© 2011 Miguel Martínez Barbero por la portada. © 2011 Francisco J. Rojas por el texto. © 2011 Estudio Raíz por la edición.
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—¿Qué te ha pasado Hugh? —me preguntó con su rostro marmóreo y mirada fría mientras se levantaba del escritorio y salía a recibirme a la puerta del despacho —. Espera, no quiero que me manches la moqueta. —Jefe, lo he visto… es real; al menos la parte donde dicen que ayuda a los humanos. Aún no me lo creo… —¿Y tu brazo? —hizo una señal con la mano para que me acercase, mirándome el lugar donde antes había una extremidad y en la que ahora se mostraba una roncha rojiza. Se remangó la camisa y con la uña, sin vacilar, se ocasionó un corte recto en la muñeca—. Bebe un poco, así recobrarás fuerzas y podrás pasar a sentarte. —Muchas gracias jefe. Por poco no llego; he perdido casi toda mi sangre. Me arrodillé y sin pensarlo ni un momento empecé a absorber la sangre que brotaba de la herida. Sólo paraba para saborear con ojos cerrados y con gemidos de satisfacción la que posiblemente sería la mayor delicia que había probado desde que me convertí, entrando en este nocturno mundo. Cuando creí que era suficiente me obligué a alejarme, sintiendo ese dulce néctar en mis labios. Empecé a sentir un cosquilleo donde debería estar mi brazo y sólo había un muñón deforme; noté cómo la sangre recorría mi cuerpo sin poder creer que era la del primer vampiro: la de mi creador Aud, el “Rey de la Sangre”, como se hacía llamar desde tiempos inmemoriales. Las heridas empezaron a curarse y un dolor intenso me hizo caer de rodillas entre verdaderos gritos de dolor y ante la puerta del despacho de mi señor. Incrédulo, vi que, en cuestión de segundos, mi brazo, como si de gelatina se tratase, comenzaba a regenerarse: pude ver con asombroso detalle cómo se formaba el hueso; las venas y arterias; los ligamentos y tendones que unían los músculos; para terminar, finalmente, con la piel y las uñas. —Hugh, tu brazo... —volvió a pedir explicaciones sin inmutarse por lo ocurrido, haciendo un aspaviento con la mano y limpiándose la muñeca, ya sin herida, con un pañuelo blanco impoluto. Sabía que no había perdido el brazo, que lo recuperaría con el tiempo, pero no pude dejar de mirar asombrado mi brazo derecho; esperaba que tardara meses en estar completo y funcional, y sólo en segundos estaba incluso mejor de lo que recordaba. Cuando sentí la mirada impaciente de mi padre intenté recomponerme y comenzar a hablar sobre lo ocurrido, sobre el ataque. —Fue el Innombrable, mi señor, al que los vampiros más antiguos que yo llaman “Traidor”. Me perdonó para que le diera un mensaje a usted, jefe, y a su hermana — pensé cual era el tono correcto y la forma más fácil de decirlo sin enfurecerlo—: “en las calles no deben jugar los ‘niños’ y mucho menos de noche. Pueden ocurrir cosas como ésta” —miré de nuevo el brazo y bajé la mirada unos instantes al suelo, avergonzado—. ¡Fue nuestra culpa! No lo esperábamos. Cuando se nos puso delante no olía como nosotros; tenía un olor raro, casi como el de un humano. Además, estaba comiéndose una hamburguesa; no parecía peligroso… Lo siento jefe, lo subestimamos… Aud me miró con una incredulidad que se transformó rápidamente en nostalgia. —¿Comiendo carne? ¡Cuántos siglos hará que mi estómago no me lo permite!, ¡cuántos milenios!… —Se recostó en su sillón y bajó la manga de su caro y negro traje, en el que destacaba una corbata roja como la sangre fresca de una joven adolescente. Acto seguido miró al techo como si viera a través de él—. Siéntate y cuéntame más sobre mi… sobre Él.
—Nos atacó de forma contundente aunque no noté odio, simplemente parecía tenernos lástima. Nos hablaba y nos miraba con pena, como si Él fuera superior y… —¡Lo es! —interrumpió mientras me miraba de forma inquisitiva, molesto por la duda y, por raro que pudiera parecer, con media sonrisa en su boca—¡Y por mucho! —Sí jefe, mi estado lo demuestra —me toqué mi nuevo brazo, aún con incredulidad—. Desde que me convirtió, le he oído contar historias de grandes hijos de la noche, normalmente sobre sus hermanos o sus primeros vástagos, pero se notaba que disfrutaba aún más contando historias que siempre se decantaban por un protagonista superior: alguien a quien admirar, pero del que nunca estuvo clara su existencia o su nombre. Algunos decían que era usted, pero creo que ese hombre es quien hoy me ha hecho esto. El rostro al que le hablaba se volvió serio, más si cabe, y era acentuado por la tenue luz del despacho en el que estábamos reunidos. Aproveché la pausa para echar un vistazo al despacho privado de mi señor. Estaba forrado de estanterías de caoba, llenas de libros, cada cual más antiguo, algunos envueltos para protegerlos del aire; otros, los menos, incluso con cadenas, parecían más bien ocultos, como si protegieran al exterior de su contenido. Antes de continuar eché mi torso hacia delante y pensé qué decir para romper el silencio. —No hay posibilidad de que ningún vampiro joven le pueda tocar. Yo Tengo más de 500 años y apenas pude seguir su velocidad. ¡Es una locura! —500 ya…Cada vez el tiempo pasa más rápido; cada vez añoro más el pasado— volvió a retomar esa mirada perdida que dejaba intuir que ya no estaba en esa habitación—. Has tenido suerte de no nacer antes, seguramente ahora estarías muerto, aunque eso ahora no importa, importa el principio… ››Déjame contarte una vieja leyenda que deberías conocer, pues, después de mis primeros vástagos, tú eres uno de los vampiros más antiguos—se levantó del sillón, fue al mueble-bar que había detrás de él y cogió dos vasos; se dio la vuelta y, mirándome, decidió sólo llenar uno—. Esta historia es tan antigua como yo; más antigua que Aud, mi nombre; más antigua que el Rey de la Sangre, mi título; y, aunque cueste creerlo, tan antigua como Él, al que mis hijos llaman Traidor. Esta historia cuenta cómo mató al primer ser que podría ser llamado vampiro y cómo se convirtió en el Padre de todos. Cuenta cómo se vengó por lo que le ocurrió a mi pueblo, a mis hermanos y a mí. Hugh ponte cómodo y presta atención, pues no me gusta recordar tiempos tan antiguos y no volverás a oírme contar esto. Se sentó otra vez en su sillón y dejó la mirada fija en el hielo que flotaba en el whisky y empezó a recordar. —Hace demasiado tiempo, en el norte de la actual Europa, vivía un pueblo de cazadores que apenas sabía comunicarse por la palabra. En vez de dialogar simplemente utilizaban la fuerza para tomar decisiones: el más fuerte mandaba y elegía a su compañera, mudándose a la choza en el centro del poblado y procreaban hasta que llegaba otro reclamando su puesto. Mi padre era el que mandaba cuando todo ocurrió —su boca dibujó una línea recta mientras pensaba cómo continuar y vislumbraba, lejana en el tiempo, la figura de su padre—. Un día de finales de verano, una enfermedad desoló la región, matando o dejando moribundos a casi todos los animales, que eran la única fuente de alimento a parte del pescado: difícil de atrapar para aquellos poco inteligentes humanos —Aud miró un momento a su único oyente mientras daba un sorbo a su bebida y fijaba su atención en el gran diente que
descansaba dentro de una caja de cristal, encima del escritorio de caoba… Después, siguió con el relato. ››El día que mi padre tomó la decisión de irnos de ese lugar maldito, ya estaba entrando el invierno, pero decidió posponerlo unos días al ver cómo uno de los habitantes del pequeño pueblo enfermó al igual que los animales. Los síntomas se mostraron diferentes al tercer día, y coincidiendo con la primera gran nevada del año, enloqueció. Los ojos se le inyectaron en sangre y, sin dar tiempo a que nadie reaccionara, atacó a su propia hija y la despedazó en segundos, soltando gritos propios de una bestia: no, eran gritos aún más profundos y siniestros que los de una bestia, pero nuestra primitiva mente no nos dejaba comprenderlo en ese momento. El relato pesaba en Aud de forma que aparentaba ser muchos años más viejo que cuando empezó a contarlo, como un hombre mayor que narra a sus hijos su aventura bélica preferida o cómo conoció a la mujer de su vida. Y aún sintiéndose así, viejo, siguió relatando con cierto tono de orgullo. —Sin dar tiempo a asimilar dicha escena, ese ser, que ya no parecía humano, empezó a atacar al resto del grupo. Al ver que ningún arma ni guerrero podía con aquella bestia sobrenatural con la fuerza de cien hombres, todos empezaron a huir hasta quedar sólo mi padre, mis dos hermanos y yo —hizo otra breve pausa para no perderse mi atenta mirada y aprovechó para recostarse en su sillón y dar un largo trago a su copa—. Mi padre se puso delante del inhumano ser con la valentía de los necios que no temen la muerte. Cuando el ser se irguió frente a mi padre vi con miedo como le sobrepasaba un metro en altura; le habían crecido colmillos blancos como la nieve y garras que parecían de oso, de un oso terriblemente grande. Pero lo que más miedo me produjo fue que tenía los ojos enteros tomados por la sangre, tanto que rebasaba y caía por sus mejillas goteando en la nieve roja, rodeada de aldeanos muertos: de amigos… de familiares. Tras un patético intento de defendernos, mi padre fue levantado en el aire con la facilidad de quien coge a un niño pequeño, siendo lanzado contra un tronco grueso, donde se golpeó la espalda produciendo un sonoro crujido: claramente se la partió. Ya sólo quedábamos nosotros, los tres hijos de la persona más fuerte del poblado, que había sido lanzado como una muñeca de trapo rota. Aud suspiró como a quien le cuesta reconocer un secreto vergonzoso. —Yo, siendo el mayor, tendría que haber intentado defender a mis hermanos; interponerme entre ellos y la bestia; morir como un noble guerrero… pero incluso dentro de mi mente ignorante sabía que no había nada que hacer. ››Impotente, presencié cómo aquella bestia mordía el cuello de mis hermanos con una pasividad que no supe entender en ese momento. Estaba disfrutando de la pura y joven sangre de aquellos inocentes, algo que ahora entiendo perfectamente. Sin esperanzas lo vi acercarse, levantarme como una rama y morderme el cuello con la misma parsimonia que había tenido con mis hermanos; entonces sentí mi sangre salir para ser consumida con gula. Desolado —dijo pasándose la mano por el cuello, cerrando los ojos como si todavía notase la sangre salir de su cuerpo—, vi cómo mi padre se arrastraba por la rosada nieve con una rama partida en la mano. Aunque lamentable, la imagen era heroica y digna de una epopeya, ya que a pesar de que sus piernas se deslizaban inertes tras sus fuertes brazos seguía manteniendo una mirada llena de ira y orgullo, que me hizo comprender que iba a salvarme; no sabía cómo, pero tenía la certeza de que lo haría. Arrastrándose sigilosamente llegó a la colosal
bestia que se alimentaba de mí, sentado y distraído. Mi padre se retorció en el suelo y consiguió clavarle la rama partida en la espalda, a la altura donde debería estar el corazón, y movido por la rabia y el odio trepó por ella, intentando provocarle todo el daño posible. Empezó incluso a morderle tal y como la bestia hizo con nosotros, como si la ira se le hubiera contagiado —tras otro silencio, esta vez más largo, le miré sin saber si esperar o mostrar mi deseo por conocer más sobre lo que pasó. ››Yo, que había caído al suelo, vi a mi padre apuñalar a la bestia repetidamente con la estaca; también le mordía por todo el cuello y espalda. Miré con los ojos muy abiertos e incrédulo cómo las heridas de mi padre dejaban de sangrar; su espalda se recomponía; y sus piernas comenzaban a moverse, pisando con fuerza mientras instigaba al monstruo que bramaba con las acometidas. Cada puñalada perforaba más profunda; sus mordiscos arrancaban la carne cada vez más rápido hasta que el cuerpo de ese ser diabólico quedó inerte, aún enorme, aun feroz, pero totalmente quieto. Ese día vi cómo el mundo recibía al primer vampiro de todos, y, tristemente, no éramos conscientes de aquel maravilloso momento —Aud apuró su copa, que quedó vacía encima del reposa-vasos—. Hugh, sírveme otra y tómate una. Me levanté automáticamente a por el vaso; cogí la misma botella que él había servido y lo llené. De reojo no pude evitar mirar a mi creador, ahora con ese colmillo blanco en su mano, desprovisto del cristal protector. Dejé el vaso lleno encima de su posavasos y volví a mi lugar mientras comenzaba otra vez a hablar. Ni si quiera reparé en que yo no me serví ninguna copa, aunque sabía con certeza que su ofrecimiento era pura formalidad. —Yo me sentí irremediablemente orgulloso de ser su hijo —prosiguió— y, aunque estuviera al borde de la muerte, no podía dejar de gruñir y sonreír. Mi padre, sin muestras de cansancio, se dio cuenta de mi alegría y me miró tirado en el suelo mientras la sangre de aquel ser goteaba por su rostro. Cuando quiso ir a por mí miró sus piernas y se dio cuenta de que podía moverlas; miró sus otras heridas que no dejaron rastro, salvo la sangre que brotó de ellas antes de desaparecer. Rápidamente vio a mi hermano y hermana tirados en la tierra, inmóviles. Entonces se desvaneció para aparecer al lado de sus dos hijos, y sin saber cómo, ya me tenía en sus brazos. ››Pocas veces antes un ser humano utilizó tan eficientemente su cerebro, dándose cuenta de que la sangre que bebió de ese ser le había devuelto la salud. Mi padre quiso que bebiera acercándome al inerte cuerpo, pero mi estado apenas me permitía tener los ojos abiertos, así que, seguramente haciendo caso, esta vez a su parte primitiva e irracional, se hizo un corte en la muñeca y me dio su sangre directamente en mi boca. Aún siendo un razonamiento torpe, funcionó incluso antes de que pudiera tragarla, devolviéndome la vitalidad. Sin poder entender lo más mínimo, aunque aún hoy soy incapaz de entenderlo, me curó del todo en apenas segundos. Acto seguido, no dudó en hacer lo mismo con mis pequeños hermanos, los cuales volvieron de entre los muertos dando gritos y pataleos, hasta darse cuenta de que era su padre, y no el monstruo, quien les abrazaba con tanta fuerza —hizo una pausa admirando cómo, sin poder controlarme, mis ojos estaban muy abiertos y mi cuerpo inclinado hacia delante para no perder detalle. Me sentí un poco tonto e intenté calmarme pero dudo que lo consiguiera, justo cuando Aud retomó la narración—. Y es así como nacimos, así es como nacieron los primeros vampiros de este mundo, de los cuales sólo quedamos tres: yo, el “Rey de la Sangre”; mi hermosa hermana, la “Reina de las Sombras”; y el “Padre de Todos”, que no es otro que al que
llamáis “Traidor”. Lo que le pasó al desgraciado e incompetente de mi hermano, que se hacía llamar “Conde de la noche”, y que por suerte o desgracia ya no pertenece a este mundo, es otra historia. Tras estas palabras se hizo un largo silencio, no era simplemente una ausencia de voces, era un profundo y arcaico silencio, uno que volvería loco al más adiestrado para soportar torturas; un silencio que me incomodó hasta querer salir corriendo, pero pude resistirlo. Era un sentimiento que a veces nos invadía cuando nos poníamos enfrente de seres más antiguos, cuando nuestra bien desarrollada parte animal nos aconsejaba urgentemente correr y alejarnos. Si hubiera sido unos años más joven, estaría saliendo por la puerta sin mirar atrás. —No sé si comprendo lo que me está diciendo, mi señor. Asegura que es el primero, quien creó a los vampiros más antiguos, a usted, y aún así… —pensé lo más rápido que pude intentando ser prudente y vencer mis miedos— él quiere acabar con nosotros: ¡es una contradicción! —Déjame explicarte, pequeño mío. Él fue quien me enseñó todo lo que soy, cosas que tú no lograrías ni en milenios. Él, sin duda, es el vampiro más fuerte, el ser más perfecto que existe, pero tiene un fallo, una debilidad que lo hace diferente: puede vivir como un simple humano. El sol le molesta pero puede disfrutarlo cuando no está en su máximo apogeo. Su cuerpo no requiere beber sangre para mantenerse, a no ser que use sus habilidades del ser nocturno, que siempre intenta evitar. Tardó un milenio en cambiar, en darse cuenta de que nos habíamos convertido en caníbales, en seres nocturnos con sed de sangre humana, de sangre de seres que habíamos sido antaño, y eso le hizo volverse en contra nuestra. Mejor dicho, se sintió responsable de lo que nos hizo y se prometió resolverlo; hacerse cargo de nuestros pecados sin matarnos, pues no lo merecíamos ya que el “fallo” lo hizo suyo —Aud se movió intranquilo y sus ojos se llenaron de la ira que llevaba tiempo enterrada profundamente y que no permitía que se reflejara en su rostro. Con una voz que casi era un susurro continuó relatando—. Mató a la mayoría de nuestros vástagos, que ya se contaban por docenas, creyendo liberarlos de una maldición; y sólo nos dejó unos cinco vampiros a cada hijo, más otros vástagos directamente nacidos de él, poderosos como nosotros, que únicamente rendían cuentas al Padre de Todos. Se centró en el estudio de nuestros cuerpos, del funcionamiento interno de los vampiros. Nos prohibió cazar humanos; nos quiso conformar con asquerosos animales que no sabían a nada y no satisfacían nuestra hambre. ››Tras varios siglos desesperamos: nos volvimos en su contra y conseguimos matar a sus vástagos, que en ese momento eran cuatro, y, gracias al amor que nos tenía, pudimos derrotarle. Bebimos casi toda su sangre, dejándolo prácticamente sin vida, y adquiriendo, así, un poder inimaginable que nos recorrió durante siglos. Como la mayoría del tiempo estuvimos aislados, el mundo nos era en su mayoría desconocido; nos prometimos actuar con cautela sin dejarnos notar demasiado, viviendo y aprendiendo cómo era el mundo, para volver y comenzar un reino nocturno sin igual, donde nadie estaría por encima nuestro —hizo una leve pausa y puso una expresión que no supe reconocer—. Ésa era la idea, al menos hasta que mi hermano… En fin, no quiero alargarlo más de lo necesario. La perdida de ese idiota fue lo que hizo que nuestro padre volviera a mostrarse con toda su fuerza, nos advirtiera que sigue buscando una cura y que no permitirá que hagamos lo que queramos con los
humanos. Ni siquiera pudimos vengar la muerte de mi hermano sin exponernos, pues la historia pronto se conoció en todo el Este de Europa. —Señor, ¿por qué no lo mataron? —pregunté con inocencia y curiosidad: simplemente quería más información, aunque realmente no pensé en mis palabras hasta que salieron de mi garganta. Una mirada de desaprobación y un largo silenció hicieron que me sintiera insignificante y tonto por plantearme siquiera esa pregunta. Lentamente la severa mirada desapareció y un halo de comprensión nació de la voz de Aud. —Hugh, ¿tú serías capaz de matarme a mí? ¿Serías capaz de matar a tu padre?, ¿a quién te ha salvado la vida? ¿Quién te ha enseñado todo? —Sabía que no encontraría una respuesta, pero se divertía dejando que me moviera incómodo en mi asiento— No, no podrías. Es algo inherente en nosotros, como si la sangre que nos creó se interpusiera a la hora de dar el golpe final; como si al dar ese último golpe fueras a destruirte tú también. El ambiente se tensó; las palabras eran profundas. Nunca se me había ocurrido pensar en ello. En ese momento…
—Capitán Hugh —interrumpió un joven uniformado, desde fuera del círculo que se había reunido alrededor del experto vampiro—, necesito su atención durante unos minutos, es importante. El vampiro levantó la mirada y en sus ojos se reflejó el tiempo que había pasado desde esa historia, la experiencia que había conseguido. —Lo siento muchachos — dijo mirando a su público: eran trabajadores que descansaban o comían antes de retomar su trabajo y que no tenían otra cosa en la que ocupar el tiempo—, cuando el deber llama, tienes que contestar rápido. No sabemos el tiempo que nos queda y no es bueno relajarse tanto mientras estamos fuera. En los movimientos de aquellos que estaban sentados se notó la tensión sobre ese comentario, y es que el relato les había hecho olvidar que estaban en territorio hostil y en medio de una guerra. —¿Pero terminará de contar la historia, Señor?— Preguntó un joven mientras se llevaba un trozo de pan a la boca y comentaba preocupado — No se le vaya a olvidar. El vampiro soltó una carcajada que poco tenía de mortal y que puso tensos a todos antes de saber que era una risa profunda y sincera. Con ojos duros pero convincentes contestó: —Joven, no se me ha olvidado en mil años, no se me olvidará en cinco minutos Se dio la vuelta para acompañar al técnico y se alejaron hablando mientras escuchaba a su espalda a varios de los que comían reprochar y burlarse del joven que había hablado y cómo éste se jactaba de que no tenía miedo. Hugh sintió que la pena le envolvía el corazón: “que sabrá un cachorro humano lo que es el miedo, no tenía ni 20 años y ya piensa que es valiente. Me alegraría por él si este mundo se pareciera en algo al que una vez fue…” Pensó antes de pedirle al técnico que le repitiera la información. Todos los trámites quedaron listos en media hora, más o menos, lo que hizo que Hugh anduviera con una gran sonrisa. Regresó donde aún estaba el grupo en su
descanso, esperándolo con paciencia, a pesar de ser parte del poco tiempo libre que podían permitirse en las incursiones en territorio hostil. —Buenas noticias, parece que estamos cerca de nuestro objetivo, tengo la confianza de que este es el lugar, lo noto —retornó a su asiento y miró una a una las caras de sus espectadores, deteniéndose más en quien le había preguntado un rato antes—. Como iba contando… Aud, el Rey de la Sangre, me aleccionaba sobre el por qué no pudieron matarle…
—Le entiendo, perdone mi osadía, nunca había pensado en ello—le dije mientras movía mi renovada mano y nervioso por mi impertinente comentario sobre el parricidio. Sabía que en el mundo de los vampiros todo lo anterior era más importante, era más venerado. Cuanto más viejo es un vampiro más poder obtiene pero no era el único motivo. Los humanos son seres que se adaptan a cualquier condición; si un vampiro sediento llega a un pueblo, los habitantes tienen dos opciones: enloquecen y mueren a manos de este vampiro o deciden plantar cara al problema. Y, escuchad, no hay nada más peligroso que un grupo de humanos con un objetivo común. Por tanto, el vástago más antiguo había tenido la capacidad de sobrevivir y alimentarse con discreción y eso produce respeto. —Tranquilo, es raro para nosotros pensar atacar a un superior, más aún matarlo ¿No es cierto? —su pregunta me puso nervioso; el tono no era el que esperaba, casi me lo tomé como una acusación, hasta que volvió a hablar recuperando la normalidad—. Ya sabes la historia; ya sabes que hoy Él ha jugado con vosotros y se burla de nosotros, sus hijos directos —miró al techo, como vislumbrando una imagen que ansiaba, algo que parecía reconfortarle—. Aunque pronto eso terminará. —No entiendo que intenta conseguir defendiendo a los humanos —comenté como si no hubiera escuchado la declaración de intenciones de su creador. —¡Necio! —Esta vez sí demostró desprecio— Él cree ser un humano, uno que ha entregado a sus hijos a los brazos de la oscuridad y la desesperación. Para Él somos un simple error, un error al que quiere demasiado para matar. Por eso vela por un equilibrio: nosotros no matamos humanos y Él no mata a nuestros descendientes. Tenemos territorios muy limitados y los jóvenes vampiros son demasiado impulsivos, drogadictos y lujuriosos: ¡no se contentan con nada! Para nuestro padre, para El Padre de Todos, ¡los seres humanos están por delante de sus propios hijos! —una mueca de asco e ira contenida se percibió por un instante en la cara del imponente vampiro— Al menos hasta ahora. Un sentimiento de incomodidad e inseguridad creció hasta paralizarme y empecé a temer incluso por mi restaurado bienestar. La ira y la mueca de rabia desaparecieron del rostro de Aud casi tan rápido como un parpadeo y decidí que era el momento de salir de allí. Ya tenía información de sobra sobre la que pensar. —Señor, no quisiera ser irrespetuoso, pero falta poco para el amanecer —Hugh se levantó señalando un reloj antiguo que no tenía manecillas ni números, sólo una imagen oscura con una luna llena en medio de nubes y una gran esfera amarilla rodeada de cuerpos en llamas—, aunque me encantaría saber qué tiene previsto contra el traid… digo, El Padre de Todos.
—Eres listo, y aún lo serás más con los años; suerte que sobrevivieses esta noche —dijo levantándose y dirigiéndose al escritorio donde pulsó un intercomunicador—. Anastasia, prepara una cama para un invitado, Hugh se queda hoy con nosotros —se acercó al vampiro y lo acompañó a la puerta—. Respecto al Traidor, tranquilo, pronto seremos libres; podremos dominar a esos ignorantes humanos y tú, Hugh, lo verás como uno de los más antiguos, como uno de mis lugartenientes. Ese mal Padre de Todos no tendrá la osadía de volverse en nuestra contra —se notaba una pequeña frustración; tenía el puño fuertemente cerrado, tanto que crujieron sus dedos bajo la piel blanquecina. —Señor, ¿cómo es eso posible? —dije con fingida mirada de incredulidad y escepticismo, alarmado por las palabras. Ante mi reacción él simplemente se limitó a sonreír. —¿Qué ser es anterior, más puro y superior incluso del Padre de Todos los vampiros? —preguntó parándose ante la puerta y guardando en su bolsillo el colmillo que tanto había manoseado durante la historia. Continuó antes dejarme contestar— Supongamos que tenemos a ese ser y que creemos saber la forma de utilizarlo, aunque no debemos adelantarnos a los acontecimientos. Pronto averiguaremos si funciona — abrió la puerta del despacho y en el pasillo esperaba una increíble vampiresa rubia, vestida con un ceñido traje gris de falda corta—. Anastasia, acompáñalo y haz que su día sea tan agradable como se merece, tal y como sólo tú sabes. Hoy celebramos que casi ha vuelto a nacer, o, ¡mejor dicho!, que no ha vuelto a morir —rió de una forma inesperada, haciendo retumbar las carcajadas por el largo pasillo. Después de dar las gracias múltiples veces por la atención y por la cercanía con la que me trató el Rey de la Sangre, me despedí lo más cortés que pude. Mi impresionante guía me hizo avanzar hasta llegar a un ascensor .Por el camino me fijé mejor en ella, ya que la visión desde atrás me dejaba a la vista los detalles de su figura. Era un poco más baja que yo; aparentaba delicadeza, por su delgadez y unas curvas muy pronunciadas que no hacían más que destacar en ese ceñido pero apropiado conjunto de falda y chaqueta gris. Su vestuario insinuaba más que mostraba, lo cual la hacía irresistible. Era incapaz de disimular cuánto me atraía esa mujer y cuando conseguí desviar la mirada de ese espectacular cuerpo, me encontré con ella de frente ya dentro del ascensor. Quedé hipnotizado con su rostro, rodeado de dos mechones ondulados que escapaban del perfecto recogido con el que apresaba su dorado cabello. Sobre todo quedé atrapado por esos ojos color azul claro —casi blancos— que emanaban una fuerza y una sensualidad que nunca antes había experimentado, incluso con esas elegantes gafas de un morado oscuro. Tras un breve suspiro entré en el ascensor de uso privado y vi que apenas contaba con un par de botones; aunque, sin que nadie marcase ningún número, comenzó a descender. Intenté no pensar en las sensaciones que me provocaba mi acompañante y saqué rápidamente mi móvil —antes, la comunicación no era tan práctica como en la actualidad— para escribir un mensaje de texto. —¿Qué escribes pequeño? —dijo Anastasia quitándose las gafas y soltándose el pelo con un movimiento lento pero que resultó demasiado seductor para un vampiro relativamente joven como yo. Aun hoy me estremezco y recuerdo como tuve que borrar y escribir varias veces el mensaje, debido a mi descentrado estado— Estamos bajando mucho, pronto no habrá cobertura y no tendrás más remedio que ser mío —
se acercó un poco más para susurrarme al oído—. Y como soy un par de milenios mayor que tú, tendrás que obedecerme en todo, como un buen hermano pequeño. —Tranquila, ya se está enviando —me eché hacia atrás, pegando mi espalda a la pared del ascensor, para tener una vista completa de una de las vampiras más antiguas, la cual había pasado de su pose recta y formal a una pose agresiva. Parecía una felina apunto de atacar, con la cadera acentuada, el pecho sobresaliendo agitado por la respiración y, por si la atracción fuera poca, tuvo la idea de desabrocharse la chaqueta y resoplar como si un calor insoportable la obligara—; espero que esa diferencia de edad se note en la práctica —dije tragando saliva y guardando el móvil lo más rápido posible—. ¡Ya está! Soy todo tuyo. —¿Para quién era ese mensaje? ¿Una novia? —preguntó acercándose a escasos centímetros y susurrándome al oído de la forma más sensual posible, mientras una de sus manos paseaba por mi pecho— No es que a los vampiros nos importe la monogamia, pero después de esta noche, te será difícil estar con otra vampiresa más joven —su perfume embriagó mis sentidos; aspiré profundamente a la vez que tres de mis dedos acariciaban su espalda y se detenían justo debajo de su pequeña y hermosa oreja—. Llevo cientos de años perfeccionando mi técnica. —Pues entonces menos mal que estoy soltero. Nunca se me dio bien cortar con las jóvenes vampiresas: se desquician; son demasiado caprichosas y creídas —dije cogiéndola fuertemente de los brazos y empujándola bruscamente hasta tenerla cautiva contra la pared del ascensor, a la vez que ambos mostrábamos nuestros colmillos—. El mensaje era para un simple vasallo que no quería que se preocupara de más —me mordió suavemente en el hombro, lo que arrancó de mi garganta un grave gemido mezcla de dolor y lujuria. Cuando me recompuse le volví a empujar contra la pared del ascensor—. Recuerda que yo también tengo unos cuantos años; no soy precisamente un novato. Además, un poco de la sangre de nuestro señor corre ahora por mis venas, me siento brutalmente bien y necesito liberar este sentimiento que me está quemando por dentro. —Tranquilo, vas a desfogarte; yo me voy a ocupar de ello —me dio otro pequeño mordisco en el cuello, donde empezó a descender sangre que lamió con ardor y donde se entretuvo saboreando cada gota antes de que se cerrara la herida—. Se nota el sabor del Maestro en ti, y eso me vuelve loca. Pero ¿sabes?, es una lástima que tu amigo no viniera contigo —esas palabras me desconcertaron y comencé a sentir miedo; ese miedo salvaje que hace que tu cuerpo se tense y no te responda hasta que entiendes qué ocurre a tu alrededor. Antes de poder recomponerme de su comentario noté que sus manos me agarraban con una fuerza inesperada lanzándome contra la pared metálica y hundiéndola… Un suave sonido avisó de la llegada del ascensor a su destino, y la puerta comenzó a abrirse—. Es una pena que no seas el Padre de Todos, me hubiera encantado conocerle y notar el sabor de su sangre en mis colmillos —casi a la vez que pronunció la última sílaba, un golpe suyo en el pecho me mandó disparado fuera del ascensor, cayendo encima de una superficie metálica. Conforme caía, en lo que luego supe que era una mesa, pude ver que la sala tenía las paredes de baldosas, seguramente para limpiar mejor los pocos restos de sangre que solían dejar los vampiros. Los muebles eran de metal grisáceo, a conjunto con el traje de la vampiresa que salía en ese instante del ascensor. Sin saber cómo, ni de donde aparecieron, me vi rodeado de las autoridades vampíricas más reconocidas: los
vástagos directos del Rey de la Sangre, que, con cadenas de plata, no dudaron en inmovilizarme. Tras el desconcierto inicial intenté defenderme con la fuerza que aún conservaba de la sangre de Aud, una considerable fuerza que, sin embargo, no fue suficiente. Los brazos de los fuertes y viejos vampiros junto a las cadenas que me abrasaban la piel, hacían que toda resistencia fuera inútil. Empezaron a golpearme de todas las direcciones con una velocidad abrumadora, sin dejar un solo momento de descanso hasta que dejé de moverme. Las cadenas cada vez apretaban con más fuerza, incrustándose en mi piel, ya quemada por esa dichosa alergia. Intenté tranquilizar mi respiración y parecer calmado, sabía que ni con toda la sangre de mi creador podría escapar de esa situación. Asumido eso, me forcé por aparentar cierta dignidad y hablar, sin que se notara el miedo que me invadía al verme reducido y sin salida. —Bien, veo que os subestimé y me arriesgué demasiado —dije mientras, por diversión, los fuertes y antiguos vástagos, jugaban con las cadenas de plata: aflojándolas, apretándolas, riéndose a cada alarido—, pero al menos Él ya lo sabe todo: pronto estará aquí y se deshará de ustedes, mis dichosos hermanos mayores — les miré uno a uno, me sacaban, el que menos, mil quinientos años de diferencia. Aún recuerdo esa extraña sensación de admiración y miedo al ver juntos a tantos vampiros de lo más respetado; jefes de distintas secciones dentro del Reino de la Noche. Miré a la rubia—. Es una lástima que tengas que recurrir a esto por no pasar una noche conmigo… ¡pasé 50 años en la India! —grité al notar las cadenas incrustarse más en la piel— ¡Créeme cuando te digo que soy el precursor de la mitad de posturas del Kama Sutra! Entre grito y grito maldecía mi insensatez al meterme en la boca del lobo, aunque no dejaba de intentar mostrar una cara desafiante: no quería que vieran debilidad en mi rostro. Pensé en el mensaje de móvil, en si había puesto todo bien, en si me había faltado algo: “Señor, creo que se lo han tragado, estoy dentro; incluso me dejan dormir aquí. Tienen al ser que lo transformó a usted y no sé cómo piensan utilizarlo. Intentaré averiguar algo más y contactaré con usted en cuanto caiga la noche. Tenga cuidado, pero dese prisa antes de que terminen las preparaciones”. Todos comenzaron a reír al unísono, cada vez más fuerte, incluso notaba que aflojaban las cadenas. —Hugh, ¿de verdad crees que alguien como tú podría satisfacerme? Tienes demasiada confianza en ti mismo y más viendo la situación en la que estás —se subió encima de la mesa y, evitando las cadenas, se acercó a mí. Déjame preguntarte una cosa: ¿qué pasaría si en realidad tu amigo no supiera nada? —dijo Anastasia metiendo la mano dentro de mi pantalón… deleitándose un poco antes de sacar el móvil— ¿Y si ese mensaje tan bonito no le hubiera llegado? ¿Qué pasaría si te hubiese mentido en cuanto a lo de la cobertura? Conforme volvían a crecer en volumen las carcajadas de los presentes y de la propia vampiresa, ésta me enseño la pantalla del móvil. Al instante, un fuerte grito salió del más joven de los presentes; un grito de rabia y frustración provocado por una pequeña frase en la pantalla del teléfono: “Error al enviar el mensaje: no hay cobertura; inténtelo más tarde”.
—¡Capitán!, ¡capitán Hugh! —un joven soldado miraba por todos lados buscando al vampiro. Cuando lo vio, estaba rodeado de personas y dando un grito que daba por finalizada su historia. Algunos, en primera fila, retrocedieron con miedo e inmediatamente se sintieron tontos al ver la risa de Hugh. El soldado, que también se asustó con el alarido del vampiro, dio un último “sprint” que le dejó sin aliento—. Capit… lo hemos… está… —la voz no le salía ya que apenas dejaba, por el esfuerzo y la emoción, que entrara aire en sus pulmones. —¡Tranquilo cadete! —dijo Hugh poniendo el semblante serio, ya que no era una actitud muy decente delante de un superior. Aunque la media sonrisa delataba el orgullo del que sabe que ha contado una historia que no desaparecerá, con facilidad, de las mentes de los espectadores— Respira, cálmate y ponte firme. El joven, asustado por las palabras del vampiro, respiró profundamente un par de veces y se irguió con media sonrisa, sabiendo que no tenía nada que temer cuando diera la noticia. —Señor, le hemos encontrado.
PRÓXIMO CAPÍTULO EL 17 DE FEBRERO Si te ha gustado: ♦Síguenos ♦Difunde este contenido
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