La Voz del Dios Santo

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CONTENIDO

La misión de EDITORIAL VIDA es proporcionar los recursos necesarios a fin de alcanzar a las personas para Jesucristo y ayudarlas a crecer en su fe.

ex libris eltropical LA VOZ DEL DIOS SANTO Edición en español publicada por Editorial Vida - 2007 © 2007 EDITORIAL VIDA MiaIlli, Florida Publicado en inglés con el título: GOd HtLJ Spoken por Hodder & Stoughton © 1979 por J. I. Packer Traducción: Juan RoJtu Mayo Edición: &IJÍM d RoJÍM Editare», [nc. Diseño de cubierta: Cathy Spee Diseño interior: Rojas d Roja» Editore.J, lnc: Reservados todos los derechos. A menos que se indique lo contrario. el texto bíblico se tomó de la Santa Biblia Nueva Versión Internacional. © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional. ISBN-lO: 0-8297-4827-X ISBN-I3: 978-0-8297-4827-7 Categoría: RELIGIÓN/Vida cristiana/Crecimiento espiritual Impreso en Estados Unidos de América Printed in the United States of America 070809 10 .,. 1098765432 1

Prólogo (200S)

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Prólogo (1993)

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1. Introducción (1979)

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2. La palabra perdida

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3. La Palabra de Dios hablada (1)

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4. La Palabra de Dios hablada (11)

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S. La Palabra de Dios escrita

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6. La Palabra de Dios oída

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Not~s

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Apendice 1: La declaración de Chicago sobre la inerrancia bíblica (1978)

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Apéndice II: La declaración de Chicago sobre hermenéutica bíblica (1982)

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Sugerencias para lecturas posteriores

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A rru» coleqa» de Tynda!e HaLL y Trinity Colleqe, Brutol 1970-79 con afecto y agradecimiento

PRÓLOGO (2005) Se me ha pedido e~cribir algo a manera de presentación para esta nueva edición de La voz del Dios eanto, No hay mucho que pueda añadir a lo dicho en el prólogo de 1993 ya la introducción de 1979 y, por supuesto, al texto en sí, con sus dos apéndices importantes. Cuarenta años después de haber escrito la mayor parte de lo que está allí ahora, sólo puedo decir que pienso que por la gracia de Dios me salió bien y que todavía estoy de acuerdo con todo su contenido. Mi esperanza era que, como un acompañamiento a mi primer libro sobre las Escrituras, Fundamentalum. and tbe Word o/ God, este artículo llevaría a la gente directamente a estudiar la Bibliay responder más de todo corazón a la verdad acerca de Dios de lo que su estudio revelara. Mi esperanza presente y oración es que esto ocurra a medida que las nubes se amontonan y el mundo continúa apretando a la Iglesia cada vez con más fuerza en la forma en que lo hace hoy. Por lo tanto hago algunas sugerencias respecto a la forma en que este libro pudiera utilizarse. Los predicadored no van a encontrar mucho de lo que de alguna forma u otra ya conocen, pero hojear este libro quizá renueve su entusiasmo en cuanto al privilegio asombroso que es suyo: hablar de parte de Dios, ampliando y aplicando su Palabra en su nombre. Los edtudianted de teolofta pueden encontrar aquí un estudio de los principales puntos de conversación acerca de la Biblia sobre los que ellos necesitan tener claridad. Desde 1965, cuando apareció la primera edición, mucho se ha discutido sobre los detalles de los conceptos que expresé, pero nada sustancial ha ocurrido para alterarlos en lo básico, tomando en cuenta que un estudio puede ayudar a mantener la perspectiva de la madera entre los árboles. Pienso que los grupOd en las iglediad encontrarán en este un buen libro con el cual trabajar; yo lo hallo claro y clarificador, como quise que fuera y lo cierto es que hay mucha gente de


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iglesia que no están muy seguros de lo que creen sobre la revelación y la Biblia. Mientras armaba La Voz del Dios Santo abordaba esta situación y, tenía más deseo de que los laicos pudieran tomar nota de mi libro más que los eruditos. Esa sigue siendo mi esperanza. Estoy confiado de que los cristianos in(JivlJua!ed que lean La voz(JeL Diod «anto sentirán fortalecido su sentido de aplicación de la Palabra a sus conciencias; y profundizada su percepción de cómo la aplicación funciona por lo que aquí está escrito. Entonces, pequeño libro, sal fuera de nuevo y, con la bendición de Dios, edifica la familia del Señor en el lugar preciso y hasta el punto en el cual más te necesiten. Y que toda la gloria sea Suya.

J. 1. P. Regent College, Vancouver Enero de 2005.

PRÓLOGO (1993) Mientras más envejezco, lo que más quiero es cantar mi fe y lograr que otros la canten conmigo. La teología, como siempre les digo a mis estudiantes, es para hacer doxología: La primera cosa que hay que hacer es convertirla en alabanza y así honrar al Dios que es su tema, el Dios en cuya presencia y con cuya ayuda todo se resolvió. El llamado de Pablo a cantar y hacer música en el corazón para el Señor es un mensaje para teólogos al igual que para otras personas (Ef 5: 19). Las teologías que no se pueden cantar (u orar para el caso) están mal a un nivel profundo, y tales teologías me dejan descorazonado en ambos sentidos: con frío en las venas y desinteresado. Consideraría trágico si este libro dejara tal impresión en algún lector. Solicito, por consiguiente, que sus contenidos, los cuáles son ciertamente teología, sean recibidos ante todo como contenidos para la alabanza, aunque mi temática se presenta en la forma de un sermón extendido y con cierto tono de apremio. Mi meta principal en estas páginas es celebrar la dádiva de Dios de la verdad revelada acerca de sí mismo, a través de la cual encontramos comunión con él, recibimos salvación y aprendemos a vivir. Me encantaría que el libro lo entendieran como un eco y apoyo a dos himnos que reproduzco aquí para la meditación de mis lectores. (Las letras itálicas - ¿es necesario decirlo? - son añadiduras mías.) La primera parte data de 1953, doce años antes de la primera edición de este libro. Es algo así:

Dios ha ha6fa{)o por sus profetas, Con su palabra inmutable, Cada uno de una época a otra proclamando Al único justo Señor y Dios. En medio de la desesperanza y confusión del mundo Ancla firme que aun se planta, Dios el Rey, de trono eterno,


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Dios el primero y Dios el final.

DÜJd ha hablado por Jesucristo, Cristo, el Hijo eterno, Resplandor de la gloria del Padre, Con el Padre siempre uno; Ha hablado por la Palabra encarnada, Dios de Dios, la era del tiempo comenzó, Luz de Luz, que a la tierra descendió, Hombre, que revela Dios al hombre.

Dios aun habla por su Espíritu Santo Hacia los corazones de hombres, En la era del tiempo donde la palabra explica El evangelio del mismo Dios, ahora igual que entonces; A través del surgimiento y caída de naciones Una certeza de la fe aun permanece en pie, El Dios eterno, su palabra inmutable, Dios el primero y Dios el final. El segundo himno, escrito por Charles Wesley en el primer calor del gran despertar evangélico de Inglaterra hace dos siglos y medio, es más conocido.

i Oh, que tuviera lenguas mil Del Redentor cantar La gloria de mi Dios y Rey Los triunfos de su amor! Bendito mi Señor y Dios, Te quiero proclamar; Decir al mundo en derredor Tu nombre sin igual. El quebranta el poder del pecado cancelado,

y libera al cautivo: Su sangre puede hacer al más inmundo limpio; Su sangre es el beneficio mío. Dulce es tu nombre para mí,

PRÓLOGO (1993)

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Pues quita mi temor; En él halla salud y paz El pobre pecador. Rompe cadenas del pecar; Al preso librará; Su sangre limpia al ser más vil. i Gloria a Dios, soy limpio ya! Permítanme decir sin ambages que mi meta al escribir sobre el hecho y el proceso de la revelación es aclarar la manera de captar las realidades que han sido reveladas: el conocimiento de Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en la creación, en la retención, en la regeneración yen la edificación de la Iglesia. Aquí están las fuentes de la vida cristiana, las cuales los predicadores deben aplicarse con fuerza a proclamar para la gloria de Dios y el bien de las almas. Las incertidumbres modernas sobre la revelación han tenido el efecto de represar esas fuentes. Es mi esperanza y oración que este libro ayude a desbloquearlas.

Un libro que ha crecido Un gato, dice un proverbio chino, puede mirar a un rey. Los lectores con discernimiento habrán identificado ya que conforme escribo este prólogo tengo a un rey en la mira, uno que verdaderamente puede ser llamado rey: Juan Calvino, quien en los cuatro libros de la edición final de su Institucidnde la reLigión cristiana disertó sobre la creación, la redención, la vida regenerada y la Iglesia, en ese orden, y cuya pasión por la gloria y la alabanza a Dios brilló a través de cada párrafo. En mi calidad de gato observador siento cierta identificación con Calvino. En primer lugar creo que la sustancia de este libro contaría con su aprobación (léase en Inst. I.i-ixy IV.viii.I-12 si duda lo que digo). En segundo lugar, es una realidad que la/nJtltución de Calvino creció a través de cinco ediciones entre 1536 y 1559 de ser un libro de bolsillo sobre el cristianismo práctico para una audiencia general hasta llegar a ser un tratado de renombre muchas veces mayor. Esto ocurrió sobre todo a través de la adición de material


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PRÓLOGO (\993)

más o menos técnico relevante para la educación de predicadores, y que se generó por desacuerdos sucesivos con lo que Calvino originalmente había ofrecido. Como resultado, a pesar de que procuró mantener todas las cosas a nivel de un laico educado, y que hasta cierto nivel admirable sí lo logró, cuenta con cambios fuertes de marcha conforme se mueve de la homilética catequista a la apología teológica y luego vuelve atrás. En alguna forma estoy en las mismas. La voz del DWd santo inició su vida en 1965 como un libro de bolsillo de noventa y seis páginas. Ahora es el doble de su longitud inicial, y las añadiduras son en su mayor parte de un nivel más técnico que el mismo material al cual han sido incorporadas. Tan sólo puedo pedir a mis lectores su indulgencia y declarar que he tratado con mucho esfuerzo de mantener el estilo tan simple como sus argumentos lo permitan.

tildándola de falsa y a la piedad evangélica de patológica', el efecto más perceptible fue el que sus pares especularan sobre qué le había ocurrido para que generara en él tanta rabia y contención: su queja no se tomó seriamente y sus votos de censura no fueron secundados. Detecto en La voz del DWd «anta una nota de actitud defensiva y desafiante, sobre todo en relación a la teología liberal la cual rodó alto en la Inglaterra de la década del 1950 de la misma manera como lo había hecho durante medio siglo antes; pero ese tono es difícil que yo lo trajera a colación si tuviera que volver a escribir desde cero hoy. En segundo lugar, la agenda académica en las sucesivas discusiones alrededor de la Biblia ha cambiado del tema de la revelación e inspiración al canon y la hermenéutica, lo que significa, en términos prácticos, la interpretación. Allí es donde está la mayor parte de la acción del día de hoy, sobre todo en Norte América, donde la interpretación canónica de la Biblia (10 que quiere decir objetivay orgánica) que es sustentada por las fuerzas reformistas, a saber el evangelicalismo y la teología bíblica, se ubican en posición contraria a la de la hermenéutica selectiva y subjetiva de las variadas teologías de la liberación, la más notable de las cuales es la feminista. Como discurso organizado alrededor de los temas de la revelación e inspiración, La voz del DWd santo puede aparecer un poquito anticuada, del mismo modo como se compara a Brahams con Britten o a Clirr Richard con Michael Jackson. Sin embargo, se necesita claridad respecto a la revelación e inspiración antes que se pueda discutir el canon y la hermenéutica para cualquier propósito bueno, de manera que la línea de argumento que este libro desarrolla es todavía, creo yo, de fundamental importancia. He realizado algunas añadiduras al texto para abordar estos intereses de corte más reciente, pero la inspiración y la revelación siguen siendo mis preocupaciones básicas. En tercer lugar, parece ser que la corriente principal de profesión y convicción se ha revertido entre los teólogos de habla inglesa. En lugar de las suposiciones colectivas de lo que podríamos llamar la comunidad de teólogos de que la teología constructiva debe abrazar en alguna manera el unitarianismo antisobrenatural -deísta o panteísta- del Siglo de las Luces, nuevas prospecciones de los tipos de trinitarianismo niceno, del encarnacionalismo calcedonio y de la soteriología de Atanasio o

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Cambios al cabo de treinta años Aunque creo que todavía dice cosas de relevancia central en un tópico de relevancia central, este libro, que es en esencia de 1965, tiene algo que constituye una pieza de un período. Puede ser que facilite en algo la tarea de identificarse con el mismo notar tres desarrollos ocurridos alrededor de la discusión del tema de la revelación y la Biblia que hace del escenario de 1993 diferente al de 1965. En primer lugar, la teología evangélica, de la cual este libro es un producto de muestra, es mucho más fuerte en el mundo de habla inglesa de lo que era una generación atrás. La producción de mucho material escrito de alta calidad para guiar y respaldar a los creyentes de la Biblia, y el trabajo erudito patrocinado por la Tyndale Fellowship for Biblical Research (inglesa), la Evangelical Theological Society (americana), el International Council on Bíblical Inerrancy durante su década de acción (1977-1987) y muchas editoriales y centros de estudios teológicos en añadidura han otorgado a la teología evangélica el estatus de una nueva opción prometedora, distinta de aquella acción de retaguardia sin esperanza que representó la manera en la cual mucho se la catalogó entre los años 1950 a 1960. Cuando James Barr escribió su importante libro con el que atacó a la teología evangélica

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Agustín han llegado a ser aceptable orden del día. El mundo del pensamiento al cual se pertenece La voz deL Diosoanto ya no es de carácter marginal como parecía en 1965, cuando Bultmann, Tillich, John Robinson y sus seguidores dominaban la escena. Hoy está en el escenario principal. Cuánto durará esta corriente revertida nadie lo sabe, pero para el tiempo presente, por lo menos, escuchar a lo que la Biblia enseña sobre las tres personas divinas y las tres « R" de la fe apostólica - ruina, redención y regeneración - es menos de una rareza exótica en la Iglesia de lo que algo de la retórica en La vozdeL Diod aanto pueda sugerir. En cuanto a mí, estoy muy agradecido a Dios de que así sea. Entonces, desde mi punto de vista, algunas cosas han cambiado para bien; pero de ninguna manera todas. La teología clásica cristiana, fundamentada en la apreciación de que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios, todavía es una posición de minoría en el mundo protestante de más antigüedad en ambos lados del Atlántico. Maestros arrogantes en las escuelas y universidades todavía procuran erradicar de la gente joven cualquier vestigio de creencia evangélica que encuentran en ella. Los andrajos de una raigambre liberal permanecen en control de la mayoría de las denominaciones principales y del Concilio Mundial de Iglesias. El incontrolable relativismo, pluralismo y nihilismo definitivo a los cuales el método subjetivo de la teología liberal tarde o temprano daría lugar, está siendo elaborado en círculos radicales y liberales para que términos como «Dios» «Cristo", «fe", y «amor" sean más y más «narices de cera" flexibles. La creciente presión en las iglesias más viejas para que se acepte un sincretismo de la fe como principio funcional, y de otorgar un certificado de legitimidad al estilo de vida homosexual, son apenas dos ilustraciones de esto. El propósito de La Voz delDios Santo es reafirmar la autoridad bíblicay el método bíblico de vivir bajo esa autoridad. Yo reedito el libro en la creencia de que la tarea que procura realizar todavía es necesario realizarla. Que Dios lo use para ese efecto.

CAPITULO 1

INTRODUCCIÓN (1979) La primera versión de este libro fue publicado en 1965, en una serie llamada Fundamentos Cristianos. La serie fue hecha por anglicanos para anglicanos y es la razón por la cual muchos de los temas anglicanos aparecen en mi texto. La presente reedición agrandada es de manera específica menos anglicana en sus puntos de vista, a pesar de que su demostración de que los formularios de la Iglesia de Inglaterra están fundamentados en la Biblia, orientados en el carácter de la Biblia (Los Treinta y Nueve Artículos de 1563, en el Libro de la Oración Común de 1662 y LaJ HomilÚlJ certificadas en el Artículo 35) permanecen intactos, como un testimonio a mis compañeros anglicanos de dónde están sus verdaderas raíces. Sin embargo, también se utiliza bastante material de otras tradiciones. Las posiciones adoptadas en 1965 se mantienen invariables hasta dónde estoy consciente, pero algunas de ellas ahora están ampliadas, ilustradas y aplicadas de una manera en la cual antes las restricciones de longitud impedían. Mi meta en todo es preparar la mente de los cristianos pensantes para que lean y estudien la Biblia como deben hacerlo los cristianos. Esta meta determina los contenidos y el espíritu de lo que ahora escribo.

DISFRUTE SU BIBLIA Una introducción muy útil de un peregrino que se dirige a estudiar la Biblia es el libro de J ohn Blanchard, EnjoyyourBible. Su título tiene una historia: perteneció primero a un libró de hace una generación escrito por G. Harding Wood, escrito esencialmente para hacer el mismo trabajo, y evoca el título de otro buen libro de Harrington C. Lee que anduvo rodando una generación anterior, Tbe Joyo/ Bibl« Stu{}Y (1909). Vea el énfasis: lo que se resalta es el prospecto del deleite que produce un


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INTRODUCCIÓN (1979)

acercamiento mayor a las Escrituras. Y este énfasis es correcto. Deleite, puro y sin fin, es el propósito de Dios para su pueblo, en todo aspecto y actividad de nuestra comunión con Él. «Me llenarás con gozo en tu presencia, con placeres eternos a tu diestra» (Sal 16:11). Yo mantengo la apasionante doctrina de que ninguno de los placeres son tan frecuentes ni tan intensos como los de los cristianos agradecidos, devotos, resolutos, sinceros que se niegan a sí mismos. Mantengo que las delicias del trabajo y el placer, de la amistad y la familia, de comer y aparejarse, de artes y oficios, de jugar y ver jugar, de descubrir y hacer cosas, de ayudar a otra gente, y todos los otros placeres nobles que la vida ofrece, son dobles para los cristianos; porque, como solían decir los antiguos felices puritanos (no señor, esto no es un error de imprenta, no es freudiano; quiero decir puritanos de verdad, puritanos históricos, no los petulantes y desabridos puritanos de la imaginación angloamericana), el cristiano saborea a Dios en todos sus placeres y los incrementa, mientras que a otras personas el placer les deja un sentido de vaciedad que los restringe. Además, y mantengo que cada encuentro entre un cristiano sincero y la Palabra de Dios, «la ley de tu boca» (Salmo 119:72), aun cuando cale hondo o requierahumülarse, produce gozo como resultado, del mismo modo como Blanchard, Wood y Lee insinúan, y, mientras más fiel sea el cristiano, mayor será su gozo. Conozco por experiencia lo que es disfrutar la Biblia, alegrarse uno de encontrar a Dios y que él lo encuentre a uno en la Biblia y a través de la Biblia; conozco por experiencia por qué el salmista dijo que el mensaje de Dios de promesa y mandamiento era su deleite (Salmo 119:6, 24, 35, 47, 70,77, 92, 143, 174. [Nueve veces!) y su gozo (versículos 111, cf. 14, 162; Salmo 19:8), y por qué dijo que la amaba (Salmo 119:47, 48, 97, 113, 119, 127, 140, 159, 163, 167. ¡Diez veces!); he comprobado, al igual que otros lo han hecho, que así como la buena comida provee placer al igual que nutrición, de la misma manera lo provee la buena Palabra de Dios. De manera que estoy a favor de que todos los cristianos se sumerjan en la Biblia con expectativas de disfrutar, y aplaudo a estos escritores por resaltar el prospecto del gozo a fin de contrarrestar la idea común de que

el estudio de la Biblia a la larga se vuelve seco y soso. Pero para que todo sea así, yo creo, se necesita un punto de equilibrio. ¿Qué es disfrutar? Esencialmente, es un subproducto: un estado de contentamiento y plenitud que provienen de concentrarse en algo más que disfrutar uno mismo. Si disfrutar, cómo tal, es su meta, puede esperar que no ocurra, puesto que está descuidando las condiciones para que esto se dé. La búsqueda de placer, conforme aprendemos por la experiencia, es un negocio estéril; la felicidad no la encontraremos mientras no tengamos la gracia de dejar de buscarla, y de dar nuestra atención a personas y asuntos externos a nosotros mismos. En este caso, el estudio de la Biblia sólo proporcionará disfrute si la meta es conformarnos a nuestro Creador en creencia y conducta, a través de la confianza y obediencia. El estudio de la Biblia para placer propio antes que para placer de Dios concluye en que no da placer ni a él ni a nosotros. Cuando Pablo predicó en Berea, los judíos allí «recibieron el mensaje con gran ansia y examinaban las Escrituras cada día para ver si lo que decía Pablo era verdad» (Hch 17: 11). La «palabra» era el mensaje de salvación para la humanidad perdida que se alcanza a través de Jesucristo: «No hay otro nombre bajo el cielo... en el cual podamos ser salvos»; «cree en el señor Jesús y serás salvo» (4:12; 16:31). El «ansia» que sintieron surgió, sin lugar a duda, de sentir que la necesidad primera de cada hombre tiene que ver con aclarar bien los asuntos de su destino eterno que el evangelio enfoca y resuelve. Tal ansia puede ser que hoy se la llame «preocupación existencial», a pesar de que «ansia» es una palabra más clara para la mayoría de la gente. Los muchos bereanos que creyeron (Hch 17:12) sin lugar a duda testificaron después del gozo de ese resultado del estudio de la Biblia; en lo que ellos se enfrascaron, sin embargo, no fue en el gozo como tal, sino en la manera en que Dios salva, y su gozo provino del hallar lo que buscaban, a pesar de que debe haber afectado sus ideas previas, y haber provocado un sentido de pecado, vergüenza y desesperanza que no habían conocido antes. Así que para nosotros, lo que nos trae gozo es encontrar el camino de Dios, la gracia de Dios y la comunión de Dios a través de la Biblia, aun cuando vez tras vez lo que la Biblia dice

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INTRODUCCIÓN (1979)

- esto es, lo que Dios en la Biblia nos dice - nos tire por el suelo. Así que el gozo del estudio de la Biblia no es el de recoger golosinas esotéricas sobre Gog y Magog, Tubal-Caín y Matusalén, numerología bíblica y la bestia y cosas por el estilo; tampoco es el placer, intenso para los que gustan de hacerlo, de analizar el texto traducido y convertirlo en bellos patrones para predicadores, con títulos enumerados con cuidados y arreglados entre ellos con la diestra ayuda de una apta aliteración. Es más bien una alegría profunda que viene de comulgar con el Dios vivo hacia cuya presencia la Biblia nos acerca, un gozo que sólo sus propios y verdaderos discípulos conocen.

ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que merece según las cosas que haya hecho mientras estuvo en el cuerpo, sean estas buenas o malas» (2Co 5:10). Es cierto, la moda secular es tratar esta vida como la única, y a la muerte física como una extinción personal, y cacarear una mofa ante el concepto del juicio divino. Por supuesto que esa pasión por la supervivencia personal que nos absorbe y sale siempre a colación en el Occidente moderno toma formas irritantes y repulsivas. Por supuesto que muchos protestantes (menos católicos romanos y ortodoxos, dicho sea a su favor) están tan deprimidos por la mofa marxista del cielo color de rosas cuando te mueras, y tan dados a aceptar las opiniones seculares, que ya no quieren decirle a nadie que la vida del más allá importa más que la vida aquí, y a menudo olvidan que esto es de veras así. (¡Y qué problema trae eso! Cuando el programa de la providencia divina de prepararnos para disfrutarlo a él en el más allá incluye discapacidad física o mental, crueldad o injusticia de parte de otros, pobreza, dolor o privación -lo que los antiguos puritanos realistas llamaban «pérdidas y cruces» - estos protestantes en el acto se confunden y pierden el equilibrio, y se constituyen en inútiles pastoralmente hablando; porque, como muestra Hebreos 12:1-14, es solo en referencia a la vida venidera que todas estas cosas tienen sentido.) Por supuesto también, los exponentes de profanidades bíblicas a veces alimentan una teología de trinchera en la cual la acción para abolir la injusticia, alterar las estructuras de poder demoníacas, controlar el curso de los recursos naturales y reformar los males sociales nunca es una responsabilidad; y no podemos maravillarnos de que los que tienen estas cosas como cuestiones obligatorias sientan hostilidad a la doctrina que, piensan ellos, enseña a descuidarlas. Así que cualquiera que enfrenta la irreligión típica o la típica religión del Occidente contemporáneo puede bien sentirse incierto y sospechoso ante cualquier mención de la vida en el más allá. Pero las personas sabias descontarán el elemento emocional y reaccionario en su pensamiento inmediato, y tomarán en serio las afirmaciones de Jesucristo y sus apóstoles en cuando al mundo venidero, en el cual las consecuencias permanentes de las decisiones y compromisos contraídos aquí serán reveladas y

LAS ESCRITURAS Y LA SALVACIÓN En los últimos dos párrafos, como en cualquier otro lado de este libro, implico que nuestro destino eterno puede depender de nuestra atención a la Biblia. En una época en la cual muchos no ponen atención a la Biblia, algunos a primera vista podrían encontrar en extremo increíble esta implicación. Así que he preferido venir limpio y enfrentar de una vez la pregunta: ¿de veras quieres decir eso? y ¿de veras nos estás pidiendo que nos traguemos eso? La respuesta es sí en el siguiente sentido. Primero: al hablar de destino eterno, me refiero a ese estado de gozo o tristeza más allá de la muerte del cual he aprendido de Jesucristo, el hijo de Dios encarnado, quien resucitó de los muertos, y sobre el cual los autores del Nuevo Testamento, a quienes considero ser inspirados por Dios y, por ende, dignos de confianza, todos concuerdan. Estoy hablando no de supervivencia como tal, sino de un estado futuro en el cual en plena consciencia cosecharemos lo que hayamos sembrado. El Nuevo Testamento afirma claramente que esta vida, en la cual los cuerpos crecen y se desgastan mientras se arreglan sus caracteres, es una antesala, un camerino y un gimnasio moral en donde, sea que lo sepamos o no, todos de hecho nos preparamos para la vida futura que corresponderá a cada uno de nosotros conforme a lo que hayamos escogido ser, y encontraremos en ella más gozo para algunos y desesperanza para otros de lo que este mundo jamás conoció. «Porque todos compareceremos

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recibidas. «Dios "dará a cada uno conforme lo que haya hecho". Aquellos quienes por medio del perseverar en el bien hacer buscan gloria, honra e inmortalidad, les dará vida eterna. Pero [para] aquellos quienes... siguieron lo malo, habrá ira y enojo» (Romanos 2:6-8). Las personas sabias mantendrán en mente esta verdad, la cual su propia conciencia confirmará a ellos si la dejan hablar, y no se permitirán caer víctimas del escepticismo reaccionario, aun si otros alrededor de ellos lo hacen. La gente sabia conoce que la reacción nunca será una guía cierta hacia lo que es correcto y verdadero. Segundo: cuando digo atender a la Biblia, lo digo en términos de una distinción entre su contenido, el mensaje que representa y su forma exterior como un libro que descansa en su librero, escritorio o junto a su cama. Tras hacer esta distinción, puedo decir enseguida que lo que determina nuestro destino es si en nuestros corazones aceptamos o rechazamos el mensaje de la Biblia, y ese mensaje puede recibirse de manera salvadora a través de la liturgia, los sermones, las publicaciones o las conversaciones sin jamás haber leído la Biblia uno mismo. Los cristianos que vivieron antes de la edad de los libros impresos, los cristianos que vivieron y murieron en el analfabetismo y los cristianos católicos romanos de los viejos días malos a quienes se les decía que la Biblia vernácula era un libro protestante, y que el estudio laico de la misma era un vicio protestante que los buenos católicos debían evitar, y quienes creían esto, y sin embargo amaban al señor Jesús, son una prueba de nuestro punto central. Dios en su misericordia proveerá entendimiento de su verdad, conocimiento de Cristo y vida espiritual a cualquiera que con sinceridad lo busque, no importa los medios por los cuales la verdad divina lo alcance. Así que no es absolutamente necesario para la salvación estudiar el texto bíblico. Resultaría una superstición grotesca pensar que hay una magia salvadora en la simple lectura del texto donde el entendimiento y la fe estén ausentes; resultaría del mismo modo supersticioso suponer que Dios no extiende su gracia a personas que conocen las verdades cristianas pero, por la razón que sea, no leen la Biblia por sí mismos. Sin embargo, como los católicos romanos contemporáneos y el evangelicalismo protestante histórico bien saben y exhortan,

el que no lee la Biblia está en una enorme desventaja. De manera muy correcta se ve la lectura de la Biblia y la meditación basada en la Biblia como medios primordiales de la gracia. No solo la Escritura es la fuente suprema del conocimiento de Dios, de Cristo y la salvación, sino que también presenta este conocimiento en una manera incomparablemente vívida, poderosa y evocativa. Las Escrituras canónicas constituyen un genuino libro de la vida que nos muestra a Dios en su relación con las crisis humanas más dramáticas (nacimientos, enfermedades, muertes, amores, pérdidas, guerras, caídas, riesgos, desastres, fracasos, victorias), las emociones humanas más elementales (gozo, pena, amor, odio, esperanza, miedo, dolor, ira, frecuencia, perplejidad) y las relaciones más básicas (con los padres, esposos, niños, amigos, vecinos, autoridades civiles, enemigos y otros creyentes). Como una comunicación de hombre a hombre, simple, económica, imaginativa, lógica, la Biblia es extraordinaria; con razón durante el presente siglo se ha constituido en el libro más vendido de todo el mundo. Encima de todo esto, la comunión de Dios con nosotros los humanos de lo cual da testimonio es la realidad más trascendental del momento que jamás podríamos conocer, y el poder de la Biblia en la vida de sus lectores, poder que surge de su precioso contenido y de su singular inspiración divina, es abrumador. Los antiguos puritanos piadosos llamaban a la Escritura un «cordial», dando a entender que hace por el alma lo que el licor hace por el cuerpo, y cada cual que lee la Biblia buscando a Dios encuentra que esto es verdad. La Biblia, que a la luz de esto es testimonio humano de Dios, un compendio de sesenta y seis artículos compilado a lo largo de más de un milenio, demuestra ser la auténtica Palabra de Dios por ser mediadora de la presencia divina, de su poder y de su mensaje para nosotros por medio del registro de hombres que lo conocieron hace mucho tiempo. Aun así, como en el camino a Emaús, nada trae tal bálsamo y tal brillo al corazón triste como el de encontrar que ciertas partes de la Biblia, escritas hace siglos, tienen que ver con los problemas personales de uno, y, que medular para la resolución de esos problemas es permanecer en la realidad de la persona, lugar, obra y gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (Lucas 24:13-35). Aun así, a través de los registros de

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INTRODUCCIÓN (1979)

su ministerio terrenal, todavía se escucha la voz vivificante de Cristo mismo. Todavía, a través de la palabra escrita:

afecte la claridad. Las referencias bíblicas en el siguiente texto no son ni adornos ni para relleno, sino parte de mi argumento y tienen la intencionalidad de que el lector las busque.

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El habla, y, escuchando a su voz, Nueva vida reciben los muertos; Los corazones que gimen se regocijan, y el pobre humilde cree. Es claro, entonces, que quien desee conocer a Dios querrá conocer lo más que pueda de lo que está en la Biblia, y también necesita conocerlo. Por tanto, es claro que quien no pueda leer la Biblia pierde una gran cantidad de conocimiento y de gozo. y es igual de claro que los que profesan ser cristianos y pueden profundizar en la Biblia, pero descuidan el hacerlo, echan sombras sobre su propia sinceridad, por cuanto la desatención a las Escrituras no es propia de un hijo de Dios. Tercero: cuando digo que nuestra actitud hacia la Biblia (atención o desatención; sujeción o desafío, aceptación o rechazo) puede determinar nuestro destino. Tengo en mente el hecho específico de que las Escrituras son un testimonio y un letrero que señala hacia el Señor Jesucristo que vive y salva. «Ustedes estudian con diligencia las Escrituras», dijo Jesús a un grupo de teólogos judíos eruditos, «porque piensan que en ellas hallan la vida eterna. ¡Y son ellas las que dan testimonio en mi favor!» (Jn 5:39). «Dios nos ha dado vida eterna», declara Juan, «y esa vida está en su Hijo (IJn 5:11). Pablo felicita a Timoteo porque «desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús» (2Ti 3:15). Lo que Jesús y Pablo dicen del Antiguo Testamento puede decirse también del Nuevo Testamento, y de toda la Biblia. Por esto: todo nos dirige a Cristo. La Palabra escrita del Señor nos guía al señor vivo de la Palabra, y nuestra actitud hacia él es en efecto la elección de nuestro destino. Porque el que de verás atiende a lo que la Biblia dice, atiende a su Dios, y aprende que la manera de servirlo es recibir a su Cristo como Salvador y Amo; y al encontrar a Cristo, encontrará vida. Dos puntos finales, ambos breves. Primero, este es un libro de estudio, de ahí su estilo comprimido (lo cual ahorra papel, y por lo tanto, espero, le reduzca el precio al lector). He tratado de asegurar que la brevedad no

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VARIEDAD DE VERSIONES Segundo, una palabra respecto a las traducciones. En los últimos tiempos han aparecido varias nuevas versiones, y algunas personas de veras se sienten abrumadas, y por reacción natural, si no irracional, están resueltos a no confiar en ninguna, y mantenerse fieles a las versiones de siempre. Sin embargo, las nuevas y modernas versiones son muy buenas; ninguna generación de habla castellana tuvo jamás mejores Biblias vernáculas que las nuestras. Hay toda una gama de ellas. En un extremo están las paráfrasis [La Bibliaal día por ejemplo], y las versiones de «equivalentes dinámicos» [Dw.! habla hoy y La Bibliaen Lenguaje actual, que apuntan a impactar al lector moderno como impactó a sus primeros lectores. Tales versiones se liberan del orden de las palabras y de la estructura de las oraciones del original, y al hacerlo disfrazan algunos términos, y al hacerlo dejan velados muchos problemas de interpretación y se identifican con una cultura literaria vigente. En el otro extremo están las versiones que han hecho lo posible por traducir palabra por palabra, frase por frase, y oración por oración. Quizá alcanzando un equilibrio entre estos dos extremos se encuentra la Nueva Versión Internacional. Ninguna es perfecta dentro de sus cualidades y limitaciones. ¿Entonces, que hacer? No es posible ninguna versión perfecta y definitiva de la Biblia, como tampoco es posible una ejecución definitiva de la novena sinfonía de Beethoven o del Cuarteto en Do menor sostenido; hay mucho más en él en espera de ser expresado de lo que nadie jamás logrará alcanzar. Las versiones palabra por palabra como las de «equivalencia dinámica» son necesarias si es que hemos de apreciar a plenitud el significado y la fuerza del original: las primeras salvaguardan la exactitud, las últimas profundizan la comprensión. Sugiero que usted intente, como lo hago yo, de obtener lo mejor de los mundos manteniendo varias Biblias a la mano. En cualquier forma, sin embargo, concéntrese en una versión para lectura y memorización. Esto trae el mayor beneficio con la menor confusión.


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CAPÍTULO DOS

LA PALABRA PERDIDA «Vienen días -afirma el Señor omnipotente-é-, en que enviaré hambre al país; no será hambre de pan ni sed de agua, sino hambre de oír las palabras del Señor. La gente vagará sin rumbo de mar a mar; andarán errantes del norte al este, buscando la palabra del Señor, pero no la encontrarán» (Amós 8:11-12). Ocho siglos antes de Jesucristo, el reino del norte de Israel se sentía confiado. Las normas morales verdaderas habían desaparecido, poca honradez quedaba en los negocios, a los pobres los trataban mal, y el desenfreno aristocrático era la comidilla del momento; Pero había un auge del comercio, el dinero llegaba al país, y la sociedad entera contaba con dinero (<<nuncahabíamos estado tan bien- ). ¿Cómo podría alguien preocuparse con tal prosperidad? Además, Israel tenía una fe nacional. Las estadísticas de la concurrencia a la Iglesia eran altas. El culto público, con rituales exquisitos y música de buen gusto, era una parte reconocida de la vida comunal (¡ aunque las congregaciones habían manifestado a viva voz que no querían sermones!; lea Amós 2:12). Como vivían del capital de una gran herencia religiosa, Israel no dudaba que Dios estuviese de su parte y que lo acompañara en todo lo que el futuro pudiera traerle. En medio de esta comunidad cómoda y relajada Dios soltó una bomba, en la forma de un agricultor llamado Amós. Amós irrumpió como un vendaval en Samaria como profeta de condenación para la Iglesia y nación. Les dijo que Dios estaba a punto de castigar a su pueblo (2:6-4:3). La rueda de la retribución ya estaba en movimiento, y pronto se aceleraría. Los desastres recientes -la sequía, la mala cosecha, la hambruna, la epidemia, el terremoto - habían mostrado la insatisfacción de Dios de manera clara y suficiente (4:6-11), y estos eran apenas el comienzo; pronto la nación entera sería llevada al cautiverio

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(5:27). Esto ocurrió cincuenta años más tarde, bajo los asirios (lea 2R 17). Peor aun, las corrientes de revelación se secarían. Habría «hambre de oír las palabras del Señor». Para apreciar lo que esto quiso decir, debemos recordar que a Israel, como pueblo de pacto con Dios, se le había prometido orientación por medio de la revelación divina cada vez que fuera necesaria. Además de otorgarle a Israel su ley, y de encargar a los sacerdotes para enseñarla (01 31:9ss; cf. Neh 8:1; Hag 2:11; Ma12:7), Dios había dispuesto tomar una sucesión de profetas, hombres con su Palabra en sus bocas, que pudieran darles dirección en tiempos de perplejidad personal y nacional. Este fue el significado inmediato de la declaración de Moisés en Dt 18:15: «El Señor tu Dios levantará de entre tus hermanos un profeta como yo» (v. 18). En el pasaje del cual provienen estas palabras, Moisés prohíbe a los israelitas que practiquen brujería, espiritismo, o cualquiera de las otras prácticas ocultas a las que los cananeos se volcaron en busca de orientación para la guía cotidiana (v. 9ss). Hacer eso, les dice, sería impío e innecesario, puesto que Dios mismo a través de sus mensajeros suministraría toda la orientación que necesitaran. Durante siglos, Dios había cumplido a cabalidad esta promesa enviando a Israel grandes profetas que fueron portadores de oráculos para la nación (hombres como el mismo Amós), así como toda una hueste de figuras de menor estatura, «videntes» o profetas del culto, que fueran portadores de oráculos de orientación cuando los individuos los consultaran (para ejemplos de este ministerio, ver 1S 9:6ss; 1R 14:1ss; 22:5; 2R 8:8ssy Nm 22-24). Pero, Amós mismo declara, Dios determinó poner punto final a todo ministerio profético. La profecía faltaría (y quizá la enseñanza de la ley también; cf. Ez 7:26). Quienes no escucharon a los profetas que Dios había enviado (Amós 2:1ss) descubrirían que ya no habría profetas a quienes escuchar (cf. Mi 3:5-7; Lm 2:9; Sal 74:9). Por más que las personas podrían desear una palabra de orientación o seguridad de parte de Dios, no podrían encontrar a uno. Amós describió la escena de destitución espiritual que se produciría: almas inquietas, frenéticas, vagando distraídamente por el campo, escuchando todo lo que se dice en la esperanza de oír la voz de Dios y escuchando en vano. Sus corazones estarían


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hambrientos, y su hambre quedaría insatisfecha. Para ellos, la Palabra de Dios quedaría de veras perdiJa.

LA INFECCIÓN DE INCERTIDUMBRE Amós es un profeta para hoy. Sus palabras nos muestran la condición presente de mucho en la Cristiandad. Su visión de una hambruna espiritual en Israel representa la nuestra: la carencia con la cual previó que Dios castigaría a su pueblo es la experiencia presente de una gran parte de la Iglesia en el mundo. Ahora este es un estado de cosas por entero antinatural. El Nuevo Testamento presenta la Iglesia del Señor que hereda por medio de Cristo todas las promesas de Dios de bienestar y vida espiritual (lea 1 Co2 Co 1:20; Ro 15:8ss; Gá 3:16ss, 31; y cE. Ro 4:16-23; Heb 6:12-20, 10:15-23, 13:5f). La Iglesia, por consiguiente, tiene la promesa de instrucción, seguridad y guía permanente de Dios, lo mismo que tuvo el Israel del Antiguo Testamento. Claro, a la Iglesia no se le ha prometido una descendencia perpetua de profetas que hablen con inspiración inmediata, como en los tiempos del Antiguo Testamento; más bien, el Espíritu Santo, «quien habló por los profetas», es dado para permanecer con la Iglesia e interpretar, autenticar y aplicar las enseñanzas del Antiguo Testamento y apostólicas a cada generación cristiana (véase a Jn. 14:16, 16:7-14 con 6:45; 1 Co 2:4s con v. 9-16; 1 Co2 Co 3:12-4:6; 1Ts 1:5,2:13,4:9; Heb 3:7ss; lJn 2:20-27). Esta es la forma en la cual la promesa de instrucción divina ha de encontrar su cumplimiento en la era cristiana. A la luz de esto, esperaríamos encontrar a la Iglesia de cada edad, incluyendo la nuestra, firmemente convencida de que el testimonio profético y apostólico de los dos Testamentos es la Palabra de Dios; clara en lo que se refiere a su mensaje central concerniente a Dios en Cristo; y capaz de ver con claridad cómo nos afecta este mensaje, con su demanda de conversión y una vida de fe, esperanza, amor y obediencia. En la medida en que falte claridad en estas materias, nos vemos forzados a concluir que la Iglesia está enferma e indispuesta. ¿Qué, entonces, debe decirse del grueso de nuestras iglesias hoy? Porque nunca, quizá, desde la Reforma, los cristianos

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protestantes como cuerpo han estado tan dudosos, tímidos y confundidos en lo referente a lo que deben creer y hacer. Los grandes temas de la fe y conducta cristianas carecen de certidumbre en todo el proceso. El observador exterior nos ve como titubeando entre acrobacias y malabares como borrachos en la niebla, sin saber a ciencia cierta dónde estamos ni en qué dirección debemos ir. La: predicación es nebulosa; las cabezas están enturbiadas; los corazones temerosos; las dudas drenan nuestra fuerza; la incertidumbre paraliza la acción. Sabemos la contraseña victoriana de que viajar con esperanza es mejor que llegar, y nos deja fríos. La gente de iglesia de cierto tipo nos dice que el deseo de certeza es debilidad de la carne, señal de inmadurez espiritual, pero no nos encontramos capaces de creer en ellos. Sabemos en nuestros huesos que estamos hechos para la certeza, y no podemos ser felices sin ella. Sin embargo, a diferencia de los primeros cristianos que en tres siglos conquistaron el mundo romano, y de esos cristianos posteriores que marcaron nuevos rumbos en la Reforma, el despertar puritano, el avivamiento evangélico y el gran movimiento misionero del siglo diecinueve, carecemos de certeza. ¿Por qué? Lo achacamos a las presiones externas del secularismo moderno, pero esto es como Eva cuando culpó a la serpiente. El problema real no está en nuestras condiciones, sino en nosotros mismos. La verdad es que hemos contristado al Espíritu y Dios ha retenido al Espíritu. Nos levantamos bajo el castigo divino. Por dos generaciones y más nuestras iglesias han pasado hambre de oír las palabras del Señor. Para nosotros, también, la Palabra de Dios está, en un sentido real, perdiJa.

UN GIRO EQUIVOCADO EN LA CRÍTICA BÍBLICA ¿Por qué es esto? Porque no es que la Biblia ya no se lea ni se estudie en las iglesias. Se lee y estudia bastante; pero el problema es que ya no sabemos qué hacer de eso. Fascinados por el problema de la crítica racionalista, ya no podemos oír la Biblia como la Palabra de Dios. La teología liberal, en su orgullo, por mucho tiempo se ha aferrado a que somos más sabios que nuestros padres acerca de la Biblia, y que no la debemos leer como


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ellos lo hicieron, sino que debemos basar nuestro acercamiento a la misma en los «resultados ciertos» de la crítica y tomar en cuenta los errores e imperfecciones humanas de sus autores. Esta insistencia tiene un efecto triple. Produce un papismo nuevo: la infalibilidad de los eruditos, de quienes aprendemos lo que los «resultados ciertos» son. Levanta dudas acerca de cada pasaje bíblico, en lo que se refiere a si de veras es revelación o no. Y destruye la manera reverente, receptiva, sin suficiencia propia de acercarse uno a la Biblia, sin la cuál no se le puede conocer como «la Palabra de Dios escrita» (Artículo XX). ¿Los resultados? La hambruna espiritual de la cual Arnós habló. Dios castiga nuestro orgullo dejándonos con la aridez, el hambre y el descontento que brota de nuestra incapacidad autoinducida de oír su Palabra. La situación es tan paradójica como patética, pues la crítica erudita siempre ha afirmado que su análisis histórico microscópico de los libros de la Sagradas Escrituras le da a la Iglesia la Biblia en un sentido en el cual la Iglesia nunca tuvo la Biblia antes, y en un sentido esto es bien cierto. La crítica erudita ha agudizado las herramientas de exposición bíblica y ha aclarado el significado de muchos pasajes bíblicos. Nos ha dado comentarios del valor más alto. Ha inventado una técnica de análisis temático de las Sagradas Escrituras sin la cual los diccionarios teológicos y las teologías bíblicas de los últimos sesenta años nunca podrían haber sido escritas. En estos respectos ha pagado dividendos enriquecedores. Sería un pecado contra la luz negar esto. La Conferencia de Lambeth de 1958 tuvo razón al registrar «nuestra deuda a la multitud de devotos estudiosos que ... han enriquecido y profundizado nuestro entendimiento de la Biblia».] Sin embargo, la queja constante en contra de la crítica erudita desde su inserción ha sido que le quita la Biblia a los' fieles, lo opuesto de lo que pretende. Y esta queja es cierta también. Aquí yace la paradoja del movimiento crítico: le ha dado a la Iglesia la Biblia de un modo que ha despojado a la Iglesia de la Biblia, y ha conducido a una hambruna de oír las palabras del Señor. ¿Qué salió mal, preguntamos, para producir tal efecto? Por qué esto. Desde el principio, la crítica bíblica rompió la relación entre la revelación (la Palabra de Dios) y la Biblia (el

testimonio escrito del hombre sobre la Palabra de Dios). Miró la Biblia como una biblioteca de documentos humanos, falibles y a menudo falaces, y defendió lo que decían como la única perspectiva «científica». Mientras permitían que la Palabra de Dios en la historia fuese el tema de los escritores, y que sus escritos en alguna forma mediaran esa Palabra, no se quiso identificar los escritos con la Palabra. La Palabra de Dios era una cosa, la Biblia era otra. Tomando esta línea, el movimiento de la crítica rompió con el concepto histórico cristiano de la naturaleza de las Sagradas Escrituras, cristalizado por Agustín cuando puso en boca de Dios las palabras: «Ciertamente, oh hombre, lo que mis Escrituras dicen, Yo lo digo»." Tratando este punto de vista, no como un misterio de la fe, sino como un simple error de ignorancia, la escolástica crítica se comprometió a un método de estudio que dio por sobreentendido que la Biblia podía errar en cualquier parte. Se le dijo a la Iglesia que nunca podrían entender bien la Biblia mientras no dejaran de creer en su inerrancia. Prescribió una nueva agenda para la teología: no sólo integrar y aplicar el recuento bíblico, sino, también, revisarlo y corregirlo; y sentenció como acientíficas las teologías que no aceptaran este programa. Incluso hoy, sus portavoces siguen convencidos de que quienes toman la Biblia como inerrante no la pueden entender de verdad, y todavía libran guerra contra la perspectiva cristiana clásica de la inspiración. Así que, al insistir que las Sagradas Escrituras no son del todo confiable Palabra de Dios, la crítica bíblica ha arrebatado de la Iglesia la Biblia que una vez tuvo. Es bueno decir de inmediato dónde, en el fondo, este método parece desviarse. Su error es pasar por alto el hecho de que Jesús y sus apóstoles enseñaron una doctrina definitiva de la naturaleza de las Sagradas Escrituras, una doctrina tan integral a su mensaje como lo eran las creencias acerca del carácter de Dios. Esta doctrina aparece en declaraciones como «la Escritura no puede ser quebrantada» (Jn 10:35); «Es más fácil que desaparezcan el cielo y la tierra, que caiga una sola tilde de la ley» ( Le 16:17); Toda la Escritura es inspirada por Dios» (2 Ti 3:16); Y aparece también en la designación del Antiguo Testamento como «las mismas palabras de Dios» (Ro 3:2; Hch 7:38). Se manifiesta además cada vez que Cristo y sus apóstoles citan

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el texto del Antiguo Testamento para probar algo y dar cierre a

apóstoles en este punto son las mismas para aceptar cualquier otro punto. Las mismas razones que tenemos para creer lo que ellos enseñan acerca del pecado, la salvación y la Iglesia, nos impiden descreer lo que enseñan sobre la Biblia. Claro, el hecho de la inspiración bíblica no puede verificarse mediante una averiguación independiente, pero tampoco se puede hacer con hechos como el perdón o la adopción. Creemos en estas cosas no porque las podemos probar «científicamente", sino porque nos las aseguraron Cristo y sus apóstoles, a quienes estimamos maestros dignos de nuestra confianza. Pero no debemos ahondar en estos pensamientos por ahora.

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una discusión, o acotar una declaración del Antiguo Testamento, no atribuido a Dios en su contexto, como palabras de Dios expresadas por labios humanos. Los ejemplos son: «el Creador ... dijo ... ", Mt 19:4, citando a Gn 2:24; «Soberano Señor ... por medio del Espíritu Santo, dijiste en labios de nuestro padre David, tu siervo ... », Hch 4:24, hablando de Sal 2:1s; Hch 1:16; «El Espíritu Santo dijo la verdad ... A través de Isaías ... », Hch 28:25, hablando de Is 6:9f; «Acerca del Hijo de Dios que él (Dios) dice ... », Heb 1:8ss, hablando del Salmo 45:6s; 102:25ss; «Como el Espíritu Santo dice ... ", Heb 3:7, citando de Sal 95:7ss. El Espíritu Santo también da testimonio a nosotros (véase Heb 10: 16s, que cita a Jer 31:33). De cierto, esta doctrina de las Sagradas Escrituras pone de relieve por igual todo el Nuevo Testamento, los Evangelios, Hechos, las Epístolas y Apocalipsis, puesto que todos ellos representan la dispensación cristiana de la gracia a través de Cristo como el cumplimiento de Dios de sus predicciones hechas en el Antiguo Testamento. La concepción de las Sagradas Escrituras como una transcripción del discurso divino es tan básica para (digamos) las epístolas a los Romanos y Hebreos como la creencia en la divina providencia lo es para la narrativa de Hechos, o la creencia en la unión real de la Iglesia con Cristo para la discusión de Efesios. La creencia de que (haciendo eco de Agustín) Dios dice lo que las Sagradas Escrituras dicen es en verdad la piedra fundamental de toda teología del Nuevo Testamento. Siendo así, el asunto entre el movimiento crítico moderno y el método antiguo se reduce a esto: ¿Son los escritores del Nuevo Testamento maestros dignos de confianza? Y ¿fue el Señor Jesucristo un maestro confiable? ¿Qué bases sostenibles hay para aceptar lo que dice el Nuevo Testamento de cualquier acto de Dios en este mundo, si rechazamos lo que dice de su acto de inspirar la Biblia? Si, sobre la base de la autoridad dominical y apostólica, creemos que Dios humanó a su Hijo, nos redimió por la cruz y regenera a los creyentes uniéndolos al Cristo resucitado, ¿cómo podemos negar la inspiración cuándo esas mismas autoridades que nos dicen esto nos dicen que Dios inspiró de tal modo a los escritores bíblicos que la palabra de estos es también Palabra de Dios? Las bases para aceptar la instrucción de Cristo y sus

PUNTOS DE VISTA NUEVOS SOBRE LA REVELACIÓN Y LA INSPIRACIÓN Hay algo más que eleva la paradoja de nuestra situación presente. La era de la crítica bíblica ha estado marcada, no sólo por el estudio intenso del texto bíblico, sino también por un interés sin precedente en los temas de la revelación y la inspiración. Nunca en la historia cristiana estos temas recibieron tanta concentrada atención como en los últimos cien años. Nunca el material bíblico relevante ha sido examinado de manera tan exhaustiva. Y sin embargo, a pesar de esto, la Palabra de Dios se ha perdido. Otra vez preguntamos, ¿qué salió mal? ¿Por qué todo este debate elaborado que tuvo la intención de hacer que la Palabra de Dios fuera más clara y accesible para nosotros ha tenido un efecto contrario? La respuesta es como antes. La debilidad de estos debates teológicos, como la de los estudios bíblicos que los acompañaron, fue que metieron una cuña entre el Dios vivo en su revelación y la palabra escrita de la Biblia. Hasta el siglo diecinueve, la teología protestante estuvo acostumbrada a unir la revelación y la inspiración como una sola, incorporando la primera bajo la última. La revelación en el sentido pasivo, que significa «aquello que es revelado", fue considerada idéntica a la enseñanza de las Biblias, y la acción reveladora de Dios se discutió casi en su totalidad en conexión con la inspiración de la Biblia. La revelación, se dijo, era el proceso mediante el cual Dios daba a conocer a hombres escogidos cosas que de otra manera eran imposibles de conocer (una


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definición basada en Dn 2:22, 28ss, 47; 10: 1; 1Co 2:9s; Ef 3:4s; Ap l.ls), y la inspiración era el proceso correlativo por el cual los guardó del error cuando comunicaban, a viva voz o por escrito, lo que les había mostrado. Una declaración típica de esta posición la dio Charles Hodge en su SYdtematu Theology (1873). En referencia a lCo 2:7-13 (vuna sabiduría que ha estado escondida... [que] ninguno... de este mundo la entendió... Dios nos [la] ha revelado esto por su Espíritu... en palabras ... » ), Hodge escribe: «No hay en la Biblia ni en los escritos de hombres una declaración más sencilla o clara de las doctrinas de la revelación e inspiración. La revelación es el acto de comunicar conocimiento divino por el Espíritu a la mente. La inspiración es el acto del mismo Espíritu de controlar a los que dan a conocer la verdad a otros. Los pensamientos, las verdades que se hacen conocer y las palabras en las cuales estos se registran, son declarados por igual del Espíritu. Esto desde lo primero hasta lo último ha constituido la doctrina de la Iglesia... » 3. En las discusiones de la revelación e inspiración que ocurrieron bajo auspicios críticos, sin embargo, se abandonó esta nítida correlación. Además, el centro del interés cambió. En vez de ser solo un preámbulo a la doctrina de la inspiración, la revelación se constituyó en materia estudio por derecho propio. Se vio que el concepto bíblico de la revelación incluye más de lo que la teología antigua trataba bajo este encabezamiento. La revelación es la obra completa de Dios al darse a conocer a los hombres y mujeres; el tema incluye, por una parte, todas las palabras y obras de Dios en las cuales los escritores bíblicos reconocían que Dios estaba expresando sus pensamientos, y, por otra parte, todo lo que está involucrado en el encuentro a través del cual Dios conduce a generaciones sucesivas a que le conozcan mediante el conocimiento de la información bíblica. La Biblia es por tanto el vínculo entre los acontecimientos reveladores del pasado y el conocimiento de Dios en el presente. La inspiración, por lo tanto, debe estudiarse como una sección dentro de la doctrina de la revelación, antes que al revés. La inspiración es uno de una serie larga de pasos que Dios ha tomado para darse a conocer a nosotros, y de be tratarse como tal. Esta ampliación del concepto de la revelación y el hecho de ensamblar la inspiración dentro de ella, parece bíblica y

correcta. No tan bien recibida, sin embargo, es la reducción del concepto de la inspiración que le ha acompañado. La creencia de que esas negaciones de la verdad de las Escrituras que se han hecho en el nombre de la ciencia natural e histórica eran incontestables, y, en particular, de que la teoría de W ellhausen de los orígenes del Pentateuco (que desechaba mucho de los cinco primeros libros de la Biblia por no ser de Moisés ni fácticos) tuvieran que ser aceptadas (como sucede todavía en la mayoría de los libros de texto sobre el Antiguo Testamento)" condujo a una explicación más limitadas de lo que es la inspiración. Según estos, la inspiración fue el esclarecimiento que recibieron los autores bíblicos. Este esclarecimiento, si bien les daba una perspectiva moral y espiritual, y hacía que su obra fuera «inspiradora» (o, como algunos dicen, un vehículo de la Palabra de Dios a sus lectores), no garantizaba la confiabilidad teológica ni histórica de lo que escribieron. Tal explicación de la inspiración es por lo generalla norma en algunos círculos protestantes. Por lo tanto, a diferencia de sus predecesores, algunos teólogos modernos protestantes suelen insistir en que la revelación y las Escrituras son dos cosas diferentes, y que pensar que las Escrituras son una revelación escrita es algo que más bien confunde en vez de ayudar. Hacia el final de TheIdea o/Reoelation in Recent Thought (1956) John Baillie escribió: «Cada uno de los recientes escritores que hemos citado se han ocupado de advertirnos contra cualquier simple equiparación de la revelación cristiana con los contenidos de la Biblia, y estaban bien conscientes de que en este sentido quebrantaban una tradición de larga trayectoria» 5. Una vez que se debilita el concepto de la inspiración de la forma descrita, ese quebrantamiento es inevitable: no podemos equiparar las concepciones equivocadas de los hombres con la Palabra de Dios. Pero ahora viene la pregunta: si la relación entre las Escrituras y la revelación no es la de una identidad, ¿qué es? Y ¿cómo en detalle hemos de destilar la revelación de Dios de los contenidos totales de la Biblia. ¿Es fácil decir que las Escrituras «inspiran y «median la Palabra de Dios», pero cuál es el valor efectivo de tal fórmula cuando tenemos siempre que aceptar las posibilidades indetectables de error en la parte que corresponde a cada autor bíblico? Estos problemas constituyen una pared en blanco que muchos

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protestantes de hoy contemplan. Mucho se escribe de ellos, pero ninguna solución acordada y ni siquiera coherente ha aparecido; y tal vez ninguna puede aparecer. Mientras tanto, la incertidumbre acerca de la Biblia se ha infiltrado en nuestras iglesias, y estamos hambrientos de escuchar las palabras del Señor.

En tercer lugar, la incertidumbre de si la enseñanza de la Biblia es la verdad de Dios ha debiLitado lafe. San Pablo insiste en que la devoción religiosa agrada a Dios solo en la medida en que exprese fe; de otra manera es solo una superstición inaceptable (lea Hch 17:22s, 30; Ro 14:23). Pero la fe, según Pablo, significa sujetar la mente y conciencia a la Palabra de Dios, reconocida como tal (véase Ro 10:17; lCo2:1-5¡ lTs2:13). En la ausencia de certeza sobre lo que es Palabra de Dios, prevalece la superstición, y en vez de fe hay niebla. Hay cristianos profesantes que a pesar de ser dedicados y sinceros, se vuelven como los judíos: «Muestran celo por Dios, pero su celo no se basa en el conocimiento» (Ro 10:2). Mucha de la devoción hoyes nebulosa, ansiosa y desprovista de gozo, porque la gente no ha sido enseñada, o no se atreven a depositar su fe en las Sagradas Escrituras ni a aventurar sus vidas en base a sus «muy grandes y preciosas promesas» (2P 1:4) como seguras palabras de un Creador fiel. Las dudas y las incertidumbres sobre Dios y nuestra posición con él son compañeros pobres con quienes vivir y morir; pero muchos hoy nunca abandonan su compañía, porque no tienen seguridades de parte de Dios sobre las cuales su fe pueda descansar. No en balde la marea de la fe desciende, y las personas de las iglesias como cuerpo están de capa caída, víctimas de apatía y laxitud. En cuarto lugar, las perplejidades sobre las Sagradas Escrituras hande<Jalentado la lectura de laBibliaentre ÚM laÚ:OJ. La idea se ha difundido de que la Biblia es un libro cargado de errores que solo los educados pueden tener la esperanza de detectar, de que uno no puede de manera alguna confiar en todo, aun cuando haya descubierto su significado y, de que es en realidad un libro demasiado duro para que los cristianos ordinarios lo estudien con provecho. Aquí, por lo menos algunos sienten, los reformadores, con su insistencia en la claridad de las Escrituras, estaban equivocados, ¡y los romanistas estaban en lo correcto! Libros populares bien intencionados, al reescribir el mensaje bíblico a la luz de la «los resultados ciertos de la crítica», profundizan antes que diluyen esta impresión. «Es quizá una lastima», escribió D. E. Nineham en 1963, «que el nuevo catecismo anglicano propuesto parezca considerar que la lectura privada de la Biblia sea imperativo para cada miembro de la Iglesia que

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EL DEBILITAMIENTO DE LAS IGLESIAS La pérdida de la convicción histórica de que lo que las Escrituras dicen Dios lo dice es la raíz más profunda de lo que el Dr. James D. Smart, en un libro de título sugestivo llamado The stranqe silence oftbeBible in tbe Cburcb. Ha debilitado la vida de la Iglesia protestante en este siglo en varias formas. En primer lugar, ha socavado la predú:acúfn. El verdadero concepto de la predicación es que el predicador se convierta en vocero del texto, que lo abra y aplique como un mensaje de Dios a sus oyentes, que hable solo para que el texto pueda hablar por sí mismo y se le oiga, y que presente cada punto de su texto de tal manera «que los oyentes puedan discernir lo que Dios enseña desde el mismo» (Directorio de Westminster, 1645). Pero donde hay duda en si los textos de las Escrituras son palabras de Dios, la predicación en este sentido es imposible. Todo lo que uno puede hacer entonces es presentar desde el púlpito ya sea «la enseñanza de la Iglesia», o las opiniones de uno. No es de maravillarse que la tradición de la predicación evangélica grandiosa de antaño en la práctica se haya desvanecido y que muchos hoy han perdido la confianza en la predicación como un medio de la gracia. En segundo lugar, la pérdida de la convicción sobre la verdad divina de la Biblia ha debilitado la enseñanza. El clero no está seguro de qué debe inculcar como verdad cristiana; los laicos dudan sobre si lo que se enseña en la Biblia merece aprenderse. U n .espfritu de despreocupación sobre la doctrina está en todas partes, un sentimiento de que, puesto que en tantos temas todo es cuestión de uno adivinar lo que es verdad, no puede importar mucho si uno tiene una opinión o no. Algunos clérigos han dejado de tratar de enseñar la fe; muchos miembros leales de la Iglesia ni en sueños tratarían de aprenderla. No en balde un flujo estable de anglicanos se vuelve a la Iglesia de Roma o a las sectas en busca de certezas.


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sepa leer. ¿Es eso realista... 'i » 6. Muchos harían eco de la duda de Nineham. Con razón los asistentes promedio de la Iglesia no estudian la Biblia. En quinto lugar, y lo más triste de todo, el escepticismo ha <laeado a Crúto de la oista. Se nos dice que no hay que tomar a la persona cuyo cuádruple retrato los Evangelios presentan, y cuyas meditaciones polifacéticas las Epístolas describen, sino como nada más que el producto de una fértil imaginación religiosa. Ahora podemos estar seguros, dicen, de que el Jesús de la historia, el «verdadero» Jesús, era bastante diferente del Hombre en los evangelios, y todo lo que en alguna ocasión se tenía como una verdad revelada en las Epístolas ahora tenemos que tomarlo como una mitología de la secta de misterio llamada cristiana fabricada por hombres y ajustada en lo cultural a algunos sentimientos que los primeros cristianos tenían. Así que el Jesús del Nuevo Testamento no es el Cristo que está «allí» (para hacer eco de una de las frases tardías de Francis Schaeffer); el Jesús histórico es inaccesible a nosotros, y Cristo no es más que una figura simbólica legendaria en la mente de los cristianos, como Robin Hood o Puck. Así grita hoy el escepticismo. En los baños ácidos de la escolástica escéptica, el Cristo de la Biblia ha quedado del todo disuelto. Con razón, pocos en nuestras iglesias parecen conocer, y mucho menos saber que conocen, a Jesucristo cono Salvador y Señor. Nos hemos acostumbrados tanto a este estado de cosas que tendemos a considerarlo natural y normal. A veces, claro, lo presentamos como un estado de virtud (como de hombre al fin, con sus debilidades), y censuramos a nuestros predecesores por ser demasiado definitivos y dogmáticos, y nos felicitamos por ser de mente abierta, flexibles y libres de oscurantismo. Tenemos, sin embargo, que ser cuidadosos aquí. Como bien se ha dicho, si uno abre demasiado la mente, la llenarán de basura. La flexibilidad de quienes son «zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza» (Ef 4:14), de quienes «siempre están aprendiendo, pero nunca logran conocer la verdad» (2Ti 3:7) no es algo que el apóstol felicite. El oscurantismo -cerrar los ojos a las verdades de Diossiempre es del diablo, y sin duda sería pecado si, en nombre de la lealtad a las Escrituras, cerráramos los ojos a verdades (no

teorías) descubiertas por la historia y la ciencia: pero no podemos considerarnos libres de todo oscurantismo si, por una supuesta deferencia a la historia y a la ciencia, no aceptáramos el hecho de que la fe del Nuevo Testamento está marcada por el dogmatismo, y que este dogmatismo está enraizado en la convicción de que las palabras de los escritores del Antiguo Testamento, y de Cristo y sus apóstoles, eran palabras de Dios. Por lo general, sin embargo, la teología moderna protestante no toma en cuenta esto; por lo tanto, da lugar a un espíritu muy diferente del que hay en el Nuevo Testamento. Algunos autodenominados radicales nos dicen que para poner nueva vida en nosotros necesitamos una teología del todo nueva, una que preste menos atención que nadie antes a la manera bíblica de pensar, una en la cual nuestra conciencia cristiana de nuestro siglo pueda encontrar su expresión total. Pero si lo que hemos dicho es correcto, nuestra conciencia de cristianos ya está demasiado desviada, y el curso propuesto nos guiará más profundamente hacia el escepticismo y la aridez espiritual. Vano es empujar a lo largo del camino equivocado. Sería desastroso cifrar nuestras esperanzas en aplicaciones más drásticas del principio falso de que la teología es un ejercicio de expresión religiosa. Muchos clérigos y académicos, con ingenuidad desesperada, ya están desarrollando teologías «radicales» de este tipo, en la esperanza de aliviar nuestra indigencia espiritual e impotencia evangelizadora. Pero. el epitafio en varias teorías parece que ya lo pronunció Amós: «La gente vagará sin rumbo de mar a mar; andarán errantes del norte al este, buscando la palabra del Señor, pero no la encontrarán». Nuestra condición no se aliviará hasta que en humildad volvamos sobre nuestros pasos al punto donde nos equivocamos la primera vez.

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LA ENSEÑANZA HISTÓRICA REFORMADA Nos ayudará hacer esto si ahora tomamos nota de lo que algunos de los formularios del período de la Reforma enseñan sobre la Biblia. Su posición en general contrasta de manera notable con la de muchos protestantes hoy. Citaré de manera más cabal de los Treinta y Nueve Artículos, ÚL:! Homiltas y del Libro de Oración Común de la Iglesia de Inglaterra, en parte porque estos son


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los estándares que mejor conozco, en parte porque Las HomiLÚM y el Libro de Oración nos muestran principios para que las Escrituras hallen expresión práctica en el culto y la devoción, lo cual es de interés especial para nosotros en este capitulo. Pero los documentos fundamentales luteranos y reformados señalan lo mismo; su solidaridad con respecto a las Escrituras es completa. Para nuestro propósito, su enseñanza puede resumirse bajo tres encabezamientos, como verá a continuación.

1. La lnspiracián de 1M Escrituras como La Palabra de Dio« Nuestros formularios son enfáticos en que el autor supremo de las Escrituras es Dios mismo. La Biblia es «la Palabra de Dios escrita» (Artículo XX), «la muy pura palabra de Dios» (prefacio, concerniente al servicio de la Iglesia). Dios «causó que las sagradas Escrituras fueran escritas para nuestro aprendizaje» (colecta para adviento II; cf. «Dios, quien ha escrito la sagrada Palabra para nuestro aprendizaje»: Visitación a los enfermos). Las Escrituras como un cuerpo fueron «escritas por la inspiración del Espíritu Santo» y son así «la Palabra del Dios vivo», «su Palabra infalible» (<<Una información para quienes se ofenden con ciertos lugares de las Sagradas Escrituras»: Las HomiIiaJt Como tal, las Escrituras son palabras de verdad y sabiduría: si no podemos ver esto, la falta está en nosotros los alumnos, antes que en ellas, el libro de texto. «No puede ... sino ser verdad que procede del Dios de toda verdad; no puede sino ser sabiay prudentemente ordenado, lo que el Dios todopoderoso ha diseñado, por muy vano que de todos modos, por falta de gracia, nosotros, miserables pecadores, nos imaginemos y juzguemos su muy sagrada Palabra» (op, cit., p. 378). Las Escrituras son bien coherentes porque el Dios de verdad no se puede contradecir a sí mismo; por lo tanto no es legítimo que la Iglesia ... exponga de tal manera un pasaje de las Escrituras que resulte repugnante a otro» (Artículo XX). Todo lo que las Escrituras dicen, según nuestros formularios, Dios mismo lo dice. La enseñanza bíblica es enteramente divina. «Se nos eilseñapor medio de tu danta Palabra que los corazones de los reyes están en tu poder» (Santa Comunión; véase Pr 21:1). Dios es el que por su «santo apóstol nos ha enseñado a elevar plegarias ... por todos los hombres» (Santa Comunión; véase 1Ti 2:1). De la lectura

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de «las maldiciones de Dios contra los pecadores impenitentes» en Deuteronomio 27 se nos «amonesta de la gran indignación de Dios» con ellos y se nos lleva al arrepentimiento (una Conminación). Los preceptos y mandamientos de las Escrituras son tratados a través de nuestros formularios como expresiones de la voluntad de Dios válidas y permanentes. Y lo mismo sus promesas: nótese, por ejemplo, las siguientes palabras tomadas de la oración de San Crisóstomo: «quien ... promete [el tiempo es un presente indefinido] que cuando dos o tres se reúnen en tu nombre tú les concederás sus peticiones» (Mt 18:19s). Las dulces palabras que las Escrituras registran que Cristo habló estando en la tierra son palabras con las que todavía nos habla: «Escuche qué consoladoras palabras Cristo nuestro Salvador dice ... » Fíjese que no dice «dijo», sino «dice» (Santa Comunión; cf. «nuestro Salvador Cristo dice» al inicio de las ceremonias bautismales) . Además, los registros de los hechos de Dios en misericordia y juicio se toman siempre como confiables, como declaraciones de esos hechos y como revelaciones del carácter de aquel con quien tenemos relaciones, a fin de elevar oraciones como esta: «Oh Dios todopoderoso, quien en su ira envió una plaga sobre su pueblo en el desierto ... y también, en el tiempo del rey David, hirió con plaga de pestilencia a setenta mil, y sin embargo recordando tu misericordia salvaste al resto: ten piedad de nosotros ... para que en la manera en que aceptaste la expiación, y ordenaste al ángel destructor que cesara de castigar, ahora tengas a bien sacar de entre nosotros esta calamidad ... en el nombre de Jesucristo nuestro Señor» (oración en tiempos de calamidad; cf. oración por buen tiempo, la segunda oración para tiempos de carestía, y referencias al Diluvio y el Éxodo en la primera oración de la ceremonia bautismal, y a Adán y Eva, a Isaac y Rebeca, y a Abraham y Sara en la ceremonia matrimonial). Una tensión similar sobre el origen divino de las Escrituras como la palabra autoritativa en la cual Dios habla se halla en la confesión de Scots de 1560, que habla de la palabra escrita de Dios, eso es del Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, en libros en los cuales fueron alguna vez considerados canónicos», y «del Espíritu de Dios por quien las Escrituras fueron escritas» (XVIII) y afirma que al escuchar la instrucción de las Escrituras,


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la Iglesia «oye la voz de su esposo y pastor» (XIX). La Primera Confesión Helvética (1536) dice: «La santa, la divina, Escritura bíblicas, que es la Palabra de Dios que inspiró el Espíritu Santo y fue entregada al mundo por medio de los profetas y apóstoles ... tiene que ver con todo lo que sirve al verdadero conocimiento, al verdadero amory a la verdadera honra de Dios, junto con la piedad verdadera y el poder alcanzar una vida santa, honesta y bendecida» (1). El Segundo (1566) declara que las Escrituras canónicas de los santos profetas y apóstoles de ambos testamentos son la verdadera Palabra de Dios», y tienen autoridad intrínseca; porque Dios mismo habló a los padres, a los apóstoles y todavía nos habla a través de las Sagradas Escrituras» (1). Los conceptos de la inspiración y autoridad bíblicas que estas afirmaciones reflejan los amplificó la confesión de Westminster de 1647: «Le agradó al Señor, en varios tiempos yen diversas maneras, revelarse y declarar su voluntad a su Iglesia; y además para conservar y propagar mejor la verdad ... dejar esta revelación por escrito. ... La autoridad de la Santa Escritura, por la que ha de creerse y obedecerse, depende ...enteramente de Dios (quien en sí mismo es la verdad), el autor de ellas; y deben ser creídas, porque son la Palabra de Dios» (1, i, 4). Puesto que Dios es su «único autor» «<Una exhortación beneficiosa para la lectura y conocimiento de las Sagradas Escrituras»: LcM Homilüu, p.10 en la edición inglesa) la reverencia por las Escrituras es una señal de piedad, al tiempo que la falta de atención a ellas (<< Desacato a tu palabra y mandamiento»: La Letanía: Colectas para el tercer Viernes Santo) es el colmo de la irreligión y acarrea castigo. «No seáis de los que desprecian la santísima Palabra de Dios; no lo provoquéis a derramar su ira sobre vosotros hoy ... no seáis asesinos deliberados de vuestras propias almas» (LacI Homiltas, p. 380)

a través de ello lo que <das Escrituras nos piden hacer» (Oración de la Mañana y la Noche), obedeciendo los mandatos bíblicos, confiando en las promesas bíblicas y agarrándonos de la doctrina de los apóstoles que registra (cf. colectas de los días de San Juan el Evangelista, de San Marco, de San Bartolomé, de San Lucas, de San Simóny de San Judas). Las ceremonias de bautismo interpretan el voto bautismal como una promesa de que uno ha de «creer siempre la Santa Palabra de Dios, y en obediencia guardar sus mandamientos». El bien supremo que pedimos en la letanía es el «aumento de gracia, para escuchar con mansedumbre tu Palabra, y para recibirla con afecto puro y para producir el fruto del Espíritu», «la gracia de tu Santo Espíritu, para enmendar nuestras vidas de acuerdo a tu santa Palabra». (Compare el pedido similar de que con «corazón manso y la debida reverencia» podamos «oír y recibir tu Santa Palabra», en la santa comunión.) La bendición suprema que buscan los recién casados en la ceremonia del matrimonio es que la vida que vivan juntos pueda estar gobernada por la Biblia, «que lo que en tu santa Palabra puedan aprender con provecho, puedan cumplirlo». El ideal de todo cristiano es «desear las Sagradas Escrituras de Dios; amarlas; abrazarlas; para que a lo largo podamos ser transformados y cambiados en ella» (LcM Homilias, p. 371), en el sentido de que podamos llegar a «amar lo que nos mandas y desear lo que nos prometes» (colectas para Pascua Florida IV). Así que las Escrituras se reconocen que son, por así decirlo, el molde de Dios para dar forma a nuestra vida entera. Una declaración en cuanto a la supremacía de las Escrituras como regla de fe y vida aparece en las oraciones de apertura de la Fórmula Luterana de la Concordia (1580): «Creemos, confesamos y enseñamos que la sola regla y norma por la cual todos los dogmas y todos los maestros deben ser evaluado y juzgados debe ser nada menos que los escritos proféticos y apostólicos del Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, como esta escrito: Tu palabra N una Lámpara a mil plu) una Luz en mi c1enoero». Este principio está de hecho implícito, si no explícito, en todas las declaraciones confesionales de la Reforma; es un gran axioma metodológico que da a la teología de la Reforma, luterana y reformada, suiza, francesa, alemana, italiana, inglesa, escocesa, españolay escandinava su impresionante unidad en sustancia.

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2. La autoridadde la palabra como norma defe y de riJa Los formularios anglicanos definen este principio de control bíblico como positivo y negativo e insisten en que la manera de servir a Dios es recibir y cumplir todo lo que la Biblia enseña, sin añadidura ni sustracción. Presentan el servicio a Dios, en la liturgia y la vida, como un asunto de observar lo que «las Sagradas Escrituras dicen» (ceremonia de matrimonio) y realizar

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Los Artículos Anglicanos desarrollan el principio de la autoridad bíblica de forma polémica. Contra Roma afirman la suficiencia de las Escrituras. «Las Sagradas Escrituras contienen lo necesario para la salvación; de manera que lo que no se lea en ella, ni pueda ser probado por ellas, no es ... un Artículo de la Fe, ni ... necesario para la salvación» (Artículo VI). La primera homilía saca la siguiente moraleja: «Busquemos diligentemente para bien de la vida en los libros del Nuevo Testamento y el Antiguo Testamento, y no corramos a los malolientes charcos de las tradiciones de los hombres ... para nuestra justificación y salvación» (LMHomiua» p. 2). El Artículo XX declara, también contra Roma, el principio adicional de que la Iglesia debe subordinarse ella misma a las Escrituras en todas sus promulgaciones. «Aunque la Iglesia es testigo y guarda de la sagrada Escritura, sin embargo, así como no debe decretar nada contra la misma, tampoco debe imponer junto a la misma que algo se crea necesario para la salvación». Todo lo que la Iglesia saca debe someterse al juicio crítico de las Sagradas Escrituras. Hay que dar reconocimiento a los credos históricos porque pasaron esta prueba (Artículo VIII); pero no así todas las decisiones de las que hay constancia que toman los concilios generales y algunas iglesias (Artículos, XXI y XIX); ni tampoco conceptos tales como las obras de supererogación (Artículo XIV), el purgatorio, las indulgencias, la adoración de imágenes y reliquias, la invocación a los santos (Artículo XXII), adoración en una lengua extraña (Artículo XXIV), ni la transubstanciación (Artículo XXVIII). Los Artículos también aplican el principio de la autoridad bíblica a conceptos atribuidos a algunas sectas anabaptistas, que ponían excesiva confianza en las percepciones «espirituales» que enseñaban sus líderes, y no tomaban muy en serio ni la unidad ni la determinación de las Escrituras. Sobre fundamentos sacados de la Biblia, los Artículos desafían conceptos sobre la incoherencia de los dos Testamentos (Artículo VII), de la perfección postbautismal (Artículos XV, XVI), de que el pecado postbautismal sea imperdonable (Artículo XVI), de la salvación por sinceridad aparte de Cristo (Artículo XVIII), de que el pacifismo era obligatorio (Artículo XXXVIII). U n principio clave del testimonio de la Reforma sobre la autoridad bíblica es que todas las interpretaciones privadas y

tradicionales de las Escrituras se deben escrutar, no sea que sin darse cuenta expresen en forma equivocada lo que dicen las Escrituras y distorsionen el sentido claro, natural, que se puede determinar internamente mediante el estudio de la lengua utilizada en relación a las expresiones idiomáticas bíblicas generales y a otros pasajes bíblicos. «La regla infalible de la interpretación de la Biblia es la Biblia misma» (Confesión de Westminster, 1, IX). «La santa, divina Biblia ha de ser interpretada en ninguna otra forma que no sea a partir de ella misma» (Primera Confesión Helvética, 11). La iglesia no puede «explicar de tal forma un pasaje de las Escrituras que resulte contradictorio a otro» (Artículo XX).

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3. Nuestra Dependencia de las Escrituras como un medio de gracia Todo nuestro material bajo este subtitulo será extraído de los formularios anglicanos, por ser de manera extraordinaria completos y convincentes en la materia. Por lo general presentan la Palabra escrita -leída, predicada, escuchada, aplicada- como el canal principal de vida de Dios a la humanidad. «Las escrituras de Dios es la carne celestial de nuestras almas; '" es lámpara a nuestros pies, e instrumento de salvación seguro, firme y eterno; ... consuela, alegra, regocija y guarda nuestra conciencia. '" Las palabras de las Sagradas Escrituras sean llamadas palabras de viJa eterna; por ser instrumento de Dios para ese mismo propósito. Tienen poder para cambiar, a través de la promesa de Dios ...y al ser recibidos en un corazón fiel, siempre tienen un espíritu celestial actuando en ellos» (La.J Homiltas, p. 3). Cristo mismo, que «prometió estar presente con su Iglesia hasta el fin del mundo», cumple su promesa ... en esto: que nos habla en el presente (esto es, aquí y ahora) en las Sagradas Escrituras» (op, cit., p. 370s). Así que estamos «llamados por tu palabra santa» a la fe en Cristo (colectas para el día de San Andrés). A través de la Palabra somos santificados: cuando escuchaday «grabada interiormente en nuestros corazones», esta «producirá en nosotros el fruto del buen vivir» (santa comunión). Es a través de «la consolación de las Escrituras» que Dios da una esperanza cristiana bien compactada (colectas


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para Adviento II), Y otorga al individuo «turbado en su mente o en su conciencia» «una comprensión correcta de sí mismo, y de tus advertencias y promesas; para que no deseche su confianza en ti, ni la ubique en otra cosa que no sea en ti» (Visitación a los Enfermos). En todos estos medios la gracia salvadora (esto es, una fe viva y activa) esta mediada a través de las Escrituras. Por lo tanto oramos por los candidatos a la confirmación que Dios los «guíe en conocimiento y obediencia de tu Palabra para que al final puedan obtener vida eterna» (Orden de Confirmación). Y cuando los diáconos son hechos presbíteros, les pedimos que su predicación de la Palabra pueda ser de bendición para nosotros, «que podamos tener gracia al oír y recibir lo que ellos nos entregarán sacado de tu Palabra santísima, o que esté de acuerdo con la misma, como medios de salvación para nosotros» (Ordenación de Sacerdotes). Los formularios están interesados en que la Palabra se lea pübLiramente. Por lo tanto, el leccionario del Libro de Oración cubre el Antiguo Testamento y el Apocalipsis una vez, y el resto del Nuevo Testamento dos veces cada año. Por consiguiente, también, el grueso de las Escrituras está entretejido en los cultos que se preparan. Ninguna forma de adoración en la Cristiandad prescribe tanto de la Biblia para el uso público como el Libro de Oración. Los formularios están interesados aun más en que la Palabra sea predirada en púhLiro, de ahí la exhortación que se hace en la ordenación a los presbíteros a «instruir a la gente solo en base a las Escrituras», y a «eliminar y dejar fuera todas las doctrinas erróneas y extrañas contrarias a las Palabra de Dios» (Ordenación de Sacerdotes). De ahí también la oración en la Letanía (y las oraciones muy similares al impartir la Santa Comunión) para que Dios «ilumine a los obispos, sacerdotes, y diáconos con verdadero conocimiento y entendimiento de tu Palabra; y que con su predicación y su vida lo puedan mostrar». De ahí, también, la pregunta a los candidatos al diaconado, «¿Crees con sinceridad en todas las Escrituras Canénicas?») y la exhortación a los obispos, «medita sobre las cosas que contiene este libro. Sé diligente en ellas ... », El Libro de Oración revela un deseo predominante de que el clero anglicano debe sobre todas las cosas estar compuesto de hombres y mujeres de la Biblia.

Por último, los formularios están interesados en que la Palabra se erJtudie en privado: no solo por el clero, sino por todos los miembros de sus congregaciones. «Para un hombre cristiano no puede haber nada, ni más necesario, ni más provechoso que el conocimiento de las Sagradas Escrituras ... todos los que deseen entrar al camino recto y perfecto a Dios deben aplicar la mente al conocimiento de las Sagradas Escrituras». «Estos libros, por lo tanto, han de estar mucho en nuestras manos, en nuestros ojos, en nuestros oídos, en nuestras bocas, pero sobre todo en nuestros corazones». «No hay nada que fortalezca nuestra fe y confianza en Dios, que mantenga tanto la inocencia y pureza del corazón, y también una vida y conducta exterior piadosa, como la lectura continua y el traer a la mente (esto es recordar) la Palabra de Dios ... Por otro lado, no hay nada que oscurezca más a Cristo y la gloria de Dios, que traiga más ceguera y toda suerte de vicios, que la ignorancia de la Palabra de Dios». «Ser ignorante de las Escrituras es causa de errores ... », dijo San Jerónimo, «No conocer las Escrituras es ser ignorante de Cristo». «No digo que no, pero un hombre puede aprovechar solo oyendo; pero puede aprovechar mucho más con el oír y leer». Por lo tanto, «deleitémonos díay noche, y tengamos meditación y contemplación en ellos. Rumiemos, corno pequeños terneritos, para que podamos tener el jugo dulce, el efecto espiritual, el tuétano, la miel, el gusto, tener el confort y consuelo de ellas .. , Oremos a Dios, el único autor de estos estudios celestiales, para que podamos entonces hablar, pensar, creer, vivir y apartarnos, en concordancia con su doctrina completa y las verdades de ella. Y, así, en este mundo tendremos la defensa de Dios, su favor y su gracia, con .,. paz y quietud de conciencia; y ... disfrutaremos la bendición sin fm y la gloria del cielo» (La.J Hamiltas, pp.!, 3, 4s, 372, 377, 379s). Pero ¿no es el estudio de las Escrituras un negocio demasiado amplio y peligroso para que se metan los laicos de manera provechosa? La primera Homilía con todo énfasis insiste que no. Dios es fiel, y no permitirá que el humilde se desvíe. «Les mostraré cómo pueden leerla [la Biblia] sin peligro ni error. Leerla en humildad con un corazón manso y sencillo, con la intención de que puedas glorificar a Dios y no a ti mismo, con el conocimiento de ella: y no la leas sin orar a diario que Dios

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dirija tu lectura a un buen efecto; y trata de no ir más allá de lo que puedas entender con claridad» (p. 6s). El estudiante de la Biblia que no confía en sí mismo pero ora encontrará que el significado de la Palabra pronto brillará con claridad, que un texto interpretará a otro a través de la iluminación del Espíritu Santo, quien inspira el verdadero significado hacia los que con humildad y diligencia lo buscan» (p. 8, citando a Crisóstomo). La Biblia es por tanto un libro para que todos lo «lean, marquen, aprendan e interiormente digieran» (colectas para Adviento II), para la salud de su alma y como medio de salvación.

nuestros días sino maneras exóticas de proclamar nuestra ignorancia de estas cosas?) Nuestros formularios nos enseñan que nuestra deserción de la Biblia es en verdad una deserción del evangelio y de Cristo mismo, y que esta deserción nos ha puesto bajo condenación. La aplicación que nosotros hemos hecho de Amós 8: 11 está confirmada por el siguiente pasaje de la homilía titulada . Un Sermón, cuan peligroso es caernos de Dios»: «El desagrado de Dios hacia nosotros por lo general lo expresan las Escrituras en estas dos cosas: al mostrar su terrible semblante sobre nosotros o al volver su rostro y esconderlo de nosotros ... El que aparte su rostro y se esconda... significa ... que nos olvida y nos deja ... cuando retirade nosotros da Palabra, la doctrina correcta de Cristo, el apoyo de su gracia y ayuda, que siempre están ligados a su Palabra, y nosdeja a nuestro propiojuicio, a nuestra propia voluntad y fuerza, está declarando que comienza a abandonarnos ... » (Lu Homlltas, p. 81). El presente estado de nuestras iglesias hace difícil dudar de que Dios haya comenzado a abandonarnos en estos días, como castigo por nuestro descuido irreverente de su Palabra escrita. ¿Qué hemos de hacer? No podemos volver a llamar al Espíritu Santo y avivar la obra de Dios entre nosotros por nuestra propia acción: avivarnos de nuevo es prerrogativa de Dios, y solo de él. Pero podemos al menos sacar del camino las piedras de tropiezo sobre las que hemos caído. Podemos ponernos a reconsiderar las doctrinas de revelación e inspiración de un modo que, a la vez que no rechazamos la luz que el estudio moderno ha arrojado sobre los aspectos humanos de las Escrituras, lo cultural, lo lingüístico, lo histórico, etcétera, elimine todo escepticismo acerca de su divinidad y eterna verdad. Ninguna tarea, ciertamente, es más urgente. Y esta es la tarea que intentaremos, por lo menos en síntesis, en las páginas siguientes.

LA TAREA QUE TENEMOS POR DELANTE Hay un contraste grande y doloroso entre este arrebato de exaltación de la Biblia como nuestra luz verdadera y medio principal de gracia, y la actitud despreocupada, apática, acomodaticia y con aires de superioridad hacia la Biblia que se ha vuelto tan común hoy en día. Mientras que los reformadores la reverenciaban, sobrecogidos ante el misterio de su divinidad, de escuchar a Cristo, de encontrarse con Dios por medio de su lectura, más nos ubicamos por sobre ella, y actuamos como si ya supiéramos su contenido de arriba a abajo y como que estuviéramos de veras en una posición de encontrarle faltas como si no fuera segura ni totalmente buena como guía hacia los caminos de Dios. El espíritu y el sentimiento del clérigo que una vez en un sínodo nacional dijo que el Antiguo Testamento contenía «basura espiritual» son por desdicha típicos de nuestra era. Claro, al llegar a las Escrituras con esta actitud mental, no alcanzamos a obtener una comprensión adecuada de los temas que trata. Una de las muchas cualidades divinas de la Biblia es esta: que no entrega sus secretos al irreverente ni al criticón. Con el paso de las edades, las voces acusadoras de nuestros formularios de la Reforma nos exhortan a considerar de dónde y cuán bajo hemos caído. Nos hacen ver que al perderla fe en la Biblia también hemos perdido contacto con la ley de Dios y el evangelio, con sus mandamientos y sus promesas, y ciertamente con su Cristo, que es el Cristo de la Biblia. (Y ¿qué, después de todo, es la «nueva teología» y la «nueva moralidad» de

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CAPÍTULO TRES

LA PALABRA DE DIOS HABLADA (1) Es básica para el Nuevo Testamento la aseveración de que el cristianismo es una religión revelada. La palabra «revelar» en griego (apokalypto) significa desvelar algo que antes estaba escondido, o traer a la vista algo que antes estaba fuera de la vista. El cristianismo descansa sobre la revelación del mismo Creador oculto; los cristianos disfrutan de «la luz del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo» (2Co 4:6). El proceso, en que a través del trato con una sola familia - IsraelDios se revela a los hombres, alcanza su clímax en la persona, palabras y obras de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios encarnado. Así que la aseveración-revelación cristiana encuentra su expresión final en las majestuosas palabras de apertura de la epístola a los Hebreos: «En el pasado Dios, habiendo hablado muchas veces yen muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por su Hijo» (Heb 1:ls.). De este revelador proceso los sesenta y seis libros de la Biblia son a la vez el producto y la proclamación. Los primeros treinta y nueve (del Antiguo Testamento) se extienden a lo largo de mil años de revelación a Israel; los últimos veintisiete (el Nuevo Testamento) se escribieron en la segunda mitad del primer siglo. Todos tienen que ver con la suprema revelación de Dios en Jesús, quien fue crucificado «bajo Poncio Pilatos» y resucitó, en alguna fecha entre el 26 y el 30 d.C, Las palabras de apertura de Hebreos presentan la revelación misma como una divina actividad (<<Dios habló» ) que en su forma fue verbal (<<Dios habló» ) y colectiva (<<a través de los profetas ...por su Hijo). En este y en el capítulo siguiente procuraremos abrir el tema de la revelación y explorar el significado de estos tres hechos.

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La reoelacián N una activwaddivina, y por lo tanto no un logro humano. Una revelación no es lo mismo que un descubrimiento, ni el amanecer de un entendimiento, ni el surgimiento de una idea brillante. La revelación no significa que el hombre encuentra a Dios, sino que Dios encuentra al hombre, Dios dándonos a conocer sus secretos, mostrándonos quién es. En una revelación, Dios es el agente y también el objeto. No es solo que los hombres hablan de Dios, ni para Dios; Dios habla de sí mismo, y nos habla en persona. El mensaje del Nuevo Testamento está en que Dios Cristo ha traído un mensaje para el mundo, un mensaje al que toda persona de toda edad están llamadas a escuchar y responder. Para mostrar qué significa esto, debemos responder a tres preguntas.

EL CARÁCTER DE DIOS La primera pregunta es: ¿Quién es este Dios que ha hablado? ¿Qué tipo de ser es? La pregunta es importante, en parte porque la falsa creencia acerca de la naturaleza de Dios encierra falsas perspectivas de la revelación, en parte porque, según lo que registra, este es el asunto fundamental que la acción reveladora de Dios quiso hacer claro. Dios mismo fue el objeto supremo de la revelación desde un principio. ¿Qué, según las Escrituras, Dios ha revelado ser? Primero, ha mostrado que es usucpervona, un ser que se llama a sí mismo «yo» y habla al hombre de «tú». Cuando habló a Moisés en la zarza ardiente antes del Éxodo, dio como nombre «Soy el que soy» (quizá más correctamente, «Seré el que seré» Éx 3:14s, NVI. margen; cf. 6:2s), «Yahvé» (Jehová) en corto. Este nombre, como otros nombres que puso Dios (Abraham, Israel, Jesús, etc.), fue una fuente de información acerca del que lo llevaba: declaraba, por una parte, la personalidad trascendente de Dios, su libertad y determinación, y otra parte, su autosuficiencia y omnipotencia. El nombre «Yahvé» es un testigo en contra de cualquier concepto en que se tenga a Dios como un simple principio impersonal. Declara que antes que nada se presenta, no como una fuerza sin propósito - un ciego


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poder o casualidad - sino como una Persona todopoderosa con mente y voluntad propias. Cuando Dios llevó su obra de revelación a su clímax al enviar al mundo a su Hijo y a su Espíritu, se mostró como un ser tripersonal: tres personas en un solo Dios. La Trinidad es central en la revelación cristiana. «Padre, Hijo y Espíritu Santo» es el «nombre» de Dios en el Nuevo Testamento (véase Mt 28:19). En la frase feliz de Kart Barth, el «nombre cristiano» expresa una verdad básica acerca de Dios que solo los cristianos saben. Segundo, Dios se ha mostrado como un ser moral, como un ser supremamente interesado en cuestiones del bien y del mal, cuyos tratos con los seres humanos deben entenderse en términos morales, por cuanto éstos están determinados por consideraciones morales. Cuando en el Sinaí Moisés pidió ver la gloria de Dios, Dios proclamó ante él la siguiente exposición de su «nombre»: «El Señor, el Señor, Dios clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado; pero que no deja sin castigo al culpable, sino que castiga la maldad de los padres ... » (Éx 34:6s). Dios es perfecto, no solo en poder, sino también en amor y pureza, un Dios «de infinito poder, sabiduría y bondad» (Artículo 1), «un Espíritu, infinito, eterno e inmutable, en su ser, sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad» (Catecismo Menor de Westminster, Respuesta 4). La exposición que hace Dios de su nombre deja fuera cualquier idea de que es caprichoso, inconstante, no confiable y nada amoroso. La impresión todavía permanece, a pesar de los muchos años de refutación, de que los dos Testamentos presentan a Dios de una manera diferente, de que el Antiguo Testamento lo describe como severo en retribución, y el Nuevo lo enmarca como demasiado misericordioso y suave para condenar a alguien. Pero esto no es así. La bondad y la severidad de Dios se ven lado a lado en ambos Testamentos. En el Antiguo, el Dios Santo es indeciblemente bondadoso con su pueblo, como los salmos constantemente lo declaran. (cf. Sal 92, 104, 105:1ss, 106:1s, 107, 108, etc.): mientras que el Nuevo Testamento amplía nuestra visión, no solo de la gloria de la misericordia de Dios, sino también -sobre todo a través de las palabras de Cristo (véase Mt

8:12, 10:28, 13:40ss, 25:41; Mr 9:42-48; Le 13:1-5, 16:23-29, etc.) - de lo horroroso del castigo de Dios. En este cuadro de Dios, como en otras cosas, «el Antiguo Testamento no contradice el Nuevo» (Artículo VII), y el Nuevo, en vez de cancelar al Antiguo, solo lo endosa y amplifica, y al hacerlo lo cumple. El Dios de los dos Testamentos es uno. Tercero, Dios se ha revelado como fuente, sustentador y fin de toda la creación y de la humanidad en particular. « Porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él» (Ro 11:36). Pablo desarrolla estas verdades fundamentos del teísmo en su sermón a los idólatras de Atenas acerca del «Dios desconocido» (Hch 17:22ss). Primero, habla de Dios como nuestra fuente, el que nos trajo a la existencia. «El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él» (v, 24) «De un solo hombre hizo todas las naciones para que habitaran toda la tierra; y determinó los períodos de su historiay las fronteras de sus territorios» (v. 26). Luego Pablo habla de Dios como nuestro sustentador, «da a todos los hombres la vida, el aliento y todas las cosas», de manera que «en él vivimos, nos movemos y existimos» (vv. 25, 28). Dependemos de Dios en cada momento de nuestra existencia. Las criaturas solo permanecen en existencia a través del constante ejercicio del poder sustentador del Señor (cf. Heb 1:3). Él, el Dios trascendente que está por encima, más allá y aparte de su mundo, y por entero independiente de este (cf. Hch 17:24s), es también Dios inmanente en el mundo como el que por encima de este, lo impregna y lo sustenta, ordena su marcha y controla su curso. Por último, Pablo habla de Dios como nuestro fin. Dios hace a los hombres, dice, «para que todos lo busquen» (v. 27). El hombre existe para Dios y la impiedad es una negación de la naturaleza del hombre. La humanidad solo se perfecciona en quienes conocen a Dios. «El propósito supremo del hombre es glorificar a Dios y disfrutarlo para siempre» (Catecismo Menor de Westminster, Respuesta 1). Este Dios, añade Pablo, «no está lejos de ninguno de nosotros» (v, 27). Aunque es el «el Señor de los cielos y la tierra» (v, 24) e infinitamente grande, no es remoto. Lo opuesto es lo cierto. El Dios que hizo el mundo está siempre, de manera ineludible, en nuestro entorno. Omnisciente, omnipresente, que no duerme, que no se distrae, está delante y detrás de nosotros,

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siempre al tanto de nosotros, reconozcámoslo o no. «Yo el Señor escudriño el corazón y examino la mente ... » (Jer 17: 1O; cE. Sal 139:1-5). No nos podemos esconder de él, incluso si lo hiciéramos; vivimos, nos guste o no, bajo su mirada; y cuando habla, es sabio, no menos que nuestro deber, hacer lo que él dice. En 1963 Honest to God de J. A. T. Robinson fue aclamado por un artículo en uno de los periódicos nacionales de Inglaterra titulado «Nuestra Imagen de Dios debe seguir». Es necesario señalar, sin embargo, que esta «imagen» de Dios como personal, trascendente, inmanente, santa, fuente y meta de todas las cosas es una ducripcwn revelada. Cualquier otra «imagen» de Dios, pues, es falsa e idólatra. Al revelársenos, Dios nos dice cómo es él, y no nos corresponde enmendar su testimonio, como si lo conociéramos mejor de lo que él se conoce. Si duda, el escritor de Hebreos habla del Dios que ha hablado como correspondiente a la descripción señalada arriba. Dios, para él, es el Señor viviente del Antiguo Testamento (3:12, 10:31), hacedory sustentador de todas las cosas (1:2, 11:3); ser personal que nos habla (1:1, 11:7s, 12:25, 13:5), cuyas palabras hurgan el corazón (4:12) y quien nos conoce de un lado al otro (4:13); Dios que cumple sus promesas (6:13-18); Dios justo (10:30, 12:23, 13:4) y fuego consumidor contra los desafiantes y menospreciadores que hacen caso omiso de la ley y el evangelio (2:1-3, 6:6-8, 10:26-31, 12:29); padre amoroso de su pueblo (12:5s); Rey cuyo trono es un trono de gracia (4:16) y que recompensa a todos los que le buscan en fe (11:6, cf. v. 16). Este y nadie más, nos dice el escritor, es el Dios «a quien debemos dar cuentas» (4:13).

genuinos, recíprocos, entre él y nosotros, una relación, no como la del hombre y su perro, sino como la de un padre y su hijo, o la de un marido y su esposa. El amor de amigos entre dos personas no tiene motivo ulterior, sino que es un fin en sí mismo. y este es el fin que tiene Dios en cuanto a su revelación. Nos habla para cumplir el propósito para el cual nos hizo, o sea, para que surgiera una relación en la que él es amigo nuestro, y nosotros suyos, en la que hallaría gozo en darnos cosas y

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EL PROPÓSITO DE DIOS Nuestra segunda pregunta es: ¿Por qué Dios ha hablado? Él es autosuficiente, y no necesita de los regalos de los hombres ni de su servicio (Hch 17:25). ¿Para qué entonces se molesta en hablarnos? La verdadera increíble respuesta que la Biblia da a esto es que el propósito de Dios en la revelación es entablar amistad con nosotros. Fue para este fin que nos creó como seres racionales, a su semejanza, capaces de pensar, escuchar, hablar y amar; quiso que hubiera amistad y afectos personales

nosotros en darle las gracias. El concepto de que Dios hizo al hombre para ser su amigo aparece desde el tercer capítulo del Génesis, donde encontramos a Dios caminando en el Edén en el frescor del día, en busca de Adánpara disfrutar su compañía (Gn 3:8). El que, a pesar del pecado, Dios todavía quiere la amistad humana lo sabemos por lo que dijo Cristo en cuanto a que Dios busca verdaderos adoradores (Jn 4:23); porque la adoración, el reconocimiento de que él es digno, es una expresión de amistad en su punto más alto. Dios quiere que los hombres y las mujeres conozcan el gozo de una amistad en la que la adoración fluye, y de la adoración misma en que esa relación encuentra su expresión más feliz. El mayor ejemplo de tal relación con Dios es la de Abraham, quien alabó a Dios, confió y obedeció hasta el punto de estar dispuesto a entregar a su hijo en sacrificio, Y de Abraham se nos dice que «fue llamado elamigo de Dios» (Stg 2:23, aludiendo a Isaías 41:8; cf. 2Cr 20:7). Es para hacernos amigos suyo, como lo fue Abraham, que Dios nos ha hablado. y si Dios iba a lograr hacer amigos, era absolutamente necesario que nos hablase, porque la única manera de hacer amigos con una persona es hablar con ella y dejar que nos hable. La amistad sin conversación es una contradicción de términos. Un hombre con el que nunca hablo nunca será mi amigo. Es imposible. La amistad nunca se disfruta a cabalidad si los amigos no están al alcance de la vista. La mirada expresa afecto mejor que solo palabras, y el deleite de unas buenas y afectuosas relaci~­ nes solo puede experimentarse a plenitud cuando estamos mirando el rostro de la persona que amamos. Entonces, cuando alguien al que le tenemos cariño está lejos, le escribimos, «espero verte de nuevo». La Biblia se proyecta al día en que las relaciones entre Dios y sus amigos humanos sean perfectas de esta


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manera, día en que, además de escuchar su voz, puedan ver su rostro. «Ahora vemos por espejo, en oscuridad; mas entonces veremos cara a cara» (lCo 13:12). De igual modo, las Escrituras nos dicen que en la Nueva Jerusalén aquellos a quienes Jesús llamó «amigos» cuando estuvo sobre la tierra (véase Jn 15:13-15) «verán su rostro» (Ap 22:4). Por eso, uno de los personajes de El Progruo del Peregrino de Bunyan, pudo declarar con toda confianza: «Voy a ver ahora la cabeza que fue coronada de espinas y el rostro que escupieron por mí. En el pasado he estado viviendo de oídas, en fe, pero ahora voy donde viviré viéndolo, y estaré con él, en cuya compañía me deleito». Y por esta visión la amistad y la revelación serán perfeccionadas. Pero mientras tanto la amistad de Dios con el hombre comienza y crece hablando: él con nosotros en la revelación y nosotros con él en la oración y la adoración. Aunque no puedo ver a Dios, podemos ser amigos, porque en revelación me habla. Algunos teólogos modernos postulan una antítesis entre la revelación «personal» y la «proposicional», y arguyen que si la revelación es proposicional no puede ser personal, y como es personal (Dios revelándose) no puede ser proposicional (Dios hablando de sí mismo). Pero esto es absurdo. La revelación es más que una información teológica, pero no puede ser menos y no lo es. La amistad personal entre Dios y el hombre crece de la misma manera que crece entre amigos humanos: conversando; y hablar es hacer declaraciones informativas y las declaraciones informativas son proposiciones. Negar que la revelación sea proposicional para enfatizar su carácter personal es como querer salvaguardar la verdad de que el críquet se juega con un bate negando que se juega con una pelota. La negación corta la aserción. Decir que la revelación no es proposicional es dedpereonalizarla. Como el doctor F. 1. Anderson dice: «Restar importancia a las proposiciones porque son impersonales es destruir las relaciones humanas despreciando su medio normal. La felicidad de ser amado es diferente de la terminología de hacer el amor, pero la proposición «te amo» es, más que oportuna, un indispensable medio para la consumación del amor. Pero según la teología moderna tenemos un amante Dios que no hace declaraciones» l. Por lo tanto parece que la teología moderna, con todo lo que dice enfatizar la calidad personal de la revelación de

Dios a nosotros y nuestro conocimiento de él, en realidad adopta un criterio subpersonal de ambas. Sostener que podemos conocer a Dios sin que este nos hable con palabras es negar que Dios es personal, o por lo menos negar que conocer a Dios es una verdadera relación personal. El Dios de la Biblia, sin embargo, es un Dios que siempre está hablando a los seres humanos: en visiones, sueños y teofanías; a través de los profetas, a través de Cristo, a través de los apóstoles y a través de las palabras escritas de las Sagradas Escrituras. Habla de sus logros pasados en cuanto a creación, castigo y redención; habla de los planes que está ahora mismo ejecutando y del clímax al que llevará a la historia cuando llegue el momento; habla de la vida humana, y nos dice qué piensa de las diferentes maneras en que los hombres y las mujeres vivimos, cuál es la escala divina de valores, qué es lo que le gusta y qué aborrece. Entonces, como es proposicional, la revelación que hace de sí mismo llega a ser de veras personal. Y por ella Dios establece amistad.

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LA DIFíCIL SITUACIÓN DEL HOMBRE Nuestra tercera pregunta es: ¿Cuál es el estado de esos a quienes Dios habla? ¿En qué condición su revelación los encuentra? La respuesta bíblica es que los encuentra ignorantes de Dios. La inscripción que halló Pablo en el altar de Atenas revela el estado natural de la humanidad: nuestro Hacedor es para todos nosotros «el Dios desconocido» (Hch 17:23). Ninguna de las filosofías que Atenas había elaborado podía ayudar en esto, pues «el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría» (lCo 1:21; cf. Gá 4:8; 1Ts 4:5). Nadie conoce a Dios sin la revelación. El tema del desconocimiento de Dios que tiene la humanidad es complejo. Para aclarar esto, dos puntos deben hacerse en orden, como sigue. En primer lugar, como somos criaturas, no podemos conocer a Dios a menos que este haga algo para darse a conocer a nosotros. Cincuenta años antes de la Primera Guerra Mundial estaba de moda entre los teólogos afirmar la existencia de una identidad virtual entre la mente del hombre y la de Dios, y


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tratar de destilar conceptos de la naturaleza divina desde nuestros más altos pensamientos e ideales. Es bueno que esos conceptos por lo general se hayan dejado de lado. Porque el Dios de la Biblia es un ser que no podemos ver (Jn 1:18; 1Ti 6: 16), ni aproximarnos a él (l Ti 6:16) ni hallarlo (Job 23:3-9), y nos engañaríamos si pensáramos que podemos leer su mente, conocer su carácter, adivinar sus motivos o predecir sus movimientos con nuestra inadecuada capacidad cerebral. ,<"Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos", dijo Jehová. "Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos"» (Is 55:8s, RV-60). «Qué indescifrables sus juicios e impenetrables sus caminos! ¿Quién ha conocido la mente del Señor» (Ro 11:33s). Emil Brunner señala la aplicación en una frase vívida. «¿Puedes buscar a Dios y encontrarlo?« Al «todavía no» del hombre orgulloso la Biblia responde con un «nunca» 2. En las Escrituras es axiomático que los pensamientos humanos acerca de Dios que no dependen de la revelación no tienen valor. Solo podemos conocer a Dios recibiendo revelación, no de otra manera. Pero, ¿no se revela Dios a todos? ¿Cómo entonces el mundo permanece ignorante en cuanto a él? Esto nos lleva a nuestro siguiente punto. En segundo lugar, como somos criaturas pecadoras, suprimimos y pervertimos tal revelación de Dios en cuanto nos alcanza en el curso ordinario de la vida. Que Dios siempre se está dando a conocer a cada uno de nosotros como Creador, Dador de la leyy Juez a través de la naturaleza, la providenciay las obras de nuestra propia mente y consciencia, es perfectamente cierto. La consciencia de uno mismo y del mundo nos brinda una inseparable intuición de la realidad de Dios y sus aseveraciones. A esto por lo general se le llama revelación «general» en contraste con la revelación «especial», el proceso histórico que registran las Escrituras. La más completa revelación general que la Biblia da la hallamos en los primeros dos capítulos de Romanos. Allí Pablo la desglosa como que Dios revela su eternidad, poder y divinidad (Ro 1:20, cf. Salmo 19:1), su bondad (Ro 2:4, cf. Hch 14:16s), su ley moral (Ro 2:12ss), lo que dice de

nuestra adoración y tributo especial (1:21), y su condenación del pecado (1:32). Contra quienes sostienen que la revelación general y la religión natural basada en esta pueden ser suficientes para la humanidad sin la Biblia, debemos señalar que el análisis de Pablo muestra la insuficiencia de la revelación general. Nos muestra primero que la revelación general es inadecuada como base para una-religión, porque no ofrece nada acerca del propósito de Dios de tener amistad con el hombre ni su voluntad respecto a la vida humana. Incluso Adán en el Edén necesitó, además la revelación general, que Dios le hablara de forma directa para poder conocer la voluntad divina (cf. Gn 1:28s, 2: 16s). Segundo, el análisis de Pablo muestra que la revelación general es doblemente inadecuada para las necesidades de los pecadores, porque le falta contenido de redención. Indica que Dios castiga el pecado, pero no que lo perdona. Muestra que el perdón es necesario sin mostrar que es posible. Predica la ley sin el evangelio. Puede condenar, pero no salvar. A cualquier creyente que entendiera lo conduciría a la desesperación. Por claro que captara el contenido de la revelación general, esta no le ofrecería bases adecuadas para la comunión con Dios. Pero la realidad es que no encontramos entre los inconversos una clara comprensión del contenido general de la revelación. En un grado mayor o menor, «con su maldad obstruyen la verdad» (Ro 1:18). Esto es porque todos «estánbajo el pecado» (Ro 3:9). El pecado, la fuerza que se enseñorea, según Pablo, en cada individuo sin Cristo, es un principio de no conformidad con la revelación, y sus efectos son mentales y también morales. El pecado causa no solo desobediencia a la ley de Dios sino también negación de su verdad. El análisis de Pablo de la revelación general en Romanos es parte de un acta de acusación tremenda contra un mundo pecaminoso porque con toda intención oscureció la luz que la revelación general da. La revelación general, dice, es insoslayable: «Lo que se puede conocer acerca de Dios es evidente para ellos, pues él mismo se lo ha revelado. Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa» (Ro 1:19-20). Luego entonces la idolatría y la inmoralidad nunca tienen excusa, porque son siempre pecados en contra del

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conocimiento. La fórmula que explica su origen es siempre «A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron necios y cambiaron ... la verdad de Dios por la mentira» (vv, 21-25). De nuevo, en Ro 2:12-15, Pablo menciona las operaciones diarias de la conciencia para mostrar que todo hombre a través de la revelación general ha recibido algún conocimiento de la ley de Dios. Pablo sabe que la conciencia de los que no son creyentes es defectuosa y a menudo calla cuando deben hablar (cf. Ef4:19), pero que cuando hablan -y la conciencia de cada uno, aunque depravada, habla algunas veces - su método de actuar (juzgan por un estándar), los estándares a los que apelan, y el veredicto que pronuncian, muestran que «los requerimientos de la ley están escritos en sus corazones» (v. 15). Así que su inmoral «nueva moralidad» y sus equivocaciones son inexcusables también. En todo esto, el punto de Pablo no es el de Aquino -que afirmaba que la existencia de Dios es abstractamente demostrable argumentado en base a las cosas creadas - sino el más fundamental de que la existencia de Dios y su ley son conocidas de todas las personas, aun cuando la niegan en teoría y en práctica. La luz siempre brilla, por mucho que cerremos los ojos y protestemos que no vemos nada. Por tanto, la realidad de la revelación general demuestra la culpabilidad de la gente por su irreligiosidad y rechazo de la ley, porque todos sin excepción -tienen que reconocerlo - lo saben bien. De hecho, algo de la luz que brilla siempre traspasa. Toda mente inconversa recibe chispas de moral verdadera e introspección teológica (Pablo, predicando en Atenas, pudo apelar al poeta Arato, Hch 17:28). Pero éstas son chispas nada más. Calvino compara la introspección aislada de los filósofos paganos con la brillantez de un relámpago en la oscuridad de la noche. «Viendo, no ven. Su discernimiento no basta para dirigirlos a la verdad ... sino que son como el viajero confuso que por un instante ve a lo lejos el centelleo de una luz, y luego se desvanece en la oscuridad de la noche antes de que pueda dar un solo paso. Hasta ahí llega esa ayuda en cuanto a capacitarlo para encontrar el camino correctos.' Así que a pesar de las verdades acerca de Dios y la

bondad que la revelación general ha plantado en su mente, el hombre sin Cristo permanece en la ignorancia de Dios.

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RELIGIONES QUE NO SON CRISTIANAS Estas consideraciones arrojan luz sobre la naturaleza de las religiones que no son ~ristianas. En estos días en que las religiones orientales están resurgiendo y el avance misionero cristiano se está haciendo lento, la gente se pregunta a menudo si no será que Dios no se ha revelado ni se le conoce fuera del cristianismo. La pregunta es importante, porque nuestra actitud hacia la obra misionaria depende de nuestra respuesta. ¿Conoce a Dios la gente de otras creencias? Un punto de vista popular ha sido que todos los seres humanos tienen un sentido básico de afinidad con Dios (<<el religioso a priori», como los europeos lo llaman), que la suprema diferencia en el mundo de la religiones está en el grado con el que sienten y expresan su innata consciencia de Dios, y que lo que la Biblia registra es un proceso de evolución religiosa a través del cual la consciencia del hombre acerca de Dios alcanza su suprema expresión en las enseñanzas de Jesús (entendido, o más bien mal entendido, como en esencia una declaración de que Dios es el Padre de toda la humanidad). Sobre este punto de vista, el cristianismo es el Rolls-Royce de las religiones, la mejor de su clase, pero el mismo sentido básico de unidad con Dios está en todas, así como el mismo diseño básico se encuentra en todos los autos. Eso equivale a decir que todas las religiones, incluyendo el cristianismo, se basan por entero en la revelación general, lo cual nos habla de una armonía básica entre Dios y nosotros, un discernimiento luminosamente cristalizado en el pensamiento de Dios como Padre. De aquí que nadie necesita más conocimiento de Dios que el que la revelación general le puede dar. Pero las Escrituras no están de acuerdo. Contrasta el cristianismo con otras creencias en el punto donde esta teoría los vincula. Las religiones no bíblicas (se dice) están basadas en una revelación general (y en el caso del judaísmo y el islamismo por lo menos, en una revelación especial también) hasta cierto punto tergifJer<fada y en ciertos puntos inaceptable. Cuatro factores (por lo menos) han conspirado para producir esto: la


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revelación general, el engaño demoníaco (el, 1 Col Co 10:20; 1 Co2 Co 4:4), la asfixiante y tergiversante acción de la mente humana caída, y la decisión de Dios de entregar a los hombres a la pesadilla de creer lo que quieran creer y olvidar lo que quieran olvidar (Ro 1:21-23,25,28). Las creencias que no son cristianas, por lo tanto, aunque en cierto sentido son el resultado del conocimiento de Dios, en realidad son formas de ignorancia de Dios. Los inconversos modernos, como los antiguos gentiles, no conocen a Dios (1 Ts 4:5). También las Escrituras nos aseguran que aparte del evangelio cristiano todos los conceptos de afinidad natural y de paz con Dios son delusivos. Donde se encuentran (yen realidad no son comunes en las religiones que no son cristianas) brotan, no de una interpretación verdadera de la revelación general, sino de engañosas y vanas ilusiones que se hacen. En realidad la revelación general saca a la luz la ira de Dios contra el pecado humano (Ro 1:18, 32). N o hay verdadero conocimiento de la paz de Dios fuera de Cristo. Por cierto, la impresión dominante que da un estudio de las grandes creencias que no son cristianas es que tienen un hambre agonizante de paz y comunión con Dios, hambre en la que tales religiones pueden a todas luces profundizar, pero que también a todas luces no pueden satisfacer. No que estén por entero equivocadas, ni por entero degradadas; a través de su teología encontramos verdades aisladas que saltan a la vista en muchos puntos, y la disciplina ascética de las mejores de ellas impresionan mucho como logro del espíritu humano. Pero en ningún caso es correcto su concepto total de Dios y la relación Dios-hombre. En particular, aunque han obtenido de la revelación general cierta forma de creencia en un castigo cósmico de la maldad, ninguno de ellos sabe de un camino efectivo de reconciliación con el Dios que el hombre ha ofendido. Saben algo de la ley, pero nada del evangelio. Buscan paz con Dios, pero sin Cristo no la pueden encontrar. Permítanme subrayar eso diciendo que estoy hablando en general y de modo exhaustivo acerca de las religiones, no acerca de ningún exponente individual o partidarios de ellos, y lo que he tratado de poner en palabras es un divino veredicto revelado en las Escrituras, no una expresión de censura o imperialismo cultural. La educación religiosa de los presentes días

distingue la dimensión religiosa de la vida humana de la observancia a alguna fe en particular, y urge que todas las creencias se aprecien en sus propios términos, lo que es correcto, y aquellos que viven en circunstancias multirraciales, multiculturales y multirreligiosas, como la mayoría de nosotros, que tienen amigos y colegas de otras persuasiones, con razón fruncirían el ceño ante cualquier "falta de respeto aparente por lo que esas personas consideran sagrado. Todavía está al acecho en las tradiciones de Occidente el menosprecio por las religiones que no son cristianas y sus seguidores, además del hecho de que sin sentido crítico se tiene la certeza de que esas personas están es.calando la misma montaña y nos encontraremos en la cima. Pero lo primero es tan indefendible como esto último. También se tiene el hábito de medir y censurar las doctrinas que no son cristianas en base a las características que sus mejores maestros ven como abusos, lo que en efecto es tomar en consideración solo su peor parte en vez de la mejor; por esto también hay que pedir disculpas y no hacerlo más, porque si pensamos que es injusto que un hindú critique el cristianismo refiriéndose a las varias ramas de la religión popular, la religión civil, el formalismo convencional y la superstición llana que ha engendrado o abrazado a través de los siglos, debemos pensar también que no es menos injusto juzgar al hinduismo, el budismo, el islamismo u otras creencias de esa manera. La verdad es queno solo el cristianismo, sino todas las grandes religiones, son capaces de degenerar y reformarse y renovarse en sus propios términos; por lo tanto solo se les aprecia como es debido mirándolas a la luz de lo que consideran sus más altos ideales y su autocrítica de intramuros, lo que significa que un humilde y respetuoso diálogo es siempre la técnica apropiada para acercarnos a ellos, mientras que una crítica triunfalista insolente nunca lo es. Aun así, la Biblia revela que la religión que no es cristiana es, como decimos, un tipo de tragedia conmovedora en la que se busca la sal4 vación donde la salvación no se puede encontrar.

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GENTE EN OSCURIDAD Los hombres y mujeres sin Cristo de todo el mundo, pues, son ignorantes de Dios con una ignorancia que es hasta cierto


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punto deliberada y por lo tanto culpable. «Como estimaron que no valía la pena tomar en cuenta el conocimiento de Dios, él a su vez los entregó a la depravación mental, para que hicieran lo que no debían hacer" (Ro 1:28) es el diagnóstico divino de todas las religiones que no son cristianas, de las irreligiones y de las conductas seudocristianas en el mundo. Subyacente en todos los factores observables que condicionan nuestras creencias y acciones -los cuales las ciencias humanas pueden estudiar y estudian- está la actitud del hombre reacio a responder a la luz de Dios y la actitud de Dios al entregarlo a la oscuridad moral e intelectual. Dios por castigo le permite al hombre obstinado creer y hacer lo que le guste, y de ahí todas las doctrinas falsas e inmoralidades -precristianas, anticristianas y postcristianas - que abundaban en el mundo que Pablo conocía y que todavía abundan hoy. (¿Podría alguna información sobre el estado de nuestra raza, como las que hallamos en el periódico y en nuestra propia experiencia, ser más estremecedoramente de actualidad que la de Ro 1:23-32, Ef 4:17-19; 2 Ti 3:1-8?) Hay en el anglicanismo una fuerte tradición de pensamiento racionalista y moralista que se remonta a más allá del último siglo del liberalismo hasta el décimo séptimo y décimo octavo siglos de tolerancia, y más allá de estos al platonismo del Renacimiento. Acostumbra asumir que todos los seres humanos por naturaleza tienden hacia Dios y la bondad, a tratar la moral y las instituciones religiosas de gente educada como verdades máximas y tomar en serio solo los elementos de las enseñanzas bíblicas que coinciden con ellos. Por supuesto, los que presentan esta tradición se concentran en la ética, pedalean suave en los temas de la gracia y el pecado, y tienden siempre a aprobar en práctica la supuesta doctrina anabaptista de la salvación por sinceridad (cada hombre será salvo por la ley o secta que profese, siempre que sea diligente en enmarcar su vida de acuerdo a tal ley y a la luz natural), doctrina que el Artículo XVIII condena basado en que «las Sagradas Escrituras nos presenta solo a Jesucristo, en cuyo nombre los hombres pueden salvarse". Es esta tradición la que ha llevado al problema de que el pelagianismo - salvación por el esfuerzo moral solamente - sea la herejía especial de los ingleses. Los hijos de esta tradición encuentran duro creer que los hombres y mujeres sin

Cristo son culpables de ignorar a Dios, perversos más o menos en lo que piensan de él y ajenos a su amistad. Pero así es, y es de vital importancia que enfrentemos el caso y comprendamos que todos -los sabios y los insensatos, los pobres y los ricos, los jóvenes y los viejos, los blancos y los negros - estamos por naturaleza en el mismo bote. Aunque la revelación general no deja de brillar sobre nosotros, somos gente de la oscuridad. Sin la especial revelación salvífica - revelación que se centra en el Señor Jesucristo - no conocemos ni podemos conocer a Dios.

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REVELACIÓN A LOS PECADORES La naturaleza de la revelación como un acto de Dios es ahora clara. La revelación es nuestro Creador y Sustentador que se dirige a nosotros para entablar amistad con nosotros. No lo encontramos a él, sino que él nos encuentra a nosotros. Nos ve como rebeldes en contra suya, con mentes ciegas y un carácter torcido por el pecado, siempre activos en deshonrarlo silenciando su verdad y sirviendo a dioses falsos. Pero su Palabra que nos llega de Cristo, aunque comienza como malas noticias sobre el veredicto que pesa sobre nosotros, es esencialmente buenas noticias, porque es un mensaje de perdón y paz, un mensaje de reconciliación a través de la muerte de Jesús y «un camino de regreso a Dios desde los caminos oscuros del pecado". De esto pareciera que nuestro estudio de la revelación de Dios debe estar controlado por un reconocimiento de dos verdades básicas. La primera es que estamos hablando de una obra de gracia a favor de los pecadores, obra que es gratuita e inmerecida a favor de personas que han renunciado a todo privilegio. El mensaje que Dios ha expresado en su Hijo concierne a una salvación costosa e inmerecida que Dios ha provisto para nosotros. Expresar tal palabra de gracia es en sí un acto de gracia, y solo quienes ven la revelación como una gracia pueden entenderlo a cabalidad. La segunda verdad es reconocer que el conocimiento de una revelación especial solo puede extraerse de la misma revelación especial. Solo a la luz de la revelación -luz de Dios que brilla en nuestra oscuridad - podemos nosotros, criaturas ciegas por


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el pecado, ver la luz en cualquier asunto espiritual. Y si no podemos conocer la verdad acerca de Dios salvo por revelación, es bien evidente que no podemos conocer la verdad acerca de la revelación salvo por revelación. Esto significa, como veremos, que la verdad acerca de la revelación hay que aprenderla de la Biblia, así como la verdad acerca del carácter de Dios hay que aprenderla de la Biblia. No debe sorprendernos encontrar que la Biblia contradiga nuestras ideas, ni debemos vacilar en reconocer que si nos apartamos de la revelación que hallamos en la Biblia, vamos por mal camino. Muchos escritores protestantes yerran aquí, pues aceptan el testimonio de la revelación en cuanto a otras verdades y son indiferentes al testimonio en cuanto a sí misma. Nociones como la de que la revelación tomó la forma de un progreso desde la imperfección de los pensamientos de Dios a los más exactos, o que tomó lugar mediante hechos divinos y no por medio de palabras divinas, o que la divina inspiración de las declaraciones no garantiza su verdad, o que el registro espiritual bíblico de la revelación no es revelación en sí misma, se copia de libro a libro sin importar el hecho de que contradicen lo que dice de sí misma la revelación. Incluso algunos teólogos neo-ortodoxos, quienes con razón enfatizan que la revelación se nos da a conocer solo por su propia luz, y que la Biblia es parte integral de la acción reveladora de Dios, han distorsionado el concepto que tienen de lo que es revelación por introducir en el mismo axiomas racionalistas que no son bíblicos, tales como el alegado carácter no proposicional de la revelación personal (Brunner) o la supuesta paradoja de que Dios nos expresa su Palabra infalible a través de falaces palabras de hombres (Barth).5 Debemos ponernos en guardia en cuanto a tales lapsos. Solo honramos de veras al Dios que ha hablado en su Hijo a nosotros, pecadores ciegos, escuchando con humildad, receptividad y sin interrupción lo que Dios tenga que decirnos, y creyendo, en su autoridad, todo lo que a él le plazca decirnos acerca de la revelación, así como de cualquier otro tema.

ex libris eltropical

CAPÍTULO CUATRO

LA PALABRA DE DIOS HABLADA (11) En el último capítulo, consideramos la revelación general que Dios hace de sí mismo como Creador, una revelación que hace a todas las personas a través de su consciencia y su conocimiento del mundo de Dios (véase Ro 1:19s), así como de la especial revelación de sí mismo como Salvador, revelación que se nos da a conocer en el evangelio (véase Ro 1:16s). En este capítulo, sin embargo, tratamos solamente con esto último. La segunda verdad mayor que las palabras de introducción de Hebreos nos enseñan es que la revelación es una activiJaJ verbal. «Dios habló». No es una metáfora de alguna forma no verbal de comunicación; el verbo está usado de una manera tan literal como cualquier otra palabra humana acerca de Dios puede serlo. El escritor quiere decir simple y sencillamente que Dios se ha comunicado con el hombre mediante palabras importantes: declaraciones, preguntas y órdenes que pronunció en persona o a nombre suyo en labios de ciertos mensajeros e instructores que escogió. El resto de la epístola expresa esto con plena claridad.

LOS PROFETAS El escritor introduce a Dios así: «Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas». ¿Quiénes y qué eran los profetas? El léxico del Nuevo Testamento de Bauer-Arndt-Gingrich-Danker, define la palabra griega profete» como «proclamador e intérprete de la revelación divina». El más antiguo léxico de Grima-Thayer da una definición más completa: «uno que, movido por el Espíritu de Dios y como vocero suyo, de manera solemne declara a los hombres lo que ha recibido por inspiración, sobre todo acontecimientos futuros yen particular


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en relación con la causa de Dios, el reino de Dios y la salvación humana». Estas definiciones son sin duda indisputables. En el hebreo del Antiguo Testamento hay tres palabras que se refieren a un profeta: ro'eb y hozeh, que significan «vidente», y nabi, que significa «pregonero». Juntas, estas palabras nos dan el concepto bíblico de profeta. Tendemos a pensar que los profetas eran por lo general hombres que predecían el futuro, pero en la Biblia el concepto del profeta como uno que predice se funda en algo más básico: un hombre a quien Dios habla y muestra cosas, y que luego tiene la responsabilidad de ir y decir a otros en el nombre de Dios las cosas que ha visto y escuchado. La naturaleza de la vocación profética se cristaliza en las palabras de Dios en Jeremías: «Antes de que nacieras, ya te había apartado; te había nombrado profeta para las naciones ... y vas a decir todo lo que yo te ordene ... He puesto en tu boca mis palabras» (Jer 1;5-9; Is. 6:8; Ez 2; Amós 7:14). Poner palabras en la boca de otro es decirle lo que tiene que decir (véase 2S 14:3, 19). Esto es lo que Dios hacía con los profetas. Como ellos siempre decían, «la palabra del Señor vino» ét ellos diciéndoles dónde debían ir y hablar a otros en el nombre de Dios. Amós describe su posición, como mediador de revelación en dos versos consecutivos (Amós 3:7s). «Nada hace el Señor omnipotente sin antes revelar sus designios a sus siervos los profetas». Ese es el profeta que ve y escucha, el recipiente de la revelación. Luego Amós dice: «Ruge el león; ¿quién no temblará de miedo? Habla el Señor omnipotente; ¿quién no profetizará? », Ese es el profeta como orador y mensajero, obligado a declarar el «secreto» que Dios le había mostrado. En esencia, entonces, los profetas eran pregoneros de la palabra de Dios, agentes humanos a través de los cuales Dios hacía públicas sus declaraciones y las hacía llegar a la gente a quienes estaban dirigidas. Sin embargo, como el «secreto» de Dios a menudo incluía sus planes futuros, así como también el significado de sus acciones presentes, los que proclamaban el mensaje de Dios a menudo parecían como anunciadores de las cosas que habrían de suceder. Así es como surgió el concepto del profeta como vaticinador. El distintivo de la profecía del Antiguo Testamento fue la fórmula introductoria: «El Señor dice». Esta fórmula proclamaba la fuente y la autoridad de los mensajes de los profetas:

decían al mundo que las cosas que ellos decían tenían que escucharlas y recibirlas como palabras de Dios, como anuncios reales y no solo producciones piadosas de hombres. Por lo general los profetas hablaban de parte de la persona de Dios: el «Yo» de sus oráculos es más frecuente que el mismo Yahvé, La psicología de la inspiración profética en la que los factores de auditorio, visión, intuición y reflexión estaban presentes es de por sí misteriosa para nosotros que no la tenemos también. Pero ambos Testamentos nos dicen que, aunque misteriosas, la inspiración profética fue un hecho recurrente en la historia de Israel desde Moisés en adelante y que esta inspiración tenía efectos y características definidas. Era más que discernimiento natural, incluso más que iluminación espiritual: era un proceso único donde el mensajero humano era de tal manera llevado a una completa identificación con el mensaje que Dios le había dado para entregar que lo que decía podía ser y de hecho tenía que ser, tratado como enteramente divino. Aunque los profetas ejercían a cabalidad su capacidad mental y destreza al captar las revelaciones de Dios y, por decirlo así, prepararlas para publicación, ya fuera oral o escrita, el producto resultante era uniforme e incorruptiblemente «palabra del Señor» como lo fueron los Diez Mandamientos que Moisés recibió en el Sinaí, escritos, según nos fue dicho, con el dedo de Dios (Éx 31:18, 32:15s). El efecto de la inspiración fue que los oráculos de los profetas declaraban, no el pensamiento de los profetas, sino el de Dios. Nada de lo que dijeron «por la palabra del Señor» (1 R13:2, 20:35) puede desecharse como error humano, como lo hicieron «todos los arrogantes» con el oráculo de Jeremías (Jer 43:2). Lo que los profetas decían, era Dios el que lo decía; como dice Hebreos 1:1, Dios habló a través de ellos, o como lo dice 2P 1:21: «La profecía no ha tenido su origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de Dios, impulsados por el Espíritu Santo». Con razón el Nuevo Testamento siempre presenta las profecías del Antiguo Testamento como expresiones verdaderas y decisivas de la mente de Dios, y encuentra la prueba mayor del origen divino del cristianismo en el cumplimiento de las Escrituras proféticas (cf. Hch 2:16-26, 3:18ss, 10:43, 13:22ss, 17:2ss, etc.). Con razón Jesús presentaba las profecía del Antiguo

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Testamento como contenedoras del plan del Padre para su ministerio mesiánico y enseñó que había venido, no a abolir a los profetas, sino a cumplirlos (Mt 5: 17, cf. 26:53-56; Le 18:3ss, 22:37, 24:25ss, 44ss; Jn. 13:18, 15:25, 17:12). No sin razón los apóstoles cayeron enseguida en el hábito de citar textos de los profetas como mensajes de Dios o del Espíritu Santo (cf. Hch 1:16,3:21, 4:24ss, 7:48ss, 13:22,33-35,47, 28:25ss). Por eso el escritor de los Hebreos especifica dos veces que el Espíritu Santo es el que habla en ciertos mensajes proféticos (3:7 y 10:15, donde cita el Salmo 95:7-11; Jer 31:33s; cf. Hch 4:25,

Dios permanece para siempre en lo que ha dicho, los hombres de generación en generación permanecen bajo ella. Las palabras del Señor nunca pierden vigencia. Expresamos nuestro sentido de la fuerza de vigencia de la ley de la tierra usando el tiempo presente cuando citamos: «La Ley dice». De la misma forma, el escritor a los Hebreos expresó su concepto de la autoridad permanente de las palabras del Salmo 95:7-11 y Jer 31:33 usando el tiempo presente cuando habla de su origen divino: «El Espíritu Santo ... dice [no dijo]» (3:7); «el Espíritu Santo da testimonio [no dw tNtimonw] a nosotros» (10:15). Por supuesto que los escritores del Nuevo Testamento no consideran que todas las palabras de Dios del Antiguo Testamento retienen su aplicación original. Las interpretan, no en términos de la antigua y preparatoria dispensación típica bajo la cual fueron expresadas, y a las que en la mayoría de los casos tenían referencia inmediata, sino en su sentido cristológico; esto es, las reaplican en términos de las nuevas circunstancias creadas por el cumplimiento de la profecía en la vida, muerte, resurrección y reino del Señor Jesucristo. La manera en que, como vemos, Hebreos interpreta el Salmo 95:7ss y Jer 31:33 como testimonio del Espíritu Santo a los cristianos del Nuevo Testamento es un ejemplo claro. Por consiguiente, el Nuevo Testamento reconoce que algunos requerimientos de la ley mosaica eran solo para la época del antiguo pacto, y Dios nunca tuvo la intención de atar con ella a los cristianos: la ley de la circuncisión, por ejemplo (véase Hechos 15 y Gálatas) o el calendario de las festividades levíticas (Gá 4:10; Col 2:16-23) o el sistema de adoración con sacrificios (Heb 7 -10, 13:9-16). La venida de Cristo toma el lugar de estas ordenanzas típicas, y la divina instrucción que los cristianos han de sacar de ellas tiene que ver, no con la voluntad de Dios en cuanto a sus acciones presentes, sino con las verdades concernientes a Dios, al hombre ya Cristo, que la observancia de estas ordenanzas siempre tuvieron la intención de inculcar en la mente israelita. Asimismo, la detallada legislación del Antiguo Testamento que aplicaba la ley moral del decálogo a la esfera de la justicia pública era solo para la era de la iglesia-estado israelita, aunque su ideal de tratar con otros de una manera justa, respetuosa y generosa debería operar siempre yen todas partes. Es en este sentido -o

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28:25). Cuando nuestro autor nos dice que en tiempos del Antiguo Testamento Dios se reveló por boca de los profetas (porque eso es lo que resulta), es importante ver el marco de referencia. Hoy podemos restringir el término «profetas» a los autores de los libros proféticos del Antiguo Testamento, junto con Samuel y sus sucesores en la historia de Israel. Pero necesitamos recordar que para los escritores del Nuevo Testamento, Moisés el dador de la ley, David y sus amigos salmistas estaban también entre los profetas. El Nuevo Testamento los presenta como pronosticadores de Cristo (Le 24:44; Jn 5:47; Hch 2:25-31, 7:37). A Moisés, por cierto, se le tiene como el profeta supremo (véase Dt 34:10) y sus enseñanzas como la suprema y básica revelación profética. Cuando Esteban dice que Moisés «recibió palabras de vida para comunicárnoslas» (7:38), es la ley de Moisés lo que tiene en mente; la ley, vista desde su punto de vista, era enteramente profética. Otra verdad que debemos señalar aquí acerca de las cosas que Dios dijo a través de sus mensajeros inspirados es que, una vez habladas, retuvieron validez y autoridad para el futuro. Deben tomarse, por lo tanto, no solo como lo que Dios di/o, sino lo que Dios dic«. Dentro del rango establecido para su aplicación, sus promesas y tratados lo comprometen y sus mandamientos comprometen a los hombres siempre que el mundo exista. «La palabra de Dios permanece para siempre» (IP 1:25, que cita Is 40:8). «Mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley desaparecerán hasta que todo se haya cumplido» (Mt 5:18). Debido a que el carácter y los planes de Dios no cambian, sería difícil que fuera de otro modo. Y como


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sea, C omo testigos de los principios y obligaciones permanentes _ que estas secciones de la ley del Antiguo Testamento permanecen vigentes. Debemos recordar que en la concepción de la ley bíblica (Hebreo, tora, literalmente «instrucción») la enseñanza teológica y la aplicación de la ley ética están unidos por naturaleza, para que las exposiciones expandidas o enmendadas que confirmaran la enseñanza teológica original (como las exposiciones de Jesús en Mt 5:21-48) no pudieran considerarse en ningún sentido significante como derogadoras de la ley

31:31-34). En el capítulo 9, el significado del sacrificio de Cristo se explica a partir del significado de las instrucciones de Dios que recibió Moisés en Éxodo 25:40 (citadas en Heb 8:5) en cuanto a la estructura y servicio del tabernáculo. El capítulo 10 invoca Dt 32:35 y Hab 2:3 (vv. 30, 27) para subrayar el peligro de la apostasía y la necesidad de firmeza. El capítulo 11 recorre con amplitud las narraciones del Antiguo Testamento sobre cómo Dios habló a sus siervos, y cómo estos respondieron, para señalar que la fe es aceptar en práctica las promesas de Dios y aferrarse a ellas contra viento y marea. El capítulo 12 trata del lugar que tiene la disciplina que aplica el Señor en la vida del cristiano, generalizando basado Pr 3:11s, citado en los versículos 5s. El capítulo 13 establece las bases del regocijo cristiano en la promesa de Dios a Josué (Josué 1:5), pasaje que se toma en el versículo 5 y después en el Salmo 118:6 como expresión una adecuada respuesta a esto. Es obvio que para este escritor (y todo el Nuevo Testamento está con él) las sentencias y sentimientos del Antiguo Testamento son unidades de instrucción divina, testimonios ciertos referentes a la voluntad de Dios, sus obras y caminos, que proceden, en último análisis, de la boca del Señor. La Epístola alas Hebreos por tanto de manera impresionante ilustra lo que significa creer que «toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia» (2Ti 3: 16). La posición del escritor no es que solo las palabras de los profetas, sino el Antiguo Testamento entero, de principio a fin, es «Palabra de Dios escrita», o sea, revelación verbal.

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(Mt5:17).

EL ANTIGUO TESTAMENTO No hemos terminado todavía con el testimonio del autor de los Hebreos sobre el carácter verbal de la revelación. Debemos ahora observar que considera todo el Antiguo Testamento, no solo los oráculos proféticos y legislativos, como revelación verbal de Dios. Esto se desprende de algo que hace que la epístola sea única en el Nuevo Testamento: Hebreos basa todo su argumento, desde el principio hasta el final, en pasajes del Antiguo Testamento; y todos los trata como proféticos en el sentido explicado, esto es, como divulgación autorizada del pensamiento de Dios, aunque algunos de ellos (como en 1:6-12, 2:6ss, y 12:5s) no son, en su contexto original, palabras que Dios expresara en persona. Por lo tanto, en el capítulo 1, la deidad y el reinado del Hijo de Dios aparecen en base a una apelación en los versículos 5-13 a Salmo 2:7, 2S 7:14, Dt 32:43 (una parte del texto que solamente se conocía de la versión Septuaginta hasta que se encontró en Qumrán el hebreo original), Salmo 45:6, 102:25, 110:1. El capítulo 2 habla de la humanidad del Rey a la luz del Salmo 8:4 (en sí un eco de Gn 1:28), que se cita en 6ss. En los capítulos 3 y 4 se hace una aplicación expositiva del Salmo 95:7-11, para mostrar la necesidad de adherencia de fe al evangelio. En los capítulos 5 y 7, el sacerdocio tipo Melquisedec de Jesús se expone a partir del Salmo 110:4. El capítulo 6 trata de manera breve (vv, 12-19) de la fidelidad de Dios a sus promesas, concepto que se expresa en el v. 14 apelando a las promesas de Dios a Abraham que registra Gn 22: 16. En los capítulos 8 y 10, se anuncia y explica el cumplimiento del nuevo pacto de la profecía de Jeremías (Jer

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REVELACIÓN EN CRISTO Luego el escritor nos dice que ahora Dios ha hablado «por su Hijo». Algunos hablan hoy como si la revelación en la persona de Cristo nos llevara por completo más allá de la esfera de la revelación. Pero nuestro autor no piensa así, es más, relata la revelación verbal como la esencia del ministerio revelador de nuestro Señor. Esto se ve en su referencia en 2:3 a la «gran salvación» que «fue primero anunciada por el Señor, (y] fue confirmada a nosotros por quienes le escucharan», Aquí enfoca


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nuestra atención en la instrucción verbal -la «palabra» - que Jesús y sus apóstoles dieron a los hombres en el nombre del Padre. En esto se nota que nuestro autor estaba siguiendo los pasos de Jesús, porque el mismo Jesús solía reducir la pregunta de si los hombres percibían la revelación salvífica de Dios en él a la cuestión de que si ellos recibían y respondían a su instrucción como verdad divina. (Sobre el origen divino de la «palabra» de Jesús, veaJn 3:14,34,7:16,8:26,28,38,40,43 con 47, 12:49s, 14;10,24, 15:15, 17:8, 14, 18:37. Sobre las implicaciones de recibirlo o rechazarlo, vea Mt 7:21-27, Le 6:46-49, 8:4-21, 11:28; Jn 3:11,8:31, 37,43,47, 12:48, 14:21-23, 15:7, 17:6-8, 18:37.) También el autor está uniendo su voz a la de Pablo en sus afirmaciones; porque Pablo anunció su evangelio como el por largo tiempo escondido «misterio» (secreto) de Dios, ya dado a conocer a los apóstoles de Cristo y a sus profetas por revelación (Ef 3:3-5; Ro 16:25ss, cf. Gá 1:12; lCo 2:10-13), y por tanto ya «no ... palabra de hombres, sino ... realmente ... palabra de Dios» (1Ts 2:13). Para sí mismo, la aseveración de Pablo fue que en virtud de su investidura apostólica con el Espíritu Santo (1 Co 2: 12) hablaba como vocero de Cristo, como lo habían hecho los profetas. Por tanto, su enseñanza evangélica era la verdad de Dios pura (Gá 1:6) y sus requerimientos eran en verdad «mandamientos de Dios» (ICo 14:37). (Sobre la fuente divina y verdad de la «palabra» de los apóstoles, véase también Jn 14:2615:26s, 16:12-15, 17:20;y cf. Ap 1:1-13, 19,22:6-9, 18). Todo este cúmulo de evidencia nos compele a reconocer que la revelación en Cristo, por muy grande que sea el avance que marca sobre lo que fue antes, no constituye un quebrantamiento del principio de que lo que Dios revela es dado a conocer a hombres a través de instrucción verbal que procede de Dios mismo. Aunque es verdad que el Cristo encarnado no fue solo Dios para el hombre sino hombre para Dios, y que en él no solo escuchamos a Dios hablando sino que también vemos a Dios bendiciendo y al hombre obedeciendo, y que esta es la más rica revelación que palabra alguna pueda dar, la centralidad de la revelación verbal permanece, y es precisamente a las palabras divinas a las que el evangelio nos llama a responder.

Luego entonces, según el final de la Epístola a los Hebreos, tras referirse al «clamor de palabras» que Israel escuchó en el Sinaí (12:19), el escritor resume su urgencia así: «Tengan cuidado de no rechazar al que habla, pues si no escaparon aquellos que rechazaron al que los amonestaba en la tierra, mucho menos escaparemos nosotros si le volvemos la espalda al que nos amonesta desde el cielo. En aquella ocasión, su voz conmovió la tierra, pero ahora ha prometido: «U na vez más haré que se estremezca no sólo la tierra sino también el cielo» (12:25, citando Hag 2:6). Las palabras en itálicas hacen claro más allá de toda sombra de duda que para este escritor (y una vez más, tiene el Nuevo Testamento con él) la esencia de la revelación cristiana es comunicación verbal de Dios, trasmitida a través de Cristo y sus apóstoles.

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LA REVELACIÓN VERBAL BAJO CRÍTICA Hemos alcanzado ahora el primero de los canales que dividen los ríos de las discusiones modernas sobre la revelación. La división se produce sobre si pensamos o no como el escritor de los Hebreos que la revelación es una comunicación verbal divina en que Dios usa lenguaje humano - hablado y escrito - a través de mensajeros especiales, con el propósito de dar a conocer a la humanidad lo que piensay por lo tanto a sí mismo. Muchos hoy día tienen opiniones sobre la revelación en la historia y en la experiencia que los mueve, no solo a rechazar esta idea, sino a atacarla como positivamente dañina. Por lo tanto, es importante ser claros sobre solo lo que la posición apostólica encierra y no encierra, Primero, algunas negativas, que son necesarias en vista de los conceptos equivocados en boga. l. El concepto de la revelación como en esencia una comunicación verbal no implica tener a Dios como un rabí celestial que no hace nada sino sentarse y hablar. No afecta, por lo tanto, el énfasis que la teología de mediados de siglo con razón pone sobre el hecho de que el Dios de la Biblia (¡y por supuesto de Hebreos 1) es un vivo y activo Ser, Señor y Hacedor de la historia, que se revela por medio de hechos poderosos de redención; y que la Biblia por sí misma es en esencia un recital de sus


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hechos, una narración explicativa del gran drama del ()Frecimiento de su reino, y la salvación del mundo. ¡ Creer Gue el modo de la revelación es verbal no es incongruente con elreconacimiento de que el sujeto-materia de la revelación es elDios vivo y su obra de redención, como la Epístola a los Hebreos muestra con plena suficiencia. 2. Tampoco esta creencia implica que aceptar la reveación es cuestión de sentarse y aprender las doctrinas bíblicas. Esirónico cuando a los que sostienen la posición de Hebreos se les acusa de intelectualizar y despersonalizar la fe. Ningún teólogo moderno podría sostener con más vigor que Hebreos 11 que la fe no es solo ortodoxia, sino una «existencial» confianza en el Dios vivo. De hecho, como observamos antes, y como Hebreos 11 muestra (vv, 7, 8, 11, 13, etc.), tal confianza es solo pasible sobre la base de un mensaje verbal de Dios -mandamientos divinos y promesas - reconocido como tal. 3. Ni tampoco la creencia de que la revelación es en esencia una comunicación verbal del cielo milita en manera alguna eI1 contra de la identificación que hace el Nuevo Testamento de que Jesús es la Palabra de Dios (Jn I: 1-14) que revela al Padre (JnI: 18,14:9). Argüir de otra manera, como algunos lo hacen, es como argüir que, porque «El escocés volador» es el nombre de una locomotora, no puede ser también el nombre de un tren", El término «Verbo» (lagos) denota la expresión de la mente al razonar y hablar. El Hijo de Dios es llamado «Verbo» [o «Palabra» en las versiones inglesas] porque en él la mente de Dios, su carácter y propósito encuentran expresión plena. La revelación de Dios es llamada su Palabra porque es discurso verbal razonado que tiene a Dios como sujeto y fuente. La «Palabra» verbal da testimonio del «Verbo» personal y nos permite conocer a este último como lo que es, lo cual de otra manera no la podríamos hacer. No hay incongruencia aquí. Es notable que, aunque Hebreos comienza a ensalzar al Hijo de Dios como la perfecta imagen de su Padre (1 :3), en tres de cuatro veces la frase «Palabra de Dios» se usa para denotar, no a Cristo, sino al divino mensaje concerniente a Él (4:12, 6:5,13:7). (Para otros usos de «Palabra» en Hebreos en referencia a comunicaciones verbales de Dios a los hombres, véase 2:2, 4:2, 7:28, 12:19).

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Pero lo que el hecho de decir que la revelación es esencialmente verbal implica es que ningún hecho histórico, como tal, puede dar a conocer a Dios a menos que Dios mismo revele su significado y lugar en su plan. Algunos sucesos providenciales pueden servir para recordarnos, con mayor o menor vividez, que Dios está actuando (cf. Hch 14: 17), pero su nexo, si lo hay, con su propósito salvador no puede conocerse hasta que él mismo nos informe de él. Ningún hecho se interpreta a sí mismo a este nivel. El Éxodo, por ejemplo, fue solo uno de las muchas migraciones tribales que la historia conoce (cf. Amós 9:7), el Calvario fue solo una de las muchas ejecuciones romanas. ¿Quién iba a haber adivinado el singular significado salvador de estos hechos si Dios mismo no nos hubiera hablado para decírnoslo? Toda la historia es, en cierto sentido, los hechos de Dios, pero ninguno de estos hechos nos revela a Dios, excepto cuando él mismo nos habla de eso. La revelación de Dios no es a través de hechos sin palabras (un tonto acertijo), como tampoco es a través de palabras sin hechos. Es a través de hechos que él habla para interpretar o, para decirlo más bíblicamente, a través de palabras que sus hechos confirman y cumplen. La realidad que debemos enfrentar es que sin revelación verbal no hay revelación, ni siquiera en la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret.

UNA ALTERNATIVA ACTUAL Este punto es crucial para el debate actual, por cuanto el concepto de revelación que, siguiendo a escritores como William Temple y Leonard Hodgson", muchos teólogos británicos han sostenido en una forma u otra de veras depende de negarlo. Según este punto de vista, Dios se reveló en la historia iluminando a determinados observadores de acontecimientos significantes para que percibieran el significado de esos acontecimientos en términos del carácter y el plan de Dios. Los acontecimientos por tanto ganaron estatus de reveladores a través de la coincidencia con ellos de mentes divinamente iluminadas. Pero esta iluminación, aunque elevó la intuición de los observadores y su capacidad reflexiva, y agudizó sus percepciones morales y espirituales, no fue en sí una infusión a sus mentes de las verdades


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de Dios. Temple lo dice así: «No existe una verdad revelada. Hay verdades de revelación, o sea proposiciones que expresan los resultados del pensamiento correcto concerniente a la revelación; pero ellas mismas no son reveladas directamente »4. Muchos encuentran atractivo este punto de vista, porque si bien pretende salvaguardar la realidad de la revelación en la historia, no obliga a tratar todo el contenido de las Escrituras como verdades de revelación. Los hombres falibles, aunque iluminados, pueden cometer errores fácticos y teológicos, y en esto no tenemos razón para pensar que los autores bíblicos sean excepciones a la regla. Así que esta enseñanza concuerda con los métodos de crítica bíblica protestante convencional, la cual por más de un siglo ha trabajado en base a un rechazo deliberado del concepto de la inerrancia. Quienes toman el enfoque de Temple quedan en libertad de entronar el criticismo histórico como la técnica básica de la teología cristiana; y parece que el número de quienes piensan que la tarea de los teólogos es, primero, reconstruir la historia bíblica (<<lo que en reaLiJa() sucedió» ) desde las narrativas bíblicas y entonces a la luz de esta reconstrucción, evaluar lo adecuado de las interpretaciones de esta historia que los escritores bíblicos propusieron, es ahora grande", Pero el enfoque mismo es vulnerable en muchos sentidos. Primero, en efecto lanza por el suelo todo el concepto bíblico de conocer a Dios, tener comunión con Dios y ser amigo de Dios. Sostiene que la forma de Dios de darse a conocer, lo mismo a los escritores bíblicos que a nosotros, no es dirigirnos la palabra, sino solo guiar nuestros pensamientos hacia ideas correctas acerca de él cuando lo miramos en acción. Pero esto no puede en principio ofrecernos ningún conocimiento personal de Dios. Como un chico del pueblo de Gloucestershire, conocía todo lo que tenía que ver con Walter Hammond. Cuando lo veía en acción, sabía lo suficiente de críquet para poder decir por qué agitó el bate de la forma en que lo hizo." Pero nunca fuimos amigos, porque nunca lo conocí personalmente; nunca me habló. Sobre la base del concepto que estamos discutiendo, habría que concluir que nadie, ni en los tiempos de la Biblia ni después, ha tenido una experiencia personal con Dios, y, además, que el concepto bíblico de tener comunión y amistad con

Dios dentro de una relación de pacto, en la que él está comprometido conmigo como mi Dios porque así lo prometió, es un sueño irrealizable. Segundo, en efecto lanza por el suelo todo el concepto bíblico de la fe, el cual es en esencia honrar a Dios confiando tenazmente en lo que este ha dicho. Cuando Abraham, a quien el Nuevo Testamento exalta como el hombre de fe por excelencia, «creyó a Dios y le fue contado por justicia» (Ro 4 :3; Gá 3:6, Gn 15:6), el objeto de su fe fue una promesa específica. (Véase además Heb 6:13ss, 11:8-13, 17) Hebreos 11:33 dice que los héroes del Nuevo Testamento «por la fe '" alcanzaron lo prometido»; pero si la enseñanza que cuestionamos es la verdad completa acerca de la revelación, no había ninguna promesa que ellos pudieran obtener, ni tampoco la hay para nosotros. Tercero, este concepto impone la conclusión de que Dios nunca le dirigió palabras a ningún profeta o apóstol en ninguna circunstancia, y que todas las experiencias que registraron acerca de escuchar su voz deben desecharse, de la misma forma que C. H. Dodd echa por la borda las palabras divinas delllamamiento que Jeremías escuchó como «alucinaciones/. Esto implica que, cualquiera cosa que en su estado alucinatorio puedan haber creído acerca de la procedencia de sus mensajes, nunca debemos tomar el significado de la frase «el Señor dice» más allá de «estoy seguro que si Dios hablara diría... », Si es así, debemos tomarlas, no como que Dios habla a través de ellas directamente, sino como palabras de expertos teológicos y expertos religiosos que nos hablan de lo que creen acerca de U no que, aunque activo en otras cosas, es tonto y nunca habla por sí mismo. Pero eso es en extremo antibíblico, Entonces, cuarto, este concepto pasa por alto el hecho de que en el caso de todos los hechos de importancia en la historia de salvación (para no mencionar muchos otros), Dios no dejó su significado para que se captara durante o después de que ocurrieran, sino que los prologó, con frecuencia a muy largo plazo, mediante predicciones verbales de lo que a su debido tiempo iba a hacer. Esto sucedió, se nos dice, en el caso del Éxodo, la conquista de Canaán, el establecimiento del reino, el cautiverio, el retorno, la venida de Cristo, la Cruz y la Resurrección, el envío del Espíritu, el llamamiento a los gentiles,

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etcétera, etcétera. Estos son hechos con los cuales la teoría bajo revisión no puede lidiar; por lo tanto, lo único que pueden hacer es decir que estas predicciones nunca tuvieron lugar. La teoría no aceptaría la aseveración que se hace en Isaías 46:9s: «Yo soy Dios, y no hay nadie igual a mí. Yo anuncio el fin desde el principio; desde los tiempos antiguos, lo que está por venir ... ». Si la teoría de Temple permanece en pie, no solo esta afirmación no es una verdad revelada, sino que no es ni siquiera una verdad de revelación. Quinto, si no hay verdades reveladas, las afirmaciones teológicas que hizo el Señor Jesucristo no son verdades reveladas; y en ese caso, cómo entendemos sus solemnes aserciones: «Mi enseñanza no es mía sino del que me envió». «Hablo conforme a lo que el Padre me ha enseñado»; «el Padre que me envió me ordenó qué decir y cómo decirlo ... lo que sea que yo diga es sólo lo que el Padre me ha dicho que diga»; «juzgo sólo según lo que oigo»; «Yo hablo de lo que he visto en presencia del Padre; ... hagan lo que del Padre han escuchado»; «mis palabras jamás pasarán» (Jn 7:16, 8:28, 12:49s, 5:30, 8:38ss; Mr 13:31) ¿Sufrió nuestro Señor de alucinaciones como las nuestras? ¿Nunca habló el Padre a su Hijo? Una teoría que no permita ni siquiera la posibilidad de que las palabras de Jesús tenga la categoría de revelación verbal de seguro se condena a sí misma. Pudiéramos presentar más objeciones, pero ya parece claro que esta teoría es insostenible y por lo que nos abstenemos.

revelación es el conocimiento acerca de él que nos da como medio de alcanzar ese fin. La revelación como acto de Dios tiene lugar cuando se nos otorga la revelación como dádiva de Dios; el primer sentido de la palabra abarca el segundo. De acuerdo a esto, la revelación en el sentido más estrecho debe estudiarse con el trasfondo de la revelación en el sentido más amplio. ¿Cómo revela Dios lo que tiene que revelarnos para que podamos conocerle? Mediante comunicación verbal de su parte. Sin ésta, la revelación en el sentido pleno y salvador no puede tomar lugar. Porque ningún acontecimiento histórico conocido, como tal (un éxodo, una conquista, una cautividad, una crucifixión, una tumba vacía), puede revelar a Dios aparte de una palabra de Dios que lo explique o una promesa anterior que se vea confirmada o cumplida. La revelación en esta forma básica es además proposicional por necesidad; Dios se nos revela hablándonos acerca de sí mismo, y lo que está haciendo en su mundo. La declaración en Hebreos 1:1 de que en días del Antiguo Testamento Dios habló «de varias maneras» nos recuerda la notable variedad de medios por los cuales, según lo registrado, las comunicaciones de Dios en diferentes ocasiones fueron teoíanías, anuncios angelicales, una voz audible del cielo (Éx 19:9, Mt 3:17; 2 P 1:17), visiones, sueños, señales, sortilegios sagrados (Urim y Tumim: 1S 28:6), escritos sobrenaturales (Éx 31:18, Dn 5:5), percepciones internas, y otras formas que desde el exterior parecen más bien clarividencia (cf. 1S 9: 15 -10:9), así como también el tipo más característico de la inspiración, en el cual el Espíritu de Dios controlaba las operaciones reflexivas de la mente de la gente para guiarlos a un discernimiento correcto en todas las cosas. Pero en cada caso, las revelaciones introducidas, comunicadas o confirmadas por estos medios fueron proposicionales en sustancia y verbales en forma. ¿Por qué se nos revela Dios? Porque, como vimos, el que nos hizo seres racionales quiere, en su amor, tenernos como amigos; y nos dirige sus palabras -declaraciones, órdenes, promesas - como una manera de expresarnos lo que piensa, y expresarse con una franqueza que una amistad presupone y sin la cual no puede existir. ¿Cuál es el contenido de la revelación de Dios? Este lo determina nuestra apremiante situación presente como pecadores.

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DIOS SE REVELÓ A TRAVÉS DE SUS PALABRAS Será útil presentar a lo largo de esta teoría nada bíblica -y de hecho antibíblica- una recapitulación de la posición que estamos arguyendo". Esta puede resumirse como sigue: ¿Qué es revelación? Desde un punto de vista es un acto de Dios, desde otro es una de sus dádivas. De ambos puntos de vista es correlativo al conocimiento que tiene el hombre de Dios, como en una mano una experiencia y en la otra una posesión. Como acto de Dios, la revelación es la revelación que hace de sí mismo por la cual nos conduce activa y experimentalmente a conocerle como nuestro Dios y Salvador. Como don de Dios, la

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Aunque hemos caído en ignorancia de Dios y con una manera impía de vivir, Dios no ha abandonado su propósito de tenemos como amigos; al contrario, en su amor ha resuelto rescatarnos del pecado y restauramos para él. Su plan para lograrlo fue darse a conocer a nosotros como Redentor y Recriador nuestro a través de la encarnación, muerte, resurrección y reino de su Hijo. Consumar este plan requirió una larga serie de acontecimientos preparatorios, comenzando con la promesa de una simiente de mujer (Gn 3:15) y extendiéndose a lo largo de la historia del Antiguo Testamento. Además, requirió todo un conjunto de instrucción verbal concurrente, la predicción de cada elemento en secuencia antes que aparecieran y la aplicación en retrospectiva de sus lecciones, para que en cada etapa la gente pudiera ir entendiendo la historia de la salvación en desarrollo, la esperanza en la promesa de un logro completo, y aprendiendo qué tipo de personas, como objetos de gracia, debieran ser. Además la historia de la salvación (los actos de Dios) tomó lugar en el contexto de la historia de la revelación (los oráculos de Dios). Pero si la época de revelación terminó con Cristo y los apóstoles, ¿cómo, entonces, Dios se nos revela hoy? Diciéndonos la misma cosa que tiempo atrás dijo a otros, solo que ahora en directa aplicación a nosotros mismos en la situación en que estamos. La idea bíblica, como vemos, es que las palabras de Dios, expresadas en momentos particulares en la historia bíblica, tienen obligatoriedad para todas las generaciones que le siguen. Dios no cambia; y por lo tanto sus aserciones, una vez hechas, permanecen verdaderas, para gobernar cada pensamiento individual. Los juicios que emitió alguna vez en cuanto a ciertos individuos o grupos permanecen para siempre como una revelación de su carácter y de los estándares por los cuales nos mide a todos. Asimismo, su instrucción moral permanece válida como declaración de sus ideales en cuanto a nuestras vidas. Las declaraciones históricas de Dios operan por tanto como ley de estatuto en la sociedad. Las promulgaciones de diferentes fechas, una vez que están en el libro de estatutos, permanecen siempre en vigor, y se aplican en principio a cada uno (aunque quizá a veces sea necesario pensar y discutir con cuidado el cómo), y cada generación está obligada a cumplir lo que «la ley dice». De la misma forma, todos estamos obligados ante Dios a

hacer lo que sus palabras, habladas en diferentes tiempos en la historia bíblica, requieren. O como por lo general decimos, ser gobernados por lo que «la Palabra de Dios dice». Los pronunciamientos de Dios por lo tanto funcionan (para cambiar la ilustración) como las palabras de un tutor universitario en un grupo tutelar, donde una persona trae y lee un ensayo y el resto del grupo aprende escuchando los comentarios del tutor sobre el ensayo. Cuando las palabras de Dios pasan ante nosotros en nuestras lecturas bíblicas y al escuchar sermones, es como si estuviéramos en un grupo tutelar con Abraham, Moisés, David, Elías, Pedro, los israelitas, los cristianos de Roma, los creyentes gálatas, las siete iglesias del Apocalipsis, y todos aquellos a quienes las palabras particulares de Dios estaban dirigidas, y con quienes sus tratos quedaron registrados. Alcanzamos a oír lo que Dios está diciéndoles, cuando comenta lo que han hecho y les ofrece consejo y orientación para el futuro, y de esto aprendemos lo que él nos diría acerca de nuestras vidas. Y así como el oyente en una unión tutelar bajo un profesor astuto que conoce a sus alumnos a menudo sentirá, y con razón, que los comentarios que suscita el ensayo han sido «orientados» a dar la instrucción que necesitan todos los presentes además del ensayista mismo, los cristianos que estudian las palabras de Dios escritas con frecuencia sentirán que lo que Dios dijo a alguien miles de años atrás se aplica a su condición presente de una manera tan perfecta que bien pudieron haber sido escritas especialmente para ellos (iY por supuesto que lo fueron!, porque, así como un cristiano puede decir, como Pablo, que Cristo lo amó y dio su vida por él (Gá 2:20), puede también decir que Dios lo amó y escribió este libro por él. Lo que Dios hizo que se escribiera para la Iglesia en general [d. lCo 10:11, Ro 15:4] hizo que se escribiera para todo cristiano. La máxima devocional de que uno debe leer las Escrituras como si leyera la carta del mejor amigo no se basa en una fantasía piadosa, sino en la más firme realidad teológica.) Esta ilustración es unilateral (¿no lo son todas?). Podría dar la impresión de que Dios solo nos habla para enderezar nuestros pensamientos. Entonces añado otra, la del entrenador que te ayuda en un deporte. Su trabajo es practicarte hasta que lo hagas todo como es debido, lo que significa, entre otras cosas, mejor que

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antes. Él, por lo tanto, es un perfeccionista, y te hace vívidamente consciente de ese hecho. Invade la privacidad de tus confortables malos hábitos con palabras importunas que algunas veces te hacen inteligente. Observa todos tus movimientos, no deja pasar nada, te requiere que hagas las cosas de manera tan diferente que al inicio parece raro y te regaña, quizá con fiereza, cuando sigues en lo que solías o caes en las viejas costumbres. Algunas veces actuará enojado contigo, y te censurará frente a otros, o hará que te vean y te critiquen, en una manera en que tu orgullo se resienta; algunas veces te hace odiarlo y desear que no estuviera allí. Pero en tus momentos sobrios sabes que lo hace por tu bien; se ha propuesto lograr que seas mejor, y su persistencia en pegarte gritos cuando tienes una actuación de segunda clase es en realidad que reconoce tus cualidades, porque si no pensara que puedes mejorar no gastaría tiempo y energía en ti. Nadie fue nunca más rudo y más salvaje con los músicos que ensayaba que el difunto Arturo Toscanini, pero este entrenaba orquestas para que alcanzaran un equilibrio y una precisión que nunca habían soñado, y la mayoría de quienes lo sufrieron dijeron después que no tocarían bajo la dirección de otro. He aquí un cuadro más de lo que Dios está haciendo contigo y conmigo a través de sus palabras y su ordenación providencial de las cosas. Él reprueba, corrige e instruye en justicia; nos está entrenando «a fin de que participemos de su santidad. Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella» (Heb 12:10s). Esto es lo que Dios está intentanda cuando nos habla unay otra vez con sus palabras de hace mucho tiempo que se aplican a nuestras vidas.

EL PROCESO DE LA REVELACIÓN La verdad final que la introducción de Hebreos enseña es que la revelación es una actividad acumulativa. La revelación de Dios no es independiente, sino que es el clímax de una larga serie de descubrimientos reveladores. Las declaraciones que en tiempo del Antiguo Testamento Dios hizo «de manera fragmentaria y variada» [como dice una versión inglesa] a través de los

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profetas cubren los primeros elementos en la serie. Pero «en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo». «De manera fragmentaria y variada ... en el Hijo ... », Aquí está implícito no solo un clímax, sino además un contraste entre una revelación o serie de revelaciones, que fue parcial e incompleta, en pedazos y fragmentos, no integrada por completo, y una revelación que es comprehensiva, unificada y final. ¿Cómo debemos interpretar este contraste? El resto de la epístola nos lo enseña. Es un contraste, no entre cruda y refinada, «primitiva» y «evolucionada», en parte falsa y del todo cierta, sino entre promesas y su cumplimiento, tipos y antitipos, sombra y sustancia, lo incompleto y lo perfecto, en las dos sucesivas dispensaciones de la divina gracia bajo las cuales el pueblo del pacto de Dios ha vivido. Es un contraste que debe explicarse en términos, no de mejores concepciones de Dios, sino de un pacto superior (Hebreos 7:22), un sacerdote superior (7:26ss), un sacrificio superior (9:23), las mejores promesas (8:6), la mejor esperanza (7:19), un acceso más completo (9:8s, 10:19ss),y una más vívida degustación de la gloria (6:4s) que los cristianos experimentan a través de Cristo en comparación con los creyentes del Antiguo Testamento; como además en términos del hecho de que el evangelio de Cristo es tanto para judíos como para gentiles, si bien la revelación del Antiguo Testamento estuvo dirigida solo a los judíos (cf. Salmo 147:19s). La írase «de manera fragmentaria y variada» solo denota, como John Owen vio hace tiempo, que «el deseo de Dios concerniente a que se le adorara y obedeciera no fue revelado de una vez a su Iglesia, ni por Moisés ni por nadie», sino que su revelación fue un proceso gradual, «por la adición de una cosa después de la otra, en varias épocas, a medida que la Iglesia fue siendo capaz de soportar la luz de esa revelación, y a medida que convenía a su deseo principal de reservar todas las preeminencias para el Mesías» 9. Luego, en tiempos del Nuevo Testamento, de la misma manera que se decía que todos los caminos conducen a Roma, se vio que todas las diversas y al parecer divergentes hebras de la revelación del Antiguo Testamento conducían a Jesucristo profeta, sacerdote y rey, mediador, sacrificio e intercesor, crucificado, resucitado y que ha de regresar. Como el Nuevo Testamento representa en todo esto un adelanto en cuanto al Antiguo Testamento, ¿es correcto decir que la


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revelación es progresiva? Todo depende de lo que queremos decir por «progresivo». Si nuestro significado es solo que las palabras que Dios habló en el Antiguo Testamento, aunque diversas, contribuyeron de una forma u otra a «preparar» para la venida del Hijo Dios, la palabra es aceptable. Pero la teología liberal ha usado demasiado la palabra para expresar la idea de que la historia de la revelación es en realidad la historia de cómo el concepto que Israel tenía de Dios evolucionó de algo muy crudo (un Dios de guerra tribal) a algo más refinado (un creador moral) y luego al concepto de Dios que enseñó Jesús (un Padre amoroso); y han presentado esta idea en tal forma que implica que los cristianos no necesitan el Antiguo Testamento para nada, pues todo lo que es cierto en cuanto a sus conceptos de Dios puede aprenderse del Nuevo Testamento, y que todo lo demás que se dice acerca de él es más o menos falso. Pero no es así. Sí, Dios estuvo ampliando el conocimiento de la gente acerca de la divinidad a través del proceso revelador, pero la idea de que lo que fue revelado más tarde contradice y cancela lo que fue revelado antes es errónea. Y lo mismo el amplio abandono del Antiguo Testamento a que esta idea ha conducido. La revelación del Nuevo Testamento descansa en cada punto en el Antiguo como cimiento, y remover los cimientos una vez que la superestructura está en su lugar es la manera más segura de desbaratar la superestructura. Los que dejan a un lado el Antiguo Testamento nunca harán mucho con el Nuevo. Cuando, por lo tanto, la frase «revelación progresiva» se usa para referirse al mito de una evolución religiosa y con ello justificar que no se reconozca al Antiguo Testamento, es falsa, y como la palabra «progresiva» la han forzado con demasiada frecuencia en este sentido, es mejor rechazarla -por lo menos para evitar confusión- cuando se declara la posición bíblica. La creencia de que la revelación posterior, en vez de estar en conflicto con lo que había antes, la presupuso y se fortaleció en cada etapa, se expresa mejor diciendo que el proceso revelador es «acumulativo» antes que «progresivo». Pero si el progreso de revelación en la historia a través de mil años y más fue acumulativo, y si más tarde los detalles en las series de mensajes de Dios construyeron sobre los anteriores, es claro que estos detalles posteriores solo puedan interpretarse a la luz de todas las series como un todo, y en particular que el

último detalle de todo -el mensaje de Dios que nos trajo su Hijo - está más lejos de ser por sí mismo interpretativo que cualquiera, y hay que situarlo en el contexto de los mensajes anteriores de Dios antes de poder entenderlo como es debido. Esto significa que la naturaleza del proceso de revelación mismo hizo necesario que hubiera un registro unificado de los mensajes de Dios. De la misma manera, si nosotros los pecadores íbamos a tener a Dios como amigo, él tenía que hablarnos de la redención, y entonces, si la secuencia de sus palabras iba a tener sobre nosotros el efecto que se buscaba, se hacía necesaria una presentación total de accesibilidad permanente. O sea, tenía que haber una Biblia. La confirmación de este razonamiento está en el hecho de que Dios nos ha dado justo una Biblia, un libro compuesto de muchos libros, el cual llegó a su medida presente al paso del continuo proceso revelador mismo, y que ahora se yergue como una narrativa explicativa completa de las palabras salvadoras y hechos de Dios. Como dijo Calvino, «para que, con la constante marcha hacia delante de la instrucción divina (continuo progreAfu doctrinas) la verdad de Dios pudiera permanecer como sobreviviente en el mundo en todas las edades, este dispuso que los oráculos que había depositado con los padres se consignaran, por así decirlo, en registros públicos» lO. Así que la Biblia, un libro catapultado por el proceso revelador en la historia, no es un accidental subproducto de ese proceso, sino una parte integral e indispensable de este; porque sin un registro de las revelaciones tempranas de Dios, sus palabras últimas y sobre todo su postrer Verbo, no podrían ser entendidos a cabalidad. Ni tampoco, sin una grabación permanente del proceso completo, hubiera podido preservarse la revelación de Dios como un todo de la corrupción para que realizara en cada generación su labor de conducir a los pecadores al conocimiento de Dios. Así que la obra de Dios de producir y preservar los libros que conforman la Biblia debe celebrarse como muestra no solo de su poder sino también de su sabiduría; y cualquier afirmación de que no podemos confiar completamente en la Biblia en cuanto a nuestro conocimiento de Cristo y de su salvación debe tomarse como lo que es: una verdadera acusación de impotencia, locura o de ambas cosas contra Dios.

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CAPÍTULO CINCO

LA PALABRA DE DIOS ESCRITA En este capítulo esbozaremos el punto de vista de las Santas Escrituras que los últimos dos capítulos han estado señalando, el cual, por cierto, está incorporado en lo esencial en nuestros l formularios anglicanos históricos • Para aclarar por dónde iremos, iniciamos con algunos comentarios adicionales sobre el estudio «critico» de las Escrituras como se practica hoy.

EL MÉTODO «CRÍTICO» Lo que diferencia el movimiento «crítico», como se le llama, de la erudición bíblica de antaño es que toma la Biblia principalmente como un libro de historia antigua, y lo estudia desde el punto de vista de la historia como un proceso en desarrollo con leyes causales inherentes en sí mismas, perspectiva que maduró y se desarrolló como una de las secularizadas especulaciones «científicas» que inundaron las universidades alemanas en el siglo diecinueve. Como consecuencia, los estudios bíblicos en centros protestantes de aprendizaje, como lo testifican sus libros de texto y papeles de examen, por un lado ahora están dominados por una minuciosa indagación en cuanto a las fuentes, fechas, autoría, ocasión y propósito de los diferentes libros bíblicos; y por el otro lado por un intento de reconstruir desde el punto de vista-mederno», como un inteligible proceso independiente, la secuencia de los acontecimientos que la Biblia presenta como la historia de la ~bra de Dios en cuanto a creación, providencia y gracia. Está claro que este método, como se describe, encuadra mejor con un enfoque naturalista, evolucionista, antimilagroso, uniformista que con cualquier forma de creencia de que la historia bíblica y la historia de la Iglesia, aunque condicionadas en todo por factores anteriores que los que historiadores pueden tabular, han sido de hecho caLMtÚJa.J por las intrusiones repetidas (reveladoras,

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milagrosas, regeneradoras) del poder de Dios en la nueva creación, intrusiones que producen en la vida de los hombres y naciones efectos que son inexplicables en términos de lo que fue antes. y de hecho los pioneros de la crítica bíblica histórica enlazaron tanto su empresa a los axiomas antisobrenaturales, incluyendo una negación dogmática de la inerrancia bíblica, que se creó la impresión de que el estudio bíblico no puede ser «científico» en ningún sentido si se hace sobre cualquiera otra base. De esta superstición secular -porque eso es lo que es - la erudición protestante posterior nunca se ha liberado por completo. (Su contraparte romana, aunque acepta el método histórico, se apega a un sobrenaturalismo explícito y una igualmente explícita doctrina de inerrancia bíblica y en términos generales se ha desenvuelto mejor en este punto 2). Hoy día la mayoría de los eruditos protestantes ingleses, como siempre más conservadores que sus contrapartes en Alemania y América, aceptan con cautela lo milagroso y han mantenido, aunque de manera borrosa, los esquemas generales de la fe bíblica; pero casi sin excepción todavía excluyen la doctrina de la inerrancia. Mientras tanto, la «crítica bíblica» permanece identificada en la mente de muchos cristianos con un indebido apetito de suavizar la Biblia y justificar las creencias cismáticas, y por lo tanto sigue siendo algo cuestionable. Es necesario decir con claridad que, aunque tales distorsiones con asunciones seudocientíficas como las mencionadas sin duda deben rechazarse, el uso de un método histórico de estudio de las Escrituras es de todos modos una necesidad teológica. Porque la revelación de Dios en realidad tomó la forma de un proceso histórico; la Palabra de Dios concerniente a esta de veras toma la forma de un libro de historia antigua; la realidad de la inspiración bíblica implica que aprendamos el mensaje de Dios estudiando lo que el escritor humano quiso decir (porque lo que dijeron, Dios lo dice); ya menos que entendamos históricamente sus declaraciones -en términos de lo que queríart decir cuando lo dijeron - estamos expuestos a malinterpretarlas, más o menos. De ahí la insistencia de los reformadores en que la Biblia debe interpretarse en su «sentido literal», no alegórico. Apelaban a lo que entre los norteamericanos se conoce como exégesis «gramático-histórica». Esta es una técnica de la cual, existe el consentimiento, Juan Calvino fue el mejor maestro que la


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Iglesia jamás ha tenido. La verdad es que, así como Jesús de Nazaret no fue menos humano que divino, lo mismo sucede con las Escrituras. El misterio del Verbo encarnado [«la Palabra encarnada» en las versiones inglesas] es en este punto paralelo al de la Palabra escrita. Debemos ver a Jesús en su contexto histórico humano y estudiar sus palabras como los dichos de un judío del siglo primero, si de veras tomamos su mensaje como Palabra de Dios, y lo mismo debemos hacer al interpretar las palabras de la Biblia. Por lo tanto inquirir en el trasfondo lingüístico, cultural, histórico y teológico de las varias partes de las Santas Escrituras, y los puntos de vista y las intenciones de sus respectivos autores, debe tenerse y aceptarse como una disciplina necesaria si se quiere entender bien la Biblia. La crítica histórica entonces, aunque en el pasado se ha abusado de ella, es de veras esencial; sin ella no puede haber buenos comentarios ni exposición exacta ni sana teología. Bien recordamos en este punto que el significado de la palabra crítica no es censura como tal, sino apreciación. E igual de equivocado sería desalentar el estudio apreciativo de los aspectos humanos de las Escrituras por temor de perder de vista su divinidad, o desanimar el sincero reconocimiento de la humanidad de nuestro Señor sobre las mismas bases. La única salvedad es que nuestro estudio de la Biblia como de Cristo mismo debe basarse solo en presuposiciones bíblicas acerca de las cuales estamos estudiando.

contacto con la Biblia, pero el contenido que comunica es apenas una rebanada de la Biblia; en particular entonces, el hecho de la revelación no necesariamente conduce a una aceptación positiva de la teología apostólica, como tal, como verdad divina, ni a ningún lazo claro entre la doctrina de la gracia y los imperativos éticos cristianos comparables a los que encontramos en las epístolas de Pablo. Esta perspectiva no es similar a la del viejo liberalismo continental, que estaba basado no en el platonismo, sino en el misticismo ideado por el positivismo histórico. Ambos conceptos en la práctica pasan por alto a los apóstoles y se encentran en el Jesús de los evangélicos como maestro, pionero y ejemplo de buen vivir. En cambio, teólogos «dialécticos» como Brunner y Niebuhr han sostenido que la Palabra de Dios en Cristo que la Biblia nos presenta es una realidad que tiene que establecerse en las categorías de enseñanza apostólica acerca del pecado y la salvación, aunque esto, habrían dicho, no nos obliga a hacer eco de los apóstoles en todo, puesto que ciertos detalles de los testimonios apostólicos a la Palabra de Dios algunas veces hay que reformularlos y mejorarlos. Los que pertenecen a este campo dirán que Jesucristo y no las Escrituras es la Palabra de Dios (una antítesis impropia, como lo vemos nosotros); pero si les pedimos, sobre esas bases, que nos hablen de Jesucristo y nos digan cómo los dos Testamentos encajan entre sí, y cómo el Cristo de la fe apostólica encaja con el hecho histórico de Jesús, su unanimidad se convierte enseguida en un caos de conflictos y confusiones. Un tercer tipo de concepto «existencialista», popularizado a principios del siglo pasado por la obra de Bultmann y Tillich, es que la Palabra de Dios, estrictamente hablando, no es ni las Sagradas Escrituras ni Cristo Jesús, sino Dios que se enfrenta a las personas de una manera que les produce una seguridad liberadoray les alivia la ansiedad que los embarga y que aparte de esto es incurable. A esta seguridad -«apertura al futuro» la llamó Bultmann - la llamaron fe. No viene, dijeron sus exponentes, sin que contemplemos el testimonio del Nuevo Testamento en cuanto a Jesús (que en su mayor parte es ahistórico y mitológico), pero de todos modos esto es negar de Jesús la deidad, preexistencia, nacimiento virginal, milagros, resurrección corpórea,

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ALGUNAS POSICIONES INADECUADAS Quienes, siguiendo las convenciones corrientes de la crítica, rechazan el axioma de Agustín de lo que las Escrituras dicen, Dios dice, están muy divididos sobre las cuestiones de cómo la verdad de Dios nos alcanza, y lo que contienen. Por ejemplo, algunos anglicanos de tradición platónica dentro de los llamados Broad Churchmen [de la Iglesia amplia], como los autores de EJdaYd and Revioo«, en el último siglo, todavía hablan de la revelación en términos de un toque a la conciencia para llevarla a abrazar los imperativos morales y espirituales en base a un optimismo cósmico y robusto, o sea, a creer que la bondad triunfará al final, que el amor tendrá la última palabra, o alguna cosa similar. La revelación, según este concepto, ocurre por

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y en fin cada pedazo de información acerca de él que el Nuevo Testamento nos da, salvo el hecho de que lo crucificaron. Es claro que tal fe «no es muy diferente del desenfocado optimismo cósmico de la perspectiva de la «iglesia amplia» anglicana, lo que quizá ayuda a explicar cómo el autor de Honut to Godpuede sentirse bien con Bultmann y Tillich y hasta celebrar la profética pero vacua carta de Bultmann a la Misión Industrial Sheffield en que presentaba su versión «desmitificada» del evangelio, como un ejemplo de «profunda simplicidad» 3. De hecho, el análisis indica que la posición de la «iglesia amplia», liberal y existencial modernas, aunque diferentes en la superficie en realidad pertenecen a la misma familia teológica. Todas son versiones de lo que podemos llamar teología renacentista, un tipo erasmiano de pensamiento dentro del protestantismo. La teología del Renacimiento es en característica racionalista, antidogmática y agnóstica en carácter, ética y humanitaria en sus intereses, y ha estado dispuesta a celebrar casi todo tipo de perspectiva religiosa y creencia en Dios (y algunos modernos han añadido ciertos tipos de ateísmo también) como si tuvieran la sustancia de la fe cristiana, siempre que se reconozcan lo absoluto de los valores cristianos morales. Entre por un lado la teología Renacentista, y por la otra las tradiciones reformadas y católicas, las cuales están de acuerdo al menos en sostener que la fe cristiana incluye aceptar el Credo, hay un abismo tan grande que los evangélicos y los «católicos» con frecuencia se sienten incapaces de tomar las enseñanzas del tipo renacentista como cristianas. Ciertamente, como ambas escuelas dentro de la Iglesia de Inglaterra enfatizaron hace un siglo atrás cuando se vieron frente a EJdaYd and Review», y como ambas han recalcado otra vez más recientemente al verse frente a Honeet to God, nuestros formularios hacen posible considerar algún tipo de teología renacentista como otro cuclillo en el nido anglicano. . Los cuclillos, sin embargo, crecen bastante, y la teología renacentista en los últimos tiempos ha estado bastante de moda en la Iglesia de Inglaterra. La forma más popular se centra en el concepto de que Jesús, aunque fue un buen hombre cuya vida fue un acto de Dios en una forma especial, no era la segunda persona de la Trinidad encarnada, porque Dios, en un sentido estricto, no es tripartito. En este unitarianismo mejorado, el

concepto «Palabra de Dios» apenas aparece: el testimonio del Nuevo Testamento de Cristo Jesús se tomó a la manera de Bultmann, como un mito que no es histórico, se descartó todo concepto de verdad revelada y la fe cristiana quedó reducida a la percepción de un valor supremo en la manera en que vivió Jesús como un modelo de imitación y una forma de sintonizar a Dios. Que tal teología deshilachada pueda durar mucho lo dudo, pero en libros como Tbe UJe andAbwe of tbe Bible de Dennis Nineham (1976), Tbe Remaking of tbe Christian Doctrine de Maurice Wiles (1974), J&.IW and tbe GOJpeL of God de Don Cupito (1976), y el simposio TbeMytb of God1ncarnate (1977), y más recientemente Reecuinq Tbe BiNe from Fundamentalum del norteamericano John Spong (1992), han tenido buenas oportunidades. De todas estas variedades de teología renacentista, y con ellas de la «teología dialéctica» mixta que tiene un pie en el campo de la Reforma y el otro en el campo del Renacimiento, y cambia su peso de un pie al otro según quien la exponga, hay que decir tres cosas. Primero, estas posiciones son todas dubjetiviJtaJ en carácter, pues dependen de la negación en algún punto de la correlación entre las Escrituras y la fe, entre la revelación bíblica y la iluminación interna, el Espíritu en las Escrituras y el Espíritu en el corazón, y de una apelación a este último para justificar el abandono del anterior. En otras palabras, uno solo las alcanza apoyando en algún punto lo que la Biblia es o debe ser, yendo en contra de lo que de veras se dice, descartando en práctica parte de lo que se enseña para sostener esa opinión. En principio y método éstas posiciones subjetivistas se apartan de la teología reformada y la teología «católica» para alinearse con los anabaptistas del siglo dieciséis y con los cuáqueros del siglo diecisiete, quienes sostenían que la «palabra interna» o «luz interna» justificaba que fueran indiferentes a «la Palabra de Dios escrita». Segundo, estas posiciones son todas «inestables», porque no reconocen ningún criterio objetivo de la verdad, ni método para establecerlo, excepto el mayor o menor razonamiento especulativo de teólogos individuales cuyas condiciones nunca alcanzan un completo acuerdo dentro de su propio campamento. El péndulo sin cesar sube y baja; los sistemas surgen y caen; las tendencias teológicas, como las modas de los autos o sombreros de damas, en poco tiempo vienen y van. El primer

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cuarto del siglo veinte fue la edad del liberalismo dominada por Troeltsch y Harnack; el segundo cuarto fue la edad de la dialéctica dominada por Brunnery Barth; el tercer cuarto fue la edad del existencialismo, dominada por Bultmann y Tillich; el cuarto fue la edad de las teologías de la liberación, sobre todo en América Latina y entre los negros y las feministas; el siglo veintiuno sin duda traerá sus «ismos» y otros pensadores dominantes se levantarán y caerán. La verdad es que el mundo de la teología renacentista es un desierto de cambiantes arenas donde la estabilidad es imposible. Al escuchar la babel de voces de los teólogos renacentistas, por muy confiados que a menudo están, uno ve que no hay esperanza de alcanzar certeza acerca de nada en tal compañía. El relativismo es la regla principal; cada pregunta regresa una y otra vez al crisol; las síntesis son solo provisionales, y las fluctuaciones no tienen fin. Tercero, mientras no defiendan la autoridad del Espíritu en las Escrituras sobre el Espíritu de los teólogos y se sigan desviando de la tarea de exponer y aplicar lo que la Biblia dice, estos puntos son dé veras subcrutianos, como el resto de este capítulo mostrará.

dirigiéndose a ellos, llamándoles a aceptar su instrucción y dirección, y trabajando en ellos a través del propio Espíritu de Dios para recibir la respuesta requerida (cf, 1Ts 2:13). De igual modo, la Biblia como un todo, vista desde el punto de vista de sus contenidos, debe ser meditada, no de forma estática sino dinámica; no solo como lo que Dios dijo tiempo atrás, sino como lo que todavía dice; y no solo lo que Dios dice a los hombres en general sino lo que le dice a cada lector individual u oyente en particular. En otras palabras la Biblia debe ser tenida como la predicación de Dios, como que Dios nos está predicando cada vez que leemos o escuchamos alguna parte de esta, como Dios el Padre que predica a Dios Hijo en el poder de Dios el Espíritu Santo. Dios el Padre es el dador de las Santas Escrituras, Dios el Hijo es el tema de la Santas Escrituras; y Dios el Espíritu, como agente que el Padre ha designado para ser testigo del Hijo, es autor, autenticador e intérprete de las Sagradas Escrituras. Esta es la posición que debemos tratar de dilucidar, con la ayuda de algunos estudios ulteriores de lo que la inspiración bíblica implica. Vimos en el último capítulo lo que la inspiración era en los profetas: un trabajo divino que adoptó muchas formas psicológicas por medio de las cuales, tras darles a conocer el mensaje de Dios, el Espíritu Santo de tal manera predominó sobre sus actividades mentales subsecuentes al dar el mensaje en forma poética y literaria que cada oráculo resultante fue tanto un verdadero pronunciamiento tanto divino como humano, tanto una comunicación de lo que estaba en el pensamiento de Dios como de lo que estaba en el de los profetas. Además, vemos que el Nuevo Testamento extiende este concepto de autoridad dual a todo el Antiguo Testamento, los salmos en segunda persona que se dirigen a Dios (cf. Heb 1:8-12, 2:6ss) o las amonestaciones del sabio a su pupilo (cf. Heb 12:5s), y la narrativa en tercera persona de las palabras y obras de Dios, como también pronunciamientos divinos en primera persona a través de mensajeros proféticos. Nuestro Señor cita los comentarios marginales del narrador en Gn 2:24 como lo que el Creador dijo (Mt 19:4s). Pablo dice a los cristianos de Corinto que la historia de las peregrinaciones de Israel en el desierto fueron escritas «para advertencia nuestra, pues a nosotros nos ha llegado el fin

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PALABRA DE DIOS INSPIRADA Vamos ahora a presentar un esbozo de lo que creemos que sea la opinión verdadera, como es ciertamente la visión histórica anglicana de las Santas Escrituras. Tradicionalmente se resume llamando a la Biblia, como en las bodas, «Palabra de Dios», o como en el Artículo 20, «la Palabra Escrita de Dios». El valor de tal fraseología es que lo primero que hace es indicar que lo que las Escrituras dicen, Dios lo dice (es la Palabra de DUM); segundo que las Escrituras como un todo hacen una presentación total del mensaje de Dios a la humanidad (la Palabra de Dios); que las Escrituras constituyen un mensaje dirigido directamente por Dios a cada uno que lo escucha (la Palabra de Dios). En otras palabras, que las Escrituras por naturaleza predican. La «Palabra del Señor» comunicada por los profetas en sus oráculos, y la «Palabra de Dios» expresada por los apóstoles en sus sermones, fue siempre una palabra que se aplicaba directamente a sus oyentes, y los urgía a reconocer que Dios mismo estaba

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de los tiempos» (lCo 10:11; cf. Ro 15:4). Pablo también llama al Antiguo Testamento como un todo «las palabras mismas de Dios» (Ro 3:2; Hch 7:38), y dos veces usa el término «Escritura» cuando quiere decir «Dios, como dice las escrituras» (xlas Escrituras habiendo previsto ... anunció [Gá 3:8]; «la Escritura dice al faraón "Te he levantado precisamente para [esto]"» [Ro 9: 17]). De esta manera muestra que para él las declaraciones bíblicas eran palabras de Dios que hablaban acerca de Dios mismo. De manera similar, en Romanos 4 y Gálatas 3:6, Pablo toma lo que "las Escrituras dicen» acerca de Abraham (que este creyó a Dios y le fue contado como justicia) como testimonio divino de la manera de recibir la salvación. El concepto del Nuevo Testamento en cuanto a la inspiración del Antiguo Testamento está cristalizada en lo que dice 2Ti 3:16: «Toda la Escritura es inspirada por Dios» (tbeopneu.JüM, literalmente «soplo de Dios» ). El concepto aquí es que así como Dios hizo las estrellas «por el soplo de su boca» (Salmo 33:6) a través de un decreto creativo, debemos considerar las Escrituras como el producto de un decreto creativo similar: «Haya Ley, Profetas y Escritos» (las tres divisiones del canon judío en tiempos del Nuevo Testamento). La creencia en el Nuevo Testamento acerca del Antiguo Testamento fue que el verdadero narrador de la historia de Israel en la Ley y los Antiguos Profetas (esto es el Pentateuco y los libros históricos), y el verdadero salmista, poeta y maestro de sabiduría en los Escritos, como también el verdadero predicador de los sermones de los profetas, fue Dios mismo. Además, hemos visto que nuestro Señor, según su propio testimonio explícito, habló de Dios, y así lo hicieron sus apóstoles, a quienes prometió su Espíritu para que pudieran hacer eso al testificar del Señor (vea Jn 14:26, 15:26s, 16:7-15, 20:21ss, Mi: 10:19; Le 10:16; 1Co 2:12s). El testimonio de los apóstoles en cuanto a Cristo, hablado o escrito, tiene entonces el mismo carácter de animado por el espíritu y humano-divino -o sea inspirado en el mismo sentido - que los libros sagrados del Antiguo Testamento. Por lo tanto, así como debemos imitar a los cristianos del Nuevo Testamento en cuanto a considerar al Antiguo Testamento como recibido de Dios para nuestro aprendizaje, debemos leer el Nuevo Testamento como parte

del legado de Jesucristo para nosotros, como si en cada asunto lo escuchásemos decir: «Yo puse a Pablo (o Juan o Mateo o quienquiera que sea) a escribir esto para ayudarte». Esto es lo que significa creer bíblicamente en la inspiración bíblica. El proceso de inspiración, que llevó cada pensamiento del escritor a tal exacta coincidencia con los de Dios, por necesidad implicaban una singular supervisión y control sobre cuáles eran sus temas. Algunos modernos se preguntan si este control pudo dejar espacio para una libre actividad mental de los escritores y presentar un dilema: o el control de Dios de los escritores fue completo, en cuyo caso escribieron como robots o autómatas (lo cual se ve que no fue así), o sus mentes trabajaron con libertad al redactar las Escrituras, en cuyo caso Dios no pudo haberlos controlado completamente ni prevenir que erraran. Los exponentes de este dilema sostienen por lo general que la evidencia de errores en la Biblia (falsa declaración con pretensiones de verdaderas) es un hecho tan concluyente como la evidencia de expresiones espontáneas de sus escritores humanos. Pero nuestro primer comentario debe ser que eso no es así. Que las escrituras yerran, muchos lo han afirmado, pero no pueden probarlo en principio, como tampoco pueden probar que Jesús no fue moralmente perfecto. Ambas cuestiones se resuelven más atrás: si Jesús era Dios encarnado, no pudo sino ser moralmente perfecto, ysi las Escrituras es la Palabra de Dios de verdad, no puede sino ser verdadera y digna de confianza en todo. Siguiendo la misma línea, el dilema yace sobre la asunción de que una libertad psicológica de pensamiento y acción plena, y una plena sujeción al control divino, son incompatibles; y esto no es verdad tampoco. Si la inspiración de los profetas fue lo que las Escrituras dicen que fue, es absurdo negar que toda la Biblia fuera del mismo modo inspirada. En vez de imponerle a Dios limitaciones arbitrarias de este tipo, debemos mejor adorar la sabiduría y poder que pudo ordenar la indócil mente de hombres pecadores para que de manera libre y espontánea, sin inhibición de su proceso mental normal, escribieran solo y completamente la verdad infalible de Dios. Como B. B. Warfield observó, no tenemos por qué imaginar que cuando Dios quiso que se escribieran las cartas de Pablo «se vio obligado a bajar a la tierra y con mucho esfuerzo

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analizar a fondo a los hombres que encontrara, en una búsqueda ansiosa del que, en líneas generales, le pareciera el mejor para su proyecto, y que luego forzó el material que deseaba expresar a través de él, y esto en contra de la tendencia natural del escritor y con la menor pérdida posible de sus recalcitrantes características. Por supuesto, nada por el estilo tomó lugar. Como Dios deseaba dar a su gente una serie de cartas como las de Pablo, preparó a un Pablo para que las escribiera, y el Pablo al que le encargó la tarea fue un Pablo que con espontaneidad escribió tales cartas» 4. Por supuesto, pero qué maravilla de manejo providencial fue esto. y, por cierto, ¡qué maravilla de misericordia condescendiente fue que Dios hablase a los hombres! Y ¡qué paciencia y destreza demostró a lo largo de la larga historia de la revelación al siempre ir adaptando su mensaje a las capacidades de sus mensajeros escogidos para que nunca se excedieran en sus capacidades de transmisión, sino que dentro de los límites de sus mentes, pareceres, cultura, idioma y destreza literaria pudieran siempre encontrar adecuadas y exactas expresiones! Pero tal bondadosa autolimitación es típica del Dios del establo de Belén y la cruz del Calvario. La inspiración tomó muchas formas psicológicas. En esto como en otras cosas, Dios demostró ser un Dios de variedad. La forma básica del proceso fue inspiración dlUlLúta, en la que los recipientes de la revelación permanecían consciente a lo largo de la distinción entre ellos mismos, el oyente y reportero, y Dios, el que le hablaba a él ya través de él. La inspiración que produjo los oráculos proféticos del Antiguo Testamento, incluyendo la legislación mosaica y las visiones apocalípticas de Daniel y Juan el divino, fueron de este tipo. Pero hubo otras formas, también, en las que esta consciencia no estuvo presente, y los autores humanos pueden no haber estado conscientes de' estar siendo inspirados en el estricto sentido de la palabra. Hubo, por un lado, inspiración lírica, en la que la acción inspiradora de Dios se fusionó con la concentración e intensificó y dio forma al proceso mental que, en sentido secular, pudiéramos llamar la inspiración del poeta. Esto produjo Salmos, el drama lírico de Job (que se considera un poema teológico altamente compuesto, cualquiera que sea la base que se tome para pensar que es un hecho histórico), el Cantar de los Cantares

(una parábola del amor de Dios y su pueblo que toma la forma de un exótico, erótico, extático dueto de amor), y las muchas maravillosas oraciones que encontramos esparcidas a través de los libros históricos. Luego, por otra parte, hubo varias formas de inspiración orqdnica o dúJáctúa

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AUTORIDAD BIBLICA Estamos ahora en una posición de abordar el molesto tema de la autoridad de las Escrituras. La autoridad, el derecho a gobernar, pertenece en última instancia a Dios el Creador, y el cristianismo es en definitiva una cuestión de postramos ante su autoridad mediante una acogida obediente a su revelación. Sobre esta fórmula todos los cristianos están de acuerdo. Todos, por lo tanto, reconocen las Escrituras, el registro de la revelación de Dios, como en cierto sentido autoritativo en cuanto a fe y vida. Pero cuando preguntamos en qué sentido, el acuerdo termina y los conflictos comienzan. Una clara posición, sin embargo, del significado de la inspiración bíblica, como establecimos antes, nos guiará mucho a través de estas controversias. El primer problema que se presenta tiene que ver con la. naturaleza de la. autorúJaJ 6t6lúa. Los protestantes liberales -que ven la Biblia solo como un falible testigo humano del proceso revelador y dudan que el proceso incluya de veras mensajes divinos para el hombre, y que cualquier afirmación de las Escrituras pueda ser tomada en verdad como voz de Diosconstruyen su concepto de la autoridad bíblica en términos de tres pensamientos: primero, la necesidad de la Biblia, como la única fuente de conocimiento acerca del acto revelador de Dios; segundo, la calidad de la Biblia, como testamento de experiencia religiosa profunda; tercero, el poder de la Biblia, probado a través de los siglos, para provocar un levantamiento moral y espiritual a todos los tipos y condiciones de hombres. Sobre esta base, muchas cuestiones - como por ejemplo: «¿Sucedieron como se registraron todas las cosas que las Escrituras registran? ¿Expresa el pensamiento de los escritores bíblicos verdadero conocimiento sobre cada asunto? ¿Puede cada parte de la Biblia dar instrucción y guía genuina hoy en día?» todavía permanecen abiertas, y de hecho asumen desde el


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comienzo que como la Biblia es, con toda su experticia religiosa y teológica, solo un libro escrito por hombres, la respuesta a las tres preguntas es que probablemente no. Esto hace que el teólogo quede, le guste o no, como un tipo de salvaje según el criterio que utiliza la cultura mental modernista para entresacar lo que es valioso del montón de asuntos misceláneos arcaicos que la Biblia contiene. Además, lo pone a la defensiva, y se vuelve vacilante y apologético cuando, siguiendo las Escrituras, se aventura a hablar de lo sobrenatural, porque espera que en cualquier momento un colega le diga que los asuntos que ha seleccionado del montón en realidad no valen mucho. Pero en realidad la queja liberal común de que los evangélicos conservadores dan muy poca oportunidad a la razón en la formulación de la doctrina de autoridad parece solo responder a un sentimiento de agravio y molestia porque los evangélicos no abordan estas cuestiones con las mismas presuposiciones negativas, ni muestran la misma deferencia a los axiomas y actitudes de incredulidad. Pero todo esto es incorrecto, porque ven la autoridad bíblica en términos puramente humanos y relativos, cuando de hecho, como la doctrina de la inspiración dice bien claro, la autoridad de las Escrituras es la divina autoridad de Dios que habla. La Biblia no es solo palabra de hombre sino de Dios también; no es solo un registro de la revelación, sino una revelación escrita por derecho propio, testimonio de Dios de sí mismo en forma de testimonio humano en cuanto al Señor. Luego entonces, la autoridad de las Escrituras descansa no solo sobre su valor como fuente histórica, ni como testamento de religión ni como un medio de ser edificante -aunque así es-, sino primaria y esencialmente sobre el hecho de que llegan a nosotros de la boca de Dios. Por lo tanto, el verdadero papel de la razón en esto no es tratar de censurar y corregir las Escrituras, sino con la ayuda de Dios tratar de entenderlas y aplicarlas, para que Dios pueda con efectividad censurarnos y corregirnos. Pero, se objeta, ¿no están los cristianos directamente bajo la autoridad del Señor Jesucristo, y no es Jesucristo el Señor de las Escrituras? Si es así, ¿cómo puede decir el cristiano que está atado a la autoridad de la Biblia? La respuesta es muy simple. La antítesis es falsa. Jesucristo es el Señor de las

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Escrituras en el mismo sentido en que cualquier monarca absoluto es Señor de las leyes y proclamaciones que cree conveniente promulgar para el gobierno de sus súbditos. Las leyes del rey son portadoras de su autoridad, y la medida de la lealtad de uno hacia él está en la constancia de su observancia. Pero la Biblia, «el cetro de Dios», como Calvino en algún lugar lo llama, es instrumento de gobierno de Cristo. Llega a nosotros, por así decirlo, de sus manos y con su sello, porque él mismo dijo del Antiguo Testamento que tiene la autoridad del Padre', y autorizó y dio poder a los apóstoles para hablar en su nombre, por 6 su Espíritu y con su autoridad • Así que la manera de someterse a la autoridad de Jesucristo es precisamente rendirse a la autoridad de las inspiradas Escrituras.

INTERPRETACIÓN BIBLICA Pero un segundo problema se presenta. Dado que la enseñanza bíblica, debido a su enseñanza divina, debe ser nuestra regla de fe y vida, ¿cómo vamos a interpretar la Biblia y extraer sus enseñanzas? No podemos aquí responder esta pregunta como se merece porque eso tomaría un libro; lo que podemos hacer, sin embargo, es mostrar que los principios guía para interpretar las Escrituras se desprenden de la doctrina de inspiración. Interpretación, dice J. D. Wood, «es la manera de leer un libro antiguo para que llegue a ser relevante a la vida y pensamiento de un día posterior» 7. Si la Biblia es el producto divino-humano que decimos que es, interpretarlo demanda tres distintas actividades: exégedu, J{ntedU y aplicacidn. Diremos algo de cada una. Debido a que la Biblia es un libro humano, y Dios determinó comunicarnos sus enseñanzas mediante la instrucción inspirada de sus escritores, para penetrar la mente de Dios es necesario hacerlo vtala mente de esos escritores. Entonces la disciplina básica en interpretación bíblica debe ser siempre un análisis exegético, o sea, un esfuerzo por determinar de la manera más exacta posible lo que el escritor quiso decir con las palabras que escribió, y cómo explicaría sus declaraciones si pudiéramos cuestionarlo. La exégesis incluye, por una parte, poner cada pasaje contra su


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trasfondo externo (histórico, cultural, geográfico, lingüístico, literario) y, por otra parte, determinar de sus características intrínsecas su intención, alcance, punto de vista, presuposiciones, y extensión y límite de interés. La primera parte de esta tarea puede demandar bastante técnica de aprendizaje, pero esto no significa que la exégesis sea trabajo solo para eruditos; la parte decisiva de la tarea es la segunda parte, por lo cual la primera es, cuando más, preparación del terreno, y en esto un erudito profesional no tiene más ventaja que un diligente estudiante del texto en cualquier idioma. El requerimiento supremo para entender un libro bíblico -o cualquier otro documento humano - es interés en su asunto-tema y una mente y un corazón que puedan adentrarse de manera espontánea en la mente del autor. Pero la capacidad de meterse uno en los zapatos de Isaías, Pablo o Juan y ver con sus ojos y sentir con su corazón es un don, no del de entrenamiento académico, sino del Espíritu Santo mediante el nuevo

voluntaria, espontánea, creativamente, a tocar sus notas como el gran conductor deseaba, en completa armonía con cada uno de los demás, aunque ninguno pueda escuchar jamás la música como un todo. No solo los profetas que predijeron a Cristo (lP 1:10-12), sino todos los escritores de ambos Testamentos, siempre nos están diciendo más de lo que ellos mismos sabían. El punto de cada parte solo llega a ser por completo claro cuando se ve en relación con el resto. En esta tarea de síntesis, el principio guía debe ser la congruencia interna de las Escrituras, o sea, el principio de que al darnos la Biblia el Espíritu Santo no se contradice. Los reformadores llamaron a este axioma «la analogía de la fe». Según lo entendían, fueron más bien tres principios en uno. Fue, primero, el principio de ir desde el centro hacia afuera, explicando lo que es secundario a la luz de lo que es primario, lo que es oscuro en término de los que es claro. Esto en práctica significó, y significa, reconocer que los temas centrales de la Biblia son el reino, la gente y el pacto de Dios, y la persona, el lugar, la obra y la gloria del Señor Jesucristo; el logro y la aplicación de la redención; la ley y el evangelio. Segundo, la frase de los reformadores se refería al principio de seguir los nexos internos de las Escrituras. Esto quiere decir, por ejemplo, entender la profecía del Antiguo Testamento a la luz de lo que dice el Nuevo Testamento de su cumplimiento, los tipos a la luz de sus anticipos, a Levítico a la luz de Hebreos, y los hechos de los caracteres del Antiguo Testamento a la luz del comentario del Nuevo Testamento sobre ellos. Tercero, «la analogía de la fe» es el principio de entender de una manera armónica las Escrituras, sin poner texto contra texto ni suponer que las aparentes contradicciones son reales, sino más bien procurando que un pasaje arroje luz sobre el otro, en la certeza de que en las Escrituras hay una perfecta armonía entre parte y parte que un estudio cuidadoso podrá revelar. Los Artículos Anglicanos aplican este principio dos veces. Junto con nuestro Señor (Jn 5:39, 46), Pablo (Ro 4) y el escritor de Hebreos (pi1<Mim), contra los anabaptistas del siglo XVI ,y también contra los antiguos marcionistas y los posteriores liberales y dispensacionalistas, el Artículo VII afirma que «el Antiguo Testamento no es contrario al Nuevo; porque en el Nuevo yen el Antiguo Testamento la vida eterna se ofrece a la humanidad a través de Cristo». También, el Artículo XX afirma que,

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nacimiento. Captar el alcance de la mente de cada profeta bíblico, apóstol, historiador, salmista y escritor de libros de sabiduría puede parecer bastante trabajo; pero lo cierto es que el análisis exegético es solo el comienzo de la tarea interpretativa. Debido a que la Biblia es un libro divino y también humano, y porque los sesenta y seis documentos separados que lo conforman, con toda su humana diversidad, son productos de una mente divina que comunica un único mensaje, es necesario proceder de la exégesis a la síntesis, y tratar de integrar el fruto de nuestro estudio de los libros y sus escritores en un todo coherente. Llegamos a la tarea de la exégesis con el conocimiento de que todos los pensamientos humanos del autor concernientes a Dios son pensamientos de Dios también; pero cuando pasamos a la siguiente tarea de la síntesis, pronto notamos que punto tras punto los pensamientos de Dios van más allá y abarcan más de lo que cualquiera de los escritores bíblicos hubiera hecho o hubiera podido hacer. El significado entero de cada pasaje solo aparece cuando se expone en el contexto del resto de las Escrituras, lo cual el propio autor, por supuesto, nunca pudo haber hecho. La Biblia es como una orquesta sinfónica, con el Espíritu Santo como su Toscanini: cada instrumentista ha sido llevado


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«aunque la Iglesia visible sea testigo y guardadora de los santos Escritos», no puede «exponer de tal manera un pasaje de las Escrituras que contradiga a otro», porque tal exposición tiene que estar equivocada. Entonces, por ejemplo, no sería correcto echar por la borda los salmos imprecatorios en la manera que muchos lo hacen, como una explosión de revancha contraria a la forma de ser de Dios que expresa un espíritu de venganza que el Nuevo Testamento condena. Las mismas homilías nos advierten de este error. La verdad es que salmos como el 35, el 58, el 109 Y 137:7-9 están expresando un celo y una pasión por la gloria de Dios, y por el triunfo de su causa y su justicia, que excede con mucho la nuestra, en la misma manera que los salmos 17:1-5,26:1-5 y 131 expresan una humildad y sencillez de espíritu mucho más alta que las nuestras. Si hubiéramos escrito las palabras de estos últimos salmos, hubiéramos expresado mojigatería y altivez, y las palabras de canciones de triunfo como Jueces 5, Isaías 47 y Apocalipsis 19:1-3, si hubieran sido palabras nuestras, habrían sabido a regocijo ante el infortunio ajeno, y también si las palabras de maldición de algunos salmos fueran nuestras, habrían denotado una mala voluntad demasiado humana. Pero esto solo significa que nuestro corazón es menos puro que el corazón de los salmistas. David, dice el homilista, «las lanzó [las imprecaciones] no por odio, ni por estar predispuesto contra esas personas, sino porque espiritualmente deseaba la destrucción de tales corruptos errores y vicios que imperaban sobre toda persona diabólica que se oponía a Dios ... odiaba a los malos ." con un odio perfecto (Sal 39:21), no con un odio malicioso que dañara el alma. Tal perfección de espíritu, porque no puede producirse en nosotros, tan corruptos en afectos como somos, no debemos usarla en nuestras causas privadas en esos términos, porque no podemos cumplirlo (<<Una información para aquellos a quienes les molestan ciertos pasajes de la Santa Escritura» ÚL:I Homi.l.úM, pp. 382s). La verdad es que aquí, no menos que en otros puntos, el salmista está expresando verdadera devoción en su más alta intensidad, y la supuesta falta de armonía entre sus palabras y los ideales del Nuevo Testamento no existen. De hecho el mismo espíritu lo vemos en el Nuevo Testamento también (ver Ap 6:10).

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Por lo tanto, la actitud de los que no quieren usar estos pasajes del himnario de Dios en la adoración pública no parece muy sabia. ¿Acaso no es bueno que se nos muestre, aunque nos cueste trabajo entenderlo, qué es en verdad sentir celo por la honra de Dios?8 La tercera parte del trabajo de interpretación es aplicarnos el pensamiento crítico individual y colectivamente. Es aquí que la mayoría de nosotros necesita que el Espíritu que inspiró las Escrituras nos ayude concediéndonos entendimiento. Las Escrituras que Dios inspiró, escribe Pablo, «[son útiles] para enseñar, para reprender, para corregir y para instituir en la justicia» (2Ti 3:16); pero no podemos cosechar este beneficio hasta que el Espíritu agilice la mente y la conciencia para medirnos y juzgarnos por las Escrituras y para discernir las cuestiones de arrepentimiento, de fe, de obediencia y de enmendar nuestros caminos, los que a través de los siglos las Sagradas Escrituras nos imponen. Aquí otra vez, lo que es imprescindible tener no es erudición sino más bien un corazón que ora y que es humilde y receptivo. La regla que se aplica es aquella de que al que tiene le será dado. Es solo cuando obedecemos a Dios hasta el límite de nuestro presente conocimiento de su voluntad que nuestro conocimiento se profundiza y nuestra visión se amplía. Vive conforme a la luz que tienes según la influencia de las Escrituras en tu vida, y tendrás más luz; sé negligente con la luz que tienes, y la opacarás, y al final tendrás menos. Ésta alternativa solemne está frente a todo cristiano todos los días de su vida. Es obvio que en la práctica las tres partes de la tarea de identificación bíblica deben ejecutarse juntas, y que esa profundización del discernimiento en cualquier etapa resultará en discernimiento más profundo en las otras dos etapas también. Es obvio también que la tarea puede troncharse en cualquiera de las tres etapas. Parece claro que en el protestantismo moderno se ha tronchado bastante en las tres. La indisposición a de veras tomar los pensamientos de los escritores bíblicos como estricta y precisamente pensamientos de Dios; la indisposición a dejarse guiar y comprometer por la analogía de fe al unificar los frutos de la exégesis; y la indolencia en tratar de aplicar a la vida humana lo que la Biblia dice, son las causas fundamentales de nuestra «hambre de escuchar las palabras del Señor». Y no


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hay esperanza de que el hambre amaine hasta que estas cosas sean penitentemente corregidas. El tipo de interpretación que resulta cuando estos principios se aplican como debe hacerse se ve en los trabajos de personas como Juan Crisóstomo (siglo quinto), Juan Calvino (siglo dieciséis), Matthew Henry (siglo diecisiete), John Charles Ryle (siglo diecinueve) y el doctor Martin Lloyd-Jones (siglo veinte). Son cinco personas que se hubieran tenido como hermanos de sangre en la fe si se hubieran conocido (y quienes por supuesto en el cielo quizá ya lo hicieron). Quienes hoy día estén hambrientos de las palabras del Señor tienen alimento garantizado si acuden a estos expositores clásicos.

¿INFALIBLE? ¿INERRANTE? Cuando Thomas Hobbes declaró que «las palabras son medidas para los sabios, y con ellas calculan; pero también son monedas para los tontos» estaba advirtiéndonos que las palabras, como son instrumentos de pensamiento y emblema de significado, no son mágicas ni impregnables, y que abusamos de nuestra mente si pensamos otra cosa. Cualquier cosa que uno entiende lo puede expresar en más de una serie de palabras, y ninguna expresión verbal está libre de la posibilidad de reinterpretación, malinterpretación y degradación de parte de quienes vienen después de sus creadores. Es bueno recordar esto al pesar dos palabras que los del siglo veinte han aplicado con regularidad al concepto de que las Escrituras son una revelación verbal de Dios, concepto que este libro ha estado presentando. Las dos palabras son infalihiliJad e inerrancia, y son palabras que denotan cualidades que los que se adhieren a este concepto atribuyen a la Biblia. Lo primero que hay decir, a la luz del último párrafo, es que nadie debe sentirse casado con estas palabras. Podemos seguir sin ellas. Si hablamos de las Sagradas Escrituras como por entero veraces y dignas de confianza, o como por entero confiables según sus propias palabras, que jamás hacen falsas aserciones, aseveraciones o promesas por su cuenta (aunque consigna muchas mentiras de hombre buenos, hombres malos y malignos), estaremos expresando en términos exactos lo que estas palabras significan. Si preferimos estas formulaciones a las palabras mismas (ambas,

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hay que decirlo, se han convertido en narices de cera maleables y muchas veces pierden su forma en discusiones recientes), es nuestro privilegio que así sea y nadie debe intentar privarnos del mismo. Por otra parte, la adherencia a términos tradicionales no quiere decir que se aboga por el profundo concepto que encierra; puede ser solo síntoma de una mente tradicional. Pero esta es una edad en la que el concepto que estoy sosteniendo con frecuencia se echa por la borda sin fundamento alguno, y sin ningún entendimiento, como hablar de «infalibilidad verbal» o «inerrancia verbal» (¡frases vulgares! ¿Por qué «verbal»? ¿Qué otro tipo de infalibilidad o inerrancia podría ser?). En una época como la nuestra, es más útil explicar y defender las palabras, y refutar las críticas, que renunciar a palabras que han sido mal manejadas. Si se entienden bien, son abreviaturas teológicas útiles, y explicándolas bien podemos aclarar y desarrollar algunas de las implicaciones de lo que este capítulo ha dicho hasta aquí. En breve, entonces, (¡O lo más breve que podamos l): Primero, su JígnificaJo. InfalibiliJad viene del latín infallilJiltM, que denota la virtud de no engañar ni dejar que lo engañen a uno. Incrrancia viene del Latín inerrantia, que significa sin ningún tipo de error factual, moral o espiritual. Infalible como una cualidad de la Palabra de Dios bíblica se remonta por lo menos a la Reforma inglesa", Inerrante es un adjetivo que entró en circulación en la segunda mitad del penúltimo siglo, en debates que se levantaron desde la «alta crítica» en ciernes. Ambas palabras toman tono desde los contextos en que más se usaron; y aunque son casi sinónimos, infalible sugiere a la mayoría que las Escrituras determinan un compromiso de fe, mientras que inerrante evoca más bien el concepto de que las Escrituras apoyan la ortodoxia. Pero en la práctica estos términos son intercambiables. Segundo, su importancia. Aunque negativa en forma son positivas en énfasis, como los cuatro adverbios negativos del Concilio de Calcedonia acerca de la unión de las dos naturalezas de Cristo en una única persona (<<sin confusión», «sin cambio», «sin división», «sin separación» ). Lo que dicen esos adverbios es que solo dentro de los límites establecidos puede encontrarse la verdad acerca de la encarnación. Lo que infalible e inerrante quieren decir es que el Señor se agrada solo de quienes aceptan como de Dios todo lo que la Biblia trata de decirnos, nos promete o requiere de


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nosotros. Ambas palabras tienen por tanto importancia religiosa y también teológica; su función es imponer sobre nuestro manejo de la Biblia una metodología que exprese fe en la realidad y veracidad del Dios que nos habla en lo que nos dice y a través de lo que nos dice, y que nos requiere prestar atención a cada palabra que procede de su boca. La metodología, que se explica mejor en términos negativos, es que en la exégesis y la exposición de las Escrituras, y en la elaboración de nuestra teología bíblica no podemos (i) negar, desatender ni relativizar de forma arbitraria cualquier cosa que los escritores enseñen, ni (ii) descartar ninguna de las implicaciones prácticas en cuanto a adorar y servir que su enseñanza porta, ni (iii) cortar las amarras de cualquier problema de armonía de la Biblia, factual o teológico, permitiéndonos asumir que los escritores no fueron necesariamente coherentes consigo mismos o el uno con el otro. Es esta metodología, más que cualquier resultado particular de seguirlo, lo que nuestras dos palabras salvaguardan. Tercero, sUJiMtificación. La base para afirmar que la Biblia es infalible e inerrante es su inspiración, la cual definimos ya en este capítulo en términos del soplo de Dios o su origen divino. Ningún cristiano cuestionará que Dios dice la verdad y solo la verdad (esto es, que lo que dice es infalible e inerrante). Pero si la Biblia entera procede de Dios en el sentido de que lo que dice, Dios lo dice, la Biblia tiene que ser infalible e inerrante, porque son palabras de Dios. Lo que nuestras dos palabras expresan no es confianza en que con nuestras investigaciones podemos probar que todas las declaraciones de las Escrituras son veraces (claro que no podemos, y nunca debemos decir que podemos), pero sí podemos y debemos confiar en toda la Biblia porque llegó a nosotros (en la frase de Calvino) «a través del ministerio de hombres desde la misma boca de Dios» 10. Cuarto, cómo de malinterpretan esas palabras. Los críticos siempre suponen que ambas palabras, al poner de relieve la divinidad y la consiguiente verdad de la Biblia como lo hacen, expresan o conllevan una política de minimización de la humanidad de la Biblia, o bien niegan sus fuentes literarias humanas, pasando por alto las marcas de su ambiente cultural o tratándola como si todo se hubiera escrito conforme a las técnicas comunicativas y manera de hacer las cosas del Occidente moderno más que del Oriente

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antiguo, o diciendo encontrar en ella afirmaciones «científico técnicas» en vez de declaraciones producto de la «observación ilusa» del orden natural, cuando el estudio científico técnico de la naturaleza tiene menos de cinco siglos. Es entendible que los cristianos que no han pesado las diferencias entre nuestra cultura y la del (o las del) período bíblico sintieran que la manera más natural y directa de expresar su certeza de que el contenido de las Escrituras, como es divino, es ahora relevante (como sí lo es) es tratar las Escrituras como contemporánea en su forma literaria. No cabe duda que muchos han hecho esto, creyendo que así servían a Dios. Pero las palabras en cuestión no tienen conexión con esa simpleza. No expresan ninguna conclusión precipitada en el campo de la interpretación bíblica, excepto que cualquier cosa (correctamente interpretada, es decir, a posteriori, con exactitud lingüística, en relación con el carácter literario discernible de cada libro, contra su propio antecedente histórico y cultural, y a la luz de su relación temática con otros libros), que se demuestre que la ,Biblia está diciendo debe recibirse con reverencia, como de Dios. Quinto, la lógica queencierran en dí mismas esta» palabras. Para mí confesar que la Biblia es infalible e inerrante es comprometerme a seguir el método de armonización e integración de todo lo que las Escrituras declaran, sin dejar nada fuera, y tomarlo como de Dios, por poco que me pueda gustar, y aceptar cualquier cambio de creencia, formas y propósitos que pueda requerir, y procurar de manera activa vivir conforme a ello. Ambas palabras son con frecuencia vistas como pertenecientes al mundo del escolasticismo doctrinario, pero en realidad expresan una consagración existencial más radical de parte del cristiano. . Sexto, las objecione» a estas palabras. Algunos las critican porque pIensan que usarlas produce mal efecto. La inerrancia, dicen, lo lleva a uno a ocuparse demasiado de pequeñeces de armonía bíblicay detalle factual en detrimento de las cuestiones de mayor importancia, y alienta el tipo de exégesis sin base histórica que miramos dos párrafos atrás, y por lo tanto atenta contra la buena erudición. Defender la infalibiliJaJ , dicen, conduce a engendrar una bibliolatría supersticiosa que reverencia la Biblia como un libro en el que todos debemos investigar acerca de cualquier cosa, y esto también atenta contra la buena erudición. Se puede responder que nada de esto es necesariamente asíy que debemos librar ambas palabras de que se


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les asocie con estas faltas de responsabilidad al interpretar la Biblia. Pero si de todos modos se cree que es mejor evitar estos términos tan mancillados, no vale la pena imponerlos; como ya dijimos, no estarnos casados con estas palabras. Otros, sin embargo rechazan los términos diciendo que el error factual, moral y teológico en la Biblia está ya probado. Aquí debo limitarme a responder que no es cierto. Existe una erudición bíblica responsable que tiene la inerrancia como una de sus presuposiciones metodológicas. Parece no tener menos éxito en aceptar y hallarle sentido al fenómeno de la Biblia que la erudición que no tiene esta presuposición. (Todos los eruditos, por supuesto, intercambian ideas e interactúan entre ellos, y por consecuencia comparten sentimientos de comunidad, cualquiera que sean sus presuposiciones, pero ese no es el punto aquí.) Siempre que una erudición de creyentes de la Biblia pueda mantenerse en debate en cuanto a pasajes problemáticos, es un total oscurantismo triunfalista decir que se ha probado que hay errores en la Biblia. Y aun si hubiera deficiencia en la erudición de los que creen en la Biblia, el término «probado» sería aun demasiado fuerte, porque las varias hipótesis escépticas que existen nunca son las únicas hipótesis",

LA SUFICIENCIA DE LAS ESCRITURAS Lo que hemos dicho hasta aquí en este capítulo podría bien rebajarnos ante los ojos de muchos liberales y la «iglesia amplia» anglicana, pero creemos que de manera sustancial tendría la aprobación de la mayoría de los anglocatólicos y de los miembros de las comuniones romanas y ortodoxas también. Pero ahora llegamos al tercer problema en conexión con la autoridad bíblica: la cuestión de La suficiencia de la» Eecrituras, y aquí llegamos a la segunda gran bifurcación en conexión con nuestro 12 punto de vista de la Biblia • La llamada tradición «católica» (que es diferente de la «reformada»), en todas sus formas, sostiene que la Santa Biblia, interpretada en términos de sí misma, no es suficiente como guía para quienes desean vivir bajo la autoridad de Dios. La tradición de la Iglesia es necesaria (dicen) para guiarnos en el correcto entendimiento de las Escrituras, lo cual no es posible en un estudio directo del texto. Es cierto que los que sostienen esta posición no están de acuerdo entre ellos

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en lo que es «la tradición de la Iglesia». El concilio católico romano de Trento se refirió a las tradiciones apostólicas no escritas que a través de los siglos han ido pasando de forma verbal a la Iglesia corno una segunda fuente de doctrina a la par de las Escrituras. Esto avergüenza a muchos teólogos romanos modernos, quienes prefieren trabajar con un concepto dinámico indefinido de tradición corno la palabra de Dios en el corazón de los [romanos] fieles, que gracias al estímulo del Espíritu constantemente se cristaliza en un consenso de opinión que luego queda de manera infalible registrado de punto a punto en sucesivas definiciones papales. Los maestros anglocatólicos y ortodoxos, por otro lado, hacen uso de un orgánico pero circunscrito concepto de tradición corno, en general, la fe y perspectiva de la Iglesia Universal desarrollada durante los primeros siglos de su vida y, en particular, sus sacramentos, credos, Escrituras y ministros, así corno sus convicciones acerca de cada uno. Las diferencias detalladas entre estos grupos brotan de sus diferentes opiniones acerca de la tradición, pero estas no tienen por qué retrasarnos. Lo que nos concierne en el presente es el hecho de que los «católicos» de cada tipo se ponen en contra de los «reformados» cristianos al insistir que la tradición es más que la Biblia, que la Biblia es sol~ parte de un legado autoritativo del pasado que debe determinar nuestra fe, y por lo tanto no podernos sacarla del resto de la tradición y ponerla a juzgar a esta última, sino que debe interpretarse en armonía con ella; porque lo que la tradición dice es lo que la Biblia debe querer decir, y si creernos que quiere decir cualquier cosa contraria es que no la estarnos entendiendo 13 • Así que cuando los «católicos» dicen (corno en estos días muchos están dispuestos, quizá demasiado dispuestos, a decir) que la Biblia es nuestra autoritativa regla de la fe, lo que quieren decir es que nuestra norma de verdad debe ser la interpretación de la Biblia que nos da la tradición, la cual no es necesariamente la interpretación a la que uno podría llegar comparando pasajes de la Biblia con pasajes de la Biblia. Una confusión sin fm se presenta al discutir con los «católicos», corno la teología ecuménica moderna hace dolorosamente aparente, cuando no se entiende que lo que ellos dicen y lo que los cristianos «reformados» dicen al hablar de autoridad de la Biblia son dos cosas muy diferentes.


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La cuestión aquí está en si la Biblia, como la revelación de Dios en forma escrita, es o no es en sí completa, clara y decisiva como regla para nuestra fe y vida. Sobre esta cuestión la Iglesia de Inglaterra tomó una firme y nada ambigua posición cuatro siglos atrás. El Artículo VI de los Treinta y Nueve afirma la suficiencia de la Biblia como regla de fe. «La Biblia contiene todo lo necesario para la salvación; así que lo que no se lea ahí, ni pueda probarse ahí, no debe requerirse que ningún hombre lo tome como un Artículo de Fe ... », El Artículo VIII continúa diciéndonos que los más venerables y tradicionales de los productos de la tradición -el Credo de los apóstoles, el credo Niceno y el Credo de Atanasio - son para ser tomados como verdad, no solamente porque son tradicionales, sino porque «pueden ser probados por la más cierta autoridad de la Biblia». No se niega que los credos ecuménicos se prestan para ser una guía para la interpretación de la Biblia; lo que se niega es que podamos aceptarlos legalmente en esa capacidad sin primero comprobarlos con los pasajes bíblicos cuya sustancia buscan presentar. Porque los credos, como las decisiones de todos los papas, concilios e iglesias individuales (véase los Artículos XIX, XXI), son obras de hombres pecadores a quienes jamás se les prometió infalibilidad; por lo tanto deben verificarse apelando a lo que el homilista llama «la infalible Palabra» de Dios, y no tomarse como "palabra infalible» que deba guiar nuestra interpretación de las Escrituras. La presuposición de nuestros formularios es que la Biblia, interpretada por sí misma de la manera que hemos descrito, mediante una exégesis gramático-histórica y la analogía de la fe, constituye una clara, definida y obligatoria regla de fe y vida por la que toda creenciay comportamiento, privados y colectivos, deben regirse, y a la que todas las controversias entre cristianos deben ser llevadas para llegar a acuerdos. Tal es la posición histórica anglicana. ¿Es la correcta? Incuestionablemente la es. Descansa sobre dos principios. La primera es que todos los cristianos de todas las edades deben alinearse con las iglesias de los tiempos del Nuevo Testamento en sujeción directa a la enseñanza doctrinal y práctica de los apóstoles. Los apóstoles fueron testigos de Cristo que Dios escogió y ungió (cf. Hch. 10:39-43). Su enseñanza, orgánicamente enlazada con el Antiguo Testamento, el cumplimiento del cual anunciaron, fue verdad de Dios revelada e inspirada por el Espíritu de Cristo y establecida en

su nombre y con su autoridad. Como tal constituye una norma autoritativa de verdad y criterio de error, no solo para el tiempo de los apóstoles, sino para todos los tiempos. Encontramos a Pablo, Pedro y Juan insistiendo en que una saludable aceptación de las enseñanzas que habían dado y la sumisión a su autoridad son una prueba básica de verdadera espiritualidady piedad, aparte de aptitud para el ministerio (lCo 14:37; 2Co 11:13s, 13:2-10; Gá 1:6-9; 1Ts 1:5,2:13; 2Ts 2:13-15, 3 :6-15; 2Ti 2:1s, 3:13s; Tit 1:9; 2P 1:12-2:3; 1Jn 2:21-24, 4:6; 2Jn 9s,). Si estuvieran de nuevo entre nosotros hoy día, dirían lo mismo, iY quizá con más énfasis! Lanzar por la borda la autoridad de la enseñanza apostólica en cualquier grado es hasta ese punto un desliz del cristianismo. Este es el primer principio. El segundo es el incontrovertible hecho de que, como E. A. Litton lo expresa, «ninguna enseñanza apostólica existe excepto la que perpetúa el Nuevo Testamento» 14. De aquí sigue que el Nuevo Testamento apostólico, leído en conjunción con el Antiguo, del cual es compleción, debe ser siempre nuestra autoridad suprema y corte de apelación. La iglesia de Cristo fue, es y será gobernada por sus apóstoles, y por tanto por los escritos de esto que de manera providencial han sobrevivido. Decir que a Cristo se le debe permitir gobernar, que al Redentor se le deben respetar sus derechos de monarca, es decir que a la Biblia se le debe permitir gobernar, que la Biblia debe tener siempre la última palabra.

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LA IGLESIA Y EL CANON Para darle la vuelta a este argumento, los católicos romanos (por no mencionar ciertos anglicanos) están acostumbrados a argüir que la autoridad de la Iglesia postapostólica, como una comunidad vibrante en marcha donde el Espíritu mora, debe ser primera y superior a la del Nuevo Testamento, por cuanto la Iglesia postapostólica fue la que estableció el Nuevo Testamento como un "Canon» -o sea, como vara de medir- de la fe ortodoxa. Pero este argumento es falso. La iglesia no nos dio más el canon del Nuevo Testamento que Sir Isaac Newton la fuerza de gravedad. Dios nos dio la gravedad durante la Creación, y nos dio el canon del Nuevo Testamento al inspirar los libros que lo componen. Newton no creó la gravedad, sino que la


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descubrió (como se dice) al ver la caída de una manzana; de igual modo, las diferentes iglesias de la cristiandad, a través de un proceso gradual, sin coordinación, en apariencia errático, que abarcó varios siglos, llegó a reconocer la extensión y los límites del canon que el Señor dio tras revisar el pedigrí y el contenido de los muchos libros que decían proceder del círculo apostólico, para determinar cuáles de ellos podían considerarse productos apostólicos genuinos y manifestaban contener la verdad revelada de la que los apóstoles eran depositarios. Si alguien hubiera sugerido a los cristianos del segundo, tercero o cuarto siglo que eso quería decir que la Iglesia 'estaba creando un canon propio, escogiendo literatura cristiana de buena calidad para declararla norma de fe para el futuro, habrían sacudido la cabeza maravillados de que alguien hubiera podido inventar idea tan perversa y tan lejana de la verdad. La creencia de que los escritos apostólicos como tales eran inspirados y por lo tanto intrínsicamente autoritativos fue la presuposición en toda su investigación. Lo único que las iglesias trataban de hacer era ver cuáles de los libros que afirmaban con algo de sentido tener suficiente de apostólicos de veras lo eran, una cuestión de veracidad histórica, una en la que el carácter y el contenido afectaban lo mismo positiva que negativamente". Después de tres siglos de inquirir, la mayor parte de la cristiandad se hal16 que estaba de acuerdo en su respuesta a esta interrogante, y el acuerdo lo registraron debidamente diferentes teólogos y varias decisiones conciliares (aunque ninguna decisión conciliar, hay que notar, se tom6 en etapa alguna para lograr el acuerdo). Buenas como las razones ciertamente son para pensar que el Espíritu, aquí como en otras partes, había llevado a la Iglesia a un correcto discernimiento, el hecho de haber sido guiados para ver qué libros tienen autoridad intrínseca no puede utilizarse para dar a la Iglesia autoridad sobre ellos, y limitar su significado a lo que esté de acuerdo con su tradici6n, como tampoco el hecho de yo haber reconocido que esta mañana lleg6 en el correo una factura legítima por la compra de unos libros, hecha a mi nombre, me da autoridad para pagar solo lo que me sienta inclinado a pagar. Queda, sin embargo, una cuesti6n. Si no podemos atribuir infalibilidad al discernimiento de la Iglesia en cuanto a cuáles

libros son inspirados (y ¿cómo podríamos hacerlo?), ¿c6mo podemos estar seguros de que el Nuevo Testamento no contiene tampoco demasiados libros o muy pocos? ¿Cómo podemos estar seguros de los límites del Nuevo Testamento si estamos tan pobremente ubicados, cerca de dos mil años después, para revisar los veredictos de la Iglesia de entonces acerca de la autoría y autenticidad de cada punto en ellos? La respuesta la encontramos listando los siguientes hechos. l. El cristianismo tuvo el concepto y la realidad de las Escrituras canónicas desde el principio, porque el cristianismo comenz6 como una secta judía, y el judaísmo se basaba en reverenciar lo que hoy llamamos el Antiguo Testamento como la tora de Dios (ley, instrucción). Jesús dio el visto bueno a esta actitud ante sus discípulos al dejarles ver que en esas Escrituras estaba la voz de su Padre, y que bajo su autoridad vivió, enseñó y muri6 sin quebrantarla, cumpliéndola. Como es natural, misioneros pioneros como Pablo dieron el Antiguo Testamento a las iglesias gentiles, las cuales de otra manera no lo hubieran conocido, para que fuera regla de fe y vida junto a la enseñanza apost61ica. «Toda la Escritura es ... inspirada por Dios y útil ... para que el eieroo de Dios [el cristiano y en este caso, el ministro] estén enteramente capacitados para toda buena obra» (2Ti 3:16-17). Todo esto «se escribió para enseñarnos, para que alentados [¡nosotros cristianos!] por las Escrituras perseveremos en mantener nuestra esperanza» (Ro 15:4, cf. 1Co 10:11). Es básico para el cristianismo aceptar el Antiguo Testamento como Escritura cristiana. 2. La expectativa de que la nueva Escritura can6nica se mantuviera a la par del Antiguo Testamento está implícita en la obra de Dios sobre la cual el cristianismo descansa. Una nueva y culminante revelaci6n para el mundo lleg6 a los ap6stoles a través de Jesús, y no habría tenido sentido que el Dios que hizo que su primera revelaci6n quedara escrita para la posteridad no hubiera hecho lo mismo con la que la cumplió y completó. Cuando Jesús en oraci6n se refiri6 a toda la Iglesia como "los que han de creer en mí a través del mensaje [de los apóstoles]» (Jn 17:20), dio por sentado una permanente disponibilidad de ese mensaje, y esto parece anunciar un futuro Nuevo Testamento apostólico. 3. El Nuevo Testamento (como se ha llamado desde el segundo siglo) emergió como una colecci6n de escritos más o menos

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ocasionales que alegaban autoridad corno auténtica comunicación de la de una vez y por todas revelación de Dios en Cristo, y cuyos autores se identificaron por nombre o por sus relaciones (corno el autor de Hebreos, anónimo para nosotros pero un bien conocido colega de Timoteo [Heb 13:23]). Las teorías de autorías seudónimas de libros del Nuevo Testamento (lo que fue una vez llamado plagio) han sido exploradas con diligencia a través de los años; puedo decir aquí que ninguna de esas teorías que conozco me convence, y en cada caso hallo suficientes evidencias externas para concluir que cada libro fue escrito por la persona cuyo nombre ostenta, aparte de la evidencia que nos ofrece su calidad interna. 4. Existen libros espurios adjudicados a autores apostólicos que podernos comparar con nuestro Nuevo Testamento. La baja en calibre intelectual, moral y espiritual en ellos es bien marcada, y lo mismo los deslices teológicos a mundos mediocres de fantasía y magia. A la luz de esta comparación, no hay razón para pensar que algún libro espurio entrara en el Antiguo Testamento o que algo de un escritor genuino apostólico se quedara fuera por negligencia. 5. La iglesia en conjunto testifica que el Nuevo Testamento da evidencia de ser la Palabra de Dios de una forma que ninguna otra literatura lo hace, salvo el Antiguo Testamento. Corno los guardias judíos dijeron de Jesús (<<nunca nadie ha hablado corno ese hombre», Jn 7:46), el pueblo de Dios a través de las generaciones dice del Nuevo Testamento: «Nunca ninguna literatura ha hecho tanto impacto en nuestro corazón, en nuestra mente y nuestra conciencia, comunicando a Dios, dando conocimiento de nosotros ante Dios, mediando en la comunión con Cristo y renovando vidas desordenadas». Así el Nuevo Testamento ha demostrado a través del Espíritu que es Palabra de Dios. Así lo hace todavía. La acción de hacernos conscientes de la asombrosa calidad divina de los libros bíblicos, el carácter divino de esa fuente de poder y autoridad con que hallarnos que se dirige a nosotros, es el llamado «testimonio interno del Espíritu Santo» en relación a las Sagradas Escrituras. Dicho «testimonio interno» no es una experiencia particular ni un sentimiento ni una revelación privada. Es el otro nombre que se le da a la iluminación de nuestros corazones pecadores gracias a la cual llegarnos a reconocer

y recibir realidades divinas por lo que son: Jesucristo corno nuestro divino Salvador, Señor y Amigo; la Santa Biblia corno , de D'lOS para nosotros 16, mensaje El testimonio colectivo del carácter divino del Nuevo Testamento no lo invalidan extravagancias corno la creencia de Lutero de que la «pajiza» epístola de Santiago no debía estar en el canon porque (corno pensó,· aunque los luteranos por lo general, desde su lugarteniente Melancton, han sabido más que eso) contradice a Pablo en el punto de la justificación solo a través de la fe, sin obras. Si Pablo y Santiago hubieran estado de veras encontrados, la actitud de Lucero sería defendible, porque el inspirador Espíritu de Dios no se contradice; pero de hecho difieren solo en el uso de las palabras, aunque están de acuerdo en sustancial? Y aunque la opinión de Lutero de que discordaban fue una opinión de erudito sostenida con sinceridad, el saber que estaba casi solo en esto debió detenerlo. ¿Quién era Lutero para impugnar un libro que a través de los siglos se había impuesto, y había sido aceptado por toda la Iglesia corno parte del canon del Nuevo Testamento? Del mismo modo, ¿quién soyyo, y quién eres tú, para hacer lo mismo? Sería más humilde y sabio suponer que cualquier incapacidad presente de tu parte o de la mía para reconocer la Palabra de Dios en un particular libro canónico, o para cuadrar lo que parece decir con el aprendizaje bíblico, refleja un defecto en nosotros más que en el libro; sobre todo (corno es siempre el caso) cuando hombres instruidos y devotos pueden ofrecer una posible, y por lo general convincente, resolución del problema que nos intriga. Entonces la respuesta a nuestra pregunta es que el cristiano debe preguntarse, no si tiene razón suficiente para aceptar el canon de la Iglesia, sino si tiene razón suficiente para no hacerlo. La verdad es que nunca la tiene. Debernos ser claros en que las continuas controversias entre los cristianos «reformados» y los «católicos» sobre asuntos corno el sacerdocio del clero, la sucesión apostólica, la autoridad del episcopado, la infalibilidad del papa, la transustanciación y la «presencia real», el sacrificio de la misa, el purgatorio, las indulgencias, la mariolatría, y la naturaleza y número de los sacramentos, no pueden en principio establecerse hasta que ambas partes estén de acuerdo que la apelación a las Escrituras, interpretada en términos de sí misma -en este sentido, sola Scriptura es definitiva".

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Dios ha hablado, dice la Biblia; y ser piadoso significa escucbar

en las Santas Escrituras» tLa» HomiLÚL:J, p. 370s), y piedad significa responder de forma directa a su llamado a arrepentimiento, fe y discipulado. «Escucho la voz de Jesús decir: "Ven a miy descansa" .. , Fui a Jesús ... » Nadie que sea extraño a la piedad, en este fundamental sentido cristiano, puede sostener que ha escuchado la Palabra de Dios ya. Tres aspectos de la vida piadosa, entendida como una vida que escucha el mensaje de Dios, demandan una mención

<fU palabra. «Escuchar» en esta frase significa más, por supuesto,

particular.

CAPÍTULO SEIS

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que solo tener un radio al alcance del oído mientras el mensaje de Dios se lee en voz alta, se recita o se explica. «Escuchar», en su sentido bíblico completo, implica atención, aceptación y aplicación a uno mismo de las cosas aprendidas; significa escuchar con el firme propósito de obedecer, y luego hacer como la Palabra de Dios demuestra requerir. Es en este sentido que usamos el verbo a través de este capítulo. ¿Qué significa escuchar la Palabra de Dios? De acuerdo a Hebreos, significa, de forma bastante concreta, recibir y responder la Palabra proposicional de Dios (esto es, su mensaje) que nos ha hablado desde el cielo a través de los labios de su Palabra en persona (esto es, su Hijo), y también a través de los pronunciamientos de profetas y apóstoles, concernientes a la «gran salvación» que el Hijo de Dios ganó por nosotros mediante el derramamiento de su sangre por nuestros pecados (véase Heb 1:ls, 2:3, 12:25, etc.) La Palabra en persona de Dios se presenta como tema central de su Palabra proposicional, lo mismo habladas que escritas. Lo que Jesús dijo de las Escrituras del Antiguo Testamento -«son ellas [las Escrituras] las que dan testimonio en mi favor» (Jn 5:39) - puede decirse de ambos Testamentos con igual verdad. Escuchar la «Palabra de Dios escrita», entonces, significa, en último análisis, .hacer lo que Dios ordenó en la Transfiguración, cuando dijo: «este es mi Hijo amado. i Escúchenlo! (Mr 9:7); el que a su vez significa, no solo aceptar las enseñanzas morales de Jesús, sino recibirlo como un Salvador viviente, confiando en su sangre derramada para el perdón de nuestros pecados, y viviendo de ahí en adelante como esclavo suyo, como uno de los que «siguen al Cordero por dondequiera que va» (Ap 14:4). El homilista nos recuerda que el Cristo viviente «nos habló en persona

PROMESA En primer lugar, es una vidadefeen!ad promedaddeDw<f. La fe en la Biblia no es, como los existencialistas lo proponen, un salto en la oscuridad, sino más bien un paso a la luz, donde (para extender la metáfora) uno pone todo el peso de uno sobre el piso firme de las inquebrantables promesas de Dios. Pablo señala a Abraham como gran ejemplo de fe porque, cuando Dios le prometió a Abraham, un anciano de setenta y cinco años de edad que no tenía hijos, una pléyade de descendientes, este creyó la promesa, y siguió creyéndola contra toda esperanza hasta que comenzó a cumplirse con el nacimiento de Isaac, no menos que un cuarto de siglo después. «Su fe no flaqueó, aunque reconocía que su cuerpo estaba como muerto, pues ya tenía unos cien años, y que también estaba muerta la matriz de Sara. Ante la promesa de Dios no vaciló como un incrédulo, sino que se reafirmó en su fe y dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios tenía poder para cumplir lo que había prometido. Por eso se le tomó en cuenta su fe como justicia» (Ro 4:19-22, aludiendo al testimonio de justificación de Abraham que registra Gn 15:6). Pablo señala de inmediato que la fe que nos justifica es, como aquella: una confianza en Dios sobre la base de la increíble seguridad que el Señor entregó a su Hijo a la muerte, y luego lo resucitó con el propósito expreso de librarnos de nuestros pecados (v. 23s). Pero esta no es la única conexión en la que el análisis de la fe que hace Pablo se aplica. La verdad es que toda fe, en cada etapa de nuestro peregrinaje cristiano, es en esencia un descansar en la promesa de Dios. Tiene seguridad por naturaleza, porque se basa en las garantías que ofrece


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Dios. Esto se ve bien claro en Hebreos 11, donde la fe «<lafe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve» (v. 1) se nos describe corno un espíritu de obediencia a los mandatos de Dios basada en la confianza en sus promesas en general (la promesa de recompensa, v. 6) y en particular (corno la promesa de un hijo a Sara, «porque consideró fiel al que le había hecho la promesa», v. 11). Lo fundamental en la vida de la fe es el reconocimiento de que todas las promesas que ha hecho Dios las ha hecho a su pueblo en el pasado y en el presente están todavía en principio (no siempre en detalle, por supuesto, porque las circunstancias difieren) extendidas a cada cristiano. La fe, nos podernos aventurar a decir, descansa sobre la teología de la caja de promesas. Esto aparece en Hebreos 13:5s, donde el escritor enseña a sus lectores a apropiarse de la promesa de Dios a Josué, «nunca te dejaré; jamás te abandonaré» (Josué 1:5), corno base de confianza y paz en cara a la oposición. La verdadera fuente de la paz, la alegría, la esperanza y la fortaleza para resistir del cristiano, está en ser capaz de decir, con Isaac Watts, Grabado eternamente en placa La promesa poderosa brilla; Ni pueden los poderes de la oscuridad destruir Aquellas líneas eternas. Su palabra de gracia es fuerte Corno esta que construida en los cielos; La voz que enrolla y mueve a las estrellas Habla todas las promesas.

Mi lugar-escondido, mi refugio, torre, y escudo, eres tú, o Señor, Anclo todas mis esperanzas Sobre tu inerrante Palabra.

La tranquilidad de saber que cada una de «las preciosas y magníficas promesas» de Dios (2P 1:4) de las Sagradas Escrituras es «sí» en Cristo para mí (2Co 1:20) es tan inconcebible corno el misterio de no saber esto en tiempos de dureza, soledad y

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depresión. Pero ese es el estado al que quienes niegan la doctrina bíblica de la inspiración se condenan; porque si no podernos estar seguros de que lo que la Biblia dice Dios lo dice, no podernos estar seguros de que sea cierto que haya hecho las promesas que las Escrituras le atribuyen. (De hecho si negarnos que la revelación es proposicional, estarnos afirmando que no las ha hecho. Un Dios que no utiliza palabras no puede hacer promesas). Podernos ver ahora por qué, corno hecho observable, las opiniones «críticas» de la Biblia siempre han empobrecido la vida de fe, y por qué tantos que sostienen tales opiniones hoy día o diluyeron su fe a una simple moralidad en un contexto vago de optimismo, o la convierten en un atormentador salto existencialista en la oscuridad (o, corno Robinson en Honest to COd, hace las dos cosas a la vez). Pero esto no es ni la forma cristiana ni anglicana. El Libro de Oración señala con insistencia las promesas de Dios corno fundamentos de fe y esperanza. Las colecciones de la Trinidad VI, XI y XIII resumen la esperanza del cristiano en las frases «túprometes», El catecismo requiere de los candidatos adultos por el bautismo «fe, mediante la cual creen siempre en las promesas de Dios a ellos en ese sacramento» (pensamiento que por desdicha falta del Catecismo Revisado de 1961). Una de las conexiones en las que el servicio bautismo del infante gira es la creencia de que «nuestro Señor Jesucristo ha prometido en su Evangelio conceder [al niño] todas estas cosas [regalos y gracias salvadoras] por las que se ha orado». Este énfasis es especialmente fuerte en conexión con el perdón. «Restaura a los penitentes; conforme a tus promesas a la humanidad en Cristo Jesús nuestro Señor» (Confesión General, Oración Matutinay Vespertina). «El todopoderoso Dios . .. que .. .haprometiJo perdón ...tenga misericordia de ti ... » (absolución, culto de santa comunión). Y las «palabras consoladoras» son promesas divinas y aseguraciones establecidas corno bases de confianza de que hay misericordia incluso para nosotros. Los cristianos de hoy en día necesitan urgentemente recuperar esta consciencia anglicana de que las promesas de Dios son las bases de la fe; porque cuando los que se dicen cristianos no viven con el gozo del conocimiento de que todas las promesas de Dios son suyas, la verdad es que no están escuchando la Palabra de Dios.


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le gustan. Lejos de ser contrarios, el amor y la ley van inseparablemente juntos. Se necesita la ley como ojos del amor; se necesita el amor como latidos del corazón de la ley. La ley sin amor es fariseísmo; el amor sin leyes antinomianismo; ambas cosas son aberraciones. Nuestro Señor mostró la conexión entre el amor y la ley cuando dijo: «Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. ... ¿Quién· es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece» (Jn 14:15, 21). Juan incluso lo puso más sucintamente: «En esto consiste el amor: en que pongamos en práctica sus mandamientos» (2Jn 6). Y cuando los cristianos no someten de manera permanente sus vidas al minucioso «enseñar ... reprender ... corregir ... instruir en la justicia» de las Sagradas Escrituras (2Ti 3:16), la verdad es que no están prestando atención a la Palabra de Dios.

Segundo, la piedad envuelve obediencia a 1M leyed de Dio«. El concepto anglicano de la Biblia es que es un libro supremamente práctico, no solo porque nos lleva a conocer a Dios a través del encuentro de Jesucristo, sino también porque nos da reglas y máximas para conformar nuestras vidas a la voluntad de Dios. En 1540, en el prefacio del libro suyo que hizo época, la Gran Biblia, que ordenó preparar para la lectura pública en cada iglesia en el país, el Arzobispo Cranmer escribió: «Sean las escrituras los buenos pastos del alma; allí no hay carne envenenada, ni nada malsano; sean el bocado exquisito y puro. El ignorante encontrará allí lo que debe aprender ... En este documento pueden príncipes aprender cómo gobernar a sus súbditos: los súbditos a obedecer ... a sus príncipes; los esposos cómo deben comportarse con sus esposas; cómo educar a los hijos ... : y por el lado opuesto las esposas, padres y amos pueden conocer sus deberes para con sus esposos, padres y señores. Aquí todo tipo de personas, hombres, mujeres, jóvenes, viejos. cultos, incultos, pobres, ricos, sacerdotes, laicos, señores, damas, oficiales, inquilinos, hombres, vírgenes, esposas, viudas, abogados, mercaderes, artesanos, esposos y toda clase de personas, de cualquier estado o condición, que en este libro aprenda todas las cosas que deben creer, lo que deben hacer, lo que no deben hacer, también concerniente al Dios todopoderoso, así como concerniente a ellos mismos y a todos los demás l. La Biblia es tanto una regla para la vida como una regla de fe. Pero es importante estar claros en cuanto a qué tipo de regla para la vida es. Su enseñanza moral no es un código de apariencias externas aisladas, ni un formalismo farisaico, sino una serie conectada de principios e ideales, directamente derivada de la naturaleza de Dios revelada y su propósito con la humanidad, y su llamado a motivos correctos y a correctos de tipos de acción. La ley de Dios bíblica requiere que seamos personas de un cierto tipo, y también que hagamos cosas de cierto tipo; y el concepto bíblico del amor abarca ambos lados del ideal. Entonces poner el amor como contrario a la ley, como algunos hacen, es tan perverso como poner el cariño de la mujer por su marido como contrario a sus esfuerzos por proporcionarle las cosas que sabe que a él

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LA VERDAD En tercer lugar, la genuina piedad está siempre marcada por el deleite en la verdad de Dios. El Salmo 119 hace esto sumamente sencillo. El salmista ama la ley de Dios. Se regocija en conocer lo que piensa Dios y se aferra, a cualquier costo, a las verdades que Dios le ha enseñado. Su deleite en Dios es, entre otras cosas, deleite en la Palabra de Dios. En otras partes en las Escrituras la palabra de Dios se pinta, no solo como alimento, porque nutre y promueve el crecimiento (1 Co 3:2, Heb 5: 12ss; cf. 1P 2:2), sino también como miel, en razón de su dulzura (Salmos 19:10, 119:103; cf. Ez 3:3; Ap 10:9s). Uno teme que muchos en nuestras iglesias hoy en día sean extraños a este sentido de la dulzura de la verdad de Dios, como a todas luces son extraños al amor de la Biblia que evoca, y al sentido del deber de mantener inviolada la verdad de Dios, pase lo que pase, lo que halló expresión en la firmeza de nuestros reformadores en contra del papa y la misa - una firmeza que bajo la reina María llevó a muchos al martirio. La tolerancia de las diferencias en cuestiones doctrinales secundarias es sin duda una virtud anglicana, pero la general indiferencia doctrinal que encontramos a menudo hoy en día es una parodia del ideal anglicano. El anglicanismo del Libro de Oración de 1662, con su leccionario de cien versículos por día, su repaso mensual del libro de los


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Salmos, sus cultos diarios repletos de Biblia, y el alto valor que le da a la predicación expositiva (vea el ritual y las colectas para Adviento III y día de San Pedro), es una fe de lectura de Biblia, amor a la Biblia, fe y confianza en la Biblia. Sin embargo hoy, los anglicanos se dedican con celo a mantener un estado doctrinal de laxitud más que una confesión de verdad bíblica. Los Treinta y Nueve Artículos son constantemente objetados en las iglesias anglicanas que todavía lo retienen y el respaldo del clero a las mismas es en estos días bastante insignificante. La idea de que la unidad anglicana es «institucional" y «de culto» más que confesional se aclama como una nueva revelación, y se desprecia120 todo concepto de disciplina doctrinal en las iglesias anglicanas. Qué diferencia tan grande del anglicanismo de Cranmer, Jewel, Hooper y Hooker (y lo mismo puede decirse del de Hammond, Pearson, Beveridge y Thorndike). Donde no se le da el debido respeto a la enseñanza bíblica como una transcripción de lo que piensa Dios, y el clero da poca señal de estar dispuesto a amar la verdad (2Ts 2:1O), así como a permanecer en ella y valorarla, y estudiarla para mantenerla intacta (cf. 2Ti 1:13s), y donde se permite que las doctrinas vitales del evangelio se oscurezcan en aras de una complacencia hueca -lo que Pablo no dejó que pasara en Galacia y Colosas - la verdad es que no están prestando atención a la Palabra de Dios.

EL EspíRITU SANTO Pero cómo, preguntamos ¿llega a escucharse de veras la Palabra de Dios? En primer lugar, no se escuchará donde no se predique, estudie o lea la Biblia. La primera necesidad es dar a la Biblia el lugar que le corresponde en la vida de las personas y de la Iglesia. Pero aun entonces, el que se escuche la Palabra de DiQS depende todavía de otro factor: nuestra receptividad a la obra del Espíritu Santo. Se le ha prometido a todos los cristianos, se nos ha dicho, el privilegio de que Dios nos instruya (Jn 6:45, citando Is 54:13), y es el Espíritu de Dios quien nos enseña. El Espíritu que enseñó todas las cosas a los apóstoles (Jn 14:26, 16:13s; 1Co 2:10, 13) es la «unción» que enseña a todo el pueblo de Dios (1 Jn 2:27). Nos enseña no con exposiciones frescas de verdades

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hasta entonces desconocidas, como aquellas mediante las cuales los apóstoles fueron instruidos, sino capacitándonos -a nosotros que, por haber caído, somos por naturaleza en extremo insensibles y apáticos en cuanto a Dios y las cosas de Diospara reconocer la realidad, reconocer la divinidad y acoger la autoridad, los hechos divinos y verdades puestos ante nosotros, y ver como todo esto afecta nuestras vidas. A través de la historia, los teólogos han llamado a esta obra iluminación, o ilustración, o testimonio interno del Espíritu. Fue a esto a lo que nuestro Señor se refirió cuando dijo que la tarea del Espíritu sería convencer (Jn 16:8). A través de esto, el Espíritu confirma a nuestra conciencia que la palabra profética y apostólica es en verdad lo que afirma ser: el mensaje de Dios. De la misma manera, nos confirma que Jesucristo es quien dice ser: Hijo de Dios y Salvador nuestro. El Espíritu nos lleva a reconocer la divinidad que Cristo por un lado dice tener y que por el otro lado la Biblia lo confirma como evidente en sí misma. De esta manera nos lleva a someternos a la autoridad conjunta de ambos. Luego nos capacita para captar lo que ambos nos están diciendo, y actúa en nuestras mentes y en nuestros corazones para aplicar con efectividad la instrucción y hacernos responder. Fue a través de la obra del Espíritu que los tesalonicenses, según Pablo, «al oír la palabra de Dios que les predicamos, la aceptaron no como palabra humana sino como lo que realmente es, palabra de Dios». Fue también en virtud de la acción del Espíritu que Pablo pudo pronunciar su mensaje como una palabra que «actúa en ustedes los creyentes» (1Ts 2:13). ¿Pero somos receptivos a este obrar del Espíritu? Mientras nos acerquemos a las Escrituras con retraimiento, interesados solo en apreciarlo histórica o estéticamente, mientras lo tratemos como un dato histórico humano, apenas seremos receptivos. Solo seremos receptivos al ministerio del Espíritu si estamos en disposición, por así decirlo, de meternos en la Biblia y ponernos junto a la gente a la que Dios le habló ~Abraha~ escuchando a Dios en Ur, Moisés escuchando a DIOS en el Sinaí, los israelitas escuchando la voz de Dios de labios de Moisés y los profetas, los judíos escuchando a Jesús, los romanos y los corintios y Timoteo escuchando a Pablo, etcétera- y, en términos de nuestra iluminación anterior, unirnos a su


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aprendizaje, notar lo que Dios les dice y luego procurar entender lo que nos dice a nosotros. Tal disposición es muy limitada en la mayoría de nosotros; somos prejuiciosos, ociosos y estamos mal preparados para el ejercicio de espíritu y conciencia que eso implica. Pero esa mayor disposición y esa mayor receptividad a hacerlo son dones del Espíritu. Por lo tanto debemos utilizar la oración «enséñame tus decretos» (Salmos 119: 12, y siete veces más en este Salmo), como una plegaria, no solo para enseñar sino para ser enseñables, porque sin el último no tendremos nunca el primero.

siervo escucha» (lS 3:10). Si permitimos que nuestro estudio de la Biblia espere hasta encontrar soluciones a cada problema que su contenido presenta, nunca comenzaríamos. Todos los estudiantes de la Biblia llevan con ellos todas sus vidas una aljaba de problemas no resueltos, como también de las certezas que Dios le ha enseñado. Es en vano esperar que vayamos a encontrar respuesta a todo mientras estamos en este mundo. Lo que importa es que, no importa los problemas, de veras nos propongamos buscar las Escrituras a la luz de los principios correctos y con un método correcto y así a diario aprender de parte de Dios sobre nuestro pecado y su Hijo. A veces se tiene la impresión de que la misma cantidad de información técnica acerca de la Biblia que los eruditos poseen hoy en día hace que el estudio de la Biblia sea más duro para los laicos de lo que solía ser, al darles tanto más para abordar. Pero la asunción de que uno no puede estudiar bien la Biblia sin un montón de equipo teológico técnico es falsa. Si las preguntas que uno trae a las escrituras son algo así como «¿Qué me dice esto acerca de Dios, de mí mismo, de mi Salvador? ¿Cómo encaja esto con lo demás que sé de la Biblia? Si esto es lo que Dios dijo de esto o lo otro, ¿qué me está diciendo aquíy ahora? Si así manejó Dios tal o más cual situación, ¿cómo me manejará a mí con la mía?», y si uno pone atención al contexto y al flujo de pensamiento dentro de cada libro, sobre todo si uno usa una Biblia con buenas referencias marginales, Dios el Espíritu se encargará de que un laico no aprenda menos lo que necesita saber que un teólogo. Lo que sí hace el estudio de la Biblia más difícil para los laicos en estos días que lo que solía ser antes es el desmoronamiento de la gran tradición evangélica de la predicación expositiva a gran escala domingo a domingo en nuestros púlpitos. El patrón del Nuevo Testamento es que la predicación pública de la Palabra de Dios provee, por decirlo así, la principal comida, y constituye el principal medio de la gracia, y nuestras meditaciones personales sobre la verdad de la Biblia viene a ser un suplemento a esto, como una serie de meriendas suplementarias, que son necesarias a su debido tiempo, pero cuya intención no es ser una dieta completa. Hay algo profundamente innatural e insatisfactorio en una situación donde el pueblo de Dios tiene que depender del estudio bíblico personal para

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ENCONTREMOS LA PALABRA DEL SEÑOR Comenzamos este libro trayendo a colación un problema, la realidad del cual parece innegable. En otras palabras, que a pesar del estudio bíblico intenso y el conocimiento bíblico detallado de nuestros días, nuestras iglesias sufren de una muy esparcida «hambruna de escuchar las palabras del Señor». Hemos tratado de ver cómo ha sucedido esto, y de esbozar de la manera más simple posible la forma de acercarnos a la Biblia que creemos correcta en síy auténticamente anglicana, y que si se sigue, nos llevará a volver a escuchar la Palabra de Dios de una manera efectiva. Los lectores de este libro que, como, su escritor, son hijos de una era que está en extremo condicionada en contra de los «métodos antiguos», pensarán que este método presenta problemas. No nos interesa negar esto; solo invitamos a nuestros lectores a considerar, a la luz de lo que hemos dicho, si la alternativa no presenta problemas aun más grandes. En un libro de esta brevedad no es posible considerar muchos de los problemas de los que uno hubiera tomado nota en un ensayo, como no es posible tratar con las ciento y una preguntas -exegéticas, históricas, morales, científicas - que se presentan cuando uno se mete al estudio y meditación del texto bíblico a la luz de los principios establecidos. Ni quizá hubiera sido deseable hacerlo de todas maneras. Porque este libro se ofrece, no como un ensayo, sino como un tratado -una preparación mental y espiritual y, esperamos, un incentivo a la aventura del estudio de la Biblia por uno mismo en el espíritu anhelante, expectante, de búsqueda de Dios y temeroso de Dios como Samuel en el templo: «Habla, que tu


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obtener su alimentación espiritual, debido a la falta de una predicación expositiva efectiva en la adoración pública. Pero este es un asunto diferente que no podemos abordar aquí. Seamos claros una vez más: no estamos restándole importancia a la erudición bíblica técnica. Lo que estamos diciendo es que no es solo a los expertos a los que el Espíritu Santo concede sus enseñanzas, y que lo que dice el salmista de la ley del Señor en cuanto a que «da sabiduría al sencillo» (Salmo 19:7) todavía tiene validez. En la conferencia de Lambeth de 1958, el primer informe del comité abordó el tema «La Santa Biblia: su autoridad y mensaje» 2. A pesar de algunas características infelices (su negación de la suficiencia de las Escrituras, que ya señalamos'', y de la inerrancia bíblica, así como lo inadecuado de su tratamiento del concepto bíblico de que Dios habla)", contuvo mucho que fue excelente, y puso sobre todo un ya necesario énfasis sobre la importancia de la exposición bíblica en el púlpito y la lectura de la Biblia de manera personal y en el hogar. En esto, por supuesto, solo reiteró los principios fundamentales del anglicanismo reformado. La conferencia como un todo endosó al informe una serie de resoluciones, entre ellas un llamado a «todos los miembros de la Iglesia a restablecer el hábito de la lectura bíblica en el hogar» 5, y un llamamiento a «Ías Iglesias de la Comunión Anglicana a comprometerse en un esfuerzo especial durante los siguientes diez años por extender el alcance y la profundidad de la calidad del estudio bíblico personal y colectivo. La Carta Encíclica se expresó en esta conexión en cuanto al deber del clérigo de esforzarse en su predicación para que la Biblia «tome vida» para sus oyentes, y del «deber dellaicado de llevar a la lectura de la Biblia un corazón expectante y aprender una vez más el arte del estudio y la meditación bíblica en privadol.". Palabras admirables, pero parece que ni en la década siguiente a 1958 ni desde entonces ha habido alguna respuesta seria a esto. Los anglicanos en el mundo occidental por lo general, así como muchos otros cristianos contemporáneos, permanecen bastante alejados de la Biblia.

y a arrojar las gotas celestiales de su gracia en nuestros duros y pedregosos corazones, para agilizar los mismos, para que no despreciemos ni ridiculicemos su Palabra inefable; pero que con toda humildad de mente y cristiana reverencia, nos empeñemos en escuchar y leer las Sagradas Escrituras, y digerirlas, para confortación de nuestras almas y santificacióri de su Santo nombre, a quien junto con el Hijo y el Espíritu, las tres personas y un solo Dios vivo, sean toda la gloria, honor y exaltación por los siglos de los siglos. Amén (Lad HomiLÚLJ, p. 383).

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Dios por lo tanto, en su misericordia, se dignó a purificar nuestras mentes a través de la fe en su Hijo Jesucristo,

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Oh DWd todopoderOdo, que por tu Hijo Jesucristo dúte a tu aposto! San Pedro muchos excelentes done», y lo mandaste a alimentar contenacúJad tu rebaño; haz, te imploramos, que todo» lo« obispo« y pastore« con diligencia prediquemos tu danta Palabra, y que la gente en obediencia hagan lo mismo, para quepuedan recibir la corona degliJria eterna, a travé<! deJesucristo nuestro Señor. Amén (colecta para el día de San Pedro). Benditoel Señor, quien ha hecho que toda» W Sagradad Escriturad deescribieran para nuestro aprendizaje, concedenos que podamos en tal dabúJurfa escucharlas, leerla», marcarlas, aprenderla» y digerirw, quepor pacienciay consuelo detu Santa Palabra podamosaceptarla, y siempre aferramos a la bendita edperallZtl de vúJa eterna, la que nos had dado en nuestro Salvador Jesucristo. Amen (colecta de Adviento Il). Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba, como en el día de Masah en el desierto, Donde me tentaron vuestros padres, me probaron, y vieron mis obras. Cuarenta años estuve disgustado con la nación, y dije: Pueblo es que divaga de corazón, y no han conocido mis caminos. Por tanto, juré en mi furor que no entrarían en mi reposo (Salmo 95:7-11, RV-60).


NOTAS

NOTAS PRÓLOGO 1.

James Barr. Fundamentalism. Londres, 1977, y ed. 1987; véase también su Escapinq from Fundamentalism. Londres, 1984.

CAPÍTULO 2 The Lambeth Conference 1958. Londres, 1958).1, 33. Confuwnu, xvii, 29. 3. C. Hodge, op. cit. Londres. 1873, Vol. 1, p. 162. 4. La teoría de Wellhausen ha sido perjudicialmente criticada por eruditos conservadores como W. H. Green: TheHigher Criticism of tbe Pentateucb (Nueva York, 1895); J. Orr: Tbe Problem of tbe OIJTestament (Londres, 1900); R. D. Wilson: 1.

2.

A Scientific Inoestiqation of tbe OIJTestament (Nueva York, 1926); O. T. Al1iJ: TheFive Book» ofMMu (Filadelfia, 1943); G. Ch. Aalders: A ShortIntroduction to tbe OIJTestament (Londres, 1970). Los eruditos católicos romanos católicos a menudo lo rechazan, como lo hace la moderna escuela escandinava, pero mantiene el campo en la mayoría de los círculos protestantes porque ninguna teoría alternativa parece contar tantos fenómenos de una manera tan satisfactoria. Sin embargo, muchos escolares hoy en día reconocen que su verdad es una pregunta abierta, no una cerrada, como alguna vez se pensó. Véase D. A. Hubbard en The NewBible Dictionary, ed. J. D. Tasker, D. J. Wiseman, D. Guthrie, A. Ro. Millard (Leicester, 1980), s.v. «Peritateuch», 5. J. Baillie: op. cit. (Londres, 1956), p. 109. 6. D. E. Nineham: Tbe Church'.J UJe of tbe Bible Past anoPreeaü (Londres, 1963), p. 162, refiriéndose a TheReviJeoCatechiJm (1961). Nineham parece pensar que la naturaleza humana cambia tanto de una era y milenio cultural a otro que los occidentales modernos no pueden comprender que el Nuevo

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Testamento en particular fue escrito para comunicar; véase The UJe anoAbUJe of TheBible (Londres, 1976) y mis comentarios sobre la opinión de Nineham en «Infallible Scripture and the Role of Hermeneutics»: Scripture and Truth, ed. D. A. Carsony J. B. Woodbridge (Leicester, 1983), pp. 331s. 7. La acusación, a menudo hecha, de que la erudición bíblica evangélica (y también la mayoría de los católicos romanos de antes del Vaticano 11) hace esto está mal informada. Lo que hace, más bien, es enfrentar con franqueza los problemas acerca de la Biblia que la investigación científica e histórica señalan, para luego vivir con ellas hasta que aparezcan soluciones satisfactorias, sobre el principio, establecido por San Agustín. de que «si no podemos resolver una contradicción [a saber, entre los resultados aparentes de un estudio secular en una mano yen el estudio de la Biblia en la otra] debemos dejar en suspenso el juicio, no dudando de las Sagradas Escrituras ni de los resultados de la observación y el razonamiento humano, sino creyendo que es posible. dado suficiente conocimiento y entendimiento, resolver la aparente contradicción.» 8. Lcu Homilias, ed. G. E.Corrie (Cambridge, 1850), pp. 370, 378,383.

CAPÍTULO;) 1.

WutminJter Tbeoloqical Journal, Mayo 1960 (XXII, ii), pp. 127s.

OurFaith (Londres, 1936; ed.1949) p.12. Calvino: Institucián oe la religión cristiana, 11, ii,18. 4. Entre las buenas encuestas de las fe que no son cristianas están J. N. D. Anderson (ed.): The WorlJ'.J ReligwnJ (2a. Ed.• Londres, 1951); H. D. Lewisy R. L. Slater: TheStuJy of ReligwnJ (Londres, Pelican Books, 1969); G. Parrinder: The WorlJ'.J LivingReligwnJ (Londres. Pan Piper, 1964); N. Smart: TbeReligwUJ Experience ofMankind (Londres 1969). Para otros métodos, ver J. N. D. Anderson: ChriJtianity and Camparatioe ReligwnJ (Londres, 1970); A. K. Cragg: ChriJtian ano Other Reliqion« (Oxford, 1977); S. C. Nelly: Crise« of Belief (Londres, 1984). Está ahora en progreso un debate, promovido por la idea de «cristianos anónimos» del finado Kart Rahner y las especulaciones universalistas de John 2.

3.


NOTAS

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Hick, sobre si las religiones más grandes del mundo coinciden en algo y si hay salvación en Cristo para adultos adherentes a doctrinas que no son cristianas. Para una orientación véase H. A. Netland: Dissonant Voieu (Leicester, 1991); J. Sanders: No OtberName (GranJ RapiJ.1, 1992). 5. La declaración en el texto reproduce la del propio Barth: ver Church Dopmatics, 1.2.528s (Edimburgo, 1956). Debe decirse, sin embargo, que el método a lo largo de las 7.000 y más páginas de Church Doamatics fue establecer cada punto por su propia exégesis bíblica característica, y en ningún punto disiente de lo que encuentra en el texto.

CAPÍTULü4 1. Este énfasis, característica del movimiento británico «teolo-

gía bíblica» y los teólogos «Heilsgeschichte» continentales (cf., sobre los últimos, Alan Richardson: Tbe Biblein theAge of Science, Londres, 1961, pp. 122ss), halló típica expresión en libros como Gabriel Hebert: The Bihú from Within (Oxford, 1950); William Neil: The Redúcovery of the Bihú (Londres 1954); Osear Cullman: Chrút and Time (Eng. Tr., Landre», 1951); G. E. Wright: God WhoAcM (Londres, 1952); y en

el reporte deL comitésobre La Sagrada Biblia en La Conferencia de Lambetb en 1958 (The Lambetb Conference 1958, 2, 2.1.1, especialmentepp. 9-12). B. S. ChilJ.1: BiblicalTheoLogy in Crúú (FiladeLfia, 1970), diee cómo, poraúgadad ingenuíJaduexegétiead, criticas, Lingü&tiead y bermenáuicas, La teología btblica quedó bajo .1O.fpecha en La Jécada deL 1960. Sin embarqo, ha ruurgíJo con fuerza, en obras como WiLliam Dumbrell: Covenant and Creation (Nasboille, 1986). 2. El expreso London-Edinburgh llamado «El escocés vola-

dor» data de mediados del siglo diecinueve. La locomotora de vapor llamada «El escocés volador» (un A3 Pacific) fue construida en 1923, y ha sido preservada. 3. Véase Temple: Nature, Man and God (Londres, 1934), Disertación xii, y su ensayo en Apocalipsi«, ed. D. M. Baille y H. Martín (Londres, 1937); Hodgson: Tbe Doctrine of tbe Trinity (Londres, 1943), Disertación i. 4. Nature, Man and God, p. 137 5. Así, por ejemplo, George Every escribió de Herbert Kelly:

«En sus reflexiones sobre el Antiguo Testamento, el padre

129

Kelly tenía una forma de ir directamente al acontecimiento, sin siquiera notar la interpretación que da el profeta o la historia profética». (H. Kelly: Tbe GO.fpeL of GoJ, Londres, 1959 ed., p. 34). En este Nelly se estaba mostrando menos un profeta para nuestro tiempo que un hijo de estel24. D. B. Knox comenta: «Se verá que si la revelación está en el acontecimiento en vez de en la interpretación, la revelación viene a ser como una nariz de cera que se reforma según el capricho de cada hombre» (<<Propositional Revelation the Only Revelation» ): RejormeJ Tbeoloqical Reoiew, Febrero 1960 [XIX, IJ, p.5). 6. Hammond fue primer bateador de críquet de Inglaterra en la década del 1930. Recuerdo un momento de éxtasis temeroso en Gloucester cuando bateó una hermosa seis contra los límites del campo cuadrado. Yo estaba allí y pensé que la pelota iba a golpearme. 7. TbeAuthority ofthe BiNe (Londres, ed.1960),p. 83. 8. Ver más adelante mi «Fundamentalism» and tbe Wordof God (Londres, 1958); «Revelation and Inspiration»: TheNew Bihú Commentary (2 a • ed., Londres, 1954), pp. 21ss; «Revelation: TheNew Bibl» Commentary (Londres, 1962). 9. Commentary on Hebreos, ad loco (Londres, ed.I840, Vol. 11, pp. 19,20). 10. Instüucidn, 1, vi. 2.

CAPÍTULO 5 1. Ver pp. 35-43 arriba. 2. Los logros católico romanos modernos en este campo pue-

den medirse por dos libros en los cuales, aparte de su inevitable debilidad acerca de la justificación y la Iglesia, son en lo principal muy buenos: C. Charlier: Tbe Chrútian Approach to tbe Bihú (Tr, Ing., Londres, 1958); L. Bouyer: TbeMeaningofSacredScripture (Tr. Ing. Indiana y Londres, 1960). The Jerome Bihú Commentary, ed. R. E. Brown, J. A. Fitzmyer y R. E. Murphy (Englewood Cliffs, 1968), fue y permanece un hito en la erudición católica romana. Debe notarse, sin embargo, que la Constitución sobre la Revelación del Concilio Vaticano Segundo ha abierto las compuertas a mucha crítica bíblica escéptica entre los católicos romanos. La Sección 11 de la Constitución dice: "Debe


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NOTAS

reconocerse que los libros de las Escrituras enseñan firme, fielmente y sin error la verdad que Dios quería consignar en los sagrados escritos para nuestra salvación». Algunos destacados teólogos católicos romanos comentaron que solo las verdades necesarias para la salvación tienen la garantía de ser inerrantes, y estas (algunos de los teólogos añaden) son pocas. Así que los católicos romanos se están uniendo a los protestantes en renunciar al axioma de que lo que las Escrituras dicen, Dios lo dice. Véase J. I. Packer, «Encountering Present-day Views of Scripture»: The Foundation of Biblica] Authority, ed. James M. Boice (Grand Rapids, 1978), pp. 61ss, sobre todo pp. 74-76; John W. Montgomery, «The Approach ofNew Shape Roman Catholicism to Scripturallnerrancy: a Case Study»: God'.J lnerrant Word, ed. John W. Montgomery (Minneapolis, 1974) pp. 263ss; David F. Wel1s: &(lo¿utwn in Roma (Londres 1973), pp. 26ss. 3. J. A. T. Robinson: Honest to God, p.25; texto de una carta en ed. D. A. Edwards: The Honut to GodDebate [Landre», 1963),

N·ll&.

.

B. B. Warfield: Tbe Inspirationand Aathority of the Bibte (Londru, 1951), p. 155. 5. Ver, para prueba de esto, y discusión de los pasajes de la enseñanza de Jesús que algunos toman como que muestran su rechazo de la autoridad del Antiguo Testamento, J. W. Wenham: OurLord'« Vüw of tbe OIJ Testament (Londres, 1953), sobre todo pp. 28ss; ChriA and tbe Bible (Londres, 1972), cap. 1; «Christ's View of Scripture»: Inerrancia, ed. N. L. Geisler (Grand Rapids, 1980); R. V. G. Tasker: Our Lord'.J UJe of tbe OIJ Teetament (Londres, 1953); Capítulo 11 de The OIJ Testament in theNew Testament: (2a. Ed., Londres, 1954); N. B. Stonehouse: The WitneJJ of Matthew and Marlc to ChriJt (Filadelfia, 1944); J. 1. Packer: Our Lord'» UnderJtanding of tbe Law of God (Londres 1962~. Ver N. Geldenhuys: Supreme Authortty {Landre», 1953), upe-

4.

6:

cialmente pp. 45JJ J. D. Word: La Interpretación de la Biblia (Londres, 1958), pp. l s, 8. A. Kuyper observa que el punto de vista de los inspirados poetas que escribieron estos salmos fue que la realidad espiritual suprema, donde distinciones son absolutas y «todo lo que apoya a Dios vive y tiene nuestro amor, y todo lo que 7.

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escoge eternamente contra Dios lleva la marca de la muerte y provoca nuestro odio». Este es el punto de vista que todos tendremos en el cielo, aunque no podemos cumplirlo aquí. Viendo las cosas desde este punto de vista dice Kuyper, «la regla, "¿No aborrezco, oh Señor a los que te odian?» llega a ser la única regla aplicable, y cualquiera que se aparte de esta regla, falta al amor de Dios ... [las implicaciones] son solemnemente verdaderas y santas cuando adoptas una postura firme en la absoluta palingenesis (es decir, el orden de la nueva creación, vista escatológicamente), donde el honor de Dios es la nota tónica en la armonía del corazón humano» (Principfe.J of Sacred Theology [Grand Rapids, 1954], p. 524). Nos ayudará poco a poco a apreciar estos salmos y entrar en su paisaje el que aprendemos a usarlos como oraciones en contra de Satanás y sus huestes, en contra de nuestros persistentes pecados. C. S. Lewis: &flectiolld on tbe Psalm» (Londres, ed. 1961), pp. 113s. . 9. Ver la frase citada de LaJ HomiffM (<< U na información ... » ) sobre la p. 36 arriba. El arzobispo Cranmer y los obispos Ridley y Jewel usaron también la palabra. John Wycliffe en el siglo catorce llamó a la Biblia infallibifiJ regula fwei (regla infalible de fe). ... . .. 10. Calvino: Illdtitución dela religwn cnettana, 1, vu, 5. u. El New Bibte Dictionary (Leicester y Grand Rapids, 1980), el New Bible Commentary&viJed en un solo tomo (Londres y Grand Rapids, 1970), la Zondervan PictorialEncycfopaedia of tbeBibte (Grand Rapids, 1975), la serie Tyndale and New International Commentary, D. Guthrie: New Teetament Introduction (Londres, 1970), y J. W. Wenham: ChriJtand the Bibte y The GOOdftedJ of GOd (Londres, 1972, 1974) Y Gleason Archer: Encycfopaedia of Bibte Dlfficulne« (Grand Rapids, 1982), están entre las más útiles fuentes de luz eruditas sobre partes cuestionadas de las Escrituras. 12. Para el primero, ver pp. 71ss. 13. Por desdicha, este principio se abrió paso en el Reporte del Comité sobre la Biblia en la Conferencia Lambeth de 1958. «La Comunión Anglicana apela al todo de esa tradición primitiva de la que los sacramentos, los credos, el canon de la Biblia y el histórico episcopado son partes. El Nuevo Testamento no es por lo tanto para ser visto aislado: La Iglesia lo precedió en tiempo y fue dentro de la Iglesia, con sus


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sacramentos, credos y ministerio apostólico, que el Nuevo Testamento fue canonizado» (The Lambetb Conferencel958, 2,

4).

A. Litton: Introductionto Dogmatic Theo!ogy (Londres, ed.1960), pp. 30d.

14. E.

15. Para más información sobre el canon del Nuevo Testamen-

to y los principios que encierra. Véase J. W. Wenham, op. cit., cap. 6, y Herman N. Ridderbos: «The Canon of the New Testament- en Reoelation and tbe Bible, ed. C. F. H. Henry (Grand Rapidsy Londres 1958), pp. 187ss; Tbe Authority of tbe New Testament Scripture» (Filadelfia, 1963); J. N. Birdsall: «Canon of the New Testament (Oxford, 1987); F. F. Bruce: Tbe Canon of Scripture (Leicester, 1988). La declaración en el Artículo VI de que los libros del Nuevo Testamento «tal como se suelen recibir» son aquellos «cuya autoridad nunca fue puesta en duda en la Iglesia» es un poco demasiado imprecisa para ser clara. El significado al parecer es que la autenticidad y autoridad de esos libros nunca las han puesto en duda, no los teólogos y las congregaciones (los proponentes de los Artículos estaban bien conscientes de que tal afirmación, si se hacía, iba a ser falsa), pero sí la Iglesia universal visible como un todo. Entendido así, la afirmación, hasta donde llega la evidencia disponible, pareciera ser verdadera. 16. Dos declaraciones de Juan Calvino, quien fue el primero que formuló este concepto de los «testigos internos» (levantando, como a menudo, ideas sueltas de Lutero), merecen cita aquí. «Iluminados por Él (El Espíritu Santo), ya no creemos que las Escrituras es de Dios en base a nuestro juicio ni el de otros, sino que en una manera que sobrepasa todo juicio humano, estamos en la certeza absoluta, como si contempláramos la majestad de Dios mismo, que ha venido a nosotros por el ministerio de hombres de la misma boca -de Dios». «Las Escrituras serán suficiente para un conocimiento de Dios salvador solo cuando la certeza esté fundada en la persuasión interna del Espíritu Santo» (Institutos de Religión Cristiana, 1. Vii. 5, viii. 13). 17. Vale la pena enseñar esto. El problema tiene que ver con Santiago 2:18-26 comparado con Ro 3:21-5:21 y Gá 3, Y sobre todo lo que se dice de Abraham en estos pasajes. La clave es ver que (i) ser «justificados» es el término técnico

NOTAS

133

con el que Pablo se refiere a haber sido perdonado y aceptado por Dios, mientras que Santiago se refiere a ser vindicado en una aseveración hecha, o que ha sido hecha de uno (en este caso, es evidente, la afirmación de que Abraham tuvo una verdadera amistad con Dios); (ii) «fe» es para Pablo la sensible energía de un corazón regenerado, mientras que Santiago usa la palabra como imagina que la persona a quien se dirige la usa, para referirse a las creencias ortodoxas como tales; 133 (iii) «obras», que para Pablo es el esfuerzo de la persona por justificarse, para Santiago es el servicio de Dios donde la fe encuentra apropiada expresión; en otras palabras, lo mismo que Pablo quiere decir cuando dice «buenas obras». El tema de Santiago no es la manera de alcanzar la salvación, sino la prueba de autenticidad cuando uno afirma tener relaciones con Dios, y el punto es que la ortodoxia por sí sola no significa nada... que es precisamente a lo que se refiere Pablo en Ro 2:17-29. 18. Véase sobre esto a R. T. Beckwith, G. E. Duffieldy J. 1. Packer: Acrodd tbe Divwe (Badingdto!ce, 1978), que contiene texto yexpoJición de fa Carta Abierta Evangélica al epiJcopadO anqlicano acerca de !ad relaciones con fa IgleJia Caiálica y !ad orientales. LM tre» acuerdo« anqlicano-catdlico romanossobre fa Eacaristta, fa Doctrina delMiniJterw y fa Autorwad no son duficientemente hdJliCOJ en el Jentwo definwoJ en cuanto a puntos clave.

CAPÍTULO 6

ex libris eltropical

1. Cranmer: Ranains and Letterv (Packer Society, Cambridge,

1846), p. 121. 2. The Lambeth Conference 1958,2, 1-18.

3. Ibíd. Véase también el capítulo 5, nota 13. Arriba, p. 116,

nota l.

4.2,7. 5. 1,33 (Resolución 5) 6. 1,34 (Resolución 12). 7. 1, 19.


APENDICEI

LA DECLARACIÓN DE CHICAGO SOBRE LA INERRANCIA BÍBLICA (1978) En octubre de 1978 una conferencia internacional de cerca de 300 teólogos eruditos y líderes de iglesia de todas las denominaciones protestantes se reunieron en Chicago bajo los auspicios del Concejo Internacional sobre Inerrancia Bíblica y produjeron el siguiente estamento, el cual casi todos los miembros de la conferencia suscribieron. El estamento responde al comunitario y ampliamente esparcido debate entre los profesos cristianos evangélicos en Norteamérica sobre varios años. Compartí en bosquejarlo, me suscribí y los reproduje aquí con permiso. Lo hago así parcialmente debido al peso de autoridad representativa que lo lleva y parcialmente debido al valor intrínseco como una expresión de opinión de las Sagradas Escrituras que este libro apoya públicamente.

PREFACIO

~

LA DECLARACION La autoridad de las Escrituras es un elemento central para la Iglesia Cristiana tanto en esta época como en toda otra. Los que profesan su fe en Jesucristo como Señor y Salvador son llamados a demostrar la realidad del discipulado obedeciendo la Palabra escrita de Dios en una forma humilde y fiel. El apartarse de las Escrituras en lo que se refiere a fe y conducta es demostrar deslealtad a nuestro Señor. El reconocimiento de la verdad total y de la veracidad de las Santas Escrituras es esencial para captar y confesar su autoridad en una forma completa y adecuada. La Declaración siguiente afirma esta inerrancia de las Escrituras dándole un nuevo enfoque, haciendo más clara su comprensión y sirviéndonos de advertencia en caso de denegación. Estamos convencidos de que el acto de negarla es como poner a un lado el testimonio de Jesucristo y del Espíritu Santo, como también el no someterse a las demandas de la Palabra de Dios que es el signo de la verdadera fe cristiana. Reconocemos que es nuestra responsabilidad hacer esta Declaración al encontrarnos con la presente negación de la inerrancia que existe entre cristianos, y los malentendidos que hay acerca de esta doctrina en el mundo en general. Esta Declaración consta de tres partes: un Resumen, los Artículos .de Afirmación y de Negación, y una Exposición que acompaña a éstos, la cual no estará incluida en este escrito. Todo esto ha sido preparado durante tres días de estudio consultivo en Chicago. Los que firmaron el Resumen y los Artículos desean declarar sus propias convicciones acerca de la inerrancia de las Escrituras; también desean alentar y desafiar a todos los cristianos a crecer en la apreciación y entendimiento


136

LA VOZ DEL DIOS SANTO

de esta doctrina. Reconocemos las limitaciones de un documento preparado en una breve e intensa conferencia, y de ninguna manera proponemos que se lo considere como parte del credo cristiano. Aun así nos regocijamos en la profundización de nuestras creencias durante las deliberaciones, y oramos para que esta Declaración que hemos firmado sea usada para la gloria de nuestro Dios y nos lleve a una nueva reforma de la Iglesia en su fe, vida y misión. Ofrecemos este Documento en un espíritu de amor y humildad, no de disputa. Por la gracia de Dios, deseamos mantener este espíritu a través de cualquier diálogo futuro que surja a causa de lo que hemos dicho. Reconocemos sinceramente que muchos de los que niegan la inerrancia de las Escrituras no muestran las consecuencias de este rechazo en el resto de sus creencias y conducta, y estamos plenamente concientes de que nosotros, los que aceptamos esta doctrina, muy seguido la rechazamos en la vida diaria, por no someter nuestros pensamientos, acciones, tradiciones y hábitos a la Palabra de Dios. Nos gustaría saber las reacciones que tengan los que hayan leído esta Declaración y vean alguna razón para enmendar las afirmaciones acerca de las Escrituras, siempre basándose en las mismas, sobre cuya autoridad infalible nos basamos. Estaremos muy agradecidos por cualquier ayuda que nos permita reforzar este testimonio acerca de la Palabra de Dios, y no pretendemos tener infalibilidad personal sobre la atestación que presentamos, estaremos agradecidos por cualquier ayuda que nos permita fortalecer este testimonio de la Palabra de Dios.

UNA DECLARACION BREVE l. Dios, que es la Verdad misma y dice solamente la verdad, ha inspirado las Sagradas Escrituras para de este modo revelarse al mundo perdido a través de Jesucristo como Creador y Señor, Redentor y Juez. Las Sagradas Escrituras son testimonio de Dios acerca de sí mismo. 2. Las Sagradas Escrituras, siendo la Palabra del propio Dios, escrita por hombres preparados y dirigidos por su Espíritu, tienen autoridad divina infalible en todos los temas que tocan; deben ser obedecidas como mandamientos de Dios en todo lo que ellas requieren; deben de ser acogidas como garantía de Dios en todo lo que prometen. 3. El Espíritu Santo, autor divino de las Escrituras, las autentifica en nuestro propio espíritu por medio de su testimonio y abre nuestro entendimiento para comprender su significado. 4. Siendo completa y verbalmente dadas por Dios, las Escrituras son sin error o falta en todas sus enseñanzas, tanto en lo que declaran acerca de los actos de creación de Dios, acerca de los acontecimientos de la historia del mundo, acerca de su propio origen literario bajo la dirección de Dios, como en su testimonio de la gracia redentora de Dios en la vida de cada persona. 5. La autoridad de las Escrituras es inevitablemente afectada si esta inerrancia divina es de algún modo limitada o ignorada, o es sometida a cierta opinión de la verdad que es contraria a la de la Biblia; tales posiciones ideológicas causan grandes pérdidas al individuo y a la Iglesia.


LA DECLARACIÓN DE CHICAGO SOBRE LA INERRANCIA BíBLICA 139

Negamos que una revelación posterior, la cual puede completar una revelación inicial, pueda en alguna forma corregirla o contradecirla. Negamos además que alguna revelación normativa haya sido dada desde que el Nuevo Testamento fue completado.

ARTÍCULOS DE AFIRMACIÓN Y DE NEGACIÓN Artículo I

Afirmamos que las Santas Escrituras deben de ser recibidas como la absoluta Palabra de Dios. Negamos que las Escrituras reciban su autoridad de la Iglesia, de la tradición o de cualquier otra fuente humana.

Artículo 11

Afirmamos que las Escrituras son la suprema norma escrita por la cual Dios enlaza la conciencia, y que la autoridad de la Iglesia está bajo la autoridad de las Escrituras. Negamos que los credos de la Iglesia, los concilios o las declaraciones tengan mayor o igual autoridad que la autoridad de la Biblia.

Artículo 111

Artículo IV

Artículo V

Afirmamos que la Palabra escrita es en su totalidad la revelación dada por Dios. Negamos que la Biblia sea simplemente un testimonio de la revelación, o sólo se convierta en revelación cuando haya contacto con ella, o dependa de la reacción del hombre para confirmar su validez. Afirmamos que Dios, el cual hizo al hombre en su imagen, usó el lenguaje como medio para comunicar su revelación. Negamos que el lenguaje humano esté tan limitado por nuestra humanidad que sea inadecuado como un medio de revelación divina. Negamos además que la corrupción de la cultura humanay del lenguaje por el pecado haya coartado la obra de inspiración de Dios. Afirmamos que la revelación de Dios en las Sagradas Escrituras fue hecha en una forma progreSiva.

Artículo VI

Afirmamos que las Sagradas Escrituras en su totalidad y en cada una de sus partes, aun las palabras escritas originalmente, fueron divinamente inspiradas. Negamos que la inspiración de las Escrituras pueda ser considerada como correcta solamente en su totalidad al margen de sus partes, o correcta en alguna de sus partes pero no en su totalidad.

Artículo VII

Afirmamos que la inspiración fue una obra por la cual Dios, por medio de su Espíritu y de escritores humanos, nos dio su Palabra. El origen de las Escrituras es divino. El modo usado para transmitir esta inspiración divina continúa siendo, en gran parte, un misterio para nosotros. Negamos que esta inspiración sea el resultado de la percepción humana, o de altos niveles de concientización de cualquier clase.

Artículo VIII

Afirmamos que Dios, en su obra de inspiración, usó la personalidad característica y el estilo literario de cada uno de los escritores que El había elegido y preparado. Negamos que Dios haya anulado las personalidades de los escritores cuando causó que ellos usaran las palabras exactas que El había elegido.

Artículo IX

Afirmamos que la inspiración de Dios, la cual de ninguna manera les concedía omnisciencia a los autores bíblicos, les garantizaba sin embargo, que sus declaraciones eran verdaderas y fidedignas en todo a lo que éstos fueron impulsados a hablar ya escribir.


140

LA VOZ DEL oros SANTO

Negamos que la finitud o el estado de perdición de estos escritores, por necesidad o por cualquier otro motivo, introdujeran alguna distorsión de la verdad o alguna falsedad en la Palabra de Dios. Artículo X

Artículo XI

Artículo XII

Afirmamos que la inspiración de Dios, en sentido estricto, se aplica solamente al texto autográfico de las Escrituras, el cual gracias a la providencia de Dios, puede ser comprobado con gran exactitud por los manuscritos que están a la disposición de todos los interesados. Afirmamos además que las copias y traducciones de las escrituras son la Palabra de Dios hasta el punto en que representen fielmente los manuscritos originales. Negamos que algún elemento esencial de la fe cristiana esté afectado por la ausencia de los textos autográficos. Negamos además de que la ausencia de dichos textos resulte en que la reafirmación de la inerrancia bíblica sea considerada como inválida o irrelevante. Afirmamos que las Escrituras, habiendo sido divinamente inspiradas, son infalibles de modo que nunca nos podrían engañar, y son verdaderas y fiables en todo lo referente a los asuntos que trata. Negamos que sea posible que la Biblia en sus declaraciones, sea infalible y errada al mismo tiempo. La infalibilidad y la inerrancia pueden ser diferenciadas pero no separadas. Afirmamos que la Biblia es inerrable en su totalidad y está libre de falsedades, fraudes o engaños. Negamos que la infalibilidad y la inerrancia de la Biblia sean sólo en lo que se refiera a temas espirituales, religiosos o redentores, y no a las especialidades de historia y ciencia. Negamos además que las hipótesis científicas de la historia terrestre puedan ser usadas para invalidar lo que enseñan

LA DECLARACIÓN DE CHICAGO SOBRE LA INERRANCIA BíBLICA 141

las Escrituras acerca de la creación y del diluvio universal. Artículo XIII

Afirmamos que el uso de la palabra inerrancia es correcto como término teológico para referirnos a la completa veracidad de las Escrituras. Negamos que sea correcto evaluar las Escrituras de acuerdo con las normas de verdad y error que sean ajenas a su uso o propósito. Negamos además que la inerrancia sea invalidada por fenómenos bíblicos como la falta de precisión técnica moderna, las irregularidades gramaticales u ortográficas, las descripciones observables de la naturaleza, el reportaje de falsedades, el uso de hipérboles y de números completos, el arreglo temático del material, la selección de material diferente en versiones paralelas, o el uso de citas libres.

Artículo XIV

AfIrmamos la unidad y consistencia intrínsecas de las Escrituras. Negamos que presuntos errores y discrepancias que todavía no hayan sido resueltos menoscaben las verdades declaradas en la Biblia.

Artículo XV

Afirmamos que la doctrina de la inerrancia está basada en la enseñanza bíblica acerca de la inspiración. Negamos que las enseñanzas de Jesús acerca de las Escrituras puedan ser descartadas por apelaciones a complacer o a acomodarse a sucesos de actualidad, o por cualquier limitación natural de su humanidad.

Artículo XVI

Afirmamos que la doctrina de la inerrancia ha sido esencial durante la historia de la Iglesia en lo que a su fe se refiere. Negamos que la inerrancia sea una doctrina inventada por el protestantismo académico, o de que sea una posición reaccionaria postulada en


142

LA VOZ DEL oros SANTO

respuesta a una crítica negativa de alto nivel intelectual. ~

Artículo XVII Afirmamos que el Espíritu Santo da testimonio de las Escrituras y asegura a los creyentes de la veracidad de la Palabra escrita de Dios. Negamos que este testimonio del Espíritu Santo obre separadamente de las Escrituras o contra ellas. Artículo XVIII Afirmamos que el texto de las Escrituras debe interpretarse por la exégesis gramática histórica. teniendo en cuenta sus formas y recursos literarios, y de que las Escrituras deben ser usadas para interpretar cualquier parte de sí mismas. Rechazamos la legitimidad de cualquier manera de cambio del texto de las Escrituras. o de la búsqueda de fuentes que puedan llevar a que sus enseñanzas se consideren relativas y no históricas, descartándolas o rechazando su declaración de autoría. Artículo XIX

Afirmamos que una confesión de la completa autoridad, infalibilidad e inerrancia de las escrituras es fundamental para tener una comprensión sólida de la totalidad de la fe cristiana. Afirmamos además que dicha confesión tendría que llevarnos a una mayor conformidad a la imagen de Jesucristo. Negamos que dicha confesión sea necesaria para ser salvo. Negamos además, sin embargo, de que esta inerrancia pueda ser rechazada sin que tenga graves consecuencias para el individuo y para la Iglesia.

EXPOSICION Nuestro entendimiento de la doctrina de inerrancia debe ser puesta en el contexto de las enseñanzas más amplias de las Escrituras concerniente a sí misma. Esta exposición da un recuento de los temas importantes de la doctrina del cual extraemos nuestra declaración sumarial y trazamos los artículos.

Creación, Revelación e Inspiración El Dios trino, quien formó todas las cosas con sus enunciaciones creativas y quien gobierna todas las cosas por el decreto de su Palabra, hizo la humanidad a su propia imagen para que este viviera una vida en comunión él, conforme al modelo de eterna confraternidady comunicación amorosa dentro de la Deidad. Como portador de la imagen de Dios; el hombre fue hecho para escuchar la Palabra de Dios que se le dirigiera y para responder en el gozo de una obediencia adoradora. Aparte de la revelación de Dios en el orden creado y de la secuencia de acontecimientos dentro del mismo, los seres humanos desde Adán hasta ahora han recibido mensajes verbales de Dios, ya en forma directa, como uno los encuentra en las Escrituras, o indirectamente como parte o totalidad de las Escrituras mismas. Cuando Adán cayó, el Creador no lanzó a la humanidad a un castigo definitivo sino que le prometió salvación y comenzó a revelarse como Redentor en una secuencia de acontecimientos históricos centrados en la familia de Abraham que culminaron en la vida, muerte, resurrección, ministerio celestial presente y promesa de retorno de Jesucristo. Dentro de este cuadro. Dios ha hablado una y otra vez palabras específicas de juicio y misericordia, promesa y mandamiento a los seres humanos pecadores para llevarlos a una relación de pacto de compromiso mutuo entre él y ellos en la que los bendice con dádivas de gracia y ellos lo bendicen en sensible adoración. Moisés, a quién Dios usó como mediador para llevar sus palabras a su gente en


LA VOZ DEL DIOS SANTO

LA DECLARACIÓN DE CHICAGO SOBRE LA INERRANCIA BíBLICA 145

tiempos del Éxodo, está a la cabeza de una larga línea de profetas en cuyas bocas y escritos Dios puso palabras que debían trasmitir a Israel. El propósito de Dios en esta sucesión de mensajes fue mantener su pacto haciendo que su pueblo conociera su nombre -o sea, su naturaleza- y su voluntad tanto en precepto como en propósito para el presente y el futuro. Esta línea de voceros proféticos de Dios se completó en Jesucristo, la Palabra de Dios hecha hombre, quien fue profeta - más que profeta, pero no menos - y en los apóstoles y profetas de la primera generación de cristianos. Cuando el mensaje de Dios final y culminante - su palabra al mundo concerniente a Jesucristo - fue expresado y elucidado a los que pertenecían al círculo apostólico, la secuencia de mensajes revelados cesó. De ahí en adelante la Iglesia habría de vivir y conocer a Dios por lo que ya había sido dicho, y dicho para todo los tiempos. En el Sinaí Dios escribió los términos de su pacto sobre tablas de piedra, como testigo permanente suyo y para accesibilidad duradera, y a través del período profético y de la revelación apostólica impulsó a hombres a escribir los mensajes que le daba y a través de ellos, junto con festivos registros de sus tratos con su pueblo, y además reflexiones morales sobre la vida en el pacto y formas de adoración y oración por misericordia en el pacto. La realidad teológica de la inspiración en la producción de los documentos bíblicos corresponde a la de las profecías habladas; aunque la personalidad de los escritores humanos se dejaba sentir en lo que escribieron, las palabras estaban divinamente constituidas. Por eso, lo que las Escrituras dicen, Dios lo dice; su autoridad es la autoridad de Dios, porque este es en definitiva su autor, aunque lo expresó a través de la mente y las palabras de hombres escogidos y preparados quienes en libertad y con fidelidad «hablaron de parte de Dios, impulsados por el Espíritu Santo» (2P 1:21). Las Sagradas Escrituras deben ser reconocidas como Palabra de Dios en virtud de su origen divino.

gracia de Dios. La revelación que dio fue más que verbal, pues reveló al Padre con su presencia así como con sus hechos. Incluso sus palabras fueron de crucial importancia; porque era Dios, habló del Padre y sus palabras juzgarán a los hombres en el día final. Como las profecías del Mesías, Jesucristo es el tema central de las Escrituras. El Antiguo Testamento lo esperaba; el Nuevo Testamento mira atrás a" su primera venida y hacia su segunda. Las Escrituras Canónicas son inspiradas por Dios y por lo tanto testigo normativo de Cristo. Por lo tanto ninguna hermenéutica, de la cual el Cristo histórico no sea el punto focal, es aceptable. Las Sagradas Escrituras deben ser tratada por lo que en verdad son: el testimonio del Padre en cuanto al Hijo encarnado. Parece que el canon del Antiguo Testamento ya estaba cerrado en el tiempo de Jesús. El canon del Nuevo Testamento está ya cerrado también puesto que ningún otro testigo apostólico del Cristo histórico puede surgir ahora. Ninguna nueva revelación (aparte de la comprensión de la revelación existente que da el Espíritu) será dada hasta que Cristo venga otra vez. El canon fue creado en principio por inspiración divina. A la Iglesia le correspondía discernir el canon que Dios había creado, no formular uno propio. La palabra canon, que significa regla o norma, y denota autoridad, que quiere decir el derecho a gobernar y controlar. La autoridad en el cristianismo pertenece a Dios en su revelación que significa, por una parte, Jesucristo, la Palabra viva, y por otra, la Biblia, la Palabra escrita. Pero la autoridad de Cristo y la de las Escrituras son una. Como Sacerdote nuestro, Cristo testificó que las Escrituras no pueden ser quebrantadas. Como Sacerdote y Rey nuestro, dedicó su vida terrenal a cumplir la ley y los profetas, incluso muriendo en obediencia a las palabras de la profecía mesiánica. Por lo tanto, así como vio que las Escrituras daban testimonio de él y su autoridad, con su sumisión a las Escrituras dio testimonio de la autoridad de las Escrituras. De la misma manera que se sujetó a las instrucciones que el Padre dio en su Biblia (nuestro Antiguo Testamento), ahora requiere que los discípulos lo hagan, pero no de forma aislada, sino en conjunción con el testimonio apostólico sobre sí mismo que se propuso inspirar por medio de su don del Espíritu Santo. Así que los cristianos son fieles siervos de su Señor cuando

144

Autoridad: Cristo y la Biblia Jesucristo, el Hijo de Dios quien es la Palabra hecha carne, nuestro Profeta, Sacerdote y Rey, es el mediador supremo de la comunicación de Dios para el hombre, como lo es de todos los dones de


LA VOZ DEL oros SANTO

LA DECLARACIÓN DE CHICAGO SOBRE LA INERRANCIA BíBLICA 147

se sujetan a la instrucción divina que se nos da en los escritos apostólicos y proféticos que componen nuestra Biblia. Al autenticarse uno al otro la autoridad que tienen, Cristo y las Escrituras se funden en una sola fuente de autoridad. El Cristo que interpreta la Biblia y la Biblia cristocéntrica y proclamadora de Cristo son uno desde este punto de vista. Así como con referencia a la inspiración inferimos que lo que las Escrituras dicen, Dios lo dice, con la revelación que se nos ha dado de la relación entre Jesucristo y las Escrituras podemos también declarar que lo que las Escrituras dicen, Cristo lo dice.

citas imprecisas eran convencionales, aceptadas y violadas sin expectativas en esos días, no debemos tenerlas como faltas cuando las encontramos en los escritores de la Biblia. Cuando no se esperaba ni se procuraba una total precisión de un tipo en particular, no es un error que no se haya logrado. La Biblia es inerrante, no en el sentido de ser del todo precisa según las normas modernas, sino en el sentido de ser lo que dice ser y alcanzar la medida de verdad que sus autores procuraban. La veracidad de las Escrituras no se niega por la presencia en ella de irregularidades gramaticales u ortográficas, de descripciones de fenómenos de la naturaleza, de consignación de declaraciones falsas (p.ej. las mentiras de Satanás), ni por las aparentes discrepancias entre un pasaje y otro. No es correcto poner las Escrituras contra las enseñanzas de las Escrituras acerca de sí misma. Las incongruencias aparentes, claro, no deben pasarse por alto. La aclaración de estas, donde se pueda lograr de forma convincente, animará nuestra fe, y cuando al presente ninguna solución convincente este a la mano, se debe honrar de manera significativa a Dios confiando en su afirmación de que su Palabra es veraz, a pesar de cualquier apariencia, y manteniendo nuestra confianza en que un día se verá que eran espejismos. Por cuanto toda la Biblia es el producto de una singular mente divina, la interpretación debe permanecer dentro de los límites de la analogía de las Escrituras y abstenerse uno de formular hipótesis para corregir un pasaje bíblico con otro pensando en la revelación progresiva o en la iluminación imperfecta de la inspirada mente del escritor. Aunque la-Biblia no está atada a la cultura en el sentido de que sus enseñanzas carezcan de validez universal, está a veces condicionada en lo cultural por las costumbres y opiniones de un período particular, y en tal caso la aplicación de sus principios hoy en día pueden requerir un diferente tipo de acción.

146

Infalibilidad, inerrancia, interpretación La Biblia, como Palabra de Dios inspirada que testifica con autoridad de Jesucristo, puede decirse que es infalible e inerrante. Estos términos negativos tienen valor especial, porque de manera explícita salvaguardan verdades positivas y cruciales. Infalible se refiere que tiene la cualidad de que no desorienta ni se desorienta y por lo tanto salvaguarda en términos categóricos la verdad de que la Biblia es cierta y segura regla y guía en todo asunto. Asimismo, inerrante denota la cualidad de ser libre de toda falsedad o error y por lo tanto salvaguarda la verdad de que la Biblia es enteramente verdadera y digna de confianza en todas sus aseveraciones. Afirmamos que las Escrituras canónicas deberán interpretarse siempre sobre la base de que son infalibles e inerrantes. Sin embargo. al determinar lo que el escritor instruido por Dios está diciendo en cada pasaje, debemos prestar la atención más cuidadosa a sus afirmaciones y carácter como producción humana. Al inspirar, Dios utiliza la cultura y convenciones del entorno de su escritor, entorno que Dios controla en su soberana providencia. Es una interpretación errónea imaginar otra cosa. La historia, entonces, debe tratarse como historia, la poesía como poesía. la hipérbole y la metáfora como hipérbole y metáfora, la generalización y la aproximación como lo que son, y cosas por el estilo. Las diferencias entre las convenciones literarias de los tiempos de la Biblia y las de los nuestros deben observarse también. Por ejemplo, como la narración no cronológica y las

Escepticismo y crítica Desde el Renacimiento, y más particularmente desde el Siglo de las Luces, han surgido cosmovisiones que toman el escepticismo como base de las creencias cristianas básicas. Tales son el agnosticismo que niega que Dios es conocible, el racionalismo que niega


148

LA VOZ DEL OlOS SANTO

que es incomprensible, el idealismo que niega ~ue e.s trascendente, y el existencialismo que niega que haya racionalidad en su relación con nosotros. Cuando estos principios, no bíblicos y antibíblicos se filtran en las teologías del hombre a nivel de conjetura, como hoy en día con frecuencia hacen, la interpretación fiel de las Sagradas Escrituras llega a ser imposible.

Transmisión y traducción Como Dios en ningún lugar ha prometido una transmisión inerrante de las Escrituras, es necesario aclarar que solo el texto autográfico de los documentos originales fue inspirado y defender la necesidad del criticismo textual como un recurso para detectar cualquier cosa que pueda haberse introducido en el texto en el curso de su transmisión. El veredicto de esta ciencia, sin embargo, es que el texto hebreo y griego parecen estar increíblemente bien preservados, de manera que tenemos mucha razón al afirmar, con la Confesión de Westminster, que hubo una singular intervención de Dios en este asunto y en declarar que la autoridad de las Escrituras no está de ninguna manera amenazada por el hecho de que las copias que poseemos no estén enteramente libres de error. De igual manera, ninguna traducción es ni puede ser perfecta, y todas las traducciones están a un paso adicional de la autógrafa. Pero el veredicto de la ciencia lingüística es que los cristianos de habla inglesa [y castellana], por lo menos, están muy bien servidos en estos días con varias excelentes traducciones y no tienen por qué dudar que la verdadera Palabra de Dios está a su.alcance. De hecho, en vista de la repetición frecuente en las Escnturas de los asuntos principales que trata y también del testimonio constante del Espíritu Santo a favor y a través de la Palabra. ninguna traducción seria de la Biblia podría destruir su significado para incapacitarlas para que su lector sea «sabio para la salvación a través de la fe en Cristo Jesús» (2 Ti 3:15).

Inerrancia y Autoridad En nuestra afirmación de la autoridad de las Escrituras en lo que a su verdad total respecta, estamos a sabiendas al lado de

LA DECLARACIÓN DE CHICAGO SOBRE LA INERRANCIA BíBLICA 149

Cristo y sus apóstoles, y también con la Biblia entera y la corriente principal de la historia de la Iglesia desde los primeros días hasta los más recientes. Nos preocupa la manera informal, inadvertida y desconsiderada en la que una creencia de tal importancia y semejante alcance muchos la han abandonado en nuestros días. Estamos conci~ntes también de que hay una confusión grande y grave como resultado de dejar de sustentar la verdad total de la Biblia cuya autoridad profesamos reconocer. El resultado de tomar este paso es que la Biblia que Dios nos dio pierde su autoridad, y lo que tiene autoridad entonces es una Biblia reducida en contenido conforme a las demandas del razonamiento crítico de alguno y, reducible en principio una vez ya se ha empezado. Esto significa que en el fondo ahora la razón independiente tiene autoridad, en vez de las enseñanzas de las Escrituras. Si no se ve esto y si por ahora todavía se sostienen las doctrinas evangélicas básicas, las personas que niegan la absoluta verdad de las Escrituras podrían proclamar una identidad evangélica mientras que metodológicamente se han ido apartando del principio evangélico de conocimiento a un inestable subjetivismo, y les será difícil moverse más allá. Declaramos que lo que las Escrituras dicen, Dios lo dice. A él sea la gloria. Amén y amén.


APÉNDICE 11

LA DECLARACIÓN DE CHICAGO SOBRE ,

,

HERMENEUTICA BIBLICA (1982) En noviembre de 1982 el Concilio Internacional sobre Inerrancia Bíblica convocó a una segunda conferencia de aproximadamente 100 eruditos para emprender una segunda tarea grande: lograr un consenso sobre los principios y las prácticas de la interpretación bíblica. Se reconoció que si bien la creencia en la inerrancia de las Escrituras es básica para mantener su autoridad, esa creencia y compromiso tienen valor real solo hasta donde el significado y el mensaje de las Escrituras se entiendan. De hecho, la mayoría de la acción en el debate del día presente acerca de la Biblia se centra en preguntas de interpretación y hermenéutica. Por esta razón el Concilio de Inerrancia había contemplado una segunda reunión cumbre desde el comienzo, y las dos declaraciones sobre Inerrancia y Hermenéutica constituyeran una significante pareja. Una vez más tuve el privilegio de participar en la redacción de los Artículos y la Exposición posterior, documentos que obtendrían la aprobación amplia de casi todos los participantes, y están aquí reproducidos con el permiso del Concilio.


LA DECLARACIÓN DE CHICAGO SOBRE HERMENÉUTICA BíBLICA

Negamos que el hombre natural, aparte del Espíritu Santo, pueda discernir espiritualmente el mensaje bíblico.

ARTÍCULOS DE AFIRMACION y DE NEGACION Artículo I

Afirmamos que la autoridad normativa de las Sagradas Escrituras es la autoridad de Dios mismo y que está atestiguada por Jesucristo, el Señor de la Iglesia. Negamos que sea legítimo separar la autoridad de Cristo de la autoridad de las escrituras, o de poner una en contraposición con la otra.

Artículo II

Afirmamos que tal como Cristo es Dios y Hombre en una sola Persona, las Escrituras son indivisibles porque son Palabra de Dios en lenguaje humano. Negamos que las Escrituras, en su forma humilde y humana contengan errores, así como la humanidad de Cristo, aun en su humillación, no podría contener pecado.

Artículo III

Afirmamos que la Persona y la obra de Jesucristo son el foco central de la totalidad de la Biblia. Negamos que cualquier método de interpretación que rechace u oscurezca esta centralidad de Cristo en las Escrituras sea correcto.

Artículo IV

Afirmamos que el Espíritu Santo, quien inspiró las Escrituras, actúa hoy para producir fe en su mensaje. Negamos que el Espíritu Santo enseñe a alguien algo que sea contrario a las enseñanzas de las Escrituras.

Artículo V

Afirmamos que el Espíritu Santo hace posible que los creyentes puedan hacer suyas las Escrituras y aplicarlas a sus vidas.

153

Artículo VI

Afirmamos que la Biblia expresa la verdad de Dios en forma de declaraciones proposicionales y afirmamos que la verdad bíblica es a la vez objetiva y absoluta. Afirmamos además que una declaración es verdadera si presenta las cosas tal como son, pero es errónea si ha falseado los hechos. Negamos que mientras las Escrituras puedan hacernos sabios y llevarnos a la salvación, la verdad bíblica tenga que ser definida en términos de esta función. Negamos además que un error tenga qu~ ser definido como algo que engaña a propósito.

Artículo VII

Afirmamos que el significado expresado en cada texto bíblico es único, definitivo y fijo. Negamos que el reconocimiento de este significado único elimine la variedad de su aplicación.

Artículo VIII

Afirmamos que la Biblia contiene enseñanzas y mandatos que se aplican a todos los contextos culturales y situacionales, y otros que la misma Biblia demuestra que se aplican solo a situaciones especiales. Negamos que la distinción entre los mandatos universales y particulares pueda ser determinada por factores culturales y situacionales. Negamos además que los mandatos universales puedan ser considerados relativos en lo cultural y en lo situacional.

Artículo IX

Afirmamos que el término hermenéutica, el significado del cual a través de la historia ha sido definido Como las reglas de la exégesis, puede ser correctamente extendido para cubrir todo lo que está relacionado con el proceso de cómo se


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diferentes partes de las Escrituras; por consiguiente, consideramos que la crítica de género es una de las muchas disciplinas usadas en el estudio bíblico. Negamos que las categorías genéricas que invaliden la historicidad puedan ser aplicadas correctamente a las narraciones bíblicas que se atengan a los hechos.

percibe la revelación bíblica y el efecto que tiene en nuestras vidas. Negamos que el mensaje de las Escrituras se derive o establezca por lo que entienda intérprete. Negamos por tanto que los «horizontes» del escritor bíblico y el intérprete se «fundan» de tal manera que lo que el texto comunique al intérprete no esté en definitiva controlado por el significado explícito de las Escrituras. Artículo X

Afirmamos que las Escrituras nos comunican de forma verbal la verdad de Dios en una amplia variedad de formas literarias. Negamos que cualquier límite que tenga el lenguaje humano haga que las Escrituras resulten inadecuadas para expresar el mensaje de Dios.

Artículo XI

Afirmamos que las traducciones del texto de las Escrituras pueden comunicar el conocimiento de Dios a través de todos los límites temporales y culturales. Negamos que el significado de los textos bíblicos esté tan atado a la cultura de la cual salieron que la comprensión del mismo significado en otras culturas sea imposible de obtener.

Artículo XII

Afirmamos que al emprender la tarea de traducir la Biblia y enseñarla en el contexto de cada cultura se tienen que usar solo esos equivalentes vigentes que son fieles al contenido de las enseñanzas bíblicas. Negamos la validez de los métodos que ignoren las demandas de comunicación entre las diversas culturas, o que en el proceso distorsionen el significado bíblico.

Artículo XIII

Afirmamos que para obtener una exégesis correcta, es esencial estar conscientes de las categorías literarias, formales y estilísticas de las

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Artículos XIV Afirmamos que los documentos bíblicos de acontecimientos, disertaciones y dichos corresponden a hechos históricos aunque estén presentados en una variedad de figuras literarias. Negamos que cualquier acontecimiento, disertación o dicho reportado en las escrituras fuera inventado por los escritores bíblicos o por las tradiciones que estos incorporaron. Artículo XV

Afirmamos la necesidad de interpretar la Biblia de acuerdo con su sentido literal o normal. El sentido literal es el sentido histórico-gramático, esto es, el significado que expresó el escritor. La interpretación hecha de acuerdo al sentido literal tendrá en cuenta todas las figuras retóricas y literarias encontradas en el texto. Negamos la validez de cualquier enfoque a las Escrituras que les atribuya un significado que no pueda ser apoyado por el sentido literal.

Artículo XVI

Afirmamos que para establecer el texto canónico y su significado se deben usar técnicas de crítica que sean válidas. Negamos la validez de permitir cualquier método de crítica bíblica para cuestionar la verdad o la integridad del significado explícito del escritor o de cualquier otra enseñanza de las Escrituras.

Artículo XVII

Afirmamos la unidad, la armonía y la coherencia de las escrituras y proclamamos que ésta es su mejor propio intérprete.


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Negamos que las Escrituras puedan ser interpretadas de tal modo que parezca que un pasaje corrige o contradice otro. Negamos de que los escritores posteriores de las Escrituras malinterpretaron los pasajes de la Biblia escritos anteriormente cuando los citaron o se refirieron a ellos. Artículo XVIII Afirmamos que la interpretación que la Biblia hace de sí misma es siempre correcta, y que nunca se desvía del significado único del texto inspirado, sino que lo aclara. El significado único de las palabras de un profeta incluye la comprensión de esas palabras por el profeta aunque no esté limitado a estas e involucre necesariamente la intención de Dios que está en plena evidencia cuando estas palabras se hacen realidad. Negamos que los escritores de las Escrituras siempre comprendieran la implicación de sus propias palabras. Artículo XIX

Artículo XX

Afirmamos que cualquier preentendimiento que el intérprete tenga acerca de las escrituras tiene que estar en armonía con las enseñanzas bíblicas y estar sujetas a ser corregidas por las mismas. Negamos que las Escrituras tengan que ser adaptadas a preentendimientos extraños que sean incongruentes con ellos mismos, como por ejemplo el naturalismo, el evolucionismo, el cientismo, el humanismo secular y el relativismo. Afirmamos que como Dios es el autor de toda verdad y de todas las verdades, bíblicas y extrabíblicas, éstas son consistentes y coherentes, y que la Biblia dice la verdad en asuntos que se refieren a la naturaleza, a la historia o a cualquier otra cosa. Afirmamos además que en algunos casos, la información extrabíblica tiene valor para aclarar lo que enseñan las Escrituras y para dar lugar a la corrección de interpretaciones incorrectas.

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Negamos que haya puntos de vistas extrabíblicos que refuten las enseñanzas de las Escrituras o tengan prioridad sobre ellas. Artículo XXI

Afirmamos la existencia de la armonía entre la revelación especial y la general, y por lo tanto también-la armonía entre las enseñanzas bíblicas y la realidad de la naturaleza. Negamos que cualquier genuina información científica sea incongruente con el verdadero significado de cualquier pasaje bíblico.

Artículo XXII Afirmamos que Génesis 1-11 se atiene a los hechos, como así el resto del libro. Negamos que las enseñanzas de Génesis 1-11 sean míticas y de que las hipótesis científicas acerca de la historia terrestre o del origen del hombre puedan ser usadas para lanzar al suelo lo que las Escrituras enseñan acerca de la creación. Artículo XXIII Afirmamos la claridad de las Escrituras y sobre todo cuando éstas se refieren al mensaje de salvación del pecado. Negamos que todos los pasajes de las Escrituras sean claros por igual o que tengan la misma importancia sobre el mensaje de redención. Artículo XXIV Afirmamos que una persona no depende de un erudito bíblico para comprender las Escrituras. Negamos que una persona deba ignorar los frutos de los estudios técnicos de un experto en textos bíblicos. Artículo XXV Afirmamos que el único tipo de predicación que expresa la revelación divina y su aplicación apropiada a la vida es la que expone fielmente el texto bíblico como la Palabra de Dios. Negamos que fuera del texto bíblico, el predicador tenga un mensaje de Dios.


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EXPOSICION Los siguientes párrafos esbozan los conceptos teológicos generales que la Declaración de Chicago sobre la hermenéutica bíblica refleja. Estos fueron primero redactados como un estímulo conducente a dicha declaración. Ya han sido repasados a la luz del mismo y de las muchas sugerencias específicas recibidas durante la conferencia de los eruditos en la que fueron redactados. Aunque la revisión no pudo completarse a tiempo para ser presentada a la conferencia, existe toda razón para considerar que en esencia expresa con bastante exactitud el pensamiento de los signatarios del documento

Punto de vista de la exposición El Dios vivo, Creador y Redentor, es comunicador, y las inspiradas e inerrantes Escrituras que ponen ante nosotros su revelación salvífica en la historia son su medio de comunicarse con nosotros hoy en día. El que una vez habló al mundo a través de Jesucristo su Hijo nos habla todavía en su Palabra escrita y a través de esta. De manera pública y privada, entonces, a través de la predicación, el estudio personal y la meditación, en oración y en la comunión del cuerpo de Cristo, el pueblo cristiano debe continuar su labor de interpretar las escrituras para que su divino mensaje normativo pueda ser debidamente entendido. El haber formulado el concepto bíblico de las Escrituras como revelación autoritativa en forma escrita, como la divina regla de fe y vida, no servirá de nada donde el mensaje de las Escrituras no se capte y aplique como es debido. Entonces es de vital importancia detectar y desechar las maneras de interpretación defectivas de lo que está escrito para remplazarlas con interpretaciones fieles de la infalible Palabra de Dios. Ese es el propósito que esta exposición busca alcanzar. Lo que ofrece son perspectivas básicas sobre la tarea hermenéutica a la luz de tres convicciones. Primero, la Biblia, por ser


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instrucciones de Dios para nosotros, es permanentemente veraz y supremamente confiable. Segundo, la hermenéutica es crucial para la batalla por la autoridad bíblica en la Iglesia contemporánea. Tercero, puesto que el conocimiento de la inerrancia de las Escrituras debe dominar la interpretación prohibiéndonos dejar fuera cualquier cosa que las Escrituras pueda afirmar, la interpretación debe aclarar el alcance y significado de esa inerrancia determinando qué afirmaciones está haciendo de veras la Biblia.

La comunión entre Dios y la humanidad Dios hizo que el hombre fuera personal y racional a su propia imagen para tener camaradería eterna con él en una comunión que depende de una comunicación de dos vías: Dios se dirige a nosotros con palabras de revelación y nosotros le respondemos con palabras de oración y adoración. Dios nos concedió el don del lenguaje en parte para hacer posible estos intercambios yen parte para que podamos hacer partícipes a otros de lo que entendemos de Dios. Al testificar en cuanto al proceso histórico desde Adán a Cristo por medio del cual Dios restableció la comunión con nuestra raza caída, las Escrituras lo presentan siempre valiéndose de su don del lenguaje para enviar a los hombres mensajes acerca de lo que él haríay lo que nosotros deberíamos hacer. El Dios de la Biblia usa muchas formas de lenguaje: narra, informa, instruye, advierte, razona, promete, ordena, explica, exclama, ruega y anima. El Dios que salva es también el Dios que habla de todas esas maneras. Los escritores bíblicos, historiadores, profetas, poetas, así como profesores citan las Escrituras como Palabra de Dios dirigidaa todos sus lectores y oyentes. Considerar las Escrituras como una invitación del Creador a la comunión, en la que proclama normas de fe y bondad no solamente para un tiempo dado sino para siempre, es integral a la fe bíblica. Aunque Dios se revela en la naturaleza, en el curso de la historia yen la liberación de la conciencia, el pecado ha.ce a la humanidad insensible y apática ante esta revelación general. y la revelación general es en todo caso solo una revelación del

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Creador como el buen Señor y Juez justo del mundo; no habla de la salvación a través de Jesucristo. Conocer acerca del Cristo de las Escrituras es por lo tanto necesario para ese conocimiento de Dios y la comunión con él a la que él llama a los pecadores hoy. Cuando se escucha, lee, predica y enseña el mensaje bíblico, el Espíritu Santo obra a través de este para abrir los ojos de los ciegos en espíritu y poner en ellos ese conocimiento. Dios hizo que las Escrituras se escribieran, y el Espíritu ministra de tal forma con estas que todo el que las lee, y con humildad busca la ayuda de Dios, puede entender su mensaje salvador. El ministerio del espíritu no hace innecesaria la disciplina del estudio personal, sino que la hace efectiva. Negar el verbal y racional carácter cognitivo de la comunicación de Dios con nosotros, postular una antítesis como algunos lo hacen entre la revelación como personal y como proposicional, y dudar de lo adecuado del lenguaje como lo tenemos para ser portador del mensaje auténtico de Dios son errores fundamentales. La forma verbal humilde del lenguaje bíblico no lo invalida más como revelación de la mente de Dios que lo que la forma humilde de siervo del Verbo hecho carne invalida la aseveración de que Jesús en verdad revela al Padre. Negar que Dios haya hecho claro en las Escrituras tanto como cada ser humano necesita conocer para su bienestar espiritual sería un error mayor. Las ambigüedades que encontramos en las Escrituras no son intrínsecas sino un reflejo de nuestras limitaciones en cuanto a información y percepción. La Biblia es clara y suficiente lo mismo como una fuente de doctrina, que compromete a la conciencia, que como una guía a la vida eterna y a la piedad, al dar forma a nuestra adoración y servicio a Dios que nos crea, ama y salva.

La autoridad de las Escrituras La Biblia es la autorrevelación de Dios en palabras de hombres y a través de estas. Es testigo de Dios y testimonio de Dios en cuanto a sí mismo. Como registro divino- humano e interpretación de la obra redentora de Dios en la historia, es revelación cognitiva, verdad dirigida a nuestras mentes para comprensión y respuesta. Dios es su fuente, y Jesucristo, el Salvador, es su


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centro de referencia y principal asunto. Es absoluta y de valor permanente como pauta infalible de fe y vida porque procede de Dios162 (2 Ti 3:15-17). Como es tan del todo divina como del todo humana, expresa la sabiduría de Dios en todas sus enseñanzas y habla de manera digna de crédito - o sea, que es infalible e inerrante - en cada declaración informativa que hace. Es un conjunto de escritos ocasionales, cada uno con su propio carácter específico y contenido, que constituyen un organismo de relevante verdad universal, es decir, malas noticias acerca del pecado y las necesidades humanas universales resueltos con buenas noticias acerca de un judío del primer siglo particular que presentan como el Hijo de Dios y único Salvador del mundo. El tomo que componen todos estos libros es tan amplio como la vida y se aplica a cada problema humano y comportamiento. Al poner ante nosotros la historia de la redención - la ley y el evangelio, los mandamientos de Dios, promesas, amenazas, obras y rumbos, lecciones objetivas concernientes a la fe y obediencia y sus opuestos, con sus consecuencias respectivas - las Escrituras nos muestran el panorama entero de la existencia humana como Dios quiere que la veamos. La autoridad de la Biblia está ligada a la autoridad de Jesucristo, cuyas palabras puestas por escrito expresan el principio de que las enseñanzas de las Escrituras de Israel (nuestro Antiguo Testamento), junto con su nueva enseñanzay el testimonio de los apóstoles (nuestro Nuevo Testamento), constituyen la regla de fe y conducta que dio a sus seguidores. Jesús no criticó su Biblia, sino las malas interpretaciones de la misma, y señaló la autoridad que esta tiene sobre Él y todos sus discípulos (cf. Mt 5:17-19). Separar la autoridad de Cristo de la de las Escrituras y poner a una frente a la otra es un error. Poner la autoridad de un apóstol en oposición a la de otro o las enseñanzas de un apóstol en oposición a la de otro también es error.

El Espíritu Santo y las Escrituras El espíritu de Dios, quien movió a los autores humanos a producir libros bíblicos, ahora los acompaña con su poder. Guió a la Iglesia a discernir su inspiración en el proceso de la consolidación del Canon; sigue confirmando este discernimiento a las

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personas a través del sin igual impacto que producen en ellos las Escrituras. Los ayuda - - cuando estudian, oran, meditan y buscan aprender en la Iglesia- a entender y comprometerse a lo cosas que la Biblia enseña ya conocer al Dios trino viviente que la Biblia presenta. La iluminación del espíritu solo puede esperarse donde se estudie con diligencia el texto bíblico. La iluminación no revela nuevas verdades, aparte de lo que la Biblia dice, sino que nos permite ver lo que las Escrituras han estado mostrando. La iluminación enlaza nuestra conciencia a las Escrituras como Palabra de Dios y trae gozo y adoración en cuanto encontramos que esa Palabra nos está entregando su significado. Por otro lado, los impulsos intelectuales y emocionales a ignorar o poner en entredicho la enseñanza de las Escrituras no procede del Espíritu de Dios sino de alguna otra fuente. Los malentendidos y las malas interpretaciones de las Escrituras demostrables no pueden achacarse a la dirección del espíritu.

El alcance de la hermenéutica La hermenéutica bíblica por tradición se ha definido como el estudio de los principios correctos para entender el texto bíblico. El concepto de «entender» puede llegar casi a un nivel nocional y teórico, o puede avanzar vía asentimiento y compromiso de fe a llegar a ser experiencial a través de una relación personal con el Dios a quien las teorías y las nociones se refieren. El entendimiento teórico de las Escrituras requiere de nosotros no más de lo que se necesita para comprender cualquier literatura antigua, o sea, conocimiento suficiente del lenguaje y trasfondo y suficiente empana con un contexto cultural diferente. Pero no hay una comprensión experiencial de las Escrituras - ningún conocimiento personal del Dios a quien apunta- sin la iluminación del Espíritu. La hermenéutica bíblica estudia la forma en la que esos dos niveles de comprensión se alcanzan.

El alcance de la interpretación bíblica La tarea del intérprete en su más amplia definición es entender tanto lo que un pasaje significó históricamente como lo que


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significa para nosotros hoy en día, cómo se aplica a nuestras vidas. Esta tarea envuelve tres actividades constantes. Primero viene laexégNM, o sea, extraer del texto de lo que Dios a través del escritor humano fue expresando a los que en el futuro habrían de leerlo. En segundo lugar viene la inteqracidn, o sea, armonizar lo que cada esfuerzo exegético ha producido con cualquier otra enseñanza bíblica respecto al asunto que se tiene entre manos y con el resto de las enseñanzas bíblicas como tal. Solo dentro de este marco de referencia puede determinarse el significado pleno de la enseñanza que produjo la exégesis. En tercer lugar viene la aplicacuin de la enseñanza exegética, vista explícitamente como la enseñanza de Dios para corregir y dirigir el pensamiento y la acción. La aplicación se basa en el conocimiento del carácter y la voluntad de Dios, la necesidad y la naturaleza del hombre, el ministerio salvador de Jesucristo, los aspectos experienciales de la piedad, incluyendo la vida normal de la Iglesia y la relación multilateral entre Dios y su mundo incluso su plan para su historia que son realidades que no cambian con el pasar de los años. Es con estos asuntos que ambas declaraciones tratan constantemente. 164 La interpretación y aplicación de las Escrituras se hace por lo general más al predicar. Por eso, toda predicación debe basarse en este procedimiento de tres actividades. Si no, la enseñanza bíblica quedará mal entendida y mal aplicada, y redundará en confusión e ignorancia respecto a Dios y sus cosas.

Reglas formales de interpretación bíblica El fiel uso de la razón en la interpretación bíblica es ministerial no magisterial; el interprete creyente usará la mente no para imponer ni manufacturar el significado sino para captar el significado que ya está en el material mismo. Las obras de los eruditos que, sin ser cristianos, han podido entender las ideas bíblicas con precisión serán un recurso valioso en la parte teórica de la tarea del intérprete. a. La interpretación deberá apegarse al dentiJo lüeral, esto es, el simple significado literario que cada pasaje

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conlleva. El paso inicial será siempre tratar de descubrir lo que el escritor de Dios quiso decir con lo que escribió. La disciplina de interpretación excluye todo intento de ir detrás del texto, y también todo intento de extraer de los pasajes significados que no tienen y también toda búsqueda de ideas que salten a nuestra vista del texto pero que no sean parte del flujo de pensamientos expresados del autor. Los símbolos y figuras del lenguaje deben reconocerse como lo que son, y las alegorizaciones arbitrarias (que no pertenecen a la tipología que se puede demostrar que estaba en la mente del escritor) deben evitarse. b. El sentido literal de cada pasaje debe buscarse con el método histórico-gramatical, que es preguntarse uno cuál es la manera natural desde el punto de vista lingüístico de entender el texto en su escenario histórico. El estudio textual histórico, literario y teológico ayudado por destrezas lingüísticas - filológicas, semánticas, lógicas - es la manera de hacerlo. Los pasajes deben interpretarse exegéticamente en el contexto del libro del que son parte, y la búsqueda de lo que de veras quería decir el escritor, y no de lo que dicen sus fuentes conocidas o supuestas, deben siempre buscarse. El uso legítimo de las varias disciplinas críticas no es poner en duda la integridad o verdad del significado del escritor sino solo ayudarnos a determinarlo. c. La interpretación debe adherirse al principio de la armonía en el material bíblico. La Biblia da muestra de una amplia diversidad de conceptos y puntos de vista dentro de una fe común y una progresiva divulgación de la verdad divina dentro del período bíblico. Estas diferencias no deben minimizarse, pero la unidad que subyace tras la diversidad no debe perderse de vista en ningún punto. Debemos buscar pasajes que interpreten los pasajes y negar como un asunto de método que ciertos textos, todos los cuales tienen el Espíritu Santo como su fuente, pueden de veras discrepar entre sí. Incluso cuando no podemos en el presente demostrar su armonía en una manera


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convincente, debemos proceder sobre la base de que armonizan y que un conocimiento más completo lo demostrará. d. La interpretación debe ser canónica. Esto quiere decir que la enseñanza de la Biblia como un todo debe ser siempre verse como proveedora del marco dentro del cual nuestra comprensión de cada pasaje en particular debe a la postre alcanzarse y en el cual debe al final encajar. Valiosa para ayudar a determinar el significado literal de los pasajes bíblicos es la disciplina de la crítica de género, la cual busca identificar en términos de estilo, forma y contenido las varias categorías literarias a las que los libros bíblicos y pasajes particulares dentro de ellos pertenecen. El género literario en el que cada escritor crea su texto pertenece en parte por lo menos a su propia cultura y debe estudiarse mediante el conocimiento de esa cultura. Debido a que los errores acerca del género conducen en gran escala a malas interpretaciones del material bíblico, es importante que esta disciplina particular no se descuide.

La centralidad. de Jesucristo en el mensaje bíblico Jesucristo y la divina gracia salvadora en él son temas centrales de la Biblia. El Antiguo Testamento y el Nuevo son testigos de Cristo, y la interpretación del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento lo señala siempre. Hay tipos y profecías en el Antiguo Testamento que predecían su venida, su muerte expiatoria, su resurrección, su reino y su regreso. El oficio y ministerio de sacerdotes, profetas y reyes, el ritual y las ofrendas de sacrificio, así como los patrones de acción redentora en la historia del Antiguo Testamento, fueron instituidos por intervención divina, y tenían importancia simbólica como prefiguras de Jesús. Los creyentes del Antiguo Testamento esperaban su venida y vivieron y se salvaron por una fe que tenía a Cristo y su reino en vista, tal como los cristianos hoy en día se salvan por la fe en Cristo, el Salvador que murió por nuestros pecados y ahora vive y reina y regresará un día. Que la Iglesia y el reino de J esucristo son centrales para el plan de Dios que las Escrituras

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revelan no está en discusión, pero hay opiniones divididas en cuanto a la precisa manera en que la Iglesia y el reino se relacionan. Cualquier manera de interpretar las Escrituras que no capte que Cristo es central debe considerarse errónea.

El conocimiento bíblico y extra-bíblico Como todos los hechos son coherentes, la verdad acerca de estos debe ser coherente también; y como Dios, el autor de toda Biblia, es también el Señor de todos los hechos, en principio no puede haber contradicción entre un correcto entendimiento de lo que la Biblia dice y una correcta descripción de cualquier realidad o acontecimiento en el orden creado. Cualquier apariencia de contradicción se deberá a una mala comprensión del texto, a un conocimiento inadecuado de lo que las Escrituras afirman o lo que los datos extrabíblicos son. Eso demandaría una reevaluación y mayor investigación erudita.

Declaraciones bíblicas y ciencia natural Lo que la Biblia dice acerca de los hechos de la naturaleza es tan verdadero y confiable como cualquier otra cosa que diga. Sin embargo, habla de los fenómenos naturales en términos de un lenguaje ordinario, no en término técnicos explicatorios de la ciencia moderna; relata acontecimientos naturales en términos de la acción de Dios, no en términos de nexos casuales dentro del orden creado; y a menudo describe procesos naturales de manera figurativa y poética, no de forma analítica y prosaica como la ciencia moderna suele hacerlo. Puesto que es así, las diferencias de opinión en cuanto a cómo expresar con corrección datos científicos sobre hechos naturales y acontecimientos que las Escrituras celebran son difíciles de evitar. Hay que recordar, sin embargo, que el propósito de las Escrituras es revelar a Dios, no abordar cuestiones científicas en términos científicos, y que, como no usa el lenguaje de la ciencia moderna, no se necesita conocimiento científico de los procesos internos de la creación de Dios para entender el mensaje esencial acerca de Dios y nosotros mismos. Las Escrituras interpretan el conocimiento científico relacionándolo con el


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propósito y la obra de Dios revelados, y al hacerlo establece un supremo contexto para el estudio y reforma de las ideas científicas. No corresponde a las teorías científicas dictar lo que las Escrituras pueden o no pueden decir, aunque la información extrabíblica algunas veces puede ser útil para descubrir una mala interpretación de las Escrituras. Por cierto, consultar las afirmaciones bíblicas referentes a la naturaleza a la luz del conocimiento científico del tema en cuestión puede ayudar a alcanzar una más precisa exégesis de ellas. Porque aunque la exégesis debe regirse por el texto mismo, no moldeada por especulaciones extrañas, siempre se estimula el proceso exegético preguntándose uno si el texto significa esto o aquello.

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cambios en la manera tradicional de aplicar ciertos principios bíblicos, eso no puede justificar que se modifiquen esos principios ni que se evada de una vez y por toda su aplicación. En la comunicación transcultural en que se deben reaplicar los absolutos revelados a personas que viven en una cultura que no es la del maestro cristiano, un paso más allá debe tomarse. Las demandas d~ esta tarea resaltan la importancia de que el maestro esté claro en cuanto a qué es un absoluto en la presentación bíblica de la voluntad y obra de Dios y lo que es una aplicación cultural de esa presentación. Emprender esta tarea puede ayudarlo a estar claro en este asunto llevándolo a que esté más alerta que antes a la presencia en las Escrituras de aplicaciones de la verdad que están condicionadas por la cultura, lo que tiene que ajustarse de acuerdo a la variable cultural.

Norma y cultura en la revelación bíblica Así como encontramos en las Escrituras verdades inmutables acerca de Dios y su voluntad expresadas en diferentes formas, las encontramos ampliadas en diferentes contextos culturales y situacionales, No todas las enseñanzas bíblicas acerca de la conducta es normativa para el comportamiento hoy día. La aplicación de ciertos principios morales está restringida a una audiencia limitada cuya naturaleza y alcance las Escrituras mismas especifican. Una tarea de la exégesis es distinguir estas verdades absolutas y normativas de los aspectos de sus aplicaciones que tienen que ver con situaciones cambiantes. Solo cuando se hace esta distinción es posible descubrir cómo las verdades absolutas mismas se aplican a nosotros en nuestra cultura. Sería un error no darnos cuenta de cómo la aplicación particular de un principio absoluto estaba determinado por la cultura del lugar (por ejemplo, como la mayoría estará de acuerdo, la orden de Pablo de que los cristianos se saluden con un beso), como lo sería también tratar un absoluto revelado como si estuviera influenciado por la cultura (por ejemplo, otra vez como la mayoría estará de acuerdo, la prohibición de Dios en el Pentateuco de toda actividad homosexual). Aunque la evolución cultural, incluyendo los valores convencionales y los cambios sociales de los últimos tiempos, puede prestar legitimidad a

Encontremos a Dios a través de su palabra El siglo XX vio muchos intentos de presentar la Biblia como instrumento para traernos la Palabra de Dios, pero negando que esa Palabra hubiera sido para todos los tiempos en las palabras del texto bíblico. 169 Estas opiniones consideran el texto como testimonio humano falible por medio del cual Dios forja y promueve esas introspecciones que nos da a través la predicación y el estudio de la Biblia. Pero en su mayor parte estas opiniones incluyen una negación de que la Palabra de Dios es comunicación cognitiva, y caen de forma inevitable en un misticismo impresionista. También, su negación de que la Biblia es la Palabra de Dios que de manera objetiva nos fue dada hace la relación de la Palabra con el texto indefinible y por tanto eternamente problemática. Esto es cierto de todas las formas corrientes de la teología neo-ortodoxa y la teología existencialista, incluyendo la llamada «nueva hermenéutica», que es en realidad una extrema e incoherente versión del método descrito. La necesidad de apreciar las diferencias culturales entre nuestro mundo y el de los escritores de la Biblia, así como estar dispuestos a ver que Dios a través de su Palabra está emplazando las presuposiciones y limitaciones de nuestro presente modo de ver las cosas, son dos énfasis que en el presente están asociados con la «nueva hermenéutica». Pero ambas en realidad


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tienen que ver con la tarea de interpretar que esta exposición ha presentado. Lo mismo es cierto del énfasis en la teología de tipo existencialista sobre la realidad de un encuentro transformador con Dios y su hijo Jesucristo a través de las Escrituras. Sin duda, la gloria culminante de las Escrituras es que ellas sí intervienen en la vivificadora comunión con Dios encarnado, el Cristo vivo de quienes ellas testifican, el Salvador divino cuyas palabras «son espírituy ... son vida» (Juan 6:63). Pero no hay otro Cristo que el Cristo de la Biblia. Sólo en la medida en que se confíe en la presentación que esta hace de Jesús y del plan de Dios centrado en él se puede esperar un encuentro espiritual y genuino con Jesucristo. Es por medio de la interpretación disciplinada de una Biblia confiable que el Padre y el Hijo, a través del Espíritu, se dan a conocer al hombre pecador. Para efecto de estos encuentros transformadores, los principios hermenéuticos y procesos aquí señalados, marcan y guardan el camino. J. 1. Packer

SUGERENCIAS PARA

LECTURAS POSTERIORES (a)Algunas declaraciones anglicanas clásicas: «Fruitful Exhortation to the Reading and Knowledge of Holy Scripture. en TbeHomilies, libro I (1547) ; «An information for them which take Offence at certain places of the Holy Scripture» en The Homifiu, libro 11 (1571). Thomas Cranmer : «A Prologue or Preface ... [to the Bible]» (1540) en d&mailldandLetterd (ParlcerSociety, CamJ,riJge, 1846), pp. 118-125.

William Goode: Tbe Divine Rule 01Faitb and Practice, sobre todo el capítulo XI, «The Doctrine of the Church of England and her principal Divines on the subject ofthis work» (Londres, 2 vols., 1842). Richard Hooker: LaWJ 01Ecclesiastical PoLity, sobre todo los libros Lxiii-xxiv, V. xx-xxii (I-IV, 1594;V, 1597). Algunas ediciones fueron impresas en el siglo diecinueve en Oxford. John Jewel: A Treatise of the Holy Scriptures (predicado, 1570; impreso, 1582) en Wor,0 (Parker Society, Cambridge, 1850), vol. IV, pp. 1161-1188. William Whitaker: A Disputationon HoLy Scripture aqainet tbe Papist (1588) (Parker Society, Cambridge, 1849). Comparece también: Juan Calvino: 1ndtitución de La religión cristiana, sobre todo los libros 1. vi-x, IV. viii-ix (1559). George H. Tavard: HoLy Writ 01HoLy Church (Londres: Burns & Oates, 1959). Un ensayo romano para felicitar a algunos teólogos conocidos como «Caroline Divines». (6) Puntos de Vista Modernos: (i) Estudios sobre varias perspectivas:


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SUGERENCIAS PARA LECTURAS POSTERIORES

Raymond Abba: Naturaleza y Autoridad de la Biblia (James Clarke, Londres, 1958). John Ballie: Tbe Idea of Reoelation in Reeent Tbouqb! (OUP, Londres, 1956). J. Barr: The BiNe in tbe Modern WorLd (SCM, Londres, 1973). H. D. McDonald: Idea» of Revelation, an hiAorú:al dtUdy 1700-1860 (Macmillan, Londres, 1959); Tbeories of Revelation, an bistorical dtUdy 1860-1960 (Allen & Unwin, Londres, 1963). ed. J. W. Montgomery: God's Inerrant Word (Betania, Minneapolis, 1974). A. Richardson: The Bible in the Age of Science (SCM, Londres, 1961). J. D. Smart: TbeInterpretation of Scripture (SCM, Londres, 1961).

A. Kuyper: Principles o/ Sacred Theolflgy ((EerdmanJ, Grand Rapid», 1954). 1954). Trahajo de un genio. J. Orr: Revelation and Inspiration (Duckworth, Londres, 1910). H. Wheeler Robinson: Inspiration and Revelation in the Old Testament (OUP, Londres, 1946). B. Vawter: BiblicalInspiration (Hutchinson, Londres: 1972). Católico Romano. B. B. Warfield: Tbe Inspiration and Authority of tbe Bible (Presbiceriano y Reformado, Filadelfia, y Mardhall, Morgan d Scout, Londres, 1951). Noel Weeks: la Suficiencia de las Escrituras (Banner of Truth, Londres, 1988). E. J. Yong: Thy WordiJ Trutb (BannerofTruth, Londres, 1963).

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(d) El Canon de las Escrituras:

(ii) Declaraciones Personales: Kart Barth: Chureh Doqmatics I/i, 1/2, «The Doctrine of the Word of God» (T. & T. Clark, Edimburgo, 1936, 1956). Véase tamo bién K. Runia: Kart Barth's Doctrine ofHoly Scripture (Eerdmans, Grand Rapids, 1962). Emil Brunner: Revelation and Reaeon (SCM, Londre», 1947). VéaJe cambien P. K Jewett: Emil Brunner's Concept o/ Revelation (James Clarke; Londre», 1954). Rudolf Bultmann: «The concept of Revelation in the New Testament» en Existence and Faul: (Escritos de Bultmann, seleccionados, traducidos e introducidos por S. M. Ogden (S CM, Londres, 1961), pp. 58- 91. C. H. Dodd: TheAuthority of heBibl« (Nisbet, 1999, Collins, 1960, Londres). Protestantes Liberales. C. Gore: Tbe Holy Spiri: and tbe Chureh (John Murray, Londres, 1924). Católico Liberal. Gabriel Hebert: TbeAuthority oftbe OLd Teetament (Faber, Londres, 1947); The Biblefrom Within (OUP, Londres, 1950). El método de la Teología Bíblica.

ed. J. M. Boys: The foundation of Bibliea!Authority (Zondervan, Grand Rapids, 1978). N. Gelden Huys: Supreme Authority (Londres: Marshall, Morgan & Scout, 1953). J. 1. Packer: «Fundamentali.Jm» and the Wordof God (IVP, Londres, 1958). B. Ramm: The Witnu.J of tbe Spirit (Eerdmans, Grand Rapids, 1959). Works Warfield Kuyper, Hooker, Goode, como ya citamos.

(e) Revelacion e inspiracidn:

(j) Interpretación Bíblica y Estudio:

G. C. Berkouwer: General Reoelation (Eerdmans, Grand Rapids, 1955); Holy Scripture (Eerdmans, Grand Rapids, 1975). Ed. C. F. H. Henry: Revelation and the Bible (IVP, Londres, 1959).

Gordon D. Fee y Douglas Stuart: Lecturaeficazde la Biblia. (Editorial Vida, Miam4 1981, 1997, 2007). ed. J. V. Job: Studying God'..J Word (IVP, Londres, 1972).

F. F. Bruce: The Canon of Seripture (IVP, Leicester, 1988). R. T. Beckwith: The OLd Testament Canon oftbe New Testament of tbe New Testamcnt Cburcb (Londres: SPCK, 1990). Técnico. Bruce Metzger: The Canon of the New Teetament: (OUP, Oxford, 1987). (e)Autoridad Bíblica:


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LA VOZ DEL

oros SANTO

Ed. 1. H. Marshall: New Testament Interpretation (Paternoster Press, Exeter, 1977). Técnico. Grand Osborne: Tbe Hermeneutical Spiral (IVP, Downers Grove, 1992). Exhaustivo. A. W. Pink: Profiting from tbe Word (Banner of Truth, Londres, 1570). Para autoexamen. R. C. Sproul: KnoU'ing Scripture (IVP, Downers Grove, 1977). Una introducción excelente. A. M. Stibbs: rev D. & G Wenharn, Underdtanding God'.J Word (IVP, Londres, 1976). Un excelente libro elemental. A. C. Thistleton: New Horizons in Hermeneutics (Marshall Piekering, Londres, 1992). Técnico.


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