EL VALLE, EL MONO Y LA SERPIENTE
EL VALLE, EL MONO Y LA SERPIENTE © 2012 John David Rodriguez Taiña © 2012 Editorial Carvayo E.I.R.L. Unidad Vecinal — Zaguán del Cielo E—5 Cusco www.editorialcarvayo.com © 2012 Dibujo de portada: John David Rodriguez Taiña © 2012 Diseño y Diagramación: Carlos Mendoza Luna Impresor: Finishing S.A.C. Jr. La Maquinaria 160 Chorrillos Primera edición, diciembre 2012 Tiraje: 3, 000 ejemplares ISBN 978—612—46122—3—7 Registro del Proyecto Editorial 30801001200970 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2012—15357
Para: Angela, Bárbara, Bella y su sencilla perfección.
J.D. Rodriguez
EL VALLE, EL MONO Y LA SERPIENTE
Un mono viviendo en su valle, y en otro una serpiente. Pierden su hogar por la pobreza y la violencia. En algún lugar, otro valle los espera. Pero han aprendido tantas cosas que nadie sabe si podrán tener de nuevo un hogar.
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El Valle y el Río
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J.D. RODRIGUEZ
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Tal vez no lo sepas, pero aquí en la selva, todo existe en torno a los ríos. El río baja cantando desde las heladas cumbres de los andes, dicen que por mandato de los viejos dioses de las alturas. El río lleva y trae de todo: cosas para comer y para beber, buenas y malas noticias, alegrías y también tristezas, a veces trae amigos y a veces no. Dicen también que los ríos bajan de las nubes y que allá subieron desde el mar. Pasan por aquí y luego se van hacia adentro de la selva, hacia el corazón mismo del bosque. Después regresan de nuevo al mar, pero no al mismo mar sino a ese otro que está muy lejos, justo del lado por donde nace el sol. Los nativos dicen que los ríos son las venas de nuestro cuerpo, y que tan solo continúan su camino sobre la tierra. Es nuestra propia sangre la que sigue corriendo entonces. Llevando la vida hacia todos los rincones de la selva. A cada rincón le toca un río, a todo lo que hay regado por ese río: tierras, plantas y animales, le llaman valle. El río lo es todo: el río es el espíritu del valle. Alimento y camino, padre y amigo. Solo que este río es muy especial. Todos los ríos tienen un padre y una madre. Dicen que el padre de éste es negro y muy torrentoso, que allá lejos en sus cabeceras, vive mucha gente mala que se mata entre sí para ser los dueños de sus aguas y de las tierras que alimenta. Los antiguos Asháninkas lo llamaban de otra manera, con un nombre ya olvidado. En cambio su río madre no es así. Sus aguas llegan 6
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en suaves y graciosas corrientes, todavía las plantas y los animales beben de ellas y solo cuando le tiran basura, le hacen renegar. Los abuelos inkas le tenían como a un dios y le llamaban Willkamayu: Río sagrado. Por eso, este río tiene el carácter de su madre y también de su padre: sabe ser amable y bondadoso como ella, pero hay momentos en que se pone furioso y puede arrasar con todo lo que encuentre. Da miedo ver su fuerza cuando no cree en nadie. Tal vez no lo sepas, pero es un valle muy diferente a los demás.
El Mono
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I Todo el mundo cree que son bonitos y graciosos, que tienen todas las ventajas: ágiles, fuertes, valientes, inteligentes y así se dicen tantas cosas. Pero por encima de todas las ideas de la gente, los monos se ufanan de algo muy importante: son libres. Cuando lo atraparon unos cazadores ilegales, era apenas una cría y fácilmente, el pequeño mono cayó en una profunda tristeza. Enjaulado en una vieja canasta donde nadie hacía caso de sus chillidos y pataletas, bien tapadito, se lo estaban llevando ahora en una lancha, lejos del valle del río madre, donde había nacido. A lo lejos, le parecía oír a todas las aves del bosque burlándose de él. ¡Machín, Machín, mono juguetón! ¿A dónde vas, Machín?, ¿a dónde acabarás, diablillo travieso? Parecían gritarle desde el verde interminable de la orilla, todos los animales. Solo sus hermanos lo debían estar mirando muy apenados. Varios días después, en los cuales únicamente le habían tirado unos tristes plátanos que no comió, cuando ya había perdido toda esperanza y se iba a dejar morir de la pena, volvió a ver la luz. Era el lugar más desordenado que había visto en su corta vida de mono: tantas voces y colores, tantas formas y ruidos, tantos feos animales en dos patas. Había llegado a un pueblo. Lo desembarcaron, ahora estaba en un viejo camión llenecito de otros animales rarísimos, frutas, gallinas, costales de café y coca, todos cubiertos de polvo del camino, todos con la misma cara de sufrimiento. 11
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— ¡La policía, la policía ecológica! — gritó alguien y tras algunas maldiciones, el hombre que lo había estado llevando hasta ahora, arrastró su jaula muy cerca del río y dejándole abierta la puerta, se alejó corriendo. Por puro instinto, salió de la jaula disparado como una lagartija, sin saber a dónde. Algo le decía que de eso dependía su vida, que la jaula nunca más se volvería a abrir para él.
II Abandonado a su suerte, el monito tuvo que esconderse primero y luego trepar hasta un alto tejado y observar. Jamás había visto a tantas personas juntas yendo y viniendo en direcciones distintas. Había poquísimos árboles y en todas partes, el piso y las paredes eran duros y fríos. Definitivamente no era un lugar muy acogedor. De pronto, vio una pampa de buen tamaño con algunos árboles y sintió unas irresistibles ganas de treparse. — Ni lo pienses, amiguito, no eres de aquí y cualquiera de esos niños te atraparía y mejor ni te cuento — le dijo una voz ronca pero amable, desde un techo un poco más alto. —… — Te lo digo por tu bien, vivo ya muchos años aquí y conozco a la gente. Quien le hablaba, seguramente debía ser un pariente chiquito y pobre del gran otorongo o del osqollo. Era 12
mucho más pequeño y con la mirada parecida a la de esas personas que allá abajo, andaban en dos patas, no se sabe hacia qué sitios. Después de un largo bostezo, el viejo gato continuó. — No tengas miedo, se ve que eres muy listo. Yo conozco una familia que te trataría bien. No viven en un palacio, pero la verdad es que no tienes a dónde más ir. ¿Familia?, ¿palacio?, ¿verdad?, ¿bien? Se repetía el mono ya bastante sorprendido de que alguien pudiera hablarle. Así que se dejó llevar, pues en verdad, no tenía muchas opciones. Se puso a seguir al felino, que cada cierto tiempo, volteaba la cabeza para mirarlo y asegurarse de que sí estaba viniendo. Caminaron por varios techos y al fin, bajaron hacia una especie de cueva hecha de madera, había poca luz dentro, pero no pudo evitar sentir algo de miedo al ver a quienes estaban ahí. Le recordaban algo a sus hermanos, todos muy juntitos alrededor de pequeños troncos bien secos de los que saltaban chispitas de colores y también unas lenguas rojas y amarillas como serpientes que desaparecían mágicamente en el aire. A eso le llamaban familia: dos niños flacos y desaliñados que lo miraron con muchísima curiosidad, una enorme señora con cara de tortuga y un viejo de — calculaba en su cabeza de mono — por lo menos, cuatrocientos años. Después de un momento de silencio en el cuartucho 13
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que servía de sala, comedor, cocina y dormitorio donde dormían en la misma cama, apretaditos, soñando todos exactamente el mismo sueño, la señora que parecía tan grande, refunfuñó: — Claro, otra boca más para alimentar…¿Y quién, se puede saber, va a darle de comer a este bicho? — Todos podemos separar algo de nuestra comida y si nos aburrimos de él, podemos venderlo… — dijo el niño más grande que se parecía vagamente a su hermano mono mayor. — O comerlo… añadió con una sonrisa sin dientes, el niño más pequeño. — ¡Ja! Esa bolsita de huesos, tiene menos carne que una rata, no llenaría ni un hueco de mis dientes — dijo, antes de carcajearse, la montaña de mujer. — Quizá nos den algo por su piel — insistió el enano, acercándose peligrosamente. — No me hagas reír, de ahí no sale ni un monedero de pobre, sonso — siguió burlándose la gordísima mujer. — ¡Déjenlo tranquilo! Dios siempre se acuerda de sus criaturas, él solito se ganará su pan y puede ser que hasta el nuestro también, ¡ya van a ver! — dijo finalmente el abuelo, escondiendo una viejísima sonrisa, y agarrando al monito entre sus grandes y arrugadísimas manos, se lo llevó.
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III Le pusieron una pollera de cantante folklórica y un chalequito de colores. Al verlo así vestido, todos celebraron la gracia. Estaba hecho, sería un mono saca suertes, tal vez el último de esa antigua y mística profesión que antes que él, solo los mejores y más sabios monos de la selva habían tenido el honor de servir. Durante varias lunas, recorrieron muchos pueblos y ciudades. A veces eran ciudades muy calientes y planas, llenas de mujeres y hombres altos y habladores. En otras, la gente era más pequeña y tranquila, pero más alegre. El trabajo no era gran cosa: bailar encima de un cajoncito que el abuelo paseaba por todas las ferias y fiestas patronales, recibir una moneda, abrir la cajita que estaba ahí adelante y escoger uno de los papelitos para entregárselo al que le dio la moneda. Lo que pasaba luego era sorprendente, después de mirar muy atentamente el papelito, el hombre de la moneda, se quedaba sonriente y agradecido. A veces le tendía la mano al mono, por su buena suerte y éste, sentía algo muy raro ahí dentro de su pechito: era como si un pequeño sapo empezara a bailar, loco de contento. Lo mismo empezó a sentir cuando por las tardes, el abuelo le dejaba subirse en sus hombros y después de acariciarlo, sacaba un mugriento aparatito de metal, que en su vieja y verdosa boca producía sonidos que jamás había escuchado en lugar alguno.
alegre y a veces tan solo se sentaba muy quietecito en sus rodillas olvidándose de todo por ese instante. Pero no, todavía no era tiempo para que un mono aprenda a llorar. Los niños en cambio, no sabían jugar con él, siempre lo golpeaban, sería porque nunca nadie les había enseñado. La comida era siempre escasa, aunque parecía que era él la estrella del negocio. La gente decía que lo explotaban y un día, un hombre flaco como un gallinazo casi se lo roba. Así aprendió a presentir los peligros y escapar a tiempo. Ya no era un moniño, era un mono joven que lo mismo se las ingeniaba para hacer alguna monada y le den algo de comer o robaba la fruta o cualquier cosita de algún vendedor distraído. Aprendió también a esconder las cosas, porque cuando encontraba algo que le gustaba, los otros chicos se lo quitaban. Por eso nadie jamás encontró el espejito donde estaba esa cara tan dulce y bonita que algún día, estaba seguro, iba a encontrar. — Este mono se ha vuelto un diablo muy mañoso — decía, con un poco de orgullo, la gordísima señora. Hasta que un día, pasó algo raro, el abuelo no se pudo levantar para ir a la feria. Se quedó ahí en la cama, muy quieto y muy frío.
Sentía entonces unas tremendas ganas de brincar y chillar al ritmo de ese carnaval, a veces tan locamente
Algo dentro de su cabeza, le dijo al mono que ya nada sería igual, y por puro instinto, salió disimuladamente del cuartucho. Después de recoger su espejito, se puso a trepar muy arriba, hasta lo más lejos del suelo que se pudiera. Algo le decía que de eso dependía su vida, que la familia nunca más se abriría para él.
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IV Así conoció la ley de la calle, a respetar al más fuerte y jugar siempre en ventaja. También se hizo un experto ladrón y aprendió a engañar al gato y al perro, a burlarse del loro y de las palomas; muy pronto, un brillo de malicia apareció en su mirada y algunas cicatrices en su ágil cuerpecillo de mono callejero, revelaban que tras innumerables fugas en medio de una lluvia de piedras y palos, era un mono que había aprendido a sobrevivir a cualquier precio. Dicen que en la selva hay monos aulladores, monos leones, monos ardillas y muchos más. Para bien o para mal, definitivamente él había cambiado, ya no era solo un mono machín. Ahora se había convertido en un verdadero mono piraña. Sin embargo, algo no estaba bien, en su corazoncito de mono, sabía que no pertenecía a este lugar. Es sabido que los animales de la selva, jamás la olvidan, que nunca podrán sentirse del todo bien en otro sitio que no sea su bosque. Hasta que un día la conoció. Era una niña bonita, al menos la más bonita de todas las que había conocido. Le había dado algo delicioso, algo oscuro y suave que jamás había probado en su vida de mono y casi sin darse cuenta se había dejado tocar el lomo y la cola, un gesto que después del abuelo, nunca nadie le había hecho. Ellos sí que parecían una familia como ésas que salen en la televisión. Todo era sonrisas y nadie se enojaba con nadie. Tenían un carro muy limpio y ropas muy bonitas. Se esmeró en hacer tantas gracias hasta conseguir que la niña casi llorando, convenza a su padre, para llevárselo a casa. 18
Cuando llegaron, sintió algo familiar; pero no adentro, sino en los alrededores. No sabía decir si era el aroma o el verdor tan parecido al bosque que ya casi había olvidado. El lugar del que hacía tanto tiempo lo habían sacado a la fuerza: el valle del río madre. Pero ¡cuidado! se dijo, lo mejor sería esperar y observar, eso hasta ahora, nunca le había fallado. Durante los siguientes días, se había propuesto ser un mono ejemplar y olvidar las diabluras que había aprendido. Hacía todas las monadas que le pedían. Comió muy bien y vivió cómodamente en la gran casa donde hasta los perros lo querían. Era gracioso y ágil, inteligente y cariñoso, y además estaba esa niña tan bonita a quien le había robado el corazón. Se había convertido en un mono mascota, pero solo para terminar cada vez más convencido de que ahí afuera, ese aroma y ese verdor, le recordaban que debía estar cerca de algo que le habían quitado. Tal vez más cerca que nunca de su valle. La niña nunca lo había maltratado, sin embargo ya conocía a los humanos y su carácter tan imprevisible. Tanto te podían querer un día, como hacerte sufrir en otro, ya era hora de pagarles con la misma moneda. Así que esa noche, tal como había venido al mundo, el mono agarró su espejito, puso algo de pan seco en un atadito que se hizo con un viejo pañuelo de ella y sin despedirse, se marchó, preguntándose: ¿Por qué salí de la selva? En su corazón estaba terminando de recordar algo. — Yo soy Machín, el mono, no soy un ladrón fugitivo ni un juguete de humanos. Yo soy Machín, el gran mono blanco de la selva — dijo el mono— y ya es hora de volver. 19
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La Serpiente
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I Es muy difícil ser amigo de una Shushupe, hasta se podría decir que es imposible. Ella había nacido en hogar de serpientes muy temidas en las cabeceras del valle del río padre, todos sabían que eran las víboras más grandes y peligrosas de la selva, aunque jamás habían atacado a nadie si no era por hambre. Claro que no eran malas, pero en todo caso, era mejor no cruzarse en su camino. Le gustaba su cuerpo, largo y curvilíneo, amarillo con manchitas negras muy bien dibujadas. Sus padres la cuidaban siempre, pero en cada gota de su helada sangre, ella sabía muy bien cómo cuidarse. Era algo instintivo, algo que había nacido con ella desde el día en que rompió su huevo para salir a la selva. Un día descubrió que ningún animal podía resistir su mirada, tan fija y brillante. Por eso no le sorprendió que aquel pequeño y sonriente sapo viniera completamente fascinado y casi solito se pusiera delante de ella para ser su primer desayuno. ¿Qué podía hacer? cada uno tiene sus encantos y sería de sonsos, no aprovecharlos. Un día despejado como pocos, estaba ella con sus padres, durmiendo la siesta. Se habían acomodado en las ramas de un enorme árbol y sólo un ojo muy experto podría darse cuenta de su presencia. Cuando el estruendoso rugido de un desconocido monstruo rompió la calma. Definitivamente no era un animal común, sus grandes dientes de hierro se comían todo y en su gran espalda amarilla tenía unas extrañas franjas negras. Ese debía ser su diabólico nombre. 22
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Avanzaba arrasándolo todo a su paso, árboles altísimos que habían vivido por cientos de años y arbustos pequeños que recién habían aparecido con las lluvias. Desesperados, vieron escapar corriendo a todos los animales grandes y chicos: venados y agutíes, monos y huanganas. Por el cielo, pasaban renegando y maldiciendo los loros y demás aves multicolores. De los pueblos pequeños como las hormigas y las arañas, nadie podría decir nada. Hasta el poderoso otorongo lanzó su rugido de retirada. Pronto llegaron más monstruos igualitos, en pocos días todo ese lado del valle quedó vacío de bosque y la tierra apareció pelada y dura como la espalda de una tortuga vieja. Desde el frente del río, todos los animales miraban el nuevo paisaje: un centenar de carpas amarillas primero y enormes barracas de madera después, fueron llenando el valle donde hasta hace tan poco, habían vivido ellos. Después salieron de las carpas, grupos de hombres que se acercaban, se escuchaban unos ruidos fuertísimos como truenos en la tormenta y desaparecía un animal. Muy pronto, todos los animales habían perdido a alguien querido: un padre, un hermanito, un amigo, un vecino. Un día la pequeña Shushupe vio despedirse a sus padres para conseguir algo de comida.
El Encuentro
— Volveremos pronto, espéranos aquí, es más seguro. Pasaron varios días, todavía recordaba la última caricia que le había hecho su papá y lo más parecido a un beso que le había dejado su mamá: un rojísimo lengüetazo; y siempre se preguntó, si era eso un beso. Pero aquella tarde de interminable lluvia, algo en su frío corazoncito de serpiente le dijo que mamá y papá Shushupe ya no iban a volver nunca más. 24
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I Quedarse ahí era un suicidio, pero ¿a dónde ir?, la selva está llena de peligros. No solo eran los felinos o las mortíferas patas de las sachavacas cuando corrían desesperadas aplanando animales a su paso, o los ejércitos de cerdos salvajes que devoraban todo; también podían ser las comadrejas en celo que no le temen a nada, ni siquiera a las serpientes con veneno. Avanzaba despacio, siguiendo el curso de las aguas del río padre, con mucha cautela evitaba a los animales que le parecían peligrosos, en especial a ésos que andaban en dos patas, los mismos que la habían sacado de su valle. Al principio se conformaba con casi nada, a veces un ratoncito de monte era su única cena, poco a poco se fue atreviendo: un lagartito, un samani, un mono descuidado. Se descubrió también como una gran nadadora: algún boquichico o un joven sábalo del río, podían ser un buen almuerzo.
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II En pocos meses, se había vuelto una auténtica cazadora, ya no era tan solo una culebrítica tímida que esperaba a sus víctimas. Ahora era una astuta serpiente — y muy guapa además, aunque no lo supiera — que atacaba sin aviso ni piedad; era una temible depredadora que podía elevar la cabeza hasta casi dos metros del suelo y atacar desde ahí, clavando sus filosos colmillos con la velocidad de un rayo. Así, hasta el invencible otorongo había tenido que retirarse, más de una vez. Hasta que un día llegó a un campamento muy parecido al que había visto crecer cuando invadieron su valle y echaron a todos sus amigos. Un antiguo rencor nació en su helado corazón y sus ojos dorados brillaron con un nuevo y hasta ahora desconocido sentimiento. Había llegado el momento de la venganza.
Pero después vio a su mujer y a sus hijos, llorando a gritos, también vio a otros hombres desesperados que no sabían qué hacer. “No sé”, se dijo. “Ya no sé si he hecho bien”. Pensaba, pero en su cabeza de serpiente justiciera había algo que no estaba bien. Había terminado de recordar algo. — Yo soy Shushupe, no soy la asesina, ni la esclava de ningún diablo. Soy Shushupe, soy la gran hija del río serpiente, la que quita y da la vida. Así se dijo la serpiente. Y con un nuevo brillo en los ojos, decidió: — Creo que ya es hora de partir.
Ahora tenía que elegir, ni mujeres ni niños, por supuesto. Eso sería cosa de hombres. Dejaría acercarse al patrón, al más fuerte y abusivo, cuando esté solo. Pacientemente observó y esperó, sería mejor de noche. Cuando clavó sus dientes en la suave carne, no sintió nada más que el furioso grito de dolor del hombre. Veloz como una flecha, huyó serpenteando hasta perderse en la oscuridad de la selva. A la mañana siguiente regresó para ver lo que había pasado. Bien oculta en el bosque, vio cómo sacaban al patrón, lo escuchó quejarse de dolor, vio su pierna hinchada y muy negra, leyó la angustia en sus ojos y lo disfrutó todo. 28
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La Primera Vez
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I — Bueno, aquí estamosss — se dijo la serpiente, mientras cerraba los ojos tan contenta de aspirar profundamente el aire de su nuevo valle. Había pasado tantos soles buscando un lugar que le guste y por fin parecía estar contenta con éste. Aquí se confundían muchos olores: a lejano café y resecas hojas, a tierra húmeda y cálida. Sí, definitivamente a esto debía oler el hogar. Lo primero sería recuperar fuerzas. Resuelta a cazar algún animalillo desprevenido, se confundió entre las secas ramas de un gran árbol de cacao. Todos los grandes cazadores eligen su territorio, escogen su terreno y esperan. Ella tuvo que esperar un buen rato, pero al fin lo vio venir. Era un coatí entre tierno e inocentón, iba husmeando brotes frescos y gusanillos, estaba gordito y muy fresco para un buen almuerzo. Así, atraídos por el delicioso perfume del árbol, fueron llegando cada día los más variados manjares en dos, cuatro o ninguna pata: ya era un nutrido siwayro, un paujil o algún bullicioso mono que se atrevió a interrumpir su sagrada siesta. Hasta que un día apareció un extraño ser entre los árboles. Estaba muy sucio y desgreñado. Parecía triste y distraído, no era gran cosa: un mono tan joven y flaco no significaba una buena cena, ni siquiera de merienda valía esa pobre bolsa de huesillos. — A buena hambre no hay mal pan — se dijo la sierpe y sigilosa como todas, se preparó para el asalto final. Apenas creyó tener a su alcance al monito, le lanzó 33
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una terrible dentellada con la seguridad de que jamás animal alguno había sobrevivido a su ataque. Pero se quedó hecha de piedra cuando con una rapidez increíble, el mono la esquivó y se trepó a lo más alto de su propio árbol, desde donde ahora la estaba mirando, entre irónico y sorprendido. Recién viéndolo bien, reconoció que debajo de toda esa mugre, había sido blanco. Cuando era todavía una joven serpiente había oído que el mono machín era un tipo de mono travieso y valiente que se burlaba de cualquier peligro. En algunas tribus de la selva, aseguran que son brujos y las leyendas decían que podían acabar incluso con gigantes. Sería mejor andarse con cuidado. El Machín desde arriba también reconoció las manchas negras de la temible víbora amarilla. Recordaba algo que le habían dicho sus abuelos: la Shushupe jamás perdona a quien la pone en ridículo. Ahora podría huir, pero tarde o temprano lo encontraría y entonces sería el fin. Su heroica vida de mono aventurero no merecía acabar así, tan tristemente. Tenía que hacer algo. Pero por ahora, lo mejor era escapar.
La Segunda Vez
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I Al día siguiente, la Shushupe recibió una visita inesperada, ahí frente a ella estaba el mismo mono blanco que se le había escapado. Estaba ahora muy limpio y reluciente. Su aspecto humilde y su cara de inmensa inocencia y arrepentimiento, le despertaron gran curiosidad. — ¡Oh, gran señora de los bosques!, ¡hija del poderoso río! dijo con voz suplicante el macaco. — Sé que me he portado muy mal con Ud. ¡Yo, un miserable mono piojoso con un pie en la tumba! ¡He osado negarme a servir de mísero bocado a tan distinguida dama! —… — Humildemente os pido una segunda oportunidad para lavar mi ofensa. Es mejor acabar así, pues ya sé que mi suerte está echada — dijo con resignación el astuto mono. La arrogante serpiente no sabía si echarse a reír o acabar de un solo mordisco con esa inútil conversación. Tras un chasqueo de su cola, se lanzó como un relámpago y mordió al mono. El pobre mono poniendo una cara de terrible dolor, cayó agitando sus cuatro manos y gritando. — ¡Ay! ¡me muero! ¡me muero! Y tras una última lágrima…¡Ay! ¡Me morí! La serpiente se quedó contemplando el cuerpecillo del mono con algo de pena, cuando abriendo los ojos 37
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como platos vio que de un ágil salto el mono se levantó y haciendo una graciosa reverencia le dijo: — Bueno pues, señora Shushupe, todos dicen que Ud. persigue a sus enemigos hasta la muerte y como ya estoy muerto, ya no habrá motivo para que me persiga. Y brincoleando alegremente, como solo puede hacerlo un mono, se perdió entre el espeso bosque, dejando a la serpiente boquiabierta.
La Cascada
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I Una semana ya había pasado desde la resurrección del Machín. Y la shushupe andaba muy deprimida al creer que su veneno, había dejado de ser tan mortífero como siempre. Hasta que un día, de pura casualidad, escapando de una embestida, tuvo que morder en defensa propia a la sachavaca más grande que jamás había visto. Grande fue su sorpresa cuando el colosal mamífero cayó redondito un poco más allá, a diez metros de la mordida. Entonces se dio cuenta del engaño del miserable mono. Había tomado algún antídoto o había hecho alguna malosa brujería de monos, para resistir a su veneno. — Pero eso no funcionaría dos veces — se dijo y regresó al bosque para darle una lección a ese mono bribón. Mientras tanto, el Machín disfrutaba a sus anchas de la libertad de la selva. Se había instalado en una hermosísima cascada donde comía y bebía a pierna suelta. Allí se habían reunido muchos animales para oír sus historias. Así supieron cómo el mono fue llevado muy pequeño a la ciudad, donde gracias a su gracia innata, inteligencia suprema y valor incomparable, logró sobrevivir y además consiguió enamorar a una princesa hija del sol y de la luna. También escucharon asombrados, de la vez en que el Machín conoció los bosques de Oriente donde gracias a unos viejos maestros, aprendió los secretos de combate que lo hacían invencible. Algo que solo le enseñaban a muy pocos elegidos, allá lejos, por donde nace el sol. 42
Así día tras día, todos en el bosque se fueron enterando cómo el Machín había sido dueño de una gran casa donde todos le servían, cómo engañó a un gran monstruo de metal y le ordenó llevarlo a donde él quisiera, cómo hizo bailar al gran demonio rojo, y sobre todo su última hazaña: cómo le hizo creer a la mortífera Shushupe, quien mataba con solo la mirada, que había perdido su poder sobre la muerte, tan solo por haberse atrevido a morderle a él, al Gran Machín, el mono blanco, matador de gigantes.
II Muchos rumores sobre ella parecían haber circulado en la selva y ya algunos animales empezaban a perderle el respeto, incluso se decía que había perdido los colmillos y ya estaba vieja y ciega. Tuvo que matar más de lo que comía, incluso cometer pequeñas masacres, pero el daño ya estaba hecho. Para que el respeto vuelva tenía que castigar al insolente mono. Si no la selva entera seguiría riéndose de ella. Muy pronto supo dónde vivía el mono que presumía de tantas historias. Y hacia allá partió, con el corazón ya de por sí frío, ahora helado de cólera, la enojada serpiente. Nadie le haría pasar una semana de preocupaciones, sin pagar el precio de su venganza. Mientras tanto el mono seguía contando sus aventuras, y al terminar una y empezar otra, era cada vez más valiente, más guapo y más sabio. No contento con burlarse de la serpiente, también comenzó a burlarse de 43
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toditos los demás animales, sin respetar a nadie, como solo un mono sabe hacerlo. Hasta que una tarde, una vocecilla le advirtió. — Goce mientras pueda, maestro Machín, porque la Shushupe lo anda buscando. Era un joven sapo al que una vez, decía haber salvado de los colmillos de un caimán. Sin perder la muy buena sonrisa y con aires de suficiencia, el mono le respondió: — Yo soy Machín , el gran mono blanco, matador de gigantes, hijo preferido del bosque y no le tengo miedo a nadie. Aunque en el fondo, se acordó de la mirada de la Shushupe y en su corazón de simio, sabía que tenía que andar con cuidado. Su flamante carrera de mono fabulista no podía terminar de esa manera.
III Cuando Shushupe llegó a la cascada, ya era de noche y aunque no encontró a nadie, advirtió varios pares de ojos mirando desde la espesura del bosque. Cansada y molesta por la larga búsqueda, exclamó con sibilante, pero enérgica voz: — ¡No tengo nada contra ningún animal de dos, cuatro o ninguna pata de este lugar! ¡Excepto contra uno que por fanfarrón y tramposo merece la muerte! Solo el eterno chirrido nocturno de las cigarras le res44
pondió sin eco. — ¡Si lo entregan ahora mismo a mi justicia, prometo que nadie más sufrirá! Solamente el incomprensible rumor del agua se oía. — Todos saben muy bien de quién hablo, así que no lo repetiré otra vez. ¿Dónde está el mono Machín? Nuevamente tuvo que aguantar unos minutos de exasperante silencio. — Muy bien, ustedes lo han querido, me instalaré en este lugar tan cómodo, hasta que alguien de cada una de vuestras familias me haya servido de alimento. — Recién entonces se pudo oír los breves y temerosos saltitos de un pequeño sapo cornudo que tras ponerse prudentemente cerca, le dijo: — No se enoje, señora Shushupe, pero el maestro Machín nos ha asegurado que no le tiene ningún miedo y que mañana con las primeras luces, vendrá a este mismo lugar para darle una muestra de su increíble fuerza y técnica aprendidas en las más legendarias escuelas de artes marciales. Sencillamente la serpiente, no lo podía creer, ese sucio simio la estaba retando delante de todos y además le haría esperar. — Además dijo que como caballero que es, no quiere tomar ventaja de su cansancio y espera que usted descanse lo suficiente para medir fuerzas en total igualdad 45
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IV
de condiciones. ¡Qué tal lisura, y encima se hace el honorable!, —se dijo la serpentina. — La única condición que suplica el sensei Machín para no dañar la sensibilidad de nuestros hijos pequeños. Es que no se vea correr su sangre de noble serpiente, ni se vea su reptil cuerpo destrozado por la invencible técnica de combate que el gran Machín ha aprendido en el lejano oriente. La poderosa Shushupe no podía creer tantas patrañas y cortó: — ¡Basta de historias! ¡Simplemente díganme dónde está el fanfarrón! — En este momento el sensei Machín se encuentra meditando frente a las estrellas, en alguna collpa sagrada del bosque. Y nadie osaría interrumpirlo. Pero le asegura que si es derrotado, todos los animales nos encargaremos de que él sea su desayuno. Dudó un instante la temible sierpe; pero al fin, relampagueando los ojos, dijo: — Que así sea entonces, pero recuerden que mi amenaza sigue en pie.
Al día siguiente, muy temprano se levantó Shushupe para esperar al mono canalla. Grande fue su sorpresa cuando lo vio llegar sentado de una manera muy extraña y sobre el lomo de una gran tortuga charapa. Cuando se bajó, pudo ver que vestía un graciosísimo taparrabo de color naranja y que todo el pelo de su cuerpo de mono lucía muy brillante. Casi no pudo controlar las ganas de lanzarse sobre el mono payaso, pero ya había dado su palabra de Shushupe, así que con voz helada le advirtió: — Por algún arte de brujería te libraste una vez de mi veneno, miserable mono, pero esta vez me aseguraré de tu castigo. Respondió el mono, con una voz que sembraba tranquilidad en el aire de la noche. — Es usted muy rencorosa, señora Shushupe, pero como iniciado en el camino de la paz y el amor, no puedo permitir que mis pequeños amigos vean inútiles actos de violencia. — ¿Y cómo crees que escaparás esta vez, mentiroso? — Precisamente para que no queden dudas de mis nuevos poderes, me entregaré, y usted me apretará con su poderoso y larguísimo cuerpo hasta ahogarme y con mi muerte habrá paz en este lugar. Un gran murmullo de sorpresa surgió de entre el bosque, donde se habían acomodado los animales.
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J.D. RODRIGUEZ
EL VALLE , EL MONO Y LA SERPIENTE
Mirando el tamaño y la fuerza de los anillos de la enorme Shushupe y los huesos escuálidos del Machín, era fácil calcular que eso iba a ser un suicidio o un sacrificio del abnegado mono para salvar a todos los demás. — Te aseguro que haré saltar tus ojos traicioneros — dijo sonriendo, la Shushupe. — Pero si usted no consigue matarme; después, para demostrarle que no deseo hacerle daño, tan solo abrazaré aquel arbolito y trataré de tumbarlo con la sola fuerza de mis brazos.
Pero, en ese momento y de manera increíble, vieron como el Machín se salía por debajo del enorme nudo en que se había convertido la serpiente. Era como verlo volver a nacer. Sorprendida la Shushupe, volvió a lanzarse velozmente y esta vez para asegurarlo bien, se enrolló fuertemente entre su cuello, debajo de los brazos y también entre sus piernas. Todos los espectadores, esta vez ya hinchas fanáticos del Machín. Rompieron en aplausos cuando lo vieron volver a escurrirse de entre los anillos de la gran sierpe, esta vez por arriba.
Y el Mono señaló el enorme tronco de un cedro que estaba casi en un extremo del campo. Ella no era pequeña, pero estaba segura de que ni con tres Shushupes como ella, se podría rodear un tronco tan grueso.
Así pasaron varios interminables minutos, cuando no era por arriba o por abajo, el increíble mono se salía por algún resquicio que dejaba el largo cuerpo de la tremenda Shushupe. Hasta que el mono le preguntó:
— Si lo consigo, usted y yo quedaremos en paz. Podrá irse a cualquier lugar de este inmenso valle, y nadie en esta parte del bosque deberá temer su venganza.
— ¿Necesita usted más tiempo, señora mía, o ya me está agarrando un poco de cariño por tanta caricia?
Otro murmullo de admiración surgió en el aire. Definitivamente el Machín se había ganado el auditorio. — Y para que no queden dudas de mi honestidad, aquí me tiene tal como vine al mundo — dijo el mono, quitándose el taparrabos. Muy segura de sí misma y ansiosa de castigarlo. La Shushupe se lanzó como un rayo en ondulantes movimientos, hasta quedar frente al mono. En menos de cinco segundos lo tenía totalmente enrollado y empezó a ajustarlo con fuerza. Todo el bosque lanzó un suspiro de pena por el valiente mono. 48
Algo fatigada la Shushupe y dándose cuenta de que estaba haciendo el ridículo delante de todos los animales, le contestó: — Eres un tramposo, te has echado alguna cosa para que no pueda agarrarte bien. — Nadie sería tan tonto como para entregarse tan fácilmente en sus brazos, señora serpiente. Se había embadurnado con aceite de palma, el más resbaloso líquido de todita la selva.
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V Ahora le tocaba el turno al Machín. En unos cuantos brincos se puso enfrente del gran tronco y cerró los ojillos, ahí parado en sus dos patas y con la cola en forma de ese, parecía un pequeño brujo hablando con el árbol. Nadie se atrevió siquiera a respirar para no romper la concentración mental del mono. Abrió los brazos, lentamente juntó las manitas y de un solo impulso le dio el golpe más fuerte que podía con sus bracitos de Mono, mientras lanzaba un gran chillido. Lo que sucedió luego, quedaría en la memoria de todos los animales por mucho tiempo. Muy lentamente al principio, vieron cómo el enorme árbol se fue derrumbando, hasta que con un gran estruendo, quedó tumbado en medio del bosque. Después de unos instantes de general sorpresa, todos rompieron en interminables aplausos de admiración para el Machín. Solo la Shushupe permaneció incrédula y en voz alta, exclamó. — No he vivido en lo más cruel del bosque y no he visto tantassss veces la muerte, como para no darme cuenta de que has hecho alguna trampa nuevamente, mono cobarde. Ahora… ¡prepárate a morir con mi mortal veneno! Un sudor frío recorrió el cuerpo del mono, desde la punta de su nariz, hasta la punta de su cola. Esta vez no había masticado la raíz que lo protegía contra el veneno, su muerte estaba cantada, cerró los ojitos rezándole al gran espíritu protector de los monos. 50
Cuando con voz de trueno rugió el gran otorongo: — Basta ya, gran víbora, el Machín ha cumplido con su palabra y todos aquí lo hemos visto. No permitiremos que le hagas ningún daño. Tenía razón, además no podía enfrentarse sola a todos los animales grandes y chicos, insectos y aves, de tierra, de agua y del aire que estaban ahí. Hasta algunas de sus hermanas serpientes parecían estar dispuestas a defender al mono. — Ya que fui yo la primera en atacar, creo que estamos mano a mano, ¿o se te ocurre alguna idea mejor? dijo la Shushupe con la mirada clavada en los ojos del Machín. — Veo que la fama que tiene, señora Shushupe, no era mentira. No merezco terminar en sus colmillos. — Tampoco tu fama es una leyenda, mono atrevido, ninguna otra criatura habría tenido el valor de hacerme frente — aceptó la serpiente. — ¿Entonces, me perdona? — dijo con un hilo de esperanza en la voz, el machín. — Y le juro que guardaré el secreto del antídoto para su veneno. — ¿Me acompañarás hasta encontrar un lugar donde pueda quedarme a vivir? — ¡Claro que sí, señora! Si usted conoce tan bien el suelo y yo, conozco tan bien los árboles… ¡podríamos avisarnos tantas cosas! 51
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— La verdad es que es triste caminar siempre sola y ver cómo todos me tienen tanto miedo – dijo con voz conciliadora, el reptil. Y así fue como el Machín y la Shushupe se fueron de la cascada. Bajaron por una curva del río, una curva parecida a la del río madre donde el mono había nacido y luego pasaron por una pampa igualita a aquella donde la serpiente había sido feliz. — ¿Y cómo convenciste a los insectos y termitas para que escarben en el tronco del árbol y te lo dejen listo para un solo empujón? — preguntó la Shushupe. Abriendo enormemente sus ojos, el taimado mono se dio cuenta de que había encontrado a alguien tan astuto como él. Así empezaron a recorrer juntos todo el nuevo valle y hasta el día de hoy, todos en el bosque aún se acuerdan del día en que la Shushupe y el Machín se aburrieron de pelear y decidieron ser buenos amigos.
El Pongo
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I Tal vez no lo sepas, pero cuando un río se hace muy grande y fuerte, juntando las aguas de muchos otros ríos, tiene que pasar por una gran puerta para salir completamente de la montaña y perderse en la gran llanura de la selva. Es como si naciera de nuevo. Dicen que esta gran puerta es mágica. Los abuelos le llamaban Punku, pero ahora su nombre es Mainique. Los hombres creen que el Punku es la puerta a muchos mundos: desde allí se puede subir hasta el gran río del cielo donde viven poderosos seres que todavía no entendemos. Aunque también se puede bajar al río de abajo, para reunirse con los horribles seres que atormentan nuestras peores pesadillas. En fin, todo dependerá del río que más nos haya gustado durante nuestra vida. Todos hablan de él con respeto y temor, algunos dicen que el río corre por paredes de roca viva tan altas que casi llegan al cielo; otros aseguran que hay partes donde el agua del río fluye hacia arriba en vez de bajar. Que existen cuevas y laberintos donde junto a fabulosos tesoros, viven sirenas, duendes y otros seres increíbles. Según cuentan los animales más viejos, todos los habitantes de la selva deben llegar a él por lo menos una vez en su vida. Viene un día en que sienten la necesidad de ir hasta allá para conseguir algunas respuestas o tal vez solo para enfrentar la terrible verdad. Tal vez tú no lo sepas, pero solo después de pasar el Pongo entiendes la vida y sus verdades. 55
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II Muchas penurias habían pasado los nuevos amigos: peligros en el bosque y en el río, hambre y frío, también discutieron y hasta pelearon, vieron perderse en la distancia las últimas montañas hasta que una noche llena de luna, llegaron a una gigantesca roca. Ahí el río se volvía respetuoso, lento, casi religioso. Había ahí algo sagrado que no podían describir. — ¡El pongo!
ÍNDICE EL VALLE Y EL RÍO.....................................05 EL MONO ......................................................09 LA SERPIENTE ............................................21 EL ENCUENTRO...........................................25
Se dijeron, los dos animales. — Pasando por él, se encuentran las respuestas.
LA PRIMERA VEZ........................................31 LA SEGUNDA VEZ.......................................35 LA CASCADA ..............................................39
— Se conoce la verdad.
EL PONGO.....................................................53
— Y se encuentra la paz. Y diciendo así, se miraron fijamente como dos animales que se encuentran por primera vez, pero ya eran amigos desde el principio de los tiempos. Yse dijeron: — Entonces, es el momento de que pasemos juntos por el Gran Pongo de Mainique.
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Impreso en Talleres Gráficos de Finishing S.A.C. Lima — Perú