CITY DOSSIER
La operatoria online hizo que el histรณrico espacio de Sarmiento y 25 de Mayo cambiara su semblante. albergan a pocos socios e inversores, quienes no pueden escapar a la
Club Social Bolsa de Comercio
Los días en que los brokers poblaban el piso quedaron atrás. Hoy, los pasillos del edificio mística que envuelve al recinto. Una rueda en imágenes. Texto y fotografías: Eugenia Iglesias
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Los socios siguen los movimientos de las acciones en uno de los salones.
Un inversor habla con su broker, que opera en el piso, a unos metros de ahí.
Las pantallas con las cotizaciones al instante están presentes por todos lados.
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LUA, APBR, BHIP, CAPU, BMA. En cada sala del imponente edificio de Sarmiento y 25 de Mayo se pueden ver las siglas de los papeles que cotizan en el recinto. Los operadores las interpretan a la perfección y no despegan la mirada. Para quien no conoce su funcionamiento hoy día, la Bolsa de Comercio de Buenos Aires puede resultar un lugar tan fascinante como enigmático. La entrada principal da lugar al recinto viejo. Un lugar que respira historia, donde todavía se conserva el pizarrón original en el que se anotaban, a mano, cada una de las operaciones antes de la llegada de la era digital. A los costados, otro cúmulo de pantallas rodean a los protagonistas del lugar: los socios. Sentados en cubículos de madera y cada uno con su computadora, se informan de los últimos movimientos. Los afiliados a la bolsa son cerca de 5000, y viven la vida bursátil con la misma pasión que un hincha de fútbol. En su mayoría contadores, pero también médicos, ingenieros o abogados, dedican sus días al mundo financiero. La Bolsa funciona, en palabras de los propios socios, como un club. Inversores, fanatizados con los movimientos bursátiles, se pueden afiliar y pasar a formar parte de un selecto grupo al que es difícil entrar y en el que la competencia está a la orden del día. Su rutina empieza a las 11 de la mañana, cuando arranca la rueda. Se acercan al edificio para buscar información y seguir sus acciones en las computadoras. Pero no es solo eso. También suceden una gran variedad de actividades en paralelo que van desde leer el diario en la hemeroteca, ver exposiciones de arte y hasta jugar al solitario. En el salón contiguo, un grupo de socios vitalicios discute sobre finanzas, el tema recurrente. También se habla de política y economía, y los lunes, de la fecha del fin de semana. Pero todos tienen la cabeza puesta en las alzas y bajas. Las discusiones son amenas y, la mayoría de los días, el ambiente es tranquilo, cuentan. Pero para Carlos, socio (quien
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El bar es otro punto de encuentro para los socios cuando tienen un rato libre. Economía y fútbol dominan las charlas.
Antes de la irrupción de Internet y las órdenes por WhatsApp, los inversores peleaban por un asiento en el entrepiso para comunicarse con los brokers. Hoy, sobran lugares.
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Una panorámica del recinto, al que pueden ingresar sólo los operadores.
Más pantallas en otro de los espacios de la Bolsa.
pide mantener en reserva su apellido), la competencia y los intereses no dejan que sus relaciones se transformen en amistad. “El dinero es un obstáculo”, reflexiona. Otros habitués de la plaza coinciden: el clima de camaradería aparece recién a partir de las 17, cuando termina la rueda. El resto del tiempo es una jungla. “Todos intentan sacar ventaja al compañero. Si yo me tengo que salvar y hundir al otro en el camino, lo hago”, admite un operador. Tras subir las escaleras mecánicas y pasar por otro cuarto repleto de sillas y más televisores, se llega a la parte más nueva del edificio, que alberga al
recinto. Es el corazón de la Bolsa. Largas filas de butacas con teléfonos permiten que los inversores se comuniquen con sus agentes para pasarles la orden de comprar o vender. Antes del uso generalizado de Internet, conseguir un asiento era una auténtica batalla, explican los socios más antiguos. Hoy, las cosas son diferentes: Internet hizo que el edificio se convirtiera en un lugar necesario sólo para aquellos enamorados de la operatoria en el piso. “Antes tenías que estar en el momento y el lugar indicado para comprar y vender. Hoy basta mandar un mensaje por WhatsApp para que se haga la ope-
ración”, resume un socio con más de 30 años de experiencia. Abajo, en el recinto propiamente dicho, el acceso es restringido a los brokers. Los inversores únicamente pueden comunicarse con ellos por teléfono o, en algunas ocasiones, gritando desde el entrepiso. La idea del corredor de bolsa estresado y a los gritos en un piso colmado de gente está muy alejada de lo que pasa hoy. Con el sistema Sinac, tanto operadores como inversores pueden ejecutar sus órdenes sin tener que ir a la Bolsa, por lo que muchos optan por trabajar desde sus propias oficinas. Los pocos Junio 2016 Apertura 227
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En el edificio de la Bolsa también se juega al ajedrez como forma de distender las tensiones que provoca la operatoria.
Las alzas y bajas se siguen con fanatismo, cuentan los socios que todos los días concurren al recinto.
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que van lo hacen para tener más información, hablar con otros socios o, simplemente, porque su rutina de trabajo ya está armada allí. También hay una alta cuota de fanatismo por la mística que se vive en el edificio. Un lugar donde todos se conocen. Cuando tienen un rato libre, los socios bajan al bar a tomar algo o suelen jugar al ajedrez. Es un mundo casi exclusivo de hombres, aunque Susana, una de las pocas mujeres socias, dice que siempre se sintió respetada y en un ambiente familiar. “Cuando yo entré ni siquiera había baño de mujeres. Ahora somos más, pero seguimos siendo minoría”, comenta. Son las cinco de la tarde en punto y en el recinto se escucha la campana electrónica. Por hoy, las operaciones terminaron. Fue un día difícil. Todos volverán mañana, a la espera de la euforia.