Tierra de mis amores, 2021

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ontenido Editorial.................................................................3 Mtro. Osvaldo Chávez Rodríguez A manera de Apertura...................................................4 Mtro. Luis Ernesto Camarillo Ramírez Fray José María Belaunzarán............................................5 Dr. Eduardo Vidaurri Aréchiga, Cronista de la ciudad de Guanajuato La Proclama de la Independencia en Guanajuato, 1821-2021........................................................................8 Mtro. Ernesto Camarillo Ramírez Incendios de la Virgen de los Dolores en Guadalajara, Jalisco....................................................11 Mtra. Enriqueta Bautista La música en los festejos del viernes de dolores en la ciudad de Guanajuato............................................13 Mtro. Abel Huerta Los concursos del altar de la Virgen de los Dolores.. 15 Dr. Luis Miguel Rionda Una visión antropológica del altar de dolores en Guanajuato......................................................17 Dr. Luis Miguel Rionda La moda femenina para la Semana Santa en el Guanajuato porfiriano...................................................21 Mtra. Ruth Yolanda Atilano Villegas Poesía | ..........................................................................26 Agonía Arq. Ared Alvaira Reloj de Valenciana Mtro. A. J. Aragón El contenido de los artículos publicados en esta revista, es responsabilidad de cada autor. Portada: La Ilustración de portada pertenece a The Game Kitchen y esta inspirada en la obra Vuelo de brujas, pintado en 1797 por Francisco de Goya.

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Viernes de Dolores de 2021

Editorial Fiesta, tradición y memoria En poco más de un año, el mundo ha experimentado un sinfín de rutinas que, si bien estaban ahí, vinieron a trastocar la forma en cómo nos relacionamos con el entorno, con las demás personas y con nosotros mismos. El tema del encierro domina la escena social, las sobremesas, las charlas telefónicas y los mensajes; sentimos en carne propia que algo casi intangible como un virus nos ha arrancado de raíz buena parte de nuestras vidas, y buscamos nuevas maneras de no quedarnos aislados, de seguirnos relacionando con la familia, con amigos, con el trabajo. Pese a todo ello, hemos descubierto que entre más alejados estamos, más nos extrañamos y que no podemos detener nuestros gustos, costumbres o tradiciones. Precisamente una tradición para la sociedad guanajuatense que no debe morir es el Viernes de Dolores, fiesta colorida en la que la ciudad se viste de flores, de bullicio y del júbilo que nos da la primavera; y parte de esta tradición es nuestra Tierra de mis amores. Una selección de textos que, desde hace más de 60 años, nos acerca a nuestra historia, a nuestra convivencia y a nuestra identidad. En esta oportunidad, entregamos a los lectores una pequeña muestra de esa memoria, escritos que nos ayuden a no olvidar que toda esta situación pronto pasará y que volveremos a lanzarnos a las calles para disfrutar del agua fresca y de la nieve, a nuestro Guanajuato, a nuestra querida tierra. Mtro. Osvaldo Chávez Rodríguez Director de Extensión Cultural Universidad de Guanajuato

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A manera de apertura L. Ernesto Camarillo Ramírez

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brazar es algo que en estos días se valora mucho. Estar cercanos, coincidir, convivir, sabernos cerca sin importar en dónde estemos: tan cerca… a la distancia de un pensamiento. Así es como nace este número, en medio de una crisis de salud a la que no podemos dar la vuelta pues de una u otra forma ya nos tocó, pero nos debe hacer reflexionar y ser conscientes de que al menos a lo largo de estas más de seis décadas de que apareció el primer número de Tierra de mis amores, hemos vivido momentos coyunturales: inundaciones, temblores, derrumbes y deberemos seguir con el mejor de los ánimos, pues la vida sigue y nosotros con ella. En esta edición del recuerdo, como lo proyectó su editor fundador Don Erasmo Mejía Ávila, nos adentraremos a la materia de la que están hechos los sueños: la memoria, la historia, la tradición, nuestro patrimonio intangible, ese que lo sabemos pero que es

inasible hasta que lo evocamos y traemos a nuestro presente, resignificado, deconstruido pero identificable por las generaciones que lo vieron en su versión original. Al igual que en 1959, año en que apareció el primer número de Tierra de mis amores. Edición del recuerdo, un grupo de amigos escribieron sobre tópicos que les permitía recordar, y compartir para los vecinos, pero sobre todo para aquellos que las responsabilidades laborales o familiares los habían alejado de la cañada santafesina, con la única intención de que los que estuvieran lejos se sintieran aquí, siendo una forma de que este Guanajuato extendiera sus brazos hasta donde estuvieran sus hijos y abrazarlos, a la distancia abrazarlos y que sintieran el latir de su memoria y añejas historias y tradiciones. El pretexto, el viernes de Dolores, los altares, las banderitas de oro volador, los ojos de boticario, al álamo, los cebos y la manzanilla, todo eso para darle telón a la imagen de la

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dolorosa, pintada sobre lámina por algún exvotero anónimo o por el propio Manuelito Leal. Esta, nuestra tierra, la de nuestros amores, nos permite seguir acercándonos a su historia y tradición y en pleno siglo XXI, sin importar los momentos que vivamos, trataremos de evocar ese espíritu de celebración bajo el ánimo de no perder la tradición, la que nos une y nos ayuda a forjar identidad y orgullo. Vaya esta revista para los editores y escritores que nos precedieron, para nuestros lectores que se nos han adelantado y darles la bienvenida a los que nos leen por vez primera. Esta es Tierra de mis amores 2021, pero antes que todo, ¡FELICIDADES A TODAS LAS LOLITAS!


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Retrato de Fray José María de Jesús Belaunzarán y Ureña, tomado de la litografía de Decaén, de 1857, elaborado en 1972 por Pablo Valera Herrero

Fray José María Belaunzarán José Eduardo Vidaurri Aréchiga Cronista municipal de Guanajuato

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l propósito de estos pequeños viajes al pasado es conocer un poco más acerca de nuestra ciudad, su historia, sus tradiciones, sus personajes y todo aquello que nos otorga identidad y que nos hace sentir orgullosamente guanajuatenses. En esta ocasión recordaremos al célebre fray José María Belaunzarán, el héroe que salvó a la población de la ciudad de Guanajuato del degüello ordenado por los jefes militares realistas Manuel Flón y Félix María Calleja el 25 de noviembre de 1810. La razón de recordarlo en esta ocasión se debe a que el próximo 31 de enero se celebra el 249 aniversario de su nacimiento, y pues sea este un pretexto para conocer algunos rasgos biográficos del personaje.

Don Juan Bautista Belaunzarán y Rodríguez y su esposa doña María Dominga Ureña Aguilar tuvieron seis hijos: María Josefa, María Guadalupe, María Rafaela, Juan José, María Margarita y, nuestro personaje José María de Jesús Belaunzarán Ureña, quien nació en la Ciudad de México el 31 de enero de 1772. José María fue educado en el Colegio de San Nicolás Obispo en la antigua Valladolid y fue ahí donde sintió el llamado de dios o donde se le despertó la vocación religiosa a la edad de diecisiete años. Así, el 14 de junio de 1789 se le concedió el hábito franciscano en el convento del colegio apostólico de Pachuca, conocido en aquella época como el de más

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estricta observancia de los que seguían las reglas de San Pedro de Alcántara. Es probable, refirió el sacerdote e historiador Aureliano Tapia el más importante biógrafo de nuestro personaje, que a partir de su ingreso a la orden franciscana haya comenzado a usar el nombre de Jesús en complemento del que le impusieron en el bautismo. En Valladolid recibió las órdenes menores y el subdiaconado, luego se matriculó en la Universidad de México donde alcanzó el grado de bachiller en artes. En 1794 caminó desde Pachuca hasta Zacatecas para solicitar el diaconado al obispo de Durango Estebán Lorenzo de


Tristán y, en 1796 recibió el orden sacerdotal de don Alonso Nuñez de Haro y Peralta que era el arzobispo de México y virrey, gobernador y capitán general de la Nueva España y presidente de la Real Audiencia y Cancillería. Luego fue profesor de latín, comisario de terceros, predicador del convento principal de México, cronista de su Orden, examinador sinodal del Obispado de Oaxaca y del arzobispado de México, guardián del Convento Dieguino de Oaxaca y luego del Convento Dieguino de Guanajuato. Fue precisamente cuando se desempeñaba como guardián en el convento de Guanajuato, en plena efervescencia del inicio de la lucha por la Independencia nacional, y tan solo 58 días después de la impresionante y sangrienta toma de la Alhóndiga el 28 de septiembre de 1810, cuando los soldados del ejército realista comandados por Manuel Flón y el brigadier Féliz María Calleja se dirigieron a Guanajuato para vengar la matanza de 138 españoles prisioneros que fueron masacrados en la Alhóndiga. Recordemos que después de concluida la batalla aquel 28 de septiembre, cientos de cadáveres fueron sepultados en los camposantos cercanos y en la vera del río. Los días posteriores Miguel Hidalgo trató de poner orden en la ciudad, nombró un intendente afín a la causa insurgente,

formó dos regimientos que dejó al mando de criollos, dispuso de la creación de una casa de moneda y una fundición de cañones. Luego de algunos días, los insurgentes comandados por Hidalgo y Allende salieron de la ciudad, pasaron por múltiples poblaciones que se entregaban a la causa insurgente: Valle de Santiago, Salvatierra, Acámbaro, donde organizó formalmente al ejército insurgente, Zinapécuaro, Indaparapeo y Valladolid. Luego de ahí avanzaron con rumbo a la Ciudad de México, triunfando antes en la batalla del Monte de las Cruces. Con una sorpresiva decisión, Miguel Hidalgo determinó dar marcha atrás y no ocupar la Ciudad de México provocando disgusto y desaliento entre un gran número de partidarios de la causa independentista. Vino el enfrentamiento con las tropas de Félix María Calleja en Aculco, el 7 de noviembre de 1810, y la primera gran derrota de los insurgentes. Como consecuencia de ello los caudillos decidieron marchar por separado, Miguel Hidalgo retornó a Morelia mientras que Ignacio Allende se vino a Guanajuato, donde comenzó los preparativos para la defensa de la población ante la inminente persecución y próxima llegada de Félix María Calleja. Las cosas se precipitaron, Ignacio Allende y los insurgentes abandonaron la ciudad el día 24 de noviembre,

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todo parecía estar fuera de control. Cuentan que un personaje, un negro que era platero y originario de Guanajuato al que llamaban Lino, enardeció a la turba y junto con algunos indios armados de picas, puñales y garrotes se dirigieron a la Alhóndiga donde estaban presos varios españoles, inútiles fueron los esfuerzos por detenerlos y luego de entrar al edificio cegados por la furia y el odio degollaron sin piedad a hombres, mujeres y niños, sumando 138 infelices víctimas cuyo delito había sido nacer en España. Enterados de la noticia, Manuel Flón y Félix María Calleja entraron a la ciudad el 25 de noviembre tocando degüello, la instrucción militar que determina que se mate a todos sin distinción. Cuando Flón llegó a la plazuela de San Diego salió a su encuentro fray José María de Jesús Belaunzarán implorando con un crucifijo en la mano y con mucha energía que detuvieran la masacre: “…Señor esta gente no ha causado el menor daño. Si lo hubiera hecho vagaría fugitiva por los montes, como andan otros muchos. Suspenda señor la orden que ha dado. ¡Se lo pido por este Señor, que en el último día de los tiempos le ha de pedir cuenta a usted de esa sangre que quiere derramar…” Luego de escuchar las palabras del padre Belaunzarán, Flón, conmovido, suspendió la orden. De cualquier manera, fueron


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ejecutados 156 insurgentes durante los tres días que siguieron en las horcas que se colocaron en las plazas de la ciudad. Al cuarto día un repique en todos los campanarios anunciaba el indulto general. La acción heroica del padre Belaunzarán sigue siendo recordada con mucho cariño por los guanajuatenses que le hemos puesto su nombre a una de las más hermosas calles de la ciudad. Pero ¿qué pasó con el padre Belaunzarán después de la guerra de Independencia? Primero, recibió una invitación por parte del primer jefe de la nación, el generalísimo de mar y tierra don Agustín de Iturbide, para que pronunciara un discurso el 16 de noviembre de 1821 en el templo del convento grande de San Francisco en la Ciudad de México. De esa pieza oratoria podemos recuperar algunas de las palabras que le dirigió a Iturbide: “… Es necesario entender que una piedra sola no es el edificio, sino una parte muy principal de él; y es indispensable que el edificio comenzado por Vuestra Alteza sea tan grande como se espera; y que corresponderá a los principios con el fin…” Luego de consumada la Independencia se interrumpió el nombramiento de obispos para las diócesis mexicanas, muchos de los obispos habían muerto y otros habían renunciado a su cargo para regresar a España, por la tanto

sus puestos estaban vacantes. Desde 1809 no había obispo en Michoacán, en 1821 murió el obispo de Chiapas y el de Linares. En 1823 murió el arzobispo de México, en 1824 murió el de Guadalajara, en 1825 murió el de Sonora y el de Durango, en 1827 renunció el de Antequera, Oaxaca y, ese mismo año, murió el de Yucatán. En 1829 murió el de Puebla, de tal suerte que el país se había quedado sin obispos. Correspondió a fray José María de Jesús Belaunzarán ser el primer obispo consagrado en el México independiente. El 16 de marzo de 1831 el obispo electo de Linares, prestó juramento en el Palacio Nacional ante el vicepresidente Anastasio Bustamante y al día siguiente fue consagrado obispo en el templo de San Diego de la Ciudad de México por el ilustrísimo Francisco Pablo Vázquez, quien había sido consagrado en Roma. El padre Belaunzarán fue desterrado en el cumplimiento de las reformas de 1833 y las leyes expedidas por el gobierno de Nuevo León, durante ese episodio se mantuvo errante, escondido y disfrazado, recorriendo los pueblos de su diócesis, hasta que en 1834 luego de que se apaciguaron los exaltados ánimos, decidió, a finales de 1834, radicar en la Ciudad de México. Regresó a Monterrey en 1838, pero por poco tiempo puesto que el gobierno estatal pretendía regular las actividades de la

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iglesia. Se embarcó con rumbo a Veracruz y terminó en una humilde celda del convento de San Cosme en la Ciudad de México dedicándose al estudio y la oración. Fray José María de Jesús Belaunzarán y Ureña murió, a la edad de 85 años, el 11 de septiembre de 1875, fue el VI obispo de Linares. Sus honras fúnebres se celebraron con solemnidad a la altura de su investidura y fue sepultado en el panteón de los padres filipenses. El 12 de mayo de 1936 unos trabajadores hacían reparaciones en el hotel Gillow y, accidentalmente, dieron con la cripta de los filipenses en el templo de la Profesa y sacaron el féretro con el cuerpo momificado del padre Belaunzarán. Fue conducido a la inspección de policía y, en algún punto fue profanado para despojarlo de sus joyas, los ojos artificiales que se le colocaron en su embalsamamiento y hasta los hilos de oro con que se confeccionó su traje. A los seis días lo reinhumaron en el panteón civil de Dolores de la Ciudad de México y en 1978 fue exhumado de nueva cuenta para ser trasladado y reinhumado en la Catedral de la Arquidiócesis de Monterrey el 29 de noviembre de 1978. Sea pues este un pequeño homenaje a la memoria del padre Belaunzarán.


La Proclama de la Independencia en Guanajuato, 1821-2021

L. Ernesto Camarillo Ramírez

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espués de once años de la arenga de Dolores que diera inicio al movimiento que tradicionalmente llamamos “Independencia de México”, en la casa consistorial de Guanajuato, sede del poder político, hoy sede de la presidencia municipal de Guanajuato, un grupo de vecinos encabezados por el Intendente de Hacienda Pública y Jefe político de la Provincia, Teniente Coronel don Fernando Pérez Marañón, y los vecinos principales, en el salón principal, se jura la independencia de la provincia de Guanajuato una vez que se hubiera hecho en San José de Amoles, posteriormente en el Valle de Santiago y así hasta llegar el 8 de julio a la capital de la provincia. Con ese auto legal, Guanajuato como provincia se unía al Plan de las Tres Garantías encabezado por el general Agustín de Iturbide y a sus embajadores, don Anastasio Bustamante y Luis de Cortázar y Rábago, quienes habrían servido de enlace con las autoridades de la provincia de Guanajuato para llevar a efectos la adhesión de la provincia a lo que en septiembre se llamará pomposamente la consumación de la independencia, acta que se firmará en la Ciudad de México una vez que entró el ejército Trigarante a esa ciudad. Entre los integrantes del cabildo de Guanajuato están quienes luego serán diputados de la primera Diputación Provincial de Guanajuato tales como José María García de León, Francisco Septién y José María Galván. Esta institución, erigida en febrero de 1822, a casi un año de la jura en San José de Amoles y cinco meses después de la firma del acta de independencia de México, durará hasta 1824 y fenecerá una vez que esta diputación se instituye en Congreso Constituyente en 1824. En este episodio de la historia local, hay que resaltar la presencia de los vecinos principales, y el hecho de que esta proclama queda asentada en los libros de las actas del cabildo, libros que forman parte del archivo de la Alcaldía Mayor de Guanajuato, en custodia de la Universidad de Guanajuato, de donde amablemente se me permitió reproducir el documento, del cual se ofrece esta versión paleográfica con el fin de que la población conozca un documento fundamental para entender el proceso de consumación de la independencia y sobre todo el protocolo que se seguía para un acto, hasta ese momento inédito, en el entendido de que no tenemos textos de las proclamas o juras de la independencia de San José de Amoles o Valle de Santiago, pero sí contamos con el documento de la ciudad de Guanajuato, capital de provincia en ese 1821. Domingo 8 de julio de 1821 Jura de la Independencia hecha en esta ciudad de Guanajuato La franqueza y generosidad que distingue a los habitantes de Santa Fe de Guanajuato: la prontitud con que en la misma se adoptó el plan benéfico de nuestra emancipación política: la rapidez con que en consecuencia se ha propagado de Ciudad en Ciudad de Provincia en Provincia un sacudimiento capaz de hacer a los Americanos verdaderamente felices: la dulce con de Independencia, que proclamada con primicia en esta Capital buscó para vigorizarla y difundirla al resto de las demás del septentrión: y la

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oportunidad que el señor jefe del Ejército Imperial Mexicano de las tres garantías, don Agustín de Iturbide, y Arámburu, prefirió sacrificar su (…) en la defensa de la causa que sostiene, de modo que habrá época en las edades venideras; aprecios de este Ayuntamiento Constitucional a tomar muy luego en tan grandiosa empresa, toda la parte que le tocaba y era consiguiente a su bien delineadas atribuciones. En uso de ellas, y deseando no desmentir los sentimiento filantrópicos que lo animan por ser libre y porque hasta el más infeliz rectificará las ideas ventajosas que la suerte le deparaba; acordó en 30 de julio último, lo primero con la presteza posible se jurase por las autoridades civiles, eclesiásticas de Hacienda, Públicas y aun por el pueblo mismo, defender y sostener a toda costa las bases sólidas sobre que se funda un sistema digno de la Nación que ha sabido tolerar con paciencia, en medio de las mayores luces, su esclavitud y su desprecio. Lo segundo: que en consideración a que en la tesorería de rentas Municipales no hay cantidad alguna disponible para los gastos que demanda la solemnidad de este acto, se arreglen aquellos a las sumas que los individuos de la misma corporación aprontaren de ese peculio y lo tercero: que distribuidas las Comisiones necesarias al intento estuviere todo dispuesto para el domingo 8 del mes corriente en este día reunidos en la sala capitular con el muy Ilustre Ayuntamiento Constitucional de esta ciudad, bajo la presencia del señor Intendente de Hacienda Pública y Jefe político de la Provincia, Teniente Coronel don Fernando Pérez Marañón, los dos curas de la señora Iglesia Parroquial Bachiller D. Narciso Mendracaveitia y don José Mariano Payares; los prelados de los conventos fray José Alaban Guardian del de Religiosos Observantes de Sn. Francisco; fray Pedro Antonio Sobrino, que es de Descalzos de san Pedro de Alcántara; fray Nabor Tamaríz Presidente del de Nuestra señora de la Merced; Fray Vicente de San Simón del de Nuestra Señora de Belén, reverendo padre don Mariano Ramírez, prepósito del Oratorio de San Felipe Neri; como también el Comandante Militar Don Pedro Otero y Dobalina; los ministros principales de Hacienda Pública don Francisco Mariño y José Antonio Paredes; los Diputados de Minería don Tomás Alamán y Teniente Coronel don Mariano Otero; el teniente letrado don Francisco Robledo y Vejar; el administrador de la Aduana Nacional, Caballero de la Orden de Isabel la Católica, Don Julián Nieto Zedillo; el de la Venta de Tabacos, Caballero de la misma orden, don Lucas de Montañón y Prado; el de la de Correos don Antonio Quintana; el Ensayador principal don Bernardo Galindo, y demás vecinos distinguidos; así eclesiásticos como seculares y oficiales militares de todas graduaciones, a quienes en observancia de lo dispuesto por el ilustre Ayuntamiento se les dijo con anticipación el correspondiente convite a fin de verificar esta concurre con todo el honor, decoro, y solemnidad que se deseaba, en aplauso y celebridad de la augusta ceremonia de la Jura Pública de nuestra Independencia política que iba a practicarse: Leída por principio la acta del mismo Ilustre Ayuntamiento en que se refrió el por menor con que debía hacerse esta demostración, a que conducido el señor Presidente por un impulso de su noble entusiasmo patriótico persuadido con las más enérgicas, y elocuentes expresiones, vertidas con no menor viveza que orden y sencillez de corazón, la necesidad y utilidad de tan eróica empresa, por la que adquirimos todos los habitantes de esta América Septentrional la verdadera dignidad de hombres libres, sin la odiosa emulación ni rivalidad del diverso origen y nacimiento que ya nos conducía a la taya de nuestra reina: y explicadas con toda individualidad las tres garantías que el generoso ejército libertador protesta a la faz del mundo sostener a toda costa sin reserva de la vida que sacrificaran gustosos desde su primer jefe el señor Agustín de Iturbide y demás señores oficiales de todas graduaciones que lo acompañan, hasta el último soldado, por conservar pura e ilesa la santa religión católica, apostólica, romana y protestamos, sin tolerancia de otra alguna; la unión entre los habitantes de esta América Septentrional, sean Americanos, Europeos, Africanos, Asiáticos; y la independencia de la misma América, de todas las Naciones del Globo; concluyó el enunciado señor presidente con hacer (con hacer) su respectivo juramento ante el escribano de gobierno y guerra don José Ignacio Rocha, puesta la mano derecha en el puño de su espada, y la izquierda sobre los santos evangelios bajo la siguiente formula: ¿Juráis a Dios y por los santos evangelios defender y conservar la religión católica, apostólica y Romana sin permitir ni tolerar otra alguna en el reino? Si juro ¿Juráis ser fiel y obediente al Rey el señor don Fernando 7º, siempre que venga a esta américa Septentrional? Si juro ¿Juráis defender y conservar la unión entre todos los habitantes de estos dominios así europeos como americanos? Si Juro ¿Juráis por último obedecer las leyes, y las autoridades establecidas, y que en adelante establecieren las cortes del Imperio Mexicano? Si juro. Si así lo hiciereis Dios os ayude, y si no os lo demande, Amen. A continuación, prestó el mismo juramento con igual solemnidad el regidor decano don Juan Antonio de Beis-tequi a nombre de toso el Ilustre Ayuntamiento Constitucional. En seguida lo hicieron por su respectivo turno el Comandante Militar, la Diputación del importante cuerpo de Minería; los Ministros Principales de Hacienda pública; el teniente letrado de esta Intendencia y los jefes de oficinas de rentas

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Nacionales de esta Ciudad que se hallaron presentes. Acabado este acto tomo dicho regidor decano el pendón que se hallaba puesto al público en el balcón de las Casas Consistoriales, al lado derecho del retrato del Rey, que también estaba bajo de Masas, a que precedían dos Reyes de Armas vistosamente vestidos, y adornados con bandos y plumas en el sombrero de los tres colores alusivos al caso; se dirigieron a la Santa Iglesia Parroquial en donde hizo una excitación bastamente expresiva desde el púlpito, el cura y juez eclesiástico bachiller don Narciso Mendracaveitia, refiriendo instrucción al público sobre la solemnidad de este acto, y fines a que se conduce a la Proclama que hizo el señor jefe de las tres garantías don Agustín de Iturbide estando en Iguala el día 24 de febrero último, que a la letra se leyó inmediatamente según se halla impresa en el n. 2 del papel periódico titulado el Mexicano Independiente. Pasando Después el expresado cura y juez eclesiástico al presbiterio en donde se hallaba también el retrato del Rey bajo del dosel 8y hacia un lado el señor jefe político de la provincia) le recibió el segundo cura bachiller don Mariano payares el correspondiente juramento bajo la enumerada formula; siguiendo después a hacerlo el mismo bachiller don Mariano Payares en manos del primero ante quien le prestaron por su turno el cura de la parroquia de Santa Ana, bachiller, bachiller don Sixto Rodríguez; los prelados de comunidades religiosas por el orden de su antigüedad; y los demás eclesiásticos seculares que se hallaban presentes. En seguida el enunciado escribano de gobierno y guerra capitán don José Ignacio Rocha dirigido al pueblo le tomó juramento que faltaba, bajo el tenor de los puntos a que contrajeron los anteriores; siendo tal el júvilo que se manifestaba en todos que por solos los semblantes se advertía el contento interior de sus corazones. Concluidos así esta grande ceremonia se pasó a la más religiosa y (…)ta, celebrándose el santo sacrificio de la misa con la magnificencia y el decoro propio de las circunstancias y terminándose el himno de gracias, muy debidas al todo poderoso por la visible protección que nos dispensa. Hecho lo hasta aquí referido, a que acompañaron las descargas de ordenanza, salieron en paseo todas las corporaciones asociadas de un inmenso pueblo que las seguía y presentándose en los balcones de las Casas Consistoriales a donde se restituyó el pendón puesto silencio por los Reyes de Armas se proclamó de nuevo la santa religión que profesamos, como la única verdadera; se protestó la absoluta independencia de este Reyno en su gobierno Político; la Unión entre todos sus habitantes, la fidelidad al Rey y las autoridades establecidas y que legítimamente establezca el Congreso del Imperio de México. Al concluir estas expresiones de contento y alegría, se tiraron al Pueblo por el señor jefe político, por los individuos del Ayuntamiento y por muchos vecinos distinguidos, varias sumas de dinero, en medio de los vivas y aclamaciones más sinceras y expresivas de satisfacción de gratitud y de reconocimiento al Dios de los Ejércitos por las ventajas y consiguen los Americanos, por la prosperidad que nos proporciona el digno jefe primero del ejército libertador y por las tropas y tan acertadamente se conducen al fin suspirado de nuestra libertad y engrandecimiento. De esta suerte el mundo todo verá, sabrá y se persuadirá de que Guanajuato no desmiente un ápice a los deberes que le impone su patriotismo fidelidad: y de esta suerte espera que esta capital y su provincia independiente influyan con más eficacia que hasta aquí ha influido en todos los principales acontecimientos de un Reyno que va ha ser de asombro de los más altos del orbe, conocido como no hay ejemplo en las historias. Para constancia de sus votos en asiento de tanto interés que no se encuentra igual, forma dicha acta la ilustre corporación con el señor presidente. Ante mi secretario de ello doy Fe. Rúbricas: Fernando Pérez Marañón Francisco Mariño Domingo Chico Vicente Obeso José María García de León Domingo Domensain Juan Antonio Bribierca Francisco Septien José María Galvan Francisco de Echeverría Feliciano Lazcano Santiago de Septien Miguel Arizmendi José Miguel de Pérez y Lorente, secretario

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irgen de los Dolores en Guadala V a l jara, de Jalis dios n e co Inc María Enriqueta Bautista Barba

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n la ciudad de Guadalajara, por los años 60s del siglo pasado, la tradición de montar altares en honor de la Virgen de los Dolores, el viernes anterior a la Semana Santa, ya no era una manifestación generalizada en los barrios y en las casas. Sin embargo, no había desaparecido del todo en algunos templos de la ciudad y en algunos hogares y así la tradición se mantuvo. Felizmente en los años 70s resurgió con nuevo ímpetu y características interesantes. No obstante lo anterior, en la mayoría de las casas de los tapatíos no podía faltar la imagen de la Dolorosa o la Virgen de la Soledad o Nuestra Señora de las Angustias, advocaciones inspiradas en el mismo acontecimiento pasionario del viernes santo, la crucifixión de Jesús. Y a esta madre venerada en lo privado, ¿por qué se dejó de honrar como antaño, con ventanas y puertas abiertas? El origen europeo de esta advocación data del siglo XIII, con la orden de religiosos Siervos de María en Italia, fundados bajo la protección de la Dolorosa, su espiritualidad se centraba en la contemplación de sus sufrimientos y así la difundieron por su región y luego a todo Europa. Cuando en

el siglo XVI llegaron a nuestras tierras los conquistadores junto con los frailes que se dedicarían a la conquista espiritual, traían sus devociones marianas, entre las que estaba la Virgen de los Dolores.

follaje y las flores, los cirios y las esferas de vidrio que multiplicaban la profusión de luz y los símbolos pasionarios, la cruz, los clavos, la escalera, etcétera.

Sabemos que, en la época virreinal, en el siglo XVII los jesuítas al desplegar su acción evangelizadora, impulsaron la devoción a la Dolorosa y una de sus manifestaciones era precisamente celebrarla con los altares, cuya tarea llevaban a cabo las cofradías como la de Nuestra Señora de la Soledad y el Santo Entierro, quienes además dirigían y costeaban toda la celebración de Semana Santa.

Imaginen el espectáculo maravilloso durante la noche, en aquellas calles oscuras; de las ventanas y puertas abiertas salía el resplandor de cientos de velas que parecía el reflejo de un “incendio”, de ahí derivó el nombre con el que se le llama en Guadalajara a los altares. Y no en pocas ocasiones, el fuego de una vela desmayada, alcanzó una cortina o un papel de la parafernalia y provocó un incendio real.

En el siglo XVII la tradición fue más allá; los gallegos asentados en la población tapatía, destinaban una pieza de su casa cuyas ventanas daban a la calle, retiraban todos los muebles y ponían el altar: el muro frontal generalmente era cubierto con cortinajes blancos y morados que también cubrían una escalinata en cuya parte superior descansaba la imagen de la Virgen de los Dolores. Había quienes recreaban en uno de los flancos, el lugar de la crucifixión. Al correr de los siglos, los elementos de composición se fueron enriqueciendo, sin embargo, los que no podían faltar eran las velas lisas y escamadas, el

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Los “Incendios” eran una celebración familiar y de barrio, en la puerta de la casa se ponían grandes tinajas y ollas de barro con aguas frescas que ofrecían a quienes entraran, sin o con “piquete” (licor) llamado “torito” y en no pocas ocasiones había música, baile y al calor de la bebida, la devoción terminaba en escándalo. Esta situación motivó que, en 1793, el obispo Ruiz de Cabañas prohibiera los incendios, y en 1850 el prelado Diego de Aranda y Carpinteiro hiciera lo mismo. Durante la primera mitad del siglo XX la tradición decayó, los católicos tapatíos limitaron algunas de las manifestaciones


de su religiosidad en lo público, no así sus devociones vividas en lo privado. Solamente en los barrios del Santuario, Santa Teresita, la Capilla de Jesús, la Sagrada Familia, en la Merced y en Catedral seguía presente la devoción. Retomando lo sucedido en los años 70s, la tradición de montar el altar de la Dolorosa, resurge más allá de la devoción, como manifestación artística e identitaria. Y en este siglo XXI un grupo de intelectuales amantes de esta tradición la han enriquecido con nuevos matices tales como los conciertos de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guadalajara interpretando saetas y obras alusivas a la Virgen Dolorosa, en la Iglesia Catedral en 2016 dentro de las celebraciones de los 300 años de la diócesis y en Santa Teresa en el 2017. La iniciativa surge y sigue vigente desde la Iglesia, las Universidades y los dos niveles de gobierno, estatal y municipal. En el ITESO, la comunidad jesuita ha rescatado esta tradición como manifestación de vida cotidiana y patrimonio cultural acompañada también de conciertos, recitales de poesía, obras teatrales, con la impronta educativa que los caracteriza y cuidado de la estética. En cuanto a los elementos singulares que adornan los Incendios y que no utilizamos en Guanajuato están las ramas de laurel, las manzanas, azucenas, margaritas, palomas habaneras de algodón y grenetina, tibores de porcelana, confeti... Después de este acercamiento a una tradición tapatía compartida por los guanajuateños pero con sus propias peculiaridades, solo nos queda estar prestos para disfrutar extasiados, una vez más, el incendio o altar de Nuestra Señora de los Dolores con cada uno de sus detalles, el follaje, las flores, los aromas y reflejos de las luces, los tapetes con los símbolos pasionarios elaborados con maestría, los vasos con el agua de colores y preguntar ¿Aquí lloró la Virgen? FUENTES Cervantes Macías, Rosa Alhelí; Tomás de Híjar Ornelas; María Teresa de Guadalupe Ruiz Esparza; Tomás Alemany Rosaleny (Comité organizador), El Altar o Incendio de Dolores en Guadalajara: una tradición neogallega recuperada. s/f. Agradecimiento especial a la maestra Alhelí por este texto. Núñez Bustillos, Juan Carlos, Los “Incendios de Dolores”: “Ya lloró la Virgen”, 6 de abril de 2017, Jaliscocina.com (consultada el 6 de marzo de 2021). Pulido Miriam. Altar de Dolores, una tradición viva. 2 de abril de 2015, ntrguadalajara.com (consultada el 6 de marzo de 2021). Tradiciones. Altar de Dolores. blog.iteso.mx/mediaticacultura/2018/10/31/tradiciones-altar-dedolores/ (consultada el 8 de marzo de 2021).

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La música en los festejos del Viernes de Dolores en la ciudad de Guanajuato Abel Gustavo Huerta García.

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e sirvo de un fragmento escrito por el ilustre guanajuatense Manuel Leal Guerrero, titulado: Significación espiritual del Viernes de Dolores, en el que describe interesantes aspectos relacionados con la música de esta celebración: “Entre tanto en el jardín siguen destilando penas las sagradas notas del Stabat Mater, para luego saltar al alegre retozo de la música de Waldteufel: el vals Dolores, que, siendo vienés, ha tomado carta de naturalización en Guanajuato y se ha vuelto indispensable elemento constitutivo de este festejo. Culmina la audición con Tierra de Mis Amores, de Chucho Elizarrarás, que es casi un himno de Guanajuato”. Así describe Manuel Leal el momento en que la Banda de Música del Estado participa en el kiosco del Jardín principal, interpretando las tres obras que caracterizan su audición el día Viernes de Dolores que son: El Stabat Mater de Gioachino Rossini, inspirado en la obra poética del fraile franciscano Jacopo da Todi, cuya estrofa principal es el móvil de la pieza sonora y que en una traducción libre del latín al español reza de la siguiente manera: “Estaba la madre piadosa llorando junto a la cruz de la cual pendía su hijo. Su alma, llorosa y contristada, le miraba cual si fuese traspasada por filosa espada.” Esta obra de Rossini escrita para orquesta solistas y coro, es de un contenido musical impactante, pues describe de manera profunda la tragedia de la crucifixión; algunas de sus partes que interpretan los solistas transmiten conmovedores mensajes: “La Madre gimiendo, cuando el cuerpo muere, Santa Madre, por tus llagas, Madre fuente de amor, por los pecados del mundo…” Otra de las obras mencionadas es la de Emile Waldteufel, quien escribió innumerables obras de salón, valses, polkas, mazurkas, etc., muchas de estas tituladas con nombres de mujeres; Carolina, Manuelita, Elena, Teresa, Madeleine, Nina, Luisa, Diana, Mariana, Carmen, Dolores, Jennie. El vals Dolores del cual se encuentran innumerables ediciones de finales del siglo XIX y principios del XX, es una de esas obras que hizo época y que, en versiones para piano a dos y a cuatro manos, no podía faltar en las bibliotecas de música privadas. Desconozco cuándo se integró en los conciertos de la banda, y hemos de suponer que fue precisamente su título el que motivó esta inclusión en los programas para dicho festejo.

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No podía faltar en esta celebración la ejecución de la música de Jesús Elizarrarás Farías, notable compositor guanajuatense, creador de un gran número de canciones de corte popular, algunas dedicadas a su ciudad natal: Guanajuato te vengo a cantar, Serenata a Guanajuato y Tierra de mis amores; esta última, acogida por el pueblo de Guanajuato, se ha convertido en embajadora musical de la ciudad y algunos ciudadanos la consideran como un himno. El año dos mil veinte, ha pasado a la historia del planeta y de cada uno de nosotros como un periodo trágico. La pandemia que ha propiciado temores, modificación en la manera de pensar y hasta de vivir, afectó la cotidianeidad y con ello el folklor; en el caso que nos atañe, se afectaron nuestros festejos populares, esos que nos igualan a los ciudadanos y que nos acercan entre sí, hasta hermanarnos. Nuestro jardín principal, enmudeció en ese año, no tuvo el colorido que lo caracteriza, ni los aromas y sonidos que llenan el ambiente, como en el pasado. Por ello no hubo rostros sonrientes y alegres al encontrar a nuestros amigos queridos, haciendo la ronda entre las flores en el área del jardín y calles aledañas, mismos rostros que suelen mudarse a serios y tristes, cuando recuerdan el porqué de la tradición. La generación que ama a Guanajuato hace votos con la esperanza de retornar a la normalidad y poder revivir algunos momentos, encontrarnos un Viernes de Dolores en el Jardín Unión, hacer honor a su nombre… Unión, y poder meditar en el mensaje del Stabat Mater, mecernos con los acordes del Vals Dolores, detener nuestros pasos y unir nuestras voces cuando la Banda del Estado haga sonar las notas de Tierra de mis amores.

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Notas: 1.- Manuel Leal Guerrero (1893-1975), guanajuatense, historiador, escritor y pintor, dejó cerca de una veintena de textos e innumerable obra pictórica sobre Guanajuato. 2.- Publicado en el texto Croniquillas de Guanajuato, Manuel Leal 1969. Serie inclusión, publicaciones del Gobierno del Estado de Guanajuato. Año 2009. 3.- Gioachino Rossini, (1792-1868), italiano. Creador de obras musicales de género diverso. 4.- Jacopo da Todi, (siglo XIII), iItaliano. Fraile perteneciente a la orden Franciscana, creador de obra poética religiosa. 5.- Emile Waldteufel, (1837-1815), francés. Compositor de origen Judío, cuyo nombre real era, Charles Emile Levy. Se le conoce como el Strauss Francés. 6.- Jesús Elizarrarás Farías, (19082005), guanajuatense, investigador de música, compositor, productor de programas radiofónicos y televisivos.


Viernes de Dolores de 2021

Columna Diario de Campo

Los concursos del altar de la Virgen de los Dolores Luis Miguel Rionda (*)

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n abril de 1989, siendo presidente municipal de Guanajuato el arquitecto Eduardo Knapp Aguilar –recién estrenado en el cargo–, fui invitado por el ayuntamiento a integrarme al jurado calificador del redivivo concurso de altares para la Virgen de los Dolores. La invitación me la expresó doña Gloria Ávila Martín del Campo, entrañable promotora cultural en nuestra ciudad y ex actriz del Teatro Universitario. Ella me explicó que estos concursos eran regulares en los años cincuenta y sesenta, pero se dejaron de realizar inexplicablemente. Para esa administración era muy importante recuperar la tradición, pues se observaba un creciente abandono de esta en detrimento de la identidad comunitaria. Pocas familias montaban su altar, y las que lo hacían se estaban alejando del sentido y los elementos originales. Por supuesto acepté encantado. Como antropólogo e hijo de historiador, yo profesaba

un profundo amor por las expresiones populares de la cultura nacional y regional, además de que en mi infancia había presenciado de cerca el montaje de algunos altares espléndidos, como el de la Funeraria Hernández, propiedad de don Edmundo, compadre de mis padres. También me había tocado fundar y dejar funcionando un departamento de Culturas Populares en la Secretaría de Educación del estado entre los años 1986 y 1987, que fue el germen del actual Instituto de Cultura. En ese cargo organicé concursos artesanales, de pastorelas, de danza popular y muchas otras actividades. En 1986 coordiné el montaje de un altar monumental en el atrio del templo de San Diego, lo que me dio oportunidad de estudiar esa tradición, y recibir asesoría de especialistas como doña Teresa Pomar, guanajuateña fundadora del Museo Nacional de Artes Populares; también de las etnólogas Lilian Scheffler – también paisana– y de Martha Turok.

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Esto me dio las herramientas de conocimiento para desempeñarme con solvencia ante un grupo creciente de diferentes especialistas –historiadores, artistas, promotores culturales, museógrafos– que doña Gloria fue integrando a los concursos siguientes. Participé en quince ediciones hasta el 2006. Francamente con 46 años encima ya me resultaba excesivo el esfuerzo físico de recorrer callejones empinados y colonias cada vez más lejanas. La experiencia fue estimulante. En el primer equipo en el que participé los jurados éramos unos pocos, que debíamos recorrer la totalidad de los altares inscritos ante la presidencia municipal hasta el día anterior. Fueron unos pocos los suscritos, creo que como 25, con muy distintas calidades de factura. Fue un inicio tímido, pero conforme avanzaron los años creció el número y la calidad de los altares. Incluso se debió definir tres categorías: los altares familiares, los grupales –de barrio o varias familias– y los institucionales, para que la


competencia fuera pareja. Las familias participantes se entusiasmaban cada vez más, y hubo alguna ocasión en que les pedimos a los mejores que se abstuvieran de concursar –pero que no dejaran de montar su altar–, para darles oportunidad a otros, en particular los de familias que recién iniciaban la tradición. La generosidad fue siempre la actitud de todos los participantes, que se reflejaba en las ceremonias de premiación en el salón del ayuntamiento.

superaban el centenar y medio de inscritos. Un éxito. Ya nos habíamos dividido la carga en rutas, con equipos de dos o tres personas, acompañados de fotógrafos contratados por el municipio para documentar todos los altares con imagen y video. Supongo que en los archivos del municipio o de la casa de la cultura se ha de contar ya con un importante acervo, que sería digno de estudio por parte de algún(a) tesista que tenga ganas de ser creativo y original.

Mi esposa Felisa siempre me acompañó en los recorridos, convirtiéndose en un jurado habilitado. Luego hicimos equipo con Adriana Camarena, con quien yo había colaborado en el rescate de los XX y XXI Festivales Internacionales Cervantinos. Conservo las fotografías de la mayoría de los recorridos, que podré poco a poco a la consulta pública en mi página de imágenes flickr.com/photos/ riondal/

No quiero terminar estos recuerdos sin proponer que el concurso se dedique a la memoria de doña Gloria Ávila portando su nombre. También que se impulse el conocimiento de esos personajes que tanto aportaron al crecimiento cultural de la ciudad de Guanajuato, que hoy vive del turismo, consecuencia de una identidad intangible y un patrimonio tangible que heredamos, fortalecido, de nuestros mayores.

Para facilitar la calificación “objetiva” de los altares, diseñé un instrumento que requería que cada elemento del altar fuera evaluado. Ese formato pervivió muchos años, con ajustes, después de que dejé de ser jurado. Eso me llenó de orgullo. Este concurso es un ejemplo de una política cultural exitosa, con 32 años de realización. En las últimas ediciones en las que participé, las listas de altares

(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León. luis@rionda.net – @riondal – FB.com/riondal - ugto.academia.edu/ LuisMiguelRionda

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Una visión antropológica del Altar de Dolores en Guanajuato Luis Miguel Rionda Publicado en el periódico El Nacional de Guanajuato, el 25 de marzo de 1994, p. 7

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na de las tradiciones de más prosapia en Guanajuato, ciudad plena de tradiciones añejas, es el montaje anual del altar hogareño a la Virgen de los Dolores en el último viernes antes de la semana santa. Todos los guanajuateños, aun los alejados del terruño, nos sentimos identificados con la parafernalia que rodea este día: el paseo madrugador en el Jardín de la Unión, la vendimia de flores y follaje para los altares, la visita a las minas para compartir el caldo de camarón y el mezcal con los mineros, el acudir a los altares para preguntar si ya lloró la virgen y así poder consumir el agua fresca de betabel y la nieve de agua; en fin, es el día por excelencia en Guanajuato. La mayor parte de los orgullosos habitantes de esta ciudad no estamos muy conscientes, sin embargo, del trasfondo simbólicoantropológico de estos eventos, que proyectan el imaginario colectivo que se ha construido a lo largo de los cuatro siglos y medio en que esta cañada ha sido habitada por esos personajes singulares, ávidos de sus riquezas minerales y aventureros en sus entrañas galereñas, como son los mineros. La usanza del altar de la dolorosa se desprende de los ritos más lejanos del hombre en honor a la madre tierra. Es la búsqueda simbólica de los favores de ese elemento que nos proporciona alimento y materiales para subsistir, pero que también nos puede destruir o devorar si no nos es propicio. La antropología de la religión asocia las deidades femeninas, en particular las que tienen relación con la maternidad -como lo es la virgen cristiana-, con la fertilidad y la generosidad de la tierra. Los indios mesoamericanos acostumbraban a enterrar en sus milpas figurillas femeninas con los rasgos sexuales –en particular las caderas– muy exagerados, como medio de incentivar la fertilidad del terreno. En este sentido, la tierra era el elemento femenino; el agua –serpiente– era el masculino. Todos los pueblos asumen simbolismos religiosos para interpretar y humanizar el entorno en que les ha tocado vivir. Durante miles de años, el hombre se ha acercado a la naturaleza con la convicción de tratar con una entidad que tiene mucho en común con su propia forma de ser. Esta humanización de la naturaleza ha tenido como vías de expresión a la magia, el animismo, los rituales propiciatorios y la curandería, pero sin duda alguna, las religiones institucionalizadas han sido la máxima expresión de esta preocupación por hacer comprensibles las fuerzas que hacen posible, o imposible, la supervivencia de la especie humana. El altar a la dolorosa es un claro ejemplo de esta mistificación humanizada. El minero guanajuatense vio en la virgen el reflejo

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de su desgarradora existencia. La pena terrible que le ocasionan los siete puñales del dolor al ver a su hijo desgarrado y victimado en un sacrificio supremo, inspiraron en el minero una identidad con el destino fatal e inevitable del que diariamente tiene que arriesgar la vida en las entrañas de la tierra.

solsticio de invierno, que tiene lugar el 21 o 22 de diciembre. Hay que recordar que el día de nacimiento de Cristo nunca fue conocido, sino que fue definido arbitrariamente en el siglo III y que se ubicó en el 25 de diciembre para hacerlo coincidir con las festividades de Apolo, el dios grecorromano del sol.

¿Por qué razón se ha identificado tanto el minero guanajuatense con esta tradición? Permítaseme exponer una tesis personal, que he venido reflexionando desde hace algunos años. Estoy convencido, como mencioné antes, de que la virgen dolorosa es una representación de la madre tierra, a la que los mexicas identificaban con Coatlicue, la madre de Huitzilopochtli, el dios solar. Al igual que la virgen cristiana, Coatlicue quedó preñada por intervención divina. Un día en que ella se encontraba barriendo en el templo del monte Coatépec encontró una pequeña bola de plumas preciosas, que de inmediato se guardó en el seno. Esto fue suficiente para que quedase encinta por intermediación mágica y supranatural. Al enterarse de este embarazo, los hijos de Coatlicue montaron en cólera. Estos eran los llamados Cenzon Huitznáhuac o cuatrocientos surianos, que eran lidereados por su hermana Coyolxhauqui, la diosa lunar. Ellos intentaron matar a su madre por impura, pero antes de que pudiesen tocarla nació Huitzilopochtli, completamente armado, y liquidó a sus hermanos y descuartizó a Coyolxhauqui, arrojándola a los pies del monte Coatépec.

Ahora bien, no deben sorprendernos demasiado estos paralelismos. Todas las religiones del mundo son sincréticas y recuperan tradiciones de los rituales que las han precedido. Nuestro país no fue la excepción. La evangelización no eliminó de tajo el sustrato religioso de los indígenas, sino que aprovechó los elementos más arraigados y los refuncionalizó. Es por ello que el catolicismo que se vive en los hogares mexicanos es tan diferente de los habituales en otras partes del mundo. Pero en esto mismo reside la riqueza de nuestra cultura, en la variedad y en las diferencias. La cultura popular se vive cotidianamente y se recrea diariamente, adaptándose a las circunstancias cambiantes. Su dinamismo es permanente. La tradición nunca es estática: es vital y autónoma, aunque desgraciadamente cada vez más sujeta a agresiones de parte de la subcultura de masas, chabacana y superficial, que están imponiendo los medios electrónicos de comunicación.

Coatlicue es la divinización de la tierra, la gran proveedora, que es circundada por su hijo el sol y su ingrata hija, la luna. Las estrellas son los cuatrocientos surianos, que diariamente son liquidados al aparecer el sol. En casi todas las religiones del mundo, las fiestas consagradas a la madre tierra siempre tienen lugar en el equinoccio de primavera, el 21 de marzo –el sol en el solsticio del 21 de diciembre–. La pascua de la religión judía es una preparación al trabajo agrícola y la siembra, que debe efectuarse por estas fechas. Lo mismo sucedía en la Mesoamérica prehispánica, donde se festejaba a la madre tierra con ritos propiciatorios, como las figurillas femeninas de los campos de labranza. La virgen dolorosa pudo haber sido identificada con la sufridísima Coatlicue, o con su equivalente tarasco u otomí. Son advocaciones de la tierra, esa misma que envuelve al minero en su trabajo cotidiano y que le asegura la subsistencia o le arranca la vida. Por otra parte, tenemos otra interesante coincidencia: las festividades de Huitzilopochtli, el dios solar hijo de Coatlicue, tenían lugar en el

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Por no estar muy familiarizado con el simbolismo profundo de los elementos de la parafernalia católica popular, no intentaré aventurar una explicación acerca de los componentes del altar contemporáneo. Su composición actual ha sido determinada por la ecología regional, los recursos de las familias y por influencias procedentes de la cultura de masas. Lo que sí puedo ensayar es una enumeración simple de los elementos que componen un altar típico y que definen el carácter peculiar del altar guanajuateño. Estos son: una imagen de la virgen (retrato o de bulto) que ocupa la parte principal del altar; en ocasiones un crucifijo y/o un San José; ramos de álamo y/o roble; tejidos de punto; flor de nube o alhelíes; hinojo; manzanilla o mastranto; germinados de trigo; naranjas colgadas o con banderitas; plátanos también colgados; naranjas mondadas o con papel dorado; bolas azogadas; papel picado morado, blanco o amarillo; cortinas de papel de china morado, blanco, amarillo u oro; veladoras de varios tamaños; un incensario, sahumador o brasero; agua fresca en cántaros de barro o vitroleros de vidrio, para obsequio de las visitas; nieve de agua o raspados, y ambrosía (agua de ensalada con betabel). Otros elementos que se encuentran en ocasiones, pero que son foráneos a la tradición local, son los vasos con agua de colores con veladoras detrás (lágrimas


Viernes de Dolores de 2021 de la virgen); los petates con figuras formadas con diversas semillas; las manzanas con oro volador o papel dorado; los comales con chía (que sustituyen a los germinados de trigo); el corazón con los siete puñales del dolor; la ofrenda de los pescados; la ofrenda de los panes; los siete símbolos de la pasión; los azahares, y el chilacayote. La tradición del altar es una de las más arraigadas en esta ciudad nuestra. Es un legado que tiene mayor presencia que muchas otras usanzas culturales, que en últimas fechas se han querido implantar artificialmente en la creencia de que todas las costumbres tenidas como “mexicanas” deben tener vigencia en todo el territorio nacional. Tal ha sido el caso del famoso altar de muertos, que ha sido impulsado sobre todo por nuestras instituciones educativas en el supuesto errado de que en Guanajuato se montaban al igual que como se acostumbra en la región central y sureña del país, donde existe una profunda raíz cultural indígena. No es así. En Guanajuato no es tradicional el altar de muertos. Pero en cambio sí tiene mucha presencia el altar de la dolorosa, que, aunque es un elemento netamente hispánico y criollo, ha encontrado gran aceptación local. Lo que hoy es el estado de Guanajuato ha sido una tierra de encuentros culturales, de cruce y roce de culturas muy diversas, que se amalgamaron en una aleación que ya es muy diferente de las raíces de las que partió: la hispánica y la indígena.

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Viernes de Dolores de 2021

La moda femenina para la Semana Santa en el Guanajuato porfiriano

Ruth Yolanda Atilano Villegas *

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orrían los primeros años del siglo XX en Guanajuato; el incienso subía por la cañada; el aroma de las flores inundaba las casas y las calles; los santos eran cubiertos con telas de color morado en los altares; corría la cera de veladoras y cirios; la oración y el silencio ocupaban los recintos sagrados; y el negro se apoderaba de sus habitantes, con él revestían su cuerpo y en él recogían su espíritu, para acompañar al Mártir del Calvario. En el Guanajuato porfiriano una de las festividades religiosas más importantes para la Iglesia Católica, era aquella en la que se conmemoraba, la pasión, muerte, y resurrección de Jesucristo. Dicha conmemoración se hallaba revestida de toda clase de actos materiales y espirituales. Todo comenzaba con el Miércoles de Ceniza, lo que daba inicio al tiempo de Cuaresma: cuarenta días de ayuno y oración como preparación para la Semana Santa. Todos los negocios, en calles y callejones, cerraban para dar paso a las celebraciones, como la colocación del Altar a la Virgen de los Dolores, el Domingo de Ramos, la Visita de los siete altares, el rezo del Vía Crucis, la Procesión de la cruz, y el canto del Miserere, entre otras ceremonias y actos solemnes, así como la celebración de la vigilia pascual, con la algarabía de las campanas en las iglesias y los fuegos de artificio. En una sociedad con estrictas reglas de etiqueta y moralidad en el vestir, la indumentaria de la Semana Santa era especialmente vigilada, y constituía, al mismo tiempo, una manifestación en el cuerpo y en el espíritu de la vivencia de la Pasión de Cristo.

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Para la época, la ropa era un referente indudable de la clase social, el estado civil, la edad, y el género; por ello, le eran adjudicados valores fundamentales para la burguesía, que eran enseñados a través de instrumentos como los manuales de urbanidad. Eran los días de los vestidos según la hora, el día, el lugar, y la circunstancia; de los cambios de ropa hasta siete veces en una jornada; y el tiempo de los rituales sociales como el five o’clock,1 el teatro, las carreras de caballos, y las garden-parties,2 entre otros, donde se podían lucir “vestidos de encanto indescriptible, creaciones exquisitas de los grandes costureros de París”.3 Por todo ello, el mundo burgués guanajuatense que se consideraba, “moderno, progresista y cosmopolita”,4 valoraba el vestido como un emisario del proceso civilizatorio y de urbanización; así como una encarnación innegable de la elegancia, distinción, y la belleza de lo más granado de la sociedad, que en la época era conocida como la gente de buen tono. Así mismo, la moral, que era un pilar fundamental para este grupo social y se la consideraba como: El conjunto de máximas fijas y eternas que arreglan la conducta del individuo y de la sociedad… basada en estos tres principios fundamentales: 1. La noción del bien y del mal. 2. El conocimiento del deber, ó sea de la obligación de hacer el bien y evitar el mal; 3. La noción del mérito o desmérito ó sea la firme creencia de que el que obra mal debe ser castigado, y el que bien, es digno de un premio.5 Lo que normaba el acto de vestir, y en su materialización se reflejaba, por un lado, el cumplimiento de las buenas costumbres sociales a través de la cortesía, que era la manera de mostrar consideración por el otro; así como también, manifestaba la salvaguarda de la dignidad personal expresada de manera virtuosa a través del pudor, la honestidad y el recato. De lo anterior, se puede entender la manera en que se fue gestando un discurso en el que el vestido se convirtió en un signo de belleza material y espiritual para un grupo social que, en este sentido, tenía en altas consideraciones a la figura femenina, pues a ella se le concedió la posibilidad de lucir todas las galas en contraste a la austeridad de la indumentaria masculina; lo cual, la convertía en la emisaria del caudal del padre o del esposo a través del cuidado y riqueza de sus vestidos. En este contexto, durante la segunda mitad del siglo XIX se consolidó la industria de la moda; en un periodo en el que se perfeccionaron e inventaron máquinas para confeccionar insumos, prendas, y accesorios; se inauguraron las *.- Licenciada en Historia por el Departamento de Historia de la Universidad de Guanajuato, Campus Guanajuato; así como Maestra en Historia (Investigación Histórica) por la División de Ciencias Sociales y Humanidades y egresada del Doctorado en Artes de la División de Arquitectura, Arte y Diseño, de la misma institución. 1.- Traducción: Cinco en punto. Toma de té en casa, a la usanza inglesa, la cual se realizaba a las cinco de la tarde, y se acompañaba de algunos bocadillos. 2.- Traducción: Fiestas en jardín. 3.- El espejo de la moda. The Glass of Fashion up to date Spanish Edition, New York, The Butterick Publishing Company, mayo de 1911, número 5, p. 173. 4.-Tovar y de Teresa, Rafael, El último brindis de don Porfirio. 1910: los festejos del Centenario, Ciudad de México, Taurus, 2010, p. 57. 5.- Chaple, Juan Francisco, Compendio de moral y economía doméstica aplicado a las niñas, décima tercera edición, Habana, Librería de Sans, 1890, p. 8.

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Viernes de Dolores de 2021 casas de diseñadores y se comenzaron los desfiles de moda; se abrieron los grandes almacenes; se consolidaron las revistas de moda; y se estableció todo un sistema de ventas por catálogo. Hasta tierras guanajuatenses llegaron los embajadores de esa consolidación representados en las revistas de moda más afamadas de la época, ya fueran extranjeras como La moda elegante, o publicaciones mexicanas como El Mundo Ilustrado con una sección de modas muy remarcable; así mismo, llegaron los catálogos de los grandes almacenes de la Ciudad de México o allende los mares en los vapores provenientes de Europa; todas ellas, o al menos en su mayoría, dirigidas al público femenino. Ponciano Aguilar, científico y servidor público sobresaliente para Guanajuato en el Porfiriato, por su importante contribución a la urbanización de la ciudad, consumió esas publicaciones en las que se detallaba cómo vestir en sociedad. Hasta la puerta de su casa ubicada en el Paseo de la presa, le eran entregadas para ser leídas por él y su familia.6 Lo mismo sucedió con otras estirpes acaudaladas de la ciudad. No era de extrañarse que el ingeniero estuviera suscrito a dichas revistas movido por su mujer y sus hijas, ávidas de conocer el último grito de la ‘reina despótica’, para recortar los figurines y llevarlos con su modista, para que ella les confeccionase las prendas que resultaban indispensables para toda clase de compromisos sociales, durante todo el año, y claro está, en la Semana Santa, con tradiciones religiosas tan arraigadas en la ciudad. El templo, era lugar donde se llevaban a cabo las ceremonias relativas a la conmemoración de la muerte de Cristo y con ello el cumplimiento de la nueva alianza de Dios con su pueblo; considerado como un espacio sagrado sin parangón pues en este habita Dios en el Sagrario, exigía la excelencia y pulcritud en el vestido. Por ello, se dictaba que allí: Los hombres deben ir siempre descubiertos; en cambio, las mujeres llevarán en la cabeza algo que las cubra. Para penetrar al templo hay que hacerlo cuidando de que el atavío sea propio para un lugar semejante. Debemos presentarnos con la limpieza y pulcritud debidas, sin olvidar que, de ningún modo, será discreto lucir vistosas “toiletes,”, como si fuéramos a una fiesta mundana, en donde la variedad y lujo de los trajes constituyen uno de los principales atractivos. …hay que tener cuidado de no gotear con cera el traje de los que van inmediatos á uno. Tampoco es correcto que los señores se coloquen en fila á uno y otro lado del atrio á la hora de la salida de la misa para ver salir á las bellas devotas, espoleando así su vanidad y haciéndolas caer en la tentación de llevar atavíos llamativos y lujosos, tan impropios para lucirse en un templo.7

6.- Dichas publicaciones se pueden consultar en el Fondo Ponciano Aguilar del Archivo Histórico de la Universidad de Guanajuato. 7.- S/A, “Usos de sociedad”, en El mundo ilustrado, Ciudad de México, 12 de septiembre de 1909, año XVI, tomo II, número 12, p. 557.

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Más valía ser precavidos en atender la regla, para no ser objeto del señalamiento público durante las ceremonias de la Semana Santa, entre los pobladores más acaudalados de la ciudad minera. Y, sobre todo, más valía no pecar o ser causa de pecado en una semana que llamaba a la santidad a semejanza de Aquél que había pagado con su sangre todas las deudas de la humanidad. Sin duda alguna, la época mostraba sus contrastes, entre el luto por la muerte del Nazareno, y la moda exuberante de la llamada Belle Epoque.8 Por eso, se llamaba a la renuncia de los bienes materiales para acceder a los celestes, en un periodo de ‘santa abstinencia’, que tenía como premio inmediato la posibilidad de lucir las bellezas vaporosas de la estación, como una manifestación del retorno de la vida con la anhelada primavera: Han pasado, lectora mía, los días consagrados al recogimiento del templo, la Iglesia conmemora la sangrienta tragedia del Calvario, y siguiendo el ejemplo que nos da enlutando sus altares y haciendo enmudecer las campanas, es preciso que las damas cristianas dejen por algunos días los trajes esplendentes de la presente estación y vistan de negro, reemplazando en el día más doloroso de la mística leyenda, el florido sombrero por la austera mantilla de encaje. Pero una vez que en las torres suenen de nuevo los entusiastas repiques, retorna también la alegría y en las calles y paseos destilan los trajes vaporosos y alegres que forman el cortejo de la deseada primavera.9 Fue así como, en el Guanajuato porfiriano, se tocaban la tierra y el cielo; lo material y lo etéreo. Para vivir la pasión de Cristo, con una amorosa compañía a la Virgen María en sus dolores; y el reconocimiento del hombre que yacía en la cruz como hijo de Dios, aceptando su obra redentora. Vivencia marcada, entre otras cosas, por las manifestaciones externas que a través del vestido hacían referencia al estado del alma de sus portadoras; como católicas, con el recogimiento y santidad que ameritaba la vivencia de tales rituales; y al mismo tiempo, sin perder el refinamiento y la elegancia a la que estaban llamadas como miembros de la burguesía, en eventos que también revestían un carácter social. Todo ello enmarcado por la moral burguesa y el ánimo civilizatorio; conjugando tradición y modernidad; así como lo cambiante y lo eterno. ¿Qué es la moda en el vestido sino cambio constante? ¿Quién es Cristo sino lo absoluto y eterno? 8.- Traducción: Bella época. 9.S/A, “Páginas de la moda”, en El mundo ilustrado, Ciudad de México, 15 de abril de 1906, año XV, tomo I, número 16, p. 26.

Fuentes Libros: Chaple, Juan Francisco, Compendio de moral y economía doméstica aplicado a las niñas, décima tercera edición, Habana, Librería de Sans, 1890. Tovar y de Teresa, Rafael, El último brindis de don Porfirio. 1910: los festejos del Centenario, Ciudad de México, Taurus, 2010. Revistas: El espejo de la moda. The Glass of Fashion up to date Spanish Edition, New York, The Butterick Publishing Company, mayo de 1911, número 5.

S/A, “Páginas de la moda”, en El mundo ilustrado, Ciudad de México, 15 de abril de 1906, año XV, tomo I, número 16. S/A, “Usos de sociedad”, en El mundo ilustrado, Ciudad de México, 12 de septiembre de 1909, año XVI, tomo II, número 12. Au Bon Marche, catálogo, París, Ca. 1911, Fondo Ponciano Aguilar, Archivo Histórico, Universidad de Guanajuato. La moda elegante, Madrid, 6 de agosto de 1910, año LXIX, número 29, Biblioteca Armando Olivares Carrillo, Universidad de Guanajuato. ‘De las damas’, en El Mundo Ilustrado, Ciudad de México, 7 de julio de 1901,año VIII, tomo II, número 1, Biblioteca Armando Olivares Carrillo, Universidad de Guanajuato.

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S/A, Traje para iglesia para niña de 14 años, en El Mundo Ilustrado, Ciudad de México, 17 de marzo de 1901, año VIII, tomo I, número 11, Archivo Histórico Municipal de León, Hemeroteca, Foto Ruth Yolanda Atilano Villegas.

S/A, Miércoles de Ceniza, en El mundo ilustrado, Ciudad de México, 4 de marzo de 1900, año VII, tomo I, número 9, Biblioteca Francisco Xavier Clavijero, IBERO Santa Fe, Foto Ruth Yolanda Atilano Villegas.


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Agonía Ared Alvaira

“El sufrimiento de la Mater Dolorosa, presagiaba el dolor más profundo” Jesucristo mi Señor: me pesa verte en esa cruz inmolado, cruz de ignominia, de vileza y de injusticia, solo por temor a tu palabra de amor; me duele verte lacerado en lo más profundo, en cada herida abierta y sangrante de este insigne holocausto consumado en el monte Calvario.

Entregaste tu majestuosa vida para expiar nuestras culpas, para librarnos del pecado para redimirnos y mostrarnos el camino, de la vida eterna en el amoroso aprendizaje, que nos lleva a unirnos al creador una vez completado la evolución, por la senda del amor más puro y divino.

¿Más cómo ahora, cómo te bajo de esa inmisericorde cruz? ¿cómo restaño tus heridas, tu sangre sagrada?, cómo borro de tu piel los latigazos, de tu rostro los cobardes escupitajos, de tu piel las llagas tumefactas? cómo merezco mirarte a tu rostro exánime y sufriente? sí a cada momento en que te busco en mi alma la muerte siento solo de imaginar tu agonía?

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Reloj de Valenciana A. J. Aragón

Al fondo de una mano montañosa un conjunto deliberado de piedras configura la ciudad de Guanajuato Imán que atrae al viajero laberinto que lo pierde extravía absorbe y lo añade a sus calles como una piedra nueva No encontrarás los colores de Guanajuato en muestrarios vinílicos

Almas (ánimas) no ruedan ejercitan el caminar de Marfil a Tepetapa Ninfas de viento y voz de madera deambulan sobre la cañada impulsadas por oboes de la sierra y danzan en el subsuelo con pasos de plata Palabras de cantera motivan la lectura por plazuelas o escalinatas y en la escritura sepia de una taza de café

están integrados a las almas de sus pobladores Matices de tiempo ausente tierra y piedra luna y agua corteza de árbol y musgo fresco

Los días no se deslizan del calendario giran aletean siempre en el reloj de Valenciana a las horas intensas de vivir.

Sueños diurnos dan cuerda al reloj de Valenciana

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