Luchessi 4 medios y fines

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Medios y fines: construcciones mediáticas del conflicto social Lila Luchessi

Las relaciones de propiedad y el posicionamiento del sistema de medios como campo de disputas políticas lograron la mutación de su misma noción. De las tradicionales cadenas transmisoras, los medios pasaron a constituir el campo en el que se establecen las disputas por el liderazgo de las representaciones sociales. Constituidos como un actor en las pujas por el poder, borran sus marcas de participación en el conflicto por el liderazgo de la sociedad al tiempo que erosionan la política y las instituciones. La presencia de los excluidos en las superficies redaccionales y las pantallas de los medios televisivos da cuenta de los consensos dentro del sistema mediático acerca del borramiento causal de las representaciones sobre los emergentes conflictivos en la sociedad. Si se hace un poco de historia, desde el retorno democrático de 1983, los medios cambiaron de roles, protagonismos e incidencias, al tiempo que las relaciones de propiedad dentro de ellos se fueron modificando mientras se establecían como líderes de una nueva fase de la economía. Si bien ubicado en los medios desde todos los tiempos, ya desde los ochenta, el conflicto social adquiere otras formas de visibilidad. La fuerte irrupción de las empresas cable y –más tarde- de televisión satelital constituyó el campo propicio para que ella se situara como centro de la escena para la construcción de las representaciones políticas. Esta centralidad conlleva la presencia de unos otros quienes, antes de estos acontecimientos, no tenían espacio dentro de la circulación periodística de noticias. La televisión, como actor fundamental en las construcciones del consenso político de la sociedad, se presenta como “la voz de quienes no tienen voz”, “los ojos de la ciudadanía” devenida, claro está, en un tipo especial de opinión pública a la que se denomina – sencillamente- “gente”. De a poco, la calle -como escenario de las representaciones de los conflictos colectivos- dejó de ser el espacio de manifestación de las adhesiones y disidencias públicas. En su lugar, los sets televisivos comenzaron a ocupar sitios muy cercanos al poder. Erigidos fundamentales para la vida democrática, los medios de comunicación comenzaron a interactuar formando redes temáticas que circulan y se retroalimentan dentro de un tejido compuesto por soportes, grupos empresarios e intereses políticos que son diversos. Claro que esta diversidad es factible de ser sostenida mientras no atente contra los consensos centrales que evitan la divergencia


Durante los años noventa, la diversidad fue un tema muy abordado tanto en la academia, cuanto en los espacios mediáticos como políticos. Los multiculturalistas abonaban la idea de un contexto en el que estas presencias conllevarían democratizaciones que en la década anterior habían sido escasas. Así, los discursos del fin del milenio en relación con la participación democrática sesgaron las divergencias que se daban en los distintos niveles de la vida pública. Entonces, la tendencia por esos años tuvo como resultado la aparición de grupos situados políticamente en sitios construidos, por exotismo o marginación, como diversos (Luchessi y Cetkovich; 2001). En este contexto, la diversidad obtura las discusiones acerca de las tensiones que se producen dentro de la sociedad en relación con los parámetros distributivos de esos años. Entonces, en la arena mediática, los aires de época no se limitan solamente a esa categorización.

Ocasos El fin de siglo XX representa el ocaso de una centuria. Pero, además, instala el pensamiento consensuado de otros cierres. Por aquellos años, las ideas acerca del fin de la historia, el Estado – Nación, el trabajo y las ideologías insertaron los factores culturales más fuertes para la construcción de un contexto en el cual las discusiones sobre los roles de los medios y la política, generan confusiones respecto de las prácticas cotidianas de la ciudadanía1. Pasado ese momento, la comunicación y la cultura constituyeron “un campo primordial de la batalla política” (Barbero; 2002: 16). Es que la discusión acerca de los territorios, que planteaba la innecesidad de fronteras políticas para restringir y regular los flujos financieros y comerciales, genera la fuerte aparición de “límites” que “confinan” a vastos sectores de la población a condiciones de vida profundamente precarias. Esa precariedad se sostiene en índices de exclusión novedosos en el caso de la Argentina. Así, a medida en que el desempleo alcanzó una meseta que lo mantuvo en los 14 puntos, con picos de 18% luego del Tequila, en 1995 y en los primeros meses del 2002, el porcentaje de personas que fueron desplazadas a las condiciones de pobreza casi se triplicó en el mismo periodo2. Así, la concentración que generó la inequidad que aún subsiste, se generalizó en términos globales: el 80% de la población del mundo se concentra al sur del Ecuador y en Asia 1

Es abundante la bibliografía en la que se da cuenta de estos cierres. No obstante, la obras fundamentales que constituyeron los debates de fin de siglo pertenecen a Fukuyama: 1992; Ohmae: 1997 y la reedición, en 1996, del trabajo que Rifkin había realizado hacia mediados de siglo. El consenso acerca de la muerte de las ideologías constituye –entonces- la nueva ideología de la época. 2 Fuente INDEC. Encuestas permanentes de Hogares; índices de empleo y pobreza.

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del este. Es justamente en estos lugares donde esas poblaciones viven con el 20% del Producto Bruto mundial, mientras que el 20% de la población restante concentra para ella el 80% de la riqueza. Dentro de las fronteras, que se planteaban innecesarias en el nuevo proceso, esas tendencias también se generalizan y –en el caso de Argentina- el 65% de la población ocupada es pobre. En este sentido, los ocasos que se pregonaron hacia los años noventa dieron lugar a un nuevo comienzo: el de la generalización de la inequidad distributiva dentro de la sociedad. Esta generalización conlleva una nueva construcción de los actores como miembros estigmatizados de una comunidad que no tiene ninguna politica para incluirlos. Así, las estrategias de visibilidad respecto de quienes se encuentran excluidos tienen dos características fundamentales: el exotismo y la criminalización. En el primer caso, la estrategia de construcción parece situarse en la condolencia. En el segundo, es más complejo dado que comienza por la judicialización y termina por la construcción delictual de los grupos marginales. No obstante, tanto en un caso como en el otro, las historias de exclusión y marginalidad no se relatan respecto de las situaciones causales que las generan. Más bien, ellas son presentadas como causas de unos conflictos en los que las víctimas son otros: los que están incluidos. Es que tras una década de imposibilidad para elaborar enemigos que permitiesen establecer consensos dentro y fuera de la hegemonía –entendida como grupo que lidera los procesos dentro de geografías específicas- , la táctica del enemigo interno recae sobre otros grupos pero con las mimas estrategias. Con ellos, no aparece la disidencia doctrinaria ni la presencia opositora. Sus presencias manifiestan, simplemente, la falla que se produce profundizando las políticas de concentración.

Relaciones causales Las operaciones de inversión causal respecto de los grupos estigmatizados en la sociedad tiene tradición tanto en la política –a través de legislación tendiente a la marginación y penalización de ella- cuanto de los medios, a través de la construcción de representaciones estigmatizantes de aquellos a quienes se pretende excluir (Luchessi; 2004). Así, el sistema de medios, analiza la violencia de los grupos que circulan por los márgenes como causa de los problemas que afectan al resto de la sociedad. Las víctimas de la violencia marginal son el elemento primordial para consolidar la idea que profundiza una exclusión mayor. La maniobra que se establece para sostener esta inversión

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causal se sustenta en el tratamiento sin anclaje histórico de los datos que se mantienen de forma espasmódica en las superficies periodísticas. Es que los tiempos que corren se caracterizan por poner puntos finales. Entonces, las causas que provocan una violencia desde los márgenes se omiten y sus consecuencias se presentan ante las audiencias como principios de otra cosa. Claro que el procedimiento no es ingenuo. Por debajo de estas omisiones se opacan las consecuencias no dichas de las nuevas relaciones de producción. De este modo, las consecuencias de la marginalidad se instalan en la sociedad, a través de las mediaciones periodísticas, como causas de la inseguridad, la intolerancia, la barbarie. Cada una de estas categorías se presenta como polo negativo de una oposición en la que las características de signo positivo, vinculadas con la inclusión, se ven amenazadas (Cetkovich y Luchessi; 2003.a). La repetición de los métodos y los procedimientos permite naturalizar una lectura inadecuada del proceso. Despojada de todo signo histórico, la analogía entre las irrupciones divergentes de momentos diferenciados sostiene el verosímil que hace posible la inversión causal. Tanto las manifestaciones hegemónicas como las producciones discursivas que dan pujas en su seno tienen altos grados de complejidad. Así, la opacidad exhibida en desideologización, vela la intencionalidad con la que se ocultan las verdaderas causas del proceso. En un contexto de alta concentración, las cantidad de excluidos aumenta y genera contradicciones políticas en relación con la planificación distributiva de la riqueza. Además, si los medios se encierran en “una vida propia y desvinculada de la realidad” y más: “cada uno mira al otro y ninguno mira al mundo” (Kapuscinski; 2003: 27), la mirada que establecen sobre la política es confusa en relación con las prácticas que establece la sociedad. La custodia de un orden privado lleva a que la ideología de la nueva etapa irrumpa, con virulencia, pero presentada como desideología3. Con todo, esta irrupción no puede buscarse en lo visible. Son las tramas, las redes relacionales y las tensiones por el poder las que traslucen las intencionalidades y los intereses que se ocultan en dispositivos discursivos complejos. Además, datos de orden económico y legal constituyen la apoyatura en la que se recuestan las argumentaciones en relación con la construcción de una esfera caracterizada por la exclusión.

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Cabe recordar que en otros trabajos analizamos la reiteración de las prácticas estatales en el marco de los perímetros de la privacidad. Con ello, los grupos de incluidos, tienden no solo a reproducir las reglamentaciones que ya existen sino, además, a desconocer el valor regulador de las instituciones del Estado. Cf. Luchessi y Cetkovich (2003.b)

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La globalización de las agendas, la transnacionalización de las tematizaciones y las veladuras intencionales que se producen con ellas, hacen que los dispositivos discursivos tiendan a la homogeneidad. Entonces, las agendas tienden a homologarse. En ellas, los excluidos aparecen visibilizados a través de tematizaciones que los asocian con la imagen de peligrosidad para el resto de la sociedad. Para ellos, esta presencia en la oferta mediática no otorga la posibilidad de visibilizarse positivamente. La idea de diversidad permite sus representaciones aunque, sus disrupciones se pierden en temas más generales como los perjuicios en la circulación urbana, el caos de tránsito y la posibilidad del estallido de violencia. También, es a través de sus imágenes que se naturalizan sus exclusiones.

Tecnologías, espacios y poder Los avances tecnológicos generan una percepción diferente de los acontecimientos que se producen. La sensación de posesión del acceso a un flujo informacional constante admite pensar en una sociedad caracterizada por “la capacidad de sus miembros para obtener y compartir información instantáneamente, desde cualquier lugar y en la forma que prefieran” (En Línea, Año 6, Nº 21; 54). Sin embargo, existen poblaciones enteras que no acceden o, sencillamente, no consumen productos periodísticos. En la actualidad, son vastos los lugares del país en los que no hay acceso a la energía eléctrica, las redes telefónicas o simplemente los caminos. De este modo, las empresas mediáticas no apuestan a esos públicos, dado que en la ecuación costo – beneficio les resulta antieconómico invertir en esos lugares o para esas personas cuyos consumos son muy restringidos. Las discusiones sobre el territorio, las fronteras y los límites concretos se extienden. La innecesidad fronteriza se instala como serie en la agenda a partir de dos cuestiones: la economía y las finanzas. Sin embargo, su rigurosa aplicación se establece a partir de la inmigración que, según dicen los medios de comunicación, contamina los procesos dentro de los territorios nacionales y los movimientos poblacionales dentro de las fronteras nacionales por parte de quienes se quedan sin recursos o buscan mejores condiciones para no perder sus inclusiones4. Entonces, la

idea de caducidad fronteriza es más que nada del orden del discurso. Las

restricciones legales y la imposibilidad de acceso al nuevo contexto, que no solo se limita a las 4 Distintos estudios acerca de las representaciones mediáticas de la inmigración, tanto en el país como fuera, dan cuenta del uso constante de la invariante extranjería en los procesos contractivos de los discursos de los medios. Así, pueden consultarse los trabajos de Grimson et al (2000); Luchessi y Cetkovich (2002); Avila Barei (2002)

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tecnologías sino a la comprensión y uso de sus lenguajes, generan que la exclusión no se tenga en cuenta a la hora de los discursos más optimistas. En este contexto, la valoración sobre el límite cambia de lugar y se acentúa la necesidad de incluirlo para separar lo que se incluye de lo que se quiere excluir. Los números de los accesos a las TIC –si bien en crecimiento- no son alentadores para los países periféricos. En este caso, las demarcaciones respecto de lo que se posee y lo que no en términos de tecnología establece nuevos márgenes y confinamientos. A pesar del auge de las ofertas de acceso al consumo de Internet hogareño, la gran cantidad de salas para uso del público en locales comerciales, las campañas agresivas para el uso de telefonía celular, la inserción de TIC en la Argentina no tiene un amplio desarrollo. Esto hace que la capacidad para obtener y compartir información quede reducida a una porción muy pequeña de la población. Así, aún dentro de sistemas periféricos a la nueva distribución del poder, se reproduce una configuración que se sostiene en ricos globalizados y pobres localizados (Bauman, Z; 1998). Estos últimos, son sujetos de tematización en las agendas al tiempo que los consumos que hacen de ellas les permiten acceder a tópicos universalizados, aunque sea de modo residual. La televisión es la tecnología más utilizada. Sin embargo, la capacidad de informarse se reduce a los programas que se emiten por la televisión de aire. No puede dejarse de lado que la venta efectiva de diarios experimentó un retroceso y que los hits de consumo se asocian a estrategias de marketing por fuera de los contenidos periodísticos. Los coleccionables, las entregas de promociones y las alianzas estratégicas con otras industrias culturales, más relacionadas con el entretenimiento, son las que permiten hacer marcas de ventas más interesantes que las que ofrece el contenido informativo. A pesar de estos datos, la idea de que el sistema de medios, como escenario de los entramados culturales y comunicacionales de la sociedad, mantiene su vigencia y centro en la televisión resulta generalizada en diversos sectores. La reconfiguración del escenario comunicacional ya no permite analizar a un solo medio como influyente en la opinión pública. Es en las relaciones que establecen entre ellos, con el poder y la sociedad donde radican sus influencias. Además, la trama discursiva que se asienta en las interrelaciones mediáticas globales constituye las mediaciones que las articulan. El entramado en el que se instalan, modifican y cristalizan las tematizaciones que circulan socialmente instaura un campo complejo donde se producen las pujas por el poder (Luchessi; 2004). Sin embargo, las reproducciones de las lógicas del sistema dentro de cada producto mediático permiten dar cuenta de las interrelaciones, tensiones y conflictos en (y por) la sociedad.

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En este sentido, no pueden pensarse las influencias mediáticas y sus efectos políticos con la misma linealidad que se instituía desde el esquema básico de la comunicación (Jakobson; 1984). Actualmente, el escenario comunicacional conlleva otras prácticas y nuevos resultados. En el nuevo contexto, el viejo esquema interactúa con incipientes lógicas de producción, que exigen otras competencias en la recepción y el consumo. También, los trabajadores deben adaptarse a lógicas que exceden el campo de los contenidos para situarse en un plano en el que los resultados del producto encuentran en ellos solo un elemento para su desarrollo (Martini y Luchessi, 2004). Las tensiones entre lo global y lo local generen una mixtura productiva en aquellos grupos que se insertan en la agenda para plantear sus divergencias. Los trabajadores de los medios, entonces, deben redoblar sus esfuerzos para conseguir objetivos cuyo máximo fin no es ni la ambición, ni los ideales (Kapuscinski; 2003: 23). El periodismo actual tiene como meta “ganar dinero pronto y en grandes cantidades” (Ib). Entonces, puede analizarse que las tematizaciones acerca de la violencia y el conflicto suelen ser rentables y efectivas. La exclusión, como preocupación o necesidad, está lo suficientemente extendida y en ello radica su potencial universalización comunicacional. Sin embargo, esta entrada en el escenario mediático abona la idea de una erosión de la política y la institucionalidad, respaldada en rasgos que se homologan independientemente de su heterogeneidad. En casi todos los casos, la información que da cuenta de transgresiones a los sistemas de convivencia democrática genera una polaridad binaria en la que los transgresores tienen algunos rasgos comunes. Es que los resultados de las políticas excluyentes se vierten en las agendas como preocupaciones sobre su potencial efecto posterior. No se registran, sin embargo, inquietudes acerca de la falla que origina las causas. Las valoraciones locales respecto de un problema universal, como lo es la exclusión, no conllevan el grado de universalización que daría cuenta de la falla. Ellas se sostienen en miradas fragmentarias, que resisten algún grado de negociación para no dar cuenta de la oposición que se generaría de aclararse las posturas de quienes la emiten. También, estas estrategias ofician, de modo tranquilizador, como herramientas fundamentales para acentuar la disgregación. La presencia fragmentaria y atomizada permite, desde esta lógica, poner en público las imágenes de los excluidos que, si bien resultan la mayoría de la masa poblacional aparecen como amenazantes aún para algunos de los grupos que están fuera pero no son visibles. La universalización de las tematizaciones, con su consecuente homogeneización es la estrategia en la que los medios

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establecen la posibilidad de diferenciación con sus audiencias, el poder y los sujetos de estigmatización y exotización.

Paradojas No solo las tecnologías hegemónicas conducen las percepciones hacia sus propias lógicas. Las ideas imperantes en cada momento de la historia imponen miradas acerca de los modos de percibir el mundo. La particularidad de las que signan las ideas de los últimos años es que tratan de librarse de su propia historicidad. También, es novedoso que las expresiones que difieren de ellas no aparezcan censuradas en los medios hegemónicos. En primera instancia, esta práctica podría analizarse como pluralista. Sin embargo, con el poder de la publicidad desplazado hacia la arena mediática y la cantidad de expresiones fragmentarias y atomizadas que circulan por ella, esa pluralidad se vuelve estratégica para el sostenimiento de una percepción homogénea. Es en la centralidad del sistema de medios en que la comunicación se vuelve substancial. Sin embargo, ella no se sostiene en la ideología que se pretenda difundir sino en actos comunicacionales que comportan efectos políticos en ellos mismos. La inversión estratégica, que permite la supremacía de la forma sobre el contenido, del discurso sobre la acción política, de la simbología sobre lo concreto articula la posibilidad de generar una sensación democratizadora que tiende a su reversión. En recepción, la asimilación de lógicas individuales permite que este pseudo pluralismo resulte muy útil para la construcción de la homogeneidad. Además, la adaptación a las formas discursivas que se plantean desde la hegemonía hace que el contenido se vea afectado. En este sentido, los trabajadores de los medios también ven cómo se modifican sus rutinas y su tradición de contextualización. Entonces, las estrategias de los marginales –que ven en los medios una oportunidad de aparición pública- terminan por vaciarse de contenido político. Aunque paradójico, el funcionamiento de las significaciones que cobran sus intervenciones mediáticas ayuda a diluir las representaciones de sus verdaderas condiciones de vida. En la escenificación de la marginalidad es donde esta pierde su verdadera fuerza representacional. También, la sobreactuación de la politicidad conlleva un signo negativo. Con un marco mediático, la política se corre de la centralidad para constituir la cáscara vacía de unas protestas desarticuladas. Con la ocupación central de la

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protesta, la simbología constituye una herramienta fundamental para sostener los argumentos de quienes la quieren marginar. Entonces, en la paradoja está el éxito de la homogeneización. Además, los receptores de esas piezas comunicacionales comprenden con el sesgo que les imprime a sus percepciones el espíritu de la época. Vaciado de politicidad, colectividad y compromiso todo tiende a un pragmatismo que genera exclusiones mayores. No solamente desde los medios y la hegemonía en general se estigmatiza y criminaliza a los marginales. Es justamente en los sectores más amenazados con la marginación donde se encuentran los núcleos más duros de exclusión. En este sentido, la estrategia tiene consenso aún entre quienes permanecen en los márgenes. Atomizadas, las pujas por el poder no tienden a cambiarlo en pos del bien común sino, en todos los casos, a poder liderarlo. La amenaza de disolución no encuentra otras causas que la política. Es obvio que solo a través de rutinas, peticiones y participación ciudadana se puede ejercer un control sobre el poder. No obstante, al integrarlo, el sistema de medios se siente amenazado. La naturalización del ejercicio periodístico como único contralor posible de las instituciones y su visible pertenencia a la hegemonía pone a los periodistas y a sus medios frente a la posibilidad de ser cuestionados. Entonces, en la nueva lógica, la posibilidad de generar “buenos negocios” atenta contra el prestigio, las rutinas y las prácticas profesionales que ubicaban al periodista en un lugar priviliegiado de la sociedad. De este modo, el trabajador de los medios deja de ser un notable. En el nuevo contexto es anónimo, la factura de su trabajo es compartida por equipos profesionales y su posicionamiento en la sociedad pierde relevancia. Al mismo tiempo, los medios para los que trabaja concentran dinero, influencia y poder. En este sentido, las brechas que se analizan respecto de los distintos actores sociales también pueden aplicarse en relación con quienes trabajan y concentran capacidad de comunicación (Ford; 2005). De todos modos, el entramado produce asimetrías entre los integrantes de la hegemonía y busca en la estigmatización de la política una concentración de poder mayor. Así, las consecuencias de una cultura en la que ganar “mucho dinero rápidamente” genera que rápidamente se excluya a los que no lo consigan; el borramiento causal permite convertir la agenda de la violencia en un elemento operacional para convalidar esta exclusión. Como ya vimos, las brechas entre los que más y menos tienen aumentaron en el mismo lapso en el que el cuestionamiento a los políticos se volvió –casi- caníbal. Si bien es cierto que la clase política

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gozó de más de una década de impunidad, si lo hizo fue por garantizar los privilegios de una hegemonía que denosta al Estado pero lo utiliza para sus propios beneficios. A pesar de la preocupación, que se manifiesta en los discursos de algunos periodistas, en las estrategias mediáticas no se encuentran discursos asociados con la inclusión sino, en casi todos los casos, a la conservación del status quo.

El cuerpo del delito Los discursos acerca de la marginalidad suelen referirla de diferentes modos. Sin embargo, salvo en excepcionales miradas exóticas, siempre aparece como corporización del delito. A veces, el margen se presenta como deseable. En estos casos, se intenta construir una idea de interacción, de multiplicidad y de ligazón entre esta demarcación y las nuevas expresiones que tratan de dar cuenta de la ilimitación. A la vez, evidencia que es por su irrupción en la que el sistema de clasificaciones mantiene su vigencia aunque intente ocultarse Claro que los dispositivos hegemónicos para sostener los resultados excluyentes no se sostienen solamente en la discursividad del sistema de medios. Aunque su predisposición para el mantenimiento de las condiciones de desigualdad y los esfuerzos para la conservación del consenso le otorgan una centralidad fundamental en la construcción política del conflicto. La violencia que este dispositivo conlleva requiere de unos destinatarios capaces de tolerarla y unos protagonistas dispuestos a hacerle frente. Las estrategias que ellos elaboran suponen una adecuación a las lógicas productivas. Es en esa negociación en la que la disputa se pierde. La agenda la establecen quienes tienen el poder para hacerlo y sus metodologías conllevan representaciones sociales acerca de la exclusión. Si seguimos a Fernández Pedemonte (2001; 117), vemos lo siguiente:

“las informaciones vinculadas con la violencia cumplirán un papel simbólico fundamental, en la medida en que mostrarán una fisura en la sociedad, unos límites más allá de los cuales esta no se puede aventurar, las formas que puede asumir el mal”.

En el discurso periodístico, el mal constituye un insumo. Es que: “El mal es el elemento supremo del periodismo” (Wiñazki; 1995: 9). Por él, el periodista puede asumir el distanciamiento respecto de sus audiencias, sus fuentes y el poder. Sin embargo, la distancia con el poder es cada 10


vez más corta. En tanto integrante de los sectores poderosos tiene la oportunidad de postular “la prioridad de la palabra respecto de los cuerpos” (Ib). Y, es con ella que puede establecer las clasificaciones que esos cuerpos representan en los bordes de la fisura que se instituye en la sociedad. De igual forma, “el periodista que lucha contra el mal tiene necesidad del mal para existir” (Ib). En sus constructos, la condensación del discurso le permite trazar gruesas pinceladas acerca de cuales son las referencias sobre el bien y el mal, el orden y el desorden. Por supuesto que el bien siempre se encuentra referido por aquellas acciones que no implican formas de ruptura con el modelo establecido. Sin embargo, es con la irrupción de ellas con las que pueden edificarse los patrones para evidenciarla ante quienes la ruptura no es una categoría frecuente. También, para asociarla con lo que se pretende marginar. En un circuito constructivo, el mal enunciado no tiene por qué coincidir con su objeto. El bien tampoco. Entonces, los destinatarios constructivos de estas articulaciones habitan una especie de purgatorio, donde las categorías que definen el cielo y el infierno son artificiales. Esta habitación se sustenta en la posibilidad de inclusión y la amenaza de su pérdida.

Sin documentos El delito constituye una divisoria para las categorizaciones que se tratan de imponer. Sin embargo, en la medida en que se lo puede encuadrar dentro del orden de los constructos, puede cambiar de formas y también de expresiones. Vacío de sus lógicas, el límite que separa la legalidad de la ilegalidad no solamente se corre de espacios sino, además, cambia de protagonistas. Contrariamente a lo que se piense, los marcos legales que instalan las normas de cada época son la resultante de un diseño en el que no todos estarán incluidos. Lo novedoso, es que en los últimos años pareciera que solo algunos quedarán aislados dentro de los límites de la legalidad. En tanto, y a medida en que las brechas se ensanchan, lo ilegal, delictual o criminal va tomando cuerpos y formas originales. La categoría ilegalidad es esencial para la construcción de identidades delictivas y, por tanto, marginales. En relación con los indocumentados, los pobres y los extranjeros, la aplicación de estos recursos garantiza consumidores para los productos mediáticos y, por tanto, que el negocio se mantenga al tiempo que genera nuevas formas de control en la sociedad.

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Claro que sus prácticas no necesariamente constituyen transgresiones legales. Sin embargo, en esta lógica, que sustenta modelos representacionales operativos para mantener un orden desigual, puede pedirse la suspensión de las garantías o la modificación de los códigos, para producir el endurecimiento de las penas. En esta capacidad de abstracciones, la marginalidad corporiza el desorden y el Estado la represión. Sin ir más lejos, los miembros de las fuerzas de seguridad produjeron, en el aniversario de las muertes de Kosteki y Santillán5, el mismo efecto del piquete. Nadie logró atravesar el puente pero por la presencia de los efectivos. No obstante, la imagen televisada de la policía y de la prefectura, la gendarmería y las fuerzas especiales de la provincia de Buenos Aires daban cuenta de una ciudad sitiada. Con ella, podían resurgir los fantasmas de un castigo concreto. Las estrategias de visibilidad corporal de quienes se encuentran en territorios delictuales permiten enarbolar la bandera de la punición como modo de control social. La presencia de delincuentes en zonas donde habitan pobres inviste a las zonas geográficas en las que viven de una delictualidad que opera por contigüidad. “El relato y el recuento de los hechos promueven modelos situacionales, pero también el enfoque desde el que son narrados y las opiniones vertidas en editoriales y notas, en la medida en que son coincidentes, promueven modelos interpretativos” (Fernández Pedemonte; Op. Cit: 130). En ellos, el delincuente tiene unas características muy aproximadas a las de los excluidos: es pobre, vive en asentamientos precarios, muy probablemente cruzó ilegalmente la frontera y es capaz de ejercer la violencia. Claro que este ejercicio no tiene justificativo alguno. Sin embargo, la inversión causal que enumera todas estas condiciones para centrarlas en el lugar de inicio de una cadena de violencia genera una marginación aún mayor. En realidad, básicamente por una demanda que se instala desde el sistema mediático, la geografía de la delictualidad se centra en las zonas más pobres. La asociación que se hace entre pobreza y delito le da forma a la imagen que se instala socialmente acerca del criminal. Entonces, las acciones que se desarrollen en esos asentamientos quedarán teñidas de sospecha. No importa cuales fueren. Lo que sí importa es que presenten rasgos estables para construir un enemigo visible para la sociedad o, mejor dicho, para los incluidos. En tanto prodestinatarios de los productos comunicacionales, ellos conforman una masa operacional al sostenimiento del 5

El 26 de agosto de 2005, los grupos de piqueteros no pudieron acceder al puente Pueyrredón, que une la localidad bonaerense de Avellaneda con la ciudad de Buenos Aires, por el grueso cordón policial que contó con más de mil efectivos. No obstante, tampoco pudieron hacerlo quienes se supone se perjudican frente a la presencia de los grupos de trabajadores desocupados. En este caso, el gobierno hizo valer su autoridad frente a los manifestantes provocando, en ese caso, un piquete oficial protagonizado por las fuerzas de seguridad

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producto y su potencial éxito comercial. Además, si la motivación de comprar o consumir productos comunicacionales se sustenta en la oferta de otros productos que se entregan con ellos, cabe preguntarse cuál es la incidencia del contenido sobre sus consumos y, además, qué grados de consenso se establecen para sostener los pactos de lectura. Acerca de ellos, las caracterizaciones que se hacen son resbaladizas. Si bien la delictualidad es universalizable a todos los sujetos de exclusión, los modos de categorizar la inclusión admiten vastas gradaciones. No obstante, si algo tienen en común los diferentes segmentos que se introducen en la lógica hegemónica es su confrontación y su negación acerca de lo que se quiere excluir. En este sentido, los trabajadores de los medios producen piezas con las que, dados sus grados de inclusión, tienden a estar de acuerdo. Con estrategias fundadas en la negación de las causas, la criminalización de las consecuencias y la corporización de los rasgos marginales como delictivos, se construye la trama discursiva que alimenta el verosímil de la inclusión. Sin embargo, el acecho y la inestabilidad ponen a algunos sectores en las cercanías del margen. El cuestionamiento sobre las protestas y sus consecuentes metodologías hace que en algunas situaciones los incluidos se acerquen al plano de la exclusión. Es en la cohesión interpretativa -surgida de las articulaciones discursivas de la presencia de lo diverso- que la uniforme idea acerca de la integración tiene sustento en la sociedad. Lo irracional se vincula con lo ilegal y, generalmente, con los intentos de los marginales por acceder a la inserción. Claro que no son pocos los casos de delincuencia de cuello blanco que se apropian de bienes que son de todos. De modos más abstractos o más concretos, los delitos de este tipo pueden pasar desde la evasión impositiva, la quita de los dineros privados de los inversionistas o la ocupación ilegal de terrenos públicos para la explotación comercial hasta crímenes contra las personas, aunque con los atenuantes que supone la pertenencia de clase (Ragagnín; Flavia: 2005). En este sentido, la adecuación a la ley pasa a un segundo plano. La corporización que se hace de los valores negativos y nocivos para la hegemonía siempre tiene los mismos protagonistas: los elementos que establecen la puesta en público del conflicto y son funcionales a una creciente desigualdad.

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Reflejos Aunque con procedimientos diferenciados, la metodología hegemónica tiende a reproducirse en los sectores marginales. Sus consecuencias son directas sobre la práctica de la política. En todos los grupos, lo político se usa como un medio para el logro de otro tipo de objetivos. La política no es un fin para la democracia ni para la inclusión de las mayorías. En casi todos los casos, aparece como medio para la obtención de resultados inmediatos y de corto plazo. Con esta lógica, la construcción colectiva arraigada en la historia parece una meta cuyo alcance no se logra visualizar. Las preguntas fundamentales no tienen recurrencia en las manifestaciones públicas de ninguno de los sectores en conflicto. La fragmentación atraviesa a todos los niveles y un sectarismo exacerbado impide la concreción de planes que contemplen inclusiones. En los grupos hegemónicos, la respuesta está clara. La exclusión garantiza el desarrollo de estrategias que terminan por lograr esa concentración que permite que el negocio pueda funcionar. Sin embargo, en términos representacionales, los argumentos giran en torno de un bien común, una construcción identitaria y una relación con el resto de los actores sociales que no repara en el devenir histórico. Cristalizadas, estas prácticas constituyen invariantes que –aunque efectivas- no están en sincronía con la nueva forma de producción global. En cambio, en los marginales, la dualidad acerca de las construcciones colectivas es mucho más compleja. Compuestos por grandes masas de personas, estos grupos no logran establecer la articulación. Entonces, se trata de comprender cuáles son los factores por los que se los expulsa hacia los márgenes y, también, si existe un acuerdo acerca de las formas alternativas de construcción de comunidad. En ese complejo entramado; tácticas, costumbres y prácticas de cada uno de los sectores se proyectan sobre los otros y los modifican. Estas variaciones establecen una complejidad que parece simplificarse en relación con los resultados que se obtienen. En una lectura superficial, las posiciones se exhiben irreconciliables. Sin embargo, los efectos dan cuenta de que tanto las miradas radicalizadas como las que pretenden una autoridad basada en la tradición, alcanzan consecuencias similares: una segmentación, fragmentación y separación mayor de la sociedad para el beneficio de los nichos, los mercados y la producción a escala global. Entre marginales, las tensiones se exteriorizan con una complejidad importante. La coincidencia acerca de la construcción de una otredad estatal (generalmente nombrada como gubernamental)

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no condice con las que se esbozan acerca de los otros grupos de pares con los que se puja por el acceso a los subsidios, el liderazgo político y, en el último de los casos, por la inclusión. En una especie de laberinto, los reflejos del pensamiento hegemónico obturan la posibilidad de establecer otro. Los que comparten la insatisfacción de las necesidades básicas no logran acordar en la conformación de un colectivo. Entre ellos, el otro se fragmenta en varios, aunque por sus condiciones materiales y de cotidianeidad pueda resultar muy parecido. Entonces, la estrategia que tiende a lograr una inversión causal que refuerce las necesidades concentradoras de la hegemonía es exitosa en términos de reproducción. En ese contexto, los medios de comunicación se corren de lugar. Su espacio se vuelve terreno de disputas por la visibilidad, la imposición de los temas en la sociedad o el liderazgo de la hegemonía. Alejados de su lugar de tracción ideológica se corren hacia el centro de las escenas cultural y política. Desde allí condicionan los consensos acerca de las prácticas excluyentes y logran adeptos en la sociedad y en el poder. En sus nuevos espacios de liderazgo de la hegemonía los medios obturan la posibilidad de las apariciones disruptivas. No obstante, no lo hacen con censura sino con visibilidad. Y es en ella donde radica la novedad.

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