Esta es la historia de un árbol. Grande, gordo envejecido. Que cumplía bien su misión como cualquiera lo haría.
En Primavera brotaba,
en el invierno la umbría,
amarillo en el Otoño
y en el invierno dormía.
Era un árbol nada más con sus raíces, el tronco la gran copa verdecida pero que estaba muy solo y tan solo se aburría. - Ser árbol, no es ser gran cosa… Cada día se decía. Y a nadie se confiaba porque con nadie quería.
El quería ser bandido, pirata con caracola, bandera de algún lugar, unicornio de prestigio. Y soñaba serlo todo y fue un árbol nada más, grande, gordo, entristecido. -Quién pudiera ser el agua para saltar y jugar, cambiarse de vestimenta, río, lago, pozo, mar! .
Era un día de verano. De tanto calor que hacía toda la tierra crujía como un pan rubio y tostado. Por el camino empolvado llegó un hombre y su maleta.
El árbol quedó callado. Nada de nada escuchaba del miedo que le invadía. Y el viajero fatigado junto a su tronco decía: - Qué suerte que tienes árbol de tener sitio en la tierra. Mis pies de aquí para allá, no encuentran nunca cobijo. Si pudiera echar raíces, me quedaría contigo.
El árbol no respondió, pareció perder el sino. El hombre le acarició y prosiguió su camino.
Volvió a renegar el árbol por ser planta y no ser agua. A quejarse sin remedio de los años que aguantaba. -Por qué tengo que ser viejo, quisiera ser flor de un día, nacida en cualquier balcón, bien regada y corta vida.
Así pasaba las horas, Arrugándose por dentro De tanto que maldecía. Y acertó a pasar un niño cargado con su mochila.
El árbol cerró los ojos, no quería ver sonrisas. Se le arrugó la nariz como atascada de tiza. La boca le hizo una mueca y se subió más arriba. Las orejas le volaron, si es que el árbol las tenía.
El niño empezó a contarle Cosas de su corta vida: - ¡ Qué sabio debes de ser viejo árbol del camino! Yo, que recién comencé siempre ando preguntando Por qué, dónde, cómo, cuándo… Y sin embargo no sé.
El chico se abrazó al tronco como al abuelo el domingo. Lo besó grieta por grieta y la leña ennegrecida parecía tener brillo. El árbol casi se quiebra por el amor de aquel niño. Y el corazón de madera se le esponjaba en el pecho Como si andara podrido.
No pareció ser bastante para el tronco endurecido, los besos que aquel pequeño le regaló cuando vino. Y siguió negro que negro, Queriendo ser otra cosa, Maldiciendo su destino. - Quisiera ser golondrina y por el cielo volar. Hacer nidos, tener hijos y en compañía viajar…
Mientras decía estas cosas, Una viejita enlutada Se acercó por el sendero. Se recostó junto al árbol Y suspirando le dijo:
- ¡ Qué suerte que tienes árbol! Naces solo y mueres solo. No gozaste compañía. Ni sabes lo que se sufre cuando la muerte te quita lo que te otorga la vida.
Y la abuela se marchó con su pena y su toquilla. Y al árbol le pareció que entre sus ramas de arriba, le brotaban las ideas, bombillas o lucecitas.
Y pasaron comerciantes, Una niña con sus trenzas, un carro con dos mulillas, una burra con tinajas, un anciano con gallinas, un autobús, un rebaño, jarrones de loza china.
Y el árbol los escuchaba y a penas se lo creía… - Tanta gente que pasó durante toda mi vida y nunca me percaté de las cosas que decían. Se dio cuenta del error: Lo poco que se quería.
Y en aquel preciso instante, En una gran sacudida Al árbol le florecieron mil doscientas cinco ardillas, cuatrocientos abejorros, pájaros de fantasía.
Y en sus ramas se posaron lunas doradas de Agosto, el cuclillo y su familia, un niño de largas piernas, flores, frutos, dos mochuelos… ¡ Le parecía mentira!
De las resecas raíces que asomaban mortecinas, comenzaron a brotarle puntas verdes y cien hojitas. La savia se derramaba de tanta como tenía.
Y del árbol nació un bosque, Y se hicieron compañía.
¡ Qué cosa grande que soy! Se dijo desde aquél día.