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IC T S Í OD
RI E P IVO
ER T E DE
Nora Cortiñas
PERFIL DE LUCHADORA Cuestión de género
LA MUJER QUE NOS VENDEN LAS VIDRIERAS Mónica Alegre
HISTORIA DE UNA MADRE QUE NO ARRUGA Trapitos en la Capital
LA LEY DE NUNCA ACABAR Cartoneros
“LEs ENSEÑAMOS A LOS GOBIERNOS CÓMO SE DEBÍA RECICLAR”
EN LA CALLE ESTÁ LA POSTA
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Editorial
Salir del sedentarismo Por Adrián Figueroa Díaz La comodidad del teléfono, la dependencia del mail, la apatía del inbox, el supuesto inmediatismo del DM y la rutina del escritorio afofan el ejercicio del periodismo. Dinamizan la búsqueda de datos y fuentes, sí. Pero encorsetan la práctica en una redacción, cuando no al living de la casa de quien cree que de ese modo se puede ser “profesional”. El oficio es otra cosa. O sería bueno que lo sea. O que sea lo que fue, pero en términos de investigación, de calidad de producción, de pericia entrevistadora, de interpretación de datos, de chequeo información y de buena de escritura. A ese periodismo que nos gusta se lo hace callejeando. Por eso, en este primer número de Bondi trabajamos con una premisa: que los alumnos de ETER (re)encuentren el oficio en la calle. Bondi es un trabajo colectivo de cuatro comisiones del segundo año de la carrera de Periodismo. Las notas fueron parte de una consigna para la materia Técnica Periodística II y, como tal, la pedagogía atravesó tanto la presentación del sumario, como la producción, escritura y edición de cada artículo. Bondi hizo que el periodismo hecho por alumnos ruede en las calles, porque el oficio que queremos está en la verdad relativa del asfalto o del barrial. Ahí están las denuncias, las historias, las noticias. No podemos hacer crónicas por teléfono desde una redacción. O sí, pero no es lo que queremos. Lo que sí queremos es mirar, oler, tocar y oír lo que miran, huelen, tocan y oyen nuestras fuentes. La calle nos interpela y nos talla como comunicadores. Hasta pone en tela de juicio los criterios periodísticos que nos enseñaron. La formación está en las aulas, el aprendizaje del oficio está ahí afuera. Y hay que salir a buscarlo.
sumario
staff BONDI es una publicación de la carrera de Periodismo de ETER Consejo editorial: Adrián Figueroa Díaz (coordinador editorial), Cecilia Alemano, Luis Gruss, Alfredo Ves Losada, India Molina Arte de tapa y diseño: Adrián Mauas Fotografía: Malena Adandía, Blas Dios, Carolina Pierri, Micaela Arbio Grattone y curso Fotoperiodismo ETER. Gentilezas: José Luis Meirás / Arde! Arte, Claudio Santamaría y Julieta Colomer Redacción: estudiantes de segundo año de la carrera Periodismo ETER ETER –Escuela de ComunicaciónDirección general: Eduardo Aliverti, Pablo Milstein, Javier Rubel, Agustín Tealdo Dirección Periodismo: India Molina Coordinación Periodismo: Silvina Morvillo
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03 Trapitos en la Capital, la ley de nunca acabar 06 Una tropa de luz frente al río 07 Género: la mujer que no somos 08 Cartoneros: “Enseñamos a reciclar” 10 Nora Cortiñas: todas las luchas son la suya 12 Gapra: refugio para perros 13 Qué ves cuando no ves 15 Inmigrantes africanos en Buenos Aires 16 La historia de Mónica, mamá de Luciano Arruga 18 Crónica de un viaje en La 60 20 El periodismo que no es fácil
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Estacionamiento medido en #LaCalle
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Trapitos al sol En el país hay dos ciudades en que la actividad de cuidacoches es regulada por el Estado. En la Capital Federal, el tema está entrampado en un ida y vuelta de proyectos y leyes que no avanzan o que fueron vetadas. El trasfondo ideológico y político de una actividad que podría dar trabajo formal a quienes no lo tienen. Por Nilda Villagra Pérez y Federico Sereno Trapitos, cuidacoches y hasta mercaderes del espacio público, diferentes nombres para la misma actividad a la cual los porteños ya están acostumbrados. Son consecuencia de una sociedad en la que hay falta de acceso y oportunidades, y también desempleo; donde hay que reinventar maneras de subsistir. Una realidad de la que hay que hacerse cargo. En Montevideo, Uruguay, la actividad está reglamentada desde 1933, existe un registro y el cobro por cuidar los coches estacionados en la vía pública es “a voluntad”. En la Argentina, los trapitos se dividen en dos grandes grupos: los que están a favor de la regularización y los que están en contra. Actualmente, existen ciudades en que la actividad medida y regulada por el Estado funciona muy bien, pero ¿qué sucede en la Ciudad de Buenos Aires? ¿Por qué es tan difícil ponerle reglas? LA EXPERIENCIA MUNICIPAL En la ciudad de San Carlos de Bariloche, provincia de Río Negro, se estableció un Sistema de Estacionamiento Medido y Solidario (SEMS), que contempla el orden vehicular y la generación de fuentes de ingresos. En la actualidad hay 140 operadores que forman parte de cinco cooperativas que tienen contrato con la Municipalidad. La iniciativa buscó “ordenar el tránsito y generar fuentes de trabajo para personas en situación de calle”. De lo que se recauda, el 70 por ciento es para los sueldos de los operadores y el 30 restante para la Municipalidad, que lo reinvierte en obras viales, según afirma. En Mendoza capital se incorporaron al programa
de “Estacionamiento Medido” las personas que ya realizaban la actividad en la calle. Impulsado por el gobierno de esa ciudad, se implementó un registro único de beneficiarios que priorizó a las personas socioeconómicamente más vulnerables. El sueldo de los tarjeteros oficiales proviene del 50 por ciento de lo racaudado por la venta de las tarjetas de estacionamiento.
En Bariloche, la iniciativa buscó
UNA EXPERIENCIA QUE “ordenar el tránsito y generar NO ARRANCA fuentes de trabajo para personas En el artículo 79 del Código en situación de calle”. Contravencional de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que refiere al “uso de espacio público y privado”, establece como contravención la práctica de “exigir retribución” por el cuidado de un vehículo, aunque no así recibir dinero en forma voluntaria. En 2011, la Legislatura porteña aprobó una ley que regulaba la actividad y creaba un registro de “cuidadores de vehículos” a cargo del Ministerio de Ambiente y Espacio Público. Estableció que la retribución sería siempre de “carácter voluntario”. En el 2012, el jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, la vetó. La presidenta del bloque del Frente para la Victoria, Gabriela Alegre, y su par legisladora Claudia Neira presentaron en abril de 2014 un proyecto de Ley de Registro En Mendoza se implementó un de Cuidadores de Vehículos. registro único de beneficiarios que No prosperó. priorizó a las personas socioeconóEl PRO también tuvo una ini- micamente más vulnerables. ciativa a cargo de los diputados porteños Cristian Ritondo y Roberto Quattromano.
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Foto: Micaela Arbio Grattone Propusieron la reforma del Código Contravencional para “prohibir la actividad de cuidacoches y de limpiavidrios sin autorización legal”, con sanciones de 500 a 5000 pesos, y hasta cinco días de arresto para quienes ejerzan la actividad. Tampoco consiguió los votos necesarios para ser aprobado. “Los cuidacoches son personas que se adueñaron del espacio público y los vecinos no pueden ser extorsionados si quieren estacionar el auto en cualquier lugar que esté habilitado. Esta conducta produce una sensación de impunidad, porque si no le pagan, la integridad del coche corre riesgo”, comentó en referencia al viejo proyecto el diputado Roberto Quattromano. Actualmente, la diputada Neira busca la creación de un “Registro de Cuidadores de En 2011, la Legislatura porteña Vehículos” que funcione en el aprobó una ley que regulaba la acti- ámbito de la Subsecretaría de vidad y creaba un registro de “cuida- Uso del Espacio Público. Para dores de vehículos”. Macri la vetó. inscribirse, los interesados deberán tener más de 16 años y se dará prioridad a jubilados y discapacitados. La retribución de los cuidacoches siempre será de carácter voluntario. Por el contrario, el diputado del PRO Juan Pablo Arenaza ya lanzó un proyecto de sistema de obleas y grúas medidas que está en licitación. Argumentó 4 | REVISTA BONDI
que, “en ciudades grandes como Buenos Aires, no se puede implementar un sistema de estacionamiento medido porque es muy difícil de controlar” ya que “los barrios se convirtieron en estacionamientos gigantes”. Además, comparó que, en ciudades chicas
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como Bariloche, los cuidadores son “personas con necesidad social”, sin embargo “en Buenos Aires el 80 por ciento son mafias”. MATERIAS PENDIENTES Otro tema preocupante y diferente es el “negocio” que se genera en la cercanía de los estadios de fútbol y que está al frente de integrantes de las barras bravas de clubes de fútbol. Según un informe realizado por la ONG Defendamos Buenos Aires, durante las actividades que se realizan en las canchas se recaudan 12 millones de pesos mensuales por “cuidar coches”.
Para esto tampoco hay consenso ni solución. “El PRO se la pasó haciendo fuegos de artificio levantando un proyecto de prohibición que es inaplicable, pero cuando quisimos discutir la prohibición de los cuidacoches en los espectáculos masivos, que claramente son mafias con nombre y apellido, dejaron de hablar del tema y se olvidaron de los trapitos -critica Neira-. Al PRO le preocupa más el jubilado que pide monedas en una esquina de barrio que la ‘mafia de cuidacoches’ en la cancha de Boca.” Cuatro años sin acuerdos. Una problemática que va en ascenso y que tiene un futuro incierto.
Historia en #LaCalle
La vida en una cuadra Cris es la trapito más antigua de Belgrano, lleva 20 años en la zona. “Varias veces me pegaron en el pecho, pero nada me saca las ganas de ser feliz.” Son las ocho de la noche y la fila para entrar a la celebración da Por Micaela Arbio Grattone Se levanta del cordón de la vereda, se sube un poco el pantalón vuelta la esquina. Analía, una creyente, se para al lado de Crisy se limpia las migas del pebete que comía. Camina dos pasos tina y le cuenta que se fracturó la mano. Le pide si no le puede sobre la calle y, como si lo hubiese previsto, advierte un Fiat Uno cuidar unas bolsas y le deja 15 pesos. Le agradece y se va. bordó que viene de frente. Escucha un motor a varios metros de Con 61 años, cuatro hijos y dos ex maridos golpeadores, a Crisdistancia con el oído perfectamente entrenado y espera a tenerlo tina se la ve contenta. Le gusta ir al Tigre y darse ciertos gustos: cerca para indicarle con un trapito naranja en la mano dónde salir a comer, comprase algo para la casa y tomar unos mates al río. Las marcas y las arrugas impregnadas tiene lugar. Pero el conductor acelera, no se detiene y casi la pisa. Ella, con los la- Una noche, Cristina se hizo amiga en su piel muestran que la vida le dejó cibios pintados de rosa y sus rulos canosos del cura después de llegar a la catrices. La calma en su respiración y la sueltos, aprieta los dientes, mira la patente cuadra golpeada por su ex marido. paciencia de sus palabras impactan con un y se come las ganas de insultarlo. “A los “Ahí me di cuenta que este lugar no mensaje de tranquilidad inusual. hermanos hay que tratarlos bien. Si no, no era sólo un trabajo, era una casa.” Cada tanto pasa alguno que quiere meterse en su cuadra, pero no hace falta que te dejan guita.” nadie haga nada, con sólo ver a Cristina siguen de largo. Ella Maria Cristina Ismael trabaja hace veinte años en Ciudad de la no despega los ojos de los autos en ningún momento. Está de Paz entre Olazabal y Blanco Encalada, frente a la iglesia evangémiércoles a domingos. Se levanta temprano, desayuna y sale. A lica “Rey de Reyes”. Esa cuadra es su territorio. La mayoría de veces reza un rato. A todos les dice “mi amor”, “cariño” o “herlos “hermanitos” que esperan el culto ya la conocen, la saludan, mano”, y se sonroja cuando le dedican un piropo. Vive en Villa le dan charla. La llaman “Cris” y es la trapito más vieja de la Pueyrredón y se jubiló hace poco. Con eso vive. Confiada, dice zona. que no la pasa mal. Los sábados duerme en la pizzería “San Cayetano” porque tiene buena onda con Andrés, el dueño, que le da lugar para que Se hacen las nueve y un Corsa gris asoma por Olazabal. Ella se para y con el trapito le hace señas de que no vuelva a casa tan tarde. Ella afirma que Belgrano es un barrio jodido y que hay de Cada tanto pasa alguno que quiere hay lugar. El auto estaciona y el conductor todo, gente que trabaja como ella y otra meterse en su cuadra, pero no hace y una mujer se bajan. Cristina les pregunta falta que nadie haga nada, con sólo si quieren que les cuide el vehículo y él que lo hace para pagarse los “vicios”. le dice que no, que no se haga problema, Cristina llegó a ese lugar por Norberto, ver a “Cris” siguen de largo. que van y vuelven. Ella responde que igualsu ex marido, que trabaja a unas cuadras. mente se lo mira. “No me cuesta nada”, dice en tono picarón. Se “Antes limpiaba casas, pero estaba cansada. Además, Norber era sienta en la esquina y espera que el tiempo se pase para volver muy celoso y prefería tenerme cerca.” Una noche, Cristina se a casa. A los diez minutos regresa el conductor y le deja veinte hizo amiga del cura después de llegar a la cuadra golpeada por pesos. Cristina le agradece y lo saluda hasta la próxima. su ex. “Ahí me di cuenta que este lugar no era sólo un trabajo, “Varias veces me pegaron en el pecho, pero nada me saca las era una casa. Todos me conocen y me siento cuidada. Si tengo ganas de ser feliz. El trabajo me mantiene parada, mi vida está en algún problema, que es muy raro, le aviso a los hermanos de la esta cuadra”, dice Cristina, atenta a algún motor de auto. iglesia o a los del kiosco, y listo.”
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Antisistema en #LaCalle
Una tropa de luz frente al río Velatropa es una de las 300 ecoaldeas que existen en Sudamérica. Está en Ciudad Universitaria y resiste un intento de desalojo. “No somos ocupas, somos protectores”, dicen.
Fotos: Malena Adandía Por Emiliano Biani En medio del ruido de los autos que circulan por la avenida Lugones, que se mezcla con el del ferrocarril Belgrano Norte y las turbinas de los aviones del Aeroparque Jorge Newbery, se puede encontrar la tranquilidad. A escasos metros del Pabellón 3 de Ciudad Universitaria, y a través de un camino de tierra que sigue más allá del amplio estacionamiento, se llega a la comunidad Velatropa, un autodenominado Centro Experimental Interdisciplinario donde habitan unas veinte personas que se consideran “protectores de la tierra”. La aldea tiene unas diez casas hechas con madera, adobe, piedras y barro, una cocina donde se abastecen a diario y “El círculo”, lugar donde se juntan todos los días para la toma de decisiones. “Acá no hay un líder ni dirigentes, la que manda es la naturaleza”, cuenta Maxi, un joven tandilense que vive en Velatropa hace seis meses. Las reuniones en “El círculo” se dan a diario, aunque para distribuir las tareas existe un espíritu libertario. Uno de los lemas es: “Si hay una tarea, hacela. Mejor arrepentirse que no hacer nada Uno de sus lemas es: “Si hay una por la tierra”. Las decisiones tarea, hacela. Mejor arrepentirse más importantes se toman en las “Reuniones de luna”; se que no hacer nada por la tierra”. rigen por el calendario maya y cada cambio de luna les indica cuándo sembrar. Lo que genera la siembra se vende en el Mercado de Liniers, aunque los aldeanos no viven de ello. Varios tienen sus trabajos o estudian. Existen otros espacios de recreación como “La alfombra voladora”, una esterilla sujetada entre dos árboles hecha con alambres, hilos Desde que intentaron desalojarlos, y pasto sintético. También hay los aldeanos implementaron siste- un lugar exclusivo para la músimas de seguridad propios: cuando ca y donde improvisan bajo el ven algo sospechoso gritan “cucui” sol con guitarras y un saxofón. Existe, además, “El mirador”, y los demás deben responder. un lugar con vista al Río de La Plata y donde se planea hacer el “Puerto aldeano”, un espacio para el acceso libre a la navegación. Los carteles que indican el camino hacia la aldea dicen Pasa nomás, Copate y No tengas miedo. Velatropa (Tropa de luz) es parte de un sistema de más 6 | REVISTA BONDI
de 300 ecoaldeas que existen en Sudamérica. Por este motivo es reconocida en el país y da hospedaje a muchas personas de cualquier parte del mundo que están de paso por la Ciudad de Buenos Aires. No obstante, los terrenos donde se sitúa Velatropa pertenecen a la Universidad de Buenos Aires y están en disputa. Hace veinte años que los aldeanos vienen recuperando ese lugar que había quedado abandonado durante la última dictadura, cuando se paralizó la construcción de los pabellones 4 y 5 de Ciudad Universitaria. Durante la década del noventa hubo algunos asentamientos y luego se formó un basural. Entonces, los aldeanos comenzaron a limpiar y sanear el lugar, y se conformaron formalmente como comunidad en 2007. Sin apoyo estatal lograron reservar el espacio y ahora procuran cuidarlo de la UBA, que intenta construir allí un estacionamiento y los acusa de ser “ocupas”. “No somos ocupas, somos protectores”, aclara un integrante de la comunidad desde hace ocho años. “Nos están cercando y nadie hace nada –dice una joven que prefiere no revelar su nombre-. Vivimos con cuidado de que no entre ningún intruso que intente destruir lo que hicimos y aguantamos para cuidar el lugar.” En junio pasado, el Rectorado de la UBA intentó desalojarlos con personal de seguridad privada de la empresa High Security, pero los aldeanos, que denunciaron “represión” con complicidad de la Policía Federal, impidieron el avance. Desde ese entonces viven en alerta e implementaron varios sistemas de seguridad. Cada vez que escuchan un sonido o ven a alguien sospechoso, uno de ellos grita “cucui” y el otro debe responder con el mismo grito para avisar que todo está en orden. Durante el año se realizan varios talleres, desde teatro hasta lucha greco romana, cocina, circo y huerta. Por el predio circulan muchos ciclistas y por eso también se hacen bicicleteadas en un circuito hecho en el territorio. También organizan festivales y en junio celebran el aniversario de la aldea. Todos son bienvenidos, como define Maxi: “Velatropa simplemente es un lugar hermoso”.
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Estereotipos en #LaCalle
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La mujer que no somos Como objeto, propiedad, producto. Cuál es la mujer que nos muestra el lugar donde ocurren los femicidios. Una lanza de sentido que atraviesa la sociedad y se expresa en la calle. Por Laura Guarinoni y Sofía Villagra “Conviértete en princesa”, dice un blister de maquillajes en la vidriera de una juguetería de avenida Rivadavia. Más arriba, un cartel sugiere la relación entre la cerveza y cinco mujeres de mirada decidida y voraz que posan en traje de baño. Enfrente, un local de lencería exhibe una gráfica con adolescentes jugando a la guerra de almohadas en ropa interior. Una promotora de Volkswagen hipermaquillada y en calzas reparte folletos por Florida. Detrás de ella flamea una guirnalda de cartelitos de oferta sexual. No dicen todos lo mismo pero tienen la misma tipografía, formato, papel: “Adicta al sexo cumple tus fantasías”, dicen que dice Jésica, la de la foto bicolor. Los maniquís de enfrente se parecen a esa Jésica inexistente, en talla, en pose, en tamaño, en distribución de voluptuosidad. Y no se parecen a las otras mujeres, a las reales que circulan por la escena callejera contradiciendo los estereotipos. Gordas, gorditas, flacas, muy flacas, cargadas, cansadas, sobrias, desprolijas, despeinadas, ojerosas, sonrientes, agotadas. Una llora hablando por teléfono. ¿Qué mujer dicen que somos? ¿Con qué imaginarios se nos representa en los mensajes de la calle? Mejor empezar por el principio: la infancia. A la hora de comprar un juguete, un pantaloncito y hasta un huevo Kinder hay que definir antes si el destinatario será niño o niña. Recién cuando se define el género se abren las opciones de juego, de posibilidades y de gustos. ¿Dónde empiezan estas construcciones? ¿Desde qué dispositivos e instituciones se reproducen y se instalan? Claudia Laudano dice que la diferencia sexual se marca desde el comienzo de nuestras vidas. Ella es profesora titular e investigadora en Comunicación y Género de las universidades de La Plata y Entre Ríos. “En la escuela, por ejemplo, se presenta el universo de las nenas diferenciado del de los varones, y eso habilita algunas cosas y prohíbe otras, y también figura una construcción de debilidad de lo femenino”, dice y agrega: “Esto es muy definitorio en la construcción de la subjetividad de las mujeres”. La propuesta de “princesa”, a simple vista, parece proponer una idea de mujer que debe ser bella, suave, femenina, pulcra. Pero, ¿para quién debemos ser princesas? Laudano lo explica: “La princesa es para ser mirada por otros, es la mirada varonil la que la va a poner ahí. Esto aporta a la construcción de una representación pasiva de la mujer”. La violencia suele ser vista como mero golpe y, sin embargo, ese daño parece ser la expresión visible y materializada de otras violencias, la última instancia
de un encadenamiento de significados sobre el “ser mujer”, esos que se ven en cada esquina, vidriera, cartel de la calle. “La violencia simbólica es aquella que a través de patrones estereotipados transmite y reproduce dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de la mujer”, explica Laudano. Este tipo de violencia está citada en la Ley 26.485 de Protección Integral de la Mujer que, a pesar de prever multas por la publicación o difusión de mensajes e imágenes que ejercen violencia simbólica, todavía está lejos de lograr un cambio significativo. En la calle Florida, atrás de la “En la escuela, por ejemplo, se promotora aparecen dos pibes presenta el universo de las nenas que pegan más cartelitos. Mu- diferenciado del de los varones, chísimos. Uno al lado y arriba y eso habilita algunas cosas y del otro. Los pegan sin escati- prohíbe otras.” mar. No los dosifican, no los distribuyen, no eligen dónde: toldos, persianas, columnas, puertas, canteros o paradas de transporte. Según Lucía Nuñez Lodwick, socióloga de la Universidad de San Martín y miembro del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES), la presencia de volantes de oferta sexual en la vía pública “creció a partir de la sanción del Decreto 936/2011 que prohibió la oferta sexual ¿Para quién debemos ser princeen medios gráficos”. sas? Laudano lo explica: “La prinAl parecer, falta mucho para cesa es para ser mirada por otros, arrinconar a quienes están de- es la mirada varonil la que se va a trás de estos papelitos, todo poner ahí.” indica que son personas involucradas en la cadena de la trata y explotación sexual. No publican más en el Rubro 59 pero abrieron otros canales de difusión. Su creatividad parece ser más rápida que la aplicación de las leyes y sus multas. “Ezequiel, te digo que estuve en lo de mi mamá, llamala y preguntale”, se escucha que dice la que llora al teléfono. Esto pasa en la misma calle que muestra a una mujer que se puede obtener tomando la marca adecuada de cerveza o que se puede ser comprando un set de maquillajes, o la que puede atraer compradores de autos o aquella que se puede consumir a cambio de dinero. Mujer como objeto, propiedad, producto: una lanza de sentido que atraviesa la sociedad y se expresa en la calle, que es también la misma calle en la que ocurren los femicidios que horrorizan a la opinión pública. Todo indica que no surgen de la nada, se asientan sobre la base de todas estas construcciones y mensajes que representan, enuncian y Foto: Caro Pierri figuran esa mujer, la mujer que no somos. ETER PERIODISMO | 7
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Trabajar en #LaCalle
“Les enseñamos a los gobiernos cómo se debía reciclar” Antonio tiene 50 años y desde hace 19 es cartonero. Recorre la zona norte de la Capital. De trabajador en relación de dependencia a cuentapropista de su historia.
Foto: Blas Dios Por Sebastián Weber “Todos hacen algo persiguiendo la felicidad y un bienestar: yo reciclo para darle de comer a mi familia”, dice Antonio Varela, un hombre de 50 años que hace 19 que es cartonero. Trabajaba para una empresa pero no lo satisfacía tener que obedecer a un jefe ni poder pasar tiempo con las Antonio no sabe si mañana va a personas que amaba. haber servicio de camiones o si Antonio vive con su esposa van a parar, y un día sin trabajo es y sus dos hijas en la localidad bonaerense de Matheu. Todos menos comida. los días hábiles, a las 11, un transporte lo pasa a buscar al igual que a ocho de sus compañeros recicladores para llevarlos al barrio porteño de Saavedra. Al llegar, todos ayudan a descargar los carros en un camión que espera en la esquina de avenida San Isidro Labrador y las calles Ciudad de la Paz y Vilela. Cuando están listos, comienzan a cami8 | REVISTA BONDI
nar. Cada uno por su lado, pero ninguno antes que otro. Existen tres tipos de cartoneros en la Capital: los que trabajan a sueldo para las cooperativas de reciclado porteñas, los que ganan de la venta de lo que acumulan en un día de trabajo -y que además cobran un subsidio de 2500 pesos del gobierno nacional- y los que son completamente independientes. Estos últimos se llevan a sus casas todo lo que juntan y se lo entregan en mano a las papeleras o las empresas que más plata le ofrezcan. De este grupo forma parte Antonio, que antes de empezar a andar se ata con fuerza los cordones de las zapatillas. Su carro es verde y lleva bolsas de nylon donde va acumulando lo que recolecta. Lo tira en la dirección que van los autos, y cuando tiene que parar busca un lugar donde no moleste o lo deja en una esquina. Atado a los fierros de donde se agarra para empujar,
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tiene un cajón de plástico amarillo en el que guarda cosas pequeñas de valor o que le hayan gustado. Cuando abre los contenedores deja un objeto grande en el borde para que no se le cierre la tapa y pueda agarrar lo que necesita. “Algunos se meten adentro de los tachos para detectar los materiales más duros y ver qué hay adentro, pero yo solo levanto cartón, papel blanco o de diario y plástico de sillas o mesas de jardín”, explica mientras pisa un cartón que alguna vez contuvo un par de zapatos. Las zonas en que recolecta son Nuñez, Saavedra y partes de Belgrano y Colegiales. Los cartoneros independientes no van todos los días por las mismas calles sino que se cruzan y van eligiendo distintos caminos. Antonio, sin embargo, cada quince días visita a una familia que tiene una empresa mediana de computación sobre la avenida Ricardo Balbín, que lo espera para entregarle un paquete de papel blanco y algunas cosas más, como un colchón. En estos barrios también trabaja Madreselvas, una de las doce cooperativas integradas al Servicio Público de Higiene Urbana de la Ciudad de Buenos Aires desde 2002. Los miembros de esta organización no tiran carros sino que se encargan de pasar a buscar los residuos por determinadas casas o negocios, para luego llevarlos a los centros de clasificación y enfardado, para su posterior venta. “Siempre explicamos que la prioridad para levantar los desechos la tienen los que todavía tiran carretas”, declara Mónica Maidana, una de las coordinadoras de la cooperativa. (Ver recuadro) “Fuimos catalogados como personas ‘invisibles’ y ‘no gratas’, pero le enseñamos a los gobiernos de la Ciudad y de la Nación cómo se debía reciclar”, señala
Antonio mientras prende un cigarrillo y se acomoda la visera que lo resguarda del sol. Lleva una remera y un pantalón azul con bandas fosforescentes, como las que usan los recolectores de basura. Ya tiene seis fardos de cartón atados a su carro con soga, y cada vez Existen tres tipos de cartoneros en que lo mueve respira fuerte y la Capital: los que trabajan para cootranspira. perativas, los que reciben subsidios Tiene que llegar a las 16.30 al y los independientes. mismo lugar donde los dejó el camión para emprender la vuelta, pero también quiere recolectar la mayor cantidad de material posible. Es que no sabe si mañana va a haber servicio de camiones o si van a parar, y un día sin trabajo es menos comida. Es que desde que en 2007 dejó de funcionar el Tren Blanco, existe el servicio de camiones, cuyos trabajadores están exigiendo mejoras en los vehículos y aumento de salarios. Cuando le falta una cuadra por llegar, Antonio trastabilla con un adoquín y se le cae el carro en el medio de la calle, con todo lo que recolectó. Corta el tránsito y Desde que en 2007 dejó de funciocuatro de sus compañeros lo nar el Tren Blanco, existe el serviayudan a reunir y atar con so- cio de camiones, cuyos trabajadogas lo que había juntado para res exigen mejoras en los vehículos que no se vuelva a desplo- y aumento de salarios. mar. Mientras, se escuchan bocinas, gritos de los conductores y el ruido de los motores de los colectivos que circulan por el Metrobús de la avenida Cabildo. Él mira para otro lado. Comenta que con el nuevo colchón que consiguió sus hijas van dormir más cómodas. Y no hace caso a los insultos. Nunca le gustó que le digan lo que tiene que hacer.
Cooperar en #LaCalle
Madreselvas, una opción cooperativa Por SW Madreselvas es una de las doce cooperativas que trabajan en la Ciudad de Buenos Aires acopladas al Servicio Público de Higiene Urbana desde 2002. Estas organizaciones se ocupan de la recolección, clasificación, enfardado y venta de los materiales reciclables de grandes generadores de basura, negocios y lo que las personas dejan en las “campanas verdes” de la Capital. A cada una le corresponde una zona y Madreselvas trabaja en el Bajo Núñez, Belgrano y partes de Saavedra y Colegiales, donde los mayores generadores de residuos son Ciudad Universitaria, mercados y empresas grandes. Las cooperativas administran un lugar de selección y recuperación
de la basura, donde trabajan los recicladores urbanos. A menos de cien metros de la avenida Lugones y del Circulo de la Policía Federal se encuentra el Centro Verde de Núñez, en el cual están los empleados de Madreselvas. Allí, a la noche, los camiones salen con quienes van a recolectar a la calle. Trabaja una persona cada cuatro cuadras; cada grupo va dejando lo recolectado en un bolsón donde los dejó el transporte, que es el mismo punto por el que los van a pasar a buscar para la vuelta. Al otro día, el turno de la mañana se encarga de la clasificación final de los elementos reciclables y de armar los fardos, que son cubos de basura para su posterior venta. Intentan vender todo al final de la semana para que no se acopie, debido a que a veces llegan a acumular 50 toneladas solamente de cartón. La venta se hace con los compradores en el lugar y negocian con el mejor postor. El que ofrece más plata se lleva los materiales.
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Resistir en #LaCalle
Todas las luchas son la suya Una tarde junto a Nora Cortiñas, la referente de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. De la desaparición de su hijo hasta la tragedia de Once o los estragos agroquímicos de Monsanto. Una incansable compañera de las luchas populares.
Foto: José Luis Meirás - Arde! Arte Por Agustina Valle Apenas llega al metro cuarenta, tiene una nube de pelo gris y la contextura física de una muñeca. No lleva puesto su pañuelo blanco ni tampoco una gota de maquillaje. La miro. Sólo estamos ella, yo y las cientos de caras de desaparecidos que miran desde las paredes de la sala. Una de las miradas es la de Gustavo, su hijo. Abril de 1977. Catorce mujeEl domingo estuvo en Salta, el lunes res. Una caminata alrededor de en Catamarca, hoy marchando en el la Plaza de Mayo. Así empezó Obelisco y mañana quién sabe. La todo. Hoy revela que la presenbúsqueda de su hijo Gustavo, ince- cia de las Madres en un juicio puede provocar un cambio de sante, lo atraviesa todo. carátula. Ellas son la lucha de los derechos humanos en carne y hueso. El tiempo y algunos desencuentros las dividieron. Nora forma parte de la Línea Fundadora, que surgió en 1986 por diferencias con la conducción de Hebe Bonafini. Se caracterizan por tener una estructura horizontal y por no ser partidistas. Y por tener las convicciones intactas. 10 | REVISTA BONDI
Tienen diferente metodología y diferente lenguaje. Sus pañuelos blancos no tienen precio y la posibilidad de entablar amistad con el represor no existe. “Hebe Bonafini se abrazó con (César) Milani, ex jefe del Ejército acusado por delitos de lesa humanidad; le dio un pañuelo a Aníbal Fernández, pero no me representa a mí ni a los 30 mil desaparecidos. Es un sacrilegio, el pañuelo es de todas, es un gesto de gran hipocresía”, sentencia Nora y agrega: “La desaparición es el crimen de crímenes. No es posible reconciliarse con los genocidas”. -¿La ruptura debilitó la lucha? - No, mirá, para entrar en una madera un clavo hace fuerza. Si le das dos golpes entra mejor. No hay tema que a Nora se le escape, no hay conmemoración ni marcha en la que no esté. Todas las luchas son la suya. Cromañón, tragedia de Once, los movimientos indígenas, la toma de fábricas, el Congreso de la FUBA y más. Por eso, cuando la llaman y
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le dicen que la esperan en el Obelisco para marchar contra Monsanto, la empresa multinacional de agroquímicos acusada de daños ambientales, ella contesta sin rezongar que ahora va. Había estado pensando todo el día en volver a casa, allá por Castelar. Pero después de nuestra charla se iba a tomar el subte para luego subirse al tren, y horas más tarde volver a la casa baja con patio trasero y delantero donde sus plantas esperan que llueva. El domingo estaba en Salta, el lunes en Catamarca, hoy marchando en el Obelisco y mañana quién sabe. La búsqueda de su hijo Gustavo, incesante, lo atraviesa todo. Cuando le pregunto cómo es un día en su vida, ríe. Después de conocerla un poco, la pregunta pierde validez. Ninguno de sus días se parece al anterior. Tal vez algunos domingos cuando se reúne con sus cuatro hermanas y el resto de su familia. “Llego a mi casa, escucho el contestador y veo la computadora, y ya hay para mañana lo que no llegué a hacer hoy”, explica. Nora, que empezó como profesora de costura, sabe y mucho. Da charlas e investiga sobre la deuda externa. Desde 1998 es titular de la cátedra Poder Económico y Derechos Humanos en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Hace unos cuantos años se recibió de psicóloga social y desde entonces va por el mundo tejiendo relaciones con otras personas, como ella dice, “interaccionando”. Hoy la tragedia de Once tiene un lugar especial en su vida. “Ese día tenía que tomar ese tren pero a último momento me pasaron a buscar unos amigos. Había apagado el celular y cuando lo prendí estaba lleno de mensajes, mi familia me buscaba ahí”, cuenta y agrega: “Más de una vez los he preocupado, fui muchas veces presa, amenazada”. Pero no se arrepiente de ni una de esas cosas. Nora tiene una familia grande esparcida por todo el país. Va y viene sola sin pedirle favores a nadie, más bien los demás le piden a ella que por favor se cuide, que se quede en la casa. Recuerda que por entonces “no se podía parar, había que seguir”, su lema hasta hoy. Define a su marido como el que más acompañó la lucha de las Madres, su lucha, hasta que falleció hace algunos años. Del ojo izquierdo de Nora cae una lágrima que se confunde con la emoción, aunque más tarde dirá que tiene un problema de lagrimales. Me pide que la espere, que va al baño. Pasa por la cocina y se mete en una sala que no alcanzo a ver. Creo que no cierra la puerta. Sale lista: cartera grande, bolsa en la mano y sobretodo puesto. Cuenta que no le da miedo andar de noche sola y que casi nunca toma taxi. Recuerda el día que murió el dictador Jorge R. Videla. Estaba sola en su casa escuchando la radio y no le produjo alegría sino conformidad. “Murió como tenía que morir, solo y encerrado. Estas cosas hacen que la lucha de tanto años valga la pena”, expresa.
Cuando salieron las leyes de Punto Final y Obediencia debida sintió tristeza, después lo que hizo Néstor Kirchner fue “lo que se tenía que hacer”, porque “el único éxito hubiera sido abrazarnos con nuestro hijos, los Nora tiene una familia grande espardemás son logros”. cida por todo el país. Va y viene sola Nora cree en Dios, le da gra- sin pedirle favores a nadie, más bien cias y le pide. Recuerda la tar- los demás le piden a ella de de sábado en que su nieto de cinco años, entró con ella a la iglesia de Castelar. “¿Dónde está Dios?”, preguntó después de recorrer el lugar. “Él está en todas partes”, le dijo su abuela. “Si existiera mi papá no estaría desaparecido”, reflexionó el pequeño. Su nieto Damián, que tenía dos años cuando su padre fue secuestrado, creció en un ambiente donde no se le podía ocultar nada. -¿Cómo entiende Damián su lucha política? - No me atrevo a preguntarle. Todos esos años no se podía parar porque eso era lo que querían. Las pintadas en mi casa, las llamadas telefónicas, todo eso le tocó fuerte a la familia y mi nieto creció en medio de eso, “Videla murió como tenía que donde veía que la abuela entra- morir, solo y encerrado. Estas cosas ba y salía. hacen que la lucha de tanto años Ya de grande nunca se sintió valga la pena.” atraído por la militancia ni participó de H.I.J.O.S. “Sus hijas preguntan poco sobre lo que pasó, pero cuando hay una fecha importante él las lleva a la orilla del río y tiran flores”, cuenta Nora. Piedras 153, una de esas callecitas angostas del centro. Allí se encuentra la oficina de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. El 1ºA está lleno de afiches y panfletos. Un cartel ruega no fumar y otro exclama “Ni una menos”. En otra de las paredes, un retrato de Azucena Villaflor, la madre que empezó todo y que fue secuestrada por la misma dictadura que se llevó a sus hijos. En el centro de una mesita un cuadro del pañuelo blanco, ese que alguna vez fue un pañal La presencia de las Madres en un de bebé representando la bús- juicio puede provocar un cambio queda de unos hijos. Salimos de carátula. Ellas son la lucha de juntas y nos cruzamos con una los derechos humanos en carne y madre y una hija que nos abren hueso. la puerta. Me explica el camino pero después recuerda que vamos para el mismo lado. Esta vez, Nora me acompaña a mí. En dirección a Corrientes, Nora Cortiñas me indica cómo llegar al subte B y, a paso lento, esquivamos cada uno de los obstáculos que aparecen: adoquines, basura, arena, escombros. Su destino: Plaza de Mayo, aquella que recorrió tantas veces buscando respuestas, aunque sea otra razón la que la convoca. “¿Cómo no sabés qué es Monsanto?”, se sorprende y asegura que sus favoritas son las causas que el Estado desatiende, esas que parecen perdidas. ETER PERIODISMO | 11
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Perros de #LaCalle bajo techo
Un refugio que no ladra y ayuda Gapra es un hogar que recibe perros maltratados o abandonados y que una vez a la semana abre sus puertas para que quien quiera los lleve a su casa o a pasear.
Foto: Micaela Arbio Grattone Por Damián Stazzone La torre del Parque de la Ciudad funciona como un faro que ayuda a llegar al refugio para perros. Es que Gapra no tiene una dirección exacta. Hay que bordear un extenso alambrado que delimita el predio hasta la entrada y luego atravesar un estacionamiento vacío, que en la época de auge del parque solía estar lleno. Allí se empiezan a escuchar los primeros ladridos y unos metros más adelante se divisa el pequeño edificio de cemento. “Me acuerdo de una tarde que estaba yendo del refugio y al llegar a la puerta vi un perro blanco que lo habían dejado en una caja de cartón –cuenta Graciela Aurora, coordinadora del refugio-. Cuando me acerqué me gruñó mostrándome los dientes. Era chico pero tenía mucho carácter, y sangre en una oreja y una pata. Fui a buscar un hueso que nos donan las veterinarias y me senté al lado de él casi durante una hora, hasta que se tranquilizó y me dejó agarrarlo. Ese día llegué a mi casa cuando mis hijos ya estaban dormidos y mi marido con una cara que no reflejaba mucha felicidad.” El terreno fue cedido por el Gobierno, que también 12 | REVISTA BONDI
se encargó de la construcción de los caniles. El lugar no recibe ningún subsidio oficial, se mantiene con donaciones de personas, empresas, veterinarias y con rifas que se organizan los fines de semana. Graciela sale del trabajo y va directo hacia Gapra. Saluda a los voluntarios, toma unos mates y empieza la recorrida. Se agacha y acaricia a cada uno de los perros que, actualmente, son 68. Entra a los caniles, ayuda a limpiar, revisa que todos tengan agua y comida, reemplaza las mantas que están muy sucias y hace el relevamiento de los que tienen alguna enfermedad o dolencia. Ese informe es el que reciben los veterinarios, que colaboran sin recibir dinero y pasan una o dos veces a la semana para hacer un diagnóstico más preciso. De las heridas o los problemas leves se encargan los coordinadores y voluntarios. “Muchas veces la gente nos trae perros que encontraron en la calle con alguna herida y los veterinarios no están; en ese caso los atienden los voluntarios”, explica. “Lo principal para ser parte de Gapra es tener amor y tiempo para dedicarles. Además de agua y comida necesitan caricias y jugar.” De lunes a viernes son los mismos quienes reparten su tiempo para que no falte nada. Los sábados, cualquiera pude acercarse. Ese día los perros son atados a unas estacas que están distribuidas por el inmenso parque y se permite que los visitantes agarren una correa, elijan uno y se lo lleven a pasear. “Es el único día que sacamos a todos los perros de los caniles para que caminen o corran por el pasto. Se puede venir a pasar el día. Hay familias que vienen con el mate y se quedan disfrutando al aire libre mientras le hacen compañía a alguno de los perros”, cuenta. Además de coordinadores, voluntarios y visitantes, existen los padrinos. “Hay personas que quieren tener un perro pero no pueden porque viven en un departamento o no están en todo el día. Tuvimos la idea de que las personas en esa situación apadrinen a uno del refugio, lo vengan a visitar cuando quieran y aporten un dinero fijo por mes para cubrir los gastos”, explica. En Grapa no hay excepciones. Reciben perros que fueron maltratados, atropellados o abandonados. Los rehabilitan o simplemente les dan un hogar hasta que alguien se acerque y elija. Graciela cuenta que constantemente intentan concientizar y difundir su trabajo para que la gente se acerque al lugar con el plan de adoptar a una de esas hermosas bestias. Y todos contentos.
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#LaCalle desde otra perspectiva
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Qué ves cuando no ves Rubén tiene 67 años y un mundo extra de sentidos potenciados porque es ciego. El orden es su herramienta de supervivencia en una ciudad que no está preparada para hacerle la vida más cómoda. Por Noralía Salvio Balbuena, Johanna Sierra, Agustina Lanza y Jorge Carea Ya habían pasado 15 minutos de su horario de ensayo habitual con el coro de la Iglesia del Salvador, en Callao y Tucumán. Sabía que era tarde y que lo estaban esperando para comenzar. Por eso decidió apurar el paso. Corrió como pudo hasta que logró sortear los molinetes de la estación Medrano de la Línea B. Antes de que comenzara el ensordecedor aviso de cierre de puertas, avanzó sobre el andén y trató su subir a la formación, hasta que su bastón blanco le advirtió que entre los vagones de subte no hay puertas sino un camino directo a las vías. Cuando advirtió el error de cálculo, era tarde: cayó en medio de los dos coches, sobre las piedras que cubren los durmientes. Frío y sereno como siempre, a pesar de todo, rodó despacio hacia el hueco que existe debajo del andén. Ese fue su refugio, y desde ahí podía oír los gritos de los otros pasajeros, en la superficie. Podía escuchar la desesperación de los demás. Pero él sabía que si el tren arrancaba iba a poder salir sin más que unos moretones. Se acomodó en el hueco y escuchó el cierre de puertas, el arranque del tren, el camino libre. Entonces salió de su madriguera improvisada. Trepó el andén con ayuda de los policías
que se acercaron a auxiliarlo, se sacudió el polvillo, se acomodó el abrigo y confió en que el próximo subte lo acercaría finalmente a su destino. Aunque han pasado algunos años ya, Rubén Carrera tiene presente aquel accidente. Por eso ahora toma mayores recaudos para llegar a todos lados con tiempo, sin apuros. Son las cinco y media de la tarde de un jueves en Rivadavia y Bolívar, pleno microcentro porteño. Los primeros oficinistas se prestan en masa para volver a casa. A la izquierda de la salida noroeste de la Una 123 mil personas ciegas habitan estación Perú de la Línea A, la Ciudad de Buenos Aires, según el este pianista de 67 años acari- censo del INDEC de 2010. cia las agujas de su reloj con la sensibilidad de las yemas de sus dedos. Rubén lee la hora con su mano derecha. Luego, utiliza la ventaja del sistema de audiodescripción en su celular y envía un mensaje para indicar que ya está en el lugar pactado. El viento sopla con ganas y comienza a garuar finito, aunque eso no parece molestarle. Cruza pidiendo ayuda por la senda peatonal siempre caótica y pocas veces respetada. Y se sienta en uno de los bancos típicos de los alimentadores de palomas de la Plaza de Mayo. “La desventaja de los espacios “Mi cerebro solo combina la inforabiertos es que no tienen refe- mación con la que interactúa, no rencias acústicas que me sirvan inventa nueva.” de guía”, explica. En los espacios más reducidos, dice, es diferente, porque se puede utilizar el rebote del sonido en las paredes como un lazarillo. “De estar solo, aquí, correría el riesgo de perderme. Por eso elijo no arriesgarme y venir sólo cuando es menester”, dice a metros de la Casa Rosada. Tropezar en un andén, perderse en el microcentro, marearse por el nivel de ruidos, son opciones que figuran en el manual de imprevistos de cualquiera que pise la Ciudad de Buenos Aires. Pero para algunas de las millones de personas que circulan a diario por este monstruo hipnótico que nunca duerme, las chances son mayores. MAPAS MENTALES Rubén es ciego de nacimiento y no conoce exactamente cómo es un mapa. Pero le encantan la precisión, los puntos cardinales y las brújulas. El orden es su herramienta de supervivencia. Es el capitán de su propio barco en alta mar, día tras día. Su propio mapa mental incluye las 169 avenidas de la Ciudad y varios cientos de calles, alturas, y manos de ETER PERIODISMO | 13
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circulación. Puede recitarlas sin repetir y sin soplar, una por una, de norte a sur y de este a oeste. Y esto sólo para empezar. Fanático de los autos, sabe también de mecánica y puede resolver con astucia y frialdad los accidentes domésticos que requieren de cierto cálculo y destreza para salir ileso. Por ejemplo, recuerda con orgullo haber podido enfrentar a la inminente explosión de un calefón viejo. Entonces, medio dormido, pudo reconocer el olor del escape de gas –“el mercaptán”, dice– del artefacto. En lugar de huir, calculó dónde se encontraba la válvula de cierre y pudo felicitarse por necesitar la mínima e indispensable ayuda de otros para sobrevivir. Rubén es una de las más de 123 mil personas ciegas que habitan la Ciudad de Buenos Aires, según el último censo del INDEC realizado en 2010. Cuenta que su cerebro desconoce la Tropezar en un andén, perderse en representación de imágenes: el microcentro o marearse por el “Mi cerebro solo combina la nivel de ruidos son opciones que información con la que interacfiguran en el manual de imprevis- túa, no inventa nueva. Por eso tos porteños. no puedo soñar con colores, porque no los vi nunca”. Sin embargo, sabe que jamás se pondría un pantalón fucsia, para evitar las bromas de sus amigos. Aunque no los pueda ver, en cada viaje que realiza o en recorridas por la ciudad le pide a sus acompañantes que le ayuden a enfocar con su cámara los monumentos típicos, las plazas, los museos que visita, para compartirlos con los que más quiere; esa lista la encabezan su hija y su nieta, que ven perfectamente aunque su ex esposa –que falleció el año pasado– también era ciega. Rubén cuenta que tiene los misRubén nunca vio los colores, pero mos inconvenientes que cualsabe que jamás se pondría un pan- quier vecino para circular por talón fucsia, para evitar las bromas la ciudad, y también algunas dide sus amigos. ficultades extra. Una de las más grandes es que las empresas de servicios que realizan arreglos en las veredas falten con los plazos previstos de finalización. Este detalle que parece menor, en casos como el suyo distorsiona la información con la que debe calcular por dónde puede circular o no sin riesgos. Mientras camina por Plaza de Mayo en dirección al bar más cercano, dice que si bien considera que los semáforos con asistencia para ciegos son una buena idea, son pocos y contaminan su guía auditiva, porque suenan permanentemente. Cree que son más útiles sistemas como el de España, país que visitó hace poco menos de un año, ya que los semáforos permanecen en silencio hasta que el usuario lo necesita. Explica que las personas tienen un control remoto para activarlos y apagarlos al terminar de cruzar. Lo mismo sucede en el subterráneo, en donde hay que apretar un botón para que suene la máquina expendedora de pasaje y entonces pueden pagar su trans14 | REVISTA BONDI
porte como cualquier otro pasajero. Rubén lamenta que Buenos Aires sea una ciudad sucia. En su andar se encuentra, sin querer, botellas, bolsas y demás residuos. Percibe y padece, sobre todo, los olores de las bolsas rotas al costado de los contenedores y más allá. Moverse por Buenos Aires significa, también, tratar de escapar de los engaños que no entienden de discapacidades. Con los años ha desarrollado una estrategia para prevenirse: ordenar los billetes en lugares particulares de la billetera. Los de 100 pesos van enteros contra una de sus paredes, los de 50 le siguen doblados por la mitad en uno de los pequeños bolsillos, los de 20 tienen una punta que toca su base como intentando armar el ala de un avioncito de papel, y los de 5 dibujan otra ala, más pequeña. “El resto –dice mientras cae la tarde sobre Buenos Aires– es confianza ciega.”
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Entrevista en #LaCalle
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Llegar con el sueño de volver Inmigrantes africanos en Argentina denunciaron maltratos de la Policía Metropolitana. El presidente del Foro de Refugiados que los agrupa denuncia que las políticas de integración “no se aplican en su totalidad”. Por Delfina Casaretto y Walter Streng En agosto pasado, unos 200 inmigrantes africanos se concentraron frente al Congreso Nacional para marchar hasta la Legislatura porteña en reclamo por su seguridad, su trabajo y la paz. Nengumbi Celestín Sakuma, congoleño y ex refugiado, llegó a la Argentina en 1995 perseguido por la dictadura en su país. Luego de una difícil adaptación, en 2007 fundó el Instituto Argentino para la Igualdad, Diversidad e Integración (IARPIDI) con el objetivo de facilitar la integración de africanos. No obstante, esos objetivos tienen obstáculos día tras día por prácticas discriminatorias en el campo laboral, en el de la salud y en la educación. -¿Cómo surgió la idea de fundar IARPIDI? -El instituto nació a fines de 2007 como una respuesta a la violación de los derechos humanos de los refugiados, solicitantes de refugio, inmigrantes y afrodescendientes en Argentina. En 2005 hice el cambio de ciudadanía y recibí la argentina, lo que me permitió tener mayor participación política. Al año siguiente, un grupo de africanos nos autoconvocamos y fundamos el Foro de Refugiados, fui electo presidente y comenzamos a realizar un trabajo de concientización para que el Estado tome cartas en el asunto e implemente políticas de integración, algo que no ha ocurrido en su totalidad. Finalmente en 2007 fundé IARPIDI. -¿Cuáles son las principales inquietudes con que los africanos llegan a la institución? -La principal inquietud es conseguir la documentación, además de poder acceder a un trabajo decente. La discriminación, el racismo, el hostigamiento policial en la calle, además del acceso a una educación formal y a la salud son otros de los temas recurrentes de consulta en la asociación. El puntapié que desencadenó la movilización frente al Congreso ocurrió el 6 de agosto, cuando la fiscalía porteña le ordenó a la Policía Metropolitana allanar un domicilio del barrio de Once, donde vivían residentes de origen senegalés. Los agentes irrumpieron a los golpes y secuestraron la mercadería con que los inmigrantes trabajaban día tras día en la calle. “La Metropolitana nos hostiga en forma cotidiana, con violencia, amenazas y acusaciones falsas”, denunciaron públicamente. El planteo de IARPIDI es que no hay ningún hecho ilegal en las actividades laborales de los africanos. Ante esta dura situación, “el sueño de todo exiliado es poder volver” a su país.
-¿Creés que la gente discrimina por ignorancia o por miedo al otro? -Nunca se discrimina ni por ignorancia ni por miedo al otro. Se discrimina porque el europeo instaló la teoría de la superioridad racial. Quien discrimina lo hace porque se siente bien considerando que es mejor. Al otro no hay que darle la dignidad humana, entonces, por no darle la dignidad, no hay que facilitarle el acceso o el bienestar socioeconómico, porque el racismo pasa por la economía.
“La discriminación, el racismo, el
-¿De qué países provie- hostigamiento policial en la calle, nen los inmigrantes afri- el acceso a una educación formal y canos que arriban a Ar- a la salud son temas recurrentes de gentina? consulta.” -Fue variando. La última tendencia, de 2002 en adelante, es de Senegal. Antes llegaban desde Nigeria, Liberia y Malí. Los que somos pocos y estamos dispersos somos los congoleños, que no llegamos a ser 30. Pero los senegaleses llegan a 3500 y “Los que somos pocos y estamos la tendencia es que cada miem- dispersos somos los congoleños, bro de la comunidad se agrupe, que no llegamos a ser 30. Pero los como una forma de cuidarse senegaleses llegan a 3500.” de los abusos; de fortalecerse. Los últimos que arribaron al país provienen de Ghana y de Costa de Marfil. -¿Cómo se financia la asociación? -No recibimos ayuda económica, salvo un proyecto audiovisual que presentamos al Gobierno porteño y ganamos el año pasado, pero sólo fue destinado a ese fin. Entonces, las pocas personas que somos aportamos 30 pesos por mes, solventamos gastos menores y realizamos el trabajo desde mi casa.
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Un reclamo de justicia en #LaCalle
“Soy Mónica”, una madre que no Arruga La historia de la mamá de Luciano Arruga, el joven desaparecido en 2009 y hallado muerto hace un año atrás. “Parí un argentino negro que no quiso robar para la policía y estoy orgullosa de eso.”
Fotos: Julieta Colomer Por Rosaura Barletta En la silla al lado de la ventana, Mónica Alegre toma mate y mira la calle. Murió Frida, la perra que la acompañó durante casi siete años a todos lados. Si estuviera aquí, la tendría tirada entre las piernas. Se repiten las anécdotas en las que, queriendo acompañarla hasta el último centímetro, se enredó con cables de audio debajo de algún panel y dejó sin sonido a una actividad entera. Puede ser que en la calle haya comido algo que no es comida y se haya pescado una bacteria que la intoxicó. O que “Me dicen ¡te felicito por la lucha!, las garrapatas le chuparan la y es como si me felicitaran porque sangre y los glóbulos rojos, lo que la debilitó y terminó con no lo tengo.” su vida. La perra murió un día antes de que ella volviera de viaje. Mónica Alegre es la mamá de Luciano Arruga, el chico secuestrado y desaparecido por la Policía Bonaerense el 31 de enero de 2009. En Jujuy participó del encuentro anual de la Red Nacional de Medios Alternativos y acompañó el juicio de un caso de gatillo fácil. Como no la querían dejar entrar a las audiencias, recurrió a una respuesta que aprendió de su hija Vanesa Orieta: “Quiero hablar con personal jerárquico, ¡este juicio es oral y público!”. Era el caso de Gonzalo Calderón y Pablo Obiña, de 15 y 16 años, asesinados a quemarropa en una supuesta persecución. La policía asegura que los dos murieron por la misma bala, pero la pericia indica que, para embestir a ambos, el proyectil tuvo que girar en una curva. 16 | REVISTA BONDI
Mónica se presenta al final. Comenzó a hacerlo en enero de 2014, en el festival organizado por familiares y amigos a cinco años sin Luciano, donde leyó una carta. Se disponía a dar un discurso ordenado y premeditado en público. “Durante dos años dañé sin querer. Yo perdí a un hijo. Mis hijos perdieron a un hermano y perdieron a su madre. Quizás fui egoísta. Resta reparar ese daño”, leía, se desafiaba, se imponía un reto. Se quedó sola con tres cachorros: Mauro tenía meses; Mario, dos años; Luciano, seis. Durmieron en la calle, en hoteles y pensiones, en terrenos fiscales y fueron a parar, pocos años antes de que secuestraran y desaparecieran al mayor, al barrio 12 de Octubre, en Lomas del Mirador. La algidez empieza mucho antes del asesinato de Luciano, tiene un anecdotario demasiado extenso y a ella misma le cuesta reconstruirlo. Quiere hacer un taller sobre violencia de género, un encuentro de mates y charla con las mujeres del barrio. Apuesta que su vivencia con el papá de los chicos sirvió para algo: “Estuve diez años con un golpeador y cuatro años más atrás de él. Yo le rogaba y creía que la otra mujer con la que él salía estaba
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destruyendo una familia”. Para hablar de Luciano se le serena la expresión y las líneas de la cara empiezan a responder a la gravedad. El chico era protector. Una vez se subió con ella al colectivo para encargarle al chofer que la cuide. También iba a buscar a la parada a Vanesa, de 26 años, cuando volvía tarde de la facultad. Instalados en La Matanza, Luciano empezó la secundaria en la 86, pero la dejó poco después para trabajar. En 2007 se inauguró el destacamento de Lomas del Mirador y empezó la cuenta regresiva. Algunos chicos se involucraron rápidamente en el negocio clandestino: la policía les daba un arma, les liberaba una zona y les marcaba qué casa tenían que robar. Después, era la promesa, compartían el botín. Luciano no quiso entrar. Tenía muchos motivos, pero se permitió elegir. La pobreza extrema no podía reemplazarse con la esclavitud perpetua. El ofrecimiento se materializó y el pibe dijo “no”. El 22 de septiembre de 2008 la familia entera entendió todo. Hubo cacería en el barrio. Diez horas bajo tortura en la cocina del destacamento le explicaron el futuro. “Yo estaba ahí, pero no tenía idea de que a un menor no se lo podía tener incomunicado o que había que dar intervención a un juez de menores”, dice Mónica. En mayo de 2015 se condenó por la detención a diez años de prisión a Julio Diego Torales por torturas. Se acreditó que “Luciano sufrió incertidumbre por no saber, angustia e indefensión por el encierro, dolor físico y psíquico por la tortura. Bronca y desesperación por la impunidad, irritabilidad y pérdida de ánimo como secuela. El silencio, el enojo, el llanto, la depresión, la tristeza, la inseguridad y el miedo”. Esto, en palabras del abogado del CELS Maximiliano Medina. En palabras de su hermana Vanesa, “le quebraron la vida”. El 31 de enero de 2009, madre e hijo se despidieron cerca de la medianoche. “Como a las tres de la mañana no aguanté más y fui al destacamento”, Mónica dio el primer paso de la búsqueda. Más tarde lo buscó su hermana con una amiga. El oficial a cargo les puso un arma arriba de la mesa. Mónica mira por la ventana y ve unas rejas, y adelante otras más que pusieron hace poco alrededor de la casa porque intentaron prenderla fuego. La causa está signada por marchas, protestas, festivales y todo tipo de actividades. En Jujuy hay paredes escritas: Luciano presente o Sin Luciano no hay justicia. “Me dicen: ‘Sos la mamá de Luciano Arruga, ¡te felicito por la lucha!’, y es como
si me felicitaran porque no lo tengo”. Mónica se siente traicionada por los que comenzaron la lucha junto a ella y “se fueron acomodando” según el devenir de las propuestas electorales del Gobierno. Perdió contacto con muchos y conserva como gestante a las Teje y vende sus muñecos en la feria decenas de chicos que le ocu- de San Telmo: “Es una cuestión de pan la vida para acompañar- autoestima, no es que tiro manteca la. Teje y vende sus muñecos al techo, pero me la gano yo”. en la feria de San Telmo: “Es una cuestión de autoestima, no es que tiro manteca al techo, pero me la gano yo”. Cambió el espíritu y las necesidades para bancarse la lucha. Después de dos años sumida en la depresión, le pudo dar otro sentido al sufrimiento. La ayudó su psicóloga Rosa Díaz Giménez, del CELS. Antes, con los periodistas, Vanesa le salvaba las papas, ella sólo decía: “Quiero encontrar a mi hijo”. “Lo único que sabía hacer era llorar”, se ríe. El hallazgo del cuerpo de Luciano enterrado como NN en Mónica se siente traicionada por Chacarita no modificó el deli- los que comenzaron la lucha junto to comprobado: desaparición a ella y “se fueron acomodando” forzada. Es lesa humanidad, según el devenir de las propuestas crimen del Estado. El chico co- electorales. rría con ropa que no era suya por la avenida General Paz cuando fue atropellado por un auto. Un testigo asegura que en colectora, lado Provincia, había un patrullero de la Bonarense con las luces bajas. El joven que lo embistió declaró que Luciano “corría desesperado, como escapando de algo”. Fue trasladado al hospital Santojanni, y Mónica y Vanesa lo fueron a buscar ahí dos veces al día siguiente. La respuesta fue que ningún NN coincidía con la descripción que daban. Falta reconstruir la noche de su asesinato y juzgar a los responsables. Luciano pasó meses en la Morgue Judicial y fue enterrado como NN en mayo de 2009. El 17 de octubre de 2014, el juez Salas ordenó reabrir los archivos de la Policía Científica para volver a cotejar las huellas. Esta vez, no antes, coincidieron. Luciano fue velado y Luciano era protector. Una vez llevado al cementerio de San se subió con ella al colectivo para Justo, a unas quince cuadras de encargarle al chofer que la cuide. la casa de Mónica, la misma de siempre, en Lomas del Mirador. “Me da bronca ir a ver una tumba.” Le hizo una placa con una foto suya y, de fondo, el mar que soñaba con conocer y nunca pudo. El orfebrero se dio cuenta de que era “el chico de las noticias”. La felicitó por su coraje y le regaló una placa con el escudo de River, Luciano era fanático. “Hago las cosas que quiero. Amo mi libertad, que es lo que me da luchar.” Se presenta al final, así: “Soy Mónica Raquel Alegre, madre de Luciano Nahuel Arruga. Vivo en una villa. Parí un argentino negro que no quiso robar para la policía y estoy orgullosa de eso.” ETER PERIODISMO | 17
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En #LaCalle, en un bondi
Un mundo de 24 asientos Un viaje de punta a punta por la mítica Línea 60, la decana de los colectivos. Sus colores, sus olores, los personajes, la historia. Una crónica que recorre lo cotidiano.
Por Milagros Moreni, Mariano Cervini y Matías Rodríguez Fernández “Todos mis días son distintos, pero siempre empiezan igual: tomando la línea 60.” La que habla es Candelaria, una estudiante de 22 años que mientras apoya un pie en el escalón cambia de brazo sus apuntes y busca la SUBE en su cartera. Como todas las mañanas a las 7, va de Belgrano a la Facultad de Ingeniería de la UBA. El recorrido de la línea más famosa de Buenos Aires recién empieza. A esa hora, el ómnibus ya está lleno. Conseguir un asiento es el entretenimiento de algunos y la batalla de otros. Día tras día, millones de personas cumplen el mismo ritual. La música inunda el colectivo. Desde arriba del colectivo, la Hay clima de boliche móvil con mañana porteña se ve distinta: soledades apretujadas volviendo sólo capots de autos y multitudes como hormigas que van y a sus casas. vienen. El inicio es vertiginoso. La gente espera, los choferes pasan. El “Rápido” a la provincia de Buenos Aires es el más buscado. La hora pico es apenas el inicio de un viaje que parece no tener fin. LA TARDE DESDE EL PASAMANOS El bocinazo de un auto hace que varios de los pasajeros de la fila saquen la vista de sus teléfonos. Son más de las cinco de la tarde y en Ayacucho y Santa Fe, en el centro de la Ciudad, no más de diez personas levantan su brazo derecho y extienden la mano para parar al colectivo que los llevará de vuelta a casa. 18 | REVISTA BONDI
-¡Arriba! ¿Va a pagar con monedas? -Con SUBE. -Apoye acá. Mocasines negros, medias de nylon azul marino, jeans gastados, un suéter bordó a rayas y una camisa celeste, visten al conductor. Calvo, de frente arrugada, logra ver gracias a unos anteojos grandes. Muy charlatán, trata de ayudar a cada pasajero indeciso que sube y no sabe cómo pagar. Y busca hacerse notar ante los que no le hablan por culpa del celular o la música: “¡Cuidado con la puerta!”, se le escucha decir en cada parada. Es su latiguillo. En el par de asientos reservados para personas con movilidad reducida viajan, mirando hacia atrás, dos señoras canosas y bien vestidas. Una de ellas le cuenta orgullosa a la otra el viaje que está haciendo su hijo por Alemania, recorriendo Europa. “Allá no es como acá. Allá todo funciona mejor, todo es más limpio”, dice resignada. El colectivo tiene los vidrios tan sucios que se vuelve difícil ver los edificios de la acomodada avenida Las Heras. El semáforo se pone en rojo y una mujer pide bajar por adelante. -¿El señor no sube? -pregunta la dama refiriéndose a un hombre que pretende subir en esa esquina. -Sí –contesta el chofer-, pero no puede subir acá. Espere que se vaya y le abro. ¡Y preste atención cuando baje, que después me la llevan puesta y ando renegando con usted! Con la mano abierta para tapar el sol palermitano que
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le impide ver bien el camino, el colectivero maneja rápido con una banda sonora de fondo compuesta por el repiqueteo de la vieja expendedora de boletos con monedas y el coro de silbidos de los frenos de aire comprimido. A la tarde, el tiempo corre. Debajo del Puente Pacífico, por donde corre el Ferrocarril General San Martín, el 60 tiene la parada más poblada de la hora pico. El inspector de la línea mira su reloj y anota. Llega un colectivo atrás de otro. En sus ratos libres, el hombre conversa y hace chistes con un vendedor de garrapiñadas y tutucas apostado sobre avenida Santa Fe. Con el dedo índice y el pulgar de su mano derecha, el inspector se aprieta los labios y chifla. “¡Dale, metele que lo tenés adelante al otro!”, le dice al chofer y hace señas con el brazo izquierdo. Prende un cigarrillo. Camina. Y se va. Cuando ya casi no hay sol, la fila que empieza en esa parada es tan larga que se mete debajo del puente. Aún así, son tantos los colectivos que vienen que la rotación de personas es permanente. LA NOCHE A BORDO El ramal Panamericana va por esa autovía y llega hasta Tigre. Al menos, eso dice el cartel luminoso del interno 152. El chofer maneja y se pelea solo: “Los taxistas son pelotudos, les falla la cabeza”, dice y volantea al ritmo de una cumbia suave de Los Tekis. Después mira por uno de los millones de espejos que tiene el colectivo que maneja y le hace gestos al taxista que quedó clavado en el semáforo de atrás. Son las nueve de la noche de un martes y a los pasajeros parece no molestarles la música que inunda el colectivo. Hay clima de boliche móvil con soledades apretujadas volviendo a sus casas. A esta hora, la gente parece resignada. Viaja en un miasma de cansancio, alterado por la sonrisa de algún pasajero que recuerda en silencio algo que a nadie le importa. “¿Bajás?”, le pregunta una chica de ojos verdes y flequillo desparejo a otra de anteojos grandes y cara de zombie. Cada vez que el colectivo arranca, un vaho de gasoil caliente impregna el aire. Todos los asientos van ocupados y el pasillo acumula cuerpos que se bambolean en el andar cargado de avenida Las Heras. El frío se hace sentir y los pasajeros suben con camperas y gorros de lana. “Tres con veinticinco”, canta un hombre enorme con una campera Nike al que se le ocurrió subir con un televisor de tubo, que deja en el medio del pasillo. La mayoría de los pasajeros llevan auriculares y celular. Una señora de aros infinitos se aplasta contra un asiento y espía de reojo la conversación que su compañero de asiento mantiene por Whatsapp. El chofer parece salido de la cueva de lugares comunes del universo: abridor de oro en la oreja, claritos en el pelo, un tatuaje en el antebrazo que dice “mis hijos”, chomba celeste con el cuello levantado y una
inscripción bordada en blanco: MONSA, la sigla de Microomnibus del Norte S.A., empresa que desde 1931 brinda el servicio y hoy cuenta con una flota de 400 vehículos, entre comunes, diferenciales y de turismo. El colectivo pasa Las Heras y, El chofer tiene un abridor de oro en a pesar del horario, va repleto. la oreja, claritos, tatuaje en el anteLlegando a Belgrano, un pibe brazo que dice “mis hijos”, chomba flaco con cara de cantante de celeste con el cuello levantado y videoclip le pide “el face” a una una inscripción bordada en blanco: chica que sonríe detrás de un MONSA. asiento individual. Un cincuentón de pelo largo y barba candado canta la famosa frase: “No empujen, atrás hay lugar”. Pero atrás no hay lugar. Hay una sola puerta para bajar ubicada en la mitad del colectivo y la gente se amontona ahí, como si inconscientemente quisieran bajarse todos en cualquier parada y así terminar el viaje de una vez por todas. Las ventanillas sucias de tierra y smog dejan una fina capa que polariza la visión hacia el afuera. El 60 es un espectáculo por dentro y por fuera. Hasta cuando la ciudad se va apagando y necesita de las luces del alumbrado público para seguir viviendo un poco más. El bólido amarillo continúa sin pausa su recorrido. UNA HISTORIA CON MÍSTICA La línea 60 siempre tuvo mística. Marcelo Tinelli abrió uno de sus programas manejando un colectivo de esta línea para “cumplir el sueño del pibe”, y Jorge Porcel lo decía en uno de sus sketchs: “Me lleva el 60, me lleva”. Pero la gran historia fue “Un mundo de 20 asientos”, la telenovela protagonizada por Claudio Levrino y Gabriela Gili que en 1978 marcó un hito en su género. Los trayectos de la 60 van desde Constitución hasta Tigre o hasta Escobar, en la provincia de Buenos Aires. Eso la hace diferente. Y por la gran cantidad de puntos a los que llega se lo conoce irónicamente también como de “el internacional”. Su destino más popular no es el microcentro ni otras zonas comerciales, sino Conseguir un asiento es el entreteTigre. Y los días en los que via- nimiento de algunos y la batalla de jan más pasajeros son los lunes otros. Día tras día, millones de pery los viernes. sonas cumplen el mismo ritual. La línea inició sus actividades en el año 1931 con 82 vehículos y con un concepto innovador para la época: prestar los servicios a frecuencia estable, durante las 24 horas, con personal de conducción uniformado. Hoy quintuplicó la cantidad de coches amarillo, rojo y negro; y actualmente cubre veinte recorridos identificados internamente con letras, que van desde la A hasta la S.
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ETER | PERIODISMO
tenaces, porfiados y en la calle Por India Molina * Mientras los diarios impresos lloran su caída de ventas y a los manotazos intentan afianzarse en el mundo digital, todos los años -sólo en ETER- se recibe una centena de periodistas. ¿Por qué elegimos esta profesión aún cuando sabemos que se precarizó, que los medios son empresas concentradas en pocas manos y que el “periodismo ciudadano” nos pisa los talones? Porque somos tenaces cuando no porfiados. No nos conforman los discursos fáciles, los comunicados oficiales, el dato suelto, las cifras frías, lo que los portadores de voz tienen para decir. En cambio, sabemos que la verdadera esencia del periodismo es buscar hasta encontrar, dar la palabra, escuchar, transitar caminos paralelos, navegar la incertidumbre y no ser cómplices de intereses ajenos sino fieles a nuestras convicciones. ¿Es posible? Sí. ¿Es fácil? No. Si lo fuera, no nos esforzaríamos por aprender a hacerlo bien. Hacer un periodismo en el que las ideas resurjan y no solo se reproduzcan. Un tipo de periodismo que cuenta historias, que abre caminos y busca a los verdaderos protagonistas para amplificarles la voz, esa que le silencian los medios tradicionales -que a esta altura podríamos llamar convencionales.- Un periodismo hecho de lecturas y más escritura, de paisajes, de voces, de tropiezos, de cine, de bares, de dedos golpeando el teclado. A los nuevos periodistas, el mundo digital nos da más posibilidades que temor. Esas nuevas herramientas nos permiten llegar a más lugares, a más personas, a otros relatos. Nos dicen que no hay espacio en los grandes medios, que no hay dinero para proyectos, que no hay lectores para notas de largo aliento y lo contrastamos día a día con la aparición de revistas, narraciones transmedia, blogs colectivos, tele a demanda, podcast, periodismo en viñetas y decenas de nuevos formatos. Quizás crean que como el dato crudo ahora está en Twitter, ya no hay necesidad de interpretarlo. Pero ¿quién se lo contará a las millones de personas excluidas -no sólo de las redes sociales- sino un periodista? ¿Quién analizará, sino un periodista, cuáles de ellos son verdaderamente relevantes? Tal como están las cosas, corremos el riesgo de morir de desinformación por un virus llamado “saturación de noticias”. Entonces, allí donde los medios convencionales obstruyen, cada año muchos de los nuestros se introducen en sus grietas con dos armas poderosísimas: la capacidad de observación y una nueva historia que contar bajo la manga. * Directora de la carrera de Periodismo en ETER
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