"Es una ilusión pensar que las torres pueden tener una utilidad social"

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E.G.M.: 816000 Tarifa: 20424 €

Sección: CULTURA Páginas: 22,23

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24/10/2012

Entrevista Thierry Paquot, filósofo y editor de la revista ‘Urbanisme’, reflexiona sobre la pulsión del ser humano por construir edificios elevados y analiza la relación de estos y el urbanismo con el cine

“Es una ilusión creer que las torres pueden tener una utilidad social” BORJA DE MIGUEL

En menos de una semana desde su inauguración a finales de mayo, el Skytree de Tokio –la torre de comunicación más alta del mundo y, con sus 634 metros, el segundo edificio en el ranking general, por detrás de la torre Jalifa, en Dubái– superó el millón de visitantes y se espera que en su primer año se acerquen a ella 30 millones más. La fascinación del ser humano por las construcciones gigantescas parece aún intacta a pesar de las advertencias que ya desde la Biblia se lanzaban con pasajes como el de la torre de Babel. Posiblemente, muchos de los hoy amantes de los rascacielos no saben que desde finales del siglo XIX estos edificios –impensables sin la invención de las estructuras metálicas, el teléfono y el ascensor– son sobre todo símbolos del poder económico surgidos en un momento en que, por primera vez, las empresas separaron las oficinas de los centros de producción –las fábrica–, inventando así el concepto de sede social. Mientras los propietarios y los altos directivos se rodeaban de lujo y modernidad en las primeras megalópolis del planeta, los obreros seguían trabajando envueltos en humo a centenares de kilómetros. Más de un turista que hoy se fotografía sonriente ante estos iconos se llevaría las manos a la cabeza si conociera el gasto medioambiental que suponen debido al coste energético de fabricación sus materiales ultra-sofisticados, el derroche de sus sistemas de ventilación dado que las ventanas de los pisos superiores no pueden abrirse o los kilómetros de cableado informático. Desde octubre de 2011, los nuevos edificios de oficinas de Francia deben consumir, por ley, un máximo de 50 kWh por metro cuadrado y año de media. Los rascacielos actuales requieren entre 800 y 900 y los del sector de negocios de La Defense de París, construidos en los años 60, llegan hasta los 1.500. Thierry Paquot lleva años reflexionando sobre estos y otros asuntos relacionados con la ciudad y lo humano. Con estos datos, ¿por qué continúa en el planeta la fascinación por construir torres y rascacielos? Lo que está sucediendo ahora es la revancha de los pueblos históricamente dominados por el colonialismo estadounidense, británico, francés… No es por azar que las

construcciones más altas del mundo hoy estén en el este. De esta manera dicen: “ahora somos nosotros los ricos, tan ricos que podemos hacer edificios más altos que los vuestros”. Los estadounidenses, tontamente, aceptan el reto, y van a construir en el antiguo espacio del World Trade Center una torre de 1776 pies, en honor a la fecha de la independencia de Estados Unidos. No es el único país occidental que continúa apostando por los rascacielos. Quienes defienden esto están en arrière-garde, no en avant-garde. Los razonamientos de defensa del

Incontestablemente, existe una estética de la torre. Pero, las películas con torres tienden al cine catastrófico y estos edificios suelen ser infernales: un incendio, un terremoto, rivalidad entre los de arriba y los que están abajo, ya que el rascacielos se convierte en un microcosmos de la sociedad. Es una ilusión creer que puede haber una utilidad social en una torre. El cliente del último piso de un hotel de lujo nunca aceptará subir en el ascensor con una anciana que va a la seguridad social del tercero, o con el estudiante de sociología que vive en el octavo. Además, hay que dife-

Thierry Paquot en el exterior del Théâtre Le Merlan de Marsella

BORJA DE MIGUEL

Thierry Paquot Thierry Paquot (Saint-Denis, Francia, 1952) es filósofo, profesor de universidad y editor de la revista Urbanisme, entre otros cargos, lleva años reflexionando sobre las relaciones entre la ciudad y los seres humanos, sus interactuaciones; es autor de numerosas obras, entre las que destaca la dirección de la enciclopedia La ville au cinéma, una obra de 900 páginas, con 90 autores y que costó diez años de trabajo. siglo XIX eran los mismos que los de hoy: los rascacielos son un símbolo de la ciudad, un faro, la expresión de la modernidad activa… Seguimos con el mismo vocabulario, lo que me permite decir que la torre es un objeto arquitectural del siglo XIX y que hay que avanzar hacia la ciudad del siglo XXI. Pero en las salas de cine quedamos fascinados con las imágenes aéreas de rascacielos y ciudades en las que, posiblemente, no nos gustaría vivir. ¿Qué significa esta contradicción?

renciar entre ciudades torre como puede ser Nueva York y otras que no lo son, como París o Londres, donde estos proyectos arrogantes son un desprecio al pueblo. En cualquier caso, efectivamente, hay películas que empiezan con travellings que son muy bonitos con puntos de vista únicos, pero esto está unido a la tradición del belvedere y de los jardines del siglo XVIII. Yo no estoy en contra de construir una torre inútil como la Torre Eiffel, que no sirve para nada pero me gusta.

¿Qué puede hacer hoy el cine por el urbanismo del siglo XXI? Depende de la calidad del cineasta y de su toma de conciencia pero yo creo que los cineastas son poco sensibles a la dimensión de la habitabilidad, de la ciudad, de la casa… Normalmente cuentan historias generacionales, de relaciones afectivas, donde vemos los coches y las casas pero nunca de manera manifiesta. No son películas que digan: “¡Atención! Esto no es bueno, habría que imaginar otra cosa”. No hay la dimensión utópica del cine en el aspecto urbanístico. Sólo el cine chino empieza a ser sensible a las condiciones de vida porque allí tienen una situación terrible, con toda la población que llega del campo a vivir en las ciudades. En Bombay, el 65% de la población vive en favelas y dos de ellas tienen más de un millón de habitantes. Y no veo que el ojo de la cámara hable sobre eso. El cine está en crisis… Y la ciudad está en crisis. A nivel planetario, hay diversas maneras de urbanización pero, muy a menudo, esta urbanización se efectúa sin ciudades. Somos ciudadanos porque, con el coche, nos desplazamos veinte kilómetros para ir al trabajo o para llevar a los niños al colegio, pero no residimos en lo que llamamos ciudades. La ciudad que nos gusta, la ciudad europea, con ciertas funciones urbanísticas y en la que vas a pie a tomar un café o a encontrarte con los amigos, está derivando hacia formas desproporcionadas. Por otro lado, tenemos ciudades difusas, sin concentración, como en Italia. La mayoría de los habitantes de Europa vive hoy fuera de lo que hasta hace poco hemos conocido por ciudades. La ciudad está en crisis y el cine también, y últimamente ambos se juntan para crear una nueva simbiosis económica. Pienso en los últimos filmes europeos de Woody Allen. Desde 1895, por relacionarlo con los hermanos Lumière, hay una especie de temporalidad común entre la metrópolis y el cine pero el cine nunca ha tenido la finalidad de filmar la ciudad. Es una idea que tuve al acabar la enciclopedia La ville au cinéma y está basada en los testimonios de los propios realizadores: Éric Rohmer me explicaba que había rodado en Clermont-Ferrand o Namur casi por azar, porque el primo de alguien


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que trabajaba con él tenía una peluquería en tal sitio y estaba libre en agosto… Porque esas ciudades suponían ciertas oportunidades. Y muchas películas se ruedan en estudios o en otras ciudades: sólo una de cada dos películas ambientadas en Nueva York está filmadas allí. Por otro lado, hoy en día está toda esa teoría del marketing urbano, que es desoladora y que ha sido introducida por la teoría de la ciudad creativa. Las ciudades llegan a malvender sus servicios para atraer industria cultural. Por ejemplo, Woody Allen dijo: “París es muy caro, me iré a rodar a Barcelona o a Madrid”. E imagino que ahora París habrá bajado sus precios. La mercantilización de las ciudades es un drama porque el cine, a causa de estos acuerdos, se abstrae del peso ideológico ligado a cada territorio. La magia del cine es a menudo la de revelarnos nuestra ciudad y de esta manera se convierte en una compensación turística. Será otro de los efectos de la crisis financiera. Hay cineastas, como Ken Loach o Robert Guédiguian, que desde siempre han mostrado el lado social de sus historias y presentan la crisis en acción, con despidos colectivos y manifestaciones, pero la mayor parte del sector del cine considera que la crisis no vende. En vez de hacer películas políticas y sociales se intenta vender sueños: una bella historia de amor, una ascensión social inesperada, un reencuentro imprevisto… Hace unos años escribí un artículo que se titulaba L’usine dans la ville: un effacement programmé, sous l'oeil de la caméra. Desde hace treinta años la cultura obrera ya no está en el cine. La crudeza de la crisis económica no está apenas presente en el cine contemporáneo. En España no hace falta ir a las salas para verla. En España hay una especie de disociación entre una economía de la construcción y una evolución de la sociedad que no se corresponde. Habrá que imaginar una manera de planificar y concebir un nuevo sistema de alquiler en las ciudades para la población que no tiene los medios para ser propietaria. Hará falta una política social de alquiler. En Barcelona, la última gran construcción es la torre Agbar. No encuentro Barcelona una ciudad agradable para vivir, para mí ya no es una ciudad mediterránea. Ha perdido la austeridad de su arquitectura del siglo pasado y, desde los JJ.OO., ha querido ser un modelo y se ha vuelto pretenciosa. Ahora hay que ir a la periferia para encontrar lugares más agradables donde la población más popular, que fue sacada del centro, ha reconstituido un estilo de vida que me gusta y que se asocia a un modo de vida mediterráneo. |

24/10/2012

Mi vida en rehabilitación

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Fotografía del Skytree de Tokio GETTY


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