1917. La Catedral de León. La Ilustración española y americana

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LAS MARAVILLAS MONUMENTALES DE ESPAÑA

VISTA DESDE UNO DE LOS COSTAD(")S

PÓRTICO

¡UANDO muy de mañana llegué a la catedral, Pedrón, el campanero, hijo y nieto de campaneros, cuyo linaje se hunde en la historia leonesa como una planta trepadora enrollada a la catedral, me esperaba. —Buenos días, señor;—me dijo sonriente, agitando unas llaves—. ¿Subimos por la de las campanas o por la del reloj. Así, al pronto, no le comprendo. Estoy a h o r a bajo el magnifico dosel de piedra que forma la portada. Tengo a mi izquierda el locus apellationis, aquel histórico pilar, ante el cual, en los siglos medios, se fallaba en usticia c on arreglo al Fuero de León; a mi derecha Nuestra S e ñ o r a la Blanca^ la virgen preferida de las mujeres leonesas, se eleva erguida, estilizada, en el parteluz de la gran puerta; yo no sé qué dei^o contestarle, mas para salir del embarazo, h e optado por decir: — P o r donde tú quiera.s, Pedrón. Él, entonces, comienza a caminar. P e n e t r a n d o en la iglesia, a la derecha, ante una reja muy pesada, con una de sus llaves enormes, Pedrón el campanero, comenzó a manipular. Luego ha descorrido un cerrojo, que en el silencio temblador de las naves, produce un ruido resonante. —¿No ha oído usted cantar las rejas?— me dice bajo y sonriendo. Y aún no le he respondido, cuando empujando muy despacio la puerta, saca de ella un acorde singular. —¿Qué le parece?—me dice sati.sfecho—. Esta reja canta, como canta también la de la Capilla de los Quiñones, y cantaba la antigua de San Juan. Satisfecho Pedrón del placer que aquello me produce, me dice el h o m b r e henchido de un santo orgullo regional: —Catedral como esta que tenemos los leoneses, muy pocos la tendrán.

Pedro y yo, ascendemos aliora por unas escaleras que cada vez son más oljscuras. Cuando oye que me detengo, aunque sea un instante, me dice con voz recia: —Sígame las pisadas, que asi nada le pasará. De vez en cuando, se abren a nuestro paso unos recios postigos, (|ue conducen al triforiimi^ o a pequeños desvanes. Otras veces es una ventanita aspillada, por donde hiende las sombras un cuchillo de luz. Vosotros pensáis entonces en subterráneos encantados, en pavorosos emparedamientos, en delirios y en alucinaciones. Parece así como si el aire os faltara. ¡Cómo os palpita el corazón!

INTERIOR DE UN PATIO Dt:SDE UNA DE LAS TOIíKES

todo aquello recuerda un buque inmenso enconstrucción. Otras veces un animal fantástico. Todo lo que allí veis tiene mucho de ensueño y pesadilla. Todo lo que alli veis, tiene más de delirio y aún más de exaltación. . .-

chada que se revela ante mis ojos, que por poco no caigo. Los botareles, las torrecillas, los pináculos, las cresterías, los arbotantes, todo en fin, tomó un aspecto irreal. A veces hay adornos tan lindos, que os semejan flores. Otras veces

Pero al llegar arriba, ¡oh que delicia respirar! Desde la altura donde estáis, al lado de las torres, ¡qué pequeña, qué apretadita parece la ciudad! La vista, entonces, se tiende a su albedrio, y rebasando los tejados rojos, salta los campos colindantes para hundirse a lo lejos en las altas montañas distantes, envueltas en azul. ¡Qué serenidad! ¡Qué augusted tiene todo aquello comparado con el sueño de fiebre que parece es el alma de esta imponente catedral! Allá lejos, en unas tierras, veis unas yuntas que laboran. Más acá, una pequeña zagalilla lleva el almuerzo para unos jornaleros. En una huerta m á s c e r c a n a , unas mujeres lavan roj^a. De los hogares modestos, en el aire puro y cristalino, asciende una tenue columnilla de humo (¡ue os dice trabajo, v al mismo tiempo paz. P e d r o entonces, un rato pensativo mirando hacia el paisaje, me ha invitado a dar un paseo por los tejados de la iglesia. —^Esto le gustará —me dice—. Usted apóyese sin miedo en las barandillas de piedra, de este modo no se mareará. P e r o a los pocos pasos, es tanta la emoción que me produce la catedral insospe-

CATEDRAL DE LEÓN.—VlSltJi. DESDE UNO DE SUS FLANCOS

I

Nosotros caminamos ahora por encima de las gárgolas, bordeando las cresterías, en donde anidan los milanos, en donde nadie puso el pie. —Este es el centro del crucero —me dice entonces P e d r o — . Aquí, en esta piedra que ahora piso, dicen que está toda la ciencia que tien la catedral. Efectivamente, acaso P e d r o dice bien, me digo yo a mi mismo, y comienzo a pensar en el trabajo que a los hombres les costó a través de los siglos sostener esta piedra. El paisaje de León, ahora, parece que ha desaparecido. Todo lo atrae la catedral. Distinguís de repente la esbeltez de sus formas, la elegancia de todos sus miembros, la suprema armonía del todo, el secreto de su proporción; p e r o hay algo monstruoso, que no acertáis a comprender. ¿Es acaso este secreto el que guarda avara esta piedra que pisa Pedro? Yo no lo sé, pero es el caso, que desde e.ste punto de vista, os dais cuenta perfecta de que el cristal y la piedra se combinan maravillosamente, con una nueva y feliz expresión.

La catedral desde este sitio, en esta hora, es algo tan nuevo y emotivo, como una selva inexplorada, pero de piedra y de cristal... De nuevo ya en la tierra, de vuelta de mi «Viaje de Ensueño», apoyado en una columna, espero a P e d r o que ha subido de nuevo a la t o r r e , porque al caer las doce tiene que repicar. Todo lo que hemos recorrido me parece tan nuevo y tan fantástico, que sólo con esfuerzo creo en su realidad. Indudablemente, todas estas moles inmensas tienen su vida propia, una vida desconocida y singular, con un ambiente extraño que les es peculiar. En todas ellas hay algo de misterio y hay mucho de pasión. En todas ellas los antiguos masones, dejaron algo de locura exaltada, de exotismo y de anormalidad... En este punto, una oportuna campanada de P e d r o , rompió el hilo de mis ideas. Toda la fí'ibrica, como estremecida, tembló. LRÓN M . GRANIZO León, Mayo, igi6.

PANORAMA DESDE UNA TORRE

(Fulus. !•'. Mijares.)


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