junto
al corazón
El corazón es un misterio. Así lo ha sido a lo largo del tiempo en su sentido más literal, si ya no tanto desde el punto de vista de la anatomía o de la medicina, sí en su sentido metafórico. Es decir, en el de ser el continente de los sentimientos humanos, No pretendemos contar una historia del corazón desde el momento inicial de la conciencia humana hasta hoy. Aún así, imaginemos a aquella criatura humana que por primera vez fue consciente de cómo al dejar de palpitar el pecho de aquel otro ser humano que yacía a su lado, a este se le acababa el aliento. Y con él la vida. Un descubrimiento transcendental que se repetiría una y otra vez, de tal manera que quizás un día los humanos decidieron partir a la búsqueda de aquello que palpitaba allá en el pecho, y que si no lo hacía el aliento se iba y la vida desaparecía. Ese sería el primer capítulo de nuestra hipotética historia. El segundo sería el de cuando un ser humano vio el corazón de otro ser humano. Jugando con las hipótesis. Pudo ocurrir accidentalmente. Pudo haber sido una herida la que mostró por primera vez el corazón de un ser humano a otro ser humano. Tal vez no sería la primera vez que veía un corazón, quizás habría visto ya el de algunos animales de su entorno. En todo caso aquella vez sería diferente.
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En este ejercicio de imaginación tenderíamos a pensar que la herida que ha dejado el corazón a la vista a quien ahora yace sin vida se la provocó una piedra caída del alto, quizás una fiera con sus garras, si no fue algo afilado como un cuchillo que se le ha atravesado al caminar. ¿O acaso una refriega entre seres de la misma especie que ha acabado con la vida de quien yace ahí, con el corazón casi a la vista? Enorme descubrimiento. El del poder de matar a otro ser de la misma especie. El libro que estamos prologando va de la búsqueda del corazón, y va también de guerras. O quizás estaría mejor decir que este libro nos presenta un capítulo de una de las batallas más largas, duraderas y trascendentales para la Humanidad. La que libramos día a día por el Derecho a la Libre Expresión de las Ideas. Batalla con mayúsculas en la que no faltan las muertes, las víctimas y los victimarios. Perdonad pues que hablemos de guerras y batallas. Lo hacemos como aproximación a los hechos, pidiendo prestadas las palabras, a la espera de que alguien pueda definir mejor lo que este libro nos pone delante de los ojos. Hablando ya del libro en sí, seguro que a estas alturas la lectora o el lector que le haya hincado el diente a esta introducción se esté preguntando a qué viene todo esto del corazón y de su supuesto descubrimiento. Pues sencillamente a que estamos ante un libro que nos habla de esos objetos, casi siempre pero no siempre de papel, que tantas veces nos hemos puesto sobre el pecho, en el punto de cruce del meridiano del hombro izquierdo hacia la ingle del mismo costado y el paralelo de los antebrazos. Aunque no únicamente ahí. Y es por eso que nos hemos preguntado cuándo empezamos los humanos el viaje a la búsqueda del corazón, para pasar después a intentar explicarnos porqué las ponemos ahí, y no en otro lugar. Y se nos ha ocurrido lo de las guerras y los accidentes como capítulo inicial del relato de nuestro viaje a la búsqueda del corazón. Hablando de ello resulta difícil pensar que la decisión de iniciar aquel viaje al centro del pecho no fuera una decisión colectiva, largamente pensada. Pesada y sopesada. No vale decir rumiada. Eran la Humanidad.
arcanos y sinonimias
Hemos dicho Humanidad. Y qué es la Humanidad sino la suma de todas las personas, los humanos. Aunque no una pura suma. Pues bien, este libro trata también de eso que nos hace a todos parte de ese colectivo único, trata de la redes de pertenencia y de las cadenas de compromiso libre que generación tras generación nos van uniendo, de la amalgama de todo lo aprendido de lo que vimos a nuestras gentes de edad, de los vínculos que se establecen a través de los símbolos comunes, de las solidaridades en los gritos, de la larga batalla en pro de la libertad de expresión que ya antes hemos citado. Este libro trata de todo eso y de más. Trata, en fin, de
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ilusiones, de sueños y de lucha. Y ahora volvamos al corazón en carne viva y a las heridas. ¿Qué ocurrió una vez descubierto? En principio seguro que hubo que poner un nombre a aquella carne y a aquella sangre del tamaño del puño de las que dependía la vida. En euskera nos ha llegado la palabra bihotz. Bi significa dos, hotz frío. Y hasta podríamos pensar que en realidad donde ahora decimos hotz antes dijeran hots, es decir sonido. En cualquier caso bi es también la primera parte de bizi, es decir, vida. Sin tratar de buscar falsos arcanos la coincidencia nos viene como anillo al dedo para indicar que en algún momento corazón pasó a ser sinónimo de vida. Por metonimia, es decir, nombrando la función por medio del órgano. Y nos atreveríamos a decir que esto es así en cualquier idioma. Al igual que el corazón también el aliento, tan radicalmente dependiente de aquel, se hizo sinónimo de vida. Ambas palabras han recorrido senderos que la primera imaginación humana ni habría soñado, desde aquellas primeras sinonimias, siempre bifurcándose, atravesando o pasando por diversas polisemias hasta llegar a habitar un mar de metáforas.
del corazón
Joseph Conrad nos dejó escrito que la tiniebla tienen un corazón, en Heart of Darkness. El poeta Xabier Lizardi, que nos legó la inigualable expresión Bihotz-begietan, “En el corazón y en los ojos”. Y en la antigua tradición del euskera se acuñó la expresión Altzak ez du bihotzik, “El aliso carece de corazón”, para significar la falta absoluta de piedad. Qué decir de quien tiene dos corazones, del ser humano dividido. Quizás mejor eso que vivir con el corazón en puño. O como la poeta Itxaro Borda, con un cocodrilo en el lugar del corazón, cotidiano y mordiente. Por no recordar a Federiko Krutwig que ya nos avisó que “el mundo te miente, corazón”, dando por hecho que las puertas de nuestra percepción están ahí. Cómo no recordar a José María Iparragirre el bardo, divido, cantando aquello de Baina bihotzak dio, “Y sin embargo dice el corazón que...”, porque a pesar de todo el corazón dicta, ordena, sigue mandando y condenándonos a la suave esquizofrenia de todos los días. Así que el corazón se psicologiza y se escribe de corazones sencillos, de corazones rotos, de corazones que se abisman ante el arco iris, de la sinceridad que llega cuando se dice lo que haya que con el corazón y qué decir de la sublime sencillez de hablar desde el corazón o, más aún, con el corazón en la mano. Y si bien la totalidad suprema del ser humano es la que forman su corazón y su cabeza, la plaga que asola a la Humanidad, una vez más con mayúscula, es la de quienes, crueles y hasta cobardes, carecen de corazón.
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el lugar del corazón
Hace tiempo que la muerte busca el corazón como una de las vías más rápidas para acabar con los humanos, hombres y mujeres. Al menos desde que supo que ahí estaba el sostén del aliento. Así que debe mantenerse protegido. Y de eso es encarga el pecho. De ahí que quien se expone a pecho descubierto y se juega el corazón sea considerado, considerada, el súmmum del valor. Son los corajudos, las corajudas, exponiendo la coraza y bajo la coraza poniendo en riesgo el corazón. El corazón manda sobre esas personas, les dice dónde y cómo mostrar el pecho. En la batalla, en la lucha, en las escaramuzas, hablando hoy aquí de las guerras de la vida cotidiana. Que guerras hay muchas y de muchas clases. En la plaza como en el tajo, en solitario o en grupo, así en huelgas como en manifestaciones, tanto en asambleas locales como en encuentros mundiales, en cualquier lugar, sea cual sea la circunstancia, de esta manera o de aquella otra, quien muestra el pecho asume un riesgo. Así lo asumieron huelguistas de todas las épocas y lugares, así las sufragistas de su tiempo, así rebeldes y amotinadas del mundo, así, en resumen, los hombres y mujeres que algún día de su vida salieron a mostrar en el pecho qué llevaban en el corazón y lo convirtieron así en blanco de cualquier disparo. Blanco fácil las más de las veces. Aquello que se signifique objetualmente en el pecho, en ese punto de cruce entre el meridiano del corazón y los puños lanzados, se convierte instantáneamente en un símbolo. La dialéctica cabeza versus corazón, entendiendo por cabeza la capacidad de debatir y decidir, y por corazón la capacidad de llevar a la práctica lo decido tras el debate, es una de las dialécticas políticas más potentes y eficaces que puedan darse. Cabeza y corazón son dos polos de tensión cuya síntesis final sería la lucha correctamente encauzada. El corazón es el lugar de los sentimientos, del valor, de la decisión, y el pecho es el lugar donde se muestran. La mente dicta, el pecho reivindica. No nos atreveríamos a decir que este de mostrar las ideas, reivindicaciones o actitudes a través de algún símbolo o elemento colocado en el pecho sea un fenómeno universal. Es demasiado grande el universo. Sí que parece evidente que el fenómeno se halla ampliamente extendido. Una de sus manifestaciones es la de las que se han venido en llamar pegatinas, o, por evolución natural del nombre, pegatas. Evolución que vendría a demostrar que el fenómeno en sí es un ser vivo. Se trata de un fenómeno que nos sigue sorprendiendo por su vitalidad y capacidad de adaptación, como el más apto de los de su especie, en la que estarían carteles, pancartas, pintadas, insignias y un sinfín por el estilo.
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Si bien lo que realmente sorprende es que la Academia, las universidades del país en este caso, no se hayan mostrado interesadas en analizarlo con rigor y amplitud.
desde la semiótica
Observando el fenómeno desde el punto de vista de la Semiótica, lo que el objeto situado en el pecho a la altura del corazón vendría a significar se resumiría en el sintagma “He aquí lo que llevo en el corazón”, o “He aquí lo que mi corazón me dice”. Se trata de frases cortas, aunque luego habría que leer el contenido de esos “llevar” o “decir”. A modo de ejemplo, entre las primeras piezas del libro están las pegatinas de un Aberri Eguna, el de 1968, en las que en voz pasiva se nos dice dónde, cuándo y con qué lema se celebrará el acontecimiento. Remarcaremos lo de la voz pasiva porque la pegatina no se expresa hasta que alguien la muestra y ese alguien pasa a ser voz activa que proclama clara “¡Esta es mi patria!”. De manera que toda persona que se añade una pegatina al pecho, en principio ahí aunque luego como veremos se mueve a otros ámbitos, deviene sujeto. Se erige en sujeto político, en el sentido más estricto del término sujeto y también del término político. No hemos tenido la suerte de conocer a nadie que llevara en el pecho la pegatina de aquel Aberri Eguna de 1968. En aquel ambiente de represión y prohibición de toda expresión ajena al Régimen, quien mostrara aquella pegatina estaba pasando de mostrar una afirmación breve y sencilla -Esta es mi patria-, a pronunciar un discurso más complejo, automáticamente: “He aquí lo que llevo en mi corazón -y pasando del singular al plural-, lo venimos a proclamar aquí, no nos vais a asustar, no tememos a nada, ¡venga!, ¡mirad, disparad aquí!”. Y dispararon. Nos han disparado. Lo siguen haciendo a día de hoy en alguna parte del mundo. Costará, vaya que sí, que llegue el amanecer del día en que nunca más lo vuelvan a hacer. Prueba de que mostrar el pecho es otra manera de lucha. A partir de lo expuesto hasta ahora el hipotético análisis semiótico de las pegatinas debería considerar el contexto de cada una de ellas. No es lo mismo mostrar la ikurriña hoy que hacerlo en pleno franquismo. La unidad semántica, el sema, en este caso la ikurriña, es la misma en ambos contextos, mas su significado -lo que proclama- cambia del uno al otro. Por otro lado no sería un trabajo menor el de organizar y clasificar los semas o unidades semánticas empleadas en las pegatinas de Euskal Herria, y poder establecer sus frecuencias estadísticas, las diferentes sintaxis empleadas para presentarlas en unidades más complejas, sus correspondencias o la presencia de las lenguas, por ejemplo.
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Por poner un poco de luz en lo que queremos decir pondríamos como ejemplo de nuevo la ikurriña, el sema más frecuentemente empleado en esta colección que presentamos. Sin embargo intuimos que el sol antinuclear le podría hacer sombra en el periodo que abarca este primer libro. Dicho esto, nos pica la curiosidad y querríamos saber de dónde procede, quién la creó, cuándo, dónde. Nos disponemos a darles un buena batida a nuestras memorias, a la de cada cual y a la colectiva. Estamos convencidos de que este tomo, y los que vendrán, serán el punto de partida de investigaciones diversas. Por primera vez en nuestra historia aportamos el material imprescindible y necesario para profundizar en el conocimiento del fenómeno. Además de la gran labor de juntar los materiales se ha puesto empeño especial en el orden en que deberían ser presentados. Esperamos haber acertado. No era fácil. De hecho escribimos este prólogo con un cierto pudor, conscientes del gran vacío del que partimos, a la espera de las críticas, eso sobre todo, pero también de las aportaciones tanto materiales como teóricas o de testimonios propios que nos permitan mejorar en la siguiente entrega.
ceremonias
Dejando a un lado el futuro, en este libro se tratará de mostrar el recorrido que el objeto en sí ha tenido en nuestro país. Presentando el material ordenado tanto cronológicamente como por temas pretendemos hacer historia. De paso nos preguntamos cuándo fue que el corazón pegó el salto del interior de la coraza torácica y se situó, aunque no fuera más que simbólicamente, sobre el pecho. Seguramente en algún momento alguien sintió la necesidad de sobreponer a su pecho, sobre el lado del corazón, aunque quizás no siempre ahí, algo que le dotara de un cierto poder. O bien algo que influyera en su mente, en su condición física, en alguna dimensión de la realidad, y le protegiera. Pudo ser eso que hoy en día llamamos amuleto. El tema de los amuletos, kuttun en euskera, es muy tentador. Al menos entre nosotras, gentes de este país en el que tanto abundan. Aún hoy en día. Ahí están las madres recién paridas que reciben de manos de su propia madre el kuttun de Doniene -San Juan en Bermeo-, pongamos por ejemplo, e inmediatamente se lo ponen a su criatura. Una costumbre de raíz pagana, sin duda, que la Iglesia Católica oficial persiguió con ahínco. Sin embargo la misma institución promocionó los escapularios, difíciles de distinguir de los amuletos como el arriba citado de Doniene.
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El propio Miguel Unamuno en su novela Paz en la guerra describe la pieza que uno de los protagonistas, combatiente, porta sobre el pecho y en el lado del corazón. Se trata del en su día tan conocido “¡Detente bala!”, un amuleto, bordado y cosido a la ropa de los combatientes por sus hermanas, madres, esposas o hijas, y bendecido con solemnidad y ceremonia propia por la Iglesia Católica. En todo caso no estamos en condiciones de asegurar que los amuletos fueran los primeros elementos situados en el pecho, sobre el corazón. En este sentido porqué no pensar que tal vez tatuajes, pinturas, marcas e incluso máscaras fueran utilizados antes que los amuletos. Entre nosotros y nosotras el uso del tatuaje se ha trivializado de tal manera que se ha hecho ligero, aunque no volátil, ha perdido casi toda su densidad antropológica. En cuanto a la sacralidad ceremonial que se les suponía a tales artefactos, la única ceremonia hoy visible parece ser la de acudir al propio templo, el taller, y dejarse hacer. Aunque sospechamos que puedan darse ceremonias que desconocemos. Tampoco negamos que la persona tatuada tenga sus propios valores y su cosmovisión, en la que incluya los “tatus”. Queremos decir que son novedades de última generación, de raíces culturales débiles, tan sometidas a la moda como cualquier otra mercancía de consumo masivo. Volviendo a la prehistoria, nos quedan las máscaras. Provisionales y de quita y pon, en ese sentido compartirían dos de las características de las modernas pegatinas En cuanto a los amuletos, hay quien una vez que se lo pusieron nada más nacer ya jamás se lo ha quitado. Tampoco nos cabe duda que a lo largo y ancho del mundo hay quienes llevan alguna especie actual de aquellos “¡Detente bala!” de antaño. A fin de cuentas no será tan difícil como borrar un tatuaje pero no debe ser sencillo quitarse de encima objetos que han demostrado tener algún poder sobrenatural. En este sentido cabe hablar de que quienes vienen de participar en manifestaciones, mítines, huelgas o algún otro ritual colectivo, en el que han gritado consignas, se han agarrado del hombro, han danzado y gritado, portando como símbolo de unión una misma pegatina, una vez fuera de ese contexto tienen o pueden tener dificultades para quitarse dicha pegatina. No es fácil. Suele producir como un vértigo post, un horror vacui. Como si acaso al desgajar la pegatina perdiéramos un resto de poder mágico. Y es que pensamos que existen rituales para ponerse la pegatina, según cuál y dónde, y que existen rituales para deshacernos de ella. Cuántas veces una prenda se ha quedado durante días y hasta meses sin pasar por la lavadora porque no podíamos soportar tener que quitarle la pegatina. Ceremonias y rituales de las pegatinas sería un posible título para un trabajo de campo sobre el fenómeno.
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de las ceremonias
Antes hemos pasado de los relatos a las ceremonias y ahora deberíamos pasar de las ceremonias a la historia para
a la historia
tratar de fijar el momento en el que el pecho a la altura del corazón pasó a ser el lugar del honor. Y tomamos la palabra honor a propósito, ya que ese lugar ha sido reivindicado en uniformes, hábitos, etc., en diferentes épocas y contextos, tanto por parte de militares, policías u otros del estilo, como por instituciones del ámbito de la magia y la religión. En el contexto propio del país tenemos en principio a la Iglesia Católica Apostólica Romana, con sus atuendos y hábitos, algunos en desuso, en los que el lugar del corazón aparece ocupado por símbolos. Entre todos ellos, cabe destacar el de ocupar el pecho alguna imagen de corazón. Dejando a un lado la enorme hipérbole que trazan mediante esa ocupación, cabe recordar que el Corazón de Jesús en algún momento de su historia pasó a ser una de las imágenes más potentes del catolicismo. Más aún, dicho corazón fue adornado con algunos elementos que simbolizan el sufrimiento, de manera que a la hipérbole anterior se le añade otra que pretende decirnos, como si no la supiéramos, que en aquel residen la capacidad de sufrimiento y la compasión. De esa manera doblemente hiperbólica el imaginario del Catolicismo Romano redujo el corazón a sede del dolor. Como variante femenina de la doble hipérbole del Corazón de Jesús tendríamos la imagen de esa mujer cuyo corazón se nos presenta atravesado por siete espadas, visible sobre el pecho. Hablamos de la Virgen María, en la versión de Nuestra Señora de los Dolores. Comúnmente esas mismas imágenes del corazón ardiendo, herido, atravesado por espadas y otras por el estilo aparecen cosidas en los uniformes de chicos y chicas estudiantes de centros de enseñanza con ideario. Por extensión también los vemos en infinidad de equipos de deportes, siempre a la altura del corazón, suponemos que como símbolo de honor, que no de dolor. También otras órdenes, como las de caballería, hicieron de ese el lugar del honor, las más de las veces situando sobre el mismo alguna variante de la cruz. La cruz, sí, que junto con el fuego y la espada forma la trinidad de símbolos que resumen el mensaje central de que quien se entregue a la fe en Cristo deberá estar dispuesto a sufrir en su corazón las mayores penas y tormentos que representarse puedan. Incidiendo en lo del lugar del honor, las instituciones militares lo ocuparon y ocupan con insignias, medallas y otros objetos que denotarían a qué arma pertenece el portador, y recientemente también la portadora, su lugar jerárquico, sus méritos, etc. Aunque a veces ocurre que tales objetos ocupan ambos lados del pecho, no sabemos si por necesidad de espacio.
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Para el poder en general ese lugar, además de lugar del honor, es el lugar de donde se significan la autoridad y el orden. Pensemos en las placas de sheriff de las películas. Tampoco podemos olvidar que ese lugar puede ser también el lugar de la ignominia. Por imposición. Basta con recordar el caso de los prisioneros de los campos de concentración nazis, a los que se les cosía un símbolo ad hoc en el uniforme. Mas en este sentido no solo deberíamos hablar del Nazismo, pues podríamos irnos divagando por los cerros de la Historia Universal de la Ignominia. Pretendíamos simplemente señalar que cierta relaciones de poder e incluso de hegemonía ideológica también se reflejan en el lugar del corazón, faltaría más. Tampoco podemos olvidar que el lugar del valor y del honor ha sido ocupado por los escudos de armas, tanto de las ya citadas instituciones militares como por otras de la sociedad civil. También hemos citado las deportivas, no así las corporativas de ámbitos como la justicia, las leyes, la universidad y tantas más. Siempre como muestra de pertenencia y fidelidad, virtudes que tendrían en el corazón su lugar natural. Con todo, el lugar puede ser también colonizado. No hace falta que lo digamos aquí, salta a al vista que el gran fantasma todopoderoso llamado Leyes del Mercado se ha apoderado del lugar del valor, del honor y de todo eso. Lo ha colonizado, sin más. Ya lo hizo Lacoste, que puso ahí su cocodrilo antes que la poeta nos dijera que ella también tenía uno en el corazón. La empresa venía a decirnos que su marca era esa de ahí y que por lucir el inconfundible cocodrilo se tenía que pagar un plus de calidad. No es más que un ejemplo de los muchos que podríamos citar para ilustrar la trivialización de ese lugar junto al corazón. Aunque quizás deberíamos haber puesto de ejemplo algo más de casa, como una cola de ballena.
sujeto político
Llegados a este punto cabe observar que una gran parte de los símbolos que hemos descrito o citado como ocupantes de ese lugar junto al corazón muestran tener vocación de permanencia. Así, será difícil que quien, a modo de ejemplo, lleve en el pecho la insignia o distintivo de la Orden de la Pasión del Corazón de Jesús vayan a prestar ese espacio a otro objeto similar. Son por tanto objetos portadores de una única frase, en el caso que hemos puesto de ejemplo “pertenezco a esto y lo muestro en este lugar”. Algo absolutamente opuesto a lo que viene ocurriendo el último medio siglo en el fenómeno de las pegatinas. Las pegatinas aparecen como objetos unitarios, diferentes entre sí y que se pueden tanto intercalar en el tiempo como combinarlas, según la voluntad de quien las lleve. Permiten por tanto construir discursos bastante más complejos que los objetos que hemos visto. Dentro de una lógica muy sencilla y es que las
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identidades que reivindican las pegatinas son diversas y pueden ser compatibles en un mismo sujeto. Identidades sociales o políticas, tanto nacionales como de clase, condición o sexo, así como otras, pueden ser compatibles y hacerse patentes en un mismo acto. Ya no hablamos de únicamente sufragista, únicamente fraile, únicamente esto o lo otro; hablamos de una complejidad de identidades y disidencias quizás única en la historia. Pensemos en las pegatas que llevamos permanentemente en el cristal trasero de nuestro coche, la del euskera, la antinuclear, la de apoyo al equipo del barrio; hoy llevamos en el pecho la del Primero de Mayo y las chicas además la de su propia militancia; no nos hemos olvidado del “Presoak etxera”, en el bolsillo trasero del pantalón; caben más, muchas más, al mismo tiempo y sobre la misma persona sujeto de un discurso complejo. Desde el punto de vista de la Semiótica nos enfrentamos a discursos densos, al tiempo que flexibles hasta la paradoja, susceptibles de asumir matices y plantear incluso dilemas. En nuestra opinión las propias características físicas e históricas de las pegatinas son las que más hacen porque esos discursos puedan ser puestos en pie. Características dependientes del grado de desarrollo de las condiciones materiales de producción y de desarrollo científico, así como del grado de desarrollo de la conciencia política y social de cada momento del fenómeno, como diríamos hablando en términos de teoría marxista. Creemos estar en lo correcto cuando planteamos, como lo hacemos ahora, un estudio del fenómeno en términos políticos. Todo lo que atañe al sujeto político, hombre y mujer individuales o colectivos, es político; desde las fiestas y celebraciones hasta las manifestaciones y huelgas, todo.
evolución de los medios técnicos
Una clave para entender el fenómeno que venimos tratando es pura y simplemente la de cómo sujetar al pecho eso que pretendemos mostrar. Coser el objeto sería fácil. No necesitaríamos más que aguja e hilo. También la aguja en sí, sin hilo, serviría. Si fuera un imperdible tanto mejor, pues como su nombre dice no es tan fácil de perder como la aguja corriente. El imperdible se inventó en el siglo XIX, si bien ya en la Época Clásica para unir prendas entres sí se utilizaban también agujas, llamadas fíbulas. Cabe recordar que por entonces no existía el botón. Pues bien, fue en 1849, en plena Revolución Industrial, cuando Walter Hunt patentó el imperdible, que a su vez provocó otra revolución, esta en la vida cotidiana. Cualquier prenda de vestir podía ser añadida a otra, sin necesidad de coserlas. No había ya nada que no se pudiera colgar en el pecho.
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Tan antiguos como las agujas tal vez, también los botones empezaron a usarse con cierta normalidad a partir del XIX. Elaborados en un principio a mano, resultaban caros, por lo que su difusión quedó limitada a las clases sociales altas. Su producción industrial comenzó hacia 1930. Resumiendo, cualquier objeto que se pretendiese colgar o adherirse en el pecho habría de ser cosido, o sujetado por medio de imperdible o botón. La pegatina moderna no pudo abrirse camino hasta que se inventó la cola de pegar adecuada y se pudo renunciar a agujas, botones e hilos. Su primer antecedente directo fue el sello de correos o postal adhesivo, o de pegar. El primer sello postal adhesivo de la historia fue el conocido como Penny Black, distribuido y usado a partir del 6 de mayo de 1840. Tuvo su origen en la propuesta de Reforma del Servicio de Correos (Post Office Reform) hecha por Rowland Hill a la Cámara de los Comunes británica. Aquel primer sello postal británico sirvió de modelo a todos los adhesivos o pegatinas posteriores. Se trataba de fijar una cola en el reverso del objeto y ya no quedaba más que poder imprimir con libertad en el anverso. Eso comenzaría a ocurrir con la ampliación de mercados provocada por la Revolución Industrial y el surgimiento de nuevas necesidades comerciales. Así, están los que creen que el invento fue creado en la década de 1880 por los mayoristas de alimentación europeos a partir de la práctica de pintar directamente sobre las cajas de fruta y debido a una emergente economía en crecimiento que exigió la identificación. Dejando a un lado otros detalles, no parece que la idea fuera nueva, ya que en el Antiguo Egipto los comerciantes utilizaban adhesivos parecidos para mostrar sus listas de precios. Al parecer utilizaban una especie de papel temprano, adherido con algún pegamento procedente de materiales vegetales o animales. También aquí en casa los primeros ejemplos de aparición del fenómeno son pegatinas producidas siguiendo el modelo del sello, con todas sus consecuencias. Y es que para que aquellas proto-pegatinas pudieran adherirse a algo había que mojar la cola seca que portaban, normalmente con saliva, lo que al de varías veces producía cierto colocón, según testimonio de un trabajador de la fábrica Luzuriaga de Tafalla, que ha conservado tanto alguna pegatina como el recuerdo de los efectos de su uso. Aquellas primeras pegatinas artesanales de 1975 que citamos a modo de ejemplo estaban impresas de una en una y así habían también de cortarse, lo que indicaba que el factor subjetivo, es decir, la conciencia y la voluntad de una praxis concreta ya estaban presentes. Cuando se dieron los factores objetivos suficientes, es decir, cuando la producción y distribución de pegatinas se hizo técnicamente sencilla el fenómeno explotó como un volcán.
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En aquella explosión tuvo mucho que ver la solución técnica dada a la dificultad de trabajar con colas de pegamento. Fue en Estados Unidos donde dieron con ello, cuando comenzaron a producir adhesivos cuyo pegamento, que no necesitaba ser humedecido, venía de la misma imprenta cubierto de una capa de silicona fácil de retirar. Ocurrió hacia 1933 y el padre del invento al parecer fue Robert Stanton Avery. Superadas así las dificultades técnicas que impedían su difusión masiva, las posibilidades y oportunidades de las pegatinas se multiplicaron milagrosamente. El nuevo adhesivo se extendió en primer lugar por los Estados Unidos de América. En principio lo utilizaron las fuerzas que se oponían a que aquellos entraran en la Segunda Guerra Mundial, quienes en cierta manera popularizaron su uso, si bien tuvo que se otra guerra, la de Vietnam, la que extendiera su uso masivo entre quienes se oponían a la misma. Ese uso se saltó rápidamente a Europa y sobra decir que el milagro provocado por la silicona no nos llegó tan rápido, al menos a Hego Euskal Herria. El motivo principal, la Dictadura franquista. Como hemos apuntado más arriba, cada coyuntura ha de ser tomada como un factor objetivo determinante a la hora de analizar el fenómeno.
guerrilla
Las pegatinas comparten algunos de las rasgos característicos de la guerra de guerrilla. De hecho consideramos que entre los factores que explicarían el éxito del fenómeno de las pegatinas estarían precisamente las características físicas objetivas del objeto en sí, su relación con la lucha que plantearían. Las pegatinas casi carecen de peso. Lo que quiere decir que son fácilmente transportables. Y debido a su pequeño tamaño gozan de una gran capacidad de infiltración. Además de eso, convenientemente extendidas pueden cumplir las funciones de su hermana más grande, la pancarta, si bien son más fáciles de ocultar, dado su tamaño. Ligeras, transportables, infiltrables, ocultables, he ahí cuatro cualidades de las pegatinas que recuerdan las armas de la guerra de guerrillas. De entre las características de nuestro objeto de estudio, la accesibilidad merecería capítulo aparte. Susceptible de pasar al otro lado de las líneas, hasta territorio hostil, hemos visto pegatinas a favor de las fiestas populares cubrir la puerta del alcalde, como hemos vistos los carros de los picoletos plagados de ikurriñas, así como las de estudiantes llamando a la huelga en las paredes del claustro, o las de libertad para los presos en la Audiencia Nacional, por citar unos cuantos ejemplos. Ejemplos que recuerdan la lucha por la legalización de la ikurriña, en la que la enseña podía mostrarse en los lugares más difíciles e inesperados. Así que podríamos hablar de ubicuidad. Y de destructibilidad, no lo olvidemos. Una pegatina se destruye fácilmente, hasta se la
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puede hacer desaparecer tragándosela. No faltan quienes se han visto obligados y obligadas a tragarse alguna a la fuerza.. Mas dejando a un lado al menos por el momento las características físicas del objeto en sí querríamos fijar nuestra atención en el hecho de que una parte importante de quienes participan en el fenómeno de las pegatinas adquieren algunas de las cualidades fundamentales del guerrillero, o guerrillera. En primer lugar la de constituirse como sujeto propio. Entre los aspectos que cabría destacar en el perfil de quienes se erigen en sujeto propio activo en el fenómeno de las pegatinas cabría señalar la auto-organización, la capacidad para actuar tanto en solitario con en pequeños grupos, una cierta autonomía para hacerse con los recursos necesarios para la acción, la capacidad de decidir los mensajes adheridos, el control sobre los aspectos prácticos de la acción a llevar a cabo y, en general, una gran descentralización. Características todas ellas del guerrillero, la guerrillera. Otra de las características de la guerrilla que las pegatinas también presentan sería la de que la idea del objeto, como tal idea al menos, le ha sido requisada al oponente. Retomando el hilo de lo ya más arriba apuntado, de la misma manera que comerciantes y vendedores se pusieron a etiquetar sus productos, pronto otras áreas del mercado, como las de la farmacéutica, pasaron a etiquetar frascos, botellas y recipientes en general a fin de responder a la demanda de orden e información, en este caso de los pacientes, para lo que se usará la litografía. Después les llegó el turno a un sinfín de objetos, como botellas de bebidas, letreros de tiendas o traseras de automóviles. Y por fin los soportes que en principio habían sido pensados para el mercado fueron secuestrados y traídos hasta el lado del corazón. Eso sí, cargados de mensajes nuevos, libres, no comerciales. Y si por último dijéramos que las pegatinas se han utilizado, como se siguen utilizando, para recaudar dinero, aquí sí que no estaríamos hablando de métodos guerrilleros de requisa de fondos. Tanto partidos como sindicatos, grupos deportivos u organizaciones no gubernamentales, han recurrido a ellas. Quién no se ha puesto junto al corazón el pedacito de papel de la lucha contra esa enfermedad a cambio de la voluntad. Todavía recordamos nuestras primeras regatas de traineras en las que los cantones y entradas al puerto, a las que no había forma de poner barreras, ni falta que hacía, se convertían en taquillas ambulantes y la pegatina del club indicaba que ya te habías solidarizado. El ejemplo de las regatas en un campo abierto al que nadie puede poner puertas, pero que sin embargo se abre a la voluntad de participación libre de las personas, nos recuerda que seguimos soñando con utopías. Las
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soñamos hoy para no tener que soñarlas mañana, para que dejen de serlas. Porque si algo ha sido hasta hoy el fenómeno de las pegatinas es un movimiento de utopistas y soñadores, soñadoras, tanto de lucha como de reivindicación de todo lo lúdico, un inmenso placer en sí mismo. Cuánta diversión creando pegatinas a favor de causas que nadie hubiera imaginado. Qué gusto ir andando de fiesta en fiesta con las pegatas en el pecho o la nalga, dónde no, que desde que nacieron aprendieron a volar. Libres. Por eso cuando decimos que constituyen un fenómeno político lo hacemos a propósito, plenamente conscientes de que en la política entra la salud, el ocio, el deporte, las fiestas, todo. Centrándonos en lo que comúnmente se entiende como el ámbito estricto de la política, ya hemos dejado escrito que cada pegatina ha de ser entendida en el contexto político en que fue creada. Si lo remarcamos ahora es porque en esta primera entrega abarcaremos el periodo de tiempo que va desde las primeras pegatinas que han llegado a nuestra manos hasta 1979, año en el que todavía trataban de sacar adelante la Reforma Política del Reino de España. Recordemos que la Constitución del Reino de España entró en vigor en 1978 y que al año siguiente, en octubre de 1979, se aprobó el Estatuto de Autonomía de la Comunidad Autónoma del País Vasco. Por lo tanto se podría decir que en el tiempo cronológico que abarca este tomo se dan dos contextos del fenómeno de las pegatinas. En concreto, los del Franquismo y el Post-Franquismo, o, jugando con la letra D, los de la Dictadura y la Democracia. Mas no sería objetivamente correcto, fiel a la historia y al suceder de los hechos plantearlo así. Es cierto que en el primer contexto, el del Franquismo, nada que se oponga al Régimen está permitido, ni siquiera las pegatinas, salvo alguna excepción. Decir a continuación que en el segundo contexto, el de Reforma, todo habría estado permitido sería un relato nada fiel a la verdad. Los muros que tenían presa a la libertad de expresión no cayeron de repente como consecuencia de un terremoto que se habría producido a la muerte de Franco, el dictador. Si algo hizo temblar al Régimen y abrir fisuras en aquellos muros de silencio fueron los gritos en la calle y en los tajos a favor de la libertad. La libertad de expresión se fue logrando luchando por cada palmo de terreno y tan es así que ha día de hoy su bandera sigue sin coronar algunas cumbres y sin poder ser paseada por todos los lugares del Reino. Hablando de la libertad de expresión, en los tiempos en los que todas las formas y vías de lucha, tanto las políticas como las sociales o económicas eran evidentemente clandestinas, hablamos del Franquismo, las ikurriñas aparecían colgadas en cables de alta tensión, las pintadas tomaban los lugares más inverosímiles, las revistas
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y hojas de agitación se imprimían a oscuras, durante las jornadas de lucha se colocaban barricadas y los grupos u organizaciones llevaban a cabo acciones armadas, por citar algunos de los aspectos de la realidad de la época. Se trataba de acciones arriesgadas, llevadas a cabo por medio de materiales pesados, difíciles de ocultar y algunas de ellas podían tener además consecuencias fatales en caso de error, no citaremos ejemplos. Además los medios de propaganda y lucha no se encontraban al alcance de cualquiera. Se necesitaban imprentas, pisos, lonjas, garajes, escondites y en general infraestructuras similares, además de los medios tanto humanos como físicos imprescindibles para transportar o cambiar de lugar los medios materiales que venimos citando. En definitiva, se exigían niveles de organización, estructuración y compromiso militante acordes a la presión ejercida por la Dictadura. Aquellos medios, además de caros eran en cierta manera fáciles de detectar. Se convertían en objetivo prioritario de la represión y más de una vez fueron utilizados como trampa para atrapar a militantes. No cabe olvidar, sin embargo, que el efecto que se obtenía podía llegar a ser de un nivel de eficacia tan alto como los riesgos que se asumían. Más ligeras, más ocultables, más accesibles, más fungibles, las pegatinas también estaban en el punto de mira de la represión. A ver quién tenía arrestos para pasearse con una en el pecho. De hecho, y dejando a un lado las del estilo de las citadas de Luzuriaga, las primeras se fabricaron fuera de Hego Euskal Herria. Volviendo a los años tras la muerte de Franco, no hubo terremoto alguno que acabara de una vez por todas con la fortaleza de la represión. Llegó, eso sí, la legalización de partidos y sindicatos históricos y se extendió la idea de que ya todos eran legales, si bien algunos de los nuevos quedaron fuera. Los gritos a favor de la amnistía se hicieron clamor y durante un lapso de tiempo en las cárceles del Reino de España no hubo ni una vasca, ni un vasco, encarcelado por lo que venimos en llamar motivos políticos, sin que queramos entrar en el debate sobre si esos, esas, que llamamos comunes no son también políticos. En el caso de estos, estas, las cárceles nunca se vaciaron. En los otros casos el vaciado no fue por mucho tiempo. Con algunos de los conflictos históricos sin resolver se presentaron otros nuevos, como los relacionados con el uso de la energía nuclear; las mujeres se reclamaban sujetos activas de su propia identidad; en los pueblos el pueblo reclamaba fiestas populares; en el terreno de las costumbres se dieron temblores de tierra tan intensos como los producidos por el paso firme con el que las identidades de sexo y género se fueron
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haciendo presentes; igual que las calles y las plazas se fueron inundando día y noche de música de todos los géneros y estilos creada y producida aquí, haciendo el “Bai euskarari” (Sí al euskara) realidad cantada; el lema “Zazpiak bat!” (¡Unidad de los siete territorios!) ocupó el lugar del corazón; el deporte del país producía admiración; el mar se llenó de remeros y remeras y las orillas de gentes entusiastas; en cada rincón nació una asociación deportiva; los maratones convocaban multitudes. Se diría que Euskal Herria caminaba a buen paso, particularmente desde que se llevó a cabo la Marcha de la Libertad hasta que llegaron las Korrika, o carreras populares por el euskera. Y así fue que en pechos y paredes, en vallas y postes de luz, en coches y caminos, en rincones y más rincones, pulularon las pegatinas, al de poco de nacer ya familiarmente llamadas “pegatas”. Consecuencia lógica de que cada vez que se planteara llevar a cabo alguna de las iniciativas que hemos reseñado en el párrafo anterior casi lo primero que se decía fuera aquello de “Habrá que sacar pegatas”. Antes, llevados por la lógica del relato, hemos citado la Korrika, cuya primera edición tuvo lugar en 1980, por lo que queda fuera de este tomo, que termina en 1979. Es el primero de una serie en la que los siguientes abarcarán sendos periodos de diez años cada uno. Es muy posible que quien tome este libro en sus manos, bien como lector o lectora con interés por el tema o bien como profesional de la sociología, la historia o el arte, por ejemplo, encuentre fallos, vacíos y hasta errores. Necesitamos que nos lo hagan saber. La que contamos es una historia colectiva, parte de nuestra memoria, abierta a todos y a todas. Cuéntanos aquello que te pasó aquella vez, lo que sueles contar en tertulias, en el txoko, poteando. “¿No te acuerdas aquella vez que...?”
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Quién no se acuerda de su primera pegatina, de aquella vez que alguna anécdota impagable la deja adherida por siempre en los muros de la memoria. Pero como colectivo han sido tantas que parece increíble que alguien haya guardado y ordenado las que ahora presentamos, y aún más que han quedado pendientes de poder ser expuestas en otros soportes. La colección y por tanto esta serie han sido posibles gracias a a personas que cuando vieron que aparecieron las primeras pegatinas intuyeron que se acercaba la ola y quisieron guardar una gota de cada una de aquellas que la iban a conformar. ¿Profetas? ¿Adivinas? Fueran lo que fueran, es gracias a ellas que hoy disfrutamos de una visión panorámica de la gran ola, del fenómeno, digamos.
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No se trata de coleccionistas miembros de ninguna academia o museo institucional. Como nos dice un coleccionista medio en serio medio en broma, jugando con el significado de ero en euskera (loco o loca): “Yo soy el pegatin-ero”. Se erigieron en sujetos coleccionando pegatinas y ahora su labor nos muestra uno de los aspectos del sujeto político que es nuestro país, de su construcción y devenir. Agradecemos, pues, a locos y locas su labor. Son igualmente dignos de elogio, si no más, los trabajadores y trabajadoras de las imprentas que se jugaban lo que se jugaban y además guardaron ejemplares de lo que produjeron. Gente comprometida que a veces recibía visitas sin cita previa. Lo iremos contando. Si lo hemos hecho bien o no, ya nos lo haréis saber. De lo que nos cabe duda es de que mejor o peor llevado a cabo este trabajo dará para muchos otros trabajos, para estudios más o menos sesudos o análisis más o menos cuerdos o más o menos locos. Ahora lo que necesitamos es esta clase de locura. Que no pare el fenómeno de las pegatinas, que queda camino por recorrer y hay que señalar dónde tenemos el corazón. Para ir juntos. Para no perdernos. Que ya vendrán luego gentes más cuerdas, ojalá. Edorta Jiménez Ormaetxea
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