combatió dos veces contra el gran Joe Frazier. En la primera de ellas, en septiembre de 1966, le tumbó en dos ocasiones; sin embargo en la segunda, dos años después, con la corona de los pesos pesados de la World Boxing Association en juego, no tuvo opción alguna. Pero su combate más importante, como ya hemos recordado, tuvo lugar en diciembre de 1970, en el Madison Square Garden de Nueva York, cuando puso en jaque al mito Muhammad Ali. Desde que empezó su exitosa carrera como boxeador, el dinero entró a borbotones en su cuenta corriente. Tras años de pobreza y privaciones, empezó a desarrollar un gusto irrefrenable por el lujo: una mansión, los coches más exclusivos, suites en los mejores hoteles, relojes de marca, joyas y objetos de oro, una inmensa colección de trajes a medida, puros habanos, los más caros perfumes… Por aquel entonces, Ringo ya estaba casado con Dora Raffo, y tenía dos hijos. Su popularidad era tal que llegó a actuar en tres películas (Los chantas, Pasión dominguera y Muchachos impacientes), e incluso se atrevió a grabar –con entusiasmo infantil, pese a su voz aflautada- una canción de ínfima calidad pero que se convirtió en todo un éxito popular: Pío, Pío, Pá. Era un auténtico ídolo de masas, también fuera del ring. Carismático como ningún otro deportista de la época, supo ganarse el corazón de los argentinos.


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