1867. Memorias de un viaje al interior de España

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MEMORIAS DE

UN VIAJE AL INTERIOR DE ESPAÑA, POR

EL VIZCONDE GAZENOLZ DE TÜILDONNE.

MADKID.íj IMPRENTA X G A R G O D E J. E. MORETE, BEATAS, 1&

1867.


Propiedad del autor, quien se reserva todos sus derechos.


A LOS LECTORES ESPAÜOLES.

Hace ya algunos años que en loa periódicos de Madrid vieron la luz varios artículos con la firma,

hasta entonces para mí desconocida, del

VIZCONDE GAZENOLZ DE TUILDONNE. Aquellos es-

critos fueron motivo, sin embargo, de la íntima y cordial amistad que desde entonces se formó entre el autor de los mismos y el que ahora t r a za estos renglones. Juntos recorrimos u n dia y otro las calles, los paseos, los cafés y los teatros; juntos pensamos y corregimos diferentes ligeras obras, que él tenia intención de dar á luz en s u patria. Bien puede asegurarse que j a m á s dos personas se han profesado un afecto mas sincero y espansivo. El vizconde Gazenolz de Tuildonnees, como ha dicho un escritor paisano suyo, un bon enfant. Alegre, inquieto, bullicioso y amigo de divertir-


—4— se y de verlo todo, para que á nadie q u e d e n a d a q u e contarle, engaña, sin embargo, á cualquiera con su aspecto serio y reposado y su robustez, no m u y propia de un vizconde del vecino i m perio. Colocad las cualidades referidas hombre ni petit, ni trop grand,

en un

vermeill,

etlri-

llant de santé; figuraos que la jeunesse en sa jte%r brille sur son visage, son mentón sur son sein descend á double etage, y tendréis un retrato de mi amigo, que p u d i e r a adornar la primera página de esta obra. Amante de los viajes, aficionado á dar

sus

pensamientos á la imprenta, pero sin paciencia p a r a poder producir nunca escritos que pasen de la talla de u n artículo 6 de una poesía, lo mismo h a recorrido las orillas del Sena que los campos de la Crimea; tan pronto ha escrito de crítica l i teraria ec&io de costumbres españolas. Todo esto es m u y propio de u n francés: no lo es tanto la poca afición que tiene á la farsa y á los toros. Con estos antecedentes y a comprenderá el lector, que escrita una obra por el vizconde, t e nia yo por necesidad que ser quien la pusiera en castellano. F r u t o la presente de las

obser-

vaciones que hicimos j u n t o s , él la da á luz en su patria, y yo la presento al público en la mia. No me toca examinarla: sabiendo mis relaciones con el autor, si la ensalzase, nadie me tendría


—5— por juez imparcial; si en ella buscase defectos, con razón me acusarían de mal a m i g o por no habérselos hecho notar antes que la diese á la estampa. Con ponerla en castellano cumplo, pues, la tarea que por deseo del autor tomé á mi cargo. Si quise que la precedieran estas pocas palabras, fué únicamente porque me pareció justo que al entrar en la sociedad española, alguien p r e s e n tase al autor y al libro. Ya que uno y otro q u e dan en poder del público, solo me toca r e t i r a r me, no sea q u e alguien p r e g u n t e : — ¿ Y á V. quién le presenta? J O S É GONZÁLEZ DE T E J A D A .



PRÓLOGO.

Cuando yo llegué á España traía conmigo u n a m u l t i t u d de preocupaciones sobre las c o s t u m b r e s y el estado de ilustración de la P e n í n sula. Conocía la tierra de los garbanzos por d e s cripciones de mis compatriotas, y con tales n o ticias ¿cómo es posible formar de ella u n juicio medio exacto? Pensaba yo que todos los españoles eran unos señores m u y formales; que las mujeres vivían sobre poco mas 6 menos tan esclavas como en T u r q u í a , escepto las manólas á quien no se p o día requebrar sin que echasen al aire la navaja; q u e se respetaban mucho los deberes religiosos, y que la prensa no era como entre nosotros un depósito de bolas. ¡Qué engañado estaba! Los españoles viven y a mas ilustrados que todo eso: son muchachos com' il faut,

que hacen como

nosotros alarde de insustanciales; que como


—8— nosotros cultivan la farsa con aprovechamiento, y que lo mismo que nosotros tienen una prensa destinada á hacer atmósfera y á elevar hasta las nubes cosas y personas que sin esta máquina se estarían siempre en el lodo por su propio peso. Sí por cierto: E s p a ñ a es un país

completa-

m e n t e civilizado, y su civilización es hija l e g í tima de la nuestra. Esto es lo que me propongo demostrar en las páginas que siguen; p á g i n a s breves, como fué también breve el tiempo q u e viví en España. ¡ Ah! siempre recordaré con a l e g r í a aquellas horas en que los españoles me c o l maron de agasajos y de honores. Los españoles podrá suceder que no h a g a n mucho aprecio de lo bueno que tienen en s u casa, pero basta que sea mediano lo que viene de fuera para que lo eleven á las nubes. Con esta escelente circunstancia, E s p a ñ a ,

á

pesar de su ilustración es una tierra virgen (1), un país que puede esplotarse con provecho. Con poco tiempo mas que hubiera yo permanecido en la Península, me hubiera visto hecho p e r s o n a importante, pues, si bien es cierto que m i instrucción es poca y no m u y superior mi i n g e nio, en cambio hablo de todo, me cuelo en todas partes y sé ponerme con gracia la corbata. Con (1) El traductor no puede menos de protestar contra esto de la virginidad de España. Dos siglos hace que ya lo dudaba Quevedo. (N. del T.)


— 9— menos tenia bastante para hacer fortuna en E s paña. ¿Cuál será la acogida que den los españoles á mi libro? Escelente ¡oh! lo sé como si lo viera. E n cuanto Duran y Baylli-Bailliere lo coloquen en sus escaparates, acudirán á él los literatos como moscas á un terrón de azúcar,

recorrerán

con avidez sus páginas y no faltará a l g u n escritor eminente (1) que lo dé al público en t r a g e castellano. Entonces hablarán las gacetillas del autor y el traductor, se agotarán tres ó cuatro ediciones españolas (2) y vendrá por último una cruz al ojal de mi levita. Allá va en fin mi libro tal como he sabido hacerle: confieso que al escribirle h u b i e r a q u e rido ser un pintor como Velazquez ó Murillo p a ra retratar hermoseando. No es culpa mia si no soy mas que una máquina fotográfica. (1) En lo de eminente se ha equivocado el vizconde: el traductor no lo es, aunque espera ir siéndolo á fuerza de traducir obras como esta. (N. del T.) (2) ¡Dios oiga á Mr. Tuildonne! (N. del T.)

2



DOS INESES EU ESPAIA. A madame la marquise Alice Ernestine de la Pépiniere.

Mi querida amiga: Ya estoy por fin en la córte de E s p a ñ a ; en esa pueblo de amores, de navajas y de manólas, que tantas g-anas tenéis de ver, y cuyas costumbres • coa ta uto empeño me habéis encargado que os describiera. Voy, pues á complaceros. Nada hablaré de nuestro viaje hasta Madrid, sino que en España es deliciosa la vida del (ourisie, no soloporque en vías férreas se crucen rápidamente sus altos montes y sus p i n torescos prados, sino además por sus cómodos y espléndidos caminos, por sus bien provistas y e l e f a n t e s fondas ó posadas (1), y por el a g r a do y cortesanía que en todas partes arrieros y paisanos os demuestran. Entrase en Madrid al venir de Francia por la (1) He conservado esta palabra conf rme se encuentra en el original, lo mismo que to¿as las quo van escritas en bastardilla.—[N. del T.)


- 1 2 puerta de Bilbao (1), siguiendo por las hermosas calles de Fuencarral y de la Montera, llamada así esta última por estar llena de sombrererías, hasta la de Alcalá, donde se hallan situadas las paradas de diligencias. Bellísimas, y por e s t r e mo concurridas son estas calles; pero tan poco seguras para el viajero, que desde que entra en la población hasta que sale del c o c h e , tiene que escoltarle una especie de soldado de caballería. Como en Madrid h a y pocas fondas (hotel garni) abundan las casas de huéspedes, habitaciones particulares, cuyos dueños admiten á cualquiera en su familia por una módica retribución. N o s otros nos quedamos, sin embargo, en cierta f o n da que tiene la muestra en castellano, y en francés debajo para mayor claridad. Nada habia allí, querida marquesa, desde la elegante olla podrida, con sus indispensables garbanzos, hasta el mas ínfimo mueble, que pudiera recordarnos nuestra patria. Lo mismo sucede en toda E s paña. Empezamos á ver aquella misma tarde los paseos de la cérte, el primero de los cuales es sin disputa el Retiro, mansion de los a n t i g u o s reyes de Castilla, que iban á pasar allí el verano por librarse del calor. Consiste tan delicioso p a seo en una infinidad de altísimos y espesos b o s q u e s de verdes sicómoros, olorosos naranjos y corpulentas encinas. H a y allí muchísimas fuen(1) Esto era antes de existir el ferrocarril del Norte; ahora se entra por la Montaña del Príncipe Pió, preciosa colina cubierta i e viñedos, kioscos y vacas suizas, y horadada por un túnel que atraviesa gran parte de Madrid.—[N. del À.)


— 13 — tes de sencilla arquitectura y cristalinas linfas, contándose entre ellas la de la Salud, llamada así porque sus aguas curan todas las enfermedades, bebiendo j u n t o á ella seis vasos á lo menos por la mañana y otros tantos por la tarde. P r e cioso recuerdo es la fuente egipcia de la dominación de aquellos pueblos en E s p a ñ a , y el estanque de las campanillas de la de los moros. Lucen sobre aquella u n ídolo y dos esfinges de cierta piedra amarilla, hoy enteramente desconocida, y esta tiene en el centro u n adorno á la morisca usanza cubierto de campanillas y c a s cabeles, que tocan por medio de u n ingenioso mecanismo eléctrico la cachucha y el bolero en los dias de gala. Sirviendo de barrera á un p r ó ximo parterre, hállanse colocadas las cadenas con que la Inquisición oprimia á sus d e s g r a c i a das víctimas. El estanque grande se llama un depósito de a g u a , cuya profundidad no se conoce, porque n u n c a se h a visto seco. Cortan sus ondas cisnes, patos y pescados de todas clases, y en ciertos y señalados dias, hasta buques de vela y de vapor, que salen de u n precioso embarcadero. Alrededor hay cuatro gabinetes de recreo para todo el q u e quiera hacer uso de las máquinas que e n cierran, y no lejos una casa llamada de las fieras, donde diariamente ven los estudiosos c u á n tos salvages animales en las cinco partes del m u n d o se pasean. Solo una falta tiene este p o é tico recinto, que al anochecer es preciso r e t i r a r se, porque los g u a r d a s dan una especie de batida á la gente hasta dejarla fuera, lo cual, según me


— !4 — dijeron, se acostumbra porque á estas horas s a lea á paseo las fieras, por cuya razón también los guardas llavan e o a t í n u a m e n t e carabinas. Siguen en fama á este paseo la Fuente Castellana y el Prado. La primera es un larg-uísimo jardín perfectamente recto con bosquecillos á los lados, teniendo á su estremo la fuente erigida allí para perpetuar la memoria de un antiguo combate entre las tropas castellanas y leonesas, como lo prueban los castillos y leones dorados que brillan en lo alto. Un poco antes se encuentra la del Cisne, llamada así por tener en el c e n tro uno de piedra que arroja el a g u a á mayor altura que la torre mas alta de Madrid. Frecuentadísimo es este paseo en las noches del verano, por su proximidad al lindísimo pueblo de C h a m berí, preciosa colección de casitas de campo para personas ricas, llena siempre de la mas a l t a aristocracia. ¡El Prado! ¡Cuan hermosa es en él una noche de verano! Allí, sin mas luz que la de la a r g e n tada luna de España, cruzan entre los árboles, sobre el v e r l e suelo la morena manóla con su vestido corto, su flexible talle, sus ardientes ojos y las manos en las caderas; allí el orgulloso hidalgo, fumando un enorme cigarro; el majo,con su sombrerito de alas subidas alrededor, los b o tines de cuero á medio abotonar y la chaqueta sobre el brazo; los alcaldes con sus linternas en la cintura; las pasiegas (nourrices) con .trajeandaluz cubierto de franjas de oro; mas allá las e l e gantes carrozas llenas de señoras, que enseñan á través de la mantilla un rostro encantador, y


—15las ligeras y cómodas calesas ocupadas por alegres parejas de manojos. Hé aquí, querida m a r quesa, el Prado y sus cuadros llenos de poesía, que no se comprenden sin verlos, y q u e vistos, no se olvidan j a m á s . Demos ahora una rápida ojeada a l a s calles. Anchas y espaciosas todas, pavimentantes cortados gnijarrillo. , que deslizando el a g u a c u a n do llueve, jamás ensucian la corte con el espeso lodo del m a c - a d a m de nuestros boulevares. Muy digno es de notarse que casi todos los edificios son incombustibles, s e g u n d o indica una lápida colocada sobre sus puertas con esta inscripción: 3

ASEGURADA DE INCENDIOS, assurée de

incendies.

Así es que en Madrid no ha habido n i n g ú n fuego desde el siglo pasado. Admiraríais, marquesa, si por aquí vinieseis, el espléndido lujo de las t i e n das, su abundancia en el surtido y el no v e n d e r se apenas en n i n g u n a mas que productos nacionales, escepto en varias tituladas de ultramarinos, donde se despacha aceite, garbanzos, velas y vinos de Málaga y Jerez. No menos que las tiendas aventajan los pasajes de Madrid á los nuestros en lujo, concurrencia y prosperidad: enriquécense en ellos los comerciantes, y son elpunto de reunion y el paseo de todas las hermosas en los dias de lluvia ó de vientos. Todas las calles están siempre estraordinariamente limpias, para lo cual hay destinados una porción de niños vestidos con esmero que las recorren de continuo con palas y espuertas, r e cogiendo hasta los maspequeños trozos de papel. Delante de las anchísimas aceras, inmensos p e -


— 16 — destales de hierro con sus faroles adornan de continuo la población, y la iluminan á giomo en los dias de gran solemnidad, q u e d e ordinario, como los madrileños se recogen, s e g ú n ellos d i cen, con las gallinas, el que algo tarde se retira hácese acompañar por unos hombres llamados serenos, á causa de lo impávidos que son, y que llevando un farol en la punta de una lanza, a s u s t a n con quejumbrosas voces á los rateros. Embellécense la mayor parte de las calles con verdes árboles á manera de nuestros boulevares, solo que los de Madrid son mucho m a y o res y tienen a b u n d a n t e s nidos de pajarillos q u e alegran las casas con sus gorgeos. La animación y el movimiento son donde quiera estraordinarios, particularmente en las primeras horas de la mañana en lo que l l a m a n plazuelas, que son u n a especie de mercados compuestos de l a r gas calles de casas de madera. Allí v a x a d a cual á proveerse de lo necesario para el gasto c u o t i diano de la inolvidable olla podrida, y es de ver á todos los cabezas de familia, hasta los de la m a s alta aristocracia, embozados en el mes de agosto en sus luengas capas, y seguidos de un criado con dos 6 tres enormes cestas, recorriendo puesto por puesto, y llenándolas de g a r b a n zos, carne y p a t a t a s , todo j u n t o en la mejor a r monía. No faltan en estos mercados lo que n o s otros llamamos dames de la halle; pero en M a drid son graciosas manólas vestidas con infinito lujo y adornadas con pendientes y sortijas, que oyen orgullosamente los requiebros de los c o m pradores, contestando con esa gracia n a t u r a l


— 17 — que ha dado Dios solamente á esa clase de personas. En otro tiempo usaban para librarse de los rayos del sol, u n inmenso p a r a g u a s llamado toldo con u n a p u n t a de hierro, coa la cual lo fijaban en el suelo; pero hoy está prohibido, lo mismo que el palo también con pincho que para colgar el peso les servia, porque como a r m a d e fensiva le utilizaban á menudo cuando a l g u i e n las perdia el respeto. Por eso hoy están con la balanza en la derecha mano, hechas imagen de la justicia, y se les h a n asignado algunos municipales {sergents ole villi) para defenderlas de cualquier agresión de los amateurs. Son a d m i rables por lo demás la fraternidad que entre ellas se observa, la limpieza del suelo y los magníficos arcos de triunfo llenos de atributos y alegorías que sirven de entrada á las p l a zuelas. Cuando el bullicio de las primeras horas va cesando, empiezan á salir las señoras á misa, con la mantilla sobre la cara y a c o m p a ñ a d a s de sus dueñas. Sigámoslas, m a r q u e s a , y las veréis sentarse en humilde postura sobre los talones en el n u n c a manchado pavimento de las i g l e sias. Dentro de estas nadie tose ni escupe ni vuelve la cabeza, ni h a y niños q u e lloren ni perros que retocen; no se cruzan miradas a m o rosas, ni en la puerta elegantes mocitos esperan la salida de las bellas. Todo en las iglesias, hast a las fachadas, las músicas que suelen resonar en a l g u n a s misas, y los prospectos que á la e n t r a d a se reparten, es devoto y lleno de unción y recogimiento. 2


— 18 — Muchos y suntuosísimos teatros h a y en esta corte siempre concurridos, por mas q u e el p u e blo prefiera las tranquilas emociones de la plaza, de toros. ¡Los toros, marquesa! Hé a q u í el e s pectáculo nacional 6 mas bien el retrato de los españoles. Allí se ve su amor al drden, su r e s peto á las autoridades, y a l g u n a s veces su g r a n filantropía. Bizarros toreadores, fogosos corceles, magníficos trajes y u n a innumerable c o n c u r rencia de elegantes damas y apuestos caballeros q u e admiran en silencio el valor y la gentileza: tales son las corridas de toros, que nada tienen de feroz ni de r e p u g n a n t e . Pero volvamos á los teatros. Todos ostentan igual y espléndido lujo, y las funciones que en ellos se dan, ofrecen la particularidad de empezar á la hora señalada, ser m u y cortos los entreactos y no haber j a m á s lo que nosotros llamamos claque. Por adorno únicamente se tienen los despachos de billetes, porque arrebatados estos anticipadamente por los revendedores, hombres destinados á darles salida en u n precio ínfimo y convencional, se venden en las calles y las plazas. No menos afición que á los teatros h a y en Madrid á los cafés, y m u y agradables ratos h e pasado en ellos. Mucho me habían celebrado en Francia los helados (sorbetes), y al tomarlos aquí, h e conocido que merecen su fama. ¿Qué cosa habrá m a s agradable q u e aquellas p e q u e ñ a s pirámides heladas, de diversos colores, con el a r o m a y el sabor de la fresa, de la avellana y hasta de la patata y del tomate? Observé q u e n u n c a para tomarlos sacaban cucharillas, sino


— 19 — unas especies de obleas en forma de t u b o s , de q u e i g u a l m e n t e se utilizaban para aspirar los líquidos. Llámanse estos sifones barquillos, y son m u y apreciados en Madrid, lo mismo que los buñuelos, roscas finísimas de aceite y masa q u e con muchísima pulcritud se fabrican por todas partes en g r a n d e s hogueras y calderos los dias de fiesta ú n i c a m e n t e . Otra clase de cafés h a y también por a q u í , con el n o m b r e de horchaterías, llamados así por u n líquido que en ellos se vende, la horchata, que no sé de qué está compuesto, a u n q u e sé q u e es delicioso. Lo mismo en ellas que en los cafés, sirvan á los concurrentes elegantes doncellas, llenas de sortijas, pendientes y collares de g r a n precio, y con trajes andaluces bordados de plata y oro, que brillan á la luz de los candiles e s p a ñoles, uniendo sus reflejos á los de cien y cien l u n a s de Venecia, limpias como una hoja de Toledo, formando una verdadera escena de las Mil y una noches. Aquí tenéis, p u e s , marquesa, lo mas notable de Madrid: algunas palabras añadiré ahora acerca de las costumbres mas peculiares de la corte. Son sus habitantes m u y serios, enemigos del lujo y de funciones populares 6 romerías, y sin hacer nunca jactancioso alarde de nacionalidad, a m a n tanto á su país que j a m á s hablan m a l de él ni copian á otros en traje, usos é idioma. L a s damas, todas lindísimas, morenas, altas, de ojos negros y c i n t u r a delgada, llevan por n o m bre los de varios seres animados, 6 inanimados, ó" los de ciertas afecciones del alma en recuerdo t


— 20 — de a l g u n suceso de familia; así nada mas común que oir llamar á las señoritas COQUILLE {Concha), p i L i E R (Pilar), CHAGRINS (Angustias), LLES (Candelas), REMEDES (Remedios),

CHANDESOLITUDE

Soledad), y aun Lola, q u e no he podido saber qué significa. T a n t a es la amabilidad de a l g u n a s doncellas madrileñas, q u e ofrecen su casa á cualquiera desde las rejas donde se asoman, y a u n lleyan su galantería hasta llamar hermosos á los h o m b r e s , cuando vistosamente engalanadas hacen alarde de sus gracias en las primeras horas dé la noche. Como y a dije antes, todo el mundo se retira á su casa al anochecer en la coronada villa. Por eso no se conocen en ella bailes ni reuniones nocturnas, y cuando a l g u n individuo de la alta aristocracia celebra u n a soirée (palabra q u e no tiene equivalente en castellano), todos los p e riódicos se deshaced en elogios, celebrando como cosa estraordinaria las telas de los vestidos, las luces, l a orquesta y el buffet, c u y a voz también h a n tenido que declarar española, por ser d e s c o nocido hasta hace poco en el país lo q u e por ella se denota. A pesar de esta vida patriarcal, prosperan no poco las artes, la literatura y el comercio, y se recompensa de un modo admirable á los q u e hicieron célebre el nombre de la nación: testigos son de lo p r i m e r o , los productos que por todas las «alies se ostentan, sin estorbar el paso p o r Supuesto; y de lo segundo, los magníficos s e -


— 21pulcros donde reposan las cenizas de (Cervantes, Quevedo, Lope de Vega y otros. Como consecuencia de tan pacífico modo de vivir, se puede considerar el respeto q u e tienen los madrileños á las autoridades; así es que su policía se compone ú n i c a m e n t e de dos docenas de ciertos es claustrados, llamados agonizantes por haber pertenecido á esta comunidad ú d r d e n , como claramente lo indica el número del convento que llevan bordado en el cuello, su traje entre guerrero y clerical, algo semejante al de los capellanes dol ejército, su espada ceñida y s u bastón de palo santo (1). E l carácter dulce de los madrileños hace q u e no conozcan los desafíos, y al pnnto que las autoridades tienen noticia de a l g u n o entre estranjeros, impiden p r o n t a m e n t e q u e se verifique, ó castigan con g r a n rigor á combatientes y padrinos. He concluido, querida marquesa: pudiera d e cir mas, pero me haria pesado, y lo que falta pienso guardarlo para otros amigos que os e n s e ñ a r á n . s i n duda mis epístolas. Creo no haber tratado mal á Madrid, porque sobre poco mas 6 menos lo mismo le t r a t a n tolos nuestros p a i s a nos, y aun algo peor muchos de ellos, que h a n recibido elogios y premios sin e m b a r g o . De t o dos modos, como mi carta es para vos, en g u s tándoos á vos me doy por satisfecho. Recibid, marquesa, etc. Votre tout dévoué. (1) Estos esclaustrados deben haber vuelto á sus conventos, porque no los he visto en los último» viajes que hice á Madrid.—[N. del A.)


COSAS DE E S P A Ñ A . Hacer tiempo. — Mañana. — Prórogas. — P r o pinas.—Aniversarios.—Armonías m e r c a n t i les.—Oficialismo.—¡Cosas de España!—Regocijos fúnebres.

Costumbre es de todos los viajeros, s i q u i e r a no sean mas que á medias ilustrados, el a p u n t a r en un a l b u m , de mas d menos lujo, las i m p r e siones en sus cortos ó largo3 viajes recibidas. Yo, relacionado con las altas sociedades de P a r í s , ¿cómo habia de olvidar que á mi vuelta tendria que dar cuenta de todo lo notable de los p u e blos que hubiese recorrido, y mucho mas t r a t á n dose de España, nación t a n fuerte en a c h a q u e de impresiones? Voy, pues, llenando mi a l b u m , nada flaco por cierto, y una de sus hojas e s t r a c tada, y que comprende diferentes ideas, es la que tengo el honor de presentar al público como m u e s t r a . Dios hag-a que le g u s t e . Adelantada va estando la industria fabril en toda España, particularmente en lo relativo á hacer el tiempo, que I03 habitantes del resto del m u n d o gastarnos ó dejamos perder. A b u n d a n en la Península las fábricas de tan precioso a r t í c u -


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lo, sobre todo en Madrid, donde cada vecino, por causado su organización lleva siempre consigo una m á q u i n a al efecto. Los métodos de e l a b o r a ción son m u y variados y sencillos, pero casi todos requieren como auxiliar el h u m o del cigarro. Hay quien, haciendo tiempo, se pasa horas, enteras t u m b a d o en los divanes de un cafó, m a g n e t i zando con sus miradas, para que salga mejor la operación, el techo, la gente que pasa por la c a lle ó las moscas que revolotean en el a m b i e n t e : otros, no contentos con fabricar el tiempo, o b l i g a n á los amigos á ayudarles, pasando el dia en visitas de provechosos diálogos sobre si en julio hace calor y frió en enero: deteniendo y acompañando por la calle á todo conocido para hablarle de m u d a n z a s del tiempo y del m i n i s t e rio, ó formando parte del ameno bosque de vagos y bolsistas, que presta g r a t a y espesa sombra en la acera de Correos. Cual hace tiempo siguiendo á todas las mujeres, corriendo cuando corren, parándose cuando s e p a r a n , y entrando en el portal de enfrente cuando ellas se meten en su casa; cual deja correr las mañanas y tardes e s p e rando que una bella se asome al balcón á hacerle cuatro d e n g u e s ; c u a l se pone largos ratos en el suyo á hacérselos á las vecinas; y hombre conozco yo que hace tiempo roncando larguísimas horas j u n t o á las mesas de los amigos e m p l e a dos. Consecuencia de esta continua ocupación es, que á nada puedan los españoles dedicarse con sosiego, viéndose obligados á dejar a u n las cosas mas perentorias para mañana; lo cual también


-24 — depende no poco de lo mucho que allí sobre c u a l quier asunto se reflexiona. De este modo en E s paña, desde las obras públicas mas notables y n e cesarias hasta los negocios domésticos de menos importancia, todo, ó no se empieza, ó por d i l a t a dos meses queda sin tener dichoso término. De abandonadas ruinas veréis sin duda cubiertas a l g u n a s calles y plazas, y no pequeño número de viejos caserones con gordas v i g a s apuntalados: p r e g u n t a d por qué no construyen en aquellas y derriban estos. «Se está pensando en ello» responderán doscientas gacetillas; ya en uno d« estos dias daremos principio á las obras: y s e g u i r á n pensando l a r g a m e n t e . «¿Cuándo me cose Vd. este botón?» p r e g u n t á b a l e yo á mi patrona, por uno que saltó de la levita. «Mañana, caballero,» me respondía por mañana y tarde, d u r a n t e cuatro meses que estuve sin llevarla al sastre. Lo mismo me pasaba con todos los platos p e culiares del país que anhelé g u s t a r , y tenia que hacerlo en una fonda; lo mismo con casi todas las personas que algo me prometían para mañana. E n ñ n , mañana es para los españoles la feli^ cidad, que á manera de un cercano horizonte e s t á n viendo siempre j u n t o á sus ojos sin poder t o carla j a m á s . Con tan graves trabajos y con t a n t o p e n sar en lo futuro, no es fácil dedicarse á los p l a ceres y á las demás m e n u d a s obligaciones. H é a q u í la causa de que todo necesite próroga en E s paña. Llegan l a s / m a i , por ejemplo, p u é b l a n se las calles de lujosos muebles y de montones de preciosos libros: ocupado en sus faenas n a -


— 25 — die compra entonces, por pensar en lo que le conviene: ¿qué autoridad, acabado el plazo, t e n drá valor para dar fin á aquella especie de a l moneda, inútil si no se la próroga? Injusto seria del mismo modo no dilatar el cumplimiento de toda ley y todo bando, si para estudiarlo y h a r cerle comentarios h á menester cualquiera cierto tiempo. Por semejantes causas necesitan proroga las representaciones de casi todas las c o m e dias, á petición del público (fórmula de rigor en tales casos), próroga los plazos para p a g a r cualquiera deuda, y próroga toda citación y e m p l a zamiento. Como adición y apéndice á l a s prórogas, úsanse las propinas, espacie de flus ultra de todo pago. E n efecto, como en Madrid todo el m u n d o tiene tanto dinero, escepto los pobres, y se h a cen repartos vecinales cuotidianos de filantropía, apenas h a y persona que no t e n g a singular p l a cer en aliviar la suerte de sus prójimos. Así, desde que el hombre respira por primera vez las templadas a u r a s españolas hasta que velis nolis se convierte en tuétano de un nicho, todos cuantos para él trabajan y esplotan sus bolsillos c o b r a n su p a g a y sobrepaga. Propina recibe el comadrón que le acoge en el dintel del m u n d o , el sacristan que le prepara el agua del bautismo, la mujer que le vende el j u g o que pueda sacar de su alquilado seno, el sastre que le faja, el cochero que le magulla, la criada que le sisa, el barbero que le desuella, y hasta después de m u e r t o h a b r á de dar propina al que para s i e m pre le separa del mundo con frágil barricada de 4

t


- 2 0 ladrillos. ¡Felices los españoles, sin embargo, q u e ignorando lo que nosotros llamamos Etrennes (aguinaldos) viven sin que nadie les pida en las Pascuas de año nuevo! No regocijan la vida de los españoles aniversarios ni funciones populares. E n vano hablareis á un ciudadano de estas tierras, del cuatro de febrero 6 del ocho de diciembre: ú n i c a m e n t e os citará el cuarenta de mayo, dia en que, según dicen, se quitan el sayo, que así le tienen ellos como el mes tantos dias. Por lo demás, i g n o r a n completamente aquel precioso modo de mentar las glorias nacionales, aquel sencillo calendario que recuerda á los pueblos los dias de sus altas hazañas y sus heroicos hechos. Cosa que nada tiene de estraño por otra p a r t e , si se considera q u e la E s p a ñ a , por su forma degobierno p a t r i a r cal, j a m á s ha visto á sus hijos separados en par tidos, ni teñido su manto en la sangre de m o t i nes, revueltas y g u e r r a s civiles. Todos piensan allí del mismo modo, y todos los dias son i g u a les para ellos. Bien pudiera indicar esto que allí todos son de fiesta 6 de aniversario; pero de lo contrario se convence cualquiera al contemplar las tiendas abiertas y adornadas con vistosos géneros de muestra, aun en los dias que mas celebran todos los cristianos. Si esta falta de festividades quita encantos á Madrid, alegránle en cambio cuotidianamente los ecos de los vendedores. Poseen todos ellos esa clase de música n a t u r a l , innata en los hombres como en los pájaros, y solamente con dar voces pudieran ganarse la vida en otras tierras.


-27 — T con sus dulces y elevados sones, ¡qué p r o d u c tos tan variados! ¡qué artículos de comercio tan inverosímiles pregonan! y ¡qué buen efecto p r o ducen tales anuncios, y a en la alcoba del enfermo, y a en el cuarto de estudio del que escribe cercado de volúmenes! Desde mi casa, ó en la calle, oigo pregonar á todas horas las calientes que acaban de salir, los dulces como agua y los toledanos maduros. Ayer, un hombre llevaba en una banasta de blancos paños cubierta la fama de Miraflores, vendiéndola por libras. Estrellas á seis cuartos anunciaba una mujer, que á mí me parecieron uvas. Vendía otro mas allá alfileres de la Granja como la seda; y yo, á no h a berla oído, los hubiese tenido por judías. H o r r o ríceme al saber que los alfileres pudieran comerse por verdura, y alzando los ojjs al cielo, hallé delante de ellos tres ó cuatro muestras con la inscripción de TIRADOR D E ORO (celui qui j e t t e de l'or) en variadas letras de colores. ¡Dichoso pueblo! esclamé lleno de pasmo y de alegría: ¡dichoso tú que te mantienes de estrellas y alfileres, y arrojas el oro á las puertas de las t i e n das! Nada puede tener vida en estas tierras, sin ufanarse con el título de oficial. Voy á referir para probarlo el lance que me pasé no h á m u chos dias. Para un asunto de no pequeña i m p o r tancia (escribir las impresiones de la anterior semana), había yo dejado el blando lecho cierto dia m u y t e m p r a n o , cuando invadieron mi cuarto tres ó cuatro hombres que á componer las mesas venían, y eran (á lo que me dijeron) oficiales de


-28 — ebanista y carpintero. F u í m e , huyendo de ellos, á hacer una visita á cierto amigo, oficial de caballería, que en compañía de un primo, oficial de ministerio, habitaba, y en el camino t r o p i e zo con un hombre cubierto de yeso: un oficial de alhañil, que me pone como nuevo; volví á m u d a r m e á casa, donde me esperaba el oficial de zapatero con unas botas; al salir, dando á los diablos el tiempo que me había hecho perder, entraba con un frac para cuarta p r u e b a el oficial de sastre. Libre de él p u d e salir á la calle n u e v a m e n t e ; no sabia dónde estaba la de mi amigo, y una linda joven , oficiala de modista, se b r i n dó oficiosamente á acompañarme, porque se d i r i gía á la misma casa á llevar un traje a l a s e ñ o r a . Mientras íbamos hablando por el camino, ciertos oficiales de cantero que arreglaban a d o quines, á poco m e dejan tuerto con las chinas que saltaban de sus m a n o s . L l e g u é p o r fina casa del amigo, mas [oh dolor! el primo, que estaba abriendo la correspondencia ole oficio, quejándose de los oficiales de la oficina de correos, me anunció que el dueño de la casa acababa de irse á una ceremonia oficial, para la cual le habia oficiado su jefe poco antes, enviándole el pliego con u n mozo de oficio:—¡Para esto h e venido h u y e n d o de Francia, donde tanto abundan los oficiales!—Así decia al salir, y aun no habia acabado de decirlo, cuando viénese para m í un a m i g o pintor, y abrazándome con júbilo, «dame la enhorabuena, vizconde, g r i t a b a , que y a soy oficial de la milicia.» Llega el patriotismo de los españoles á q u e -


— 29 — rer atribuir á su patria, como original e s c l u sivamente de la m i s m a , todo cuanto e s c u chan. iCosas de España,» están por eso e s c l a m a n d o de continuo. Y no será malo advertir como de paso que en este país es m u y común el tener cosas, y una g a n g a al mismo tiempo, p o r que al que llega á tenerlas, se le dispensa la falta de cualquiera otra cualidad por necesaria que parezca. Confieso, pues, francamente que la Península abunda en cosas raras, y tengo para mí como imposible que m u c h a s de las que allí pasan, puedan suceder en otra parte. Pero á tal p u n t o se ha llevado la exageración en la m a t e ria, q u e hasta lo mas usual en otros pueblos se a t r i b u y e á España. Si no logra cualquiera lo que pretende con justicia d sin ella, «\cosas de España]» g r i t a entre sus amigos; «¡soloen este paísl!> No manda una ley 6 un bando lo que el otro e s p e raba, y «vea Vd., esclama: ¡cosas de esta tierra!» E n fin, las manías, las ridiculeces y la i g n o r a n cia de los hombres públicos y particulares; los embustes y charla de los sastres y zapateros, y hasta la dureza de las piedras de la calle, c u a n d o se tropieza en ellas, se tienen aquí por cosas de España, como si en todas partes no fueran los hom brea de la misma pasta, L'»;nos defaltas y r a rezas, bien que en mayor ó m e n o r n ú m e r o y clase. Para concluir estos a p u n t e s voy á hablar de u n a cosa que me ha parecido m u y original, y es, q u e los madrileños celebran la muerte de los tiernos retoños de la presente generación, q u e vestidos de inocencia pasan desde los b r a zos de su pasiega á elevar las oraciones de


— Solos padres á las plantas del E t e r n o . ¿Qué otra cosa puede probar el conducirlos al c e m e n terio, y a en lujosos carros vestidos de amarillo y encarnado, cuando son de la aristocracia, y a , cuando pertenecen á la plebe, en h o m b r o s de u n coro de elegantes zagalas de Lavapiés y Maravillas, que dando al viento la rubia ó n e g r a d e s trenzada cabellera de floridas g u i r n a l d a s a d o r nada, y luciendo sus aljofarados collares, sus diamantinos pendientes y sus vestidos de a l e gres matices, pueblan el ambiente de jotas y boleros, bailando en torno del cadáver al son de la g u i t a r r a y de las castañuelas, q u e a l e g r e m e n t e se a g i t a n en sus manos? ¿Qué otra cosa prueba el que á la vuelta celebran el caso con frecuentes entradas en los cafés mancheg os, a p u rando los topacios de Valdepeñas y A r g a n d a , costumbre solamente admitida en España para solemnizar los grandes regocijos? También me parece digno de notarse q u e m u c h a s veces en Madrid no se conducen los r e s tos mortales de los hombres á su postrera m o r a da rezándoles el gori-gori, sino que, como p r u e ba de mayor devoción, acompaña al cortejo f ú nebre u n a banda militar que entona m a r o i a l mente el himno de Riego y la Cachucha. Como con esta música no estaria bien ir a l a iglesia, los llevan ante la lápida de la Constitución (la desechada, porque la nueva a u n no está c o r r i e n te), y requiescantin pace. H é a q u í a l g u n a s de mis impresiones de viaje: no pongo m a s , p o r que me parece q u e con ellas basta para conocer ex ungue leonem, y el paño por la m u e s t r a .


LOS ESPAÑOLES.

Entiendo por españoles, para los efectos de este artículo, los nacidos en la Península y educados con arregdo á las costumbres que se observan en la misma, y no las llamo costumbres españolas, porque m u c h a parte de a q u e llos indígenas tienen por lujo afectar en su a s pecto y e n su vida, que entraron en el mundo por cualquier parte menos por su p a t r i a . L a s costumbres de estos tienen cabida en mi escrito, y no son, sin embargo, propiamente costumbres españolas. La base del c a r á c t e r español, dicen todos ó casi todos los que h a n escrito historia 6 g e o g r a fía de a q u e l trozo del mundo, es una severidad de principios incomparable y una c o n s t a n t e aversion á todo lo que sea novedades. E n lo g r a ves y en lo sentenciosos h a y quien dice que se parecen á los orientales, recuerdo sin duda de los moros que por tantos siglos vivieron m e z clados con ellos. Efectivamente, la severidad de principios de los españoles y a la veréis d e m o s -


— 32trada en el artículo que trata de la política, y en cuanto á la poca afición de novedades, p r u é base en la multitud de periódicos que en E s p a ña se publican, y en que los mas leidos son a q u e llos que traen m a s p a p a r r u c h a s . Los fenicios, los cartagineses, y los demás pueblos que en remotos siglos vinieron á poblar la España, dejaron en este país una desmedida afición al comercio. Pocas naciones habrá en que los hombres se ocupen mas en comerciar y en hacer negocio. Las ciencias, la a g r i c u l t u r a , y á veces hasta las virtudes y la belleza, todo se c o n vierte en industria, para la cual no hacen falta otras m á q u i n a s que las q u e el hombre t r a e consigo al mundo cuando nace. Me diréis que para esto necesitan los españoles una educación particular, y os contestaré que la instrucción es para los españoles Lr> que la cama para el enfermo que está harto de ella y no e n c u e n t r a postura en que colocarse. Hace muchos años que están aprendiendo la manera de aprender, y aun no se encuentran en disposición de ser examinados. Estos creen que todos los españoles deben ser sabios, y para conseguirlo difunden a b u n d a n t e m e n t e los frutos de la ignorancia; aquellos sostienen que ú n i c a m e n t e su cabeza está organizada para archivar ciencias y que el difundirlas es echar m a r g a r i tas á puercos. Entre tanto la educación cae s o bre el país, por su propio peso como la nieve sobre las montañas, la da el clima, como da la yerba, la nieve y los mosquitos. Mirad los niños que apenas pueden tenerse en pié, y ya se d e d i -


— 33— can con ahinco á j u g a r al toro, capeándose y poniéndose banderillas m u t u a m e n t e . P r e g u n t a d á cualquier criaturita que empieza á ir á la e s cuela qué quiere ser, y de seguro os contestará que ministro, ó por lo menos empleado. E s t a educación mantiene vivo en los españoles el patriotismo; por ella aprenden desde la mas tierna edad que n i n g u n a otra nación tiene la suficiente sandunga para producir toreros; que hubo un tiempo en que el sol no se ponia en los dominios de su patria, y que en ella nacieron Cervantes, Quevedo y Lope de Vega, y c o n tentos con esto trasladan á lo que llaman castellano la literatura francesa; baten p a l m a s en loor de Garibaldi; trotan en cuclillas sobre caballos ingleses, y cuando celebran en un b a n quete sus glorias nacionales, cuando i m p r i m e n sus obras clásicas, cuando se visten de gala, siempre traen del estraujero los manjares, el papel de imprimir y las telas de sus t r a g e s . Todos los progresos del siglo; todas las g r a n des conquistas que ha hecho la humanidad s o bre las ciencias y la naturaleza, como diria cualquier filósofo moderno, han ido entrando en España poco á poco, y yo pienso que el objeto de los españoles al adoptar las mejoras que tanto enorgullecen á las demás naciones no ha sido otro que desacreditarlas. ¡Tanto puede la a v e r sion á novedades que en aquel país reconocen los geógrafos é historiadores! Con efecto, á pesar de los muchos años que llevan allí de existir los correos y las diligencias, a u n se encuentran en un estado deplorable. No 3


— 34 — porque yo t e n g a motivos de queja, pero m i e n tras estuve en la Península no dejó u n dia de leerlas en los periódicos. Faltas en la correspondencia, retraso en las horas de llegada, poca atención con los viajeros, todos los defectos en fin propios de industrias que empiezan á e s t a blecerse. Pues ¿y los telégrafos? ¿ y los ferro-carriles? Según confesión constante de I03 españoles, un parte tarda mas en llegar á su destino en forma de chispa eléctrica por los a l a m b r e s , que en forma de carta por el correo. Abiertas al tránsito público las vías férreas a n t e s de tiempo, ofrecen al viajero mil incidentes curiosos; aquí una e s tación q u e no tiene de tal mas que el sitio en que ha de construirse; allí un café resiatirant y otras mochas c o s a 3 , en que se sirve á los viajeros sardinas, bacalao frito y moka de color verde, en mesas de pino y sillas de paja, y se les h a c e esperar tres horas el cambio de trenes; luego se atraviesa por un puente fjrmado, en calidad de interino, con vigas cruzadas artísticamente para reemplazar á otro de piedra ó hierro que se Herd el viento ó la avenida de un arroyuelo, y mas tarde, por estar de parto la mujer e n c a r g a d a de abrir y cerrar las portillas de una carretera que atraviesa la vía, arrolla el tren un carro m a t á n dole las muías y descarrilando en castigo, en medio de la consternación consiguiente. Por fortuna, según acostumbran decir en tales c a sos las compañías esplotadoras, no suele h a b e q u e lamentar mas desgracias que la3 muertes ds maquinista y del fogonero.


— 35 — Por incómodos que sean todos estos c o n t r a tiempos, pienso que no dejan de tener utilidad en España, pues proporcionan motivos para q u e jarse, lo cual forma una de las ocupaciones c o n s tantes de los españoles. Diariamente se les oye deplorar la marcha no solo del gobierno q u e los manda, sino la de los que se cree que pueden sucederle, y la de los que cayeron para no v o l ver á levantarse. No hay fumador (y cuidado que a b u n d a esta clase, pues desde el c a r g o de estudiante de latin hasta el de consejero de E s tado, á todos agrada el echar mas h u m o que las locomotoras); no h a y fumador, repito, que no se lamente sin descanso de la mala calidad del t a baco; pero tampoco huy uno solo que deje de chupar el cigarro, por m a s que lo califique d e hoja de l e c h u g a , de veneno lento y «ie específico para matar ratones. De l a 3 compañías de óp'ira que alzan la voz en el teatro Real so puede, decir lo mismo q u e del tabaco; s i e m p r e e s t á h a b l a n do mal de ellas, y no hay espectáculo que t e n g a mas abonados, subiendo el número de estos á medida que suben los quejosos y el precio d é l a s localidades. Además de la costumbre de quejarse, tienen también m u y arraigada los españoles', la de llorar. E n aquella tierradebeu estar laslágrimas m u y a flor de ios párpado?. Que se estrena un drama c u yo autor es amigo de muchos gacetilleros: todos los espectadores, según los periódicos, se d e s hacían como azúcar en llanto de t e r n u r a ; que. cualquier ministro recibe al autor de un c a t e cismo, al inventor de un arado, ó al presidente de


- 3 6 u n a sociedad de música: á los dos minutos de conversación uno y otro empiezan á hacer p u cheros, y al despedirse llevan los pañuelos e m papados en lágrimas, y los ojos hinchados y e n cendidos como tomates; que se abre un trozo de ferro-carril: mientras los accionistas y los c o n vidados comen, los vecinos de los pueblos i n m e diatos rodean las locomotoras, bendicen á la e m presa; y humedecen con tierno lloro los terraplenes de la vía; que se i n a u g u r a una sociedad filantrópica: los filántropos, en número de cien, devoran pavos trufados y otras frioleras, mientras una docena de pobres favorecidos al efecto por la suerte, disfrutan de sopa y potaje, y todos t r a g a n y lloran á porfía. Por supuesto, debo advertir que todo esto lo sé porque lo cuentan los p a peles españoles: que en tales ocasiones lo que yo he visto por lo común no ha sido llorar sino reir. ívuí T a n t a h u m e d a d en la atmósfera, producida por el continuo llanto, hace que los españoles de hoy sean mas blandos de corazón que los de otros tiempos. Ahora no se podria tolerar ni aun en el teatro sin r e p u g n a n c i a , al Médico de su honra, ni á D. Lope de A l m e i l a el de A secreto agravio secreta venganza. Ven los españoles m a s verdad y mejor retrato en los maridos de Paul de Koock. Aquellas cascadas de lágrimas formando saltos de a g u a , sirven m u c h o para la industria (la social, no la fabril), que los aprovecha para su maquinaria. Del traje nacional de los españoles os h a b l a -


— 3T — ría de buena gana, si no fuera porque vosotros lectores franceses, lo conocéis tan bien como yo ' Que los españoles únicamente se disfrazan de tales cuando salen de su tierra: en su país se visten, peinan y afeitan á la inglesa, á la francesa, ó á la alemana, desnudando las pantorrillas de sus hijos para q u e parezcan escoceses. Los españoles tienen gusto especial en pasar por e s tranjeros en todas p a r t e s . Con todas las condiciones dichas, claro está que los españoles no son fáciles de g'obernar. Así es que desde que se declararon libres, andan como Gerónimo P&turot, en busca, no de u n a posición social, sino de u n gobierno á quien obedecer á g u s t o . Por un lado la añcion á i m i tar á las demás naciones, por otro la aversion á novedades; y de todo resulta que en E s p a ña se desea constantemente la caida del que manda, pero también se desea q u e vuelva á s u bir así que h a caido. De suerte que el gobierno es para los españoles una especie de r o m p e - c a bezas en que se procura formar diferentes dibujos; pero sin variar los hombres ni sus colores ; el mérito no está mas que en las combinaciones. E n el retiro del hogar doméstico no es fáci examinar á los españoles, como no sea á los l a bradores, habitantes de pueblos pequeños. Para ellos, como para nosotros, el hogar doméstico es hoy la calle, las oficinas y los paseos por el dia, y los café3, los teatros y los casinos por la n o che. Pero á pesar de esta vida pública reina en la familia la union mas estrecha y envidiable.


— 38 — Nada mas general que oir á los hijos tutear á los padres, y nombrar la mujer por el apellido á su consorte. Muchos mas rasgos propios y característicos de los españoles contemporáneos pudiera d i b u j a r ; pero como irán apareciendo en el discurso de esta obra, solo a p u n t a r é uno para concluir. C u a n do un jefe da á sus subalternos el ascenso que por escala les corresponde en cumplimiento del contrato que celebraron, él al nombrarlos para un puesto adornado de aquella esperanza, y ellos al aceptarle, todos los papeles públicos cantan u n coro de elogios; cuando cualquiera recibe una moneda de oro en vez de u n a de cobre, 6 se encuentra en la calle un bolsillo de dinero, y oyendo la voz de su conciencia busca al dueño y le entrega el bolsillo ó la moneda, este h o m bre es citado con elogio en las gacetillas y a r tículos de fondo, y su acción casi casi equiparada con la de G-uzman el Bueno como superior á lo u s u a l y acostumbrado. Con razón dijo un poeta español en una de sus mejores obras d e t e a t r o (1): ¡Tristes tiempos son estos, en que solo cumplir su obligación virtud se nombra! (I) D. Ventura de la Vega, en su drama Fernando de Antequera.


LAS ESPAÑOLAS.

Pienso que no necesitaré j u r a r para que me crean si digo que las españolas me g u s t a n mas que los españoles. ¡Qué mujeres! Parece que al formarse el mundo cayó sobre aquella parte de él la sal que se destinaba á todas las otras. Con las españolas se podia llevar á cabo sin violencia n i n g u n a u n rapto de sabinos; que el estranj e r o que al entrar en España no lleva blindado el corazón, allí se queda sin remedio. Las a n d a luzas por el fuego de sus negros ojos y por su gracioso modo de hablar, las madrileñas por lo alegres, elegantes y burlonas; por lo esbeltas las valencianas y murcianas; por lo robustas las vascongadas; y en fin, las de Aragón, las de C a taluña, las asturianas, y hasta las g a l l e g a s , t o das hacen comprender perfectamente la razón de que los árabes invadieran la E s p a ñ a , y de q u e tanto trabajo costara el lanzarlos de la P e nínsula. Recuerdo de las c o s t u m b r e s m u s u l m a n a s y de la g a l a n t e r í a de los tiempos caballerescos, ei


— 40 — la condición social de las mujeres españolas. La mujer en España está únicamente destinada á inspirar amor, á educar á sus hijos cuando los tiene, y á ejercer en el hogar doméstico las f u n ciones de ministro de Hacienda; y eso que desde hace algunos años va empezando á proclamarse en la Península la emancipación de la mujer, empezando por los dos estremos de la sociedad, por la clase alta y por la ínfima. Ya hay señoras de la aristocracia que pasean en ligeros cochecillos llevando las riendas de los caballos, y hay mujeres pobres que salen al paso de las locomotoras con la bandera en una mano y una c r i a t u r a de pecho descansando sobre el opuesto brazo. Pero el corazón de los españoles aun se subleva cont r a esta innovación en sus costumbres: a l a m a yor p a r t e de ellos la elegante dama paréceles varonil en demasía cuando conduce y castiga sus corceles, y al ver á la infeliz mujer, tostado el rostro por los rayos del sol, apenas defendida de la lluvia por una esclavina de h u l e , que sirve para empapar mas sus vestidos en a g u a , y sosteniendo á su pobre hijo, que llora acaso de hambre, l l é nase de a m a r g u r a s u alma, m u c h o mes cuando piensa que aquella bandera forrada de negro que levanta de mala gana la infeliz parece decirle: «sig u e por ese camino, y verás mas miseria todavía.» Los españoles participan a u n de las ideas de D. Quijote; creen á todas las mujeres Dulcineas, que no deben ocuparse mas que en ensartar p e r las y en inspirar amor. Citas pudiera traer de autores del siglo x v u para probar que entonces ni siquiera se dedicaban las mujeres á modistas;


— 41 — á los sastres estaba encomendada la tarea de cortar y coser los vestidos de las d a m a s . Hoy mismo se ocupan muchos hombres en vender s e dería para trajes, flores de mano para la c a b e za, cuellos bordados, abanicos y miriñaques, mientras otros soplan con el fuelle la l u m b r e , al calor de la cual asan castañas en un puchero. La educación de la mujer, en España, claro es que debe arreglarse como en todas p a r t e s á la misión que ha de ejercer luego en la sociedad: así es que en la Península á las niñas se les e n seña á coser y bordar, pero en n i n g ú n colegio aprenden filosofía, ciencias exactas y a g r i c u l t u ra. La conversación con una española tiene q u e reducirse pues á g a l a n t e r í a s y discreteos a m o rosos. No la habléis de política estranjera; de la marcha civilizadora y progresiva de la h u m a n i dad: os oirá con asombro, mirándoos á la cara de hito en hito como si temiera que os hubieseis vuelto loco. Y sin embargo, estas mujeres han dado al mundo hijos pasmo de propios y e s t r a ños en las ciencias, en las letras y en las artes; y estas mujeres, sin entender una palabra de política, han sabido defender su patria de a g r e siones estranjeras con las armas en la mano. Dos cosas hay en el mundo que suelen tener mal fin: el niño que bebe vino, la mujer que habla l a t i n . Así esclama una canción española, s i n t e t i zando como ahora se dice, lo que era la vida de familia h a s t a hace poco en aquellas tierras. La


— 42 — madre alejada de toda instrucción (1), educando á sus hijos lejos del vino, del cigarro y de las malas compañías, los hijos respetuosos y o b e dientes delante de sus padres; por todas partes las ideas religiosas, y el matrimonio siempre enaltecido. E l matrimonio: hé aquí el horizonte sonrosado que tienen siempre delante las solteras, y la barquilla en que muchos solteros creen n e c e s a rio embarcarse para atravesar los mares de la vida, pero temiendo el i n s t a n t e del e m b a r q u e . Lectores, si vais á España, m u c h o cuidado con el niño vendado, que anda siempre alistando p a rejas para su hermano Himeneo, y este noes allí por lo común un pollo insustancial, sino u n p a dre de familias serio y g r a v e . A los españoles, y sobre todo á las españolas, cuesta mucho c i v i l i zarlos en lo relativo á los matrimonios. Se e m p e ñan en considerar no mas que como s a c r a m e n to tales enlaces, que hoy no son en la mayor p a r t e de Europa otra cosa que contratos civiles, 6 sea lo que llaman los gallegos conveniencias. Pero las mujeres de España, efecto de su poca ilustración, obligan á sus maridos á g u a r darles fidelidad completa, y estos á su vez, conservando aun las ideas de los tiempos feudales, exigen que sus mujeres vivan nada mas que para ellos. La conciencia, de los españoles no h a p o d i (1) El traductor no cree como el autor que la mujer sabia es capaz de educar niños sabios. Si ocupa el tiempo en devorar libros ¿cómo ha de te nerle ni aun para dar de mamar á sus criaturas? (2V. del T.)


— 43 — do llegar á comprender por entero q u e hoy la mayor parte de los viciosos no lo son por placer, sino por moda, y que el escándalo es pura y simplemente cuestión de elegancia. No es esto decir que en España falten pollos de esos que se dedican á oler en que gallinero a b u n d a mas el trigo; allí, como en todas partes, la j u v e n t u d promete mucho, ó lo que es igual, lo codicia todo, y no repara en las barreras que necesita saltar para llegar al fin de su camino. E n España hay sus correspondientes m a t r i m o nios de circunstancias, contratos en que u n a j o v e n dice: «yo te doy mi mano y mis millones con tal que t ú me des el derecho le llamarme condesa:» 6 un hombre esclama: «yo sacaré á u n a fea del purgatorio de las solteras, con tal q u e me la den envuelta en papelesdel 3 por 100, 6 t e n g a unas asas de oro por donde agarrarla.» Pero estrañareis que nada os haya dicho h a s t a ahora de las dos prendas mas indispensables á una española: la navaja y la mantilla. E n nuestra tierra es universal la creencia de que todas las pantorrillas femeninas de España van adornadas con una hoja de Albacete 6 de T o ledo (1). Yo puedo decir que en los dias de l l u via se ven m u c h a s pantorrillas por las calles, pero j a m á s he visto n i n g u n a armada con el cortaplumas, como allí dicen. Y y a comprendereis (4) El autor habrá querido decir una pantorrilla si y otra no, ó sea la mitad de las pantorrillas, porque yo supongo que no pensarán los franceses que aquí se gastan las navajas á pares como las pistolas. (N. del T.)


—44 — que no habrá sido por falta de dirigir mis ojos entre los bordados picos de las e n a g u a s . H a y m a s a u u : las mujeres del pueblo c u a n d o pelean hacen uso de las mismas a r m a s que los gatos; de las uñas, pero ca3i nunca d é l a navaja. Yo las he visto arrancarse los mechones de p e l o , y tirarse cacharros á la cabeza, pero nunca h e rirse con la navaja. La navaja p a r a las mujeres en España s e conoce que es un a r m a de respeto, como lo son en Madrid las g r a n d e s pistolas que lleva la gendarmería por las noches. La mantilla es otra cosa ¡oh! ¡esa prenda si que no es invisible como la navaja! Un par de ojos negros, un rostro moreno, porque en E s p a ña todas las mujeres tienen negros los ojos y moreno el s e m b l a n t e ; u n a s facciones árabes, en ñ n , legadas á Madrid ó á Andalucía por los m o ros para hacer pecar á los cristianos, no sabéis cuánto lucen, y a orladas por los pliegues de g a s a de la mantilla, ya dejándose ver como el sol t r a s de ligeras nubéculas, á través del negro crespón bordado de flores y estrellitas, que p a r e c e n otros tantos lunares que j u g u e t e a n c a p r i c h o s a m e n t e , fijándose en distintos sitios de aquellos r i s u e ños semblantes españoles. Los velos b l a n cos, de color de rosa 6 azules, q u e á modo d e telón de embocadura cuelgan de esos c u c u r u chos de carton forrados de seda y flores, no esperéis que os den u n a idea de la mantilla; son u n cadáver que permanece inmóvil donde le c o l o c a n , mientras la mantilla, inquieta como la imaginación encerrada en la cabeza q u e adorna, varía á cada momento sus caprichosos pliegues


— 45 — y a movida por el aire, y a por u n a m a n o que fuera pequeña en el brazo de un niño. Y y a que he citado la imaginación de las e s pañolas, no quiero pasar adelante sin dedicarla un párrafo, que bien lo merece, y a u n q u e fuera u n libro. ¿Conocéis las comedia? del teatro a n t i g u o español? ¿No os a d m i r a n los recursos e m pleados por aquellas damas con motivo de s u s amores? Pues no son hijos de la fantasía de L o pe, Calderón ó Tirso; no, son copias del n a t u ral. No es esto el mentir de las e s t r e l l a s , venid á España, si queréis saberlo por esperiencia p r o pia, que en mí fuera indiscreción el hablar mas sobre este p u n t o . La imaginación de las españolas descúbrese t a m b i é n en las canciones populares. Asomaos á cualquier ventana abierta sobre un patio, y escuchad lo que cantan las cocineras entre los p l a tos y los pucheros ea que cuece la olla podrida. Prescindid de la voz y de la costumbre de c a n tar con la nariz mas que con la boca, y observad ¡cuánta poesía! ¡cuánto ingenio! Marchad l u e g o á cualquier mercado, y oid pregonar á las vendedoras y prodigar variados epítetos y oportunos apodos á los compradores. Solo por oirías imagino que van los hidalgos á la compra á las plazuelas embozados en sus largas capas, aunque sea en el verano. E s t a s vendedoras creo que deben ser las mujeres que con el nombre de manólas se conocen en España, a u n q u e yo he oido llamar también mandilas á varias señoras, que no daban muestras de enojarse por esta calificación. Si vendedora de plazuela y manóla son u n a


— 46 — misma cosa, preciso es, sin embargo, convenir en que por su cara no merecen la mayor parte de las manólas la fama de hermosura que se les concede entre nosotros. Para pintaros con un solo r a s g o las e s p a ñ o las quisiera trasladar al papel u n a i m a g e n : p e r donadme, hijas de E s p a ñ a , ¿pero no habéis visto en las leyendas árabes comparadas las doncellas musulmanas con las gacelas? ¿No habéis leido en mil poesías que F u l a n a tiene el cuello de c i s ne, Mengana corazón de tórtola, y Citanita voz de risueñor? Pues entoncas ¿será falta de g a l a n tería si concluyo mi artículo diciendo que de vosotras han tomado los caballos españoles su rica melena, su erguida cabeza, su noble y o r gulloso modo de andar, el fuego de sus ojos, su viveza, su gallardo aspecto, y en fin, hasta el genio, la sangre, hablando en términos de c a b a llista? El que ha visto una vez jacas españolas ¿cómo ha de llamar hermoso á n i n g ú n caballo de otra parte? Desde que yo salí de España t o das las mujeres me han parecido perc/ierones.


LA RELIGION DE LA SOCIEDAD.

i.

¡Espíritu de asociación, bendito seas! ¡Por tí se han llevado á cabo todas las grandes e m p r e sas de la humanidad! Las revoluciones m a t e r i a les, las revoluciones del ingenio te reconocen por padre. Tú embelleces la existencia, tú, r e uniendo los hombres como reúne los guarismos e l matemático, formas cantidades poderosas en que tienen valor hasta I03 ceros. Sin tí viviríamos los hombres como las fieras: h e dicho mal, peor que ellas, porque las fieras también conocen el espíritu de asociación: lo mismo que nosotros, se r e ú n e n cuando tienen hambre y quieren b u s car presa que devorar. Perdonen mis lectores que me entusiasme al h a b l a r de los beneficios que produce la sociedad. Como vivo tan encarnado en ella no puedo ser ingrato á los placeres que me proporciona. Pero no pienso tratar de los beneficios producidos al m u n d o por la asociación. No: mi objeto es examinar á la ligera los deberes de los asociados.


— 4SToda sociedad al constituirse lo primero q u e tiene cuidado de hacer es el reglamento, y c i e r tamente que debia ser lo último que hiciera. Sí: los reglamentos deben ser hijos de la esperiencia, no del cálculo, porque es imposible que el hombre llegue j a m á s á conocer b a s t a n t e las variaciones que pueden hacer sus prógimos con la palabra picardía. Pero lo cierto es que, escritas ó no escritas, toda sociedad, desde q u e se const i t u y e , impone ciertas leyes á los que entran á formar p a r t e de ella. Esto es lo que nosotros conocemos ahora con el nombre de buen tono. ¿Cómo negar que todos los pueblos han t e nido un buen tono á su manera, u n buen tono adecuado á su civilización y á su inteligencia? Así como nuestras damas, que de ordinario no llevan al aire mas que la cara, d e s n u d a n algo mas de su cuerpo cuando se v i s t e n p a r a ir de sociedad, así en las tribus salvajes primitivas, en que el bello sexo andaba los dias de trabajo v e s tido de su piel, estoy seguro de que se t a p a b a algo con plumas, hojas ó pellejos los dias de función estraordinaria. ¿No nos sentamos nosotros á la mesa en c i e r to traje y comemos los manjares por cierto orden, después de dar cierta colocación á los c o n vidados según su categoría? Pues de fijo entre los antropófagos no se usa comerse las víctimas alimenticias sin ciertas ceremonias. A las señoras, por ejemplo, les d a r á a los pedazos mas t o s t a d i tos, las pechugas á los ancianos y los huesos duros á los pollos que t e n g a n buena dentadura. Lo que sí es verdad, que el buen tono, lo


— 49 — mismo que la belleza, no está sujeto á reglas generales. Por eso, lo que entre unos es m u e s t r a de consideración y de respeto, entre otros no pasa de ser una grosería. Llevad un hijo de P a rís delante del emperador de Marruecos, y h a r á el oso presentándose con el sombrero en la mano y la cabeza descubierta; traed en cambio á un baile de las Tullerías á un marroquí, y veréis q u é papel representa cuando le vean dejarse los zapatos en la antesala y correr los salones con los pies a! aire y el t u r b a n t e encasquetado. El buen tono es, pues, para los hombres lo que el picadero para los caballos: les enseña los aires y manejos con que han de g a n a r s e la vida. E l que infringe esas leyes sobre que se f u n dé la sociedad, y q u e ella misma h a ido reformando oyendo á la moda como cuerpo c o n sultivo; el que infringe esas disposiciones que a r r e g l a n la manera de tratarse las personas á quien no u n e ni la s a n g r e ni el cariño, ni otra razón que el interés ó el fingimiento; ese es m u cho mas criminal que el que infringe las leyes que dictan las autoridades constituidas, porque acaso al contravenir á estas no h a g a otra cosa que cumplir lo que previenen las p r i m e r a s . No necesita la sociedad de magistrados para Castigar á los infractores de sus leyes. Ella m i s ma es el tribunal, y la pena, el desprecio y el abandono en que deja á los culpables; y c u i d a do, que h a y muchos capítulos en las tales leyes, q u e ni aun es lícito ponerlos á discusión. Código, pues, con tales propiedades, m a s q u e 4


— 50 — código, puede llamarse catecismo. ¡Cómo noconvenir con no sé quién que sostuvo no haca m u c h o que practicábamos sin conocerlo u n a nueva religion, u n a religion europea, la r e l i gion de la sociedad! Cuando de esta suerte se profesa, claro está que la religion de la sociedad no impone p r i v a ciones, no es de austeridades ni de p e n i t e n cias. No: en la religion de la sociedad no es la virtud requisito indispensable p a r a ser c a n o nizada. Querer esplicar en F r a n c i a y en la m a y o r p a r t e de E u r o p a la religion de la sociedad, s e ria esplicar los placeres del vino á u n b o r r a c h o que lo sabe por esperiencia. E n E s p a ñ a es otra cosa: h a y g r a n d e s capitales que conocen y s i g u e n aquella secta, pero la mayor p a r t e del t e r reno no ha recibido aun lo bastante el guano de la filosofía para que brote y florezca la i l u s t r a ción del siglo. ¡Hay tantos pueblos a u n en E s paña en que se dan los buenos dias los h o m b r e s cuando se encuentran en la calle, y en que se descubren los transeúntes la cabeza al toque d e oraciones! E n España, pues, no ha entrado aun c o m p l e t a m e n t e la religion de la sociedad, pero asoma, la cabeza y se le va abriendo la puerta lo b a s t a n t e de par en par con objeto de que e n t r e . Siempre ha de ser un obstáculo la preocupación de no tener como religion del Estado mas q u e u n a , que en los países donde el gobierno protege á todas i g u a l m e n t e , h a y motivo para suponer hue en todas cree lo mismo, y por tanto q u e l a


— 51 — religion social,'si se presenta, será la preferida, como que es la mas fácil y seductora. Si me p r e g u n t á i s qué p u e r t a es la q u e se ha abierto en España á la religion de la sociedad, os diré que la de la imitación. Por esta se i n t r o ducen en aquel pals los desperdicios de las d e m á s naciones, que no solo no p a g a n derechos, sino que los cobran á la entrada. Gracias á la religion de la sociedad va to~ mando la Península u n aspecto mas civilizado, m a s europeo. Antes apenas conocían los e s p a ñoles las ventajas de asociarse: el crédito, la i n d u s t r i a , los negocios. Su crédito consistía en llevar el dinero en la mano cuando les hacia falta, su industria en labrar los campos que l a braron sus p a d r e s , sus negocios en cobrar los productos de sus bienes; y si a l g u n a vez se a s o ciaban era en las fragosidades de Sierra Morena 6 de Toledo, y sin permiso de la autoridad. Hoy van comprendiendo que no es el dinero quien da crédito, sino el crédito quien da dinero, y reuniendo capitales en que los ceros forman el t o t a l , hacen g i r a r sobre este eje la industria montada al a i r e , convirtiendo en negocio las cosas, las ideas y las palabras. De aquí la e n é r gica frase: «Hacer dinero>, porque hoy el d i nero se adquiere cuando es en pequeña c a n t i dad, como se adquiere en las boticas por dos cuartos cualquier producto químico, y se hac« cuando es.en g r a n cantidad, como hace el d r o guero el mismo producto, valiéndose de combinaciones industriales. Y á todo esto, dirán mis lectores, Vd. nos p r o -


- 5 2 m e t i ó a l principio hablar, no de las ventajas de la sociedad, sino de los deberes de los asociados. E s qne en la religion social deberes y ventajas eon u n a misma cosa; pero hablaré de los deberes, puesto que así lo he prometido. L a primera obligación del h o m b r e socialm e n t e religioso, es no c o n s i d e r a r á sus prdgimos de otra suerte que como peldaños de la escalera por donde él tiene que subir. A esto en España se daba antes el nombre de egoísmo, y a u n a l g u n otro mas enérgico; hoy al que cumple este deber se le llama h o m b r e listo y despejado. Y debo advertir que en la palabra prdgimo no s o lo comprendo á los hombres, sino t a m b i é n á las mujeres. Dicho se está q u e con esto h a sufrido a l g u n a variación la m á x i m a puesta en verso por Lope de Vega, que dice: Que es honrar á las mujeres deuda á que obligados nacen todos los hombres de bien, por el primer hospedaje que de nueve meses deben, y es razón que se les p a g u e . Las mujeres, cuando son lindas y pobres se procura comprarlas como u n gabán 6 u n a c a d e n a de reíd, y una vez adquiridas se lucen como estos objetos y como ellos sirven para dar i m portancia y autoridad á la persona que los usa, y cuando son ricas búscaselas como se busca u n premio de la lotería, para vivir á su lado como se viviría con una patrona que p a g a r a el h o s edaje en l u g a r de cobrarlo.


— 53 — Otro de los deberes del hombre socialmente religioso es sacar partido de su c a r a , de su leu g u a y de su corazón. Cuando al venir al mundo trajo todos estos accesorios, claro está que seria con objeto de que pudieran servirle para p r o c u rarse la subsistencia. Para este objeto tiene el lobo los dientes con que afianza su presa, y la h o r m i g a la tenaza con que lleva las provisiones á su a l b e r g u e . Pero es preciso tener en c u e n t a que la lengua y el corazón son armas imperfectas para el caso, que suelen volverse contra e l que las usa: ya se conoce que úo se hicieron con destino á la religion de la sociedad. La publicidad es también obligatoria en esta secta. No se han reunido los hombres en c i u d a des y pueblos para vivir á oscuras y bajo tierra como los topos. Cada uno tiene el deber de p r e sentar á la luz pública el fruto de sus afanes; este sus libros ó sus gacetillas, aquel sus coches y sus caballos; uno los salones de su palacio, otro el lujo de sus sultanas predilectas. No es lícito que el afiliado en tales c r e e n cias t e n g a lo que se llama escrúpulos de monja. Hoy que se blindan los buques para resistir el embate de los mares y de las balas de cañón, y que nos calzamos de gutta-percha para no m o j a r nos los pies en el arroyo, ¿por qué no hemos de forrar también nuestra conciencia para que no se lastime y nos d e t e n g a en el viaje por el mundo? E l rápido vuelo q u e han tomado los conocimientos filosóficos nos enseña que hoy cada hombre no es un prógimo, sino solamente un g u a r i s m o de la masa social, de la h u m a n i d a d , y al perfec-


— 54 — cionamiento de esta debemos sacrificarlo todo. Así, cuando u n hombre dedica su vida á la felicidad de la raza h u m a n a sin pararse ante las l á g r i m a s y la sangre que encuentra al paso, la s o ciedad le honra y le ensalza. Moralmente considerado, aquel hombre tendrá que rendir estrecha cuenta de sus acciones en el valle de Josafat; c o n siderado soeialmente, en el de lágrimas no puede hacerse otra cosa q u e cubrirle de elogios y l a u reles. Dicho se está con esto que la religion social no a d m i t e los,,pobresde espíritu: en cuanto á los tonto?, hace con ellos lo que los confiteros con los anises: los reboza en un baño de azúcar a r i s tocrático y los pinta luego de oro y colores: con esta cascara los t r a g a el mundo perfectamente sin saber lo que va dentro. Por último, la religion de la sociedad no c o n suela á lo3 que lloran prometiéndoles otra vida mejor, no: lo que hace es llenarles el corazón de ddioy de envidia para que, salvando obstáculos, como el caballo á quien se clavan las espuelas s a l va las vallas que e n c u e n t r a al paso, procure l o g r a r la felicidad en la vida presente. No es c u l pa suya si en vez de v e n t u r a solo le proporcion a nuevas ddsis de envidia y de soberbia para su corazón y medios de inspirar una y otra en el ajeno.


LA RELIGION DE LA SOCIEDAD. ii.

Vamos ahora á examinar teológicamente la religion de la sociedad, esponiendo a l g u n a s c o n sideraciones que en el anterior artículo no podian tener cabida. Como todas las religiones, la de la sociedad tiene por base el amor y el respeto á un ser s u premo. Todas las acciones de la vida deben d i r i g i r s e á venerarle y rendirle culto, todos n u e s tros pensamientos á calcular el modo de c o m p l a cerle. Nada h a y criminal, nada puede pesar sobre nuestra conciencia si tiene por objeto engrandecer á la divinidad que veneramos. ¿Engrandecer? preguntareis: sí, porque el numen de la religion de la sociedad es m u y g r a n d e para cada uno de nosotros, pero m u y p e queño para los demás; en una palabra, este dios es lo que ahora llaman el yo, ó el egoísmo, q u e es como antes le n o m b r a b a n . H a y en el universo un sol que da vida y a l e -


— 56 — g r í a á la naturaleza entera, y que inflama n u e s tro corazón; bellísimos horizontes que recrean la vista; armonías que embelesan el oido; aromas deliciosos; frutas sazonadas que h a l a g a n el p a ladar, y una civilización que utiliza todo esto, consiguiendo que desde nuestro despacho c o n versemos con apartadas regiones por medio de u n alambre; que el vapor nos traslade r á p i d a mente de un punto á otro; que el oro arrancado de las entrañas de la tierra y las perlas nacidas entre las olas del mar v e n g a n á adornarnos, y que nos a b r i g u e n de los vientos y del a g u a los p e d a zos de las montañas convertidos en palacios de g r a n i t o y de m á r m o l . Al ver que de esto disfrutan nuestros h e r m a nos, ¿por qué no hemos de creer que t a m b i é n nosotros podemos disfrutar de ello? ¿Por qué no hemos de hacer c u a n t o esté en nuestras fuerzas p a r a llegar á disfrutarlo? Hé a q u í la revelación: la esperiencia viene luego en su apoyo á demostrarnos que siempre h a existido esa divinidad. Lejos de nosotros la s u perstición q u e nos pone delante de los ojos u n a porción de escrúpulos: los tiempos pasados y los presentes publican millaresde nombres beatificados por la sociedad. Acaso nuestra conciencia nos grite que en cualquier otra religion esos n o m bres indicarían otros tantos criminales: esa es precisamente la superstición, esos son los e s c r ú pulos prohibidos, como comprenderemos fácilmente observando que á los que j u z g a m o s c r i minales todo el mundo les da la m a n o , que su amistad es considerada como u n honor, y q u e


— 57 — personas que parecen intachables se ufanan de entrar en su casa y asistir á sus reuniones y banquetes. E l sentimiento de la religion social reside en lo íntimo del h o m b r e , en el departamento destinado á la envidia. E s t a es el móvil de todas las acciones mas calificadas de meritorias por la s o ciedad, y una de las potencias del a l m a en union de la mentira y la soberbia. Tal vez á esta no la conozcáis en a l g u n a ocasión, porque suele a n d a r disfrazada con el nombre de decoro. Sin e m b a r go, es difícil, mirándola bien, que deje de e n s e ñaros las orejas. E s t a s tres potencias del alma, n u e v a m e n t e admitidas por la religion social, son las que c o m u n i c a n movimiento, las que ponen en j u e g o las tres que antes conocíamos, ó sea la m e moria, el entendimiento y ¡a voluntad. ¿Quién creéis que inspira á aquel hombre público, á quien llaman distinguido los periódicos que él dirige, para hacer tan enérgica oposición al g o bierno? La envidia y la soberbia. ¿A. quién se deben los espléndidos bailes y banquetes de la señora de Tal ó la marquesa de Cual? A las m i s mas potencias del a l m a social. Cuando dos n a ciones agotan sus fuerzas en destruirse m u t u a m e n t e , apurando los recursos de eso que ahora se llama arte de la g u e r r a , ambas pregonan q u e s u único deseo e3 sostener el decoro nacional; pero no las creáis; quien mueve á una y otra es la envidia y la soberbia, que a g u z a n i g u a l m e n t e las espadas y cargan las pistolas que sirven para los duelos, esos recuerdos de la barbarie que la


— 58 — religion social enaltece, convirtiendo en héroes á los matones de levita. La religion de la sociedad es compatible con cualquiera otra; mas a u n : no solo es c o m p a t i ble, sino que arregla el ejercicio, la práctica de las otras. Contemplad la religion católica practicada en las aldeas, y ved luego cómo se practica en las g r a n d e s ciudades. E n aquellas, donde no ha hecho progresos la religion de la sociedad, se cree y se re^a con el corazón sin d i s cutir. En estas, antes de rezar se calcula si nos t i e n e cuenta el hacerlo para pasar mejor la vida; en aquellas se obedece lo q u e manda quien puede mandar; en estas se obedece lo que es de nuestro g u s t o . La religion de la sociedad ha nacido entre los divanes de muelles y los coches; ha crecido al calor de las chimeneas de m á r m o l y del a m biente de los saraos, y el Eden que ofrece á sus creyentes está poblado de sillas ministeriales, de uniformes y bandas, perfumado con los goces del mando y de la opulencia, y encanta los o í dos con las armonías de la lisonja. Todo lo que ofrezca austeridades y privaciones, está pues fue ra de la religion de la sociedad, cuyo único o b jeto es el amor á sí mismo. De a q u í que en las demás religiones c u y a práctica t r a t a de arreglar, busque también la utilidad que cada acto ó cada objeto presta en el m u n d o . Al encontrar en su camino un convento ocupado por monjas ó por frailes, q u e solo viven para la oración y la penitencia, no se le ocurre que el ejemplo de aquellas gentes puede ser


- 5 9 útil á los pecadores, puede separarlos del m a l camino; no: lo que se le ocurre es ,que en el l o cal que ocupan pudiera establecerse una fábrica d un cuartel, y que aquellos h o m b r e s podrían ser m a s útiles á la patria arando <5 manejando u n fusil, sin considerar que acaso no servirían para ello. Al ver un suntuoso templo, el c r e y e n t e en la religion social no siente como cualquiera otro elevarse su alma á la contemplación de las c o sas divinas, 6 si lo siente procura no darlo á e n tender, esclamando que co n lo que se g a s t ó en aquel templo se podia haber subvencionado u n ferro-carril, con el cual, añade para sus a d e n tros, hubiera hecho negocio otro especulador como y o . Las p i n t u r a s , las alhajas y todos los d e más objetos artísticos q u e adornan la iglesia, ni pueden allí disfrutarse con buena luz por los aficionados ni hacen falta, pues el culto de una r e ligion que predica la humildad debe ser h u m i l d e ; véndanse, y obtenga el E s t a d o lucro de lo que ahora nada le produce. «Yo los compraré para e s ponerlos d i g n a m e n t e en los salones de mi m u seo.» «Así, continúa bajando la voz, me dan importancia de hombre de g u s t o y protector de las artes por a l g u n tiempo, y luego los vendo por tres veces mas de lo que me costaron.» E n la religion de la sociedad son m u y f r e cuentes los m i l a g r o s , t a n t o que ya se miran como cosa corriente y al alcance de cualquiera. Antes de estar tan estendidas como hoy aquellas creencias, podrían calificarse de alteración m a r a villosa de las leyes de la naturaleza muchos •ncesos que hoy no admiran m a s que á los p o -


— 60 — bres de espíritu. Asistir á los bailes y cenar en el espléndido buffet ofrecidos por el E x c m o . s e ñor don F u l a n o , que hace dos años vivia en u n a casa de huéspedes pagando ocho reales diarios por casa, comida y ropa limpia; v e r dirigiendo la instrucción pública al q u e no siguió mas c a r rera que el camino de la Bolsa; contemplar en el Senado, y en el Congreso, y en el café, y en el Casino echarla de oradores y de políticos de importancia, á tantos y tantos que no dicen ma g que vulgaridades, ó á lo sumo estropean l a s ideas que acaban de leer en u n par de r e v i s t a s francesas, cosas son que antes nos h u b i e r a c o s tado trabajo esplicarnos, y q u e h o y nos e s p l i camos perfectamente, gracias al d e s e n v o l v i miento de la política y la g r a m á t i c a parda, cien cias auxiliares de la religion social. E n esta el culto esterno tiene una i m p o r t a n cia m u y g r a n d e . Su divinidad es tanto mas p o derosa cuanto mas se deja ver en público: como es una mercadería necesita el auxilio del e s c a parate y el bombo. Ver y creer, dice a d e m á s ; por eso es preciso que los que la siguen h a g a n alarde constante de ello. La fé en esta religion no lleva u n a venda sobre los ojos, sino unos g e melosde t e a t r o , que ú n i c a m e n t e dejan ver e l horizonte á donde se dirige, tapando el c a m i n o y lo que por él pueda hollarse, q u e todo i m p o r t a poco con tal que se llegue pronto. Este h o r i zonte constituye la esperanza, esperanza q u e , si veis representada a l g u n a vez por un á n c o r a , es únicamente por los ganchos. Hoy la esperanza se ha refundido en lo que antes se llamaba a m -


— 61 — bicion. En cnanto á la caridad, ha qnedado a r r e glada á la escena moderna con el nombre y c a rácter de filantropía, dando vida pública á la« Obras de misericordia. Gracias al culto esterno de la religion de la sociedad, los enemigos del alma se convierten en a m i g o s del cuerpo. Cuanto mas os e n t r e g u é i s al mundo y á la carne, y por consiguiente al d e monio, personaje á quien ya no temen mas que los chiquillos en las comedias de m a g i a , t a n t o mas seréis ensalzado y conocido como personade buen tono. Hasta los sacramentos pretende r e formar la religion social, convirtiendo en c o n t r a t o civil el matrimonio; en sociedad de dos i n dividuos de distinto sexo, que reúnen sus c a p i t a les para pasar mejor la vida. Claro está que en ella no hace falta el amor; los accionistas del Banco de España, los socios de cualquier c o m pañía no se tienen amor m u t u a m e n t e , y esto no es obstáculo para que su union les produzca lo que imaginaron al asociarse. La religion social es, pues, completamente filosófica, ó sea p u r a m e n t e estomacal; está adornada de todos los requisitos necesarios para r o bustecer al individuo. Gracias á ella el hombre corre por el mundo libre como el caballo sin freno, y descansa con el cómodo abandono del gato, q u e duerme enroscado sobre blandos a l mohadones, pero asomando siempre las u ñ a s p o r las puntas de las manos.



LOS TOROS.

Todos los pueblos cuando quieren divertirse necesitan hacer daño á a l g u i e n . De a q u í la caza, en que se encuentra placer, ora m a t a n d o al i n quieto pajarillo ó á la inocente liebre, ora e s p o niéndose á morir convertido en oblea entre los brazos de un oso. Los romanos hallaban u n a riquísima colección de placeres en las atrocidades d e s ú s circos. Ya los indefensos cristianos despedazados p o i las fierasj ya los gallardos gladiadores, que se pasaban la vida ensayando una bonita p o s t u r a para el momento de morir; y a los combates n a vales, fingidos solamente, pero que costaban la vida á una porción de hombres para fingir m e jor: siempre las diversiones del pueblo rey eran lo que h o y llamaríamos barbaridades. Cuando no querian divertirse tanto, c o n t e n tábanse ellos y los griegos con hacer objeto de broma los males de Edipo, Agamenón ó P r o m e teo, ó abria cada uno t a m a ñ a bocaza, enseñando los dientes de g u s t o al ver retratadas las faltas de su prdgimo en las figuras de Cremes ó Menedemo.


— 64 — Lo cierto es que en el corazón del h o m b r e desde que nace siempre tiene la crueldad h a b i tación dispuesta y a m u e b l a d a . De a q u í que los niños cuando todavía no saben hablar, sepan ya llorar para tener la mala intención de no dejar dormir á s u s padres por la noche. E n los pueblos modernos no causarían placer los gladiadores. La ilustración no permite que se m a t e nadie para divertir á otro; solamente consiente que se cuelgue un hombre del t r a p e cio lo mas cerca de las nubes que permita el local, porque j u n t o a l suelo no tiene gracia por falta de peligro, ó dar saltos sobre un caballo del modo mas á propósito para desnucarse. Los ingleses, como son tan filántropos, se divierten m u c h o cuando ven á dos prójimos reventarse los ojos y hundirse el pecho á p u ñadas. E l único pueblo que carece de tales hábitos de ferocidad es el español. Su dirersion popular son los toros, fiesta quo nada tiene de cruel, si bien se considera. Nosotros los franceses t e n e mos de ella una idea equivocada. Pensamos que los espadas y los banderilleros están espuestos á morir á cada paso; que los picadores se lastiman cuando caen al suelo, y que deben ser objeto de lástima y asco á un mismo tiempo los pobres caballos con el vientre desgarrado, y a r r a s t r a n do las tripas, ni mas ni menos que pudieran a r r a s t r a r una cincha que se hubiera roto. ¡Oh! no: y o creia lo mismo, y me h e convencido de que estaba e n g a ñ a d o . Las corridas de toros están basadas en la c a -


— 65"ridad, en las ciencias y en las artes. E n la c a r i dad porque la plaza de Madrid y otras muchas son propiedad de los hospitales, y sirven para mantener con su producto á los enfermos, y a u n para a u m e n t a r su n ú m e r o , y en las ciencias y las artes porque cada movimiento del toro está sujeto á reglas matemáticas, y cada postura del toreador á l o s preceptos d é l a estética macarena. Suprimid los toros en España, y suprimiréis de un golpe m u l t i t u d de rasgos característicos de aquel país y multitud de fuentes de riqueza. E n los toros se ve en todo su esplendor el respeto que los españoles tienen á las autoridades, p u e s á voces piden los espectadores á cada paso q u e se obsequie al alcalde que preside con p e r ros y banderillas, llamándole una porción de cosas, que sin duda serán elogios en lenguaje familiar, porque no he podido encontrarlas en n i n g ú n diccionario. La cortesía de los españoles al mismo t i e m po que su géuio enérgico, demuéstrase en las disposiciones de la autoridad que insert? n los carteles en que se anuncia la corrida. Por la p r i mera se prohibe que los concurrentes se dirijan e n t r e sí insultos é improperios; lo cual y a da una idea bastante aproximada de la índole delespectáculo, y por otra q u e se obsequie á los lidiadores arrojándoles bastones, naranjas ó piedras, con c u y a voz supongo que se designarán las p r e c i o sas (1) únicamente. (1) Si el señor vizconde saliera á torear, ya formaria idea de la preciosidad de tales piedras.

{N. del

T.).

5


— GeTan nacional es el aspecto de las corridas de toros, que on vano trataría yo de hacerlo c o m prender á los lectores franceses, y en vano seria querer t r a s p i n t a r l a s á nuestra Francia. Así como el apio trasplantado á ciertos países se convierte o i perejil , así las corridas de toros en sacándolas de España se vuelven corridas del público. H-iy algo ea la atmósfera; ese algo que es el que da el punto en España á los toros y á losgarbanzos; ea I n g l a t e r r a al beefsteack; en Italia á los macarrones, y en Francia á los franceses; y ese algo no puede trasladarse con los toros y los toreros. ¡Cómo imitar en estranjeras tierras el aspecto que presenta Madrid l a 3 tardes de toros! Desde m u y temprano puéblase la P u e r t a del Sol de pintados ómnibus, de ligeras calesas y de e l e gantes peseteros, nombre q u e se da á los coches de alquiler, que en Madrid no son berlinas v i e jas como en París, sino cómodos clarens a r r a s trados por fogosos corceles adornados de c a m p a 7 n u l a s , y servidos por cocheros andaluces en traje nacional. Ea estos carruajes, entre los gritos de los caleseros y el ladrido de los perros, parten á escape por la calle de Alcalá las damas de la aristocracia vestidas de manólas sevillanas, c u yos trajes nos describen luego los periódicos* E l l a s son las que fabrican los lazos de c i n t a s de colores bordados de oro, (moñas) q u e , i n d i cando la ganadería, sacan los toros sujetos a l pescuezo, y por cierto que no he podido ver de que manera. La alegría que reina en el circo (plaza)

dis-


— 67 — tribuido en asientos de piedra en escalera, como 03 anfiteatros romanos; los gritos de los e s p e c tadores; los miles d e abanicos q u e se agitan por todas partes, dan á l a reunion e s e aspecto q u e anuncia des l e luego el gozo q u e siente todo el que va á presenciar u n espectáculo sencillo y agradable. No describiré las suertes en que se b u r l a n los fieros instintos del toro. Diré solamente que los picadores (toreros á caballo) van forrados en u n a a r m a d u r a de metal, y ciñen un sombrero de graneles alas, todo para a m i n o r a r el golpe q u e reciben cuando caen al suelo, y que los b a n d e rilleros g a s t a n u n a capa de percalina de color, que sin duda debe tener la propiedad de hacer invisible al que se la pone, porque cuando el t o ro va á embestir al lidiador, este se emboza en ella, le vuelve la espalda, y la fiera se queda desconcertada, ciñéndole casi el cuerpo con los cuernos, pero sin hacerle daño, como si i g n o r a se por donde pudo desaparecer su enemigo. También á veces le esperan sentados en una s i lla, y cuando se acerca furioso, levántanse ofreciéndole el asiento, y el toro depone i n s t a n t á n e a m e n t e su ira, vencido por tales muestras de consideración. La carne de los toros muertos en la plaza despáchase á la puerta de ella palpitante a u n , lo cual tiene dos ventajas: la primera que se vende m u y barata, proporcionando al pueblo el g u s t o de comer carne, cosa que no hace cuando no hay toros, y la segunda qué esta carne da á los hombres que se a l i m e n t a n de ella las c u a l i -


— 68 — dades de valor y energía del animal á quien ha pertenecido. Las corridas de torco fomentan la g a n a d e r í a , porque si no las hubiera ¿qué habia de hacerse en España con tanto buey? Lo mismo puede decirse de los caballos: criándose en España con facilidad, seria cruel destinarlos en sus últimos afíos como recompensa de los servicios que prestaron en la juventud, á morir arrastrando nn coche alquilón, sufriendo el a g u a , el frió y k.-i latigazos del cochero. Vale mas que cuando y a va acercándose á la vejez, cuando su estampa va dejando de ser á propósito para realzar la e s t a m p a d e l g i n e t e , el amo, en recompensa de su noble fidelidad, en agradecimiento á lo dócilmente q u e obedeció por tantos años á sus c a p r i chos, le lleve á la plaza con los ojos vendados á que u n toro enfurecido r a s g ú e l o s hijares. a u n señalados de sus espuelas; con eso podrá ver palpitar por el suelo las entrañas que palpitaron tantas veces de alegría al acercarse él al g e n e roso bruto; podrá ver abrirse, queriendo l l a m a r le como le llamaba al sentirle aproximarse, aquella boca q u e vino t a n t a s veces á buscar u n terrón de azúcar y una caricia de su mano. Según la estadística, que es en los pueblos modernos el espejo d é l a verdad que tiene n ú meros en lugar de azogue, las provincias de E s p a ñ a donde existe mayor número de circos de toros son aquellas en que mas adelantada se halla la civilización. Así por Galicia y Asturias apenas se conoce este inocente recreo, m i e n t r a s


-69 — en Andalucía y Madrid es artículo de p r i m e r a necesidad. Oficialmente se ha reconocido t a m b i é n la trascendental influencia de las funcío-nes de t o ros, pues en cierta estadística publicada por el gobierno se e n u m e r a n las plazas de toros entre los establecimientos de instrucción pública. Los toros son, en fin, la ocupación constante de los españoles, pues si bien es cierto que no los h a y mas qne u n a vez á la semana, no lo es menos que de los siete dias la mitad se pasan en hacer cálculos sobre lo que será la corrida venidera y adquirir billetes para ella, y la otra mitad en describir los lances de la pasada. Conviene no confundir la animación y el b u llicio que preceden á las funciones de toros con la alegría que produce (sobretodo en Madrid) otra función que nada tiene de c o m ú n con ellos. Cuando veáis, si a l g u n a vez pasáis por la corte de España, llena la P u e r t a del Sol de coches y de o m n i b u 3 prontos á dirigirse por la calle de la Montera y no por la de Alcalá, como las tardes de corrida, pedéis estar seguros de que se prepara otra función también m u y concurrida: un ahorcado. Los españoles tienen un proverbio que dice: «buen principio de semana, que ahorcan en l u nes,» y efectivamente el dia que el ejecutor de la justicia hace eu público sus ejercicios es u n dia de vacaciones para las a u l a s , las oficinas y los talleres. Madrid se despuebla, y lo mas e s c o gido de sus habitantes acude á ver á los reos en el burro y en el tablado con el mismo e n t u siasmo con que aplaude á las. ecuyeres cuando


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montan en sus corceles á la alta escuela, ó á los héroes del trapecio cuando hacen sus primores por el aire. Recopilando: los toros son el espectáculo n a cional de España, y por eso los españoles todo lo convierten en toros y cañas.


LA. POLÍTICA.

Llámase política en E s p a ñ a el arte de m e d r a r incensando al que manda 6 hartándole de insultos. Empléanse como recursos para enaltecer las cuestiones políticas, la sátira, la filosofía oscura, las c a r i c a t u r a s y los motines. * E l que se vale de semejantes medios para echar abajo al que manda y colocarse en su l u g a r , recibe el título de hombre político. Claro está, pues, que hombre impolítico es el que pasa t r a n q u i l a m e n t e sas dias obedeciendo las leyes divinas y h u m a n a s , y alabando al gobierno c u a n do le g u s t a , 6 pidiendo á Dios que le ilumine cuando no le a g r a d a . E n política h a y también delitos, pero a s e ínéjanse mucho á esas estampas que, vistas c a beza arriba representan una co3a, y vistas c a b e za abajo representan otra. Los delitos políticos, s e g ú n se los mire cabeza arriba 6 cabeza abajo, son delitos punibles ó actos de patriótico h e roísmo.


-72— Por eso la ley no los castiga con penas tan severas como los delitos comunes. Verdad es también, que no serian estas m u y duras si las hiciesen los delincuentes como aquellas. No es tan fácil como parece tocar la línea d i visoria que existe entre los delitos comunes y los políticos. Escribid u n artículo destinado á proclamar que cualquier ciudadano es un estúpido, que no tiene pelo, que en cambio le sobran narices, que dice haiga y correspondiencia, y todo el mundo comprenderá que habéis c o m e t i do u n delito común: escribid 365 artículos al año diciendo eso mismo de u n ministro, y en concepto de las tres cuartas partes de los e s p a ñoles quedareis reputado por hombre político. ¿Quién es capaz de negar el título de política á u n a partida de hombres armados que corre campos y pueblos gritando: «viva... cualquier cosa» y apoderándose d é l o que necesita y e n c u e n t r a al paso? Si al mismo tiempo sale otra por distinto sitio haciendo idénticas proezas, con la diferencia de no g r i t a r «viva» al matar al q u e cogen por su cuenta, esta comete un delito ordinario. Cuando un gobierno deja de cumplir las leyes comunes, recibe el nombre de arbitrario y t i r á nico: el mismo le aplican cuando castiga los d e litos políticos. Estamos tan acostumbrados á que estos nos den motivo de hablar todos los di'as, que casi celebraríamos que los premiaran siempre, á trueque de tener asunto para hablar. No deja de ser curioso un principio legal q u e estuvo establecido en E s p a ñ a para los delitos


— 73— 'políticos mas frecuentes: el de no ser r e s p o n s a bles de ellos los autores sino otras personas que vivían de esto oficio, y q u e p a g a b a n c o n t r i b u ción para ejercerlo. Contra estos se i n s t r u í a causa con toda seriedad, imponiéndoles pena por u n delito de que el público y el tribunal los creían inocentes, y de que ellos tal vez no t u v i e ron noticia. Y gracias q u e el representante de la ley no proclamase en su discarso que la j u s ticia h u m a n a es un reflejo de la divina. Todo lo espuesto es una prueba de lo que adelanta en E s p a ñ a el a r t e de la política. ¿Quién se atrevería á dar hoy las definiciones de hombre político que se leen en el Diccionario de la A c a demia? Hombre político es, dice en una p a r t e , el sugeto versado y e3perimentado en las cosas de gobierno y negocios de la república ó reino, y en otra tiene á político por sinónimo de cortés y urbano. Medrados estaban la mayor parte de los hombres políticos de España si pa'ra o b t e ner este título fuera necesaria la circunstancia de ser versado y esperimentado en las cosas de gobierno. ¡Hay tantoó hombres políticos que no están versados mas que en hablar bien ó mal del gobierno, repitiendo lo que oyen y según les conviene! Sí," la política, como ciencia nueva, admite la libertad de enseñanza y de aprendizaje, ó lo que es igual, la libertad de meterse á maestro sin haber sido discípulo, y de dar lecciones de lo que no se entiende. Si vas a l g u n a vez á España, caro lector, te dará g u s t o ver cómo examina y analiza allí cualquier ciudadano no solamente la


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política de su país sino la política europea. «A reí, dice uno en el café con m u c h a gravedad, á mí no me la pega Napoleon: lo que él quiere es esto y esto,» y lo esplica lo mismo que si se lo hubiera oido al emperador en su despacho. «El Austria, esclama otro, anda hace tiempo tras de tal cosa;»—«pues no lo consentirá Inglaterra,» g r i t a el de enfrente dando una p u ñ a d a en la mesa, y acaban por vocear todos y no entenderse n i n guno. A este cuadro cuyo fondo he supuesto modest a m e n t e que es un café, ponedle por fondo la E s paña, y tendréis u n croquis de la ocupación y e s tado de los españoles. Allí la política e3 todo: como no se comprende un hombre sin narices, tampoco se comprende u n hombre alejado de la política por completo; el que no habla de p o l í tica, el que no juzga á todos los gobiernos p a s a dos, presentes y futuros, es un ser á quien falta algo, y ese alg'o es la nariz, porque en esta é p o ca los hombres, como los perros de caza, se h a cen valer por tener buenos vientos, ó lo que es igual, por oler desde lejos donde guisan la c o mida. Nace un niño en España con travesura natural, que se manifiesta allí, lo mismo que en Francia, martirizando el inocente párvulo los perros del papá y el canario ó los gatos de la m a m á , haciendo novillos á la escuela y convirtiendo en trapecio las puertas de su casa, y y a se adquiere reputación de listo y despejado: que le dé luego por hacer cuatro coplas contra c u a l quiera y un par de artículos en lenguaje filoso-


— 75 — fico, ó sea de modo q a e nadie los entienda, y y a le tenemos en camino para llenar de letras u n periódico, luego de palabras el salon de Cortes, después de imitaciones francesas la colección legislativa y la Gaceta, y por último, España y Europa con su nombre. M u y de prisa le ha elevado Vd. dirán mis lectores: y a se conoce que escribo para franceses; si Vds. hubieran nacido en E s p a ñ a no se a d m i rarían de las elevaciones rápidas. Aquel es u n país m u y á propósito para los globos: allí en i n flándose mucho, en llenándose de h u m o , a l momento se eleva cualquiera sobre s u 3 s e m e jantes. L u e g o E s p a ñ a espera grandes cosas de su j u v e n t u d , á quien da el nombre de dorada, sin duda porque parece de oro y no lo es. Una j u ventud de vermeill, que llamaríamos los franceses. En efecto, allí la j u v e n t u d no gasta y a la dulce primavera de la vida en frivolos a m o r e s , en dulces esperanzas y en ilusiones que lueg-o se convierten en música celestial; no, la j u v e n t u d empieza á vivir por la vejez; como esta, ama el dinero; como esta, tiene afán insaciable de m a n do, y como esta, se cree rica de esperiencia para estimar las obras y opiniones propias superiores á las agenas. Suprimid del año la primavera y el estío, ó no dejéis al dia m a s que la tarde y la noche, y tendréis idea de lo que puede ser un pueblo cuya j u v e n t u d empieza á vivir por la edad madura. Dedicado un mozo por voluntad de sus p a dres ó vocación propia á la política, convierte el


— 76ejercicio de esta en una profesión, en un oficio para vivir. El Congreso, la prensa, los cafés y todas las reuniones públicas ó secretas son y a para él lo que el foro para el abogado, el taller para el carpintero ó la escena para el cómico. No quería nombrar el teatro y las comedias al hablar de la política, pero he dejado p r e s e n t a r se la idea, y no puedo menos de seguir. La v e r dad es que hay mucha semejanza entre los hombres políticos y los actores; como que unos y otros viven declamando. Además en la escena política lo mismo que en la cómica, represéntanse t r a gedias de cuando en cuando, dramas de aparato cuando hace falta llamar g e n t e , comedias m u y á m e n u d o , y farsas todos los dia3 para fin de fiesta, después de ser aplaudida la danza y los danzantes. Hasta la3 palabras representar y representación están admitidas en ambos escenarios. E n t r e los actores úsase pertenecer hoy á una compañía y mañana á otra; entre los h o m bres políticos pocos podrán contarse en España que no hayan pertenecido á todas las compañías, ó sea partidos existentes. De sabios es mudar de consejo, dice una a n t i g u a m á x i m a , y según ella, los mayores sabios de España deben ser los hombres políticos. Prueba dan de ello cada vez que mudan de c o n sejo, ó sea cada vez q u e se contratan en nueva compañía, pues el fin moral que se proponen es mejorar las condiciones del ajuste, que por cierto en lo elevadas mas se parecen á las de los a c t o res de ópera que á las de los de verso. A d v i é r t a se no obstante, que en política no hace falta c o -


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mo en música tener b u e n a voz: b a s t a con algo de teatro; que en cambio no se contenta el p ú blico con u n cuarteto sino q u e es preciso a d quirir varios para alternar, y que no habrá paz en las compañías hasta q u e se cante u n a ópera en que todos los coristas sean primeros tenores absolutos. De dos clases es el lenguaje que usa la política para dar á luz su3 ideas: el serio, que es el usado por los amigos del gobierno como n a r c ó tico para adormecer á sus contrarios, y el festivo, q u e es el que emplean estos para llegar á poder escribir en tono serio. Escuso decir que uno y otro son m u y fáciles de manejar: aquel está reducido á un j u e g o de paciencia en que basta combinar con oportunidad varias palabras como «filosofía, derechos , autonomía, pueblo, síntesis, t i r a n o , l ó g i c o , ilotas é inconcuso;» mezcladas con estas pónense a l g u n a s a c a b a d a s en cracia, como mezzocracia, idiosincracia y burocracia, y oirás en ismo y en ado, como liberalismo, monarquismo y papado. Con esto c o m -

prendereis fácilmente que el idioma político no puede estar mas al alcance del c o m ú n de la s o ciedad; está fabricado exprofeso como los o r g a nillos para que le h a g a sonar cualquiera sin mas que dar vueltas al manubrio. De aquí proviene que haya tantos órganos en política. Recopilándolo dicho. E n España h u b o un tiempo en que todo era política, es decir: todo galantería y urbanidad; hoy todo es política: es decir, afán de ser ministro.



LAS LEYES.

A u n cuando no he perdido n i n g ú n pleito t o davía, ni todavía he g a n a d o n i n g u n o , es lo cierto, sin embargo, que en mi j u v e n t u d c u r s é la carrera del derecho, y siempre conservo a l g u n cariño á los estudios que me ocuparon en aquella alegre época de la vida. Por esta razón, al verme en España parecióme oportuno t o m a r a l g u n a idea de las leyes del país, no sabiendo la tarea en que iba á ocuparme. No el tiempo q u e yo estuve en la Península, pero ni la vida de un hombre es bastante para conocer la legislación de aquella tierra. -«Unos mismos códigos r e g i r á n en toda la monarquía,» dice la ley f u n d a mental, el r e g l a m e n t o orgánico de la sociedad española, ó sea la Constitución, y sin embargo, en cada uno de los a n t i g u o s reinos que forman hoy reunidos la España rigen diversas colecciones de leyes, además de las especiales de las p o sesiones ultramarinas. El juez que va á a d m i nistrar justicia en Cataluña, en las provincias Vascongadas ó en Cuba, necesita aprender d i s -


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posiciones que acaso no le enseñaron cuando e s tudiaba en la Universidad. Sin contar estas leyes particulares, y con las generales, ú n i c a m e n t e h a y , no para cargar m u chos camellos, como decia un autor de las r e s puestas de los jurisconsultos romanos, sino a u n que fuese muchos carros de mudanza. Baste decir que desde el Fuero J u z g o h a s t a el dia, casi todas las colecciones de leyes están en g r a n parte vigentes, a u n q u e en parte h a y a n sido derogadas por otras disposiciones p o s t e riores. Ya comprendereis que esto produce u n a agradable confusion, pues para estudiar lo que ordena la ley sobre un p a n t o cualquiera, es preciso comenzar por el tiempo de los godos, y s e g u i r estudiando hasta las sentencias del T r i b u n a l Supremo de J u s t i c i a . De a q u í nace, sin embargo, una g r a n ventaja para los abogados: la de poner los pleitos en el mismo estado que pondria un gato una madeja de seda que cogiera entre las uñas. El mal es para el juez, que tiene que sacar la hebra y d e vanarla, Con las decisiones del Tribunal S u p r e m o y del Consejo de Estado solamente, h a y motivo de sobra para poblar de magistrados y abogados todos los manicomios que se construyan en E s paña. Para cada caso que necesitéis consultar, si ejercéis la abogacía, para cada recurso de c a sación que hayáis de decidir como ministro del T r i b u n a l S u p r e m o , echaos á nadar entre las olas d é l a Colección colegislaliva en su parte d e a p é n -


— 8Ï — dices, buscando si existe 6 no otro caso igual d s e mejante, y comprendereis cuánta razón tengo para sostener lo dicho. Pertenece la facultad de hacer leyes en E s paña á las Cortes con el monarca. Es decir, que aquellas las forman y este las sanciona, 6 lo q u e es lo mismo, que cuando cualquier ministro lo j u z g a oportuno presenta á las Cortes u n p r o y e c to de ley, ó unas bases sobre las cuales piensa d i q u e puede construirse; los diputados y los s e nadores discuten aquel d estas, que es como si dijéramos que hablan de todo menos del asunto, y ya tenemos la ley vestida y arreglada de tal suerte que no la conocerla su autor si la e n c o n trase por la calle. Coíi unas mismas bases después de aprobadas por los Cuerpos colegisladores, puede cualquier ministro formar á su gusto una constitución democrática ó los estatutos de la Inquisición, y si la ley ha sido hecha completamente en ambas Cámaras, con un reglamento aclaratorio para su ejecución, y a queda en estado de dar que hacer á los comentaristas y de proporcionarles un m e dio de lucir su agudeza buscando dificultades. He" a q u í una tarea m u y del gusto de los e s pañoles: buscar dificultades y defectos. Cuanto sé proyecta en política, en letras, en artes y en n d u s t r i a , t o d o ofrecea grandes dificultades para el q u e no h a d e s a c a r l u c r o del proyecto; cuanto s e ' h a c e , otro tanto está plagado de defectos. E n lo relativo á las leyes es donde maa claro se ve e s t o , ' s i n duda por la relación que tienen por lo c o m ú n con la política, dé la cual entiende todo 6


el m a n d o sin estudio p r e v i ; y por ciencia infusa. E n el momento quo s-< > íb'ica una ley todos los abogado3 se lanzan sobre oila á d e s m e n u z a r l a y á facilitar su inteligencia, dando tormento á sus artículos, p á r r a f o y frases, lo cual hace n e cesarias las aclaraciones da real orden á razón de media docen* por arfíc lio. Do snsrte que el poder ejecutivo hace ai mismo p<*pal que en otro tiempo los comentaristas. Es m u y raro sncoutr.ir an español que no entienda de leyes, par n¡ q a e alguno h a g a alarde de ello por modos-ü.-i *Ü ciertas ocasiones. E l uno os dirá ^ u e la fd.i-.-.i-l-ul de la patria se encierra en la Oonstitaei-./ü i•> 1812, el otro q u e en la de 1837, este q a e la mejor meditada es la del 45, y aquel que todas son ira obstáculo c o n s t a n t e para el que mand.*.. Al cirios creareis firmemente que c ,.ï i uno de los ^ a e hablan con t a n t a seguridad ha pasad > larçt.* ratos estudiando aquellos códigos fuiarneo.tales. ¡Qué error! Preguntadles simplemente si los han leido, y os contestarán también que a o, con la mayor s e n cillez del mundo. Por regla general, cada e s p a ñol al abrazar un partido 1 3 0 d creer c u a n t o este crea, y rechazar cuanto rechina. ¿A qué m o l e s tarse en leer, si le han do l * e i r óhi que se tome este trabajo lo que debe p .n..;-u' y dsfender p a r a ser buen correligionario de Í-JS de aquella c o m u nión política? j

Efecto de la inteligencia general en materia de leyes es la publicidad qu¿ alcanzan en E s p a ña los procesos criminales, i l momento de c o meterse un crimen y a lo ¿abe ;i público por los ;


— 83 — periódicos de noticias, por supuesto guardando el secreto del sumario, por mas q u e en letras de molde s e revelen en confianza todos los detalles que SP refieren por personas bien informadas. E l vulgo no necesita mas antecedentes q u e las gacetillas que diariamente le va dando la prensa para j u z g a r de la criminalidad d é l o s acusados y del acierto con que el juez dirige las a c t u a c i o nes. Cuanto declaran los te3tig-os y ios reos, cuanto estos últimos hacen, dicen y aun p i e n san, todo lo debe saber el público en s e g u i d a , igualmente que la acusación y la defensa, y á su tiempo la sentencia que recaiga. Tan i m p o r t a n t e es esto, q u e para dar á conocer semejantes documentos abren los folletines sus columnas en forma de libro, suspendiéndola novela mas i n t e resante y terrorífica. Así la sociedad, interviniendo en todo, y teniendo á los encargados de a d m i n i s t r a r sus intereses únicamente para la p a r t e mecánica, ó lo q a e es igual, para todo lo que sea pensar, puede estar segura de q u e las cosas van por donde deben. Qae no digan los periódicos si un reo fué puesto en capilla á tal hora; que escribió á su mujer y á su madre, que cenó u n aloncito de pollo, y que fué sereno al p a t í b u .0, ó que otro salió el dia tantos para el presidio de tal parte, y veréis como se repite en plazas y cafés que el crimen de esta ó la otra calle quedó impune; que no h a y seguridadpersonal; que las leyes no se respetan, y otra porción de cosas por el estilo. No busquéis siempre en las leyes españolas los caracteres propios de t o d i ley. Para hacer


— 84 — estatuas es preciso ser escultor, para fabricar botas ser zapatero; pero para formar y discutir leyes basta llamarse hombre político. Así es que por lo común las leyes huelen á política, desde m u y lejos. Examinad cualquiera recien publicada, y la encontrareis con mas escotillones q u e un tablado de teatro en función de magia. A. primera vista nada se nota de movible en aquel pavimento, pero ya veréis como á u n a señal d^ a l g u n mágico poderoso bajan ó suben los a c t o res sin hacerse daño y sin que sepáis cómo por agujeros hechos de antemano. La ley que mas parece comprender á todos¿ si la observáis despacio apenas comprende á-na-> die. Es una especie de j a u l a que tiene cerrada la p u e r t a para el pájaro á quien se desea enjaular; pero deja entrar y salir libremente por entre loa alambres á los insectos y á los moscones. T a de tiempos antiguos existe en España un refrán que afirma que quien hizo la ley hizo la t r a m p a . Decia el canciller Bacon que entre otros r e quisitos, las leyes habían de ser gener ans •oirtutem in suliitis, es decir, promovedoras de lá virtud en los que han de cumplirlas. T a se c o n o c e que aquel buen señor no escribió para lá España de nuestros dias; si h u b i e r a pertenecido á cualquiera de las fracciones q u e se disputan e l poder e n l á Península, no hubiera buscado en las leyes semejante requisito. Ahora no se les e x i g s que sean generans virtictem^ sino que recompensen los sacrificios hechos por los hombre» del partida que manda, cuando no h a b i á n llegado á m a n d a r a u n . . P o c o importa q a e estos sacrificios


— 85 — consistan en vender su conciencia y en c o r r o m per la de los demás. Para promover la felicidad de la patria es preciso apoderarse de las riendas y el látigo con que se la guia, y como el fin es tan laudable y generoso, ennoblece por sí los medios que se empleen para conseguirlo, por poco dignos que sean. Teniendo esta circunstancia, es decir, la de estar hechas al gusto y para el g u s t o 6 á la m e dida de los hombres políticos, claro es que t a m bién llevan el requisito de justas d sea de iguales para todos, pues si hoy establecen u n privilegio en favor de uno3, mañana, cuando estos ten g a n facultad de elaborarlas, le h a r á n estensivo á los otros, de suerte que, á lo sumo, lo peor que puede suceder es que solo se disfrute por t u r n o y á temporadas del beneficio establecido por la ley. Otro de los caracteres peculiares de las de E s paña es la independencia. Poquísimas veces 6 casi nunca al formar una se piensa en los c a p í tulos 6 artículos de otra que pueda tener r e l a ción con ella. De aquí resulta la misma a g r a d a ble armonía que de una orquesta en que cada instrumento se fuese por su lado. Con decir al final «que !an derogadas todas las disposiciones que se opongan á la presente ley» ya se puede t r a t a r en ella de todo. Así en uua se considera á las mujeres mayores de edad á los 20 años, y en otras menores h a s t a los 23; así una l e j de g o biernos de provincia contiene atribuciones del Consejo de E s t a l o y de la presidencia del de ministros, y así en cualquiera de Presupuestos se


— 86fijan las condicionas precisas para ser empleado (de infantería, que los de coche no necesitan m a s condiciones que el nombramiento, y so mencionan los requisitos indispensables p a r a cobrar jubilación ó cesantía. Dice Montesquieu que las leyes deben ser adecuadas á las costumbres del país en q u e han de tener fuerza: yo creo por el contrario que la fisonomía de cada sociedad, su vida y su espírit u se retratan a a las leyes que le gobiernan. Recorred los fueros y los códigos antíg'uos de E s p a ñ a , y veréis reflejarse en ellos la ideas c a ballerescas de aquel p u e b l o ; registrad los de la E s p a ñ a de ahora, y encontrareis por todas partes el espíritu de cálculo, la incredulidad, la soberbia y todos los vicios de l a época. Allí la ley de las Partidas, dada para el pueblo que mas tarde habia de producir un Guzman el B u e no, donde se permite a! padre comerse al fijo, sin mala estanqa, si non ovicseal que comer, antes que entregar el castillo que el señor le confiara; aquí el código penal exigiendo las c i r c u n s tancias de premeditación y. ensañamiento para imponer la pena de muerte al parricida, y no considerando homicidio siquiera el crimen que comete la hiena, que hiena e 3 y no madre, c u a n do con ol infame pretesto de ocultar su deshonra asesina á su hijo antes de haber cumplido tres dias de existeucia. Allí los fueros que niegan á los que no so casan la consideración de personas publicas y la facultad de gozar franquezas y l i bertades; que eximen de ir á la g u e r r a al que t u viese enferma su mujer, y que enaltecen el m a -


— 87 —

trimonio con la C O T unidad de bienes y los g a nanciales; a q u í la re: -aa ley penal necesitando como requisito indis lensabie el escándalo, y cuidado que !r>y ;> escandalizamos f á c i l m e n t e para persega! >l a m a n c e b a m i e n t o , y la denuncia del padre > de la interesada para c a s t i g a r la corrupción de mejores; allí el respeto á la propiedad, de qa^; oviie podia ser desposeído; a q u í la espropiaci.m forzosa qus ianza á c u a l quiera de sus casas y .-¡os tierras, escudando con la ley y la utilidad pública el capricho ó" las miras y ventajas d<¡ uu particular; allí el c r i m i nal siempre perseguido, ~ m p a r a d o el h o m b r e de bien; aquí la filant-o^ía J las ideas h u m a n i tarias siempre á f i v . i - .'.?.\ malo, siempre la c o m pasión para él, y * \ ) ' e discurriendo medios de hacerle mas dalo ) -.¡¡ "ondena. No es mi ánimo a w ^ n e r q a e la legislación española de los pisad >j s i g l o s es mejor que la del presente, ni sa-jupoc.) ae e=ta sea preferible á aquella, no; mi iur,i>>:<. , n es hacer observar que la primera con sv.* castigos estremados, con sus disposiciones 1 - : i veces de exageración, tiene por base el • .. i la familia, á la p r o piedad y á la honra i •/., v nor objeto imponer al criminal con el mi-> '-.•> al castigo, mientras las leyes m o d e r n a s , te-i ado c o n t i n u a m e n t e por horizonte el bien d;; i. s iciedad entera, nada respetan cuando se traí. M uno de sus individuos, y vestidas siempre 0> -virbata y g u a n t e blanco, elegantes y puras c :;• la sociedad que las f o r mé, no se atreven « ¡ ir ciertos crímenes p o r no escandalizar cov ?c> -vastigo, prefiriendo q u e ;

;


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se premien como artículos de buen tono, con lo cual se escandaliza menos. No ha podido, sin embargo, l a moderna s o ciedad española prescindir en s u 3 leyes por completo de las tradiciones de sus mayores, a u n q u e vistiéndolas en otro traje mas aceptable. Así el código penal parece que no rechaza las ideas del Fuero J u z g o respecto del adulterio, pero i m p o ne un poco de castigo a l marido que m a t a ó hiere g r a v e m e n t e al ofensor ó á su mujer, no declarándole exento de responsabilidad mas que en el caso de heridas menos graves. Sin duda la ley no considera esta ofensa de tanta i m p o r t a n cia, que no quede vengada de sobra con un par de palos ó unos cuantos mogicones. Nuestro c ó digo, y como él los de otros paises, no reconocen el duelo, no le mencionan siquiera, lo cual p a rece indicar que en el homicidio, que en las heridas producidas por él, no ven circunstancias especiales, sino únicamente delitos c o m u n e s . El código español, por el contrario, admite los duelos con todo su a p a r a t o , y los r e g l a m e n t a , imponiendo m a y o r ó menor castigo á c o m b a tientes y padrinos, según han guardado ó infringido las prácticas que la barbarie y la farsa moderna establecen para tales lances. Después del capítulo que trata de los desafíos en su vigente ley penal, no tienen los españoles derecho para llamar bárbaras las de D. Alonso el Sabio que arreglaban esta clase de combates (1). (1) El autor francés ha olvidado indicar, ó tal vez no lo sepa como estranjero, que en la práctica, y á pesar de la igualdad ante la ley que la Consti-


- 8 9 En España no es fácil saber desde cuando son lasleyes obligatorias: primeramente se m a r ca un plazo para que empiecen á serlo, l u e g o viene la próroga, después la resistencia de las jurisdicciones especiales á obedecer, y por ú l t i mo la ley cae en desuso, sepultada por un d i l u vio de aclaraciones y por las leyes dictadas para otros asuntos, pero que la anulan en g r a n p a r t e sin embargo. Así los españoles para cada caso que ocurre claman por la formación de una ley, sin acordarse que no una sino ciento h a y a p l i cables: les sucede lo que á los niños, que á fuerza de tener muchos j u g u e t e s con que divertirse no se divierten con n i n g u n o . tucion establece para todos los españoles, es muy difícil que un duelo á navaja y entre 'combatientes de chaqueta se califique de duelo. Si la autoridad le previene, será probablemente llevando á la cárcel á los duelistas para que se les pase el ardor de la sangre, no exigiéndoles palabra de no batirse; si uno muere ó sale herido, la pena será la del que mata ó hiere. (N del T.)



LOS DERECHOS.

Libertad es, en concepto de los españoles, el derecho de hacer onda uno cnanto se le antoja, unido al de poder impedir á los demás q u e h a g a n lo que á nosotros no n o 3 acomoda. Hijos y hermanos de este derecho son otra m u l t i t u d de derechos, que tienen el mismo aire de familia y serian largos de e n u m e r a r . P o r ejemplo el derecho de desamortizar, que consiste en poner en circulación los bienes que los frailes, curas y ayuntamientos reunian en su poder, f a voreciendo la vagancia de los pobres, p a r a q u e los r e ú n a n en el suyo los capitalistas que dejan pensiones á sus queridas jubiladas. Hablando de derechos no es posible tampoco pasar en silencio el derecho de petición y el de reunion. E l primero es la facultad de dirigirse al gobierno aislada 6 colectivamente para decirle: «quiero que des media vuelta por la izquierda, porque me da la gana.» Por supuesto, otros le piden entre tanto de igual modo que gire por la derecha, y otros que se esté quieto. De suerte


— 92 — . que este derecho proporciona al que manda la agradable seguridad de que nunca ha de faltar quien hable mal de todo lo que h a g a . E l derecho de reunion no consiste en j u n t a r se las gentes para divertirse inocentemente, porque esto n u n c a se ha negado ni prohibido, consiste en poder preparar motines con toda franqueza y sin temor al castigo. Claro e3tá,pues, que nada tienen que ver con el derecho de reunirse las asociaciones fundadas con objeto de encomendarse á Dios y hacer obras de caridad. El ver a u n a m u l t i t u d de personas h u mildemente arrodilladas orando y creyendo, sin discutir nos trae á la memoria ideas reaccionarias que no deben tolerarse. Y como la libertad consiste en hacer cada uno lo que se le antoje, y nosotros amamos la libertad, estamos en nuestro derecho no dejando hacer lo que nos estorba. La libertad en este caso y en otros muchos, se p a rece no poco al derecho que asiste á los cocheros p a r a pedir que les abran paso por las calles. E l derecho del cochero es tanto m a y o r cuanto m a s fogosos s?n los caballos que dirige; la libertad se disfruta tanto mas ampliamente cuanto mas robusto es el hombre libre. Dejó escapar la palabra reaccionario, y ju¡ to es que esplique lo que se entiende por ella en España. Reacción, según los mejores diccionarios, es lá resistencia de un cuerpo al choque de otro. Los diccionarios tienen la política de DO e s plicar lo que por reacción entienden los hombres políticos, pero de lo dicho se deduce que llaman así á la resistencia que ofrecen las viejas m u r a -


— 93 — lias de la ignorancia al choque, continuo del a r i e te de la ilustración. Lo que no puedo esplisarme tan fácilmente es cómo de la reacción salen los reaccionarios en castellano. De traición viene traicionero, y de ración racionista; de reacción por lo tanto debian nacer reaccionario ó reaccionista Os he manifestado p u e s . . . pero esto de m a nifestaciones también merece su párrafo especial. La manifestación es el acto de salir en p ú blico por la calle los derechos de la h u m a n i d a d . Así la elegante dama que se recoge el vestido por temor del barro ó por enseñar las e n a g u a s , hace' manifestación de estas y las botitas á los aficionados; el orador político pone de manifesto su l e n g u a y sus ideas cuando abre la boca en p ú blico; la F u e n t e Castellana es la manifestación del lujo y de la riqueza, y con sus trajes y su modo de a n d a r manifiestan su oficio las ninfas nocturnas de la carrera. Las manifestaciones reciben el n o m b r e de pacíficas cuando están mas cerca de concluir como el rosario de la aurora. La reunion de a l gunos cientos 6 miles de personas, según el t a maño del pueblo en que se hace, y a en silencio, ya dando al viento himnos y banderas significativos, todo con objeto de decir al que manda: cMíra cuántos estamos preparados á trabajar para derribarte y colocarnos en tu puesto,» esa es-»na manifestación pacífica. Si á los manifestadores se les deja manifestarse como quieren, nò hace el gobierno mas que respetar las ideas dé la época, y puede estar seguro dé ser a g á s a -


-94 — jado con frecuentes y cada vez mas importantes manifestaciones, hasta que le manifiesten aovase baja del poder, 6 hasta q u 3 él manifieste los dientes. E n t r e las manifestaciones pacíficas del g o bierno, merece en E s p a ñ a mención especial la que hizo el cardenal Cisneros de sus poderes para dirigir el reino. Las manifestaciones, sin embargo, no h a n sido conocidas en la Península hasta hace poco. El acto de despojar á Enrique IV en efigie de las insignias reales, que tuvo l u g a r en Avila, y aquello contra Equilache son do3 sucesos q a e ahora hubieran llevado el nombre de m a n i f e s t a ciones pacíficas, por mas que al primero llame l a historia ejemplo de rebelión, y motin al s e g u n d o . El genio de los españoles ha sido y es m u y á propósito para manifestarse. Otro de los derechos producidos por la l i b e r tad es el de sufragio. En E s p a ñ a este derecho no pudo desarrollarse por la opresión que el Santo Oficio ejercía sobre el ¡país; pero ahora se ostenta en toda su plenitud. Siendo imposible q u e todos los habitantes de la nación se r e ú n a n para discutir y a r r e g l a r los asuntos públicos, cada distrito nombra su representante, adornado de las mismas ideas que los electores q u e en él depositaron su confianza. Con arreglo á este principio de sentido común obsérvase m u y bien la fijeza de opiniones de los españoles, p u e s cuando el gobierno es moderado, moderados son todos los representantes del p u e b l o ; cuando progresista, progresistas, y cuando de mezcla,


- 9 5 mezclados, y m u y á menudo sucede que en un mismo distrito se elige casi por unanimidad en poco tiempo á dos personas de distintas opiniones. E n toda su plenitud dije que se ostenta en E s p a ñ i el derecho de sufragio, y no vayáis á creer por eso que lo ejerce toda clase de p e r sonas. N o , en teoría todos lo hombres tienen d e rechos; en la práctica ya duele haber sus e3cepciones: el mismo sufragio universal lleva este título sin contar con las mujeres, como si estas no pertenecieran á la especie h u m a n a , como si no las considerase la ley capaces de contratar, de p a g a r contribuciones y aun de ejercer c a r gos públicos. Por lo común en España lo que da el derecho de sufragio es el dinero: la ley supone mas ciencia y mayor talento cuanto mayor es la contribución que se paga al Estado, lo cual, sobre ser generalmente cosa probada, está m u y de acuerdo con las ideas de igualdad de que se hace alarde en esta época. • También el dinero es la base de la libertad de imprenta: depositad una suma en que el g o bierno pueda daros pellizcos que os duelan acaso mas que si os los aplicasen sobre la carne, y y a podéis decir pestes de él á todas horas. T por cierto que en España la libertad le imprenta no existe, según dicen todos los dias los periódicos en que la mano del fiscal deja sin letras grandes trozos; pero yo puedo decir á mis lectores que en lo que el censor respeta, aun queda lo bastante para dar á conocer lo que seria la libertad de


— 96 — imprimir si saliese ai público sia el corsé de la censura. Hermana de la libertad de imprenta puede llamarse la de enseñanza, que no es otra cosa qtie el derecho de comunicar sin trabas de n i n g u n a clase lo poco ó mocho que sepamos. E s t e derecho no ha existido nunca en España: allí ha dominado y domina a u n la preocupación de q u e para enseñar es preciso dar muestras de saber, como si Dios no hubiese concedido al hombre la voz para dar á entender sus sensaciones, ni mas ni menos que al pajarílio, al tigre y a u n al asno. P a r à convencerse de que es útil la libertad de enseñanza no h a y mas que consultar á los estudiantes: la libertad de enseñar supone la l i bertad de aprender, y m u y justo es que el q u e aprende lo h a g a á s u gu3to, despacio 6 de prisa, s e g ú n sus faerzas y sin que nadie le lleve por caminos que no sean de su agrado. La l i b e r tad de enseñanza tiene tambieü la ventaja dé" a u m e n t a r el número de maestros, porque p u diendo pertenecer á la clase de estos ¿quién se matricula en la de discípulos, que es m a s costosa y dé menos lucimiento? Realmente la verdad'' es que en este mundo todos podíamos echarnos á' maestros, porque todos, sin ser discípulos, e s t a mos eh el caso de dar lecciones de algo: el niño recién nacido puede darlas do llorar, la pollita"' dé 18 años de coquetería inocente, las viejas dé' iluminar semblantes, y todos los hombres y las ffiajérés'de caprichos y manías, si fuésemos c a p a c e s d é conocernos. ;

Todo derecho', por último, saponé u n a obli-'


- 9 7 —

g a c i o n ; por eso la sociedad tiene la obligación de respetar los derechos de los hombres. En c n a n t o á estos, es probable q u e t a m b i é n t e n g a n obligaciones para con ella, pero como ella no tiene derechos, no la queda otro recurso que d e jarlos que se tomen sus libertades.

7



LA LENGUA CASTELLANA.

Desde niño conozco regularmente la lengua castellana, y desde entonces la lectura de los clásicos españoles me ha servido de agradable y ameno esparcimiento. Ladulcepoesía de Lope, fresca y lozana como las florecillas del campo; los enredos y las cuchilladas de los dramas de C a l i e r o n ; Cervantes con su conocimiento del corazón humano y su melancólica filosofía; Q u e vfido pintando u n carácter con una sola palabra, y en fin, los dos Luises, Garcilaso, y Rojas, y Me reto, y Tirso y tantos otros, me proporcionaron el g u s t o de conocer aquella habla enérgica y dulce á la vez que aun suena en ambos h e m i s ferios. Pocos franceses entrarán en España tan bien preparados como yo para entender y ser entendidos, decíame para mis adentros al a t r a vesar los Pirineos, pero confieso que me llevé u n solemne chasco. Al poco tiempo de estar en E s paña comprendí que en ella lo que menos se h a -


— 100 — bla ea castellano. Allí tienen nna porción no p e queña de l e n g u a j e s : lenguaje poético h a b l a n estos; aquellos lenguaje filosófico; por aquí d e s cuella el ieoguaje periodístico ; por allá dispone multitud de cosas el lenguaje oficial; y por t o das partes déjause oir, convirtiendo la España en otra torre d« Babel, el lenguaje aristocrático, el religioso, el popular, el científico, el militar y el financiero. ¡Medrado estaria hoy en E s p a ñ a el escritor que confesase como F r . Luis de Leon que no entendía otro romance que el que le e n señaron sus amas! ¡Queme

he divertido en la soirée

dansant de

la Señora de T a l , me decia uno: allí habia fort, soupper tengo mucho

con-

suculento y e l e g a n t e s toilettes; honor en ser de Vd. con la m a s

distinguida consideración e t c . etc., me escribía otro en una c a r t a ; un militar me hablaba luego del detall, el relief,

el brigadier,

los

bastiones,

los redientes y las cápsulas; un cocinero á quien pedí garbanzos y olla podrida, me dijo q u e no tenia mas que beef-steach,

consomé, y fletes

de

buey. A veces, en fin, parecíame q u e estaba t o davía en Francia, esceptuando la pronunciación, y á veces en u n a tierra cuya l e n g u a era menos conocida que la del Celeste Imperio. Dime luego poco á poco á leer los periódicos, y por ellos supe las cosas, no que sucedían, sino q u e se verificaban

ó tenían lugar.

Por los a r t í c u -

los necrológicos comprendí perfectamente que entre los españoles existía aun el paganismo, pues al anunciar la m u e r t e de los grandes p e r sonajes, nunca manifiestan los gacetilleros deseo


—101 — de que Dios les perdone, ni de que descansen en paz, sino únicamente piden que la tierra les sea ligera.

Verdad es que en este idioma que ha r e e m plazado al castellano de Cervantes, se revela la instrucción vastísima y g'eneral de los e s p a ñ o les. Las ciencias, las artes, las leng·uas e s t r a n jeras, todo les es familiar, si atendemos á sus conversaciones. Cuando quieren ver algo, nunca miran de otro modo que á través de cualquier prisma; á los cocheros de alquiler los llaman Aurigas y automedontes, sin saber lo que esto significa. Las ovaciones son el pan de cada dia en aquella tierra; cuando cae un rayo no tienen la preocupación de darle este nombre, le llaman chispa eléctrica; á los ancianos dedicados á la política loa nombran el Nestor de tal 6 cual p a r tido; las mujeres están interesantes cuando asisten á los bailes, y en estado interesante cuando se hallan preñadas, embarazadas 6 en cinta; así como del queso sale el quesero, de las l á m paras salen los lampistas y las lampisterías; de los cañones de las chimeneas los fumistas, y de la hacienda las cuestiones financieras. Por ú l t i mo, los españoles tienen nombre de pila, pero no lo reciben en ella, sino en las fuentes bautismales.

E n E s p a ñ a no son muchas las cosas que se hacen en realidad, pero á j u z g a r por la lengua moderna, cualquiera puede creer que los españoles están siempre haciendo algo. Además de la tarea constante de hacer tiempo, que es lo m i s mo que perderlo, hacen


— 102 —

y tocan el piano; hacen política, cuando d e s a t i nan sobre asuntos de gobierno en reuniones p ú blicas ó privadas; hacen paseos, cuando van á á darlos; hacen la oposición, cuando tienen h a m bre de ser ministros: hacen negocios, cuando l í cita ó ilícitamente se llenan de dinero las faltriqueras [portamonedas en castellano nuevo); hacen

la córte[,

cuando cortejan; hacen el

amor,

cuando no le sienten hacia u n a mujer sino hacia sus talegas, y por último, hacen el oso con m u chísima frecuencia. Para cuidar de la pureza del habla castellana tienen los españoles una Academia, c u y a divisa es un embudo por donde sin duda cuelan las p a labras poco á poco. E m b u d o que ofrece la p a r ticularidad de carecer de asa, sin duda para dar á entender q u e no tienen los profanos por donde cogerle. Temiendo contaminarse con las impurezas que m a n c h a n el lenguaje por la p a r t e de afuera de su casa, recógese la Academia en sí misma y no se l e d a un ardite délo que hablan el vulgo y los literatos. S u biblioteca es privada: franceses, i n gleses, latinos^ 6 de estampas los pocos libros q u e compra, y en s u s reuniones nunca se citan las bellezas de otros autores q u e los de la familia 6 los difuntos. La de F r a n c i a se m e t e á premiar cada año las obras durante él publicadas en que h a y mejores trozos de estilo: en la de España, á ñn de que todo en la obra sea perfecto, se da el asunto y el premio es menor para que los a u t o res no trabajen por el lucro sino por la gloria. Esta política de retraimiento académico p r o -


-103 — d u c e escelentes resultadospara conservar la leng u a , porque nada se conserva mejor q u e lo q u e no se usa. De este modo se logran dos efectos: g u a r d a r el castellano sin que pierda su pureza y adornarle con las voces y giros que hacen n e cesarios los nuevos descubrimientos científicos y sociales. ¿Cómo hubieran hoy llamado C e r v a n tes ó Lope á las estaciones de los ferro-carriles, á los wagones, á los trucks, á los camiones, y á los túneles^ ¿Habrían dejado de abonarse á la pla-

tea de algun teatro, á cualquier periódico y á la barbería? ¿No les hubiesen inspirado, y a q u e eran hombres de genio y de verdadero esprit, las mujeres luciendo sobre la pomposa crinolina trajes de foulardy tarlatana, partido el pelo en bandos, mal cubierta la blanca g a r g a n t a por el fichú de dentelle, y calzados los piececitos con preciosos brodequinsl A las vistas de u n a novia seguro estoy de que no las llamarían h o y de otro modo q u e el trouseau ó la corbeille, y apurados se habían de ver para distinguir con nombre m a s castellano los colores marrón, grosella de los Alpes y

Magenta.

Pues suponed que sintieran hambre, y decidm e si se contentarían con encontrar un figón, ó seguirían buscando hasta hallar un hotel ó u n restaurant donde comiesen á la carta, 6 al cubierto.

No solamente las personas com ilfaut fom e n t a n el lenguaje: el pueblo, aceptando t a m bién las innovaciones que introducen los p e r i ó dicos, que son los encargados de instruirle, c o n t r i b u y e á estirar la l e n g u a castellana. No hay 1


— 104— labriego que no viaje en cerros-candiles y que no sepa lo que son los telégrafos. Los sastres y zapateros ya no prueban, sino q u e ensayan s u s obras á los clientes, que antes se llamaban p a r roquianos. Cualquier modista, a u n q u e sea de portal, tendría á menos el hacer vestidos: los confecciona, como antes se confeccionaban las d r o g a s , hoy productos químicos, en lo que eran boticas y ahora son farmacias. Habladle de sufragios á cualquier tendero, y veréis como sabe que no os referís á los que se hacen por los m u e r t o s , sino á los que se dan á los vivos para q u e sig-an v i viendo. Y estoy seguro que cualquier tapicero, al daros cuenta de s u s trabajos, os dirá que está guarneciendo u n vis á vis, poniendo muelles á una marquesa, 6 buscando una galería para c o l gar algun portier. Pues entrad en u n a cochera, y veréis si el mas tosco de los mozos sabe ó no distinguir un clarens de u n a victoria, y una jardinera de un ponney chasse, 6 un senateur de

un dog's-carr.

Esto sin contar lo mucho q u e os

h a b l a r á de la grande y la pequeña Dumont, groom, del jockey y de los piqueurs.

del

No necesitaré mas pruebas q u e lo dicho para que me creáis si sostengo que nada m a s fácil que traducir del francés al castellano. Con dejar los nombres sustantivos y adjetivos, y a u n no pocos verbos conforme se e n c u e n t r a n en el orig i n a l , y poner los equivalentes españoles de a l gunos artículos, pronombres y otras m e n u d e n cias, y a está u n escrito nacido al lado imperial de los Pirineos en disposición de q u e lo lean a l otro lado de los mismos. Al leer en u n á r t i c a -


—105 — lo traducido q u e h a naufragado un b u q u e , a h o gándose todo el equipaje, y a saben los españoles q u e se t r a t a de la tripulación, no de los cofres: si les hablase hoy un traductor del bajá de T a l y el jeque de Cual, pensarían que no servia p a r a e l oficio: es indispensable que los llame el Pacha, y el Sheif; gracias á las traducciones periodísticas y a no existen en el muudo Damasco, Lieja, M a guncia, Sajonia y el Escalda: en su l u g a r hemos puesto á Damas, Liege, Mayence, Saxe, y el Escaut. Es á estas versiones á que deben los e s -

pañoles los elegantes giros que toma el estilo de sus modernos escritores. L a juventud está llamada en España á s e g u i r la reforma del lenguaje. Aprende en libros franceses, ó en traducciones como las que acabo de citar, y sabido es q u e la leche que mama el niño influye no poco en la robustez del hombre. H a y que empezar porque los mozos, 6 sea jóvenes 6 chicos, como hoy se dicen, y a no llevan los nombres de D. J u a n , D. Diego, D. Ramiro, D. A l fonso ó D. García: se llaman A r t u r o , Ricardo, Alfredo, Guillermo y Leopoldo. Su ocupación constante es flanear, porque el callejear es de mal g u s t o , vilain, como ellos dicen: son escelentes ecuyers, gente de mucho sport y no poco spleen, que tiene á g a l a declararse blasé, faníy ennuyé, voces que en su concepto no tienen equivalencia en castellano. S u s cartas de amor son billetes

dulces,

bouquets,

los ramos que r e -

g a l a n , y los perros que les siguen son ingleses, y no menean el rabo en señal de amistad mas que cuando les hablan en su idioma.


— 106 — E n suma, lector ¿quieres que con una imagen te describa el estado del habla castellana? Pues figúrate una gallarda española, envuelto el cuerpo en un traje francés, desfigurada la cabeza por ese cucurucho de seda y flores que llaman sombrero, con las manos en los bolsillos, y arrastrando por las calles u n a vara d e vestido. Aveces u n charquito la obliga á levantar la falda, y vemos una mano y un pié verdaderamente e s pañoles; el viento que j u g u e t e a con el velo del sombrero nos hace apenas ver en seguida un par de ojos árabes, y una boca abierta sobre rubíes y forrada de perlas, que no puede' pronunciar otra lengua que la de Cervantes. ¿Y llamarán elegancia á que solo i n s t a n t á n e a m e n t e y por casualidad podamos gozar de los encantos de la q u e Dios envió al mundo para llamar la atención por su hermosura?


LOS LITERATOS Y LOS ARTISTAS.

Dícense literatos en España todos los que j u e g a n y hacen combinaciones con las letras. No es inconveniente para llamar á u n h o m bre literato el que sus letras sean gordas; las únicas que no puede manejar u n literato son las de cambio, sobre todo si le domina el feo vicio de hacer versos. La literatura no es en la Península ciencia ni arte: es únicamente un oficio como el de a l bañil ó carpintero, que se diferencia de estos en que no da de comer por sí solo, y se parece á ellos en que loa que mas g a n a n son los que t r a bajan á destajo. Los literatos gozan de varias categorías que les otorgan sus compañeros según su a n t i g ü e dad en el oficio. Así

apreciable

escritor

6 estu-

dioso joven es aquel á quien nadie conoce, a v e n tajado literato el que h a dado á luz media d o c e na de artículos y varias columnas de versos, aplaudido poeta el que tradujo dos zarzuelas y escribid una pieza que no han querido admitir en n i D g u n teatro; entre la multitud de los que


— 108 — haceD sudar á las prensas repártense las calificaciones de ventajosamente conocido, r e n o m brado, distinguido, eminente, laureado, y para llamar á los maestros del oficio se les quita el señor ó el nombre de pila, diciendo solamente el gran F u l a n o , ó nuestro Mengano, á lo cual s u e le añadirse uno de los hombres que hacen honor á nuestra época. Los literatos nacen en cualquier parte, pero por lo común suelea recriarse en Madrid; en la cdrte se les va afinando la p l u m a , y concluyen por m u d a r l a . Para ser literato no se necesitan muchos e s tadios previos: basta haber leido a l g u n a s novelillas, y saber escribir con una letra q u e no se e n tienda fácilmente de puro estrafalaria. Un m o n tón de cuartillas, que al pronto parezcan cosa de t a q u i g r a f í a , sembradas o p o r t u n a m e n t e de borrones, anuncia que el autor es un genio c u yas ideas salen tan de prisa que apenas se reflej a n en el papel. La propensión á dar en literato se manifiesta desda la niñez por u n a comezón constante de e s cribir, por el odio al estudio, y por la franqueza d e . a l a b a r las obras propias y despreciar l a s ajenas. I g u a l m e n t e que m u c h a s clases de pájaros, los literatos no pueden vivir j u n t o s . Por g r a n d e s que sean la jaula y el comedero que destinéis á a l g u n a s aves, siempre las veréis ocupadas en perseguirse á picotazos; por muchos periódicos, teatros y editores que t e n g a n los literatos, s i e m pre hallarán placer en inutilizarse unos á otros


— 109 — Editores dije, y j u s t o es que os los presente, a u n q u e sea al paso, no porque los editores españoles t e n g a n m u c h o de literatos, sino por lo mismo que p r e s e n t a r i a á los chalanes hablando de caballos. Los editores son para el literato lo que la y e dra para el tronco; le visten, pero viviendo a p o yados en é!, y prosperando á costa suya. Cuanto mas adorne la yedra el tronco con sus verdes pabellones, menos se ve este; c u a n t o mas lujo emplea el editor en una obra, menos caso hace el público del autor, dejándola convertida, como el tronco que sostiene la yedra, en armazón de las hojas, en poste donde colgar las estampas. Los editores son los que enriquecen la l i t e r a t u r a nacional; esa es la razón de q u e p a r a e l l o s sea ordinariamente el premio; que á los autores y a les queda la gloria, y a u n tal vez la admiración de la posteridad á la cual pasan, g r a c i a s á los editores que les dan papel y letras en que envolverse para correr el m u n d o . Igualmente que los literatos, los editores gozan del privilegio de unir un adjetivo á s u a p e llido cuando habla de ellos la prensa. Todos los dias veréis elogios en las gacetillas del entendido editor D. F u l a n o , del celoso D. Citano 6 del infatigable D. P e r e n g a n o . Y os advierto que la palabra entendido no quiere decir que entiende lo q u e publica, sino la manera de hacer negocio con las publicaciones. E l nombre de editor es moderno en España, pero no lo es la idea que representa. Cervantes conoció también editores, solo que entonces.no se


— 110 — creían rebajados porque los llamasen libreros 6 mercaderes de libros. Volvamos á los literatos, y observemos en qué trabajos se ejercitan. Estos trepan por el Pindó retozando con las musas; aquellos buscan las cosquillas ó las l á g r i m a s al público q u e l l e n a el teatro; por aquí uno consulta el espíritu de los siglos que pasaron, quitando el polvo al manto de pergaminos de la historia; por allá u n a multitud dividida en grupos ilustra á sus lectores capeándolos con sábanas en forma de periódicos. Y dentro de estos mismos géneros ¡cuánta variedad aun] el poeta elevado y filosófico y el poeto satírico; el que escribe comedias, el que traduce dramas y el que hilvana zarzuelas, el historiador de los muertos y el biógrafo ó sea adulador de los vivos; el periodista de fondo y el gacetillero y el crítico, y el qne examina las modas y el que j u z g a los toros. Todo esto es combustible que se arroja en ese hornillo que titulan prensa. ¡Cuánta parte de él rica de e s peranzas se convierte en h u m o que se deshace en la atmósfera! ¡y cuánto humo producido por el combustible que da mas tafo y menos luz se sube á las cabezas d é l o s autores haciéndolos remontarse sin tener dentro nada mas que aire enrarecido! P a r a acudir á las necesidades de la l i t e r a t u ra contemporánea se inventó el papel continuo. E s decir, las máquinas de la industria van dando u n a sustancia interminable en q u e escribir, y las m á q u i n a s del ingenio la van llenando de letras.


—Ill —

Como elaborados por m á q u i n a exígese á los productos literarios que sean baratos, y como literarios búscanse en ello3 rasgos y muestras de ingenio. Por eso en España los únicos impresos q u e tienen salida, ó mas bien entrada en todas partes son los periódicos políticos, los c a l e n d a rios, las novelas á cuatro cuartos entrega y los libros de testo. La literatura española contemporánea tiene su originalidad, la originalidad de la imitación. Quien copia á Alfonso K a r r ; quien á Alejandro Dumas; y a este os hace recordar á Walter Scott, y a el otro escribe versos como Goethe y d i s curre como Hegel ó Krause. Séame lícito saludar con todo el respeto preciso á los filósofos á la alemana, pero sin d e e nerme i hablar con ellos. Estos señores son en su tierra una noche oscura, en España se i n t e n ta fotografiarlos; calculad si es ficü ver los d e talles de, una fotografía de la noche. Hablando de la fotografía no puede uno m e nos de acordarse de las artes; como que es ía obra del artista de mas fuego, del mas cabelludo y que luce á mayor altura en el universo; ya s u pondréis que hablo del sol. En materia de artes la única originalidad que encuentro en E s p a ñ a sondas aleluyas, los c a b a llos de carton p a r a los niños y las figuras de baro pintado que se venden en las verbenas. T o das estos j u g u e t e s están hechos en el país y r e presentan tipos españoles. La vida del Cid, la del hombre malo, ó la de D. Perlimpiin, personaje de quien no habla n i n g u n a crónica, están represen?


— 112 — tadas en pequeñas viñetas en que tiene su p a r t e la literatura por los dísticos que las esplican a l pié; y á médico precio se adquieren estatuitas que si no son de gran mérito artístico, en cambio serán de g r a n valor andando el tiempo para dar á conocer los trajes de aguadores, h o r c h a t e ros y amas de cria. Fuera de los artistas que producen estas obras, pocos son los q u e no han pasado por F r a n cia ó por Italia en clase de discípulos. Los artistas tienen por editor al gobierno: este compra y da á luz sus trabajos, y comunm e n t e solo para él trabajan los artistas, á no ser que algun personaje quiera su retrato al óleo p a r a verse mas grande, y para que parezcan mas propias sus cruces y sus bandas, ó cualquier corporación encargue la estatua de un héroe p a ra ponerla al sol en una plazuela. De la arquitectura nada he dicho porque esta no copia ni imita: es completamente original á fuerza de traer originales franceses y alemanes y ponerlos eu nuestra tierra tales como son en la suya. Los artistas se forman de la misma pasta que los literatos, y nacen, se crian y viven del mismo modo que estos. Tal vez de aquí provenga la afición de los literatos á las artes; quiero decir á hablar de las obras de arte, lo que m u c h a s veces es lo que decimos hablar de la mar. Sin embargo de que los literatos e s t á n en el mero hecho de serlo autorizados para hablar de todo, por la distinta manera de hablar divídense


-113e n dos clases: literatos de genio ó de esprit y l i t e ratos sabios; aquellos son los q u e se sienten con fuerzas para Volar por los espacios imaginarios, y éstos los que por falta de alas andan sobre la's obras ajenas, midiéndolas & palmos, y a v e c e s con los pies. Los primeros, a u n q u e hablan m u cho, solamente manosean el céfiro, las flores, y los demás adornos de la naturaleza; los s e g u n dos manosean los pensamientos ajenos; los unos' son felices con que en su cara se vea el á n g u l o facial de los g r a n d e s hombres, y en su aspecto el desorden y el descuido propios del genio; los otros necesitan que su grave ademan, su p r e s e n cia austera y las a r r u g a s de su rostro vayan d i ciendo:—«ese es u n sabio.» E n la literatura h a y aficionados como en t o das p a r t e s . Los aficionados son como los perros, se meten donde ven abierto, y n i n g ú n campo con menos cercas y mas portillos que la literat u r a . Dice además un refrán español: «de músico, poeta y loco todo3 tenemos un p ¡co.» Así es que en E s p a ñ a tratándose de literatura, oiréis decir á todos: «aunque yo no soy fuerte en esto, me parece que tal y cual; y aquí una sarta de disparates echados á volar con t a n t a impavidez como si fueran pensamientos de Séneca.» Ese es u n aficionado, y como él hay muchísimos en la Península. Cada obra que sale á luz, cada c o media que se representa, cada sermon que se predica, cada discurso que copian los t a q u í g r a fos, sufre el análisis de los aficionados, que dan su opinion sin que nadie se la pida, pero sin que tampoco falte n u n c a quien se la oiga. 8


— 114 — Por supuesto que la mayoría de los aficionados corresponde á la categoría ó division de los literatos sabios. Para el aficionado nada h a y difícil, pero así y todo, á quien no tiene talento ni instrucción, mas fácil le es pasar por hombre instruido que por hombre de talento. Por último, la mayor parte de las profesiones al asociarse dan en España á la reunion de s u s individuos los nombres de colegio, h e r m a n d a d , ó cofradía. Siempre la idea del estudio ó de la fraternidad. Únicamente los literatos se a p a r t a n de esta costumbre, constituyendo la república de las letras, y es de advertir q u e para la g e n e ralidad de los españoles, la palabra república no significa gobierno sino desorden. En la r e p ú b l i ca de las letras no se reconoce ni presidente, n i cónsules, ni nada que trascienda á s u p e r i o ridad: es u n a república compuesta de dicta* dores.


LOS TEATROS.

L l á m a s e teatro á u n a sala que tiene por un lado un escenario donde se representan comedias escritas p r e v i a m e n t e , y por el otro palcos y g a lerías donde se representan otras comedias, q u e no están escritas, a u n q u e suelen estar estudiadas de a n t e m a n o . Como los cómicos de la platea son los q u e p a g a n por entrar en el salon, parece que lo hacen por el g u s t o de ver y oir á los del escenario, pero no lo hacen sino por el g u s t o de verse, de oirse y de hacerse ver recíprocamente. El teatro, que á primera vista parece solo u n agradable pasatiempo, puede ser una fuente inagotable de gloria. No s o l a m e n t e inmortalizaná España sus altos hechos de heroísmo: envidíanle las demás naciones el honor de haber producido á Lope, Calderón y tantos otros dramáticos i n signes. Con tales autores pasa, no obstante, en E s p a ña lo q u e en todas partes con los muebles a n t i g u o s : se aprecian m u c h o , pero no sirven ya p a r a


— 116 — a d o r n a r la sala de recibo. Al público le p a r e c e n m u y bien las comedias del siglo x v n , pero deja trabajar en familia á los actores q u e las r e p r e sentan, por oir y ver zarzuelas y d r a m a s de a p a rato. Como todo lo malo se pega, nosotros los franceses hemos comunicado nuestro hastío t e a tral á los españojtes. La diferencia consiste en q u e nosotros con razón tenemos estragado el paladar á fuerza de m u c h a s malas comidas y m u chos malos comederos, pero los españoles se v a n estragando el paladar á puro afectar q u e le t i e n e n estragado. En España se presentan al publicólos g é n e ros siguientes: ópera italiana, zarzuela, d r a m a , comedia de costumbres y saínete. La preferencia es;obtenida por la ópera, sin duda porque los e s pañoles para entender las cosas necesitan q u e se las digan cantando. Así es q u e á falta de ó p e r a se contentan con zarzuela. E l teatro dedicado á las inspiraciones de B e llini, Donizzeti y Verdi es en Madrid el único oficial, el único cuya propiedad pertenece al E s t a do. Allí se reúnen diariamente la aristocracia y la telegocrácia, y allí palmotean f r e c u e n t e m e n t e los ministros, que en aquella nación tienen c o m u n m e n t e por costumbre no ir n u n c a á los t e a ros de verso. La zarzuela es u n a mezcla del saínete y de la ópera; en ellas se utilizan nuestros v a u d e v i lles y nuestras óperas cómicas, poniéndoles m ú sica de boleros, fandangos

y cachuchas.

Al n a c e r

este género se creyó q u e era la escala que: c o n ducía á la ópera española; andando el tiempo l a .


— 117 — esperiencia ha demostrado que por la zarzuela no se va mas que á la zarzuela, y cuenta que su musa participa de la condición h u m a n a , y c h o chea conforme va llegando a v i e j a . Por lo demás, la zarzuela está libre de trabas; nadie le pide unidades, verosimilitud, pensamientos elevados, ni nada de eso; basta q u e haga reir, a u n q u e sea con a r g u m e n t o s heroicos. Comedias de costumbres se escriben a b u n dantemente en España, pero trabajo ha de tener el que andando el tiempo quiera por ellas b r u julear las costumbres de la Península en el s i glo xix. Los poetas creen mas bello estudiar los d r a m a s franceses que la naturaleza, y sin s e n tirlo copian lo mismo que han estudiado. E s m u y frecuente en las comedias de costumbres estrenadas estos años llamar el marido á su m u jer señora y la mujer al marido caballero, t r a tarse las gentes de vos, sacar un escribano á concluir los casamientos (1) y preparar divorcios que separan para siempre á los c ó n y u g e s , cosas todas que n u n c a suceden en E s p a ñ a . En cambio las comedias van llegando á la dignidad del contorno trágico: r e t r a t a r c o s t u m bres de personas de poco pelo es tarea de sainoteros: los interlocutores de una obra en tres a c t o s es indispensable que sean banqueros, condes (1) Algo podria decir el autor de la costumbre de traducir siempre mariage por matrimonio, sin pensar en las varias acepciones que aquella palabra tiene en castellano. «Convido á Vd. á mi m a t r i m o nio,» se dice en una comedia representada no hace mucho tiempo. [N- del T.)


—118— 6 g e n t e de coche por lo menos; comedias que no t e n g a n este requisito carecen de importancia trascendental y filosófica, y no paedea pasar sino como j u g u e t e s sin pretensiones á lo s u m o . E n los dramas sí que cabe perfectamente la humanidad entera: á los españoles aun se les resiste un poco ver filosofar á un palurdo, á un cochero ó á una modista, pero ya se irán acost u m b r a n d o , como se ha acostumbrado el público de Francia, y esas cosas y otras peores la-i t r a g a la g e n t e al fin y al cabo, como se las den e n vueltas en trajes vistosos y decoraciones c o m p l i cadas. l?n lo i dramas y ea los lacayos no es d e fecto el ser largos, feos y sin gracia: la g e n t e no mira mas que los casacones y ios penachos que se cuelgan en ellos. Drama de aparato, d r a m a en q u e haya veneno, p u ñ a l e s , gasto de pólvora, fantasmas ena :agreataio-5 y desmayos de e s p e c tadores, tiene seguro el éxito y logra siempre l a r g a vida. El público quiere reírse mucho ó asustarse mucho; por eso le divierten tanto los circos, donde al mis > J tiempo se llena de terror al ver á un h o m b r e colgado del trapecio j u n t o al techo, y se ríe con una boca de dos varas al ver al payaso abrir otra de igualen dimensiones. E a fin, cuando el público e n c a e n t r a mérito en una obra, y quiere dispensarse de ir á verla, la pone el defacto de ser m u y literaria y estar bien escrita. Los saínetes son unos pequeños cuadros de costumbres fantásticas. Así hace creerlo el ver á los actores que los representan en las g-randes solemnidades teatrales, s a o s vestidos con calzón


— 119 — corto y sombrero de tres picos, otros con frac y bota de montar, como si fuesen á trabajar á la alta escuela, y otros en el traje que p u d i e r a n llevar por la calle. De todos modos, este género debe ser muy despreciable, porque cuando no g u s t a una comedia se dice que es un saínete. Respecto al servicio escénico, hay mucho en Espafía digno de citarse. Allí no se sufren por inverosímiles las mutaciones de escena, pero á nadie choca queen medio de u n a s a l a s e coloque u n sofá, ni mas ni menos que si estuviesen d e s esterando, porque ya se sabe que es para q u e los interlocutores que allí deban tomar asiento o i g a n al apuntador, que en España, habla por lo c o m ú n mas alto que ellos. Los actores, en m o nólogos y apartes, dirigen la palabra al público, y le miran como si buscasen su aprobación por lo que dicen; cuando están en escena sin hablar se entretienen en recorrer con la vista palcos y galerías; los comparsas ó coristas aparecen de ordinario correctamente formados, y á lo mejor u n a puerta se abre d se cierra sola para que s a l g a ó entre un actor, ó se ve por otra, que está abierta, una sombra con levita y sombrero para recordarnos que lo que vemos es p u r a fábula y comedia. Como los comediantes de palcos, butacas y galerías son los que p a g a n claro está que el e s pectáculo de telón adentro, ha de subordinarse al espectáculo de telón afuera. Por eso en los teatros madrileños la función se compone de varios entreactos interminables, y tres 6 cuatro actos que no sean largos, para que la g e n t e no


— 120 — se canse de esperar la bajada del telón. E l final del espectáculo siempre lo sabe sin duda de ant e m a n o el público, ó por lo menos b a r r u n t a la hora de marcharse, pues nadie espera en su s i tio el desenlace, a u n q u e sea en noche de e s treno. D u r a n t e los entreactos ¡qué animación entre los concurrentes! El paso que h a y en el c e n tro y á lo largo de la sala llénase de g a l a n e s q u e dirigen la puntería de sus gemelos á los palcos, abrasándose los ojos y el corazón, con la llama de otros ojos que atraviesa los cristales. Desde allí, como dicen los españoles, hacen los pollos el oso á las hembras de su especie, y desde allí procuran hacerse visibles los que saben que son dignos de ser vistos por su figura d su elegancia. E n los palcos se recibe á los amigos, se h a b l a mucho y no se dicenada; en las galerías se a b u r ren esperando el otro acto, y en los pasillos se fuma, haciendo atmósfera de h u m o , que e n t r a bien pronto á renovar la de la sala, dando toses y quitando la vista. E n España es inútil abrir para los fumadores salas de descanso; los que tienen este vicio son lo mismo q u e los g a t o s : basta que les señalen un punto donde efectuar sus menesteres para que vayan siempre á otro (1). No siendo el teatro mas que u n recurso para distraer las horas de la noche, claro está que á este objeto debe subordinarlo todo. Así es q u e (1) El autor no ha observado, sin duda, q u e e n el teatro y fuera de él, la autoridad tiene siempre levantadas las correas para castigar á los gatos desobedientes. [N. del T.)


— 121 — la función no puede empezar hasta la hora en que los espectadores hayan tenido tiempo de comer descansadamente, para que con las emociones no se les indigeste la olla podrida; los entreactos deben ser de las dimensiones s u ficientes para poder hablarse un rato, y no debe la empresa despedir al público antes ni después de ser las doce en la P u e r t a del Sol. Antes de esta hora ¿á q u é casa puede ir uno? después de ella ¿quién va á ninguna parte, teniendo p r e v i a m e n te que cenar en el café cualquier friolera? Por dar también g u s t o al público tienen los actores obligación de estar al corriente de todas l a s m o d a s . Dispénsaseles de buena g a n a que no sepan su papel, pero no hay perdón cuando u n a actriz saca un traje de baile algo atrasado ó u n vestido con adornos de mal g u s t o ; cuando el pantalon 6 la corbata del galán no sou del color mas de moda, 6 cuando los comparsas, y esto es m u y frecuente, aparecen vestidos con pobreza. Con t a n t a s exigencias por parte del público respecto al género del espectáculo y del modo de presentarlo, calculad si un estreno puede decirse <5 no que equivale á una b a t a l l a . Seguidme al que anuncian, y lo veréis, si empezamos por t o m a r los billetes con un mes de anticipación. Los billetes de teatro son en Madrid una especie de papel moneda que se cotiza como el del E s t a do, a u n q u e con mas crédito generalmente. Dicen que la autoridad persigue á los que hacen negocio con e3te papel siempre que los ve, pero la a u t o r i dad debe de ser corta de vista, porque todos lo ven menos ella diariamente cotizando sus efectos


—122 — y valores, d sea ofreciendo b u t a c a s á las p u e r t a s de los teatros, liemos puss comprado los billetes á un revendedor por no haberlos en c o n t a duría al abrirse esta á la hora en que según los carteles empezaba la venta: nos han costado tres veces mas de lo que valen, y llegada la noche del estreno estamos en el teatro. ¡Cuanta g e n t e ! Las empresas se harían de oro si pudiera e s t r e narse una comedia c a l a noche. Allí la a r i s t o cracia que no está de servicio ó sea de t u r n o en el teatro Real; allí una multitud de l i t e r a t o s , gacetilleros y críticos, dispuestos á que les a g r a de ó les disguste la obra, según la amistad que tienen con el autor ó el billete que da la e m p r e sa á su periódico; allí, en fin, los que se creen oblig'ados á verlo todo, para ser ios primeros que lleven la noticia del éxito á tertulias y casinos. Aparecen en la escena los actores, y el p ú b l i co oye con silencio; si las risas empiezan pronto, tras de ellas vienen los aplausos y luego la s a l vación de la obra: el autor vence; al conclnir el segundo acto Jos aplausos van en a u m e n t o , y la voz de un amigo, á quien luego otros hacen coro, llama al padre de la c r i a t u r a : este por boca de u n cómico r u e g a que le permitan g u a r d a r el incógnito, y el público se r e s i g n a á no verle h a s t a el final con t a n t a mayor facilidad cuanto que la mayor parte le conocen. Hasta aquí todo es gloria, todo alegría, pero desde el día siguiente los sabios de café y los críticos del cuarto bajo de la prensa, se echan á caza de defectos. En España, se escriben obras dramáticas de primer orden, pero plagaditas á


— 123pesar de ello de defectos, si hemos de creer á los mismos que las alaban. Mucho ganaría la literat u r a española si todos los que en aquella tierra son capaces de encontrar defectos, lo fuerao. también de producir bellezas. Del teatro vive muchísima g e n t e , pero la mayor parte de ella salo saca del teatro lo n e c e sario para ir pasando. Hasta los mismos e m p r e sarios, que son para la escena lo que los editores para la imprenta, tienen peor suerte q u e e s t o s . Lo que g a n a n en dos 6 tres años d e fortuna es para perderlo en otro de desgracia. Son como las cañas, que cuanto mas c r e c e n mas fácil es que se quiebran. En cuanto á los poetas d r a m á ticos, no sé de n i n g u n o que h a y a construido casas en Madrid. Estando firmado este artículo por un a p e l l i do francés, y tratándose d e teatros, de seguro e s peráis que me entusiasme habiéndoos d e l baile español. Efectivamente, nada mas alegre q u e aquellas animadas danzas con s u j u g a e t o a a m ú sica, sus castañuelas, sus panderos adornados de flores y c i n t a s , y aquellos talles esbeltos, y a q u e lias robustas pantorrillas, a u n q u e e a esto suele haber de todo. Figuraos una primera bailarina con toda la gracia del suelo andaluz, p r e s e n t á n dose al público, levantando con las p u n t a s de les dedos la bordada falda para enseñar las blancas e n a g u a s , y pisando sobre las chaquetas que tienden los boleros por alfombra, mientras las boleras de inferior categoría le hacen aire y e s p a n t a n los insectos con las panderetas. E n otro artículo comparé la g r a c i a de las mujeres e s p a -


—124 — fiola3 con la a r r o g a n t e h e r m o s u r a de los corceles andaluces. E l cuadro q u e os he presentado me recuerda esta comparación. Hablando de caballos no me es posible c o n t i n u a r con los teatros. E n otros tiempos un c a b a llo con alas era el emblema del ingenio, de l a imaginación q u e se remonta á los espacios. H o y quedos caballos y a no tienen alas, y q u e e n l u g a r de volar galopan en la pista de los circos, en cuanto asoman por Recoletos atropellan á l a s m u s a s y las hacen encerrarse hasta el i n v i e r n o . Por el verano se suda m u c h o , y el público no quiere que se le derritan los sesos de pensar. L a gimnasia produce emociones como la l i t e r a t u r a , y no cansa como ella la c a b e z a .


DE LA FACULTAD DE PENSAR EN

ESPAÑA.

H u b o u n t i e m p o e n q u e , a l d e c i r d e los c r í t i c o s m o d e r n o s , e s t a b a p r o h i b i d o e n E s p a ñ a el p e n s a r , y se c a s t i g a b a c o n g r a v e s p e n a s a l q u e h a c i a p a r t í c i p e al público de s u s p e n s a m i e n t o s . E n t o n c e s no se d i s t i n g u i e r o n por la elevación de s u s i d e a s o t r a c l a s e d e p e r s o n a s q u e t o d o s los escritores místicos, todos los líricos y todos los d r a m á t i c o s , q u e al i n m o r t a l i z a r su n o m b r e h a n i n m o r t a l i z a d o t a m b i é n e t e r n a m e n t e el d e E s p a ñ a . H o y , r o t a s l a s c a d e n a s q u e o p r i m í a n el p e n s a m i e n t o , se h a d a d o á l a f a c u l t a d d e p e n s a r el n o m b r e de sentido c o m ú n , y este sentido á fuerza de hacerse común h a llegado á ser u n sentido raro. P a r a p e n s a r e n o t r o s t i e m p o s se n e c e s i t a b a t e n e r la c a b e z a o r g a n i z a d a al efecto: así como p a r a d a r b a i l e s es p r e c i s o c o n t a r c o n u n s a l o n y con m u e b l e s q u e no sean i n d i g n o s de la c a l i -


— 126 — dad de los convidados, y el que no los tiene se contenta con bailar en las casas a g e n a s ; así e n tonces nadie se metia á discurrir sobre lo que no le importaba. Pero hoy la verdad es que los hombres saben mucho m a s , gracias á que están peor educados que antes. Mirad esos niños que destruyen en edad temprana su fresca dentadura con el h u m o del cigarro y la inocencia de su c o razón con palabras malsonantes; mirad esos mozos que á los veinte años tienen y a llena el a l m a de envidia, de ambición y de soberbia; mirad ese jornalero á quien han acostumbrado á creer q u e el ser rico es una felicidad, y q u e él puede ser rico por otros medios que su trabajo: todos estos seres están educados como p r e s c r i b e n la civilización y los adelantos del siglo; todos se creen en estado de pensar. Con tales muebles calculad cómo será el baile q u e den en su casa. Yo pienso, decia un filósofo, luego soy; a h o ra se dice del revés: «yo soy, luego puedo p e n sar.» El dia que los perros, los gatos y los b a r ros se h a g a n esta c u e n t a , dirán que h a n r e c o brado sus derechos, que tienen autonomía, y que p u e d e n ser gobierno. Diréis acaso que esto no puede suceder, porque para pensar es preciso saber. ¡Oh! no. Ese es u n error a n t i g u o . Antes el pensamiento era r e s u l t a do del estudio; hoy el estudio y el pensamiento son una misma cosa; por mejor decir, no h a y e s tadio, se piensa sin aprender ni estudiar, y el producto de esta operación es la ciencia á la m o derna, la ciencia que se pasea por el m u n d o echándola de tal, como se pasean por las calles


— 127 — las bellezas deMabille (1) echándola de señoras. Y si no lo creéis así, decidme: ¿ddnde h a n aprendido literatura los que al comprar el b i l l e te del teatro creeen comprar también el derecho de j u z g a r al autor de la comedia? Decidme ¿ddnde han aprendido la ciencia de gobernar todos los que leen los periódicos, y a u n varios de los que escriben en ellos y censuran los actos del gobierno? Desengañémonos: el pensamiento producido por el estudio, cansa la cabeza y desarrolla e n fermedades; el pensamiento sin estudio previo divierte y alegra. Aquel es la bola de bronce que refleja-el sol desde lo alto de u n a torre d u r a n t e siglos y habiendo subido allí con mucho trabajo; este es el globo de tafetán henchido de g a s , que al escaparse de las manos de un niño sube mas alto a u n , si no encuentra un obstáculo en su camino que le detenga ó le h a g a caer al suelo desgarrado. Para j u z g a r del tamaño de la bola de bronce, es preciso haberla examinado de cerca; para j u z g a r las cualidades del globo, b a s t a verle solamente. A que se piense m u c h o contribuye t a m b i é n , y acaso mas que nada, la facilidad de dar á conocer al prdgimo nuestras ideas y el aprecio en qne se tiene en la sociedad á los pensadores. Parece raro que en una reunion de gentes c u y a o c u p a (1) Tratando la obra de costumbres españolas pudo el autor haber dicho: «de la Carrera de San Gerónimo.» He conservado, sin embargo, la palabra Mabüle, para que la idea del autor aparezca con t o da exactitud. [N. del T.)


— 128 — cion constante es pensar, llamen la atención los que piensan, pero nada mas n a t u r a l sin e m b a r g o . Suponed una tertulia de jorobados, y estoy seguro de que cada uno admira la jiba de su v e cino. Así ocurre e n t r e los pensadores: cada uno oye con cuidado las ideas del prógimo para d a r las lueg o como propias, y pasar por sabio sin n e cesidad de otros estudios. Como medio pues de darse á conocer y de conseguir premio, se busca la publicidad del pensamiento. En esto nadie mas adelantado q u e nuestra F r a n c i a . E s p a ñ a , q u e es en todo un r e flejo suyo, la imita i g u a l m e n t e en tener m u c h a s personas públicas. Desde que en España h a y libertad de imprenta, la h a y también de caras y de nombres; no basta y a al sastre, al zapatero, á la modista, al que hace muebles y al que saca muelas que a c u d a n parroquianos á su casa; no, es preciso que sea familiar su apellido á todo el mundo, como el de Cervantes ó el dé Quevedo; es preciso que á su paso esclame cada uno:—«Ahí va Fulano,» y que vuelvan la cabeza para mirarle. Y no satisface e^ta p o p u laridad, si únicamente es adquirida por el oficio á que cada cual se dedica. ¿Qué le importa al zapatero que le alaben por hacer zapatos, ni al sastre por coser levitas? Para estas tareas no hace falta pensar, y en pensar está el mérito. ¡Gloria pues al zapatero con cuyas botas no p u e de darse un pasó, pero que sabe adornar su t i e n da con elegancia! ¡Gloria:al sastre que inventà un sistema p a r a coser sin necesidad de agujas!' ¡Gloria al comerciante de tocino d de garbanzo* -


— 129 — q u e sabe g a n a r votos para las elecciones! ¡Todos estos pueden ser elogiados en los periódicos, pueden darse al público como pensadores y h a cer pensar á sus prójimos por lo tanto! Que en España se piensa mucho, cosa es q u e prueba la m u l t i t u d . n o de obras importantes, s i no de periódicos que en ella se publican. Que la abundancia de obras de miga indicaria alo sumo q u e pensaban las personas instruidas, pero la abundancia de periódicos es demostración de que piensa todo el pueblo y en toda clase de materias. Así parece que lo ha querido también la ley. pues en la Constitución se sienta el pincipio de q u e todos los españoles pueden imprimir y p u blicar libremente sus ideas (1). De suerte que el legislador creyó que b a s t a ba á los españoles ser nacidos eu España para estar en aptitud de pensar. Aprovechándose ellos de esta disposición n a t u r a l confirmada por la ley, se han dado á p e n sar y á publicar por todas partes sus pensamientos. Debo advertir, sin embargo, que en n i n g ú n país debe padecerse menos de la cabeza que en España, porque allí sostienen que el pensar y el publicar los pensamientos, consiste en decir lo que á uno se le ocurre de buenas á primeras. Este es^el sistema seguido en tertulias, c a fés y círculos de mucho ó poco radio, y si no (1) Al autor se le olvidó espresar que la Constitución añade: «con arreglo á las leyes, que es la parte lastimosa de aquel artículo.» [N. del T.) 9


— 130 — temiera incomodar á alguien, diria que también se encuentra á menudo practicado para llenar el papel con letras impresas. Que á los españoles les ha traído grandes bienes la libertad de decir á voz en cuello sus pensamientos, es una cosa que no necesita d e mostrarse. E n las colmenas tienen sus h a b i t a n tes la misma libertad, y todos sabemos el orden que reina en ellas. Y p a r a que h a y a mas p a r e c i do, en España, lo mismo que en las colmenas, los que mejor se aprovechan del zumbido de los otros son los zánganos. Diré para concluir, que el genio español, a r diente, vivo y espontáneo, no está por los p e n s a dores á la alemana, que necesitan mas años q u e u n a palmera para dar fruto; los españoles, m e jor que esperar tanto tiempo el dulce sabor de u n dátil, prefieren regalar su paladar con la f r e s cura de un rábano, que sino es tan agradable n i deja después de consumirlo u n árbol q u e lo r e cuerde, en cambio se produce mas pronto y cuesta mas barato. Dadles á los españoles u n a obra bien pensada, madura y sabrosa como el dátil, y todos se echarán á pensar sobre los d e fectos que tiene: dadles una sandez coloradita, blanca y picante como el rábano, y e n v u e l t a como él en sus hojitas verdes, y no habrá p e n sador que no la aplauda. Por eso los españoles llaman pensamiento á una florecilla que vive poco, y cuyas hojas i m i tan desde lejos las alas de las frivolas m a r i posas.


LOS SABIOS.

A j u z g a r por las obras que en España se p u blican, el número de sabios no es m u y g r a n d e en la Península, pero pasando en ella una t e m porada, se varia de opinion completamente. A los sabios españoles hay necesidad de verlos para formar idea de su sabiduría: por lo común no se revela esta en sus escritos, pero sí en su cara y en su porte satisfecho. Así como el pavo real l u ce con arrogancia las p l u m a s de la cola, y cree decir á todo el que le mira con sus matices de oro y azul: «yo soy la mas hermosa de las aves,» así en lenguaje mudo: «que sabio soy» van d i ciendo los que se dedican á esta manera de g a narse la vida. Al hablar de los sabios de la Grecia siempre se ocurre á nuestra imaginación un anciano con barba y cabelíos blancos, pero al hablar de n n sabio de ahora, solo se nos figura ver u n hombre de mucho empaque (1). 7 (1) Esta palabra se halla en el original, y el a u tor hace en una nota largas observaciones para dar á entender lo que significa. [N. del T.)


— 132 — La ciencia no se adquiere á una edad d e t e r minada, así es que hoy se encuentran sabios en la primavera de su vida, 6 sea pollos sabios, c o sa que después de todo no tiene nada de p a r t i cular cuando andan por el mundo t a n t a s compañías de monos sabios. Y cuidado q u e si un viejo sabio es bastante insoportable, un pollo q u e se adorna con el m i s mo adjetivo lo es mas todavía: al verse celebrado en temprana edad y puesto al lado de las e m i nencias de campanario sin haber subido por la escalera de la torre ¿quién no se desvanece, quién uo espera subir m a s arriba de la veleta y perderse entre las nubes? ¡Error grandísimo! Hay un punto, encima del cual solo existe el vacío. La cabeza que en la j u v e n t u d se coloca en ese p u n t o , al llegar á la edad m a d u r a tiene por precision que c o n v e r t i r se en calabaza. Los sabios pollos no aprenden del ejemplo de los burros, que por llegar al c o l mo de la gracia y de la viveza cuando j ó v e n e s , son el ejemplo de la pesadez cuando e n v e jecen. No señalan las leyes uniforme especial para los sabios, pero ellos se le han bascado, c o n s t r u i do de tal suerte que imita á las obras de la n a turaleza; no hay en él igualdad p e r o h a y simetría y semejanza. La sabiduría del uno se revela en la espaciosa calva que da á su cabeza el aspecto de u n melon, la del otro en la poblada cabellera y l a r g a perilla que le adornan; este envuelve sus vastos conocimientos en un g a b á n de c u e r po entero, aç(úèl aparenta aire de inglés 6 de


—133aleman; quien lleva un sombrero de m o n s t r u o sas alas, quien el pelo cortado á p u n t a de tijera y limpios de pelos el labio y los carrillos. Aun prescindiendo del aire de satisfacción de que antes hablé, no h a y mas q u e ver á u n o de estos seres para conocer por su uniforme q u e p e r t e nece á la milicia de los sabios. El nombre de milicia no creáis que es i n m o tivado, pues el ejército de los sabios tiene su o r denanza particular, hija de la práctica á la cual a r r e g l a n sus costumbres. ¿Queréis conocer a l g u nas de sus principales disposiciones? Pues vedlas aquí. E l sabio no debe ser un a n i m a l c o m p l e t a m e n t e amansado: tomar parte en bromas de s o ciedad, hablar de fruslerías y reírse, son cosas que no debe hacer nunca, so pena de descender de la a l t a r a en q u e la g r a v e d a d le ha colocado. E l sabio, no h a y remedio, tiene que optar entre ser mudo 6 hablar de todo, sin dejar meter bajsá á nadie. Tanto puede lucirse el q u e no cierra el, pico un instante, como el q u e j a m á s dice u n a palabra, porque un loro al fin y al cabo es u n animal sabio, y también porque al que calla ¿quién es capaz de hacerle observaciones y de negarle que pudiera decir m u y buenas cosas? E n uno y otro sistema lo que hace p r i n c i p a l m e n t e falta, lo que no debe olvidarse es la s e r e nidad y el aspecto de satisfacción propia que caracteriza al sabio. Nunca h a de citar este con elogio las obras a g e n a s , á no ser q u e se trate de autores q u e v i vieron hace muchos siglos, que en este caso p u e -


— 134de c o m p a d é c e l o s , y decir q u e hicieron c u a n t o la b a r b a r i e d e s u é p o c a p e r m i t í a . D e los c o n t e m poráneos no debe conocer á n i n g u n o , ni a u n á s í p r o p i o , p o r q u e si se c o n o c i e r a n o p o d r i a a l a b a r s e t a n t o . H é a q u í l a t a r e a c o n s t a n t e d e l sabio: citar sus obras á todas horas y presentarlas como modelos. ¿Qué mejor c o m e n t a r i s t a de u n a obra q u e su autor? ¿Quién puede esplicar como él la " s i g n i f i c a c i ó n , el s e n t i d o q u e pen3ó" d a r á cada palabra, m u c h o m a s cuando á veces c u a l quiera sin este auxilio creería que no quieren decir nada? La alegoría encerrada en un cuadro, el c h i s t e d e u n a p o e s í a s a t í r i c a , lo filosófico d e u n a composición m u s i c a l , ¿quién h a de s a b e r l o c o m o s u s a u t o r e s ? « A q u í , d i c e el m ú s i c o , i n d i c a la o r q u e s t a las sensaciones del poeta al d e s p e r t a r : a h o r a los violines c a n t a n m u y c l a r o q u e e s t a m o s en p r i m a v e r a , q u e s e a b r e n l a s f l o r e s y q u e m u r m u r a n l o s a r r o y o s ; y a los i n s t r u m e n t o s d e c o b r e m a n i f i e s t a n la a n i m a c i ó n d e l a s f a e n a s r ú s t i c a s ; el o b o e i m i t a l a z a m p o n a p a s t o r i l , el violón los alegres m u g i d o s de las v a c a s , y las a r p a s el g o r g e o d e los r u i s e ñ o r e s , ¿ h u b i e r a i s c o m p r e n d i d o t o d o e s t o si el a u t o r n o h u b i e s e t e nido la paciencia de esplicárnoslo? E l hablaros de sabios en poesía, m ú s i c a y p i n t u r a , no significa q u e s o l a m e n t e los h a y a e n e s t a s p r o f e s i o n e s . N o ; l a s a b i d u r í a n o es p r o p i e dad esclusiva de n i n g u n a de ellas, a u n c u a n d o h a y s a b i o s q u e l a s a b a r q u e n t o d a s . ¿A q u e c o n o c e s , c a r o l e c t o r , a l g u i e n q u e lo m i s m o h a b l a d e la h o m e o p a t í a q u e d e l a c o n t r a l t o d e l t e a t r o E e a l ; q u e con i g u a l t o n o d e a u t o r i d a d j u z g a la


- I m política estranjera y la l e y h i p o t e c a r i a ; q u e e n c u e n t r a d e f e c t o s á F r . L u i s d e G r a n a d a y á Cuc h a r e s , y q u e t e d i b u j a s o b r e la m e s a del c a f é c o n e l d e d o m o j a d o e n a g u a el c r o q u i s d e l a m u r a l l a d e l a C h i n a y el d e l e n s a n c h e d e M a d r i d ? P u e s ese es u n sabio universal, u n sabio de la p r i m e r a c a t e g o r í a , u n extra, c o m o le l l a m a r í a n e n el c o m e r c i o , si los s a b i o s se v e n d i e s e n e n l a s t i e n d a s . ¿Y sabéis dónde tiene ese h o m b r e el d e p ó s i t o d e s a b i d u r í a ? P u e s l e t i e n e e n los g o z n e s de la l e n g u a . S i los de la v u e s t r a e s t u v i e s e n t a n e s p e d i t o s c o m o los d e l a s u y a s e r í a i s t a n sabios como él. P e r o n o e s lo c o m ú n q u e los s a b i o s s e a n t a n universales. Aun cuando generalmente están o b l i g a d o s á no i g n o r a r n i n g u n a de las cosas s o b r e q u e g i r a la c o n v e r s a c i ó n , s u f u e r t e es s o l a m e n t e u n o d e los r a m o s d e l a c i e n c i a . L o q u e n o os s a b r é d e c i r , c u a l d e e s t o s f o r m a u n sab i o m a s p e r f e c t o , ó lo q u e e s i g u a l , m a s i n soportable. ¿Queréis conocer u n sabio poeta? P u e s vedle allí, p o n d e r a n d o á otros de su c l a s e las bellezas de u n tomo de poesías y tres d r a m a s q u e e s t á a c a b a n d o . Si lo e s c u c h á i s c o n cluiréis por creer q u e estas obras v a n á causar u n a r e v o l u c i ó n l i t e r a r i a . P u e s lo p r o b a b l e e s q u e n a d i e l e a l a s p o e s í a s , y q u e los d r a m a s s e h a g a n cuatro ó cinco noches solamente. Verdad q u e esto proporciona al autor motivo para largas disertaciones, probando que en E s p a ñ a ni está f o r m a d o el g u s t o , n i h a y s e n t i d o c o m ú n , n i a c t o r e s c a p a c e s d e d a r v i d a á las creaciones del p o e t a . Oíd d e s p u é s á a q u e l o t r o q u e p r o c u r a


— 136 — i m i t a r e n s u c a r a l a d e V e l a z q u e z , y os d i r á q u e la nación m a s g r a n d e es la q u e mejor p a g a los c u a d r o s ( m o d e r n o s por s u p u e s t o ) ; se q u e j a r á de la falta de museos con b u e n a s luces, y s o s t e n d r á q u e Rafael y Murillo no sabian u n a p a l a b r a de indumentaria. S i m e s e g u í s m a s a l l á , os i n t r o d u c i r é e n l a conversación de dos sabios músicos. E l u n o de e l l o ; en su v i d a h a escrito u n a nota, pero h a b l a m u c h o d e M o z a r t y d e H a y d n , se e n t u s i a s m a c o n t o d o lo q u e h a c e d o r m i r á los d e m á s , y s e e x h i b e e n el- t e a t r o R e a l ( e n b u t a c a d e p e r i ó d i c o ) a g i t á n d o s e en s u a s i e n t o , p a l m o t e a n d o y l l a m a n d o b r a v o s á los c a n t a n t e s c u a n d o g r i t a n . E l otro s i g u e diferente s i s t e m a : dice q u e la é p o c a es d e z a r z u e l a , p o r q u e é l h a e s c r i t o v a r i a s , q u e e l p u b l i c o i n t e l i g e n t e es el q u e á é l l e a p l a u d e y el m a e s t r o d e g e n i o el q u e s a b e h a c e r s e a p l a u d i r d e a q u e l p ú b l i c o , y q u e d e s d e la m a s r e m o t a a n t i g ü e d a d no h a habido composiciones m a s r e p e t i d a s y p o p u l a r i z a d a s q u e l a s s u y a s , lo c u a l algo significa. No q u i e r o e n s e ñ a r o s u n s a b i o e n filosofía, p o r q u e seria como q u e r e r q u e vieseis los m u e b l e s d e u n s a l o n c o n I03 b a l c o n e s c e r r a d o s . N o lograríais m a s que tropezar por todas partes, á r i e s g o d e r o m p e r o s la c a b e z a . De b u e n a g a n a continuaria describiendo otras m u c h a s c l a s e s d e s a b i o s , p e r o n o lo h a g o p o r n o produciros u n e m p a c h o de sabiduría, q u e a c a so f u e r a difícil d e c u r a r . A s í os l i b r á i s d e v e r a l sabio en estadística, reduciendo á cantidades t o d o el m o b i l i a r i o y s e m o v i e n t e d e l g l o b o ; a l s á -


-137 — bio en antigüedades que os describirá el traje de los godos como si le hubiera usado, y no s a brá de qué forma son los g a b a n e s este invierno; al sabio en leyes, que es uno de los mas graves y estirados, y de los que dicen las vulgaridades con mas formalidad; al sabio en equitación, que no h a r á caso de las botitas de una mujer por contemplar las piernas de un potro; al sabio en tauromaquia, q u e da desde el palco reglas infalibles para no ser cogido, y al sabio en buen tono, que es una especie de personaje de los que campean en los figurines. Iba por último á mencionar el sabio en política y en gobierno; pero le dejaremos pasar sin detenerle, porque creería hacernos un favor con dejarse saludar. El sabio político es por lo común la síntesis de toda la vanidad de la sabiduría, y la negación de la p o lítica cuando es sinónimo de la urbanidad.



LOS ARBOLES.

L o s árboles son u n o de los m a s útiles y h e r m o s o s adornos d e la n a t u r a l e z a . ¿Veis a q u e l l a m o n t a ñ a ? ¿veis a q u e l valle cubierto con u n a v e r d e a l f o m b r a q u e p a r e c e m o v e r s e de c u a n d o e n c u a n d o a l soplo del v i e n t o , formando vistosos t o r n a s o l e s ? Al d i b u j a r s e e n el h o r i z o n t e s u s p e r files s e m e j a n u n a g u a r n i c i ó n d e b l a n d a p l u m a . Y e l v i e n t o t r a e á n u e s t r o oido la s e n c i l l a a r m o n í a q u e p r o d u c e a l p a s a r e n t r e l a s h o j a s d e los a g r u pados árboles que forman aquel tapete de v e r d u r a . A c e r c a o s m a s ; e n t r a d e n el b o s q u e , y v e r é i s el s u e l o c u b i e r t o d e y e r b a y e s m a l t a d o d e s i l v e s t r e s florecillas, q u e s o l a s y s i n c u l t i v o b r o t a r o n en a q u e l sitio al blando soplo de los c é f i ros de p r i m a v e r a . Los árboles a t r a e n sobre la t i e r r a la h u m e d a d , p r o d u c i e n d o los p a s t o s q u e s o s t i e n e n a l g a n a d o , d a n l a m a d e r a d e q u e el h o m b r e construye sus casas, sus utensilios, y h a s t a las n a v e s q u e á t r a v é s de las t e m p e s t a d e s l l e v a n p o r el O c é a n o l a g u e r r a y el c o m e r c i o . U n á r b o l fué sin d u d a el p r i m e r asilo del h o m b r e , s u p r i m e r a d e f e n s a c o n t r a el sol y l a l l u v i a ;


— 140 — las hojas de los árboles diéronle el primer lecho, y y a vestidas de oro y telas preciosas, ya p o b r e mente cubiertas, cuatro tablas, pedazos del c o r a zón de un árbol, son de ordinario el arca en que se encierran sus restos cuando y a no sirven eu el mundo mas q u e d e compasión y espanto. E n España no participan g r a n cosa de estas ideas respecto á los árboles. Allí ha estado s i e m pre vigente el principio de que «lo que h a y en España es de los españoles», y este sistema a p l i cado á los bosques ha sido m u y á menudo suficiente para destruir en u n momento lo que se habia formado durante muchos años. Desde m u y a n t i g u o hallamos disposiciones encaminadas á conservar los montes y las dehesas, y desde m u y a n t i g u o también vemos las peticiones de l a s Cdrtes, que prueban que aquellas no se c u m plían. El que necesitaba lefia cortaba el á r b o l que estaba mas á la m a n o ; el que quería a p a centar sus ganados les procuraba el sitio donde hubiera mas retoños que comiesen con apetito, y poco le importaba que por tal sistema dejasen, de tener árboles sus nietos. «El que venga detrás, q u e arree» es otra de las m á x i m a s m a s repelidas en E s p a ñ a . Llegó luego la desamortización,, y el c o m prador de bienes calificados de nacionales, q u e se encontró con u n monte de inmenso valor, q u e habia de pagar en plazos ó lo que es lo mismo,, regalado, dijo: «cuando te verás en otra», y á v i do de dinero, y temiendo que el Estado se volm viese atrás en el contrato, y le arrebatase su pro-! piedad como la había arrebatado á otro para dar-


— 141 — seia á él, procuré al p u n t o convertirla en d i nero, sin reparar el modo con que lo hacia. Las encinas que nacieron acaso de humilde b e llota caida por el suelo, y que á c o s t a de largos años llegaron á ser árboles frondosos y á desafiar las tempestades, en uu momento cayeron por tierra divididas en trozos para que ardiesen mejor en la chimenea del ban ¡uero, que no hace m u cho tiritaba de frió en una guardilla. L o 3 robles, los arbustos, hasta la maleza quedaron trocados en leña y carbon, y lo que era bosque fué m u y pronto estéril llanura. Los pueblos no tuvieron y a donde apacentar sus ganados ni donde b u s car leña para sus hogares, ¡qué importa si en cambio tenían voto para elegir diputados! A n dando el tiempo, las aguas desbordadas de los ríos estendiéndose por las llanuras donde n i n g ú n obstáculo podia contenerlas, arrasaron los p u e blos y dejaron en la miseria á sus h a b i t a n t e s . Verdad es que esto did á la filantropía frecuentes ocasiones de mostrarse en público. Cuando arrojáis en la chimenea' un pedazo de encina aun cubierto de verde m u s g o ¿no os acordáis del campo, no se presenta á vuestra imaginación el árbol de que aquel formaba parte? ¿No se os ocurre pensar c u á n t a s veces se h a b r á cubierto de hojas, y c u á n t a s habrá alfombrado el suelo con las que el otoño seca y arranca', a n tes de llegar al estado en que se hallaba cuando le cortaron? ¿No os acordáis de los pobres p a j a ritos q u e vivían felices y alegres entre sus r a mas? T a l vez a l g u n o se ría de m í al leer esto, ¡qué importa! La risa no es m u c h a s veces mas


—Maque u n pretesto para disimular la falta de c o r a zón. ¡Hay tantos que se rieu cuando oyen h a blar inglés, nada mas que porque no lo e n tienden! En España, hablar de árboles es m u y á m e nudo hablar en inglés. Decid á los encargados de embellecer los paseos de la c o r t e , q u e en Landres un árbol viejo no estorba nunca, a u n q u e por causa de reformas se quede solo en medio de u n paseo; decidles que allí los restauran y s o s tienen si es preciso con aros de hierro, y q u e al alzar el palacio de ia esposicion en 1851, dejaron dentro los que habia en aquel sitio, y veréis cómo esclaman que esa es una de tantas e s c e n tricidades como tienen los ingleses (1). Nosotros en cambio, os dirán aquellos s e ñ o res, cortamos en u n a ocasión todas las copas de los árboles que a u n existen, frente de lo q u e hoy es Presidencia del Consejo de ministros, d e jándolos convertidos en estacas para que se viese mejor u n a iluminación, que solo habia de d u r a r tres noches, y que no tenia nada de notable (2). (1) En el paseo queconduce á la puerta de Alcalá, y casi frente de la del Retiro se conservó hasta hace pocojun hermosísimo árbol, que tenia sujetas sus mejores ramas con un aro de hierro. El autor de estos renglones estaba acostumbrado á verle casi todos los dias, y tuvo un sentimiento la mañana que, subiendo al Retiro, le vio caer en tierra cortado a hachazos. [N. del T.) (2) Estos árboles decapitados tan inhumanamente, son hoy los mas hermosos de la calle de Alcalá. No parece sino que Dios quiso castigar á los que los m a l t r a t a b a n , dando mas ramas y mas lozanía á los troncos abandonados por muertos.

[N. del T.)


— 143NosotroB h i c i m o s d e s a p a r e c e r l o s g r a n d e s o l m o » q u e d a b a n s o m b r a al Prado, testigos del Dos de M a y o , p o r q u e no q u i t a s e n las vistas á los v e c i n o s d e los p a l a c i o s e d i f i c a d o s j u n t o á e l l o s ; n o s otros hemos sustitaido con u n jardín, que acaso d a r á algo de s o m b r a y dejará de ser r a q u í t i c o d e n t r o d e t r e i n t a a ñ o s , los m a g n í f i c o s t r o n c o s q u e h a b i a d e l a n t e d e d o n d e a h o r a se a l z a el c i r c o del P r í n c i p e Alfonso; nosotros h e m o s a c l a r a d o el j a r d i n B o t á n i c o d e los á r b o l e s p l a n t a d o s p o r G a r l o s Il],civium salutiet oílecíamenío, poblándole en c a m b i o d e g a l l i n a s , pavos y conejos: n o s o t r o s , e n fin, a l a s o m a r l a p r i m a v e r a , c u a n d o l a s a p i ñ a d a s hoj illas e m p i e z a n á b r o t a r e n l a s r a m a s , p a r a q u e el c r i m e n f u e s e m a y o r , h e m o s enviado al fuego, convertidos en^haces de leña, l o s m a s h e r m o s o s , p a s e o s d e l R e t i r o , d e ese b o s q u e , o r g u l l o c o n r a z ó n d e los m a d r i l e ñ o s , q u e v e i a n c r e c e r s u s á r b o l e s c o n el m i s m o p l a c e r q u e si f u e s e n h a c i e n d a p r o p i a . ¡El R e t i r o ! ¡ah! ¿dónde fueron la poética p l a z a d e los c a s t a ñ o s , l a s d e l i c i o s a s c a l l e s q u e á e l l a c o n d u c í a n ? ¡ Y a n o n o s d a r á n s o m b r a en l a s m a ñ a n a s del estío s u s bóvedas de e s m e r a l d a , a d o r n a d a s á t r e c h o s d e c a n d i d o s r a c i m o s d e flor e s ! S o b r e a q u e l l a t i e r r a , d o n d e los t r o n c o s r e cien cortadas a s o m a n a u n , mostrando las s e ñ a l e s d e l h a c h a p a r a a c u s a r á los a u t o r e s d e a q u e l atentado, sobre aquel suelo están trazadas con p r o f u n d a s z a n j a s l a s c a l l e s d e edificios q u e h a n d e a l z a r s e a n d a n d o el t i e m p o . P a r a q u e el p ú b l i c o p u d i e r a e n t e r a r s e d e l a i d e a , y v e r el p l a n o d i b u j a d o s o b r e e l t e r r e n o , s e d e s t r u y ó en p o c o s d i a s


— 144— lo que tantos años fué delicia de la corte. ¡Ah! si los inventores de la desdichada idea de c o l o n i zar el Retiro pasaran un rato cada tarde oyendo á cuantos cruzan por aquel sitio, de s e g u r o , ó no tienen corazón ó y a se hubieran arrepentido de su obra. Y en honor de la verdad puede afirmarse que en Madrid h a y g r a n d e afición á los árboles; s o lamente los que debieran cuidarlos son los q u e dan fin de ellos antes de t i e m p o , en su afán por hacer mejoras. Cada jardin que se establece en las plazas ó en los paseos es u n motivo de a l e g r í a . Al momento se pueblan sus rústicos asientos y sus breves calles de niños, esos demócratas prácticos que no reconocen categorías, y q u e fraternalmente confundidos se e n t r e g a n á sus juegos inocentes. El hombre, lo mismo que los pájaros, lo mismo que todos los animales, siente su corazón llenarse de alegría á la vista del campo, y cada objeto que se le recuerda es para él un motivo de júbilo. Adornad de verdes hojas la j a u l a del pajarillo, colgadle al balcón donde respire el aire libre, y veréis que pronto ejercita s u g a r g a n t a en dulces gorgeos. E n las g r a n d e s ciudades se vive en constante prisión, y p a r a a l e g r a r el alma no bastan el lujo y la luz del g a s , es indispensable sol, espacio, atmósfera p u r a y n a t u r a l . A d e m á s , conforme se ensancha la población, tanto m a s s e aleja e l campo; p a r a e l anciano, para el enfermo, para el n i ñ o , ¡que consuelo t a n g r a n d e tener cerca, frente de su casa un sitio donde entregarse libremente, el uno á sus recuerdos, el otro á la esperanza, y el


— 145 — o t r o á s u s j u e g o s , s i n t e m e r á los c o c h e s , m u e bles i n v e n t a d o s por la pereza y la v a n i d a d de los ricos p a r a escitar la envidia y las m a l a s p a s i o n e s d e los p o b r e s y h a c e r s e m a s o d i o s o s á s u vista! S i oís d e c i r q u e l a c d r t e d e E s p a ñ a e s t á s i t u a d a e n u n t e r r e n o á r i d o , i n c u l t o y poco f a v o r a b l e p a r a la v e g e t a c i ó n , y o os a u t o r i z o p a r a q u e c o n t e s t é i s q u e n o es e x a c t o . C o m o e n t r é i s a l g u n a v e z e n e l l a p o r el f e r r o - c a r r i l d e l N o r t e , y a comprendereis cuanta razón t e n g o para hablar d e e s t e m o d o . C o n f o r m e os v a i s a c e r c a n d o á M a d r i d s e a t r a v i e s a n los b o s q u e s d e l P a r d o , q u e c r u z a el M a n z a n a r e s a l v e n i r c o m o v o s o t r o s de las nevadas sierras del G u a d a r r a m a , y como vosotros va a c e r c á n d o s e á la c d r t e . A n t e s q u e el h a r a p o s o Manzanares se s e p u l t e e n M a d r i d e n t r a p o s v i e j o s , b a ñ a u n bosque de estensos encinares rico e n ciervos, perdices y conejos: allí u n rey, olvidando sus pesares, era terror de zorros y vencejos; C a r l o s el c u a r t o f u é ; b r a v o e n la c a z a : p o r eso a n d a e n l a s o n z a s c o n c o r a z a . D e s p u é s del Pardo, q u e describe de esta suert e u n poeta q u e m e ha hecho no poca c o m p a ñ í a en las t e m p o r a d a s q u e h e pagado en Madrid, v i e n e la C a s a d e C a m p o , no m e n o s rica e n s i tios pintorescos y elevadas a l a m e d a s , y luego por ú l t i m o la Moncloa con sus j a r d i n e s y sus b o s q u e s , q u e l l e g a n casi h a s t a las p u e r t a s de M a d r i d . No lejos d e a q u e l s i t i o , y á o r i l l a s t a m bién del Manzanares ¿tienen algo que envidiar

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— 146 — los corpulentos álamos que dan sombra á l a ermita de la Virgen del Puerto? Decir que la tierra que ha producido estos bosques no es á propósito para la vejetacion es hablar sin haber pasado de la P u e r t a del Sol, 6 á lo sumo sin haber visto mas q u e los alrededo res de Chambery, donde nunca el suelo recibió m a s abono ni semillas q u e los cascotes de los derribos que allí se arrojan para rellenar los barrancos. Aun por e3a misma parte, antes de llegar á Madrid el Lozoya, se formaron las a l a medas y bosquecillos, hoy también destruidos, q u e rodeaban la F u e n t e Castellana. La verdades que la impaciencia, que preside á todo cuanto se hace en esta época, no es el m e jor consejero tratándose de árboles. Ella, u n i d a á la codicia, que delante de nada se detiene, solo v e en las dehesas y en los bosques el lucro i n mediato; unida á los caprichos de la moda solo ve en los árboles que adornan las ciudades u n manto de g a l a q u e d e b e renovarse cada dia como cuestión de lujo; un ejército vejetal, que t a n pronto forma en guerrilla como en pelotón para recreo y esparcimiento de los ociosos que solo viven de novedades.


DESDE TOLEDO A MADRID.

Pocos serán los estranjeros qoe estando en Madrid no hagan una escursion á Toledo. Une ambas poblaciones un ferro-carril, y dfjaron en l a imperial ciudad tanta riqueza artística ¡as p a sadas generaciones, que no puede negarse el t í tulo de hombre de g u s t o al que hace esta visita á las orillas del Tajo. En el mismo coche en que volvía yo á Madrid después de este viaje, venia un caballero que por su aspecto parecía r a y a r en los.50 años, y que en el buen color de su s e m blante y e n lo apacible de su sonrisa y su m i r a da daba á conocer una existencia sin ambición y u n alma llena de honradez. Los españoles cuando viajan se hacen amigos rnuy pronto, y m a s si los une un cigarro, como á nosotros nos u n i a . Hablamos, pues, m u c h o de Madrid y de Toledo, y de E s p a ñ a y Francia, y fueron tan curiosas las.observaciones de mi compañero, que no puedo resistir a l deseo de trasladarlas á mis .paisanos. Las ciudades a n t i g u a s de España, con sus


— 148 — calles tortuosas, abundantes en conventos y en casas sin alineación y unidad, le parecían mas poéticas que el moderno Madrid. Con mucha formalidad se empeñó en s o s t e ner que la corte de España se va pareciendo cada vez mas á esos pueblos que forman los niños de casitas de madera, todas iguales, con sus puertas y ventanas en el mismo sitio, con su tejadito colorado y su chimenea en medio, y para mayor parecido, anadia, vea Vd. esas acacias que plantan en las calles, cortándolas así que han crecido un poco, y dígame si no se parecen á los arbolillos de palo y v i r u t a s verdes que vienen en las mismas cajas de ciudades y casas de campo para recreo de los párvulos. Las calles de Madrid no eran para él otra cosa que hileras de jaulones, y llevaba su mal g u s t o hasta el estremo de llamar ridículos esos adornos de barro y yeso que tanto embellecen las fachadas, sin dar l u g a r á que el tiempo los ennegrezca, pues se deshacen ellos con la lluvia para que puedan reemplazarse por otros diferentes. Los revoques policromos sostenia que son lo mismo que forrar una casa con las colchas de percal de los vecinos, desconociendo lo bello de esas rayas.y flores de variados matices, que tanto amenizan las habitaciones rústicas de los a l rededores de París, ¡Ay! en las grandes poblaciones, le d e c i a y o , está uno privado de los p l a ceres del campo, y necesita e n g a ñ a r su imaginación con algo q u e se los recuerde. Esas casas pintadas de colores chillones, nos hacen pensar

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— 149 — en las caballerizas que debemos construir al l a do de nuestro palacio campestre (1). Aquellos aleros colosales, que tienen la ventaja de poder librar de la lluvia en dias de formación á las tropas tendidas por la carrera, nos traen á la memoria los chalets de la Suiza. Cada vez que el vecino de una de esas casas entra en ella, se hace la ilusión de que va á visitar sus vacas y la fábrica de los quesos y las mantequillas, y además se acuerda de Cervantes y del Quijote, pues su casa le representa en el momento la q u e ' h a y á la espalda de la efigie del «manco sano, del regocijo de las musas.» A l g u n o s de mis lectores h a b r á n visto, y otros oido ponderar I03 palacios recien construidos en el Prado de Madrid; allí los h a y á lo Luis XIV, con sus tejados negros y sus g r a n des guardillas; á lo árabe, cubiertos de oro y piedras preciosas; á lo feudal, con sus almenas y torreones de granito amarillo; á lo ramillete de confitería, con sus estatuitas y jarroncillos; á la francesa, á la alemana, y en fin, de todas las formas imaginables; pues bien, mi vecino de viaje, desconociendo el p r i n c i p i o ' de que per troppo variar

natura

é bella,

tenia la desfacha-

tez de sostener que el Prado le parecía una r e union de edificios vestidos de trajes para un baile de máscaras. Hablen Vds. ahora, anadia luego, de i g u a l dad y de libertad y de derechos, Vds. los que van consiguiendo separar por barrios con a r r e glo á su categoría los vecinos de cada pueblo. (1) Chateau, dice el original. (N. del T.)


— 150 — ¡Bien hayan los tiempos en que cada propietario podia edificar en su terreno libremente una c h o za ó un palacio; los tiempos en que los pobres y los ricos eran vecinos, y se t r a t a b a n y tenían ocasiones de prestarse mutuos auxilios! Ahora colocan Vds. el lujo en una parte y la miseria en otra, para que esta sea m a y o r lejos de los s o corros de aquel, para que la opulencia t o m e un aspecto mas insultante, que haga g e r m i n a r en el corazón del pobre la envidia y el odio, y p a r a que la miseria aparezca en toda su r e p u g n a n t e desnudez, haciendo retroceder con horror al que " pudiera acercarse á aliviarla. Si esas calles que Vd. acaba de ver en T o l e do eran estrechas, tortuosas y pendientes, c o n sistia en que la calle en otras edades fué solamente un pasadizo para ir de una p a r t e á o t r a . Se buscaban las comodidades para vivir en f a milia en el interior de la casa, como hoy se b u s can p a r a vivir en las aceras y en los cafés. De a q u í lo que Vds. llaman el ornato público, que consiste ea poner bonitas las fachadas y cómodo el piso p a r a recreo de los vagos, que teniendo por habitación la calle, necesitan encontrar en ella todo lo que se usa diariamente, hasta k i o s kos en que ocultarse para lo único q u e hoy nos da vergüenza hacer á la luz del dia. — Pero no me negará Vd. que hay belleza; que hay... —¡Oh! no: ¡cómo negarlo! y sobre todo ¡cómo no sostener q u e h a y mucho g a s t o , si el gusto está en la variación! La vida es ahora uu cosmorama, cuyas vistas van pasando con t a n t a r a p i -


—151 — d e z q u e a p e n a s p o d e m o s fijar e u e l l a s los o j o s . L a s noticias de a y e r son viejas h o y , y las d e h o y a l mediodía no podremos circularlas por la n o c h e sin p a s a r por m a l e n t e r a d o s . U n dia no h a b l a n a d i e d e o t r a c o s a q u e d e l a s e s i n a t o del s e ñ o r T a l , c o n v i r t i é n d o s e u n o s e n fiscales y o t r o s en defensores, sin necesidad de hojear m a s a u t o s q u e l a s g a c e t i l l a s d e los p e r i ó d i c o s ; al s i g u i e n t e s e d e j a á u n l a d o el c r i m e n y los c r i m i n a l e s p a r a j u z g a r los m o t i v o s de l a c r i s i s m i n i s t e r i a l ; h á c e l a o l v i d a r á l a s v e i n t i c u a t r o h o r a s el é x i t o d e u n d r a m a , q u e el p ú b l i c o e n g e n e r a l h a c o l m a d o d e bravos y de aplausos, sin e m b a r g o de q u e c a d a u n o d e los e s p e c t a d o r e s e n p a r t i c u l a r s o s t i e n e q u e es u n m a m a r r a c h o , y n a d i e v u e l v e á a c o r d a r s e d e n i n g u n a d e e s t a s c o s a s a l s a b e r la l l e g a d a d e u n e l e f a n t e 6 la d e r r o t a d e los s u b l e v a d o s de la C h i n a . P u e s c o n i g u a l r a p i d e z q u e los s u c e s o s , q u e r e m o s q u e pasen por d e l a n t e de nosotros las d e c o r a c i o n e s y los a c t o r e s d e e s t e t e a t r o q u e l l a m a n m u n d o . E n el d r a m a m o d e r n o n o s e a d m i t e n las m u t a c i o n e s de escena, pero en la vida q u i s i e r a cada u n o d e nosotros t e n e r en la m a n o la c a m p a n i l l a á c u y o sonido desapareciese c u a n do n o s r o d e a . — P o c o m e n o s q u e de esa s u e r t e , observé y o , h a c e m o s l o s f r a n c e s e s d e s a p a r e c e r el a n t i g u o París. — Y n o s o t r o s , los e s p a ñ o l e s , c o n t e s t é m i c o m p a ñ e r o , q u e n o s c r e e m o s felices c o n el p a p e l d e i m i t a d o r e s , p r o p i o d e los m o n o s (1), v a m o s t a m 1

(1) El traductor, como buen español, no puede


— 152 — bien renovando el aspecto de Madrid, a u n q u e no t a n de prisa. —Pero Madrid, como pueblo moderno, c a r e cía de recuerdos y de monumentos. —Ciertamente; por eso los alzamos en el sitio que ocupaba lo que se derriba. Si Vd. h u b i e r a conocido como yo el convento de S a n Felipe el Real, vería la diferencia que h a y entre él y la casa de vecindad qae se alza en el terreno en que él se elevaba. Del teatro de la Cruz, que y a no era de moda, hemos hecho una calle, no m u y ancha, para prolongar la que se destina á la venta de modas. Aquel edificio no tenia otros recuerdos qne haber presenciado las glorias de nuestros primeros poetas y de nuestros cómicos mejores; por eso ni aun se ha creido necesario dejar en aquellas casas una inscripción que i n dique al estranjero que estuvo allí, como se p o ne en los solares el cartel que publica donde se han mudado las tiendas que le ocuparon. Para hacer la plaza del Progreso fué d e m o lido el convento donde Tirso de Molina acaso escribid a l g u n a s de sus comedias. Aquellas c e l das, habitación de los religiosos que se dedicaban á la redención de cautivos, quedándose ellos á veces por rescatarlos en poder de los moros menos de protestar contra esta idea. Si los que i m i tan son monos, preciso es convenir en que la h u manidad es una colección de tills: los españoles mitamos á los franceses, los franceses á los ingleses, estos á los alemanes, y todos los hombres nos gozamos en imitarnos. Haced un gesto en frente de muchas personas, y veréis como no falta quien os conteste en seguida. (N. del T.)


- 1S3 aquellas celdas u s u r p a b a n terreno al público. Hoy le disfruta libremente adornado de fuentes vecinales, columnas urinarias, kioskos y b a n cos de piedra. La puerta de Recoletos no servia ya donde estaba, por haberse derretido Madrid hacia aquel lado; por eso la hemos llevado á otra parte, donde sus piedras y esculturas sirvan á los niños de mesa para partir piñones. Después de esta especie de sermon de c u a r e s m a , continuó el caballero español l a m e n t á n dose de la pérdida de otras cosas. Decia que la E s p a ñ a de hace treinta años se parecía mas á la España del siglo x v n que la de ahora se parece á la de hace treinta años; que los españoles van marchando m u y deprisa por el camino que c o n duce á no tener fisonomía y costumbres n a c i o nales, y que, por mas que hablan mucho de p a triotismo, j u z g a n de mal tono todo lo que es de su tierra. Mirad, decia él á hombres y mujeres sujetos á vestirse en cada estación, ni mas ni menos que si fuera cosa de p r e c e p t o , con arreglo á las estampa? que les envían de París: cuando comen de ceremonia es indispensable que los manjares t e n g a n nombre francés y que nadie hable de garbanzos, chorizos, ni olla podrida (1). Los e s treckos y los años son pasatiempo necio mezclado con preocupaciones rancias: en su lugar se hace el reparto del gateau des rois, 6 se sortea le roi déla J'eve. Creer en las tradiciones de m i (1) ¡Y • pareció aquello! ¡Cómo habia un francés de venir á España, y no ver ollas podridas y navajas! (iV. del T.)


— 154 — lagros es puerilidad inocente: fingir temor al número 13, cosa elegante y oportuna. Y no a p u n to lo que dijo el buen anciano respecto de la costumbre de nombrar en francés muchos objetos, que según él tien en su título castellano porque esto ya lo dejo aprovechado en otro sitio. Al entrar en cualquier ciudad vieja de n u e s t r a España, continuó luego, y a comprendía uno que se hallaba en un pueblo católico. En las modernas, aparte de a l g u n a que otra fachada de iglesia, va uno recorriendo callessin encontrar señales de creencias religiosas. Yo sostenia q u e era irreverencia tener llenas las fachadas y los portales de imágenes sagradas con sus luces y sus ex-votosj él por el contrario, se e m p e ñ ó en probarme que esta costumbre mantenia vivos los sentimientos piadosos, y recordaba al pueblo las virtudes, siendo u n a especie de leyendas en acción. —Además, anadia, muchas de esas señales públicas c a n t a n nuestras glorias nacionales. —Para eso, dije yo, basta con dar á la3 c a lles el apellido de los hombres grandes y de los hechos dignos de loa. —Sí, señor, repuso, por eso llamamos calle de Calderón de la Barca á una callejuela sucia y poco menos que sin salida. —Pero también llaman Vds. d i g n a m e n t e á otras de Cervantes y del Dos de Mayo. —Esos títulos son de los que pone el pueblo sin necesidad de acuerdo del a y u n t a m i e n t o , como llama calle de Tentetieso, á la que apenas puede bajarse sin caer de espaldas, y Carrera de


— 155 — San Gerónimo la q u e conduce á la iglesia de e s t e n o m b r e , y v e a V d . c o m o v i e n e á p r o b a r lo q u e y o d e c i a : q u e n u n c a se c o n s e r v a n los r e c u e r dos t a n bien como cuando están en su sitio. Mas h u b i e r a yo respondido al b u e n o del e s pañol, pero e n t r á b a m o s á este p u n t o en la e s t a c i ó n d e M a d r i d , y n o s s e p a r a m o s poco d e s p u é s a l b a j a r d e l c a r r u a j e , n o s i n h a b e r n o s ofrecido recíprocamente nuestra amistad. A l p e r d e r n o s de v i s t a e n t r e los v i a j e r o s , y l o s q u e á l a s a l i d a los e s p e r a b a n , u n o d e a q u e l l o s , q u e s i n c h i s t a r h a b i a oido t o d a n u e s t r a c o n v e r s a c i ó n , se a c e r c ó á m í , d i c i e n d o con a c e n t o d e e n o j o : — « N o h a g a V d . c a s o d e e s e tioj d e b e s e r u n neo católico.»



EL PAN DE CADA DIA.

Por mas que el cielo que sirve de dosel á E s p a ñ a sea el mas hermoso del orbe, por mas que su fértil suelo produzca riquísimas cosechas, no están esceptuados los hijos de la Península de la condena que Dios impuso á los mortales de trabajar para ganarse la vida. Como la peor rueda es por lo común la que mas rechina, no faltan españoles que califiquen de poco laboriosas á sus compatriotas, en libros escritos al amor de una chimenea, tal vez cost e a d a por el Estado. ¡A.h! los que esto dicen no h a b r á n visto esos ejércitos de gallegos que r e corren la España, segando las rubias mieses del verano; no h a b r á n atravesado, siquiera en ferrocarril, la h u e r t a de Valencia; no h a b r á n estado en Cataluña, rica en industria y en a g r i c u l t u r a , n i en las provincias Vascongadas, ni en otra parte, en fin, que en las llanuras de la Mancha, ó* en esas estufas donde al calor de la seda y los encajes se cultivan las polcas y los lanceros. Ya de los montes de E s p a ñ a no bajan rios de oro y p l a t a , como en otro tiempo, y el siglo x n


— 158 — no es el siglo de aquel m e t a l , sino el siglo d e l crédito y del p a p e l - m o n e d a . Los españoles que necesitan g a n a r s e el pan de cada dia divídense en dos grupos, industriales y empleados. Para muchos la primera clase no e s m a s que una antesala de la segunda, y no son pocos los que Vuelven desde la segunda á la p r i mera por la voluntad de cualquier ministro con el nombre de cesantes. Vamos á las definiciones: nombro empleados para los efectos de este artículo á todas las p e r sonas que cobran sueldo del Estado á cambio d e los servicios que le prestan, y califico de i n d u s triales á todos los que no son empleados. Bien sé que alguno de mis lectores e s c l a m a rá: ¿pues q u é las ciencias, las letras y las artes no merecen una categoría especial y distinta de las otras? No, señor; porque, ó se ejercen como industria 6 no sirven ni aun de adorno.- Al h o m bre científico, al artista ó al literato les sucede en E s p a ñ a lo que á las tiendas: necesitan e s c a p a r a te, y cuanto mayor es este m a y o r es también la ganancia. La sociedades la base de toda industria. H o y que en España, lo mismo que en la a r i t m é t i c a , tienen los ceros su valor correspondiente, el m é rito está en reunir el mayor renglón de ellos que se pueda, y en colocar en sitio oportuno c u a l quier unidad que les dé importancia y la t o m e de ellos al mismo tiempo. Este es el sistema seguido por las h o r m i g a s : asócianso cuando necesitan esplotar un m o n t o n cito de t r i g o , y lo mismo se reúnen a l g u n a s aves


—159 — para hacer mejor los dividendos en la difunta carne de un asno 6 u n de j a m e l g o . La política sirve para separar á los españoles, pero los negocios son el medio infalible de reunirlos. Asistid á una j u n t a de minas, y decidme si nadie se acuerda allí de m a s derechos s o ciales que los de los socios, ni de mas acciones que l a s q u e salen á la plaza 6 están en cartera. [Las minas! esa industria, hoy en d e c a d e n cia, fué no hace mucho una de las mas poderosas para procurarse dinero; esa industria s i m b o liza todos los ramos de la indust-ia española; r e unirse cuando se cree haber dado con un b u e n filón para esplotarle; discutir mucho jugando al Parlamento, porque los hombres son tan aficionados á j u g a r al Parlamento como los niños á j u g a r á los soldados; atraerse la admiraçkm de los que creen pensar y no son capaces de ello, que es la mayoría de los concurrentes en todas partes, para ser alzado á los primeros puestos, y por último, convertir el papel en moneda c o r riente: hé aquí lo que son las minas, y lo que es aun la verdadera industria de los españoles. Hacer papel es entre ellos la mejor manera de g a n a r s e la vida. Suprimid el papel en E s paña y habréis agotado la mas copiosa fuente de su riqueza. Por el papel está flotante la d e u da del Estado; de papel se forma lo que llaman el cuarto poder, porque aunque también suele dar cabida á las letras, no son las letras quien le da importancia; en papel se escriben los contratos por creerle testigo mas fiel que los hombreSj y además de su fidelidad proporciona al Estado


— 160 — una abundante renta; el papel en su inocente blancura encierra las mas negras mentiras del amor y la amistad; pegándole en las paredes se sirven de él los caseros para dar valor á sus fincas; envolviendo dulces le venden los confiteros al mismo precio que estos, y en fin, desde la partida de bautismo hasta el testamento, el papel acompaña constantemente al hombre en su carrera por el mundo, y el que n a s pliegos convierte en moneda de continuo aquel es el que hace mas papel y mayores recompensas recibe. La sociedad, el crédito y el papel: hé aquí el trípode sobre el que descansa la industria e s p a ñolas el vapor y las máquinas son en la P e n í n sula no mas que auxiliares secundarios. E s t a bleced cualquier empresa, y si sois industrial necesitáis un socio con dinero; si tenéis este n e cesitáis de otro que tenga industria: hé a q u í la sociedad; ella misma os servirá para estender vuestro crédito, sin el cual nadie os haria caso, y cuenta que en esto de tener crédito h a y s e m e j a n z a con lo de pasar por gracioso: vale m a s caer en g r a c i a que serlo en realidad. E n c u a n t o al papel, ved en qué empresas pueden pasarse sin su auxilio. Por supuesto, de los tres requisitos indicados, el crédito es lo menos importante para p l a n tear una industria; teniendo sociedad y papel en abundancia, el crédito v a viniendo poco á poco. Y cuidado que no se adquiere ahoraáfuerza de formalidad, como c u e n t a n q u e se adquiria entre los antiguos españoles, sino todo lo c o n t r a rio: hoy el hombre que hace funcionar o r d e n a -


— 161 —

damente su cabeza y s a corazón recibe el n o m bre de tonto, mientras se califica de listo y d e s pejado al que se distingue en hacer negocios, e decir, en no dársele nada del mundo ni del p r ó gimo cuando se t r a t a de la utilidad propia. ¡Hacer negocio! En esta frase comprendíanse todas las variedades de la industruia: laindustria política, ó sea el buscar el bien de la patria para medro propio; laindustria mercantil, queconsiste en reunir el dinero de muchos, dándoles un tanto por ciento para sacar el doble con el capital de todos, mientras ellos juntos se admiran de lo rico que es el que reúne el dinero de los q u e se a d miran; la industria social, ó llámese el arte de tocar el piano, ponerse con gracia la corbata, contar crónicas escandalosas y hablar mal de todo el mundo, hasta llegar á ser hombre importante en la gobernación del Estado; la industria amorosa, qae consiste en buscar una mujer forrada de oro como las pildoras para quépase mejor, y en fin, otra porciou de industrias menudas adornadas de los requisitos generales ya indicados. Negocio puede decirse que es todo lo q u e produce dinero, sin que esta definición admita escepciones. 3

Examinado pues á la ligera u n o de los dos grupos en que dividí á los españoles, el de los industriales, vamos á decir algo del otro, el de los empleados. Si observamos con qué afán procuran los e s pañoles figurar en la nómina, creeremos que el *er empleado es cosa buena, pero no será la m i s m a nuestra opinion si pensamos en la e s t a d í s t i 11


— 162 — ca de los cesantes, estadística que no se ha hecho porque apenas habría papel para imprimirla. Los españoles, por efecto del clima en que v i ven son m u y dados á la holganza; de aquí la afición á contar con una p a g a segura al fin del mes, sin tener que pensar mas que en hacer u n a misma cosa todos los dias. Únese á esto la idea bastante estendida de que para servir al Estado no se necesita ni una cabeza m u y bien o r g a n i zada, ni desorganizársela mucho á fuerza de cavilar, idea que se encargan de esteuder los m i nistros á fuerza de nombramientos hechos con arreglo á ella. L l a m a n los españoles t u r r ó n á u n a masa por estremo dulce hecha con almendras, miel y a z ú car, que es el símbolo y el emblema de la felicidad en las pascuas de diciembre. E n a q u e lla época el que come turrón no necesita mas para estimarse dichoso; el que no tieoe para comprarlo se echa á pedir aguinaldo, ó sea d i n e ro q u e convertir en aquella dulce masa. El uno hace saber á todos que ha comido turrón.; el otro para ponderar su miseria no dice que carece de pan ni aun de vino, sino de t u r r ó n . Como la p o lítica no es otra cosa en E s p a ñ a q u e una c o n s t a n t e pascua, se ha dado en llamar turrón á los destinos por los q u e no los tieneD y los desean.

:

I g u a l m e n t e que el turrón de las confiter'ías, el del Estado es mas ó menos dulce y de m a s ó menos valor, pero tratándose del de aquella?, cada uno se considera feliz adquiriéndole con arreglo á sus facultades; en cuanto á l d é l Eát'ádo, todos se creen con derecho al mas suculento.


—r 163 — Tan felices pasa las Navidades el que compra una barra de turrón duro en la Plaza Mayor c o mo el que con mil nombres y colores lo .busca en la Dulce alianza, en la Mahonesa d e n c a b a de Fernandez, pero con el del Estado nadie ,es feliz, porque nadie atiende á sus facultades s i no á.las escasas del que h a sido agraciado con mayor ración. Cuando u n niño nos hace gracia le recompensamos con un dulce; cuando un español cae en g r a c i a á sus compatriotas no ven otra manera de premiarle que dándole turrón, d sea un destino. De esta suerte trueca los libros por e s pedientes, se enlegaja la imaginación y las ideas con balduque, y concluye por no servir para el puesto en que ha caido por falta de afición, y para aquello á que Dios le destinó por falta de tiempo. El que fabrica zapatos, el que vende tocino ó aceite, jabón y otros comestibles, el q n e e n c o • la mesas d sillas, en fin, todo el q u e se dedica á u n a industria, cuenta con un medio constante de ganarse la vida, y puede esperar que, si Dips l e d a fortuna, hallará e n el trabajo de su j u ventud el descanso para la vejez, y acaso ¡el •medio de hacerse rico. El empleado, de peor condición casi que el jornalero, sabe q u e , n i , a u n . le basta serlaborioso para evitar que le despidan: i al; firmar hoy la nómina de activo, ignora si el . m e s próximo firmará como pasivo: todo.; depende ; de u n . c a m b i o político, que es tan.fácil en E s p a • ñ a c o m o u n cambio atmosférico en.primavera^ d de que se,le antoje su plaza á, cualq.uier d a n ;


— 164 — zante que h a y a prestado servicios á la s i t u a ción. E l horizonte que se ofrece ante el empleado es m u y risueño: una escala ofrécele la subida hasta los mas altos puestos; pero este horizonte es u n horizonte únicamente, es decir, un punto que se va alejando conforme pensamos alcanzarle. T a n raros son en España los ascensos de escala, que cuando uno se concede entonan elogios los p e riódicos en loor del ministro, como si se tratase de un verdadero acto de heroísmo. El bolsillo del empleado tiene siempre su atadero en las manos de la patria: ocúrrele á esta cualquier contratiempo, y al punto mandan los jefes de oficina que sus subalternos se queden voluntariamente sin paga dos 6 tres dias; p a d e ce de tisis metálica el erario, y al empleado se le rebaja un tanto por ciento de su sueldo, p o r q u e a u n cuando dedica al Estado su vida y sus facultades, también es justo que p a g u e además contribución por esta industria"; llega un dia en que la patria debe á sus dependientes mas de lo que piensa pagarles, y adquiriéndose fama de ingenioso hacendista, estiogue un ministro la deuda entregando i los acreedores en vez de dinero, papeles que en matizadas letras cantan la suma que se les debia. E l Estado al dar estos papeles afirma que valen la cantidad que llevan impresa, pero al tomarlos niega que valgan mas que un 20 por 100 de la misma. ¿Qué se diria, aun en aquella misma tierra de España, de un amo que debiendo veinte duros al criado le dijera: a h í tienes lo que es tuyo, lo que tú g a n a s t e , y


-165 — e n l a g a r de veíate daros le diese veinte ochavos? La vida del empleado se forma de esper nzas y de temores; esperanza de ascender, temor d e quedar cesante. Con esto, y lamentarse á todas horas de lo postergado que se halla, y de las elevaciones rápidas, a u n q u e él haya empezado su carrera por donde otros quisieran concluirla, va pasando los años, hasta que la palabra jubilación viene á recordarle la triste verdad de qne h a llegado á viejo. Si a l g u n a vez oís decir que el ministro ha jubilado á un funcionario a n t i g u o por recompensar sus dilatados servicios, no lo creáis, lo ha hecho por disponer de la plaza q u e tenia amortizada La jubilación en estos casos es para el empleado lo que el circo de toros para los caballos viejos. Los empleados, por último, no tienen al año mas que dos santos que les traigan fiestas s e g a ras: San Estero y San Desestero. Todas las d e más pueden suprimirse á voluntad de los jefes. Con aquellas pues cuentan para sus escursiones, para sus partidas de caza ó para asuntos p a r t i culares. Pensar en ellas y hacer preparativos para pasar lo mejor posible tales pascuas, es la delicia del empleado cuando se acercan. Muy á menudo, sin embargo, se encargan las nubes d e disolver en intempestiva lluvia tan alegres e s peranzas. De todo lo espuesto resulta, por lo tanto, que en España, lo mismo que en el resto del m u n d o , el ser industrial 6 el ser empleado es m u y poco higiénico: lo cómodo, lo que robastece el cuerpo mantiene el ánimo en satisfactoria calma, es


—166 1

enccmtrarse al venir á la vida rodeado de todo lo que'es necesario para no tener que p e n s a r a l g á s tár una moneda en el número de las que q u e d a n • • a el srea, y en el modo de adquirir otras cori que irlas reemplazando. ;


LA FILANTROPÍA.

¿Habéis leido las obras de Cervantes, de Quev e d o y de Mateo Alemán, a u n q u e sea en francés, que es casi lo mismo que no leerlas? AUí habréis visto lo que eran los pobres en España hace dos siglos: una hermandad de vagos que esplotaban la caridad, escitándola por medio de fingidas enfermedades y de llagas pintadas ó abiertas á propósito. Entonces la caridad no estaba sin duda s u jeta á capítulos, artículos y espedientes; era u n impulso del corazón, que llevaba la mano hasta el bolsillo, y luego desde este una moneda as pobre verdadero ó fingido. La caridad, dice el Catecismo que de m e m o ria aprenden los niños en las escuelas españolas, es una de las virtudes teologales, que consiste en amar á Dios sobre todas las cosas y al p r ó g i mo como á nosotros mismos. Caridad es, por lo tanto, proporcionar al que tiene hambre medios de matarla; caridad, asistir en un hospital al e n fermo que carece de albergue; caridad, en fin, toido lo q u e sea enjugar lágrimas ajenas, p e n -


— iCSíanclo solamente al hacerlo que todos somos h e r manos, y que N. S. Jesucristo padeció por todos igualmente. Parécese la caridad á las flores del campo; como ellas vive retirada y sin ostentación, a r r a i gándose en la tierra y alzando al cielo su perfume. Colocadas en macetas p u é i e n s e adornar con ellas los salones y llevarlas de una parte á otra; su tamaño es mayor y m a s vivos sus matices, gracias al desarrollo artificial que sufren, pero ni perfuman el ambiente, ni pasan sus raices de las alfombras. En nuestra época h a n puesto los españoles l a caridad en maceta y en ramillete; no sirve y a solamente para adornar el campo, adorna t a m bién las personas. A imitación de los naturalistas, q u e para d e mostrar ciencia bautizan las plantas con nombres de difícil pronunciación (1), como cactus, rododendros,

azaleas

y eucaliptus,

demostrando

su

ignorancia en el griego, los moralistas de cafés y de casinos h a n colgado á la caridad los nombres de beneficencia y filantropía. Creo escusado decir que estos títulos pomposos no han pasado a l Catecismo: ni en la Iglesia ni en las escuelas se enseña á los niños que las virtudes teologales son fé, esperanza y filantropía. Como uno c o n testara esto, y a podia estar seguro de quedarse sin comer, echando de menos en el maestro l a v i r t u d que acababa de dejar cesante. (1) Nombres híbridos los hubiera llamado en la traducción, si no temiera que me cogiese también lo que dice el autor de los naturalistas. (N. del T.)


— 169 — La filantropía no es por consiguiente una virtud teologal, sino un instrumento músico i n ventado por la religion de la sociedad, para que cuanto hace la mano derecha lo sepan en s e g u i da la izquierda del sujeto, y las diestras y las aurdas de todo el mundo. No está el mérito de las acciones en las a c ciones mismas, sino en saber sacar partido de ellas, en presentarlas oportunamente. La c a r i dad q u e alarga limosna á todo el que la pide s e ria loable en los tiempos primitivos; hoy, que hay tantos que sededican á vivir sin trabajar, no puede seguirse el refrán de «haz bien j no m i res á quien;» al ejercitar la caridad es preciso, lo primero atender al provecho que de ella puede resultarnos, y lo segundo averiguar si es digno de los impulsos generosos de nuestro corazón el hombre que los ha escitado. O lo que es i g u a l : «si haces bien, mira á quién, cómo y por qué.> ¿Servia para otra cosa que para m a n t e n e r vagos el dinero repartido sin ton ni son por las calles, s e g ú n se desprende de las obras e s p a ñ o las del siglo x v u ? La comida que daban los frailes cada t a r d e á la p u e r t a del convento, ¿no era u n banquete, una mesa redonda de holgazanes? Pues, y el legar fincas á los establecimientos de caridad ¿á q u e equivalia sino á dejarlas a m o r t i zadas para siempre, privando de ellas á la sociedad en beneficio de una clase? [Ah! En E s p a l a han existido y aun existen muchas preocupaciones; todavía tienen la fatal costumbre de s e m b r a r el t r i g o en el campo y al aire libre, sin


— 170 — miedo de que los gorriones se coman parte de las semillas destinadas á los hombres. Pero todo se va arreglando poco á poco; la caridad, lo mismo que otras virtudes, se ha hecho pública, siguiendo el ejemplo y la moda de las personas. Tiene oficinas y espedientes, y lleva nombre en latin. Se ve por lo tanto que los g o biernos la fomentan y la premian. Merced á estos principios van dejando los a s i los de pobres de ser propietarios. Las casa=, las tierras, los huertos, todos los bienes, en fin, que antes les rendían productos, poniéndoles en un estado de abundancia y bienestar indigno de quien hace profesión de pobreza, van entrando en circulación, es decir: van pasando á ser p r o p i e dad de quien tiene dinero para comprarlos, ó lo que es igual, dejan de dar renta á los pobres para dársela á los ricos. Llamarse mendigo y tener posesiones, a u n q u e s e a e o sociedad, es un c o n t r a sentido. ¿Qué diria cualquier estranjero si al"cruzar por España fueran diciéndole: «aquella m a g níSca dehesa pertenece á la casa de locos de ta! parte; ese palacio al hospicio de San Fulano; este molino al hospital de incurables; las tierras de allí enfrente á la casa de espósitos? ¡Oh! no: los españoles piensan con mucho juicio al creer q u e vale mas que esto el dejar á los asilos caritativos que vivan de la limosna diaria; y a que Dios permite que haya pobres, dejémosles que lo sean de v e r a s ; reúnalos la autoridad en uno ó mas s i tios, pero ignoren cada día ellos y los e n c a r g a dos de su custodia qué es lo q u e han de comer al siguiente.


— 171 —

No obstan, sin embargo; talés principios para> que puedan regalarse bienes á las casas de p o bres; la propiedad es sagrada, dicen los españoles, y cada uno puede hacer de su capa un sayo; salvo: el derecho que tiene después el Estado para, no consentir que se amorticen las propiedades en poder de los pobres y de los curas (1). Amortícense en hora buena en poder de los b a n q u e ros, que estos por lo menos se darán mas i m portaacia y llevarán mayor arriendo á los c o lonos. Reglamentada pues la caridad, ocúpase p r i mero en recoger lo3 pobres, y luego en propor cionarles el sustento cuotidianamente. Por s u puesto, á los que recoje los hace trabajar, porque para eso les da de comer, pero no les paga p o r que entonces serian jornaleros y no pobres. Los que tienen mal genio y son inútiles para el t r a oajo por su edad, se destinan á reclamos, ó sea á cazur por las calles los mendigos que andan sueltos como ellos andaban cuando los cazaron. Como las buenas acciones no deben estar ocultas, la autoridad viste á los pobres con untforme, para q u e s e vea c u a n t a s p e r s o n a s viven de la-caridad pública..Para noticia de los estranjer-os y demás personas que no conozcaní el traje,, escríbeles además en la frente ó en el pescuezo el nombreidel asilo á que pertenecen. Animado el público con estos resultados, (1) Frailes, sin duda, habrá querido decir el autor: para los franceses, en España todos los eclesiásticos son curas, y todas las autoridades alcaldes. (JV. del f.)


—reconvierte en beneficencia y filantropía la mayor parte de los actos de la vida. Si va á las m á s c a ras ó á los bailes campestres de Recoletos ó C a pellanes (1), es por dar limosnas; en el teatro ofrécense beneficios á favor de los pobres; los toros y a hemos visto que tienen por objeto y fin moral el alivio de los hospitales, y en fin, las rifas, la lotería y hasta un cerdo, equivalente en robustez (2) á nuestro buey gordo, que se exhibe en la calle de Alcalá, todo sirve para demostrar la abundancia de filántropos españoles. ¡Qué" importa que muchos d e n l a limosna con el mismo gesto que ponen al d a r l a contribución, 6 los honorarios del médico que se dejd morir el enfermo, ó del abogado y escribano que perdieron el pleito! Dios no agradecerá la limosna e n t r e g a d a de mala voluntad, pero sirve para m a n tener á los pobres, que es lo que se necesita. Decir que los pobres que reciben la limosna de manos de la filantropía ponen mejor cara que los que la dan, seria engañaros. E s t a es una de las circunstancias que la hacen diferenciarse de la caridad; la caridad, que espontáneamente s o corre al necesitado, llena de dulce emoción el p e eho al que da y al que recibe: la filantropía, dejando en uno la duda de si habrá conseguido la limosnaque le corresponde, y en el otro el recelo de si el socorrido es un pobre ó un t u n a n t e , no eonsuela ni al uno ni al otro, antes bien los s e para cada vez mas, fomentando el odio n a t u r a l (1) ¡Bailes campestres los de Capellanes! ¡Qué •osas tienen los franceses! (N del T.) (2 Embompoint, dice «1 original. [N. dtl T.)


-173 — del pobre al rico, y el desprecio del rico para el pobre. Esos redobles de bombo en la orquesta p e riodística, esas listas de bienhechores no sirven solamen e para que estos se den importancia al ver publicadas sus virtudes, acaso forzosas, s i r ven también para que se j u z g u e si Fulano dio poco con arreglo á su riqueza, y para que no se agradezca lo que se hubiera agradecido e n t r e gado en secreto; ó para que si did mucho, todos los que le conocen y saben que no tiene de d o n de darlo se echen á pensar en los filones q a e h a podido poner en esplotacion. Dama elegante la filantropía, se asusta de la miseria que socorre; no hace muchos años que una autoridad madrileña en el bando publicado con motivo de las funciones de S e m a n a Santa mandaba recojer los pobres forasteros que venían á la corte «creyendo que en tales dias era p e r mitido implorar la caridad.» Diré para concluir, que la filantropía no ha concluido en España con la caridad. No; así como el hombre antes de vestirse es no mas que un hombre, a u n q u e por su ropa luego se c o n vierta en un dandy 6 un ramplón, así la caridad al despertarse á la vista de una desgracia, noble siempre y generosa, es verdadera caridad cristiana: ¡lástima que tantas veces la vanidad y la moda la conviertan en otra cosa, vistiéndola el traje de filantropía!



MANUAL TEORICO-PRACTIC O-FÍLOSOFICO DE LITERATURA CORRIENTE.

PROLOGO.

La literatura es el arte de hacer letras p a r a solaz del prdgimo y alabanza propia. (Jondéense varias clases de letras, pero y o prefiero las de c a m b i o . A los que hacen letras de esta especie se les llama banqueros; los que las fabrican de las restantes reciben el nombre de literatos. Son, pues los literatos ciertos seres que abundan en todo tiempo, como las moscas en verano, que se meten en todas partes como ellas, y que participan no poco de su pesadez. P a r a ser literato basta colgarse este título en la l e n g u a . De esta suerte, cada vez que el l i t e rato abre la boca enseña al público la p a t e n t e , d sea la p u n t a de la oreja literaria.


—176 — La literatura sirve de licencia absoluta para hablar de todo. Por esta razón me pongo yo á escribir un Manual de lo que no entiendo. ¡Juventud parlanchína: tú que derramando palabras formas con ellas la escala para encaramarte hasta los puestos para los cuales se creyó" en otro tiempo niña la misma vejez; tú que anhelas el premio antes que los merecimientos, no sabiendo cuánto h a l a g a recibido después de ellos, oye, que por tí me meto á literato! ¡El c a fé Suizo, el de la Iberia, y otros cien salones ennegrecidos por el humo de las palabras, te abren ya sus puertas! ¡Habla! La audacia es la encargada de recojer laureles. Para que alguno de vosotros logre fama de listo y despejado, ya •e le presentarán negocios. También se le p r e sentaron á José María. Pero sobre todo, alumnos mios, hablad y hablad. La lengua es el cetro del mundo.

CAPITULO PRIMERO. Del periódico. El periódico es la manifestación del espíritu de todo un pueblo; el órgano de diferentes c a ñ o nes que suenan de distinto modo, y cuyas teclas toman diversos matices, s e g ú n el tono que s e d a , al que las toca. En el periodismo sobresale el respeto á los que mandan; y si no luce la meditación y la profundidad de ideas, á lo menos se distingue por lo atrevido de las frases, giros y


-177 — locaciones con que a u m e n t a y embellece el c a s tellano. E l periódico consta de fondo, q u e son o s c u ros generalmente, para q u e se vean mejor las ideas; de sueltos, llamados así porque se a g a r r a » á la oreja del contrario; de gacetillas, de folletín y de variedades. De todo pondré modelo?. ARTÍCULO DE FONDO.—La crisis q u s venimos

atravesando ha hecho á nuestros correligionarios ocuparse de las utopias financieras, en revancha de las ideas burocráticas q u e los genios de las comuniones contrarias nos arrojan á la cara en defensa de sus principios. ¿Por q u é meter en lucha al trono Con el gabinete? Es por arribar á las posiciones oficiales que se hacen inconveniencias q u e no pasan desapercibidas al ojo del país. No nos ocuparemos de las gráficas manaras de enjugar la deuda flotante, q u e valen tantas ovaciones al funcionario q u e tiene la cartera de Hacienda. A los recalcitrantes les diromos q u e el papado y la reyeiad son ideas en que gira el porvenir, y que el ridículo de las fusiones que pretenden es la misión sintética, es la marcha lógica y civilizadora de la h u m a n i d a d . Porque, como dijo el poeta del Lacio, Pálida pauperum SUELTOS.

mors eqno tabernas,

Ministerial.

pulsatpede regumque

turres.

— 31gobiernode S . M .

lia dado u n gran paso con la abolición de la p e s ca de sardinas en el Manzanares. Este elemento de riqueza pública estaba á punto de perderse, por el desden con que lo miraban las administraciones anteriores. E l g a b i n e t e so h a elevado ala 12


— 178 — altura actual de Europa, y

ha acreditado

una

vez m a s la p l e n a confianza q u e inspira á n u e s t r a soberana. De oposición.—Una

nueva p r u e b a de que los

h o m b r e s q u e r i g e n los d e s t i n o s de e s t e p a í s d e s v e n t u r a d o no s a b e n lo q u e se p e s c a n , es la a b o l i c i ó n d e la i d e m d e

la s a r d i n a ,

recientemente

d e c r e t a d a para m a l del M a n z a n a r e s . E l g a b i n e t e , secando esta fuente de r i q u e z a p ú b l i c a , nos h a ce j u g a r un papel triste

á los ojos d e l a s d e m á s

n a c i o n e s , y d e m u e s t r a q u e e n v a n o finge y a s e r depositario de la

confianza de S . M., y

inescusable la crisis q u e

hace tiempo

q u e es venimos

anunciando. FOLLETÍN.

Muestra

de una novela

original.—

H i p ó l i t o se h a b i a c o n s o l a d o y a . E r a n pasados m u c h o s dias. E l sol b r i l l a b a e n el h o r i z o n t e , h o j a s d e l o s s i c ó m o r o s y d e los

dorando

rododendros

las y

magnolias. Las avecillas sacudían las

alas y

cantaban.

E n t o n c e s u n h o m b r e salió d e e n t r e u n a s m a t a s . U n a a n c h a c a p a le c u b r í a ,

y

un

sombrero

apenas dejaba observar su aspecto. S u edad seria 40 a ñ o s y t r e s dias; s u s n a r i c e s pequeñas indicaban que era chato, y

tenia p a -

tillas en los dos lados d e la c a r a . U n a v e n t a n a s e a b r i ó á Ib l e j o s , y u n a

mano

q u e asomó por ella llamó con s u s dedos al r e c i e n llegado. E m p e g ó s e e n s e g u i d a el s i g u i e n t e i n t e r e s a n tísimo diálogo: —¡Jorge!


— 179 — —¡Elena! —¿Conque te vas? —Sí. —¿Cuándo? —Mañana. —¿Y me dejas? —¡Oh! —¿Por qué? -¡Ay! —¡Adiós! Un hombre dejdse ver en este momento por detrás del pabellón cubierto de verduras, y con los ojos chispeantes esclamd rechinando los dientes: (Se

GACETILLAS.

continuarà.)

Coyunda.—Anoche

se

verified

el enlace de la linda señorita doña Emilia F e r naudez Coliflores con el m u y conocido joven don J u a n Perez. Unidlos en indisoluble lazo el a r c i preste de T e t u a n , y fueron padrinos el m a r q u é s de Cielos-Verdes y su hermosísima señora. Los señores de Coliflores hicieron los honores de la casa con indecible finura. Sirviéronse dulces y helados con profusion, y la novia, que cenia una g u i r n a l d a de flores, lucia un precioso traje de zephir glacé d'or con dos cintas azules en la e s palda y tres plieguecito3 en el pecho. P a r t e n los novios á pasar la luna de miel en sus p o s e siones de Getafe, donde les deseamos toda clase de felicidad. Q. S. Gf. E.—Ha fallecido ayer el Excmo. señor D . Crispin Abrojos y Cartera, antiguo m i nistro de Hacienda. Buen padre, buen esposo y


honrado patricio, el Sr. Abrojos se lleva ai s e pulcro las bendiciones de todos los que colocó mientras estuvo en el poder, separando de sus puestos á mucho" viejos empleados que no s e r vían para nada. Espérase á su esposa y s u s hijos de los cuales estaba separado hace muchos años por cuestiones domésticas. Nosotros les e n v i a mos nuestro pésame, deseando quo la tierra le sea ligera. ¡Por una ¿ O Í A ! — T e n d r e m o s mucho gusto en que el corregidor pase por la calle d e . . . donde hay hace tres dias una losa do la acara mal p u e s ta, que no parece siao que está aguardando á S. E para hacerle romperse las narices. Al ver tales descuidos, cualquiera creería que estamos no en Madrid sino en una aldea miserable. Los extranjeros formarán un triste concepto de nosotros. Almanaque médico. — En esta semana han predominado las mismas enfermedades que en las anteriores,. notándose predisposicions, los p a decimientos del encéfalo, del tubo intestina! y de las cavidades torácicas, y un g r a n desarrollo en los males acabados en itis. Se ha observado q u e la mortandad fué mayor en los ancianos y p e r sonas débiles que en los jóvenes y robustos, y aconsejamos á nuestros lectores que para c o n servar su salud tomen buenos alimentos, d u e r man con tranquilidad y no se mole t e n con el trabajo. DESPACHOS TELEGRÁFICOS. París

7, a l a s c u a -

tro y tres minutos.—El emperador de la China h a dormido bien.


-181 — Viena 6, á las tres de la tarde.—El Divan se prepara para resistir los golpes de la P u e r t a . — Espantoso incendio en Hackmaisehlof.—Desórdenes pacíficos en el desierto. Londres 4.—El Times trae u n artícnlo contra el rey de Uda. Cádiz 8, á las once de la m a ñ a n a . — L a e s cuadra que conducía al pacha de Beyrut y al cheif de Damasco con sus armadas, ha n a u f r a g a do, ahogándose todo el equipaje.

C A P I T U L O II. De la c r í t i c a . E l crítico es un n u m e n de p l u m a que tiene por armas un incensario y un látigo; y la c r í t i ca, hija legítima de aquel, es la escala cuyos peldaños se forman con los defectos ágenos,' y que conduce al que la sostiene y á sus amigos hasta el templo de la gloria. Para hacer críticas que g u s t e n no se necesita ciencia, pero sí hace falta al crítico lo que á los besugos; frescura a b u n d a n t e . El que ejerza este ramo de industria debs manifestar que lo sabe todo, haciendo acopio de palabras r e t u m bantes y dando su voto y sus consejos en toda clase de materias sin aguardar á que le consult e n . No necesito clasificar los diferentes g é n e ros de crítica, porque estas regias sirven p a r a cada uno de ellos.


— 182 — BHTISTA BIBLIOGRÁFICA. a r r o b a s de papel q u e en

M a c h í s i m a s son las los p r e s e n t e s d i a s

se

c o n s u m e n p a r a servir de carruaje de c a m i n o s á l a s ideas q u e e c h a m o s á v o l a r por esos m u n d o s . S u d a n las p r e n s a s m a r e s de tintas p a r a poder d i g e r i r l a s c o s a z a s q u e l e s p o n e n e n la b o c a , y a p e n a s puede g i r a r el g l o b o t e r r á q u e o con de tantos volúmenes

q u e se v a n e n é l

nando. Pero n i n g u n a obra conocemos

el p e s o amontode

tanta

i m p o r t a n c i a ; n i n g u n a q u e t a n de cerca interese á la felicidad de n u e s t r o p a í s , c o m o la q u e en estos dia3 h a d a d o á l u z e l e m i n e n t e e s c r i t o r D . P e d r o d e los Palotes. honra de dar

Nosotros, nuestros

que hemos tenido

consejos al a u t o r

precioso libro, vamo3, sin t e m o r de

la

de t a n

q u e se nos

t a c h e de parciales, á revelar su título y a l g u n a s d e las cosas asombro

ma3 n o t a b l e s

de las naciones

j u z g a m o s su lectura.

que

Llámase

S r . P a l o t e s Tomo secundo

contiene

para

extranjeras. Tan útil el, trabajo

del Calendario,

del

nom-

b r e q u e i n d i c a p o r sí solo la c o l o s a l e m p r e s a q u e h a concebido aquel

sabio literato.

Con e f e c t o , ¿ q u é o b r a m a s ú t i l q u e ol c a l e n dario? ¿Cuál m a s leida ni q u e corra

mayor nú-

m e r o d e m a n o s e n E s p a ñ a ? Y y a se s a b e q u e e l p ú b l i c o es s i e m p r e el m e j o r j u e z e n m a t e r i a s l i t e r a r i a s ; p o r e s o los l i b r o s d e q u e m a s e d i c i o n e s se a g o t a n s o n l a s c a r t i l l a s , s i l a b a r i o s y t r a t a d o s p a r a la h u m a n i d a d

demás

en e m b r i ó n , en c u -

y a s s u b l i m e s al par q u e sencillas p á g i n a s aprend i e r o n á e n t e r a r s e d e I03 á g e n o s

pensamientos

los q u e l l e n a r o n el m u n d o con s u n o m b r e ; y por eso,

finalmente,

el calendario es el libro

mas


— 183til, mas ventajoso y mas indispensable p a r a toda clase de personas. ¡ C a á n t a no será, pues, la importancia de su segundo t o m o ! Todas las materias q u e faltasen en el primero están tratadas en este con la mayor claridad y en estilo correcto y poético. La forma, la fason de esta obra es escelente; las ideas que da á conocer pertenecen á las mejores escuelas filosóficas, y todas sus tendencias son profundamente civilizadoras. Si en nuestra patria se premiase el mérito como en las d e m á s naciones, el Sr. Palotes t e n dría y a una posición honorífica y desahogada; pero y a que no esto, tiene por lo menos nuestra completa aprobación. REVISTA DRAMÁTICA. El teatro de L.—La señora, X.—Escarbar para echarse.—Música y

bombo.—Fecundísima ha sido esta semana en novedades: como que se h a estrenado en el t e a tro de L. el vaudeville Escarbar

para echarse,

y

el drama que tiene por nombre El embozado en un tabique. El primero fué deplorablemente r e cibido; pero en cambio el segundo pertenece al género filosófico de Bouchardy, desenvolviendo, el pensamiento nuevo de que los h o m b r e s son m u y malos, en un a r g u m e n t o ameno y lleno de altas situaciones dramáticas. ¡Qué caracteres, aquellos tan bien ideados! El de la princesa^ por ejemplo, mujer espiritual, llena de inocencia, p u r a como la luna, bella como una h u r í ; que r e g a ñ a con su padre y asesina á su marido; y el del conde, tan noble y tan dispuesto á matar en desafío al lucero del alba que le falte al respeto. De la versificación no h a y que decir sino que


— 184 — ei obra de su afamado autor. E n fin, el drama es un i creación, una perla d é l a escena e s p a ñola, salvando sus abundantes inverosimilitudes, sus faltas históricas, sus muchos galicismos y su versificación descuidada. Siga por este c a mino el aplaudido v a t e , y le presagiamos un museo de coronas y de laureles. La ejecución fué completa; la señora X . se escedió á sí misma, y los Sres. B. y H. se p u s i e ron á una altura en q u e nunca los habíamos visto, sobre todo en el diálogo que tienen sobre un tejado. E l autor y los actores fueron llamados al palco escénico; inusitada distinción q u e prueba que el público premia siempre á los que lo m e recen. E n el teatro de música italiana se ha c a n t a do por fin la ópera I Macarronidi

Bolonia,

del

distinguido maestro Scaramuccini. Cuanto q u i siéramos decir de este spartito seria poco, r e l a tivamente á su mérito. De los artistas que le interpretaron, diremos q u e la señora Marcolfini es u n a tiple sfogato

diprimissimo

cartello;

no tiene

rival en las notas spianatas, así corno el barítono Mengani tampoco le tiene en los cantos de b r a v u r a , a u n q u e cuida poco de su gola y es m u y aficionado ájioriture. La orquesta y coros, en ' los que no hay chicas bonitas, estuvieron f a t a les escepto en lo3 crescendos. E s preciso q u e el inteligente maestro al cémbalo, M. Familasol, se cuide mas de la dirección de las pruovas.


CAPITULO III. Be la historia. E l historiador de hoy no es el de ayer. Quiero decir, que ayer el historiador era una m á q u i n a encargada de repetir hechos para que el l e c tor sacara consecuencias, y hoy la máquina es el lector, que repite las deducciones que saca el historiador de hechos que no se toma el trabajo de referir. De todo esto aparece en resumidas cuentas que hoy para escribir historia no se necesita aprenderla, y q u e para aprender la que hoy se escribe, basta con el ingenio de los papagayos. MODELO DE UNA HISTORIA UNIVERSAL.

Dios h i -

zo el m u n d o . Pecaron nuestros primeros padres y fueron arrojados del Paraíso; pero entonces no existían las mas remotas nociones de ¡as artes ni del lujo, y la literatura yacía ignorada t o d a vía. Dos hermanos empezaron las g u e r r a s . Las pirámides de Egipto marcan y a una época de gloria para la arquitectura, y César nos dice cómo acaban los tiranos. Dejándose caer desde el Norte una colección de bárbaros acaba con los vicios del imperio, mientras las hordas de Africa preparan para España u n a época de e s plendor. Ya la poesía tiende su vuelo por los e s pacios del orientalismo; las mezquitas son p r o s pectos de una civilización espléndida, y las c a tedrales gdticas elevan sus mil torrecillas a l c i t -


— 186IG, c o m o si p i d i e s e n a l S e ñ o r

los derechos

del

p o b r e , o p r i m i d o p o r el f e u d a l i s m o . B r o t a n d o d e los m a r e s u n n u e v o m u n d o , p r o p o r c i o n a r a u d a l e s d e oro á los e s p a ñ o l e s , á c a m b i o de crueldades n o c o m e t i d a s n u n c a por n i n g ú n p u e b l o , s e g ú n los i n g l e s e s q u e e s c r i b e n la g u e r r a de la I n d i a . Carlos V i n t e n t a s u j e t a r al carro de su ambición todos l o s pueblos, y su h i j o d i v i e r t e la m e l a n c o l í a t o s t a n d o h e r e j e s c o m o si fuesen a l m e n d r a s 6 c a s t a ñ a s . H é a q u í los s i g l o s d e g l o r i a p a r a l a l i t e r a t u r a y p a r a l a s a r t e s . E l g e n i o , b u r l á n d o s e d e la opresión, a s o m b r a al m u n d o desde las cárceles y la miseria. C e r v a n t e s , L u i s de L e o n , Q u e v e d o , S h a k e s p e a r e , Lope de V e g a , Moliere, Rafael, V e l a z q u e z y M i g u e l A n g e l , son l a m a g n í f i c a epopeya del talento. Hoy la humanidad h a recobrado sus d e r e chos. Los pueblos despertando de su letargo s a c u d i e r o n la t i r a n í a , y l a r a z ó n d e c i d e l a s c u e s t i o n e s s i n el e s t r é p i t o y l o s h o r r o r e s d e l a g u e r r a . L a c i v i l i z a c i ó n a u m e n t a los g o c e s d e l a v i d a , y l a filantropía y l a p u b l i c i d a d h a c e n h e r m a n o s á l o s h o m b r e s y e s t i e n d e n y p r e g o n a n 1¡>8 v i r t u d e s , c o n v i r t i e n d o e n c o n s u e l o de l a b o c a lo q u e a n t e s e r a solo d u l c e a l i m e n t o d e l c o r a z ó n . ( D i chosos nuestros nietos q u e cogerán el fruto d e t a n t a s p a l a b r a s c o m o n o s o t r o s s e m b r a m o s e n el viento!


CAPITULO

IV.

De la biografía. L a b i o g r a f í a es e l a r t e d e m e d r a r c o n l a s v i d a s ajenas. L a historia de a n a notabilidad 6 escelencia, 6 cualquier otra especie de hombre m a m a r r a c h o público, significa respecto de su a u t o r , lo q u e l a a r g o l l a r e s p e c t o d e l s i e r v o ó la l i b r e a e n c i m a d e los l a c a y o s . E s c r í b e n s e l a s v i d a s d e l o s c o n t e m p o r á n e o s t e n i e n d o d e l a n t e el e s p e j o d e l a verdad, pero solamente p a r a

r e í r s e d e él y

ha-

c e r l e reflejar e l h u m o d e l a l i s o n j a , 6 l o s r e c h i n a n t e s d i e n t e s d e l r e n c o r y el d d i o . G e n e r a l m e n t e e n las q u e

h u e l e n á incienso, la l e t r a es

del

autor, q u e las pone en l i m p i o , dándoles su n o m bre; pero la p a r t e sucia, ó sea

l a i n v e n c i ó n y el

borrador, p e r t e n e c e n al p r o t a g o n i s t a de la obra. MODELO.

E n t r e I03 h o m b r e s q u e

z a n (1) l a é p o c a p r e s e n t e ,

figura

inmortali-

en primer t é r -

m i n o D . Máximo E m i n e n c i a . Ya desde la h i z o ver las p r i v i l e g i a d a s d o t e s q u e le

cuna

adorna-

b a n p a r a l l e v a r n o s p o r el c a m i n o d e la (2) c i d a d . S u v i d a p ú b l i c a es u n a c a d e n a n o r u m p i d a de

(3) t r i u n f o s , y

délas

(4)

feliinter-

virtudes

q u e adornan s u vida privada, no h a b l a r e m o s por n o o f e n d e r (5) s u m o d e s t i a . (1)

VARIANTES TOMADAS DB OTRA HISTORIA

DEL

MISMO PERSONAJE. - Q u e s o n v e r g ü e n z a y oprobio. 12) De la d e s g r a c i a .

(3) (4) (5)

Desaciertos. Deslices.

L o s oidos do n u e s t r o s l e c t o r e s .


— 18S — Nació nuestro D. Máximo, en la villa d e . . . célebre por ser patria de muchos personajes distinguidos ( 1 ) . Su padre ejercía una de las artes mas útiles en sociedad (2). . . . . . . . T a l e s pues la vida d e D . Máximo. Hoy o c u pa la alta posición (3) de que le hacen digno sus merecimientos, y la historia llevará su nombre alas generaciones futuras (4), en p á g i n a s de gloria.

CAPITULO V. De la elocuencia. La palabra elocuencia viene del verbo locuor, . que significa hablar, y la voz oratoria de os, oris, que vale tanto como boca: de donde se d e d u ce que el arte de la elocuencia reside en la l e n g u a , y que el que la tenga mas desembarazada y espedita aquel será mas á propósito p a r a el papel de orador. O lo que es i g u a l : que la época en que h a y a mas charlatanea será la mas a b u n dante en oradores. Los brazos y los pulmones son buenos a u x i liares de la boca en estos asuntos, porque claro (1) Lo cual indica que los burros nacen en todas partes. (2) Era zapatero de portal, por lo que el hijo siempre ha tenido cierto olor á cordobán. (3) Que usurpan á menudo la adulación y la intriga. (4) Proporcionando un personaje grotesco á los autores de saínetes .y zarzuelas.


—189 — está que al que mas grite y mas puñadas p e g u e en mesas y tribunas es al que mas han de oir los espectadores. ELOCUENCIA PARLAMENTARIA.

El Sr. Fulano: Pido la palabra en contra. El Sr. Presidente: La tiene V. S. El Sr. Fulano: El artículo 3,926 de la ley de empedrados merece seria discusión. El g a b i nete ha asaltado el poder de una manera a n t i constitucional: y el señor ministro de"" olvida aquellos tiempos en que sentado junto á mí h a cia la oposición á los que hoy son sus c o m p a ñ e ros. El

señor ministro

de'":

T a m p o c o V.

S.

re-

cuerda que en los tres meses que tuvo la c a r t e ra de **'no dejó un solo empleado sin cesantía. Por lo demás el gobierno tiene la suficiente fuerza para no temer u n a minoría revoltosa. (Voces. —Murmullos).

Un señor diputado: Que se escriban esas p a labras. El Sr. Fulano: Protesto contra lo dicho por el señor ministro. Mientras yo lo fui respeté las leyes mas que S. S., y además de eso... El señor presidente: ¡Orden! Estamos h a blando del artículo 3,926 de la ley de empedrados. Una voz en las tribunas: No habíamos caido en ello. El señor presidente: Si el público no calla, mandaré despejar las t r i b u n a s . El Sr. Mengano: Pido la palabra. El señor presidente: No hay palabra. Bagj


— 190 — tantes se están diciendo de sobra. Se suspende esta discusión. El Sr. Cuarta: Deseo que el gobierno me dé noticias acerca de los arañazos que se dieron ayer dos mujeres en la calle del Amor de Dios. El señor presidente

del Consejo de

ministros:

No estando presente el señor ministro de la G o bernación, encargado de esta clase de asuntos, el gobierno de S. M. se reserva contestar oportunamente. El señor presidente: S o l e v á n t a l a sesión.— Eran las ocho y cuarto.

ELOCUENCIA FORENSE. Cansa formada a Dimas Garduña (a) Orejita, por hurto. DISCURSO DEL DEFENSOR.

Defiendo á Dimas Garduña, (a) Orejita, en la íntima convicción de su inocencia. El tribunal ha oido y a los hechos de los elocuentes l a bios del relator, pero á fin de aclararlos, voy á permitirme una breve reseña de ellos. Serian, Excmo. señor, las ocho de la mañana del 24 de marzo último: poblaba la plazuela dé San Miguel alegre mnltitud de chillones v e n dedores de carne y de verdura, y las libres b u r ras de leche atropellabanpor do quiera á las sirvientas, que con la cesta en él brazo acudían á buscar la provision cuotidiana, y el novio que


—191 — impaciente y amoroso las esperaba. ¡Cómo s u poner que entre t a n t a dicha, tuviera nadie valor para cometer un crimen como, el que se i m p u t a al infeliz Dimas Garduña (a) Orejita! Pero es el caso, E x c m o . señor, que una v e r dulera, he dicho mal, u n a furia con faldas, eleva sn voz hasta las n u b e s , gritando que la h a b i a n sustraído un tomate de la cesta, en que á la v i s ta del público ostentaba aquella especie de c o mestibles. Un joven de 16 años y tres meses, Dimas Garduña (a) Orejita, pasaba á la sazón por delante , dirigiéndose á sus negocios, y ¡oh fatalidad! la justicia con kepis y p a r a g u a s , 6 sea un municipal de los del poncho, se apoderé del mísero adolescente, llevándole por el p e s c u e zo hasta el Saladero. Pues q u e , E x c m o . señor, ¿puede suponerse en la edad de mi cliente t a n perversa índole? No; Dimas G a r d u ñ a respeta el derecho dé propiedad, y si en el bolsillo le encontraron u n tomate ¿quién asegura que aquel fuese el robado y no otro adquirido legítimamente? Tres testigos afirman haberle visto introducir la mano en la banasta, pero ¿no pudo sar para calentarse los dedos, creyendo l u m b r e la encendida p ú r p u r a de los tomates? Queda pues probada la inocencia de mi cliente, y V. E . se servirá absolverle libremente y sin costas por ser así de justicia. Discurso

de un promotor

novel.—Exordio.

Triste es mi situación al pedir que caiga la e s pada de la ley una vez mas sobre lahurnanid d }


— 192 — pero consuélame la idea de que así lo exige la justicia, á quien en este sitio represento. Todos los pueblos han acatado el derecho de penar: abra el j u z g a d o la Biblia, y le verá e s tablecido por Moisés. Licurgo lo confirma entre los g r i e g o s , y todos los códigos lo comentan y varian desde entonces. ¿Qué seria de la h u m a nidad si el crimen quedase impune? Las mismas t r i b u s salvajes del Congo nos darían ejemplos de ilustración y de v e n t u r a . Muéveme á hablar de esta manera el delito cometido por Dimas Garduña (a) Orejita, e l 2 t de marzo último á las ocho y tres m i n u t o s da la mañana Elocuencia de Sociedad.—Señores la j u n t a de gobierno ha faltado al r e g l a m e n t o ; en el e s tado actual de las labores, y cuando el cuarzo y la pirita anuncian la proximidad de una bolsa de plomo argentífero, el socabon que acaba de hacerse en el pozo de la Tempestad puede perjudicarnos, rebajando en la plaza el crédito de las acciones amparadas que hay en cartera. Las muestras procedentes de las calicatas de los terrenos de nuestraSjpartenencias indican la n e c e sidad de una fábrica de fundición. Yo propongo, señores, que uno ó mas socios vayan, á costa de la sociedad, á examinar ios trabajos y vender los quintales de mineral extraídos. De este m o do creceremos en prosperidad, y la sierra de las Lagartijas pondrá'su nombre junto á las de A l m a g r e r a y Hiendeiaencina. (Aplausos,

sensación.

La junta delibera

cinco


—193 — minutos, y el orador es elegido para visitar la mina.)

por

unanimidad

CAPITULO VI. Del t e a t r o . Llámase de este modo a l a s mantilla? de lienzo pintado en que se envuelven para presentarse al público recién nacidos ciertos hijos del i n g e nio, que llevan el nombre de comedias, d r a m a s , saínetes y proverbios. Comedia ó drama es la representación en forma de cuento de u n a idea moral, 6 quo pretende serlo, hecha para dar ganancia á los r e vendedore de billetes, y para que las damas del b u e n tono luzcan sus vestidos en los palcos. A la puerta del teatro se queda siempre la justicia por no tener vela para aquel entierro; pero e n t r a n , tomando su nombre, la amistad v e s tida de aplausos y coronas, y la envidia forrada de chicheos. U n a y otra se reparten luego las redacciones de periódicos. Resumen general.—En el teatro vale mas caer en gracia que ser gracioso. ESCENA X X I X . Enrique. € arlos.

Carlos, Carlos, no la nombres: voy á romper mi laud. La virtud... 13


— 194 — ¡ A.h! ¡qué virtud!

Enrique.

[Con la desesperación

pintada

en

el

rostro.)

no hay virtud entre los h o m b r e s . [Con

ironia.)

Por u n a alfombra de abrojos voy saboreando mi m e n g u a con las quejas en la l e n g u a y con el llanto en los ojos. Ya piso la eternidad y maldigo mi destino: el amor es el camino que g u i a á la inmensidad. Carlos.

¡Qué horror! (Retrocediendo

medio

paso.) Enrique.

¡Sí: dices m u y bien! ¡Maldito el hombre que llora! ¡¡Manuela!! (Viendo

á Manuela

que entra

llo-

rando.] A tus pies...

Manuela. Enrique. Manuela.

Carlos. Enrique. Manuela. Enrique. Manuela.

' Carlos.

¡Señora!... ¡Ay! ¡Oh! ¡Sí! i ¡Perdón! ¡También tú! ¡Con males prolijos h a r t o mi culpa expié! ¡Perdona, E n r i q u e ! (Señalando

con solemnidad

al

cielo.)


— 195 — Enrique.

,

Sí, á fe. (Como

inspirado.)

Tú eres madre de mis hijos.

*

(Enrique

estrecha

Manuela.

Carlos

íntimo de su

en

sus

brazos

á

bendice á Dios en lo

corazón-.)

FIN DEL ACTO III. CORO.

¡Que viva la alegría! ¡que viva el placer! y corran las botellas del nectar de Jerez. Compañeros reici y cantad ' ¡já! ¡já! ¡já! ¡ja! ¡já! ¡já! compañeros cantad y reid, chis, chis, chis, chis. (Chocando

los

vasos.

Con pocos cantos como este queda el público apedreado.

CAPITULO VII. De l a poesia. La poesía es u n a señorita que tuvo en su tiempo grandes pretensiones, pero se ha quedado para vestir i m á g e n e s . Hoy no tiene m a s uso que el de servir de papel plateado para envolver las pildoras llamadas comedias. E s decir que ahora el S r . Orfeo no se e n t r e tendría en tocar la lira para entusiasmar á las


— 196 — piedras, á no ser que estas le pagasen el t a n t o por ciento de la entrada. Por la misma razón Apolo echó lá llave al Parnaso y se dedicó á pasear por las escabrosidades y honduras de la política, cambiando la lira por la faja de gobernador ó la Ilustrísiraa de una dirección de cualquier cosa. Durante su ausencia los aficionados forman palabras en columna cerrada sobre el campo del album. Modelo. - A UN SUSPIRO D E * "

Ángel bello de amor, que por el m u n d o te viniste á paseo á consolar con nítidos fulgores el r e b r a m a n t e afán fiero y profundo de todo el sexo feo. ¡A.y! dime, hermosa, dime, por qué mi pecho g i m e , y en dulces.versos canto el cruel amor que me embaraza t a n t o Desde aquel divino instante en que v i t u s ojos tiernos me estoy muriendo de amores; no es lógico, no es discreto q u e tú no me ames, pues Dios manda «que nos amemos. Poesía

popular.

E n t r e gemir y llorar lo llevaron á e n t e r r a r .


-197 — Y a q u í la vida da fia del señor don P e r l i m p l i n . Desde Londres á Alicante, desde Rusia hasta Sevilla no h a y nada cual la cajilla de fósforos de Cascante. Poesía, religiosa

de trovadores

ciegos.

E n la calle que llaman del Oso al balcón estaba la niña de J u a n , y cayendo á la calle de hocicos rompióse las m a o l a s y -¡o se hizo mal.

CAPITULO VIII. L a literatura oficial. L l á m a s e así á este género, no porque haya pasado de s a r g e n t o , sino porque se ostiende y circula en forma de oficio, ó sea á medio mar g e n , y porque es u n oficio el ejercerla, como lo es el de coser zapatos ó encolar mesas. La literatura oficial sale siempre de uniform e , aunque no siempre lleva la camisa limpia. Esto consiste en que no todos I03 que c o n d i mentan en las oficinas del Estado entienden el aderezo de La lengua. Modelos.—Sistema,

de

figuras

legales.—Mi-

nisterio d e . . . Negociado 1.°—He dado cuenta

á


— 198 —

la reina (Q. D. G.) de la conducta observada por el Aj'antamiento de... y enterada S. M., se ha servido m a n d a r que se den las gracias en su real nombre á la espresada m u n i c i p a l i d a d . De real orden comunicada por el señor ministro d e . . . lo digo á V. S. para su inteligencia y satisfacción. Dios, etc. Madrid, e t c . Sistema

de recompensas

oficiales.—Quedando

a l t a m e n t e satisfecha de" celo, lealtad é i n t e l i gencia con que D . . . ha desempeñado el carg'o de... y proponiéndome utilizar o p o r t u n a m e n t e sus servicios, vengo en declararle cesante. D a do en... e t c . De potencia, á potencia,

6 la república

de las

cruces.—Excmo. Sr.: El E x c m o . señor capitán general de... me dice lo que sigue: E x c e l e n t í s i mo señor: El E x c m o . señor comandante g e n e ral de la plaza d e . . . me manifiesta lo siguiente: E x c m o . Sr.: Aquí ao ocurre novedad.—Lo que participo á V. E . para su c o n o c i m i e n t o . — E x c e lentísimo señor:—Juan F e r n a n d e z . — P a r a igual efecto lo traslado á V. E . — Y lo elevo á V. E . para los fines oportunos.—Excmo. Sr.:—Nicaíio P e r e z . — E x c m o . señor ministro de la G u e r r a . Preámbulo,

ó sea vanguardia

de un

decreto.—

Péñora: (Aquí el modelo de artículo de fondo, haciendo en él a l g u n a s ligeras variaciones, y poniéndole embutidos de palabras h u e c a s q u e abulten mucho y le puedan servir de m i r i ñ a q u e ) No debe olvidarse aquello do «los impenetrables arcanos de u n porvenir glorioso,» y «la creciente prosperidad de n u e s t r a patria,» con «el a u mento civilizador del presupuesto^» y la n e c e -


— 199 — sidad de premiar el ingenio, 6 sea de quitarse moscas de encima, amueblándolo todo con el trono de San F e r n a n d o , el cetro de dos m u n d o s , y varias calamidades públicas.

CAPITULO I X .

De la literatura epistolar. Las cartas se parecen á la acústica y á la p o lítica, en que todo el mundo habla de ellas sin estudio previo. Desde Ninon de L e u d o s , que p a saba la vida escribiendo su correspondencia, e s cepto los ratos que ocupaba en otra cosa, que. t a m b i é n lo hizo célebre, h a s t a el aguador que pide cuentas á su cara mitad del aumento d e su prole, todos fabricamos cartas, incluso el estudiante que estravía entre las cuarenta, lo que el padre le envia en las s u y a s . Tienen igualmente semejauza las cartas con los tacones en que elevan: àl p i n t a r e u el p a pel «mi querido, etc..» no hay cocinera quo no s e i m a g i n e una Safo, sin saber quien era esta s e ñora. Sin embargo, á muchas cartas se les c o n o c e que se han escrito con pluma de ganso. Las tres cuartas partes de cada carta se for man de cumplimientos, por lo cual la musa quo se invoca al empezarlas, es comunmente la mentira.


— £¡00 —

En este género se colocan las cartas de amor, las do recomendación, y las que Inglaterra y F r a n c i a se escribieron á sí mismas p a r a s u uso particular. MODELOS.—«Sr. D . . . Muy señor mió:» aquí dos p u n t o s . Los dos puntos son tan indispensables después del mió, como el barro detrás de la l l u via. Esta carta debe acabar así: «Queda de usted S. S. 8 . Q. B. S. M. (Su sempiterna

sombra

que

buena soga merece), Fulano de Tal,» y p u e de ira tarse en ella de toda especie de asuntos. «Amor m i ó , adorada E n r i q u e t a . . . » Basta,-á mis lectores se les ponen y a los dientes l a r g o s , y el amor, al revés de música, p i n t u r a y g u e r r a se debe ver desde cerca, 6 sea en el corazón propio; cuando se mira en el ajeno nos hace reir y le convertimos en caricatura. El final de esta carta puede ser u n t r u e n o ó la Vicaría. '<Miestimado amigo, etc.: Recomiendo á u s ted;,! dador don, etc. de e t c . , persona m u y r e comendable, á quien apreciaré dispense Vd. las at-a.,;tot;es que á su amigo Q. B . 8- M.» E s t a carta la pone un amigo del r e c o m e n d a do por cumplir con este; la firma el r e c o m e n dante sin s a b e r l o qae firma, y la lleva el dador á su destino, como quien lleva el cartoncillo de entrada á la puerta de u n teatro. Esto depende de qua la hospitalidad exijo h o y que se tome el billete en la contaduría social. «Al Sr. D . Ermelando del Buen Tono, B. L. M. I'.i. Tailleur ciqeaux, y tiene el honor de adver-


— 201 — tirie que su chaleco está para la cuarta prueba desde m a ñ a n a de doce á tres.

CAPITULO X . De la

publicidad.

La publicidad es la escala con que se toma por asalto el templo de la gloria. La publicidad es la m u r g a del Parnaso, ó sea la musa encargada de tocar el bombo en loor de tenderos, prestamistas y niñeras. Sirve de c a taplasma á las esquinas, se mete por debajo de las p u e r t a s , y da función diaria en la r e t a g u a r dia de los periódicos. Como resultado de todo esto, la publicidad permite á" los que la ejercen pasarse la mano por !a cara. MODELOS: Prospecto.—El

Perro

del otro jueves,

ó

el

cuello de una camisa, novela original, de don Melquíades Desaciertos. No emplearemos el g a s tado sistema de elogios, para d a r á conocer n u e s t r a publicación, q u e tampoco los necesita. Ella es lo mejor que ha salido hace tiempo de las prensas españolas. Una idea profunda d e s envuelta en poético estilo, por un escritor tan distinguido como modesto ( 1 ) , é ilustrada con hermosos grabados que tiraremos aparte, es lo (1) Los prospectos se escriben por los autores.


— 202—

q u e ofrecemos á I03 q u e quieran honrarnos con su abono, bajo las siguientes bases:

Dos

Sale

reales

los

por LA ANTORCHA DE LAS FAMILIAS, m i é r tri-

PERIÓDICO DE L I T E R A T U R A ,

mes-

Coles

TOROS Y A N U N C I O S .

-

tre.

Año I.

al

ama-

necer. I

Edición de Madrid.

|

N ú m . 12.

R e g a l a á los suscritores seis tomos de n o v e las, y viajes diariamente.—Un par de botas y una iibra de salchicha al suscribirse, y da opción á tres décimos de la lotería moderna. Sirvientes.—Dimas Agarra desea colocación, e3 fiel, y dará lección de c a n t a r y de g u i t a r r a . Sabe de hacer m a z a p á n , de administiacion de r e n t a s , y toda clase de c u e n t a s en francés y en a l e m á n . Afeita, corta los callos y g u i s a con p e r fección, y g u i a r á á l a D u m o n t 4 ó 6 caballos. J u a n a Tal quiere cria para su casa: y con leche de dos semanas. Si alguien labusca, l l e v a rá quien informe de su conducta. Almoneda

verdadera

con gran

relaja

en los

precios. — En la calle de la Bola, que lleva á la del F o m e n t o . — H a y varias telas inglesas de las fábricas del reino, d e n t a d u r a s de hipopótamo para uso de a m b o s sexos, p o m a d a dol doctor Calvo para hacer crecer el pelo, y estracto de bacalao, que robustece los nervios. Se vende un coche de siete octavas y media


— 203— cola. D a r á n razón calle del Perro, n u m . 20, cuar-» to tercero. Se vende nn piano de camino con sn correspondiente tiro de c u a t r o caballos. Calle del Gato, c o c h e r a , se enseña á todas horas. MUESTRAS DE TIENDAS.

A la Iota de cristal de roca. (En

el e s c a p a -

rate no aparece n i n g u n a de este material.) Se asan asados y pan de

máquina.

Comercio del elefante. ( ¿ c r á el dueño un señor gordo que está detrás del mostrador?) 19—Fernandez.—19 (Por esta muestra no se saca el paño: vuelvan Vds. cuando a b r a n la tienda, si quieren ver lo que se vende en ella. s

Al imperio de los mares.

Mas abajo

cristales dice con letras de topacio: dad en corbatas, artículos tés de París.

de tocador.

en

los

EspecialiNouveau-

Café manchego. (A. la entrada h a y dos p e l l e jos de vino haciendo c e n t i n e l a . ) Jalón y velas por el propio cosechero. Planchadora de todas clases.


Del m a n u a l . E l manual forma un gĂŠnero importante de l i t e r a t u r a productiva (1); y como al llegar a q u Ă­ supongo q u e h a b r ĂĄ n Vds. leido este, les r u e g o q u e le t e n g a n por modelo, y he concluido m i tarea.

(1)

Para los editores, por supuesto.


ÍNDICE. Págs. A los lectores españoles Prólogo P o s meses en España Cosas de España Los españoles L a s españolas La religion de la Sociedad 1 La religion de la Sociedad II Los toros La política . Las leyes Los derechos La l e n g u a castellana Los literatos y los artistas Los teatros De la facultad de pensar en España. . Los sabios Los árboles. Desde Toledo á Madrid El pan de cada dia La filantropía Manual teórico-práctico-filosófico de literatura corriente

3 7 11 22 31 39 47 55 63 71 79 91 99 107 115 125 131 139 147 157 167 175




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