Bibliografia catedra libre león trotsky módulo 1

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CATEDRA LIBRE LEÓN TROTSKY – Textos escenciales – Módulo I Contiene: LENIN 1) “Cartas desde lejos”, pag. 1. 2) “Telegrama a los bolcheviques que regresan a Rusia”, pag. 33 3) “Tesis de Abril”, pag. 34 4) “Los bolcheviques deben tomar el poder”, pag 38. 5) “El marxismo y la insurrección”, pag. 40 6) “Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado”, pag. 47 TROTSKY 1) HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN RUSA, Capítulo 1, “Las características del desarrollo de Rusia”, pag. 51 2) HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN RUSA, Capítulo XXIII, “La insurrección de Octubre”, pag. 62. 3) HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN RUSA, Capítulo XXIII, “El congreso de la dictadura soviética”, pag. 82. 4) ¿QUÉ FUE LA REVOLUCIÓN RUSA?, pag 114.

Lenin 1)

Vladimir

Ilich

Lenin,

Suiza

1917

“CARTAS

DESDE

LEJOS”

Primera carta[1] La primera etapa de la primera revolución[2] La primera revolución, engendrada por la guerra imperialista mundial[3], ha estallado. La primera revolución pero no la última, por cierto. A juzgar por la escasa información de que se dispone en Suiza, la primera etapa de esta primera revolución, o sea, de la Revolución Rusa del 1° de marzo de 1917, ha terminado. La primera etapa de nuestra revolución no será, por cierto, la última. ¿Cómo pudo ocurrir el “milagro” de que sólo en 8 días –período señalado por el señor Miliukov[4] en su presuntuoso telegrama a todos los representantes de Rusia en el extranjero- se desmoronara un monarquía que se había mantenido durante siglos y que, a pesar de todo, consiguió mantenerse durante los tres años de las tremendas batallas de clases de 1905 a 1907, que abarcaron todo el país? Los milagros no existen ni en la naturaleza ni en historia, pero todo viraje brusco de la historia, y esto se aplica a toda revolución, ofrece un contenido tan rico, descubre combinaciones tan inesperadas y peculiares de formas de lucha y de alineación de las fuerzas en pugna, que para la mente lega muchas cosas pueden parecer milagrosas. Para que la monarquía zarista pudiera desmoronarse en pocos días, fue necesaria la combinación de varios factores de importancia histórica mundial. Mencionaremos las principales.


Sin los tres años de tremendas batallas de clases, sin la energía revolucionaria desplegada por el proletariado ruso de 1905 a 1907, la segunda revolución no habría podido producirse tan rápidamente; en el sentido de que su etapa inicial culminó en pocos días. La primera revolución (1905[5]) removió profundamente el terreno, desarraigó prejuicios seculares, despertó a la vida y a la lucha política a millones de obreros y a decenas de millones de campesinos, reveló a unos y otros, y al mundo entero, el verdadero carácter de todas las clases (y de los principales partidos) de las sociedad rusa, la verdadera alineación de sus intereses, de sus fuerzas, de sus métodos de acción, de sus objetivos inmediatos y finales. La primera revolución y el subsiguiente período de contrarrevolución (1907-1914) pusieron al descubierto la verdadera naturaleza de la monarquía zarista, la llevaron a su “último extremo”, descubrieron toda su putrefacción e ignominia, el cinismo y la corrupción de la banda zarista dominada por ese monstruo de Rasputín[6]. Desenmascararon toda la ferocidad de la familia de los Románov, esos pogromistas[7] que anegaron a Rusia en sangre de judíos, de obreros, de revolucionarios, esos terratenientes, “los primeros entre sus pares”, poseedores de millones de desiatinas[8] de tierra, dispuestos a recurrir a cualquier atrocidad, a cualquier crimen, a arruinar y estrangular a cualquier cantidad de ciudadanos para resguardar el “sagrado derecho de propiedad” para ellos y para su clase. Sin la revolución de 1905-1907, y la contrarrevolución de 1907-1914, no habría sido posible una “autodefinición” tan clara de todas las clases del pueblo ruso y de todos los pueblos que habitan en Rusia, esa definición de la relación de esas clases, entre sí y con la monarquía zarista, que se puso de manifiesto durante los 8 días de la revolución de febrero-marzo de 1917. Esta revolución de 8 días fue, si puede permitirse una metáfora, “representada” después de una docena de ensayos parciales y generales; los “actores” se conocían, sabían sus papeles, conocían sus puestos y el decorado entonos sus detalles, a fondo, hasta los matices más o menos importantes de las tendencias políticas y de las formas de acción. Pues la primera gran revolución de 1905, denunciada como “una gran rebelión” por los Guchkov[9], Miliukov y sus acólitos, condujo doce años después, a la “brillante” y “gloriosa” revolución de 1917, que los Guchkov y los Miliukov calificaron de “gloriosa” porque los colocó (por el momento) en el poder. Pero esto necesitó un gran director de escena, vigoroso, omnipotente, capaz, por una parte, de acelerar extraordinariamete la marcha de la historia universal y, por otra, de engendrar una crisis mundial económica, política, nacional e internacional de una intensidad sin paralelo. Aparte de una aceleración extraordinaria de la historia universal, se necesitaba también que la historia hiciera virajes particularmente bruscos, para que la enlodada y sangrienta carreta de la monarquía de los Románov pudiera ser volcada de un golpe. Este director de escena omnipotente, este acelerador vigoroso fue la guerra mundial imperialista. Hoy ya no cabe duda de que la guerra es mundial, pues Estados Unidos y China están ya semicomprometidos hoy en ella, y mañana lo estarán totalmente. Tampoco cabe duda de que la guerra es imperialista por ambas partes. Sólo los capitalistas y sus acólitos, los socialpatriotas y los socialchovinistas o, si en lugar de definiciones críticas generales, empleamos nombres de políticos bien conocidos en


Rusia, sólo los Guchkov y los Lvov[10], los Miliukov y los Shingariov, por una parte, y los Gvózdiev, los Potrésov[11], los Chjenkeli, los Kerensky[12] y los Chjeídze[13], por la otra, pueden negar o callar este hecho. Tanto la burguesía alemana como la anglofrancesa hacen la guerra para saquear a otros países y estrangular a naciones pequeñas, para lograr supremacía financiera mundial y proceder a l reparto y redistribución de las colonias, y para salvar al agonizante régimen capitalista engañando y dividiendo a los obreros de los distintos países. La guerra imperialista tenía que -era objetivamente inevitable- acelerar extraordinariamente y recrudecer en grado nunca visto la lucha de clases del proletariado contra la burguesía; tenía que trasformarse en una guerra civil entre las clases enemigas. Esta trasformación comenzó con la revolución de febrero-marzo de 1917, cuya primera etapa fue señalada, en primer lugar, por el golpe conjunto infligido al zarismo por dos fuerzas: toda la Rusia burguesa y terrateniente con todos sus acólitos inconscientes y con todos sus dirigentes concientes, los embajadores y capitalistas franceses e ingleses, por una parte, y por otra, el Soviet de diputados obreros, que ha empezado a ganarse a los diputados soldados y campesinos. Estos tres campos políticos, estas tres fuerzas políticas fundamentales son: 1) la monarquía zarista, cabeza de los terratenientes feudales, de la vieja burocracia y de la casta militar; 2) la Rusia burguesa y terrateniente de los octubristas[14] y los kadetes, detrás de la cual se arrastra la pequeña burguesía (cuyos principales representantes son Kerensky y Chjeídze); 3) el Soviet de diputados obreros, que trata de que todo el proletariado y toda la masa de los sectores más pobres de la población se conviertan en aliados suyos. Estas tres fuerzas políticas fundamentales se manifestaron plenamente y con toda claridad, inclusive en los 8 días de la “primera etapa”, e inclusive para un observador tan alejado de la escena de los acontecimientos como está quien escribe estas líneas, que se ve obligado a contentarse con los escuetos telegramas de los periódicos extranjeros. Pero antes de tratar esto con mayores detalles, debo volver a la parte de mi carta dedicada a un factor de primordial importancia: la guerra imperialista mundial.La guerra ha eslabonado entre sí, con cadenas de hierro, a las potencias beligerantes, a los grupos capitalistas beligerantes, a los “amos” del sistema capitalista, a los propietarios de esclavos de la esclavitud capitalista. Un amasijo sanguinolento; tal es la vida social y política del momento histórico actual. Los socialistas que desertaron a las filas de la burguesía cuando comenzó la guerra, todos esos David y Scheidemann en Alemania, y los Plejánov-Potrésov-Gvózdiev y Cia. en Rusia, vociferaron durante mucho tiempo contra las “ilusiones” de los revolucionarios, contra las “ilusiones”del Manifiesto de Basilea, contra la “quimera”de transformar la guerra imperialista en guerra civil. Cantaron loas en todos los tonos a la fuerza, a la tenacidad y a la capacidad de adaptación supuestamente revelada por el capitalismo; ¡ellos, que ayudaron a los capitalistas a “adaptar”, domesticar, engañar y dividir a la clase obrera de los distintos países! Pero “quien ríe último ríe mejor”. La burguesía no consiguió aplazar por largo tiempo la crisis revolucionaria engendrada por la guerra. Esta crisis se agrava con una fuerza


irresistible en todos los países, empezando por la Alemania, la cual, según un observador que visitó ese país recientemente, sufre de un “hambre genialmente organizada”, y terminando con Inglaterra y Francia, donde el hambre también asoma, pero donde la organización es mucho menos “genial”. Era natural que la crisis revolucionaria estallara en primer lugar en la Rusia zarista, donde la desorganización era en extremo aterradora y el proletariado en extremo revolucionario (no en virtud de las cualidades especiales, sino debido a las tradiciones, aún vivas, de 1905). Esta crisis se precipitó por la serie e durísimas derrotas sufridas por Rusia y sus aliados. Las derrotas sacudieron todo el viejo mecanismo gubernamental y todo el viejo orden de cosas, y despertaron la cólera de todas las clases de la población contra ellos; exasperaron al ejército, liquidaron una gran parte del antiguo comando, compuesto por aristócratas reaccionarios y por elementos burócratas extraordinariamente corrompidos y fueron remplazados por un elenco joven, fresco, principalmente burgués, plebeyo y pequeño burgués. Aquellos que se rebajaban ante la burguesía o simplemente no tenían agallas, y que clamaban y vociferaban sobre el “derrotismo”, hoy se enfrentan con el hecho de la vinculación histórica entre la derrota de la más atrasada y bárbara monarquía zarista y el comienzo del incendio revolucionario. Pero mientras las derrotas al principio de la guerra fueron un factor negativo que precipitó la explosión, los vínculos entre el capital financiero anglo-francés, el imperialismo anglo-francés y el capital octubrista y kadete de Rusia fue un factor que aceleró esta crisis, mediante la organización directa de un complot contra Nicolás Románov. Por razones obvias, la prensa anglo-francesa silencia este aspecto, extraordinariamente importante, de la cuestión, mientras que la prensa alemana lo subraya con malicia. Nosotros, los marxistas, debemos enfrentar la verdad serenamente, sin dejarnos confundir ya sea con las mentiras, las melosas mentiras oficiales diplomáticas y ministeriales, del primer grupo de beligerantes imperialistas, o por las sonrisas disimuladas de sus rivales financieros y militares del otro grupo beligerante. Todo el curso de los sucesos en la revolución de febrero-marzo muestra claramente que las embajadas inglesa y francesa, con sus agentes y sus “vinculaciones”, que desde tiempo atrás estaban haciendo los más desesperados esfuerzos por impedir acuerdos “separados” y una paz por separado entre Nicolás II (y el último, esperamos, y haremos lo necesario para que así sea) y Guillermo II[15], organizaron directamente un complot en conjunto con los octubristas y los kadetes, con parte de los generales y del ejército y con los oficiales de la guarnición de Petersburgo con el claro propósito de deponer a Nicolás Románov. No acariciemos ninguna ilusión. No incurramos en el error de quienes –como algunos de los partidarios del CO o mencheviques, que vacilan entre la política de los GvózdievPotrésov y el internacionalismo, y que con demasiada frecuencia se deslizan al pacifismo pequeño burgués- están dispuestos ahora a exaltar el “acuerdo” entre el partido obrero y los kadetes, el “apoyo” del primero a los segundos, etc., etc. Conforme a la vieja doctrina (que nada tiene de marxista) que han aprendido de memoria, tratan de encubrir el complot tramado por los imperialistas anglo-franceses


con los Guchkov y los Miliukov dirigido a desplazar al “principal guerrero”, Nicolás Románov, y remplazarlo por guerreros más enérgicos, frescos y más capaces. Si la revolución triunfó tan rápida y radicalmente –en apariencia, a primera vista-, sólo se debe al hecho de que, como resultado de una situación histórica en extremo original, se unieron, en forma asombrosamente “armónica”, corrientes absolutamente diferentes, intereses de clase absolutamente heterogéneos, aspiraciones políticas y sociales absolutamente opuestas. Es decir, la conspiración de los imperialistas anglofranceses, que empujaron a Miliukov, Guchkov y Cía. a apoderarse del poder para continuar la guerra imperialista, con el objeto de conducirla aún con mayor encarnizamiento y tenacidad, con el objeto de asesinar a nuevos millones de obreros y campesinos rusos, para que los Guchkov puedan adueñarse de Constantinopla, los capitalistas franceses, de Siria, los capitalistas ingleses, de la Mesopotamia, etc. Esto por una parte. Y por la otra, había un profundo movimiento popular proletario y de masas de carácter revolucionario (un movimiento de todos los sectores más pobres de la población de la ciudad y del campo), por el pan, la paz y la verdadera libertad. Sería simplemente tonto hablar de que el proletariado revolucionario de Rusia “apoyara” al imperialismo kadete-octubrista, “remendado” con el dinero inglés, y tan abominable como el imperialismo zarista. Los obreros revolucionarios han estado destruyendo, han destruido ya en gran parte y destruirán la infame monarquía zarista hasta acabar con ella; no se entusiasman ni se desaniman por el hecho de que en determinadas coyunturas históricas, breves y excepcionales, los ayudó la lucha de los Buchanan, los Guchkov, los Miliukov y Cía., ¡a reemplazar un monarca por otro monarca, preferiblemente también un Romanov! Así y sólo así, se desarrolló la situación. Así y sólo así es la manera como puede considerar las cosas un político que no teme la verdad, que analiza con sensatez el equilibrio de las fuerzas sociales en la revolución, que aprecia cada “momento actual”, no sólo desde el punto de vista de todas sus peculiaridades presentes o del momento actual, sino también desde el punto de vista de las motivaciones fundamentales, de la más profunda relación de intereses del proletariado y de la burguesía, tanto en Rusia como en todo el mundo. Los obreros de Petrogrado, al igual que los obreros de toda Rusia, combatieron abnegadamente la monarquía zarista, lucharon por la libertad, por la tierra para los campesinos, por la paz, contra la matanza imperialista. El capital imperialista anglofrancés, para continuar e intensificar esa matanza, urdió intrigas palaciegas, conspiró con los oficiales de la guardia, instigó y alentó a los Guchkov y a los Miliukov, y organizó un nuevo gobierno completo que en la práctica tomó el poder no bien la lucha del proletariado asestó los primeros golpes al zarismo. Este nuevo gobierno, en el que Lvov y Guchkov, de los octubristas y del partido de la “Renovación pacífica”, cómplices ayer de Stolipin[16] el Verdugo, controlan cargos realmente importantes, cargos decisivos, el ejército y la burocracia, este gobierno, en el que Miliukov y el resto de los kadetes son más que nada figuras decorativas, rótulos cuya función es pronunciar sentimentales discursos académicos, y en el que el trudovique[17] Kerensky es una balalaika[18] con el sonido de cuyas cuerdas procuran engañar a los obreros y a los campesinos; ese gobierno no es una asociación accidental de personas.


Representan a la nueva clase que se ha encaramado al poder político de Rusia, la clase de los terratenientes capitalistas y de la burguesía que desde hace largo tiempo dirige económicamente nuestro país, y que durante la revolución de 1905-1907, durante la contrarrevolución de 1907-1914, y, finalmente, y con particular rapidez, durante la guerra de 1914 a 1917, se organizó políticamente con extraordinaria rapidez y pasó a controlar los gobiernos locales, la instrucción pública, congresos de todos género, la Duma, los comités de la industria de guerra, etc. Esta nueva clase estaba ya “casi completamente” en el poder para 1917, y por eso los primeros golpes fueron suficientes para que el zarismo se desmoronase y quedara libre el camino para la burguesía. La guerra imperialista, que exigió una increíble tensión de fuerzas, aceleró a tal extremo el proceso de desarrollo de la Rusia atrasada, que “de un solo golpe” (aparentemente de un solo golpe), hemos alcanzado a Italia, a Inglaterra y case a Francia. Hemos obtenido un gobierno “parlamentario”, de “coalición”, “nacional” (es decir, apto para continuar la matanza imperialista y para engañar al pueblo). Junto a este gobierno –que en lo que respecta a la guerra actual, no es más que el agente de la “firma” multimillonaria “Inglaterra y Francia”-, ha surgido el esencial, no oficial, aún no desarrollado y relativamente débil gobierno obrero, que expresa los intereses del proletariado y de todo el sector pobre de la población urbana y rural. Este gobierno es el Soviet de diputados obreros de obreros de Petrogrado, que procura establecer vínculos con los soldados y los campesinos, así como con los obreros agrícolas; más con estos últimos, por supuesto, que con los campesinos. Tal es la verdadera situación política que nosotros no debemos, ante todo, esforzarnos por finar con la máxima precisión y objetividad posibles, a fin de asentar la táctica marxista sobre la única base sólida posible, la base de los hechos.La monarquía zarista ha sido abatida, pero no definitivamente destruida. El gobierno burgués, octubristakadete, que quiere llevar la guerra imperialista “hasta el fin”, y que es en realidad el agente de la firma financiera “Inglaterra y Francia”, se ve obligado a prometer al pueblo el máximo de libertades y concesiones compatibles con el mantenimiento de su poder sobre el pueblo y con la posibilidad de continuar la matanza imperialista. El soviet de diputados obreros es una organización de los obreros, es el embrión de un gobierno obrero, el representante de los intereses de toda la masa del sector pobre de la población, es decir, de las nueve décimas partes de la población, que anhela la paz, el pan y la libertad. El conflicto de estas tres fuerzas determina la situación que ha surgido ahora, una situación de transición entre la primera etapa de la revolución y la segunda. El antagonismo entre la primera fuerza y la segunda no es profundo, es momentáneo, fruto solamente de la coyuntura actual del brusco viraje de los acontecimientos en la guerra imperialista. Todo el nuevo gobierno es monárquico, pues el republicanismo verbal de Kerensky simplemente no se puede tomar en serio, no es digno de un estadista, y objetivamente es una tramoya política. El nuevo gobierno que aún no ha asestado el golpe de gracia a la monarquía zarista, ya ha empezado a pactar con la dinastía terrateniente de los Románov. La burguesía de tipo octubrista-kadete necesita una monarquía para que sirva como cabeza de la burocracia y del ejército, para salvaguardar los privilegios del capital contra los trabajadores.


Quien diga que los obreros deben apoyar al nuevo gobierno en interés de la lucha contra la reacción zarista (y aparentemente esto han dicho los Potrésov, los Gvózdiev, Chjenkeli y también Chjeídze, pese a su ambigüedad), traiciona a los obreros, traiciona la causa del proletariado, la causa de la paz y de la libertad. Porque, en realidad, precisamente este nuevo gobierno ya está atado de pies y manos al capital imperialista, a la política imperialista de guerra y de rapiña; ya ha comenzado a pactar (¡sin consultar al pueblo!) con la dinastía; se encuentra ya empeñado en la restauración de la monarquía zarista; ya auspicia la candidatura de Mijáil Románov como nuevo reyezuelo; está ya tomando medidas para apuntalar el trono, para reemplazar la monarquía legítima (legal, basada en las viejas leyes) por una monarquía bonapartista, plebiscitaria (basada en un plebiscito fraudulento). ¡No, si se ha de luchar realmente contra la monarquía zarista, se ha de garantizar la libertad en los hechos, y no sólo de palabra, no sólo con las promesas versátiles de Miliukov y Kerensky; no son los obreros quienes deben apoyar al nuevo gobierno, sino es el gobierno quien de “apoyar” a los obreros! Porque la única garantía de libertad y de destrucción completa del zarismo reside en armar al proletariado, en consolidar, extender, desarrollar el papel, la importancia y la fuerza del soviet de diputados obreros. Todo lo demás es pura fraseología y mentiras, vanas ilusiones por parte de los politiqueros del campo liberal y radical, maquinaciones fraudulentas.Ayuden a armarse a los obreros, o al menos no estorben esta tarea, y la libertad será invencible en Rusia, la monarquía no podrá ser restaurada y la República se verá asegurada. De lo contrario, los Guchkov y los Miliukov restaurarán la monarquía y no otorgarán ninguna, absolutamente ninguna de las “libertades” por ellos prometidas. Todos los políticos burgueses en todas las revoluciones burguesas han “alimentado” a los pueblos y engañado a los obreros con promesas. La nuestra es una revolución burguesa, por consiguiente los obreros deben apoyar a la burguesía, dicen los Potrésov, los Gvózdiev y los Chjeídze, como ya lo dijera Plejánov. La nuestra es una revolución burguesa, decimos nosotros, los marxistas, por consiguiente los obreros deben abrir los ojos al pueblo para que vea el engaño de los politicastros burgueses, enseñarle a no creer en las palabras, a confiar únicamente en sus propias fuerzas, en su propia organización, en su propia unión, en sus propias armas. El gobierno de los octubristas y kadetes, de los Guchkov y los Miliukov no puedeaunque lo quisiese sinceramente (sólo los niños pueden creer que los Guchkov y Lvov son sinceros)-, no puede dar al pueblo ni paz, ni pan, ni libertad. No puede dar la paz, porque es un gobierno belicista, un gobierno para la continuación de la matanza imperialista, un gobierno de rapiña, empeñado en saquear Armenia, a Galitzia y Turquía, en anexarse Constantinopla, reconquistar Polonia, Curlandia, Lituania, etc. Es un gobierno que está atado de pies y manos al capital imperialista anglo-francés. El capital ruso no s más que una rama de la “firma” internacional que maneja centenares de miles de millones de rublos y que se llama “Inglaterra y Francia”. No puede dar pan, porque es un gobierno burgués. En el mejor de los casos puede dar al pueblo, como lo ha hecho Alemania, “un hambre genialmente organizada”. Pero el


pueblo no aceptará el hambre. Se enterará, y probablemente muy pronto, de que hay pan y de que es posible obtenerlo, pero únicamente con métodos que no respetan la santidad del capital y de la propiedad terrateniente. No pude dar libertad, porque es un gobierno terrateniente y capitalista, que teme al pueblo y que ya ha comenzado a pactar con la dinastía de los Románov. En otro artículo nos ocuparemos de los problemas tácticos de nuestra actitud inmediata hacia este gobierno. Explicaremos en él la originalidad de la situación actual, que es de transición de la primera etapa de la revolución a la segunda, y por qué la consigna, “la tarea del día”, en este momento debe ser: ¡Obreros! Ustedes han hecho prodigios de heroísmo proletario, el heroísmo del pueblo, en la guerra civil contra el zarismo. Ustedes deben hacer prodigios de organización del proletariado y de todo el pueblo para preparar el camino de la victoria en la segunda etapa de la revolución. Limitándonos por el momento a analizar la lucha de clases y la alineación de las fuerzas de clase en esta etapa de la revolución, debemos plantear aún el problema: ¿Quiénes son los aliados del proletariado en esta revolución? Tiene dos aliados: primero, la amplia masa de los semiproletarios y, en parte, también la masa de los pequeños campesinos que suman decenas de millones y constituyen la inmensa mayoría de la población de Rusia. Para esta masa son esenciales la paz, el pan, la libertad y la tierra. Es inevitable que, en cierta medida, esta masa sufra la influencia de la burguesía y, sobre todo de la pequeña burguesía, con la que tiene mayor afinidad por sus condiciones de vida, y que vacila entre la burguesía y el proletariado. Las duras lecciones de la guerra, que serán tanto más duras cuanto más enérgicamente continúen la guerra Guchkov, Lvov, Miliukov y Cía., empujarán inevitablemente a esta masa hacia el proletariado, la obligarán a seguirlo. Ahora debemos aprovechar la libertad relativa del nuevo régimen y los soviets de diputados obreros para esclarecer y organizar, sobre todo y por encima de todo a esta masa. Los soviets de diputados campesinos y los soviets de obreros agrícolas, esa es una de nuestras tareas más urgentes. A este respecto, nos esforzaremos no sólo porque los obreros agrícolas constituyan sus soviets propios, sino también porque los campesinos sin tierra y más pobres se organicen por separado, aparte de los campesinos acomodados. En la próxima carta nos ocuparemos de las tareas especiales y de las formas especiales de organización, que hoy son urgentemente necesarias. Segundo, el aliado del proletariado ruso es el proletariado de todos los países beligerantes y de todos los países en general. Hoy este aliado se encuentra en gran medida reprimido por la guerra y con demasiada frecuencia los socialchovinistas europeos hablan en su nombre, hombres que, como Plejánov, Gvózdiev y Potrésov en Rusia, han desertado a las filas de la burguesía. Pero cada mes de guerra imperialista ha ido liberando de su influencia al proletariado, y la revolución rusa acelerará inevitablemente este proceso en enormes proporciones. Con estos dos aliados, el proletariado, aprovechando las peculiaridades del actual momento de transición, puede y debe proceder, primero, a la conquista de una república democrática y de la victoria completa de los campesinos sobre los terrateniente, en lugar de la semimonarquía de Guchkov-Miliukov, y después, a la conquista del socialismo, lo único que puede dar a los pueblos, extenuados por la guerra, paz, pan y libertad. N. Lenin


Segunda carta[19] El nuevo gobierno y el proletariado El principal documento de que dispongo hoy (8 [21] de marzo) es un número del 16/3 del periódico inglés más conservador y burgués, el Times, con una tanda de noticias sobre la revolución en Rusia. Está claro que sería difícil encontrar una fuente mejor dispuesta -para decirlo con suavidad- hacia el gobierno de Guchkov y Miliukov. El corresponsal de este diario informa desde Petersburgo el miércoles 1 (14) de marzo, cuando aún existía el primer Gobierno Provisional, es decir, el Comité Ejecutivo de la Duma, compuesto por trece miembros, encabezado por Rodzianko[20] y que incluye a dos “socialistas”, como dice el periódico, Kerensky y Chjeídze: “Un grupo de 22 miembros electos de la Cámara Alta [Consejo de Estado] -incluyendo a Guchkov, Stájovich, el Príncipe Trubetskói, el profesor Vasíliev, Grimm y Vernadskienvió ayer un telegrama al zar”, rogándole que, para salvar la “dinastía”, etc., etc., convocase la Duma y designase un jefe de gobierno que gozara de la “confianza de la nación”. “En el momento de despachar este telegrama, aún no se sabe -dice el corresponsal- qué resolverá el emperador cuando llegue hoy; pero una cosa es indudable. Si su majestad no accede inmediatamente a los deseos de los elementos más moderados entre sus fieles súbditos, la influencia que hoy ejerce el Comité Provisional de la Duma Imperial pasará íntegramente a manos de los socialistas, que quieren establecer una república, pero que son incapaces de instituir ningún tipo de gobierno de orden y que precipitarían inevitablemente el país en la anarquía en el interior y el desastre en el exterior”. ¡Qué sagacidad política, y qué claridad revela esto! ¡Qué bien comprende este inglés que piensa como los Guchkov y los Miliukov (si es que no los dirige), la alineación de fuerzas e intereses de clase! “Los elementos más moderados entre sus fieles súbditos”, es decir, los terratenientes y capitalistas monárquicos desean asir el poder, pues comprenden perfectamente que, de no ocurrir así, la "influencia" pasará a manos de los “socialistas”. ¿Por qué los “socialistas” y no otro cualquiera? Porque el guchkovista inglés comprende perfectamente que en la arena política no hay ni puede haber otra fuerza social. La revolución fue obra del proletariado. Éste dio muestras de heroísmo; derramó su sangre: arrastró tras de sí a las más amplias masas de trabajadores y de pobres; exige pan, paz y libertad; exige una república y simpatiza con el socialismo. Pero un puñado de terratenientes y capitalistas, encabezados por los Guchkov y los Miliukov, quieren burlar la voluntad, o los anhelos, de la inmensa mayoría de la población, y pactar con la monarquía tambaleante, apuntalarla, salvarla: designe a Lvov y Guchkov su majestad y nosotros estaremos con la monarquía, contra el pueblo. ¡Éste es el sentido íntegro, la esencia de la política del nuevo gobierno! Pero, ¿cómo justificar el fraude, el engaño al pueblo, la burla de la voluntad de la inmensa mayoría de la población? Calumniando al pueblo, el viejo y eternamente nuevo método de la burguesía. Y el guchkovista inglés calumnia, increpa, escupe y masculla: ¡¡“anarquía en el interior, desastre en el exterior”, ningún “gobierno de orden”!! ¡Esto es mentira, honorable guchkovista!


Los obreros quieren una república, y una república es un gobierno más “de orden” que la monarquía. ¿Qué garantía tiene el pueblo de que el segundo Románov no se procurará un segundo Rasputín? El desastre lo provocará precisamente la continuación de la guerra, es decir, el nuevo gobierno precisamente. Sólo una república proletaria, respaldada por los obreros agrícolas y el sector más pobre de los campesinos y de los habitantes de la ciudad, puede asegurar la paz, brindar pan, orden y libertad. Todos los gritos sobre la anarquía no son más que una pantalla para ocultar los mezquinos intereses de los capitalistas, que desean beneficiarse con la guerra, con los empréstitos de guerra, que desean restaurar la monarquía contra el pueblo. Ayer -continúa el corresponsal- el Partido Socialdemócrata lanzó una proclama de un carácter en extremo sedicioso, que se difundió por toda la ciudad. Ellos (es decir el Partido Socialdemócrata) son simples doctrinarios, pero en los tiempos que corren pueden causar un daño inmenso. Los señores Kerensky y Chjeídze, quienes comprenden que no pueden esperar evitar la anarquía sin el apoyo de los oficiales y los elementos más moderados del pueblo, deben tener en cuenta a sus socios menos prudentes, e insensiblemente son llevados a asumir una actitud que complica la tarea del Comité provisional... ¡Oh, gran diplomático inglés guchkovista! ¡Cuán "imprudentemente" ha dejado escapar usted la verdad! “El Partido Socialdemócrata” y sus “socios menos prudentes”, a quienes Kerensky y Chjeídze “deben tener en cuenta” son, evidentemente, el Comité Central, o el Comité de Petersburgo de nuestro partido, que fue renovado en la Conferencia de enero de 1912, esos mismos “bolcheviques” a quienes la burguesía lanza siempre el término injurioso de “doctrinarios”, debido a su fidelidad a la “doctrina”, es decir, a los fundamentos, los principios, las enseñanzas, los objetivos del socialismo. Está claro que el guchkovista inglés aplica los términos injuriosos de sedicioso y doctrinario al llamamiento[21] y al proceder de nuestro partido, que insta a luchar por una república, por la paz, por la total destrucción de la monarquía zarista, por el pan para el pueblo. El pan para el pueblo y la paz: eso es sedición, pero carteras ministeriales para Guchkov y Miliukov, eso es “orden”. ¡Viejos y conocidos discursos! ¿Cuál es, entonces, la táctica de Kerensky y de Chjeídze, según el guchkovista inglés? La vacilación: por una parte, el guchkovista los elogia: “comprenden” (¡excelentes muchachos! ¡inteligentes!) que sin el “apoyo” de los oficiales del ejército y de los elementos más moderados no se puede evitar la anarquía (en cambio nosotros siempre hemos pensado, de acuerdo con nuestra doctrina, con las enseñazas del socialismo, que son precisamente los capitalistas quienes introducen la anarquía y la guerra en la sociedad humana, ¡que sólo el paso de todo el poder político al proletariado y a los sectores más pobres del pueblo puede librarnos de la guerra, de la anarquía y del hambre!) Por otra parte Kerensky y Chjeídze “deben tener en cuenta a sus socios menos prudentes”, es decir, a los bolcheviques, al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, renovado y unido por el Comité Central.


¿Cuál es la fuerza que obliga a Kerensky y Chjeídze a “tener en cuenta” al partido bolchevique, al que jamás pertenecieron, al que ellos mismos o sus representantes literatos (socialistas revolucionarios, socialistas populares, los mencheviques del CO, etc.) siempre han injuriado, condenado, denunciado como un círculo clandestino insignificante, como una secta de doctrinarios, etc., etc.? ¿Dónde y cuándo ha ocurrido que en tiempos de revolución, en tiempos en que la acción de masas es lo predominante, políticos cuerdos deban tener en cuenta a “doctrinarios”? Nuestro pobre guchkovista inglés se ha hecho un lío, no ha podido dar un argumento lógico, no ha sabido decir ni una mentira completa ni la verdad completa: simplemente ha mostrado la oreja. Kerensky y Chjeídze se han visto obligados a tener en cuenta al Partido Socialdemócrata del Comité Central debido a la influencia que éste ejerce sobre el proletariado, sobre las masas. Nuestro partido estuvo siempre ligado a las masas, al proletariado revolucionario, a pesar del arresto y la deportación de nuestros diputados a Siberia ya en 1914, a pesar de las terribles persecuciones y detenciones de que fue objeto nuestro Comité de Petersburgo por su actividad clandestina durante la guerra, contra la guerra y contra el zarismo. “Los hechos son obstinados”, reza un dicho inglés. ¡Permítame que se lo recuerde, mi muy estimado guchkovista ingles! Que nuestro partido dirigió a los obreros de Petersburgo, o por lo menos les prestó una ayuda abnegada en los grandes días de la revolución, es un hecho que se ha visto obligado a reconocer el “propio” guchkovista inglés. E igualmente, se ha visto obligado a reconocer el hecho de que Kerensky y Chjeídze vacilan entre la burguesía y el proletariado. Los partidarios de Gvózdiev, los “defensistas”, esto es, los socialchovinistas, es decir, los defensores de la guerra imperialista, de rapiña, hoy siguen completamente a la burguesía; Kerensky, al entrar en el gabinete, es decir, en el segundo Gobierno provisional, también se ha pasado totalmente a la burguesía; Chjeídze no; Chjeídze continúa vacilando entre el Gobierno provisional de la burguesía, los Guchkov y los Miliukov, y el “gobierno provisional” del proletariado y de las capas más pobres del pueblo, el soviet de diputados obreros y el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia unido por el Comité Central. La revolución ha confirmado, por consiguiente, lo que nosotros afirmábamos con particular insistencia cuando instábamos a los obreros a establecer con claridad la diferencia de clase entre los principales partidos y las principales tendencias dentro del movimiento obrero y en la pequeña burguesía; ha confirmado lo que dijimos nosotros, por ejemplo, en el núm. 47 del Sotsial-Demokrat de Ginebra hace casi año y medio, el 13 de octubre de 1915: “Seguimos creyendo que los socialdemócratas pueden aceptar participar en un Gobierno provisional revolucionario, junto con la pequeña burguesía democrática, pero no con los revolucionarios chovinistas. Consideramos revolucionarios chovinistas a los que quieren vencer al zarismo para vencer a Alemania, para expoliar a otros países, para afianzar la dominación de los gran rusos sobre los otros pueblos de Rusia, etc. La base del chovinismo revolucionario es la situación de clase de la pequeña burguesía. Ésta vacila siempre entre la burguesía y el proletariado. Ahora vacila entre el chovinismo (que le impide ser consecuentemente revolucionaria, aun en el sentido de la revolución democrática) y el internacionalismo proletario. Los portavoces


políticos de esta pequeña burguesía en Rusia son actualmente los trudoviques, los socialistas revolucionarios, Nasha Zariá[22] (ahora Dielo), el grupo de Chjeídze, el CO, el señor Plejánov y otros por el estilo. Si los revolucionarios chovinistas triunfaran en Rusia, estaríamos contra la defensa de su “patria” en la guerra actual. Nuestra consigna es: contra los chovinistas, aunque sean revolucionarios y republicanos; contra ellos y por la alianza del proletariado internacional con vistas a la revolución socialista”*[23]. Pero, volvamos al guchkovista inglés. Comprendiendo el peligro que amenaza -continúa el guchkovista-, el Comité provisional de la Duma Imperial se ha abstenido intencionadamente de llevar a cabo su plan original de detener a los ministros, aunque podría haberlo hecho ayer con muy poca dificultad. Por lo tanto, la puerta ha quedado abierta para negociaciones, gracias a lo cual nosotros (“nosotros” = capital financiero e imperialismo ingleses) podremos obtener todos los beneficios del nuevo régimen sin pasar por la terrible prueba Comuna y la anarquía de una guerra civil.... Los partidarios de Guchkov estaban de acuerdo con una guerra civil con la cual ellos pudieran beneficiarse, pero están contra la guerra civil con la cual el pueblo, es decir, la real mayoría de los trabajadores, puede beneficiarse. “... Las relaciones entre el Comité provisional de la Duma, que representa a toda la nación (¡decir esto del Comité de la IV Duma terrateniente y capitalista!) y el Consejo de diputados obreros, que representa exclusivamente intereses de clase (éste es el lenguaje de un diplomático que ha escuchado palabras sabias con un oído y desea ocultar el hecho de que el Soviet de diputados obreros representa al proletariado y a los pobres, es decir los 9/10 de la población), pero que en una crisis como la actual adquiere enorme poder, han suscitado no pocos recelos entre hombres razonables respecto de la posibilidad de un conflicto entre unos y otros, cuyos resultados podrían ser demasiado terribles. “Felizmente, este peligro ha sido conjurado, al menos por el momento (¡obsérvese este “al menos”!), gracias a la influencia de señor Kerensky, joven abogado con grandes dotes oratorias que comprende claramente (¿a diferencia de Chjeídze, que también “comprendió”, aunque, por lo visto, con menos claridad, según nuestro guchkovista?) la necesidad de colaborar con el Comité en interés de sus electores obreros (es decir, para asegurarse los votos de los obreros, para coquetear con ellos). Hoy (miércoles 1º de marzo [14]) se ha concluido un acuerdo satisfactorio[24], por el cual se evitará toda fricción innecesaria.” Qué acuerdo fue ése, si fue realizado con todo el Soviet de diputados obreros y en qué términos, eso no lo sabemos. Esta vez el guchkovista inglés nada dice sobre este punto fundamental. ¡Es lógico! ¡A la burguesía no le conviene que esos términos sean claros y precisos, que los conozca todo el mundo, pues entonces le sería más difícil violarlos! Ya había escrito las líneas anteriores, cuando leí dos noticias muy importantes. En primer lugar, el texto del manifiesto del Soviet de diputados obreros llamando a “apoyar” al nuevo gobierno, publicado el 20/3 en Le Temps[25], el periódico parisiense más conservador y burgués, y, en segundo lugar, un extracto del discurso pronunciado el 1 (14) de marzo por Skobelev[26] en la Duma del Estado, reproducido en un


periódico de Zurich (el Neue Zürcher Zeitung, 1 Mit.-bl., 21/3) que lo tomó de un periódico berlinés (el National-Zeitung). El Manifiesto del Soviet de diputados obreros, si el texto no ha sido falseado por los imperialistas franceses, es un documento notable. Muestra que el proletariado de Petersburgo se hallaba, por lo menos cuando fue lanzado el Manifiesto, bajo la influencia predominante de los políticos pequeño burgueses. Recuérdese que incluyo en esta categoría de políticos, como lo he señalado anteriormente, a gente del tipo de Kerensky y de Chjeídze. En el Manifiesto vemos dos ideas políticas y dos consignas que corresponden a ellas. Primero. El Manifiesto dice que el gobierno (el nuevo gobierno) está compuesto por “elementos moderados”. Extraña definición y de ninguna manera completa, de carácter puramente liberal, no marxista. También yo estoy dispuesto a admitir que en cierto sentido -en mi próxima carta especificaré en qué sentido precisamente- ahora, una vez completada la primera etapa de la revolución, todo gobierno debe ser “moderado”. Pero es absolutamente inadmisible ocultar a uno mismo y al pueblo que este gobierno quiere continuar la guerra imperialista; que es un agente del capital inglés; que quiere restaurar la monarquía y fortalecer la dominación de los terratenientes y capitalistas. El Manifiesto declara que todos los demócratas deben “apoyar” al nuevo gobierno y que el Soviet de diputados obreros suplica a Kerensky que participe en el Gobierno provisional y lo autoriza a ello. Las condiciones: llevar a la práctica las reformas prometidas ya durante la guerra, garantías para el “libre desarrollo cultural” (¿¿sólo??) de las nacionalidades (programa puramente kadete, miserablemente liberal), y la creación de un comité especial compuesto por miembros del Soviet de diputados obreros y por “militares” encargado de supervisar las actividades del Gobierno provisional. De este Comité supervisor, que entra dentro de la segunda categoría de ideas y consignas, hablaremos especialmente más adelante. La designación de un Louis Blanc ruso, Kerensky, y el llamado a apoyar al nuevo gobierno son, se puede decir, un ejemplo clásico de traición a la causa de la revolución y a la causa del proletariado, traición que condenó a muerte a muchas revoluciones del siglo XIX, independientemente de lo sinceros y leales al socialismo que hayan sido los dirigentes y los partidarios de tal política. El proletariado no puede y no debe apoyar a un gobierno de guerra, a un gobierno de restauración. Para combatir la reacción, para rechazar todas las posibles y probables tentativas de los Románov y de sus amigos de restaurar la monarquía y organizar un ejército contrarrevolucionario, es necesario, no apoyar a Guchkov y Cía., sino organizar, engrandecer y fortalecer una milicia proletaria, armar al pueblo bajo la dirección de los obreros. Sin esta medida principal, básica, radical, no se puede ni hablar de ofrecer una resistencia seria a la restauración de la monarquía y a los intentos de anular o cercenar las libertades prometidas, o de marchar firmemente por el camino que dará al pueblo pan, paz y libertad.


Si es cierto que Chjeídze, que con Kerensky era miembro del primer Gobierno provisional (Comité de la Duma de los trece), se abstuvo de participar en el segundo Gobierno provisional por consideraciones de principio como las mencionadas más arriba o de un carácter similar, eso le hace honor. Hay que decirlo francamente. Por desgracia, tal interpretación está en contradicción con los hechos, sobre todo con el discurso de Skobelev, que siempre ha estado de acuerdo con Chjeídze. Skobelev dijo, si se puede confiar en la fuente antes mencionada, que “el grupo social (¿? evidentemente el socialdemócrata) y los obreros tienen un leve contacto (tienen poca afinidad) con los objetivos del Gobierno provisional”; que los obreros reclaman la paz y que, si la guerra continúa, de todos modos se producirá el desastre en la primavera, que “los obreros han concertado con la sociedad (la sociedad liberal) un acuerdo temporal (eine vorläufge Waffenfreundschaft), aunque sus objetivos políticos están tan distantes de los objetivos de la sociedad como la tierra del cielo”; que “los liberales deben renunciar a los insensatos (unsinnige) objetivos de la guerra”, etc., etc. Este discurso es un ejemplo de lo que más arriba llamamos, en el extracto del SotsialDemokrat, “oscilar” entre la burguesía y el proletariado. Los liberales, mientras sean liberales, no pueden “renunciar” a los “insensatos” objetivos de la guerra, que, entre paréntesis, no los determinan ellos solos, sino el capital financiero anglo-francés, una potencia mundial cuya fuerza se mide en centenares de miles de millones. La tarea no consiste en “persuadir” a los liberales, sino explicar a los obreros por qué los liberales se encuentran en un callejón sin salida, por qué se ven ellos atados de pies y manos, por qué ocultan tanto los tratados concertados por el zarismo con Inglaterra, y otros países, como los pactos secretos entre el capital ruso y el anglo-francés, etc. Si Skobelev dice que los obreros han concertado un acuerdo con la sociedad liberal, no importa de qué tipo, y puesto que no protesta contra él, no explica desde la tribuna de la Duma cuán perjudicial es para los obreros, quiere decir, entonces, que él aprueba ese acuerdo. Y eso es exactamente, lo que no debió hacer. La aprobación directa o indirecta de Skobelev, claramente expresada o tácita, del acuerdo del Soviet de diputados obreros con el Gobierno provisional, señala la oscilación de Skobelev hacia la burguesía. La afirmación de Skobelev de que los obreros reclaman la paz, de que sus objetivos están tan distantes de los objetivos de los liberales como la tierra del cielo, señala la oscilación de Skobelev hacia el proletariado. Puramente proletaria, auténticamente revolucionaria y profundamente acertada por su concepción es la segunda idea política que contiene el Manifiesto del Soviet de diputados obreros que estamos estudiando, es decir, la idea de constituir un "Comité supervisor" (no sé si es precisamente así como se llama en ruso, yo traduzco libremente del francés), de supervisión del gobierno provisional por obreros y soldados. ¡Eso sí que está bien! ¡Eso sí que es digno de los obreros, que han derramado su sangre por la libertad, la paz y pan para el pueblo! ¡Es un paso real hacia garantías reales contra el zarismo, contra la monarquía y contra los monárquicos Guchkov, Lvov y Cía! ¡Es indicio de que el proletariado ruso, a pesar de todo, ha ido más allá que el proletariado francés en 1848, cuando “dio plenos poderes” a Louis Blanc! Es prueba de


que el instinto y la razón de las masas proletarias no se dan por satisfechos con declamaciones, exclamaciones, promesas de reformas y de libertades, con el título de “ministro facultado por los obreros” y oropeles similares, sino que buscan un apoyo sólo allí donde deben hallarlo, en las masas populares armadas, organizadas y dirigidas por el proletariado, los obreros con conciencia de clase. Éste es un paso por el buen camino, pero sólo el primer paso. Si este “Comité supervisor” se limita a ser una institución parlamentaria de tipo puramente político, un comité que “formulará preguntas” al Gobierno provisional y recibirá respuestas de él, entonces no será más que un juguete, no será nada. Por el contrario, si se orienta inmediatamente y a pesar de todos los obstáculos, a organizar una milicia obrera o una guardia obrera interna, en la que participe efectivamente todo el pueblo, todos los hombres y mujeres, que no sólo remplace la policía exterminada y dispersada, que no sólo haga imposible el restablecimiento de ésta por ningún gobierno, monárquico constitucional o republicano democrático, tanto en Petersburgo como en cualquier otro lugar de Rusia, entonces los obreros avanzados de Rusia habrán emprendido realmente el camino hacia nuevas y grandes victorias, el camino hacia la victoria sobre la guerra, hacia la realización de la consigna que, como informan los periódicos, engalanaba las banderas de las tropas de caballería que desfilaron en Petersburgo, en la plaza frente a la Duma del Estado. “¡Vivan las repúblicas socialistas de todos los países!” En la carta próxima expondré mis ideas sobre esta milicia obrera. Trataré de demostrar en ella, por una parte, que la creación de una milicia que abarque a todo el pueblo, y dirigida por los obreros es la justa consigna del momento, la que responde a las tareas tácticas del original período de transición que atraviesa la revolución rusa (y la revolución mundial), y por otra parte, que, para que sea fructífera, esta milicia obrera debe, en primer lugar, abarcar a todo el pueblo, debe ser una organización de masas hasta llegar a ser universal, debe abarcar realmente a toda la población físicamente apta de ambos sexos, y, en segundo lugar, debe combinar no sólo funciones puramente policiales, sino todas las de interés para el Estado con las funciones militares y con el control de la producción social y la distribución.

N. Lenin Zurich, 22 (9) de marzo de 1917.

P. S. - Me olvidé de fechar mi carta precedente, del 20 (7) de marzo.

Tercera carta [27] A propósito de una milicia proletaria La conclusión a que llegué ayer sobre la táctica vacilante de Chjeídze ha sido plenamente confirmada hoy, 10 (23) de marzo, por dos documentos. Primero, un


telegrama de Estocolmo en la Frankfurter Zeitung con extractos del manifiesto del Comité Central de nuestro Partido, el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, de Petersburgo. En este documento no se dice ni palabra sobre si apoyar o derrocar al gobierno Guchkov; en él se llama a los obreros y a los soldados a organizarse en torno del Soviet de diputados obreros, a enviar a él a sus representantes para luchar contra el zarismo y por una república, por la jornada de 8 horas, por la confiscación de las tierras de los terratenientes y de las existencias de cereales y, sobre todo, por el fin de la guerra de rapiña. Al respecto, es particularmente importante y particularmente apremiante la opinión absolutamente correcta de nuestro Comité Central, de que para obtener la paz, es preciso establecer relaciones con los proletarios de todos los países beligerantes. Esperar la paz de negociaciones y de relaciones entre los gobiernos burgueses sería un autoengaño y un engaño al pueblo. El segundo documento es otra noticia de Estocolmo, también comunicada por telégrafo, a otro periódico alemán (Periódico de Voss) [28], sobre una conferencia entre el grupo de Chjeídze en la Duma, el Grupo del Trabajo (¿Arbeiterfraction?) y los representantes de 15 sindicatos obreros el 2 (15) de marzo y sobre un manifiesto publicado al día siguiente. De los once puntos de este manifiesto, el telegrama trascribe sólo tres: el primero, la exigencia de una república; el séptimo, la exigencia de paz e inmediatas negociaciones de paz, y el tercero, la exigencia de “una adecuada participación en el gobierno de representantes de la clase obrera rusa”. Si este punto está trascrito correctamente, comprendo por qué la burguesía elogia a Cheídze. Comprendo por qué al elogio, más arriba citado, de los guchkovistas ingleses en el Times se ha sumado el elogio de los guchkovistas franceses en Le Temps. Este periódico de los millonarios e imperialistas franceses decía el 22/3: “Los dirigentes de los partidos obreros, y sobre todo el señor Chjeídze, ejercen toda su influencia para moderar los deseos de las clases trabajadoras.” En efecto, reclamar la “participación” de los obreros en el gobierno Guchkov-Miliukov es un absurdo teórico y político: participar como minoría, equivaldría a ser un simple peón; participar en “pie de igualdad”, es imposible porque no se puede conciliar la exigencia de continuar la guerra con la exigencia de concertar un armisticio e iniciar negociaciones de paz; para “participar” como mayoría sería necesario contar con fuerza suficiente para derrocar al gobierno Guchkov-Miliukov. En la práctica, exigir la “participación” es caer en la peor especie de blanquismo[29], es decir, olvidar la lucha de clases y las condiciones reales en que se libra, entusiasmarse con frases enteramente vacías, sembrar ilusiones entre los obreros, perder un tiempo precioso en negociaciones con Miliukov o con Kerensky, que debería emplearse para crear una fuerza verdaderamente de clase y revolucionaria, una milicia proletaria, capaz de inspirar confianza a todas las capas pobres de la población -que constituyen la inmensa mayoría-, que las ayude a organizarse y a luchar por el pan, la paz y la libertad. Este error del manifiesto de Chjeídze y de su grupo (no hablo del partido del CO, del Comité de Organización, pues en las fuentes de que dispongo no se dice ni palabra del CO), este error es tanto más extraño por cuanto Skobelev, el colaborador más cercano de Chjeídze, en la conferencia del 2 (15) de marzo, dijo, según los periódicos: “Rusia se halla en vísperas de una segunda, de una verdadera (wirklich) revolución.”


Esta es una verdad de la cual Skobelev y Chjeídze han olvidado sacar conclusiones prácticas. No puedo juzgar desde aquí, desde mi maldita lejanía, hasta qué punto es inminente esta segunda revolución. Por estar en el lugar de los hechos, Skobelev puede apreciar mejor las cosas. Por consiguiente, no me planteo problemas para cuya solución no dispongo ni puedo disponer de los datos concretos necesarios. Me limito a subrayar la confirmación de Skobelev, un “testigo imparcial”, es decir, que no pertenece a nuestro partido, de la conclusión real, a que llegué en mi primera carta, es decir: que la revolución de febrero-marzo no ha sido más que la primera etapa de la revolución. Rusia atraviesa un momento histórico muy peculiar de transición a la próxima etapa de la revolución o, para emplear las palabras de Skobelev, a la “segunda revolución”. Si queremos ser marxistas y sacar enseñanzas de la experiencia de las revoluciones del mundo entero, debemos esforzarnos por comprender en qué consiste precisamente la peculiaridad de este momento de transición y qué táctica se desprende de sus características específicas objetivas. La peculiaridad de la situación consiste en que el gobierno Guchkov-Miliukov obtuvo la primera victoria con extraordinaria facilidad, gracias a las siguientes tres circunstancias principales: 1) la ayuda del capital financiero anglo-francés y de sus agentes; 2) la ayuda de parte de los altos mandos del ejército; 3) la organización ya existente de toda la burguesía rusa en los zemstvos, en los municipios, en la Duma del Estado, en los comités de la industria de guerra, etc. El gobierno Guchkov está apresado en un cepo: atado por los intereses del capital, se ve obligado a esforzarse por continuar la guerra de rapiña y de saqueo, a proteger los escandalosos beneficios del capital y de los terratenientes, a restaurar la monarquía. Atado por su origen revolucionario y por la necesidad de un brusco cambio del zarismo a la democracia, presionado por las masas que tienen hambre de pan y hambre de paz, el gobierno se ve obligado a mentir, a maniobrar, a ganar tiempo, a “proclamar” y prometer lo más posible (las promesas son lo único barato, incluso en un período de ascenso desenfrenado de los precios) y a hacer lo menos posible, a hacer concesiones con una mano y a birlarlas con la otra. En determinadas condiciones, el nuevo gobierno puede, como mucho, aplazar un poco su derrumbe, apoyándose en toda la capacidad de organización de la burguesía rusa y de la intelectualidad burguesa. Pero aun así es incapaz de evitar el derrumbe, porque es imposible escapar a las garras del monstruo espantoso alimentado por el capitalismo mundial -la guerra imperialista y el hambre- sin renunciar a las relaciones burguesas, sin tomar medidas revolucionarias, sin apelar al supremo heroísmo histórico del proletariado ruso e internacional. De ahí la conclusión: no podemos derribar al nuevo gobierno de un solo golpe, y si pudiésemos (en épocas revolucionarias los límites de lo posible se amplían mil veces), no estaríamos en condiciones de conservar el poder a menos que opusiéramos a la magnífica organización de toda la burguesía rusa y de toda la intelectualidad burguesa una no menos magnífica organización del proletariado, que deberá dirigir a toda la


inmensa masa de pobres de la ciudad y del campo, el semiproletariado y los pequeños propietarios. Ya sea que la “segunda revolución” haya estallado ya en Petersburgo (he dicho que sería totalmente absurdo pensar que es posible desde el extranjero, determinar el ritmo real con que madura), que haya sido aplazada por un tiempo o haya comenzado ya en algunas regiones aisladas (de lo cual hay signos evidentes), de cualquier modo, la consigna del momento, en vísperas de la nueva revolución, durante ella o inmediatamente después de ella, debe ser organización proletaria. Camaradas obreros! Han realizado ustedes prodigios de heroísmo proletario ayer, al derrocar a la monarquía zarista. En un futuro más o menos cercano (quizás incluso ahora, mientras escribo estas líneas), tendrán que realizar otra vez idénticos prodigios de heroísmo para derribar el dominio de los terratenientes y los capitalistas, que hacen la guerra imperialista. ¡No podrán lograr ustedes una victoria duradera en esta próxima y “verdadera”, revolución, si no se realizan prodigios de organización proletaria! Organización, es la consigna del momento. Pero limitarse a esto equivaldría a no decir nada, porque por una parte, la organización es siempre necesaria; por tanto, referirse solamente a la necesidad de “organizar a las masas” no explica absolutamente nada; por otra parte, quien sólo se limita a ello, se convierte en cómplice de los liberales, porque lo que los liberales desean precisamente, para consolidar su dominación, es que los obreros no traspasen los límites de sus organizaciones corrientes, “legales” (desde el punto de vista de la sociedad burguesa “normal”), es decir, que los obreros se incorporen solamente a su partido, a su sindicato, a su cooperativa, etc., etc. Guiados por su instinto de clase, los obreros han comprendido que en un período revolucionario necesitan organizaciones no sólo corrientes, sino completamente diferentes, y han emprendido con acierto el camino señalado por la experiencia de nuestra revolución de 1905 y de la Comuna de París de 1871; han creado un soviet de diputados obreros, han comenzado a desarrollarlo, ampliarlo y fortalecerlo, atrayendo a él a diputados de los soldados y, sin duda alguna, a diputados de los asalariados rurales y, además (en una u otra forma) de todos los campesinos pobres. La principal tarea, la más importante, y que no puede ser postergada, es crear organizaciones de ese tipo en todos los lugares de Rusia sin excepción, para todos los gremios y todas las capas de la población proletaria y semiproletaria sin excepción, es decir, para todos los trabajadores y todos los explotados, para emplear un término menos exacto desde el punto de vista de la economía, pero más popular. Señalaré, anticipándome, que nuestro partido (espero poder ocuparme en una de mis próximas cartas de su papel especial en el nuevo tipo de organizaciones proletarias) debe recomendar especialmente a toda la masa campesina que organice soviets de trabajadores asalariados y soviets de pequeños agricultores que no venden su cereal, independientemente de los campesinos ricos. Sin esta condición será en general[30] imposible, tanto aplicar una auténtica política proletaria, como abordar con acierto la cuestión práctica en extremo importante, que es cuestión de vida o muerte para millones de hombres: la justa distribución de los cereales, el aumento de su producción, etc.


Surge la pregunta: ¿Cuál debe ser la función de los soviets de diputados obreros? “Deben ser considerados como los órganos de la insurrección, como los órganos del poder revolucionario”, decíamos en el número 47 del Sotsial-Demokrat de Ginebra, el 13 de octubre de 1915. Esta proposición teórica, deducida de la experiencia de la Comuna de París de 1871 y de la revolución rusa de 1905, debe ser explicada y desarrollada concretamente basándose en la experiencia práctica, precisamente de la etapa actual, de la actual revolución en Rusia. Necesitamos un gobierno revolucionario, necesitamos (durante un cierto período de transición) un Estado. Esto es lo que nos distingue de los anarquistas. La diferencia entre los marxistas revolucionarios y los anarquistas, no sólo consiste en que los primeros son partidarios de la gran producción comunista centralizada, mientras que los segundos son partidarios de la pequeña producción dispersa. No, la diferencia entre nosotros, precisamente en la cuestión del gobierno, del Estado, consiste en que nosotros estamos por la utilización revolucionaria de formas revolucionarias de Estado en la lucha por el socialismo y los anarquistas están en contra. Necesitamos un Estado. Pero no la clase de Estado que ha creado la burguesía en todas partes, desde las monarquías constitucionales hasta las repúblicas más democráticas. Y en ello nos distinguimos de los oportunistas y de los kautskistas[31] de los viejos y decadentes partidos socialistas, que han deformado u olvidado las enseñanzas de la Comuna de París y el análisis que de estas enseñanzas hicieron Marx y Engels[32]. Necesitamos un Estado, pero no del tipo que necesita la burguesía, con organismos de gobierno -en forma de policía, ejército y burocracia (funcionarios públicos)- separados del pueblo y en contra de él. Todas las revoluciones burguesas se han limitado a perfeccionar esa maquinaria del Estado, a trasferirla simplemente de manos de un partido a las de otro. Por otra parte, si el proletariado quiere defender las conquistas de la presente revolución y seguir adelante, si quiere conquistar la paz, el pan y la libertad, debe, empleando la expresión de Marx, “destruir” esa maquinaria del Estado “prefabricada” y reemplazarla por otra nueva, fusionando la policía, el ejército y la burocracia con todo el pueblo armado. Siguiendo el camino indicado por la experiencia de la Comuna de París de 1871 y de la revolución rusa de 1905, el proletariado debe organizar y armar a todos los sectores pobres y explotados de la población, a fin de que ellos mismos puedan tomar directamente en sus propias manos los organismos del poder del Estado y puedan ellos mismos establecer esos organismos del poder del Estado. Los obreros de Rusia emprendieron ya ese camino en la primera etapa de la primera revolución, en febrero-marzo de 1917. Ahora todo estriba en comprender claramente cuál es este nuevo camino, en seguir adelante por él, con firmeza y perseverancia. Los capitalistas anglo-franceses y rusos “sólo” querían alejar a Nicolás II, o sólo “asustarlo”, y dejar intacta la vieja maquinaria del Estado, la policía, el ejército y la burocracia. Los obreros fueron más lejos y la destruyeron. Y ahora no sólo los capitalistas anglofranceses, sino también los alemanes, braman con furia y espanto al ver, por ejemplo,


que los soldados rusos fusilan a sus oficiales, como en el caso del almirante Nepenin, ese partidario de Guchkov y de Miliukov. He dicho que los obreros han destruido la vieja maquinaria del Estado. Más correcto sería decir: han comenzado a destruirla. Tomemos un ejemplo concreto. En Petersburgo y en muchos otros lugares la policía en parte ha sido liquidada y en parte dispersada. El gobierno Guchkov-Miliukov no puede restaurar la monarquía ni, en general, conservar el poder sin restablecer antes la fuerza policial como una organización especial de hombres armados a las órdenes de la burguesía, separada del pueblo y en contra de él. Esto es claro como el día. Por otra parte, el nuevo gobierno se ve obligado a tener en cuenta al pueblo revolucionario, a alimentarlo con concesiones a medias y con promesas, a ganar tiempo. Por ello recurre a medidas a medias: organiza una “milicia popular” con oficiales designados por elección (¡esto suena terriblemente respetable, terriblemente democrático, revolucionario y hermoso!), pero... pero en primer lugar, pone esta milicia bajo el control de los zemstvos y las municipalidades, es decir, ¡¡a las órdenes de los terratenientes y de los capitalistas elegidos según las leyes promulgadas por Nicolás II el Sanguinario y por Stolipin el Verdugo!! En segundo lugar, a pesar de que la llama “milicia popular”, para echar tierra a los ojos del “pueblo”, no llama a todo el pueblo a incorporarse a esta milicia y no obliga a los patronos y capitalistas a pagar a los obreros y empleados el salario corriente por las horas y los días que consagran al servicio público, es decir, a la milicia. Esta es la trampa. Así es como el gobierno terrateniente y capitalista de los Guchkov y los Miliukov consigue tener una “milicia popular” en el papel, mientras que en realidad restablece poco a poco, bajo cuerda, la milicia burguesa, antipopular. Al principio consistirá en “8.000 estudiantes y profesores” (como describen los periódicos extranjeros a la actual milicia de Petersburgo} -¡evidentemente una niñería!- y después, poco a poco, será organizada con las antiguas y las nuevas fuerzas de seguridad. ¡Impedir el restablecimiento de las fuerzas de seguridad! ¡No dejar escapar de las manos los gobiernos locales! ¡Organizar una milicia que abarque al pueblo entero, auténticamente universal, dirigida por el proletariado! Esta es la tarea del día, esta es la consigna del momento, que responde por igual a los intereses bien comprendidos de la ulterior lucha de clase, del ulterior movimiento revolucionario y al instinto democrático de cada obrero, de cada campesino, de cada trabajador explotado, que no puede dejar de odiar a la policía, a las patrullas de la gendarmería, a los esbirros de la aldea, el imperio de los terratenientes y capitalistas sobre hombres armados con poder sobre el pueblo. ¿Qué clase de fuerzas de seguridad necesitan ellos, los Guchkov y los Miliukov, los terratenientes y los capitalistas? Del mismo tipo que las existentes bajo la monarquía zarista. Todas las repúblicas burguesas y democrático-burguesas del mundo crearon o restablecieron, después de los más breves períodos revolucionarios, precisamente esas fuerzas de seguridad, una organización especial de hombres armados


subordinados, de una u otra forma, a la burguesía, separados del pueblo y en contra de él. ¿Qué clase de milicia necesitamos nosotros, el proletariado, todo el pueblo trabajador? Una auténtica milicia popular, es decir, una milicia que en primer lugar, esté formada por la población entera, por todos los ciudadanos adultos de ambos sexos y que, en segundo lugar, combine las funciones de un ejército popular con funciones de policía, con las funciones de órgano principal y fundamental del orden público y de la administración pública. Para hacer más comprensibles estas ideas tomaré un ejemplo puramente esquemático. No es necesario decir que sería absurdo querer trazar cualquier tipo de “plan” para una milicia proletaria: cuando los obreros y el pueblo entero la lleven a la práctica, verdaderamente en forma masiva, la constituirán y organizarán cien veces mejor que cualquier teórico. Yo no propongo un “plan”, sólo quiero ilustrar mi idea. Petersburgo tiene una población de alrededor de dos millones de habitantes; de éstos, más de la mitad oscilan entre los 15 y los 65 años. Tomemos la mitad, un millón. Restémosle incluso toda una cuarta parte: los físicamente incapacitados, etc., que no participan hoy en el servicio público por causas justificadas. Quedan 750.000 personas que, sirviendo en la milicia, digamos, un día de cada quince (y percibiendo el salario de estos días de su patrono), formarían un ejército de 50.000 hombres. ¡Este es el tipo de “Estado” que necesitamos! Este es el tipo de milicia que sería una "milicia popular", en los hechos y no sólo de palabra. Así es como debemos proceder para evitar el restablecimiento de una fuerza de seguridad especial o de un ejército especial, separado del pueblo. Esa milicia compuesta en un 95 por ciento por obreros y campesinos, expresaría el pensamiento, la voluntad verdaderos, la fuerza y el poder de la inmensa mayoría del pueblo. Esa milicia armaría de verdad a todo el pueblo y le daría instrucción militar, sería una garantía -no al estilo de Guchkov o Miliukov- contra todas las tentativas de restablecer la reacción, contra todos los designios de los agentes zaristas. Esa milicia sería el organismo ejecutivo de los “soviets de diputados obreros y soldados”, gozaría del respeto y la confianza ilimitados del pueblo, pues ella misma sería una organización del pueblo entero. Esta milicia transformaría la democracia, de hermoso rótulo que encubre la esclavización y tormento del pueblo por los capitalistas, en un medio de verdadera educación de las masas para que participen en todos los asuntos del Estado. Esta milicia incorporaría a los jóvenes a la vida política, y los educaría no sólo con palabras, sino mediante la acción, mediante el trabajo. Esta milicia desplegaría las funciones que, hablando en lenguaje científico, entran dentro de la esfera de la “policía del bienestar público”, la inspección sanitaria, etc., e incorporarían a esta labor a todas las mujeres adultas. Si no se incorpora a las mujeres a las funciones públicas, a la milicia y a la vida política, si no se arranca a las mujeres del ambiente embrutecedor del hogar y la cocina, será imposible asegurar la verdadera libertad, será imposible incluso construir la democracia, sin hablar ya del socialismo.


Esta milicia sería una milicia proletaria, porque los obreros industriales y urbanos ejercerían una influencia dirigente sobre la masa de los pobres de manera tan natural e inevitable como desempeñaron el papel dirigente en la lucha revolucionaria del pueblo, tanto en 1905-1907 como en 1917. Esta milicia aseguraría el orden absoluto y observaría con toda abnegación una disciplina basada en la camaradería. Al mismo tiempo, en la grave crisis que sufren todos los países en guerra, esta milicia permitiría combatir dicha crisis por medios verdaderamente democráticos, procediendo a hacer un reparto justo y rápido de los cereales y de otros víveres, introduciendo el “servicio de trabajo obligatorio”, al que los franceses llaman hoy “movilización civil” y los alemanes “servicio civil”, y sin el cual es imposible -se ha probado que es imposible- restañar las heridas que ha infligido y continúa infligiendo la terrible guerra de rapiña. ¿Acaso el proletariado de Rusia derramó su sangre sólo para recibir hermosas promesas de reformas democráticas de carácter político y nada más? ¿Será posible que no exija y garantice que todo trabajador vea y perciba inmediatamente alguna mejora en sus condiciones de vida? ¿Que cada familia tenga pan? ¿Que cada niño tenga una botella de buena leche y que ni un sólo adulto de familia rica se atreva a consumir más de su ración de leche mientras no la tengan los niños? ¿Que los palacios y los ricos apartamentos abandonados por el zar y la aristocracia no queden desocupados y den refugio a los que no tienen hogar y a los indigentes? ¿Quién puede aplicar estas medidas excepto la milicia popular, en la que las mujeres deben participar al igual que los hombres? Esas medidas aún no constituyen el socialismo. Atañen a la regulación del consumo, y no a la reorganización de la producción. No significarían aún la “dictadura del proletariado”, sino solamente la “dictadura democrática revolucionaria del proletariado y del campesinado pobre”. No se trata de hacer una clasificación teórica. Cometeríamos un grave error si quisiéramos meter por la fuerza los objetivos de la revolución, complejos, apremiantes y en rápido desarrollo, en el lecho de Procusto de una “teoría” estrechamente concebida, en lugar de considerar la teoría ante todo y sobre todo como una guía para la acción. ¿Posee la masa de los obreros rusos suficiente conciencia de clase, firmeza y heroísmo para realizar “prodigios de organización proletaria” después de haber realizado, en la lucha revolucionaria directa, prodigios de audacia, de iniciativa y de espíritu de sacrificio? Esto no lo sabemos, y sería ocioso entregarse a conjeturas, pues sólo la práctica puede dar respuesta a semejantes cuestiones. Lo que sí sabemos con certeza, y lo que nosotros, como partido, debemos explicar a las masas es, por una parte, que la enorme potencia de la locomotora de la historia está engendrando una crisis sin precedente, el hambre y calamidades incalculables. Esa locomotora es la guerra, hecha por los capitalistas de ambas coaliciones beligerantes con fines de rapiña. Esa “locomotora” ha conducido al borde de la ruina a muchas naciones de las más ricas, más libres y más cultas. Obliga a los pueblos a poner en tensión, hasta el límite, todas sus energías, colocándolos en una situación insoportable, poniéndola la orden del día, no la aplicación de ciertas “teorías” (una ilusión contra la cual Marx previno siempre a los socialistas), sino la aplicación de las


medidas prácticas más extremas, porque sin medidas extremas, a millones de seres les espera la muerte, la muerte inmediata y cierta por hambre. No es necesario demostrar que el entusiasmo revolucionario de la clase avanzada puede mucho cuando la situación objetiva exige de todo el pueblo la adopción de medidas extremas. Este aspecto lo ve y lo siente claramente todo el mundo, en Rusia. Es importante comprender que en tiempos revolucionarios la situación objetiva cambia con la misma rapidez y brusquedad que el curso de la vida en general. Y nosotros debemos saber adaptar nuestra táctica y nuestras tareas inmediatas a las características específicas de cada situación dada. Hasta febrero de 1917 la tarea inmediata era realizar una audaz propaganda revolucionaria internacionalista, llamar a las masas a luchar, despertarlas. Las jornadas de febrero-marzo exigieron el heroísmo de una lucha abnegada para aplastar al enemigo inmediato, el zarismo. Ahora nos encontramos en un período de transición de esta primera etapa de la revolución a la segunda, de “pelear” con el zarismo a “pelear” con el imperialismo terrateniente y capitalista de Guchkov-Miliukov. La tarea inmediata es la organización, no sólo en el sentido estereotipado de entregarse a constituir organizaciones estereotipadas, sino en el sentido de incorporar, en proporciones nunca vistas, a amplias masas de las clases oprimidas a una organización que se haría cargo de las funciones militares, políticas y económicas del Estado. El proletariado ha abordado y abordará de diversas maneras esta tarea original. En algunos lugares de Rusia la revolución de febrero-marzo ha puesto casi la totalidad del poder en sus manos; en otros, el proletariado quizá comience a organizar y desarrollar en forma “subrepticia” la milicia proletaria; y en otros probablemente luchará por elecciones inmediatas, sobre la base del sufragio universal, etc., a los municipios y a los zemstvos, para convertirlos en centros revoluciones, etc., hasta que el crecimiento de la organización proletaria, la unión de los soldados con los obreros, el movimiento entre el campesinado y la desilusión que muchos experimentarán respecto del gobierno guerrerista imperialista de Guchkov y Miliukov, acerquen la hora de reemplazar ese gobierno por el “gobierno” del soviet de diputados obreros. Tampoco debemos olvidar que muy cerca de Petersburgo se encuentra uno de los países más avanzados, realmente republicano, o sea Finlandia, que desde 1905 a 1917, escudado por las batallas revolucionarias de Rusia, ha desarrollado, en forma relativamente pacífica, la democracia y ha conquistado para el socialismo a la mayoría de su población. El proletariado de Rusia garantizará a la república finlandesa una libertad completa, incluida la libertad de separación (ahora que el kadete Ródichev regatea tan indignamente en Helsingfors migajas de privilegios para los gran rusos), es difícil que un solo socialdemócrata abrigue dudas al respecto, y precisamente de esa manera se ganará la confianza completa y la ayuda fraterna de los obreros finlandeses a la causa del proletariado de toda Rusia. Los errores son inevitables en toda empresa difícil y grande; tampoco los evitaremos nosotros. Los obreros finlandeses son mejores organizadores, nos ayudarán en este aspecto, impulsarán, a su manera, la instauración de la república socialista. Las victorias revolucionarias en la propia Rusia -los éxitos de la organización pacífica en Finlandia, escudada por esas victorias-, el paso de los obreros rusos a las tareas


revolucionarias de organización en una nueva escala -la toma del poder por el proletariado y las capas más pobres de la población-, el estímulo y el desarrollo de la revolución socialista en Occidente: tal es el camino que nos conducirá a la paz y al socialismo.

N. Lenin Zurich, 11 (24) de marzo de 1917 Cuarta carta[33] Cómo lograr la paz Acabo de leer (12 [25] de marzo) en el Neue Züricher Zeitung (núm. 517, del 24/III) el siguiente despacho telegráfico de Berlín: Informan desde Suecia que Máximo Gorki ha enviado al gobierno y al Comité Ejecutivo un saludo entusiasta. Gorki saluda la victoria del pueblo sobre los señores de la reacción y llama a todos los hijos de Rusia a ayudar a erigir el edificio del nuevo Estado ruso. Al mismo tiempo, insta al gobierno a coronar la causa de la emancipación concluyendo la paz. No debe ser, dice, una paz a cualquier precio; Rusia tiene ahora menos motivos que nunca para aspirar a una paz a cualquier precio. Debe ser una paz que permita a Rusia llevar una existencia digna entre las demás naciones del mundo. La humanidad ha derramado mucha sangre; el nuevo gobierno prestaría el mayor de los servicios, no sólo a Rusia, sino a toda la humanidad si consiguiera concertar rápidamente la paz. Esta es la trascripción de la carta de Gorki. Con profunda amargura leemos esta carta, impregnada desde el principio hasta el fin de un cúmulo de prejuicios filisteos. El autor de estas líneas ha tenido muchas oportunidades en sus entrevistas con Gorki en la isla de Capri, de ponerlo en guardia contra sus errores políticos y de reprochárselos. Gorki rechazaba estos reproches con su inimitable sonrisa encantadora y con la ingenua observación: “Yo sé que soy un mal marxista. Además, nosotros los artistas somos todos un poco irresponsables.” No es fácil discutir esos argumentos. Gorki es, no cabe duda, un artista de talento prodigioso, que ha prestado ya y prestará grandes servicios al movimiento proletario internacional. ¿Pero, qué necesidad tiene Gorki de meterse en política? La carta de Gorki expresa, a mi parecer, prejuicios extraordinariamente difundidos, no sólo entre la pequeña burguesía, sino también entre un sector de obreros sometidos a su influencia. Todas las energías de nuestro partido, todos los esfuerzos de los obreros con conciencia de clase deben concentrarse en una lucha tenaz, consecuente y completa contra estos prejuicios. El gobierno zarista empezó e hizo la guerra actual como una guerra imperialista, de rapiña, para saquear y estrangular a las naciones débiles. El gobierno de los Guchkov y los Miliukov, que es un gobierno terrateniente y capitalista, se ve obligado a continuar y quiere continuar precisamente esta misma guerra. Pedirle a este gobierno que


concluya una paz democrática es lo mismo que predicar la virtud a guardianes de prostíbulos. Permítaseme explicar lo que quiero decir. ¿Qué es el capitalismo? En mi folleto El imperialismo, etapa superior del capitalismo, cuyo manuscrito fue enviado a la editorial Parus antes de la revolución, fue aceptado por dicha editorial y anunciado en la revista Liétopis, contesto a dicha pregunta del siguiente modo: “El imperialismo es el capitalismo en aquella etapa de desarrollo en que se establece la dominación de los monopolios y del capital financiero; en que ha adquirido señalada importancia la exportación de capitales; en que empieza el reparto del mundo entre los trusts internacionales; en que ha culminado el reparto de todos los territorios del planeta entre las más grandes potencias imperialistas.” (Cap. VII del folleto citado, anunciado en Liétopis, cuando había aún censura, bajo el título V. Ilín, El capitalismo actual.) Todo depende de que el capital ha alcanzado proporciones formidables. Asociaciones constituidas por un reducido número de los más grandes capitalistas (cárteles, consorcios, trusts) manejan miles de millones y se reparten entre ellos el mundo entero. El reparto del mundo se ha completado. El origen de la guerra fue el choque de los dos más poderosos grupos de multimillonarios, el anglo-francés y el alemán, por la redistribución del mundo. El grupo anglo-francés de capitalistas quiere en primer término despojar a Alemania, quitarle sus colonias (ya se ha apoderado de casi todas) y después despojar a Turquía. El grupo alemán de capitalistas quiere apoderarse de Turquía y resarcirse de la pérdida de sus colonias apoderándose de pequeños Estados vecinos (Bélgica, Serbia, Rumania). Esta es la auténtica verdad; se la oculta con toda suerte de mentiras burguesas sobre una guerra “de liberación”, “nacional”, una “guerra por el derecho y la justicia” y demás sonsonetes con que los capitalistas engañan siempre a la gente sencilla. Rusia está haciendo esta guerra con dinero ajeno. El capital ruso es socio del capital anglo-francés. Rusia hace la guerra para saquear a Armenia, a Turquía y a Galitzia. No es por casualidad que Guchkov, Lvov, Miliukov, nuestros actuales ministros, ocupan esos cargos. Son representantes y dirigentes de toda la clase de los terratenientes y de los capitalistas. Están atados por los intereses del capital. Los capitalistas no pueden renunciar a sus intereses, del mismo modo que un hombre no puede levantarse en vilo tirándose del pelo. En segundo lugar, Guchkov-Miliukov y Cía. están atados por el capital anglo-francés. Han hecho y hacen la guerra con dinero ajeno. Han recibido en préstamo miles de millones, prometiendo pagar un interés anual de centenares de millones y estrujar a los obreros y a los campesinos rusos para arrancarles ese tributo. En tercer lugar, Guchkov-Miliukov y Cía. están atados a Inglaterra, Francia, Italia, Japón y otros grupos de bandidos capitalistas por tratados directos, relativos a los fines de rapiña de esta guerra. Esos tratados fueron concluidos por el zar Nicolás II. GuchkovMiliukov y Cía. se aprovecharon de la lucha de los obreros contra la monarquía zarista para adueñarse del poder, y ratificaron los tratados concertados por el zar.


Esto lo ha hecho el gobierno de Guchkov-Miliukov en pleno en un manifiesto que la Agencia Telegráfica de Petersburgo difundió el 7 (20) de marzo. “El gobierno (de Guchkov-Miliukov) cumplirá fielmente con todos los tratados que nos comprometen con otras potencias”, reza el manifiesto. Miliukov, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, dijo lo mismo en su telegrama del 5 (18) de marzo de 1917, dirigido a todos los representantes de Rusia en el extranjero. Todos estos son tratados secretos, y Miliukov y Cía. se niegan a hacerlos públicos por dos razones: 1) temen al pueblo, que se opone a la guerra de rapiña; 2) están atados al capital anglo-francés, que insiste en que los tratados sigan siendo secretos. Pero todo lector de periódicos que haya seguido los acontecimientos sabe que en esos tratados contemplan el saqueo de China por Japón; de Persia, Armenia, Turquía (sobre todo Constantinopla) y Galitzia por Rusia; de Albania por Italia; de Turquía y de las colonias alemanas por Francia e Inglaterra, etc. Esta es la situación. Por consiguiente, proponer al gobierno Guchkov-Miliukov que concluya una paz pronta, honrada, democrática y de buenos vecinos, es lo mismo que cuando un buen “padrecito” de aldea insta a los terratenientes y a los comerciantes “a seguir el camino de Dios”, a amar al prójimo y a poner la otra mejilla. Los terratenientes y los comerciantes escuchan estos sermones y continúan oprimiendo y saqueando al pueblo, y alaban al “padrecito” por su habilidad para confortar y calmar a los “mujiks”[34]. Todo el que durante esta guerra imperialista dirige piadosos llamados de paz a los gobiernos burgueses, desempeña, consciente o inconscientemente, idéntico papel. Los gobiernos burgueses, o bien se niegan a escuchar tales llamados e incluso los prohíben; o autorizan, y afirman a todos y cada uno que ellos siguen combatiendo sólo para concluir la paz más pronta y “más justa”, que toda la culpa la tiene el enemigo. Hablar de paz a los gobiernos burgueses es, en realidad, engañar al pueblo. Los grupos de capitalistas que han anegado el mundo en sangre por el reparto de territorios, mercados y privilegios, no pueden concluir una paz “honrosa”. Sólo pueden concertar una paz vergonzosa, una paz basada en el reparto del botín, en la división de Turquía y las colonias. Por otra parte, el gobierno Guchkov-Miliukov no está en general de acuerdo con la paz en este momento, porque el “único” “botín” que podría obtener ahora sería Armenia y parte de Galitzia, siendo que también desea apoderarse de Constantinopla y reconquistar Polonia de los alemanes, país al cual el zarismo siempre oprimió de manera tan inhumana y vergonzosa. Además, el gobierno Guchkov-Miliukov es, en esencia, sólo el agente del capital anglo-francés, que quiere conservar las colonias que le arrebató a Alemania, y, encima de esto, obligar a Alemania a devolver Bélgica y parte de Francia. El capital anglo-francés ayudó a los Guchkov y los Miliukov a deponer a Nicolás II a fin de que ellos pudieran ayudarlo a “vencer” a Alemania. ¿Qué hacer entonces? Para lograr la paz (y más aún para lograr una paz auténticamente democrática, auténticamente honrosa) es necesario que el poder político esté en manos de los obreros y los campesinos más pobres, y no de los terratenientes y los capitalistas.


Éstos constituyen una minoría insignificante de la población; los capitalistas, como todo el mundo sabe, realizan con la guerra ganancias astronómicas. Los obreros y los campesinos más pobres constituyen la inmensa mayoría de la población. No realizan ganancias con la guerra; por el contrario, se arruinan y pasan hambre. No están atados ni al capital ni a los tratados concluidos entre los rapaces grupos de capitalistas; ellos pueden y quieren sinceramente poner fin a la guerra. Si el poder político en Rusia estuviera en manos de los soviets de diputados obreros, soldados y campesinos, estos soviets y el Soviet de toda Rusia por ellos elegido, podrían -y con toda seguridad lo harían- aplicar el programa de paz que nuestro partido (el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia) esbozó ya el 13 de octubre de 1915 en el número 47 de su órgano central, Sotsial-Demókrat (que se editaba entonces en Ginebra debido a la draconiana censura zarista). Este programa sería probablemente el siguiente. 1. El Soviet de diputados obreros, soldados y campesinos de toda Rusia (o el Soviet de Petersburgo, que lo reemplaza provisionalmente) declararía inmediatamente que no está atado por ningún tratado concluido ni por la monarquía zarista por los gobiernos burgueses. 2. Publicaría inmediatamente todos esos tratados para denunciar la infamia de los fines de rapiña perseguidos por la monarquía zarista y por todos los gobiernos burgueses sin excepción. 3. Invitaría inmediata y abiertamente a todas las potencias beligerantes a concertar sin dilación un armisticio. 4. Haría conocer inmediatamente a todo el pueblo nuestras condiciones de paz, las condiciones de paz de los obreros y de los campesinos; liberación de todas las colonias; liberación de todas las naciones dependientes, oprimidas o en condiciones de inferioridad. 5. Declararía que nada bueno espera de los gobiernos burgueses y llamaría a los obreros de todos los países a derrocarlos y a entregar todo el poder político a los soviets de diputados obreros. 6. Declararía que las deudas de miles de millones contraídas por los gobiernos burgueses para hacer esta guerra criminal, de rapiña, pueden pagarlas los propios señores capitalistas, y que los obreros y campesinos se niegan a reconocer esas deudas. Pagar los intereses de esos empréstitos significaría pagar, durante largos años, tributo a los capitalistas por haber permitido cortésmente a los obreros matarse entre sí, para que los capitalistas pudieran repartirse el botín. ¡Obreros y campesinos! –diría el soviet de diputados obreros- ¿desean ustedes pagar anualmente centenares de millones de rublos a estos señores, los capitalistas, por una guerra hecha por el reparto de las colonias de África, de Turquía, etc.? Pienso que por estas condiciones de paz el soviet de diputados obreros estaría de acuerdo en hacer la guerra contra cualquier gobierno burgués y contra todos los gobiernos burgueses del mundo, porque ésta sería una guerra realmente justa, porque todos los obreros y trabajadores de todos los países contribuirían a su triunfo.


El obrero alemán ve hoy que en Rusia la monarquía belicista es remplazada por una república belicista, una república de capitalistas que quiere continuar la guerra imperialista y que ha ratificado las tratados rapaces de la monarquía zarista. Juzguen ustedes mismos, ¿puede el obrero alemán confiar en semejante república? Juzguen ustedes mismos, ¿puede continuar la guerra, puede continuar la dominación capitalista del mundo si el pueblo ruso, animado siempre por los recuerdos vivos de la gran revolución de 1905, conquista la libertad completa y entrega todo el poder político a los soviets de diputados obreros y campesinos? N. Lenin Zurich, 12 (25) de marzo de 1917. Quinta carta[35] Las tareas que implica la construcción del estado proletario revolucionario En las cartas anteriores, las tareas inmediatas del proletariado revolucionario de Rusia se formularon como sigue: (1) hallar el camino más seguro hacia la siguiente etapa de la revolución, o hacia la segunda revolución, la cual (2) debe transferir el poder del Estado de manos del gobierno de los terratenientes y los capitalistas (los Guchkov, los Lvov, los Miliukov, los Kerensky) a manos de un gobierno de los obreros y los campesinos más pobres.(3)Este último gobierno debe estar organizado conforme el modelo de los soviets de diputados obreros y campesinos, es decir,(4)debe destruir y eliminar por completo la antigua maquinaria del Estado, común a todos los países burgueses -ejército, policía, burocracia (funcionarios públicos)- y remplazarla (5) por no sólo una organización de masas, sino por una organización universal que comprenda a todo el pueblo armado. (6) Sólo tal gobierno, de “tal” composición de clase (“dictadura revolucionaria democrática del proletariado y el campesinado”) y tales organismos de gobierno (“milicia proletaria”) estarán en condiciones de resolver eficazmente el problema esencial del momento, en extremo difícil y absolutamente urgente, a saber: lograr la paz, no una paz imperialista, no un pacto entre las potencias imperialistas respecto al reparto del botín entre los capitalistas y sus gobiernos, sino una paz verdaderamente duradera y democrática, que no es posible lograr sin una revolución proletaria en varios países. (7) En Rusia se podrá lograr la victoria del proletariado en un futuro muy próximo, sólo si los obreros cuenta, desde el principio, con el apoyo de la inmensa mayoría de los campesinos que luchan por que sean confiscadas las grandes haciendas de los terratenientes (y por la nacionalización de toda la tierra, si presumimos que el programa agrario de los "104" continúa siendo esencialmente el programa agrario del campesinado). (8) Con respecto a tal revolución campesina y apoyándose en ella, el proletariado puede y debe, en alianza con los sectores más pobres del campesinado, dar nuevos pasos hacia el control de la producción y de la distribución de los productos básicos, hacia la introducción del “trabajo general obligatorio”, etc. Estos pasos los imponen con absoluta inevitabilidad, las consecuencias de la guerra, que en muchos aspectos se agravarán aún más en el período de posguerra. En su conjunto y en su desarrollo, estos pasos señalarán la, transición al socialismo, que no es posible realizar en Rusia directamente, de un solo golpe, sin medidas transitorias, pero que es perfectamente realizable e imperiosamente necesario, como resultado de estas medidas transitorias. (9) Con respecto a esto, la tarea de organizar inmediatamente soviets especiales de diputados


obreros en los distritos rurales, es decir, soviets de trabajadores asalariados rurales, independientes de los soviets de los demás diputados campesinos, surge en primer plano con extrema urgencia. Tal es, brevemente, el programa esbozado por nosotros, basado en una apreciación de las fuerzas de clase de la revolución rusa y mundial, y también en la experiencia de 1871 y de 1905. Intentaremos realizar ahora un examen general de este programa en su conjunto y analizaremos, de paso, cómo enfocó el asunto K. Kautsky, el principal teórico de la “II” Internacional[36] (1889-1914) y el más destacado representante del “centro”, de la tendencia del “pantano” que puede observarse ahora en todos los países, la tendencia que oscila entre los socialchovinistas y los internacionalistas revolucionarios. Kautsky se ocupó de este asunto en su revista Nuevos tiempos’ (Die Neue Zeit), del 6 de abril de 1917 (nuevo calendario), en un artículo titulado “Las perspectivas de la revolución rusa”. Ante todo -escribe Kautsky- debemos determinar qué tareas debe encarar el régimen proletario revolucionario (el sistema estatal).Dos cosas -sigue Kautsky- son de imperiosa necesidad para el proletariado: la democracia y el socialismo. Desgraciadamente, Kautsky promueve esta tesis, absolutamente indiscutible, en forma excesivamente general, de modo que, en esencia, no dice ni explica nada. Miliukov y Kerensky, miembros de un gobierno burgués e imperialista, suscribirían de buena gana esta tesis general, el uno su primera parte y el otro la segunda ... *[37]

Escrito el 26 de marzo (8 de abril) de 1917. [1] Escrita el 7 (20) de marzo de 1917. Publicada con supresiones el 21 y el 22 de marzo de 1917 en el periódico Pravda, números 14 y 15. El texto íntegro se publicó por primera vez en 1957, en la primera edición de las Obras Completas, de V. I. Lenin, tomo XXIII. [2] Se trata del período conocido como “Revolución de Febrero”. [3] Hace referencia a la Primera Guerra Mundial, que tuvo lugar entre 1914 y 1918. [4] Miliukov, Pavel (1859-1943): fue historiador y líder del Partido Kadete, ministro de Asuntos Extranjeros del Gobierno Provisional ruso entre marzo y mayo de 1917. Fue uno de los adversarios más destacados de la revolución. [5] La revolución de 1905 comenzó el 9 de enero de ese año con una manifestación de los obreros de Petrogrado, en la que peticionaban, entre otras demandas, la jornada de ocho horas y el derecho de huelga. La manifestación estaba dirigida por el cura Gapón. En ella participaron activamente los socialdemócratas. Los manifestantes fueron reprimidos por las fuerzas zaristas en lo que se conoce como el “Domingo sangriento”. Este primer ensayo revolucionario fue derrotado. Para mayor información, se puede consultar el libro 1905, una obra que compila artículos de León Trotsky y otros autores, editado por el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones León Trotsky en Buenos Aires, en el año 2005.


[6] Efímovich, Grígori o Yefímovich, Novikh Rasputín, conocido como El Monje Loco (1872-1916): monje, aventurero y cortesano ruso. A principios de la Primera Guerra Mundial, Rusia atravesaba un momento crítico. El zar Nicolás II asumió el mando del ejército y Rasputín se hizo con el control absoluto del gobierno. Su profunda influencia en la corte imperial escandalizaba a la opinión pública. [7] Pogrom es una palabra rusa que significa ataque o disturbio. Las connotaciones históricas del término incluyen ataques violentos por las fuerzas represivas y sectores de las poblaciones locales incitados por el zarismo y los gobiernos de turno contra judíos y revolucionarios en el imperio ruso y en todo el mundo. [8] La desiatina es una unidad de medida de superficie utilizada en Rusia. [9] Guchkov, Alexander (1862-1936) Dirigente de los octubristas, partido monárquico de la gran burguesía industrial, comercial y terrateniente, presidente de la Duma desde 1907 a 1912, ministro de Guerra y Marina del Primer Gobierno Provisional. [10] Lvov, George Eugeneyevich (1861-1925): fue un príncipe ruso. Miembro de la primera duma y primer ministro del primer Gobierno Provisional entre marzo y julio de 1917. Emigró en 1918. [11] Potrésov, A. N. (1869-1934): miembro de Nasha Zarya, fue chovinista durante la guerra, se opuso a la Revolución de Octubre y emigró a París. [12] Kerensky, Alexander (1881-1970): socialrrevolucionario ruso. Después de la Revolución de Febrero fue Ministro de Justicia, Guerra y Marina y finalmente, jefe del Gobierno Provisional desde julio hasta la Revolución de Octubre. En 1918 huyó al extranjero. [13] Chjeídze, Nikolai Sesnenovich (1864-1926): fue un menchevique georgiano. Miembro de la tercera y la cuarta dumas. Durante la guerra fue centrista. Fue miembro del comité provisional de la Duma. Fue presidente del Primer Soviet de Petrogrado de 1917. Fue presidente del comité central de los Soviets de Todas las Rusias. Fue presidente de la asamblea constituyente de Georgia 1918. Emigró en 1921. Retirado de la política, se suicidó. [14] Miembros del partido monárquico de la gran burguesía industrial, comercial y terrateniente. [15] Guillermo II (1859-1941): fue emperador de Alemania desde 1888. Al producirse la revolución alemana de 1918 abdicó. [16] Stolipin, Peter (1862-1911): reaccionario político zarista, fue primer ministro luego de la derrota de la Revolución de 1905. Impulsó una reforma agraria que tenía como objetivo promover un nuevo sector de campesinos ricos. En el gabinete de Goremkin, Stolipin era ministro del Interior. [17] Trudoviques: eran los representantes de los campesinos en las cuatro dumas, que oscilaban constantemente entre los cadetes (liberales) y los socialdemócratas. [18] Instrumento musical ruso. [19] Publicada por primera vez en 1924, en la revista Bolshevik número 3-4.


[20] Rodzianko, M. (1859-1924): fue líder del partido octubrista, partido monárquico de la gran burguesía liberal. [21] Lenin denomina llamamiento al “Manifiesto del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia a todos los ciudadanos de Rusia” del CC del POSDR publicado en el Suplemento del número 1 de Izvestia del Soviet de Petrogrado del 28 de febrero (13 de marzo) de 1917. [22] Nasha Zariá (“Nuestra aurora”): revista mensual publicada legalmente por los mencheviques liquidadores; apareció en Petersburgo desde enero de 1910 a Septiembre de 1914. Su director fue A.N. Potrésov, colaboraron en ella F. I. Dan, C. O. Tsederbaum y otros. Con el comienzo de la Primera Guerra mundial la revista se colocó en una posición socialchovinista. [23] Véase V.I. Lenin, tomo XXII, “Algunas tesis”.[24] Se alude al acuerdo sobre la formación del gobierno provisional burgués concertado en la noche del 1 al 2 de marzo (14-15) de 1917 por el Comité Provisional de la Duma del Estado y los dirigentes eseristas y mencheviques del Comité Ejecutivo del Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado. Los eseristas y mencheviques entregaron voluntariamente, cediendo al Comité Provisional de la Duma del Estado el derecho a formar el gobierno provisional de acuerdo con su criterio. (ed)[25] Le Temps: diario conservador publicado en París desde 1861 hasta 1942. Reflejaba los intereses de los círculos dirigentes de Francia; virtualmente era el órgano oficial del ministerio de Relaciones Exteriores. [26] Skobelev, Matvei Ivanovich (1885-1939): menchevique que fue cuarto vicepresidente del soviet de Petrogrado y miembro del comité ejecutivo. Fue ministro de Trabajo en el Gobierno Provisional entre mayo y septiembre de 1917. Se unió al Partido Comunista en 1922. [27] Publicado por primera vez en 1924, en la revista Internacional Comunista, número 3-4. Se publica de acuerdo con el manuscrito. [28] “Periódico de Voss” (Vossische Zeitung): publicación de los liberales moderados de Alemania, editada en Berlín desde 1704 hasta 1934. (Ed.). [29] Se refiere a los seguidores de Blanqui, Louis (1805-1881). Fue un socialista francés que participó de la revolución de 1830 en Francia. Organizó la insurrección fallida en 1839 y fue encarcelado. Volvió a prisión en vísperas de la Comuna de París, hasta 1879. Blanqui sostenía la teoría de la insurrección armada por grupos pequeños de hombres seleccionados y entrenados, en oposición a la concepción marxista de la insurrección de masas. [30] En las zonas rurales se desarrollará ahora una lucha por los pequeños campesinos y, en parte por los campesinos medios. Los terratenientes, apoyándose en los campesinos ricos, tratarán de que éstos se subordinen a la burguesía. Nosotros, apoyándonos en los asalariados rurales y en los pobres del campo, debemos conducirlos a la más estrecha unión con el proletariado urbano. [31] Seguidores de Kautsky, Kart (1854-1938). Fue un dirigente y teórico de la socialdemocracia alemana y fundador de la IIº Internacional. Enfrentó las posiciones revisionistas de Eduard Bernstein en la década de 1890. giró hacia posiciones reformistas años después. Frente a la Primera Guerra Mundial, adoptó una posición primeramente pacifista y luego, socialchovinista. En 1917 fundó, junto a Hilferding y Otto Bauer el Partido Socialdemócrata Independiente, oponiéndose abiertamente a la Revolución de Octubre y la dictadura del proletariado, abogando por la vía


parlamentaria. Por esta razón fue combatido por Lenin en La revolución proletaria y el renegado Kautsky. En 1922 regresó al Partido Socialdemócrata. [32] En una de mis próximas cartas o en un artículo especial trataré en forma detallada de este análisis hecho especialmente en La guerra civil de Francia, de C. Marx, en el prefacio de Engels a la tercera edición de dicha obra, en las cartas de Marx del 12 de abril de 1871 y de Engels del 18 y del 28 de marzo de 1875, así como de la forma en que Kautsky tergiversó por completo el marxismo en la polémica que sostuvo en 1912 con Panneckoek sobre el problema de la llamada “destrucción del Estado”. (Véase V. I. Lenin, op. cit., t. XXVII, El Estado y la revolución. (Ed.) [33] Publicado por primera vez en 1924, en la revista Internacional Comunista, número 3-4. Se publica de acuerdo con el manuscrito. [34] Denominación dada a los campesinos rusos. [35] Publicado por primera vez en 1924, en la revista Bolshevik, núm. 3-4. Se publica de acuerdo con el manuscrito. Esta carta, que se comenzó a escribir el 8 de abril de 1917, el día de la partida de Suiza, nunca fue terminada por Lenin. [36] IIº Internacional: fundada en 1889 como sucesora de la Iº Internacional. En sus inicios fue una asociación libre de partidos nacionales laboristas y socialdemócratas, en la que se nucleaban elementos revolucionarios y reformistas. En 1914, sus secciones principales, violando los más elementales principios socialistas, apoyaron a sus respectivos gobiernos imperialistas en la Primera Guerra Mundial. Quedó aislada durante la guerra pero resurgió en 1923 como una organización completamente reformista. [37] Aquí se interrumpe el manuscrito.


2)Telegrama para los bolcheviques que parten para Rusia (Febrero/Marzo) Nuestra táctica: ninguna confianza y ningún apoyo al nuevo gobierno; Kerensky es especialmente sospechoso; armar al proletariado es la única garantía; elecciones inmediatas al Consejo Municipal de Petrogrado; ningún acercamiento con otros partidos. Telegrafíen esto a Petrogrado.


3) “TESIS DE ABRIL” (1917) Habiendo llegado a Petrogrado únicamente el 3 de abril por la noche, es natural que sólo en nombre propio y con las consiguientes reservas, debidas a mi insuficiente preparación, pude pronunciar en la asamblea del 4 de abril un informe acerca de las tareas del proletariado revolucionario. Lo único que podía hacer para facilitarme la labor -y facilitársela también a los opositores de buena fe- era preparar unas tesis por escrito. Las leí y entregué el texto al camarada Tsereteli. Las leí muy despacio y por dos veces: primero en la reunión de bolcheviques y después en la de bolcheviques y mencheviques. Publico estas tesis personales mías acompañadas únicamente de brevísimas notas explicativas, que en mi informe fueron desarrolladas con mucha mayor amplitud. TESIS En nuestra actitud ante la guerra, que por parte de Rusia sigue siendo indiscutiblemente una guerra imperialista, de rapiña, también bajo el nuevo gobierno de Lvov y Cía., en virtud del carácter capitalista de este gobierno, es intolerable la más pequeña concesión al "defensismo revolucionario". El proletariado consciente sólo puede dar su asentimiento a una guerra revolucionaria, que justifique verdaderamente el defensismo revolucionario, bajo las siguientes condiciones: a) paso del poder a manos del proletariado y de los sectores más pobres del campesinado a él adheridos; b) renuncia de hecho y no de palabra, a todas las anexiones; c) ruptura completa de hecho con todos los intereses del capital. Dada la indudable buena fe de grandes sectores de defensistas revolucionarios de filas, que admiten la guerra sólo como una necesidad y no para fines de conquista, y dado su engaño por la burguesía, es preciso aclararles su error de un modo singularmente minucioso, paciente y perseverante, explicarles la ligazón indisoluble del capital con la guerra imperialista y demostrarles que sin derrocar el capital es imposible poner fin a la guerra con una paz verdaderamente democrática y no con una paz impuesta por la violencia. Organizar la propaganda más amplia de este punto de vista en el ejército de operaciones. Confraternización en el frente. La peculiaridad del momento actual en Rusia consiste en el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia y de organización, a su segunda etapa, que debe poner el poder en manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado.


Este tránsito se caracteriza, de una parte, por el máximo de legalidad (Rusia es hoy el más libre de todos los países beligerantes); de otra parte, por la ausencia de violencia contra las masas y, finalmente, por la confianza inconsciente de éstas en el gobierno de los capitalistas, los peores enemigos de la paz y del socialismo. Esta peculiaridad exige de nosotros habilidad para adaptarnos a las condiciones especiales de la labor del partido entre masas inusitadamente amplias del proletariado que acaban de despertar a la vida política. Ningún apoyo al Gobierno Provisional; explicar la completa falsedad de todas sus promesas, sobre todo de la renuncia a las anexiones. Desenmascarar a este gobierno, que es un gobierno de capitalistas, en vez de propugnar la inadmisible e ilusoria "exigencia" de que deje de ser imperialista. Reconocer que, en la mayor parte de los Soviets de diputados obreros, nuestro partido está en minoría y, por el momento, en una minoría reducida, frente al bloque de todos los elementos pequeñoburgueses y oportunistas -sometidos a la influencia de la burguesía y que llevan dicha influencia al seno del proletariado-, desde los socialistas populares y los socialistas revolucionarios hasta el Comité de Organización (Chjeídze, Tsereteli, etc), Steklov, etc, etc. Explicar a las masas que los Soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario y que, por ello, mientras este gobierno se someta a la influencia de la burguesía, nuestra misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas. Mientras estemos en minoría, desarrollaremos una labor de crítica y esclarecimiento de los errores, propugnando al mismo tiempo, la necesidad de que todo el poder del Estado pase a los Soviets de diputados obreros, a fin de que, sobre la base de la experiencia, las masas corrijan sus errores. No una república parlamentaria -volver a ella desde los Soviets de diputados obreros sería dar un paso atrás- sino una república de los Soviets de diputados obreros, braceros y campesinos en todo el país, de abajo arriba. Supresión de la policía, del ejército y de la burocracia.1 La remuneración de los funcionarios, todos ellos elegibles y amovibles en cualquier momento, no deberá exceder del salario medio de un obrero calificado. En el programa agrario, trasladar el centro de gravedad a los Soviets de diputados braceros. Confiscación de todas las tierras de los latifundios.


Nacionalización de todas las tierras del país, de las que dispondrán los Soviets locales de diputados braceros y campesinos. Creación de Soviets especiales de diputados campesinos pobres. Hacer de cada gran finca (con una extensión de 100 a 300 deciatinas, según las condiciones locales y de otro género y a juicio de las instituciones locales) una hacienda modelo bajo el control de diputados braceros y a cuenta de la administración local. Fusión inmediata de todos los bancos del país en un Banco Nacional único, sometido al control de los Soviets de diputados obreros. No "implantación" del socialismo como nuestra tarea inmediata, sino pasar únicamente a la instauración inmediata del control de la producción social y de la distribución de los productos por los Soviets de diputados obreros. Tareas del partido: celebración inmediata de un congreso del partido; modificación del programa del partido, principalmente: sobre el imperialismo y la guerra imperialista, sobre la posición ante el Estado y nuestra reivindicación de un "Estado-Comuna"2 reforma del programa mínimo, ya anticuado; cambio de denominación del partido3 Renovación de la Internacional. Iniciativa de constituir una Internacional revolucionaria, una Internacional contra los socialchovinistas y contra el "centro".4 Para que el lector comprenda por qué hube de resaltar de manera especial, como rara excepción, el "caso" de opositores de buena fe, le invito a comparar estas tesis con la siguiente objeción del señor Goldenberg: Lenin -dice- "ha enarbolado la bandera de la guerra civil en el seno de la democracia revolucionaria". (Citado en el periódico Edinstvo, del señor Pléjanov, núm.5) Una perla, ¿verdad? Escribo, leo y machaco: "Dada la indudable buena fe de grandes sectores de defensistas revolucionarios de filas..., dado su engaño por la burguesía, es preciso aclararles su error de un modo singularmente minucioso, paciente y perseverante..." Y esos señores de la burguesía, que se llaman socialdemócratas, que no pertenecen ni a los grandes sectores ni a los defensistas revolucionarios de filas, tienen la osadía de reproducir sin escrúpulos mis opiniones, interpretándolas así: "ha enarbolado (!) la bandera (!) de la guerra civil" (¡ni en las tesis ni en el informe se habla de ella para nada!) "en el seno (!!) de la democracia revolucionaria..." ¿Qué significa eso? ¿En qué se distingue de una incitación al pogromo?, ¿en qué se diferencia de Rússkaya Volia?


Escribo, leo y machaco: "Los Soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario y, por ello, nuestra misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas..." Pero cierta clase de opositores exponen mis puntos de vista ¡¡como un llamamiento a la "guerra civil en el seno de la democracia revolucionaria"!! He atacado al Gobierno Provisional por no señalar un plazo, ni próximo ni remoto, para la convocatoria de la Asamblea Constituyente y limitarse a simples promesas. Y he demostrado que sin los Soviets de diputados obreros y soldados no está garantizada la convocatoria de la Asamblea Constituyente ni es posible su éxito. ¡¡¡Y se me imputa que soy contrario a la convocatoria inmediata de la Asamblea Constituyente!!! Calificaría todo eso de expresiones "delirantes" si decenas de años de lucha política no me hubiesen enseñado a considerar una rara excepción la buena fe de los opositores. En su periódico, el señor Pléjanov ha calificado mi discurso de "delirante". ¡Muy bien, señor Pléjanov! Pero fíjese cuán torpón, inhábil y poco perspicaz es usted en su polémica. Si me pasé dos horas delirando, ¿por qué aguantaron cientos de oyentes ese "delirio"? ¿Y para qué dedica su periódico toda una columna a reseñar un "delirio"? Mal liga eso, señor Pléjanov, muy mal. Es mucho más fácil, naturalmente, gritar, insultar y vociferar que intentar exponer, explicar y recordar cómo enjuiciaban Marx y Engels en 1871, 1872 y 1875 las experiencias de la Comuna de París y qué decían acerca del tipo de Estado que necesita el proletariado. Por lo visto, el ex marxista señor Pléjanov no desea recordar el marxismo. He citado las palabras de Rosa Luxemburgo, que el 4 de agosto de 1914 denominó a la socialdemocracia alemana "cadáver maloliente". Y los señores Pléjanov, Goldenberg y Cía. se sienten "ofendidos"… ¿en nombre de quién? ¡En nombre de los chovinistas alemanes, calificados de chovinistas! Los pobres socialchovinistas rusos, socialistas de palabra y chovinistas de hecho, se han armado un lío. N.Lenin


4) LOS BOLCHEVIQUES DEBEN TOMAR EL PODER CARTA AL COMITÉ CENTRAL Y A LOS COMITÉS DEL POSDR(b) DE PETROGRADO Y DE MOSCU (1) Al haber obtenido la mayoría en los Soviets de diputados obreros y soldados de ambas capitales, los bolcheviques pueden y deben tomar el poder en sus manos. Pueden, porque la mayoría activa de los elementos revolucionarios del pueblo de ambas capitales es suficientemente amplia para arrastrar a las masas, vencer la resistencia del adversario, derrotarlo, conquistar el poder y retenerlo. Porque los bolcheviques, al proponer de inmediato una paz democrática, al entregar de inmediato la tierra a los campesinos y al restablecer las instituciones y las libertades democráticas cercenadas o destruidas por Kérenski, constituirán un gobierno que nadie podrá derrocar. La mayoría del pueblo está con nosotros. Lo ha demostrado el largo y difícil curso de los acontecimientos desde el 6 de mayo hasta el 31 de agosto y el 12 de setiembre: la mayoría conquistada en los Soviets de las capitales es el fruto de la evolución del pueblo hacia nosotros. Las vacilaciones de los eseristas y de los mencheviques y el aumento de la cantidad de internacionalistas en sus filas, también lo confirma. La Conferencia democrática no representa a la mayoría del pueblo revolucionario, sino sólo a la capa superior conciliadora de la pequeña burguesía. No hay que dejarse engañar por las cifras electorales; las elecciones no prueban nada: compárese las elecciones a las Dumas de Petersburgo y Moscú con las elecciones a los Soviets. Compárese las elecciones en Moscú con la huelga del 12 de agosto en Moscú: estos son datos objetivos respecto de esa mayoría de elementos revolucionarios que conducen a las masas. La Conferencia democrática engaña al campesinado, no le da ni paz ni tierra. Sólo un gobierno bolchevique dará satisfacción a las reivindicaciones del campesinado. * * * ¿Por qué los bolcheviques deben tomar el poder justamente ahora? Porque la inminente rendición de Petersburgo hará que nuestras posibilidades sean cien veces menos favorables. Y no está dentro de nuestras posibilidades impedir la rendición de Petersburgo, mientras Kérenski y Cía. estén al frente del ejército. Tampoco podemos “esperar” a que se reúna la Asamblea Constituyente, pues entregando Petersburgo, Kérenski y Cía. pueden siempre frustrar su convocación. Sólo nuestro partido, habiendo tomado el poder, podrá garantizar la convocación de la Asamblea Constituyente, y, con el poder, acusará a los demás partidos por la dilación y podrá probar sus acusaciones. Se puede y se debe impedir una paz por separado entre los imperialistas ingleses y alemanes, pero sólo procediendo rápidamente. El pueblo


está cansado de las vacilaciones de los mencheviques y eseristas. Sólo nuestra victoria en las capitales arrastrará a los campesinos detrás de nosotros. * * * No se trata ahora del “día” o del “momento” de la insurrección en el sentido estricto de la palabra. Eso lo decidirá la opinión general de quienes están en contacto con los obreros y los soldados, con las masas. Se trata de que ahora nuestro partido tiene virtualmente en la Conferencia democrática su congreso, y este congreso debe decidir (quiera o no quiera, pero debe) el destino de la revolución. Se trata de que la tarea sea clara para el partido: una insurrección armada en Petersburgo y Moscú (con su región), la conquista del poder y el derrocamiento del gobierno. Debemos estudiar cómo hacer propaganda en favor de esto sin decirlo tan explícitamente en la prensa. Recordar y examinar las palabras de Marx sobre la insurrección: "La insurrección es un arte" (2)•* , etc. * * * Sería ingenuo esperar hasta que los bolcheviques logren una mayoría “formal”: ninguna revolución espera tal cosa. Tampoco esperan Kérenski y Cía., sino que preparan la entrega de Petersburgo. ¡Son las deplorables vacilaciones de la "Conferencia democrática" las que han de hacer agotar la paciencia de los obreros de Petersburgo y de Moscú! La historia no nos perdonará si no tomamos el poder ahora. ¿Que no tenemos un aparato? Existe un aparato: los Soviets y las organizaciones democráticas. La situación internacional precisamente ahora, en vísperas de la conclusión de una paz por separado entre los ingleses y los alemanes, nos favorece. Ofrecer la paz a los pueblos ahora mismo, significa vencer. Con la toma inmediata del poder tanto en Moscú como en Petersburgo (no importa en cuál primero; es probable que comience Moscú), triunfaremos incuestionablemente y sin duda alguna. N. Lenin Escrito el 12-14 (25-27) de setiembre de 1917. Notas: (1) Esta carta, y la siguiente (El marxismo y la insurrección), fueron discutidas en la reunión del CC del 15 (28) de setiembre de 1917, donde se resolvió fijar para una fecha próxima una reunión del CC en la que se discutirían problemas de táctica. Se puso a votación la moción de conservar un solo ejemplar de las cartas de Lenin, con los siguientes resultados: a favor, 6 votos, en contra, 4, y 6 abstenciones. Kámenev, quien se oponía a la línea fijada por el partido para la revolución socialista, propuso un proyecto de resolución contra la proposición de Lenin de organizar la insurrección armada. (2) Se trata de "La revolución y la contrarrevolución en Alemania", trabajo escrito por F. Engels y publicado en 1851-1852 en una serie de artículos, firmados por Marx, en el periódico New York Daily Tríbune.


5) “EL MARXISMO Y LA INSURRECCIÓN” Entre las más malignas y tal vez más difundidas tergiversaciones del marxismo por los partidos "socialistas" dominantes, se encuentra la mentira oportunista de que la preparación de la insurrección, y en general, considerar la insurrección como un arte, es "blanquismo". Bernstein, dirigente del oportunismo, se ganó ya una triste celebridad acusando al marxismo de blanquismo, y, en realidad, con su griterío acerca del blanquismo, los oportunistas de hoy no renuevan ni "enriquecen" en lo más mínimo las pobres "ideas" de Bernstein. ¡Acusar a los marxistas de blanquismo, porque conciben la insurrección como un arte! ¿Es posible una más flagrante distorsión de la verdad, cuando ningún marxista niega que fue el propio Marx quien se pronunció del modo más concreto, más claro y más irrefutable acerca de este problema diciendo precisamente que la insurrección es un arte, que hay que tratarla como tal arte, que es necesario conquistar un primer triunfo y seguir luego avanzando de triunfo en triunfo, sin interrumpir la ofensiva contra el enemigo, aprovechándose de su confusión, etc., etc.? Para poder triunfar, la insurrección debe apoyarse no en una conjuración, no en un partido, sino en la clase más avanzada. Esto en primer lugar. La insurrección debe apoyarse en el auge revolucionario del pueblo. Esto en segundo lugar. La insurrección debe apoyarse en aquel momento de viraje en la historia de la revolución ascensional en que la actividad de la vanguardia del pueblo sea mayor, en que mayores sean las vacilaciones en las filas de los enemigos y en las filas de los amigos débiles, a medias, indecisos, de la revolución. Esto en tercer lugar. Estas tres condiciones, previas al planteamiento del problema de la insurrección, son las que precisamente diferencian el marxismo del blanquismo. Pero, si se dan estas condiciones, negarse a tratar la insurrección como un arte equivale a traicionar el marxismo y a traicionar la revolución. Para demostrar que el momento actual es precisamente el momento en que el Partido está obligado a reconocer que la insurrección ha sido puesta al orden del día por la marcha objetiva de los acontecimientos y que la insurrección debe ser considerada como un arte, para demostrarlo, acaso sea lo mejor emplear el método comparativo y trazar un paralelo entre las jornadas del 3 y 4 de julio2 y las de septiembre. El 3 y 4 de julio se podía, sin faltar a la verdad, plantear el problema así: lo justo era tomar el Poder, pues, de no hacerlo, los enemigos nos acusarán igualmente de insurrectos y nos tratarán como a tales. Pero de aquí no se podía hacer la conclusión de que hubiera sido conveniente tomar el Poder en aquel entonces, pues a la sazón no existían las condiciones objetivas necesarias para que la insurrección pudiera triunfar.


1) No teníamos todavía con nosotros a la clase que es la vanguardia de la revolución. No contábamos todavía con la mayoría de los obreros y soldados de las capitales. Hoy tenemos ya la mayoría en ambos Soviets3. Es fruto, sólo de la historia de julio y agosto, de la experiencia de las "represalias" contra los bolcheviques y de la experiencia de la kornilovada. 2) No existía entonces un ascenso revolucionario de todo el pueblo. Hoy existe, después de la kornilovada. Así lo demuestra el estado de las provincias y la toma del Poder por los Soviets en muchos lugares. 3) Entonces, las vacilaciones no habían cobrado todavía proporciones de serio alcance político general en las filas de nuestros enemigos y en las de la pequeña burguesía indecisa. Hoy, esas vacilaciones son gigantescas: nuestro principal enemigo, el imperialismo de la Entente y el imperialismo mundial (ya que los "aliados" se encuentran a la cabeza de éste) empieza a vacilar entre la guerra hasta el triunfo final y una paz separada dirigida contra Rusia. Y nuestros demócratas pequeñoburgueses, que ya han perdido, evidentemente, la mayoría en el pueblo, vacilan también de un modo extraordinario, habiendo renunciado al bloque, es decir, a la coalición con los kadetes. 4) Por eso, en los días 3 y 4 de julio, la insurrección habría sido un error: no habríamos podido mantenernos en el Poder ni física ni políticamente. No habríamos podido mantenernos físicamente, pues aunque por momentos teníamos a Petersburgo en nuestras manos, nuestros obreros y soldados no estaban dispuestos entonces a batirse y a morir por Petersburgo: les faltaba todavía el "ensañamiento", el odio hirviente tanto contra los Kerenski, como contra los Tsereteli y los Chernov. Nuestros hombres no estaban todavía templados por las persecuciones contra los bolcheviques, en que participaron los eseristas y mencheviques. Políticamente, los días 3 y 4 de julio no habríamos podido sostenernos en el Poder, pues, antes de la kornílovada, el ejército y las provincias podían marchar y habrían marchado sobre Petersburgo. Hoy, el panorama es completamente distinto. Hoy, tenemos con nosotros a la mayoría de la clase que es la vanguardia de la revolución, la vanguardia del pueblo, la clase capaz de arrastrar detrás de sí a las masas. Tenemos con nosotros a la mayoría del pueblo, pues la dimisión de Chernov no es, ni mucho menos, el único indicio, pero sí el más claro y el más palpable, de que los campesinos no obtendrán la tierra del bloque de los eseristas (ni de los propios eseristas), y éste es el quid del carácter popular de la revolución.


Estamos en la situación ventajosa de un partido que sabe firmemente cuál es su camino en medio de las más inauditas vacilaciones, tanto de todo el imperialismo como de todo el bloque de los mencheviques y eseristas. Nuestro triunfo es seguro, pues el pueblo está ya al borde de la desesperación y nosotros señalamos al pueblo entero la verdadera salida: le hemos demostrado, "en los días de la kornilovada", el valor de nuestra dirección y, después, hemos propuesto una transacción a los bloquistas, transacción que éstos han rechazado sin que por ello hayan terminado sus vacilaciones. Sería el más grande de los errores creer que la transacción propuesta por nosotros, no ha sido rechazada todavía, que la Conferencia Democrática4 puede aceptarla todavía. La transacción era una oferta hecha de partido a partidos. No podía hacerse de otro modo. Los partidos la rechazaron. La Conferencia Democrática es sólo una conferencia, y nada más. No hay que olvidar una cosa: la mayoría del pueblo revolucionario, los campesinos pobres, irritados, no tienen representación en ella. Trátase de una conferencia de la minoría del pueblo ; no se debe olvidar esta verdad evidente. Sería el más grande de los errores, el mayor de los cretinismos parlamentarios, que nosotros considerásemos la Conferencia Democrática como un parlamento, pues aun suponiendo que se hubiese proclamado parlamento permanente y soberano de la revolución, igualmente no resolvería nada: la solución está fuera de ella, está en los barrios obreros de Petersburgo y de Moscú. Contamos con todas las premisas objetivas para una insurrección triunfante. Contamos con las excepcionales ventajas de una situación en que sólo nuestro triunfo en la insurrección pondrá fin a unas vacilaciones que agotan al pueblo y que son la cosa más penosa del mundo; en que sólo nuestro triunfo en la insurrección dará inmediatamente la tierra a los campesinos; en que sólo nuestro triunfo en la insurrección hará fracasar todas esas maniobras de paz por separado, dirigidas contra la revolución, y las hará fracasar mediante la oferta franca de una paz más completa, más justa y más próxima, una paz en beneficio de la revolución.

Por último, nuestro Partido es el único que, si triunfa en la insurrección, puede salvar a Petersburgo, pues si nuestra oferta de paz es rechazada y no se nos concede ni siquiera un armisticio, nos convertiremos en "defensistas", nos pondremos a la cabeza de los partidos de guerra, nos convertiremos en el partido "de guerra " más encarnizado de todos los partidos y libraremos una guerra verdaderamente revolucionaria. Despojaremos a los capitalistas de todo el pan y de todas las botas. No les dejaremos más que migajas y los calzaremos con alpargatas. Y enviaremos al frente todo el pan y todo el calzado. Y, así, salvaremos a Petersburgo.


En Rusia, son todavía inmensamente grandes los recursos tanto materiales como morales con que contaría una guerra verdaderamente revolucionaria: hay un 99 por 100 de probabilidades de que los alemanes nos concederán, por lo menos, un armisticio. Y, en las condiciones actuales, obtener un armisticio equivale ya a triunfar sobre el mundo entero. *** Luego de haber reconocido la absoluta necesidad de la insurrección de los obreros de Petersburgo y de Moscú para salvar la revolución y para salvar a Rusia de un reparto "separado" por los imperialistas de ambas coaliciones, debemos: primero, adaptar nuestra táctica política en la Conferencia Democrática a las condiciones de la insurrección creciente; segundo, debemos demostrar que no sólo de palabra aceptamos la idea de Marx de que es necesario considerar la insurrección como un arte. Inmediatamente debemos unir en la Conferencia Democrática la minoría bolchevique, sin preocuparnos del número ni dejarnos llevar del temor de que los vacilantes continúen en el campo de los vacilantes; allí, son más útiles a la causa de la revolución que en el campo de los luchadores firmes y decididos. Debemos redactar una breve declaración de los bolcheviques, subrayando con energía la inoportunidad de los largos discursos y la inoportunidad de los "discursos" en general, la necesidad de proceder a una acción imnediata para salvar a la revolución, la absoluta necesidad de romper totalmente con la burguesía, de destituir íntegramente al actual gobierno, de romper de una manera absoluta con los imperialistas anglofranceses, que están preparando el reparto "separado" de Rusia, la necesidad del paso inmediato de todo el Poder a manos de la democracia revolucionaria, con el proletariado revolucionario a la cabeza. Nuestra declaración deberá formular esta conclusión en la forma más breve y tajante y de acuerdo con los proyectos programáticos: paz a los pueblos, tierra a los campesinos, confiscación de las ganancias escandalosas, poner fin al escandaloso sabotaje de la producción por los capitalistas. Cuanto más breve y tajante sea la declaración, mejor. En ella deben señalarse claramente dos puntos de extraordinaria importancia: el pueblo está agotado por tantas vacilaciones, que está harto de la indecisión de los eseristas y mencheviques; y que nosotros rompemos definitivamente con esos partidos porque han traicionado a la revolución. Una cosa más: la oferta inmediata de una paz sin anexiones, la inmediata ruptura con los imperialistas aliados, con todos los imperialistas, o bien obtendremos en seguida un armisticio, o bien el paso de todo el proletariado revolucionario a la posición de la


defensa, y toda la democracia revolucionaria, dirigida por él, dará comienzo a una guerra verdaderamente justa, verdaderamente revolucionaria. Después de dar lectura a esta declaración y de reclamar resoluciones y no palabras, acciones y no resoluciones escritas, debemos lanzar todo nuestro grupo a las fábricas y a los cuarteles: allí está su lugar, allí está el pulso de la vida, allí está la fuente de salvación de nuestra revolución y allí está el motor de la Conferencia Democrática. Allí debemos exponer, en discursos fogosos y apasionados, nuestro programa y plantear el problema así: o la aceptación íntegra del programa por la Conferencia, o la insurrección. No hay término medio. No es posible esperar. La revolución se hunde. Si planteamos el problema de ese modo y concentramos todo nuestro grupo en las fábricas y los cuarteles, estaremos en condiciones de determinar el momento justo para iniciar la insurreccion. Y para enfocar la insurrección al estilo marxista, es decir, como un arte, debemos, al mismo tiempo, sin perder un minuto, organizar un Estado Mayor de los destacamentos de la insurrección, distribuir las fuerzas, enviar los regimientos de confianza contra los puntos más importantes, cercar el Teatro de Alejandro y ocupar la Fortaleza de Pedro y Pablo, arrestar el Estado Mayor y al gobierno, enviar contra los cadetes militares y contra la "división salvaje", aquellas tropas dispuestas a morir antes de dejar que el enemigo se abra paso hacia los centros de la ciudad; debemos movilizar a los obreros armados, haciéndoles un llamamiento para que se lancen a una desesperada lucha final; ocupar inmediatamente el telégrafo y la telefónica, instalar nuestro Estado Mayor de la insurrección en la central telefónica y conectarlo por teléfono con todas las fábricas, todos los regimientos y todos los puntos de la lucha armada, etc. Todo esto, naturalmente, a título de ilustración, como ejemplo de que en el momento actual no se puede ser fiel al marxismo, a la revolución, sin considerar la insurrección como un arte. NOTAS 1. "EI marxismo y la insurrección": carta que escribió Lenin al CC del Partido para preparar la insurrección armada por el Poder. El 15 (28) de septiembre de 1917, el CC del Partido discutió esta carta y la otra titulada Los bolcheviques deben tomar el Poder. (Obras Completas, t. XXVI.) Kámenev, adversario de la orientación del Partido de la revolución socialista, propuso su proyecto de resolución en contra de las directivas de Lenin sobre la insurrección armada expuestas en estas históricas cartas. J. Stalin dio respuesta al ataque traidor de Kámenev y el CC rechazó el proyecto de Kámenev. Las cartas de Lenin fueron enviadas por el CC a las más grandes organizaciones del Partido bolchevique según la proposición de Stalin.


2. Lenin se refiere a la manifestación del 3-4 (16-17) de julio de 1917 en Petrogrado. El 3 (16) de julio comenzaron manifestaciones espontáneas contra el gobierno provisional en el barrio Viborg. El primero en salir a la calle fue el 1.er regimiento de ametralladoras. A él se unieron otras unidades y los obreros de fábricas y talleres. La manifestación amenazaba transformarse en una acción armada contra el gobierno provisional. El Partido bolchevique estaba en ese momento en contra de una acción armada, por considerar que la crisis revolucionaria no había madurado aún y que el ejercito y el interior del país no estaban preparados todavia para apoyar el levantamiento en la capital. El CC, reunido el 3 (16) de julio a las 4 de la tarde junto con el Comité de Petrogrado y la Organización Militar del POSDR (b) resolvió abstenerse de manifestar. Idéntica resolución adoptó la II conferencia de bolcheviques de la ciudad de Petrogrado que se realizaba al mismo tiempo. Los delegados de la conferencia se encaminaron a los talleres y distritos para disuadir a las masas de la manifestación, pero ésta ya había comenzado y resultó imposible detenerla. Teniendo en cuenta el estado de ánimo de las masas, el CC junto con el Comité de Petrogrado y la Organización Militar, muy avanzada la noche del 3 (16) de julio, adoptó la resolución de participar en la manifestación para conferirle un carácter pacífico y organizado. Lenin no se encontraba en aquel entonces en Petrogrado. Después de haber sido informado de los acontecimientos llegó a Petrogrado en la mañana del 4 (17) de julio. Más de 500.000 personas tomaron parte en la manifestación del dia 4, realizada bajo la consigna de los bolcheviques "¡Todo el Poder a los soviets!" Con el consentimiento del Comité Ejecutivo Central en manos de los mencheviques y socialistas revolucionarios fueron lanzados, contra los obreros y soldados que manifestaban pacíficamente, destacamentos de junkers y oficiales que abrieron fuego sobre los manifestantes. Habían sido llamadas tropas contrarrevolucionarias del frente para sofocar el movimiento revolucionario. En la noche del 4 (17) de julio el CC de los bolcheviques tomó la resolución de suspender las manifestaciones. Ya avanzada la noche Lenin llegó a la Redacción de Pravda para revisar los materiales del número a publicarse, y media hora después de su partida la redacción fue asaltada por un destacamento de junkers y cosacos. Los mencheviques y los socialistas revolucionarios resultaron, de hecho, cómplices de la matanza. Una vez reprimida la manifestación, ellos se lanzaron, de concierto con la burguesía, contra el Partido bolchevique. Los periódicos bolcheviques Pravda, Soldátskaia Pravda y otros, fueron clausurados por el gobierno provisional. Empezaron las detenciones en masa, allanamientos y pogroms. Las tropas revolucionarias de la guarnición de Petrogrado fueron retiradas de la capital y enviadas al frente.


Después de las jornadas de julio el Poder en el país pasó por completo a manos del gobierno provisional contrarrevolucionario, en el cual los soviets no fueron más que un apéndice impotente. Terminó la dualidad del Poder. Tocó a su fin el período pacífico de la revolución. Ante los bolcheviques se planteó la tarea de preparar la insurrección armada para derrocar al gobierno provisional. 3. Se alude a la transformación de los soviets en manos bolcheviques: de Petrogrado -31 de agosto (13 de septiembre) y de Moscú -- 5 (18) de septiembre de 1917. 4. La Conferencia Democrática de toda Rusia: convocada por los mencheviques y eseristas para debilitar el creciente movimiento revolucionario en el país, transcurrió del 14 al 22 de septiembre (27 de septiembre a 5 de octubre) de 1917 en Petrogrado. Asistieron a ella los representantes de los diferentes partidos pequeñoburgueses, de los soviets conciliadores, sindicatos, zemstvo, círculos comerciales e industriales y de unidades militares. La Conferencia Democrática tomó la resolución de formar el Anteparlamento (Consejo Provisional de la República). Utilizando éste, los mencheviques y eseristas trataban de desviar el país del camino revolucionario de los soviets para seguir el burgués y constitucional. El CC del Partido bolchevique insistió categóricamente en el boicot al Anteparlamento. Unicamente los capitulacionistas Kámenev y Zinoviev exigían que el proletariado rechazara su actividad preparatoria para la insurrección armada y permaneciera en el Anteparlamento. Los bolcheviques desenmascararon las acciones traidoras del Anteparlamento llamando a las masas a preparar la insurrección armada. Para una apreciación sobre el Anteparlamento véase los artículos de Lenin "Los héroes del fraude y los errores de los bolcheviques" y "Del diario de un publicista". (Obras Completas, t. XXVI.)


6) V. I. Lenin – “Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado” Redactado: Antes del 3 de enero de 1918. La declaración fue aprobada por la sesión del Comité Ejecutivo Central del 3 de enero y rechazada por la mayoría de la Asamblea Constituyente para ser ratificada el 12 del mismo mes por III Congreso de Soviets de toda Rusia. La Asamblea Constituyente decreta: I. 1.- Queda proclamada en Rusia la República de los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos. Todo el poder, tanto en el centro como en las localidades, pertenece a dichos Soviets. 2.- La República Soviética de Rusia se instituye sobre la base de la unión libre de naciones libres, como Federación de Repúblicas Soviéticas nacionales. II. Habiéndose señalado como misión esencial abolir toda explotación del hombre por el hombre, suprimir por completo la división de la sociedad en clases, sofocar de manera implacable la resistencia de los explotadores, instaurar una organización socialista de la sociedad y hacer triunfar el socialismo en todos los países, la Asamblea Constituyente decreta, además: 1.- Queda abolida la propiedad privada de la tierra. Se declara patrimonio de todo el pueblo trabajador toda la tierra, con todos los edificios, ganado de labor, aperos de labranza y demás accesorios agrícolas. 2.- Se ratifica la ley soviética acerca del control obrero y del Consejo Superior de Economía Nacional, con objeto de asegurar el poder del pueblo trabajador sobre los explotadores y como primera medida para que las fábricas, talleres, minas, ferrocarriles y demás medios de producción y de transporte pasen por entero a ser propiedad del Estado obrero y campesino. 3.- Se ratifica el paso de todos los bancos a propiedad del Estado obrero y campesino, como una de las condiciones de la emancipación de las masas trabajadoras del yugo del capital. 4.- Queda establecido el trabajo general obligatorio, con el fin de suprimir los sectores parasitarios de la sociedad. 5.- Se decreta el armamento de los trabajadores, la formación de un Ejército Rojo socialista de obreros y campesinos y el desarme completo de las clases poseedoras, con objeto de asegurar la plenitud del poder de las masas trabajadoras y eliminar toda posibilidad de restauración del poder de los explotadores. III. 1.- Al expresar su inquebrantable decisión de arrancar a la humanidad de las garras del capital financiero y del imperialismo, que han anegado en sangre la tierra en la


guerra actual, la más criminal de todas, la Asamblea Constituyente se solidariza por entero con la política aplicada por el Poder de los Soviets, consistente en romper los tratados secretos, organizar la más extensa confraternización con los obreros y campesinos de los ejércitos actualmente en guerra y obtener, cueste lo que cueste, por procedimientos revolucionarios, una paz democrática entre los pueblos, sin anexiones ni contribuciones, sobre la base de la libre autodeterminación de las naciones. 2.- Con el mismo fin, la Asamblea Constituyente insiste en la completa ruptura con la bárbara política de la civilización burguesa, que basaba la prosperidad de los explotadores de unas pocas naciones elegidas en la esclavitud de centenares de millones do trabajadores en Asia, en las colonias en general y en los países pequeños. La Asamblea Constituyente aplaude la política del Consejo de Comisarios del Pueblo, que ha proclamado la completa independencia de Finlandia, ha comenzado a retirar las tropas de Persia y ha anunciado la libertad de autodeterminación de Armenia. 3.- La Asamblea Constituyente considera la ley soviética de anulación de los empréstitos concertados por los gobiernos del zar, de los terratenientes y de la burguesía como un primer golpe asestado al capital bancario, financiero internacional, y expresa la seguridad de que el Poder de los Soviets seguirá firmemente esta ruta hasta la completa victoria de la insurrección obrera internacional contra el yugo del capital. IV. Elegida sobre la base de las candidaturas de los partidos confeccionadas antes de la Revolución de Octubre, cuando el pueblo no podía aún alzarse en su totalidad contra los explotadores, ni conocía toda la fuerza de la resistencia de éstos en la defensa de sus privilegios de clase ni había abordado en la práctica la creación de la sociedad socialista, la Asamblea Constituyente consideraría profundamente erróneo, incluso desde el punto de vista formal, contraponerse al Poder de los Soviets. En esencia, la Asamblea Constituyente estima que hoy, en el momento de la lucha final del pueblo contra sus explotadores, no puede haber lugar para estos últimos en ninguno de los órganos de poder. El poder debe pertenecer íntegra y exclusivamente a las masas trabajadoras y a sus representantes autorizados: los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos. Al apoyar el Poder de los Soviets y los decretos del Consejo de Comisarios del Pueblo, la Asamblea Constituyente estima que sus funciones no van más allá de establecer las bases cardinales de la transformación socialista de la sociedad. Al mismo tiempo, en su propósito de crear una alianza efectivamente libre y voluntaria y, por consiguiente, más estrecha y duradera entre las clases trabajadoras de todas las naciones de Rusia, la Asamblea Constituyente limita su misión a estipular las bases


fundamentales de la Federación de Repúblicas Soviéticas de Rusia, concediendo a los obreros y campesinos de cada nación la libertad de decidir con toda independencia, en su propio Congreso de los Soviets investido de plenos poderes, si desean, y en qué condiciones, participar en el gobierno federal y en las demás instituciones soviéticas federales.


7) ÂżSe sostendrĂĄn los Bolcheviques en el poder?


León Trotsky 1) HISTORIA DE LA REVOLUCION RUSA Capitulo I Las características del desarrollo de Rusia El rasgo fundamental y más constante de la historia de Rusia es el carácter rezagado de su desarrollo, con el atraso económico, el primitivismo de las formas sociales y el bajo nivel de cultura que son su obligada consecuencia. La población de aquellas estepas gigantescas, abiertas a los vientos inclementes del Oriente y a los invasores asiáticos, nació condenada por la naturaleza misma a un gran rezagamiento. La lucha con los pueblos nómadas se prolonga hasta fines del siglo XVII. La lucha con los vientos que arrastran en invierno los hielos y en verano la sequía aún se sigue librando hoy en día. La agricultura -base de todo el desarrollo del paísprogresaba de un modo extensivo: en el norte eran talados y quemados los bosques, en el sur se roturaban las estepas vírgenes; Rusia fue tomando posesión de la naturaleza no en profundidad, sino en extensión. Mientras que los pueblos bárbaros de Occidente se instalaban sobre las ruinas de la cultura romana, muchas de cuyas viejas piedras pudieron utilizar como material de construcción, los eslavos de Oriente se encontraron en aquellas inhóspitas latitudes de la estepa huérfanos de toda herencia: su antecesores vivían en un nivel todavía más bajo que el suyo. Los pueblos de la Europa occidental, encerrados en seguida dentro de sus fronteras naturales, crearon los núcleos económicos y de cultura de las sociedades industriales. La población de la llanura oriental, tan pronto vio asomar los primeros signos de penuria, penetró en los bosques o se fue a las estepas. En Occidente, los elementos más emprendedores y de mayor iniciativa de la población campesina vinieron a la ciudad, se convirtieron en artesanos, en comerciantes. Algunos de los elementos activos y audaces de Oriente se dedicaron también al comercio, pero la mayoría se convirtieron en cosacos, en colonizadores. El proceso de diferenciación social tan intensivo en Occidente, en Oriente veíase contenido y esfumado por el proceso de expansión. «El zar de los moscovitas, aunque cristiano, reina sobre gente de inteligencia perezosa», escribía Vico, contemporáneo de Pedro I. Aquella «inteligencia perezosa» de los moscovitas reflejaba la lentitud del ritmo económico, la vaguedad informe de las relaciones de clase, la indigencia de la historia interior. Las antiguas civilizaciones de Egipto, India y la China tenían características propias que se bastaban a sí mismas y disponían de tiempo suficiente para llevar sus relaciones sociales, a pesar del bajo nivel de sus fuerzas productivas, casi hasta esa misma


minuciosa perfección que daban a sus productos los artesanos de dichos países. Rusia hallábase enclavada entre Europa y Asia, no sólo geográficamente, sino también desde un punto de vista social e histórico. Se diferenciaba en la Europa occidental, sin confundirse tampoco con el Oriente asiático, aunque se acercase a uno u otro continente en los distintos momentos de su historia, en uno u otro respecto. El Oriente aportó el yugo tártaro, elemento importantísimo en la formación y estructura del Estado ruso. El Occidente era un enemigo mucho más temible; pero al mismo tiempo un maestro. Rusia no podía asimilarse a las formas de Oriente, compelida como se hallaba a plegarse constantemente a la presión económica y militar de Occidente. La existencia en Rusia de un régimen feudal, negada por los historiadores tradicionales, puede considerarse hoy indiscutiblemente demostrada por las modernas investigaciones. Es más: los elementos fundamentales del feudalismo ruso eran los mismos que los de Occidente. Pero el solo hecho de que la existencia en Rusia de una época feudal haya tenido que demostrarse mediante largas polémicas científicas, es ya claro indicio del carácter imperfecto del feudalismo ruso, de sus formas indefinidas, de la pobreza de sus monumentos culturales. Los países atrasados se asimilan las conquistas materiales e ideológicas de las naciones avanzadas. Pero esto no significa que sigan a estas últimas servilmente, reproduciendo todas las etapas de su pasado. La teoría de la reiteración de los ciclos históricos procedente de Vico y sus secuaces- se apoya en la observación de los ciclos de las viejas culturas precapitalistas y, en parte también, en las primeras experiencias del capitalismo. El carácter provincial y episódico de todo el proceso hacia que, efectivamente, se repitiesen hasta cierto punto las distintas fases de cultura en los nuevos núcleos humanos. Sin embargo, el capitalismo implica la superación de estas condiciones. El capitalismo prepara y, hasta cierto punto, realiza la universalidad y permanencia en la evolución de la humanidad. Con esto se excluye ya la posibilidad de que se repitan las formas evolutivas en las distintas naciones. Obligado a seguir a los países avanzados, el país atrasado no se ajusta en su desarrollo a la concatenación de las etapas sucesivas. El privilegio de los países históricamente rezagados -que lo es realmente- está en poder asimilarse las cosas o, mejor dicho, en obligarse a asimilárselas antes del plazo previsto, saltando por alto toda una serie de etapas intermedias. Los salvajes pasan de la flecha al fusil de golpe, sin recorrer la senda que separa en el pasado esas dos armas. Los colonizadores europeos de América no tuvieron necesidad de volver a empezar la historia por el principio. Si Alemania o los Estados Unidos pudieron dejar atrás económicamente a Inglaterra fue, precisamente, porque ambos países venían rezagados en la marcha del capitalismo. Y la anarquía conservadora que hoy reina en la industria hullera británica y en la mentalidad de MacDonald y de sus amigos es la venganza por ese pasado en que Inglaterra se demoró más tiempo del debido empuñando el cetro de la hegemonía capitalista. El desarrollo de una nación históricamente atrasada hace, forzosamente, que se


confundan en ella, de una manera característica, las distintas fases del proceso histórico. Aquí el ciclo presenta, enfocado en su totalidad, un carácter confuso, embrollado, mixto. Claro está que la posibilidad de pasar por alto las fases intermedias no es nunca absoluta; hállase siempre condicionada en última instancia por la capacidad de asimilación económica y cultural del país. Además, los países atrasados rebajan siempre el valor de las conquistas tomadas del extranjero al asimilarlas a su cultura más primitiva. De este modo, el proceso de asimilación cobra un carácter contradictorio. Así por ejemplo, la introducción de los elementos de la técnica occidental, sobre todo la militar y manufacturera, bajo Pedro I se tradujo en la agravación del régimen servil como forma fundamental de la organización del trabajo. El armamento y los empréstitos a la europea -productos, indudablemente, de una cultura más elevada- determinaron el robustecimiento del zarismo, que, a su vez, se interpuso como un obstáculo ante el desarrollo del país. Las leyes de la historia no tienen nada de común con el esquematismo pedantesco. El desarrollo desigual, que es la ley más general del proceso histórico, no se nos revela, en parte alguna, con la evidencia y la complejidad con que la patentiza el destino de los países atrasados. Azotados por el látigo de las necesidades materiales, los países atrasados vense obligados a avanzar a saltos. De esta ley universal del desarrollo desigual de la cultura se deriva otra que, a falta de nombre más adecuado, calificaremos de ley del desarrollo combinado, aludiendo a la aproximación de las distinta etapas del camino y a la confusión de distintas fases, a la amalgama de formas arcaicas y modernas. Sin acudir a esta ley, enfocada, naturalmente, en la integridad de su contenido material, sería imposible comprender la historia de Rusia ni la de ningún otro país de avance cultural rezagado, cualquiera que sea su grado. Bajo la presión de Europa, más rica, el Estado ruso absorbía una parte proporcional mucho mayor de la riqueza nacional que los Estados occidentales, con lo cual no sólo condenaba a las masas del pueblo a una doble miseria, sino que atentaba también contra las bases de las clases pudientes. Pero, al propio tiempo, necesitado del apoyo de estas últimas, forzaba y reglamentaba su formación. Resultado de esto era que las clases privilegiadas, que se habían ido burocratizando, no pudiesen llegar a desarrollarse nunca en toda su pujanza, razón por la cual el Estado iba acercándose cada vez más al despotismo asiático. La autocracia bizantina, adoptada oficialmente por los zares moscovitas desde principios del siglo XVI, domeñó a los boyardos feudales con ayuda de la nobleza y sometió a ésta a su voluntad, entregándole los campesinos como siervos para erigirse sobre estas bases en el absolutismo imperial petersburgués. Para comprender el retraso con que se desarrolla este proceso histórico, baste decir que la servidumbre de


la gleba, que surge en el transcurso del siglo XVI, se perfecciona en el XVII y florece en el XVIII, para no abolirse jurídicamente hasta 1861. El clero desempeña, después de la nobleza, un papel bastante importante, pero completamente mediatizado, en el proceso de formación de la autocracia zarista. La Iglesia no se remonta nunca en Rusia a las alturas del poder que llega a ocupar en el Occidente católico, y se contenta con llenar las funciones de servidora espiritual cerca de la autocracia, apuntándose esto como un mérito de su datarios del brazo secular. Los patriarcas cambiaban al cambiar los zares. En el período petersburgués, la sujeción de la Iglesia al Estado hízose todavía más servil. Los doscientos mil curas y frailes integraban en el fondo la burocracia del país, eran una especie de cuerpo policiaco de la fe: en justa reciprocidad, la policía secular amparaba el monopolio del clero ortodoxo en materia de fe y protegía sus tierras y sus rentas. La eslavofilia, este mesianismo del atraso, razonaba su filosofía diciendo que el pueblo ruso y su Iglesia eran fundamentalmente democráticos, en tanto que la Rusia oficial no era otra cosa que la burocracia alemana implantada por Pedro el Grande. Marx observaba, a este propósito: «Exactamente lo mismo que los asnos teutónicos desplazaron el despotismo de Federico II, etc., a los franceses, como si los esclavos atrasados no necesitaran siempre de esclavos civilizados para amaestrarlos». Esta breve observación refleja perfectamente no sólo la vieja filosofía de los eslavófilos, sino también el evangelio moderno de los «racistas». La incidencia del feudalismo ruso y de toda la historia rusa antigua cobraba su más triste expresión en la ausencia de auténticas ciudades medievales como centros de artesanía, de comercio. En Rusia el artesanado no tuvo tiempo de desglosarse por entero de la agricultura y conservó siempre el carácter del trabajo a domicilio. Las viejas ciudades rusas eran centros comerciales, administrativos, militares y de la nobleza; centros, por consiguiente, consumidores y no productores. La misma ciudad de Novgorod, tan cercana a la Hansa y que no llegó a conocer el yugo tártaro, era una ciudad comercial sin industria. Cierto es que la dispersión de los oficios campesinos, repartidos por las distintas comarcas, creaba la necesidad de una red comercial extensa. Pero los mercaderes nómadas no podían ocupar, en modo alguno, el puesto que en Occidente ocupaba la pequeña y media burguesía de los gremios de artesanos en el comercio y la industria, indisolublemente unida a su periferia campesina. Además, las principales vías de comunicación del comercio ruso conducían al extranjero, asegurando así al capital extranjero, desde los tiempos más remotos, el puesto directivo y dando un carácter semicolonial a todas las operaciones, en que el comerciante ruso quedaba reducido al papel de intermediario entre las ciudades occidentales y la aldea rusa. Este género de relaciones económicas experimentó un cierto avance en la época del capitalismo ruso y tuvo su apogeo y suprema expresión en la guerra imperialista.


La insignificancia de las ciudades rusas, que es lo que más contribuyó a formar en Rusia el tipo de Estado asiático, excluía, en particular, la posibilidad de un movimiento de Reforma encaminada a sustituir la Iglesia ortodoxa burocrático-feudal por una variante cualquiera moderna del cristianismo adaptada a las necesidades de la sociedad burguesa. La lucha contra la Iglesia del Estado no trascendía de los estrechos límites de las sectas campesinas, sin excluir la más poderosa de todas, el cisma de los «creyentes viejos». Quince años antes de que estallase la gran Revolución francesa se desencadenó en Rusia el movimiento de los cosacos, labriegos y obreros serviles de los montes Urales, acaudillado por Pugachev. ¿Qué le faltó a aquella furiosa insurrección popular para convertirse en verdadera revolución? Le faltó el tercer estado. Sin la democracia industrial de las ciudades, era imposible que la guerra campesina se transformase en revolución, del mismo modo que las sectas aldeanas no podían llevar a cabo una Reforma. Lejos de provocar una revolución, el alzamiento de Pugachev sirvió para consolidar el absolutismo burocrático como servidor fiel de los intereses de la nobleza, y volvió a demostrar su eficacia en una hora difícil. La europeización del país, que comenzó formalmente bajo Pedro el Grande, fue convirtiéndose cada vez más, en el transcurso del siglo siguiente, en una necesidad de la propia clase gobernante, es decir, de la nobleza. En 1825, la intelectualidad aristocrática, dando expresión política a esta necesidad, se lanzó a una conspiración militar, con el fin de poner freno a la autocracia. Presionada por el desarrollo de la burguesía europea, la nobleza avanzada intentaba, de este modo, suplir la ausencia del tercer estado. Pero no se resignaba, a pesar de todo, a renunciar a sus privilegios de casta; aspiraba a combinarlos con el régimen liberal por el que luchaba; por eso, lo que más temía era que se levantaran los campesinos. No tiene nada de extraño que aquella conspiración no pasara de ser la hazaña de unos cuantos oficiales brillantes, pero aislados, que sucumbieron casi sin lucha. Ese sentido tuvo la sublevación de los «decembristas».(1) Los terratenientes que poseían fábricas fueron los primeros de su estamento que se iniciaron hacia la sustitución del trabajo servil por el trabajo libre. Otro de los factores que impulsaban esta medida era la exportación, cada día mayor, de cereales rusos al extranjero. En 1861, la burocracia noble, apoyándose en los terratenientes liberales, implanta la reforma campesina. El impotente liberalismo burgués, reducido a su papel de comparsa, no tuvo más remedio que contemplar el cambio pasivamente. No hace falta decir que el zarismo resolvió el problema fundamental de Rusia, esto es, la cuestión agraria, de un modo todavía más mezquino y rapaz de como la monarquía prusiana había de resolver, a la vuelta de pocos años, el problema capital de Alemania: su unidad nacional. La solución de los problemas que incumben a una clase por obra de otra es una de las combinaciones a que aludíamos, propias de los países atrasados.


Pero donde se revela de un modo más indiscutible la ley del desarrollo combinado es en la historia y el carácter de la industria rusa. Nacida tarde, no repite la evolución de los países avanzados, sino que se incorpora a éstos, adaptando a su atraso propio las conquistas más modernas. Si la evolución económica general de Rusia saltó sobre los períodos del artesanado gremial y de la manufactura, algunas ramas de su industria pasaron por alto toda una serie de etapas técnico-industriales que en Occidente llenaron varias décadas. Gracias a esto, la industria rusa pudo desarrollarse en algunos momentos con una rapidez extraordinaria. Entre la revolución de 1905 y la guerra, Rusia dobló, aproximadamente, su producción industrial. A algunos historiadores rusos esto les parece una razón bastante concluyente para deducir que «hay que abandonar la leyenda del atraso y del progreso lento». En rigor la posibilidad de un tan rápido progreso hallábase condicionada precisamente por el atraso del país, que no sólo persiste hasta el momento de la liquidación de la vieja Rusia, sino que aún perdura como herencia de ese pasado hasta el día de hoy. El termómetro fundamental para medir el nivel económico de una nación es el rendimiento del trabajo, que, a su vez, depende del peso específico de la industria en la economía general del país. En vísperas de la guerra, cuando la Rusia zarista había alcanzado el punto culminante de su bienestar, la parte alícuota de riqueza nacional que correspondía a cada habitante era ocho o diez veces inferior a la de los Estados Unidos, lo cual no tiene nada de sorprendente si se tiene en cuenta que las cuatro quintas partes de la población obrera de Rusia se concentraban en la agricultura, mientras que en los Estados Unidos, por cada persona ocupada en las labores agrícolas había 2,5 obreros industriales. Añádase a esto que en vísperas de la guerra Rusia tenía 0,4 kilómetros de líneas férreas por cada 100 kilómetros cuadrados, mientras que en Alemania la proporción era de 1,7 y de 7 en Autria-Hungría, y por el estilo, todos los demás coeficientes comparativos que pudiéramos mencionar. Como ya hemos dicho, es precisamente en el campo de la economía donde se manifiesta con su máximo relieve la ley del desarrollo combinado. Y así, mientras que hasta el momento mismo de estallar la revolución, la agricultura se mantenía, con pequeñas excepciones, casi en el mismo nivel del siglo XVII, l la industria, en lo que a su técnica y a su estructura capitalista se refería, estaba al nivel de los países más avanzados, y, en algunos respectos, los sobrepasaba. En el año 1914 las pequeñas industrias con menos de cien obreros representaban en los Estados Unidos un 35 por 100 del censo total de obreros industriales, mientras que en Rusia este porcentaje era tan sólo de 17,8. La mediana y la gran industria, con una nómina de 100 a 1.000 obreros, representaban un peso específico aproximadamente igual; los centros fabriles gigantescos que daban empleo a más de mil obreros cada uno y que en los Estados Unidos sumaban el 17,8 por 100 del censo total de la población obrera, en Rusia representaban el 41,4 por 100. En las regiones industriales más importantes este porcentaje era todavía más elevado: en la zona de Petrogrado era de 44,4 por 100; en


la de Moscú, de 57,3 por 100. A idénticos resultados llegamos comparando la industria rusa con la inglesa o alemana. Este hecho, que nosotros fuimos los primeros en registrar en el año 1908, se aviene mal con la idea que vulgarmente se tiene del atraso económico de Rusia. Y, sin embargo, no excluye este atraso, sino que lo complementa dialécticamente. También la fusión del capital industrial con el bancario se efectuó en Rusia en proporciones que tal vez no haya conocido ningún otro país. Pero la mediatización de la industria por los Bancos equivalía a su mediatización por el mercado financiero de la Europa occidental. La industria pesada (metal, carbón, petróleo) se hallaba sometida casi por entero al control del capital financiero internacional , que se había creado una red auxiliar y mediadora de Bancos en Rusia. La industria ligera siguió las mismas huellas. En términos generales, cerca del 40 por 100 del capital acciones invertido en Rusia pertenecía a extranjeros, y la proporción era considerablemente mayor en las ramas principales de la industria. Sin exageración, puede decirse que los paquetes de acciones que controlaban los principales bancos, empresas y fábricas de Rusia estaban en manos de extranjeros, debiendo advertirse que la participación de los capitales de Inglaterra, Francia y Bélgica representaba casi el doble de la de Alemania. Las condiciones originarias de la industria rusa y de su estructura informan el carácter social de la burguesía de Rusia y su fisonomía política. La intensa concentración industrial suponía, ya de suyo, que entre las altas esferas capitalistas y las masas del pueblo no hubiese sito para una jerarquía de capas intermedias. Añádase a esto que los propietarios de las más importantes empresas industriales, bancarias y de transportes eran extranjeros que cotizaban los beneficios obtenidos en Rusia y su influencia política en los parlamentos extranjeros, razón por la cual no sólo no les interesaba fomentar la lucha por el parlamentarismo ruso, sino que muchas veces le hacían frente: bate recordar el vergonzoso papel que desempeñaba en Rusia la Francia oficial. Tales eran las causas elementales e insuperables del aislamiento político y del odio al pueblo de la burguesía rusa. Y si ésta, en los albores de su historia, no había alcanzado el grado necesario de madurez para acometer la reforma del Estado, cuando las circunstancias le depararon la ocasión de ponerse al frente de la revolución demostró que llegaba ya tarde. En consonancia con el desarrollo general del país, la base sobre la que se formó la clase obrera rusa no fue el artesanado gremial, sino la agricultura; no fue la ciudad, sino el campo. Además, el proletariado de Rusia no fue formándose paulatinamente a lo largo de los siglos, arrastrando tras sí el peso del pasado, como en Inglaterra, sino a saltos, por una transformación súbita de las condiciones de vida, de las relaciones sociales, rompiendo bruscamente con el ayer. Esto fue, precisamente, lo que, unido al yugo concentrado el zarismo, hizo que los obreros rusos se asimilaran las conclusiones más avanzadas del pensamiento revolucionario, del mismo modo que la industria rusa,


llegada al mundo con retraso, se asimiló las últimas conquistas de la organización capitalista. El proletariado ruso tornaba a producir, una y otra vez, la breve historia de sus orígenes. Al tiempo que en la industria metalúrgica, sobre todo en Petersburgo, cristalizaba y surgía una categoría de proletarios depurados que habían roto completamente con la aldea, en los Urales seguía predominando el tipo obrero de semiproletario, semicampesino. La afluencia de nuevas hornadas de mano de obra del campo a las regiones industriales renovaba todos los años los lazos que unían al proletariado con su cantera social. La incapacidad de acción política de la burguesía se hallaba directamente informado por el carácter de sus relaciones con el proletariado y la clase campesina. La burguesía no podía arrastrar consigo a los obreros a quienes la vida de todos los días enfrentaba con ella y que, además, aprendieron en seguida a generalizar sus problemas. Y la misma incapacidad demostraba para atraerse a los campesinos, atada como estaba a los terratenientes por una red de intereses comunes y temerosa de que el régimen de propiedad, en cualquiera de sus formas, se viniese a tierra. El retraso de la revolución rusa no era tan sólo, como se ve, un problema de cronología, sino que afectaba también a la estructura social del país. Inglaterra hizo su revolución puritana en una época en que su población total no pasaba de los cinco millones y medio de habitantes, de los cuales medio millón correspondía a Londres. En la época de la Revolución francesa París no contaba tampoco con más de medio millón de almas de los veinticinco que formaban el censo total del país. A principios del siglo XX Rusia tenía cerca de ciento cincuenta millones de habitantes, más de tres millones de los cuales se concentraban en Petrogrado y Moscú. Detrás de estas cifras comparativas laten grandes diferencias sociales. La Inglaterra del siglo XVII, como la Francia del siglo XVIII, no conocían aún el proletariado moderno. En cambio, en Rusia la clase obrera contaba, en 1905, incluyendo la ciudad y el campo, no menos de diez millones de almas, que, con sus familias, venían a representar más de veinticinco millones de almas, cifra que superaba la de la población total de Francia en la época de la Gran Revolución. Desde los artesanos acomodados y los campesinos independientes que formaban en el ejército de Cromwell hasta los proletarios industriales de Petersburgo, pasando por los sansculottes de París, la revolución hubo de modificar profundamente su mecánica social, sus métodos, y con éstos también, naturalmente, sus fines. Los acontecimientos de 1905 fueron el prologo de las dos revoluciones de 1917: la de Febrero y la de Octubre. El prólogo contenía ya todos los elementos del drama, aunque éstos no se desarrollasen hasta el fin. La guerra ruso-japonesa hizo tambalearse al zarismo. La burguesía liberal se valió del movimiento de las masas para infundir un poco de miedo desde la oposición a la monarquía. Pero los obreros se


emanciparon de la burguesía, organizándose aparte de ella y frente a ella en los soviets, creados entonces por vez primera. Los campesinos s levantaron, al grito de «¡tierra!», en toda la gigantesca extensión del país. Los elementos revolucionarios del ejército sentíanse atraídos, tanto como los campesinos, por los soviets, que, en el momento álgido de la revolución, disputaron abiertamente el poder a la monarquía. Fue entonces cuando actuaron pro primera vez en la historia de Rusia todas las fuerzas revolucionarias: carecían de experiencia y les faltaba la confianza en sí mismas. Los liberales retrocedieron ostentosamente ante la revolución en el preciso momento en que se demostraba que no bastaba con hostilizar al zarismo, sino que era preciso derribarlo. La brusca ruptura de la burguesía con el pueblo, que hizo que ya entonces se desprendiese de aquélla una parte considerable de la intelectualidad democrática, facilitó a la monarquía la obra de selección dentro del ejército, le permitió seleccionar las fuerzas fieles al régimen y organizar una sangrienta represión contra los obreros y campesinos. Y, aunque con algunas costillas rotas, el zarismo salió vivo y relativamente fuerte de la prueba de 1905. ¿Qué alteraciones introdujo en el panorama de las fuerzas sociales el desarrollo histórico que llena los once años que median entre el prólogo y el drama? Durante este período se acentúa todavía más la contradicción entre el zarismo y las exigencias de la historia. La burguesía se fortificó económicamente, pero ya hemos visto que su fuerza se basaba en la intensa concentración de la industria y en la importancia creciente del capital extranjero. Adoctrinada por las enseñanzas de 1905, la burguesía se hizo aún más conservadora y suspicaz. El peso específico dentro del país de la pequeña burguesía y de la clase media, que ya antes era insignificante, disminuyó más aún. La intelectualidad democrática no disponía del menor punto consistente de apoyo social. Podía gozar de una influencia política transitoria, pero nunca desempeñar un papel propio: hallábase cada vez más mediatizada por el liberalismo burgués. En estas condiciones no había más que un partido que pudiera brindar un programa, una bandera y una dirección a los campesinos: el proletariado. La misión grandiosa que le estaba reservada engendró la necesidad inaplazable de crear una organización revolucionaria propia, capaz de reclutar a las masas del pueblo y ponerlas al servicio de la revolución, bajo la iniciativa de los obreros. Así fue como los soviets de 1905 tomaron en 1917 un gigantesco desarrollo. Que los soviets -dicho sea de paso- no son, sencillamente, producto del atraso histórico de Rusia, sino fruto de la ley del desarrollo social combinado, lo demuestra por sí solo el hecho de que el proletariado del país más industrial del mundo, Alemania, no hallase durante la marejada revolucionaria de 1918-1919 más forma de organización que los soviets. La Revolución de 1917 perseguía como fin inmediato el derrumbamiento de la monarquía burocrática. Pero, a diferencia de las revoluciones burguesas tradicionales, daba entrada en la acción, en calidad de fuerza decisiva, a una nueva clase, hija de los grandes centros industriales y equipada con una nueva organización y nuevos métodos


de lucha. La ley del desarrollo social combinado se nos presenta aquí en su expresión última: la revolución, que comienza derrumbando toda la podredumbre medieval, a la vuelta de pocos meses lleva al poder al proletariado acaudillado por el partido comunista. El punto de partida de la revolución rusa fue la revolución democrática. Pero planteó en términos nuevos el problema de la democracia política. Mientras los obreros llenaban el país de soviets, dando entrada en ellos a los soldados y, en algunos sitios, a los campesinos, la burguesía seguía entreteniéndose en discutir si debía o no convocarse la Asamblea constituyente. Conforme vayamos exponiendo los acontecimientos, veremos dibujarse esta cuestión de un modo perfectamente concreto. Por ahora queremos limitarnos a señalar el puesto que corresponde a los soviets en la concatenación histórica de las ideas y las formas revolucionarias. La revolución burguesa de Inglaterra, planteada a mediados del siglo XVIII, se desarrolló bajo el manto de la Reforma religiosa. El súbdito inglés, luchando por su derecho a rezar con el devocionario que mejor le pareciese, luchaba contra el rey, contra la aristocracia, contra los príncipes de la Iglesia y contra Roma. Los presbiterianos y los puritanos de Inglaterra estaban profundamente convencidos de que colocaban sus intereses terrenales bajo la suprema protección de la providencia divina. Las aspiraciones por que luchaban las nuevas clases confundíanse inseparablemente en sus conciencias con los textos de la Biblia y los ritos del culto religioso. Los emigrantes del Mayflower llevaron consigo al otro lado del océano esta tradición mezclada con su sangre. A esto se debe la fuerza excepcional de resistencia de la interpretación anglosajona del cristianismo. Y todavía es hoy el día en que los ministros «socialistas» de la Gran Bretaña encubren su cobardía con aquellos mismos textos mágicos en que los hombres del siglo XVII buscaban una justificación para su bravura. En Francia, donde no prendió la Reforma, la Iglesia católica perduró como Iglesia del Estado hasta la revolución, que había de ir a buscar no a los textos de la Biblia, sino a las abstracciones de la democracia, la expresión y justificación para los fines de la sociedad burguesa. Y por grande que sea el odio que los actuales directores de Francia sientan hacia el jacobinismo, el hecho es que, gracias a la mano dura de Robespierre, pueden permitirse ellos hoy el lujo de seguir disfrazando su régimen conservador bajo fórmulas por medio de las cuales se hizo saltar en otro tiempo a la vieja sociedad. Todas las grandes revoluciones han marcado a la sociedad burguesa una nueva etapa y nuevas formas de conciencia de sus clases. Del mismo modo que en Francia no prendió la Reforma, en Rusia no prendió tampoco la democracia formal. El partido revolucionario ruso a quien incumbió la misión de dejar estampado su sello en toda una época, no acudió a buscar la expresión de los problemas de la revolución a la Biblia, ni a esa democracia «pura» que no es más que el cristianismo secularizado, sino


a las condiciones materiales de las clases que integran la sociedad. El sistema soviético dio a estas condiciones su expresión más sencilla, más diáfana y más franca. El régimen de e los trabajadores se realiza por vez primera en la historia bajo los soviets que, cualesquiera que sean las vicisitudes históricas que les estén reservadas, ha echado raíces tan profundas e indestructibles en la conciencia de las masas como, en su tiempo, la Reforma o la democracia pura. (1)«Decembristas» o «dekabristas» por el mes de diciembre, en que tuvo lugar la sublevación. [NDT.]


2) HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN RUSA – Capitulo XXIII La insurrección de Octubre Se impone hasta tal punto el aplicar a la revolución analogías derivadas de la historia natural, que algunas de ellas se han convertido en metáforas corrientes: "erupción volcánica", "parto de una nueva sociedad", "punto de ebullición"... Bajo la apariencia de una simple imagen literaria se disimula una percepción intuitiva de las leyes de la dialéctica, es decir, de la lógica del desarrollo. Lo que la revolución en su conjunto es respecto a la evolución, la insurrección armada lo es en relación a la revolución misma: el punto crítico en que la cantidad acumulada se convierte por explosión en calidad. Pero la insurrección misma no es un acto homogéneo e indivisible: hay en ella puntos críticos, crisis e impulsos internos. Tiene gran importancia, desde el punto de vista político y teórico, el corto período que precede inmediatamente al "punto de ebullición", es decir, la víspera de la insurrección. Se enseña en física que si se abandona de pronto una operación de calentar regularmente un líquido, éste conserva durante un cierto tiempo una temperatura invariable y entra en ebullición después de haber absorbido una cantidad complementaria de calor. El lenguaje corriente viene una vez más en nuestra ayuda, definiendo el estado de falsa tranquilidad y sosiego anterior al estallido como "la calma que precede a la tormenta". Cuando la mayoría de los obreros y soldados de Petrogrado pasó indiscutiblemente al lado de los bolcheviques, la temperatura parecía haber alcanzado el punto de ebullición. Fue precisamente entonces cuando Lenin proclamó la necesidad de una insurrección inmediata. Pero lo sorprendente es que aún faltaba algo para la insurrección. Los obreros y, sobre todo, los soldados debían absorber todavía una nueva dosis de energía revolucionaria. En las masas, no hay contradicción entre las palabras y los actos. Pero, para pasar de las palabras a los actos, aunque sólo sea en una huelga y con mayor razón en una insurrección, se producen inevitablemente fricciones íntimas y reagrupamientos moleculares: unos avanzan, otros tienen que quedarse atrás. La guerra civil, en sus primeros pasos, se caracteriza en general por una falta de resolución. Ambos campos, en cierto modo, pisan el mismo suelo nacional, no pueden liberarse de su propia periferia, con sus capas intermedias y sus disposiciones favorables a la conciliación. La calma anterior a la tormenta, en las masas, indicaba una grave confusión en la capa dirigente. Los órganos y las instituciones que se habían formado en el período


relativamente tranquilo de los preparativos -la revolución tiene sus períodos de reposo, así como la guerra tiene sus días de calma- resultan, aun en el partido mejor forjado, inadecuados o no del todo adecuados a los problemas de la insurrección: no se pueden evitar en el momento más crítico ciertos desplazamientos y reajustes. Los delegados del Soviet de Petrogrado, que habían votado por el poder de los soviets, distaban mucho de haberse convencido todos del hecho que la insurrección armada se había convertido en la tarea inmediata. Era necesario hacerles pasar por un nuevo camino, con los menores trastornos posibles, para transformar el Soviet en un aparato de insurrección. Dado el grado de maduración de la crisis, no hacía falta para ello ni meses, ni siquiera muchas semanas. Pero precisamente en los últimos días lo más peligroso era perder pie, dar la orden para el gran salto unos días antes de que el Soviet estuviese dispuesto a darlo, provocar una perturbación en las filas, separar el partido del Soviet, aunque sólo fuese por veinticuatro horas. Lenin ha repetido más de una vez que las masas están infinitamente más a la izquierda que el partido, y éste más a la izquierda que su Comité central. En relación a la revolución en su conjunto, era absolutamente justo. Pero, incluso en esas relaciones recíprocas, hay profundas oscilaciones íntimas. En abril, en junio, en particular a comienzos de julio, los obreros y soldados empujaban impacientemente al partido por el camino de los actos decisivos. Después del aplastamiento de julio, las masas se habían hecho más prudentes. Tanto o más que antes, deseaban la insurrección. Pero se habían quemado los dedos y temían un nuevo fracaso. Durante los meses de julio, agosto y septiembre, el partido, de un día para otro, contenía a los obreros y soldados que los kornilovianos, por el contrario, provocaban de todas formas a salir a la calle. La experiencia política de los últimos meses había desarrollado enormemente los centros moderadores, no sólo entre los dirigentes, sino también entre los dirigidos. Los incesantes éxitos de la agitación mantenían, por otro lado, la inercia de la gente dispuesta a estar a la expectativa. Para las masas no bastaba ya una nueva orientación política: necesitaban rehacerse psicológicamente. Cuanto más mandan sobre los acontecimientos los dirigentes del partido revolucionario, más la insurrección engloba a las masas. El problema difícil del paso de la política preparatoria a la técnica de la insurrección se planteaba en todo el país de diversas formas, pero en suma de la misma manera. Muralov cuenta que, en la organización militar moscovita de los bolcheviques, había unanimidad sobre la necesidad de tomar el poder; sin embargo, "cuando se intentó resolver concretamente la cuestión de saber cómo conquistar el poder, no se halló solución". Faltaba todavía el último eslabón de la cadena. En los mismos días en que Petrogrado se encontraba amenazado por una evacuación de la guarnición, Moscú vivía en una atmósfera de incesantes conflictos huelguísticos. A iniciativa de los comités de fábrica, la fracción bolchevique del Soviet presentó un


plan: resolver los conflictos económicos por medio de decretos. Los preparativos duraron bastante tiempo. Sólo el 23 de octubre los órganos del Soviet de Moscú adoptaron el "decreto revolucionario n.º 1": a partir de entonces no se podía contratarlo despedir a los obreros y empleados en las fábricas sin el consentimiento de los comités de fábrica. Esta decisión significaba que se empezaba a actuar como un poder de Estado. La inevitable resistencia del gobierno debía, según esperaban los autores de la iniciativa, agrupar más estrechamente a las masas en torno al Soviet y precipitar un conflicto abierto. Ese proyecto no se pudo poner a prueba, ya que la insurrección de Petrogrado dio a Moscú y al resto del país un motivo mucho más imperioso para sublevarse: había que apoyar inmediatamente al gobierno soviético que acababa de formarse. El bando qué practica la ofensiva tiene interés, en general, en mostrarse a la defensiva. Un partido revolucionario está interesado en encontrar una cobertura legal. El inminente Congreso de los soviets, que de hecho sería un congreso insurreccional, era al mismo tiempo el detentor, a los ojos de las masas populares, si no de toda la soberanía, al menos de una buena parte de ésta. Era, pues, el levantamiento de uno de los elementos del doble poder contra el otro. Recurriendo ante el Congreso como ante la fuente del poder, el Comité militar revolucionario acusaba de antemano al gobierno de preparar un atentado contra los soviets. Esa acusación se derivaba de la situación misma. Si realmente el gobierno no tenía la intención de capitular sin lucha, debía, pues, prepararse para su propia defensa. Pero, por eso mismo, estaba sujeto a la acusación de haber intrigado contra el órgano supremo de los obreros, soldados y campesinos. Luchando contra el Congreso de los soviets que debía derrocar a Kerenski, el gobierno se lanzaba contra la fuente misma del poder del que había surgido Kerenski. Sería un error grosero no ver en esto más que sutilezas jurídicas, indiferentes al pueblo; al contrario, es precisamente bajo este aspecto como los acontecimientos esenciales de la revolución se reflejaban en la conciencia de las masas. Había que sacar todo el provecho posible de ese encadenamiento excepcionalmente ventajoso. Dando un gran sentido político al deseo muy natural de los soldados de no dejar los cuarteles por las trincheras y movilizando a la guarnición para la defensa del Congreso de los soviets, la dirección revolucionaria no se ataba las manos en absoluto respecto a la fecha de la insurrección. La elección del día y de la hora dependía de la marcha ulterior del conflicto. La libertad de maniobra estaba del lado del más fuerte. "Vencer primero a Kerenski y convocar luego el Congreso", repetía Lenin, temiendo ver la insurrección sustituida por un juego constitucional. Lenin, evidentemente, no había tenido tiempo aún de apreciar un nuevo factor que surgía en la preparación del levantamiento y que cambiaba todo su carácter, es decir: un grave conflicto entre la guarnición de Petrogrado y el gobierno. Si el Congreso de los soviets debe resolver el


problema del poder; si el gobierno quiere dividir a la guarnición para impedir que el Congreso tome el poder; si la guarnición, sin esperar al Congreso de los soviets, se niega a someterse al gobierno, todo esto significa en suma que la insurrección ha comenzado, anticipándose al Congreso de los soviets, aunque bajo el manto de su autoridad. Sería, por consiguiente, erróneo hacer una distinción entre los preparativos de la insurrección y los del Congreso de los soviets. Lo mejor sería comprender las particularidades de la insurrección de Octubre comparándola con la de Febrero. Si recurrimos a esa comparación, no cabe admitir, como en otros casos, la identidad convencional de todas las condiciones; son idénticas en realidad, ya que se trata en los dos casos de Petrogrado: el mismo terreno de lucha, los mismos agrupamientos sociales, el mismo proletariado y la misma guarnición. La victoria-se obtiene, en los dos casos, porque la mayoría de los regimientos de reserva pasan al bando de los obreros. Pero ¡qué enorme diferencia, pese a estos rasgos generales esenciales! Completándose históricamente en esos ocho meses que las separan, las dos insurrecciones de Petrogrado, por sus contrastes, parecen hechas de antemano para ayudar a comprender mejor la naturaleza de una insurrección en general. Suele decirse que la insurrección de Febrero fue un levantamiento de fuerzas elementales. Ya hemos expuesto en su lugar todas las reservas indispensables a esta definición. Pero es exacto, en todo caso, que en Febrero nadie se anticipó a indicar el camino de la insurrección; nadie votaba en las fábricas y los cuarteles sobre la cuestión de la revolución; nadie, desde arriba, llamaba a la insurrección. La irritación que se había acumulado durante años estalló de forma inesperada incluso, en gran medida, para las masas mismas. Las cosas sucedieron de otro modo en Octubre. Durante ocho meses las masas habían vivido una vida política intensa. No solamente provocaban acontecimientos, sino que aprendían a comprender su ligazón; después de cada acción, valoraban críticamente los resultados. El parlamentarismo soviético se convirtió en el mecanismo cotidiano de la vida política del pueblo. Si resolvían votando las cuestiones de huelga, manifestaciones en la calle, envío de regimientos al frente, ¿podían las masas renunciar a resolver por ellas mismas el problema de la insurrección? De esta conquista inapreciable y en suma única de la revolución de Febrero provenían, sin embargo, nuevas dificultades. No se podía llamar a las masas al combate en nombre del Soviet sin haber planteado categóricamente la cuestión ante el Soviet, es decir, sin haber hecho del problema de la insurrección el objeto de debates abiertos, e incluso con la participación de los representantes del campo enemigo. La necesidad de crear un órgano soviético especial, lo más disimuladamente posible, para dirigir la insurrección, era evidente. Pero esto imponía también el camino democrático con todas sus ventajas y todas sus demoras. La decisión tomada por el Comité militar


revolucionario, fechada el 9 de octubre, no entra en aplicación definitivamente más que el 20. Sin embargo, la principal dificultad no estaba ahí. Utilizar la mayoría en el Soviet y crear un comité compuesto únicamente de bolcheviques, sería provocar el descontento de los sin partido, sin contar el de los socialistas revolucionarios de izquierda y de determinados grupos anarquistas. Los bolcheviques del Comité militar revolucionario se sometían a la decisión de su partido, pero no todos ellos sin resistencia. Sin embargo, no se podía exigir ninguna disciplina a los sin partido y a los socialistas revolucionarios de izquierda. Obtener de ellos una decisión a priori a favor de la insurrección para un día fijo hubiera sido inconcebible, y el simple hecho de plantear ante ellos el problema hubiera sido extremadamente imprudente. Por medio del Comité militar revolucionario, únicamente se podía arrastrar a las masas hacia la insurrección, agravando día tras día la situación y haciendo que el conflicto terminase siendo inevitable. ¿No hubiera sido más sencillo, en ese caso, llamar a la insurrección en nombre del partido, directamente? Son indudables las serias ventajas de semejante procedimiento. Pero quizás los inconvenientes no son menos evidentes. Entre los millones de hombres sobre los cuales el partido tenía previsto apoyarse, era preciso distinguir sin embargo tres sectores: uno que apoyaba ya a los bolcheviques en todas las circunstancias; otro, el más numeroso, que apoyaba a los bolcheviques allí donde éstos actuaban por medio de los soviets; el tercero, que seguía a los soviets, aunque en éstos los bolcheviques fuesen mayoritarios. Esos tres sectores se distinguían no sólo por su nivel político, sino, en gran parte también, por su composición social. Detrás de los bolcheviques, en tanto que partido, marchaban en primera fila los obreros industriales, proletarios por herencia de Petrogrado. Detrás de los bolcheviques, en la medida que tuviesen el respaldo legal de los soviets, marchaba la mayoría de los soldados. Detrás de los soviets, independientemente o a pesar del hecho que los bolcheviques hubieran alcanzado una fuerte influencia, marchaban las formaciones más conservadoras de la clase obrera, los ex mencheviques y socialistas revolucionarios, temerosos de separarse del resto de la masa; los elementos más conservadores del ejército, incluidos los cosacos; los campesinos que habían roto con la dirección del partido socialista revolucionario para ligarse a su ala izquierda. Sería un error evidente identificar la fuerza del partido bolchevique a la de los soviets que él dirigía: esta última fuerza era mucho mayor que la primera; sin embargo, si faltaba la primera, se volvía impotente. Esto no tiene nada de misterioso. La relación entre el partido y el Soviet procedía de una inevitable incompatibilidad, en una época revolucionaria, entre la formidable influencia política del bolchevismo y la endeblez de su fuerza organizativa. Una palanca exactamente aplicada da a una mano la posibilidad


de levantar un peso que supera con mucho la fuerza viva que despliega. Pero, si la mano falta, la palanca no es más que una pértiga inanimada. En la Conferencia regional de Moscú de los bolcheviques, a finales de septiembre, uno de los delegados declaraba: "En Egorievsk, la influencia de los bolcheviques no se pone en cuestión. Pero la organización del partido, por sí misma, es débil. Está muy abandonada; no hay afiliaciones regulares ni cotizaciones de miembros". La desproporción entre la influencia y la organización, no siempre tan manifiesta, constituía un fenómeno general. Las grandes masas conocían las consignas bolcheviques y la organización soviética. Esas consignas y la organización se fusionaron para ellas definitivamente a finales de septiembre y comienzos de octubre. El pueblo aguardaba la opinión de los soviets sobre cuándo y cómo aplicar el programa de los bolcheviques. El mismo partido educaba metódicamente a las masas en ese espíritu. Cuando en Kiev se extendió el rumor de los preparativos de la insurrección, el Comité ejecutivo bolchevique opuso inmediatamente un mentís rotundo: "Ninguna manifestación ha de hacerse si no es convocada por los soviets... ¡No marchar sin el Soviet!" Desmintiendo, el 18 de octubre, los rumores que corrían sobre una insurrección fijada, según decían, para el 22, Trotsky decía: "El Soviet es una institución electiva y... no puede adoptar resoluciones que no fueran conocidas por los obreros y soldados..." Fórmulas de este tipo, repetidas cotidianamente y confirmadas por la práctica, eran acogidas favorablemente. En la Conferencia militar de los bolcheviques de Moscú, celebrada en octubre, el alférez Berzin resumía así los informes de los delegados: "Es difícil decir si las tropas marcharán al llamamiento del Comité bolchevique de Moscú. Pero si las convoca el Soviet, todos marcharán probablemente." Ahora bien, la guarnición de Moscú, desde septiembre, había votado en un noventa por ciento a favor de los bolcheviques. En la Conferencia del 16 de octubre, en Petrogrado, Boki, en nombre del Comité del partido, informaba que en el distrito de Moscú "marcharán si les convoca el Soviet, pero no el partido"; en el barrio de Nevski, "todos marcharán detrás del Soviet". Volodarski resumía inmediatamente el estado de ánimo de Petrogrado de la manera siguiente: "La impresión general es la de que nadie se impacienta por salir a la calle, pero, que, si les convoca el Soviet, todos estarán presentes." Olga Ravich corrige esta afirmación: "Algunos afirman que también marcharán si les convoca el partido." En la Conferencia de la guarnición de Petrogrado, el 18, los delegados informaron que sus regimientos esperaban para avanzar un llamamiento del Soviet; nadie hablaba del partido, aunque los bolcheviques estaban a la cabeza de numerosos contingentes: sólo se podía mantener la unidad en los cuarteles estableciendo una ligazón entre los simpatizantes, los vacilantes y los elementos semihostiles, a través de la disciplina del Soviet. El regimiento de Granaderos llegó a declarar que sólo marcharía si se lo ordenaba el


Congreso de los soviets. El mismo hecho de que los agitadores y organizadores, al enjuiciar el estado de ánimo de las masas, diferenciaran siempre entre el Soviet y el partido, demuestra qué gran importancia tenía esta cuestión desde el punto de vista del llamamiento a la insurrección. El chófer Mitrevich cuenta que en un equipo de camiones, donde se conseguía obtener una resolución a favor de la insurrección, los bolcheviques hicieron adoptar una propuesta de compromiso: "No marcharemos ni a favor de los bolcheviques ni de los mencheviques, pero... sin ninguna dilación ejecutaremos todas las órdenes del II Congreso de los soviets." Los bolcheviques del equipo de camiones aplicaban en pequeño la misma táctica envolvente a la cual recurría el Comité militar revolucionario. Mitrevich no quiere demostrar nada, relata únicamente, y su testimonio es, por ello, aún más convincente. Las tentativas para conducir la insurrección directamente por medio del partido no daban resultado en ningún sitio. Se ha conservado un testimonio de enorme interés, en relación a la preparación del levantamiento en Kinechma, punto importante de la industria textil. Cuando se planteó al orden del día la insurrección en la región moscovita, el Comité del partido en Kinechma eligió un triunvirato especial que fue denominado, no se sabe bien por qué, Directorio, a fin de estudiar las fuerzas militares, los medios con que se contaba para los preparativos de la insurrección armada. "Hay que señalar, sin embargo -escribe uno de los miembros del Directorio-, que los tres elegidos no hicieron gran cosa, según parece. Los acontecimientos se desarrollaron de manera un poco diferente... La huelga regional nos absorbió totalmente, y, al llegar el momento decisivo, el centro organizador fue trasladado al Comité de huelga y al Soviet..." En las modestas dimensiones de un movimiento provincial, se repetía lo mismo que en Petrogrado. El partido ponía en movimiento al Soviet. El Soviet ponía en movimiento a los obreros, soldados y, parcialmente, a los campesinos. Lo que se ganaba en masa, se perdía en rapidez. Si representamos ese aparato de transmisión como un sistema de ruedas dentadas -comparación ya utilizada por Lenin, aunque en otra ocasión y en un período distinto-, puede decirse que una tentativa impaciente para ajustar la rueda del partido directamente a la rueda gigante de las masas presentaba el riesgo de romper los dientes de la rueda del partido sin conseguir, por lo tanto, una movilización suficiente de las masas.

Sin embargo, no menos real era el peligro contrario, el de dejar escapar una situación favorable como resultado de fricciones en el interior mismo del sistema soviético. Teóricamente hablando, el momento más favorable para la insurrección se localiza en un punto determinado en el tiempo. No se trata, por supuesto, de sorprender en la


práctica ese punto ideal. La insurrección puede representarse, en cuanto a sus posibilidades de éxito, como una curva ascendente, que culminara en su punto ideal; pero también como una curva descendente si la relación de fuerzas no ha podido modificarse todavía radicalmente. En lugar de "un momento", resulta un espacio de tiempo que se puede medir en semanas y a veces en meses. Los bolcheviques podían tomar el poder en Petrogrado desde comienzos de julio. Pero, en ese caso, no lo habrían conservado. A partir de mediados de septiembre, ya podían esperar no sólo conquistar el poder, sino también conservarlo. Si, a finales de octubre, los bolcheviques hubieran atrasado la insurrección, es posible, pero no seguro, que aún les hubiera quedado cierto tiempo para recuperar el terreno perdido. Se puede admitir con ciertas reservas que, durante tres o cuatro meses, por ejemplo de septiembre a diciembre, las premisas políticas para una insurrección seguían existiendo: estaban ya maduras y aún no se habían descompuesto. Dentro de estos límites, más fáciles de precisar después que en el momento mismo de la acción, el partido gozaba de cierta libertad de elección engendrando inevitables y, a veces graves, diferencias de índole práctica. Ya en las jornadas de la Conferencia democrática, Lenin proponía desencadenar la insurrección. A finales de septiembre, consideraba todo aplazamiento no sólo arriesgado, sino peligroso. "Aguardar al Congreso de los soviets -escribía a comienzos de octubre- es un juego pueril, vergonzoso, es traicionar a la revolución con formalismos." Es sin embargo dudoso que, entre los dirigentes bolcheviques, alguien se guiara en ese problema por consideraciones puramente formales. Cuando Zinóviev, por ejemplo, exigía una conferencia preparatoria con la fracción bolchevique del Congreso de los soviets, no buscaba una sanción formal, sino simplemente contaba con el apoyo político de los delegados de provincias contra el Comité central. Pero es un hecho que la subordinación del partido al Soviet y de éste al Congreso de los soviets aportaba al problema de la fecha de la insurrección un factor de imprecisión que alarmaba enormemente, y no sin razón, a Lenin. La cuestión de saber cuándo se lanzará el llamamiento está estrechamente ligada a la de saber quién lo lanzará. Lenin no ignoraba las ventajas de un llamamiento en nombre del Soviet; pero veía, ante todo, las dificultades que surgirían en ese camino. Sobre todo a distancia, no podía dejar de temer que las interferencias entre los dirigentes del Soviet fueran aún más fuertes que en el Comité central, cuya política consideraba ya demasiado indecisa. Sobre el problema de saber quién empezaría, si el Soviet o el partido, Lenin tenía soluciones alternativas, pero, en las primeras semanas, se inclinaba resueltamente en favor de una iniciativa independiente del partido. No había en esto ni una sombra de oposición de principios: se trataba de abordar la cuestión de la insurrección sobre una sola y misma base, en circunstancias idénticas, con los mismos fines. Pero la manera de hacerlo era, de todos modos, diferente.


La propuesta hecha por Lenin de rodear el teatro Alexandra y detener a los miembros de la Conferencia democrática suponía que el partido, y no el Soviet, debía estar a la cabeza de la insurrección, llamando directamente a las fábricas y a los cuarteles. Y no podía suceder de otro modo: era inconcebible que el Soviet aceptase un plan semejante. Lenin se daba cuenta perfectamente de que, incluso en las altas esferas del partido, su concepción encontraría resistencias; recomendaba de antemano a la fracción bolchevique de la Conferencia el "no preocuparse por el número": si se actúa decididamente desde arriba, el número será garantizado por la base. El audaz plan de Lenin presentaba las ventajas indiscutibles de la rapidez y del imprevisto. Pero ponía demasiado al descubierto al partido, con el peligro, dentro de ciertos límites, de oponerlo a las masas. Incluso el Soviet de Petrogrado, pillado de improviso, hubiera podido, ante el primer fracaso, dejar desvanecerse la mayoría bolchevique, que no era todavía demasiado estable. La resolución del 10 de octubre propone a las organizaciones locales del partido que resuelvan prácticamente todas las cuestiones desde el punto de vista de la insurrección: en cuanto a los soviets, en tanto que órganos de la insurrección, no se les menciona en la resolución del Comité central. En la Conferencia del 16, Lenin decía: "Los hechos demuestran que tenemos la superioridad sobre el enemigo. ¿Por qué el Comité central no puede empezar?" De la boca de Lenin, la pregunta no tenía en absoluto un carácter retórico; significaba: ¿por qué perder el tiempo subordinándose a la mediación complicada del Soviet si el Comité central puede dar la señal inmediatamente? Sin embargo, la resolución propuesta por Lenin se terminaba esta vez con la expresión "de su confianza en que el Comité central y el Soviet indicarían oportunamente el momento propicio y los medios más convenientes de acción". La referencia hecha al Soviet, junto al partido, y la fórmula más abierta respecto a la fecha de la insurrección provenían de la resistencia de las masas que Lenin pulsaba por medio de los dirigentes del partido. Al día siguiente, en una polémica con Zinóviev y Kámenev, Lenin resumía los debates de la víspera: "Todos están de acuerdo en que, al llamamiento de los soviets y para su defensa, los obreros marcharán como un solo hombre". Lo cual significaba: aunque todos no están de acuerdo con él, Lenin, en que puede lanzarse el llamamiento en nombre del partido, sí hay unanimidad en que puede ser lanzado en nombre de los soviets. "¿Quién debe tomar el poder?, escribe Lenin en el atardecer del día 24. Esto no tiene importancia por el momento: lo haga el Comité militar revolucionario u "otra institución", que declare que entregará el poder solamente a los verdaderos representantes del pueblo..." "Otra institución", entre enigmáticas comillas, alude en el lenguaje conspirativo al Comité central de los bolcheviques. Lenin renueva aquí su propuesta de septiembre: actuar directamente en nombre del Comité central si la


legalidad soviética impidiera al Comité militar revolucionario colocar al Congreso ante el hecho consumado de la insurrección. Aunque toda esta lucha sobre los plazos y los métodos de la insurrección se prolongó varias semanas, los que participaron no se dieron todos cuenta de su significado e importancia. "Lenin proponía la toma del poder por los soviets, el de Leningrado o el de Moscú, y no a espaldas de los soviets, escribía Stalin en 1924. ¿Por qué Trotsky ha necesitado de esta leyenda tan extraña sobre Lenin?" Y además: "El partido conocía a Lenin como el más grande marxista de nuestro tiempo... ajeno a toda sombra de blanquismo." Mientras que Trotsky representaba "no al gigante Lenin, sino a una especie de enano blanquista..." ¡No solamente blanquista, sino enano! En realidad, la cuestión de saber en nombre de quién se hará la insurrección y en manos de qué institución será entregado el poder, no ha sido decidida de antemano por ninguna doctrina. Una vez dadas las condiciones generales de una insurrección, el levantamiento se presenta como un problema de carácter práctico que puede resolverse por diferentes medios. Sobre este aspecto, las diferencias en el interior del Comité central eran análogas a las controversias entre oficiales del Estado Mayor general, educados en una sola y única doctrina militar y que juzgan del mismo modo una situación estratégica en su conjunto, pero que proponen, para resolver el problema más inmediato, diversas variantes sin duda excepcionalmente importantes, pero parciales sin embargo. Mezclar en esto la cuestión del marxismo y del blanquismo es demostrar que no se comprende ni lo uno ni lo otro. El profesor Pokrovski niega incluso el significado mismo del dilema: ¿el Soviet o el partido? Los soldados no son de ninguna manera formalistas, declara con ironía: no tenían necesidad de esperar al Congreso de los soviets para derribar a Kerenski. Por espiritual que sea esta forma de plantear el problema, deja un punto sin elucidar: ¿por qué crear los soviets, en suma, si el partido es suficiente? "Es curioso -continúa el profesor- que, de este esfuerzo por hacer todo más o menos legalmente, nada resultó legal desde el punto de vista soviético, y el poder en el último momento fue tomado no por el Soviet, sino por una organización manifiestamente "ilegal", constituida ad hoc." Pokrovski alega que Trotsky fue forzado, "en nombre del Comité militar revolucionario", y no en nombre del Soviet, a declarar inexistente el gobierno de Kerenski. ¡Argumento totalmente inesperado! El Comité militar revolucionario era un órgano electivo del Soviet. El papel dirigente del Comité en la insurrección no infringía de ningún modo la legalidad soviética, de la que el profesor se burla, y que a su vez era observada por las masas con mucho celo. El Consejo de Comisarios del pueblo fue constituido ad hoc también, lo cual no le impidió ser y seguir sien o e órgano del poder soviético, incluido Pokrovski mismo, en su calidad de adjunto del comisario de Instrucción pública.


La insurrección pudo mantenerse en el terreno de la legalidad soviética e incluso, en gran medida, dentro de los marcos tradicionales de la dualidad de poderes, gracias sobre todo a que la guarnición de Petrogrado estaba casi enteramente subordinada al Soviet ya antes del levantamiento. En numerosas Memorias, artículos de aniversario, en los primeros ensayos históricos, este hecho, confirmado por innumerables documentos, era considerado como algo indiscutible. "El conflicto en Petrogrado se desarrolló en torno al problema de la suerte de la guarnición", dice uno de los primeros folletos sobre Octubre, escrito por el autor del presente libro, en los descansos entre las sesiones de las negociaciones de Brest-Litovsk, cuando aún estaban frescos los recuerdos de esos acontecimientos, folleto que, en el partido, durante varios arios, fue presentado como un manual de Historia. "El problema básico, en torno al cual se formó y se organizó todo el movimiento en octubre -declara aún más claramente Sadovski, uno de los organizadores inmediatos de la insurrección-, fue el de la tentativa de hacer marchar a los regimientos de la guarnición de Petrogrado hacia el frente del norte..." Ninguno de los dirigentes inmediatos de la insurrección, que participaban en el coloquio organizado para reconstituir la marcha de los acontecimientos, presentó a Sadovski ninguna objeción o corrección. Sólo a partir de 1924 se descubrió de repente que Trotsky sobreestimaba a la guarnición campesina en detrimento de los obreros de Petrogrado: descubrimiento científico ideal para complementarlo con la acusación de haber subestimado a la clase campesina. Decenas de jóvenes historiadores, con el profesor Pokrovski a la cabeza, nos han explicado, estos últimos años, la importancia del proletariado para una revolución proletaria, indignados viendo que no hablábamos de los obreros allí donde decíamos soldados, y convenciéndonos de haber analizado la marcha real de los acontecimientos en lugar de haber repetido lecciones escolares. Pokrovski resume esta crítica en los siguientes términos: "Aunque Trotsky sabe muy bien que fue el partido quien decidió pasar a la lucha armada... y aunque, evidentemente, todo pretexto que se esgrimiese sólo podía tener una importancia secundaria, sin embargo, asigna a la guarnición de Petrogrado el papel central en la escena... como si no hubiera sido posible la insurrección faltando ésta." Para nuestro historiador, lo único que importa es "la decisión del partido" de cara a la insurrección; pero la cuestión de saber cómo se produjo el levantamiento en realidad es "secundaria": siempre se encontrará un pretexto. Pokrovski llama "pretexto" al medio de conquistar a las tropas, es decir, de resolver precisamente el problema del cual depende la suerte de cualquier insurrección. No hay duda que la revolución proletaria se habría producido aun no habiendo surgido el conflicto sobre la evacuación de la guarnición; en esto, el profesor tiene razón. Pero hubiera sido otra insurrección y hubiera exigido una exposición histórica diferente. Pero nosotros sólo tenemos a la vista los acontecimientos tal como se produjeron.


Uno de los organizadores, más tarde historiador de la Guardia Roja, Malajovski, insiste por su parte en afirmar que fueron precisamente los obreros armados, diferenciándose de la guarnición semiapática, los que mostraron iniciativa, resolución y firmeza durante el levantamiento. "Los destacamentos de la Guardia Roja -escribeocupan, durante la insurrección de Octubre, las instituciones gubernamentales, el correo y el telégrafo, son ellos también quienes se encuentran en primera fila en el momento del combate..., etc." Todo eso es indiscutible. Pero no es difícil, sin embargo, comprender que si los guardias rojos pudieron tan fácilmente "ocupar" las instituciones, fue en realidad debido a que la guarnición estaba de acuerdo con ellos, les apoyaba, o bien, al menos, no se les opuso. Fue esto lo que decidió la suerte de la insurrección. El simple hecho de preguntar quién, si los soldados o los obreros, era más importante para la insurrección, muestra un nivel teórico tan lamentable que casi no permite la discusión. La revolución de Octubre era la lucha del proletariado contra la burguesía por el poder. Pero fue el mujik quien, a fin de cuentas, decidió el desenlace de la lucha. Ese esquema general, aplicable a todo el país, encontró en Petrogrado su expresión más acabada. Lo que dio a la insurrección en la capital el carácter de un golpe rápidamente hecho con un mínimo de víctimas fue la combinación del complot revolucionario, de la insurrección proletaria y de la lucha de la guarnición campesina por su propia salvaguarda. El partido dirigía la insurrección; la principal fuerza motriz era el proletariado; los destacamentos obreros armados constituían la fuerza de choque; pero el desenlace de la lucha dependía de la guarnición campesina, difícil de mover. Es en este sentido precisamente en el que el paralelo entre las insurrecciones de Febrero y de Octubre resulta particularmente irreemplazable. En vísperas del derrocamiento de la monarquía, la guarnición representaba una incógnita para ambas partes. Los soldados mismos no sabían aún cómo iban a reaccionar ante el levantamiento de los obreros. Solamente la huelga general pudo establecer las condiciones necesarias para que se produjera el contacto masivo entre obreros y soldados, permitiendo que fuesen puestos a prueba estos últimos y que pasasen a las filas de los obreros. Ese fue el contenido dramatice de las cinco jornadas de Febrero. En vísperas del derrocamiento del gobierno provisional, la aplastante mayoría de la guarnición se mantenía abiertamente al lado de los obreros. En ninguna parte del país el gobierno se sentía tan aislado como en su residencia: no fue por error que intentó huir de ella. Pero fue en vano: la capital hostil no le dejaba partir. Intentando sin éxito echar fuera a los regimientos revolucionarios, el gobierno se vio definitivamente derrotado. Explicar la política pasiva de Kerenski ante la insurrección por sus cualidades personales tan sólo, es ver las cosas artificialmente. Kerenski no estaba solo. Había en


el gobierno hombres como Palchinski, llenos de energía. Los líderes del Comité ejecutivo sabían muy bien que la victoria de los bolcheviques significaría su muerte política. Todos, separadamente o juntos, se encontraron paralizados, se sumieron, como Kerenski, en la penosa torpeza de quien, a pesar de la inminencia del peligro, se siente incapaz de alzar la mano para defenderse. La fraternización de obreros y soldados no procedía en Octubre de un conflicto abierto en las calles tal como había sucedido en Febrero, sino que precedió a la insurrección. Si los bolcheviques no llamaban esta vez a la huelga general, no es porque no pudieran, sino porque no la consideraban necesaria. El Comité militar revolucionario, ya antes de la insurrección, se sentía dueño de la situación: conocía cada contingente de la guarnición, su estado de ánimo, los agrupamientos que se producían en su interior; recibía diariamente informes no falsificados, explicando lo que sucedía; en cualquier momento podía enviar un comisario plenipotenciario o un motociclista transmitiendo una orden a un regimiento; podía llamar por teléfono al Comité de un efectivo o enviar una orden de servicio a una compañía. El Comité militar revolucionario jugaba, en relación a las tropas, el papel de un Estado Mayor gubernamental y no el de un Estado Mayor de conspiradores. Es cierto que los puestos de mando del Estado seguían en manos del gobierno. Pero ya habían perdido sus bases de apoyo. Los ministerios y los Estados Mayores se erigían en el vacío. El teléfono y el telégrafo seguían sirviendo al gobierno, lo mismo que el Banco del Estado. Pero el gobierno no tenía ya las fuerzas militares indispensables para retener en sus manos esas instituciones. El palacio de Invierno y el Instituto Smolni parecían haber cambiado de sitio. El Comité militar revolucionario colocaba al gobierno fantasma ante una situación tal que este último no podía intentar nada sin haber destruido previamente la guarnición. Pero todo intento de ataque por parte de Kerenski contra las tropas no hacía más que acelerar el desenlace. Sin embargo, el problema del levantamiento seguía aún sin solucionar. El Comité militar revolucionario tenía en sus manos el resorte y todo el mecanismo del reloj. Pero le faltaban la esfera y las agujas. Y sin estos detalles, un reloj no tiene ninguna utilidad. Privado del teléfono, del telégrafo, de un Banco, de un Estado Mayor, el Comité militar revolucionario no podía gobernar. Disponía de casi todas las premisas reales y de los elementos del poder, pero no del poder mismo. En Febrero, los obreros no pensaban en apoderarse del Banco y del palacio de Invierno, sino en eliminar la resistencia del ejército. No luchaban para conquistar determinados puestos de mando, sino para ganarse el alma del soldado. Una vez conseguido esto, los demás problemas se resolvieron por sí mismos: habiendo perdido sus batallones de la Guardia, la monarquía ni siquiera intentó ya defender sus palacios ni sus Estados Mayores.


En Octubre, el gobierno de Kerenski, después de haber dejado escapar para siempre el alma del soldado, se aferró aún a los puestos de mando. Entre sus manos, los Estados Mayores, los Bancos, los teléfonos sólo constituían la fachada del poder. Pasando a manos de los soviets, esos establecimientos debían asegurar la posesión integra del poder. Esa era la situación en vísperas de la insurrección: determinaba las modalidades de acción en las últimas veinticuatro horas. Casi no hubo manifestaciones, combates callejeros, barricadas, todo lo que se entiende normalmente por "insurrección"; la revolución no necesitaba resolver un problema ya resuelto. La toma del aparato gubernamental podía efectuarse a través de un plan, con ayuda de destacamentos armados poco numerosos, a partir de un centro único. Los cuarteles, la fortaleza, los depósitos, todos los establecimientos donde actuaban los obreros y soldados podían ser tomados desde el interior mismo. Pero ni el palacio de Invierno, ni el Preparlamento, ni el Estado Mayor de la región, ni los ministerios, ni las escuelas de junkers podían ser tomados desde el interior. Igualmente en lo que se refiere a los teléfonos, los telégrafos, el correo, el Banco del Estado: los empleados de esos establecimientos, aunque pensaban poco en la combinación general de fuerzas, eran sin embargo los dueños detrás de esos muros, que además estaban muy protegidos. Había que penetrar desde fuera hasta las altas esferas de la burocracia. Aquí la violencia sustituía a la ocupación a través de medios políticos. Pero como la pérdida reciente por parte del gobierno de sus bases militares había hecho casi imposible la resistencia, estos últimos puestos de mando fueron tomados en general sin choques. Pero, con todo, esto no se realizó sin algunos combates: hubo que tomar por asalto el palacio de Invierno. Pero el hecho mismo de que la resistencia del gobierno se limitara a la defensa del palacio define claramente el lugar que el 25 de octubre ocupa en el desarrollo de la lucha. El palacio de Invierno aparece de este modo como el último reducto de un régimen políticamente deshecho y definitivamente desarmado durante los últimos quince días. Los elementos del complot, entendiendo como tales el plan y una dirección centralizada, ocupaban un lugar insignificante en la revolución de Febrero. Esto se debía a la debilidad y a la disgregación de los grupos revolucionarios bajo la pesada carga del zarismo y de la guerra. La tarea era aún mayor para las masas. Los insurrectos tenían su experiencia política, sus tradiciones, sus consignas, sus líderes anónimos. Pero si los elementos de dirección diseminados en el levantamiento fueron suficientes para derrocar a la monarquía, distaron mucho de ser suficientemente numerosos para asegurar a los vencedores los frutos de su propia victoria. En Octubre, la calma en las calles, la ausencia de multitudes, la falta de combates dieron pretexto a los adversarios para hablar de la conspiración de una minoría insignificante, de la aventura de un puñado de bolcheviques. Esta fórmula se repitió


muchas veces durante los días, meses y años siguientes a la insurrección. Evidentemente, para restablecer el buen renombre de la insurrección proletaria, Yaroslavski escribe del 25 de octubre: "Respondiendo al llamamiento del Comité militar revolucionario, masas compactas del proletariado de Petrogrado se pusieron bajo sus banderas e invadieron las calles de Petrogrado". El historiador oficial olvida explicar con qué fin el Comité militar revolucionario había llamado a las masas a la calle y qué habían hecho éstas precisamente allí. De una combinación de fuerza y debilidad de la revolución de Febrero se derivó su idealización oficial, representándola como obra de toda la nación y oponiéndola a la insurrección de Octubre, considerada como un complot. Si los bolcheviques consiguieron reducir en el último momento la lucha por el poder a un "complot", no se debió a que fueran una pequeña minoría, sino, al contrario, al hecho de que tenían tras ellos, en los barrios obreros y en los cuarteles, a una aplastante mayoría, fuertemente agrupada, organizada y disciplinada. No se puede comprender exactamente la insurrección de Octubre si sólo se examina su fase final. A final s de febrero, la partida de ajedrez de la insurrección se jugó desde el primer movimiento hasta el último, es decir, hasta el abandono del adversario; a finales de octubre, la partida principal pertenecía ya al pasado, y el día de la insurrección se trataba de resolver un problema bastante limitado: mate en dos jugadas. Es, por tanto, indispensable, fechar el período de la insurrección a partir del 9 de octubre, cuando surge el conflicto de la guarnición, o del 12, cuando se decidió crear el Comité militar revolucionario. La maniobra envolvente duró más de quince días. La fase más decisiva se prolongó cinco o seis días, desde el momento en que fue creado el Comité militar revolucionario. Durante todo este período actuaron directamente centenares de miles de soldados y obreros, formalmente a la defensiva, pero en realidad a la ofensiva. La etapa final, en el curso de la cual los insurrectos rechazaron definitivamente las formas convencionales de la dualidad de poderes, con su legalidad dudosa y su fraseología defensiva, duró exactamente veinticuatro horas: del 25, a las 2 de la mañana, hasta el 26, a las 2 de la mañana. En ese lapso de tiempo, el Comité militar revolucionario recurrió abiertamente a las armas para apoderarse de la ciudad y detener al gobierno: en las operaciones participaron, en total, sólo las fuerzas necesarias para cumplir una tarea limitada, en todo caso no más de veinticinco a treinta mil hombres. Un autor italiano que escribe libros no sólo sobre Las noches de los eunucos, sino también sobre los más importantes problemas de Estado, visitó Moscú soviético en 1929, embarulló lo poco que había podido oír a izquierda y derecha y, basándose en todo ello, construyó un libro sobre La técnica del golpe de Estado. El nombre de este escritor, Malaparte, permite distinguirlo fácilmente de otro especialista en golpes de Estado que se llamaba Bonaparte.


Contrariamente a "la estrategia de Lenin", subordinada a las condiciones sociales y políticas de la Rusia de 1917, "la táctica de Trotsky, según Malaparte, no está relacionada con las condiciones generales del país". A las consideraciones de Lenin sobre las premisas políticas de la insurrección, el autor quiere que Trotsky responda: "Vuestra estrategia exige demasiadas condiciones favorables: la insurrección de nada necesita. Se basta a sí misma". Apenas se puede concebir un absurdo que se baste tan a sí mismo como éste. Malaparte repite varias veces que en Octubre la victoria se debió no a la estrategia de Lenin, sino a la táctica de Trotsky. Aún ahora, esta táctica amenazaría la tranquilidad de los Estados europeos. "La estrategia de Lenin no constituye un peligro inmediato para los gobiernos de Europa. El peligro actual -y permanente- para ellos está en la táctica de Trotsky." Concretando más todavía: "Poned a Poincaré en el lugar de Kerenski y el golpe de Estado bolchevique de octubre de 1917 triunfará de igual modo". Es inútil que intentemos distinguir para qué podía servir en general la estrategia de Lenin, que dependía de las condiciones históricas, si la táctica de Trotsky resolvía el mismo problema en todas las circunstancias. Queda Por añadir que tan notable libro ha sido publicado ya en varias lenguas. Es evidente que los hombres de Estado aprenden en él cómo eliminar los golpes de Estado. Les deseamos mucha suerte. La crítica de las operaciones puramente militares del 25 de octubre no ha sido hecha hasta el presente. La literatura soviética ofrece material sobre este tema que tiene un carácter no crítico, sino apologético. Al lado de los escritos de los epígonos, aun la crítica de Sujánov, a pesar de todas sus contradicciones, se distingue con ventaja por una observación atenta de los hechos. En su juicio sobre la organización del levantamiento de Octubre, Sujánov ha emitido, en dos arios, dos opiniones que parecen diametralmente opuestas. En el tomo dedicado a la revolución de Febrero, dice: "Describiré en su lugar, según mis recuerdos personales, la insurrección de Octubre ejecutada como sobre una partitura." Yaroslavski reproduce este juicio de Sujánov literalmente. "La insurrección de Petrogrado -escribe- estaba bien preparada y fue ejecutada por el partido como ante un cuaderno de música." Más resueltamente todavía, según parece, se expresa Claude Anet, observador hostil pero atento, aunque sin profundidad: "El golpe de Estado del 7 de noviembre -dice en sustancia- no inspira sino admiración. Ni una grieta, ni un fallo, el gobierno es derrocado sin haber tenido tiempo de gritar: ¡ay!". Sin embargo, en el tomo dedicado a la revolución de Octubre, Sujánov cuenta cómo Smolni, "a hurtadillas, tanteando, prudentemente y en desorden", emprendió la liquidación del gobierno provisional. Se exagera tanto en el primero como en el segundo. Pero desde un punto de vista más amplio, se puede admitir que los dos juicios, por muy opuestos que sean, se apoyan en hechos concretos. El carácter racional de la insurrección de Octubre se derivó sobre


todo de las relaciones objetivas, de la madurez de la revolución en su conjunto, del lugar que ocupa Petrogrado en el país, del lugar que ocupa el gobierno en Petrogrado, de todo el trabajo previo del partido y, por último, de la correcta política de la insurrección. Pero quedaba todavía un problema de técnica militar. En este punto, hubo un buen número de errores parciales, y, vistos en su totalidad, pueden dar la impresión de un trabajo hecho a ciegas. Sujánov hace referencia varias veces a la impotencia, desde el punto de vista militar, de Smolni, incluso en las últimas jornadas que precedieron a la insurrección. En efecto, el 23 todavía el Estado Mayor de la revolución se encontraba apenas mejor defendido que el palacio de Invierno. El Comité militar revolucionario aseguraba su inmunidad fortaleciendo principalmente sus lazos con la guarnición y obtenía a través de ésta la posibilidad de vigilar todos los movimientos estratégicos del adversario. El Comité adoptó medidas más serias, desde el punto de vista de la técnica de la guerra, unas veinticuatro horas más pronto que las del gobierno. Sujánov afirma con seguridad que si el gobierno hubiera tomado la iniciativa, durante la jornada del 23 y en la noche del 23 al 24, habría podido coger a todo el Comité: "Un buen destacamento de quinientos hombres hubiera ya bastado para liquidar Smolni y todo lo que había dentro." Es posible. Pero, en primer lugar, el gobierno necesitaba para esto resolución, arrojo, es decir, una cualidad absolutamente ajena a su naturaleza. En segundo lugar, necesitaba "un buen destacamento de quinientos hombres". ¿Dónde conseguirlo? ¿Organizarlo con oficiales? Los hemos visto ya, a finales de agosto, en su papel de conspiradores: había que ir a buscarlos en los cabarets. Las compañías [drujini] de combate de los conciliadores se habían disgregado. En las escuelas de junkers todo problema grave provocaba nuevos agrupamientos. Las cosas iban aún peor entre los cosacos. Constituir un destacamento a través de una selección en los diversos contingentes era traicionarse a sí mismo diez veces antes de poder terminar la empresa. Sin embargo, la sola existencia de un destacamento no hubiera sido decisiva. El primer disparo contra Smolni habría provocado una reacción violenta en los barrios obreros y en los cuarteles. A cualquier hora del día o de la noche, decenas de miles de hombres armados o a medio armar habrían corrido para ofrecer ayuda al centro amenazado de la revolución. Tampoco la toma misma del Comité militar revolucionario habría salvado al gobierno. Fuera de Smolni se encontraban Lenin y, con él, el Comité central y el Comité de Petrogrado. En la fortaleza de Pedro y Pablo había un segundo Estado Mayor, un tercero en el Aurora y otros más en los barrios. Las masas no se habrían quedado sin dirección. Además, los obreros y soldados, pese a las demoras, querían vencer a toda costa. No cabe duda, sin embargo, de que debían haberse adoptado unos días antes medidas complementarias de prudencia estratégica. La crítica de Sujánov es correcta en ese sentido. El aparato militar de la revolución actuó torpemente, con retrasos y


omisiones, y la dirección se dejaba inclinar demasiado a sustituir la política por la técnica. El ojo de Lenin hacía mucha falta en, Smolni. Los otros no habían aprendido todavía. Sujánov tiene razón cuando dice que la toma del palacio de Invierno, durante la noche del 24 al 25 o durante la mañana de esa jornada, habría sido incomparablemente más fácil que por la tarde o por la noche. El palacio, lo mismo que el edificio vecino al Estado Mayor, estaba protegido por los grupos de junkers habituales: un ataque repentino hubiera podido triunfar casi con seguridad. Por la mañana, Kerenski salió en automóvil sin encontrar obstáculo: eso basta para probar que no se ejercía ninguna vigilancia seria sobre el palacio de Invierno. ¡Eso constituía una verdadera laguna! La vigilancia del gobierno provisional había sido confiada -aunque demasiado tarde: ¡el 24!- a Sverdlov, ayudado por Laschevich y Blagonravov. Es dudoso que Sverdlov, que ya no sabía dónde poner la cabeza, se haya ocupado de esta nueva tarea. Es posible incluso que la resolución, inscrita sin embargo en el acta, haya sido olvidada en la fiebre de aquellas horas. En el Comité militar revolucionario, a pesar de todo, se sobrestimaban los recursos militares del gobierno, en particular en lo que se refiere a la protección del palacio de Invierno. Si bien los dirigentes inmediatos del asedio conocían incluso las fuerzas interiores del palacio, podía temerse de todas formas que, ante la primera señal de alarma, llegasen refuerzos: junkers, cosacos, tropas de choque. El plan de la toma del palacio de invierno había sido elaborado al estilo de una vasta operación: cuando unos civiles o civiles a medias se dedican a resolver un problema puramente militar, se ven siempre inclinados a sutilezas estratégicas. Además de una pedantería excesiva, no podían dejar de mostrar en ese caso una incapacidad manifiesta. La incoherencia mostrada durante la toma del palacio se explica, en cierto modo, por las cualidades personales de los principales dirigentes. Podvoiski, Antónov-Ovseenko, Chudnovski, son hombres de un temple heroico. Pero quizá haya que decir que no son en absoluto gente de método y disciplina en sus ideas. Podvoiski, que había mostrado gran entusiasmo durante las jornadas de Julio, se había vuelto mucho más circunspecto e incluso más escéptico ante las perspectivas en un futuro próximo. Pero, en el fondo, había seguido fiel a sí mismo: puesto a resolver cualquier tarea práctica, tiende orgánicamente a salirse de los marcos fijados, a ampliar el plan, a arrastrar a todo el mundo, a dar el máximo cuando un mínimo bastaría. Podemos encontrar fácilmente la marca de su espíritu en el carácter hiperbólico del plan. AntónovOvseenko es, por su carácter, un optimista impulsivo, mucho más capaz de improvisación que de cálculo. En calidad de antiguo oficial subalterno, poseía algunos conocimientos sobre el arte militar. Durante la gran guerra, como emigrado, había redactado los comentarios militares en el periódico Nache Slovo [Nuestra Palabra], que se publicaba en París, y más de una vez había mostrado su perspicacia en


cuestiones de estrategia. Su diletantismo impresionista no podía hacer contrapeso a la elevación excesiva de Podvoiski. El tercero de los jefes militares, Chudnovski, había vivido varios meses en un frente pasivo, en calidad de agitador: a esto se limitaba su experiencia de hombre de guerra. Aunque inclinándose hacia el ala derecha, Chudnovski era sin embargo el primero en lanzarse a la batalla por donde se peleara más duramente. La bravura personal y la audacia política, como es sabido, no se encuentran siempre en equilibrio. Días después de la insurrección, Chudnovski fue herido en Petrogrado, en una escaramuza con los cosacos de Kerenski, y varios meses más tarde encontró la muerte en Ucrania. Es evidente que el expansivo e impulsivo Chudnovski no podía ofrecer lo que faltaba a los otros dirigentes. Ninguno de ellos estaba dispuesto a tener en cuenta los detalles, por la simple razón de que no estaban iniciados en los secretos del oficio. Viéndose débiles en sus servicios de exploradores, enlace y maniobra, los mariscales rojos sentían la necesidad de abrumar al palacio de Invierno con fuerzas tan superiores que la cuestión misma de una dirección práctica no se planteaba ya: las dimensiones desmesuradas, grandiosas, del plan equivalían casi a su ausencia. Lo que acabamos de decir no significa que, en la composición del Comité militar revolucionario, o bien en torno suyo, se pudiera encontrar jefes militares más experimentados; en todo caso, no se podían encontrar otros más dedicados y abnegados. La lucha por la toma del palacio de Invierno empezó con la ocupación de todo el distrito en una amplia periferia. Dada la inexperiencia de los jefes, los enlaces defectuosos, la ineptitud de los destacamentos de guardias rojos, la falta de vigor de las fuerzas regulares, esta complicada operación se desarrollaba con una excesiva lentitud. En el mismo momento en que los destacamentos rojos cerraban poco a poco el cerco y acumulaban reservas a sus espaldas, compañías de junkers, sotnias de cosacos, Caballeros de San Jorge y un batallón de mujeres se abrían paso hacia el palacio. El puño de la defensa se formaba al mismo tiempo que el círculo de los asaltantes. Puede decirse que el problema mismo procede del medio demasiado indirecto que se empleó para resolverlo. Sin embargo, una audaz incursión nocturna o un intrépido ataque durante la jornada apenas habrían costado más víctimas que una operación que ya duraba demasiado. El efecto moral de la artillería del Aurora podía en todo caso verificarse doce o incluso veinticuatro horas antes: el crucero se mantenía preparado a la lucha en el Neva y los marineros de ningún modo se quejaban de no tener con qué engrasar sus piezas. Pero los dirigentes de la operación esperaban que el asunto se resolviera sin combate, enviaban parlamentarios, formulaban ultimátum y no tenían en cuenta los plazos fijados. No se les ocurrió inspeccionar en el momento oportuno la artillería de la fortaleza de Pedro y Pablo, precisamente porque pensaban poder prescindir de ella. La falta de preparación de la dirección militar se manifestó de manera aún más evidente en Moscú, donde la relación de fuerzas era considerada tan favorable que


Lenin recomendaba insistentemente empezar por Moscú: "La victoria está garantizada, no hay nadie para batirse." En realidad, fue precisamente en Moscú donde la insurrección tuvo un carácter de combates prolongados que duraron, incluidas las treguas, unos ocho días. "En el ardor de este trabajo -escribe Muralov, uno de los principales dirigentes de la insurrección moscovita- no siempre mostrábamos firmeza y resolución en todos los puntos. A pesar de que disponíamos de una superioridad numérica aplastante -diez veces la cifra del adversario-, dejamos prolongarse los combates durante toda una semana... como consecuencia de nuestra poca habilidad para dirigir a las masas combatientes, de la falta de disciplina de estas últimas y de la ignorancia completa de la táctica de los combates callejeros, tanto por parte de los jefes como de los soldados." Muralov tiene la costumbre de llamar las cosas por su nombre: por eso actualmente está deportado en Siberia. Pero, evitando descargar su responsabilidad sobre otros, Muralov atribuye al mando militar los principales errores de la dirección política que, en Moscú, se distinguía por su inconsistencia y se dejaba influir fácilmente por elementos conciliadores. No hay que olvidar tampoco que los obreros del viejo Moscú, del textil y de la piel, se hallaban en extremo retraso en relación al proletariado de Petrogrado. En febrero, Moscú no había tenido que sublevarse: el derrocamiento de la monarquía fue enteramente obra de Petrogrado. En julio, Moscú permaneció de nuevo tranquila. Todo esto se notó cuando llegó octubre: los obreros y soldados carecían de experiencia de combate. La técnica de la insurrección consuma lo que la política no ha hecho. El gigantesco crecimiento del bolchevismo distraía indudablemente la atención sobre el aspecto militar del problema: las advertencias apasionadas de Lenin tenían suficiente fundamento. La dirección militar se mostró incomparablemente más débil que la dirección política. ¿Acaso podía suceder de otro modo? Durante meses y meses aún, el nuevo poder revolucionario manifestará una extrema ineptitud cada vez que se haga indispensable el recurso de las armas. Y, sin embargo, las autoridades militares del campo gubernamental apreciaban de manera enormemente aduladora la dirección militar de la insurrección. "Los insurrectos mantienen el orden y la disciplina -declaraba por hilo directo el Ministerio de la Guerra al Gran Cuartel General poco después de la caída del palacio-, no ha habido ni saqueos ni pogromos; al contrario, patrullas de insurrectos han detenido a soldados que titubeaban... El plan de la insurrección estaba indudablemente elaborado de antemano y fue aplicado con persistencia y buen orden ... " No estaba totalmente regulado "según la partitura", como escribieron Sujánov y Yaroslavski, pero no había tampoco tanto "desorden" como afirmó más tarde el primero de estos dos autores. Además, ante el juicio crítico más severo, toda empresa se mide por su éxito.


3) HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN RUSA Capitulo XXIV El Congreso de la dictadura soviética El 25 de octubre debía inaugurarse en el Smolni el parlamento más democrático de todos los que han existido en la historia mundial. Y quizá, ¿quién sabe?, el más importante. Una vez libres de la influencia de la intelligentsia conciliadora, los soviets de provincia enviaban principalmente a obreros y soldados. En su mayoría eran poco conocidos, pero, en cambio, probados en la acción y habían ganado así una sólida confianza en sus localidades. Del ejército y del frente, superando el bloqueo de los comités del ejército y de los Estados Mayores, la inmensa mayoría de los delegados eran casi únicamente soldados rasos. Casi todos habían despertado a la vida política con la revolución. Se habían formado en la experiencia de esos ocho meses. Poco era lo que sabían, pero lo sabían sólidamente. La apariencia exterior del congreso reflejaba su composición. Los galones de oficial, las gafas y las corbatas de intelectuales del primer congreso ya no se veían apenas. Dominaba en general el color gris en las vestimentas y en los rostros. Todo se había desgastado durante la guerra. Muchos obreros de las ciudades se habían echado encima capotes de soldado. Los delegados de las trincheras no tenían aspecto muy presentable: sin afeitar desde hacía tiempo, cubiertos con viejos capotes desgarrados, con pesados gorros de piel cuyos agujeros descubrían la guata, con los pelos desgreñados. Rostros rudos mordidos por la intemperie, pesados pies cubiertos de sabañones, dedos amarillentos de fumar tabaco ordinario, botones medio arrancados, correas colgando, botas gastadas y sucias, sin lustrar desde hacía tiempo. Por primera vez la nación plebeya había enviado una representación honesta, sin disfraz, hecha a su imagen y semejanza. La estadística del congreso que se reunió en las horas de la insurrección es extremadamente incompleta. En el momento de la apertura se contaban seiscientos cincuenta participantes con voz y voto. Trescientos noventa eran bolcheviques; aunque no todos eran miembros del partido, eran sin embargo la sustancia misma de las masas; y a éstas no les quedaba otro camino que el del bolchevismo. Muchos delegados que llegaban llenos de dudas, maduraban rápidamente en la caldeada atmósfera de Petrogrado. ¡Con cuánto éxito mencheviques y socialistas revolucionarios habían conseguido dilapidar el capital político de la revolución de Febrero! En el Congreso de los soviets en junio, los conciliadores disponían de una mayoría de 600 votos sobre un total de 832 delegados. Ahora, la oposición conciliadora de todo tipo reunía menos de la cuarta parte del congreso. Los mencheviques, con los grupos nacionales ligados a ellos, no pasaban de 80 delegados, de los cuales alrededor de la mitad eran "de izquierda". De


159 socialistas revolucionarios -190 según otros datos- los de izquierda constituían alrededor de las tres quintas partes y, además, los de derecha iban disolviéndose rápidamente en el transcurso del congreso. Hacia el final de las sesiones, el número de delegados se elevó, según ciertos datos, a 900 personas; pero esta cifra, que incluía un buen número de votos consultativos, no engloba, por otra parte, todos los votos deliberativos. El control de los mandatos sufría interrupciones, se perdieron papeles, los informes sobre la pertenencia a tal o cual partido no son completos. En todo caso, la posición dominante de los bolcheviques en el congreso era indudable. Una encuesta entre los delegados demostró que 505 soviets estaban a favor del paso de todo el poder a manos de los soviets; 86, por el poder de la "democracia"; 55, por la coalición; 21, por la coalición, pero sin los kadetes. Estas cifras elocuentes, incluso en este aspecto, dan una idea exagerada, sin embargo, de la influencia que aún les quedaba a los conciliadores: por la democracia y la coalición se declaraban los soviets de las regiones más atrasadas y de las localidades menos importantes. El 25, a primera hora de la mañana, las diversas fracciones se reunían en el Smolni. De los bolcheviques, sólo estaban presentes los que no tenían misiones de combate que cumplir. Hubo que aplazar la apertura del congreso: la dirección bolchevique quería previamente terminar con el Palacio. Pero las fracciones hostiles tampoco tenían prisa: necesitaban también decidir lo que tenían que hacer y esto no era fácil. Dentro de las fracciones, las subfracciones se peleaban entre sí. La escisión de los socialistas revolucionarios se produjo después que la resolución de abandonar el congreso fue rechazada por 92 votos contra 60. Sólo al caer la tarde los socialistas revolucionarios de derecha y de izquierda se reunieron en salas diferentes. A las ocho, los mencheviques pidieron un nuevo aplazamiento: sus opiniones estaban muy divididas. Llegó la noche. Aún continuaba la acción contra el Palacio. Pero se hacía imposible esperar más tiempo: había que hablar claramente ante el país en estado de alerta. La revolución enseñaba el arte de la comprensión. Los delegados, los visitantes, los guardianes se apretujaban en la sala de fiestas de las jóvenes de la nobleza para que pudieran entrar los que iban llegando. Las advertencias sobre un posible hundimiento del piso no tenían más efecto que las invitaciones a fumar, menos. Todos se apretujaban y fumaban a sus anchas. A duras penas John Reed pudo abrirse camino a través de la multitud que rumoreaba ante la puerta. La sala no tenía calefacción, pero el aire era espeso y ardiente. Amontonados en los canceles de las puertas, en los pasadizos laterales, o sentados en los alféizares de las ventanas, los delegados esperaban pacientemente que el presidente hiciera sonar la campanilla. En la tribuna no estaban ni Tsereteli, ni Cheidse, ni Chernov. Sólo los líderes de segundo orden aparecieron para asistir a sus propios funerales. Un hombre de pequeña estatura, con uniforme de mayor médico, en nombre del Comité ejecutivo abrió la sesión a las 10 y 40. El congreso se reunía en


"circunstancias tan excepcionales" que él, Dan, cumpliendo la misión que le había confiado el Comité ejecutivo central, se abstendría de pronunciar un discurso político: ya que sus amigos del partido se encuentran actualmente en el palacio de Invierno, expuestos al tiroteo, "cumpliendo abnegadamente su deber de ministros". Los delegados no esperaban ni por asomo que el Comité ejecutivo central los bendijera. Miraban con aversión a la tribuna: si esas gentes tienen aún una existencia política, ¿qué relación tienen con nosotros y con nuestra causa? En nombre de los bolcheviques, Avanesov, delegado de Moscú, propone una mesa con representación proporcional: catorce bolcheviques, siete socialistas revolucionarios, tres mencheviques y un internacionalista. Los de la derecha se niegan inmediatamente a formar parte de la mesa. El grupo de Mártov se abstiene por el momento: no ha tomado aún una decisión. Siete votos pasan a los socialistas revolucionarios de izquierda. El Congreso observa irritado estas controversias preliminares. Avanesov lee la lista de los candidatos bolcheviques a la mesa: Lenin, Trotsky, Zinóviev, Kámenev, Ríkov, Noguín, Sklianski, Krilenko, Antónov-Ovseenko, Riazanov, Muránov, Lunacharski, Kolontay y Stuchka. "La mesa está compuesta -escribe Sujánov- de los principales líderes bolcheviques y de un grupo de seis (en realidad siete) socialistas revolucionarios de izquierda." Aunque se han o puesto a la insurrección, Zinóviev y Kámenev, dada su autoridad dentro del partido, son incluidos en la mesa; Ríkov y Noguín están como representantes del soviet de Moscú; Lunacharski y Kolontay, por su popularidad como agitadores en ese período; Riazanov, como representante de los sindicatos; Muránov, como viejo obrero bolchevique que se ha portado valerosamente durante el proceso de los diputados de la Duma del Imperio; Stuchka, como líder de la organización en Letonia; Krilenko y Sklianski, como representantes del ejército. Antónov-Ovseenko, como dirigente de las luchas en Petrogrado. La ausencia de Sverdlov se explica aparentemente por el hecho de que fue él quien redactó la lista y que, en el desorden, nadie rectificó la omisión. Una de las características de las costumbres de entonces del partido era que la mesa comprendiese a todo el Estado Mayor de los adversarios de la insurrección: Zinóviev, Kámenev, Lunacharski, Noguín, Ríkov y Riazanov. Entre los socialistas revolucionarios de izquierda, la única que gozaba de la popularidad en toda Rusia era la pequeña, frágil y valerosa Spiridovna, que había pasado largos años en la cárcel por haber matado a uno de los torturadores de los campesinos de Tambov. No había más "nombres" entre los socialistas revolucionarios de izquierda. En cambio, entre los de derecha, aparte de los nombres, no quedaba ya casi nada. El congreso acoge fervorosamente a la mesa. Lenin no se encuentra en la tribuna. Mientras se reunían y conferenciaban las fracciones, Lenin, todavía disfrazado, con una gran peluca y gruesas gafas, se encontraba en compañía de dos o tres bolcheviques en una sala lateral. Dan y Skobelev, dirigiéndose a su fracción, se pararon ante la mesa de


los conspiradores, miraron atentamente a Lenin y lo reconocieron sin la menor duda. Lo cual significaba: ¡ya es hora de arrojar la máscara! Sin embargo, Lenin no tenía prisa por aparecer en público. Prefería observar las cosas de cerca y reunir en sus manos los hilos, manteniéndose entre bastidores. Trotsky, en sus recuerdos publicados en 1924, escribe: "En el Smolni tenía lugar la primera sesión del Segundo Congreso de los soviets. Lenin no apareció allí. Permaneció en una de las salas del Smolni, en donde, recuerdo bien, no había casi muebles. Sólo más tarde alguien vino a extender en el suelo unas colchas y dos almohadas. Vladimir Ilich y yo descansamos, tumbados uno al lado del otro. Pero unos minutos más tarde, me llamaron: "Dan ha tomado la palabra, hay que responderle." Al regreso de mi réplica, me tumbaba de nuevo junto a Lenin, quien, por supuesto, no pensaba en dormir. La situación no estaba para eso. Cada cinco o diez minutos, alguien corría de la sala de sesiones para comunicar lo que allí pasaba." La campanilla del presidente pasó a manos de Kámenev, uno de esos seres flemáticos designados por la naturaleza misma para presidir. En el orden del día -anunció- hay tres cuestiones: la organización del poder; la guerra y la paz; la convocatoria de la Asamblea constituyente. Un ruido sordo y alarmante se añade desde fuera al ruido de la asamblea: es la fortaleza de Pedro y Pablo, que subraya el orden del día con una descarga de artillería. Una corriente de alta tensión ha atravesado el congreso, que de golpe ha sentido lo que era en realidad: la Convención de la guerra civil. Lozovski, adversario de la insurrección, exige un informe del Soviet de Petrogrado. Pero el Comité militar revolucionario se ha retrasado: la réplica de los cañones muestra que el informe no está aún terminado. La insurrección está en plena marcha. Los líderes bolcheviques desaparecen a cada instante, yendo al local ocupado por 'el Comité militar revolucionario para recibir informes o dar órdenes. Los ecos del combate penetran como lenguas de fuego en la sala de sesiones. Cuando se vota, los brazos se levantan en medio de las bayonetas erizadas. El humo azulado y picante de la majorka (tabaco ordinario) disimula las bellas columnas blancas y las arañas. Las escaramuzas oratorias entre los dos campos, sobre ese fondo de cañonazos, adquieren una significación inusitada. Mártov pide la palabra. El momento en que todavía oscilan los platillos de la balanza es el momento para ese inventivo político de vacilaciones perpetuas. Con su ronca voz de tuberculoso, Mártov ha respondido inmediatamente a la voz metálica de los cañones: "Es indispensable que los dos campos terminen las hostilidades... La cuestión del poder quiere resolverse por medio de una conspiración... Todos los partidos revolucionarios se ven enfrentados ante un hecho consumado... La guerra civil amenaza desatar la contrarrevolución. Una solución pacífica de la crisis puede obtenerse con la creación de un poder que sería reconocido por toda la democracia." Una parte importante del congreso aplaude. Sujánov señala


con ironía: "Visiblemente, muchos bolcheviques que no han asimilado el espíritu de la doctrina de Lenin y Trotsky aceptarían gustosos avanzar precisamente por esta vía." La propuesta de entablar negociaciones pacíficas obtiene el apoyo de los socialistas revolucionarios de izquierda y de un grupo de internacionalistas unificados. El ala derecha, y quizá también los más próximos compañeros al pensamiento de Mártov, están seguros de que los bolcheviques van a rechazar la propuesta. Se equivocan. Los bolcheviques envían a la tribuna a Lunacharski, el más pacífico, el más aterciopelado de los oradores. "La fracción de los bolcheviques no tiene nada que objetar a la propuesta de Mártov." Los adversarios quedan estupefactos. "Lenin y Trotsky, yendo por delante de la masa que les sigue -comenta Sujánov- socavan al mismo tiempo el terreno bajo los pies de los de derecha." La propuesta de Mártov es aceptada por unanimidad. "Si los mencheviques y los socialistas: revolucionarios se retiran inmediatamente, se condenan a sí mismos", razona así el grupo de Mártov. Se puede, por consiguiente, esperar que el Congreso "se encaminará por la justa vía de la creación de un frente único democrático". ¡Vana esperanza! La revolución no toma nunca la diagonal. El ala derecha pasa inmediatamente de largo la iniciativa de entablar negociaciones de paz que acaba de ser aprobada. El menchevique Jarach, delegado del duodécimo ejército, con las insignias de capitán, declara: "Políticos hipócritas proponen resolver el problema del poder. Pero esta cuestión se está decidiendo a nuestras espaldas... Los golpes dados al palacio de Invierno cavan la fosa del partido que se ha lanzado a semejante aventura..." Al llamado del capitán, el congreso responde con murmullos indignados. El teniente Kuchin, que había hablado en la Conferencia de Moscú en nombre del frente, intenta una vez más intervenir en nombre de las organizaciones del ejército: "Este congreso es inoportuno y se ha constituido incluso de forma irregular." "¿En nombre de quién habla?", le gritan los capotes desgarrados que llevan escrito su mandato con el barro de las trincheras. Kuchin enumera cuidadosamente once ejércitos. Pero, aquí, ya no engaña a nadie. En el frente, como en la retaguardia, los generales conciliadores no tenían ya soldados. El grupo del frente, prosigue el teniente menchevique, "rechaza toda responsabilidad por las consecuencias de esta aventura"; eso significa: unión con la contrarrevolución en contra de los soviets. Y como conclusión, "el grupo del frente... abandona este congreso". Uno tras otro, los representantes de la derecha suben a la tribuna. Han perdido sus parroquias y sus iglesias, pero han conservado sus campanarios; se dan prisa para hacer sonar por última vez las campanas cascadas. Los socialistas y los demócratas, que, por todos los medios, honestos o deshonestos, se han puesto de acuerdo con la burguesía imperialista, se niegan hoy claramente a llegar a un entendimiento con el pueblo insurrecto. Su cálculo político es puesto al desnudo: los bolcheviques serán


derrocados en unos días; es preciso separarse de ellos lo más pronto posible, ayudar incluso a derrocarlos y así conseguir cierta seguridad para el futuro. En nombre de la fracción de los mencheviques de derecha, Jinchuk, antiguo presidente del Soviet de Moscú y futuro embajador de los Soviets en Berlín, presenta una declaración. "El complot militar de los bolcheviques... lanza al país, a una guerra intestinal socava la Asamblea constituyente, amenaza con una catástrofe en el frente y lleva al triunfo de la contrarrevolución." La única salida está en "las negociaciones con el gobierno provisional para la formación de un poder que se apoye en todas las capas de la democracia". Incapaces de comprender nada, estas gentes proponen al congreso terminar con la insurrección y volver a Kerenski. A través del sordo murmullo, los gritos, e incluso los silbidos, apenas se pueden oír las palabras del representante de los socialistas revolucionarios de derecha. La declaración de su partido proclama "la imposibilidad de un trabajo en común" con los bolcheviques y afirma que el Congreso de los soviets, convocado y abierto por el Comité ejecutivo central conciliador, no se ha constituido regularmente. La manifestación de las derechas no intimida, pero inquieta e irrita. La mayoría de los delegados están ya hartos de esos líderes pretenciosos y cortos de miras que les han atiborrado primero de frases y luego los han sometido a la represión. ¿Es posible que los Dan, Jinchuk y Kuchin estén dispuestos todavía a dar lecciones y a mandar? Un soldado letón, Peterson, que tiene las mejillas rojas de un tuberculoso y los ojos ardientes de pasión, acusa a Jarach y a Kuchin de ser unos impostores. "¡Basta de resoluciones y de palabrería! ¡Queremos actos! El poder debe estar en nuestras manos. ¡Que los impostores abandonen el congreso, el ejército no está con ellos!" La voz vehemente de pasión consuela los espíritus en este congreso que hasta ahora no recibía más que injurias. Otros hombres del frente se apresuran a apoyar a Peterson. "Los Kuchin representan la opinión de pequeños grupos que se han instalado desde abril en los comités del ejército. El ejército exige desde hace tiempo nuevas elecciones en esos comités. Los habitantes de las trincheras esperan con impaciencia la entrega del poder a los soviets." Pero las derechas ocupan aún algunos campanarios. El representante del Bund declara que "todo lo que sucede en Petrogrado es una desgracia" e invita a los delegados a unirse a los consejeros de la Duma municipal que están dispuestos a dirigirse sin armas al palacio de Invierno para perecer allí junto al gobierno. "Esto provoca un gran jaleo escribe Sujánov-, con expresiones de burla, unas groseras y otras venenosas." El patético orador se ha equivocado evidentemente de auditorio. "¡Basta! ¡Desertores!", gritan a los que salen los delegados, los invitados, los guardias rojos, los soldados que montan guardia. "¡Iros con Kornílov! ¡Enemigos del pueblo!" La retirada de la derecha no provoca un vacío. Los delegados de base se niegan evidentemente a unirse a los oficiales y a los junkers para luchar contra los obreros y


soldados. De las diversas fracciones del ala derecha se marchan, aparentemente, unos setenta delegados, o sea, un poco más de la mitad. Los vacilantes se colocaban al lado de los grupos intermedios que habían decidido no abandonar el congreso. Si antes de comenzar la sesión los socialistas revolucionarios de todas las tendencias no eran más de ciento noventa, en las primeras horas que siguieron la cifra de los socialistas revolucionarios de izquierda se elevó hasta ciento ochenta: a ellos se les habían unido todos aquellos que no se habían decidido a adherir a los bolcheviques, aunque estuviesen ya dispuestos a apoyarlos. En el gobierno provisional o en un parlamento cualquiera, los mencheviques y los socialistas revolucionarios no se retiraban nunca, pasara lo que pasara. ¿Se puede, acaso, romper con la sociedad distinguida? Pero los soviets, después de todo, no son más que el pueblo. Los soviets sirven para algo siempre que se puedan apoyar en ellos para entenderse con la burguesía. Pero ¿es concebible tolerar unos soviets que tienen la pretensión de llegar a ser dueños del país? "Los bolcheviques se quedaron solos escribía más tarde el socialista revolucionario Zenzinov-, y a partir de ese momento, comenzaron a apoyarse únicamente en la fuerza física brutal." Sin lugar a dudas, el principio moral se había ido, dando un portazo, junto con Dan y Gotz. El principio moral se dirigirá, en una procesión de trescientas personas, con dos linternas, al palacio de Invierno, para caer de nuevo bajo la fuerza física brutal de los bolcheviques y batirse en retirada. La propuesta de negociaciones de paz aprobada por el congreso quedaba en suspenso. Si las derechas hubieran aceptado la idea de un acuerdo con el proletariado victorioso, no se habrían apresurado a romper con el congreso. Mártov no puede dejar de comprenderlo. Pero se aferra a la idea de un compromiso sobre el cual se basa y fracasa toda su política. "Es indispensable detener la efusión de sangre...", repite. "¡Eso sólo son rumores!", le gritan. "Aquí no se oyen solamente rumores, replica; si os acercáis a las ventanas, ¡oiréis también los cañonazos!" Argumento irrefutable: cuando el congreso calla, no es preciso estar cerca de las ventanas para oír los disparos. La declaración leída por Mártov, enteramente hostil a los bolcheviques y estéril en sus deducciones, condena la insurrección como "algo realizado únicamente por el partido bolchevique mediante una conspiración puramente militar y exige la suspensión de los trabajos del congreso hasta un entendimiento con "todos los partidos socialistas". ¡En una revolución, correr tras su resultante es peor que querer atrapar su propia sombra! En ese momento aparece en la reunión Yofe, el futuro primer embajador de los Soviets en Berlín, a la cabeza de la fracción bolchevique en la Duma municipal, que se negó a ir en busca de una muerte problemática bajo los muros del palacio de Invierno. El Congreso se amontona más aún, recibiendo a los amigos con felicitaciones rebosantes de alegría.


Pero algo hay que responder a Mártov. Esa tarea es confiada a Trotsky. "Inmediatamente después del éxodo de las derechas, su posición -reconoce Sujánoves tan sólida como débil la de Mártov." Los adversarios se encuentran uno al lado del otro en la tribuna, presionados por todas partes por un círculo estrecho de delegados muy excitados. "Lo que ha sucedido -dice Trotsky- es una insurrección y no un complot. El levantamiento de las masas populares no necesita justificación. Hemos dado temple a la energía revolucionaria de los obreros y soldados de Petrogrado. Hemos forjado abiertamente la voluntad de las masas para la insurrección y no para un complot. Nuestra insurrección ha vencido y ahora se nos hace una propuesta: renunciad a vuestra victoria, concluid un acuerdo. ¿Con quién? Pregunto: ¿con quién debemos concluir un acuerdo? ¿Con los miserables grupitos que se han retirado de aquí?... Pero si ya los hemos visto de cuerpo entero. No hay nadie ya detrás de ellos en Rusia. ¿Con ellos deberían concluir un acuerdo, de igual a igual, los millones de obreros y campesinos representados en este congreso, a quienes aquellos, y no es la primera vez, están dispuestos a entregar a merced de la burguesía? No, ¡aquí el acuerdo no sirve para nada! A los que se han ido de aquí, como a los que se presentan con propuestas semejantes, debemos decirles: "Estáis lamentablemente aislados sois unos fracasados, vuestro papel ya está jugado, dirigimos allí donde vuestra clase está ahora: ¡al basurero de la historia!..." -¡Entonces, nos retiramos!, grita Mártov, sin esperar el voto del congreso. "Mártov, furioso y muy afectado -escribe compasivamente Sujánov-, empezó a abrirse camino desde la tribuna hasta la salida. Por mi parte, me puse a convocar urgentemente una reunión extraordinaria de mi fracción..." No se trataba en absoluto de un arrebato. El Hamlet del socialismo democrático, Mártov, había dado un paso adelante cuando la revolución refluía, como en julio; ahora que la revolución estaba dispuesta a saltar como una fiera, Mártov retrocedía. La retirada de las derechas le había quitado la posibilidad de una maniobra parlamentaria. De pronto dejó de sentirse cómodo. Se apresuró a abandonar el congreso para desligarse de la insurrección. Sujánov replicó como pudo. La fracción se dividió casi en dos mitades iguales: Mártov ganó por catorce votos contra doce. Trotsky propone al congreso una resolución que es un acta de acusación contra los conciliadores: son ellos los que han preparado la ofensiva desastrosa del 18 de junio; ellos, los que han apoyado al gobierno que traicionaba al pueblo; ellos, los que han disimulado al pueblo cómo se les engañaba en la cuestión agraria; ellos, los que han asegurado el desarme de los obreros; ellos, los responsables de la prolongación insensata de la guerra; ellos, los que han permitido a la burguesía agravar la situación económica; ellos, los que, habiendo perdido la confianza de las masas, se han opuesto a la convocatoria del Congreso de los soviets; finalmente, hallándose en minoría, han roto con los soviets.


De nuevo, una moción de orden: realmente, la paciencia de la mesa bolchevique no tiene límites. Un representante del Comité ejecutivo de los soviets campesinos ha llegado, encargado de invitar a los rurales a abandonar este congreso "inoportuno" y a dirigirse al palacio de Invierno "tara morir con los que han sido enviados allí para realizar nuestras voluntades". Estas invitaciones para morir bajo las ruinas del palacio de Invierno comienzan a irritar por su monotonía. Un marinero del Aurora que se presenta en el congreso declara irónicamente que no hay ruinas, ya que el crucero tira con pólvora. "Seguid con vuestros trabajos tranquilamente." El congreso toma aliento ante este magnífico marinero de barba negra que encarna la simple e imperiosa voluntad de la insurrección. Mártov, con su mosaico de ideas y de sentimientos, pertenece a otro mundo: por eso rompe, él también, con el congreso. Todavía una nueva moción de orden, esta vez medio amistosa. "Los socialistas revolucionarios de derecha -dice Kamkov- se han retirado, pero nosotros los de izquierda, nos hemos quedado." El congreso saluda a los que permanecieron. Sin embargo, estos últimos también consideran indispensable realizar un frente único revolucionario y se pronuncian en contra de la violenta resolución de Trotsky que cierra las puertas a un acuerdo con la democracia moderada. Los bolcheviques, una vez más, vuelven a aceptar inmediatamente. Parece como si no se les hubiera visto nunca tan dispuestos a las concesiones. No es nada extraño: dominan la situación y no tienen ninguna necesidad de insistir en los términos. Lunacharski sube de nuevo a la tribuna. "No cabe la menor duda sobre el peso de la tarea que nos incumbe." La unificación de todos los elementos efectivamente revolucionarios de la democracia es indispensable. Pero, ¿acaso nosotros, los bolcheviques, hemos dado un solo paso que dejase a un lado a los otros grupos? ¿Acaso no hemos adoptado por unanimidad la propuesta de Mártov? A esto se nos ha respondido con acusaciones y amenazas. ¿No es evidente que quienes han abandonado el congreso "suspenden su actividad conciliadora y pasan abiertamente al campo de los kornilovianos"? Los bolcheviques no insisten en la necesidad de votar inmediatamente la resolución de Trotsky: no quieren comprometer las tentativas realizadas para obtener un acuerdo sobre la base soviética. Se aplica con éxito, una vez más, el método de dejar que sea la marcha de los acontecimientos la que enseñe, ¡aunque mientras tanto vaya acompañada de cañonazos! Igual que antes, con la aceptación de la propuesta de Mártov, ahora la concesión hecha a Kamkov sirve para poner al desnudo la impotencia de los esfuerzos de conciliación. Sin embargo, a diferencia de los mencheviques de izquierda, los socialistas revolucionarios de izquierda no abandonan el congreso: sienten sobre ellos muy directamente la presión de la aldea sublevada. Ha habido un tanteo recíproco. Cada cual ocupa una posición de partida. En el desarrollo del congreso interviene una pausa. ¿Adoptar los decretos fundamentales y


crear un gobierno soviético? Imposible: en el palacio de Invierno está reunido todavía el antiguo gobierno, en una sala medio oscura, cuya única lámpara está cubierta por un periódico. Pasadas las dos de la madrugada, la presidencia declara la suspensión de la sesión durante media hora. Los mariscales rojos utilizaron con pleno éxito la breve prórroga que se les había otorgado. Algo ha cambiado en el ambiente del congreso al reanudarse la sesión. Kámenev les lee desde la tribuna un telegrama que acaba de recibir de Antónov: el palacio de Invierno ha sido tomado por las tropas del Comité militar revolucionario; excepto Kerenski, todo el gobierno provisional ha sido detenido, empezando por el dictador Kichkin. A pesar de que la noticia ha pasado ya de boca en boca, el comunicado oficial cae más contundentemente que una salva de artillería. Acaba de saltarse el abismo que separaba del poder a la clase revolucionaria. Los bolcheviques, que habían sido expulsados en julio del hotel particular de Kchesinskaya, entraban ahora como dueños en el Palacio de Invierno. En Rusia, no hay otro poder que el de este congreso. Una enredada madeja de sentimientos nace con los aplausos y los gritos: triunfo, esperanza, esperanza, pero también lágrimas. Nuevas ráfagas, cada vez más fogosas, de aplausos. ¡El asunto está terminado! La relación de fuerzas, aun la más favorable, tiene también sus imprevistos. La victoria está asegurada cuando el Estado Mayor enemigo cae prisionero. Kámenev enumera con voz imponente los personajes detenidos. Los hombres más conocidos provocan en el congreso exclamaciones hostiles o irónicas. Con especial exasperación se escucha el nombre de Terechenko, que presidía los destinos exteriores de Rusia. Pero, ¿y Kerenski?, ¿qué pasa con Kerenski?; se sabe que a las diez de la mañana se ejercitaba en el arte oratorio, sin mucho éxito, ante la guarnición de Garchina. "¿A dónde se dirigió luego? No se sabe exactamente: se rumorea que se ha ido hacia el frente." Los compañeros de viaje de la insurrección no se sienten muy cómodos. Presienten que ahora los bolcheviques apretarán el paso. Alguien de los socialistas revolucionarios de izquierda protesta contra la detención de los ministros socialistas. El representante de los internacionalistas unificados lanza esta advertencia: no es posible, sin embargo, que el ministro de Agricultura, Máslov, se encuentre en la misma celda donde estuvo en tiempos de la monarquía. "Un arresto político -replica Trotsky, que estuvo detenido en tiempos del ministro Máslov en la cárcel de Kresti, lo mismo que en tiempos de Nicolás- no es una cuestión de venganza: es dictado... por consideraciones racionales. El gobierno... debe comparecer ante un tribunal, ante todo por sus lazos indiscutibles con Kornílov... Los ministros socialistas sólo quedarán bajo arresto domiciliario." Hubiera sido más sencillo y más exacto decir que la captura del viejo gobierno estaba dictada por las necesidades de una lucha no terminada todavía. Se trataba de decapitar políticamente al campo enemigo y no de castigar las fecharías anteriores.


Pero la interpelación parlamentaria sobre las detenciones es inmediatamente eliminada por otro episodio infinitamente más importante: ¡el Tercer Batallón de motociclistas, que Kerenski había hecho avanzar hacia Petrogrado, se ha pasado al lado del pueblo revolucionario! Esta noticia tan favorable parece ser inverosímil, pero es cierta: un contingente seleccionado, el primero que ha sido enviado del frente, antes de llegar a la capital, se ha sumado a la insurrección, Si el congreso, en su alegría al conocer el arresto de los ministros, había mostrado una cierta moderación, ahora estalla de entusiasmo total e incontenible. En la tribuna, el comisario bolchevique de Tsarskoie-Selo y el delegado del batallón de motociclistas: ambos acaban de llegar para hacer un informe al congreso. "La guarnición de Tsarskoie-Selo guarda las cercanías de Petrogrado." Los partidarios de la defensa nacional han abandonado el Soviet. "Todo el trabajo ha recaído sobre nosotros solos." Conociendo la llegada inminente de los motociclistas, el Soviet de Tsarskoie-Selo se preparaba a una resistencia. Pero, felizmente, la alarma dada fue innecesaria: "Ninguno de los motociclistas es enemigo del Congreso de los soviets." Pronto llegará a Tsarskoie-Selo otro batallón: nos preparamos ya a recibirlo amistosamente. El congreso bebe este informe como si fuera leche. El representante de los motociclistas es acogido por una tempestad, un torbellino, un ciclón de aplausos. Desde el frente sudoeste, el Tercer Batallón ha sido rápidamente enviado al norte por orden telegráfica: "Defender Petrogrado." Los motociclistas rodaban, "con los ojos vendados", sospechando tan sólo de modo vago de qué se trataba. En Peredolskaya encontraron una formación del Quinto Batallón de motociclistas, que también era enviado contra la capital. En un mitin común que se hizo en la estación, resultó que "de todos los motociclistas, no se encontraría ninguno que consintiera en avanzar contra sus hermanos." Se toma la decisión común de no someterse al gobierno. "¡Os declaro concretamente -dice el Motociclista- que no daremos el poder a un gobierno a cuya cabeza se encuentren burgueses y propietarios nobles!" La palabra "concretamente", introducida en el lenguaje popular por la revolución, sonaba bien en esos momentos. ¿Cuánto tiempo hacía que, en la misma tribuna, el congreso era amenazado de sufrir los castigos del frente? Ahora, el frente mismo había dicho "concretamente" su palabra. ¡Poco importa que los comités del ejército saboteen el congreso, que la masa de soldados rasos haya conseguido, más bien por excepción, enviar sus delegados, que no se haya aprendido aún en numerosos regimientos y divisiones a distinguir un bolchevique de un socialista revolucionario! La voz que viene de Peredolskaya es la voz auténtica, infalible, irrefutable del ejército. No hay apelación contra ese veredicto. Sólo los bolcheviques habían comprendido en el momento oportuno que el cocinero del batallón de motociclistas representaba infinitamente mejor al frente que todos los Jarach y Kuchin con sus mandatos archicaducos. Se produce una modificación, muy


significativa, en el estado de ánimo de los delegados. "Empiezan a sentir -escribe Sujánov- que las cosas marchan solas y de manera favorable, que los peligros anunciados por la derecha no parecen tan terribles y que los líderes pueden tener razón en lo demás." Este es el momento que escogieron los lamentables mencheviques de izquierda para recordar su existencia. Resultó que no se habían retirado todavía. Discutían en su fracción la cuestión de saber qué posición tomar. Esforzándose en arrastrar a los grupos vacilantes, Kapelinski, encargado de anunciar al congreso la decisión tomada, señalaba finalmente el motivo más evidente de ruptura con los bolcheviques: "Acordaros que avanzan tropas hacia Petrogrado. Estarnos bajo la amenaza de una catástrofe. ¿Cómo?, ¿y estáis aquí todavía?" Esos gritos vienen de diferentes puntos de la sala. "¡Pero ya os habéis ido una vez!" Los mencheviques, en un pequeño grupo, se dirigen hacia la puerta, acompañados por exclamaciones de desprecio. "Nos retiramos -declara Sujánov con tono afligido- dejando completamente libres las manos de los bolcheviques, cediéndoles todo el terreno de la revolución." Poca cosa habría quedado si aquellos de quienes habla Sujánov no se hubieran ido. En todo caso, se hunden. La ola de los acontecimientos se cierra implacablemente sobre sus cabezas. Ya era tiempo, para el congreso, de dirigir un llamamiento al pueblo. Pero la sesión sigue desarrollándose con simples mociones de orden. Los acontecimientos no entran en absoluto en el orden del día. A las cinco y diecisiete de la mañana, Krilenko, tropezando de fatiga, subió a la tribuna con un telegrama en la mano: el duodécimo ejército saluda al congreso y le informa de la creación de un Comité militar revolucionario que se encarga de vigilar al frente norte. Las tentativas del gobierno para obtener ayuda armada habían fracasado ante la resistencia de las tropas. El general Cheremisov, comandante en jefe del frente norte, se había sometido al Comité. Voitinski, el comisario del gobierno provisional, había presentado su dimisión y esperaba un sustituto. Delegaciones de las formaciones que habían sido enviadas a Petrogrado declaran, una tras otra, al Comité militar revolucionario que se unen a la guarnición de Petrogrado. "Sucedía algo increíble, escribe John Reed: la gente lloraba abrazándose." Lunacharski encuentra por fin la posibilidad de leer en voz alta un llamamiento a los obreros, soldados y campesinos. Pero no es un simple llamamiento: por la sola exposición de lo que ha sucedido y de lo que se prevé, el documento, redactado a toda prisa, presupone el comienzo de un nuevo régimen estatal. "Los plenos poderes del Comité ejecutivo central conciliador han expirado. El gobierno provisional ha sido depuesto. El Congreso toma el poder en sus manos." El gobierno soviético propondrá una paz inmediata, entregará la tierra a los campesinos, dará un estatuto democrático al ejército, establecerá un control de la producción, convocará en el momento oportuno la Asamblea constituyente, asegurará el derecho de las naciones de Rusia a disponer de sí mismas. "El Congreso decide que todo el poder, en todas las localidades,


es entregado a los soviets." Cada frase leída provoca una salva de aplausos. "¡Soldados, manteneos en vuestros puestos de guardia! ¡Ferroviarios, detened todos los convoyes dirigidos por Kerenski a Petrogrado!... ¡En vuestras manos están la suerte de la revolución y la de la paz democrática!" La alusión a la tierra sacude a los campesinos. El congreso no representa, según el reglamento, más que a los soviets de obreros y soldados; pero también participan delegados de diferentes soviets campesinos: éstos exigen ahora que también se les mencione en el documento. Se les concede inmediatamente el derecho de sufragio deliberativo. El representante del Soviet campesino de Petrogrado firma el llamamiento "con los pies y con las manos". Un miembro del Comité ejecutivo de Avkséntiev, Berezin, que había estado callado hasta entonces, comunica que sobre sesenta y ocho soviets campesinos que han respondido a la encuesta telegráfica, la mitad se ha pronunciado por el poder de los soviets y la otra mitad por la transmisión del poder a la Asamblea constituyente. Si ése es el estado de ánimo de los soviets de provincia, en parte compuestos de funcionarios, ¿se puede dudar que el futuro Congreso campesino apoye al poder soviético? Uniendo más estrechamente a los delegados de base, el llamamiento asusta e incluso repele, por su carácter ineluctable, a determinados compañeros de viaje. De nuevo desfilan por la tribuna pequeñas fracciones de lo que queda. Por tercera vez se produce una ruptura con el congreso, la de un pequeño grupo de, mencheviques, probablemente de los que están más a la izquierda. Se retiran, pero solamente para reservarse la posibilidad de salvar a los bolcheviques. "De otro modo os perderéis vosotros mismos, nos perderéis a nosotros también y perderéis la revolución." Lapinski, representante del partido socialista polaco, aunque sigue en el Congreso para "defender su punto de vista hasta el final", se une, en suma, a la declaración de Mártov: "Los bolcheviques no podrán sacar, partido del poder que toman en sus manos." El partido obrero judío unificado se abstendrá de votar. Los internacionalistas unificados hacen lo mismo. Pero, ¿cuántos votos representarán en total iodos esos "unificados"? El llamamiento es aprobado por la totalidad de votantes, ¡salvo dos en contra y doce abstenciones! Los delegados no tienen ya las fuerzas suficientes para aplaudir. La sesión se levanta finalmente cerca de las seis de la mañana. Amanece en la ciudad una mañana de otoño gris y fría. En las calles que se iluminan poco a poco brillan los restos ardientes de las hogueras de quienes han velado. Los soldados y obreros, armados de fusiles, tienen una expresión cerrada y poco corriente en sus rostros cansados. Si hubiera habido astrólogos en Petrogrado, debieron descubrir importantes presagios en el mapa mundi celeste. La capital despierta bajo un nuevo poder. La gente común, los funcionarios, los intelectuales, que han estado al margen de la escena de los acontecimientos, se lanzan


desde primeras horas de la mañana a los periódicos para saber a qué ribera la ola de la noche les ha arrojado. Pero no es fácil dilucidar lo que ha sucedido. En realidad, los periódicos hablan de la toma del Palacio de Invierno por los conspiradores y de la detención de los ministros, pero solamente como de un episodio completamente pasajero. Kerenski ha marchado al Gran cuartel general, la suerte del poder está decidida en el frente. Las crónicas sobre el congreso reproducen solamente las declaraciones de las derechas, mencionan a los que se han retirado y denuncian la impotencia de los que se han quedado. Los artículos políticos escritos antes de la toma del palacio de Invierno respiran un optimismo vacío de toda preocupación. Los rumores de la calle no corresponden en nada al tono de los periódicos. A fin de cuentas, los ministros siguen encerrados en la fortaleza. En cuanto a Kerenski, no se ven llegar refuerzos por el momento. Funcionarios y oficiales están inquietos y tienen conciliábulos. Los periodistas y abogados intercambian llamadas telefónicas. Las redacciones tratan de ordenar sus ideas. Los oráculos de los salones dicen: hay que rodear a los usurpadores con un bloqueo de desprecio público. Los comerciantes no saben si deben seguir o no comerciando. Los restaurantes se abren. Los tranvías marchan, los Bancos se llenan de malos presentimientos. Los sismógrafos de la Bolsa descubren una curva convulsivo. Por supuesto, los bolcheviques no se mantendrán mucho tiempo, pero, antes de caer, pueden causar muchos males. El periodista reaccionario Claude Anet escribía ese día: "Los vencedores entonan un canto de victoria. Y tienen toda la razón. Entre tantos charlatanes, ellos han actuado. Hoy recogen la cosecha. ¡Bravo! ¡Ha sido un buen trabajo!" La situación era apreciada de modo muy diferente por los mencheviques. "Veinticuatro horas han pasado desde la "victoria" de los bolcheviques -escribía el periódico de Dan- y la fatalidad histórica empieza ya a ejercer una cruel venganza contra ellos... a su alrededor se produce el vacío que ellos mismos han creado... se encuentran aislados de todos... todo el aparato de funcionarios y de técnicos se niega a ponerse a su servicio... En el momento mismo de su triunfo se hunden en un abismo..." Animados por el sabotaje de los funcionarios y por su propia ligereza, los círculos liberales y conciliadores creían sorprendentemente en su impunidad. Hablaban y escribían de los bolcheviques con el lenguaje de las jornadas de julio: "mercenarios de Guillermo", "los bolsillos de los hombres de la Guardia roja están llenos de marcos alemanes", "son oficiales alemanes quienes dirigen la insurrección"... El nuevo poder debía mostrar a esta gente una fuerte autoridad antes incluso de que hubiesen empezado a creer en él. Los periódicos más desenfrenados fueron prohibidos desde la noche misma del 25 al 26. Otros fueron confiscados durante el día. La prensa socialista no se vio afectada por el momento: había que dar a los socialistas revolucionarios de izquierda y también a determinados elementos del partido bolchevique la posibilidad


de convencerse de lo inconsistente que era esperar una coalición con la democracia oficial. En medio del sabotaje y del caos, los bolcheviques desarrollaban su victoria. Un Estado Mayor provisional, organizado durante la noche, se ocupó de la defensa de Petrogrado en caso de una ofensiva por parte de Kerenski. Se envían telefonistas militares a la central telefónica, donde la huelga había empezado. Se invita a los diversos ejércitos a crear sus comités militares revolucionarios.. Se envía en grupos a agitadores y organizadores, disponibles después de la victoria, al frente y a las provincias. El órgano central del partido escribía: "El Soviet de Petrogrado se ha pronunciado; ahora les toca a los demás soviets." Una noticia se difunde durante el día, que produce particular malestar entre los soldados: Kornílov había huido. En realidad, este distinguido prisionero, que residía en Bijov bajo la protección de sus fieles hombres de Tek y que era mantenido al corriente de todos los acontecimientos por el Gran cuartel general de Kerenski, había decidido, el 25, que el asunto tomaba un mal cariz y, sin la menor dificultad, abandonó su prisión imaginaria. Los lazos entre Kerenski y Kornílov se confirmaron de nuevo con toda evidencia a los ojos de las masas. El Comité militar revolucionario llamaba por telégrafo a los soldados y oficiales revolucionarios a arrestar y enviar a Petrogrado a los dos antiguos generalísimos. Como en febrero, el palacio de Táurida, ahora el Smolni, se había convertido en el centro de todas las funciones de la capital y del Estado. Allí se reunían todas las instituciones dirigentes. De allí partían las decisiones, o bien allí se iba a obtenerlas. Allí se pedían las armas, se entregaban fusiles y revólveres confiscados a los enemigos. De diferentes puntos de la ciudad se llevaba allí a las personas arrestadas. Los que habían sufrido alguna ofensa se reunían allí en busca de justicia. El público burgués y los cocheros temerosos rodeaban el Smolni en un amplio círculo. El automóvil es un símbolo del poder mucho más efectivo que el cetro y el globo. Bajo el régimen de la dualidad de poderes, los automóviles se repartían entre el gobierno, el Comité ejecutivo central y los particulares. De momento, todas las máquinas confiscadas eran remitidas al campo de la insurrección. El distrito del Smolni parecía un gigantesco garaje de campo. Los mejores automóviles exhalaban el mal olor de un detestable carburante. Las motocicletas trepidaban en la penumbra con amenazadora impaciencia. Los autos blindados hacían sonar sus cláxones. El Smolni parecía una fábrica, una estación y un centro energético de la insurrección. Por las aceras de las calles adyacentes circulaba un torrente repleto de gente. Las hogueras ardían delante de las puertas interiores y exteriores. A su luz vacilante, obreros armados y soldados escrutaban atentamente los salvoconductos. Algunos autos blindados vibraban en el patio con sus motores en marcha. Nadie quería


detenerse, ni las máquinas ni la gente. En cada entrada había ametrallado doras, con abundante provisión de cintas de cartuchos. Los interminables y oscuros corredores, poco iluminados, retumbaban con el ruido de pasos, exclamaciones y llamadas. Los que entran y los que salen se cruzaban en las amplias escaleras, unos hacia arriba y otros hacia abajo. Esa masa de lava humana se veía cortada por impacientes y autoritarios individuos, militantes del Smolni, correos, comisarios, que mostraban con el brazo extendido un mandato o una orden, con el fusil a la espalda, atado por un cordón, o con una cartera bajo el brazo. El Comité militar revolucionario no interrumpió ni un minuto su trabajo, recibía a los delegados, correos, informantes voluntarios, amigos llenos de abnegación y tunantes, enviaba comisarios a todos los rincones de la capital, sellaba innumerables órdenes y certificados de poderes, todo esto a través de peticiones de informes que se entrecruzaban, comunicados urgentes, llamadas telefónicas y el ruido de las armas. Estos hombres, en el límite de sus fuerzas, que no habían comido ni dormido desde hacía tiempo, sin afeitarse, con ropa sucia y los ojos inflamados, gritaban con voz ronca, gesticulaban exageradamente y, si no caían inánimes en el suelo, parece que sólo era gracias al caos del ambiente que les hacía dar vueltas y les llevaba sobre sus alas irresistibles. Aventureros, libertinos, los peores desechos del viejo régimen, inflaban el pecho y trataban de hacerse introducir en el Smolni. Algunos lo conseguían. Conocían unos cuantos secretos pequeños de la dirección: quién posee las llaves de la correspondencia diplomática, cómo se redactan los bonos para las entregas de fondos, dónde se puede obtener gasolina o una máquina de escribir y, particularmente, dónde se conservan los mejores vinos de palacio. No era a la primera que se encontraban en la cárcel o cayendo bajo un disparo de revólver. Nunca desde la creación del mundo se habían transmitido tantas órdenes, oralmente, a lápiz, a máquina, por telégrafo, una queriendo alcanzar a la otra -miles y millones de órdenes-, no siempre enviadas por los que tenían el derecho de mandar y raramente recibidas por quienes estaban en condiciones de ejecutarlas. Pero lo milagroso era que en ese remolino de locura había un sentido profundo, que la gente se ingeniaba para comprenderse entre sí, que lo más importante y lo más indispensable era ejecutado siempre, que se iban tendiendo los primeros hilos de una dirección nueva para sustituir el viejo aparato de dirección: la revolución se iba reforzando. Durante el día trabajó en el Smolni el Comité central de los bolcheviques: había que decidir sobre el nuevo gobierno de Rusia. No se hizo ningún acta o, en todo caso, no se ha conservado. Nadie se preocupaba de los historiadores del futuro, aunque se les estuviera preparando no pocos problemas. En la sesión de la noche del congreso, la asamblea debe crear un gabinete ministerial. ¿Ministros? ¡Una palabra muy comprometida! Hace pensar en la alta carrera burocrática o en la coronación de


ambiciones parlamentarias. Se ha decidido que se llamará al gobierno "Consejo de Comisarios del pueblo"; esto tiene por lo menos un aspecto un poco más nuevo. Dado que las negociaciones sobre la coalición de "toda la democracia" no habían llevado a nada hasta entonces, el problema de la composición del gobierno, tanto en lo referente al partido como a las personalidades, se veía simplificado. Los socialistas revolucionarios de izquierda gesticulan y se repliegan: acaban apenas de romper con el partido de Kerenski y no saben bien todavía lo que deben hacer. El Comité central acepta la propuesta de Lenin como la única posible: formar un gobierno compuesto únicamente de bolcheviques. En el curso de esta sesión, Mártov vino a defender la causa de los ministros socialistas que habían sido arrestados. Poco tiempo antes había tenido ocasión de intervenir ante los ministros socialistas para que dejaran en libertad a los bolcheviques. La rueda había dado una vuelta importante. El Comité central, por medio de unos de sus miembros, Kámenev sin duda, delegado para entrevistarse con Mártov, confirmó que los ministros socialistas quedarían bajo arresto domiciliario: aparentemente, habían sido olvidados entre tantas otras cosas, o bien ellos mismos habían renunciado a sus privilegios respetando, aun en el bastión Trubetskoy, el principio de la solidaridad ministerial. La sesión del congreso se abrió a las 9 de la noche. "El cuadro difería muy poco del de la víspera. Menos armas, menos amontonamiento." Sujánov llegó a encontrar un sitio, no ya en calidad de delegado, sino mezclado en el público. En esta sesión se debía decidir sobre la cuestión de la paz, de la tierra y del gobierno. Sólo esos tres problemas: terminar con la guerra, dar la tierra al pueblo, establecer la dictadura socialista. Kámenev comienza con un informe sobre los trabajos a los que se ha dedicado la mesa durante la jornada: ha sido abolida la pena de muerte que Kerenski había restablecido en el frente; se ha restituido la libertad total de agitación; se ha dado la orden de poner en libertad a los soldados encarcelados por delitos de opinión y a los miembros de los comités agrarios; son revocados todos los comisarios del gobierno provisional; se ha ordenado el arresto y la entrega de Kerenski y Kornílov. El congreso aprueba y confirma. De nuevo dan signos de existencia, ante una sala impaciente y malintencionada, todo tipo de elementos residuales: unos hacen saber que se van -"en el momento de la victoria de la insurrección y no en el de la derrota"-, otros, en cambio, se jactan de quedarse. El representante de los mineros del Donetz pide que se adopten urgentemente medidas para que Kaledin no corte los envíos de carbón al norte. Pasará mucho tiempo antes que la revolución haya aprendido a tomar medidas de esa envergadura. Finalmente, se puede pasar al primer punto del orden del día. Lenin, a quien el congreso no ha visto todavía, recibe la palabra para tratar de la paz. Su aparición en la tribuna provoca aplausos interminables. Los delegados de las


trincheras no se hartan de mirar al hombre misterioso que les ha enseñado a detestar y que han aprendido, sin conocerlo, a amar. "Apoyado firmemente en el borde del pupitre y contemplando a la multitud con sus ojos pequeños, Lenin esperaba sin interesarse aparentemente por las ovaciones incesantes que duraron varios minutos. Cuando los aplausos terminaron, dijo simplemente: "Ahora vamos a dedicarnos a edificar el orden socialista"." No ha quedado acta del congreso. Las taquígrafas parlamentarias, invitadas a tomar notas de los debates, habían abandonado el Smolni con los mencheviques y los socialistas revolucionarios: Lino de los primeros episodios del sabotaje. Las notas tomadas por los secretarios se han perdido irremediablemente en el abismo de los acontecimientos. No han quedado más que las crónicas apresuradas y tendenciosas de periódicos que habían sido redactadas bajo los estruendos de los cañones o en el rechinar de dientes de la lucha política. Los informes de Lenin se vieron afectados particularmente de esta situación: dada la rapidez de sus palabras y la compleja construcción de los períodos, los informes, aun en las circunstancias más favorables, no se prestaban fácilmente a que se tomaran notas. La frase de introducción que John Reed pone en labios de Lenin no se encuentra en ninguna crónica de los periódicos. Pero coincide con el espíritu del orador. Reed no podía inventarla. Es así, precisamente, como Lenin debía empezar su intervención en el Congreso de los soviets, sencillamente, sin pathos, con una seguridad irresistible: "Ahora vamos a dedicarnos a edificar el orden socialista". Pero para ello eral preciso ante todo terminar con la guerra. Durante su, emigración en Suiza, Lenin había lanzado la consigna: "transformar la guerra imperialista en guerra civil". Ahora había que transformar la guerra civil victoriosa en una paz. El informante comienza directamente leyendo un proyecto de declaración que tendrá que publicar el gobierno que salga elegido. El texto no es distribuido: la técnica es muy pobre todavía. El Congreso presta la máxima atención a la lectura de cada palabra del documento. "El gobierno obrero y campesino, creado por la revolución del 24 y 25 de octubre y apoyado en los soviets de diputados obreros, soldados y campesinos, propone a todos los pueblos beligerantes y a sus gobiernos el inicio inmediato de las negociaciones para una paz justa y democrática". Hay unas cláusulas que rechazan toda anexión o contribución. Se entiende por "anexión" la absorción forzada de poblaciones extranjeras o bien su mantenimiento en servidumbre contra su voluntad, en Europa o más lejos, pasando los océanos. "Al mismo tiempo, el gobierno declara que no considera otra condición", exigiendo solamente que se comiencen lo más pronto posible las negociaciones y que todo secreto sea eliminado en el curso de las conversaciones. Por su parte, el gobierno soviético decide abolir la diplomacia secreta e inicia la publicación de los tratados secretos firmados hasta el 25 de octubre de 1917. Todo lo


que en esos tratados persiga atribuir ventajas y privilegios a los propietarios y capitalistas rusos, asegurar la opresión por los granrusos de las otras poblaciones, "el gobierno lo declara abolido en su totalidad, sin condiciones e inmediatamente". Se propone inmediatamente una tregua, en lo posible, de tres meses como mínimo, a fin de iniciar las negociaciones. El gobierno obrero y campesino dirige sus propuestas simultáneamente a los gobiernos y a los pueblos de todos los países beligerantes..., en particular a los obreros conscientes de las tres naciones más avanzadas", Inglaterra, Francia y Alemania, con la seguridad de que serán precisamente ellos quienes "nos ayudarán a llevar a buen término la obra de la paz y, al mismo tiempo, a liberar a las masas trabajadoras y explotadas de toda esclavitud y explotación". Lenin se limita a breves comentarios sobre el texto de la declaración. "No podemos ignorar a los gobiernos, pues ello atrasaría la posibilidad de concluir la paz.... pero tampoco tenemos derecho a omitir un llamamiento a los pueblos. En todas partes, los gobiernos y los pueblos están en desacuerdo entre ellos; debemos ayudar a los pueblos a intervenir en las cuestiones de la guerra y de la paz." "Ciertamente, defenderemos por todos los medios nuestro programa de paz sin anexiones ni contribuciones", pero no debemos presentar nuestras condiciones en forma de ultimátum, evitando así dar un pretexto cómodo a los gobiernos para que rechacen las negociaciones. Examinaremos cualquier otra propuesta. "Las examinaremos, lo cual no quiere decir que las aceptaremos". El manifiesto publicado por los conciliadores el 14 de marzo invitaba a os obreros de los otros países a derrocar a los banqueros en nombre de la paz; sin embargo, los conciliadores mismos, en lugar de llamar al derrocamiento de sus propios banqueros, se aliaban con ellos. "Ahora, nosotros hemos derribado al gobierno de los banqueros." Esto nos da derecho a llamar a los otros pueblos a que hagan otro tanto. Tenemos toda esperanza en vencer: "Es preciso recordar que no vivimos en las profundidades de áfrica, sino en Europa, donde todo puede adquirir notoriedad pública rápidamente." Lenin ve, como siempre, la prenda de la victoria en una transformación de la revolución nacional en revolución internacional. "El movimiento obrero tomará la delantera y abrirá él camino hacia la paz y el socialismo." Los socialistas revolucionarios de izquierda enviaron un representante para dar su adhesión a la declaración que acaba de leerse: "En su espíritu y significado, les era próxima y comprensible." Los internacionalistas unificados se pronuncian por la declaración, pero a condición de que sea hecha en nombre del gobierno de toda la democracia. Lapinski, en nombre de los mencheviques polacos de izquierda, aprueba calurosamente "el sano realismo proletario" del documento. Dzerchinski, en nombre de la socialdemocracia de Polonia y de Lituania; Stuchka, en nombre de la socialdemocracia de Letonia; Kapsukas, en nombre de la socialdemocracia lituana, se adhieren sin reservas a la declaración. Sólo hubo objeciones por parte del bolchevique


Ereméiev, que exigió que las condiciones de paz tomasen la forma de ultimátum: de otra manera "podría pensarse que somos débiles, que tenemos miedo". Lenin argumenta resueltamente y hasta con vehemencia contra la propuesta de presentar las cláusulas de paz como ultimátum: con ello "daremos solamente la posibilidad a nuestros adversarios de disimular toda la verdad al pueblo, de ocultarla tras nuestra intransigencia". Se dice que "nuestra renuncia a presentar un ultimátum demostrará nuestra impotencia". Ya es hora de renunciar a la falsedad de las concepciones burguesas en política. "No tenemos nada que temer diciendo la verdad sobre nuestra fatiga..." Las futuras disensiones sobre Brest-Litovski ya van apareciendo a través de este episodio, Kámenev invita a todos los partidarios del llamamiento a mostrar sus tarjetas de delegados. "Uno de los delegados -escribe Reed- había levantado el brazo en señal de oposición, pero hubo a su alrededor tal estallido de indignación que tuvo que bajar la mano." El llamamiento a los pueblos y a los gobiernos es adoptado por unanimidad. ¡Ya está hecho! Este acto, por su grandiosidad inmediata y tangible, gana a todos los participantes. Sujánov, observador atento aunque prevenido, había notado más de una vez, en la primera sesión, el cansancio del congreso. Sin duda alguna, los delegados, al igual que todo el pueblo, estaban cansados de reuniones, de congresos, de discursos, de resoluciones, y en general de quedarse estancados en el mismo sitio. No tenían la certidumbre de que ese congreso supiera y pudiera llevar la obra a buen fin. La magnitud de las tareas y la fuerza invencible de las resistencias, ¿no les forzarían a batirse en retirada una vez más? Hubo un aflujo de confianza cuando se conoció la toma del Palacio de Invierno, y luego la adhesión de los motociclistas a la insurrección. Pero ambos hechos estaban ligados al mecanismo de la insurrección. Pero es ahora solamente cuando se descubre en la práctica su sentido histórico. La insurrección victoriosa había colocado la base inquebrantable del poder en el Congreso de obreros y soldados. Los delegados votaban esta vez no por la revolución, sino por un acto de gobierno con una significación infinitamente mayor. ¡Escuchad, pueblos!, la revolución os invita a la paz. Será acusada de haber violado los tratados. Pero se siente orgullosa de ello. Romper con sangrientas alianzas de rapaces es un gran mérito en la Historia. Los bolcheviques se atrevieron. Fueron los únicos en atreverse. El orgullo estalla en los corazones. Los ojos se inflaman. Todos están de pie. Nadie fuma ya. Parece que nadie respira. La mesa, los delegados, los invitados, los hombres de guardia se unen en un himno de insurrección y de fraternidad. "Bruscamente, bajo un impulso general -contará John Reed, observador y participante, cronista y poeta de la insurrección-, nos encontramos todos de pie, entonando los acentos arrebatadores de La Internacional. Un viejo soldado de cabellos grises lloraba como un niño, Alexandar Kolontay parpadeaba aprisa para no llorar. La poderosa


armonía se extendía en la sala, atravesando ventanas y puertas y subiendo muy alto hacia el cielo." ¿Era hacia el cielo? Más bien las trincheras de otoño que desangraban a la miserable Europa crucificada, hacia las ciudades y pueblos devastados, hacia las mujeres y las madres de luto. "¡Arriba, los parias de la tierra; en pie, famélica legión!..." Las palabras del himno se habían desprendido de su carácter convencional. Se confundían con el acto gubernamental. De aquí les venía su sonoridad de acción directa. Cada uno se sentía más grande y más significativo en ese momento. El corazón de la revolución se ensanchaba al mundo entero. "Nos liberaremos..." El espíritu de independencia, de iniciativa, de atrevimiento, los felices sentimientos de que están faltos los oprimidos en las circunstancias habituales, todo esto lo traía ahora la revolución... "¡Con su propia mano!" Con mano todopoderosa, los millones de hombres que han derrocado a la monarquía y a la burguesía van ahora a aplastar la guerra. El guardia rojo del barrio de Viborg, el oscuro soldado con heridas en la cara que ha venido del frente, el viejo revolucionario que ha pasado años en la cárcel, el joven marinero de barba negra del Aurora, todos juraban continuar hasta el final la lucha última y decisiva. "¡Construiremos un mundo para nosotros, un nuevo mundo!" ¡Construiremos! En esa palabra que exhalan pechos humanos estaban ya incluidos los futuros años guerra civil y los próximos períodos quinquenales de trabajo y de privaciones. "¡Los nada de hoy todo han de ser!" ¡Todo! Si la realidad del pasado se ha transformado más de una vez en un himno, ¿por qué el himno no podría ser la realidad de mañana? Los capotes de las trincheras ya no parecen vestimenta de presidiario. Los gorros de pelo, con la guata desgarrada, lucen de otra manera sobre los ojos centelleantes. "¡Despertar del género humano!" ¿Era posible que no despertase de las calamidades y de las humillaciones, del barro y de la sangre de la guerra? "Toda la mesa, Lenin el primero, estaba de pie y cantaba, con inspirada exaltación en los rostros, fuego en los ojos." Así lo testimonia un escéptico que contemplaba con sentimiento de pena el triunfo ajeno. "Hubiera deseado tanto unirme a ellos -confiesa Sujánov-, confundirme en un solo y mismo sentimiento, en un mismo estado de ánimo, con esa masa y sus jefes. Pero no podía." Los últimos acentos del estribillo se desvanecían, pero el congreso seguía todavía de pie, masa humana en fusión, elevada por la grandiosidad de lo que estaba viviendo. Y fueron muchas las miradas que se fijaron en un hombre rechoncho, de pequeña estatura, derecho en la tribuna, con una cabeza extraordinaria, de rasgos simples, pómulos salientes, con el rostro cambiado a causa del mentón afeitado, cuyos ojos pequeños de apariencia ligeramente mongólica tenían una mirada penetrante. Hacía cuatro meses que no se le veía; su propio nombre casi había tenido tiempo de desprenderse de su personalidad viviente. Pero no, no es un mito, ahí está en medio de los suyos -¡y cuántos de los "suyos" ahora!- teniendo entre sus manos las hojas de


un mensaje de paz a los pueblos. Incluso los que estaban más próximos a él, los que conocían bien su puesto en el partido, sintieron por primera vez, completamente, lo que él significaba para la revolución, para el pueblo, para los pueblos. Era él quien les había educado. El quien había enseñado. Una voz que salió del fondo de la asamblea gritó unas palabras de saludo dirigidas al jefe. La sala parecía haber estado esperando esa señal. ¡Viva Lenin! Las emociones por las que se había pasado, las dudas superadas, el orgullo de la iniciativa, el triunfo, las grandes esperanzas, todo se confundió en una erupción volcánica de reconocimiento y de entusiasmo. El testigo escéptico señala secamente: "Se produjo una indiscutible exaltación de los espíritus... Se saludaba a Lenin, se gritaban hurras, se lanzaban gorras al aire. Se cantó la Marcha fúnebre en memoria de las víctimas de la revolución. Y, de nuevo, aplausos, gritos, gorras lanzadas al aire." Lo que el congreso había vivido en esos minutos, el pueblo debía vivirlo al día siguiente aunque con menos intensidad. "Hay que decir -escribe en sus Memorias Stankievich-, que el gesto audaz de los bolcheviques, su aptitud para atravesar las alambradas de púa, los cuatro años que nos habían separado de los pueblos vecinos fueron suficientes para producir una inmensa impresión." De modo más brutal, pero no por eso menos claro, se expresa el barón Budberg en su diario íntimo: "El nuevo gobierno del camarada Lenin empieza por decretar la paz inmediata... En la situación actual, es un golpe genial para atraerse a la masa de los soldados; lo he constatado en el estado de ánimo de varios regimientos que he visitado hoy; el telegrama de Lenin sobre una tregua inmediata de tres meses y la paz consecutiva ha producido en todas partes una impresión formidable y ha provocado enorme alegría. Ahora sí hemos perdido nuestras últimas posibilidades de salvar el frente." Lo que esta gente entendía por salvar un frente que ellos mismos habían perdido era desde hacía tiempo únicamente la salvación de sus propias posiciones sociales. Si la revolución hubiera tenido la audacia de atravesar las alambradas en marzo y abril, habría podido reconstruir temporalmente el ejército, a condición de reducirlo al mismo tiempo a la mitad o a la tercera parte de sus efectivos, y conseguir así, para su política exterior, una posición de una fuerza excepcional. Pero sólo en octubre sonó la hora de los actos decididos, cuando no se pensaba ya poder salvar una parte cualquiera del ejército, incluso para muy poco tiempo. El nuevo régimen no sólo debía asumir los gastos de la guerra zarista, sino también el derroche irresponsable del gobierno provisional. En tan terribles circunstancias, sin salida para los demás partidos, el bolchevismo era la única fuerza capaz de llevar al país por el buen camino abriendo con la revolución de Octubre fuentes inagotables de energía popular. Lenin se encuentra de nuevo en la tribuna, esta vez con las pocas páginas del decreto sobre la propiedad agraria. Empieza acusando al gobierno derroca-, do y a los partidos conciliadores, los cuales, dando largas al problema de la tierra, han conducido al país a


una insurrección campesina. "Mienten como viles impostores los que hablan de saqueos y de anarquía en el campo. ¿Dónde y cuándo los saqueos y la anarquía han sido provocados por medidas razonables?..." No se ha distribuido el proyecto de decreto por no haberse hecho copias: el informante tiene en sus manos el único borrador, y está escrito, según los recuerdos de Sujánov, "tan mal, que Lenin vacila en la lectura, se embrolla y, finalmente, se detiene. Alguien viene en su ayuda entre todos los que se han amontonado en t orno a la tribuna. Lenin cede de buena gana su puesto y el papel ilegible". Estas pequeñas dificultades no disminuyen en nada, a los ojos del parlamento plebeyo, la grandeza de lo que se está realizando. La esencia del decreto se encuentra en dos líneas del artículo primero: "Queda abolida la propiedad territorial de los nobles sin ninguna clase de indemnización." Las tierras de los nobles, los dominios de la Corona, las propiedades de los monasterios y de las iglesias, con su ganado y sus instrumentos de labor, son puestos a la disposición de los comités agrarios del cantón y de los soviets de diputados campesinos del distrito, en espera de que se reúna la Asamblea constituyente. Los bienes confiscados, en tanto que propiedad pública, son confiados a la custodia de los soviets locales. No son confiscadas las tierras de los campesinos de humilde condición y de los simples cosacos. El decreto no tiene más de treinta líneas: es un hachazo sobre el nudo gordiano. Al texto esencial se añade una instrucción más detallada, tomada enteramente de los campesinos mismos. En Izvestia de los Soviets campesinos se había publicado el 19 de agosto el resumen de doscientos cuarenta y dos cuadernos entregados por los electores a sus representantes en él primer Congreso de diputados campesinos. Aunque este resumen de los cuadernos fue elaborado por los socialistas revolucionarios, Lenin no vaciló en incorporar ese documento, total e íntegramente, al decreto "como directiva general para la realización de las grandes reformas agrarias". La carta dice en substancia: "Queda abolido para siempre el derecho de propiedad privada de la tierra." "El derecho de utilizar la tierra es concedido a todos los ciudadanos... que deseen trabajaría con sus propias manos." "El trabajo asalariado no es tolerado." "La explotación de la tierra debe ser igualitaria, es decir, el suelo es distribuido entre los trabajadores, teniendo en cuenta las condiciones locales y según una norma de trabajo o de consumo." Si el régimen burgués se hubiera mantenido, sin hablar de una coalición con los propietarios nobles, el resumen redactado por los socialistas revolucionarios habría quedado como una utopía inviable, a menos de transformarse en una mentira consciente. No habría sido realizable en todas sus partes, ni siquiera bajo la dominación del proletariado. Pero la suerte de ese formulario se modificaba radicalmente desde el momento en que el poder lo encaraba de manera diferente. El


gobierno obrero daba a la clase campesina un plazo para poner a prueba efectivamente su programa contradictorio. "Los campesinos quieren conservar la pequeña propiedad, fijar una norma igualitaria... proceder periódicamente a nuevas igualaciones..., escribía Lenin en agosto. ¡Pues que así sea! Sobre ese punto, ningún socialista razonable se pondrá en desacuerdo con los campesinos pobres. Si las tierras son confiscadas, la dominación de los Bancos queda socavada; si el material es confiscado, la dominación del capital queda también socavada; y... al pasar el poder político al proletariado, el resto... lo sugerirá la práctica misma." Muchos fueron, no sólo entre los enemigos sino entre los amigos, los que comprendieron esa actitud perspicaz, pedagógica en gran medida, del partido bolchevique respecto a la clase campesina y su programa agrario. El reparto igualitario de las tierras no tiene nada de común con el socialismo. Pero tampoco os bolcheviques se hacían muchas ilusiones a este respecto. Al contrario, la misma estructura del decreto es testimonio de la vigilancia crítica del legislador. Mientras que el resumen de los cuadernos declara que toda la tierra, la de los propietarios nobles y la de los campesinos, "se convierte en el bien general de toda la nación", la ley fundamental omite precisar la nueva forma de la propiedad agraria. Hasta un jurista de criterio amplio se escandalizaría ante el hecho de que la nacionalización de la tierra, nuevo principio social de una importancia histórica mundial, sea establecida en forma de instrucción añadida a la ley fundamental. Sin embargo, no hay en esto negligencia en la redacción. Lenin quería sobre todo no comprometer a priori y al poder soviético en un dominio histórico aún inexplorado. También en esto unía una audacia sin igual con la mayor circunspección. La experiencia debía determinar todavía cómo entendían los campesinos que la tierra debía transformarse en "el bien de toda la nación". Después de haber dado el salto adelante, había que fortalecer las posiciones por si fuera necesario retroceder: el reparto de las tierras de los propietarios nobles entre los campesinos, pese a no ser por sí sólo una garantía respecto a la contrarrevolución burguesa, excluía en todo caso una restauración de la monarquía feudal. No se podía hablar de "perspectivas socialistas" sino a condición de establecer y mantener el poder del proletariado; pero mantener ese poder significaba ofrecer, entre otras cosas, una participación resuelta al campesino en las tareas revolucionarias. Si el reparto de tierras consolidaba políticamente al gobierno socialista, estaba, pues, justificado como medida inmediata. Había que tomar al campesino tal como la revolución lo había encontrado. Sólo podía ser reeducado por un nuevo régimen, no de golpe, sino durante muchos años y durante varias generaciones, con la ayuda de una técnica nueva y de una nueva organización económica. El decreto, combinado con el resumen de los cuadernos, significaba para la dictadura del proletariado la obligación no sólo de considerar atentamente los


intereses del trabajador agrícola, sino de tolerar también sus ilusiones de pequeño propietario. Era evidente de antemano que, en la revolución agraria, no faltarían las etapas y los virajes. La instrucción anexa no era en absoluto la última palabra. Representaba únicamente un punto de partida que los obreros aceptaban para ayudar a los campesinos en sus reivindicaciones progresivas y protegerles de pasos en falso. "No podemos ignorar -decía Lenin en su informe- la decisión de la base popular, aunque no estemos de acuerdo con ella... Hemos de dejar a las masas populares una total libertad de acción creadora... En suma, y esto es lo esencial, la clase campesina tiene que llegar a convencerse con seguridad de que los propietarios nobles no existen ya en el campo y es preciso que los campesinos decidan desde ahora de todo y organicen ellos mismos su existencia." ¿Oportunismo? No, realismo revolucionario. Antes de que las ovaciones hubieran terminado, el socialista revolucionario de derecha Pianij, que se presenta en nombre del Comité ejecutivo campesino, eleva una firme protesta contra la detención de los ministros socialistas. "Estos últimos días ha sucedido algo -grita el orador golpeando la mesa en un acceso de rabia-, algo que no se ha visto nunca en ninguna revolución. Nuestros camaradas Máslov y Salazkin, miembros del Comité ejecutivo, están encarcelados. ¡Exigimos sean puestos en libertad inmediatamente!" "¡Si cae un solo pelo de sus cabezas!", exclama otro emisario, con capote de soldado y el tono amenazador. El congreso los mira como a unos resucitados. Al estallar la insurrección había en la cárcel de Dvinsk, acusadas de bolchevismo, unas ochocientas personas; en Minsk, alrededor de seis mil; en Kiev, quinientos treinta y cinco, en su mayoría soldados. ¡Y cuántos miembros de los comités campesinos encerrados en otros lugares del país! Además, un buen número de delegados mismos del congreso, empezando por la mesa, habían pasado después de julio por las cárceles de Kerenski. No sorprenderá, pues, que la indignación de los amigos del gobierno provisional no pudiera provocar en esta asamblea una gran emoción. Para colmo de desgracias, se levantó de su puesto un delegado desconocido de todos, un campesino de la provincia de Tver, de largos cabellos, con túnica y, después de saludar educadamente a los cuatro rincones de la asamblea, suplicó al Congreso, en nombre de sus electores, que no dudase en arrestar al Comité Ejecutivo de Avkséntiev entero: "No son representantes campesinos, son kadetes... Su sitio está en la cárcel." Así aparecían, uno frente a otro, los dos personajes: el socialista revolucionario Pianij, parlamentario experimentado, delegado de los ministros, lleno de odio hacia los bolcheviques; y, por otro lado, un oscuro campesino de Tver que enviaba a Lenin, en nombre de sus electores, una calurosa felicitación. Dos capas sociales, dos revoluciones: Pianij hablaba en nombre de la de Febrero, el campesino de Tver militaba por la de Octubre. El congreso dedica al delegado con túnica una verdadera ovación. Los emisarios del Comité ejecutivo se retiran profiriendo invectivas.


"La fracción de los socialistas revolucionarios de izquierda acoge el proyecto de Lenin como el triunfo de sus propias ideas", declara Kalegaiev. Pero debido a la gran importancia de la cuestión, es indispensable debatirla en las diversas fracciones. Un maximalista, representante de la extrema izquierda del partido socialista revolucionario, que se ha descompuesto, exige un voto inmediato. "Deberíamos rendir homenaje al partido que, desde el primer día, sin palabrerías inútiles, aplica una medida semejante." Lenin insiste en que la suspensión de la sesión sea en todo caso lo más corta posible. "Noticias tan importantes para Rusia deben ser publicadas desde mañana mismo. ¡Nada de aplazamientos!" Pues, al fin y al cabo, el decreto sobre la cuestión agraria no es solamente la base del nuevo régimen, sino también el instrumento de una insurrección que tiene que conquistar todavía al país. No por simple azar, John Reed observa en ese momento una exclamación imperiosa que atraviesa el murmullo de la sala: "Quince agitadores a la habitación número 17. ¡Inmediatamente! ¡Para ir al frente!" A la una de la mañana, un delegado de las tropas rusas en Macedonia viene a quejarse de que éstas hayan sido olvidadas por los gobiernos que se han sucedido en Petrogrado. ¡El apoyo a la paz y a la tierra es asegurado por parte de los soldados que se encuentran en Macedonia! Tal es el estado de espíritu de un ejército que, esta vez, se encuentra en un rincón apartado del sudeste europeo. Kámenev comunica inmediatamente después: el Décimo Batallón de motociclistas, llamado desde el frente por el gobierno, ha entrado esta mañana en Petrogrado y, como los anteriores, se adhiere al Congreso de los soviets. Los vivos aplausos prueban que las manifestaciones renovadas sin cesar de la fuerza que se posee no parecerán nunca inútiles. Después de una resolución adoptada por unanimidad y sin debates, declarando que es un deber de honor para los soviets de las localidades el no tolerar los progromos que fueran ejercidos contra los judíos y otras personas por individuos tarados, se pasa a votar el proyecto de ley agraria. Con un voto en contra y ocho abstenciones, el congreso aprueba con gran entusiasmo el decreto que pone fin al régimen de esclavitud, base esencial de la vieja sociedad rusa. La revolución agraria queda así legalizada. Por ello mismo, la revolución del proletariado consigue un sólido apoyo. Queda un último problema: la creación de un gobierno. Kámenev lee el proyecto elaborado por el Comité central de los bolcheviques. La administración de los diversos sectores de la vida estatal es confiada a unas comisiones que deben trabajar, para realizar el programa anunciado por el congreso, "en estrecha unión con las organizaciones de masas de los obreros, obreras, marinos, soldados, campesinos y empleados". Ejerce el poder gubernamental un cuerpo colegiado compuesto por los presidentes de esas comisiones, con el nombre de "Soviet de los Comisarios del pueblo". El control de la actividad del gobierno corresponde al Congreso de los soviets y a su Comité ejecutivo central.


Siete miembros del Comité ejecutivo central del partido bolchevique han sido designados para componer el primer soviet de los Comisarios del pueblo: Lenin, como jefe de gobierno, sin cartera: Ríkov, como comisario del pueblo en el Interior; Miliutin, como dirigente de la Agricultura; Noguín, a la cabeza del Comercio y de la Industria; Trotsky, en los Asuntos Exteriores; Lómov, en la Justicia; Stalin, como presidente de la Comisión de nacionalidades. La Guerra y la Marina son confiadas a un comité que se compone de Antónov-Ovseenko, de Krilenko y de Dibenko; se piensa colocar a Schliapnikov a la cabeza de la comisaría de Trabajo; la Instrucción será dirigida por Lunacharski; la tarea penosa e ingrata del aprovisionamiento es confiada a Teodorovich; Correos y Telégrafos, al obrero Glebov. No se ha designado a nadie, por ahora, como comisario de Vías de comunicación: queda abierta la puerta a un entendimiento con las organizaciones de ferroviarios. Estos quince candidatos, cuatro obreros y once intelectuales, tenían en su pasado años de encarcelamiento, de deportación y de emigración; cinco de ellos habían estado presos bajo el régimen de la República democrática; el futuro "premier" había salido tan sólo la víspera de una vida clandestina bajo la democracia. Kámenev y Zinóviev no entraron en el Consejo de Comisarios del pueblo: el primero era designado presidente del nuevo Comité ejecutivo central, y el segundo, redactor del órgano oficial de los soviets. "Cuando Kámenev leyó la lista ,de los comisarios del pueblo -escribe Reed-, estallaron aplausos ante la mención de cada nombre y, en particular, después de los de Lenin y Trotsky." Sujánov añade a estos nombres el de Lunacharski. Avilov, antiguo bolchevique y ahora redactor del periódico de Gorki, en nombre de los internacionalistas unificados, se pronuncia en un gran discurso contra la composición del gobierno que se propone. Enumera concienzudamente las dificultades que surgen ante la revolución, tanto en la política interior como exterior. Hay que "tener en cuenta claramente una cosa: ¿Adónde vamos?... Ante el nuevo gobierno vuelven a plantearse los problemas de siempre: el del pan y el de la paz. Si el gobierno no puede resolver estos dos problemas, será derrocado". El pan falta en el país. Está en manos de los campesinos acomodados. No hay nada que dar para reemplazar el pan: la industria se hunde, se carece de combustible y de materias primas. Almacenar trigo con medidas coercitivas es difícil, lento y peligroso. Es preciso, por tanto, crear un gobierno que gane la simpatía no sólo de los campesinos pobres, sino también de los más acomodados. Para ello es necesaria una coalición. "Todavía más difícil es obtener la paz." A la propuesta del congreso de una tregua inmediata, los gobiernos de la Entente no darán ninguna respuesta. Los embajadores aliados se preparan ya a partir. El nuevo poder se encontrará aislado, su iniciativa de paz quedará en suspenso. Las masas populares de los países beligerantes se encuentran aún, por ahora, muy lejos de una revolución. Dos consecuencias pueden presentarse: o bien el aplastamiento de la revolución por las tropas del Hohenzollern,


o bien una paz por separado. Las condiciones de la paz, en los dos casos, serán aún más negativas para Rusia. Si se quiere acabar con todas las dificultades, es preciso contar con "la mayoría del pueblo". La desgracia se encuentra, sin embargo, en la escisión de la democracia, cuya parte izquierda quiere crear en el Smolni un gobierno puramente bolchevique, mientras que la derecha organiza en la Duma municipal un Comité de salud pública. Para salvar a la revolución es necesario crear un poder compuesto de los dos grupos. De manera análoga se expresa el representante de los socialistas revolucionarios de izquierda, Karelin. No se puede realizar el programa adoptado sin los partidos que han abandonado el congreso. Ciertamente, "los bolcheviques no son responsables de que se hayan retirado". El programa del congreso debería unificar a toda la democracia. "No queremos avanzar por el camino de un aislamiento de los bolcheviques, ya que comprendemos que a la suerte de estos últimos está ligada la de toda la revolución: su ruina sería la de la revolución misma." Si ellos, socialistas revolucionarios de izquierda, rechazaban, sin embargo, la propuesta de entrar en el gobierno, lo hacían animados de buenas intenciones: tener las manos libres para intervenir entre los bolcheviques y los partidos que habían abandonado el Congreso. "En esa intervención... los socialistas revolucionarios de izquierda ven, de momento, su tarea principal. Apoyarán la actividad del nuevo poder en su esfuerzo por resolver las cuestiones urgentes." Al mismo tiempo, votan contra el gobierno propuesto. En una palabra, el joven partido embrollaba todo lo que podía. "Para defender la posición de los bolcheviques -cuenta Sujánov, cuyas simpatías van plenamente hacia Avilov y que inspiraba entre bastidores a Karelin-, Trotsky se presentó. Estuvo muy brillante, vehemente y, en muchos aspectos, tenia toda la razón. Pero no quería comprender en qué se basaba toda la argumentación de sus adversarios..." El eje de ésta consistía en una diagonal ideal. En marzo se había intentado trazarla entre la burguesía y los soviets conciliadores. Ahora, los Sujánov soñaban en una diagonal entre la democracia conciliadora y la dictadura del proletariado. Pero las revoluciones no se desarrollan en diagonal. "Nos hemos inquietado repetidas veces -dice Trotsky- de un aislamiento eventual del ala izquierda. Hace unos días, cuando se planteó abiertamente la cuestión de la insurrección, se nos dijo que corríamos hacia nuestra ruina. Y, en efecto, a juzgar por la prensa política de los distintos agrupamientos de fuerzas que existían, la insurrección implicaba para nosotros la amenaza de una catástrofe inevitable. Contra nosotros se manifestaban no solamente las bandas contrarrevolucionarias, sino también los partidarios de la defensa nacional de todo tipo; sólo una de las alas de los socialistas revolucionarios de izquierda trabajaba valerosamente con nosotros en el Comité militar revolucionario; la otra ala ocupaba una posición de neutralidad expectante. Y


sin embargo, aun en esas condiciones desfavorables, cuando parecíamos abandonados de todos, la insurrección consiguió la victoria... "Si las fuerzas reales estaban efectivamente contra nosotros, ¿cómo ha podido suceder que hayamos obtenido la victoria casi sin efusión de sangre? No, no éramos nosotros los aislados, sino el gobierno y los pretendidos demócratas. Con sus tergiversaciones, con sus procedimientos conciliadores, se habían excluido ellos mismos de las filas de la verdadera democracia. Nuestra gran ventaja, en tanto que partido, consiste en que hemos realizado una coalición con fuerzas de clases, creando así la unión de los obreros, soldados y campesinos más pobres." "Los grupos políticos desaparecen, pero los intereses esenciales de las clases continúan. Vence aquel partido que es capaz de revelar y de satisfacer las exigencias esenciales de la clase... Podemos sentirnos orgullosos de la coalición de nuestra guarnición, principalmente del elemento campesino, con la clase obrera. Esta coalición ha superado ya la prueba de fuego. La guarnición de Petrogrado y el proletariado han entrado juntos en una gran lucha que se convertirá en un ejemplo clásico para la historia de la revolución de todos los pueblos." "Avilov ha hablado de las inmensas dificultades que nos esperan. Para eliminar esas dificultades propone concluir una coalición. Pero al llegar a este punto no intenta en absoluto dar un sentido a esta fórmula y decir: ¿qué coalición?, ¿de grupos, de clases o simplemente de periódicos?..." "Dicen que la escisión de la democracia proviene de un malentendido. Cuando Kerenski envía contra nosotros batallones de choque, cuando, con el asentimiento del Comité ejecutivo central, nuestras comunicaciones telefónicas están cortadas en el momento más grave de nuestra lucha contra la burguesía, cuando nos están asestando golpe tras golpe, ¿acaso puede hablarse todavía de un malentendido?..." "Avilov nos dice: tenemos poco pan, es precisa una coalición con los partidarios de la defensa nacional. Pero ¿acaso esta coalición aumentará la cantidad de pan? La cuestión del pan está ligada a un programa de acción. La lucha contra el caos exige el empleo de un método determinado desde abajo y no de bloques políticos por arriba." "Avilov ha hablado de una alianza con la clase campesina: pero, una vez más, ¿de qué clase campesina se trata? Hoy, aquí mismo, el representante de los campesinos de la provincia de Tver exigía el arresto de Avkséntiev. Hay que escoger entre ese campesino de Tver y Avkséntiev, que ha llenado las cárceles de miembros de Comités rurales. Rechazamos resueltamente la coalición con los elementos acomodados [kulaks] de la clase campesina, en nombre de la coalición de la clase obrera con los campesinos más pobres. Estamos con los campesinos de Tver contra Avkséntiev, estamos con ellos hasta el fin o indisolublemente."


"El que persigue la sombra de una coalición se aísla definitivamente de la vida. Los socialistas revolucionarios de izquierda perderán su apoyo entre as masas mientras sigan considerando necesario oponerse a nuestro partido. Todo grupo que se oponga al partido del proletariado, al que se han unido los elementos pobres del campo, se aísla de la revolución." "Abiertamente, ante todo el pueblo, hemos levantado el estandarte de la insurrección. La fórmula política de este levantamiento es: todo el poder a los soviets, por intermedio del Congreso de los soviets. Nos dicen: no habéis esperado al congreso para dar vuestro golpe de Estado. Hubiéramos esperado, pero era Kerenski el que no quería esperar: los contrarrevolucionarios no dormían. Nosotros, en tanto que partido, considerábamos que nuestra tarea consistía en crear la posibilidad real para el congreso de los soviets de tomar el poder en sus manos. Si el congreso se hubiese visto cercado por los junkers, ¿cómo habría podido conquistar el poder? Para realizar esa tarea era preciso un partido que arrancase el poder a la contrarrevolución y que os dijese: "¡Aquí tenéis el poder, vuestro deber es tomarlo!" (Tempestad ininterrumpida de aplausos)." "Aunque los partidarios de la defensa nacional de todo tipo no se hayan detenido ante nada en su lucha contra nosotros, no los hemos rechazado y hemos propuesto a todo el congreso la toma del poder. ¡Cuánto hay que deformar la perspectiva para hablar, después de lo que ha sucedido, de nuestra "intransigencia", desde lo alto de esta tribuna! Cuando el partido, negro de pólvora, se dirige a ellos y les dice: "¡Tomemos juntos el poder!", corren a la Duma municipal y allí se alían con auténticos contrarrevolucionarios. ¡Son unos traidores a la revolución con los que no nos aliaremos nunca!" "Para luchar por la paz -dice Avilov- es necesaria una coalición con los conciliadores. Al mismo tiempo, admite que los Aliados no quieren concluir la paz... Los imperialistas aliados -declara Avilov- se han burlado de Skobelev, demócrata de margarina. Pero si hacéis bloque con los demócratas de margarina, la causa de la paz estará asegurada." "Hay dos caminos en la lucha por la paz. Uno: oponer a los gobiernos de los países aliados y enemigos la fuerza moral y material de la revolución. Otro: un bloque con Skobelev, lo cual significa un bloque con Terechenko y una completa subordinación al imperialismo de los Aliados. En nuestra declaración sobre la paz, nos dirigimos simultáneamente a los gobiernos y a los pueblos. Pero es una simetría puramente formal. Por supuesto, no esperamos influir con nuestros manifiestos sobre los gobiernos imperialistas; sin embargo, mientras existan esos gobiernos, no podemos ignorarlos. Pero todas nuestras esperanzas están puestas en que nuestra revolución desencadenará la revolución europea. Si los pueblos sublevados de Europa no aplastan al imperialismo, nosotros seremos aplastados, sin lugar a dudas. O la revolución rusa


desata el torbellino de la lucha en Occidente o los capitalistas de todos los países aplastan nuestra revolución." -Hay un tercer camino, dice una voz en la sala. "El tercer camino -responde Trotsky- es el del Comité ejecutivo central, que, por un lado, envía delegaciones a los obreros de Europa occidental y, por otro lado, se alía con los Kichkin y los Konovalov. ¡Es el camino de la mentira y de la hipocresía por el que no nos lanzaremos nunca!" "Evidentemente, no decimos que únicamente el día del levantamiento de los obreros europeos podrá fijar la fecha de la firma del tratado de paz. También es posible que la burguesía, asustada ante la insurrección inminente de los oprimidos, se apresure a concluir la paz. No se pueden determinar las distintas posibilidades. Y tampoco prever las formas concretas bajo las cuales se pueden presentar. Es importante e indispensable fijar el método de lucha, idéntico en principio tanto en la política exterior como en la política interior. La unión de los oprimidos en todas partes y lugares, ése es nuestro camino." "Los delegados del Congreso -escribe Reed- saludaron este discurso con largas salvas de aplausos, sintiéndose inflamados con la audaz idea de una defensa de la humanidad." En todo caso, a ningún bolchevique se le habría ocurrido entonces protestar contra el hecho de que la suerte de la República soviética, en un discurso oficial en nombre del partido bolchevique, se estableciera en dependencia directa del desarrollo de la revolución internacional. La ley dramática de este Congreso consistía en que en la realización de un acto importante, al final, o incluso interrumpiéndolo, se producía un corto intervalo durante el cual aparecía en la escena un personaje del otro campo para formular una protesta, para amenazar o bien hacer llegar un ultimátum. El representante del "Vikjel" (Comité Ejecutivo de la Unión de Ferroviarios) pide que se le conceda inmediatamente la palabra, sin dilaciones: necesita lanzar una bomba en la asamblea antes de que el voto sobre la cuestión del poder sea un hecho consumado. El orador, en, cuyo rostro pudo leer Reed una hostilidad intransigente, empieza lanzando una acusación: su organización, "la más poderosa de Rusia", no ha sido invitada al Congreso. "¡Es el Comité ejecutivo central el que no os ha invitado!", le gritan de todas partes. "¡Que se sepa bien: ha sido revocada la decisión primitiva del "Vikjel" de apoyo al Congreso de los soviets!" El orador se apresura a leer el ultimátum que ha sido enviado ya por telegrama a todos los países: el "Vikjel" condena la toma del poder por un solo partido; el gobierno debe ser responsable ante "toda la democracia revolucionaria"; en espera de la creación de un poder democrático, sólo el "Vikjel" sigue siendo dueño de la red ferroviaria. El orador añade que las tropas contrarrevolucionarias no tendrán acceso a Petrogrado; en general, ningún desplazamiento de tropas podrá hacerse en adelante


sin la orden del Comité ejecutivo central tal como estaba compuesto anteriormente. ¡En caso de represión contra los ferroviarios, el "Vikjel" cortaría el aprovisionamiento de Petrogrado! El congreso dio un salto, sacudido por ese golpe. Los dirigentes del sindicato de ferroviarios intentan dialogar con el gobierno del pueblo de igual a igual, de potencia a potencia. En el momento en que los obreros, soldados y campesinos toman en sus manos la dirección del Estado, el "Vikjel" quiere imponer su ley a los obreros, soldados y campesinos. Quiere crear de nuevo, en pequeño, el sistema de dualidad de poderes ya destruido. Intentando apoyarse no en sus efectivos sino en la importancia exclusiva de los ferrocarriles en la vida económica y cultural del país, los demócratas del "Vikjel" ponen al desnudo la caducidad de los criterios de la democracia formal en las cuestiones esenciales de la lucha social. ¡En realidad, la revolución no es avara en grandes enseñanzas! El momento escogido por los conciliadores para asestar el golpe es, en todo caso, bastante propicio. Los miembros de la mesa están preocupados. Felizmente, el "Vikjel" no es el dueño absoluto de las vías de comunicación. Los ferroviarios de diversas localidades forman parte de los soviets municipales. Aquí mismo, en el Congreso, el ultimátum del "Vikjel" encuentra una resistencia. "Toda la masa de ferroviarios de nuestra región -declara el delegado de Tachkent- se pronuncia por la entrega del poder a los soviets." Otro representante de los obreros del raíl dice: "Vikjel ¿qué es un "cadáver político"." Admitamos que exageren en esto. Apoyado en una capa superior bastante numerosa de empleados de ferrocarriles, el "Vikjel" ha conservado más fuerzas vivas que las otras organizaciones superiores de los conciliadores. Pero corresponde, indudablemente, al mismo tipo que los comités del ejército o el Comité ejecutivo central. Su órbita le lleva a una caída rápida. Los obreros, por todas partes, se separan de los empleados. Los empleados subalternos se oponen a sus superiores. El insolente ultimátum del "Vikjel" va a acelerar forzosamente ese proceso. "No se puede poner en cuestión siquiera la regularidad del congreso, declara Kámenev con autoridad. El quorum del congreso ha sido establecido no por nosotros, sino por el antiguo Comité ejecutivo central... El congreso es el órgano supremo de las masas de obreros y soldados." ¡Y se pasa, sin más, al orden del día! El Soviet de Comisarios del pueblo es aprobado por una aplastante mayoría, La resolución de Avilov reunió, según una evaluación enormemente generosa por parte de Sujánov, unos ciento cincuenta votos, en su mayoría de socialistas revolucionarios de izquierda. El congreso aprueba luego por unanimidad la composición del nuevo Comité ejecutivo central; sobre ciento un miembros, hay sesenta y dos bolcheviques y veintinueve socialistas revolucionarios de izquierda. Posteriormente, el Comité ejecutivo central deberá completarse con representantes de los soviets campesinos y de las organizaciones del ejército nuevamente elegidas. Las fracciones que han


abandonado el congreso tienen el derecho de enviar sus delegados al Comité ejecutivo central sobre la base de una representación proporcional. El orden del día del congreso ya ha sido tratado. El poder de los soviets ha sido creado. Tiene su programa. Ya se puede poner a trabajar y no faltan tareas para ello. A las 5 y 15 de la mañana, Kámenev cierra el Congreso constitutivo del régimen soviético. ¡Unos corren a la estación! ¡Otros vuelven a su casa! ¡Y muchos, al frente, a las fábricas, a los cuarteles, a las minas y a las lejanas aldeas! Con los decretos del Congreso, los delegados van a llevar el fermento de la insurrección proletaria a todas las extremidades del país. Aquella mañana, el órgano central del partido bolchevique, que había tomado de nuevo su viejo nombre de Pravda [La Verdad], escribía: "Quieren que seamos los únicos en tomar el poder, para que seamos, los únicos en afrontar las terribles dificultades que se han planteado al país... Pues bien, tomaremos el poder solos, apoyándonos en la voluntad del país y contando con la ayuda amistosa del proletariado europeo. Pero, habiendo tomado el poder, aplicaremos a los enemigos de la revolución y a los que la sabotean el guante de acero. Han soñado con la dictadura de Kornílov... Les daremos la dictadura del proletariado..."


4) ¿QUÉ FUE LA REVOLUCIÓN RUSA? (1932) Conferencia que pronunció Trotsky el 27 de noviembre de 1932, invitado por una Asociación de estudiantes socialdemócratas, en el stadium de Copenhague, Dinamarca. Fue tomada de la versión publicada por Ediciones Yunque (Bs. As., 1973), Queridos oyentes: Permítanme, en primer término, expresar mi sincero pesar de no poder hablar en lengua danesa ante un auditorio de Copenhague. No sabemos si los oyentes perderán algo por ello. En lo que concierne al conferenciante, la ignorancia del idioma danés le quita la posibilidad de seguir la vida y la literatura escandinavas directamente, de primera mano y en el original. ¡Y esto es una gran pérdida! El idioma alemán, al cual estoy obligado a recurrir aquí, es potente y rico; pero “mi lengua alemana” es bastante limitada. Además, cuando se trata de cuestiones complicadas sólo es posible explicarse con la necesaria libertad en la propia lengua. Por lo tanto, pido por adelantado la indulgencia del auditorio. La primera vez que estuve en Copenhague fue con motivo del Congreso socialista internacional, y guardé siempre los mejores recuerdos de vuestra ciudad. Pero esto se remonta a casi un cuarto de siglo. En el Ore-Sund y en los fiordos, el agua ha cambiado muchas veces. Pero no sólo el agua. La guerra ha quebrado la columna vertebral del viejo continente europeo. Los ríos y los mares de Europa han transportado con ellos mucha sangre humana. La humanidad, en particular su parte europea, ha pasado por duras pruebas; se ha vuelto más sombría, más brutal. Todas las formas de lucha se han hecho más ásperas. El mundo ha entrado en una época de grandes cambios. Sus exteriorizaciones extremas son la guerra y la revolución. Antes de pasar al tema de mi conferencia –la Revolución Rusa–, creo un deber expresar mi agradecimiento a los organizadores de este acto, la Asociación de Copenhague de Estudiantes Socialdemócratas. Lo hago en calidad de adversario político. Es verdad es que mi conferencia trata sobre cuestiones histórico-científicas y no de tareas políticas. Subrayo esto también desde el principio. Pero es imposible hablar de una revolución de la que ha surgido la República de los Soviets sin plantear una posición política. En mi calidad de conferenciante, mi bandera sigue siendo la misma que aquélla bajo la cual participé en los acontecimientos revolucionarios. Hasta la guerra, el partido bolchevique perteneció a la socialdemocracia internacional. El 4 de agosto de 1914, el voto de la socialdemocracia alemana en favor de los créditos de guerra puso fin, de una vez para siempre, a esta unidad y abrió la era de la lucha incesante e intransigente del bolchevismo contra la socialdemocracia. ¿Significa esto, por tanto, que los organizadores de esta reunión han cometido un error al invitarme como conferenciante? En todo caso, el auditorio estará en condiciones de juzgarlo


solamente después de mi conferencia. Para justificar mi aceptación a la amable invitación para hacer una exposición sobre la Revolución Rusa, me permitiré recordar que durante los 35 años de mi vida política, el tema de la Revolución Rusa ha sido el eje práctico y teórico de mis preocupaciones y de mis actos. Quizás esto me de algún derecho a esperar que lograré ayudar no sólo a mis amigos y simpatizantes, sino también a los adversarios –al menos en parte– a comprender mejor diversos rasgos de la revolución que hasta hoy escapaban a su atención. Sin embargo, el objetivo de mi conferencia es ayudar a comprender. No me propongo aquí propagar ni llamar a la revolución, sólo quiero explicarla. No sé si en el Olimpo escandinavo había también una diosa de la rebelión. Lo dudo. De cualquier modo, no solicitaremos hoy sus favores. Vamos a poner nuestra conferencia bajo el signo de Snotra, la vieja diosa del conocimiento. No obstante el carácter dramático de la revolución como acontecimiento vital, trataremos de estudiarla con la impasibilidad del anatomista. Si el conferenciante a causa de ello resulta más seco, los oyentes, espero, sabrán justificarlo. Para empezar, fijemos algunos principios sociológicos elementales que son sin duda familiares a todos ustedes; pero que debemos tener presentes al ponernos en contacto, con un fenómeno tan complejo como la revolución. La sociedad humana es el resultado histórico de la lucha por la existencia y de la seguridad en el mantenimiento de las generaciones. El carácter de la sociedad es determinado por el carácter de su economía; el carácter de su economía es determinado por el de sus medios de producción. A cada gran época en el desarrollo de las fuerzas productivas corresponde un régimen social definido. Hasta ahora cada régimen social ha asegurado enormes ventajas a la clase dominante. De lo dicho resulta evidente que los regímenes sociales no son eternos. Nacen históricamente y se convierten en obstáculos al progreso ulterior. “Todo lo que nace es digno de perecer”. Pero nunca una clase dominante ha depuesto voluntaria y pacíficamente su poder. En las cuestiones de vida y muerte los argumentos fundados en la razón nunca han reemplazado a los argumentos de la fuerza. Esto es triste decirlo; pero es así. No hemos sido nosotros los que hemos hecho este mundo. Sólo podemos tomarlo tal cual es. La revolución significa un cambio del régimen social. Ella trasmite el poder de las manos de una clase que ya está agotada a las manos de otra clase en ascenso. La insurrección constituye el momento más crítico y más agudo en la lucha de dos clases por el poder. La sublevación sólo puede conducir a la victoria real de la revolución y al


levantamiento de un nuevo régimen en el caso de que se apoye sobre una clase progresiva capaz de agrupar alrededor suyo a la aplastante mayoría del pueblo. A diferencia de los procesos de la naturaleza, la revolución es realizada por los hombres y a través de ellos. Pero en la revolución también los hombres actúan bajo la influencia de condiciones sociales que no son libremente elegidas por ellos, sino que son heredadas del pasado y que les señalan imperiosamente el camino. Precisamente por esto, y nada más que por esto, es que la revolución tiene sus propias leyes. Pero la conciencia humana no refleja pasivamente las condiciones objetivas. Ella tiene el hábito de reaccionar activamente sobre éstas. En ciertos momentos esta reacción adquiere un carácter de masa, crispado, apasionado. Las barreras del derecho y del poder se derrumban. Precisamente, la intervención activa de las masas en los acontecimientos constituye el elemento principal de la revolución. Y, sin embargo, la actividad más fogosa puede quedar simplemente reducida al nivel de una demostración, de una rebelión, sin elevarse a la altura de la revolución. La sublevación de las masas debe conducir al derribamiento de la dominación de una clase y al establecimiento de la dominación de otra. Solamente así tendremos una revolución consumada. La sublevación de las masas no es una empresa aislada que se puede desencadenar voluntariamente. Representa un elemento objetivamente condicionado en el desarrollo de la sociedad. Pero las condiciones de la sublevación existentes no deben esperarse pasivamente, con la boca abierta: en los acontecimientos humanos también hay, como dijo Shakespeare, flujos y reflujos: “There is a tide in the affairs of men which taken at the flood, leads on to fortune”[1] . Para barrer el régimen que se sobrevive, la clase progresiva debe comprender que ha sonado su hora y proponerse la tarea de la conquista del poder. Aquí se abre el campo de la acción revolucionaria consciente, donde la previsión y el cálculo se unen a la voluntad y a la audacia. Dicho de otra manera: aquí se abre el campo de la acción del partido. El golpe de Estado El partido revolucionario reúne en él lo mejor de la clase progresiva. Sin un partido capaz de orientarse en las circunstancias, de apreciar la marcha y el ritmo de los acontecimientos y de conquistar a tiempo la confianza de las masas, la victoria de la revolución proletaria es imposible. Tal es la relación de los factores objetivos y subjetivos de la revolución y de la insurrección. Como ustedes saben, en las discusiones, los adversarios –en particular en la teología– tienen la costumbre de desacreditar frecuentemente la verdad científica llevándola al absurdo. Esta verdad se llama en lógica reductio ad absurdum. Vamos a tratar de seguir el camino opuesto, es decir, que tomaremos como punto de partida un absurdo con el objetivo de


aproximarnos con mayor seguridad a la verdad. En todo caso, no se puede protestar por falta de absurdos. Tomemos uno de los más frescos y más crecientes. El escritor italiano Malaparte[2] , algo así como un teórico fascista –también existe esto–, ha publicado recientemente un libro sobre la técnica del golpe de Estado. El autor consagra, naturalmente, un número no despreciable de páginas de su “investigación” a la insurrección de Octubre. A diferencia de la “estrategia” de Lenin, que permanece unida a las relaciones sociales y políticas de la Rusia de 1917, “la táctica de Trotsky –según las palabras de Malaparte– no tiene ninguna relación con las condiciones generales del país”. ¡Tal es la idea principal de la obra! Malaparte obliga a Lenin y a Trotsky en las páginas de su libro a entablar numerosos diálogos en los cuales los interlocutores dan prueba de tan poca profundidad de pensamiento como la naturaleza puso a disposición de Malaparte. A las objeciones de Lenin sobre las premisas sociales y políticas de la insurrección, Malaparte atribuye a Trotsky la respuesta literal siguiente: “Vuestra estrategia exige demasiadas condiciones favorables; la insurrección no necesita nada, ella se basta a sí misma”. ¿Ustedes entienden?; “la insurrección no necesita nada”. Tal es precisamente, queridos oyentes, el absurdo que debe servirnos para aproximarnos a la verdad. El autor repite con per-sistencia que en Octubre no fue la estrategia de Lenin, sino la táctica de Trotsky lo que triunfó. Esta táctica amenaza, según sus propias palabras, aun en la actualidad, la tranquilidad de los Estados europeos. “La estrategia de Lenin –cito textual-mente– no constituye ningún peligro inmediato para los gobier-nos de Europa. La táctica de Trotsky constituye para éstos un peligro actual y, por tanto, permanente”. Más concretamente: “Pongan a Poincaré[3] en lugar de Kerensky, y el golpe de Estado bolche­vique de Octubre de 1917 habría logrado el éxito igualmente”. Resulta difícil creer que semejante libro sea traducido a diversos idiomas y admitido seriamente. En vano trataríamos de profundizar por qué, en general, la estrategia de Lenin que depende de las condiciones históricas, es necesaria, si la “táctica de Trotsky” permite resolver la misma tarea en todas las situaciones. ¿Y por qué las revoluciones victoriosas son tan raras, si para su triunfo, sólo basta con un par de recetas técnicas? El diálogo entre Lenin y Trotsky presentado por el escritor fascista es, en el espíritu como en la forma, una invención inepta desde el principio al fin. Semejantes invenciones circulan muchas por el mundo. Por ejemplo, acaba de editarse en Madrid, bajo mi firma, un libro: Vida de Lenin, del cual soy tan poco responsable como de las recetas tácticas de Malaparte. El semanario de Madrid Estampa publicó este supuesto libro de Trotsky sobre Lenin en extractos de capítulos enteros que contienen ultrajes abominables contra la memoria del hombre que yo estimaba y que estimo incomparablemente más que a cualquiera otro entre mis contemporáneos. Pero abandonemos a los falsarios a su suerte. El viejo Wilhelm Liebknecht, el padre del combatiente y héroe inmortal, Karl Liebknecht[4], acostumbraba repetir: “El político


revolucionario debe estar provisto de una gruesa piel”. El doctor Stockmann, más expresivo aún, recomendaba a todo el que se propusiera ir al encuentro de la opinión pública no ponerse los pantalones nuevos. Registremos estos dos buenos consejos y pasemos al orden del día. ¿Cuáles son las preguntas que la Revolución de Octubre despierta en un hombre reflexivo? 1. ¿Por qué y cómo esta revolución ha alcanzado el éxito? Más concretamente, ¿por qué la revolución proletaria ha triunfado en uno de los países más atrasados de Europa? 2. ¿Qué ha aportado la Revolución de Octubre? Y finalmente: 3. ¿Ha mostrado sus capacidades? Las causas de Octubre A la primera pregunta –sobre las causas– se puede ya contestar de una forma más o menos completa. He tratado de hacerlo lo más explícitamente posible, en mi Historia de la Revolución. Aquí, sólo puedo formular las conclusiones más importantes. El hecho de que el proletariado haya llegado al poder por primera vez en un país tan atrasado como la antigua Rusia zarista, sólo a primera vista parece misterioso; en realidad es completamente lógico. Se podía prever y se previó. Es más: bajo la perspectiva de este hecho, los revolucionarios marxistas edificaron su estrategia mucho antes de desarrollarse los acontecimientos decisivos. La explicación primera es la más general: Rusia es un país atrasado pero es sólo una parte de la economía mundial, un elemento del sistema capitalista mundial. En este sentido, Lenin resolvió el enigma de la revolución rusa con la siguiente fórmula lapidaria: la cadena se ha roto por su eslabón más débil. Una ilustración clara: la Gran Guerra, salida de las contradicciones del imperialismo mundial, arrastró en su torbellino países que se hallaban en diferentes etapas de desarrollo, pero planteó las mismas exigencias a todos por igual. Claro está que las cargas de la guerra debían ser particularmente insoportables para los países más atrasados. Rusia fue la que primero se vio obligada a ceder terreno. Pero para liberarse de la guerra, el pueblo ruso debía abatir a las clases dirigentes. Así fue cómo la cadena de la guerra se rompió por su eslabón más débil. Pero la guerra no es una catástrofe que viene del exterior, como un terremoto. Es, para hablar con el viejo Clausewitz[5] , la continuación de la política por otros medios. Durante la guerra, las tendencias principales del sistema imperialista de tiempos de “paz” sólo se exteriorizaron más crudamente. Cuanto más elevadas sean las fuerzas


productivas generales; cuanto más tensa es la competencia mundial, cuanto más agudos se manifiesten los antagonismos; cuando más desenfrenado se desarrolle el curso de los armamentos, tanto más penosa resulta la situación para los participantes más débiles. Precisamente ésta es la causa por la cual los países más atrasados ocupan los primeros lugares en la serie de derrumbamientos. La cadena del capitalismo mundial tiende siempre a romperse por los eslabones más débiles. Si debido a ciertas circunstancias extraordinarias, o extraordinariamente desfavorables (por ejemplo, una intervención militar victoriosa del exterior o faltas irreparables del propio gobierno soviético), se restableciere el capitalismo ruso sobre el inmenso territorio soviético, al mismo tiempo también sería restablecida su insuficiencia histórica y muy pronto sería nuevamente víctima de las mismas contradicciones que le condujeron en 1917 a la explosión. Ninguna receta táctica hubiera podido dar vida a la Revolución de Octubre de no llevarla Rusia en sus propias entrañas. El partido revolucionario no puede finalmente pretender otro rol que el del obstetra que se ve obligado a recurrir a una operación por cesárea. Se me podría objetar: vuestras consideraciones generales pueden ser suficientes para explicar por qué razón la vieja Rusia (este país donde el capitalismo atrasado, junto a un campesinado miserable, estaba coronado por una nobleza parasitaria y por una monarquía putrefacta), tenía que naufragar. Pero en la imagen de la cadena y del más débil eslabón falta todavía la llave del enigma: ¿cómo en un país atrasado podía triunfar la revolución socialista? Porque la historia conoce muchos ejemplos de decadencia de países y de culturas que, tras el hundimiento simultáneo de las viejas clases, no han encontrado ningún relevo progresivo. El hundimiento de la vieja Rusia hubiera debido, a primera vista, transformar el país en una colonia capitalista más que en un Estado socialista. Esta objeción es muy interesante y nos lleva directamente al corazón del problema. Y sin embargo esta objeción es viciosa; yo diría desprovista de proporción interna. Por un lado, proviene de una concepción exagerada en lo que concierne al retraso de Rusia; por el otro, de una falsa concepción teórica en lo que respecta al fenómeno del retraso histórico en general. Los seres vivos, entre otros, el hombre naturalmente también, atraviesan siguiendo su edad, estadios de desarrollo semejantes. En un niño normal de 5 años, se encuentra cierta correspondencia entre el peso, la talla y los órganos internos. Pero esto ya ocurre de otra manera con la conciencia humana. En oposición con la anatomía y la fisiología, la psicología, tanto la del individuo como la de la colectividad, se distingue por una extraordinaria capacidad de asimilación, flexibilidad y elasticidad: en esto mismo reside también la ventaja aristocrática del hombre sobre su pariente zoológico más próximo de la especie de los monos. La conciencia susceptible de asimilar y flexible, confiere como condición necesaria del progreso histórico a los “organismos” llamados sociales, a diferencia de los organismos reales, es decir, biológicos, una


extraordinaria variabilidad de la estructura interna. En el desarrollo de las naciones y de los Estados, de los capitalistas en particular, no hay similitud ni uniformidad. Diferentes grados de cultura, incluso sus polos opuestos, se aproximan y se combinan con mucha frecuencia en la vida de un país. No olvidemos, queridos oyentes, que el retraso histórico es una noción relativa. Si hay países atrasados y avanzados, hay también una acción recíproca entre ellos; existe la presión de los países avanzados sobre los retardatarios; existe la necesidad para los países atrasados de alcanzar a los países progresistas, de obtener la técnica, la ciencia, etcétera. Así surgió un tipo combinado de desarrollo: los rasgos más retrasados se acoplan a la última palabra de la técnica y del pensamiento mundial. Finalmente, los países históricamente atrasados, para superar su retraso, se ven a veces obligados a sobrepasar a los demás. La elasticidad de la conciencia colectiva da la posibilidad de alcanzar en ciertas condiciones en el terreno social, el resultado que en psicología individual se llama “la compensación”. En este sentido, se puede afirmar que la Revolución de Octubre fue para los pueblos de Rusia un medio heroico de superar su propia inferioridad económica y cultural. Pero pasemos sobre estas generalizaciones histórico-políticas, que quizá sean un poco abstractas, para plantear la misma cuestión bajo una forma más concreta, es decir, a través de los hechos económicos vivos. El retraso de la Rusia del siglo XX se expresa más claramente así: la industria ocupa en el país un lugar mínimo en comparación con la aldea, el proletariado en comparación con el campesinado. De conjunto, esto significa una baja productividad del trabajo nacional. Bastaría decir que en vísperas de la guerra, cuando la Rusia zarista había alcanzado la cumbre de su prosperidad, la renta nacional era de 8 a 10 veces inferior que la de Estados Unidos. Esto expresa numéricamente “la amplitud” del retraso, si es que podemos servirnos de la palabra amplitud en lo que concierne al retraso. Al mismo tiempo la ley del desarrollo combinado se expresa, a cada paso, en el terreno económico, tanto en los fenómenos simples como en los complejos. Casi sin rutas nacionales, Rusia se vio obligada a construir ferrocarriles. Sin haber pasado por el artesanado europeo y la manufactura, Rusia pasó directamente a la producción mecanizada. Saltar las etapas intermedias, tal es el destino de los países atrasados. Mientras que la economía campesina permanecía frecuentemente al nivel del siglo XVII, la industria de Rusia, si no es por su capacidad por lo menos por su tipo, se encontraba al nivel de los países avanzados y sobrepasaba a éstos bajo variadas relaciones. Basta decir que las empresas gigantes con más de mil obreros ocupaban en los Estados Uni-dos menos del 18 % del total de los obreros industriales, y por el contrario, en Rusia la proporción era de 41%. Este hecho no concuerda con la


concepción trivial del retraso económico de Rusia. Sin embargo, esto no contradice el re-traso, sino que lo completa dialécticamente. La estruc-tura de clase del país entrañaba también el mismo carácter contradictorio. El capital financiero de Europa industrializó la economía rusa a un ritmo acelerado. La burguesía industrial pronto adquiere un carácter de gran capitalismo, enemigo del pueblo. Además, los accionistas extranjeros viven fuera del país. Por el contrario, los obreros eran naturalmente rusos. Una bur-guesía rusa numéricamente débil, que no tenía ninguna raíz nacional, se encontraba de esta forma opuesta a un proletariado relativamente fuerte, con potentes y profundas raíces en el pueblo. Al carácter revolucionario del proletariado contribuyó el hecho de que Rusia, precisamente como país atrasado, obligada a alcanzar los adversarios, no había llegado a elaborar un conservadurismo social o político propio. Como la nación más conservadora de Europa, incluso del mundo entero, el más viejo país capitalista, Inglaterra, me da la razón. Muy bien podría ser considerada Rusia como el país más desprovisto de conservadurismo. El proletariado ruso, joven, lozano, resuelto, sólo constituía sin embargo una ínfima minoría de la nación. Las reservas de su potencia revolucionaria se encontra-ban por fuera del proletariado incluso en el campesinado, que vivía en una semiservidumbre, y en las nacionalidades oprimidas. El campesinado La cuestión agraria constituía la base de la revolución. La antigua servidumbre estatalmonárquica era do-blemente insoportable en las condiciones de la nueva explota-ción capitalista. La comunidad agraria ocupaba alrededor de 140 millones de deciatinas[6]. A 30.000 grandes terratenientes, poseedores cada uno, término medio, de más de 2.000 deciatinas, les correspondían en total 70 millones de deciatinas, es decir, tanto como a 10 millones de familias campesinas, o 50 millones de seres que forman la población agraria. Esta estadística de la tierra constituía un programa acabado de in-surrección campesina. Un noble, Boborkin, escribió en 1917 al chambelán Rodzianko, presidente de la última Duma del Es­tado: “Soy un terrateniente y no se me ocurre pensar, ni por un momento, que tenga que perder mi tierra, y menos por un fin increíble: para hacer una experiencia socia­lista”. Pero las revoluciones tienen precisamente como tarea llevar adelante lo que no entra en la cabeza de las clases dominantes. En el otoño de 1917, casi todo el país era un vasto campo de levantamientos campesinos. De 621 distritos de la vieja Rusia, 482, es decir, el 77%, estaban influidos por el movimiento. El resplandor del incendio de la aldea iluminaba la arena de la sublevación en las ciudades. ¡Pero –me podrán objetar– la guerra campesina contra los terratenientes es uno de los elementos clásicos de la revolución burguesa y no de la revolución proletaria! Yo respondo: ¡completamente correcto, así sucedió en el


pasado! Pero es que, precisamente, la impotencia de la sociedad capitalista para vivir en un país históricamente atrasado se expresa en el hecho de que la sublevación campesina no impulsa hacia adelante a clases burguesas en Rusia, sino por el contrario, las arroja definitivamente al campo de la reacción. Si el campesino no quería desaparecer, no le quedaba otra cosa que la alianza con el proletariado industrial. Esta ligazón revolucionaria de las dos clases opri-midas fue prevista genialmente por Lenin y la preparó a través de un largo trabajo[7]. Si la cuestión agraria hubiese sido resuelta- por la burguesía, entonces, seguramente el proletariado no hubiera conquistado el poder de ninguna manera en 1917. Pero ha-biendo llegado demasiado tarde, caída precozmente en decre-pitud, la burguesía rusa, rapaz y traidora, no tuvo la osadía de levantar la mano contra la propiedad feudal. Así, le entregó el poder al proletariado y al mismo tiempo el derecho a disponer del destino de la sociedad burguesa. Para que el Estado soviético fuera una realidad, era necesaria la acción combinada de dos factores de naturaleza histórica diferente: la guerra campesina, es decir, un movimiento que es característico de la aurora del desarrollo burgués, y la sublevación proletaria, que anuncia el declinar del movimiento burgués. En esto reside el carácter combinado de la Revolución Rusa. Basta que el oso campesino se levante, afianzado sobre sus patas traseras, para dar a conocer lo terrible de su acometida. Sin embargo, no está en condiciones de dar a su indignación una expresión conciente. Necesita un dirigente. Por primera vez en la historia del mundo, el campesinado insurgente encontró en el proletariado un dirigente leal. Cuatro millones de obreros de la industria y de los transportes dirigen a 100 millones de campesinos. Tal fue la relación natural e inevitable entre el proletariado y el campesinado en la revolución. La cuestión nacional

La segunda reserva revolucionaria del proletariado estaba constituida por las nacionalidades oprimidas, integradas, asimismo, por campesinos en su mayor parte. El carácter extensivo del desarrollo del Estado, que se extiende como una mancha de aceite del centro moscovita hasta la periferia está estrechamente ligado al retraso histórico del país. Al este subordina a las poblaciones aún más atrasadas para mejor sofocar, apoyándose en ellas, a las nacionalidades más desarrolladas del oeste. A los 90 millones de gran rusos que constituían la masa principal de la población, se añadían sucesivamente, 90 millones de “alógenos”[8].


Así se constituía el Imperio en la composición en la que la nación dominante sólo estaba integrada por un 43% de la población, en tanto que el otro 57% era una mezcla de nacionalidades, de cultura y de régimen diferentes. La presión nacional era en Rusia incomparablemente más brutal que en los Estados vecinos, y a decir verdad, no sólo de los que estaban del otro lado de la frontera occidental, sino también de la oriental. Esto confería al problema nacional una enorme fuerza explosiva. La burguesía liberal rusa no quería, ni en la cuestión nacional ni en la cuestión agraria, ir más allá de ciertos atenuantes del régimen de opresión y de violencia. Los gobiernos “demócratas” de Miliukov y de Kerensky, que reflejaban los intereses de la burguesía y de la burocracia gran rusa, se apuraron durante los ocho meses de su existencia precisamente a hacerles comprender a las nacionalida-des descontentas: sólo obtendrán lo que arranquen por la fuerza. Hacía mucho que Lenin había tomado en consideración la inevitabilidad del desarrollo del movimiento nacional centrífugo. El Partido Bol-chevique luchó obstinadamente durante años por el derecho de autodeterminación de las nacionalidades, es decir, por el dere-cho a la completa separación estatal. Es sólo gracias a esta valiente posición en la cuestión nacional que el proletariado ruso pudo ganar poco a poco la confianza de las poblaciones oprimidas. El movimiento de liberación nacional, así como el movimiento campesino, se tornaron forzosamente contra la democracia oficial, fortificaron al proletariado, y se lanzaron sobre el lecho de la insurrección de Octubre.

La revolución permanente Así se devela poco a poco frente a nosotros el enigma de la insurrección proletaria en un país históricamente atrasado. Mucho tiempo antes de los acontecimien-tos, los revolucionarios marxistas habían previsto la marcha de la revolución y el rol histórico del joven proletariado ruso. Quizá se me permita dar aquí un extracto de mi propia obra sobre el año 1905, Resultados y perspectivas: En un país económicamente atrasado el proletariado puede llegar al poder antes que en un país capitalista adelantado (…). La revolución rusa creada (…) en tales condiciones en las que el poder puede pasar (con la victoria de la revolución, debe pasar) al proletariado incluso antes que la política del liberalismo burgués tenga la posibilidad de desplegar su genio estadista. El destino de los intereses revolucionarios más elementales de los campesinos (…) se liga al destino de la revolución, es decir, al destino del proletariado. Una vez llegado al poder, el proletariado aparecerá frente a los campesinos como el emancipador de clase.


El proletariado entra en el gobierno co-mo representante revolucionario de la nación, como dirigente reconocido del pueblo en lucha contra el absolutismo y la bar-barie de la servidumbre (…). El régimen proletario deberá desde el principio pronunciarse por la solución de la cuestión agraria, a la que está ligada la cuestión de la suerte de las potentes masas populares de Rusia. Me he permitido traer esta cita para testimoniar que la teoría de la Revolución de Octubre presentada hoy por mí, no es una improvisación rápida, construida más tarde, bajo la presión de los acontecimientos. No, fue emitida bajo forma de pronóstico político mucho tiempo antes de la Revolución de Octubre. Ustedes estarán de acuerdo que la teoría, en general, sólo tiene valor en la medida en que ayuda a prever el curso del desarrollo y a influenciarlo hacia sus objetivos. En esto mismo consiste, hablando en términos generales, la importancia inestimable del marxismo como arma de orientación social e histórica. Lamento que los estrechos límites de esta exposición no me permitan extender la cita precedente de una manera más amplia; tendré que conformarme con un corto resumen de todo lo que he escrito del año 1905. Según sus tareas inmediatas, la revolución rusa es una revolución burguesa. Pero, la burguesía rusa es antirrevolucionaria. Por consiguiente, la victoria de la revolución sólo es posible como victoria del proletariado. Sin embargo, el proletariado victorioso no se detendrá en el programa de la democracia burguesa, sino que pasará al programa del socialismo. La revolución rusa será la primera etapa de la revolución socialista mundial. Tal era la teoría de la revolución permanente, formulada por mí en 1905 y más tarde expuesta a la crítica más virulenta bajo el nombre de “trotskismo”. Pero, en realidad, esto no es más que una parte de esta teoría. La otra, particularmente de actualidad ahora, expresa: Las fuerzas productivas actuales hace ya tiempo que han rebasado las barreras nacionales. La sociedad socialista es irrealizable en los límites nacionales. Por importantes que puedan ser los éxitos económicos de un Estado obrero aislado, el programa del “socialismo en un solo país” es una utopía pequeñoburguesa. Sólo una Federación europea, y luego mundial, de Repúblicas socialistas, puede abrir el camino a una sociedad socialista armónica. Hoy, después de la prueba de los acontecimientos, tengo menos razones que nunca para contradecirme de esta teoría. El bolchevismo Después de todo lo dicho, ¿merece la pena seguir tomando en cuenta al escritor fascista Malaparte, que me atribuye una táctica independiente de la estrategia,


resultante de ciertas recetas técnicas, aplicables siempre y bajo cualquier circunstancia? Es en todo caso bueno que el miserable teórico del golpe de Estado, permite distinguirlo fácilmente del práctico victorioso del mismo: nadie correrá el riesgo de confundir a Malaparte con Bonaparte. Sin la insurrección armada del 25 de octubre de 1917 [9] el Estado soviético no existiría. Pero la insurrección no cayó del cielo. Para el triunfo de la Revolución de Octubre eran necesarias una serie de premisas históricas: 1. La podredumbre de las viejas clases dominantes; de la nobleza, de la monarquía, de la burocracia; 2. La debilidad política de la burguesía, que no tenía ninguna raíz en las masas populares; 3. El carácter revolucionario de la cuestión agraria; 4. El carácter revolucionario del problema de las nacionalidades oprimidas; 5. El peso social del proletariado; A estas premisas orgánicas excepcionalmente importantes:

hay

que

agregar

condiciones

coyunturales

6. La Revolución de 1905 fue la gran escuela, o según la expresión de Lenin, el “ensayo general” de la Revolución de 1917. Los soviets, como forma de organización irreemplazable de frente único proletario en la revolución, fueron organizados por primera vez en 1905; 7. La guerra imperialista agudizó todas las contradicciones, arrancó a las masas atrasadas de su estado de inmovilidad, preparando así el carácter grandioso de la catástrofe. Pero todas estas condiciones, que eran suficientes para que la revolución estalle, eran insuficientes para asegurar la victoria del proletariado en la revolución. Para esta victoria otra condición era aún necesaria: 8. El Partido Bolchevique. Si yo enumero esta condición en último lugar de la serie sólo es porque esto se corresponde a la consecuencia lógica, y no porque atribuya al partido el lugar menos importante. No; estoy muy lejos de tal pensamiento. La burguesía liberal puede tomar el poder, y lo ha hecho muchas veces, como resultado de luchas en las cuales no había participado: para ello posee órganos de órganos de control magníficamente


desarrollados. Sin embargo, las masas laboriosas se encuentran en otra situación; se las ha acostumbrado a dar y no a tomar. Trabajan, son pacientes el mayor tiempo posible, esperan, pierden la paciencia, se sublevan, combaten, mueren, dan la victoria a otros, son traicionadas, caen en el desaliento, se someten, vuelven a trabajar. Así es la historia de las masas populares bajo todos los regímenes. Para tomar con seguridad y firmeza el poder en sus manos, el proletariado necesita un partido que sobrepase ampliamente a los demás en claridad de pensamiento y en decisión revolucionaria. El partido de los bolcheviques, que más de una vez ha sido designado, y con razón, como el partido más revolucionario en la historia de la humanidad, era la condensación viva de la nueva historia de Rusia, de todo lo que había en ella de dinámico. Hacía ya mucho tiempo que la caída de la monarquía se había convertido en la condición indispensable para el desarrollo de la economía y de la cultura. Pero faltaban las fuerzas para responder a esta tarea. La burguesía se horrorizaba frente a la revolución. Los intelectuales intentaron dirigir al campesino bajo sus pantalones. Incapaz de generalizar sus propias penas y objetivos, el mujik dejó sin respuesta esta exhortación. La intelligentzia se armó de dinamita; toda una generación se consumió en esta lucha. El 1 de marzo de 1887, Alexander Ulianov llevó a cabo el último de los grandes atentados terroristas. La tentativa contra Alejandro III fracasó. Ulianov y los demás participantes fueron ahorcados. El intento de sustituir la clase revolucionaria por una preparación química, había naufragado. Aun la inteligencia más heroica, no es nada sin las masas. Bajo la impresión inmediata de estos hechos y de sus conclusiones creció y se formó el más joven de los hermanos Ulianov, Vladimir, el futuro Lenin; la figura más grande de la historia rusa. Tempranamente en su juventud, se ubicó en el terreno del marxismo y enfocó su mirada hacia el proletariado. Sin perder un instante de vista a la aldea, buscó el camino hacia el campesinado a través de los obreros. Habiendo heredado de sus precursores revolucionarios la resolución, la capacidad de sacrificio, la disposición de llegar hasta el fin, Lenin se convirtió en sus años de juventud en el educador de la nueva generación intelectual y de los obreros avanzados. En las huelgas y luchas callejeras, en las prisiones y en la deportación, los obreros adquirieron el temple necesario. El proyector del marxismo les era necesario para iluminar en la oscuridad de la autocracia su camino histórico. En 1883 nació en la emigración el primer grupo marxista. En 1898, en una asamblea clandestina, fue proclamada la creación del Partido Socialdemócrata Obrero Ruso (en esta época nos llamábamos todos socialdemócratas). En 1903 tuvo lugar la escisión entre bolcheviques y mencheviques. En 1912, la fracción bolchevique se convirtió definitivamente en un partido independiente. Este partido aprendió a reconocer la mecánica de clase de la sociedad en las luchas, en los acontecimientos grandiosos, durante 12 años (1905-17). Educó cuadros de militantes aptos, tanto para la iniciativa como para la disciplina. La disciplina de la


acción revolucionaria se apoyaba en la unidad de la doctrina, las tradiciones de las luchas comunes y la confianza hacia una dirección probada. Este era el partido en 1917. Mientras que la “opinión pública” oficial y las toneladas de papel de la prensa intelectual lo subestimaban, el Partido Bolchevique se orientaba según el curso del movimiento de las masas. Tenía en sus manos firmemente la palanca sobre fábricas y regimientos. Las masas campesinas se dirigían cada vez con más hacia él. Si se entiende por nación no las cumbres privilegiadas, sino la mayoría del pueblo, es decir, los obreros y los campesinos, entonces el bolchevismo se transformó, en el curso del año 1917, en el único partido ruso verdaderamente nacional. En 1917, Lenin, obligado a vivir en la clandestinidad, dio la señal: “La crisis está madura, la hora de la insurrección se aproxima”. Tenía razón. Las clases dominantes habían caído en un impasse frente a los problemas de la guerra y de la liberación nacional. La burguesía perdió definitivamente la cabeza. Los partidos democráticos, los mencheviques y los socialistas revolucionarios, disiparon el último resto de la confianza de las masas, sosteniendo la guerra imperialista por su política de compromisos impotentes y de con-cesiones a los propietarios burgueses y feudales. El ejército, despertada su conciencia, se negaba a luchar por los objetivos del imperialismo que le eran extraños. Sin prestar atención a los consejos democráticos, el campesinado expulsó a los terratenientes de sus terrenos. La periferia nacional oprimida del imperio se dirigió contra la burocracia petersburguesa. En los más importantes consejos de obreros y soldados, los bolchevi-ques dominaban. Los obreros y soldados exigían hechos. El absceso estaba maduro. Hacía falta un corte de bisturí. La insurrección sólo fue posible en estas condiciones sociales y políticas. Y también fue implacable. Pero no se puede jugar con la insurrección. Desgraciado del ciru-jano que manipula con negligencia el bisturí. La insurrección es un arte. Tiene sus leyes y sus reglas. El partido realizó la insu-rrección de Octubre con un cálculo frío y una resolución ar-diente. Gracias a esto precisamente triunfó casi sin víctimas. Por medio de los soviets victoriosos, los bolcheviques se colocaron a la cabeza del país que abarca una sexta parte de la superficie terrestre. Supongo que la mayoría de mis oyentes de hoy no se ocupaban todavía de política en 1917. Tanto mejor. La joven generación tiene ante sí muchas cosas interesantes, pero no siempre fáciles. Sin embargo, los representantes de las viejas generaciones, en esta sala, recordarán muy bien cómo fue recibida la toma del poder por los bolcheviques: como una curiosidad, un equívoco, un escándalo, o más, como una pesa-dilla que debía disiparse con el primer rayo del sol. Los bolcheviques se mantendrían 24 horas,


una semana, un mes, un año. Había que ampliar, cada vez más, el plazo... Los amos del mundo entero se armaban contra el primer Estado obrero: desencadenamiento de la guerra civil, nuevas y nuevas intervenciones, bloqueo. Así pasó un año después del otro. La historia tiene que contar ya 15 años de existencia del poder soviético. Sí, dirá algún adversario: la aventura de Octubre se ha mostrado mucho más sólida de lo que entre nosotros pen­sábamos. Quizá no fue completamente una “aventura”. Pero, la cuestión conserva toda su fuerza: ¿qué se ha obtenido a este precio tan elevado? ¿Se puede decir que se hayan realizado estas tareas tan brillantes anunciadas por los bolcheviques en vísperas de la insurrección? Antes de responder al supuesto adversario, observemos que esta pregunta no es nueva. Al contrario, se remonta a los primeros pasos de la Revolución de Octubre, desde el día de su nacimiento. El periodista francés, Claude Anet, que estaba en Petrogrado durante la revolución, escribía ya el 27 de octubre de 1917: “Los maximalistas –así llamaban los franceses entonces a los bolcheviques– han tomado el poder y la gran luz ha llegado. Finalmente, me digo, voy a ver cómo se realiza el Edén socialista que nos vienen prometiendo desde hace tantos años... ¡Admirable aventura! ¡Posición privilegiada!”, etc., etc., y así sucesivamente. ¡Qué odio sincero se oculta tras estos saludos irónicos! Al día siguiente de la toma del Palacio de Invierno, el periodista reaccionario se apuraba a anunciar sus pretensiones en una carta de entrada al Edén. Quince años han transcurrido desde la insurrección. Sin formalidades mayores, los adversarios manifiestan su maligna alegría al comprobar que, todavía hoy, el país de los soviets se asemeja muy poco al reino del bienestar general. ¿Por qué entonces la revolución y por qué las víctimas?

Balance de Octubre

Queridos oyentes, me permito pensar que no desconozco las contradicciones, las dificultades, las faltas y las insuficiencias del régimen soviético tan bien como cualquiera. Personalmente jamás traté de disimularlas, ni en palabras ni por escrito. Pensé y sigo pensando, que la política revolucionaria –a diferencia de la conservadora– no puede ser edificada sobre el engaño. “Expresar lo que es” debe ser el principio más elevado del Estado obrero. Pero es necesario tener perspectiva, tanto en la crítica como en la actividad creadora. El subjetivismo es un mal indicador, sobre todo en las grandes cuestiones. Los plazos deben ser adaptados a las tareas y no a los caprichos individuales. ¡Quince años! ¿Qué es esto para una sola vida? Durante este tiempo fueron enterrados muchos de nuestra generación, otros han visto encanecer sus cabellos. Pero estos mismos quince años:


¡qué período más insignificante en la vida de un pueblo! Nada más que un minuto en el reloj de la historia. El capitalismo necesitó siglos para afirmarse en la lucha contra la Edad Media, para elevar la ciencia y la técnica, para construir ferrocarriles, para tender hilos eléctricos. ¿Y entonces? Entonces, la humanidad fue lanzada por el capitalismo al infierno de las guerras y las crisis. Pero al socialismo, sus adversarios, es decir, los partidarios del capitalismo, sólo le dan una década y media para instaurar sobre la tierra el paraíso con todo el confort. No, nosotros no nos hemos asumido sobre nuestras espaldas semejantes obligaciones. No hemos estable-cido tales plazos. Se deben medir a los procesos de grandes cambios con una escala adecuada. No sé si la sociedad socia-lista se asemejará al paraíso bíblico; lo dudo mucho. Pero en la Unión Soviética todavía no existe el socialismo. Un Estado de transición, lleno de contradicciones, cargado con la pe-sada herencia del pasado, y además, bajo la presión enemiga de los Estados capitalistas: esto es lo que allí predomina. La Revolución de Octubre ha proclamado el principio de la nueva sociedad. La República soviética sólo ha mostrado el primer estadio de su realización. La primera lámpara de Edison fue muy imperfecta. Bajo las faltas y los errores de la pri-mera edificación socialista se debe saber discernir el porvenir. ¿Y las calamidades que se abaten sobre los seres vivos? ¿Los resultados de la revolución justifican las víctimas causadas por ella? Pregunta estéril y profundamente retórica: ¡como si el proceso de la historia fuera el resultado de un balance de con-tabilidad! Con mayor razón, ante las dificultades y penas de la existencia humana, se podría preguntar: ¿para esto vale la pena vivir? Heine escribió a este propósito: “y el tonto espera la contestación”... Las meditaciones melancólicas no impidieron al hombre engendrar y nacer. Aun en esta época, de una crisis mundial sin precedentes, los suicidios constituyen, felizmente, un porcentaje muy bajo. Pero los pueblos no tienen la costumbre de buscar un refugio en el suicidio, sino que buscan la salida a las cargas insoportables en la revolución. Por otra parte, ¿quién se indigna con respecto a las víctimas de la revolución socialista? Muy frecuentemente, son los que han preparado y glorificado las víctimas de la guerra imperialista o, por lo menos, los que se han acomodado muy fácilmente a ella. Podemos preguntar nosotros: ¿Está justificada la guerra? ¿Qué nos ha dado? ¿Qué nos ha enseñado? En sus 11 volúmenes de difamación contra la gran Revolución francesa, el historiador reaccionario Hipólito Taine describe, no sin alegría maligna, los sufrimientos del pueblo francés en los años de la dictadura jacobina y los que la siguieron. Fueron, sobre todo, penosos para las capas inferiores de las ciudades, los plebeyos, que, como sansculottes, dieron a la revolución lo mejor de su vida. Ellos o sus mujeres pasaban noches


frías en las colas para volver al día siguiente con las manos vacías al hogar helado. En el décimo año de la revolución, París era más pobre que antes de su estallido. Datos cuidadosamente escogidos, artificiosamente completados, sirven a Taine para fundamentar su veredicto destructor contra la revolución. “Mirad a los plebeyos, querían ser dictadores y han caído en la miseria”. Es difícil imaginar un moralista más mediocre: en primer lugar, si la revolución hubiera arrojado al país en la miseria, la culpa recaería, ante todo, sobre las clases dirigentes, que habían empujado al pueblo a la revolución. En segundo lugar, la gran Revolución Francesa no se agotó en las colas del hambre, ante las panaderías. ¡Toda la Francia moderna, bajo ciertas relaciones toda la civilización moderna, han salido del baño de la Revolución Francesa! En el curso de la guerra civil de los Estados Unidos[10] , durante los años ‘60 del siglo pasado, murieron 500.000 hombres. ¿Se han justificado estas víctimas? ¡Desde el punto de vista de los esclavistas norteamericanos y de las clases dominantes de la Gran Bretaña que marchaban con ellos, ¡no! ¡Desde el punto de vista del negro y del obrero británico, ¡completamente! Y desde el punto de vista del desarrollo de la humanidad, en su conjunto, sobre esto no se puede tener la menor duda. De la guerra civil del año ‘60 han salido los Estados Unidos actuales, con su iniciativa práctica desmesurada, la técnica racionalista, el auge económico. Sobre estas conquistas del americanismo, la humanidad edificará la nueva sociedad. La Revolución de Octubre ha penetrado más profundamente que todas las precedentes en el santuario de la sociedad, en las relaciones de propiedad. Son necesarios plazos más largos para que se manifiesten las fuerzas creadoras en todos los terrenos de la vida. Pero la orientación general del cambio es ya, desde ahora, clara: la República de los Soviets no tiene por qué agachar la cabeza ni emplear el lenguaje de la excusa. Para apreciar el nuevo régimen desde el punto de vista del desarrollo humano, primero se debe responder a la pregunta: ¿de qué manera se exterio-riza el progreso social y cómo se puede medir? El criterio más objetivo, el más profundo y el más indiscutible es: el progreso puede medirse por el crecimiento de la productividad del tra-bajo social. La estimación de la Revolución de Octubre, desde este ángulo, ya ha sido dada por la experiencia. Por primera vez en la historia el principio de organización socialista ha de-mostrado su capacidad, suministrando resultados de producción jamás obtenidos en un corto período. En cifras de índole global, la curva del desarrollo industrial de Rusia se expresa como sigue: pongamos para el año 1913, el último año de anteguerra, el número 100. El año 1920, fin de la guerra civil, es también el punto más bajo de la industria: 25 solamente, es decir, un cuarto de la producción de anteguerra; en 1925, un


crecimiento hasta 75; en 1929, aproximadamente 200; en 1932, 300, es decir, tres veces más que en vísperas de la guerra. El cuadro aparecerá todavía más claro a la luz de los índices internacionales. De 1925 a 1932 la producción industrial de Alemania disminuyó alrededor de una vez y media; en Norteamérica, alrededor del doble; en la Unión Soviética ha ascendido a más del cuádruple: las cifras hablan por sí mismas. De ninguna manera pienso negar o disimular los lados som-bríos de la economía soviética. Los resultados de los índices industriales están extraordinariamente influenciados por el de-sarrollo desfavorable de la economía agraria, es decir, del domi-nio que aún no ha entrado en los métodos socialistas, pero que fue llevado, al mismo tiempo, hacia el camino de la colectivización, sin preparación suficiente, más bien burocrática que técnica y económicamente. Esta es una gran cuestión que, sin embargo, rebasa los marcos de mi conferencia. Las cifras índices presentadas requieren todavía una reserva esencial: los éxitos indiscutibles y brillantes a su manera de la industrialización soviética exigen una verificación económica ulterior, desde el punto de vista de la armonía recíproca de los diferentes elementos de la economía, de su equilibrio dinámico y, por consiguiente, de su capacidad de rendimiento. Grandes dificultades y aun retrocesos son todavía inevitables. El socialismo no surge, en su forma acabada, del plan quinquenal como Minerva de la cabeza de Júpiter o Venus de la espuma del mar. Nos hallamos todavía ante décadas de trabajo obstinado, de faltas, de mejoramientos y de reconstrucción. Por otra parte, no olvidemos que la edificación socialista, según su esencia, sólo puede alcanzar su coronamiento en la arena internacional. Pero aun el balance económico más desfavorable de los resultados obtenidos hasta el presente sólo podría revelar la inexactitud de los datos, las fallas del plan y los errores de la dirección; pero en ningún caso contradecir el hecho establecido empíricamente: la posibilidad de elevar la productividad del trabajo colectivo a una altura jamás conocida, con ayuda de métodos socialistas. Esta conquista, de una importancia histórica mundial, nadie ni nada nos la podrá arrebatar. Después de lo que queda dicho, casi no vale la pena detenerse en los lamentos, según los cuales la Revolución de Octubre ha conducido a Rusia a la declinación cultural. Esta es la voz de las clases dominantes y de los salones inquietos. La “cultura” aristocráticoburguesa derrocada por la revolución proletaria sólo era imitación decorativa de la barbarie. Mientras que fue inaccesible al pueblo ruso, poco aportó al tesoro de la humanidad. Pero también en lo que concierne a esta cultura, tan llorada por la emigración blanca, se debe precisar la cuestión: ¿en qué sentido ha sido destruida? En un solo sentido: el monopolio de una pequeña minoría sobre los bienes de la cultura ha quedado


deshecho. Pero todo lo que era realmente cultural en la antigua cultura rusa permanece intacto. Los “hunos” bolcheviques no han pisoteado ni las conquistas del pensamiento ni las obras del arte. Por el contrario, han restaurado cuidadosamente los monumentos de la creación humana y los han puesto en orden ejemplar. La cultura de la monarquía, de la nobleza y de la burguesía se ha convertido, al presente, en la cultura de los museos históricos. El pueblo visita con entusiasmo estos museos, pero no vive en los museos. Aprende, construye. El solo hecho de que la Revolución de Octubre haya enseñado al pueblo ruso, a las decenas de pueblos de la Rusia zarista, a leer y a escribir, tiene mucha más importancia que toda la cultura en conserva de la Rusia de antaño. La Revolución de Octubre ha creado la base de una nueva cultura destinada no a los elegidos, sino a todos. Las masas del mundo entero lo sienten: de aquí su simpatía por la Unión Soviética, tan ardiente como era antes su odio contra la Rusia zarista. Queridos oyentes: Ustedes saben que el lenguaje humano representa un instrumento irreemplazable, no sólo para designar los acontecimientos, sino también para su estimación. Descartando lo accidental, lo episódico, lo artificial, absorbe lo real, lo caracteriza y condensa. Noten con qué sensibilidad las lenguas de las naciones civilizadas han distinguido dos épocas en el desarrollo de Rusia. La cultura aristocrática aportó al mundo barbarismos tales como zar, cosaco, pogrom, nagaika [látigo]. Ustedes conocen estas palabras y saben su significado. Octubre aportó a las lenguas del mundo palabras tales como bolchevique, soviet, koljós, posplan [Comisión del plan], piatiletka [Plan quinquenal]. ¡Aquí la lingüística práctica rinde su juicio histórico supremo! El significado más profundo –sin embargo más difícilmente sometido a una prueba inmediata– de cada revolución, consiste en cómo forma y templa el carácter popular. La repre-sentación del pueblo ruso como un pueblo lento, pasivo, melan-cólico, místico, es ampliamente extendida y no por casualidad. Tiene sus raíces en el pasado. Pero, hasta el presente, estas modificaciones profundas que la Revolución de Octubre ha introducido en el carácter del pueblo ruso no son suficientemente tomadas en consideración en Occidente. ¿Podía esperarse otra cosa? Cada hombre que tenga una experiencia de la vida puede despertar en su memoria la imagen de un adolescente cualquiera, conocido por él, que –impresionable, lírico, senti-mental finalmente– se transforma más tarde, de un solo golpe, bajo la acción de un fuerte choque moral, en un muchacho fuerte, mejor templado, que ya no se lo puede reconocer. En el desarrollo de toda una nación, la revolución realiza transformaciones morales del mismo tipo. La insurrección de Febrero contra la autocracia, la lucha contra la nobleza, contra la guerra imperialista, por la paz, por la tierra, por la igualdad nacional, la insurrección de


Octubre, el derrocamiento de la burguesía y de los partidos que tendían a los acuerdos con ella, tres años de guerra civil sobre un frente de 8.000 kilómetros, los años del bloqueo, de miseria, hambre y epidemias, los años de tensa edificación económica, las nuevas dificultades y privaciones; todo esto integra una ruda, pero buena escuela. Un pesado martillo destruye el vidrio, pero forja el acero. El martillo de la revolución forja el acero del carácter del pueblo. “¡Quién lo creerá!” Ya se debía creerlo. Poco después de la insurrección, uno de los generales zaristas, Zaleski, se escandalizaba de que “un portero o un guarda se convirtiera de pronto en un presidente de tribunal; un enfermero, en di-rector de hospital; un barbero, en dignatario; un alférez, en comandante supremo; un jornalero, en alcalde; un obrero calificado, en director de empresa”. “¡Quién lo creerá!” Ya se debía creerlo. No se podía por otra parte dejar de creer, mientras que los sargentos batían a los generales; el maestro, antiguo jornalero, derribaba la resistencia de la vieja burocracia; el conductor ponía orden en los transportes; el obrero calificado, como director, restablecía la industria. “¡Quién lo creerá!” Que se trate ahora de no creerlo. Para explicar la paciencia desacostumbrada que las masas populares de la Unión Soviética demostraron en los años de la revolución, muchos observadores extranjeros recurren, ya por hábito, a la pasividad del carácter ruso. ¡Grosero anacronismo! Las masas revolucionarias soportaron las privaciones paciente-mente, pero no pasivamente. Ellas construyen con sus propias manos un porvenir mejor, y quieren crearlo a cualquier precio. ¡Que el enemigo de clase trate solamente de imponer a estas masas pacientes, desde fuera, su voluntad! ¡No, más vale que no lo intente! Para terminar, tratemos de fijar el lugar de la Revolución de Octubre no solamente en la historia de Rusia, sino también en la historia del mundo. Durante el año 1917, en el intervalo de ocho meses, dos curvas históricas convergen. La Revolución de Febrero – este eco tardío de las grandes luchas que se desarrollaron en los siglos pasados sobre el territorio de los Países Bajos, Inglaterra, Francia, casi toda la Europa continental– se une a la serie de las revoluciones burguesas. La Revolución de Octubre proclama y abre la dominación del proletariado. Es el capitalismo mundial quien sufre, sobre el territorio de Rusia, su primera gran derrota. La cadena se rompió por el eslabón más débil. Pero es la cadena, y no solamente el eslabón, lo que se rompió. Hacia el socialismo El capitalismo como sistema mundial se sobrevive históricamente. Ha terminado de cumplir su misión esencial: la elevación de la potencia y la riqueza humana. La humanidad no puede estancarse en el peldaño alcanzado. Sólo un poderoso empuje de las fuerzas productivas y una organización justa, planificada, es decir, socialista, de


producción y distribución, puede asegurar a los hombres –a todos los hombres– un nivel de vida digno y conferirles al mismo tiempo el sentimiento precioso de la libertad frente a su propia economía. La libertad bajo dos tipos de relaciones: en primer lugar, el hombre no se verá ya obligado a consagrar su vida entera al trabajo físico. En segundo lugar, ya no dependerá de las leyes del mercado, es decir, de las fuerzas ciegas y oscuras que se edifican sobre sus espaldas. Edificará libremente su economía, es decir, según un plan, compás en mano. Esta vez, se trata de radiografiar la anatomía de la sociedad, de descubrir todos sus secretos y de someter todas sus funciones a la razón y a la voluntad del hombre colectivo. En este sentido, el socialismo debe convertirse en una nueva etapa en el crecimiento histórico de la humanidad. A nuestro ancestro que se armó por primera vez de un hacha de piedra, toda la naturaleza se le presentó como la conjuración de una potencia misteriosa y hostil. Más tarde, las ciencias naturales, en estrecha colaboración con la tecnología práctica, iluminaron la naturaleza hasta en sus oscuridades más profundas. Por medio de la energía eléctrica, el físico pronuncia ahora su juicio sobre el núcleo atómico. No está lejos la hora en que –como en un juego– la ciencia resolverá la quimera de la alquimia, transformando el estiércol en oro y el oro en estiércol. Allá donde los demonios y las furias de la naturaleza se desataban, reina ahora, cada vez con más energía, la voluntad habilidosa del hombre. Mientras que el hombre luchó victoriosamente con la naturaleza, edificó a ciegas sus relaciones con los demás, casi al igual que las abejas y las hormigas. Con retraso y muy indeciso, abordó los problemas de la sociedad humana. Empezó por la religión, para pasar después a la política. La Reforma representa el primer éxito del individualismo y del racionalismo burgués en un terreno donde había reinado una tradición muerta. El pensamiento crítico pasó de la Iglesia al Estado. Nacida en la lucha contra el absolutismo y las condiciones medievales, la doctrina de la soberanía popular y de los derechos del hombre y del ciudadano creció. Así se formó el sistema del parlamentarismo. El pensamiento crítico penetró en el dominio de la administración del Estado. El racionalismo político de la democracia significaba la más alta conquista de la burguesía revolucionaria. Pero entre la naturaleza y el Estado se encuentra la economía. La técnica liberó al hombre de la tiranía de los viejos elementos: la tierra, el agua, el fuego y el aire para someterle inmediatamente a su propia tiranía. El hombre deja de ser esclavo de la naturaleza para convertirse en esclavo de la máquina y, peor aún, en esclavo de la oferta y la demanda. La actual crisis mundial testimonia, de una manera particularmente trágica, cómo este dominador altivo y audaz de la naturaleza permanece siendo el esclavo de los poderes ciegos de su propia economía. La tarea histórica de nuestra época consiste en reemplazar el juego incontrolable del mercado por un plan razonable, en disciplinar las fuerzas productivas, en obligarlas a obrar en armonía, sirviendo así dócilmente a las necesidades del hombre. Solamente sobre esta


nueva base social el hombre podrá enderezar su espalda fatigada, y no ya sólo los elegidos, sino todos y todas, llegar a ser ciudadanos con plenos poderes en el dominio del pensamiento. Sin embargo, esto no es todavía el fin del camino. No, sólo es el comienzo. El hombre se considera el coronamiento de la creación. Tiene para ello, ciertos derechos. ¿Pero quién se atreve a afirmar que el hombre actual sea el último representante, el más elevado de la especie homo sapiens? No; físicamente, como espiritualmente, está muy lejos de la perfección, este aborto biológico, cuyo pensamiento está enfermo y que no se ha creado ningún nuevo equilibrio orgánico. Verdad es que la humanidad ha producido más de una vez gigantes del pensamiento y de la acción que sobrepasaban a sus contemporáneos como cumbres en una cadena de montañas. El género humano tiene derecho a estar orgulloso de sus Aristóteles, Shakespeare, Darwin, Beethoven, Goethe, Marx, Edison, Lenin. ¿Pero por qué estos hombres son tan escasos? Ante todo, porque han salido, casi sin excepción, de las clases elevadas y medias. Salvo raras excepciones, los destellos del genio quedan ahogados en las entrañas oprimidas del pueblo, antes que ellas puedan incluso brotar. Pero también porque el proceso de generación, de desarrollo y de educación del hombre permaneció y permanece siendo en su esencia obra del azar; no esclarecido por la teoría y la práctica; no sometido a la conciencia y a la voluntad. La antropología, la biología, la fisiología, la psicología, han reunido montañas de materiales para erigir ante el hombre, en toda su amplitud, las tareas de su propio perfeccionamiento corporal y espiritual y de su desarrollo ulterior. Por la mano genial de Sigmund Freud, el psicoanálisis levantó la envoltura del pozo nombrada poéticamente el “alma” del hombre. ¿Y qué nos ha revelado? Nuestro pensamiento consciente no constituye más que una pequeña parte en el trabajo de las oscuras fuerzas psíquicas. Buzos sabios descienden al fondo del océano y fotografían la fauna misteriosa. Para que el pensamiento humano descienda al fondo de su propio océano psíquico debe iluminar las fuerzas motrices misteriosas del alma y someterlas a la razón y a la voluntad. Cuando haya terminado con las fuerzas anárquicas de su propia sociedad, el hombre trabajará sobre sí mismo en los morteros, con las herramientas del químico. Por primera vez, la humanidad se considerará a sí misma como una materia prima y, en el mejor de los casos, como un producto semiacabado físico y psíquico. El socialismo significará un salto del reino de la necesidad al reino de la libertad. También es en este sentido que el hombre de hoy, lleno de contradicciones y sin armonía, franqueará la vía hacia una nueva especie más feliz.


[1] “Porque hay una marea en las cosas humanas que, tomadas en la creciente, lleva a la fortuna” (Shakespeare, Julio César, Acto IV, Escena II, 1623). [2] Curzio Malaparte (1898-1957): Periodista, dramaturgo, escritor de relato corto, novelista y diplomático italiano, combatió en la Primera Guerra Mundial y fue parte de la Marcha sobre Roma de Mussolini. Escribió Técnica del golpe de Estado en 1931. [3] Raymond Poincaré (1860-1934): Político francés. Fue presidente del Consejo de Ministros varias veces y presidente de la República durante la Gran Guerra. Presidió el Consejo de Ministros en 1922-24 e impulsó una política de dureza con Alemania, insistiendo en la necesidad de que esta pagara completamente las reparaciones de guerra establecidas en el tratado de Versalles. Derrotado en las elecciones de 1924, volvió a presidir el Consejo dos veces entre 1926 y 1929. [4] Liebknecht Wilhelm (1826-1900): Junto a Bebel, como seguidores de Marx en Alemania, fundaron el Partido Obrero Socialdemócrata en 1869 en Eisenach, en oposición a la Unión General de Obreros Alemanes, lasallista. Lasallistas y eisenacheanos unieron finalmente sus movimientos en 1875 en una convención celebrada en Gotha. [5] Karl von Clausewitz (1780-1831): Célebre teórico militar. Su obra más conocida es De la guerra, aparecida en Berlín en 1832-34. Participó en las campañas contra Napoleón y sirvió posteriormente como jefe del Estado Mayor prusiano (1831). En 1812-13 estuvo al servicio del ejército ruso. [6] Una deciatina equivale a 1,08 hectáreas. [7] Ese “largo trabajo” trabajo puede apreciarse en los dos tomos de las Obras selectas de Lenin (Tomo I: 1898-1916; Tomo II: 1917-1923, Bs. As., 2013), publicadas por Ediciones IPS y el CEIP “León Trotsky”. [8] La población rusa en 1917 era de 184.600.000, de la que los propiamente rusos eran 91.000.000. [9] 7 de noviembre en el calendario actual gregoriano. [10] Entre 1861 y 1865 los Estados industriales del Norte y los esclavistas del Sur de EE.UU. se enfrentaron en una guerra civil que culminará con el triunfo del Norte.


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