EL P U E R T O DEL PONTÓN. T.
con la corriente del Esla, cuyas aguas, tomadas de"un negror denso, delatan la proximidad deminíis carboneras. Con la luz matutina aquel caudal negruzco tenía brillantez suave: era una>eta de azabache, orlando de luto el oro de las hazas trigueras, ó cortando con raya de tinta el verde de los prados. Los sotos del Esla son escenarios de idilio, y más lo serían si el caudal del río transparentase el fondo aguijeño y viésemos en las riberas aguas claras, en vez del burbujeo viscoso de la corriente negreada. Los álamos forman en las orillas bosquetes de sombra pálida, tenue; los recuadros de pradería'se recortan con setos que veíamos fiO" recidos. Cada sebe separa una pradera de una haza; así van al • tornándose los herbazales con los trigos, en alternación de suave monotonía. Cierran el horizonte á uno y otro lado lomas terreras y pedregosas. Pasamos de valle á valle y todos parecen uno mismo, porque en todos hallamos la misma sencillez de elementos: trigos, pastos, bosquetes de álamos, la corriente del río y las cadenas de cerros blanquecinos, argentados por el claror de la mañaaa. E s t a s m a ñ a n a s luminosas inundan de placidez estos pal" sajes sencillos; nos rebosa en el espíritu paz, dulcedumbre virgilíana; nos adormece quietud de égloga. De cuando en cuando una brisa tibia columpia las alamedas haciéndolas sonoras, y pasa rasera sobre la mies que ^^^ mece, sobre el prado que ondula?" sobre el río que riza la superficie: por todo el valle corre la onda de frescura serrana.
DE CISTIERNA X OSEJA DE SAJAMBRE.
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LSTOY seguro de que el nombre del Pontón sólo para muy contados españoles tiene resonancia de lugar conocido; estoy seguro por esta vez de descubrir, para casi todos los que me lean, paisaje nuevo. Puedo decir que de esta seguridad nacen estas líneas, porque después de haber transpuesto el escondido puerto del Pontón, siento un deseo impetuoso de difundir su incomparable grandeza, maravillado de que no la pregonara antes la fama, esa fama harto rutinaria que guía á los expedicionarios rebañiegos invariablemente por las mismas trilladas sendas. Todos los años, al abrasarse Castilla en loa calores estivales, pasan de tierra leonesa á tierra asturiana centenares de viajeros, sin conocer otro camino que el del renombrado puerto de Pajares; la negra portada de la Perruca es para muchos la única practicable d e s d e las cumbres de León á las vertientes de Asturias. Comprendo que los caminos ferrocarrileros, con la facilidad y la baratura, encaucen y envereden; es natural que así sea; pero alguna vez también es grato descarriarse, sacudir esa tiranía férrea que al sentar un ¡jar de carriles nos imponen los ingenieros, con despotismo mucho más eficaz que el de las leyes. En otro tiempo eran los caminos carreteros la obligada vereda: ahora éstas ya son sendas relegadas al trajín de la arriería. Por la carretera del Pontón, ni con arrieros tropezamos. Safimos de Cistierna al mañanear un día radiante. Puede suceder que el lector, aunque sea un poco geógrafo, no tenga una idea muy exacta de este humilde lugar en que doy comienzo á mi caminata; pero basta una Guía de ferrocarriles para ilustrarle sobre este punto, porque allí hace un alto de dos minutos el tren que corre de La Robla á Valmaseda. En un carricoche saltarín, con tres cuartagos escuálidos, comenzamos á atravesar vegas leonesas. Va la carretera emparejada
LA BOCA DE ENTÍIADA.
— tStó¿i
i.
PUENTE BACHENDE (RIAÑO).
-2.
LA CORDILLERA.—:J. PUENTE DEL INFIERNO.
VENTANA EN EL TÍJNEL DE OSEJA.
Al mediar el día vemos los valles que cruzamos abiertos en llanadas, y las lomas terreras elevándose con crestas de granito. El tartanero, que fué hasta aquí alternando una monótona charla con una canturía más monótona todavía, nos anuncia solenine que entramos en el valle de Rluño; á los cuartagos les hace el mismo anuncio latigueándoles los lomos. Todo el convoy se reanima, se vivifica; los aniraalejos rompen en untrotecillo; el tartanucho tra-
LA DOCA DE SALIDA.
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22 Jui.[0 IIJOT
LA
ILUSTRACIÓN
ESPAÑOLA
quetea, cruje con estrépito de herrumbre mohosa y madera resquebrajada; el conductor algarea á las bestias; nosotros —los dos únicos viajeros nos vemos, coa pesar, incapaces de tomar parte en aquel rebullicio jubi • loso de ruedas, tralla, cascabeles, herrajes, vozarrones y caballerías, porque nuestra atención y nuestro cuidado tienen que ponerse al servicio de nuestras cabezas para defenderlas de las testaradas. Todos vosotros, lectores, habréis pasado alf?una vez en la vida por uno de estos finales de camino en tartana ó diligencia; todos recordaréis en tal recodo, en tal puente, en tal bivio, la arrancada impetuosa, el repentino estrépito, el fragor que os despierta y los encontronazos que os zarandean. Recordaréis que son momentos de mucha incomodidad para el cuerpo, pero de júbilo fresco y candoroso para el alma. Xi uno solo de vosotros habrá dejado de sentir sano regocijo en estos momentos. Es una de esas emociones que va pasando—con tantas otras—á la categoría de patriarcales e inocentonas, y es justo que los últimos en experimentarla tengamos la lealtad de enaltecerla. Y ahora, adelante, á trote largo. La carretera se revuelve en dos curvas; entre una y otra pasa un puente; el Esla, fiel compañero de toda la mafiana, nos abandona; ahora que sus aguas son puras y cristalinas, toma rumbo sesgo á través do las praderías. A los pocos minutos hacíamos alto en un hostal de Ria&o, tal vez el único, á la entrada del pueblo. Renuncio á describiros la hostería y la comida aceitosa y pimentada que nos sirvieron; callaré tambióa de la cuenta que por el pimentón y el unto nos presentaron. Todos habréis comido alguna vez en ventas camineras y habréis pagado á los venteros; lo que no se ve en todas las ventas es una cordillera como la que estuvimos admirando desde la solana, mientras arreaban el tiro de repuesto. Es un festón do agudas puntas que corta por el Norte la meseta; hasta ver estis agujas no nos dimos cuenta de la cimora que se halla la humilde villa de RLaño. Aquellas eminencias podrían pasar por cerrajones sí lo riscoso de las crastüs y los profundos tajos no revelasen á las claras altitudes de cumbre. En los collados reverberaba la nieve, no fundida por la solanera de Julio. La vista de la crestería aguijó nuestros deseos; nos acomodamos otra voz en la tartana, y las nuevas caballerías emprenden un trote alegre. A los dos kilómetros de Riaño, ya el paisaje trueca la placidez idílica en gravedad algo ceñuda. Ya no son los valles apacibles, ya no s m los sotos, no son colinas, no es la ribera, pero tampoco os risco, ni berrocal, ni tajo: son parajes que por la austeridad, por el silencio, por la finura del airo, hasta por la intensidad de los aromas revelan la vecindad de altas cimas. Allí la flora recia y brava esparce perfume agreño de frescor muy grato; es una efusión aromosa que nos envuelve en atmósfera balsámica. Parece que allí todas las cosas, aun los peñascales que emergen de las praderas, aun los arroyos que ruedan entre los peñascales, trascienden á retama, á brezo, á menta, á genciana y á manzanilla. Una firme fragancia de monte sube do la tierra y esparce su incienso alrededor de las cumbres fronteras. No hay en aquellos lugares ni rastro de vivienda; sentimos impresión de soledad ermitaña, de apartamiento, de lejanía. Sólo de cuando en cuando vemos pastar en herbazales duros manadas de ganado campero. Los pastores que las pastorean nos parecieron de la misma Arcadia por su catadura y su vestimenta de zamarro, escarpines y angorras pellejeras; zurrón y cayada completaban el parecido; flautín ó caramillo es lo que, si tenían, no les vimos. Por informes del mayoral sabemos que aquellos pastorcillos no son arcadios, sino extremeños, y que todos los años vienen á estiar en estas tierras frías con los hatos trashumantes. Algo les envidiamos la excelsitud de su estación veraniega, que á sana y fresca se las puede apostar con las más afamadas por la moda.
Y
AMERICANA
zón, comienzan á emparejar con las hayas; vemos de frente una profunda escotadura de riscos, único paso accesible; la carretera salva como puede aquella fragosidad de breñales y barrancadas, hasta que, faltándole uu palmo de terreno llano en que asentarse, hiende la roca para hacer repisa bajo el socavón, y cuando ni la socava es suficiente, porque los bastiones de las laderas atajan las quebradas y cierran la salida, no queda ya otro recurso á la ingeniería que perforar la montaña abriendo túnel, y salir de esta manera al alto valle en que se asienta como nido aguilero entre los pieos, cercada de cumbres, la deleitosa, la apacible villa de Oíeja de Sijambre, término dií esta nuestra primer jornada. Caía ya la tarde al acercarnos á su caserío, que revela vivir holgado y placentero con sus moradas solariegas y sus jardines enverjados. Teníamos ya á la vera del camino la corriente del Sella, río de pura estirpe asturiana. Vimos resplandecer sobre los picos las primeras estrellas; vimos fundirse con la paz del lugar la paz del crepúsculo. Frantisf;o Acebal. Cniícliiir.í.
Una trotada más y llegamos á la raya de la divisoria, verdadera arista de muy escasa anchura entre las dos vertientes. Hacemos alto. El momento es solemne. Yo podré describiros con más ó menos puntualidad la magnificencia que desde el puerto se descubre: la sucesión de montañas, la crestería de cumbres, las neveras, los bosques, loa tajos, la profunda, la misteriosa hondonada, la luz que se corta, que se trunca en cada pico y en cada vórtice, descomponiéndose en arreboles de escarlata, en resplandor de o r o , en fulgencias azules; lo inenarrable es aquel brote de férvido panteísmo, aquel recogimiento de emoción íntima, la suspensión del ánimo, que se entrega, que se rinde al poder avasallador de la excelsitud maravillosa. Yo ignoro lo que será este puerto á otra hora del día; visto cual lo vi, en más que mediada tarde de Julio, ora una inmensa, una gigantesca gradería de montes azules, envueltos en una luminosa atmósfera azul, recortándose el sinuoso perfil de cada uno sobre la escarpa del siguiente, y destacados con vigor los hondos tajos por resplandores del sol, que oculto tras las cimas de Poniente, iluminaba de soslayo los abismos con lumbradas de incendio. Tal era el fondo, y el primer término una quiebra de pendiente áspera rocubierta por el espléndido manto de los hayales. Estos bosques de hayas en estos parajes de huraña salvajez, guardan poesía de misterio, y misterio de leyendas olvidadas. Ni aun el áspero pinar con la quejumbre nocturna de sus copas tiene dejos de tan ensoñadora añoranza; tal vez su expresión, como su perfume, os de blandura cariciosa, de melancolía tierna; el hayal es viril y enérgico. Recobrados de la emoción, otra vez camino adelante, camino abajo, en el hayal nos metimos. Abriéndose paso á través de la espesura desciendo la carretera, y como el agrio declive de la vertiente la obliga á recodar á cada momento, vemos á nuestros pies, entre el follaje, el blanco culebreo del camino, que baja como á zancajadas hasta e] fondo de la hoz, invisible por lo denso del bosque, aunque presentido ya por el rumor de un torrente. Kn algunos recodos es tan recio el follaje y tan abrupto el terreno, que no hallaríamos fácil salida si la cinta de la carretera no nos guiara. Después de una hora de caminar emboscados, la selva se ensancha, se abre; comenzamos á ver 1. DESMONTE EN praderas llanas; los castaños, de retorcida rama3. IGLESIA
TROMPA. — 2 . TÚNEL DE OSEJA. DE OSEJA DE SA.JAMBRE.
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