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EL LUGAR
EL PARAÍSO SE LLAMA MANDARINA
POR CLAUDIA CÁNDANO
A partir de la pandemia todos cambiamos nuestra forma de pensar al planear un viaje o una escapada fuera de la rutina. Todos pensamos “¿a dónde me voy sin ver a tanta gente?” One & Only Mandarina responde esta pregunta con creces. Es un proyecto pensado para que pases el aislamiento en este acantilado costero de la forma más natural que te puedas imaginar. Aquí no tienes que salir ni para ver las estrellas.
Tu llegada se festeja con el anillo de un gong de bronce fundido que resuena sutilmente para avisarle al equipo (y a ti) que has llegado al paraíso. Este gong está hecho por la familia Grez, unos artesanos que llevan sesenta años fabricando campanas.
Después de esa bienvenida frente al árbol de higuera más impresionante que has visto, entras a un espacio abierto inspirado en las haciendas mexicanas donde te reciben con una copa de champaña, un coctel o un vaso con agua, cada quien elige cómo empezar su vacación. Mientras te ayudan a hacer check-in, me rodeaba una exposición de tres piezas de arte de hoja de oro del taller mexicano, Fervor. Sentada en una mecedora de parota y teca, me tomaba mi champaña pensando que estaba en el mejor lugar para pasar una semana de relajación y aventura.
Cuando era chica, mi sueño era tener una casa en el árbol como la familia Robinson (si naciste en los noventa, seguro no sabes de qué estoy hablando), pero Flon pasaba sus días corriendo en la selva, pescando en el mar y comiendo frutas tropicales, con una flor en el pelo. Esa idea del paraíso estaba frente a mis ojos cuando me llevaban en el carrito de golf a mi habitación, una de las 105 villas encaramadas en un acantilado entre ramas frondosas y una vista al mar desde donde sea que te pares. La idea es que vivas, de forma muy privada, una experiencia cercana a la naturaleza, tanto que te recomiendan mantener la puerta cerrada de tu cuarto cuando no estés, para que a tu regreso no te encuentres a un inofensivo tejón comiendose la fruta que te dejaron de bienvenida.
Las casitas del árbol están construidas con arcilla, madera, metales preciosos y piedras, todos provenientes de la región, haciendo de los espacios pequeños santuarios arraigados en el espíritu terrenal de las culturas cora y huichol. La carpintería fue hecha a mano por artesanos locales, igual que los textiles de la marca Colorindio. Las jarras de los escritorios son de Nouvel Studio, expertos en la producción de vidrio soplado. Justo en el momento que estás descubriendo estos detalles, entras en el conflicto entre salir de tu cuarto para explorar todos los espacios del hotel o pasar toda tu estancia en esta hermosa y perfecta casita del árbol que te da la oportunidad de bañarte con vista al mar o sentarte a contemplar las estrellas desde un sillón en el que, cuando te acuestas y volteas hacia arriba, te da la sorpresa de un techo movible que se convierte en mirador. Insisto, no he salido de la habitación.
La sensación de estar dentro es como de estar fuera, porque para donde sea que voltees ves verde. Es impresionante. Lo que no es vegetación es un mar infinito que te da entre paz y felicidad, todavía no sé cuál de las dos sensaciones perduró más tiempo. Otra de las cosas más bonitas de la arquitectura de este paraíso es que su función es que la luz natural invada cada rincón de tu cuarto, el baño tiene un ventanal de piso a techo, al igual que toda la villa, para que disfrutes de la calidez que da la luz del sol. Las puertas corredizas te permiten integrar la terraza con la recámara para que disfrutes del espacio completo. El mobiliario, todo en tonos cálidos, hecho en madera, con cojines en color crudo, se funde con el ambiente, al igual que los tapetes tejidos a mano. Los acentos en negro, blanco y cobre, son perfectos dentro de la decoración del espacio. Por fin salí de mi cuarto, y no porque no quisiera conocer otras áreas del resort, pero no me soltaba tanta belleza. Fui a dar un paseo a caballo y no cualquier paseo. Dentro de Mandarina Experiences están los torneos de polo y uno de los caballos competidores me llevó a conocer hasta el último rincón del One&Only. Una caminata por la selva y después una cabalgata por la arena, seguidos de un hike para conocer La Abuela, un árbol con quinientos años de edad. Ahí frente a semejante belleza, me eché una pequeña meditación que me relajó para terminar mi día en el Jetty Beach Club. El perfecto club de playa donde puedes estar en un camastro en la arena o sentado en las mesas interiores rodeado de ventanas abiertas que dejan pasar la brisa mientras te tomas un vinito blanco o un aperol spritz. ¡Que delicia!
Mi día terminó con una cena en Carao, el restaurante de Enrique Olvera que se encuentra en el pico más hacia el sur dentro del resort y que, si llegas a la hora del atardecer, es espectacular. La alberca con borde infinito se funde con el mar y la terraza tiene vistas a todo Mandarina. Los interiores son cálidos, con estructuras pesadas de madera de tornillo y en las paredes cuelgan fotografías de Xavi Bou, específicamente de su proyecto Ornitographies, inspirado en los patrones invisibles que trazan los pájaros en vuelo.
Claro que un lugar así tiene que tener un spa a la altura de cada rincón. Siguiendo la arquitectura de bajo impacto, está ubicado en un jardín de rocas volcánicas naturales, con una higuera enorme que contemplas mientras llega tu terapeuta para llavarte a tu tratamiento. Cuando salí del spa, completamente relajada y como en una dimensión desconocida, pasó junto a mí Margot Robbie, que llegaba al gym cuando yo salía del spa. Ahí me di cuenta del nivel de privacidad del hotel, fue a la única persona que vi en toda mi estancia.
Si tuviera que elegir un lugar para pasar la mayor parte de mi vida estoy segura de que sería en One&Only Mandarina. Sobre todo en una de las casitas del árbol, disfrutando de la cama que es como una nube perfecta.
El interior se confunde con el exterior y a donde sea que voltees hay espacios con mucho verde.