EL PENSAMIENTO MILITAR DEL GENERAL RAMÓN MATÍAS MELLA EN LA GUERRA DE LOS DIEZ AÑOS EN CUBA (1868-1878) Carlos Rodríguez Almaguer. Historiador Archivo General de la Nación. “Siempre estaré pronto a ocupar mi puesto de combate para la independencia de Cuba, sin otra ambición que obligar a los cubanos a que amen a los míos y me recuerden siempre con cariño…” Mayor General Máximo Gómez Báez.
Hace veinticinco siglos, en el lejano oriente, el general Sun Tzu escribía su libro El Arte de la Guerra. En él, el genial estratega chino dice que a la guerra“Hay que valorarla en términos de cinco factores fundamentales, y hacer comparaciones entre diversas condiciones de los bandos rivales, con vistas a determinar el resultado de la guerra. El primero de estos factores es la doctrina; el segundo, el tiempo; el tercero, el terreno; el cuarto, el mando; y el quinto, la disciplina. La doctrina significa aquello que hace que el pueblo esté en armonía con su gobernante, de modo que le siga donde sea, sin temer por sus vidas ni a correr cualquier peligro. El tiempo significa el Ying y el Yang, la noche y el día, el frío y el calor, días despejados o lluviosos, y el cambio de las estaciones. El terreno implica las distancias, y hace referencia a dónde es fácil o difícil desplazarse, y si es campo abierto o lugares estrechos, y esto influencia las posibilidades de supervivencia. El mando ha de tener como cualidades: sabiduría, sinceridad, benevolencia, coraje y disciplina. Por último, La disciplina ha de ser comprendida como la organización del ejército, las graduaciones y rangos entre los oficiales, la regulación de las rutas de suministros, y la provisión de material militar al ejército. Estos cinco factores fundamentales han de ser conocidos por cada general. Aquel que los domina, vence; aquel que no, sale derrotado.1” Acaso este libro que inspiró a otros grandes como Napoleón y Maquiavelo, habrá inspirado también, por su consistencia y claridad, al patricio dominicano Ramón Matías Mella, quien trazó, en los nueve puntos de su Manual de la Guerra de Guerrillas, la estrategia que permitió a los patriotas dominicanos derrotar en toda la línea al poderoso ejército colonial de España y restaurar la República.
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Sun Tzu. El Arte de la Guerra. http://www.dominiopublico.es/ebook/00/6D/006D.pdf, p.3
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De la utilidad de esta estrategia en la Revolución Restauradora dominicana se ha escrito mucho. Sin embargo, de la influencia decisiva que tuvo en una de las dos revoluciones que resultaron hijas genuinas de esta rebelión de la dignidad —el Grito de Lares en Puerto Rico, el 23 de septiembre de 1868 y el Grito de Yara en Cuba, el 10 de octubre de 1868— se ha escrito menos de lo que se debiera. La revolución puertorriqueña, como es sabido, fue asesinada en su cuna. No obstante sus hijos sobrevivientes no cejaron en el empeño de hacer libre a su isla y volcaron todas sus energías a asegurar la libertad de Cuba, la otra Antilla esclava todavía luego de más de tres siglos de dominio colonial español. La revolución cubana, en cambio, tuvo mejor destino. Y acaso haya sido en verdad el Destino el que llevó a sus playas orientales, a bordo del vapor Pizarro, a los bravos hijos de Quisqueya que por doloroso y siempre lamentable error de apreciación, de fe, o por honrar relaciones personales de familia o de amistad, permanecieron dentro del ejército regular de la otrora República Dominicana, convertido como fruto de la vergonzosa anexión de 1861, en humilladas y humillantes Reservas Dominicanas del ejército español, cuando otra vez la bandera de oro y gualda que representaba al león ibérico opacó con su sombra el sol de la libertad que había brillado incólume sobre el cielo de la patria fundada por la fe y el elevado espíritu de Juan Pablo Duarte. Aquellos oficiales dominicanos no debieron jamás tocar suelo cubano, según las indicaciones del propio jefe militar español en Santo Domingo, el general José de La Gándara. Éstos militares y sus familias debían ser trasladados a una de las posesiones españolas en África, pero no podían tocar suelo de Cuba ni de Puerto Rico porque, según este avezado oficial: “Si no de la anexión, de la actual revolución (la Restauradora) saldrán peligros para Cuba y Puerto Rico: el ejemplo ha sido funesto y los elementos hostiles a España, que allí existen, sabrán explotarlo en su provecho, así como la triste verdad demostrada en esta guerra de los grandes obstáculos que para los ejércitos europeos (implica la guerra en el trópico.)”2 Pero no fue posible cumplir aquella indicación ante la protesta enérgica de los dominicanos que, finalmente, fueron desembarcados el 13 de junio de 1865 en Santiago de Cuba, ciudad que los acogió con una generosidad que no esperaban por el hecho de llegar protegidos por el pabellón español, símbolo de oprobio para los cubanos que conspiraban cada vez más abiertamente contra sus dominadores. Treinta y nueve jefes y oficiales dominicanos con sus familias fueron llevados a territorio cubano durante la evacuación de las derrotadas tropas españolas de Santo Domingo. De ellos 3 ostentaban el grado de Mariscal de Campo, 7 de Coroneles, 5 de Tenientes Coroneles, 3 de Comandantes, 12 de Capitanes, 4 de Subtenientes, 3 de
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Benigno Souza. Máximo Gómez, el Generalísimo. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1986, pp. 30-31.
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Sargentos y 2 de Cabos3. Las llamadas Reservas Dominicanas resultaron a la postre, y pese a la clara alerta de algunos oficiales ibéricos, un caballo de Troya que España misma introducía en lo profundo de su más valiosa posesión en América4. A penas seis meses después la mayoría de aquellos oficiales había roto sus compromisos y obligaciones con el ejército español y se hallaba predispuesta positivamente para entrar en las filas de los conspiradores cubanos que preparaban la próxima insurrección armada contra España5. En 1968 en la región de El Dátil, cercana a la ciudad de Bayamo, el otrora comandante dominicano Máximo Gómez, por indicaciones del patriota cubano Eduardo Bertot Miniet, organizaba a los campesinos de la región involucrados en la conspiración que en gran medida se desarrollaba protegida por el silencio de las logias masónicas del Gran Oriente de Cuba y las Antillas, fraternidad a la cual pertenecía la mayoría de los que llevarían las riendas de aquel conflicto a punto de estallar que se prolongaría durante una década. En el amanecer del 10 de octubre de 1868, el abogado Carlos Manuel de Céspedes, rico hacendado de Bayamo y propietario del ingenio La Demajagua, tocó arrebato las campanas de su ingenio y convocó a los amigos que habían llegado desde la madrugada. Enarbolando la bandera que había preparado para la ocasión, proclamó la independencia de Cuba y la libertad de sus esclavos, invitándoles a seguirlo en la pelea que se iniciaba contra el poder colonial que había mantenido a la isla bajo su bota durante tres siglos y medio. El primer combate por la independencia ocurriría al día siguiente, el 11 de octubre, cuando los patriotas, al mando del propio Céspedes, intentaron tomar al pequeño poblado de Yara ubicado en las proximidades de la Sierra Maestra. El ataque fue un rotundo fracaso y la mayoría de los combatientes independentistas pagó con su vida el precio de la ignorancia en cuestiones del arte militar. Solo sobrevivieron 12 hombres. Este recién nacido Ejército Libertador, estaba compuesto por abogados, hacendados, campesinos y esclavos. Ninguno tenía idea de tácticas o estrategias de combate y asaltaron al bien apertrechado ejército colonial de España6 armados principalmente de entusiasmo. Pero este revés demostró que no bastaba el entusiasmo para ganar una pelea.
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Eliades Acosta Matos. El proceso restaurador visto desde Cuba. Su impacto político y en la guerra de independencia cubana (1868-1878). Ensayo presentado en el Seminario Científico por el 150 Aniversario de la Gesta Restauradora. Santo Domingo, 18 de marzo de 2014. (Inédito) 4 Carlos Rodríguez Almaguer. Las Antillas en la pelea por la independencia. En República Dominicana y Haití. El derecho a vivir. Fundación Juan Bosch, Santo Domingo, 2014. 5 La discriminación a que eran sometidos estos oficiales por parte de la oficialidad hispana, muchas veces debido a su color de piel, fue motivo de grandes contratiempos para ellos y sus familiares. El atraso en las pagas, de por sí limitadas a la mitad de lo que cobraban los oficiales españoles de igual graduación, conllevó a las contradicciones insalvables que culminaron con la salida de la mayoría de ellos del servicio en el ejército español. 6 Al estallar la guerra, las fuerzas del Ejército de Operaciones de España en Cuba contaba con una plantilla de 20 000 efectivos distribuidos en ocho regimientos de infantería de línea de a dos batallones cada uno;
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El 16 de octubre, menos de una semana después del alzamiento, el poeta bayamés José Joaquín Palma7, llega al poblado de El Dátil con la encomienda de reclutar a los patriotas allí comprometidos con la revolución. Máximo Gómez es designado con el grado de sargento al frente de aquellos nuevos soldados. Dos días después el propio Céspedes8 lo designaría como Jefe de Estado Mayor del General Donato Mármol con el grado de Mayor General. El 20 de octubre es ocupada por las fuerzas insurgentes la ciudad de Bayamo. Dos días después Gómez sugiere al general Donato Mármol la manera en que se debería organizar la fuerza en las cercanías de las ciudades, y éste le otorgó el mando para dirigirlas. Siendo la primera vez que desempeña el mando de tropas en la guerra de Cuba. La toma de Bayamo, ubicada en la carretera central hacia la ciudad de Santiago de Cuba, tuvo un gran impacto tanto en las tropas colonialistas como en las revolucionarias. La sorpresa del alzamiento había impedido a los gobernantes hispanos establecer un sistema ofensivo que le permitiera emplear de forma combinada varias fuerzas y hacerlas converger sobre el mismo punto. Bayamo se había convertido en la primera capital de la revolución y hacia ella fluían informaciones de todo tipo sobre los movimientos de tropas españolas, entre otras noticias de gran importancia. Por su parte, el mando militar español decidió desalojar a los insurrectos de Bayamo y envió varias columnas hacia ella desde las ciudades cercanas de Tunas, Manzanillo y Santiago, principalmente. Es en este contexto en el que la doctrina militar dominicana, trazada por Matías Ramón Mella9, entra en acción a favor de las tropas independentistas cubanas.
cuatro batallones de cazadores y uno de ingenieros, dos regimientos de caballería, dos de artillería de a pie y uno de montaña, un tercio de la Guardia Civil, y las milicias disciplinadas. No obstante, en realidad disponían de unos 7 000 hombres, cuyo armamento reglamentario eran fusiles y carabinas Minié y Berdán, y para el cuerpo de Voluntarios armamento norteamericano de los sistemas Peabody, Sharps, Palmer, Gallager, Spencer, Remington, entre otros. (Mayor General Máximo Gómez Báez. Sus campañas militares. Editora Política, La Habana, 1986, tomo I, p. 9. 7 Este mismo cubano será quien lo rescate de los brazos de la muerte cuando en 1878, al terminar la guerra, Máximo Gómez se establece en Jamaica y comienzan sus penurias fruto de la pobreza y el hambre que lo acechan junto a su familia. José Joaquín Palma llega a Jamaica encomendado por el presidente de Honduras, Marco Aurelio Soto, a proponerle al invicto general que viajara a aquella nación centroamericana para ocuparse de la organización del ejército de la República. Es conocida la permanencia de Gómez en aquel país y los trabajos que allí llevó adelante, siempre pensando en volver a combatir en Cuba hasta expulsar de ella al poder colonial de España. 8 Al lado de Céspedes se encontraba desde el principio otro dominicano, banilejo por demás, el general Luis Marcano, conocido de Máximo Gómez y por tanto enterado de las capacidades militares de éste. 9 El General Ramón Matías Mella, en su Manual de la guerra de guerrillas. Establece estos principios: 1.- En la lucha actual y en las operaciones militares emprendidas, se necesita usar de la mayor prudencia, observando siempre con la mayor precaución y astucia para no dejarse sorprender, igualando así la superioridad del enemigo en número, disciplina y recursos. 2.- Nuestras operaciones deberán limitarse a no arriesgar jamás un encuentro general, ni exponer tampoco a la fortuna caprichosa de un combate la suerte de la República; tirar pronto, mucho y bien, hostilizar al enemigo día y noche, y cortarles el agua cada vez que se pueda, son puntos cardinales, que deben tenerse presentes como el Credo.
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Desde Santiago de Cuba salió hacia Bayamo una fuerte columna compuesta por 700 hombres de los batallones Cuba y La Corona, al mando de coronel Demetrio Quirós Weyler10, reforzada con dos piezas de artillería de montaña. El 24 de octubre llegaron al poblado de Baire, a unas leguas de Jiguaní. Céspedes había ordenado al general Donato Mármol fortalecer Jiguaní, y éste a su vez, ordenó a Máximo Gómez tomar el mando de 200 hombres y hacerle frente al enemigo que se dirigía desde Santiago. Gómez inicialmente ocupó posiciones ventajosas que le daban una visual completa sobre el camino de Baire a Jiguaní. Pero al cerciorarse de que la columna continuaba acantonada en este poblado, decide poner en práctica una maniobra de engaño que atrajera el enemigo hacia una posición conveniente para ser atacada por las fuerzas cubanas. A tales efectos se envió sobre el poblado a una pequeña tropa de caballería para que hostigara a los acantonados y se hiciera perseguir. El coronel Quirós no cayó en la trampa tendida, y esperó hasta el 26 de octubre, fecha en que organizó su columna para marchar sobre Bayamo. Como desconocía todo sobre las fuerzas cubanas, ordenó que dos compañías de algo más de 200 hombres, marcharan a la vanguardia. Pero cometió el error de no situarles extrema vanguardia, exploradores ni flanqueadores. Desde la madrugada de ese día Máximo Gómez había emboscado unos 30 ó 40 hombres de infantería, en forma escalonada, en una localidad conocida como La Venta del Pino, a un kilómetro de la salida de Baire hacia Jiguaní. Las 3.- Agobiarlo con guerrillas ambulantes, racionadas por dos, tres o más días, que tengan unidad de acción a su frente, por su flanco y a retaguardia, no dejándoles descansar ni de día ni de noche, para que no sean dueños más que del terreno que pisan, no dejándolos jamás sorprender ni envolver por mangas, y sorprendiéndolos siempre que se pueda, son reglas de las que jamás deberá Ud. apartarse. 4.- Nuestra tropa deberá, siempre que pueda, pelear abrigada por los montes y por el terreno y hacer uso del arma blanca, toda vez que vea la seguridad de abrirle al enemigo un boquete para meterse dentro y acabar con él; no deberemos por ningún concepto presentarle un frente por pequeño que sea, en razón de que, siendo las tropas españolas disciplinadas y generalmente superiores en número, cada vez que se trate de que la victoria dependa de evoluciones militares, nos llevarían la ventaja y seríamos derrotados. 5.- No debemos nunca dejarnos sorprender y sorprenderlos siempre que se pueda y aunque sea a un solo hombre. 6.- No dejarlo dormir ni de día ni de noche, para que las enfermedades hagan en ellos más estragos que nuestras armas; este servicio lo deben hacer sólo los pequeños grupos de los nuestros, y que el resto descanse y duerma. 7.- Si el enemigo repliega, averígüese bien, si es una retirada falsa, que es una estratagema muy común en la guerra; si no lo es, sígasele en la retirada y destaquen en guerrillas ambulantes que le hostilicen por todos lados; si avanzan hágaseles caer en emboscadas y acribíllese a todo trance con guerrillas, como se ha dicho arriba, en una palabra, hágasele a todo trance y en toda extensión de la palabra, la guerra de manigua y de un enemigo invisible. 8.- Cumplidas estas reglas con escrupulosidad, mientras más se separe el enemigo de su base de operaciones, peor será para él; y si intentase internarse en el país, más perdido estará. 9.- Organice Ud. dondequiera que esté situado, un servicio lo más eficaz y activo posible de espionaje, para saber horas del día y de la noche, el estado, la situación, la fuerza, los movimientos e intenciones del enemigo. 10 Este coronel había combatido contra las tropas restauradoras en Santo Domingo.
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órdenes del general habían sido precisas: ante la superioridad numérica del enemigo y la imposibilidad de abatirlo de forma certera, la acción se realizaría mediante un asalto sorpresivo y empleando el arma blanca, es decir, el machete. Nadie debía lanzarse al camino hasta que Gómez lo hiciera el primero. Cerca del mediodía, las dos columnas avanzaban con la confianza de un ejército que sale de su cuartel hacia la zona de operaciones en cuya proximidad comienza a ponerse alerta. Sin embargo, no contaban con que el militar dominicano les estuviera esperando justo a la salida del poblado. Gómez saltando al camino, gritó ¡Al machete! Era la primera vez que se escuchaba grito semejante bajo el sol de Cuba en la pelea por la independencia. Desde ambos lados del camino se abalanzaron sobre los estupefactos soldados españoles poco más de una treintena de hombres armados con machetes que causaron grandes estragos entre las sorprendidas tropas. El impacto psicológico de esta acción obligó a los colonialistas a permanecer en las ciudades durante varios meses y dejó a los patriotas cubanos dueños de los campos donde, a medida en que se corría la noticia de esta y otras acciones, aumentaba el número de hombres que se incorporaban a la lucha contra el poder colonial de España en Cuba11. Máximo Gómez había saltado, machete en mano, no solo sobre la infortunada tropa española, sino sobre los vastos escenarios de la historia. En estos años iniciales de la guerra, la participación de los dominicanos Luis Marcano y Modesto Díaz, junto al ya mencionado Gómez, resultó de vital importancia para el desarrollo de la contienda. Céspedes tuvo la sagacidad de colocar al lado de cada jefe cubano a uno o varios oficiales dominicanos con experiencia militar. En algunos casos, como Díaz y Marcano, desempeñaron directamente jefaturas regionales. Gómez se hizo cargo a mediados de 1869 del mando militar de Holguín. Bajo su magisterio se formaron importantes jefes cubanos que andando el tiempo se convertirían en las principales figuras militares de la revolución de independencia: Calixto García Íñiguez, Antonio y José Maceo Grajales, Policarpo Pineda, Francisco Borrero, entre otros. Hacia 1870 la revolución languidecía y los españoles habían logrado apaciguar gran parte del territorio rebelde que abarcaba la mitad de la isla, principalmente desde el Camagüey —al mando del mayor general Ignacio Agramonte— hasta Guantánamo. A la muerte del general Donato Mármol, Céspedes nombre a Gómez jefe de la División de Cuba.12 Inmediatamente comenzaron las labores de organización, entrenamiento y también las operaciones ofensivas de las tropas libertadores. Las acciones de Mayarí Abajo, Jiguaní, El Cristal, Ti Arriba, Charco Azul, tuvieron gran repercusión dentro y fuera de Cuba. Los periódicos que editaba la emigración cubana en los Estados Unidos se hacían eco de estos combates. “El estado de Oriente, donde se habían apagado, bajo sus propias cenizas, las 11 12
Fue la acción militar más sangrienta de la Guerra de los Diez Años. Santiago de Cuba.
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últimas llamas de la hoguera revolucionaria, al decir de los españoles, se levanta otra vez, viril y robustecida, a la voz de Máximo Gómez.”13 Las sucesivas acciones combativas dirigidas por los generales dominicanos y sus discípulos cubanos mantuvieron vivo el espíritu de la independencia y en jaque a las fuerzas colonialistas españolas. La toma de La Socapa, la invasión a los valles de Guantánamo, el cruce de la trocha militar de Júcaro a Morón, las endiabladas marchas y contramarchas efectuadas por Gómez en las inmensas llanuras camagüeyanas al morir el Mayor Ignacio Agramonte, fueron reflejos cegadores de la mejor tradición militar que las enseñanzas del prócer dominicano Ramón Matías Mella dejaron grabadas en la historia militar cubana durante aquellos diez dolorosos y heroicos años en que se fundieron para siempre las almas de las tres isla hermanas que, ancladas en el Mar de las Antillas, levantaban sus voces para anunciar el fin del carcomido y lúgubre dominio colonial de España en América. El propio Máximo Gómez recordará después, ya firmada la onerosa paz con España, los momentos gloriosos de esa gesta y los principios esenciales que les dieron a las tropas cubanas ancha ventaja sobre el poderoso ejército regular de la península Ibérica. En sus memorias escritas en su finca La Reforma en 1892, y publicadas con el nombre de El Viejo Eduá o mi último asistente, en memoria del antiguo esclavo que le sirvió durante largo tiempo de ayudante en la etapa final de aquella guerra, deja grabado para la historia la manera en que las tropas cubanas hicieron suya la doctrina militar de los restauradores dominicanos. En ese sentido, escribe: “Del acosamiento y la persecución sin descanso, de la matanza sin piedad, de las terribles y constantes privaciones, de todo eso, grande y feroz, resultó otra cosa más poderosa e incontrastable y sublime: la necesidad. Esa es una madre severa, pero buena. España no supo lo que hizo. Nos enseñó a pelear de firme. Llegando a los extremos, nos hicimos seriamente cargo de nuestra situación, y la aceptamos. Hubo más, la amamos. ¡Qué amor tan grande! El combatiente amó la montaña, el matorral, la sabana; amó las palmas, el arroyo, la vereda tortuosa para la emboscada; amó la noche oscura, lóbrega, para el descanso suyo y para el asalto al descuidado o vigilado fuerte enemigo. Amó más aún la lluvia que obstruía el paso al enemigo y denunciaba su huella; amó el tronco en que hacía fuego a cubierto y certero: amó el rifle, idolatró al caballo y al machete. Y cuando tal amor fue correspondido y supo acomodarlas a sus miras y propósitos, entonces el combatiente se sintió gigante y se rió de España. ¡España estaba perdida!”14 Se ha repetido en infinitas ocasiones aquel verso entrañable de la inmortal puertorriqueña Lola Rodríguez de Tió, en el que se expresa que “Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas”, pero lo que todos saben, aunque poco se dice, es que aquella ave maravillosa que ansiaba volar libre entre las dos Américas, tenía un pecho poderoso y sensible: la República Dominicana. 13
La República de Cuba. Diario publicado en los Estados Unidos. Citado por Benigno Souza en su obra Máximo Gómez. El Generalísimo. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1972, p. 46. 14 Máximo Gómez. El Viejo Eduá o mi último asistente. Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972.
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Con reverencia y gratitud escribirá José Martí, años después al propio Máximo Gómez, respondiendo a la solicitud de éste para que el Partido Revolucionario Cubano que fundara el Apóstol, convocara a la contribución de los cubanos buenos para el levantamiento de la primera estatua a Juan Pablo Duarte en Santo Domingo: “Patria, que ve aún, con el júbilo del alma hermana, encenderse en el aire el fogonazo del trabuco de Mella, y caer, en pie, a un pueblo invencible, de los pliegues que desriza, abriéndose a la muerte, la bandera de Sánchez, allá en la Puerta del Conde famosa, en aquel día de las entrañas, el 27 de febrero.”(…) “Patria, con sus dos manos extendidas, pide a los cubanos y puertorriqueños su tributo para el monumento a Duarte: el tributo de los americanos a un mártir de la libertad que redime y edifica: -el tributo de la gratitud de los cubanos a la patria de los héroes que cargaron su cruz en el hombro ensangrentado, y con el casco de sus caballos fueron marcando en Cuba el camino del honor.(…) Patria, en su próximo número, abre la lista del tributo de Cuba al monumento de Duarte”.
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