Libro - Bitácora de la memoria - Escuela de Literatura 2017

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BITร CORA DE LA Crรณnicas y conjuros de




Administración Municipal “Recuperemos a Facatativá” Pablo Emilio Malo García, Alcalde Secretaría de Cultura y Juventud Sandra Milena Correales Ortiz, Secretaria de Cultura y Juventud Oficina Asesora de Prensa y Comunicaciones Néstor Orlando Velandia Pinzón, Jefe de Prensa Red de Bibliotecas Públicas de Facatativá Jorge Eliécer Valbuena Montoya, Coordinador Red de Bibliotecas Públicas de Facatativá, Escuela de Literatura de Facatativá y Centros literarios Diseño y diagramación Oficina Asesora de Prensa y Comunicaciones. Erika Andrea Pérez Sánchez Fotografía Oficina Asesora de Prensa y Comunicaciones de la Alcaldía de Facatativá y Escuela de Literatura de Facatativá Agradecimientos especiales Diego A. Sánchez Acosta Diego Andrés Ardila José Luis Rodríguez Paula Muñoz Forero Giovanny Pérez Jiménez Iván Felipe Linares ASASAC - ADA (Asociación para la Divulgación de la Astronomía) A todos y cada uno de los escritores que dejaron plasmados en estas páginas sus imaginarios, anhelos e historias que inspira nuestro municipio Octubre de 2017



ÍNDICE INT RODUCCIÓN

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PREFACIOS.

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BIENVENIDOS A FACATAT IVÁ. Semblanza de un territorio mágico

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SANTUARIO DE ANCESTROS. Una experiencia en el Parque Arqueológico Piedras del Tunjo

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LA CAJIT A DE AGUA. Un recorrido por nuestro territorio desde Manjuí

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DE FERIA POR EL RECUERDO. Una retrospectiva sobre la Plaza de Ferias de Facatativá

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LA ÚLTIMA BARBERÍA. Historia y legado de un salón de belleza

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UN FANTASMA ENCERRADO EN EL PASADO. Memorias de la Harinera San Carlos

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CARNAVAL DE SUEÑOS, OLORES Y VOCES. Recorriendo la Plaza de Mercado

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Señor Alcalde Pablo Emilio Malo García Escritores de la Escuela de Literatura de Facatativá y Centros Literarios del municipio Rosa Rubiano

Vilma Stella Castillo Muñoz

Rosa López

Miguel Sánchez Peña Luis Benigno Romero Ronald Rodríguez

Rosa Carrasco


UNA MOMIA DONDE ANIDAN FANTASMAS. Rastros y presencias de la estación del tren.

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LOS VIEJOS VIENTOS DE BUENOS AIRES. Por los rumbos de la vereda Pueblo Viejo

73

LA GRACIA DE LA MUERTE. Tras los muros del Cementerio Municipal

84

EL PARQUE PRINCIPAL, UN SEÑOR CON MIL ROSTROS. Una experiencia ficcional

88

¿DÓNDE ESTÁ EL LIBERTADOR? Parque o plaza principal de Facatativá, antes y ahora

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UN LUGAR DE OTRO MUNDO. Magia y esplendor desde la Rotonda del Parque Arqueológico

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EL TEATRO DE UN SIGLO ROTO. El Teatro municipal desde los balcones de la memoria

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CULTURA MARCHITA. La función presente del teatro Virginia Alonso

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LAS MELODÍAS DE UNA VIDA MAGISTRAL. Perfil de un artista facatativeño: Aicardo Muñoz

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Luisa Aguilar – Andrés Monsalve Fabio Nelson López Morales

César Alejandro Cardozo

Omar David Herrera Luisa Aguilar

Gloria Constanza Monroy

Fabio Nelson López Morales

Jhony Mahecha Clara Elena Sierra


EL COLOR DE UN CAMALEÓN. Perfil de un artista facatativeño: Sixto Vargas

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EL RESPLANDOR DE LAS ESPECIES QUE NO DESAPARECEN. Tras los pasos de una lustrabotas.

127

A FLOR DE HIEL. Cultivo de sombras en una empresa de flores

135

BITÁCORA DE UN HISTORIADOR. Luis Carlos (El patón) Peña Jiménez

139

HISTORIAS Y LUSTRES. En los zapatos de los lustrabotas

143

LA RUTA SILENCIOSA DE UN PINTOR DE CALLES. Los pinceles de Armando Fajardo

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LOS ÚLTIMOS HOMBRES DE LA T IERRA. El paro agrario en Facatativá

175

TRES DIARIOS DE POLVORA QUEMADA. Destellos de una polvorería en Facatativá

186

LOS TERRITORIOS DEL CIELO. Un acercamiento a los cimientos de La Virgen de la Roca

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Ruby Mery Meléndez

Helena Jiménez - Fabio Nelson López Morales William Castro

Clara Elena Sierra Cardenas

Camila Johana Garay Palacios - Stefanny Gómez Rodríguez Fabio Nelson López Morales

Fabio Nelson López Morales

Omar David Herrera

Vilma Stella Castillo Muñoz


LA PRISA HACE AYUNO ANTE SU PRESENCIA QUE CAUTIVA. Un perezoso funda un sueño

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EL PADRINO OLIVERIO. El viajero que se quedó en Facatativá

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LA ERRANCIA Y EL OASIS. El mundo es el teatro en Siembra Vida

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FACATAT IVÁ. CIUDAD PRECOLOMBINA

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CONJUROS, POEMAS Y ENSOÑACIONES

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ADIVINANZAS

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Astrid Castaño García

Hugo Alfonso Torres Salgado

Hugo Alfonso Torres Salgado Rosa Rubiano

Textos realizados por los niños de la Escuela de Literatura de Facatativá Textos realizados por los niños de la Escuela de Literatura de Facatativá


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INT RODUCCIÓN PALABRAS DEL SEÑOR ALCALDE PABLO EMILIO MALO GARCÍA La forma en que se construye y define la historia determina la identidad de los pueblos. Por ello las narraciones que recrean nuestro pasado se hacen presentes en nuestras costumbres, actos, expresiones y sobretodo en nuestro lenguaje. Ya sean ficticias o reales, todas las manifestaciones artísticas hacen parte de la cultura y es obligación de todos conservarlas y transmitirlas para que se sigan difundiendo en cada generación, con el orgullo que suscita hacer parte de una memoria colectiva sobre la que se han fundado unos valores conjuntos y significativos para nuestro desarrollo. Facatativá es un territorio hecho también de relatos y de poesía intensa, que se hace presente desde sus paisajes, su arquitectura, hasta las historias de vida que han tejido sus habitantes, todas ellas sinfonías de situaciones, encuentros, luchas y sueños que hacen de nuestro municipio un libro abierto que no termina de escribirse y de leerse al tiempo en que las palabras se ramifican para darle sentido y valor a nuestros actos en el mundo.


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Este libro que tiene en sus manos es producto de la búsqueda permanente que se ejerce en todos los ámbitos sociales por la recuperación de Facatativá. La historia, la memoria y la cultura son fundamentales para consolidar este objetivo que nos hemos trazado, reconocer los espacios y senderos de nuestra diversidad, las huellas que han quedado en nuestra cotidianidad, los mitos y las leyendas que nos han interpretado como habitantes de una cartografía de signos e imaginarios, exaltar los personajes que han recorrido nuestras calles y campos, los momentos difíciles y aquellos logros comunes que hacen que respiremos el sentir de nuestro hogar como propio, deben ser una búsqueda constante de nuestro devenir. La Secretaría de Cultura y Juventud y su Escuela de Literatura han trabajado con constancia y dedicación por recuperar esta memoria compartida, investigando y conversando con los facatativeños, recogiendo las crónicas, cuentos y poemas que aquí nos entregan como parte de ese compromiso de cultivar y cuidar nuestro patrimonio material e inmaterial, construyendo un compendio de voces y

experiencias que han sido cruciales en nuestra historia, elaborando literariamente el esplendor que nos habita, que habitamos, y que habitarán nuestros próximos ciudadanos, a quienes les damos un saludo desde este lugar del tiempo que en las letras permanece vivo.

Los invito a sumergirse en este recorrido por diferentes situaciones, lugares y personajes de Facatativá, a leer lo que somos y hemos sido, el mapa que hemos creado con nuestra magia y fraternidad. Porque vivimos en un lugar maravilloso, digno de ser narrado y recreado, imaginado y mitificado, para contagiar con nuestro orgullo facatativeño a todo el mundo. Que sean las palabras, hechas acción en este conjunto de espléndidos escritores, el lugar de encuentro de todas las generaciones que nos han sucedido, el eco que somos, presente de nuestro canto al amor a la vida, nuestro canto de amor a la paz.


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PREFACIOS Caminos reales - Archivo Oficina Asesora de Prensa y Comunicaciones de la Alcaldía de Facatativá


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Lo que nos hace diferentes de los demás son nuestras señas particulares, la manera de caminar, el color del cabello, la voz, pero sobretodo la postura ante la vida, la manera de pensar, que también nos determina como similares. Además, lo que nos hace únicos es la relación con nuestro pasado, toda esa herencia familiar: los dichos de la abuela, la sazón de mamá, la afición a algún deporte por parte de papá o la ciudad en que se nace.

tos) los ha cambiado. Dichas personas han reflexionado sobre su trasegar en la ciudad de Makana y Tisquesusa, ciudad del ferrocarril y la niebla, por suerte, han coincidido en los espacios municipales, como la escuela de Literatura de la Secretaría de Cultura y Juventud, dirigida por el poeta Jorge Valbuena. Dicha escuela es un espacio de puertas abiertas en el que cualquier persona puede participar para explorar sus habilidades literarias.

Pero las ciudades son precisamente construidas y compuestas por las personas que, sin importar su color de cabello o los dichos que haya aprendido de la abuela, transitan, cambian, residen y habitan ciudades, como la nuestra: La bella Facatativá. Todas las personas que han pasado por este municipio han dejado una huella que la convierte en una ciudad única.

El libro que tiene en sus manos, querido lector, es el producto de la vivencia y reflexión sobre la memoria facatativeña por parte de una considerable parte de los escritores de nuestra ciudad. Una caminata desde la plaza de ferias, pasando por el Parque Principal, hasta llegar a la Plaza de Mercado Municipal, es una experiencia que nuestros escritores han sacado de la cotidianidad, para apropiarse un poco más de Facatativá.

Para algunas personas el hecho de caminar por esta ciudad los hace reflexionar sobre la parte de Facatativá que en ellos existe y cómo esta ciudad (o sus grandes personajes, lugares o acontecimien-

De sobremesa, y para terminar de salir de la cotidianidad, al final de este libro puede encontrar los conjuros y adivinanzas, creados por nuestros pequeños grandes ciudadanos de Facatativá: los ni-


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ños, también participantes de la Escuela de Literatura de la ciudad y los Centros Literarios del Municipio. Este libro es, por lo tanto, una radiografía de Facatativá, desde los ojos de grandes y pequeños, con una perspectiva literaria.

Adriana Helena Moreno (Escritora facatativeña) “Cuando callan la palabra quedará el arte de la escritura, que no permitirá que borren nuestra memoria”. Este libro nace, se construye paso a paso con el andar incansable de cada uno de los participantes de la Escuela de Literatura de Facatativá, en cabeza del docente y escritor Jorge Eliécer Valbuena Montoya, inspirador constante de la labor escritural de los artesanos de letras del municipio, y al cual agradecemos de manera muy especial estar a cargo de tan magna labor. Quién más que él, hijo de Facatativá para guiar el proceso de realización del libro de crónicas de nuestra memoria compartida. Obra que refleja desde el sentir humano de cada poeta, ya sea adulto, joven, niño o niña; perseverancia

asidua en la realización de cada crónica y cuento, las cuales reflejan la cultura, idiosincrasia, eventos, aspectos personales, lugares y personajes que de una u otra manera marcan el proceso histórico de este hermoso terruño llamado “Cercado fuerte al final de llanura¨. Nos sentimos pues galantes de participar del sentir de una construcción diferente dentro del aporte literario, que pretende dejar memorias para los más jóvenes, para los recién llegados, para los que se fueron de este lugar enclavado en el cerro de manjui que vigila y protege nuestro territorio donde fuimos bendecidos para nacer, vivir como propios y extraños. Será pues deleite para quien se atreva a abrir las hojas de este memorial texto, degustar los pasajes con las indagaciones, situaciones, comentarios, retahílas y rimas armadas desde el sentir poético de cada autor, escritos hechos a pulso con el corazón, respeto y cariño por cada elemento, lugar y persona que allí reposa.

Clara Sierra (Escritora facatativeña)


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Querido lector: Está usted a punto de adentrarse en una aventura que lo llevará hacia un recorrido por las letras, la imaginación, la historia y la memoria de nuestro territorio, uno de los más vistosos y representativos del departamento de Cundinamarca.

y disciplinas, cuentan con una amplia experiencia en éste campo de acción, al haber participado en encuentros, seminarios y festivales artísticos. Otros por el contrario empiezan a revelar sus primeras creaciones literarias, logrando con ello, admiración por su estilo y talento a la hora de escribir.

Lo que aquí se presenta hace parte del trabajo y la experiencia de un grupo de jóvenes y adultos atraídos por el arte y la cultura; quienes bajo un mismo motivo se reunieron hace algún tiempo, con ideas, expectativas e iniciativas por empezar y continuar con la escritura de textos que se alejaran de la academia, el formalismo y los “cliches” impuestos por la sociedad.

Es por esto que, después de conversaciones, propuestas, e ideas se llegó al acuerdo de plantear una publicación que abordara una explicación muy sucinta de sitios insignias del municipio; a través del uso de la Crónica, siendo este género el que posibilite de forma clara y sencilla un contenido que sea de fácil interpretación y comprensión para toda la comunidad. Queremos que estos escritos perduren y sean leídos por todos los ciudadanos.

Así empezamos a crear textos literarios de nuestra vida, anécdotas, asuntos cotidianos, intereses, preguntas, ficcionalidades, reuniéndonos todas las semanas en la Biblioteca Pública Abelardo Forero Benavides de la Casa de la Cultura de Facatativá.

Con la utilización de la crónica, como medio para hablar nuevamente de estos lugares se buscó brindar una nueva percepción teniendo en cuenta, que varios autores ya habían realizado trabajos de investigación referidos a los temas en cuestión.

Las personas que conforman éste equipo literario, en su mayoría, profesionales de diferentes campos


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Dentro de cada uno de los escritos usted podrá ver y encontrar un lenguaje coloquial, frases tradiciones, y una conexión que lo trasladará a cada momento descrito en la lectura. Un olor a costumbre y entonces será inevitable que su rostro se llene de alegría y su mente se inunde de buenos recuerdos que podrá vivir de nuevo aquí, en esta Bitácora de la memoria.

Miguel Sánchez Peña (Escritor facatativeño)


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BIENVENIDOS A FACATAT IVÁ Semblanza de un territorio mágico Plaza Principal - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta

Rosa Rubiano


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Facatativá es una ciudad prehispánica, perteneciente a la familia Muisca del tronco de las grandes tribus de Colombia como es la Chibcha. Tiene una posición geográfica estratégica que se le puede llamar municipio de “encuentro de etnias, de pueblos, de culturas, de comercio, de paisajes, donde comienza la sabana y termina la cordillera”. Etimológicamente uno de sus significados más difundidos es: “Cercado fuerte al final de la llanura”, que resume la historia y la importancia del municipio.

Es un municipio que acoge, que proporciona medios de educación, de vivienda, de adquisición de recursos de primera necesidad, con cercanía a la capital y otros municipios aledaños donde se pueden conseguir diferentes actividades laborales, de estudios técnicos o profesionales que hace que sus habitantes oriundos o allegados de otras partes del país puedan obtener diferentes oportunidades de mejoramiento de su vida y conseguir las metas que se han propuesto.

Ha participado en cada uno de los acontecimientos nacionales, departamentales como regionales, aportando un sinnúmero de factores, virtudes y personalidades que de una u otra forma la convierten en copartícipe de las acciones históricas que han dado gloria al país.

Por eso se debe formar en el civismo, en la colaboración, en la responsabilidad y comprometer a todos en general para que se ame y se respete nuestro municipio. Estimular el sentido de pertenencia a Facatativá, la valoración del patrimonio material e inmaterial para su conservación y divulgación.

Casa rural facatativeña - Cortesía de José Luis Rodríguez


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Además posee un tesoro arqueológico invaluable el PARQUE ARQUEOLOGICO NACIONAL DE FACATATIVA, que reúne el conocimiento en arqueología, biodiversidad, etnología, prehistoria, historia, cultura, leyendas y otros. El pasado es la recopilación de la historia y actividad humana, el presente es nuestro quehacer, el futuro es el resultado de los dos tiempos anteriores; es una responsabilidad nuestra, la de dar a conocer, conservar y fortalecer la herencia arqueológica, etnológica, cultural, política, económica de la ciudad; la defensa de la condición humana y el respeto por la diversidad: multicultural, étnica, de género, opción personal de vida como la identidad, el respeto por el otro y el compromiso con el municipio.

Por eso muchas personas, familias, entidades se han motivado a trabajar con gran amor y dedicación a enaltecer los valores, el orgullo, las tradiciones, los símbolos, las creencias, los sueños de que este municipio sea participativo, colaborador, para que sea mejor y se destaque en todos los aspectos de su existencia a nivel regional, nacional e internacional y fundamente su sentimiento de pertenencia de identidad y de compromiso. Sea bienvenido a este recorrido por su magia y su maravilla. Solo siga las siguientes palabras. Adelante.

Paisaje rural facatativeño - Cortesía de José Luis Rodríguez


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SANTUARIO DE LOS ANCEST ROS Una experienciPiaedras en el delParque Tunjo Arqueológico

Vilma Stella Castil o Muñoz

Parque Arqueológico de Facatativá - Archivo Oficina Asesora de Prensa y Comunicaciones de la Alcaldía de Facatativá


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Siempre supe y sentí cierta magia y mucha energía natural cuando entraba a ese lugar, pero un sábado de mayo del dosmildoce (2012) una invitación que no supe cómo o quién me la envió, a través de un “Muisca” reconocido y admirador de mis poemas; nos convocaba a congregarnos en el parque con algunos líderes del pueblo nación Muisca-Chibcha y con otras comunidades como los Misak (Guambianos), otros de la sierra Nevada, (Arhuacos), y unas comunidades que tienen sus diferentes cabildos en Bogotá y pueblos de Cundinamarca; también con los Tubú Humuri Masa del Vaupés con el liderazgo del abuelo mayor Suaga Gua Ingativa Neusa, maestro guía espiritual de linaje sacerdotal ancestral de la tradición indígena del Pueblo Nación Muisca-Chibcha de Bacatá (Bogotá). Y acepté, llegué por mis poemas a otro poema mayor. Nos detuvimos delante de la entrada al parque, frente a la gran roca que queda a unos pocos pasos de la puerta principal, diagonal al puente que todos los visitantes suelen cruzar cuando entran al majestuoso parque. Es una piedra que parece tallada por un rayo de sol, tiene cortes muy finos,

casi hexagonales, que le dan la sensación de ser una obra hecha y diseñada para estar en ese sitio para dar la bienvenida y saludar a quien llega y ser saluda, y expresar que se trata te un lugar sagrado. Porque en el parque arqueológico no hay puertas de entrada, hay piedra de entrada, depende de cómo se mire. En la base de esta inmensa roca se logran percibir índices de antiguos pictogramas en color terracota, opacos por el paso del tiempo y por el descuido de algunos habitantes, pero con ese esplendor de misticismo y magia que tienen los actos significativos cuando se trata de mensajes del pasado. Estos pictogramas fueron los que más adelante tendrían y darían sentido a mi vida. Para los abuelos líderes, la piedra es la guardiana del territorio, la que hay que saludar y pedir permiso para ingresar a ese lugar sagrado, por ello nos detuvimos frente a ella, mientras el resto de los visitantes pasaba de largo, y apoyamos la palma de la mano derecha en la piedra y la izquierda en el pecho sobre el corazón, con los ojos cerrados y así cada uno le hablamos a ese elemento


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guardián, a los espíritus ancestrales, como según nos explicaron. Así hablamos todos con la piedra sagrada que nos recibió, la saludamos, cada uno pronunció en silencio, mentalmente aquel saludo, le puso un propósito a la visita, porque es importante que haya un motivo por el cual uno visita el lugar, porque se trataba de salir renovados, más espirituales y entregados al entorno, al sabio lugar que nos rodeaba, más conocedores de nosotros mismos. Después de esta interesante conversación con la piedra nos dirigimos hacia la Rotonda, caminamos despacio por el lugar, como nunca lo había hecho en este parque arqueológico, escuchando el sonido del viento, el vibrar de las ramas, el vuelo de las aves y los ecos de las voces lejanas, la naturaleza nos estaba saludando y era muy imponente su recibimiento. Todo el grupo se ubicó alrededor de esa piedra ya más actual, que tiene forma de queso, que no fue hecha por los indígenas, pero que sí representa el centro del parque, y es el lugar más iconográfico del

sitio, el que aparece en la mayoría de fotografías, el escenario donde se hacen los eventos cuando reunir gente es el objetivo, el lugar donde se ponen los parlantes y los telescopios, porque Las piedras del tunjo es un sitio en el que todos han dejado y llevado una historia. La rotonda es una construcción circular en piedra de aproximadamente 30 metros de diámetro, mole que hace parte de las antiguas piedras y parece un georama que, a manera de escenario invita a su apropiación.


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viento, y el humo del tabaco que ¨rapeaban¨ los mayores de la comunidad, invocando y convocando a las deidades del tiempo, porque mientras estábamos en el círculo de palabra rodeados de árboles, piedras y magia, el circulo se seguía extendiendo por sobre todo nuestro linaje, y cada uno desde su fuego común, su comunidad, supo expresar en sus propias dimensiones el sentido del tema tratado, sin recaer en ofensas, debates, o afrentas, aunque con diferencias notorias, una diversidad sagrada nos reunía.

Rotonda Parque Arqueológico de Facatativá - Archivo particular Ahí nos reunimos en Círculo de Palabra, frente a las ofrendas; luego: Chicha, flores e instrumentos musicales ancestrales. Porque el círculo de palabra es un espacio en el que todos formamos una sola unidad, una sola presencia en torno a un tema sobre el que nos disponemos a hablar, y los sabios ese día empezaron a ¨palabrear¨, a encontrar en sus intervenciones el hilo conductor, el tejido común que nos congregaba bajo el cielo ancestral y luminoso de nuestra Facatativá, las palabras y el

Esta rotonda para las comunidades representa la “Plaza de gobierno Muisca”. Lugar ordenado por los abuelos para “ritualizar” los actos de posesión de los gobiernos y autoridades indígenas. Y a eso convoca, es un lugar que si se mira de lejos llama a la reunión, a la reflexión, contiene un respeto por sí mismo, es monumental, y suscita a la imaginación miles de posibles acontecimientos y momentos, como si fuera un punto de encuentro donde se convocan todas las latitudes de todas las esquinas del tiempo a renovarse y a ser.


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Rotonda Parque Arqueológico de Facatativá - Archivo particular Sobre ella asistimos a otro tiempo, pero no era como un tiempo del pasado, sino como un tiempo infinito que en la palabra de los abuelos y sabedores que nos rodeaban ese día, se nos presentaba sabio y prudente para pensar en nosotros mismos, en nuestra espiritualidad, y así me encontré con un parque arqueológico dispuesto no solo para el turismo, los asados familiares y el ejercicio físico, sino un parque que tenía un sentido escondido y presente, que nos invitaba a reflexionar y a caminar sobre él para sentirnos livianos de espíritu, para aspirar aire puro y reflexionar, darle valor al silencio y olvidarnos del afán que a diario nos iba rigiendo. Círculo de palabra en el que nos encontramos con nosotros mismos, o por lo menos nos dimos cuenta que debíamos conversar más a menudo con nuestro

interior. Ahí estuvimos un largo rato, un momento que no quiero determinar en minutos ni segundos, aunque pueda ser un dato importante, estuvimos un espacio de tiempo observándonos con los ojos cerrados, escuchando las palabras que salían despacio e inmensas del sentido y significado cultural de los abuelos invitados. En el círculo de palabra se comparten alimentos, palabras y experiencias. Cada uno lleva algo de comer para compartir, o algo de ¨medicina¨, como llaman las personas de la comunidad muisca a su ¨Hosca¨, su ¨Rapé¨ y sus demás plantas sagradas. Por ello ese día cada uno ofrendó y entregó mentalmente a la madre tierra y a su linaje, el sentido próspero de sus búsquedas personales, sus sueños, sus motivaciones, sus preguntas.


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Pictogramas Parque Arqueológico de Facatativá - Archivo Oficina Asesora de Prensa y Comunicaciones de la Alcaldía de Facatativá Después nos fuimos de caminata por todos los rincones del parque; el abuelo Suaga Gua nos instruyó en el significado de algunos pictogramas y de cada piedra que por su forma y lugar, lleva un signo especial en relación con el cosmos, la salida del sol y los cultivos. Hablaba a todo, con las plantas, la naturaleza, incluso con nosotros. Su voz transmitía una calma particular. Esto para mí, implica poner en práctica el “giro subjetivo” que los estudios contemporáneos del pasado privilegian a un “yo testifical”. Todo esto sin perder el sentido espiritual que todo este testimonio oral y académico hicieron de mi conocimiento, una forma más profunda de mi sabiduría. Pudimos recibir medicina: Tabaco, Mambe, Rapé, Hayo. Escuchábamos la palabra “dulce” de los abuelos, abriendo el corazón y el alma para el entendimiento de la palabra.

Lamentablemente, muchos estudiosos, antropólogos, historiadores y demás académicos han llevado sus estudios más allá del significado ancestral y espiritual que tiene para los indígenas. A veces me pregunto ¿Por qué tanta insistencia en querer encontrarle una razón científica a todo? Y ello ha pasado en nuestro espacio, porque entre tantas interpretaciones, mitos y leyendas que hay sobre la vida y que son de carácter muisca conocemos muy pocas, o les damos una simple categoría fantástica, sin evidenciar en estos elementos culturales indígenas una interesante lectura del mundo que nos permitiría crecer como sociedad, cultura e individuo, en pro de un desarrollo personal que nos de un sentido personal al respeto comun con el otro y la naturaleza.


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Sentarse alrededor del circulo de palabra es volver a ver que existen otras miradas sobre el territorio que nos rodea, que Facatativá es un tejido múltiple, hecho de muchos hilos de colores llenos de diversidad y magia, y que es la diversidad esa inmensa riqueza que ha estado presente siempre. No existe una sola explicación para hacer la cartografía emocional de este bello territorio, también está el esplendor de lo sagrado aquí presenciándonos, la huella del pasado que es un constante presente que debemos valorar. Aquí se profanaron tumbas y lugares sagrados, se llevaron parte de los entierros de nuestros ancestros, consistentes en huesos humanos, utensilios y algunas piezas de oro que la Universidad Nacional reunió para su museo, otras piezas fueron a parar a museos de España y Alemania, sin embargo estas reliquias y tesoros siempre formaron y forman parte del patrimonio del municipio. Nos queda la memoria para salvar este patrimonio y darle sentido a esta valiosa herencia. Cabe anotar que presencié esas excavaciones y cuando estuvimos algunos de nuestra comunidad haciendo ofrendas y “pagamentos” al territorio,

fuimos testigos del momento en que se nubló el cielo y se desató una fuerte tormenta aquella tarde. Para mí, un presagio de que la tierra y los espíritus guardianes del territorio, se manifestaron de esa forma, ante la profanación de las tumbas sagradas. Porque este lugar mágico es un sitio que nos permite leer los signos de la naturaleza como un lenguaje universal que nos pertenece y al que hemos hecho oídos sordos.

Por ahora, sigue siendo para mí el sitio donde suelo ir a entregar mis ofrendas. Caminar descalza, abrazar los árboles y recargarme en espíritu de las energías cósmicas y naturales de mis ancestros. El Parque Arqueológico de Facatativá no es parque por el turismo sino por la riqueza histórica que maneja, más que un museo al aire libre es un jardín de piedras sagradas, cargadas de eternidad, cuyo fruto es la palabra, la reflexión, nuestro pensamiento.


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LA CAJIT A DEL AGUA Recorrido desde Manjuí por nuestro territorio Cerro de Manjuí - Cortesía de José Luis Rodríguez

Rosa López


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Estando en la cima del imponente Manjui (3200 metros sobre el nivel del mar), cerro que se levanta majestuoso al sur de la ciudad de Facatativá, desde donde se observa su panorámica y a la distancia la capital colombiana, me detengo a observar la inmensidad de nuestro municipio, recorriendo sus calles desde esta altura, a vuelo de pájaro, vías llenas de recuerdos y circunstancias, cambios y transformaciones que ha dejado el tiempo.

puente colonial sobre el Rio Botello o “De Las Animas”, donde existe la leyenda que cuenta que las almas de los guerreros que por allí pasaron persisten en la batalla. Se ven a las orillas de la corriente de mis recuerdos las arrodilladas lavanderas junto a la piedra medio hundida en el agua, que usaban para lavar la ropa en la cristalina fuente, donde se mecen las verduzcas algas como cabellos largos ondulantes.

Logro ver que la ciudad se ordenó con carreras de oriente a occidente y calles de sur a norte y dialogo con el grupo que voy sobre las formas que va tomando el paos del tiempo en la geografía del lugar donde hemos crecido.

Al continuar la marcha encuentro la vía férrea que va a Girardot, con la Carrera Primera, donde se ubica la estructura colonial de la Estación del Tren, El Ancianato, El Matadero y al frente la fábrica de bocadillos “Tres pisos” (dos capas de dulce leche y fresca guayaba en el centro), allí vendían dos centavos de “pega”, lo recuerdo tan bien que me dan ganas de ir a comprar, cuatro centavos; y al lado de este lugar se ubica el Molino de los Murillo, y a la derecha la vía que conduce a Bogotá cruzando el puente de “Los micos¨.

Bajamos por el empedrado camino que va a Facatativá, muchas veces recorrido por jinetes, campesinos, carretas de bueyes y labriegos de a pie, dejando a nuestra espalda el que se dirige a Zipacón y su vecina Anolaima. A lado y lado hace presencia la vegetación de niebla. Llegamos al cruce de la vereda Pueblo viejo donde se bifurca, tomando el sendero a la derecha hasta encontrar el antiguo

Cuando miro a la izquierda, en dirección a la carrilera que conduce a La Dorada, está el edificio del


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Colegio Departamental “Manuela Ayala de Gaitán”, cuadras adelante el puente por el que en cuatro oportunidades pasó el Libertador en sus campañas militares de 1815 y 1830, lo imagino pasar en su caballo; unos pasos más allá, mirando al norte nos encontramos el Molino San Carlos que procesa cereales de la región, como maíz, trigo y cebada. Abandonando la periferia occidental, y al lado de la vía férrea, esta tiene un ramal, que nos lleva a las minas de carbón en el Dintel, donde es bello ir a caminar y explorar caminos y arterias llenas de colores de esta región; continuando hacia La Dorada se encuentra la fábrica de levadura Fleischmann, en las afueras de la ciudad. En el tren se traían a Facatativá los productos de la región y llevaban el mercado para las diferentes fincas. Escucho el paso por los rieles: ¨Mucho peso, poca plata, pocaplatapocopeso...¨, frase con la que solíamos imitar el sonido de sus rieles. Este bulloso medio de transporte movido por una locomotora de vapor tenía coche con sillas con primera, segunda y tercera clase, que se parqueaba por algunos minutos y entonces aparecía la venderdora de gallina cocinada con muslos

hacia arriba, la otra marchanta con su canasta de almojábanas y alguno que otro con sus pandeyucas y obleas, en busca del comprador entre quienes con ansiedad se asomaban a las ventanillas. Para encontrar el centro, hay varias opciones: La calle de los abogados, El pasaje de las barberías y La calle de los sombreros de fieltro y jipijapa en sus maniquíes que eran solo las cabezas y el torso con chaleco, y claro, los zapatos finos de Pampero. Ya nuestra mirada está en la esquina suroccidental de la plaza de mercado con sus toldas de lona blanca, de productos frescos y comida preparada, fritanga, gallina, sopas y otras delicias gastronómicas. Huele a Facatativá en los años sesenta. Cierro los ojos y escucho las voces de la gente alrededor, el bullir de un pueblo dinámico. A su costado norte, estaba el colegio San Luis Gonzaga, en el lado occidental, el Hotel Central donde los viajeros se hospedaban y le suministraban sus comidas diarias, los almuerzos en portacomidas de tres o cuatro cazuelas, para sopa, arroz con su principio y la carne con papa o yuca y en la última, el jugo. Así se usaba.


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Por el camellón o carrera segunda, hacia el oriente, se destacaba la venta de peto con arepa con queso frita, una cuadra más allá el Colegio de la Presentación de gran categoría, regido por religiosas de blanco y negro atuendo, más adelante el Parque Santander antes denominado de los Mártires, pues allí hubo algunos fusilamientos de los hermanos Grillo, insignes facatativeños; está más allá la Plaza de Ferias para compra y venta de ganado, donde se celebraban las exposiciones equinas, bovinas,

Parque Santander - Archivo particular

caprinas, etc. Allí también llegaban las mulas con la miel de Villeta, y siguiendo el recorrido, el Hospital San Rafael, ícono de nuestro municipio, donde sus pacientes recibían la medicación preparada en botellas y suministrada por las monjas encargadas como enfermeras; y más allá la Jabonería Estrella y finalmente la efigie de la Virgen de la Roca, levantando su mano en señal de abrigo, de ahí se dice que existen túneles que conducen a las Piedras del Tunjo y al cerro de Manjuí. Es una bella historia que me gusta creer. En el costado sur de la plaza, algunos establecimientos como la droguería Manolo, los billares, la sastrería, y el paradero de los buses; y continuando hacia el occidente, las droguerías Viatela, Florian, El almacén Colombia donde vendían desde fósforos hasta granos por bultos, era un almacén donde el dueño colocaba los artículos sobre el mostrador y los cogía de los estantes donde el público no tenía acceso, y una cuadra adelante el Teatro Virginia Alonso, con sus tres palcos y platea; luego la panadería y almojabanería, todas tenían horno de leña que ocupaba el área de una habitación de 4 me-


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tros de lado y una altura de más o menos 5 metros, hechos en ladrillo, con chimenea, se barrían con ramas de chilco, se colocaban adentro bien acomodados los trozos de leña, se les prendía el fuego y cuando ya estaba formada la brasa se arrinconaba y con una pala larga se iban metiendo las latas de la almojábana y el pan de yuca según el calor que necesitaran, el pan que se iba a vender a la estación del tren se leudaba con cunchos de guarapo y con masa madre, (el cuajo de los bovinos al colocarse por un tiempo en una botella con agua sal convertía esta última en la sustancia clave para cuajar la leche), que se dejaba del día anterior. Una vez horneado el pan se dejaba enfriar y se colocaba en grandes canastos de chusque. En la carrera tercera y saliendo de la plaza de mercado hacia el occidente “La calle de la sal”, llamada así, pues allí estaban los comercios de la misma, y ¨salarios¨ se llamaban los emolumentos a los trabajadores por su labor. Dos cuadras más allá la Escuela Rafael Pombo y el lema que siempre leo cuando paso por allí: “ESTUDIA Y NO SERÁS CUANDO CRECIDO, EL JUGUETE VULGAR DE LAS PASIONES

O EL ESCLAVO SERVIL DE LOS TIRANOS”. De la plaza hacia el oriente, por esta misma vía, el colegio Técnico Femenino, la galletería de Barrerita con sus delicias, kumis y masato. Media cuadra más allá la panadería que elaboraba ponquecitos. Ya por la carrera cuarta con quinta están ubicadas las carretas de bueyes, con el yugo de madera se unían las dos cabezas y de ese yugo un madero que halaba la carreta cargada con los productos del campo, que venían del Rosal ingresando por el Resbalón, entre esas carretas estaba la de Don Leovigildo que de regreso transportaba el mercado de grano de Facatativá, cerca a la calle séptima, se encontraba la escuela complementaria, donde se aprendía modistería, bordados, culinaria y se terminaba el quinto año elemental. Por esta vía, a espaldas de la actual alcaldía, se encontraba la oficina de correos que por razones comerciales cambió de sitio a la carrera segunda, cerca del banco, y posteriormente junto al Teatro Virginia Alonso. Las señoritas González solían hacer las cartas del vecindario, debido al frecuente analfabetismo, y su texto era similar al siguiente. Encabezaba así:


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Señor: Evangelista López Estimado tío, esta con el fin de saludarlo y deseándole que al recibo de esta se encuentre en perfecta salud usted y toda su familia. Luego de este corto saludo, paso a decirle lo siguiente: la presente es para decirle que tengo unos ahorritos y es para que me compre un ternerito y lo dejemos en compañía. Quiero ir a visitarlos a principios de diciembre. Quieo saber si echaron a la gallina piropa, si le pusieron herradura en el nido para que no engueren los huevos con los truenos y rayos, y si la patiana está poniendo, y si el gallo crestirroso está gordito para un piquete, y el saraviado enzamarrado lo dejamos para enrace. Cuénteme cómo está mi tía María, si le está yendo bien con las arepas. Sin más por el momento, me despido deseándoles que estén bien de salud. Su sobrina que lo quiere mucho: Anacleta Poncio

Y metida en un sobre se llevaba el correo donde colocaban las estampillas y cobraban el envío según tarifa. Y así se escribía y se hablaba en Facatativá, pero sigamos nuestro viaje de miradas. Más adelantico está La calle de los abogados, que al cruzar la plaza, se convierte en la calle quinta o de las carnicerías, un poco más arriba la panadería ¨Lunapar¨, donde se hacía el producto en horno de leña, donde la brasa permitía se colocaran latas con el pan media luna, el rollo, la granada, la chicharrona y los calados, una cuadra más arriba el “Yenisey” donde se elaboraba vino de piña, delicioso, y camino al norte, se hallan las ruinas del cementerio con paredes de adobe (ladrillos de barro crudo secado a la luz). Ahora hacemos el ingreso al único parque Natural Arqueológico ubicado dentro de ciudad, las Piedras de Tunjo, Asiento indígena, donde los Mamos y caciques (es importante mencionar que entre 1470 y 1538, se sucedieron como tales Siguanmachica, Nemequeme y Tisquesusa, quien fue el último de ellos, ejecutado por el español Gonzalo Jiménez de


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Quesada), celebraban sus bailes, fiestas, ceremonias, rituales y también enterraron a sus ancestros, hoy los pueblerinos hacen su paseo de olla. El Parque Arqueológico es un hermoso lugar de inmensas piedras amorfas para algunos de origen volcánico con ondulantes superficies adquiriendo figuras caprichosas como si la lava caliente al enfriarse las hubieran formado hace miles de años y adornadas por musgo, orquídeas, helechos… en su

Camino empedrado Parque Arqueológico de Facatativá - Cortesía de José Luis Rodríguez

parte inferior se ve como si hubieran estado dentro de una gran laguna y los cangrejos y peces hubieran aprovechado sus huecos para refugiarse y ahora se refugian las golondrinas y las protegen al igual que al borugo, al búho, el fara, los árboles, arbustos, enredaderas y hierbas medicinales, los totes, las moraditas y la mora, calabaza, pepino nativo con su fruto dehiscente con púas como erizo verde y la curuba, alimento de aves y de paladares exigentes que se dan silvestres, el mastranto y otras especies, las margaritas ,carretones formando una alfombra de coloridas flores y se admiran los escritos indígenas en varias piedras con tintes que aún se conservan desde antes de Cristo. Mas adelante el nuevo cementerio, y luego la bifurcación de Dos Caminos donde había un expendio de chicha. El camino a la derecha conduce a los tanques de agua que surten una parte de Facatativá, la más favorecida socioeconómicamente, siguiendo al occidente: ¨La Guapucha¨, un conocido nacedero de agua que formaba la quebrada Chicuaza, la vereda Berlín continuándose con la salida hacia el Dintel, La Vega y San Francisco.


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La calle sexta albergaba casas coloniales cerca de la plaza, con dos patios, columnas de madera, patio encerrado, solar y en el frente los balcones, portón y trasportón, y a medida que se alejaban del centro cambiaba su diseño según la categoría o clase social. Al llegar a la carrera quinta se hallaba ¨La Cajita del agua¨, donde era común ver filas de personas con sus chorotes de barro, ollas, tarros para llevar el vital líquido a sus casas, pues los tanques no abastecían completamente la ciudad, a pesar de que muchos tenía aljibes con agua muy pura. Más hacia el norte se encontraba la casa de doña Elisa, que cultivaba y vendía legumbres, el ancianato donado por Don Vicente, filántropo de la época, para personas que no tuvieran techo, cada habitación poseía cocina independiente. Fue encargada de la llave de esta construcción de diez habitaciones por este benefactor a la señorita Raquel Pérez, a quien tuve la oportunidad de conocer.

Al final de la calle, una puerta grande de madera pesada, da ingreso a la finca de Latorre, señor corpulento, que vestía sombrero de corcho, chaqueta de dril, bota hasta la rodilla y que cultivaba trigo, cebada y pastoreaba ganado, y en medio de ella, un barreno de viento para extraer agua.

Estas son mis memorias, hasta donde llega la mía, otros me han ayudado a recordar, como mi sobrino Víctor, la señora Victoria, con quienes miramos desde este imponente cerro al territorio o al recuerdo, dos lugares que se convierten en uno solo en la memoria, y nos decimos: Qué sencilla era la vida, muy diferente a la vertiginosa actualidad llena de tecnología, donde la gente corre como si se le fuera a acabar la vida en ese momento. Siento el viento cruzar.


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DE FERIA POR EL RECUERDO Una retrospecti sobre lvaá Plaza de Ferias vdea Facatati

Miguel Sánchez Peña

Monumento Antigua Plaza de Ferias - Cortesía de Giovanny Pérez Jiménez


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Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo deeseformas inconstantes, montón de espejos rotos. Jorge Luis Borges Se escucha algarabía, notas melodiosas de música carranguera, corridos, ecos tropicales y “chucuchucu” acompañan la bienvenida. Es miércoles, la gente alista ponchos, sombreros y algunos centavos guardan en sus bolsillos; de prisa bajan y llegan al pueblo para asistir al gran encuentro ganadero y tradicional del municipio donde podrán comprar y vender las cabezas de ganado que han de servir para la subsistencia de sus casas y fincas. Así era La plaza de ferias, “una de las más bonitas y concurridas”, espacio donde se organizaban grandes eventos taurinos, se agrupaba a poblaciones cercanas, y a otras regiones del país, uno de nuestros mejores patrimonios municipales, sobre el que se guardan los mejores recuerdos.

Rápidamente en nuestra mente han de resonar algunos acontecimientos que fijaron una huella imborrable, como el jugar de dos felinos pocos días después de su nacimiento. Un personaje “político” que estuvo a cargo de nuestra patria durante 4 largos años (1930-1934), Enrique Olaya Herrera, quien fuera uno de los “pioneros líderes” en los créditos agrarios, ganaderos y mineros para los campesinos de los sectores rurales, fue quien promovió que nacieran en el país los famosos ¨Capitales para el campo¨, lo que se asemeja al célebre fondo gubernamental creado hace años, y del cual todos sabemos qué pasó. Sigue la remembranza, ahora gira la pelota y cae de nuevo en Facatativá, la tan conocida ciudad del Cercado Fuerte al Final de la Llanura. Cuna donde naciera el gran pintor Carlos Rojas quien en varias obras trató de reflejar su tierra americana, a partir de trazos que le permitieron descubrir una vez más El Dorado, vieja leyenda de tradición oral conocida desde la escuela y de la cual permanece una costumbre en la hermosa provincia Valle de Tominé en Guatavita- Cundinamarca.


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Piedra por piedra La construcción y levantamiento de este centro de diversión y negocios se llevó a cabo hacia el año de 1933. Su principal objetivo era brindar al municipio un espacio dónde realizar exposiciones vacunas, caballares y otras actividades tradicionales de las ferias populares. Con el levantamiento de la plaza de ferias, ubicada en una zona céntrica del municipio se logró obtener un importante reconocimiento por la infraestructura, material y diseño utilizado en la arquitectura de la obra en general.

quía social. (Bermudez, 2016) Desde allí se logra divisar gran parte de los barrios cercanos, el hospital municipal y el centro de reclusión penitenciaria. Es entonces innegable que estos son unos de los mejores atractivos con los que cuenta esta plaza, resultando todo un espectáculo lograr subir hasta allí y disfrutar de las corridas, las cervezas y el atardecer facatativeño que empezaba a reflejarse desde el cerro de Manjuí.

Según cuentan vecinos y habitantes del municipio, la imponente edificación tiene parecido a las viejas colonias españolas; sus dinámicas posiciones permitían centrar la vista en la ubicación de las columnas, el concreto forzado los ladrillos y las formas artesanales que estos tomaban, resultando toda una joya de arte para los continuos visitantes. La torre central (retreta), fue la mesa de honor, donde se ubicaban a las grandes personalidades militares y civiles, esto en forma de honor y jerar-

Antigua Plaza de Ferias - Imagen tomada de: Caminando por la historia de Facatativá, 2016.


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Tradición de feria Año tras año y aprovechando las ferias y fiestas se formaban diversidad de espectáculos que hacían parte del programa. La corrida de toros concentraba a gran parte de los visitantes y turistas quienes bajo la algarabía de la gente y las notas de la música acompañaban las “chelas” y los “guaros” para calmar la sed. La plaza tenía una organización suntuosa que permitía encontrar en cada pasillo un elemento de distracción. Parte de la ganadería se contaba con básculas, bañaderos, embarcaderos y corralejas que iban a la vanguardia con las demandas del sector. ((Bermudez,2016))

de unas frases muy coloquiales para la época “Don Humberto”, “Doña Esperanza”, “Compadrito”, “Comadrita”, “Vecinita”, “Vecinito”.

Por supuesto las casetas de Águila donde la comida criolla no podía faltar; la inigualable fritanga era la única reina de la feria, el particular picante del ají y otras delicias que se degustaron sin pudor ni miedos a los cambios de peso. Es claro que en este evento la gente no hacía distinciones de clase, aunque asistían ganaderos de la región muy prestantes, por el contrario, la gente era muy amable y sin dudarlo dos veces se saludaban los unos a los otros, con un fuerte apretón de mano, acompañado

En cuanto a la asistencia, se conoce por relatos de personas que solo podían asistir mayores de edad, debido al consumo de alcohol. En este encuentro cultural para la época, no había mayores pretensiones que la diversión y el entretenimiento, es claro que no todos los espectadores iban por negocios o compra de animales. Unos por el contrario solo lo hacían por costumbre y por salir a dar una vuelta al “pueblo” ó, a “Faca”.

Teniendo en cuenta que algunas de estas personas no contaban con un nivel de instrucción alto, sus formas de hablar fueron rasgos orales heredados de sus antepasados y sus costumbres giraban en torno a la cordialidad, el respeto y la amabilidad características indelebles de la población acostumbrada al trabajo fuerte y al buen vivir en los campos y praderas de nuestra bella Facatativá.


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Traslado de la plaza

De plaza a parque infantil

Hace algunos años, y bajo uno de los tantos gobiernos municipales se hizo una división de territorios de la plaza. Se realizó una nueva construcción en el sector de Cartagenita y esta era para el matadero, donde se llevarían a cabo actividades de venta, exposición, y tenencia de ganado, dejando a un lado la antigua edificación.

La tradición de la feria se ha perdido. Los rezagos del tiempo, el incremento en la economía municipal y la falta de espacios apropiados para el esparcimiento de la población infantil, llevaron a dar un nuevo uso del terreno dónde se había disfrutado de los toros, la comida y la algarabía popular.

No es impreciso entonces pensar, que esta división se realizó con fines lucrativos para el municipio, o para quienes lo dirigían. Según declaraciones de la administración esta nueva construcción permitiría agrupar mayor cantidad de compradores, animales y vehículos en los cuales se pudiera transportar la carne después del sacrificio de las reses. Algunas fotografías tomadas por escritores, e investigadores del municipio muestran el nuevo espacio de matadero y feria ganadera.

Ahora ya tan solo queda una pequeña edificación,¨La retreta”, los corrales, el olor a feria ha desaparecido. Es importante mencionar que este cambio se hizo bajo la administración de Álvaro Bernal, ex alcalde del municipio, quien de manera irracional para mi opinión, y ante el sentido de la memoria, hizo que desapareciera uno de los mayores atractivos de Facatativá. Actualmente no se escuchan gritos de gente tras la corrida de los toros, la música que los hacía bailar, el bullicio ante la compra del ganado, esto fue reemplazado por llantos de bebés, risas de niños, atracciones y música infantil que corre en los oídos de quienes cada fin de semana asisten con dinero a pasar y compartir un rato con sus familias.


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Finalmente, solo un comentario por indicar; no dejemos que gente que no aprecia el arte acabe con el patrimonio de nuestro municipio, ese que en épocas pasadas fue considerado como el líder en desarrollo regional. ¡Que viva Facatativá, que vivan los toros, la rumba criolla y la gente campesina!. “En la mente de todos los facatativeños está grabada la imagen del día de feria.”

REFERENCIAS Rubiano, R (2016) caminando por la historia de Facatativá 1,147. Recuperado de: http://www.facatativateamo.com/pdf/turismofaca-rosamaria.pdf Rojas C (1933-1977)banco de la republica actividad cultural. Recuperado de: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/biografias/ rojacarl.htm Olaya, E (1980-1937) Enrique Olaya Herrera. Recuperado de:https://www.biografiasyvidas.com/biografia/o/olaya.htm Olivos, A (2011) historia de Facatativá, 131-135

Parque de los niños - Cortesía de Diego Andrés Ardila


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LA ÚLT IMA BARBERÍA Historia y legado de un salón de belleza

Luis Benigno Romero

Peluquería y Sala de Belleza de Chucho Castro - Cortesía de Diego Andrés Ardila


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Metamos la mano en una película antigua y arranquemos de ella un personaje de esos con porte inglés por su elegancia. Así fue Tadeo Sánchez; pulcro en extremo, de buen traje confeccionado con paño inglés, camisa almidonada que no era lavada en la vivienda sino llevada a la tintorería. Fino sombrero y para completar mujeriego. Su gusto distinguido se pudo ver en la decoración de su vivienda hecha con elegante madera tallada y destinada a sobrepasar los cien años en perfecto estado. En la hoy Calle de los abogados, a mediados del siglo pasado fundó su barbería con la misma calidad con la que vistió su casa. Ser barbero requería una habilidad especial; había que saber afilar en una piedra la barbera, que era como una navaja grande sin punta. Para pulir su filo, una tira de cuero hasta que quedara como la más cortante máquina de afeitar moderna. Instaló sillas cuya comodidad se compara a las más recientes y como todo el mobiliario, destinadas a durar más de una vida. Mi padre me llevaba de niño a que nos cortaran el cabello y que a él le pulieran su barba. Mientras

atendían a papá me gustaba hablar con los clientes que esperaban turno. Un campesino que llevaba un palo a manera de bastón me dijo que eso se llamaba “zurriago”, hecho de un árbol súper resistente llamado guayacán y aparte de ser un bastón servía para protección, incluso le salvó la vida pues pudo defenderse cuando un hombre armado de machete lo atacó. Cuando el barbero acababa su servicio a un cliente, mojaba una piedra blanca transparente llamada piedra alumbre y la pasaba por el sitio rasurado, decía que era un excelente desinfectante. Otro día, mientras la navaja pasaba sobre el cuero a manera de afilada, esperaba su turno el cura. Llegó un hombre vestido elegante -no tanto como don Tadeo- y saludó: «Ala, ¿cómo estás?», y al cura le habló de: “Su reverencia”, yo pensé si les había visto el parecido con las alas de las gallinas o era el saludo de los viejos elegantes que llamábamos “Cachacos”. Enseguida entró un campesino con su ruana, alpargates, y los saludó con un “sumercé” y al cura, con un «Padrecito, buenos días». El campesino y yo sí sabíamos hablar, el señor elegante no, eso pensé.


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Me gustaba observar como trabajaba con la máquina de afeitar manual; la destreza como usaba las tijeras y la barbera y el orgullo como mostraba en el espejo su trabajo al cliente. Pero sobre todo mirar como salían de allí los varones con el pecho inflado como “pavos orgullosos” de estar bien peluqueados y afeitados, por lo menos eso pensaba de niño. Era un sitio para hombres, sin embargo entraban ocasionalmente damas, llevando a sus hijos a peluquear. Los “caballeros” -en ese tiempo todavía existían- se paraban inmediatamente y ofrecían el puesto, no entendía por qué cuando llegábamos con mi padre no se ponían de pie, nos daban el puesto y nos cedían el turno. Cuando supe que era por ser mujer, yo era el primero en pararme y quitarme el sombrero. Mientras la barbera pulía la barba de algún importante o no tan importante ciudadano. Estaba atento a las historias que se contaban. Sabía que cuando estuviéramos comiendo, en la plaza a la semana siguiente escucharía esas historias bastante exageradas, sin importar si hablaban mal de alguien. Me

Peluquería y Sala de Belleza de Chucho Castro Cortesía de Diego Andrés Ardila


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dijeron que no había que poner mucho cuidado pues eran chismes de la barbería. Mucho tiempo pensé que los chismes eran exclusivos de las barberías o peluquerías. Por décadas estuve lejos de la tierra de Tisquesusa, al volver quise saber si existía todavía el sitio donde me cortaban el cabello en mi niñez. Lo habían trasladado al pasaje Santa Fe y estuvo allí por veinte años; que Don Tadeo Sánchez heredó su casa y la barbería a su familiar Don Chucho Castro, quien había aprendido el oficio con él desde los veinte años. Y que por deterioro de la zona se trasladó a un costado de la iglesia desde el año ochenta y cuatro. Cuando visité la barbería sentí la misma familiaridad que en mi niñez. Hoy la atiende Don Cayetano León, hombre pausado que habla con el conocimiento de las personas prudentes, todavía usa la piedra

alumbre como desinfectante, pero las barberas de afilar ya son reemplazadas por hojas nuevas cuando pierden el filo, cosas de la modernidad. Conserva la misma laboriosidad de su fundador. Pues solo la cierra el primero de enero, el veinticinco de diciembre y el viernes santo. En Europa y EE. UU. han vuelto a renacer las barberías desde el dos mil cinco inclusive usan su antiguo símbolo: Un cilindro de fondo blanco con franjas oblicuas rojas y azules; el rojo significa sangre, pues los primeros barberos eran también cirujanos y hacían intervenciones menores como sacado de muelas. Al separarse las dos profesiones los primeros conservaron su simbología y los franceses y estadounidenses le agregaron el azul, para hacerla más llamativa. Ojalá como sucede en Bogotá nuevas generaciones tomen las banderas de la barbería y con esa mezcla de lo antiguo y lo

Peluquería y Sala de Belleza de Chucho Castro - Cortesía de Diego Andrés Ardila


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moderno, esta sobreviva como uno de los últimos íconos de Facatativá. Un sitio sin cases sociales, donde se sienta el más pudiente con el más humilde de los habitantes. Sus primeros clientes fueron peluquiados con máquina manual, afeitados con barbera y desinfectados con piedra alumbre. La barbería vio como pasaban las personas venidas de Bogotá o de tierra caliente, hacia la iglesia o la plaza de mercado. En su interior escuchó mil historias de política religión y hasta de parejas. La vida de la barbería cambió al trasladarse a un costado de la iglesia desde el ochenta y cuatro. Se convirtió en un ser de los que adornan la Plaza de Bolívar. Viendo cómo este pueblo se convertía en ciudad, aún hoy vienen a visitarla antiguos habitantes de los barrios Girardot o Tisquesusa. Hace más de una década se marchó su compañera; la tienda de víveres ¨Ávila¨, de Don Manuel Ávila, quedando como vecina la panadería ¨Pantequilla¨. Conviven impasibles con el pujante comercio paisa y con los cada vez menos comerciantes tradicionales.

Hoy ve cómo Don Cayetano León extraído de Caparrapí-Cundinamarca, la atiende con la misma perseverancia de los seres laboriosos quien solo la cierra para descansar festivos. Todavía se usa en ella la piedra alumbre como excelente desinfectante, y todavía es un lugar donde se sientan alcaldes y obispos junto con las personas más humildes a esperar su turno. En el futuro tal vez quede relegada a sucumbir ante sus primas modernas las peluquerías y salones de belleza. Tal vez sea rescatada y permanezca en el tiempo como uno de los últimos íconos de Facatativá.


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UN FANTASMA ENCERRADO EN EL PASADO

Memorias de la Harinera San Carlos Harinera San Carlos - Cortesía de Diego Andrés Ardila

Ronald Rodríguez


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Alguna vez siendo niño me imaginaba que el lugar era un gran Castillo, de esos mágicos con reyes y princesas. Luego, como todo, fui creciendo, los cuentos de hadas se transformaron en simples historias que servían para desvariar en la ficción. Eleonora, quien siempre fue y seguirá siendo mi primer amor, me contaba historias de fantasmas que rondaban la casona. Afirmaba siempre con voz terrorífica que en las noches se escuchaban los pisos de madera rechinar como si alguien caminara sobre su débil estructura, luego soltaba una gran carcajada. Yo, con el corazón en la mano me reía un poco, luego le preguntaba si la historia era real. Durábamos algunos minutos en silencio como recordando historias pasadas, Eleonora entonces se regocijaba con gran entusiasmo. Miraba el lugar, luego, afirmaba sin una pizca de tristeza en sus ojos: ¨¿Y pensar que algunos de mis mejores recuerdos se quedaron encerrados en este lugar?¨. Siempre que papá nos dejaba solos, solitos, en la casona, yo le pedía a mamita que nos cuidara desde el cielo. Debo confesar que mi corazón siente cierta melancolía por el pasado que se quedó atrapado dentro

de esos grandes ventanales. Algunos recuerdos dan susto y no es por alarmarlo pero dan susto. Siempre que llegábamos a este punto, nos mirábamos e iniciamos una discusión que se prolongaba varias horas. A decir verdad, las discusiones siempre iniciaban con una cierta euforia que me obligaba a describir toda la historia de la colonización o al menos parte de ella, no sé por qué la casona tenía ese tinte exclusivo de rastrear la historia. Estas discusiones siempre venían revestidas con cierta penumbra oscura, que se veían representada en la emblemática Casona. No es que odiara el lugar, de hecho su estancamiento en el tiempo, su pasado silencioso, me obligan a pensar en la infinidad de posibilidades que años atrás convenían al Molino San Carlos. En nuestras discusiones Eleonora siempre sacaba a relucir la transparencia y blancura que posicionó el nombre de Facatativá en lo alto de la cúspide del país. Ella siempre se esmeraba tanto explicándome que nuestro municipio se hizo famoso gracias a la Harinera. En este punto yo recordaba a mi abuela y su odio por el lugar…


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*** Mi abuela Siempre afirmaba enfáticamente con un cierto ¨rencorcillo¨ cuando pasábamos por el frente, del que hoy yace como un terminal de transporte: ¨Mira mijo, esa harinera tuvo la culpa de que los colombianos cambiáramos la arepa por el pan.¨ Sin duda la frase retumbaba por semanas, incluso retumba hoy en día, como un eco distante que evoca ese pasado que quizá me obliga a pensar en el lugar como algo que siempre estará en mi subconsciente. Como ese pasado inolvidable, como esa historia mal contada pero que se encuentra presa tras esa arquitectura republicana de la que todos somos cómplices. En arrojarla al olvido, en posar nuestra mirada para luego abandonarla quizá por los afanes de nuestro tiempo. *** Llegué a Facatativá con la esperanza de progresar pero no fui bien recibido. Gloria, mi esposa, estaba a punto de tener nuestro sexto hijo. Llegamos a una pequeña tiendita con poco dinero y con demasiada hambre. Mi hija, la mayor, que para ese entonces tendría unos catorce años me dijo asombrada:

¨¡Mira papá, tan bonita esa casa!¨, Señalándome con el dedo como si fuese una niña muy pequeña. Me quedé mirando el lugar sin saber que más adelante salvaría mi vida, debo confesar que me gustó el diseño, era grande, majestuosa encerrada por un pastizal verdoso que le daba un color único. ¨¡Doña! ¿Dónde puedo encontrar almuerzo?... eso sí, baratico mi señora¨. Era la pregunta más importante del momento. Ahí al frente en el restaurante San Rafael, Doña Anita vende caldos a veinte centavos, eso sí, tienen que llevar la olla. Una respuesta que caía muy bien para el momento. Veinte centavos, para comer seis, ni modos, caldo será. Sentía mucha pena con el sujeto canoso que se nos quedó viendo extrañado quizá por la olla que iba pasando de mano en mano, la escena retumbaba en mi pensamiento, la observación del sujeto canoso tardó tan solo unos segundos, luego continuó su camino. Gloria que siempre estaba pendiente de nuestra situación me recordaba con su mirada que teníamos poco dinero y muchos gastos. Yo pensaba en


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los hermosos recuerdos del campo, en la vida sin afanes. El color verdoso de aquella Casona me recordaba el aroma del césped recién cortado, luego de regreso a mi triste realidad, pensaba cómo mantener a mi familia. La primera opción era subir hasta Pueblo viejo y dedicarme a recolectar el trigo, todos los pobladores se dedicaban a esa labor, al instante intervenía Gloria recriminándome el retroceso de mis pensamientos, por instantes pensaba que Gloria era una bruja, como sacada de los cuentos de hadas. Pero la realidad estaba muy distante de ello, siempre que pensaba lo hacía en voz alta, para mi desgracia Gloria siempre estaba cerca. Ese día al borde del colapso tuve la fortuna de tropezar con Adolfo Pinilla que para el momento fue como un ángel que vino del cielo para tenderme la mano. Ya había pasado bastante tiempo, como era costumbre de campesino que se respete necesitábamos dónde descansar. Buscamos un lugar donde hospedarnos, el problema como siempre debía ser el dinero. El almuerzo aunque fue solo caldo, había costado vente centavos, eso dejaba pocas posibilidades. Ya entrada la tarde me estrellé de frente

con el alumbrado, nunca pensé ver cosa tan bella, ustedes entenderán, uno venido del campo, cuando se topa con estrellas bajadas del cielo, el asombro es grande, mi hija la menor acostumbrada a la luz de la vela. Incrédula por la luz que se proyectaba a través de las farolas, preguntaba, sin ningún remordimiento por el destello luminoso que producían las pequeñas lámparas colgadas en el parque. Yo ingenuo y con mucha sutileza señalaba con el dedo el Molino San Carlos: ¨Mira mi amor, ¿ves esa gran casa?... tiene el poder de bajar las estrellas del cielo¨, ella sonreía y con su pequeña manita trataba de alcanzar la bombilla y escuchando su tierna vocecita: ¨Papito, papito, casi alcanzo una estrella¨. Alfonso Pinilla quien fuera el gerente de la Compañía de Luz y Molino Moderno salió de su casa como de costumbre. Siempre de camino a su trabajo pasaba por la tienda de ¨Las Quemadas¨, nombre que recibía el lugar por todos los pobladores en honor a las hermanas que lo atendían. Ese día Alfonso se detuvo, ante la presencia de Eduardo y su familia, quienes entristecieron su rostro o al menos quienes lo mirábamos sentimos cómo poco a poco la me-


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lancolía atacaba su ser. Se quedó unos segundos observando una familia que compartía una pequeña olla al parecer con caldo de gallina del restaurante San Rafael. Los segundos fueron rápidos, siguió su camino hacia su trabajo, le bastaron algunos metros para encontrarse frente al Molino Moderno. Esa tarde algunos empleados aseguraron a una sola voz: ¨¡El patrón está muy pensativo!¨, y no era para menos, toda la tarde se le vio a Alfonso como divagando en sus pensamientos, como recordando instantes pasados. El pequeño polvo blancuzco que subía por los telares del embudo daba esa sensación de no pertenecer a ninguna otra parte, era como vivir en el cielo. Adolfo, sin duda alguna era para el momento uno de los hombres más importantes de la región, sentía un cierto orgullo que subía desde la punta de sus zapatos hasta su estético peinado. Cómo no sentirse orgulloso, del Molino Moderno San Carlos ya que para el momento era la principal fuente de empleo. Como si fuese poco, el comercio de harina era una de las principales fuentes económicas del país.

Harinera San Carlos Cortesía de Diego Andrés Ardila


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Facatativá para el momento se hacía famosa por la producción de la mejor harina como producto emblemático de la región. Pronto su comercio interno se expandió como una pequeña ola inspirada desde el Molino Moderno. Esto llenaba de muchísimo orgullo a Adolfo Pinilla. Pero este día se le notaba distante. ¨Pobre hombre con tantos niños¨, pensaba para sus adentros. Adolfo siempre había portado un alma muy caritativa, le angustiaba el no poder ayudar a los niños que había visto atrás. *** Los días martes y los viernes llegaban los campesinos con sus cargas de trigo. El Molino Moderno los recibía con sus grandes rejas, el color verdoso del césped se trillaba por los cascos de los bueyes que entraban en yunta al lugar, los ventanales que deslumbraban a todos los transeúntes en ocasiones, se abrían y se cerraban como por arte de magia, quizá producto de un perverso fantasma que vigilaba las cargas de trigo listas para ser molidas. Algunas de las viejas más ancianas se deleitaban creando historias de fulanos que habían muerto producto de las labores propias del lugar. Alfonzo nunca pudo

creer en ninguna de estas supersticiones. El trabajo de Alfonzo consistía en tener todo el engranaje de la empresa lista y dispuesta para el comercio del trigo que se producía en su mayoría en el barrio Pueblo viejo. Por pocas horas el lugar se llenaba de multitudes que vendían su cosecha. El espacio destinado para la compra del producto se realizaba frente a la Gran Casona, sus grandes ventanales permitían tener una vista de todo el lugar, el reflejo del sol dejaba al descubierto pequeñas partículas de polvo blanco producto de la molienda de trigo, este proceso representaba quizá una puerta de oportunidades para muchos campesinos, el ritual duraba tan solo unas horas luego, se disponía la Casona a hacer su labor de triturar por medio de los modernos motores que habían sido exportados directo de los Estados Unidos de Norte América. Todo esto llenaba de alegría tanto a pobladores como a trabajadores del lugar. Alfonso siempre había sido uno de esos personajes que le gustaba admirar la belleza del Molino San Carlos era un observador compulsivo, de hecho siempre había tenido la destreza de leer el mundo.


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Eleonora después de una larga discusión, enfurecía aún más cuando percibía que no prestaba mucha atención. Los recuerdos de mi abuela me obligaban a alejarme un poco de la realidad. Mirábamos la Casona con una nostalgia, reflejada en nuestros rostros. Una mirada a un pasado de felicidad, de muchas historias. Y del sitio más emblemático, en ocasiones nos imaginábamos cuando llegaban todos los pobladores a el Molino San Carlos con sus pequeños capitales de trigo listos para ser molidos en los motores de última generación. Nos quedamos como idiotizados, como prestándole pedacitos de recuerdos al lugar. En algunas ocasiones la nostalgia se nos escapaba, quizá porque siempre fuimos cobardes nunca admitíamos que nuestra relación había estado trazada por muchos errores. Ustedes verán que siempre que uno decide hablar de su pasado, los recuerdos atrincherados se justifican con la gritería irrumpiendo en el silencio. La casona siempre nos vigilaba. Eleonora siempre me salía con el cuento de que Eduardo su padre, siempre daba órdenes a la casa como si esta tuviese vida propia, como si fuese una persona de carne

y hueso. Dejaba la casa encargada de mis cinco hermanos, no importaba que yo fuese la mayor. La frase emblemática de mi padre que retumba hoy en día en mis pensamientos: ¨Cuídalos mucho, regreso en la tarde¨. Era prácticamente una orden que siempre utilizaba mi padre antes de salir, yo con mis escasos catorce años afirmaba con voz sonora ¨¡Papá está loco!¨. Sin embargo observaba la casona como si en realidad me observara, debo admitir que me daba un poco de susto. El viento apresuraba ciertos ruidos que retumbaban en algunos miedos de fantasma que mi joven cerebro reconstruía al instante, daba muchísimo susto en las noches en que mi padre no regresaba, entonces nos arropábamos de pies a cabeza pensando ingenuamente que la cobija nos protegería de todos los posibles terrores que acechaban en el molino San Carlos. Luego amanecía y los ruidos se iban con el día. Debo admitir que siempre he sido incrédulo, pero Eleonora siempre me salía con ese cuento. A decir verdad extraño esas historias. Las echo de menos,


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siempre que me veo obligado a pasar frente a La Casona, procuro pasar a saludarla como si se tratara de una persona. En algunas ocasiones en que mi mente está lúcida me obligo a pararme frente a los recuerdos. Esos recuerdos que alegran el alma, de un viejo que ya va de salida. Hoy que Eleonora se ha marchado, la extraño. Ella reconstruía la historia del lugar, se sabía todo de memoria, sabía que la Harinera San Carlos había sido fundada en 1913, que como era natural en su época fue una de las compañías más importantes del país, y como si fuese poco recordaba de memoria aquellos que habían construido sus cimientos. Siempre decía: ¨Todo se lo debemos Jenaro Parra, Tiberio C. Florentino Angulo¨. Hoy la recuerdo mucho por esa facilidad de contar la historia del lugar. La Casona ayuda a mantener mis recuerdos del naufragio, es mi salvavidas personal, mi ancla, ese punto donde es posible revivir una y otra vez mi historia. Después de mucho deambular por las calles, mis hijos, más que emocionados se encontraban agotados, luego de caminar sobre toda La Segunda, que para ese entonces era como ver la carrera primera,

me encontré posado frente al Molino San Carlos, faltaba un cuarto pa`las diez. ¨Qué vamos a hacer Eduardo, la noche corre y los niños están muy cansados¨, era la constante insistencia de Gloria. Yo pensaba para mis adentros en algunas posibilidades, pero ninguna con la fuerza suficiente digna de ser realizada. No sé por qué ese día Adolfo salía tan tarde de su sitio de trabajo, el hombre canoso que en la tarde nos había estado observando, estaba cerrando los grandes portones de rejas grisáceas. -- ¿No tienen dónde dormir mi amigo? -- No señor, no he logrado conseguir un hostal. -- Quizá yo le pueda ayudar, le interesaría trabajar para mí. -- Claro patrón usted diga nomás, qué hay que hacer. -- Verá usted. esta casa fue construida hace ya muchísimo tiempo, su valor en el futuro, no tendrá precio, su diseño es de arquitectura republicana, como usted verá no tengo quién me la cuide, es en este punto donde usted es de utilidad para mí. Le propongo que esta noche se quede con sus hijos y mañana hablamos de su salario.


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Para el momento yo trabajaría hasta gratis, solo necesitaba un lugar donde pasar la noche, me preocupaba el incesante frío que cubría la noche, sin embargo, me aferraba a la idea de permanecer en Facatativá para siempre, mi oportunidad era sin duda el Molino San Carlos. Me imaginaba como un protector del lugar, en instantes mi cabeza representaba esa alegría de ser el guarda de seguridad del lugar más importante del pueblo. Esa noche Don Alfonso nos acomodó en un pequeño cuartico que daba justo al frente del río Bojacá, los portones grisáceos asombraban a Eleonora, y no era para menos, en el rancho donde vivíamos ni siquiera teníamos puertas. Mi hija comprendía esto a las mil maravillas, sabía de antemano que nuestra vida estaba mejorando, que de alguna manera La Casona, como siempre la llamó, sería nuestro hogar. Daba mucha felicidad ver a través de los ojos saltones de Eleonora, le brillaban. La que nunca estuvo muy conforme con el lugar era Gloria, se me quedaba mirando, como quien tiene algo atragantado, yo la miraba de reojo sin perder detalle de las explicaciones de don Alfonso. Gloria esperaba el

momento preciso. Después de escuchar todas las recomendaciones y algunas de mis funciones a las que tenía que estar sujeto Don Alfonso Pinilla se marchó, Gloria arremetió en gritos. ¨¡¿Dónde diablos estaba la cocina?!¨, ¨Mañana solucionaremos eso¨, fue lo único que pude contestarle. Siempre me trasnochó la particularidad de Alfonso. Era un sujeto con muchísima seguridad, de esos personajes que aparentan ser muy rudos. Que siempre están previniendo cualquier eventualidad, pero con todo y esto no dejaba de ser un personaje muy sencillo, en ocasiones cuando charlábamos Alfonso solía decirme: ¨Eduardo no creerías si yo te contara, que en este lugar está toda mi vida, mis anhelos mis esperanzas, cuando tomé las riendas del lugar, era una casa hermosa, la rueda Pelton producía una cantidad significativa de energía y éramos la única harinera en el país que además de producir comida, producíamos energía.¨ El alumbrado público llegó a Facatativá gracias al Molino Moderno San Carlos, lo que conocemos como lo moderno fue cimentado justo en este lugar,


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daba gusto pensar que teníamos el poder de dejar en tinieblas o hacernos a la luz, como verdaderos dioses. Yo me quedaba mirando como un niño al que le cuentan una buena historia. Yo siempre aprendía al pie de la letra todo lo que el señor Alfonso me contaba, luego se lo recitaba a mis hijos, ellos quedaban encantados, algunas veces yo inventaba alguna mentirilla del lugar para que ellos se portaran bien, ustedes saben, inventaba historias de fantasmas, mis hijos se quedaban quietecitos, se portaban bien durante semanas y casi nunca ingresaban al molino por miedo quizá de que el terrorífico fantasma les hiciera una broma muy pesada. Daba gusto vivir en el Molino san Carlos, era la casa más grande del pueblo y daba ese brillo de ser como una especie de millonario o al menos yo así me sentía, era muy afortunado por vivir en La casona, nuestro salvavidas. Muchos recuerdos pasan hoy por mi mente, algunos se quedaron encerrados para siempre en aquel lugar, ¨La Casona¨, como solía llamarla Gloria, posee esa sensibilidad de recuperar el pasado, de

Harinera San Carlos Cortesía de Diego Andrés Ardila


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mantener en el recuerdo un tiempo que quizá termine cuando La Casona sea derrumbada, o con el simple olvido de los pobladores de Facatativá porque la historia perdura pero en ocasiones se echa al olvido como un amor pasajero del que solo quedan instantes. Por el que sí siento un poco de melancolía es por el pobre Alfonso y su triste final. Irremediablemente fue en los años sesenta. Adolfo Pinilla, enfrentaba la peor encrucijada, la siembra de eucalipto en la región iniciaba sus estragos, el río Bojacá que era la principal fuente de energía para la población de Facatativá se secaba a litros agigantados parecía ser el fin de la Compañía de Luz y Molino San Carlos. De hecho lo fue. Esta situación era mucho más compleja que la de 1917 cuando las condiciones climáticas impedían el transporte de la harina hacia Bogotá. Este determinaba todo el proceso, los campesinos de la región imploraban algunos ruegos, algunos encendían una vela detrás de las puertas de sus casa para evitar las torrenciales lluvias, Alfonso, quien luchaba incesantemente para evitar que la compañía se fuera a pique, de vez en cuando imploraba algunos ruegos, pero lamen-

tablemente los dioses no escucharon sus ruegos. Hoy no queda sino un gran patio, una gran plazoleta en obra negra, donde los pobladores viajeros madrugan con sus esperanzas puestas y en sus afanes no perciben la belleza de La Casona que quedó suspendida en el tiempo moderno. Ya en los años sesenta Adolfo pinilla rezaba de vez en cuando implorando a algún dios que lo auxiliara, pobre Adolfo. Pero como todo es cambiante y nada se queda para siempre, El Molino San Carlos llegaría a su fin. De Eduardo luego de la muerte de mi amada Leonora jamás supe noticia alguna. En cuanto a mí, recorro una que otra vez La Casona esperando revivir en el lugar esos recuerdos que se van olvidando luego de que el tiempo en su acelerado transitar le obligan a uno a perderse en el mismo olvido. La rueda del vivir y la fortuna con sus giros y giros mueve su maquinaria sin cesár, desde tiempo inmemorial.


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CARNAVAL DE SUEÑOS, OLORES y VOCES Recorriendo la Plaza de Mercado

Rosa Carrasco

Plaza de mercado de Facatativá - Archivo Oficina Asesora de Prensa y Comunicaciones de la Alcaldía de Facatativá


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Una mañana de un martes cualquiera, conversando con Blanquita, vendedora de quesos en la plaza de mercado; mientras alrededor los compradores interrumpen, cuando piden el queso, el mute o la cuajada y ella despacha sus pedidos, recibe billetes y monedas, da el cambio, la indago, y mis preguntas la llevan a recorrer remembranzas antiguas: —Traigo desde mis recuerdos, esa tarde de 1969. La primera de muchas tardes de lunes, tardes de emprender camino para llegar a la plaza y vender los productos que fabrico artesanalmente en canastos tejidos especialmente con fique o junco. Preparo el queso con leche de dos vacas normandas. Ellas se pasean en el potrero que hay detrás de la casa. La Saltarina es la más lechera, sus ubres muy cargadas con el blanco y tibio líquido, a esa había que tratarla con suavidad para que soltara el preciado tesoro. ¨Manchas¨, una vaca temperamental, quizá por su color, las manchas en su pelo blanco son casi cafés oscuros. A esa había que maniatarla fuerte y amarrarle la cola, si no le daba su fuetazo mientras la ordeñaba. Ambas fueron buenas lecheras. Era una tarde fría, lo recuerdo bien. Caminé por

más de media hora, desde la vereda Barroblanco hasta Bobacé, entre la neblina suave que le da por bajar en las tardes frías de Bojacá. Llevaba a ¨Matilda¨, una burra vieja y “resabiada” que me regaló mi suegra cuando supo que estaba embarazada, sobre sus lomos y en la Angarilla, dos guacales con quesos y cuajadas y un crío de ocho meses. Para seguir el viaje con los compadres hasta la plaza de mercado en Facatativá, donde iba a vender los quesos blancos y fríos como la niebla que por ratos nos hace compañía. Como muchos pueblos del mundo, el nuestro también tiene una plaza. Es una plaza que tiene sus inicios allá por el año 1882, cuando indios y blancos ofrecían sus productos frente a la iglesia, en el suelo de tierra pisada, sobre esteras tejidas en junco. Las verduras y demás productos los traían a lomo de mula y por caminos de trocha. La fiesta del trueque por la sal o la compra y venta era alegre y festiva. Trueque y ventas aderezadas con totumadas de chicha que bebían para calmar la sed y dar calor al frío, el guarapo dulzón era preferencia de las mu-


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Martes de plaza Archivo Red Pública de Bibliotecas de Facatativá jeres, al final de tarde ya se miraban embriagados la mayoría de venteros. En 1949 el concejo compró un terreno de tres fanegadas destinado a la plaza para que las condiciones de vendedores y compradores mejoraran. Se construyeron toldos en madera y techo de paja con mesones de tablón para poner los productos, se ha tratado de organizar mejor.

Doña Blanca cuenta que cuando ella llegó por primera vez a trabajar en la plaza eran toldas viejas, de madera con techos de zinc algunas y otras cubiertas de paja y junco. Los puestos con mesones construidos en tablones de madera que algunos a fuerza de limpiarlos con viruta gruesa quedaron muy limpios, sobre todo los que se usan para la venta de quesos y pescado. Todo el piso era en tierra. Recuerda que en época de invierno todo era un lodazal, aun así las ventas eran buenas, no como hoy día que los clientes escasean, aunque hay más habitantes en Facatativá también hay muchos supermercados y negocios. Blanquita no recuerda en qué año empezaron a construir locales en ladrillo para las carnicerías, y los puestos de papa y plátano al por mayor. También construyeron adentro algunos puestos en ladrillo con mesones en cemento para los vendedores de frutas, “líchigo” y verduras. Esto se organizó un poco al quedar separados las ventas de quesos, plantas y batán. Pasaron unos años así y luego techaron la plaza de mercado y los puestos de quienes vendemos queso los “baldosinaron” y pusieron


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también baldosa en los mesones para mayor aseo, de igual manera subieron el costo por el alquiler semanal. —Doña Blanca, yo recuerdo de vendedores antiguos en la plaza de mercado. Las ventas de hierbas y plantas medicinales, uno de esos puestos sigue aún y es atendido desde hace casi cincuenta años por una mujer aguerrida y luchadora; Laura, ella en medio del oloroso tomillo, laurel, manzanilla, limonaria y toronjil, picantes ajíes, dulce miel, la zarzaparrilla, el matarratón o la amarga manzanilla matricaria, la sábila y las hojas para los tamales. —Mire usted: los días de mercado llegaban diferentes tipos de compradores, al igual que vendedores y amigos de lo ajeno, así como hoy, todos ellos venidos de distintos lugares del país al igual que un sin número de personajes, de productos. Sí, Doña Blanquita… y cada quien con su historia a cuestas. —Tengo vívido en la memoria, doña Blanca, a unos personajes que por aquella época llamaron mi atención, uno de ellos, el culebrero que mientras grita a voz en cuello: «Aquí está señores y seño-

ras el culebrero mayor, vengo desde el Amazonas. Les traigo la pomada verde que quita todo dolor, ungüentos milagrosos con sangre de dragón y escamas de camaleón, pomadas a base de alcanfor para los dolores reumáticos, el anestésico para el dolor de muelas, corteza de “chuchuwasa” para preparar infusiones que alivien la inflamación y la pomada de este poderoso árbol sirve para suavizar los dolores artríticos. Piel de serpiente para ahuyentar los enemigos, baba de sapo para atraer el amor, estas y otros mil pociones para calmar el dolor, que produce tan peligroso mal. Acérquese sin temor hermosa dama, acérquese usted doctor, el obrero, el caballero…o señor ¡pa’ todos hay lo que necesita y busca!» —Deme dos cajitas de pomada verde, por favor. —Socio…alcáncele a la dama las dos cajas y reciba $2,50, póngalos en la caja juerte, pa’ que no se vayan a extraviar. También llegaba un organillero ya conocido en el pueblo, algunos niños le hacían corrillo para escuchar la música, que como por arte de magia salía de la caja. Él, Don Ramón, hábilmente da manivela


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mientras camina por algún lugar del pueblo, del organillo sale una bella melodía que se repite cada tanto mientras se da manivela a la caja. Arriba de la caja, hay una jaula con dos periquitos verdes que hacen algarabía, la función de los periquitos es sacar una papeleta que trae un mensaje de la suerte, de adentro de una cesta de mimbre y por dicha papeleta se pagan $50 centavos. Algunas amas de casa, empleadas del servicio, obreros, soldados son algunos de sus clientes habituales. Así gana la vida el organillero de plaza en plaza y de feria en feria. — Acérquese señora, haga su pregunta. — ¿Cuánto cuesta? — Solo $50 centavitos mi señora. — ¿Qué debo hacer? — Piense su pregunta, pone sus monedas en la ranura y el perico deja caer una papeleta con la respuesta. Los recuerdos viajan del ayer antiguo al hoy, y del hoy a la actualidad. Se ven allí personas que se amparan del frío con ruanas, pañolones, sombreros, eran vestimentas abrigadas y tejidas con lanas ob-

tenidas del esquileo a las ovejas, después hiladas en husos, ruecas. Con esta lana así obtenida tejían dichas prendas en telares, además también tejían cobijas, sacos y los sombreros a mano. Las recuas de mulas llegaban frente a la plaza de la miel, llamada así porque allí llegaban las mulas cargadas con zurrones llenitos de miel desde Villeta, La Vega, San Francisco o Supatá. — ¡Miel pura, a la orden la miel! — ¿A cómo deja el zurrón? — ¡BARATO PATRÓN! —Acérquese y negociamos sin compromiso. Cuenta Doña Marina Fernández: «Desde muy niña empecé a trabajar en la plaza, mi madre nos traía a trabajar con ella. Los vendedores usaban sus atuendos campesinos o sus ropas de peones, pantalones caqui o azul oscuro de dril, alpargatas, ruana o poncho, sombrero, Algunos negociantes de al por mayor usaban vestidos en poliéster, corbata camisa y sombrero negro». En la actualidad los vendedores jóvenes lucen blue jean, camisa o camisetas, tenis o zapatillas, pier-


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cing en la oreja o la ceja, los vendedores mayores visten casi de la misma forma y manera que los jóvenes excepto los piercings. Me acuerdo como si fuera hoy, los lunes en las tardes y noches al igual que ahora, empezaban a llegar un variado y colorido enjambre de peones, campesinos, vendedores sudorosos que dejaban a su paso un aroma a campo, a piel, igual hay una bulliciosa mezcla de voces y acentos variados. De pequeños y maltrechos camiones bajan atados de olorosas cebollas, ajos de aroma penetrante y dulzón, envoltorios de variados contenidos, bultos de mazorcas tiernas o duras, yuca y plátanos llaneros, arracachas traídas del Tolima, bultos de sabrosas piñas que llegan del Cesar. Envoltorios con ropas diferentes y zapatos para los puestos del batán, embalajes con gallinas, ollas de barro, materas, plantas, llegan

desde lugares diferentes como son, las veredas de Chueca, Tierra Morada, Bermeo, La Tribuna, Pueblo Viejo, de pueblos lejanos o cercanos como Zipacón, La Florida, El Rosal, Nocaima, Vergara, La Vega, Pacho, Neiva, Cachipay. Doña Clema, vendedora de quesos ya retirada de la venta en la plaza de mercado, comenta que sus hijos no quieren que lo haga más, pero ella aún vende su producto allá en su parcela. Cuenta que, desde los siete años, cuando viajaba con su mamá desde Zipacón, traían blancos o amarillentos quesos, cuajadas, mantequilla envueltas en hojas, almojábanas y génovas viajeras, del altiplano cundiboyacense, también huevos criollos, mute lugareño, bocadillo de Vélez. Todo esto lo ponían en tablones pulidos a fuerza, con las callosas manos. Ella recuerda que llegaban muy temprano, en su viaje desde Zipacón

Plaza de mercado de Facatativá - Archivo Oficina Asesora de Prensa y Comunicaciones de la Alcaldía de Facatativá


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recorrían caminos de paisajes verdes, niebla y frío. Tan solo iba a la escuela tres días a la semana, «Los domingos nos íbamos a bañar a la quebrada “El Turrón” allá por el Ocaso junto con mis hermanos, éramos siete y el domingo mi madre llevaba a uno de los otros hermanos a trabajar con ella y estaban de regreso por ahí a las tres de la tarde. Mi madre no descansaba ella luego de comer, cogía una cesta tejida en junco donde guardaba su costura y se sentaba en una vieja mecedora y se cobijaba con su pañolón y ahí se dedicaba a coser algún vestido o enagua para mí o para ella, tal vez una camisa de franela para mi padre o hermanos, de pronto estaba tejiendo un saco, un chaleco ,un gorro, unos guantes para cualquiera de nosotros». —Seguí el oficio de mi madre porque quise ir tras los sueños, así como soñó mi madre, y alcanzó algunos, el mío no. Después que tuve el primer hijo puse en mis bolsillos sueños recién soñados y me di al trabajo con los quesos, quería que mi hijo recién parido fuera un aviador, no esperaba tener más hijos, ahora tengo cuatro y uno de ellos es mecánico de aviones, uno técnico, uno negociante en papa,

la mujer es técnica en sistemas. Dos de ellos ya tienen sus hogares. Mi marido se dedicó al campo, vivimos en la vereda El Ocaso, tenemos una tierrita por allá donde cultivamos moras, siempre hemos tenido cuatro vacas lecheras, de ellas saco provecho para hacer los quesos, cuajadas y mantequilla. Conversando con Doña Marina y su hermana Doña Miriam, con algunos de los antiguos vendedores; ellos recuerdan y comentan los mercados grandes del año: en la Semana Santa trabajaban el domingo de ramos, martes y miércoles santos, el día jueves no se trabajaba por la creencia religiosa que si vendían sus productos era como si vendieran a Jesús el Cristo y recibir menos dinero, lo asociaban a recibir el pago por la venta del Nuestro Señor Jesús, el viernes y sábado guardaban riguroso duelo. Esto fue cambiando por los años 90 y el domingo de resurrección volvía a renacer la algarabía en los toldos de la plaza, el colorido en las ropas, las sabrosas viandas preparadas en fogones de leña y grandes ollas de barro, grandes y condimentadas gallinas, yuca cocinada blanca o coloreada con azafrán, las morcillas de cerdo, papas criollas, pla-


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tanitos maduros, longaniza, las famosas “picadas” servidas en hojas de plátano o de bijao, y de tomar un guarapo, una totumada de chicha o un refajo servido en totuma que consistía en dos cervezas, ¨Una dulce¨, como llamaban a la gaseosa Colombiana, y un aguardiente. El otro mercado grande era en diciembre, recuerdo que por esos días los vendedores de batán como doña Martha, siempre estaban muy ocupados, debían ir a Bogotá cada semana para surtir su tolda; diez toldas componían el batán, allí se encontraba ropa para toda la familia, zapatos Croydon y zapatos plásticos para toda edad, toallas, medias, sudaderas en cómodos precios. Todos estos artículos eran traídos de San Victorino. No recuerdo el nombre de un hombre grande, colorete él, natural de Caldas, él traía unos overoles color caquis, los obreros los preferían, decían que eran duraderos. «A todos en la plaza nos iba muy bien, todo se vendía, no es como hoy en día que siempre nos vamos con mercancía para otros mercados».

— Sí, doña Marina, yo recuerdo muy bien lo alegre y bulliciosa que era la plaza, muy colorida, donde negociantes y marchantes (compradores) intercambian dinero por mercancía. Allí amas de casa comunes y corrientes o las empleadas de servicio doméstico (abundaban en esa época) llegaban temprano, sus delantales de colores suaves, las que trabajaban en casas más adineradas o en haciendas de los alrededores usaban unas pequeñas cofias del mismo color del delantal (le habló de los años 65 al 70), ellas con canastos al brazo se aprovisionan de verdes y relucientes aguacates, de sabrosas carnes, amarillenta mantequilla y cremosos quesos, rojos tomates, doradas arracachas como rayos de sol, uvas verdes o casi negras de suave y dulzón sabor. Para llevar el queso algunas traían unas ollas de barro en su canasto. La patrona o ama de casa luciendo sus galas domingueras, con su bolso al brazo y en el otro brazo un pequeño canasto para llevar los huevos criollos, las uvas y almojábanas. Cada uno se movía entre la muchedumbre de gentes apresuradas, de pronto se tropezaban o debían aguantar uno que otro empu-


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jón o pisotón. De pronto un cotero aparecía con un bulto al hombro y gritando: ¨¡A un lado!¨, mientras iba corriendo y las variadas voces anunciando: «La yuca marchantica, llévela por $200 o por $500, zanahoria a $ 100, a $ 100, a $200 y $500, el hartón verde traído de pacho, a $500 el maduro, el maduro, pa´ la torta tan solo por $200. ¡Llévelo sumercecita! Cilantro patroncita solo a $50, llévelo a $50.» La empleada la sigue pegada a su falda con dos canastos grandes donde va poniendo lo comprado, yuca, zanahorias, papas criollas , arracachas, plátanos hartones y coliceros en uno; en el otro naranjas , mandarinas , papayas, mameyes, curubas, aguacates, toronjas, ajíes, y pimentones . La carne siempre se compraba primero y el carnicero se encargaba de pesarla, empacarla en hojas de helecho o de plátano y bien amarrada con cabuya, mientras ellas hacían la compra de lo demás del mercado. Las señoras o las empleadas tenían su sitio de confianza donde dejaban el, (los) canasto(s), cuando se ponían pesados y seguían haciendo viajes con lo comprado hasta tener todo lo necesario. Luego

la empleada, o ella misma, buscaban al cotero de confianza, que le transportaba el mercado hasta la casa o negocio al hombro o en un “carrito esferado” o de “balineras”, como era llamado. Los coteros eran parte esencial del día de plaza, algunos de ellos se encargaban de descargar los camiones. Recuerdo muy bien a un hombre grande, corpulento de grandes manos y voz gruesa, era un recio e incansable trabajador, lo nombraban ¨Marulanda¨. Otros se encargan de llevar los mercados desde la plaza hasta los hogares o negocios; algunos llevaban el canasto al hombro, otros en un carro esferado o de balineras, algunos de estos carros eran solamente unas tablas sobre las cuatro ruedas, y un lazo amarrado a la madera que sostenía las dos ruedas delanteras para dar la dirección y las curvas. Otros eran cajones de madera muy bien hechos y “engallados”, como solían decir sus dueños. Este engalle consistía en adornos como: estrellas metálicas, ruedas pequeñas de coches, radios transistores, patines o zapatos de bebés, aviones y carros de juguete, cornetines que usaban para avisar su paso y otros muchos cachivaches. Quienes


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no tenían cornetines usaban su voz para avisar. Los restaurantes anteriormente eran ambulantes, atendidos por robustas y bellas mujeres campesinas, luciendo sus trenzas negras o grises agarradas con cintas blancas. Sus delantales impecables y jovencitas o niñas que ayudaban a pelar el recado, lavar loza y cubiertos. Los olores de la cocina viajaban como hoy llevados por la brisa, para meterse por las fosas nasales y despertar las ansias de saborear las sabrosas y olorosas viandas que destilan deliciosos y variados aromas. En las cocinas desde las tres y media de la madrugada ya había preparado caldo de raíz: ¨Para que tenga toda la potencia y fuerza, para el duro trabajo y la larga jornada, caldo de costilla, para recuperar aliento y poder aguantar la larga espera hasta volver a probar bocado¨. Por allá a las dos o tres de la tarde, además hay toda clase de comidas típicas del altiplano cundiboyacense, mazamorra chiquita, cuchuco de trigo con espinazo, envueltos, aguapanela, café, tinto, chocolate, tamales, otros.

Esta plaza cuenta con un toldo donde venden cacharros y herramientas de segunda mano, como molinos, machetes, pinzas, palustres carramplones, horquetas, navajas, trampas para ratones, tijeras para podar el pasto o las matas, barretones, martillos, azadones, y mucho más. En la plaza aún trabajan antiguos vendedores como Doña Mirian y Doña Marina, quienes desde niñas laboran aquí, sus cabellos canosos dan cuenta de sus oficios, y ellas también comentan que vieron y vivieron mejores épocas y días como vendedoras de verduras, su madre las llevaba a trabajar. Hoy comparten el trabajo con jóvenes y nuevos vendedores, allí se conjugan ayer y hoy, así los mercados no se acaban y aunque ya no sean como en el pasado, aún sobre viven de la venta de sus productos, siguen las esperanzas. Siguen tras el carnaval de los rojos y brillantes tomates, tras las zanahorias con su empalidecido color anaranjado, el verde-rojo pimentón, la lechuga, el perejíl fortalece el corazón, cebollas regordetas visten sus galas moradas o blancas, los ajos con su fuerte aroma son como hermanitos pequeños, el brócoli y la coliflor, pri-


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mitas hermanas son y junto a papayas amarillas, o peras de un desteñido color café, y otras muchas verduras. Yucas y plátanos del llano, arracachas o papas del color del sol, todos hacen la gran fiesta de colores en este hermoso carnaval que nos invita a llevar para saborear y disfrutar de todo lo brotado de la tierra y creación de Dios. Todas ellas viajan hacia el mercado, plazas, tiendas, donde han de bailar la danza de la compra y venta.

través del tiempo y con la llegada de progresos previsibles, van surgiendo.

Desde siempre en la plaza de mercado mujeres, hombres, jóvenes y niños ofrecen del ayer próspero, al hoy, con los pocos compradores que en este ahora imprevisible visitan los diferentes puestos para comprar almibaradas piñas, naranjas “coloraditas” de sol, verdes espinacas que ayudan a dar tranquilidad, reposo y energía, el cilantro para dar gusto a un buen almuerzo. Hoy, ahora, los vendedores en este lugar preocupados de sus escasos ingresos no hacen a un lado sus anhelos, sus sueños; siguen con calma y paciencia esperando en el mismo lugar los nuevos sucesos.

Doña Marina, como siempre atiende a su clientela con una gran sonrisa y resignados todos llevan a exponer en otros lugares lo que no se ha logrado vender el día martes en la plaza de Facatativá. También las amas de casa que aún compran cada martes su mercado viven agradecidas con las personas que siguen ahí, incólumes en su negocio de venta de frutas, verduras y demás.

Ellos se han ido acomodando a los cambios que a

Las venteras siguen ofreciendo sus coloridos y variados productos, doña Blanquita y sus quesos que son muy apreciados por sus clientes que llegan cada ocho días, “religiosamente”, a llevar a sus casas el buen producto artesanal y orgánico.


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UNA MOMIA DONDE ANIDAN FANTASMAS Rastros y presenci a s de l a Lui sa Isabel Aguilar Con la colaboración de Julián A. Monsalve Aguilar estación del tren Estación del tren de Facatativá - Cortesía de Diego Andrés Ardila


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Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos. Sin ymemori a no exilsidtiadmos si n responsabi quizás no merezcamos existir José Saramago - Cuadernos de Lanzarote Parece una momia que podría resucitar en cualquier momento. La habitan fantasmas dejados por los indigentes que han pasado por allí y por quienes fueron usuarios y trabajadores del ferrocarril. En ella quedan los vestigios de una hermosa construcción en la cual se reunía la gente que alcanzó a conocer el tren y lo vivió durante un corto o largo trayecto de su vida, para viajes de trabajo o de paseo, que quedaron en su memoria y que forma parte de los recuerdos de un pasado que ya es remoto y que se añora con algo de nostalgia. Es la Estación del tren de Facatativá. El tren duró lo que dura tal vez la vida de un ser humano, o apenas un poco más. Y ahí queda la estación como uno de los testimonios de su existencia. Alrededor hay va-

rios espacios cercados con alambre de púas o con una especie de andén. Este último circunda un lugar donde cabrían unos tres automóviles, pero según parece, nadie se atreve a ocuparlo, ni siquiera los vendedores de comida que están cerca. El alambre rodea un gran espacio que alberga unos silos acostados sobre una torre. Puede suponerse que allí se guardaba el agua para refrigerar la máquina del tren; ahora están corroídos por el tiempo en una oxidación semejante a sangre seca de una herida que no ha sanado todavía. Bordeando la torre de los silos hay un prado que la gente respeta y que tal vez es tratado con cuidado por aquellas personas encargadas de cuidar la estación. Las plantas que crecen en el tejado son señales de vida de la tozuda naturaleza que se va imponiendo y que también son notorias en los edificios más antiguos de la ciudad. En el andén hay un poste que sostiene un aviso: “PARADERO”. Por supuesto, no es el paradero del tren. En lugar de sus pitidos, se escucha: “Bogotá, Mosquera, por la variante” o “Funza, Zipaquirá, directo”, o bien, “Bogotá portal 80, con puestos¨.


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Es un hueco, una mutilación. Es un vacío donde la gente más informada o de edad mayor sabe que por allí pasó un tren y que debería seguir pasando o bien, volver a pasar; los demás ven ese espacio con extrañeza y respeto; es un predio-amputación, es algo que se le quitó al pueblo, es el símbolo de una ciudad mutilada, de un país mutilado, le cercenaron el ferrocarril. Hay una extrañeza en las miradas de quienes pasan al lado de esa cicatriz visible, pero que ya ni siquiera duele. Tal vez se preguntan qué será de ella, qué pasará con ella, por qué está sin ocupar. Se ha configurado en el área urbana, en la geografía de la ciudad, una cicatriz dejada por la suspensión de lo que fuera el medio de transporte más importante en su época, con muy pocos dolientes, como eco de un pasado que grita silencioso (como una especie de “estruendo mudo” -rememorando a César Vallejo-) sobre los pasillos de la estación abandonada, en sus paredes, en silos sangrantes, ventanas y techos, en rieles y durmientes de la carrilera. Los arcos, los tejados de barro, las diferentes figuras geométricas y arquitectónicas se niegan a

morir, bajo leyes de protección patrimonial, como testimonio de un pasado que se fue, y de un futuro que quién sabe cuándo vendrá. No quieren dejarse sobrepasar por los años que pasan veloces, mientras los buses que llevan a la gente que entonces debió llevar el tren, la superan. Han sido testigos del crecimiento de la ciudad que, por los cuatros costados, eleva construcciones de toda clase. La ciudad ha crecido mucho y en la actualidad la estación está rodeada de construcciones por doquier: conjuntos residenciales, campos de tejo, supermercados, colegios, negocios de índole diversa, y por allí pasan toda clase de vehículos de carga y pasajeros, hacia el oriente para Bogotá, o hacia el occidente, pues la llamada variante o carrera primera se construyó paralela a la vía férrea. Enfrente hay una especie de terminal de buses donde se quedan la mayoría de los viajeros desde Bogotá y donde se toman los buses que se dirigen a algunos pueblos cercanos, o bien a la costa o Medellín y otras ciudades lejanas. En Facatativá no hay una terminal de transporte, como sí las hay, incluso en ciudades más pequeñas. además, recientemente se inauguró


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un centro comercial que lleva el pomposo nombre de LA ESTACIÓN. Las carrileras que llegan hasta la estación están intactas. Los automóviles, buses y camiones las traspasan de un lado al otro de la ciudad, o bien esperan a su lado los posibles pasajeros; la hierba que crece alrededor se va marchitando a su paso o al paso de los transeúntes y cuando se mira el conjunto, para unos pocos, tal vez les parezca que va a llegar el tren, con personas que van con las mercancías para los negocios, o gente que va de paseo, o que se dirigen a visitas esporádicas, o con aquellos que simplemente lo usan como medio de transporte para ir a su trabajo o para hacer sus diligencias. La estación lleva muchos años de construida y algunos años sin uso, pero al menos, no la han destruido, aunque no la hayan restaurado. Habría que decir que la estación no ha corrido la misma suerte de otras estaciones que en el país han sido demolidas o remodeladas sin conservar su estilo arquitectónico o bien dadas en uso a personas que no las cuidan.

*** Facatativá fue la capital ferroviaria de Cundinamarca en la efímera existencia del medio de transporte que algunos, muy pocos, recuerdan con nostalgia. Entre las personas que vivieron muy de cerca el paso del tren por estas tierras, hay un hombre que añora esos días cuando él, empleado de los ferrocarriles, amó y sigue amando cada locomotora que conoció y que ahora se ve en fotografías que conforman el entorno de su mundo de jubilado. Al entrar a su casa, se nota ese amor por lo que fue su vida durante veinticinco (25) años de trabajo en los Ferrocarriles Nacionales, antes de su retiro, del cual hace ya treinta y siete (37) años. Incluso, se observa en la sala un tren de juguete, en un lugar destacado de la misma. Recuerda, con su memoria fotográfica, cada una de sus vivencias cuando él, desde muy joven, pasó por todas las actividades posibles, antes de llegar a ser maquinista y dirigir viajes manejando un tren que poseía toda clase de tecnologías que iban llegando desde Europa. Conoce, según parece a la perfección, el funcionamiento de cada una de las locomotoras que pasaron por sus


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manos durante ese tiempo de labor en la empresa. A la pregunta sobre cuándo fue construida la estación que nos ocupa, nos dice que muy pocos años antes de que la empresa de ferrocarriles se terminara. Y ¿Cuándo se terminó? En el gobierno de Virgilio Barco (1986- 1990), quien había sido determinado para ello, por quienes lo candidatizaron. Luego fue durante el gobierno de César Gaviria (1990-1994) cuando se dieron las últimas puntadas: se concedió la pensión a miles de trabajadores, inclusive a quienes llevaban muy pocos años trabajando. Es por ello, que en la actualidad las asociaciones de pensionados de los ferrocarriles cuentan todavía, con bastantes afiliados, después de treinta años de haberse terminado la empresa. Don Juan Pulido es un hombre corpulento, de más de setenta (70) años, nos ofrece un cafecito y se nota entusiasmado durante las dos horas de nuestra visita al hablar de su vida y su trabajo. Le preguntamos también, por qué se terminó el tren. Su respuesta es larga. Percibimos que, además de la corrupción en las altas esferas del gobierno, y de los intereses de los dueños de otros tipos de trans-

porte, hay razones técnicas, como, por ejemplo, el ancho de las carrileras, (menos de un metro), que no permite una velocidad de más de 60 km/h. en plano y menos en trayectos con declives grandes. Adentro de las ciudades es mucho más complejo su funcionamiento. Además, al ser una empresa pública, su condición impide su rentabilidad, su manejo depende en gran medida de los gobernantes, quienes no siempre están de acuerdo con él.

El señor Juan Pulido en su casa. Fotografía de Luisa Isabel Aguilar, junio de 2017v


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Se les hizo la pregunta a Don Juan y a Don Fernando Melo, quien participó en la entrevista: Por qué en una ciudad tan grande (Don Fernando calcula que somos doscientos cincuenta mil -250.000- habitantes) no existe una terminal de transporte. La respuesta es simple: Es decisión de los gobiernos municipales, de acuerdo con los presupuestos, a pesar de que ciudades muchísimo más pequeñas cuentan con terminales.

*** Cada cierto tiempo, las noticias hablan de proyectos de resurrección del otrora tren de la sabana, o ferrocarriles nacionales o trenes de cercanías o turísticos, o bien, de la habilitación de carrileras, para un posible tranvía, o para trenes de carga. El más reciente, 2016, fue presentado por el actual gobernador de Cundinamarca con otros funcionarios públicos; la realización de este proyecto resucitaría la momia en que se ha convertido nuestra estación. Se le ha dado el nombre de “tren ligero”. El “tren ligero”, pasaría por el corredor férreo entre el centro de Bogotá y el municipio de Facatativá. Se estima que tendría 18 estaciones, 12 de las cuales estarán en la capital y las restantes en Mosquera, Madrid, Funza, El Corzo y dos en Facatativá; la otra, tal vez sería en La Tribuna, donde hubo una estación que fue derruida, o bien en la vereda Los Manzanos. Allí, existe todavía una estación llamada ¨El Manzano¨, donde vive, desde hace 25 años la señora Blanca con su esposo.

Una de las locomotoras, recientemente restauradas. Fotografía exhibida en la casa del señor Juan Pulido.

En el proyecto se contempla una extensión de 41


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kilómetros, de los cuales 26 quedarían en Cundinamarca y 15 en Bogotá. La obra se desarrollará, según se informa, a través de un sistema de alianza público- privada. A precios del 2016, el costo de la construcción se estimaba en 5,5 billones de pesos, de los cuales el 70 por ciento ($ 3,85 billones) corresponderán a recursos privados y el 30 por ciento restantes ($ 1,65 billones) a recursos públicos de la Nación y la Gobernación. Se inauguraría en 2021. *** Hay que decir que no hemos tenido una conversación con los funcionarios de la alcaldía, para conocer cuáles serán los designios de la estación de acuerdo con su planes, programas y proyectos. Nos hemos preguntado, frente a la posibilidad del tren ligero, ¿Cuál es el futuro de la estación del ferrocarril de Facatativá? La respuesta abarcaría varias posibilidades: Podría servir como una de las estaciones, acondicionando y remodelando la construcción para el proyecto del tren ligero, o se acondicionaría para un museo del ferrocarril, como existe en otras ciudades, el cual serviría como elemento

pedagógico para visitantes y estudiantes. También podría dársele algún uso como oficinas públicas o dar en arriendo para empresas privadas.

Claro, el primer uso sería lo mejor que puede pasar, como estación del llamado tren ligero, proyecto todavía vigente y el cual estaría según se dice, en combinación con el proyecto del aeropuerto Dorado II. A esa nueva estación se le podría añadir el mencionado museo. Estas son las esperanzas de quien escribe esta crónica y tal vez, de muchas otras personas, como los señores Juan Pulido y Fernando Melo, quienes posiblemente, ya no estaremos, cuando se haga realidad. Por ahora sigamos viajando en este tren de la memoria.


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LOS V IEJOS V IENTOS DE BUENOS AIRES Por los rumbos de la vereda Pueblo Viejo

Fabio Nelson López Morales

Panorámica Vereda Pueblo Viejo - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta


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Hoy que la suerte quiere que te vuelva a ver, CiOiudadgo porteña de mi úni c o querer, a de unpidbandoneón, Dentrola delquejcorazón” pecho e rienda el Mi Buenos Aires querido-Alfredo Le Pera Por el camino a Buenos Aires ya no suenan los tangos. Solo se escuchan los ladridos de perros, motores de buses y el arrastre de los neumáticos presurosos por salir de los huecos cubiertos con recebo y pedazos de ladrillo. En los días de agosto se ven las cometas elevarse desde la parte alta de la montaña, un juego de vaivén esquivando los cables de alta tensión. María Gómez regresa por esta vía por segunda vez desde que llegó a vivir a Facatativá. En silencio camina contra la pared de las casas que van por la calle séptima al sur. La sombra de las construcciones se detiene e intensifica su cuerpo con pinceladas exactas de frescura. Cuadra a cuadra el cambio de clima parece haberse activado por un interruptor programado.

—Una cuadra de sol, otra de frío. Menos mal traje la chaqueta. —dice, mientras busca en el morral el celular para tomar otra foto—Es un buen clima para elevar cometas ¿No te parece? —Es verdad. —respondo tras cruzar la doble vía que va hacia Bogotá y pasa por afuera del pueblo. Pasada la carrilera el ambiente se transforma. El vértigo triste del pueblo se convierte en una parsimonia peligrosa que se va quedando en el tiempo. En las pocas tiendas abiertas, los hombres se sientan a tomar cerveza sin afán alguno de emborracharse. Miran con desconfianza; la fascinación de un entretenimiento tardío por una caravana de foráneos (así sean del mismo pueblo) que inician la peregrinación al cerro. Una línea de arbustos pequeños se va adelantando, separador de las paredes y del andén de la calle. Bien podados y llenos de polvo parecen avestruces en un pie, escondidas en un cuerpo vegetal. María camina sin afán tomando las fotografías para enviarle a su familia en el Cauca. Desde el fondo del barrio Los Monarcas salen las motocicletas que van


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para el centro por la vía más corta. Un sofá cojo calienta su cojinería rasgada en la entrada de un mini mercado, un caballo flaco come ameros servidos en una canastilla de plástico negro mientras en su lomo van aseguradas las correas con las que jala “la zorra”, término con el que se conoce en esta región al conjunto de equino y carreta dispuestas para la carga de mercancía. Paso a paso la intensidad del sol se va haciendo más fuerte mientras los árboles de “borrachero” parecen estar escupiendo un baile de pequeños mosquitos. — ¿Más allá qué hay? —María señala los separadores de la plataforma. —Un puente fantasmal —les respondo mientras caminamos frente al Colegio Mayor de Occidente que está sobre la vía y cuya entrada parece ser la de una gran bodega. Habiendo avanzado unos metros más observamos la primera casa del río hacia el pueblo, una construcción de corte colonial, dos pisos y pintada de azul; allí no parece vivir alguien, solo su nomenclatura que indica un número: ¨7¨.

No hay afán, a esta hora cerca al puente no hay morada para los fantasmas. *** En el Puente de las Ánimas dicen ver pasar quince soldados en fila con sus manos en su espalda, esperan a que la voz del capitán dé la orden. “¡FUEGOOOOO!”. La placa de cemento que indicaba en letras grandes LA JUNTA DEL CAMINO DE ANOLAIMA en su administración de 1897, no ha dejado su rastro. La leyenda cuenta que el caudillo colombiano José Melo mandó a matar a los hombres de su tropa sobre el puente por desacatar sus órdenes. Algunas interpretaciones aseguran que los fantasmas se ven sobre las barandas de la construcción en la misma posición en que fueron ejecutados, otros dicen que los espectros te tocan el hombro para pedir después una moneda. Los libros de historia solo conceden este trágico final a dos víctimas. Los sucesos ocurrieron durante 1854 y el señor Melo era catalogado como un dictador. Todo cambia cuando José María Ardila decide no dejar en paz a Melo y con su grupo de lanceros


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forma lo que algunos catalogan como: “el primer grupo guerrillero del país” que después inicia una revolución contra el gobierno de José Hilario López.

—Debimos traer algo de agua antes de subir —se queda contemplando con detenimiento los rincones del pueblo.

El viaducto sostiene a los vehículos de paso y la curiosidad de los visitantes. El río Botello pasa por debajo. Un hilo negro de agua tranquila que deja ver las lajas pequeñas y una que otra envoltura encallada en las orillas. Desde allí y hasta arriba comienza la osadía excitante para los no deportistas y los fumadores consumados. Una pendiente mayor a los 60 grados de inclinación, una vía bien pavimentada con sus respectivas canales de desagüe a cada lado. Desde lo alto, valientes ciclistas se descuelgan sin paracaídas en sus “caballos de acero”. A lado y lado el paisaje cambia. A la derecha un pueblo que crece en forma desaforada, regiones marcadas por todo tipo de construcciones, las más recientes empezando a “comerse” las montañas y los antiguos campos de producción agrícola. María se sorprende por lugares que se ven lejos sobre las montañas opuestas a donde estamos. Carabineros, La Torre del Vigía, edificios y más edificios y huecos en medio de los bosques como lunares de piedra.

—Lo sé. Yo en este momento lo que quiero es fumar. —respondo mientras veo que hasta ahora vamos a mitad de camino.

Casona Buenos Aires, Vereda Pueblo Viejo Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta


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Las primeras casas aparecen sobre la elevación que va del costado derecho de la vía. Casas en bloques que parecen cajas separadas y escondidas una de la otra. Antes de llegar a Buenos Aires lo primero que suena es un reggaetón, una mujer joven sale cantando y mientras fuma y bebe de un pocillo plástico arrastra la letra de la canción como si estuviésemos en Puerto Rico. Un hombre flaco y de bigote limpia la ventana mientras un joven sin camisa está sentado sobre el pasto seco observando con sospecha a los que van de paso. Los primeros techos del caserío cortan la geografía del lugar. El pasto se ve más seco y el suelo parece amarillo. La línea de casas se esconde dentro de la montaña, a borde de la carretera se levanta un muro mediano de bloques que separa un sembradío de árboles medianos. Una pareja de abuelas habla detrás de una reja de madera de un alto primer piso y de un momento a otro sentimos que hemos regresado a otra Colombia; ya suenan los primeros vallenatos y baladas con acordeón.

*** Después de Buenos Aires las casas parecen desaparecer. Un conjunto de construcciones prolongando en tamaños se van olvidando. Buenos Aires sostiene su tejado con aserrín incómodo y apretujado. Hileras finas de ladrillos curvos que deslizan el agua y los años. Sus bordes naranjas parecen levantar la flora húmeda de una duna silenciosa. Buenos Aires disimula su cuerpo con cal blanca pintada sobre bloques de bahareque. Juntando las paredes, un conjunto de maderos pintados de negros sostienen como brazos cansados un techo deteriorado. ¨Buenos Aires Cigarrería- Miscelánea¨, es la tienda icónica del caserío de la vereda Pueblo Viejo. Es una tarde de sol aplastante y como dice María, «aquí todas las posibilidades de la historia parecen ser las mismas» Afuera dos sillas vacías esperan a sus próximos ocupantes. Los curiosos vacilantes pasan sin afanes. Por estos días la loma principal de la vereda es un punto estratégico para los profesionales y aficionados en el arte de elevar cometa. El viento vuela por encima de sus pobladores como un silbido de algún dios despreocupado.


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— ¿Qué cuesta la cerveza por unidad? —la visitante corrige su pregunta— Si le compramos quince cervezas ¿Usted no las vende a precio de canasta? —Por supuesto —responde un joven de gorra amarilla que sale desde adentro de la casa llevando una rueda de bicicleta. —No, mejor véndame diez —responde la mujer de blusa beige y lentes oscuros. La doña que atiende muestra a las compradoras las botellas para comprobar que las bebidas no están al clima. Una muchacha alta de cabello claro ingresa detrás de la barra, observa a la anciana con detenimiento « ¿Les va a prestar el envase?» pregunta sin reparo mientras con un saco grande de lana cubre su vientre de embarazo. La anciana asiente su decisión mientras guarda el envase en una bolsa plástica verde. María observa con detenimiento las paredes de la tienda. Una rockola apagada. Discos oscuros puestos de manera desordenada sobre la pared de donde salen mariposas adhesivas a blanco y negro. Dos pequeños acordeones de plástico verde y de fuelle cansado, un trompo gigante de made-

ra sin herrón que cuelga de una extensión eléctrica que salta de puntilla en puntilla. La puerta principal de madera es sostenida por dos hombres de overol azul oscuro manchado de grasa que beben sus cervezas a sorbos lentos mientras hablan de una razón y un dinero que al parecer no va a llegar. El mostrador de la tienda es un marco de madera con sus respectivos ventanales. En los estantes hay jugos, gaseosas, productos de paquete y muchas, muchas cervezas. En la esquina opuesta a la entrada principal, el vacío de un solar descolgado deja ver unas dalias rosadas y unas ropas extendidas que asoman desde las sombras. —Me vende un cigarrillo y una gaseosa, por favor. —Son mil quinientos —responde la anciana de saco rojo y piel curtida. —No. Son mil setecientos. —asegura la mujer embarazada mientras de su cabello claro aparece un nuevo mechón de otro color. Dentro de la casa todo se mueve con lentitud. Un pacto de silencio que obliga a tomar asiento a los


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valientes que huyen del sol. Uno de los hombres de la primera mesa va al orinal, este queda fuera de la casa, a la vuelta. Tres parales de madera y dos perros viejos cansados son los testigos del recorrido.

una academia de instrucción canina. Diagonal a la miscelánea, una virgen encarcelada y majestuosa parece ahogarse entre una pecera sucia y un arreglo de flores ornamentales rojas y blancas.

*** El oidor Gabriel de Carvajal pareció haber definido los límites del resguardo a punta de pasos contados en varias direcciones. Una losa amarilla lo explica mejor en letras rojas con estilo tipográfico de la época del siglo de oro español. Los bordes de placa están pintados con manchas blancas mientras al lado una cartulina azul invita a ser espectador de una obra de teatro en una de las canchas de tejo cercanas. Buenos Aires está en venta, un aviso en tela blanco indica dos números de celular para llamar. Las dos mujeres encargadas de la tienda salen y se sientan en las sillas Rimax. La mujer joven alza a un niño, mientras la anciana llena sus pulmones de cigarrillo a bocanadas ligeras y anchas.

—Aquí la gente es muy desconfiada ¿no te parece?

Dos vías caen desde la esquina de la tienda. Una línea curva de casas coloridas se pierde y regresan a la altura de un camino donde se ve un aviso de

—María toma su gaseosa y lee la inscripción en la placa. —Es verdad. Es parte de la cultura del “rolo” — respondo mientras fumo. Dos mujeres bajo un parasol se toman “selfies” Un hombre flaco y de bigote negro desarreglado busca el dinero para pagar en un bolso que lleva cruzado sobre una camisa blanca a cuadros. «¡MIRE COMO SE EMBARRÓ ESE CULO!» le gritaba un hombre a una niña mientras la levantaba de un brazo después de bajar resbalando entre la polvareda. Detrás de nosotros se escuchaban los pasos de las personas que regresaban del cerro de elevar cometa. Este no era el caso de la pareja con su hija arrastrada. Una gorra militar en la cabeza del hombre empujada a la fuerza. Su camiseta blanca ajustada al cuer-


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po dejaba ver su barriga prominente y el pantalón colgando de la parte de atrás mientras sobre los zapatos se juntaba enrollado. «¡A VER, CUÁDRATE AHÍ! ¡MIRE CÓMO SE VOLVIÓ!» el hombre sacudía la espalda de su hija de manera desjuiciada con un racimo de eucalipto recién cortado para algún remedio casero. «¡HÁGALE CASO A SU PAPÁ!» decía la madre mientras sostenía a la niña del pecho para que la limpieza a golpes surtiera efecto. —La gente es loca. ¿Si vio que el papá tenía más sucio el pantalón que la hija? —dijo María ¡JA JA JA! Es verdad, pero el tipo es de los que les cuesta reconocer para dar un poco de ejemplo. En la tienda de los parasoles la música de Los Chiches del Vallenato hace sus delicias, las mujeres de

Buenos Aires continúan con sus críos disfrutando del sol. El hombre de blanco enciende el motor del auto y arranca para el pueblo. Esto no le importa a Donni mientras se rasca las pulgas sin tanto afán. *** A finales del siglo XVIII y comienzo del siglo XIX, los asentamientos de pueblos de ascendencia indígena y de los mestizos pobres a las orillas de los caminos y lejos de las grandes haciendas dieron origen a los caseríos en las veredas. Estructuras de construcciones no tan pretenciosas donde el sentido de la cotidianidad temporal está arraigado en sus habitantes. Es este uno de los motivos o circunstancias que involucran actividades de agricultura y ganadería en una de las regiones más olvidadas del gobierno municipal. La actividad comercial es un acto

Casona Buenos Aires, Vereda Pueblo Viejo - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta


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arriesgado de supervivencia. Tiendas con productos de primera necesidad, bebederos y canchas de tejo. En la parte posterior de la segunda montaña, la misma donde está ubicada Casa Carbone brillan los plásticos negros que recubren los surcos levantados de un cultivo de fresa que siguen y siguen por todo el lindero de árboles. — ¡Increíble cómo ha crecido esa empresa de flores! —describe con asombro María al recordar que la primera vez que había regresado esa construcción no estaba. La Finca La Esmeralda de la empresa Colibrí Flowers S.A. continúa creciendo. Los invernaderos parecen colgarse de las montañas que colindan con Zipacón. Paso a paso ya han cruzado el valle acariciando el caserío. Buenos Aires se mantiene en pie mientras en silencio lo observa todo. Barcos desarmados que ven el tiempo y quizás nadie lo note. Los cultivos de papa, maíz y alverja de hace 20 años se han desvanecido de los campos. El olor a leche fresca en las mañanas

es una fragancia que se describe en los recuerdos. Los habitantes de la vereda Pueblo Viejo viajan a la zona urbana a trabajar, a estudiar, a «guerrearla» como afirma uno de los jóvenes que en las mañanas trabaja como voceador de rutas intermunicipales y que hoy ha regresado temprano en la tarde. *** —Creo que es hora de volver. Allí hay un puesto de policía que antes no estaba. Quizás esto se deba a los desmovilizados que se están entrenando como escoltas. —le indico a María mientras continúa tomando fotografías. — ¿Cuáles desmovilizados? —Unos desmovilizados de las FARC que están en entrenamientos. ¿Recuerdas que hace poco salió en las noticias unos incidentes con unos disparos y unas fiestas? — La verdad no lo recuerdo. El anuncio del puesto de seguridad de la Policía Nacional se ve sobre la segunda curva. Si seguimos


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más allá encontraremos la Escuela de Seguridad encargada del entrenamiento de escoltas. Una bandera de Colombia flamea en la parte media de la montaña. Una camioneta blanca identificada con logotipos de la institución de seguridad pública se acerca. En la parte trasera los uniformados sentados se quedan firmes ante el acto de sospecha de ver alguien nuevo en la región. En junio de este año se informó que una cifra de desmovilizados del grupo guerrillero FARC iniciaría su capacitación como posibles escoltas de los máximos jefes de la organización desmovilizada. La cifra de participantes del evento oscilaba entre 150 a 300 personas. A los tres días y según los portales de noticias se presentaron los incidentes que incomodaron a cierto sector de la comunidad. Hubo versiones que aseguraron que la escuela de la vereda fue impactada por un proyectil de un arma de fuego. —Pero a pesar de todo se ve que a pesar de eso es una región muy tranquila. —asegura María ya de regreso.

—Es verdad. Aquí no parece que sucediera nada. Es como si el tiempo y todas las cosas se hubiesen detenido para estas personas. Siempre he recordado estas casas tal cual están. Una familia camina en hilera por una de las montañas. Su ropa colorida permite identificarlos, un chico eleva una cometa mientras corre, le ha soltado un poco de piola para jalarla. En el pequeño valle una casa solitaria descansa en silencio. La entrada de maderos amarillos, el bebedero de agua para las vacas y un cráneo animal observando desde uno de los postes que sostiene la cerca principal. En la parte media del gran valle una lámina de agua comunica el sector bajo del caserío con uno de los últimos invernaderos construidos. Las vacas están juntas pastando, escondidas en la gran montaña. Las margaritas florecen como medusas desadaptadas de un mar seco. Los caminos que no están pavimentados blanquean de polvo que fácilmente puede ahogar ante la ausencia de piedras. Los cactus levantados como pepinos espinados al lado de los eucaliptos flacos y viejos. Arbustos pequeños y


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sobrevivientes acompañando las pequeñas murallas precolombinas de piedra sobre piedra por donde los “kikuyos” asoman venturosos buscando luz. Los techos de algunas casas son oxidados y cancerosos, los sostienen con piedras y han sido testigos silenciosos de algunos de los mitos de apariciones y desaparecidos, de guacas y maldiciones que fascinan a los visitantes. En Pueblo Viejo las vacas pastan al lado del camino, armazón triste de huesos forrados de cueros coloridos. Hay casas de persianas de madera sin ventanas y las canecas de leche se pasean de casa en casa para ser repartida. En Pueblo Viejo la tierra es gris y vieja, en las parcelas los maizales parecen una fila de espantapájaros sin frutos. Los apoyos de los jardines sirven de tendederos de ropa pequeña. Los perros pasan los caminos, mean los árboles y los postes. Los perros descargan sus pulgas con rasguños como quien toca tiple. Los perros se coleccionan uno al lado del otro, una fila para un inventario de pereza.

En Pueblo Viejo todo está quieto y solo pasa el viento y las cometas se elevan desde la montaña donde se ve Facatativá. La historia parece mantenerse y los perros uno a uno aparecen y desaparecen cerca de las casas; es quizás este el lugar con mayor densidad de canes del municipio. Criollos, french poodle, enrazados, pastores alemanes, perros viejos, perros con el lomo lleno de aceite para carros, perros ciegos, perros con pereza, perros sucios, perros hambrientos, perros flacos, perros cagando, perros y más perros. Los humanos parecen quedarse ahí; observando lo que mañana vendrá donde no han llegado las direcciones que se colocan sobre las puertas. A Buenos Aires, Carlos Gardel nunca tuvo intención de regresar.


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LA GRACIA DE LA MUERTE Tras los muros del cementerio municipal Cementerio de Facatativá - Cortesía de Diego Andrés Ardila

César Alejandro Cardozo


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Son las doce, caminamos cerca de las desgastadas y viejas tumbas que están en una de las paredes laterales del cementerio. El paisaje es como de película de terror: hay lapidas rotas que, en el mejor de los casos, dejan entrever un ataúd viejo y roto. Y en otros, muestran un cráneo o unas costillas ya decoradas y adornadas por el encierro, la humedad y el tiempo. El cielo está nublado, el aire frío y, para completar, nos encontramos ligeramente perdidos. — ¿Dónde es que está la tumba de su bisabuela? —pregunto. —Es por acá parce, no creo que falte mucho, lo que pasa es que hace rato que no vengo. Seguimos caminado junto a la pared de tumbas. Algunas están adornadas, tienen lápidas decentes, fotografías de los muertos y unas breves oraciones que definen a aquel que yace entre el cemento. Hay otras que, a diferencia de estas, tienen medio escrito el nombre del muerto, un aviso rojo que dice “PARA SACAR”, y un agujero en una de las esquinas que sirve a los zuros como entrada a la tumba.

*** Nos detenemos junto al elegante panteón de la familia González. Nos sentamos en el angosto andén que hay entre éste y el camino. Miro mi celular, son las doce y media. Óscar saca de su bolsillo un rodamiento plateado, lo sujeta con el dedo índice y pulgar de su mano derecha y lo empieza a hacer rodar. —Con esto voy a hacer un spinner, ya lo tengo dibujado y diseñado en el computador, en estos días compro los otros rodamientos y lo armo. —Deje de fregar con esa vaina —la quito de sus dedos y la hago rodar en los míos— más bien acuérdese dónde está la tumba de su bisabuela. Óscar se levanta del andén, recorre con su mirada el cementerio y se vuelve a sentar. Mira el panteón que está a su espalda, y acaricia con sus dedos el nombre que está escrito sobre una de las lápidas de granito amarillo. Lo lee en voz alta “Teodoro González. 1926-1999”. Lo miro y me rio. —Parce, ¿Usted sí sabe dónde está enterrada su bisabuela?


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Óscar devuelve la mirada, me quita el rodamiento y lo guarda en su bolsillo. —Parce tranquilo que ella está aquí a la vuelta. *** Caminamos por el centro del cementerio, nos metemos en uno que otro camino que hay entre los cajones que contienen las tumbas. Llegamos junto a la enorme estatua de un Cristo con los brazos abiertos, nos detenemos frente a ella, miramos sus pies, hay hojas blancas con lo que suponemos son peticiones que algunas personas han dejado allí, levantamos la mirada y vemos la cara de la estatua. Seguimos caminando, ya estamos al otro extremo del cementerio, Óscar me toca el hombro me señala una lápida con su mano y me dice: — ¡Cardozo mire, ahí hay un hincha de Santa Fe! Miro la lápida de la tumba que Óscar me señala. En ella estaba escrito el nombre del muerto sobre un escudo de Santa Fe pintado. Miro a un lado y le señalo a Óscar una tumba. — ¡Mire! —le digo— lo enterraron junto a uno de Millonarios.

Cementerio de Facatativá Cortesía de Diego Andrés Ardila


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Óscar se ríe suavemente, y me señala una lápida que está unos metros más arriba.

muy lejos de acá, esparzan mis cenizas. ¿Y usted qué prefiere? ¿Qué lo cremen o que lo entierren?

— ¡Allá hay uno de Nacional! Lo irónico de la vida.

—Eso a mí me da igual −digo− es decisión de los vivos si me creman o me entierran, al fin y al cabo, son ellos los que van a pagar. Yo por eso no quiero preocuparme, suficiente con las preocupaciones de la vida.

Nos reímos suavemente. Damos un paso, él pisa una rama y un zuro sale volando rápidamente de una de las tumbas que están al lado de nuestras cabezas. Nos callamos, nos detenemos, miramos al ave que se para en la parte superior de uno de los cajones que están frente a nosotros. Gorjea un par de veces y se aleja volando. El silencio del cementerio es extraño, es diferente a todos los silencios, siempre está diciendo algo cuando cruza el viento y se instala en la mirada. *** Ya hemos recorrido casi todo el cementerio, y nada que damos con la tumba de la bisabuela de Óscar. — ¿Usted quiere que lo entierren acá o en Bogotá? —le pregunto a Òscar. — ¿Enterrar? Yo no quiero que me entierren, quiero que me cremen y quiero que, en algún lugar, muy,

Damos media vuelta y nos dirigimos hacia la salida del cementerio, seguimos caminando junto a la pared de tumbas, los zuros, que están en la parte superior de ellas, junto a los ángeles, gorjean y el viento sopla suavemente. Casi llegamos a la salida. — ¡Parce mire! −me dice Óscar deteniéndose y señalando con su dedo una lápida blanca que está en el suelo —esa es la tumba de mi bisabuela, María Magdalena Gómez.


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EL PARQUE PRINCIPAL, UN SEÑOR CON MIL ROSTROS

Una experiencia ficcional Plaza Principal Simón Bolívar - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta

Omar David Herrera


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Ubicado en el corazón de la ciudad, está el parque principal. Un desierto de cemento, con bancas de cemento, y su atracción, árboles y palomas de cemento. La alcaldía, la catedral, la casa de la cultura y algunos bancos son las edificaciones que custodian el espacioso lugar. Los policías caminan alrededor del parque al encuentro con sus novias, mientras los “ñeros” caminan de un lado a otro, como fieras al acecho, buscando presa para comer. Mediante silbidos se comunican, y si usted no está “pilas” se queda sin celular, es lo que dicen los vendedores ambulantes cuando sacan un aparato tecnológico. Es una soleada tarde de junio, el sol es sofocante. Según Galileo, la tierra está más cerca al sol, pero yo no sé, pues no lo he visto. Al pisar la primera piedra, recuerdo las palabras de mi abuela: «El parque antes era más bonito», y por mi mente pasan varias imágenes, que aún no deseo describir. Los niños se pasean por el centro del parque, anhelando que haya arena, o al menos tierra para hacer sus castillos, y así divertirse, aunque fuese por un momento. Me siento en una banca, ¿adivinen de qué?, sí señor, de cemento. Después de media hora, las

nalgas empiezan a quejarse, y me pongo de pie para relajarlas un poco. Comienzo a caminar alrededor de aquel lugar, buscando en las esquinas alguna hojita de maleza, pero por más de que busco no la encuentro. Lo único verde que se ve son cuatro árboles y unas palmeras que ya están más pálidas que los mismos ladrillos del parque. Depronto paso por el lado de un carrito de helados, y me antojo de uno y preguntó: ― Vecino, ¿Qué vale el vasito? ― Mil quinientos pesitos nada más. ―Responde el vendedor con amabilidad. ― Deme uno―. Pasan algunos segundos. ― Señor, ¿Hace cuánto trabaja aquí? ― Tratando de matar mi curiosidad. ― Más de los que tiene usted mijo. ― ¿Sabe usted dónde está la fuente que había aquí en el parque? ― El diablo es muy cochino, mijo.


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Y así se cierra la corta conversación con el vendedor ambulante que está rojo de calor, y las gotas de sudor ya empiezan a bajar de su cabeza. Sin derecho a probar el helado porque “hay descuadre en lo del diario”, se mantiene de pie bajo el inclemente rayo del sol. La plaza principal ¨Simón Bolívar¨, ha sido escenario de un sinnúmero de cosas que se han realizado en Facatativá. Desde la exposición de la cabeza de José Antonio Galán para amedrentar a la población para no rebelarse ante la corona, hasta presentaciones como la de Hassam, un humorista colombiano. Teniendo Facatativá más de cuatrocientos años de fundada, y siendo el parque principal uno de los lugares más importantes de la ciudad, es de suponer que ha habido cambios en su estructura, pues unas veces para bien y otras para mal, las cosas no se mantienen como nos gustaría. Memorias de mi abuelo. Es martes y me dirijo a la plaza principal, voy a comprar unas gallinas que necesito para el almuer-

Plaza Principal Simón Bolívar Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta


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zo del domingo, también, algunos cubios, habas, yuca, arracacha, papa, chuguas, guascas, hibias … Llegó por la primera, y cruzó en medio del gentío, que grita: - ¡PAPA, PAPA, PAPA!, ¡LA YUCA! ¡LA YUCA, FRESQUITA LA YUCA!, ¡VEA PATRÓN LAS GALLINAS PAL SANCOCHO! En medio del ruido, regateo el precio de las gallinas. Como buen regateador, le digo al vendedor: ― A 20 centavos las dos gallinas. ― Con un tono de perspicacia. ― No, son a 15 centavos cada una, patrón no se puede. ―Responde el vendedor. Rápidamente le contesto ―A 25 centavos o le compro al otro―. Y con esta frase lo obligo a bajarle el precio a las emplumadas gallinas. ― Tome esas gallinas y no me joda. ―Contesta el vendedor jocosamente. Y así continuo hacia el centro del parque principal,

la plaza central. Camino por el polvoriento lugar, y mis zapatos ya parecen estar más empolvados que el propio suelo. Después de comprar las cosas, me lavo las manos y limpio mi pantalón con el agua de la fuente, cuando voy saliendo de aquel lugar, veo a una señora regando unos pequeños árboles y así finaliza mi visita al antiguo parque principal. Un reto sin medir consecuencias. Los tiempos cambian y las cosas también. El empedrado y polvoriento suelo, cambió por cemento y rojos ladrillos, la fuente fue embellecida con un jardín alrededor. En las noches, las luces de colores la adornaban. Era tan hermosa que, si la fuente hubiese sido mujer, sería la más hermosa de estas tierras. Los árboles que los campesinos cuidaron con tanto amor crecieron, y dieron sus frutos rápidamente; decenas de palomas, que hasta el día de hoy hacen competencias sobrevolando el espacio aéreo del parque. Jardines encerrados en barandas que custodiaban los imponentes árboles, fueron construidos. Había teléfonos públicos, una gran estatua de Simón Bolívar, que hoy en día Dios sabrá


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donde está, y un “CAI”, ubicado justo al lado de un gigantesco árbol. Las vacaciones de octubre comienzan, así que mis primos deciden salir a comer helado al parque principal. Cuando llegan, el sol está comenzado a bajar de su punto más alto. Es la hora en que es más alta la temperatura, y a pesar de que sus camisetas son ultra-delgadas, las cuales cambiaron por electrodomésticos dañados al hombre que pasó por la cuadra, sienten que se están cocinando, así que deciden dirigirse al vendedor de helados. En su cachucha se puede leer ¨BONICE¨, su rostro está lleno de arrugas, sus manos un poco más oscuras que sus brazos y su voz parsimoniosa denota que es un señor entrado en años. Al preguntar el precio del mismo helado que compré hace unas semanas el señor ,con voz tarda, contesta: ― Buenas tardes. El helado cuesta ochocientos pesos, ¿cuántos van a llevar? ― Dos veci ―responde uno de mis primos con atención.

Mientras esto sucede, un niño salta a la fuente velozmente, luego comienza a lanzar manotadas de agua a las personas alrededor. Mis primos se quedan viéndolo, y el señor de los helados llama al policía de turno y le dice lo que está sucediendo. Minutos después, dos policías sacan al niño de la fuente, y lo llevan al CAI, allí le preguntan por qué lo hizo, y con una sonrisa en el rostro responde:“Me gané dos mil pesos para el pan, fue una apuesta con esos manes de allá”, señala a los muchachos que estaba mojando. Al final, los policías lo dejan ir. Así termina esta historia de mis viejos primos.


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¿DÓNDE ESTÁ EL LIBERTADOR? Plaza principal de Facatativá, antes y ahora Plaza Principal Simón Bolívar - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta

Luisa Isabel Aguilar


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Llego como impulsado por el genio que me animaba, y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento: y con mis pies los umbrales del abismo. Un delirio febril embarga toda mi mente: me siento como encendido de un fuego extraño y superior. Era el Dios de Colombia que me poseía. Simón Bolívar-Delirio del Chimborazo En cada pueblo que se visita en Colombia, lo primero que se ve en la plaza principal es por supuesto, una iglesia, una capilla o una catedral. Esto es así porque somos un país católico en su gran mayoría y las altas jerarquías de la Iglesia se han cuidado de que la construcción de los templos sea realidad, alrededor de los cuales se construyen las viviendas y demás edificaciones públicas y privadas de cada poblado; podemos presumir que los templos se tienen en el cien por ciento de los más de mil municipios del país. De la misma manera, se presume que en cada plaza o parque principal de cada municipio haya un busto, monumento, estatua o escultura

consagrada a Simón Bolívar, nuestro libertador. Inclusive, hay decretos gubernamentales que así lo determinan. Sin embargo, en Facatativá, municipio que cuenta con una hermosa catedral en el llamado parque principal, no existe, ni allí, ni en ninguna otra parte, algo que nos recuerde que al libertador le debemos tributo por ser el más grande luchador de las campañas libertadoras que nos condujeron a la independencia del dominio español. Indagando entre las personas que han conocido los antecedentes de la actual plaza nos dicen que aquí sí hubo un monumento con tal objetivo. Sin embargo, fue retirado hace unos años cuando remodelaron el parque y lo convirtieron en la actual plaza donde las palomas adornan el enorme espacio que posee. Y que, además, apenas duró unos pocos lustros. ¿Y qué pasó con el monumento a Bolívar? Bueno, parece que quienes estaban dirigiendo la remodelación en aquella época, (2003-2004) no se pusieron de acuerdo, dijeron que el monumento era muy pequeño para tan enorme plaza, que no


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sabían hacia cuál punto cardinal debería mirar, y otros inconvenientes que no han sido solucionados. Entonces el pequeño monumento fue prestado a una de las instituciones del municipio sin que se pueda observar públicamente. Y hasta ahí sabemos. Lo que no sabemos es el por qué la plaza carece de este elemento patrio de recordación. También es necesario anotar que, como homenaje a Bolívar, existe sobre la carrera segunda, al lado sur encima de una corriente de agua o caño, una piedra conmemorativa del paso del Libertador por Facatativá, en cuatro ocasiones, lo cual no sería suficiente para hacerle el honor que el personaje merece.

*** La catedral está consagrada a Nuestra Señora del Rosario. Es una hermosa construcción donde se pueden observar diferentes ceremonias de la Iglesia Católica como eucaristías, exequias, e incluso, ceremonias relacionadas con actos de graduación de los jóvenes que han emprendido la carrera sacerdotal. Fue reformada debido a los riesgos que corría la estructura de colapsar por su peso. Esto fue después del sismo de 1967. Entonces se reformaron las cúpulas y algunas partes interiores que cambiaron su aspecto. Las torres del reloj y del campanario fueron mutiladas y el Corazón de Jesús que, en medio de ellas estaba y tal vez era demasiado pesado, fue remplazado por un reloj enorme, seguramente más liviano y el cual perdura hasta hoy. *** Según nos cuenta Pablo Emilio Beltrán Bejarano, comunicador social, residente en Facatativá desde hace más de 30 años, el parque o plaza central ha sufrido cambios a través de los años: Fue desde la fundación del municipio el centro de la actividad municipal, y también se conocía como plaza de ar-

Antiguo Parque Principal de Facatativá con la estatua de Simón Bolívar Archivo Biblioteca de la Casa de la Cultura Abelardo Forero Benavides


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mas (sentido que se le quiso volver a dar después de los 90). Era un espacio abierto empedrado y tenía una fuente o pila según una ilustración o dibujo de los años 40, donde la gente se surtía de agua y la llevaba en cántaros. Funcionó como plaza de mercado, hasta cuando se construyó la actual en los años 1959-1960, entre las carreras quinta y sexta, y calles séptima y séptima A. A partir de ahí, la enorme plaza se convirtió en parque con fuentes, jardineras, luminarias, una tarima para eventos y por supuesto, la estatua del libertador. Así duró más de treinta años, hasta 2003 -2004, cuando se convirtió de nuevo en plaza, de acuerdo con una política gubernamental de regresar a las plazas de armas y “reconstruirlas”. Beltrán nos dice: ¨Se demolieron las jardineras y se decidió convertirla en plaza (y tal vez volverlo un secadero de café, como decía alguien de la plaza de Bolívar de Bogotá). Así funcionó en los años setenta y hasta finales de los ochenta cuando el escenario que existía fue demolido, recuerdo que yo mismo hice la presen-

tación de un evento allí en la semana de la paz. Se construyó una fuente de colores y sobre la esquina suroccidental se construyó otra.¨ Actualmente el “Parque” es una plaza enorme, donde circulan decenas de palomas, niños en bicicleta o patineta, personas mayores disfrutando su descanso y en fin, aquellos que la atraviesan para hacer compras o diligencias, pues a su derredor hay bancos, cafeterías, la casa de la cultura con sinnúmero de actividades, la alcaldía, la sala del Concejo Municipal, notarías, droguerías, almacenes de telas, restaurantes; también visitan el parque aquellas personas que aún usan zapatos de materiales que se pueden embetunar, pues hay un sitio especial para ello dentro de él en el costado sur, donde varias personas ejercen este oficio. Igualmente hay una “calle de los abogados”, entre la carrera segunda y la primera, que, como prolongación de la calle 5, es peatonal y posee distintos negocios en locales o ambulantes. Esperamos que se le haga el honor, dentro de esta plaza, a Simón Bolívar, nuestro Libertador.


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UN LUGAR DE OT RO MUNDO Magia y espl e ndor desde l a rotonda del Parque Arqueológico

Gloria Constanza Monroy

Vista aérea del Parque Arqueológico de Facatativá - Cortesía de Diego Andrés Ardila


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Un día resplandeciente, caminos que expedían un olor a tierra húmeda, me rodeaban, abrazándome. Me interné de a pocos en este hábitat desconocido y enigmático. Después del recorrido me senté. Intrigada, un sinnúmero de interrogantes me poseía. Sin embargo, me acosté en la hierba y me dejé llevar hipnotizada, imbuida en este territorio nuevo que me estremecía, y como si hubiera dejado de existir me interné en esta fantasía. Caminaba entre gigantes rocas, que semejaban cuevas, bocas abiertas o cabezas de seres inmensos, prehistóricos, sintiendo que me convidaban. Medio oculta me asomé por entre el ramaje para divisar algo muy pequeño que resaltaba desde esas piedras burdas y oscuras, pero que parecían gritarme para que las escuchara. ¿Serán fantasmas? Tal vez presencias fantasmales, mitológicas. De repente, un sonido tenue, conocido, empezó a alejarme de este sitio. Comencé a seguirlo. Al llegar ví una majestuosa imagen. Un gran ombligo, imponiéndose, el centro de ese universo, una rotonda que emana vida, donde se descansa, o se estiran las piernas para continuar respirando la savia antigua.

Entonces pensé que había entrado en trance. Mi cuerpo se elevaba, esa era la vista que grababan mis ojos como si estuviera dentro de un dron. Con la capacidad no sólo de pasearme por este paraje sino también tallarlo en mi cabeza, y me complacía. Al aterrizar, volví a oír ese sonido que había estado persiguiendo. Nada más pudo distraerme, me concentré en su dirección y llegué allí. Sí, un hilo delgado de aguas cristalinas se deslizaba por entre piedras y arbustos que se entrelazaban, construyendo un túnel oscuro y tenebroso. Me arriesgué a transitarlo, al final, al otro lado, hallé las rocas que me hablaban y a esas figuras que aún no descubría totalmente, pero que me inquietaban. ¿De dónde habrán venido? Parecen extraterrestres o, ¿lo eran? Dibujos de niños representando a hombres con cola; garcíamarquianos, quizás. Sus brazos terminan en patas de gallina, no parecen manos, o igual que las de las salamandras. Sé que es mi mente divagando. Las ranas por las que sentían una devoción especial las materializaban de diversas formas, tal vez cuando la luna los


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acompañaba. Y a esos personajes raquíticos, esqueléticos, pálidos, sin sangre por sus venas, pero de un color rojizo, como si el pudor de verse expuestos los hiciera ruborizarse. Grababan adornos que colgaban de los cuellos o pies, orgullo de su arte. Una envidia me carcome al desear esos diseños tatuados en mi piel. También pinturas geométricas, al estilo de Rayo, haciéndole antesala o indicándole una aventura entre círculos y rectas. Trazos de cordilleras, soles, letras. Algunas parecen alas, costillas, monos, ciempiés. ¿Qué otros símbolos delineaban? Senderos en medio de laberintos, montañas, murallas diagramadas con delicadeza decoran la entrada a sus casas, intuyo. Han esculpido ídolos, o sus propios rostros que observaron reflejados en el agua. Apenas se estaban reconociendo y a ese entorno que los acogía. Bosquejos de rastros, de sus pisadas sobre una era mágica El tiempo no los alteraba, hace treinta años los había visto por primera vez. Por supuesto fue una

mirada rápida, de soslayo, casi de indiferencia porque en esa época el propósito de ir a ese lugar de hermosos verdes era hacer asados al lado de un lago. ¡Qué ignorancia la que nos ha presagiado!. Esa visita, no me produjo las sensaciones de hoy. Bajo un cielo iluminado despierto a un reencuentro conmovedor que señala la importancia de lo sagrado, lo que hay que proteger, un santuario con infinidad de historias, mostrando una particular visión de seres que nos precedieron. Durante todo ese período, jamás los he encontrado tristes o rabiosos.

¿Qué nos enseñaban? La tranquilidad, la calma, ó, ¿esa paz indispensable que nos hace falta? Porque estar ahí era recibir una limpia, una cura contra el bullicio y el afán del día a día, de lo que nos degrada. Aún nos resistimos a proseguir por sus caminos e imitar la sávia de una vida simple, esplendorosa, sin esas necesidades aprehendidas.


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EL TEATRO DE UN SIGLO ROTO El teatro muni c i p al desde l o s bal c ones de la memoria

Fabio Nelson Lรณpez Morales

Fachada del antiguo Teatro Virginia Alonso - Archivo Biblioteca de la Casa de la Cultura Abelardo Forero Benavides


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No l ueve, escupen Charly García Hasta los gatos cayeron desde el tercer piso. Las sillas se levantaban y se marchaban para volver a ser ocupadas. Los trazos dorados sobre la fina madera se borraban, los separadores perdían el valor y los aplausos de los aburridos se perseguían para atrapar a los fantasmas que esta vez no habían regresado. Una lámpara de cristal se enraizaba en un techo de sombría humedad, una planta nocturna y resignada que vio los rostros de los visitantes. El telón principal como un pesado fuelle se agarró en las aberturas, un acto heróico de polvo y de fracaso. La última función era un recuerdo en el pecho frío de un teatro viejo, lo entregaron al tiempo como una víctima malherida de inexistencia. —La última obra fue una obra de lucha libre. Lucha libre con El Águila Israelita. Los que peleaban en Bogotá en la Plaza de Toros.

La presencia de un hombre va y viene entre los cuadros coloridos y los sombríos papeles dibujados a lápiz sobre la mesa. Uno a uno superpuestos, rostros de mitades de fotografías copiadas con paciencia y con arte. Sixto busca la imagen del teatro dentro de un viejo álbum de fotos e impresiones. «Yo tengo una foto que nadie tiene» dice, mientras pasa las páginas del arrugado papel amarillo que tiene rasgaduras por los bordes. Instantáneas a color de grupos musicales jubilados de olvido, personajes que no se repiten en los años, presentaciones ligeras, eventos deportivos con desconocidos y de vez en cuando un apunte para presumir la estadía en un tiempo de los años no reconocidos en este pueblo. «Aquí está, la original la tengo guardada» me había advertido. Solo la podía ver, nada de fotografías ni de reproducciones del archivo. Efectivamente era distinta. Un tapete con figuras entrelazadas regresaba desde la entrada, las sillas relucían una a una sin la incomodidad de los ausentes. Los tres pisos decorados a detalle, bóvedas que esperaban


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a los espectadores escondidos de opulencia y de aplausos, las líneas decoradas de los cuadrados de madera y la tela sostenida bajo los balcones como finas lianas enrolladas sobre tres hombres de vestidos, impecables; bajo ellos sus nombres, marcados en letra cursiva con lápiz en la parte blanca del papel impreso. —Las sillas de los balcones eran de madera e inclinadas hacía los costados. —dice, mientras sus manos una tras de otra indican la posición de los asientos mientras regresa detrás del escritorio. Sixto ríe. Con picardía se enorgullece de su foto, hasta ese momento la única que se conoce es una copia digital que está en la panadería Pan Nuestro. Sabe que la suya es diferente y es uno de sus tesoros para el libro fotográfico que espera publicar algún día. La osadía de los maravillados afirma que el Virginia Alonso era una réplica del Teatro Colón de Bogotá. Otros aseguran que no; este era parecido al Teatro Municipal en la capital. Una discusión entre los textos inconclusos, los pocos familiares presentes

vivos y los testigos que continúan manteniendo la historia voz a voz. Sixto Vargas recuerda esos días mientras busca entre los retratos que ha hecho a lápiz, un encargo que debe entregar ahora mismo. Su cabello blanco bien peinado parece difuminarse entre el vuelo del polvo y el carbón de los lápices. Sus manos revuelven las hojas una sobre otra y una mujer joven espera entre un afán disimulado concentrada en su diálogo por celular. — ¿Alguna vez se presentó en ese teatro? —No alcancé. Me enamoré sí. Tuve mi primer amor allá, en el teatro. Una mujer así de bonita. —hace la insinuación con los labios a la visitante— pero ella era morena. En los años sesenta Sixto había integrado el grupo de teatro “Bachué”, su director era el señor Enrique Moreno. “El Guardaespaldas” “El loco de moda” y “La Candidata”, eran tres de las obras de las que recuerda haber hecho parte. Habla con propiedad, orgullo y resignación de un olvido inconmensurable para su buena memoria. La descripción se hace confusa a propósito, siempre pide un poco más de


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atención, reclama un reconocimiento que, aunque pueda ser válido no es correcto para el momento. Cuando encuentra el retrato lo pasa a la mujer, le entrega un borrador y un trapo para que haga corrección a las manchas de manipulación y tiempo. «Eso fue en la fecha de la llegada de Pablo VI» dice, mientras muestra sus tenis sucios de polvo. Ha jugado fútbol en la mañana, su camiseta Adidas y su pantalón de sudadera negra no lo disimulan. Ya después el teatro desaparece de la conversación, la gloria innecesaria lo saca del pueblo y de la historia. La mujer ha corregido los trazos y él no ha rectificado el relato “Un teatro que tuvo capacidad para más de dos mil personas” El teatro Virginia Alonso aún sostiene la careta. Siete puertas negras una al lado de la otra como titanes quietos y resignados. La calle ve su silencio mientras una señal amarilla de paso peatonal se sostiene frente a la entrada principal. Cuatro líneas de piedras lajas son la base de los dos pisos

visibles. En el primero, adhesivos de la sucursal de dos oficinas del banco AV Villas fuera de funcionamiento. La CENTRAL DE FOTOCOPIADO de la valla azul está allí y hace tiempo que ya no atiende. En la puerta principal de madera cuelga un eslabón metálico en forma de puño al que nadie responde y por la ranura solo se ve unas pocas plantas creciendo entre los escombros. Las ventanas con sus balcones en el segundo piso se mantienen y las pocas que se ven abiertas no van más allá de la oscuridad. Un corto tejado negro sostiene una paloma, y en la parte alta los rastros de una azotea que guarda en la mitad una abertura con separaciones oxidadas y arrinconadas por la yerba que crece en un jardín descuidado. Carrera 2 # 7-125. A dos cuadras del parque principal, está la fachada de la antigua sala. Cerca de la construcción, por la misma acera funcionan un almacén de trajes, un Efecty, dos fundaciones educativas, la clásica panadería pastelería ¨Cabrero¨ y un almacén de muebles. Al final la sucursal del banco BBVA. Al pasar la calle; almacenes de ropa, almacenes de celulares, un parqueadero y una tien-


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da de motos que sostiene en su aviso un papel que asegura que el vendedor está ausente mientras éste siempre permanece ocupando la silla reclinable. Los automóviles pasan en un solo sentido por esta calle, en dirección al centro. Estudiantes, morosos, vagabundos, policías, desempleados, asesores comerciales y asediados por las dudas van y vienen. Todos personajes satisfechos de intriga y conformismo huyendo por la acera del frente, sujetos a la sombra fresca de las mañanas frías. El teatro fue edificado en 1914 por la señora Virginia Alonso de García: “La Coronela”, fue conocida por ser una gran promotora de la cultura del municipio en las primeras décadas del siglo XX. Un espacio para el teatro, la música, la danza, los recitales, los eventos políticos de la época. Aunque la primera versión de la adquisición del inmueble habló de un premio de lotería (algo improbable para esos años) si se reconoce a la señora como una matrona acaudalada y filántropa con un reconocido éxito como empresaria y comerciante. —Era un teatro, se dice que el teatro municipal de

aquí y el de Bogotá eran mejor que el Colón… Fernando Mujica levanta la mirada de ojos quebrados detrás de la mesa. Un pequeño montón de libros recibidos hasta las 4:30 de la tarde se acomodan cerca de su brazo derecho en el que sostiene un bastón delgado de madera roja oscurecida. Utiliza una gorra de sastrería blanca con pequeños cuadros cruzados, una bufanda delgada y descolgada y una gruesa chaqueta tejida. «Él es el bisnieto de la señora Virginia Alonso», lo presenta una primera voz dentro de la conversación. «El nieto», corrige él pequeño hombre mientras alcanza su mano para saludar. Sostenido con los dos brazos, continúa pronunciando palabras con una voz suave y cansina que en el viento quieto parecen temblar. —Al Teatro Municipal después del nueve de abril lo derribaron porque ahí hacían las… las reuniones Gaitán… y entonces… después del Bogotazo; entonces lo destruyeron para que no quedaran vestigios de Jorge Eliécer Gaitán, el gobierno conservador. —Fernando sostiene un poco de aire para conti-


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nuar— Y el de aquí se fue deteriorando después de que murió mi mamá Virginia… entonces lo fueron deteriorando y no conservaron todo el patrimonio de bajorrelieves de todo eso… Las compañías artísticas que venían de paso hacia la capital presentaban sus espectáculos de teatro y de zarzuela. Grupos españoles, italianos y tiempo después espectáculos mexicanos. En 1933 el señor Carlos Julio Forero funda el grupo de ¨Jacinto Benavente¨, que constituiría el espacio como centro de operaciones. El anuncio de los programas se destacaba por las coloridas representaciones de los actores resaltando su presencia. Pocas fotos se conocen de la señora Virginia Alonso, exceptuando a las que pueda conservar la familia, en los libros del municipio se conocen dos. La primera es una representación limpia de una joven en tonos sepias. Su cara redonda sostiene una corona con arabescos yendo desde las orejas a la nada mientras su cabello entretenido y corto retiene dos fuentes prolongadas de vaivenes de tela. Sus ojos redondos y de marcado color oscuro a su alrede-

dor, una nariz ancha y la boca con mueca de sonrisa quieta. Una blusa de seda y tirantes que dejan descubiertos los hombros blancos, y una falda que se abre como un paraguas sostenido a dos manos. Desde él, nace una cascada de pantaloncito bombacho hasta la altura de las rodillas y unas zapatillas de pisadas suaves sobre un tablado difuminado. Alrededor de su cuello una cadena delgada sostiene un aro mientras al fondo se reconocen las paredes y los relieves en la madera del teatro. — ¿La señora Virginia vendió la propiedad? —No… —Fernando hace énfasis en su respuesta— Hasta mi generación fue de nosotros. Yo inclusive en la casa grande, la que queda cerca, yo nací en esa casa… Lo que está blanco es el frente del teatro. Eso se le vendió a César León, el marido de una tía. Todavía eso es de César y la casa de cerca es todo ese frente hasta la carrera primera. Tenía cuarenta y nueve habitaciones. Yo nací en esa casa… Fernando recuerda a Virginia con prontitud. En sus ojos claros y pequeños se ve la emoción de esos recuerdos. Un halo de proximidad en su relato se


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siente en cada explicación, un atado de palabras que parecen pertenecerle como la única verdad. Me dice que el alma liberal de “La Coronela” era conocida en todo el pueblo. Tanto así que anualmente organizaba una cabalgata para visitar a los cuerpos de los héroes enterrados en el cementerio laico de Manablanca, algunos generales liberales de la Guerra de los Mil Días. «Era una gran jinete y comerciante», la voz de Fernando parece ir pausada y exacta en todos los fragmentos de una anécdota más que decide compartir. La segunda imagen ya la muestra con muchos más años. Una mujer de canas y de rostro seco. Los mismos ojos grandes y los labios apretados de seriedad, su nariz no se ve redonda y los huesos en sus pómulos son reconocibles. Una chaqueta puesta con condecoraciones sobre una camisa ajustada Y una corbata a cuadros cruzados. «Siempre vestía de rojo», me recordaría un amigo de Fernando, días después cuando me mostró la foto cuerpo entero. —Esa es la carrera séptima (7-125), esa iba hasta la primera, tenía tres patios, tenía caballerizas, te-

nía herrería… eeeeehhhh. Tres pisos de esa época. El teatro tenía… Yo alcancé a conocer los telones de fondo y todo eso. Esos los hizo un italiano. La lámpara del teatro está en la Presidencia de la República; de cristal de murano. Las cómodas de la casa también están… yo tengo, me conseguí el libro de la Presidencia de la República y ahí está el teatro, los moldes, todo eso… Fernando sigue explicando mientras la chica encargada de prestar el servicio de la biblioteca va recogiendo el material que ha prestado. Nos hacemos a un lado y cambiamos los números telefónicos mientras comenta que en Bogotá está su hermana quien tiene más fotos de Virginia. La tarde oscura entra por los espacios abiertos de la persiana. La tradición oral parece maravillada por la majestuosidad de presentar películas de Rodolfo Valentino y Greta Garbo hasta llegar a las de Mario Moreno pasando por detectives, policías y Tarzán. «Se dice que la silletería llegó al teatro del Colegio Industrial por funciones del señor Edgardo Senior», ya habían afirmado días antes. Todo esto mientras


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se hacía un inventario de fragmentos de la historia. — ¡Que tengan feliz tarde! —Lo mismo. Muchas gracias. —responden al unísono. Sobre las montañas las nubes insinúan una noche de lluvia, me pregunto por las desapariciones fáciles y utópicas. El teatro sí pudo haber pasado de las ceremonias políticas a los eventos escolares, y de estos a un espectáculo de sangre, patadas voladoras y saltos acrobáticos de rudos contra técnicos en un suspiro de cómica tragedia. El Rayo de Plata estaba de pie… Uno, dos, tres… *** —Y estaba ahí Jon Ocerín. En la parte de atrás con doña Sixta Tulia. Y a mí me daba una rabia que se llamara Sixta, ella andaba con una peluca llena de piojos… — ¿Ella qué era en el teatro? —Ella era una de las dueñas.

Interior del antiguo Teatro Virginia Alonso Archivo Biblioteca de la Casa de la Cultura Abelardo Forero Benavides


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Sixto toma un color negro que está sobre la mesa y empieza a dibujar la parte baja del vientre del caballo. Una réplica de un trabajo que ya había hecho en un tiempo anterior. El papel es verde fluorescente, de la misma calidad de los que utilizan para hacer tarjetas de invitación a ceremonias. En la parte inferior una copia con una impresión de la obra. La simetría de este último trabajo parece distar de la calidad del original, imagino que será un ejercicio de calentamiento...

Yo le canto a sus volcanes A sus praderas y flores Que son como talismanes Del amor de mis amores México lindo y querido Si muero lejos de ti Que digan que estoy dormido Y que me traigan aquí ...Canta y canta Jorge Negrete en un equipo negro junto a la mesa donde están todos los retratos. Sobre esta la caja del disco compacto y al lado un cassette sin marcar. El pintor va y viene, canta y habla mientras corrige cada uno de los trazos anteriores.

—Jon Ocerín era el pianista… de la familia. El aprendió a tocar a punta de palo. El papá le pegaba en las manos cuando tocaba. Y le cascaba duro y el chinito en la ventana. Y se volvió un pianista de… yo siempre he dicho que fue un pianista de veinte obras. Tocaba las otras ya por instinto… Sostenía los brazos abiertos a cada lado de la mesa, la presión de Sixto sobre el mueble engañaba. Volvía a hablar de su gloria pasada; contaba un poco más de sus penas mientras daba vuelta hasta alcanzar el equipo para apagarlo. Sostenida su rodilla sobre la silla negra la usaba como apoyo para regresar al punto inicial. Detrás de él un cuadro de un caballo de mediano tamaño y sobre el suelo los trazos de un joven de rostro sonriente y ojos rasgados. —Y él tocaba… “el arriero tiró y tiró la toalla, tir y tirooooó la toalla y no la encooontró”, más o menos era así. Era del país vasco. —Se acercaba a la mesa de dibujo de la entraba del garaje y tomaba nuevamente el lápiz— Eso era lo que tocaba. Pero él no quería eso que tocaba. Y nosotros la quisimos. El odiaba la música porque él fue criado así, a punta


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de palo y era… muy humillado por el papá, era un vasco mala clase. Tenía mucha plata. Ese muchacho de un momento a otro se volvió alcohólico y acabó todo el capital y la casa se acabó con él y el resto de la familia. Jon Ocerín Atocha fue el último habitante propio del teatro. El único personaje que trajo hasta pasados seis años de este milenio la magia perdida de la historia. “El pianista” llegó con el encanto y la desgracia de la estirpe del arte y la decadencia en este pueblo. Amado, odiado, observado de soslayo como una duda desarmada. Hijo de Sixta Tulia Alvarino García y Eleuterio Ocerín Atocha; el padre de ascendencia vasca que dió los toques ácidos al aprendizaje de la interpretación del instrumento. Estudió música en el Conservatorio Nacional de Bogotá y en el Conservatorio de Tunja. Los últimos días del teatro Virginia Alonso se entrelazan sobre la existencia del pianista. Una herencia que se convierte en un vaivén de personajes e intereses en juzgados y notarias de Facatativá y Bogotá. Apoderados, cesión de derechos, familia-

res ausentes en la distancia y otros que aparecen. Nombres y nombres en folios olvidados. Una historia que se acorta en las páginas y que sólo queda en la magnificencia de la obra ausente. Ya lo decía don Fernando Mujica, su familia fue la dueña del lugar hasta hace poco. Hubo propiedades en Fontibón (un barrio de la capital), hubo propiedades en la vereda “Los Manzanos” de Facatativá que, como todo, se convierte en un acto de interés, ego y papelería que fue más allá de la página y media que escribieron como la historia oficial. —No tuvieron hijos. —Elizabeth me repite cada línea de su explicación— Ellos eran los dueños de la licorera —La tarde se hace fría, los transeúntes y los autos nos esquivan— y él era menor que ella. Ella era hermana de Sixta, que tenía un hijo que era Ocerín. —Cerca, un pequeño arbusto sostiene los últimos haces de luz— el español que era concertista de piano. Ocerín se fue a vivir con una señora que tenía un hijastro… Las mujeres se recuestan contra el mostrador del almacén. Hablan mientras los transeúntes siguen


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apareciendo. El arbusto de hojas pequeñas y rojas cerca no deja ver a los que asoman a la esquina. Los automóviles aparecen cerca a la acera de una vía pequeña y transcurrida. Elizabeth junta sus manos mientras habla. A Ocerín, algunos le decían “El malparidillo”, porque cada vez que pasaba borracho insultaba, orgulloso, decía ser español. Ella no se explicaba cómo “no se iba de jeta” cuando se la pasaba borracho por ahí mientras decía que en el bolsillo tenía el dinero de la herencia que le había llegado… Ocerín terminó muerto. Lo asesinaron y los habitantes del pueblo en acto heróico crearon cada uno su versión de los hechos. Todas las explicaciones tenían una conexión sentimental o alguna verdad ajustada. Ocerín ya había dejado el piano y el teatro Virginia Alonso no tenía exhibiciones. La última presentación fue durante los años ochenta. Y habrá personas interesadas en el pedazo bueno de la historia, por salvar el nombre de los héroes. Y habrá más fotos escondidas en álbumes; fotos del teatro, de La Coronela, imágenes promocionando algún espectáculo. Habrá conservadores de la historia y

conservadores de principios. Habrá litigios y partituras que buscaron ingresar a concurso irrespetando los derechos de autor. Habrá alguien que diga que el padre vasco sobrevivió a una detención de cuatro años en la época de Franco en la dictadura. Habrá venido Toña la Negra y Los Tolimenses. Quizás alguien se atreva a asegurar que la mirada clara de Greta Garbo no era triste, era efecto de los paisajes de una Suecia temprana. Quizás las muchachas esperaban una mueca de sonrisa de Rodolfo Valentino para excitarse sin pudores sociales. Quizás el pintor de los retratos haya organizado todas las piezas de piano. Quizás el otro hombre de lápiz y carbón consiga el aplauso que quiere de un público que ya no vive. Escondido entre los anales del tiempo. Esquivando la memoria de la historia de una obra que no existe. Todo terminó como un sueño condenado, una melodía caminando por el teclado de un piano. Los telones de par en par dejan salir voces de luchadores vencidos. Las almas de los gatos y los fantasmas siguen trepando para alcanzar el tercer piso.


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CULTURA MARCHITA La funciรณn presente de un teatro memorable Teatro Municipal de Facatativรก - Archivo particular

Jhony Mahecha


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Jim Morrison

Un portón grande con visibilidad al interior se alza en medio de toda la algarabía, un interior deteriorado con olvido hasta su más escondido rincón. Restos de basura, polvo y cartón visten lo que no hace mucho fue un lugar sin precedentes en este pueblo. Ahora es solo un recuerdo para los ancianos y un espacio jamás visto para los más jóvenes:

Ya casi es medio día, las personas transitan por la séptima con suspiros en su andar debido a que es tan solo es la mitad de un día, un lunes frío, un comienzo semanal. Las busetas azules y naranjas pasan estallando sus bocinas en estas estrechas calles al momento de formarse un trancón. Los Facatativeños olvidan por completo su alrededor van ensimismados en sus pensamientos, sus penas, sus preocupaciones; los almacenes y bancos, vivos desde las nueve, abren sus puertas a pesar de ser los lunes los días menos productivos en cuestiones de ventas; la señora de los tintos pasa por cada almacén repartiendo su producto, ese café mañanero que revive cuerpos y recarga energías haciendo más dócil un somnoliento cabeceo. Tan solo la rutina hace parte de esta vía y de quienes la circundan.

Su apertura fue en el año de 1914 y su abandono empezó a mediados de los 90’s. Los pasos de una generación que hoy en día ronda los 20 y 25 años, no ha tenido ni la más recóndita idea de cómo fueron aquellos años de furor, en donde Jóvenes, niños y ancianos visitaban semanalmente las dos o más funciones allí brindadas para nutrir sus horas de ocio con cultura. *** Una imagen gráfica a blanco y negro, adornada por la poca documentación escrita del teatro, encontrada en un periódico ya cerrado llamado ¨álbum almanaque¨, transporta a la época de alpargatas, ruanas, trajes elegantes y calles coloniales, con el solo hecho de contemplar la fotografía por un breve instante; allí se logra aprecia la belleza del exterior

Nos hemos reunido en este loco y antiguo teatro Para pregonar nuestra pasión de vivir y huir de la multitudinaria sabiduría de las calles


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y se logra contrastar el declive sufrido de tiempos para acá en cuestiones de infraestructura. En lo escrito sobre su interior, se dice que era majestuoso en todo el sentido de la palabra: pasillos, vino tinto, techo decorado con imágenes artísticas, 81 palcos y capacidad para tres mil personas. Dicen los más conocedores con remembranza nostálgica, que el teatro era la hermana menor del teatro Colón de Bogotá, ya que los artistas internacionales hacían una escala en la helada Facatativá para calentar sus muestras artísticas y acoplarse un poco al ambiente colombiano y a sus habitantes para luego salir a deslumbrar a los capitalinos con elocuencia en su actuación. Tenía su competidor cultural, el ¨Teatro Califa¨, que no muy lejos del Virginia prestaba también una adecuada sala para cine y obras teatrales. No eran rivales ya que mientras el Virginia presentaba cine Mexicano el Teatro Califa buscaba innovación con cine europeo; ni competidores políticos ya que ambos teatros eran liberales, dice Don Jairo Becerra, Antólogo facatativeño de la oficina de patrimonio.

*** --Buen día, ¿Podría regalarme unos minutos para hacerle una pregunta? --Claro, ni más faltaba— respondió aquel lustrabotas con indagador ceño. --Resulta que estoy averiguando acerca del teatro municipal y me gustaría saber, ¿usted qué recuerda de este? Una pausa se prolongó por unos segundos mientras la mirada dirigida al cielo buscaba respuestas para dicha pregunta que resultaba ser poco usual. -- Recuerdo muy bien que allí se realizaban eventos políticos… para serle más claro, eventos políticos del partido liberal. Mi papá que en paz descanse visitaba el teatro con suma cautela pues en esos tiempos ser de partidos diferentes al preguntado resultaba ser una firma de muerte. Al llegar allí se enteraba de lo sucedido en la capital y en otras ciudades y se enteraba igual de lo que sucedió aquí en el pueblo. También recuerdo una presentación de títeres que hubo pero no recuerdo muy bien el


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nombre de la obra; ya sabrá usted los recuerdos son borrosos después de tanto tiempo.¨ La información del teatro es mínima en cuestiones de documentación, los pocos datos escritos están esparcidos por millares de publicaciones, poetas, cuadros y fotografías de artistas natos de Facatativá. La información más estable se encuentra en la gente mayor del pueblo que al paso de los años guardó tantas experiencias como fueron posible de lo que fue una de las piezas y espacios culturales más representativos de una antaña Facatativá. *** Don Luis un aguacatero recuerda con alegría las dos veces que fue al teatro a ver películas mexicanas: ¨Yo era muy chino, recuerdo muy bien que siempre pasaba frente al teatro Virginia y miraba qué presentaciones iban a haber esa semana. Yo miraba la cartelera que siempre ponían cada inicio de semana para ver si había algo interesante. La gente pasaba por el teatro y observaba la cartelera, si encontraba algo de su gusto lo anotaba y se preparaba para ver

la función que deseaba ver. Las peliculas mexicanas estaban de moda en ese tiempo¨. Decía Don Luis con la mirada perdida tratando de recordar . ¨Siéndole sincero no recuerdo el nombre de las peliculas que vi, pero sí puedo decirle que ahí estaba ese actor mexicano que se llama Gastón Santos y creo recordar tambien a Alfonso Mejía.¨ En la Casa de la Cultura Abelardo Forero Benavides se encuentra una fotografía del teatro, enmarcada y escondida entre los tantos retratos que hay de la vieja Facatativá. Una fotografía que da severidad a las historias recolectadas en las calles. “Toña la Negra”, cantante mexicana, es fotografiada saliendo del teatro donde se aprecia el furor del pueblo al tener una cantante internacional en su suelo facatativeño; dando a entender que Facatativá en otros tiempos y gracias al teatro Virginia Alonso era punto de escala para varios famosos, de vecinos países, e incluso el nuestro. Cuenta Jairo Becerra, que a finales de año los colegios tenían una competencia en donde su punto de encuentro era el Virginia. Dichas competen-


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cias eran para saber cuál de ellos se alzaría con el triunfo de ser uno de los mejores representantes culturales de aquel entonces en el municipio. Entre obras teatrales, danzas y recitales, los estudiantes encontraban goce al pararse frente a un escenario y pasar a una historia olvidada, como la juventud que marcó la diferencia cultural. Hoy en día las propuestas culturales se restringen a los espacios de los mismos colegios y entre olvidos quedan aquellos tiempos donde era un orgullo disputar tan poético acto de ser el mejor. En rememoraciones de lo que fue, al teatro se le intentó dar un aire de notaría, lo cual fue un fracaso rotundo pues no pasaron muchos años para que el disfraz que se le había puesto volviera a dejar la fachada en un desnudo, rotundo y olvidado espacio de antaño. Las conversaciones verbales que tienen información precedente y relevante al teatro municipal cursan por edades sobre los 50 años. Al abordar el tema de conversación de “¿Qué sabe usted del teatro de Facatativa?” a personas nacidas a mediados

de los 80’s o principios de los 90’s, su respuesta es, como si se compartieran la respuesta, un: “no tengo ni idea” o “desde que recuerdo el teatro siempre estuvo cerrado¨. El teatro siempre estuvo cerrado, respuesta hiriente para la cultura de un municipio que en otra época fue espacio teatral para un pueblo que se pierde en pasiones mundanas y olvida la sangre que alguna vez corrió por sus venas. Facatativá tiene una inmensa tradición histórica en sus teatros, espacios ahora condenados al silencio, que si los atendieramos y renovaramos tendrían mucho por decir. El corazón de un pueblo palpita por la cultura que sus habitantes manifiestan con gran fervor pero sin espacio para aflorar todos aquellos dotes de cultura. He allí un pueblo que muere poco a poco sin un espacio de liberación e ilustración poética. Facatativá pide a gritos y gestos su Teatro municipal.


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MELODÍAS DE UNA VIDA MAGISTRAL

Perfil del maestro Aicardo Muñoz Presentación Trío Joyel en la ciudad de Tunja - cortesía de la familia Muñoz Forero

Clara Elena Sierra


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Isa, a quien llamo así con cariño y respeto es la hija. Me permite durante nuestra muy cercana amistad, siendo colegas de trabajo en el Liceo Pestalozziano, conocer la labor hermosa de su padre a quien con cariño recuerdo y llamo “Maestro”. Siendo casi las ocho de la noche, con el corazón a reventar por los afanes diarios, pero con la intención única de plasmar con fuerza e ímpetu un escrito, este que nace del sentimiento por lo lazos de unión con la familia del maestro Aicardo Muñoz Vargas. Es motivo de orgullo y compromiso poder llegar a este punto; al rendir un sentido, significativo y respetuoso homenaje al hombre, padre, amigo músico, pero sobre todo al ser humano.

la vida, arte que le dió existencia también a su otra pasión; sus hijas Isabel, Paula y Ángela, sus retoños concebidos bajo la tutela sigilosa del compromiso amoroso de hacer de cada uno seres felices, y que también fuesen dedicados a conservar su legado musical y valores. ¡Y vaya qué padre! Si en este momento le preguntara a cada una de sus hijas, creo no equivocarme, responderían con la misma palabra “único”. El maestro Aicardo dentro de su carisma técnico y tradición cultural, no se proponía más que formar con su experiencia un legado que los jóvenes del municipio, amantes de la buena música tradicional

Así, “Maestro”, así fue conocido en los albores del diario vivir del terruño facatativeño. Persona a quien recuerdo siempre con su tiple al lado y me parece estar viéndolo en su estudio esas tardes de visita y tinto. Cuando me dirijo a saludarlo; él, ahí entre libros, música y su compañera la bandola y su bella esposa, doña Elizabeth Forero. Tratando de sacar acordes y melodías únicas de su bello arte que lo mantuvo enamorado, me atrevería a decir toda

Los músicos Aicardo Muñoz y su esposa Elizabeth Forero en Panamá Fotografía, cortesía de la familia Muñoz Forero


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colombiana conservaran a través del tiempo. Sé que donde quiera que él esté se siente orgulloso de lo logrado, ya que no todos, ni para todos es el buen sentir; ese que hace que uno vibre con un pasillo, torbellino, pasodobles interpretados en los acordes de unas buenas cuerdas. Así como lo hacían en la estudiantina de aquella época de la cual fuese creador y director, y de la cual salieron los músicos facatativeños del presente. Cuando tomo la vocería de hacer una semblanza de este gran personaje, no solo pensaba en él, sino en sus hijas, formadas bajo su atención artística y humana: Isabel, quien es la más cercana y rica

heredera del oficio, quien se ha convertido en una figura viva de dicho legado. Convencida estoy que cuando interpreta su bandola o tiple hace renacer en cada nota y acorde a su padre. Paula, la valiente encargada de su labor de madre y auxiliar administrativa del municipio, quien aún siente la música como propia y convive con las cuerdas artísticas de su familia; Ángela por su parte es quien desarrolló su arte con la guitarra y como si fuera poco se convirtió una gran deportista, lider de un equipo de ciclismo en Facatativá, y la gran Elizabeth, su esposa, quien desde muy joven se dedicó a la música interpretando la bandola.

Presentación Trío Joyel en la ciudad de Tunja - cortesía de la familia Muñoz Forero


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¡Viva! y viva para siempre no solo en su corazón en el de sus hijas, esposa y familia sino en las gentes del municipio que le conocieron, admiraron y acompañaron en cada andar de lucha por una pasión llamada música, y que aún se sigue viviendo en el Festival de Música Andina que se realiza en su nombre. Pero también, que este breve escrito permita a las nuevas generaciones incluidas sus nietas, conocerle y admirarle, manteniendo vivo su recuerdo mediante inspiración para construir sueños en realidad a través del arte. *** Transcurre el tiempo, los recuerdos personales son traídos a la memoria por su esposa la señora Elizabeth Forero. Con quien es una verbena hablar sobre su amor, su compañero, amigo, novio y lo más hermoso que pasó por su existencia. Le noto mucha vida y vigor cuando en esa tarde de charla callejera, esas que acostumbramos a tener cuando nos topamos en algunos de los empalmes de andenes del municipio. Deleitadas traemos a la memoria anéc-

dotas, situaciones que permiten revivir a AICARDO, como ella lo llama. Me cuenta sobre sus travesías por lograr los rubros para sus participaciones en eventos y fortalecimiento de sus diferentes grupos. Ese caminar y trasegar no todo fue camino de flores, hubo momentos para que como decimos popularmente: “el cristo se colocó de espaldas”, no siempre todos los dirigentes y administrativos están dispuestos a dar los apoyos correspondientes para llevar a cabo proyectos artísticos. Es ahí donde se ponían a prueba sus estrategias, vínculos y por qué no, hasta su frustración. pero siempre había una solución y salió adelante hasta con dinero de su propio bolsillo, enriqueció pues el alma de tantos y tantos que se gozaron de su presencia y enseñanzas. *** Sobre los homenajes y por el festival de música que lleva su nombre, este está instaurado desde el 12 de abril de 1999 bajo el acuerdo 002, en cabeza del ex-alcalde Henry Pérez. Este evento pretende mantener en el corazón y memoria a este maestro.


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Se realizó el primer “FESTIVAL DE MÚSICA ANDINA AICARDO MUÑOZ VARGAS” bajo la alcaldía de Jorge Conde, desde ese momento se ha venido dando remembranza a su labor y memoria. Manteniendo vivo el recuerdo de quien le dió renombre al municipio y dicha a tantos pensadores de música. Yendo entre las noticias que hablan del maestro, tomo este artículo reciente del reconocimiento a su memoria y nombre: “El maestro recibió la “Medalla Muisca al Mérito Artístico Facatativeño, Orden Tisquesusa”, de parte del arquitecto Pablo Malo García, alcalde del municipio, la cual le fue impuesta a la compañera de vida del maestro, su esposa doña Elizabeth Forero. El evento contó con la participación de los músicos más representativos del municipio, y como invitados especiales los familiares del maestro Aicardo. Así mismo el Alcalde Pablo Malo se mostró complacido y manifestó que: “Hoy hacemos un homenaje muy especial a un hijo adoptivo de Facatativá quien por sus valores, principios y virtudes entregó su legado cultural y artístico a este municipio”.

Indagando, y observando la fotografía que acompaña el artículo, solo en mi cabeza persiste el gran valor que tiene cada uno de los personajes que se destacan por sus actividades no solo artísticas sino de otra calidad que con ello aportan al desarrollo dando reconocimiento a nuestro terruño llamado: “Cercado fuerte al final de la llanura”, mi Facatativá grandiosa, y por la cual considero deber de cada uno de nosotros mantener vivo los legados afortunados de estos personajes que con el tiempo serán remembranza histórica de lo que fuimos y seremos. Hoy Aicardo amigo personal de mi padre, con el cual compartieron al son de una canción, y una comida el talento del cual empecé desde muy pequeña a saber quién de este hombre bayonense, más exactamente de san José de Pare, Boyacá, y para fortuna de los Facatativeños hijo adoptivo. “¡Se elevan mil mariposas de colores en un cielo azul y despejado para ti hoy Aicardo!”


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EL COLOR DE UN CAMALEÓN Perfil de un pintor facatativeño Sixto Vargas - Cortesía de José Luis Rodríguez

Ruby Mery Meléndez


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Es martes 15 de mayo, me dirijo a cumplir una cita con Sixto Domingo Vargas. Voy de prisa pensando en cómo será este encuentro. Llego un poco antes de las dos de la tarde, lo prefiero así. Me hace seguir y tomamos asiento. Es un hombre sencillo, viste pantaloneta, camiseta de algodón y tenis; su aspecto es juvenil y descomplicado, es alegre y se nota a leguas su intelecto y cultura. Me ofrece un café y mientras tanto observo su taller de pintura; es acogedor, tiene un escritorio grande y en las paredes expone con orgullo algunas de sus obras. Se dibuja un gesto de nostalgia en su rostro, recuerda que a los ocho años descubrió su vocación por el arte y desde entonces no ha dejado de dibujar. Cuando tiene un lienzo en blanco se llena de inspiración. Para él es muy importante la parte social, plasma en sus pinturas el niño desamparado, el indigente, el reciclador etc. Dibujó a una niña de once años que estaba embarazada, tal vez producto de una violación. Le gusta pintar ancianos, plasmar sus arrugas, sus canas, sus pasos lentos, sus cuerpos encorvados y cansados, Sixto sabe que, aunque su alma es joven, teme llegar allá, no tanto por la

vejez en sí, sino por la indiferencia de la gente ante el inexorable paso del tiempo. Sixto es un hombre respetado por sus obras, le encanta la escultura, su sueño es hacer una gigante. Hay un dejo de decepción cuando piensa en lo poco que se aprecia el arte en este país y más en este municipio. No hay apoyo para él, muchas veces ha tenido que regalar su obra para poder sobrevivir, sin embargo, se siente orgulloso de sus logros. Muchos de sus alumnos ya son adultos: “Algunos se ven más viejos que yo, son el reflejo de modos de vida, sin embargo, me saludan con cariño y respeto”, explica. Toma su café despacio. A mitad de la tarde cuando el sol pega más en su ventana, lo observo; está terminando una pintura, con ese dinero pagará el alquiler del apartamento donde vive. Esa es la vida del artista, vivir del día a día. Retrocede en el tiempo y me cuenta una anécdota de su vida. Con un ademan me da a entender que no pregunte de quién se trata“sin nombre”, dice Sixto.


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«Una mañana muy fría llegó a mi casa a eso de las cinco un muchacho conocido, él sabía que yo me levanto muy temprano, venía encalambrado de frío, me pidió un tinto, pero le ofrecí desayuno, Mientras comía lo observaba y lo vi tan feo, tan feo ¡Más feo que yo! comencé a dibujarlo y por un momento me metí en su interior, él era un hombre peligroso, era atracador, y en su fealdad fui descubriendo un hombre que necesitaba ser aceptado, comprendido, deseoso de la amistad, falto de cariño; me sentí tan compenetrado, fue un instante conmovedor, terminé el bosquejo, se lo enseñé, y él, que no se había percatado de lo que yo estaba haciendo se sorprendió y más cuando extendí mi mano y se lo entregué, me preguntó por qué alguien querría pintarlo. En su rostro se dibujó una alegría que nunca había experimentado, al cabo de seis meses me lo encontré se me acercó y me dijo muy enojado: “por su culpa estuve preso, mandé a enmarcar la pintura que hizo de mí, una señora lo vio, me reconoció, yo la había atracado y me denunció”. Hoy día es un hombre de bien, gracias a la vida se regeneró, ahora trabaja en oficios varios. Definitivamente es mejor el amor que el odio»

Su charla es amena y la tarde se pasa más rápido de lo normal. A sus setenta y un años se siente realizado, no se arrepiente de nada. Viéndolo, es un hombre no muy alto, tal vez mide 1,66 cm, es erguido, seguramente porque es un deportista consagrado. No revela la edad, su caminar es ágil y seguro. Cada mañana cuando se levanta toma un desayuno e inicia su día entre pinceles y lienzos. Cuando le urge algo de dinero, le preocupa tener que elegir entre una de sus pinturas, las ama y todas cuentan una historia, son como sus hijos.

Sixto Vargas - Cortesía de José Luis Rodríguez


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De repente su mirada viaja en el tiempo y me dice que nunca vendería la de Hernando Macana. Un indigente famoso de la ciudad. Se volvió loco porque en una pelea le dieron un martillazo, perdió la razón y nunca volvió a ser él. Dormía en la carrilera del tren, prendía una llanta para calentarse y así fue adquiriendo ese color negro que lo caracterizó y que atemorizaba a la gente y a los niños. 4:00 pm. Ahora me muestra la pintura que hizo del padre Michel Jeanne, un francés que llegó al país hace algunos años como sacerdote misionero y que fue el artífice de la unión entre Manablanca y Cartagenita, barrios que tienen alto índice de pobreza. Michel luchaba por la clase obrera ya que era comunista, ayudaba a los pobres y desvalidos. Patrocinaba la creación de sindicatos en las empresas. Sixto es un artista integral; pintor, escultor, cantante muy reconocido en el municipio de Facatativá ya que ha sido profesor de dibujo en varios colegios. Ha representado a la ciudad en festivales de música colombiana. Ahora mismo está incursionando en

el cine; sin contar que también práctica karate, ha participado en torneos del mismo en Los Ángeles, EEUU, y en Medellín, en un encuentro internacional, donde ganó una medalla de plata. Medellín, ciudad de la eterna primavera. Evocar ese lugar le trae un destello de picardía a sus ojos. Recuerda que allí conoció a una muchacha con quien se casó a los ocho días “Tengo fama de mujeriego, pero no es cierto”, ríe con gracia, “lo que sucede es que a las mujeres les gustan los hombres amables, galantes y caballerosos, además no he sido ni borracho ni vicioso, al contrario de lo que se pueda pensar; en este medio artístico hay mucha bohemia, pero yo no necesito tener ninguna clase de vicio para lograr inspiración” En un rincón observo un autorretrato, le quedó perfecto, parece una fotografía: “Ese lo pinté con dos espejos”. Más allá me señala una pintura “la pinté hace años, fue como una premonición de lo que ahora es Venezuela, fíjese es un hombre encarcelado en condiciones paupérrimas, para mí es Leopoldo López. Obsérvelo ¿se le parece?” La miro


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y no puedo evitar sentir tristeza y desesperanza, me doy cuenta de que tiene toda la razón. Su trabajo es impecable y me llama la atención que un constante en sus obras son los colores no tan vívidos parecen como sacados de una tarde lluviosa, es su estilo. Sixto siente que, aunque lo conocen muy bien en la ciudad; muchos se han aprovechado de él, sobre todo los políticos en época de campaña. ¿Cómo es posible que no le hayan dado el reconocimiento que se merece? Es un gran pintor, además tiene un gran sentido humano y social; sonríe y dice “he conseguido muchos amigos, la gente me saluda y quieren que los dibuje” Ya casi finaliza la tarde, nuestro encuentro es cálido y constructivo. La vida le ha dado muchas oportunidades, en el año 2000 sufrió cuatro infartos. Todos pensaron que no aguantaría, sucedió porque pintaba en recintos cerrados y el plomo que contienen los oleos y las pinturas lo estaban envenenando. Afortunadamente vivió para contarlo, tras una operación a corazón abierto. Salimos de su casa. Se ofrece a acompañarme y

mientras caminamos me cuenta que tiene ocho hijos con cinco mujeres: “Ahora solo vivo con mi hija menor”. Las mujeres lo fueron abandonando por diferentes causas, a la que más amó fue a la paisa… Saluda a una vecina y ella con mucha gracia le grita con un ademan cortés: ‘’¡Que viva el sixtisismo!’’ por supuesto yo muero de risa, más adelante nos saludamos con un señor que arregla radiadores; me lo presenta y me pide el favor de tomarles una foto, me hace un guiño y en tono bajo para que el señor no lo escuche agrega: ‘’Lo quiero pintar’’. A pesar de que el sol se esconde no hace frío. Me pregunta si alguien me ha hablado mal de él: “¿sabe? La gente es envidiosa y si usted escribe de mí con más veras”, “Por supuesto no lo permitiría” le contesto. Se echa a reír y dice: “hay dos clases de mujeres que hablan mal de un hombre: las que quieren tenerlo y no lo logran… y las feas” Sixto piensa en el partido de ping-pong que jugarámás tarde con su hermano. Antes de llegar a nuestro destino pasamos por donde Jennifer su hija, se nota que la adora. Noelia es su nieta consentida y


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además se parece muchísimo a su abuelo. Cuando lo ve corre a sus brazos, Jennifer sonriendo dice: “es muy consentidor y tolerante, dispuesto a ayudar y servir en lo que sea, recuerdo una vez que estaba hospitalizada y mi papá llegó, yo lloraba mucho, al verme con mucha ternura me dijo que si dejaba de llorar me daba dos mil pesos, yo como buena negociante que he sido me lo trancé por cinco mil”. Este hombre es excepcional; lleno de sueños, de vida. Noto que está orgulloso de sus logros. No espera reconocimientos ni adulaciones. Ha hecho lo que ha debido hacer, lo que ha querido. Pintor, deportista, escultor, profesor de artes plásticas. Todos los días piensa cuál será su nueva aventura. Es inquieto, inteligente, perspicaz, con un gran sentido del humor. Lo admiro, es enormemente encantador, un gran artista, un tanto excéntrico, lo cual es una característica de las personas sobresalientes. Sueña crear una escuela de arte y dibujo en la ciudad. Recuerda que hace ochenta años existió una al lado del Molino Moderno; dato desconocido por mí. Tiene una foto que guarda como un tesoro pues

tiene un propósito claro con ella. Es de noche. Este día termina y con él una visita de escritora aprendiz me deja solo enseñanzas. Tomamos algunas fotografías y me despido. Dándole mis más sinceras gracias, me quedo pensando en este hombre que, como él dice, ha sido inquieto. Incursionando en muchas cosas, ahora mismo aparecerá en una notable película de John Leguízamo llamada “Perros” donde actúa de cura.

Mientras se aleja voltea y me dice ¨adiós¨ con una sonrisa en su rostro. Tal vez en agradecimiento por haber pensado en él para esta crónica. Allí va un hombre maravilloso, como artista, amigo, padre, maestro, un ilustre ciudadano facatativeño. En voz baja digo: “Gracias Sixto…”


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EL RESPLANDOR DE LAS ESPECIES QUE NO DESAPARECEN

Tras los pasos de una lustrabotas: Helena Jiménez Lustrador de calzado - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta

Fabio N. López Morales


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Creo que somos los últimos en la tierra de nuestra clase por favor no me dejes somos como el tiempo perdido como palabras dichas al oído de nadie Especies que desaparecen- Los Rodríguez Arcángel no lo podía creer al mirar sus zapatos azules intentando brillar. El color del cielo una tarde de miércoles no era que ayudara demasiado. Las nubes van regresando desde las montañas hasta el centro del pueblo. Las primeras, las de luminosidad blanca se iban deshaciendo como bocanadas vencidas en el espacio. Las segundas, los cúmulos oscuros se hacían cada vez más fuertes y amenazantes. Sentado en una de las sillas del parador tomó la botella de Pony Malta plástica y comenzó a beber de su contenido. Con delicadeza la guardaba en una bolsa blanca y la dejaba cerca de la silla. Helena, frente a él no lo observaba. Respondía con intervalos de silencios que parecían un gran aluvión de desentendimiento. Tomaba un gran hojaldre y lo

partía en pequeños pedazos que guardaba con disimulo en su boca. La gran masa crujía, las moronas y los fragmentos de azúcar se juntaban a sus pies mientras sonaba con sus dientes. — ¿Esa silla sumerce la compró o es mandada a hacer? —Pueees esta… la… perdón. Yo la tenía ocupada… y entonces la pasé para acá…entonces en algo sirve… pues en veces le falta mucho, voy a pedir limosna… para poder ir a comer. Helena se detiene a la mitad de cada frase. Sus ojos claros y aceitosos parecen brillar cada vez que te mira a la cara. Al observarlos con detenimiento pareciera que fuese a llorar. Sus recuerdos son vaguedades que parecen costar en ser explicadas. Con las dos manos sostiene la pasta frita mientras habla. Sus labios con migajas en las comisuras parecen secarse con cada palabra. Dice que siempre que tiene dinero come en restaurantes, y prefiere hacerlo sola por su temor a que le pueda suceder cualquier cosa.


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Arcángel la observa, guarda silencio para escucharla, le pregunta cosas, sostiene su botella, se coloca en pie y le muestra a los otros lustrabotas sus zapatos azules recién brillados. Helena no presta atención, esos actos no le son importantes, al fin y al cabo, parece siempre sentirse amenazada.

pecadores saliendo como una procesión insensata y necesaria de turnos de petición desde la iglesia. Después de las cuatro de la tarde, los extraños de siempre van de paso. Un vaivén mecánico de rostros sin reconocerse que no arriesgan en una rutina acompasada.

—Pues a mí… le digo… pues los hombres tienen mucha razón… mucha razón en decir “¡AJJJJ!” que quieren estar conmigo… pero yo no quiero…

*** Helena Jiménez sigue partiendo el hojaldre entre sus manos pequeñas y secas que dejan ver las venas azules como si estuvieran dibujadas con tiza. Las junta sobre su largo vestido blanco, el que es decorado con franjas negras y flores rosadas y rojas. Botines de tacón negros pintados con tintura blanca que no alcanzo a esconder las costuras. Saco rosado grueso de lana y una bufanda que serpentea por su delgado cuello escondiendo los collares de pepas de colores. Su cabello corto y cenizo deja ver unos aretes artesanales en sus orejas. Ojos brillantes, labios blancos y secos, cejas de tire corto sobre su rostro delineado de pliegues firmes y pecas escondidas. Sobre su cabeza un frondoso sombrero rosa adornado con una cinta de textura brillante.

En las tardes del parque principal de Facatativá es cuando más se ve gente. Lo irónico, es el momento del día en que los lustrabotas del pueblo parecen tener menos clientes. Hablan entre ellos, fuman y observan alrededor. Van a ver a los jugadores de ajedrez que llegan a la grada frente al semáforo y quizás alguno esté ya alistándose para regresar a casa. El sonido de la música de los bebedores cruza la calle y los carros empujan el trancón y al transeúnte desprevenido a pito. Curiosos de nada sentados en los taburetes de cemento o en banquetas de madera desvalijadas. Filas serpenteantes esperando la entrada a los cajeros electrónicos. Fieles y


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En el paradero asignado a los lustrabotas del municipio trabajan cinco hombres y una mujer, Helena. «Alcalde… no me acuerdo», responde cuando le preguntan por quién le ayudó a hacerse a ese lugar en el parque. Ya son treinta y un años en sus cuentas los que recuerda ejerciendo el oficio. Trabaja con todo el esmero y dedicación por una razón «No quiero recoger basuras». Sentada en su silla me cuenta su historia como si estuviera recitando una lección de memoria. Se siente discriminada por el hecho de ser mujer y le molesta que aseguren que ella está loca. A su alrededor las cajas de betún, los cepillos y los trapos, los frascos con agua y una biblia de pasta negra y letras doradas que tiene separadores hechos con cartón plástico bajo la silla para los clientes. No tiene temor a sus recuerdos, aunque le cueste un poco encontrarlos. No tiene temor de su soledad, aunque por el camino solo vaya con su sombra. Helena es consciente de que su vida está en llegar a la casa y ver las noticias; si alcanza, leer o tejer alguna flor. Muchos años hace que estudió en “la Pombo”, como es conocida una de las instituciones

Lustrador de calzado - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta


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de educación primaria más antiguas del pueblo. Ya han pasado las imágenes de una familia, pero quizás aún sostiene la frustración de algunas ilusiones. —Pues yo digo… hay que respetar. ¿A QUÉ IRME A LA CASA? ¿A QUÉ CUIDARME?... porque, lo primero, ellos son casados. Lo segundo, yo no me ansía tener un hombre… yo no me ansía ¿SABE POR QUÉ? Porque muy antes, mucho antes… tuve, tuve uno… ¡AICHHH! O varios… y me… me… robaron el corazón, y perdón… fue que… entonces… eso me dejó decepcionada…decepcionada. Arcángel regresa a la silla del lado y bebe un sorbo de la botella plástica. Helena mira hacia el Café Sevilla mientras come. La luz del sol sostiene sus últimas aristas sobre las construcciones altas. Un viento frío cae entre el parque donde las filas interminables siguen corriendo y desapareciendo sus turnos. Los novios regresan a casa, los ancianos se abrigan y los jugadores de ajedrez aún están a la expectativa del último movimiento. “¡JAQUE, MATE!” ***

En 1907, el gobierno del municipio se vio obligado a crear un libro de registro único de emboladores y vendedores de periódico con el pretexto de que esta industria hacía de “esos muchachos” unos vagos. Todo esto a pesar de que, junto a los vendedores ambulantes eran un grupo que definía elecciones para el Concejo con sus votos. En 1908 fueron los peluqueros, se vieron obligados a la asepsia a punta de creolina, la abstinencia a usar alumbre para tratar las heridas y la colocación de mayor cantidad de escupideras para los clientes. En 1936, el caudillo Jorge Eliécer Gaitán siendo alcalde de Bogotá prohibió el uso de la ruana y las alpargatas, sumado a esto, decidió uniformar a los lustrabotas. Toda una serie de medidas que hicieron que su popularidad por esos días estuviese en sospecha. Hoy, en Facatativá, los lustradores de zapatos están en extinción. En el parador del parque los cinco hombres siempre están uniformados y Helena al lado. Y por ahí, uno que otro que se atreve a ofrecer sus servicios en las tiendas, en los terminales o de paso por la calle.


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Según la biblioteca de consulta virtual más grande del mundo; los lustrabotas aparecieron en Reino Unido a finales del siglo XIX. En Afganistán, los niños trabajan en el oficio en sus ratos libres y en algunos lugares de India el oficio se puede desarrolllar después de hacerse a una licencia. Ente los personajes famosos que fueron lustrabotas se habla de Ozzy Osbourne, James Brown, Lula da Silva, Malcom X y Alejandro “El Cholo” Toledo. Entre los no famosos, el oficio parece no desaparecer. En algún rincón de los pueblos la historia aún brilla a cepillazos… *** Con algo de cautela la sombra fría de la mañana empieza a ceder. El viento de agosto aparece desde atrás de la cúpula de la iglesia arrastrando las hojas caídas del árbol de la plaza. Un perro amarillo de hocico negro duerme sobre la banqueta. Dos policías están sosteniendo un cuerpo que se niega a renunciar. Ahora no pasa ningún taxi y los autos particulares parecen haberse quedado en casa. Rojo… amarillo… verde… y los compañeros de trabajo no se inmutan. La señora del negocio de aro-

máticas espera cerca al semáforo. Los transeúntes imaginan una danza de curiosidad propia del que va de paso. Una mujer joven toma el celular con su mano izquierda mientras con los dedos índice y pulgar aumenta la resolución para continuar con la grabación. Desde la calle quinta con carrera tercera una ambulancia se abre paso en diágonal, el sonido de sirena a bajo volumen. Al llegar al lugar de la escena, los paramédicos cumplen con todo el protocolo de auxiliar a la víctima mientras la mujer del celular persigue todo el acto con detalles de ceremonia desquiciada. Helena tiene ensangrentado su rostro… El perro bosteza y sigue durmiendo… *** —Otra cosa es la maldad. — ¿Cómo son los clientes con sumercé? —Porque soy enferma y todo… porque me quieren sacar… entonces… son… de… mal genio —Helena


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deja su pensamiento en la persecución de la que siente ser víctima. —Espera. Las personas que vienen acá para que usted embole sus zapatos ¿Cómo son con usted? —No. Me dicen “OIGA LOCA ¿CÓMO ESTÁ?” y eso no es… correcto. Es decir “¿QUÉ HAY SEÑORA? ¿CÓMO ESTÁ?” —Y vuelve- “¿QUÉ HAY SEÑORA? ¿CÓMO ESTÁ?” … señor — ¡BUENO! Un momento pues. –interviene Arcángel- A ver… me hace el favor y coma. ¡COMA! Helena hace caso de inmediato. Ha probado poco bocado porque dice que le gusta hablar con la gente. La silla de los clientes ya está bien asegurada contra uno de los tubos del paradero con una cadena gruesa y gris. El hombre regresa a hablar con los conocidos de cerca. El flujo de los autos es mayor y la fila para los cajeros nada que avanza. —No me molesta porque se está buscando la comida. Tal como yo me la estoy buscando. —le responde a Arcángel cuando desde lejos le pregunta

por nuestra conversación— Pero por el bien, no por el mal. Hay que buscarla porque todos comemos… Todos comemos, por eso al peor enemigo… le llega una lustrada —Helena mira de refilo— Uno no debe decir “¿POR QUÉ NO ME LLEGÓ A ÉL Y NO A MÍ? ¿POR QUÉ ESO? ¿POR QUÉ LO OTRO?” Su pensamiento parece un barco en la tempestad, muchas cosas para decir, pero de las que cuesta hablar. Un monólogo de confesión a la puerta de la absolución y la tranquilidad. Un mordisco más a la masa chasqueante. —Y a mí no. ¡NOOOO SEÑOR! ¡ES-PE-RAR! A quien, es lo, lo otro… Yo ayudo a la gente, aunque no lo crea… pero… ¡GRACIAS A MI DIOOOOOS!... ayudo a la gente. Me acuesto, rezo. Me levanto, rezo. ¿CÓMO? ¿POR QUÉ? Entonces esas cosas y a uno lo van a llamar loco. Es porque es enfermo nomás… y me está pasando un virus, por lo que se cayó… y… se golpeó más duro en el cráneo –se toca la cabeza con el puño cerrado -Y es que con tantos golpes… pues me han afectado más… entonces NOOOO… no es que sea loca. Porque loco es una cosa y enfermo es otra.


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A esta hora de la tarde ya no llegan más clientes. Ya los sacerdotes estarán en misa y los pensionados viendo la novela de la tarde. Los loteros corriendo los últimos intentos para la suerte y los señores del gobierno haciendo algo. Concejales sin consejo y sin brillo en los zapatos ya se han marchado y otros pocos más esperando el turno para hacer relucir algo más de sus intenciones. Arcángel ya tiene unos zapatos casi nuevos. Los compañeros de gremio con unos cigarros menos. La fila para el retiro de la quincena sigue inmóvil y

los ausentes van apareciendo. Los planes de telefonía celular siguen llamando al bolsillo y los trabajadores nocturnos caminan con correcto juicio. En unos minutos Helena recoge todos sus elementos de trabajo en un cajón de madera que deja con candado. Con la biblia en la mano por una de las calles oscuras del pueblo busca regresar con bien a casa. El primer centavo de la fortuna de Rico Mc Pato lo ganó lustrando zapatos. Y en el tablero hay una jugada más… ¡JAQUE!

Una tarde en la plaza principal - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta


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A FLOR DE HIEL Cultivo de sombras en una empresa de flores Trabajadores de flores - CortesĂ­a de Diego A. SĂĄnchez Acosta

Wil iam Castro


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Un brusco despertar; ensordecedor que desanima, que entristece. Una jornada más a la monotonía y al trabajo físicamente agotador. Todo por unos cuantos billetes, sinónimo de la simple supervivencia. Esta es una de las reflexiones de Marina Guzmán; mujer con más de cuarenta años y menos de cincuenta y cinco. Ella es de esas mujeres que ven con horror el paso irremediable del tiempo en la carne marchita de su ser. Su vivienda brinda melancolía. Sueños frustrados por errores decisivos en su vida, afiches que rememoran amores perdidos, ocultos, olvidados. — ¡Debo apresurarme, si usted piensa acompañarme a mi trabajo, deje que me arregle! En su rostro se percibe el miedo a llegar tarde a su empleo. Lo ha ejercido por más de veinte años; trabajo mal remunerado, pero el cual es el único que sabe realizar. El frío en la mañana es insoportable. En las calles aún en tinieblas, se observan mujeres con niños o

bebés. Ellas corren de manera frenética. Filas de personas aguardan por el vehículo que los llevará a su cultivo de flores, o en casos más complicados abordar vehículos de servicio público abarrotados de personas tal cual lata de sardinas. Marina tiene una mirada cotidiana, fatua. —Señora Marina, ¿Qué opina de su trabajo? —Agotador. No me ha dejado desde hace años tiempo para mí, para vivir mi vida. Solo vivo y he vivido para trabajar, es triste pues no realicé mis sueños. Situaciones como estas se repiten con angustia en nuestra sociedad facatativeña, donde la falta de cultura lleva a las personas a cometer errores que cambian sus vidas. Tengamos en cuenta que un 70% de la juventud por razones como: la precaria economía de sus hogares, la mala educación y aprendizaje de valores están en su punto más álgido. No existe el ímpetu por conocer, solo se piensa en tener, en lo material. La


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gran mayoría sin otra opción, se emplean en estas empresas exportadoras de flores. El sentimiento de fracaso se respira en la mayoría de las personas que trabajan con la señora Marina. Son mujeres jóvenes con uno, dos o hasta cuatro hijos. ¿Acaso estas mujeres no conocen métodos de planificación? ¿No hay método de entretención más fácil, sin utilizar sus facultades craneanas en el sexo irresponsable?, ¿Es la naturaleza libertina de estas personas las que las lleva a este hundimiento? Las jornadas laborales son de seis de la mañana a tres y treinta de la tarde. De manera incansable e inhumana en una sala enorme, llamada ¨Pos cosecha¨, almacenan, distribuyen, clasifican la flor. Se realizan posteriormente ramos, se empacan y luego comercializados a EE. UU. y Europa. Obviamente, estos ramos representan un ingreso muy sustancioso al ya millonario oligarca dueño de la empresa. Mientras un ramo de los que realizan estas “hormigas conscientes” llega a valer en el

mercado internacional entre cincuenta y ochenta dólares americanos, los empleados incluyendo la señora Marina reciben un salario de aproximadamente doscientos treinta dólares americanos mensuales. Puede ser un poco más de trecientos en las temporadas de mayor pedido de flores por alguna fiesta inventada por el consumismo. Lo inaudito es que la señora Marina es consciente de esto. —Pero una empleada como yo ¿Qué podría hacer? Necesito de plática para vivir. Con mi edad ya no consigo empleo en otro sitio. Este es el dilema de miles, ya que la oligarquía busca explotar al miserable, al ignorante, al desempleado hambriento y con niños llorosos en un cuarto mugriento. —Señora Marina ¿el sindicato qué ha hecho por el beneficio del empleado en esta empresa? — ¿Sindicato? Ja-ja-ja- Acá el que intente eso, lo echan como un perro.


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— ¡Pero es un derecho, para el beneficio de todos! — ¡No sé! Acá la gente le da miedo eso, y mejor no hablo más o él se puede poner de mal genio. Personas adultas están regidas por el temor de un individuo que de manera placentera los observa desde un palco de privilegio. Le tienen un respeto ya casi nauseabundo al supervisor; personaje caricaturesco que como un perro pequeño ladra, pero no muerde. De hecho, es alguien simple, su intelecto lo dedicó al trabajo y el reggaetón, como el 80% de los empleados, viven en la resignación de la repetición y las malas palabras. En este mundo paralelo se ve la debilidad de la ignorancia. La masa que permite igual que la iglesia someter a las personas con el miedo y la necesidad. Estamos en una fase crítica del capitalismo, en donde personas como Mariana son esclavizadas a un trabajo. Solo trabajan, comen, van al baño, duermen, y tienen pareja para repartir frustraciones. Hasta para esto no tienen tiempo entonces sus parejas son compañeros de trabajo. Y si se les dificulta amar más será dificultoso aprender y vivir.

Un rostro de dolor y desespero se dibuja en la señora Marina. Me entero de que estas gesticulaciones se deben a un dolor intenso en sus manos. Resultado de años de movimientos repetitivos. Ella ya convive con este dolor perpetuo, pero por falta de semanas, muchas semanas de cotizar su pensión de retiro remunerada, debe seguir en este eterno calvario. De manera decidida hablé con el supervisor. — ¿Por qué la señora Marina trabaja en este estado tan lamentable? — Se le dan permisos al médico y casi siempre la manda a casa. Despedirla no es posible sería costoso para mi empresa. Es cómico escuchar cómo dice: “mi empresa”. Este es un claro ejemplo de cómo un ignorante con poder es peligroso y ridículo. Este día tan largo llega a su fin. Algunos siguen laborando; los más jóvenes en su mayoría, los demás se van por restricciones médicas como la señora Marina. La cual sale en estado taciturno y resignado para llegar a comer y dormir para mañana repetir lo mismo hasta que su cuerpo se lo permita.


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BITÁCORA DE UN HISTORIADOR Luis Carlos (El patón) Peña Jiménez Luis Carlos Peña - Cortesía de la autora, archivo familiar

Clara E. Sierra Cárdenas


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Y fue en carro el encuentro pactado desde hacía ya un tiempo. Alguien por no decir su nombre; para no comprometerlo, dejó la inquietud de hacer un referente, un escrito sobre semejante hombre. Todo un personaje que de una u otra manera a está relacionado con mis vagos recuerdos desde niña. Ahí, sentado como siempre con su traje de paño, corbata, impecable, serio. Imponente dirige su mirada hacia un punto en el horizonte haciendo que la conversación fluya. Deja conocer esa labor que desde muy pequeño llamó su atención, la aventura política. Trabajó decidido por una comunidad sin olvidar el olor a campo, a sus raíces. Nombra a sus padres con aire de nostalgia, con lívido recuerdo: Ricardo Peña Quintero y Mercedes Jiménez de Peña. Forjadores, propiciadores de costumbres recias. Arraigados valores y labores propias de la época que marcaron su personalidad. Luis Carlos Peña Jiménez desde su aspecto humano-político juega un papel relevante dentro del municipio de Facatativá. Terruño que alberga la historia, trayectoria y vivencias de quien se ha convertido en un enigma para los que poco lo conocen,

para los que comparten con él día a día y de quien se quiere redescubrir. Continuando en esta charla que pasó de lo formal a lo coloquial. De manera simpática porque depronto vinieron recuerdos, comentarios sobre anécdotas de la familia la cual conozco un poco. Me habla de sus hermanos, trece en total. También de sus hijos. En fin, parte de lo que hace a su humanidad del lado sensible que tiene como ser humano. Se le considera dentro de la comunidad como personaje reconocido. En de la esfera política del municipio de Facatativá, hombre de tradición y costumbre. Recorriendo aquellos recuerdos que para él habían quedado allí, en lo más profundo de su mente, hasta de su olvido. Desde mi obstinación hago que los vaya abordando. Su cercanía parece algo que yo no hubiese logrado de no ser por la inquietud en el arte de las letras; de querer desde el cariño, respeto que siento hacia este hombre. Legado vivo de procesos en el desarrollo de la municipalidad. El cambio que esta ha tenido con el que


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se llama urbanismo; cambios, avances y transformaciones. Cosa que él deja entrever que poco le agrada. “Ya hasta el paisaje del entorno cambió sustancialmente”, comenta tanto a nivel colectivo como individual. Estamos interactuando entre ir y venir. Recuerdos que me han ilustrado las conversaciones familiares y con las que puedo propiciar argumentos de los cuales él ha sido fiel testigo.

Para muchos por su aspecto recio lo denominan apático. Pero cuando lo conocen de trato cambian su impresión y se quedan como amigos.

Suspende por un rato. Un ataque de tos seca lo interrumpe. Me mira, su tos lo ahoga y queda entre nosotros un silencio. Compartimos una mirada en ella para mis reflejas vivencias. El querer seguir hablando de los espacios de la mala política, lo de los que se fueron, de los que están. De los que llegarán al remanso del proceso direccional del ¨pueblo¨ como decimos lo que amamos el terruño.

“Lo denomino muy en lo personal, genio y figura” Seguimos adelante sin perder el rumbo de lo que estamos conversando. Retoma nombrando a sus amigos personales de la comarca política: Manuel Infante Braiman. Fabio Izquierdo, Aberlado Forero, entre otros.

En el contacto con su hijo Felipe Peña. Una de mis fuentes, comenta de la seriedad, del compromiso que lo ha anclado al mundo del servicio a través de su trabajo en el concejo municipal. Lo marcó en el reconocimiento de figura pública y que resguarda con celo ante sí mismo y su familia.

Empeñado en hacerme saber que su experiencia política. La adquiere ante “¡El glorioso partido liberal!” el cual pronuncia con tono fuerte, intimidante, mostrando su admiración y respeto por el mismo.

Hilando los recuerdos y la charla informal, seguimos sosteniendo su dedicación por la lectura. Entonces, toca un aspecto de su intimidad, de su afición. Algo que hace muy a menudo y viene la pegunta del millón ¿qué le gusta leer? Me dice muy desinhibido de todo: “He leído el Quijote, política e historia… Tengo una amplia biblioteca”. Le digo que me gustaría algún día poder conocerla… y sin más y


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más me dice:“Vamos, adelante” Abre la puerta del carro, pasamos el antejardín. De su chaleco en el bolsillo relojero saca sus llaves, la puerta se abre y por primera vez soy invitada a su espacio. El espacio familiar que muy pocos conocen y comparte. Me siento privilegiada; nadie está. Huelo el recuerdo, el tiempo detenido por el orden. Las porcelanas, la decoración, mi mente se trasporta mientras avanzo por el pasillo que conduce a las habitaciones. Mi corazón a la espera de lo que vamos a seguir conversando. Me permite entrar a su habitación, allí se extiende una cama sencilla, un guarda ropa, cajas con libros, enciclopedias y de repente un gran estante de madera cargado de historias, Toma un libro al azar y lo comentamos. “Esa biblioteca debería dejármela” ya por razones obvias, su audífono falla y tengo que hablar más fuerte para que fluyamos en la conversación y deja escapar una sonrisa. Una vez que abrimos varios libros, él va comentado que ya la gente no lee y que hay mucha basura. Que antes si era literatura de verdad. Entre uno de sus bolsillos hay una bolsa de papel que contiene dos chocolates Ferrero, un presente que le llevo. Toma uno y sigilosamente los deja en

su mesita de noche. Supongo que los comerá más tarde para saborear el placer de la dulzura de lo que para mí él representa. Tarde fría, viento, libros chocolates, miradas de nostalgia por las vivencias de los mejores años que lo acompañan. Volvemos a sentarnos en la palabra; retomamos y comentamos sobre las nuevas gentes que han llegado y con firmeza dice que estas no aman a Facatativá. Con nostalgia indica que es gente que no tiene ningún sentido de pertenencia por el pueblo y será poco lo que podamos ver en mejoras por las nuevas políticas del gobierno. Adelante con los comentarios me dice: “No me gustan los elogios, ni que me crean figura. Solo soy un habitante del Facatativá” Refundidos por el juego de palabras, los recuerdos y los episodios; concluimos con un hasta pronto. Se percibe el cansancio de fin de semana; en medio de la baja temperatura que caracteriza al municipio, la plaza principal bañada en blanco, casi un paisaje de páramo, es interrumpido por algunos transeúntes en busca del comercio que aún no ha despertado.


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HISTORIAS y LUST RES En los zapatos de los lustrabotas

Camila Garay Palacios Stefanny Gómez Rodríguez

Lustradores de calzado de la Plaza Principal Simón Bolívar - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta


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Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia José Saramago En uno de los puntos que limitan el lugar se encuentra la pequeña caseta, para la mayoría de los habitantes de Facatativá invisible, pues en ella laboran personas que han pasado gran parte de su vida lustrando y embelleciendo el calzado de los que lo solicitan pero actualmente parece que todos usaran tenis. A pesar de eso solo los clientes tradicionales se acercan y a ojos de los emboladores se da continuidad a la historia. Minutos bastan para contemplar la actividad cotidiana antes de conocer de labios de quienes son fuente viva de tradición; algunas de las historias que han sido importantes en sus vidas y en la del municipio; encontramos huellas que apuntan hacia distintos caminos del pasado.

Una historia por segundo Los acontecimientos históricos son mejor conocidos por quien los vive, por eso a ritmo del embolar que va y viene en las enérgicas manos de don Carlos Julio, una conversación a cuatro voces sobre la transformación se manifiesta. Él, hombre de estatura media, rostro marcado y figura delgada, no lleva ropa de domingo, aunque el calendario diga que debería. Su atuendo es un overol, verde oscuro, opaco casi como el día, en la espalda el slogan de la administración, indicando que dicha indumentaria fue otorgada en alguna actividad política. Mientras empezamos la conversación, inicia su día laboral lustrando unos zapatos negros, dignos de un traje de ceremonia, pero lucen bien con el pantalón de lino gris y el saco rojo tejido que lleva para el día Don Segundo, facatativeño de corazón, pensionado del ferrocarril. Don Carlos es tímido, empezamos a hablar del cambio a través del tiempo, de cómo la gente ha empezado a llegar y cada año trae consigo nuevas


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viviendas, lo que trae a su vez nuevos e indiferentes vecinos, además el aumento en la cantidad de los vehículos que significativamente cambia el entorno y desde el interior convierte a las personas a vivir rutinas de metal. A esa altura de la conversación, Don Segundo interviene, habla de cómo el territorio del municipio hace muchos años apenas llegaba a la mitad de lo que actualmente es, señala que había viviendas solamente hasta donde queda el colegio Seminario San Juan Apóstol, pasando hasta lo que hoy es el barrio la Arboleda, siguiendo una línea hasta la Virgen de la Roca y de vuelta hasta la estación de gasolina que hoy se ubica en la segunda con décima, cuenta cómo las familias podían organizar paseos de caminata para poder ver llegar la carga de cebada, trigo, y cómo era el proceso de molido. Anécdotas van y vienen, la conversación se va volviendo amena entre sonrisas y ojos que miran al cielo intentando recordar, entonces Don Segundo levanta su brazo derecho y señala los lugares importantes que recuerda:

—La plaza principal siempre ha sido testigo de cosas. Antes cuando el pueblo era netamente campesino en esa callecita de allá estaba la calle del comercio —Señaló la calle del almacén York-, allá se podía comprar lo último en prendas de vestir como alpargatas, mochilas, ruanas, sombreros, lazos, todo lo que necesitaba la persona de la Sabana— Interrumpe para intentar recordar, pero la impresión fue que lo hizo para disfrutar del recuerdo, después prosiguió: —Todos los domingos llegaban personas de otras regiones a vender y comprar artículos en el mercado, arepas y cosas, los traía el tren de pasajeros que iba a Girardot, pues Facatativá era el municipio mayor por donde iba, el mercado aquí era más grande y de mejor calidad, aunque los días de plaza siempre han sido los martes, el día eclesiástico convocaba más pueblo que siempre, la gente iba a la catedral o a la iglesia San José que cambió su nombre y hoy conocemos como Santa Rita. A Don Segundo parece que las palabras le quieren ganar al movimiento de su lengua, se puede sentir


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su comodidad al hablar del pasado del lugar como si le perteneciera, por eso no hace pausas, él habla de corrido, aún no ha terminado de describir la plaza, cuando su mente camina unas cuadras más allá, al recordar el depósito de carbón que se ubicaba frente al Seminario, era distribuidor para los hogares porque las estufas de esa época funcionaban con carbón y leña. El tiempo corrió a velocidad de tren para Don Segundo, recuerda algunos detalles de cuando trabajaba en la empresa en la cual obtuvo su pensión, un parpadeo más largo hace que cierre los ojos para sentirse como si estuviera ahí, en su mente el recuerdo del ferrocarril, que viaja por toda la Sabana, a veces van pasajeros, entonces son ocho los tripulantes encargados de la organización y éxito de la travesía, otras veces es de carga así que van cinco tripulantes, verificando que todo llegue en perfecto estado. Toma aire Don Segundo y empieza su corrido de palabras: —Cuando funcionaba el medio de transporte las

personas llegaban a la plaza facatativeña a disfrutar de paseos y paisajes campesinos que ya no se ven por aquí, sin embargo hay varias construcciones que prevalecen, la actual Casa de la Cultura solía ser la alcaldía municipal, en el primer piso atendía la oficina de Correos y Telégrafos nacionales, y posteriormente, Telecom. —Cómo olvidar el edificio de los pollos —dice —Ah, lo de Leonor Serrano de Camargo, -responde Don Carlos —Ah sí, ella tumbó eso. Cuando fue gobernadora la señora Serrano de Camargo ordenó modificar la fachada de la propiedad en donde hoy se encuentra el asadero de pollos, por lo cual fue acreedora de una multa considerable. Hoy en día la modificación es evidente, al tradicional parque principal, le quitaron una parte.La conversación es interrumpida por Don Carlos: —Listo Segundo, ya acabé —los zapatos estaban relucientes, no alcanzó la susceptibilidad para notar que había pasado casi media hora y don Carlos perdía clientes. —Muchas gracias señoritas —dice el cliente satis-


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fecho por sus zapatos y la conversación. —Hasta luego —nos despide don Carlos. El frío se convierte en lluvia Huellas de personajes Facatativá, territorio principalmente muisca, liderado bajo la palabra del Zipa Tisquesusa entre Totacativa y el Cercado por la época de 1514 y conquistas, ha evolucionado hasta convertirse en el municipio que hoy conocemos. Personajes ilustres han tocado estas tierras, desde Simón Bolívar en su paso hacia libertad hasta la emblemática agrupación Manu Chau (Mano Negra, para entonces) en El Expreso del Hielo que en cinco paradas hicieron bailar al país a bordo de un tren. Esto y todo lo demás pero nada tan clásico y facatativeño como las palabras que don Miguel Antonio nos cuenta mientras se toma un tinto escampando de la lluvia que ha llegado como vecina y compañera de todos: — ¿Personajes, personajes? nadie como Macana, todo el mundo recuerda a ese loco, usted viera, porque era el más nuevo. Pero esa historia se la cuento “horita”-

Da pasos hacia atrás y hacia adelante como para tomar impulso. —Pájaro Loco, era un señor que hacía mandados, pagaba los recibos a la mayoría del pueblo, todos lo conocían, para arriba y para abajo. También estaba el Bobo Palitos, si recordara por qué le decíamos así, le diría. Conocer acerca de estos personajes que para el nativo facatativeño fueron tan recordados es una experiencia enriquecedora, lo sería más si don Miguel o alguien en el municipio se acordara de más detalles, pero hay cosas que no se olvidan, continúa don Miguel: —Estaban Cirilo, Valderrama y Papujo o si quiere a ese le puede decir Muñoz también, él sí era el personaje del pueblo, andaba en silla de ruedas, porque una mula le pasó por encima por allá llegando a Madrid, entonces la pasaba haciendo mandados y pidiendo limosna por la calle, siempre graznando groserías porque odiaba a los liberales y todos eran “cachiporros” para él. Andaba con piedras en los bolsillos y si alguien le sacaba la rabia lo encendía.


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Estando en medio de eso se acerca doña María, facatativeña de siempre a ver si escampa la lluvia, nota la conversación e interrumpe: —Estaba ¨Flor de la Canela¨ también, así le decían, ella trabajaba en uno de los oficios más antiguos de la humanidad, y siempre se le notaba que se sentía a gusto, seguía a los muchachitos y a los grandes también, llena de picardía. Es bueno saber que hubo mujeres que bien o mal quedan en la mente y se convierten en historia. —Le hubiera durado más el reinado de no ser porque la de “El Tiempo” le tenía mucho odio. La de “El Tiempo” era una señora que vendía periódicos cada día y se pasó a vivir bajo unos pinos que quedaban frente al hospital. Cuando Flor de la Canela se pasó a vivir a unos cuántos pinos de ella, se llevaba todas las miradas y se ganó su desidia, por eso fue que le prendió fuego a su “cambuche” y la pícara mujer tuvo que salir corriendo de ahí. La lluvia se acaba, los clientes no llegan pero es hora de ir a hacer el chance.

La dama rosa del corazón roto En una labor en la que usualmente se ven hombres, una figura capta nuestra atención en cuanto vemos la caseta. Una mujer, con enterizo rosa vibrante y un gran sombrero del mismo color aunque un tono más opaco; es un atuendo que muchas mujeres usarían en una playa, o en una tarde muy calurosa, pero ella parece no sentir el frío que cobija la mañana del pueblo. En cuanto conoce nuestra intención de querer escuchar la historia del municipio de la voz de quienes la han visto pasar, toma la palabra enérgicamente y se puede ver el descontento de sus compañeros. La historia que tiene en su cabeza, está atravesando también su corazón. Lleva casi toda su vida trabajando allí. A los 50 años, tras haber tenido que pasar la mayor parte de su tiempo entre hospitales y medicamentos para la epilepsia, Helena se levanta cada día a trabajar para poder sobrevivir. Esta vida le ha dejado algunas secuelas físicas y mentales: no tiene algunos dientes y no habla muy bien, pero las palabras que salen de su boca están cargadas de una gran rabia y melancolía:


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—Aquí sienten envidia de las mujeres. Ellos tienen una envidia de mí, por trabajar acá. Ellos llegan acá con “maldicia” La vida de Helena parece transcurrir en la banca donde se sientan sus clientes. Sus emociones y pensamientos se dirigen hacia cómo ha cambiado la gente del municipio. Lo primero que piensa es que estudió en el colegio Rafael Pombo hasta 5 de primaria y decidió no estudiar más pues su vida nunca ha sido fácil y necesitaba dinero para vivir. Desde entonces la señora Helena se enfrenta a vivir cada día entre inconformidades y rechazos. Sus compañeros dicen que ella siempre se queja y habla mal de todo. Las acusaciones de Helena no se hacen esperar, habla acerca de la atención que recibía en el hospital cuando era más joven, y la que recibe ahora; piensa que las personas han cambiado, en parte porque la mayoría de las personas con las que se cruza no son facatativeñas. La historia que esta mujer cuenta está llena de descontento. Pero cómo no habría de estarlo si la vida se le llevó el amor —aunque usted no me crea

señorita, « ¡ESTOY SUFRIENDO DE AMOR!» dice en medio de su relato. Más tarde descubrimos un momento amargo en la biografía de esta mujer, cuando su existencia transcurría más allá de la caseta del parque principal. Una historia de amor que le dejó grandes recuerdos de cuando su compañero de trabajo, y de vida, la llevaba en carretilla a trabajar frente a la plaza de mercado de Facatativá. Trágicamente doña Helena no pudo disfrutar de ese amor mucho tiempo pues su amado murió, dejándole tan sólo esos recuerdos y su cajón de embolar. Helena, en medio de su rabia dice que el trato que recibe de sus clientes, de las personas en el hospital, de sus vecinos y compañeros de trabajo… todo ha cambiado, y ella también lo ha hecho.


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El municipio inevitablemente se transforma con el paso del tiempo y estas personas que diariamente se sientan en la caseta son testigos de la metamorfosis del territorio. Helena dice una frase que cala en nuestros pensamientos « ¡ELLOS CREEN QUE SON FACA; FACA NO SON ELLOS, FACA SOY YO!» Y tiene razón, el municipio, más allá de los lugares, más allá de su frontera, debería ser definido a partir de sus personas y las historias que ellas tienen por contar.


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LA RUTA SILENCIOSA DE UN PINTOR DE CALLES

Los pinceles de Armando Fajardo Retrato de Armando Fajardo - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta

Fabio N. López Morales


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Hay veces unos van por la plata y otros van por la calle Armando Fajardo Un dedo viene de arriba a abajo sobre un lienzo seco. Pinta una letra y luego otra más. Un dedo que parece un pincel con sangre dibuja el cuerpo exacto de cada palabra. Pasan las personas y pasan sin escuchar nada de su silencio. Pasan los perros, huelen bolsas, orinan paredes y no pasa nada. Pasan carros, busetas, niños, viejos y nosotros; los mismos de siempre. Llega la lluvia en gotas llenas y separadas. Llegan todos y solo queda él. Un cigarrillo que se hace humo desde su boca hasta la espesa barba que esconde su rostro. De la maleta saca un tarro de pintura. Dibuja el fondo blanco bajo cada una de las palabras. Se abren algunos paraguas y los extraños siguen caminando. Debajo de la lluvia, él construye estrellas. — ¿Dónde le dejo estas monedas? —Dios lo bendiga patrón. ¡Yo aquí necesitando,

hombre y nadie!... Claro patrón. Aquí todo el mundo es de problemas. No miran que uno trabaja patrón. Que se jode y van llegando a la apelación vial. No es que llegados uno se apreviene. Porque si no nadie entiende y todos se molestan. Su voz crece por las paredes de un tarro oxidado. taladra golpe a golpe cada palabra. Por momentos las sostiene en un respiro quieto. Un sonido ronco con tinte aguardentoso sale por su garganta. Un volcán de historias que cruzan las cuerdas vocales sin perder su cauce. — Buen trabajo ¿Por qué le gusta pintar estrellas? — Por la sencilla razón de que no hay nada más que pintar. Las estrellas siempre son simbólicas. ¿Y qué simbolizan? — Simbolizan todas las alturas. Entonces siempre donde hay inconveniencia se pintan las estrellas. Es la única. Claro que las estrellas siempre son de contactación ¿No? De todos modos, eso ahí siempre ahí arretiene —afirma mientras coloca pintura


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blanca en el dedo índice para dibujar figuras alrededor de las letras Y para pintar todo, se pintan. Siempre se pintan las estrellas a inconvenientes de lo que llaman la injusticia calaña. —¿Qué es la injusticia calaña? —La injusticia calaña social. *** Mayo va a mitad del candelario. Las mujeres van al mercado. Siluetas buscando comida, llevando a los hijos al colegio, imágenes que se repiten en la película. Los abuelos caminan por las calles huyendo de las funerarias. Buscan desde horas tempranas un buen servicio médico. Los mismos negocios abren a mitad de la mañana. Almacenes de ropa, zapatos y bisutería. Panaderías y cafeterías antes de las seis tienen a sus dueños laborando. Chapinero y el centro abren sus puertas como un carrusel de promociones para tragar transeúntes. Facatativá, duerme en sus memorias. Un acto vergonzoso para la tradición oral de los taciturnos. Una comunidad silenciosa a 36 kilómetros de la capital

del país. Paraíso ciego de 130.000 habitantes sobreviviendo a la inseguridad, la falta de educación de calidad y trabajos dudosamente dignos. Un gran sector de su población laboral trabaja en municipios cercanos o en Bogotá. Los demás sobreviven en empresas de flores en expansión. Un negocio que ha ayudado a terminar con sectores agrícolas y ganaderos. Una cruel promesa de estabilidad y calidad de vida para algunos. Las calles del pueblo son una escena quieta en movimiento. Una sociedad joven que huye del rechazo y del aburrimiento. Campesinos amarrados a la producción del mejor postor. Desempleados desesperados y ocupados preocupados. Una utopía agónica para los hombres que llegan de otros lugares buscando mejores oportunidades. Es mayo y los meteorólogos parecen equivocados por enésima vez. Por estos días escriben en periódicos secos que pronto terminará el invierno. Los paraguas espías esperan detrás de las puertas. Facatativá esconde las sombras del sol contra las paredes y en las tardes se ve húmeda desde las caídas


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de las canales. Un mezquino rezo para los hombres y mujeres desesperados de ver que nada mejora. Bienvenidos a un pueblo dormido que se sostiene en el conformismo. Pueblo de un hombre que construye la semblanza de un anhelo con palabras pintadas sobre el cemento. *** Armando saca un cigarrillo L&M del bolsillo derecho de su chaqueta. Coge el encendedor y se recuesta contra la pared. Sus manos construyen una muralla. El viento mueve la llama como una bailarina ebria a punto de caer. Una pequeña y oscura bocanada de humo sale desde su boca. Cruza su barba como una humareda de apagado aliento. Sonríe, sostiene el cigarrillo con sus labios para seguir trabajando. El cielo de este mediodía es limpio, azul profundo como un mar quieto. Me habla de sus dibujos, de los reyes magos pintados en la pared de un costado de su casa. Se ríe y se queda en un silencio amarrado con inmediatez. Armando se suspende en la memoria. Sus respuestas en una colcha consciente y confusa empiezan a hablar. En sus ojos el mundo

parece quedarse quieto. Contempla lo que sucede en su planeta con aceleraciones lentas. Una serie de signos, fórmulas matemáticas, quejas y recuerdos. Una suma de situaciones vividas reclama una voz silenciosa para ser interpretadas. ─El misterio lo tienen las estrellas es una estancia única. De resto no hay más en que pintar. Siempre terminan así por lo que es un triunfo. Para prevenir y de ahí siempre llega lo que es el agua, la lluvia.

Herramientas de trabajo - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta


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—¿Por qué señaliza los lugares? —Ah sí. Eso es de acomedido. Trabajar uno de acomedido. Entonces es uno acomedido. —¿La gente qué le dice? —Nada. De que sea por bien nadie dice nada. —¿Pero nunca lo felicitan, le agradecen por su trabajo?

Retrato de Armando Fajardo - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta

—No. Porque si el Batallón se siente incómodo de las regalías, del rebusque. Ahí lo que quieran regalar. Este es arte mío. Estar promovido. —¿Promover lugares? —Promover es facilitar. Si yo me vuelvo aquí exigente, me vuelvo ¨acañalístico¨, igual que todos. Debe ser lo contrario. Dar solución. Armando trabaja, no se detiene en la conversación. Tiene claras las cosas que hablamos. Sus respuestas, aunque parecen inconexas se mantienen dentro del diálogo. Vive solo, no tiene perros porque los extraños los amaestran y se los llevan. Trabajó en una floristería y de «chatarrero», así se conoce a las personas que laboran en oficios de metalmecánica. Talvez se refería con floristería a una empresa de flores o a un almacén que vende plantas ornamentales y funerarias. Al principio dice sí. Era una empresa y luego vuelve a decir que era una floristería. Deja todo como al principio. Trabajó de albañil para conseguir una «platica». Todo era resultado del ¨poseísmo¨. Un acto de que define como «ganarse la plática y que otro se la quede». Mientras


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explica todo esto, gira alrededor del poste. Busca el inicio de su obra y para reconocer el mástil de cemento, el primer contertulio de la mañana. —¿Por qué sumerce no ha señalado hacia el lado del Batallón y el cementerio? —No, para nada. Eso es para otra cosa. Hay veces allá va la competencia. —La competencia. ¿Cuál es su competencia? —La competencia. ¨Los oprobistas¨. Esto es un arte. Además, los postes están sujetos a los comentarios. —Mientras habla, los perros se acercan dónde nos encontramos. El más pequeño, un animal flaco bebe agua del charco que está cerca al poste. — ¿La policía no le dice nada? —No. No porque este es mi trabajo a beneficio. Pintados los postes no tienen la culpa que los quiten. Y pintados se ven mucho mejor. Su risa parece complicarse desde el fondo. Un puñado de palabras contenidas que buscan vuelo.

Sonríe e introduce el dedo en un pequeño tarro de pintura blanca. Pinta estrellas sobre el fondo de su obra. Lo hace hasta donde su brazo alcanza. Las estrellas son el patrón de composición, un giro y un baile en una bola de nieve que nadie quiere agitar. Retoca los círculos que están fuera de las letras y entre las estrellas. Con su trabajo le alcanza para comer y para sus cosas, esto incluye el pago de las pinturas. Se siente mejor así, sin que nadie lo moleste. Por las calles camina detrás del humo que fuma. Su lazarillo es el sonido de pocas monedas en su vaso. Cuando lo ven, lo esquivan como a un iceberg viejo y seco. Hoy tiene presupuestado pintar tres postes, el que está trabajando y dos más por ahí cerca. Trabaja por las mañanas y gusta de los días de sol para hacerlo. Rara vez pinta hasta tarde, esos son los momentos para caminar. En sus ojos se ve una alegría infinita por conversar con los extraños en su vida. Habla y sonríe mientras sostiene el dedo con pintura: «Soy el Llanero Solitario y miro a todos desde los árboles» (señala la parte alta de la alameda que está detrás del barrio donde vive). Siempre sonrien-


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do mientras habla. Cuando no lo hace una mueca se sostiene en la comisura de sus labios. Al despedirnos asegura que él hace un bien a la comunidad. Así es, no lo dudo. Le gustaría que retribuyan por trabajo; pocos que hacen y los demás van de paso. *** El barrio Las Piedras es un conjunto de casas cerca al Coliseo Deportivo de Facatativá. Está ubicado en la mitad del trayecto que comunica el parque central con el Batallón-Escuela de Comunicaciones y La Escuela Nacional de Carabineros. Las casas de dos pisos están en la parte baja del barrio. Las otras, en la parte alta sobre la calle quinta. Hay casas con antejardines con pocas flores y otras esconden las entradas y las ventanas entre los garajes. La acera principal está sobre la calle quinta. Tiene sembrados pequeños arbustos y unas palmeras de tamaño medio. Esta es la zona comercial del barrio: hay misceláneas, dulcerías, peluquerías, tiendas, carpinterías, funerarias, panaderías, locales para comer, una farmacia, dos depósitos de cerveza. La parte de atrás de la calle parece más tranquila. Un

parqueadero escondido, el rumor de una iglesia y unos negocios artesanales de puertas cerradas. Los abuelos salen en la mañana a caminar y tras ellos van los perros. Éstos últimos se tiran en una esquina a tomar el sol o a buscar comida entre las bolsas de la basura. Unas madres van por los elementos para la cocción del almuerzo. Otras llevan a sus pequeños hijos al colegio. Unos pocos hombres van con afán para el trabajo. En este pueblo la mayoría de los pobladores viaja antes de la seis de la mañana. La noche no se ha levantado y el frío se mantiene abrazado por los espacios del pueblo vacío. Por la calle que lleva a La Arboleda las casas son de dos pisos. Para ingresar a algunas de ellas hay pequeños callejones con entradas alternas. Esta parte del barrio está a un costado del parque arqueológico. En la parte baja, un cultivo de pequeñas plantas de calas cubre el paso de un reducido rio. Sostiene las flores blancas como paraguas abiertos. Una mata de calabaza extiende una malla verde sobre dos piedras grandes. Desde los árboles se enreda un curubo que descuelgan sus brazos desde lo alto. Los frutos brillan como huevos amarillos


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de carne, después al madurar caen sobre el pasto húmedo. Detrás del vivero de la UMATA, una serie de eucaliptos esconden los edificios de un conjunto residencial recién construido. Pronto llegará hasta el parqueadero el afán de las políticas de expansión económica y social del gobierno. *** La casa de Armando está en la calle cuarta A con carrera 11. Es una construcción de dos pisos en ladrillo por la parte frontal. No tienes ventanas y está llena de mensajes encriptados con pintura blanca, amarilla, azul, rojo y de otros colores en menor cantidad. En la entrada principal, una puerta armada en esqueleto y oxido sostiene la dirección 976. Sus números hechos con pintura de blanca son una nomenclatura que no corresponde con la señalización de las calles. Un pasillo oscuro va hacia el fondo obstruido. En la entrada un cultivo de pequeñas islas de musgo y humedad se levantan cubiertas por bolsas y papeles. En la ventana izquierda del segundo piso cuelga un garrafón blanco de veinte litros como un péndulo vacío. Las rejas blancas aseguradas con cinta plástica amarilla de señalización

tejen una telaraña de arriba a abajo y luego hacia la nada. En la base de la ventana, en una tela blanca se lee CASA DEL LOCO TRABAJO Y HONESTIDAD, en letras rojas. En la otra ventana una caneca blanca grande de pintura sostiene una bolsa de algo. Un retablo blanco que dice BIENVENIDOS SIN PREOCUPACIÓN sostenido por un árbol de varas donde la oscuridad del cuarto no está vacía. En el piso de abajo, el patio. Una puerta metálica de color café es la segunda entrada con un cristal esmerilado y un espacio ausente. Lo que pudo haber sido un jardín o una zona de visitas es hoy un montón de basura. Un contenedor limitado por barrotes y ladrillos, un descampado sin techo. La ventana principal está separada en varias secciones. Unos vidrios sobre una pared escarapelada tienen mensajes escritos por dentro y por fuera. Un árbol de navidad verde y blanco que se ha quebrado de un solo golpe. Desde la profundidad salta un gato negro. Un pedazo de la oscuridad camina por la cornisa, un cuerpo ágil de ojos azules. Me mira y maúlla. Lo observo, es hermoso. Se detiene por un momento y desaparece entre el vacío.


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Por la calle de afuera una gran pared de ladrillos arenosos se hila con bloques naranja. Ahí está pintada la obra maestra de Armando. Una representación del nacimiento de Belén. Una estrella de cuatro puntas color crema con bordes negros y en el centro una cruz. Luego tres camellos negros: INOCENCIO, JUSTINIANO, PARCERINO. Mensajes de aleluya, humildad, feliz año, cultura, Todos Somos Facatativá en el andén o en la pared pintados con letras rojas y blancas. Estos esquivan a los tres personajes o desaparecen por la porosidad de los bloques. Sobre la obra, tres ventanas de diferentes tamaños sin muchos de los cristales. A la altura del segundo piso, un hueco y una ventanita que conserva todos los vidrios. Caminando más hacia abajo, una nueva entrada a la casa, la puerta de un garaje. Años atrás fue un taller de metalmecánica y al observar por entre los separadores se ven dos árboles descoloridos: un cidrón de puntas amarillas y un cerezo de hojas brillantes. *** Cerca de la casa, los dibujos son pocos. Por la calle donde vive unos postes pintados han vuelto a la

normalidad. Allí no volvió a dibujar estrellas de colores o mensajes navideños. Han desaparecido por el efecto de la lluvia borrosa y del tiempo corrector. Cerca al parqueadero se encuentra el más recientemente; un poste al final del segundo callejón indica el servicio de estacionamiento para automóviles. El trabajo de Armando abarca desde la carrera 11 hasta la carrera primera y desde la calle tercera hasta la calle novena. Aunque puede haber más trabajos fuera de este perímetro siempre ha estado por estos lugares. La carrera segunda es una vía de importancia para el pueblo. Allí se encuentran varias entidades bancarias, La Casa de la Cultura, parte de la casa cural, los terminales de transporte y sirve de llegada al hospital. Está señalizada por Armando desde el Centro de Desarrollo Social en la calle primera hasta la calle quince, en el paradero de la bomba de gasolina Texaco. En la carrera quinta se ubican la plaza de mercado, la iglesia Santa Rita, el supermercado ÉXITO. El trabajo de Armando va desde la calle 3 hasta la calle 15 donde se encuentra el supermercado Zapatoca.


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Los colores; blanco, verde y rojo son los más utilizados por Armando. Un guiño a la época de diciembre y sus fiestas. En otros lugares el amarillo y el negro para identificar una cerrajería que está por la carrera segunda. El color azul en la señalización de un depósito de materiales por la calle quinta o una droguería cerca al parque Santander. Algunos dueños de negocios facilitan a Armando la pintura para identificar los establecimientos. Las autoridades del municipio han obligado a comerciantes o personas que hayan pintado postes de alumbrado público a retirar este tipo de publicidad. La medida fue tomada por la Secretaría de Gobierno durante el año 2016 dentro de una campaña de descontaminación visual. La prohibición se fundamenta al considerar los postes como una propiedad privada, no puede ser utilizada para el uso de ilícitos o faltas contra la comunidad. Por este motivo las autoridades tienen entre sus responsabilidades sancionar a los infractores. Armando es invisible a la norma, invisible a todos los demás actores del pueblo. A los transeúntes y

los sedentarios, a los infractores y a las autoridades, a los despreocupados y los incorrectos que no se detienen en el tiempo para contemplar su quehacer. Para un sector de habitantes del municipio su labor es imponente e importante, una muestra de civismo. Para otros; el acto vandálico de un enfermo exento del cumplimiento de las leyes. El arte y diseño de su trabajo, la calidad da un tinte distinto a las simples insinuaciones. La dinámica de una propuesta atrevida dentro de los conceptos de arte urbano. La disposición de los colores, la calidad de los trazos y el manejo de los espacios. La simbología, la señalización y la recursividad de ubicar los nombres de una calle en un pequeño espacio. Una faena sea apreciada. Armando dibuja con sus dedos fragmentos de una ciudad letra a letra. Aparece en el pueblo un héroe anarquista. Constructor de una ciudad con palabras y colores. Inconformidades dibujadas en lugares que no son suyos pero que están escriturados a los mismos. Sus primeros mensajes aparecieron en la calle quinta y en la calle quince. Esto ocurrió durante los años 20102011. Estuvieron hechos con marcador en canecas


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para la basura, las que sujetaban a los postes con brazos metálicos. Recipientes mal utilizados por la gran mayoría de los habitantes. Él veía un lienzo libre en una galería de visitantes inconexos y ortodoxos. Otros trazos aparecieron en algunas paredes y de ellos quedan muy pocos. Hasta el día solo hay tres con esas características. Decidió dejar más espacio para la competencia, los futboleros intimidantes que rayan con ilegibilidad amenazante o los artistas que proponen una vanguardia banal. Un temor lo encierra entre las fronteras invisibles de calles continuas. Eso no permite que sus líneas lleguen desde sus dedos a otros lados del pueblo. Así él lleve sus pinturas. *** SAOMA, un lugar donde vienen personas que conocen detalles de la vida de algún particular. En la mesa un libro, ¨Apocalipsis¨, de Juan Villoro. Un tinto y un cigarrillo para esperar a que llegue un informante contertulio. Busco a alguien que haya trabajado vendiendo lotería y que corrobore las hipótesis sobre los trabajos de Armando.

Retrato de Armando Fajardo - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta

Retrato de Armando Fajardo - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta


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SAOMA es un salón de café. En las mañanas se consumen con regularidad bebidas calientes y en las tardes el lugar se convierte en una discoteca de recursivos espacios. El salón está ubicado en la calle segunda, a media cuadra del parque central frente al banco COLPATRIA. Al ingresar, cuatro grandes fotografías enmarcadas y puestas en la pared. Bob Marley que aún no ha podido encender su “porro”, Charles Chaplin y Jackie Coogan, indicando este último a un sospechoso invisible, The Beatles sostenidos en un poster con copia de sus firmas y Carlos Gardel en la imagen elegante y picaresca de un cantante de tangos. La primera sección es la zona de no fumadores, allí despachan los pedidos de los clientes. Una máquina para la preparación del café que no descansa. Mesas redondas con sus respectivas sillas de madera. Un acuario sostenido de la pared con peces que parecen ahogarse en la turbiedad del agua. Un tendedero de periódicos desordenados de la última semana. Una fotografía de Marilyn Monroe con sonrisa rosa y el cuerpo sostenido por el tiempo en la playa. Una pintura grande de unos hombres transportando bultos por un puente colgante de proporciones un poco inconvenientes. Un

grano de café dorado apareciendo en el techo blanco. La segunda sección es más pequeña, la zona de fumadores. Sillas metálicas, algunas sostienen su cojera. Mesas con sus ceniceros húmedos y llenos de colillas. Unos espejos de figurativos cortes sin imágenes y un candelabro ciego que cuelga en una viga. La pequeña alberca funge de lavamanos y los baños por momentos no colaboran con el ambiente. Una máquina de música para oídos sordos que funciona con monedas de doscientos pesos por cada canción. En el techo una lámina movible como cubierta para que el humo no se ahogue. Esta mañana no llega nadie que pudiese ayudarme. Después de salir del café, a media cuadra está el semáforo de la sexta con segunda. Allí hay un lotero recostado contra el vidrio de un negocio. Se esconde del sol esta mañana. Un hombre gordo y bigote entrecano extiende sus pies hasta los límites de las sombras de los techos. Se iluminan las puntas de los zapatos. Sus labios gruesos balbucean palabras con lentitud y en todas las direcciones. Cuando lo hace no mira a la cara. Una distracción que huye en dirección a los callejones fríos y quie-


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tos que se ven hacia la carrera primera. Frente a nosotros una agencia de lotería al que llega mucha gente. Atrás un negocio de empanadas sin olor y sin grasa se sostiene contra los cristales. Al preguntar por Armando dice: «conocí al loco Armando». Hace un poco más memoria, «él sí vendió lotería como durante cinco años pero dejó de hacerlo al quedar enfermo de su locura». El hombre me mira y su párpado izquierdo parece caerse por segundos. Se distrae y pasa la calle. Me quedo esperando más respuestas en este lado con la sombra. Saluda a unos colegas que están en la puerta de la droguería y comienza a tomar el sol a manos llenas.

ha vivido cerca de su casa. «Hace unos meses, la Secretaría de Salud vino a sacar la basura que había adentro; una cantidad enorme», afirma abriendo sus pequeños ojos y extendiendo sus delgados brazos hacia los lados. «Pero él sigue trayendo basura», dice con un resignado suspiro y su mirada al suelo. Asegura que el tipo está loco. Hasta hace poco tiempo vivió con un hermano que trabajaba en un taller a la vuelta de la casa. Más o menos dos años antes. Ese hombre murió en un hospital de Faca o Bogotá, no recuerda. La relación de los dos hermanos había sido difícil al final. Esa la razón por la que Armando había terminado viviendo solo.

*** Pronto lloverá. Las nubes negras se hacen densas y se cargan en el cielo en dirección al batallón. Al llegar frente a la casa de Armando; una pareja de mujeres habla, son sus vecinas. Las señoras siguen sembradas en sus “cuchicheos” ceremoniales. Me acerco y les pregunto por su vecino. Herminia, la mujer de más años lo primero que dice: «Armando es un hombre muy cochino». Lo afirma con contundencia pálida. Esa impresión la tiene desde que

Herminia es una señora de cabello corto y blanco. Lleva un saco abierto de color naranja. Con una camiseta blanca a rayas cubre el delgado cuerpo. Su rostro es pálido fantasmagórico y sobre sus pómulos ha colocado una crema para cubrir unas manchas rojas que le han salido. Sus ojos perdidos dentro de la cara de cejas ausentes y su mirada amable y tranquila. Contrario a todo esto, su voz es contundente como un rayo creando palabras. Su pantalón, una sudadera azul y en sus pies unas


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chancletas plásticas. Cuando habla, coloca sus brazos detrás de la cintura y se recuesta sobre el marco de la puerta «Armando al parecer sí vendió lotería pero que no recuerdo en qué años». La otra señora, quieta sin dejar de mirar a Herminia dice «Armando no es un vecino complicado, no se mete con nadie». Responden. Una conversación dispar como el color de la ropa que visten. Una película de gánsteres a blanco y negro en medio de un carnaval triste. Herminia parece abstraída tratando de recordar más cosas. La otra mujer recoge su cabello y lo coloca detrás del chal que usa para el frío. Se abriga bien dando giros a la pequeña ruana. Mientras piensan; un chiquillo de cabello negro y ojos saltones abre la puerta, Herminia con una seña le indica que entre, él sonríe y desaparece. «Armando sufría de pesadillas, era la madre quien lo cuidaba». La otra mujer interviene: «al parecer presentó los síntomas después de un robo del que fue víctima». Hablan de un tratamiento que tuvo para la locura. La Secretaría de Salud del municipio fue su entidad tratante. Lo llevaban y cuando regresaba todo parecía nor-

mal. Nadie ha descrito cuáles son los síntomas de su estado. Nadie describe sus pesadillas. Nadie habla de la efectividad del tratamiento. De un momento a otro todo esto fue suspendido. La conversación queda en suspenso, las mujeres van a regresar a la cotidianidad de sus días. Las gotas empiezan a cubrir los espacios negros de la calle. Agradezco a las mujeres por su colaboración y me despido. Herminia dice que no sabe nada del papá de su vecino. Mientras ingresa a la casa cuenta que él tiene una hermana, que está en Bogotá. Ella no la conoció y nunca nadie la ha visto. Todos se fueron, menos la lluvia. Todos guardan silencio, menos la lluvia. *** Diez de la mañana. Un martillo y un puntero suenan sobre la placa de cemento. Un pájaro carpintero trabajando con hierro a dentelladas. Las plaquetas de la entrada están en proceso de cambio. Los dormidos bultos de escombros en la salida dan la bienvenida. Al llegar a la zona se fumadores tres mujeres hablan con grandes espacios de silencio. Beben aromáticas rosas con una flora conjunta de


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hojas o tintos oscuros que parecen evaporarse. Los ceniceros con colillas sostenidas como pirámides de filtros evitan caer. Es SAOMA uno de los lugares más frecuentados en las mañanas por los loteros, los peluqueros, los jubilados, los alcohólicos tempraneros, desempleados, sospechosos, amantes y todos los demás. Dos mujeres jóvenes ingresan y se sientan en la mesa del frente. Piden cigarrillos y tintos. La de cabello claro hace una llamada disimulada por teléfono. La otra toma apuntes en un cuaderno. En la mesa del lado otras dos mujeres. Visten de negro y hablan de moda. Una tertulia intimidante sobre el uso de depiladores y vanidad entre aromáticas y cigarrillos que fuman con afán. El sol ilumina las tabletas blancas de la zona de fumadores. Brillan como un espejo que devuelve el reflejo de un fragmento canceroso al cielo. No llega alguien a quien pueda entrevistar. Empiezo a leer y espero un poco más. Voy pasando las páginas de Encuentro en Telgte del escritor alemán Günter Grass. Engranado el sonido del martillo y el puntero parecen ir al compás del segundero de un reloj de pared.

Se abre la puerta de cristal y entra un hombre que vende lotería. Saluda a las mujeres de la mesa del rincón. Se sienta en la mesa del lado. Pide un tinto, ceremoniosamente saca unos cigarrillos que lleva en el bolsillo y comienza a fumar. Ofrece de la cajetilla a las tres mujeres pero solo dos de ellas fuman, la tercera cubre su boca con los dedos sostenidos. Viste botas tejanas de puntas brillantes dentro de las mangas del pantalón de paño. Un chaleco rojo de la lotería de Cundinamarca sobre una camisa azul oscura bien planchada. Su rostro de color mestizo con cejas pequeñas y labios cortos. Su cabello negro peinado como surcos de fibras de queratina que brillan. Sus ojos oscuros resplandecen. Cruza las piernas y sus silencios se hacen humo. Escucha la conversación de las mujeres. Coloca sobre su regazo el talonario con los billetes de lotería y sostiene con su mano izquierda un equipo para apuestas electrónicas. Al terminar el café me acerco a su mesa. Saludo y pido permiso para sentarme. Asienten, no hay problema. Les hablo sobre la investigación que estoy haciendo y les pregunto si me podrían ayudar. El hombre dice: «él si fue vendedor de lotería pero que no recuerdo hace cuánto


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y cuándo fue eso». Mira al suelo, se pierde en el ajedrez monocromo de las tabletas del piso. Desde el fondo de la mesa una señora habla. Fuma y dice lo que ha escuchado de Armando. Le gusta su trabajo y cuando lo encuentra le da monedas. Su nombre es Lucía y viene con frecuencia junto con su hija Leidy al café. Ella habla, las otras mujeres observan y escuchan con la distracción conveniente. Parece no importarles la conversación; es normal, el extraño soy yo. Por un momento un silencio incómodo. Un juego de miradas laterales que no reconocen sus líneas dentro de los diálogos. Uno a uno dicen cosas que han escuchado sobre Armando. El cuadro hecho por Sixto Vargas. La visita de la Secretaría de Salud a la casa. El tratamiento médico. La convivencia difícil con la madre. Después de eso sorbos y bocanadas de sigilo, hay cosas que parecen no corresponder. Lucía coge el teléfono. Llama a un amigo que vive en el barrio Las Piedras. Un vecino de Armando. Me confirma una cita para dentro de dos días. Al llegar la administradora del negocio Lucía le pregunta por

Armando. Ella afirma no conocerlo a pesar que en las mañanas está con regularidad frente al café. La conversación cambia de tema. Las mujeres hablan de los venezolanos que han llegado al pueblo y del aumento de la inseguridad en la zona. Insinúan que puede deberse al trabajo de la temporada en las empresas de flores y la situación del país vecino. Días atrás una de las empleadas del negocio fue víctima de un robo. Todo quedo grabado en las cámaras de seguridad del establecimiento. Las precisiones de la prensa local no fueron convincentes, según ellas. El hombre de la lotería recibe una llamada. Debe recoger a su nieto enfermo al colegio. Lucía sugiere una segunda opción; encontrar a la única persona que me puede dar información precisa sobre esos años de trabajo de Armando como lotero. El hombre se llama Álvaro, uno de los vendedores más antiguos del oficio en este pueblo. *** El cenicero rebasar su capacidad con las colillas, cenizas y paquetes de azúcar. Un contenedor de objetos se sostiene en la lucha por los pequeños espacios. La puerta se abre tras nosotros y un se-


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ñor entra con lentos pasos arrastrados. Lo saludan y después nos presentan. Es don Álvaro, el vendedor de lotería del que había hablado Lucía. Pide permiso para ir al baño. Ese era el motivo de la visita. Regresa a la mesa después de aliviar el afán y la vejiga. Le piden un tinto y no lo acepta. Ha tomado muchos esta mañana y su cuerpo ya ha dado respuestas de ello. Don Álvaro; estoy escribiendo una historia sobre Armando Fajardo…

tos crónica. —Sí. Él vendió lotería. —responde. — ¿Recuerda hace cuánto? —Eso si está como grave porque podríamos ir allí pero cambiaron la oficina. Así que yo me acuerde ¿Qué le digo? Por ahí unos siete, ocho años hace que vendió lotería él. — ¿Durante cuánto tiempo trabajo en ello?

¿De qué?

—En eso si duró poquito. Muy poquito.

—Una historia del señor que pinta los postes. —Ah, ese. Ese se la pasa aquí afuera. Se llama Armando.

— ¿Hay personas que aseguran que fueron como cinco años?

—Me han dicho que él fue vendedor de lotería ¿Quisiera saber si recuerda algo de eso? Álvaro toma el bastón con las dos manos y lo coloca bajo el mentón. Parece sostener el peso del pensamiento en el madero. Por momentos su voz suena seca y empujada por el padecimiento de una

—Hay gente que dice… que fue poquito… Sí… pero fue muy poquito. ¿Poco es cuánto más o menos? —Por ahí unos dos años. Álvaro es un hombre de edad avanzada. Lleva una chaqueta gruesa para el frío a pesar del calor que


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hace. Viste una gorra roja y un pantalón de paño planchado por las líneas frontales. Su piel es dura y curtida, sus labios parecen estar heridos por la sequedad de una posible fiebre interna. Su voz es ronca, cascada y cada palabra que pronuncia es lenta y pensada. En su antebrazo izquierdo lleva el talonario de billetes de lotería. En su mano derecha lleva un bastón de madera. La empuñadura de la muleta tiene una canica transparente con flamas de tres colores dentro. Un adorno o amuleto escondido a los ojos altos que lo ven caminar a pasos lentos. Álvaro mira a Lucía y continúa con la historia. Armando trabajó para Álvaro vendiendo lotería más o menos ocho años atrás. Su zona de venta era el Parque Central y la Plaza de Mercado. Evitaba salir a vender a otros lugares, quizás por comodidad, quizás por temor. En Armando había visto una persona con buena actitud para el aprendizaje constante. Era él quien redactaba los memorandos del grupo de loteros para cuando tenían algún problema en el gremio. Tenía muy buena letra para el oficio, algo que terminaría siendo evidente en el trabajo actual.

¿Sumerce recuerda algo más de la vida de Armando? —Pues que era un buen hijo. Sacaba a la mamá por ahí en una silla de ruedas y la cuidaba mucho. Tiene una casita al lado de Las Piedras de Tunja. No más hasta ahí. Ya después resultó que… —guarda silencio. ¿Usted sabe por qué enloqueció? — No, él antes de eso me contaba a mí de que se acostaba y no podía dormir… Álvaro suspira. La luz hace que sus ojos se pierdan tras el reflejo de las gafas. Ante la posibilidad de que Armando sufriera las pesadillas; dice: «él solo me decía que no podía dormir». Después habla del cuadro que Sixto Vargas le hizo. Un dibujo a Armando de cuerpo presente sin ningún problema. El cuadro estuvo en el mostrador de una ferretería a media cuadra de este lugar. Estaba junto con las imágenes de otros personajes y unas fotografías de la iglesia del centro. Era un dibujo en lápices


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sepia en un papel blanco y enmarcado en bordes metálicos dorados. Parecía ser copiado de una fotografía. Tomamos el último tinto. Una ronda de teorías posibles conspiraciones sobre las causas de la personalidad de Armando se escucharon. Enloqueció debido a la muerte de su madre, por leer tantos libros, metía vicio, una mujer lo dejó y se “deschavetó” Escucho con atención y guardo silencio. Una mueca de sonrisa por la lista de posibilidades se esboza en mi rostro. Álvaro se levanta y se despide. Agradezco a Lucía y a su hija por la colaboración y confirmo mi asistencia para el miércoles siguiente. Salgo tras las huellas de Álvaro. *** Miércoles. He llegado temprano al café para la entrevista con el amigo de Lucía. Hoy el sitio tiene más concurrencia que los días anteriores. Parejas que beben algo caliente para el clima de inmediata frialdad. Unos hacen mezclas de cerveza y café, los “despechados” beben el trago con limón. Pido un café y un cigarrillo mientras llega alguien conocido. Pasada media hora aparece Lucía, un caminar tran-

quilo que hace estaciones cada cierta distancia. De inmediato llama al hombre que me va a hablar de Armando. Diez minutos de espera para Juan. La expectativa para con un espectro informante. No recuerdo haberlo visto. Lucía habla de García Márquez y los libros que ha leído. La cubierta de la habitación se abre y el humo se persigue, una multitud sofocada del espacio. Un empleado de los carros de cerveza llega. Empieza a organizar las botellas que están en las canastas desocupadas. El sonido de las botellas es un aplauso desesperante de cristales secos. Lucía dice que ella ha contado el tiempo en que realizan esta labor. El hombre se demora cuarenta minutos normalmente. Un pasatiempo un poco extraño el de la mujer. Eso pienso mientras la concurrencia va fluyendo y Juan no aparece. Pasada media hora llega el hombre. Al saludarlo siento las manos frías de la madrugada. Se ve ansioso, quizás apresurado. Frota sus manos palma sobre palma y luego hace círculos sobre ellas como queriendo acorralar unos dedos con los de la otra mano. Mira alrededor y ve la cantidad de humo que


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se sostiene en la zona. Nosotros no fumamos pero él saca un cigarrillo de la cajetilla y es quien empieza a fumar. Lucía en su mirada insistente sigue cronometrando el tiempo de trabajo del surtidor de cerveza. En el rostro de Juan hay unos ojos pequeños, redondos y negros. Su mirada se fija hipnótica en un punto mientras habla. Después da saltos espaciales mientras recuerdan fragmentos de la historia. Su rostro esta afeitado esta mañana. Su cabello completamente cano se ve peinado como un oleaje de pelos tranquilos y guiados. Viste una chaqueta amarilla de overol, un jean azul grueso y botas negras. Sus manos son grandes y duras debido a su trabajo como constructor. Su voz es suave, amable y su hablar puntual. Dispone de un vaivén de relatos para comentar. Es esto por lo que estamos hoy aquí en un conversatorio confesional. Juan es vecino de Armando desde su juventud. Le conoce hace tiempo y trabajaron en 1979 con la constructora que inicio la obra en el barrio La Arboleda. Durante estos años, Armando trabajó como ayudante obra. Nunca presento episodios que mostraran cambios en su comportamiento. Después de

ese trabajo se separaron laboralmente. Él lo veía por las calles y fue testigo de su transformación física y en su conducta. Héctor Armando Fajardo Melo es el nombre completo del “Loco de la Casa”. Su padre murió cuando era muy joven. El nombre de su madre era Julia. El hermano dueño del taller que estaba en la segunda entrada a la casa era Jaime. Y no era una hermana la integrante ausente de la familia, son dos parientes los que están vivos. Residen en el exterior. Nunca han aparecido para saber sobre la salud y vida de su hermano. Armando es una persona con grandes capacidades intelectuales y curiosidad por aprender. Se presume que estuvo en la FAC y posiblemente tiene un curso de paracaidista (algo singular para el relato) «Él estuvo en un tratamiento para su estado clínico en la Clínica Nuestra Señora de la Paz en Bogotá». Su madre estuvo pendiente de sus recaídas mientras le fue posible; después de su muerte, el tratamiento quedo en el abandono y las ayudas de las entidades municipales parecieron terminaron.


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Juan afirma que Armando fue visitado por SÉPTIMO DÍA y SIGUIENDO EL RASTRO, programas de crónica roja de la televisión colombiana. Durante las entrevistas había tenido una gran disposición y lucidez para con los periodistas. Al buscar los programas en internet, no encontré información para corroborar esta afirmación. Es mediodía. Agradezco a Juan y a Lucía por su ayuda. Me despido esperando encontrarlos pronto. La historia parece tener más capítulos. Párrafos que quizás hieran susceptibilidades de benefactores oportunistas, representantes de la moral escondida o voces de saludos al acecho como buitres. Intereses cercanos a un hombre que quizás lo sepa y los esté obviando mientras continua pintando estas calles. *** Es EL LOCO DE LA CASA. Armando pinta los postes del alumbrado, las bahías de los parqueaderos y los reductores de velocidad con los dedos de sus manos como pinceles. Ubica los restaurantes, funerarias, floristerías, supermercados y otros nego-

cios en un poste de alumbrado público con pinturas de colores. Un mapa de lugares, una guía de sitios de este pueblo para lo poco que existe. Dibuja en troncos de árboles de todas las edades y sobre las palmeras secas que dejan descolgar sus brazos en la tierra fría. En las canecas sin uso y las que sufren abuso, en andenes ciegos a las caídas y en los pequeños muros de los parques compartidos. Armando viste de negro como la noche y sobre su ropa salpica pintura como estrellas mordidas. Su mirada se esconde entre un bosque que son sus cejas. La piel dura de su cara arruga un gesto bonachón. Su cabello es negro con terminaciones claras, despeinado por el viento o fijo con agua de la lluvia y peineta plástica. La barba larga y poblada cubre la mitad de su rostro mientras en el mentón las hebras parecen oxidarse por efecto del cigarrillo. Sus labios grandes y extendidos de sonrisa dejan ver pocos dientes en la opacidad de la boca. Viste un chaleco de jean negro con varios bolsillos debajo de un saco de paño. En el bolsillo del lado del corazón guarda un encendedor, un lapicero negro y un mezclador rojo para endulzar el café. Su pantalón negro


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de paño sostiene puntos de pintura y los zapatos de tenis de gamuza gastada son amarrados a la fuerza. En el dedo meñique de la mano derecha lleva un anillo sin brillo, en el anular el aro de un llavero que no ha herrumbrado aún la carne de sus manos. En la mañana llega a la Plaza de Mercado a las seis. Espera afuera de la panadería que está cerca a la salida de las busetas que salen para El Rosal y Bojacá. Enciende un cigarrillo y lo fuma con afán. Como un trompo da vueltas observando a las personas que van de paso. Lleva una maleta azul donde guarda sus pinturas; la coloca contra el poste de la energía. Se acerca a la entrada del negocio y pide un café con una bolsa de panes. Agrega el azúcar a la bebida y comienza a girar el mezclador observando un remolino de encantamiento. El pan lo come sin sacarlo de la bolsa, utiliza ésta como un guante oportuno. Deja el vaso sobre el mostrador. Coge un pan y lo hace migajas para esparcirlo sobre el andén y de esta manera alimentar a las palomas que cagan desde las partes altas de las casas. Utiliza el vaso donde bebió el tinto para hacer sonar

las monedas. Un cascabel para solicitud de caridades. Al pedir limosna lo hace en voz baja, casi en silencio. Nadie en el pueblo ha asegurado que él lo haya robado o que haya actuado de forma violenta. Con frecuencia se encuentra en la zona más poblada y transitada del pueblo, el centro. Después de pintar postes, desyerbar jardines, podar árboles, recoger cartón o barrer algunas calles va a pedir limosna cerca al parque central. La heladería Peppa en la calle quinta con carrera cuarta o cerca al semáforo se la segunda con sexta. Puede estar en todas partes sin ser visto; hace cuatro días pintaba un poste diagonal a UNIAGRARIA. La semana anterior ayudaba a desyerbar alrededor de los árboles que están en el barrio donde vive. Dos días atrás podaba un árbol cerca de la Biblioteca. En las mañanas frente SAOMA o pintando un pendón de un restaurante a cambio de un plato de comida para esa misma tarde. —¿Por qué no trabaja con pinceles? —Yo no aprendí a manejar esa vaina. Me maneaba; es mejor así.


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¿Usted dónde aprendió a pintar? —No para nada. Yo le hago a estas cosas —dice mientras la señora del restaurante está invitando a los transeúntes a probar el menú del día. Hoy trabajó cerca de la Clínica Santa Ana. Estamos a dos cuadras de allí y en la pared de atrás está uno los mensajes hechos con marcador. Él los reconoce. Al preguntarle por ellos se ríe: «el significado hay que averiguarlo» Quizás la profesión de Armando haya sido matemático como algunos afirman. Quizás haya crecido fascinado con el encanto de ser Frank Gorshin, El Acertijo. Hay algo bajo la mirada de eterna tristeza de sonriente semblante; unas ojeras de pintura brillan como el final de una galaxia en expansión. *** Estamos en invierno. Esta noche va a llover. Cuando esto suceda no habrá más opción para escampar. Tendrá que saltar por el hueco de la entrada del taller. Otras oportunidades: las ventanas rotas de la casa. ¿Por qué? No perdió las llaves de la entrada. Con un cordón de soldadura sellaron la puerta. En

el patio, la osamenta del árbol común se alegra con la llegada del ausente ruido. En la noche oscura el cielo deja ver las estrellas. Armando sube a fumar sus L&M entre las tinieblas de los ladrillos fríos. Las paredes negras y la profundidad parecen encenderse cada vez que aspira del cigarrillo la luz. Hoy, fuego con cartones y papeles viejos para cocinar. Hoy, la cocción de los alimentos es en tarros metálicos de pintura. Hoy, no hay servicio de agua, gas ni energía. Hoy, hay afán de frío y de hambre. Quizás los sueños alivien los dolores. Hoy, está lejos de la competencia y cerca del mundo que desprecia la marginalidad. Hoy querrán su espacio. Hoy le harán promesas de gobierno. Hoy sacarán dos toneladas de basura de la casa. Hoy del mundo descansa con la mirada alerta. Hoy puede estar sentado para que un retrato. Hoy puede ser testigo ausente de un atraco continuo. Hoy puede encontrar cartón para cambiarlos por revistas o algún libro para sentarse a leer. ¿Mañana? No sabemos mañana; no sabemos dónde lo espere esa mañana.


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*** Todos pasan bajo la lluvia y seguramente no esté pintando estrellas. Se abren paraguas sin conocer el destino. Los automóviles levantan los charcos hasta las aceras. Los perros duermen bajo las cornisas y los ancianos escuchan las noticias en la radio. Todos pasan como fantasmas desvanecidos en los afanes. Una ruta sin brújula. Todos trazan las líneas de su historia, él dibuja un camino borrado. Son días de invierno. Los hilos de agua caen por las canales de su casa hasta el patio recogido. Dentro de las canecas de pintura almacena lluvia para bañarse y para comer. Él no se olvidó de vivir y unos pocos recordaron cerrar el registro por donde llega el agua al hogar.

Sin rencor estará como el Llanero Solitario. Estará fumando sobre el techo de los árboles, mirando al cielo con la sonrisa eterna del tiempo y el parpadear de las estrellas. Dejará un poco para después. Quizás mañana haya una respuesta a los problemas de su matemática inconforme.


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LOS ÚLTIMOS HOMBRES DE LA TIERRA

El paro agrario en Facatativá

Fabio N. López Morales

Cultivo de fresas, Vereda Mancil a - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta


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Aparecen en elecciones unos que l aman caudil os Que andan prometiendo escuelas y puentes donde no hay ríos Y al alma del campesino l ega el color partidiso Entonces aprende a odiar hasta quien fue su buen vecino Todo por esos malditos politiqueros de oficio A Quién Engañas Abuelo - Arnulfo Briceño —Leticia me había advertido antes de salir. Esa tarde las cosas se iban a complicar — ¿Usted qué hizo? ¿Si le hizo caso? — La verdad no. Ella sabía que la curiosidad me iba a poder más. —una mueca de sonrisa se sostiene en el rostro de Nicolás— A toda costa yo iría a mirar lo que estaba sucediendo. Hubo personas que en el trabajo hablaban de ello. Había muchachos que venían a trabajar desde Madrid y que también estaban esperando que el paro iniciara. Guardaban

los panfletos en los casilleros y evitaban que la parte administrativa los encontrara. — ¿Qué pasaba si ellos encontraban esos papeles? —Nos podían despedir. —responde puntualmente. Nicolás hace memoria mientras fuma. Después de agregar el azúcar al café comienza con a contar las vueltas que da con el mezclador. Lo hace en una dirección y luego en la otra. Se asegura de que el punto de dulzura sea el correcto. Toma un sorbo corto, lento y deja el mezclador en el cenicero. Coloca el cigarrillo en un cenicero de cristal húmedo. La ceniza empieza a colgar del lado de adentro del recipiente. La cita es a las tres de la tarde. Ha llegado unos minutos antes. Le he encontrado fumando y leyendo. Estamos en una cafetería sobre la carrera cuarta con calle octava en Facatativá. El sol parece haberse quedado puesto sobre el pueblo desde el mediodía. La luz ilumina todos los espacios de la calle y sobre los vidrios de los autos estacionados cerca de la Registraduría Municipal se ve el temple de la temperatura secando todo. El viento aparece


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por momentos, ráfagas amenazantes que refrescan. Una línea de arbustos pequeños hace fila a su espalda mientras por momentos un parasol gigante amenaza con caer sobre nuestras cabezas.

fuerte, además las cosas en este pueblo no son muy “amables” cuando estas cosas suceden. —recordar parece hacerle gracia mientras hace los símbolos de las comillas con sus dos manos.

— ¿Ustedes sabían algo de lo que iba a suceder en Facatativá?

— ¿Cuándo supo que la situación iba en serio? ¿Cuándo vio que las cosas se complicarían?

—Las voces se venían corriendo desde días antes. El paro agrario nacional era una buena excusa para que un sector del pueblo se uniera a las peticiones de las demás regiones. —Cada vez que fuma sacude el cigarrillo en el cenicero, así no haya necesidad de hacerlo— Yo lo había hablado con una amiga que viajaba a su trabajo en Bogotá pero que dos ocasiones no había podido salir por temor a que en cualquier momento las cosas comenzaran.

—Cuando llegué al pueblo.

— ¿Qué era lo que los atemorizaba en esos momentos? —Todos en Faca sabían que la situación iba a explotar. Ya se había generado unos pequeños bloqueos por las salidas que llevan a Bogotá por la calle 80. Pero aún no se había gestado algo más

*** Finalizando el mes de junio inicia en Colombia un cese de actividades por parte del sector agrícola nacional contra el gobierno de Juan Manuel Santos. Los transportadores, los grupos de minería artesanal, trabajadores del sector salud y educación, los estudiantes y las centrales sindicales y organizaciones populares se unieron al paro. Una serie de diferencias se iniciaron entre las partes; el al alto precio de los insumos agrícolas para la producción, el uso de semilla extranjera para las siembras y la relación de precios establecidos por las condiciones del TLC (Tratado de Libre Comercio) con los Estados Unido fueron el detonante de las diferencias.


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Un gran porcentaje de las ciudades capitales de los departamentos del país iniciaron el cese de actividades el 19 de agosto de 2013. Siendo los departamentos de Cundinamarca, Boyacá. Antioquia, Nariño, Caquetá y Putumayo las regiones con mayor intensidad en las manifestaciones. Sectores agrícolas como el cafetero, cacaotero, panelero, arrocero, papero sumados con los ganaderos desarrollaron una actividad importante en un país donde un tercio de la población, los que están dedicados a este tipo de actividades económicas viven en la pobreza. Facatativá no era la excepción. El sector de producción agrícola ocupaba un renglón muy importante dentro de la economía municipal. Quizás en estos últimos años solo quede la producción de fresa como actividad estable, después de ello el maíz y lo demás va siendo una mala cosecha de solo historia. — ¿Qué sucedió cuando llegó al pueblo? —Fue un poco extraño. Nos habían dejado salir una hora antes de cumplir el horario laboral. El área ad-

ministrativa había salido dos horas y medio o tres antes. No recuerdo. Vivían en Bogotá pero había unos que vivían en Faca o en municipios cercanos. Esa fue la razón para que salieran primero. —Si se había advertido que el sector de transporte no iba a funcionar ¿Cómo hizo para llegar al pueblo? —Cuando llegamos al paradero que lleva de Cartagenita a Zipacón nos pudimos dar cuenta que la cosa era seria. Habían llamado a la oficina para que saliéramos más temprano, las cosas se habían complicado. Ellos se habían marchado tras la hora de almuerzo y habían llegado sin problema alguno. Nosotros salimos a las dos y media de la tarde. No recuerdo. Una buseta blanca de servicio pirata nos recogió y nos trajo hasta el pueblo. Su única condición era que no iba a llegar hasta el centro. *** Alberto es el padre de Nicolás. Ha vivido en Facatativá toda su vida. Todos los cincuenta y siete años ha trabajado en el campo. De igual manera lo hizo su padre. El abuelo de había llegado cuando la gue-


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rra entre liberales y conservadores se iba haciendo más dura después de la muerte de Gaitán en 1948. La familia había estado unos pocos años en Bogotá después de haber salido del Sumapaz. Al llegar a Faca se dedicaron a la agricultura en los alrededores del pueblo durante el resto de sus días. —Mi padre es de los últimos hombres que trabajan en el campo. De los últimos que quedan en este pueblo. Siempre lo ha hecho desde que tengo uso de razón (Nicolás ha pasado los treinta años de edad) Aún lo sigue haciendo. Durante toda su vida ha estado vinculado en al campo como obrero.—suspira mientras lo dice, como si afirmarlo fuese algo que siempre le haya costado decirlo— Solo durante tres años trabajó en una empresa de fabricación de concentrado para animales, pero la verdad no le gustó el trabajo y decidió seguir en sus cosas. Nicolás es flaco y blanco. Su rostro es largo de facciones marcadas y sus cejas gruesas parecen caerse en la mirada de sus ojos tristes. Sus labios son pequeños, por momentos ajustados pero cuando empieza a explicar las cosas parece un torrente de

palabras. Sus manos se mueven como lianas creciendo entre los árboles mientras habla. Viste gorra de un equipo de fútbol inglés y una camiseta negra de Led Zeppelin. Usa jean y tenis, siempre lo hace. Esto lo deja claro mientras enciende otro cigarrillo. —Durante el paro agrario ¿Qué opinaba su papá de la situación? —Eran situaciones contradictorias. Decía que al fin y al cabo eso para qué lo hacían si las cosas continuaría igual, quizás peor. Y resultó siendo cierto, las cosas en el pueblo nunca mejoraron, el sector agrícola desapareció. Por otro lado, él decía que para que perdía su tiempo si lo único que quedaba era ir a trabajar. La situación durante estos días fue ambigua. Los obreros del campo no salieron a las marchas del paro agrario. Ellos trabajaron en los oficios que fueron contratados para la semana. En cultivos de papa, maíz, alverja o en cualquier otra cosa a las que los llevaran. «La verdad no recuerdo que estaba haciendo él esa semana» responde Nicolás cuando


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le pregunto por las labores en las que trabajaba su papá durante aquel tiempo. «A ellos los encuentra todos los lunes en la esquina de la plaza de mercado, en la quinta con séptima» y efectivamente ahí están. Sin importar si es día festivo o no, estos hombres salen a buscar quiénes les de trabajo. Se recomiendan entre ellos si hay alguna noticia, tratan de dejar programado desde la semana anterior. Buscan al “patrón” y le hacen la charla para que les “de coloca” Fuman, toman tinto o aromática. Vuelven y fuman. Llegan en bicicleta o a pie con sus maletas gigantes con la ropa de trabajo, la comida para el día y sus azadones. Otros llegan sin nada y así arrancan para donde sea, con

tan solo una gaseosa y una bolsa de pan o sin nada. —La verdad yo no los vi el día del paro. No reconocí a alguna persona con las que mi padre ha trabajado. Eso fue lo gracioso. —sonríe mientras toma un sorbo de café— El día del paro agrario los campesinos tuvieron que ir a trabajar. *** La plaza central estaba vacía. Los pocos transeúntes que se veían pasaban bajo las construcciones, la iglesia o cerca de los negocios que ya estaban cerrando. Todavía no había señal de que la marcha fuera a llegar. Pero Nicolás había llegado. Atravesó la plaza en diagonal desde la biblioteca hasta la alcaldía. Sobre la sexta con quinta se veían los pri-

Cultivo de fresas, Vereda Mancil a - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta


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meros manifestantes venir. El sonido de los pitos y las arengas estaba cada vez más cerca.

sentando al sector estudiantil. Detrás de ellos llego gente particular, del común y representantes de organizaciones sociales y sindicales.

—Había una tienda que aún tenía las rejas entreabiertas. Yo pasé la plaza y fui hasta allí, compre un paquete de cigarrillos y llame a mi amiga para saber dónde estaba. La verdad no recuerdo bien si me dijo que aún estaba en la casa.

La policía se ubicó en la entrada de la alcaldía, cubrían el ingreso. Los jóvenes seguían cantando y haciendo exigencias. “HAY QUE SALTAR, HAY QUE SALTAR. EL QUE NO SALTA ES POLICÍA NACIONAL” ahí estaban entre situaciones retadoras, ahora sí frente a frente.

— ¿La gente de los negocios que decía en esos momentos? —Estaba asustada. La señora que me vendió los cigarrillos decía que la cosa se iba a poner jodida y efectivamente eso fue lo que sucedió. En su cara se notaba el miedo y la curiosidad. Cuando la marcha llegó frente a la alcaldía lo primero que se evidenció es que eran personas jóvenes. Hasta niños se vieron. Era una comparsa de ruidos y arengas retando al alcalde de turno Orlando Buitrago (no es que haya sido una maravilla, según Nicolás) Los estudiantes de la Universidad de Cundinamarca estaban apoyando al paro repre-

— ¿Usted no vio gente extraña? En las declaraciones del gobierno municipal a la prensa nacional se hablaba de una marcha infiltrada. —La verdad. Yo vi a los mismos. Se distinguían los tres grupos; los estudiantes, los que estaban de paso y los que pertenecían a las organizaciones sociales. Los mismos que se encargan de estructurar las marchas del día del trabajador. — ¿Y quiénes son los de esos grupos? —Algunos de los que se molestan por tomar Coca-Cola con un cigarrillo de la Philip Morris.


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*** La prensa nacional parece una serie de copias en declaraciones y sucesos. 400 manifestantes, la alcaldía y 12 negocios destruidos, 34 adultos y 38 menores detenidos. 12 heridos entre ellos tres integrantes de la fuerza pública. Una cita por redes sociales, una marcha que se convirtió en vandalismo un 27 de agosto de 2013. Este fue el resumen de información que se conoció en portales de periódicos como El Espectador, El Tiempo y el País de Cali o en noticieros como RCN y Caracol Radio y Caracol Televisión. —Lo primero que vi fueron los pelotazos de pintura sobre la pared y después un vidrio se quebró. La policía empezó a lanzar gases lacrimógenos y después todos a correr. — ¿Qué sucedió después? —Algunos jóvenes intentaron reagruparse frente a la alcaldía. Otros se fueron ubicando en las esquinas de los ingresos a la plaza. Era un juego de provocaciones. Los policías los corrían y los manifestantes hacían el amague de regresar. Así fue un

rato, pero eran escenas que pasaban a toda prisa. Nicolás levanta la mano y pide dos tintos más. La dueña de la cafetería asiente y regresa pronto con ellos. Abre las dos papeletas de azúcar y comienza a contar los giros con el mezclador mientras va aspirando del cigarrillo para que no se apague. El sol ya ha mermado y la sombra fría de la tarde parece que se va a sostener hasta los huesos. —Vi la persecución de los policías contra los que habían ingresado a la calle de los abogados. Un abuelo estaba sentado en uno de los separadores del parque. Una silla gigante de cemento. De un momento a otro una granada de gas pareció pasar sobre su cabeza. El viejo parecía no inmutarse. — ¿No hicieron nada para sacarlo de ahí? —Había mucho humo. Pero de un momento a otro unos señores lo jalaron hasta uno de los negocios del frente —Nicolás dibuja los recorridos sobre la mesa con sus dedos— Al llegar a la esquina me encontré con mi amiga que venía a ver lo que estaba sucediendo. Venía con un primo y habían entrado por la calle segunda, por el lado donde está el al-


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macén Tía. Luego, un muchacho que iba en una bicicleta se cayó en plena vía. Aspiro el humo y al suelo, parecía no reaccionar. Lo tuvieron que llevar al hospital en la misma bicicleta. — ¿Qué hora era en ese momento? —No sé, pero creo que aún no eran las cuatro. *** Trabajar en el campo en Facatativá es toda una osadía. Los grandes cultivadores que hubo en una época ya no están. Las fincas para producción agrícola van desapareciendo. Unos dueños vendieron en las periferias para la construcción de nuevos conjuntos residenciales. Posiblemente las irregularidades que parecen presentar estas actuaciones se conozcan con el transcurso del tiempo, como ha sucedido en Mosquera-Cundinamarca en estos días. Otras personas no volvieron a sembrar porque lo perdieron todo en una mala cosecha o en un mal negocio y en otros casos, la apuesta del sector agro está enfocada en las grandes empresas de flores que siguen creciendo o en cultivos frutales como la fresa que cada día siguen apareciendo.

Al reunirse con sus compañeros de labor, las conclusiones a la que llegan los hombres que trabajan el campo es que aquí ya no hay nada más que hacer. Por temporadas cortas trabajan en la sabana. Otras semanas no hay trabajo y en el peor de los casos tienen que viajar a tierras de Tolima, Caldas o Boyacá para trabajar unos meses y así enviar dinero para sus familias. — ¿Su papá qué opina de la situación actual? —Que está muy jodida. Les dice a mis hermanos que estudien y que busquemos un buen trabajo. Que la vida en el campo es muy complicada, pero que él ya está viejo y eso lo único que sabe hacer. — ¿Es complicada la vida en el campo? — ¡Claroooo! A esa gente le toca durísimo. Tienen que madrugar y trabajar hasta tarde. Fuera de eso les toca trabajar como burros bajo el sol y la lluvia. Tienen que aguantar los caprichos de los patrones hasta para pagarles. No tienen seguro médico ni prestaciones laborales. Son personas que están a la deriva.


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— ¿Cree que las cosas pueden ser mejores? —La verdad, no. Eso mismo piensa mi padre. *** —Nosotros esperamos un rato. Ella quería pasar hasta la primera por toda la sexta pero la situación se escuchaba complicada. Así que decidimos dar la vuelta por la segunda y bajar por la séptima. Así sería más fácil ver lo que sucedía. — ¿Y qué sucedía? —La gente subía por el puente peatonal que llevaba de la estación del tren a la calle de los abogados para lanzarle piedras a los policías. Otros ingresaban por las esquinas de la calle. Solo sonaban piedras y piedras. Y otras veces no se veía entre los gases lacrimógenos. Era un infierno pequeño. —Al final ¿Qué decidieron hacer? —Nosotros queríamos ir a ver qué era lo que sucedía. Estábamos a solo dos cuadras del puente. Sobre la calle habían encendido neumáticos. Así que fuimos avanzando. Mi amiga había dicho que ese

humo ayuda a controlar el efecto del lacrimógeno y por eso decidimos avanzar. Al llegar a media cuadra vimos a un niño pequeño caminar ahogado contra la pared. Fuimos corriendo a sacarlo. Lo tomamos de una mano cada uno y lo llevamos colgando por media cuadra más. El efecto de humo era más fuerte. Así que lo dejamos sentado en la acera. Recuerdo que el chico pidió agua y le dimos un poco. Le dijimos que se fuera con nosotros pero él prefirió seguir “chupando bóxer. El paro continuó durante varias horas más. Para controlarlo fue necesario la presencia de la fuerza pública. ESMAD, policía, carabineros y al inicio de la noche de los militares del Batallón de Comunicaciones. El gobierno municipal afirmó en su momento que los vándalos los habían retenido en la alcaldía, una afirmación un poco temeraria. Efectivamente se dio la orden de toque de queda en un pueblo que perece tener un gen propio y característico para cada vez que suceden estas cosas. Nicolás al día siguiente tuvo que ir a trabajar. Muchas empresas hicieron lo mismo con sus empleados. Todo seguiría igual, como si nada hubiese sucedido.


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Nicolás apaga el cigarrillo. La empleada del café regresa para entregar las vueltas del pago de la cuenta. Nos levantamos de la mesa y al despedirnos puedo ver que está leyendo Bolaño, ¨Estrella distante¨, (un buen libro). — ¿Su padre hubiese salido a marchar durante el paro agrario? —La verdad no. Ellos no pueden parar de trabajar porque quién les va a dar de comer. — ¿Usted cree que las cosas puedan cambiar? —No. Leticia me lo había advertido. Y efectivamente las cosas se habían complicado. Solo que ahora son peores.


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TRES DIARIOS DE PÓLVORA QUEMADA

Destellos de una polvorería en Facatativá

Omar David Herrera

Predio de antigua polvorería, Vereda Pueblo Viejo - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta


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José Augusto Ramírez Junior 6:49 a.m. José Augusto Ramírez Junior era el hijo del dueño de la Polvorería, un muchacho en la etapa de la pos-pubertad. Aquel domingo, Morfeo lo liberó de la prisión del sueño. Cuando se levantó no se echó la bendición como usualmente lo hacía, sino que se dirigió rápidamente al baño, hizo sus necesidades y se lavó la cara. Volvió a su desordenada habitación, arregló la cama y se vistió las medias y zapatos, pues no acostumbraba a desnudarse en las noches, así que usó la misma ropa del día anterior. 7:10 a.m. Se acercó al comedor, le agregó sal al caldo de papa con hueso e inició a cucharear hasta que el líquido desapareció, como un perro arrancó la poca carne del hueso, bebió chocolate sin leche y se atravesó un pan completo. 7:52 a.m. ¡Piiiiii!, ¡Piiiiii! ―sonó la bocina de un carro―, José caminó hasta la salida de su hogar, se tardó casi dos minutos debido a que su casa era

una especie de plazoleta, allí se armaban cabañas para vender la pólvora en fechas especiales. Buenos días patroncito, dijo José dirigiéndose al comprador, ¿Cuántos bultos son hoy?, el hombre levantó los dedos corazón e índice, indicando dos. José caminó de vuelta mientras el comprador parqueó el camión y se fue a tomar gaseosa. 7:56 A.M. José sabía que los bultos estaban cargados con cinco arrobas (125 lb.), sin embargo, pensó que soportaría, así que con ayuda de su madre los cargó en su lomo. 7:58 a.m. José tambaleaba debido al gran peso que llevaba, pero podía controlarlo. Algunos de sus familiares lo observaban, pues era una costumbre presenciar las primeras ventas de la Polvorería. 7:59 a.m. El bulto que estaba encima resbaló, segundos después chocó con el piso…


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*** José Aponte 7:39 a.m. El dueño del Colegio Aponte (el cual quedaba justo al lado de la Polvorería) se dirigió al baño con la cuchilla de afeitar en el bolsillo derecho de su pijama, allí abrió la llave del lavabo, se aplicó jabón y pasó la cuchilla por casi todo el rostro. 7:58 A.M. Don José terminó de afeitarse, pero decidió cepillar sus dientes antes de dirigirse a tomar el desayuno, así que untó el desgastado cepillo con crema sabor a menta y comenzó a limpiar su gris dentadura. *** Omar Herrera 6:33 a.m. Aquel día me desperté temprano en la mañana, pues mi padre era un hombre muy estricto, y nos ordenaba (incluidos mis hermanos) ayudar a mi madre en los quehaceres de la casa, ¡y ay de que hiciéramos mala jeta!, ¡ja! ¡Nos daba en la mula!, eso no es

como ahora que uno dice les dice algo y ya es que lo van a demandar, ―Me mira desconfiadamente y continua―, si una vez me preguntó: ¿usted que está haciendo, hablando o comiendo? Y yo de avispado le contesté; las dos y continué hablando, cuando menos me lo esperaba, sentí un dolor agudo en mi espalda, caí al piso con todo y panelon... menos mal el dolor me duró solo cinco días. 7:59 a.m. Yo estaba ordenando la madera cuando en el barrio Santa Rita, un ruido ensordecedor me hizo saltar el corazón. HORA DE LA EXPLOSIÓN 8:00 a.m. El bulto lleno de pólvora chocó fuertemente con el piso, produciendo un potente estallido que retumbó en la gigante pared de roca del cerro de Manjui, lanzó los cuerpos de los presentes en todas direcciones, rompió vidrios, resquebrajó tejados, derrumbó muros, y cegó vidas. 8:01 a.m.


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Don José Aponte estaba finalizando de cepillar sus dientes cuando repentinamente los muros del baño cayeron, e inminentemente el techo se desplomó, dejando sin vida al rector del colegio.

despejara completamente, ya estaba agolpado de gente, minutos después llegó la policía y acordonó el lugar, formándose un circulo alrededor del sitio de la explosión.

8:38 a.m. Vida regada por el piso, pues “Medicina Legal” estaba haciendo el levantamiento de los cuerpos.

8:45 a.m. Más tarde, me volé de la casa y fui a mirar que había pasado, cuando llegué lo primero que vi fue el colegio “Aponte” casi destruido.

Omar Herrera 8:00 a.m. La detonación me dejó el oído con ese molesto pitido, y con el tejado de la casa hecho pedazos. 8:01 a.m. Mi hermana la mayor y única mujer (la consentida de mi padre), iba a salir a ver qué había pasado, pero mi madre la agarró del encrespado cabello, la retornó a su sitio, y cerró la puerta de un golpazo. 8:03 a.m. Esperé a que mi madre se alejara, y lentamente me acerqué a la puerta, la abrí un poco, y miré por en medio de la puerta y la pared; vidrios, tejas, polvo, pedazos de bloque… Antes de que el polvo se

8:48 a.m. La policía ingresó al colegio “Aponte” a inspeccionar el lugar, por suerte era domingo, o si no hubiese sido peor el desastre. Al entrar, los policías caminaron en medio de un amplio salón, hasta llegar al baño que quedaba un poco más atrás, allí encontraron a don José Aponte, aplastado por escombros de monumental tamaño. VARIOS DÍAS DESPUÉS Don José Augusto Ramírez pagó por los desastres que causó la explosión en todas las casas aledañas al sitio.


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LOS T ERRIT ORIOS DEL CIELO

Un acercami e nto a l o s ci m i e ntos de La Virgen de la Roca Monumento Virgen de la Roca - Cortesía de Diego A. Sánchez Acosta

Vilma Stella Castil o Muñoz


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Virgen tutelar de la ciudad, a sus pies se encuentran las cuevas que parecen ruinas de un antiquísimo templo: altos embovedados, columnas truncadas, capiteles de extraña arquitectura; una inmensa laja forma allí un admirable puente natural, por encima del cual cruzan el camino el camino de herradura que se dirige a la Chaguya y a la vieja carretera de Occidente. 2. Las cuevas de la Virgen son formaciones rocosas, que tienen su entrada en la intersección del río Botello con la vía férrea y la carretera principal hacia Bogotá. Al adentrarse en las cuevas, éstas van tomando profundidad e internándose en la tierra, continuando el cauce del río Botello en algunos sectores, posee diversas entradas interiores, algunas de las cuales se encuentran sin explorar, según relatos de algunos habitantes del Municipio, las cuevas tienen túneles que llegan hasta el Parque Arqueológico y otra hasta el Cerro sagrado de Manjui.

Para algunos cronistas amantes de la tradición oral, (entre ellos muchos descendientes de los pueblos Muiscas habitantes de estas regiones en tiempos de la conquista), la razón de esos túneles surge como método de escondite de nuestros antepasados para huir de los invasores españoles. Las cuevas son formaciones interesantes, se debe de vincular grupos de expertos en espeleología y buceo en cavernas para realizar una exploración técnica y así definir la potencialidad y la posibilidad de realizar este tipo de actividades garantizando seguridad y confianza al turista y desarrollando un atractivo con muy buen nivel de calidad. 3. De hecho, alrededor de unos siete años, en cabeza del “alcalde de turno”, se insinuó la idea de traer a este territorio un grupo de expertos japoneses para su exploración, ellos con gran conocimiento en buceo e investigaciones arqueológicas, pues según leyendas orales de generación en generación, muchos de los tesoros Muiscas, quedaron en la profundidad de un pozo que allí se encuentra.


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En el extremo sureste de estas cuevas, se forma otro paso o “puente de los Micos”, que, según algunos habitantes de la época, su nombre se debe a que, por aquellos años, esta especie de primates habitaron el lugar… tema interesante de investigar, pues creo que los únicos “micos” criollos serían los resultados de algunos planteamientos que el Congreso y el Senado de la República han dejado en sus ponencias… y este puente fue construido para el paso del ferrocarril. 4. Los padres Agustinos colocaron la estatua de la Virgen del Rosario en este lugar por ser la entrada a la ciudad, para proteger a sus vecinos de la influencia de los malos espíritus y de la delincuencia. Virgen de la Roca, lugar valorado por ser de carácter religioso, donde la población celebraba misas y procesiones. También es un lugar importante por su riqueza natural, allí se encuentran localizados abrigos rocosos y el paso del río Botello, por lo que se constituye en un Conjunto Patrimonial Mixto, en alto riesgo por su mal uso. En la actualidad es un lugar de asentamiento subnormal de desplazados.

5. Por otro lado, la Virgen de la Roca es un lugar histórico del Municipio, perteneció a la Diócesis de Facatativá y ha sido espacio de enfrentamientos por el territorio que han ocupado una familia numerosa y muy pobre, se sabe que allí van a parar muchas de las cosas que se roban en esta ciudad, por esto también se convierte en un “lugar de miedo”. Según investigación y fuentes orales, se vivía bajo el cacicazgo de “mamá Tere”, una mujer robusta que vigilaba la entrada o salida de cualquier persona, animal o cosa, sentada en una poltrona de madera empotrada en la tierra, recubierta con trozos de alfombra y desde un lugar privilegiado desde el cual contemplaba el panorama total de la entrada de la comunidad que allí vivía, que eran alrededor de 106 personas, desde un recién nacido, hasta un hombre de noventa y tantos años, todos de diversas edades y culturas, gentes cultas y también algunos recién salidos de prisión que por algún pago tenían albergue allí.


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Algunos tenían un cuarto construido con paredes de alfombras que encontraban en los basureros. Había asentamiento de familias con hijos ya en edad escolar y los niños jugaban con las ratas, las tomaban y las ponían en sus hombros, (de eso existe un artículo en un periódico amarillista de la época…).

to vendrá la recuperación al reubicar a las familias del sector de La Roca, aunque quedan pocas, se mejoraría la imagen de este hermoso Municipio ancestral.

En tiempos de clima seco, recolectaban colchones, alfombras, todo lo que podía servirles de apoyo para ellos.

“Para otros sectores, es el “Bronx” de Facatativá, un lugar estigmatizado, como inseguro donde se cometen todo tipo de delitos, sin pensar que detrás de sus paredes se esconden grandes historias de vida…” (David Perdigón).

6. En clima invernal, cuando las cuevas o pasajes que existen allí en la montaña llamada La Virgen de la Roca se inunda y como sus habitantes ellos, colocan un arrume de colchones para no sentir la humedad y el agua del suelo anegado. Aún allí habitan personajes de todo tipo, condición y edad… En la actualidad se espera una muy pronta recuperación por parte de la Administración Municipal, ya que se ha descuidado nuestro patrimonio y muy pocas personas conocen esta maravilla oculta tras montañas de basura, con la esperanza de que pron-

7.


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LA PRISA HACE AYUNO ANTE SU PRESENCIA QUE CAUTIVA

Un perezoso inventa un sueño Oso perezoso - Cortesía de Iván Felipe Linares Sánchez

Astrid Castaño


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Suave apariencia que se evoca en la imaginación de muchos, ¨ ¡Y cómo no! ¨ Dicen tantos, con el hecho de pensar en un cuerpo de no más de 60 centímetros recubierto de un vello exuberante, una cara tiernamente extraña pero envolvente hacia un encantamiento casi inexplicable, adornada por una nariz redonda con mirada adormilada y sus brazos que se ajustarían al cuello para sentir un abrazo con mezclas de inocencia y cándida sinceridad. Se hace inevitable que la dulzura no brotara por ojos y poros, y el deseo inminente de acariciarle, robarle y llevarlo a casa para llenarlo de “amor”. Pero siendo francos, cómo lograría un humano con miles de años en la tierra tratando de descifrar su propósito de existencia, amar y cuidar de este estupendo ejemplar, nada más que movidos por un capricho. Meramente imposible, el bosque es su hogar. Con la mirada enfocada en cada copo de árbol, comienzo a caminar trocha arriba mientras el bosque me da la bienvenida. Y con esta imagen voy adentrando en las florestas de la exótica tierra de Facatativá y sus alrededores, buscando al personaje

central, sin dejar a un lado una diversidad atrayente de habitantes naturales que nos ofrece esta región. *** Los seres animales de este bosque en su mayoría son apasionados nocturnos, la oscuridad es bendita, eje de armonía innata. Plausible reconocer en cada uno de ellos que tienen su identidad totalmente definida, el territorio es suyo y hacen honor en su andar, en su lucha por mantener un equilibrio que sólo ellos conocen de verdad. Empezaremos por uno de los animales más vistosos y enigmáticos, el Coatí Andino, con facciones entre perro y zorro, cuerpo de roedor alargado, una mirada dulcísima, con patas cortas. Se camufla del día que lo hace sentir desabrigado ante la amenaza humana; pero en descuidos aprovecha alguna puesta de sol, y por lapsos de minutos aun alumbrados, es un cazador suspicaz de mosquitos jugosos, otro platillo de su predilección son los frutos que sabe alcanzar con gran agilidad en hojas, tronco y cima de árboles. Hallaremos también al Borugo, su apariencia es comparada con una supuesta mezcla entre curí y


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hámster, utiliza la madriguera sólo en el día aplicando el instinto la supervivencia, una brisa suave de nieve repartida como gotitas de algodón, decoran su pelaje. La reproducción de éste es muy poca, “¡lástima!” un ser indefenso ante cazadores, ya que su carne es sabrosa y la amenaza es incontrolable. Por otra parte, tenemos la Ardilla, que goza de un carácter bastante fuerte, con él debe protegerse; así que su característica territorial y hasta frenética, le resulta favorable. Pasamos a echar un vistazo breve al Tigrillo, son pocos por razones ya planteadas anteriormente, habita en el suroccidente de Facatativá, haciéndole gala a la región. Otro ser de la noche alumbrada por el cielo índigo, que embellece sus manchas a pesar del hombre, que deambula como fiera restándole estrellas. Va el homenaje a un animal sorprendente, místico, cauteloso, desobediente “¡por fortuna!”, que emite un sonido fuerte como un grito que se extiende en las venas del bosque. Florece el corazón de la tierra, se llena de raíces que rozan la luna, ¡se siente que eres de este lugar que no ves! que no quieres tocar; pero crees alcanzar al derrumbar. Bienvenido el abrazo

a su árbol, El perezoso da ayuno para la prisa que ha sido descubierta en esta escena tan escondida. *** En busca del perezoso Vale la pena caminar por las ruinas del ferrocarril, llenarse de tierra, de agua, sentir el aroma de la hierba y la boñiga de vaca. Dejar penetrar el aire que apenas empieza a nacer, escuchar el latir de los perros que perciben los nervios que carga el ser humano al verlos, saltar a su alrededor, buscar un rayo del sol lejano que nos recuerda el clima cundinamarqués, ¨ ¡Qué afortunado el perezoso con su pelaje! ¨ Poco frío ha de albergar en su piel profunda, ni debe pensar en una pareja para formar la famosa “cucharita” a la hora de dormir, debe perturbar sus pensamientos instintivos y salvajes. La gente vecina al hábitat del perezoso es cálida, ve pasar al forastero y saluda sin pena deseando un buen día, qué mejor que tener los vecinos que él tiene; eso alivia bastante ante la mirada crítica del destierro del cual es víctima en tantos lugares, el temor que se crea con rumores de una posible


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desaparición absoluta. La deforestación ha hecho lo suyo y rasgando trozo por trozo, le va quitando el hogar que por derecho propio le pertenece. Media hora de camino me llevó directo a una finca llamada El guayabo y aunque a su placa le faltan un par de letras, reconocí la portada. La cita es en este lugar, una finca rodeada de caminos ocultos entre sus montañas, paredes pálidas y acogedoras. las ventanas son discretas, se nota porque las cortinas aún no despiertan. En el fondo del patio central frente a un Renault 9, Pulgoso salta atado de un lazo, el perro consentido de la finca hace su papel de buen anfitrión batiendo su cola; así que espero que lo desaten para que me realice el respectivo chequeo por medio de su reconocimiento anal. Aquí se congregan protectores del bosque, Fundación Cosmomímesis; quienes adelantan con empeño la labor de reforestar el bosque dándole oportunidad a las especies vegetales y animales, entre otras, de no perder su hogar y en los peores casos su desaparición definitiva. Algunos de sus miembros me servirán de guías.

El señor Linares y su doncella de ojos verdosos en gris intenso, me reciben con un abrazo, él sostiene en su mano izquierda un “palo santo” encendido mientras reparte el humo delante de mis pasos visitantes, quizás recitando algún rito para dar gracias al nuevo tono de cielo de este domingo, o pedir ausencia de pensamientos ociosos que lastimen el alma. Me ofrecen agua de panela caliente que me sirven en un pocillo con imágenes del zodiaco, “me tocó Cáncer” ni modo, un completo dramático. ¡A ver, venga lo abrazo! hubiese preferido un egoísta Acuario para bebérmelo, vomitarlo en el acto, nada más apelo a su libertad; pero que salga saltando directo a un charco. A mi lado se sienta un hombre sonriente con diabetes, elige beber agua, el dulce es su veneno; pero sigue sonriendo con la jeringa lista para pinchar su barriga en el momento que el sudor le da indicios de sobredosis. El lente de mi ansiedad por saber dónde ver un perezoso me obligaba a escuchar hasta el sonido de la nevera, que parecía más bien música celta. Atiné a la imagen de otro pocillo y llegó el primer encuentro entre el perezoso y yo.


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Allí estaba su imagen plasmada por alguna cámara de un afortunado que pudo verlo de cerca, acompañada de un mensaje que insta a no sacarlo de su casa, y ante el alborozo de mi espíritu, la metralla de preguntas inundó la sala de la finca El guayabo. El señor Linares comenta a modo de alusión, ya que, como muchos en absoluta ignorancia le llamamos oso perezoso, para sacar de la nebulosa al auditorio hace una significativa corrección. “¡No es un oso, es un perezoso!” ya que pertenece al grupo de los Xenarthras y no de los carnívoros como los verdaderos osos; por ejemplo, el oso de anteojos, que incluye en su cena, roedores, peces, y demás. Interesantes datos empiezan a colarse en esta amena conversación, aunque ya se torna tímida en vista de la falta de información que se tiene sobre las especies que habitan en este territorio.

La mayoría de la gente desconoce que, por estos montes, colgados de los arboles panza arriba o panza abajo, duerme plácidamente todo el día el perezoso de dos dedos, es posible que se deba al estupendo camuflaje que usan para evitar ser presa de algún cazador o depredador, parecen hojas secas colgando de las ramas de los árboles. Y entre más frondoso sea el árbol es menos probable el avistamiento; pero de cualquier forma habita aquí. Innumerables adjetivos se usan para denominar de forma irrisoria, la condición y desempeño de este ser cauteloso, haciendo una comparación con un humano poco hacendoso. Al fijarse con detenimiento la diferencia es notoria, al perezoso no le perturba ni le molestan los avasallantes asuntos del diario sobrevivir humano, su cabeza no da vueltas frente a esto.

*** Territorio predilecto de ciclistas, caminantes, propensos al infarto o alguna señora que desea bajar de peso, se ejercitan por estos senderos donde vive el perezoso, “Choloepus Hoffmanni”

Sus mejores amigos son los árboles, llamados ¨nobles¨ y dispuestos. Así les llaman a los robles sabios por varias razones, una de ellas es que funcionan como hotel para la fauna, “¡hospedero!” lo nombran los chicos de la Fundación. Formador de suelos, productor de materia orgánica, es un ser-


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vidor excepcional. Las leyendas que se conocen, además de alucinantes, son una herramienta pedagógica para los niños y adultos. Desde sus semillas, hasta el tronco, almacenan fotografías de seres elementales, hadas, duendes, que han vivido en el interior de su tronco a ras con el suelo, un paraíso que estalla la imaginación. La dieta del Perezoso es ligera para beneficio de sus amigos y agradecida con el planeta; hojas tiernas del roble y otros árboles, semillas, una que otra flor, son su banquete de siempre. Desciende de su árbol cada cinco días para defecar haciendo un hoyo que le sirve de letrina; por medio de tal acto restituye los favores de hospedaje y alimentación que le regalan sus amigos. Y aunque tocar tierra lo vuelve vulnerable, este acto de retribución no necesita explicación. Esta especie tiene la particularidad de tener garras afiladas en cada dedo, capaz de propinar la muerte a sus depredadores por un letal abrazo que los desangraría rápidamente. Si hablamos de sus dientes, están en constante crecimiento; así que la mordida de uno de ellos también es fatal; aunque los expertos aseguran que el perezoso prefiere la

paz, simplemente trata de no ser visto. Esta característica asombra bastante teniendo en cuenta que se trata de un peludo con apariencia apacible, lenta, y hasta cautelosa, lejos de imaginar que sus dientes y garras son el escudo manifiesto de esa voz que reclama libertad, so pena del deceso de curiosos. Maestro de soledad, ella, su más amada visión de existencia le acompaña en su rango de tierra, su disfrute absoluto en árboles abrazados por su espíritu solitario. La hectárea que le pertenece y cuida, nada más la comparte con la figura femenina que habita en él, que aleja el bullicio de semejantes, de humanos, de bestias y demás que pudiesen arrebatarle su idilio permanente, son dos en el silencio. Al perezoso le gusta, y prefiere la pasión sobre el árbol, allí sobre ese mirador espléndido se aparea una vez por año. Para el ojo ordinario es simple decir que es un animal perezoso, lento y sin gracia. Sin embargo, sus impulsos al penetrar a su hembra acompañado de un jadeo conocido por todo el lugar le permiten además de complacerla acariciarle el alma, conocer su esencia, y por qué no, mostrar su


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nivel tántrico altamente desarrollado lo haría en vez de perezoso; un adonis en las artes amatorias, un macho que sabe amar, aunque de su árbol no quiera bajar. Otra leyenda que ha sido objeto de estudio es el perezoso gigante de las amazonas, “Mapinguarí”. Sus pisadas eran enormes, “¡era mitad humano, mitad perezoso!” ¿el secreto de la inmortalidad lo condenó en realidad?... Ahí nos queda el mito, la leyenda y la intriga en el estómago sin poder hallar en este bosque cundinamarqués, al Perezoso junto a sus semillas. Los minutos se comen la mañana por la espalda; mientras la doncella del señor Linares cámara en mano, desinhibe su cuerpo para que flote entre la hierba, con su ojo sensible, lanza disparos certeros a los hongos de múltiples colores encontrados en todo el camino. Pulgoso nos besa a punta de lengüetazos y nos vamos despidiendo del bosque, extasiados.

Es apenas una parte muy pequeña sobre la fauna que posee el municipio, especialmente sobre “¡El perezoso rápido y furioso!” de esta zona fría, lamentable que nadie note la ausencia de tantos seres que alguna vez habitaron por estas tierras facatativeñas. Me devuelvo a casa con el pocillo, con su pose tranquila, solitaria y abrazado a su espada. ¡¿Será la única imagen que quede de él, su último, y único recuerdo?! Tal vez seremos figuras también, colgadas del museo sideral siendo esqueletos. ¡Adiós bosque sereno!


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EL PADRINO OLIVERIO

El viajero que se quedรณ en Facatativรก

Hugo Alfonso Torres Salgado

Panorรกmica antigua Plaza Principal, 1947 - Archivo Biblioteca de la Casa de la Cultura Abelardo Forero Benavides


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Hacia la década de los cincuenta, en el siglo XX de nuestra era, el área urbana de Facatativá reunía un poco más de 10.000 habitantes y su extensión total se podía recorrer caminando en 40 minutos. Del barrio Los Molinos hasta la Virgen de la Roca podía encontrarse un largo lagarto urbano que se fue constituyendo a lo largo del camino, como se consolidan muchos poblados en los cruces de los corredores comerciales de este país. Una confluencia de vías ancestrales, caminos de herradura y rituales diversos entre indígenas y cristianos católicos construyeron los imaginarios culturales y a fuerza de constancia en permanencias inconscientes del imaginario colectivo. El municipio daba albergue a comerciantes, campesinos y pobladores de la comarca que intentaban llegar a Bogotá y pernoctaban aquí como su preámbulo a alcanzar la capital o, por el contrario, era un espacio de iniciación del periplo para alcanzar el ancestral Río Yuma de los pobladores nativos, rebautizado por los conquistadores como: De la Magdalena.

Un día de sol, con dos maletas de sueños y su fe puesta en la Virgen del Carmen, a principios de los cincuenta Oliverio penetra en las entrañas del lagarto para vivir allí por medio siglo; su nombre era Oliverio Cardozo Lara y era oriundo de Yaguará, una población del departamento del Huila situada y sitiada por la Represa de Betania, siendo el menor de tres hermanos. Huérfano a temprana edad su abuelita le inculcó la devoción a la Virgen del Carmen, que se acrecentaría cuando en uno de sus ratos de ocio fuese envuelto por una creciente súbita del Rio Magdalena y según sus palabras “se salvara de milagro”. Había recorrido los llanos del Tolima y el Huila con su hermano José Vicente arriando ganado hasta el Valle del Cauca, había prestado servicio militar inventando una edad que no tenía, para “defender la patria de la invasión del Perú” y ahora, con la madurez y la fuerza que da el haber superado múltiples obstáculos y la vivencia de las aventuras en cada palabra, se apresta para sentar raíces en una tierra que ve ante sí con la prosperidad requerida para estabilizarse.


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Compra un pequeño espacio en la calle 5ª entre carreras cuarta y quinta, en una calle que se reconocía comercial por visitantes y naturales del municipio. Allí establece su centro de operaciones comerciales como tendero de granos y, en la puerta de su negocio estará, hasta su retiro de toda actividad productiva, una alcancía de madera construida por el mismo, con una vitela gigante de la Virgen del Carmen que cada año refaccionaría con pintura, colocada al clarear el alba y guardada cuando el sol se escondía tras Manjuí. Esta alcancía se va convirtiendo en el eje de una devoción que mi padrino había prometido difundir a la abuelita en su lecho de muerte. Y la anómia social aunada a un sincretismo entre pagano y vacío ha hecho de esta celebración una caravana de pitos y esperanzas de una vida de confort por quienes hoy propagan el culto, esperando el milagrito de la suerte o que la Virgen los libre de todo mal y peligro. Pero Oliverio era religioso como el que más. Asistió a las misas en latín y de espalda a la feligresía,

con múltiples ornamentos bordados y el dominus vobiscum del cura que por un instante se colocaba frente a la concurrencia y la posterior respuesta del et cum spiritu tuo de la feligresía. Vivió las transformaciones del concilio Vaticano II, la misa en español, el cambio del ara del altar y fervorosos párrocos que ayudaron en su tarea devocionaria, cuando Facatativá se movía entre la parroquia de la Virgen del Carmen en el Barrio Obrero y la de Nuestra Señora del Rosario en la Plaza central. Allí logró el apoyo de la curia católica para expandir la fe por la Virgen del Carmen y con algunos curas agustinos acordó cómo combinar la labor pastoral de la iglesia con las carnestoléndicas fiestas que él se propuso celebrar y mantener hasta que su fuerza y condición económica le permitió; todo con una mezcla de fe en Dios y la esperanza de que Matucha traspasara el límite del amor platónico. Entonces, cuando se acercaba el 16 de julio, viajaba a su Tolima del alma que siempre cargó consigo, conseguía los mejores polvoreros de la región y las


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bandas de diversos pueblos, literalmente tiraba la casa por la ventana, colocaba la alcancía al servicio de su fe y dedicaba hasta el último centavo ahorrado durante el año a honrar a su madre del cielo y recordar a su abuelita del alma. Montealegre el polvorero del Espinal, luego Rudas el paisa que fabricaba pólvora en La Sierra, la banda de Campoalegre, del Espinal y de diversos municipios desfilaban por tres maravillosos días por un municipio que, hasta la navidad, solo recorrería el silencio. Allí, luego de la misa de 6 de la tarde, en la mitad de la Plaza Principal, con toda la población alrededor de la misma, estallaban maravillosas luces pirotécnicas, colores diversos y una mezcla de fe y alegría. Mi casa se llenaba de actividad por estas fechas: mis tías eran solidarias con la fe y los sueños de este alucinado y la locura de limpiar los aderezos del paso de la Virgen, los escapularios gigantes perfectamente alisados con las planchas de carbón, los ornamentos almidonados y unos hierros largos que se calentaban en la estufa de carbón para peinar la peluca de cabello natural de la Virgen.

En el patio empedrado de la vieja casona donde habito aún conservo las bancas que subíamos al camión y amarrábamos cuidadosamente para sentar los músicos, están los baúles que el padrino Oliverio dejó cuando se despidió forzadamente de su Facatativá, sus amigos y su historia, de donde lo alejó su familia biológica para llevarlo a morir en el ancianato de La Mesa de Juan Díaz. Un día soleado de mayo le vimos por última vez en una visita premonitoria, con mi grupo musical de entonces: Pinedita el bandolista, Luisito en la Guitarra y yo rasgando el tiple; tocamos y cantamos toda la tarde las canciones que él me enseñó a admirar y cantar, como constancia de que su afán por conservar lo nuestro pervivía en Nosotros; Pinedita se fue primero y él se despidió en silencio de la vida seis meses después, solo y anónimo, tal como un día llegó a nuestras vidas. Aún está en pie la estufa de carbón de mi cocina y sobre ella, los hierros quemados y ennegrecidos por el tiempo, como evidencia de la certeza de este relato.


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LA ERRANCIA Y EL OASIS El mundo es el teatro en Siembra vida Mural del Grupo Siembra Vida- Archivo particular

Hugo Alfonso Torres Salgado


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Una vida dedicada a construir sueños, que se convierten en realidades efímeras y voces que ovacionan desde algún escenario de la historia. H.T Cuando las alucinaciones de r isa y ternura dominan la existencia de seres humanos que se dedican a creer en ellas, mezclan en su realidad tantas fantasmagorías, que vivir solo puede ser posible a través de la creación de mundos paralelos para interpretar esa realidad tangible, que a los demás les parece cordura. Así, con dos carruajes de sueños y una historia a cuestas, luego de construir diversos escenarios en varias localidades de la capital del país, una pareja de soñadores pensaban, con un trasteo apenas cubierto con una carpa en el patio de la casona de la calle octava, como convertir en realidad esa locura de la creación. Errores de cálculo, horrores de un sistema individualista que desplaza y condena al ostracismo, no acaban esa enfermedad incurable de insistir

en la alegría, aunque se hayan vivido cinco siglos de lágrimas y miedos. Educados en la cultura que amalgama todo tipo de magias foráneas esperando el milagrito, este se ocasiona cuando una terraza desvencijada soporta cuatro paredes de una nueva cueva, desde donde los sueños cobrarían vida, como en el sueño de Gepetto. Inicia el siglo XXI en Facatativá y, las personas que reúne Siembra Vida se aprestan a construir una ilusión más en ese devenir del arte local. Esta primera etapa se desarrolla en un espacio construido con ladrillo a la vista y el deseo de echar raíces en el pueblo que vio crecer a uno de ellos. Es precisamente allí donde Siembra Vida cobra una nueva dimensión pensando en colectivo cómo incidir en la generación de políticas públicas de cultura y juventud. Se junta entonces la experiencia de participación que se obtuvo en Bogotá, donde la Fundación fue partícipe de este proceso con múltiples organizaciones artísticas capitalinas, con la búsqueda de espacios por diversidad de cultores y artistas. Entonces resonaba el “solo le pido a Dios” de León


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Gieco, como una reivindicación de la justicia que el tiempo dejó olvidada, como un grito más en el vacío, o como una frase incoherente lanzada desde las mismas prácticas clientelistas de siempre. Y el arte fue convertido también en objeto instrumental de burlas. Afortunadamente la juventud facatativeña no olvidó fácilmente y se repuso de este tropezón ingenuo, tomándose literalmente el Concejo de Facatativá para presentar un proyecto de Acuerdo, con el propósito de construir la política pública de juventud. Algunas de las personas que nos acompañaron en esta alucinación callejera, convertida en marco jurídico para jóvenes, hoy están en la Administración municipal. Lástima grande que ese ejercicio de concertación maravillosa entre la comunidad y el cabildo fuera objetado sin razón alguna por el gobernante de turno. Otra vez lo injusto fue totalmente indiferente a causa de los egos que no cabían en el Palacio de Gobierno; así transcurrió el año 2001. Yo asumo la tarea de presentar sendas acciones de cumplimien-

to para obligar a la Administración a cumplir la Ley, circunstancia que obligó a que, tanto el Sistema de Cultura como el Sistema de Juventud municipal de Facatativá fueran promulgados por Decreto, en una clara triquiñuela jurídica para eludir la Acción de Cumplimiento y con una socarrona postura manifestaran que nos ganaron el proceso … que el lector juzgue, jajajaja. Siembra Vida se había localizado entonces en su espacio preferido, la calle. El Parque de Santander, anteriormente llamado con más propiedad plaza de los mártires en honor a los próceres Mariano y Joaquín Grillo, fusilados en 1815 por el Paramilitar Pablo Morillo, fue entonces el sitio preferido de encuentro con múltiples hacedores de arte y cultura, a partir de que nuestro equipo de sonido y algunos reflectores estaban al servicio de quienes quisieran construir un espacio de difusión de su producción. A la par con el cierre de las puertas de la Administración y la persecución soterrada a sus miembros, la calle fue el punto de encuentro y el lugar que nos permitió crecer y consolidar una propuesta artística. En este punto aparece también un docente


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de cualidades incalculables: el Profesor Juan Carlos Mora Silva quien, como rector de la IEM Manablanca nos abre las puertas para avanzar en la consolidación de escuela de formación artística. El Parque nos juntó con Marina, Jorge, Diego, Yahir, Sandra, Lineth, el Runcho, Palacios que llegaba volando desde Zipa, y otros a quienes pido perdón por la omisión de sus nombres, así como Manablanca nos permitió crear una nueva camada de soñadoras como Sandra Posada, Dilsa Johanna, Dilza Duarte, Yenny Paola, Leidy y el concurso de docentes maravillosos como Blanquita y Jose Luis. El Parque de Santander se fue silenciando en las tardes de Junio, cuando la persecución lo hizo insostenible, entonces Olguita y su “san Alejo” nos permitieron realizar eventos más pequeños en su convocatoria, pero con la fuerza y la decisión con que mantuvimos los otros espacios, donde un laboratorio de experimentación teatral y el grupo de tambores que formamos con los hermanos Ortega y Arcadio Aldana se presentaban semanalmente. René, el Rector del ITIF nos posibilita aún más la

consolidación de la Red Cultural Escolar, dándonos todo el apoyo para avanzar en los talleres de lúdicas de la escuela primaria durante dos años consecutivos, además de permitirnos difundir en su sala de teatro nuestra producción teatral, extender además el festival de la Corporación Colombiana de Teatro “mujeres en escena” y presentar una propuesta de ciencia y Tecnología llamado Ciencia Viva. Pero lo que se junta en el tiempo y los afectos se va disolviendo con los desafectos y las dificultades económicas. Hacia cumplir 20 años de existencia, como todas las aves que se incuban en acantilados, cada persona tuvo que buscar mejores posibilidades: Diego se marchó tras la historia a doctorarse en Argentina, Jorge tomó un atado de palabras que convirtió en una maestría en literatura de Quito, Runcho busca aún las raíces de lo nacional con una mirada antropológica, Marina recorre incansablemente el mundo retornando luego a Lima y sus Cuatro Tablas, Sandra Posada nos mira desde París, Sandra García sueña con otra Sabana Posible, Luzma sigue escribiendo y describiendo magistralmente la vida, Dilsa Johanna piensa la democracia


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desde el Cuerpo y el teatro, Dilza juega con el pensamiento matemático y la geometría, Yenny Paola encontró en este pañuelo que es la vida a otra alumna mia: la Chinita y, con ella como maestra, vuela entre las telas y el trapecio.

Jorge Eliécer me visita a menudo, en este espacio que hoy ya no es, pero que se ha convertido en un cúmulo de recuerdos, donde también partí de todas sus vidas, por la decisión de permanecer cuidando el acantilado. La brisa de Marzo trae lluvias que humedecen los recuerdos y una palmada en la espalda de Mercedes que, con el amor acumulado de estas tardes, me convida dulcemente al comedor.

Grupo Cultural Siembra Vida- Archivo particular


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FACATAT IVÁ . CIUDAD PRECOLOMBINA

Lo único eterno es el origen

Rosa Rubiano

Representación muisca - Archivo Oficina Asesora de Prensa y Comunicaciones de la Alcaldía de Facatativá


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Facatativá es un municipio que ha tenido gran influencia en el país a nivel de etnohistoria, arqueología, historia, cultura, economía y junto con la Bacatá fueron ciudades que se conocieron en los relatos de los cronistas españoles, en los inicios del encuentro de la cultura Muisca del altiplano con la cultura española. La desmedida codicia y ambición española los llevaron a buscar con ansia la riqueza del dorado y la dominación de los pueblos que hallaban en su recorrido.

dichos senderos para facilitar el paso de personas, animales, mercancías, por el transporte permanente del envío de los tributos al gobierno español, etc. Estos conquistadores españoles se consideraban como los fundadores, pero no hay acta de fundación que lo confirme, según Roberto Velandía en la historia geopolítica de Cundinamarca: pero por sus servicios se les otorgó la encomienda de Facatativá a Alonso de Olaya y la de Bojacá a Hernando de Alcocer;

En la persecución que hicieron Gonzalo Jiménez de Quesada y su tropa al Zipa Tisquesusa llegaron hasta el Cercado de Piedra, donde fue asesinado el monarca de acuerdo a lo narrado en la obra El Carnero, de Juan Rodríguez Freyle, siendo la primera mención que se realiza del poblado. En el recorrido que hacen los expedicionarios de Nicolás de Federmán (expedición alemana), don Antonio de Olaya y don Hernando de Alcocer de Honda hacia el centro del país, a través de trochas realizadas por los indígenas que más tarde se convierten en caminos reales como se conocen hoy, se inauguran y mejoran

Rodríguez Freyle cita como primer encomendero de Facatativá a Juan Fuertes en el año de 1940 de la tropa de Federmán. Flores de Ocarís sitúa la fundación entre 1540 y 1543.Y se ha situado también por otros en marzo de 1575 cuando la real audiencia tasó los indios Facatativeños para que cada uno pagara el tributo al encomendero. Ejercía por entonces dicho cargo el Andaluz Bujalence Antón o Antonio de Olaya. Los Frayles mandaron construir la capilla doctrinera en la parte baja del pueblo viejo (Tocatativá)


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cerca de las encomiendas, allí los indígenas eran catequizados y les enseñaban el idioma y nuevas técnicas agropecuarias. Después de la conquista las autoridades españolas dispusieron la reubicación de los núcleos de familias y comenzaron la fundación de pueblos de acuerdo a la legislación española. Hacia finales del siglo XVI, propiamente en 1595, hacía lo que hoy es Facatativá y alrededores, tres poblamientos aborígenes importantes; (Facatativá, Pueblo Viejo y Tocatativá), hacia la parte alta, al occidente de la actual población; Chueca, hacia el oriente, pasando el puente de piedra hoy llamado de las cuevas y Niminxaca hacia el llano, costado norte, más allá de Chueca, por el lado izquierdo estaba el de Tenequene, cerca al río de este nombre. En ellos vivían numerosos indios y en su contorno varios estancieros españoles, que les usurpaban sus tierras. “En la adjudicación de resguardos el Oidor Miguel de Ibarra en su diligencia de visita a estos pueblos, por auto de 29 de agosto de 1594 adjudico tierras de resguardo a los indios de Facatativá, (Visitas Cond. T IX fl, 834/35). El 30 de julio de 1600 el

Oidor Licenciado Diego Gómez de Mena, con el fin de construir una nueva iglesia, mandó reunir a los habitantes de Chueca, los Niminxaca o Niumixaca, Pueblo Viejo (Tocatativá), Chisachasuca en el sitio llamado TEUTA. Los linderos de Facatativá fueron señalados por el Licenciado Miguel de Ibarra en 1594 y verificados por el Oidor Gabriel de Carvajal en 1639 (Visitas C. T. IX fl. 734 v). El 17 de junio de 1639 llegó de visita el Oidor Gabriel de Carvajal, quien primeramente práctico vista de ojos a las tierras de resguardo y estancias de vecinos colindantes con el fin de reconocer los linderos y amparar a los indios en su posesión, que aquellos les estaban quitando. En el ACTA DE RE-POBLACIÓN cumplidas las diligencias de las tierras, Gabriel de Carvajal en acta de 18 de junio de 1639 hizo constar los cargos que hacían al encomendero de Facatativá Francisco Martínez de Ospina por no estar acabada la iglesia, Y agregó: “… en cuanto al segundo cargo de que no he procurado que los indios hayan estado poblados en forma de pueblo, con sus cuadras y calles, esto y su disposición no corren por cuenta de los encomenderos


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sino de los corregidores, quienes como justicias a cuyo cargo está la administración y el gobierno de ellos, deben ordenar y disponer lo conveniente, de más de que los indios de este pueblo como se ve no están distantes de la iglesia y todos acuden a ella”. (21) (visitas). En consecuencia, visto de que los indios no estaban poblados en Facatativá como los dejara el Oidor Gómez de Mena, sino que andaban dispersos en sus viejos rancheríos, Carvajal procedió a re-poblarlos en el mismo lugar de Teuta mediante autos separados de fechas 21 y 22 de junio de 1639. Estos hechos llevan a la conclusión que Facatativá no fue fundada sino que realizaron en 1594, en 1600 y 1639 ACTAS DE REAGRUPACION y más exactamente ACTAS DE RE-POBLAMIENTO por los oidores quienes no tenían autorización para fundar poblaciones sino para REAGRUPARLAS y dar la información del estado de los poblados y poder categorizar la tasa para los tributos y de población que le interesaba al gobierno español.

Se reagruparon las encomiendas de Facatativá y de Chueca que integraron el resguardo y el pueblo siguió como “PUEBLO DE INDIOS” hasta 1852 cuando los indígenas vendieron parte de sus tierras del resguardo (Ley providencial No. 141 del 02 de octubre de 1851 Cap. VIII: Facatativá en 1852).


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Facatativá Tiene rocas hermosas y un paisaje infinito sus paisajes parecen hechos con pincel obras de arte teje su historia lugar con traje de niebla, sortijas de sol, aliento de montaña.

Mateo Bustos (10 años)

Conj u ro para el camino Ve al bosque en las madrugadas lleva velas calientes una gran cicatriz en el suelo te dirá el lugar donde tropezó la huella un habitante de tu recuerdo saldrá a saludarte insistentemente no dejes de caminar por más que quieras el niño que eres no lo dejes atrás llévalo en tu mirada

Laura (8 años)


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Conj u ro para volar Quítale la luz al rayo luego quítale un rayo al sol y llévalo al laberinto de tu intenso amor. Luego vas a necesitar confianza, seguridad y credibilidad. Después, quítale cuatro pelos a tu sombra invítale un helado al río dile al sol que te de agua. Después, mezcla todo y sácalo tómalo en cualquier momento empezarás a volar.

Luisa (9 años)

Conj u ro para ser veloz Róbale la luz a un rayo toma arena de una tormenta busca la luz más bella serás más rápido que una estrella.

Samuel Felipe (8 años)


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Conjuro de amor Primero necesitamos tres corazones una pizca de sangre de cualquier animal una loción de hamburguesa y una loción de pizza, sangre, comida romántica una salida a cine y otra a caminar seis gramos de suspiros besos al gusto sinfonías horneadas canciones de guitarra, trompeta y saxofón necesitamos que todo parezca un concierto. Segundo necesitamos que muerdas al viento muchas veces hasta que diga: ¨¡Auch!¨ y te devuelva un pellizco o un coscorrón ya para cuando despiertes te quitarás los audífonos de tu corazón y escucharás al viento cruzar persiguiendo al sol.

Nicolás (9 años)


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Conj u ro para escribir Quítale un diente al tiempo y átale gotitas de lluvia que se convierten en conejitos. Quítale sol a la lluvia, quítale la luna al sol. Ahora pinta el viento.

Ana Sofía (7 años)

Conj u ro para pintar el aire Consigue un pincel mágico busca una pintura invisible en una tienda de magia después súbete al cielo y sopla diez veces pronuncia las palabras mágicas: “abracadabra, patas de cabra” y espera a que aparezca la magia en forma de arcoíris, prende una vela de silencio y dale un nombre a la semilla de tu voz.

Santiago (7 años)


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Conj u ro para ser muy fuerte Coge una roca del edificio más alto róbale una hoja a un libro arranca el rayo del sol más radiante. Échalo todo en una ventana mira la ventana sin descansar y podrás coger una roca y hacerla estallar.

Luis Hernán (9 años)

Conj u ro para tejenelrospropul s ores zapatos Consigue un pintor busca una tienda mágica de pinceles o una tienda de pinceles mágicos. Súbete al cielo diez veces abracadabra patas de cabra pinta figuritas con las nubes hasta que llueva pintura y escarcha y de la nada aparecerá la magia. Cuando caminas con los pensamientos los zapatos son tu imaginación.

Santiago (8 años)


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Conj u ro para enamorar

Conj u ro para amar Si deseas el poder del amor, usa un verso para olvidar el dolor y tómalo con humor.

Consigue tres pelos de pelo consigue un pelo de gato y una pluma de pato. Después echa todo en un tarro abre el tarro y consigue un cabello de una bruja échale algunas moras y frutas después dáselo al que vas a hechizar. Espera un minuto a ver si no se enferma y después haz que te mire a los ojos si se duerme es que se hechizó si no se duerme cántale una canción.

Toma un corazón dulce, cuidado que no te endulce hiérvelo con dientes de león envuélvelo en un colchón.

Gabriela (7 años)

Tú conjuro se habrá hecho realidad cuando menos te des cuenta estará sentado en tu silla.

Duerme a media noche cuando la luna más brilla y un azulado techo saque su sombrilla.

Andrea (11 años)


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Contra conj u ro de amor El amor es una locura que ni el cura lo cura pero con este contra conjuro lo lograrás de seguro Usa lana de rata lávala con traición procura no dejarla con maldición y entrégala al viento que canta A media noche prende fuego a la luna sal corriendo de una y no te acerques a un coche. El conjuro de amor ha desaparecido.

Andrea (11 años)

Coral Yo en cambio, escuchaba voces cada doce horas una persona diferente -consigo un registro que nunca había escuchado cambiaban pero todas cumplían la misma labor: recordarme que estaba ahí con alguna función y tenía que hallarla. Ahora bien, ¿Saben cómo llegué a descubrir todo este sistema integrado trabajando en mi cuerpo?

Paula Andrea Ortíz Bernal


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Conj u ro para ser flor Quítale el algodón dulce a una oveja quítale la fruta al sol y: “Dibin bam bin bon, quiero ser una flor de cualquier color” y serás una bonita flor de un brillante color pero ten cuidado con los demás porque ellos te pueden pisar y y en fruta picha te convertirás y los perros te comerán. Solo las abejas te salvarán ellas se encargan de polinizar y llevar alimento a cada flor, son como las mensajeras del silencio de ellas enamórate mejor.

José Lorenzo (8 años)


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Conj u ro para ser inteligente Echa una pizca de estudio y un poco de amor así de grande serás mejor. Serás feliz e inteligente cuando te pregunten cuanto es 27 por 2 dirás =54 así de fácil es ser inteligente. Aunque la gente diga: no eres inteligente, pero por dentro eres buena gente y tú dices: soy inteligente. Así que trabajo fácil para ti será y giros y esfuerzos y risas otros te envidiarán.

Luis Hernán (9 años)


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Conj u ro para correr más rápido Cuando está de día corres muy rápido llegas a una panadería y compras algo compras un pan y unas galleticas y corres y corres mucho y más rápido juegas a las carreras y ganas vas adentro y comes el riquísimo y deli pan de chocolate galletas con chocolate y corres más y ganas hasta que llega la noche y vuelves a soñar y comes sueños delicioso sueños para volver a empezar

Johan Andrés (8 años)


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Conj u ro para volar La mariposa se posa, alégrate mariposa la primavera llegó. Vuela, vuela mariposa vuela, vuela sin parar y ya verás que pronto el verano llegará. Un bicho pequeño vuela entre las flores y tiene las alas de muchos colores las mariposas hablan con su color.

Briyith (7 años)

Laabuelreiona y el Hace mucho tiempo conocí a la reina de las montañas, yo jugaba con las flores cuando ella se apareció y un grande susto me dió. Luego ella y yo jugábamos en las flores y nos cansamos, fuimos a tomar agua ella no quiso y sorbió miel. Me acosté en el pasto y me dormí, y soñaba que mi abuelito vivía conmigo y jugábamos al fútbol y al escondite, él ya estaba cansado, yo le llevé agua, se la tomó y seguimos jugando a lo mismo. Luego tomamos jugo con pancito, platanitos y naranja, yo ayudé al abuelito a ir a su cama, allí se durmió un gran rato. Cuando despertó se sentía enfermo y vino la reina de las montañas y lo sanó.

Historia de niño del Taller Don Libro,Vda la Tribuna ( )

Jordán Domínguez O. 6 años


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Conj u ro para ser invisible Consigue con reloj mágico para ser invisible luego tienes que decir las palabras mágicas: “Abracadabra, patas de cabra, quiero ser invisible”. Pero primero, toca ponerse el reloj mágico para que nadie te pueda ver y pasar el tiempo para que seas invisible. Si no consigues el reloj de marca busca un bote con arena y hazte un reloj entra a él y construye un castillo dentro del reloj y escóndete detrás de una cortina y tápate la boca al estornudar.

Samuel Rodolfo (7 años)

Conj u ro para estar en una revista Tómate una foto y llévala al monte Jacuaire y consigue unas nueces, hasta que encuentres una hueca, busca una revista vacía y enamórate de una página y dile que un amigo no solo sabe tus historias sino las escribe contigo, entrégale la foto y haz que la rompa. Mezcla 5 noches a luna llena cuando ya esté líquido y te las tienes que tomar mientras miras las revistas, en cuanto menos pienses estarás en ella, serás famoso pero no te podrás mover, solo podrás mirar cómo te miran.

Dana Julieta (8 años)


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Conj u ro para transformarse en animal Si quieres convertirte en animal debes conseguir dientes, uñas y escamas un poco de cabello y un caldero para poder mezclar. Cuando ya lo tengas todo listo recita en lenguaje animal: ¨¡Me quiero convertir en animal¡¨ Si es en un ave debes aprender el lenguaje del viento si es en un pez debes respirar el lenguaje del agua si es en un león debes rugir como la tierra y si es en un camaleón debes alumbrar como el fuego. Si quieres convertirte en animal solo debes pronunciar las palabras escondidas. Píntate arcoíris en la lengua.

Jackson Sneid er (8 años)


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Mi ciudad En esta esquina de la calle, Simona miau salta en el televisor desparrama y rompe el televisor y los cables, la gatita entró en la película que estábamos viendo ella simplemente creyó que todo estaba realmente ocurriendo

Karen Zharith (7 años)

Conj u ro del sapo besado Ojos de sapo lengua de marrano caldero hirviendo hoy diré que hoy estarás embrujado. Salsa de tomate mira este cantante que canta está canción. Solo quiero hacerme un beso fabricarlo muy bien con los ingredientes que sean un beso de marca un beso nunca superado no me gustan las princesas prefiero besarme yo.

Martha (9 años)


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Conj u ro para ser un súper gato Primero atrapa un león y córtale los bigotes échalos en un frasco con una gota de agua del Río Amazonas entiérralo en la playa durante cincuenta días del calendario sácalo en luna llena los bigotes habrán de crecer un poco no te asustes el frasco no es gruñón enróllate los bigotes a los dedos y coge un bus en el terminal que te lleve hasta la esquina empieza a buscar el tejado más bonito que tenga tejas de verdad un tejado resistente donde te puedas montar y pasa la noche ahí mirando la ciudad si te aguantas el frío y no dices ¡Mamá¡ eres un súper gato, el mejor del barrio.

Samuel Felipe (8 años)


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Facatativá Cuando el cielo te atrapa y en tus caminos de piedra me pierdo siento el frío inmutable de las cordilleras andinas, de sus Sabanas te veo desde la montaña que limita tu existir, te rodea, te contiene y es allí, en lo alto, donde te mezclas con las nubes errantes y te veo esbelta bellísima, misteriosa y antigua, con historia con pasajes secretos que se entretejen y llegan a ningún sitio con calles adoquinadas que escupen al paso y tropiezan al distraído con locos en la calle que gritan improperios y le hablan al viento con mierda de perro criollo que me ensucia el zapato y me da suerte con una lluvia frecuente y una niebla menos constante… desde lo alto te disfruto, observo admirado cada regalo tuyo. Amo tus eucaliptos, tus pinos, amo las tinguas que nunca he visto, amo las Piedras del tunjo y Las Cuevas de san Rafael amo el cerro de las tres cruces junto al más alto Manjuí amo también el viejo paso al dintel, el viejo paso a La Tribuna amo esos miles de caminos en donde he estado, recorriéndote reconociéndote viviendo en tí…

Carlos Carranza


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Sombra ancestral

Ondas danzantes acarician taciturnas verdes respaldos -Hojas de emocionesEl que asiste encuentra pasado y futuro, se encuentra a sí mismo, -Sombras de ancestroEl día diverso ambiente logra contrastar en alma, espíritu -ramas de la era- que llena al cuerpo afuera corroído, regresa al origen que lo vió nacer, con su ayuda llega la agonía de su agonía Pierde de sí el nacimiento del soberbio mundo que lo convierte en bestia competidora. Cuando el sol cambia de parecer la tarde cae turbio momento de final, clamor por renacer -tallo, que en cada instante crece un céntrulofrío se vuelve el momento al levantar el cuerpo de su regazo no por el clima, porque en realidad está helado es el calor que viene de abajo -raíz sabia, llena de historias- Jardín de la luz de la ilusión la tierra que lleva en su manto es compañera de camino, espera ansiosa el de regreso, se pega a los zapatos llega en las suelas y cada día al salir deja huellas de historia porque no es solamente el lugar del inicio de todo, también allí nace la fuerza para vivir cada momento -Con un día a su lado ya se sabe que se quiere para la vidaes un árbol en el lugar más valioso del territorio universalmente solo se puede medir en millis -planetariamente está a nuestro lado-

Steffy Gómez


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Adormitados Silencio, perfecta obligación sueño sin prisa caminar, tu cuerpo recorro el frío de tus venas heladas, distantes tormentos escucho, tu aliento. Palabras comunes, cansan. Acallo los labios suave respiro tu aroma, a nada conmigo emprendes, un llanto un raro destino, me obliga un hola un luego un basta. Luego, casi que dormido, te pienso. Soy parte de los senderos de tu tierra.

Ronald Rodríguez

La Ruta “... Dulce suave, amor grande, ciudad como la palabra que yo busco, ancestral FA-ATA- TIVA en tu calor ahora inventado, será nuestro viaje juntos depronto montaña y sombra rumbo fijo al misterio aromas conocidos piedras caminantes a través del espacio y, de esa explosión que nos arroja líquido de soles bañando el cielo, saldrá brillando, veloz como los ríos donde silban las barcas y los sueños de los dioses. Abrirá un camino de calor seguro como tus manos secas sobre el día, camino de ti y de mí de todos por él vendrá el alba de las brumas, el ocaso rosado de Manjuí acumulando historias emergiendo en el tiempo..."

Stel la Castil o Ave Violeta (

)


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En tus cimas Me planto en la cima de tu cerro para contemplar mejor tu arquitectura en ella percibo con asombro más cerca de la luna su figura que llena este espacio de colores su belleza, su historia y su natura. En sus calles se sienten todavía los pasos de aquellos que fundaron este paraíso de amores y nostalgias y declarado como lugar sagrado que albergó en sus tierras a las tribus valientes que escribieron un pasado y pintaron con tinta de su alma sus creencias su voz y su legado. Es un pueblo con sueños e ilusiones que queremos alcanzar con valentía aquellos que amamos sus rincones inundados de luz y poesía y plasmarlo en el alma de los nuestros con amor entusiasmo y alegría. Bajo el cielo se siente la frescura de la brisa que sopla hacia el oriente y en los libros escrito está su nombre que le dieron con orgullo aquellos nobles a un paraíso impregnado de ternura de amores de silencios y dolores Cercado fuerte al final de la llanura..

Miryam Buriticá


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02

01

Son melodías muy armoniosas todas lo hacen, unas terribles y otras hermosas. Sale de la boca y del pensamiento la mayoría de los artistas muy conocidos las ponen en fiestas para bailar, y toda la gente se pone a saltar. Ángel Chala

03

Vestido de Esmoquin es todo un animal. Es alguien muy feliz aunque no le guste volar.

Redondas como las rocas Iluminan nuestro rostro y desde adentro nos hacen ver todo el tiempo.

Andrea Riaño

María José León


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04

06

Tiene un montón de palabras cada palabra es muy interesante cada palabra que abras será una obra de arte. ¿Qué es? Dana Gabriela Mahecha

Salgo en el día, me escondo de noche y cada día que salgo te ilumino más.

05

Cuando me abres abres mis alas también. Cuando se cierran moriré. ¿Qué soy? María José Prieto

Mateo Bustos


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08 Todos lo tienen todos los l evan y a todos les dan uno cuando l egan al mundo.

07 Es hermoso y muy bril ante se ve chiquito desde lejos pero desde cerca es muy gigante. Victoria Martínez

Natalia Triviño

09 Tiene letras tiene dibujos uno aprende y aprende de todos los mundos ¿Qué es? Karol Nicol Duarte


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10

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Sabe a dulce y es muy rico, tiene un palito sin sabor.

Son dos pequeñas ventanas que cuelgan de tu cara dos palitos las sostienen. Aunque no son muy baratas te permiten ver lo que quieres.

Briyith Duarte

María José Prieto

11 Es la corona de una linda reina es la corona que l evas en la cabeza. Katherin Riaño


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13 Se puede reflejar sin tener que andar se puede comprobar si puedes bajar sin arriesgar entra el sol, pero no vuelve a salir como si esa fuera una cárcel cerrada sin que un criminal pueda huir, un lugar para hablar y vivir.

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María José Prieto Son rápidas como un rayo tienen variedad en el color come un poco de tallo encontrarás su resplandor Kevin Ordoñez


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Respuestas

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1. El pingüino 2. Las canciones 3. Las pupilas 4. El diccionario 5. Un Libro 6. El sol 7. El sol 8. El nombre 9. El comic 10. El Bom bom bum 11. La corona 12. Las gafas 13. La sombra 14. Las luciérnagas 15. Los ojos 16. Una flor.

Son dos hermanos muy parecidos pues son gemelos y muy queridos Steven Molina

16 Primero creces de una pepita después creces como una planta y por último te enrrollan como un caracol. ¿Quién eres? Victoria Martínez


Tiene rocas hermosas y un paisaje infinito sus paisajes parecen hechos con pincel obras de arte teje su historia lugar con traje de niebla, sortijas de sol, aliento de montaña. Mateo Bustos (10 años)

BIT ÁCORA DE LA

Facatati v á


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