Cultura de Cancelación: El ostracismo moderno

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En la década de los años sesenta, un grupo de arqueólogos realizó un descubrimiento que arrojó luz sobre el ejercicio de la democracia en la Antigua Grecia. Hallaron unas piezas de cerámica rotas, que eran el equivalente a lo que hoy serían papeletas de votación. Se llamaban “ostracas” y llevaban escrito el nombre de alguna persona a quien los atenienses querían exiliar de la ciudad por un término de diez años. Representaba “un concurso de popularidad negativa” que permitía desterrar a alguien sin que se le celebrara un juicio (Gannon, 2020)

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CULTURA DE CANCELACIÓN El ostracismo moderno CDPE Ene-2023

Aunque en un principio el proceso se llevaba a cabo mayormente a políticos que el pueblo identificaba como un riesgo a la democracia, no se limitaba a funcionarios electos pues incluía a cualquier persona que, al no haber cometido un delito, no podía ser procesado judicialmente, pero se entendía que había transgredido algún principio que ponía en riesgo el orden civil1. Hasta Pericles2 estuvo entre los candidatos a ser desterrado, pues su ambicioso proyecto de edificaciones, al que le debemos el Partenón, no fue muy bien visto en sus tiempos (Gannon, 2020)

El ostracismo griego, que se extendió desde el año 487 a.C. hasta el 416 a.C., era un proceso estructurado que comenzaba cuando los atenienses realizaban una votación para decidir si se llevaba a cabo o no una “ostracophoria”, que era como se conocía. Si la mayoría votaba que sí en el referendo, se establecía la fecha para llevar a cabo una segunda votación en el que el candidato a ser desterrado debía obtener un mínimo de 6,000 votos para poderle aplicar el castigo. Hay que destacar que, para participar en la consulta, había que ser ciudadano ateniense. Por lo tanto, las mujeres, los esclavos y los residentes extranjeros estaban excluidos (Gannon, 2020).

Además de tener inscrito el nombre del candidato a ser desterrado, las ostracas también contenían información reveladora de las actitudes de los atenienses hacia esa persona. Aunque se pueden leer expresiones tales como “traidor” o “difamador”, que podrían vincularse con la política, también contenían expresiones como “adúltero” y otras por el estilo, que aluden al carácter moral y a la vida privada del individuo (Gannon, 2020).

1 Comparte la académica Laura Almandós Mora (2003), en su análisis del ostracismo en Atenas, una de las más famosas anécdotas de ostracismo transmitida por Plutarco:

“Se dice que un hombre del campo, que no sabía escribir, dio la concha a Arístides, a quien casualmente tenía a mano, y le encargó que escribiese a Arístides; y como éste se sorprendiese y le preguntase si le había hecho algún agravio: "Ninguno, respondió, ni siquiera lo conozco, sino que ya estoy fastidiado de oír continuamente que le llaman el justo"; y que Arístides, oído esto, nada le contestó, y escribiendo su nombre en la concha, se la volvió. Desterrado de la ciudad, levantando las manos al cielo, hizo una plegaria enteramente contraria a la de Aquiles, pidiendo a los dioses que no llegara el tiempo en que los atenienses tuvieran que acordarse de Arístides”. La historia, probablemente apócrifa, sintetiza una de las críticas más recurridas contra la democracia, a saber, la ignorancia y falta de responsabilidad del elector. Muestra también la disposición de los hombres a acatar los designios hechos por estos electores, a pesar de ser conscientes de este defecto que conlleva un sistema político democrático. Arístides escribió sin protestar su nombre en el ostrakon, como Sócrates, más de un siglo después, se negó a huir del Ática y acató la condena de los jueces a morir envenenado. Son dos ejemplos de ciudadanos que se sometieron a la voluntad de los electores, aunque no estaban convencidos del buen juicio de los que decidían” (p. 137).

2 Pericles (495 a.C. – 429 d.C.) fue un hombre de estado ateniense a quien se atribuye el florecimiento de la democracia y del imperio griego.

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Si evaluamos el ostracismo desde la óptica contemporánea en la que se promueve el respeto de los derechos fundamentales y constitucionales de los ciudadanos, podríamos concluir que, aunque para la Antigua Grecia significaba un ejercicio democrático de participación ciudadana, hoy representaría una práctica extraña y un castigo inusitado que viola derechos de las personas (Tridimas, 2016). De hecho, Plutarco, el biógrafo de la Antigüedad, denunció entonces el proceso como uno motivado por la envidia y la animosidad de algunos hacia figuras prominentes de la sociedad ateniense, y un arma poderosa para eliminar temporalmente a líderes (Tridimas, 2016). Por lo tanto, si alguien propusiera el regreso del ostracismo griego como “ejercicio de participación democrática”, serían muchas las voces que se levantarían en su contra, pues somos conscientes de que tenemos un derecho constitucional al debido proceso de ley.

Sin embargo, se puede identificar una práctica algo similar al ostracismo ateniense que ha sobrevivido a través de la historia: la cultura de cancelación. La popularización y expansión de las redes sociales nos presenta un dilema ético que amerita analizarse. Antes de esta revolución digital, quizás no nos habíamos cuestionado si una persona puede ser censurada, “cancelada” o bloqueada culturalmente por expresiones que vayan en contra de las opiniones de un grupo. Este fenómeno, conocido como “cultura de cancelación”, ha tenido efectos económicos, sicológicos y sociales que, en algunos casos,

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han escalado a lo que se conoce como acoso cibernético, a veces con consecuencias trágicas. ¿La cultura de cancelación representa una limitación al derecho a la libre expresión? ¿Cuál es la línea que separa a la cultura de cancelación del ciberacoso? ¿Podemos desarrollar acercamientos de entendimiento ético que propicien un manejo efectivo de opiniones e ideas contrarias a las nuestras? Este artículo nos invita a reflexionar acerca de las posibles respuestas o alternativas a estos importantes cuestionamientos.

¿QUÉ ES LA CULTURA DE CANCELACIÓN?

El concepto de “cultura de cancelación” se acuñó a partir del 2010 (Greenspan, 2020). Su acogida fue tal, que en el 2019 fue la palabra o frase del año, según el diccionario australiano Macquarie (Delgado, 2020). La cultura de cancelación, grosso modo, significa retirar el apoyo o aislar a una persona por haber hecho expresiones ofensivas, según el criterio de un grupo. En otras palabras, se busca “cancelar” socialmente, incluso económicamente, a la persona. Algunos lo consideran una especie de “bullying” grupal, pues su efectividad estriba en la presión concertada que ejerza un grupo de personas para invalidar las opiniones y posturas de otra persona o de alguna organización (Delgado, 2020). Se diferencia de la censura porque al individuo no le prohíben expresarse, pero se le juzga y enfrenta consecuencias por lo que expresa. Para Delgado (2020), la cultura de cancelación tiene como resultado el que los “cancelados” pierdan empleos y oportunidades profesionales, sin la posibilidad de explicar y enmendar sus errores. A su vez, señala que la cancelación surge con más frecuencia cuando se trata de expresiones machistas, racistas y homofóbicas (Delgado, 2020).

Antecedentes de la cultura de cancelación.

Podríamos pensar que la cultura de cancelación es un evento novel producto del alcance de las Tecnologías de Comunicación (TIC’s) y el surgimiento de las redes sociales. Sin embargo, además del ostracismo que practicaba la Antigua Grecia, la historia moderna también cuenta con sus propios momentos de cancelaciones a individuos. Ejemplo de esto, fueron las famosas “listas negras” del macartismo.

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El fin de la Segunda Guerra Mundial enmarcó el comienzo de la Guerra Fría y, con ello, una época de miedo nacional conocida históricamente como la “amenaza roja”, por el temor de algunos estadounidenses a ser objeto de una “invasión comunista”. Fueron varios los eventos históricos que sirvieron de preámbulo a este sentimiento. Por ejemplo, en 1949 Rusia detonó su primera bomba atómica y, tiempo después, las tropas comunistas se declararon victoriosas en la guerra civil de China (History.com Editors, 2009)

En medio de la vorágine de sentimientos de inseguridad que invadió las mentes de los estadounidenses de aquella época, el senador republicano por Wisconsin, Joseph R. McCarthy, dedicó cinco años de su gestión pública a tratar de probar la existencia de comunistas y “otros riesgos de izquierda” en el gobierno federal, particularmente en el Departamento de Estado de los Estados Unidos (History.com Editors, 2009). En aquel ambiente caldeado de sospechas y escepticismo, la mera percepción de “deslealtad” era suficiente para convencer a muchos de los “riesgos internos" en las altas esferas del gobierno federal. A estos fines, como presidente del Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes, el senador McCarthy lideró una serie de vistas públicas dirigidas a identificar y erradicar cualquier posible subversión en la administración gubernamental (History.com Editors, 2009).

A partir de 1947, el Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes (Comité) ganó notoriedad debido a la atmósfera de miedo que se vivía socialmente. Entre sus poderes conferidos, el Comité tenía la facultad de citar testigos, por lo que pautaron una serie de vistas públicas que fueron cubiertas ampliamente por los medios de comunicación del momento. El propósito de estas audiencias ya no era solamente identificar comunistas en el gobierno, sino que extendieron su alcance a identificar y denunciar comunistas y “elementos de izquierda” en otros sectores, particularmente en la industria cinematográfica (History.com Editors, 2019)

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El Comité citaba a personas que estaban bajo sospecha de ser “subversivos”. Si el testigo se negaba a declarar, se le encontraba incurso en desacato y podía ir a prisión. De acceder a declarar, se le sometía a un intenso y prolongado interrogatorio en el que se le inquiría acerca de sus creencias y actividades políticas presentes y pasadas, además de solicitársele que divulgara los nombres de otras personas que compartieran iguales creencias y actividades. Todo el que fuera nombrado por algún testigo recibía una citación para comparecer ante el Comité. Para evitar declarar, los testigos podían invocar su derecho constitucional a no auto incriminarse3. Sin embargo, invocar este derecho constitucional creaba la percepción pública de que el testigo era culpable de algún delito y no quería cooperar con la investigación congresional. Como resultado, su nombre era incluido en una lista por sus patronos, acción que resultó en que muchos fueran despedidos de sus empleos o se les negaran oportunidades (History.com Editors, 2019). Ante estas circunstancias, se podría inferir que la veracidad de la información obtenida a través de estas declaraciones era, al menos, altamente cuestionable.

De otra parte, en Hollywood, por ejemplo, se acuñó el término “black listed” para identificar a aquellos miembros de la industria cinematográfica que aparecían en alguna de las infames listas de subversivos; esto con el expreso propósito de negarles trabajo. Expertos en el tema coinciden en que la práctica de crear listas de subversivos arruinó la vida de muchos profesionales de la industria cinematográfica y mermó la creatividad en Hollywood por años (Bedard, 2020). Cabe resaltar que algunos de ellos, por su trayectoria y calidad en su trabajo, fueron reclutados de manera clandestina, aunque se les negaba el crédito en la película para no perjudicar su distribución y exhibición. Recientemente, durante el proceso de restauración digital, se ha hecho justicia a estos profesionales al añadir en las nuevas ediciones digitalizadas de estos filmes el crédito correspondiente por su trabajo. El efecto de las listas de la época de la “amenaza roja” y la era del macartismo, cobra notoriedad contemporánea en su analogía con las redes sociales. Cuando, por medio de la creación y distribución

3 La Quinta Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de América establece lo siguiente:

“Nadie estará obligado a responder de un delito castigado con la pena capital o con otra infamante si un gran jurado no lo denuncia o acusa, a excepción de los casos que se presenten en las fuerzas de mar o tierra o en la milicia nacional cuando se encuentre en servicio efectivo en tiempo de guerra o peligro público; tampoco se pondrá a persona alguna dos veces en peligro de perder la vida o algún miembro con motivo del mismo delito; ni se le compelerá a declarar contra sí misma en ningún juicio criminal; ni se le privará de la vida, la libertad o la propiedad sin el debido proceso legal; ni se ocupará la propiedad privada para uso público sin una justa indemnización.”

(https://www.archives.gov/constit/constitución)

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cibernética de listas de alegados acosadores, misóginos, racistas, entre otras categorías, en ocasiones se obtiene como resultado la pérdida de empleo y oportunidades. En los casos más extremos, incluso, han perdido la vida. Como fue, por ejemplo, el caso de la mujer transgénero Alexa; quien fuera asesinada luego de la publicación de su foto y comentarios transfóbicos a través de las redes. La adaptación de este fenómeno social nos retrotrae a una época histórica cuyo legado es reprobable. Abriendo el camino a la posibilidad de una nueva era en que se considere a una persona “culpable por sospecha”, dejando a un lado la presunción de inocencia y el debido proceso de ley. Derechos constitucionales fundamentales que debe disfrutar toda persona en nuestro ordenamiento jurídico.

De otra parte, otro acercamiento a este dilema ético es la propuesta de algunos teóricos que coinciden en que la cultura de cancelación es en sí misma un ejercicio de la libre expresión protegido constitucionalmente (Clark, 2021). Por consiguiente, la pregunta que subsiste es si, como ocurre con la interpretación jurídica de la libertad de expresión, existen en la cultura de cancelación límites identificables.

EL DERECHO A LA LIBRE EXPRESIÓN EN LA ERA DIGITAL

El derecho a la libertad de expresión está contenido en la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, donde se establece que:

“El Congreso no hará ley alguna por la que adopte una religión como oficial del Estado o se prohíba practicarla libremente, o que coarte la libertad de palabra o de imprenta, o el derecho del pueblo para reunirse pacíficamente y para pedir al gobierno la reparación de agravios (National Archives, 2022).”

A través del tiempo, la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos ha sido interpretada por la Corte Suprema en decisiones que ha emitido en casos de defensas amparadas en el derecho a la libre expresión que han llegado ante su consideración. El derecho a la libertad de expresión ha sido limitado por la Corte Suprema de los Estados Unidos, por ejemplo, en los siguientes contextos:

• Incitación a una acción ilegal inminente: Brandenburg v. Ohio, 395 U.S. 444 (1969) y Dennis v. United States, 341 U.S. 494 (1951): La Corte Suprema determinó que promover el uso de la fuerza o de la violación de una ley no son expresiones protegidas si son dirigidas a incitar una “acción ilegal inminente” y hay probabilidad de que se produzca. Además, decidió que confabular para derrocar el gobierno de los Estados Unidos tampoco cae dentro del discurso protegido por el derecho a la libre expresión (Walker, 2009)

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• Falso testimonio: Gertz v. Robert Welch, Inc., 418 U.S. 323 (1974): La Corte Suprema decidió que no existe protección constitucional cuando se trata de declaraciones falsas (Schultz, 2009).

• Obscenidad: Roth v. United States, 354 U.S. 476 (1957) y Miller v. California, 413 U.S. 15 (1973): El derecho a la libertad de expresión no protege todas las expresiones posibles, particularmente las que puedan catalogarse como obscenas. El Tribunal Supremo estableció una métrica para determinar si una expresión podría catalogarse como obscena basándose en los estándares comunitarios donde se produce (Jr. R. L., 2009). En el segundo caso, estableció los parámetros contenidos en la “prueba Miller”, aún vigentes, para evaluar la obscenidad de una expresión (Jr. D. L., 2009).

• Pornografía infantil: New York v. Ferber, 458 U.S. 747 (1982): En decisión unánime, la Corte Suprema determinó que los estados pueden prohibir y procesar a individuos por la venta y distribución de materialque represente a menores de edad en actividades sexuales, aun cuando el material no sea obsceno. En estos casos no procede la “prueba Miller” según establecida en los de obscenidad (Ward, 2009).

• Expresiones que pongan en peligro la seguridad nacional: (Precedentes legales: Ley de Sedición de 1798 y 1918, Ley de espionaje de 1917); Schenck v. United States, 249 U.S. 47 (1919), Near v. Minnesota, 283 U.S. 697 (1931), Haig v. Agee, 453 U.S. 280 (1981): En tiempos de guerra, el Congreso tiene más campo para limitar la libre expresión, que en tiempos de paz. También estableció la Prueba de Amenaza Real e Inminente (Clear and Present Danger Test) para evaluar, no las palabras en sí, sino el efecto que crean y si ese efecto se acercaría a “los males sustantivos que el Congreso tiene derecho a prevenir”. En Near v. Minnesota, 283 U.S. 697 (1931), supra, el Tribunal Supremo decidió que el gobierno puede ordenar el cierre de un periódico si publicara secretos militares, siempre que pruebe un riesgo real a la seguridad nacional. En Haig v. Agee, 453 U.S. 280 (1981), supra, decidió que “ningún interés es más apremiante que la seguridad nacional”, por tanto, la rama ejecutiva tiene la “autoridad discrecional” de cancelar el pasaporte a un ciudadano cuando existe un potencial riesgo a la seguridad nacional sin que se interprete como una sanción a la libre expresión (Parker, n.d.)

Lo anterior nos aclara que, aunque gozamos de un derecho a la libre expresión, no es un derecho absoluto y puede ser limitado. Esto aplica tanto a las expresiones que se hagan presencialmente, como a las que se comuniquen de manera virtual.

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¿Qué piensa la gente sobre la cultura de cancelación?

Algunas personas ven la cultura de cancelación como una forma moderna de alcanzar justicia social, mientras otros la ven como un obstáculo para el ejercicio del derecho a la libre expresión y un impedimento al análisis crítico. Pero sin importar cual sea nuestro punto de vista al respecto, podemos establecer que la cultura de cancelación ha transformado las actitudes de las personas en cuanto a la comunicación y la interacción social.

En septiembre de 2020, Pew Research Center realizó una encuesta que buscaba conocer el sentir de los estadounidenses con relación a la cultura de cancelación. El resultado demostró que el público estaba dividido, incluso en cuanto al significado mismo de la frase “cultura de cancelación” (Emily A. Vogels, et al., 2021). Por ejemplo, un 44% de los encuestados respondió haber escuchado bastante acerca de la frase “cultura de cancelación”, mientras que el 38% respondió no haber oído nada sobre esa frase al momento de la encuesta.

El 49% respondió que considera que la cultura de cancelación representa “acciones para hacer a otros responsables por sus actos”. De otra parte, un 14% dijo que la considera una especie de “censura a la expresión o a la historia” y el 12% indicó que son “acciones malintencionadas para causar daño a otros” (Emily A. Vogels, et al., 2021)

En cuanto al uso de redes sociales, el 58% manifestó que denunciar a otros a través de redes sociales hace másprobable el que se logre que las personas se responsabilicen por sus acciones. Sin embargo, el 38% dijo que el uso de este medio para denunciar hace más probable el que se castigue a personas que no lo merecen (Emily A. Vogels, et al., 2021)

A través de los resultados de la encuesta del Pew Research Center, meridianamente se demuestra que no existe un consenso en cuanto a lo que representa la cultura de cancelación para los ciudadanos. Por lo tanto, conviene analizar sus efectos para poder tener una idea más completa de su alcance.

Efectos de la cultura de cancelación

Según los resultados de la encuesta mencionada, casi la mitad de los encuestados ven la cultura de cancelación como una manera de hacer responsables a otros por sus acciones. En otras palabras, la consideran una modalidad de justicia inmediata, muy en sintonía con la ideología de la inmediatez de la sociedad de hoy. Vivimos de prisa, queremos “comida rápida”, queremos enterarnos de lo que acontece al momento, a veces sin corroborar el origen de la información, y de igual manera

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reaccionamos inmediatamente a las noticias que recibimos a través de las redes sociales, simplemente al leer el titular y sin profundizar en el contenido. Pero en la cultura de lo inmediato, surgen preguntas importantes que debemos plantearnos.

Nuestro ordenamiento jurídico establece que todos los ciudadanos tenemos derechos constitucionales, que son el fundamento de nuestro sistema democrático. Dos de estos principios chocan directamente con la justicia inmediata que busca la cultura de cancelación: la presunción de inocencia y el debido proceso de ley. Toda persona tiene derecho a que se le considere inocente hasta que se demuestre su culpabilidad, mediante un proceso judicial en el que se presenten testigos y evidencia, que puedan ser refutados por el acusado. Le corresponde al Estado demostrar la culpabilidad del acusado, porque a este se le considera inocente hasta que termine el proceso y se emita un veredicto que establezca lo contrario. Dicho esto, corresponde preguntarnos si la justicia inmediata que busca la cultura de cancelación atenta contra estos importantes derechos constitucionales; y si el afán de conseguir una justicia rápida podría llevar a que se cometa una injusticia.

No olvidemos que la cultura de cancelación muchas veces declara culpable al cancelado simplemente por la mera sospecha y, en algunos casos, también considera cómplices a los allegados al cancelado simplemente por asociación, lo que crea una paranoia generalizada. Además de poner en riesgo los derechos constitucionales del cancelado, la cultura de cancelación tiene efectos psicológicos para éste, los canceladores y las personas que los rodean. El nivel de impacto de los efectos psicológicos va a depender de muchos factores, entre estos en cuál de las categorías se encuentra la persona (Toler, 2022)

Efectos en el cancelado

Algunos consideran la cultura de cancelación como una modalidad de acoso. Por lo que el cancelado va a sentir muchos de los efectos que podría sentir una persona acosada. Entre estos: aislamiento social, soledad, ansiedad y depresión. En los casos más extremos, también podría existir ideación suicida (Toler, 2022). También podría existir un sentimiento de impotencia pues, aunque el cancelado pudiera tener la intención de disculparse, los demás no le dan esa oportunidad ni quieren escucharlo (Toler, 2022).

La escritora, lingüista, traductora, investigadora y activista Yásnaya Elena Aguilar Gil, en un artículo publicado en el diario español El País, establece que la cancelación es un asunto de poder (Gil, 2022), y su efectividad en el cancelado va a depender del nivel en que este se encuentra con relación a quien

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ejerce el poder. En su análisis, utiliza el ejemplo de un cantante al que uno admire mucho, y que utilice una frase racista que nos haga sentir ofendidos. Es posible que dejemos de seguir al cantante y hasta nos quejemos públicamente por su expresión discriminatoria. Pero eso no tendrá el mismo efecto que tendría si miles de sus seguidores, o el dueño de su empresa disquera le retirara su apoyo, porque fue quien se sintió ofendido por el comentario (Gil, 2022). Por ello, concluye Yásnaya en su escrito, que “la cancelación es un asunto de poder, por eso, cancelados han estado históricamente muchos pueblos y colectividades oprimidas, pero eso es algo que no llama tanto la atención. Lo que escandaliza es cancelar a quienes han ayudado a cancelar estructuralmente” (Gil, 2022). De esta manera, la autora introduce un nuevo ángulo a la discusión del tema de la cancelación, cuando lo condiciona al poder que tiene aquel que históricamente ha controlado el discurso acerca de lo “políticamente correcto” relacionado a los pueblos o a experiencias identitarias, por encima de aquellos que tradicionalmente no han contado con acceso a las plataformas de expresión (Gil, 2022). Visto de esta manera, a mayor poder del cancelador sobre el cancelado, mayor y más abarcador será el efecto que tendrá la cancelación sobre este último.

Efectos en el cancelador

Se debe tener en cuenta que, aunque el cancelado puede ser quien experimente gran parte de los efectos psicológicos de la cultura de cancelación, los canceladores no están exentos. Los psicólogos sociales han identificado una serie de secuelas emocionales que afectan particularmente a los canceladores. Estos experimentan muchas veces frustración, pues la cancelación no siempre garantiza que el cancelado va a cambiar su manera de pensar o enmendará sus errores. De hecho, en el caso de algunas figuras públicas reconocidas, aunque la cancelación ha servido para denunciar malas acciones que estos han cometido, también ha ayudado a incrementar su popularidad y, por consiguiente, sus ingresos (Toler, 2022). Por otro lado, algunos canceladores simplemente se han unido al movimiento de cancelación por la presión grupal, independientemente de cuál sea su convicción personal. Ello se interpone con su capacidad de análisis crítico y discernimiento, para llegar a sus propias conclusiones y tomar decisiones informadas.

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Podemos mencionar como ejemplo el caso de Mike Lindell, presidente de la empresa MyPillow, quien fue cancelado en el 2021 por hacer expresiones en apoyo a los reclamos de “fraude electoral” que realizaron los seguidores del expresidente Donald Trump. Al menos dos instituciones bancarias se unieron a la cancelación, al solicitarle a Lindell que las abandonara pues, luego de las vistas de un comité congresional que investigó los actos del 6 de enero de 2020, para estas empresas Lindell representaba un “riesgo de reputación” (Toler, 2022). Este tipo de reacción podría ocurrir también a nivel individual porque las personas, por lo general, buscan distanciarse de la cancelación para evitar que se les vincule con las expresiones vertidas por el cancelado.

Consecuencias en los espectadores

La cultura de cancelación también afecta a aquellos que son meramente espectadores. Algunos de estos podrían experimentar miedo y ansiedad de expresar lo que sienten porque les preocupa ofender a otros y terminar siendo cancelados (Toler, 2022). Además, ese miedo se extrapola a los eventos del pasado, pues les atemoriza que alguien pueda indagar y utilizar algún acto o expresión para juzgarlos en el presente (Toler, 2022) Ello les causa tal ansiedad, que cuestionan todo lo que hacen o escriben en el presente, por el efecto que podría tener en su futuro (Toler, 2022). También los lleva a expresar solo lo que otros quieren oír, y no lo que ellos opinan o sienten en realidad. En un ambiente académico, esto limita el pensamiento crítico, tan necesario en los procesos educativos. Ejemplo de esto, podríamos considerar los eventos acontecidos en Evergreen State College, que tuvieron el efecto de polarizar las opiniones y actitudes de la facultad y estudiantes.

Desde hace casi cincuenta años, Evergreen State College celebra el evento conocido como “Day of Absence”. Es un día de protesta en el que estudiantes y profesores de la raza negra se ausentan del campus universitario, como denuncia de las “opresiones sufridas por miembros de su raza” (Aranguren, 2019).

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A raíz del triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016, se suscitó un sentimiento de inseguridad entre los estudiantes negros, por lo que para el evento “Day of Absence” de 2017 decidieron cambiar las reglas y pedir que ningún profesor o estudiante de la raza blanca asistiera ese día al recinto universitario, para que de alguna manera “los blancos sintieran el aislamiento y la opresión que habían sentido los negros durante siglos” (Aranguren, 2019). Cualquier digresión con esta regla se interpretaría como una “muestra de insensibilidad racista contra quienes tanto habían sufrido” (Aranguren, 2019)

Bret Weinstein, un profesor blanco de biología y activista social, decidió presentarse ese día a la universidad a impartir sus clases como de costumbre. Por medio de una carta, le comunicó a la directora de Servicios de Asesoramiento Multicultural sus razones para ir en contra de la regla establecida para ese día diciendo que: “Es muy distinto que unos alumnos decidan voluntariamente abstenerse de venir… a que un grupo coaccione a otro para que se marche. En un espacio compartido, el derecho a hablar nunca debería basarse en el color de la piel. Esto es un acto de opresión por sí mismo” (Aranguren, 2019). Las expresiones del profesor Weinstein provocaron la ira de los estudiantes, quienes no le permitieron acceder a su salón, por lo que tuvo que ofrecer sus clases en un parque; además de que tomaron fotos, tanto del profesor como de los estudiantes que asistieron a tomar su clase, que luego publicaron en redes sociales.

El profesor Weinstein fue acusado de ser un “supremacista blanco” por los estudiantes, además de recibir insultos por sus “actitudes racistas”, entre otro tipo de humillaciones (Aranguren, 2019). Tanto el rector como miembros de la facultad, ante la escalada de hostilidad de parte de los estudiantes, se unieron para pedirle a Weinstein y a su esposa, también profesora, que cambiaran de trabajo pues “no era posible garantizarles su seguridad” (Aranguren, 2019). Esto refleja nuevamente una actitud que suele ser común entre los espectadores de la cancelación, cuando se unen a las voces mayoritarias, no necesariamente porque coincidan con la causa, sino como mecanismo de defensa para evitar ser cancelados también.

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CONCLUSIÓN

La cultura de cancelación, aunque ha estado presente a través de la historia, hoy es un movimiento más generalizado por el efecto de las redes sociales y la inmediatez de la comunicación que proveen estas plataformas digitales. Presenta profundos dilemas éticos que hay que considerar para evitar responder a la presión grupal, echando a un lado nuestra capacidad de análisis y pensamiento crítico. Y, aunque es inevitable que seamos espectadores de eventos de cancelación, o nosotros mismos podamos ser cancelados por alguna expresión, los expertos nos ofrecen algunas recomendaciones que debemos considerar (Toler, 2022):

• Evite publicar en redes sociales cuando sus emociones estén elevadas.

• Permita que otro revise el contenido de su publicación antes de publicarla.

• Si se equivocó, pida disculpas inmediatamente.

• Si alguien reacciona desfavorablemente a una publicación, trate de entender su punto de vista y no reaccione impulsivamente.

• Pase menos tiempo en línea y tómese un tiempo desconectado de las redes sociales.

• Si está siendo cancelado, busque una persona de confianza y dialogue sobre sus emociones. Si no tiene a alguien de confianza, busque ayuda de un profesional. La cultura de cancelación es un dilema ético sin una respuesta definitiva. Por una parte, ha sido efectiva para denunciar y, como nos dice Yásnaya Elena Aguilar Gil en su artículo, dar voz a aquellos que no tienen acceso a los medios tradicionales para lograr atención a sus causas (Gil, 2022). Sin embargo, en otros momentos ha servido para diseminar información que no necesariamente proviene de fuentes legítimas y corroborables, afectando a personas y organizaciones, simplemente por una diferencia de opiniones. Lo importante de este dilema ético no es provocarnos a escoger entre un sector y el otro. Más bien debe servirnos como reflexión acerca de que, como usuarios de redes sociales, debemos ejercer nuestro sentido de análisis crítico al momento de ser consumidores de la información que se comparte a través de estas plataformas digitales. No podemos olvidar que tenemos la responsabilidad individual y colectiva de garantizar una convivencia virtual saludable y productiva para todos.

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Referencias

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Cultura de Cancelación: El ostracismo moderno | José R. Jorge Rivera

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